Sunteți pe pagina 1din 8

La reunión después de Babel: la utopía de la traducción 1

“La utopía está en el horizonte.


Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.
Entonces ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.”
Eduardo Galeano

María Cristina Hernández Escobar*

*Seminario de Traducción Literaria de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.

Traducir es un acto de creación, es conducir un texto hacia miradas distintas de las que le

dieron la vida y, aunque la lozanía del nuevo original corra el riesgo de ser efímera, pues las

traducciones envejecen más rápido que las obras de origen, la actividad traductológica tiene

todo el sentido que le imprime su identidad utópica, como explicaré más adelante.

Una traducción es una reflexión en ambos sentidos. No es una copia del original. No

puede serlo porque no hay cultura ni lengua que sea copia de otra, por más que se tomen todas

las previsiones al respecto, por más que se crea a pie juntillas en la objetividad de la

comunicación, en la posibilidad, siquiera, de la comunicación.

Cada vez que escuchamos atentamente a alguien nos diponemos a traducir, pues la

traducción dentro de una lengua no es esencialmente distinta de la que se realiza entre dos

códigos lingüísticos2 o, como dice Steiner, sucede que

la traducción está implicada formal y pragmáticamente en cada acto de comunicación,

en la emisión y en la recepción de todas y cada una de las modalidades del significado,

ya sea en el sentido semiótico más amplio o en los intercambios verbales más

específicos. Entender es descifrar. Atender al significado es traducir.3

1
Texto apresentado na mesa “Português/Espanhol, Espanhol/Português: tradução e literatura” realizada pela
UFF em parceria com a FBN no dia 10/11/12 durante a Feira do Livro de Porto Alegre.
2
Octavio Paz, Traducción: literatura y literalidad, México, Tusquets, 1990, p. 9.
3
George Steiner, Después de Babel, México, FCE, 2a. ed., 1995 (1980), p. 13.
Si bien es cierto que “traducimos” a cada instante cuando hablamos o recibimos

indicaciones en nuestra propia lengua, continúa Steiner, es obvio que la traducción en estricto

sentido tiene lugar cuando dos idiomas se encuentran. En esta relación no cabe hablar de

infidelidades, sino de diálogos más o menos francos o imposibilitados por la incomprensión.

La traducción, como sabemos, es un proceso de comunicación que involucra a una obra

y sus rasgos particulares; al traductor (ante todo un lector crítico y exhaustivo de dicha obra,

además de un obsesivo investigador, siempre mediatizado por su cultura) y a los editores.

Dicho proceso, que va de una creación original a una nueva creación, puede pensarse como el

escenario de una traición y en los actores mencionados como en los autores intelectuales y

materiales de un crimen que no necesariamente es tal si la labor del traductor empieza a mirarse

desde una óptica distinta, si se ve a quien traduce no como quien ha sacrificado la pureza de un

original en aras de hacer cruzar ese navío sin importar demasiado cuán lastimada resulte la obra

en el camino, cuán desfigurada quede, cuánto de su “mensaje” se haya distorsionado hasta decir

otra cosa. Sin embargo, considero que lo que se procura con afán no es la comunicación a carta

cabal, por sí misma, como en la difusión de una noticia, sino la comunión, un acercamiento a un

nivel más íntimo entre quien configura un original y el lector de una obra traducida, que se

logra poniendo en juego todos los recursos sensibles e intelectuales de que dispone, antes del

receptor final, ese primer lector que somos nosotros.

La traducción es un camino definido por el aura de la utopía, entendiendo la utopía no

como una realidad condenada a la inexistencia, una necia e ilusoria empresa, sino como ese no

lugar que deviene sitio tangible, cuya existencia será producto de la terquedad de quien se

aferra a la posibilidad y a la urgencia de la comunicación aunque ésta deba reformular sus

términos periódicamente. La traducción, según entiendo, es una de las tareas más dialécticas

que escoge a sus oficiantes y no al revés.

2
No obstante, por más fidelidad que se profese no a un texto sino a la profesión

traductológica, a la utopía de la comunión a través del diálogo de inteligencias la confrontación

con el lenguaje o, más específicamente, con las lenguas, se realiza en un terreno minado,

resbaladizo, en al menos tres niveles: sintáctico, semántico y pragmático. En esta charla, me

interesa centrarme en el nivel pragmático, que incluye los otros dos.

En el nivel pragmático, el traductor echa mano de todos los elementos instrumentales

que le proporciona el conocimiento de las lenguas, en particular de la propia, su formación

académica, la reflexión desarrollada sobre su profesión y los saberes de índole cultural (por

ejemplo, el conocimiento del contexto histórico y lingüístico en que la obra fue concebida) para

siquiera pensar en interpretar adecuadamente el texto a fin de hacerlo llegar al último lector.

Este “lector último” de ningún modo puede ser un ente pasivo, no podría serlo desde

que la comprensión en detalle y cabal de un texto entraña leer atentamente. Como se sabe, la

lectura no es una actividad de pura introyección de datos; exige un esfuerzo de decodificación y

de puesta en marcha o actualización de todos los textos que conforman nuestro saber; es una

labor de inteligencia en el sentido etimológico y cotidiano del término.

Esto mismo pasa en la cabeza del traductor.

Interpretar un texto, dice Steiner, es “lo que da vida al lenguaje más allá del lugar y del

momento de su enunciación o transcripción inmediatas”,4 es entrar en contacto, intimar, con un

ser vivo que, como todos, fue concebido en y se nutrió de una época determinada. La lengua de

ese texto está cargada de sentidos, resonancias y referencias que es necesario conocer,

comprender y situar en un contexto antes de interpretar la obra, lo cual incluye la conciencia de

que con el paso del tiempo lo dicho en el texto adquirirá nuevos matices e incluso cambiará su

sentido. Esto último también es situar en contexto.

4
Steiner, “Entender es traducir” en op. cit., p- 49.
3
El lenguaje sólo entra en acción asociado al factor tiempo. Ninguna forma semántica es

atemporal. Y cuando usamos una palabra despertamos la resonancia de toda su historia previa.

Un texto está siempre incrustado en un tiempo histórico específico; posee lo que los lingüistas

llaman estructura diacrónica.5 Sin embargo, conviene aclarar que no es lo mismo hablar de un

texto original que de la traducción de ese original, aunque ambos involucren procesos de

creación o de mimesis:

cuando se produce la interpretación más completa, cuando nuestra sensibilidad se

apodera del objeto salvaguardando y acrecentando la vida autónoma de éste, estamos

frente a una “repetición original”. Dentro de los límites de una conciencia extraña, pero

educada y momentáneamente exaltada, volvemos a realizar paso a paso la obra del

artista. El grado de cercanía de la recreación es variable. En el caso de la ejecución

musical, la recreación no puede ser más fecunda y radical. Cada ejecución musical es

una nueva poiesis. Difiere de todas las otras ejecuciones de la misma composición.6

El original es poiesis inserta en una tradición de la que es de alguna manera y en

distintos grados su reflejo; así sucede con la traducción, obra nacida como reflejo, que adquiere

vida propia; sin embargo, la lengua del primer original y la de la traducción no corren la misma

suerte.

Como lo señala Benjamin,7 mientras las palabras del texto original, aun sabiendo que

éste pertenece a un momento de la lengua, perduran y son objeto de interpretación y, en el caso

de las llamadas obras clásicas, de reinterpretación y, por tanto, de traducción y retraducción en

diversas épocas, las palabras de la traducción tienden a envejecer, a declinar, a la obsolescencia,

principalmente por ser la traducción una interpretación contextualizada, una mirada o imagen
5
Steiner, op. cit., p. 46.
6
Steiner, op. cit. p. 48.
7
Walter Benjamin, “La tarea del traductor”.
4
fija de la obra, siendo que ésta es susceptible de admitir casi todas las miradas de los lectores de

su tiempo y de los del futuro.

Se trata de un problema de vida “artificial y estática”, a partir de (en el caso de la

traducción) en contraposición a la vida en movimiento de la obra original. La relación de

dependencia no es recíproca. Pensar en la diacronía de la lengua es pensar en la traducibilidad

de un texto, en la posibilidad de que las miradas sobre ese texto se transformen en otras tantas

lecturas.

Si tomamos un fragmento de una obra de Juan Ruiz de Alarcón y lo leemos con

atención veremos palabras que quizá han caído en desuso y cuyo significado con frecuencia

desconocemos; estas palabras podrían ser clave para la comprensión cabal del texto. Enseguida

nos preguntamos cuántas de estas palabras fueron comprendidas por sus contemporáneos y

cuántos de ellos comprendieron a fondo el texto. Esto es motivo de duda para los hablantes

actuales de la lengua de Alarcón; ahora, si pensamos en la posibilidad de traducción de una obra

contemporánea a aquélla, en su traducibilidad, hemos de considerar, como se ha mencionado

antes, el situarla en un contexto. Además de buenos glosarios, diccionarios filológicos,

enciclopédicos y especializados, libros de historia y cuántas herramientas podamos conseguir,

precisamos de sensibilidad para olfatear todas las posibles referencias e intertextos, alusiones y

dobles sentidos, pues cualquier discurso se constituye a partir de la preexistencia o coexistencia

de otros discursos y se relaciona con ellos al poner de manifiesto una deuda hacia la autoridad

discursiva o una ruptura que justifica la creación de un nuevo discurso.

Considero que, aun cuando las distintas lenguas son producto de otras tantas formas de

segmentación de la realidad, suelen referir más o menos las mismas cosas. El más o menos

obedece a que no todos habitamos en espacios físicos similares, con los mismos objetos, ni las

relaciones entre los humanos se dan en los mismos términos ni bajo la misma forma siempre.

5
Ese espacio que compartimos es lo traducible por vía directa; lo que hay de

absolutamente particular también es traducible, aunque implica un trabajo de rodeo,

circunlocución, en fin, de búsqueda de la vía de llegada. Tarea que también requiere de una gran

carga de sensibilidad y de paciencia.

Después de esta búsqueda, viene la otra: cómo decirlo en la lengua de llegada. Además

de la equivalencia léxica, lo primero es considerar que una oración lo mismo que el conjunto de

ellas que integran el gran texto, posee fuerza ilocucionaria, es decir, todo aquello que bulle

dentro de una expresión, su intencionalidad, su fuerza y aspiración. El éxito o fracaso

comunicativo de una traducción, como dice Mason, puede atribuirse a la adecuada o fallida

representación de los actos de habla.8 Tema medular cuando se escriben y traducen textos

fundamentados en la oralidad, como es el caso de la pentalogía Inferno provisório del minero

Luiz Ruffato, dos de cuyos libros traduje.

El lector de la traducción no tiene los mismos elementos con que contó el lector del

texto original, pues operan en entornos cognitivos diferentes, y lo inferible o situacionalmente

evocado para el lector del texto original puede no serlo para el lector de la versión.

Con la búsqueda de equivalencias léxicas, sintácticas, de estructura semántica, de

sentido y la salvaguarda de la fuerza ilocucionaria el traductor propone una lectura de una obra

a quien no puede recibirla si no es por su intermediación. El papel del traductor en su calidad

de lector consiste, por tanto, en construir un modelo del significado pretendido del original y en

elaborar hipótesis acerca del probable impacto en sus receptores pretendidos; mientras que, en

su calidad de productor textual, el traductor, que opera en un entorno sociocultural distinto,

trata de reproducir su interpretación del “significado del hablante” para alcanzar los efectos

pretendidos en los lectores del texto de llegada.9


8
Ian Mason, “La traducción de un texto como acción: la dimensión pragmática”, p. 101.
9
Mason, “La traducción de un texto como acción: la dimensión pragmática” en op. cit., p. 121. Esta percepción
de original y versión no es tan radical como la de Benjamin.
6
El traductor tiene que valorar qué es necesario para un determinado propósito

comunicativo en el entorno cultural de la lengua de llegada; a veces en este proceso de

restitución habrá de echar mano de lo que Nida llama “redundancia cultural”. Puede sentir la

necesidad de facilitar pistas al lector a fin de que reconozca ya sea un fenómeno de

intertextualidad como de intencionalidad no tan evidente y tan sutil como suele ser la ironía; el

éxito de una traducción dependerá de que “los lectores de la versión alcancen la interpretación

de segundo grado con el mínimo esfuerzo extraordinario de elaboración”.10

Además de lo anterior, la redundancia puede abarcar la explicación de un término que

no cuenta con un exacto equivalente, la adopción de términos ajenos a la lengua de llegada o

incluso neologismos. En el intento por hacer llegar un texto, todo lo que no vaya en menoscabo

de lo dicho por el autor del original y su obra vale. Todo lo relevante cabe.

Llevar el texto hacia los lectores no tiene por qué significar una pérdida y llevar a éstos

al texto no tiene por qué ser un viaje a mundos pesadillescos. Casi todos sabemos que existen

otras culturas y tenemos noción de lo que ser diferentes significa. Entonces no hay por qué

pensarlo mucho al momento de traducir para ir en uno y otro sentido. Habrá tiempos en que

llevaremos el texto a los lectores, porque no queda más remedio y habrá tiempos en que

consideremos que al lector no le haría ningún mal adentrarse en la experiencia que encierra la

expresión Je est un autre. Lo que sobran son discursos radicales sobre la posible y la imposible

traducción. Pocos son los trabajos que emprenden la labor de analizar seriamente por dónde

llegar a la meta, no como recetarios y formularios que ofrezcan la ecuación de la perfecta

traducción, los planos de la utopía, sino como textos animados por una voluntad humanista

incluyente de la diferencia.

10
Mason, “La traducción de un texto como acción...”, p.131.
7
Bibliografía citada

BENJAMIN, Walter, “La tarea del traductor” en Ensayos escogidos, Buenos Aires, Sur, 1967.
MASON, Ian, Una aproximación al discurso, caps. 5, 6 y 7, Ariel, 1995.
STEINER, George, Después de Babel (After Babel), traducción al español de Adolfo Castañón
y Aurelio Major, México, FCE, 1995, 2ª ed.

Bibliografía consultada

BENVENISTE, Émile, Problemas de lingüística general II, trad. de Juan Almela, México,
Siglo XXI, 1979.
PAZ, Octavio, Traducción: literatura y literalidad, México, Tusquets, 1990.
ZASLAVSKY, Danièlle y Françoise Neff, “Entre decir y repetir” en la revista Cuicuilco, pp.
13-22.

S-ar putea să vă placă și