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1I \ B I , ( ) A LAS P A R E D lí S

*•» I I ablo a las paredes”, d ice Laoan, y < rin


I I quiere decir: “Ni a usted es, ni al uriin •*li"
J ___L H ablo solo. Esto precisam ente en ln ipii ln»
concierne. Interprétenm e usted es”.
Las paredes son las de la capilla de S jiinI• \ iiiu
L acan reencuentra ahí su juventud com a re -nl« ni■ it<
psiquiatría. Se divierte, im provisa, se deja Ih u n I u
in ten ción e s polém ica: sus m ejore* ilu nim i*,
cautivados por la idea de que el psicoaniilim lnu i iim
vacío de todo saber previo, levantan la bntulem <I■I un
saber, sacada de B ataille. “ No”, d ice l..u -mi >I
p sicoan álisis proviene de un saber supin■'■in, i I ib I
inconscien te. Se accede a él por la vía de ln m il ul (> I
analizan te se esfuerza en decir crudam ente ln i|u, I
pasa por la cabeza) cuando esta conduce ni non (i I
an alista interp reta los d ich o s del n ilu li/u u lii •n
térm inos de lib id o)”.
En cam bio, otras dos vías cierran ol tic............ niUiniil
la ignorancia (entregarse a ella non panino >i>11111> i
siem pre consolidar el saber establecido] y rl pmli i {la
pasión por el dom inio oblitera lo que irvi lii i I m ni
fa llid o ). El p sic o a n á lisis en señ a las v iilm lr , ib U
im potencia: ella al menos respeta lo real
L ección de sabiduría para una época, tu imi nli.i qim
ve cóm o la burocracia, de la m ano de ln nli'niilii, «ni fin
con cam biar lo más profundo que líerie el linitilm |n<<
m edio de la propaganda, de la m anipnli....... . <111• • in
del cerebro, de la b iotecn ología y hunlu i | . | <m,il
engineerin g. A ntes, por cierto, no se eniabn ln> u, pi • >•
m añana podría ser peor.

J a rq u i • llm n \ lilh

ISBNB70 »G0-12-3655-2
8059055

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V/M'CX I ¿5<S552 www.pnldiiim^' ........... ii
JACQUES LACAN

HABLO A
LAS PAREDES

I
HABLO A LAS
PAREDES
P A R A D O J A S DE L A C A N

L o q u e Ies en se n a un ¡uiftliíii'i m i hc o b tie n e p o r


n in g ú n o tro cam in o , tu poi l.i < n»< ii.m / i. ni p o r n in ­
g ú n o tro e je rti< i» espiritu al, M im , ,|>aia ip ir serviría?
¿E sto sig n ifica q u e lmy (ju< la llm i saín i f l'o r m uy
p a rticu la i q u e m-íi iIi <.nl.i iitm . no h a b ita Im nitt d e
e n s e ñ a r lo , «le ii.um m iiii |»n lu í m en o s sus p rin c ip io s
y a lg u n a s d e sus i o n u i n< m 1.1-. I a i .111 se lo p re g u n ­
tó y re sp o n d ió d* distintas m am 1.1. Í'.ii su ¿¿m ijiario,
a r g u m e n ia .1 « n .iiu Im i l n mi* liscritos, p r e te n d e
d e m o strar, y aim tu rn ia i,i Ir-na .1 .11 an to jo , l’ e r o tam ­
b ié n están su-* t im li’ f. m tas, .u'. .m ie v is ta s , sus ob ras
im p ro visad as, d o n d r lo d o avanza m .n tap id o . S e trata
d e s o rp r e n d e i las o p ln lo m 1 |»aia i n l u c i r l u m ejo r.
E sto es lo q u e llam am os sus l'ni¡nli>iin
¿Q u ié n h ab la? U n m a r u m d e sab id u ría, p e r o d e
u n a s a b id u ría sin resigna» ión, u n a ntiils.ibidtit ía, sar­
cástica, sa rd ó n ic a . C a d a u n o es lib re d e tta /a rse u n a
c o n d u c ta se g ú n su parecer,
E sta se rie, p rim e ro co n sag rad a a inédito», p u b lica­
rá a co n tin u a ció n frag m e n to s esco gid o s d e la ob ra.
JACQUES LACAN

HABLO A LAS
PAREDES

4
PAIDOS
B u en o s Aires - Barcelona - M éx ic o
Título original: ¡t ¡>inlt iiiix miiri. EnttlHitu Jr ln Chnpelle de Samte-Anne,
delacqiiM ljítim
Éditloni <lu Síull, t'jrll

(lampo l;rcudlanu, t áileiclúii dlilKlila (mi )nunirt Alaln Mlller yJudltli


Miller

Traducción: Dora Saink-i


Revisión: Grádela Brodtky

D li e f t o tic « i b l e n a : i i t m . i v o M >■ o

Lucnti, Jticq u n s
Hablo n lan /ittiaite* ■t ’ ed ■ itu o tm * A lto s C uldás, VOI -*
120 p p .; 1(1x11 otll

Irn d u cld o |x i i (io ta t > ln .ly , Minólo*


i m i N UNI im u IV :irmr, y

1 , P ltC i!k » I)ln I t im o l- n D ik h lil m l y a , l i a i l II 1 1tulo


CPP1M
/ ' ttítdin, fk -<IIJ

K r a r v i id iu lo .l.n lm t t (). . l i i ig iir o iiiiiie iit e p r o h ib id a , s in


I........ ............................ - l i d *lt m oiI-h-h . 1-1 , ¡‘p y r if h l , b a jo la s s a n c io n e s
r » tu lile t ld ,n n i 1 1 * U | u , U o j...... luí ■ ¡••i. |m > í.il o to ta l ele e s ta o b r a p o r
m j |i |t i l r t n i' d i . ' .. | i ..........!■■ ¡ .- I .i i . l . - | j i t p i o g i a f l a y el t r a t a m ie n t o
InJbtmátiui

O 7011, i dlli.un .l.t '.«ull


O 21) I Z, I Iom ‘mi..1 .t lin.i la (i i.1.1' t i.>nI
O 2012, d> tn.U* U« 4-dit iimm su t^i^llíint.
1 d i t o d .il I 'i i. l '. i SAO I
1’ultlir adti b a lo 1,1 -' H-' P 'thl-.í
IndtpniilciKI.. ) (di>1 IfiWn lliin ,"* Aiitíi Ai|i,. iillim
lí nuil dllinlnl.wi nw|i*ld.n .11111 -11
www.paldiuiíi|imdii'i mrti u

Q u e d a l l n lili rl <l>|. . . . II. ( ,|H. p i . . lu ir |,i 1 1 y 11 '1


IniprMti tn la Aiji. utlim t ' u i i h , / l n A n , u i¡ ii, i

Im p te m i e n M I ’ S, S a n tU ^ o d r l I « i n o ' 111,
Gerll, Provincia de llilcnoi Atrei.
e n a g o i t u d r 21112,

3.000 cjcm p la ren


T ir a d a :
ISDN 978-950-12-3SSÍ-2
índice

Nota sobre el texto............................................. 9

S a b e r , i g n o r a n c i a , v e r d a d y g o c e ............. 11

D e l a in c o m p re n s ió n y o t r o s t e m a s ....... 47

H a b l o a l a s p a r e d e s .............................................. 85

Anexo ...................................................................................1 2 1
Nota sobre el texto

In vitado a dictar u n a setie de seminarios mensuales en el


hospital Sainte-Anne destinados a los residentes de p siqu ia­
tría, L acan eligió como título “E l saber del psicoan alista ”.
A lgun os de sus alum nos, ta l vez, inspirados en la lectura de
Bataille, enarbolaban en aquelUi época la bandera del “no
saber”.
Si bien las tres prim eras de esas “charlas”, como las llamó
L acan, respondieron m ás o menos a su idea inicial, las cua­
tro siguientes, en cambio, giraron alrededor de las cuestiones
que se discu tían en el gran sem inario que im p a rtía en la
p la za del Panteón, en las au las de la F acultad de Derecho,
con el título de “...o p e o r ”.
Respeté esa separación incluyendo esas cuatro “charlas”
en orden cronológico en el libro X IX del seminario, donde se
n otaría su f a lla si no estuvieran. L as tres prim eras, p a r el
contrario, desviarían la atención. Son las que reu n í en este
pequeño volumen.
Fueron pron u n ciadas en la capilla del hospital el 4 de
noviembre de 1971, el 2 de diríembre del mismo año y el 6 de
enero de 1972.

Ja cq u e s-A la in M iller

9
Saber, ignorancia,
verdad y goce
l volver a hablar en Sainte-Anne espe­

A raba que hubiera residentes; en mi


época se los llamaba “residentes de
los asilos”, que en la actualidad son los hospi­
tales psiquiátricos, dejando de lado los demás.
Al volver a Sainte-Anne apuntaba a este
público. Tenía la esperanza de que alguno de
ellos se hubiera tomado la molestia de venir. Si
hay algunos aquí -m e refiero a residentes en
actividad—, ¿me harían el favor de levantar la
mano? Es una aplastante minoría, pero en fin,
me basta ampliamente.
A partir de ahora y en la m edida en que
pueda sostener el aliento, voy a intentar decir­
les algunas palabras.
Estas palabras, como siempre, son im pro­
visadas, lo que no quiere decir que no tenga
algunas anotaciones. Son improvisadas desde

13
JACQUES LACAN

esta mañana porque trabajo mucho. No se


sientan obligados a hacer lo mismo.
He insistido sobre la distancia que existe
entre el trabajo y el saber. No nos olvidemos
de que esta noche lo que les anuncio se refie­
re al saber; por lo tanto, no hace falta que se
cansen. Verán por qué, algunos lo sospechan
ya por haber asistido a eso que se llama mi
seminario.

Para volver al saber, yo había señalado, en


un tiem po ya lejano, que la ignorancia, en el
budismo, puede ser considerada como una
pasión. Es un hecho que se justifica con un
poco de meditación. Pero como la meditación
no es nuestro fuerte, solo contamos con una
experiencia para hacerlo conocer.
Es u n a experiencia m em orable que tuve
hace m ucho tiempo, en la sala de guardia,
porque hace una pila de años que frecuento
estas murallas, aunque no eran especialmen­
te estas en aquella época. Esto se rem onta a
1925-1926. En aquella época, los resid en ­
tes - n o hablo de lo que son ahora-, en lo
que concierne a la ignorancia, 110 andaban
lejos. Se trataba sin duda de u n efecto de

14
SABER, IGNORANCIA, VERDAD Y GOCE

grupo. Podem os considerar que aquel era


un m om ento de la medicina al que tuvo que
seguir necesariamente la vacilación actual.
Acabo de decir que la ignorancia es una
pasión. No es para mí una minusvalía, ni tam­
poco es un déficit. Es otra cosa. La ignorancia
está ligada al saber. Es una m anera de estable­
cer el saber, de hacer de él un saber estable­
cido. Por ejemplo, cuando alguien quería ser
médico en aquel tiempo, que era con seguri­
dad el final de una época, pues bien, era nor­
mal que quisiera manifestar una ignorancia -si
me perm iten—consolidada.
Después de lo que acabo de decirles sobre la
ignorancia, no se sorprenderán de que les haga
notar que cierto cardenal, en tiempos en que el
título no era un certificado de ignorancia, lla­
maba “docta ignorancia” al saber más elevado.
Para recordarlo de paso, era Nicolás de Cusa.
De este modo, debemos partir de la correlación
entre la ignorancia y el saber. Si la ignorancia, a
partir de cierto momento, en cierta zona, lleva
el saber a su nivel más bajo, no es por culpa de
la ignorancia sino más bien lo contrario.
Desde hace cierto tiem po, la ignorancia
no es lo suficientem ente docta en la medici­

15
JACQUES LACAN

na como para que esta sobreviva por otra cosa


que no sea la superstición. Sobre el sentido de
este término, y precisamente, llegado el caso,
en lo que respecta a la medicina, volveré luego
si tengo tiempo. Pero, para señalar un hecho
que proviene de esta experiencia de la cual
me interesa mucho retom ar el hilo después de
cerca de cuarenta y cinco años de frecuentar
estas murallas (no es para vanagloriarme, pero
después que entregué algunos de mis escri­
tos a la poubellication1 todo el m undo conoce
mi edad, es uno de los inconvenientes del
asunto), debo decir que es mejor no evocar el
grado de ignorancia apasionada que reinaba
entonces en la sala de guardia de Sainte-Anne.
Es verdad que se trataba de gente que tenía
vocación y, en aquel momento, tener vocación
por el asilo era algo bastante particular.
A esta misma sala de guardia llegaron al
mismo tiempo cuatro personas cuyos nombres
no me parece desdeñable volver a recordar,
puesto que soy una de ellas. La otra, que me

1. N e o lo g ism o a partir d e poubelle [tach o d e basara] y


fmblication [p u b licación ]. [N . de la T.]

16
SABER, IGNORANCIA, VERDAD Y GOCE

complazco en hacer resurgir esta noche, era


H enri Ey.
Se puede decir, con el espacio de tiem po
transcurrido, que de esta ignorancia, Ey fue
el civilizador. Rindo hom enaje a su trabajo.
Como lo hizo notar Freud, la civilización no
nos desem baraza de ningún malestar, sino
todo lo contrario -d a s Unbehagen, el no bien­
e sta r- pero, en fin, esto tiene un aspecto
valioso.
Si creen que hay una m ínim a ironía en lo
que acabo de decir, se equivocan seriam ente,
pero no p u ed en más que equivocarse, por­
que no pueden im aginar lo que era la igno­
rancia en el am biente asilar antes de que Ey
m etiera las manos allí. Era algo absolutamen­
te increíble.
Actualmente la historia avanzó, y acabo de
recibir una circular que señala la inquietud
que existe en cierta zona de dicho am biente
en relación con ese m ovim iento que prom e­
te todo tipo de chispas, llamado antipsiquia­
tría. P retenden que yo tom e partido en este
asunto.
¿Se puede tom ar partido en algo que ya es
una oposición? Sin dudas sería conveniente

17
JACQUES LACAN

que sobre este asunto haga algunas observa­


ciones inspiradas en mi antigua experiencia,
la que acabo de evocar, diferenciando en esta
oportunidad la psiquiatría y la psiquiatrería.
La cuestión de los enferm os m entales o,
para decirlo mejor, de las psicosis no es resuel­
ta en absoluto por la antipsiquiatría, cuales­
quiera que sean las ilusiones que m antienen
al respecto algunos em prendim ientos locales.
Me atrevo a expresar que la antipsiquiatría es
un movimiento cuyo sentido es la liberación
del psiquiatra, y es seguro que no está bien
encaminado.
No está bien encam inado debido a que
hay una característica que después de todo
no habría que olvidar en aquello que se llama
revoluciones, y es que este térm ino está admi­
rablem ente elegido, puesto que quiere decir
retorno al punto de partida. El alcance de todo
esto ya era conocido, pero está am pliam ente
dem ostrado en el libro titulado Historia de la
locura, de Michel Foucault. En efecto, el psi­
quiatra cumple lux servicio social. Es una crea­
ción de cierto giro histórico. El que estamos
atravesando no va a aliviar esta carga ni a redu­
cir su lugar, es lo menos que se puede decir, y

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SABER, IG N O RA N CIA , VERDAD Y GOCE

esto deja las cuestiones de la antipsiquiatría un


poco fuera de lugar.
Esta es una indicación introductoria, pero
quisiera destacar que, en lo que respecta a las
salas de guardia, hay algo que es sin embar­
go sorprendente y que a mi juicio constituye
una continuidad entre las antiguas y las más
recientes: se trata de com probar hasta qué
punto, en relación con el sesgo que allí toman
los saberes, el psicoanálisis no hizo ninguna
mejora.
El psicoanalista -planteé la cuestión en los
años 1967-1968 cuando introduje la noción
del psicoanalista precedido p o r el artículo
definido, artículo definido cuyo valor lógico
intentaba recordar ante un auditorio bastante
am plio-, el psicoanalista no parece haber cam­
biado nada en cierto soporte del saber.
Todo esto tiene una regularidad. No suce­
de de un día para otro que se cambie el sopor­
te del saber. El porvenir está en m anos de
Dios, como se dice, esto es, en la buena suer­
te, la buena suerte de aquellos que tuvieron la
buena inspiración de seguirme. Algo surgirá
de ellos si los chanchitos no se los comen. Esto
es lo que llamo buena suerte. Para los otros,

19
JACQUES LACAN

no es cuestión de buena suerte. Su asunto será


resuelto por el automatismo, que es lo contra­
rio de la suerte, buena o mala.
Para aquellos a quienes el psicoanalista al
que recurren no les deja ninguna chance, qui­
siera esta noche evitar un m alentendido que
podría instalarse en nom bre de algo que es
efecto de la buena voluntad de algunos de los
que me siguen.
Estos escucharon bastante bien - e n fin,
com o p u e d e n - lo que dije acerca del saber
como correlato de la ignorancia, y eso los ator­
m entó un poco. A algunos de ellos no sé qué
mosca les picó, una mosca literaria por supues­
to, algunas cositas que circulan en los escritos
de Georges Bataille, por ejemplo, porque de
otro m odo no creo que se les hubiera ocurri­
do. Se trata del no saber.
Georges Bataille pronunció un día una
conferencia sobre el no saber, y eso circula tal
vez en dos o tres rincones de sus escritos. Pero
sabe Dios que no se estaba burlando. Muy
especialmente, el día de su conferencia en la
Sala de geografía de Saint-Germain-des-Prés,
que ustedes conocen muy bien porque es un
sitio de la cultura, no dijo ni una palabra, lo

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SABER, IGNORANCIA, VERDAD Y GOCE

que no era una mala m anera de hacer ostenta­


ción del no saber.
Se le rieron y se equivocaron, porque ahora
resulta chic el no saber. Es algo que circula un
poco por todas partes entre los místicos, ¿no
es cierto?, incluso nos llega de ellos, incluso es
entre ellos donde esto tiene un sentido. Ade­
más, es sabido que insistí sobre la diferencia
entre saber y verdad. Por lo tanto, si la verdad
no es el saber, es el no saber. Lógica aristotéli­
ca: todo lo que no es negro es no negro.
Como articulé que el discurso analítico se
sostiene en la frontera sensible entre la verdad
y el saber, pues entonces, levantar la bande­
ra del no saber es un buen camino. No es un
mal estandarte. Puede servir como convocato­
ria para aquello que no resulta excesivamen­
te raro reclutar como clientela, la ignorancia
crasa, por ejemplo. Eso también existe pero,
en fin, es cada vez más raro.
Sin embargo, hay otras cosas, otras vertien­
tes, la pereza por ejemplo, de la que hablo
desde hace m ucho tiempo. Y además hay algu­
nas formas de institucionalización - “campos
de concentración de Dios”, como se dijo en
otra época- dentro de la Universidad, donde

21
JACQUE5 LACAN

esas cosas son bien recibidas porque eso es


chic. En síntesis, se dedican a toda una panto­
mima: “Pase usted primero, señora Verdad, el
agujero está ahí, ese es su lugar”.
En fin, este no saber es un hallazgo. No
hay nada mejor para introducir una confusión
definitiva en un tema delicado, el p u nto en
cuestión para el psicoanálisis, eso que llamé la
frontera sensible entre verdad y saber.
Diez años antes habían hecho otro hallaz­
go que tam poco estaba nada mal respecto
a lo que bien debo llamar mi discurso. Lo
había comenzado diciendo que el inconsciente
está estructurado como un lenguaje. Encontraron
una cosa formidable; a los dos tipos que mejor
habrían podido trabajar en esta línea, hilar
este hilo, les encom endaron un flor de traba­
jo , un diccionario de filosofía. ¿Qué dije? Dic­
cionario de psicoanálisis. Vean el lapsus. En
fin, esto bien vale el Lalande.2

Alguien pregunta: ¿Lalangue [ lalengua] ?

2. N om b re de u n c o n o c id o d iccionario de filosofía.
[N . de la T.]

22
SABER, IGNORANCIA, VERDAD Y GOCE

No, no es gue, es de. Lalengua, tal como


la escribo ahora, en una sola palabra, es otra
cosa. ¡Miren que cultivados son!
No dije que el inconsciente esté estructu­
rado como lalengua, sino como un lenguaje,
voy a retom ar esto más tarde. Pero cuando se
encargó a los “responsivos”3 que m encioné
recién la tarea de un vocabulario de psicoanáli­
sis, fue evidentemente porque yo había puesto
a la orden del día ese término saussureano, la
lengua, que, lo repito, voy a escribir de ahora
en más en una sola palabra, y voy a justificar
por qué. Pues bien, lalengua no tiene nada
que ver con el diccionario, cualquiera que sea.
El diccionario tiene que ver con la dicción,
es decir, por ejemplo, con la poesía y con la
retórica. No es poca cosa, ¿eh? Eso va desde la
invención hasta la persuasión. Es muy impor­
tante, salvo que no es este aspecto justam ente
el que tiene que ver con el inconsciente. Con­

3. F.n e l uso iró n ico d e l térm ino responsifs [resp onsi­


vos] tam bién se p u ed e escuchar u n a co n d en sa ció n entre
responsables [resp on sab les] y pon dfs [triviales, b a n a les],
I N .d e la T .]

23
JACQUES LACAN

trariam ente a lo que piensa la masa de asis­


tentes, el inconsciente tiene que ver ante todo
con la gramática. De todos modos, una parte
im portante ya lo sabe si escuchó esos pocos
términos con los cuales intento hacer pasar lo
que digo del inconsciente. Este también dene
un poco que ver, mucho que ver, todo que ver,
con la repetición, es decir, la vertiente total­
m ente contraria a aquello para lo que sirve un
diccionario. De modo que poner a confeccio­
nar un diccionario a quienes habrían podido
en aquel mom ento ayudarme a hacer mi cami­
no fue una m anera bastante buena de des­
viarlos. La gram áúca y la repetición son una
vertiente totalm ente diferente a la que recién
señalaba como invención, que sin duda no es
poca cosa, y tampoco lo es la persuasión.
Contrariam ente a lo que todavía no sé por
qué está muy difundido, la vertiente útil en la
función de lalengua -ú til para nosotros, psi­
coanalistas, para aquellos que se las tienen que
ver con el inconsciente- es la lógica.
Este es un pequeño paréntesis que se conec­
ta con el riesgo de pérdida que conlleva la pro­
moción absolutamente improvisada y endeble
del no saber, a la que en verdad no di jam ás

24
SABER, IGNORANCIA, VERDAD Y GOCE

ninguna ocasión de error. ¿Es necesario demos­


trar que en el psicoanálisis, de m anera funda­
mental y primera, está el saber? Sin embargo,
es lo que voy a tener que demostrarles.

Tomemos por una punta este carácter pri­


m ero, macizo, de la primacía del saber en el
psicoanálisis.
Hace falta recordarles que, cuando Freud
intenta dar cuenta de las dificultades que hay
para el avance del psicoanálisis, publica en
Imago, en 1917 si recuerdo bien, un artículo
que fue traducido y publicado en el prim er
núm ero del International Journal of Psycho-
Analysis con el título “Una dificultad del psi­
coanálisis”. O curre que el saber que está en
juego no es aceptado con facilidad. Freud lo
explica como puede, y p o r eso mismo se pres­
ta al malentendido.
No es casual ese famoso térm ino resistencia,
con el que creo haber logrado que ya no nos
taladren los oídos, al menos en cierto sector.
Pero es cierto que hay uno, no lo dudo, donde
todavía florece este térm ino, que es para el
psicoanalista una aprensión perm anente. ¿Por
qué no atreverse a decirlo? Todos tenem os

25
JACQUES LACAN

nuestros deslices y sobre todo son las resis­


tencias las que los favorecen. Se lo descubrirá
dentro de un tiempo en lo que yo digo... aun­
que después de todo no es algo tan seguro.
En resumen, Freud incurre en un desacier­
to. Cree que contra la resistencia solo hay una
cosa para hacer: la revolución. Pero entonces
resulta que él encubre com pletam ente aque­
llo que está enjuego, a saber, la dificultad muy
específica que hay para hacer intervenir cier­
ta función del saber. La confunde con aquello
que se señala como revolución en el saber.
En ese pequeño artículo -lo retom ará des­
pués en “El malestar en la cultura”- está el
prim er gran fragmento acerca de la revolu­
ción copernicana. Era algo trillado en el saber
universitario de la época. Copérnico -p o b re
Copérnico- había hecho la revolución. Fue él
-com o dicen en los manuales- quien ubicó al
Sol en el centro y a la Tierra girando alrededor.
Q ueda totalm ente claro que a pesar del
esquem a que muestra muy bien esto, efectiva­
mente, en De revolutionibus, etc., Copérnico no
había tomado absolutamente ningún partido
en el tema, y nadie hubiera pensado en fasti­
diarlo por eso.

26
SABER, IGNORANCIA, VERDAD Y GOCE

Pero, en fin, es un hecho, en efecto, que


pasamos del geo al heliocentrismo, y se supo­
ne que esto asestó un golpe, un blotu, como se
expresa el texto inglés, a vaya a saber qué pre­
tendido narcisismo cosmológico.
El segundo blotu es biológico. Freud nos
lo evoca en el nivel de Darwin, con el pretex­
to de que, en lo que concierne a la Tierra, la
gente tardó cierto tiempo en reponerse de la
novedad que ubicaba al hombre en relación de
parentesco con los primates modernos. Freud
explica la resistencia al psicoanálisis p o r lo
siguiente: lo que está afectado es esa consisten­
cia del saber que hace que, cuando uno sabe
algo, lo mínimo que se puede decir es que uno
sabe que lo sabe. Ese es el nudo de la cuestión.
Alrededor de eso se hizo un pintarrajo en
forma de yo. Hay que saber que el que sabe
que sabe, pues bien, soy yo. Está claro que esta
referencia al yo es segunda en relación con lo
siguiente: que un saber se sabe, y que la nove­
dad que revela el psicoanálisis es que es un
saber no sabido para sí mismo. Pero, les pre­
gunto ¿qué habría ahí de novedoso, capaz de
provocar resistencia, si este saber fuera natural?
En todo el m undo animal, nadie puede sor­

27
JACQUES LACAN

prenderse de que el animal sepa grosso modo lo


que le hace falta. Si se uata de un animal de
vida terrestre, no va a ir a sumergirse en el agua
más que un tiempo limitado, sabe que eso no
le vale de nada. Si el inconsciente es algo sor­
prendente, se debe a que ese saber es diferen­
te. De ese saber tenemos desde siempre una
idea, muy infundada por otra parte, porque
fueron evocados la inspiración, el entusiasmo.
El saber no sabido del que se trata en el psicoa­
nálisis es un saber que efectivamente se articu­
la, que está estructurado como un lenguaje.
Resulta de este modo que la revolución
argum entada p o r Freud tiende a encubrir lo
que está en juego. Eso que no es aceptado,
revolución o no, es una subversión que se pro­
duce en la función, en la estructura del saber.
En verdad, fuera de las molestias que oca­
sionaba a algunos doctores de la Iglesia, no
puede decirse que la revolución cosmológica
estuviera encaminada a que el hombre, como
se dice, se sienta de ningún modo humillado.
Si el uso del térm ino revolución es tan poco
convincente, es porque el hecho mismo de que
haya habido revolución en ese punto es más
bien exaltante en lo que atañe al narcisismo.

28
SABER. IGNORANCIA, VERDAD Y GOCE

Lo mismo ocurre en cuanto al darwinismo.


No hay ninguna doctrina que encum bre más
la producción del ser hum ano que el evolucio­
nismo.
Tanto en un caso como en el otro, cosmo­
lógico o biológico, todas esas revoluciones
m antienen al hom bre en el lugar de la flor y
nata de la creación.
Por esto mismo esta referencia de Freud
está realm ente mal inspirada. Tal vez sea que
está hecha justam ente para encubrir y hacer
pasar lo que está en ju e g o , a saber, que este
nuevo estatus del saber debe generar un tipo
de discurso com pletamente nuevo, el cual no
es fácil de sostener y que hasta cierto punto
todavía no ha comenzado.
Dije que el inconsciente está estructurado
como un lenguaje. ¿Pero cuál? ¿Y por qué dije
un lenguaje?
En cuestión de lenguaje em pezam os a
conocer un poco. Se habla de lenguaje-obje-
to en la lógica, matemática o no. Se habla de
m etalenguaje. Incluso se habla de lenguaje,
desde hace cierto tiempo, en el nivel de la bio­
logía. Se habla de lenguaje a tontas y a locas.
Para empezar, diría que si hablo de lengua­

29
JACQUES LACAN

je es porque se trata de rasgos comunes que se


encuentran en lalengua. Aunque esta misma
está sujeta a una gran variedad, sin em bar­
go tiene constantes. El lenguaje en cuestión,
tal como me tom é el tiempo, el cuidado, la
preocupación y la paciencia de articular, es el
lenguaje en el que se puede diferenciar, entre
otras cosas, del mensaje, el código. Sin esta
distinción mínima, no hay lugar para la pala­
bra. Por eso cuando introduzco estos términos
titulo “Función y campo de la palabra -es la
función- y del lenguaje” -es el campo-.
La palabra define el lugar de aquello que
se llama la verdad. Lo que señalo desde su
entrada, po r el uso que quiero hacer de ella,
es su estructura de ficción, es decir, también
de engaño. En verdad, viene al caso decirlo,
la verdad solo dice la verdad, y no a medias,
en un solo caso: cuando dice miento. Este es
el único caso en el que estamos seguros de
que no miente, porque se supone que ella lo
sabe. Pero de O tro m odo [Autrement],4 con

4. Hay h o m o fo n ía en tre a u ír m m t [de otro m o d o ] y


Autre ment [O tro m ien te], [N . de la T.]

30
SABER, IGNORANCIA, VERDAD Y GOCE

A mayúscula, es muy probable que diga pese


a todo la verdad sin saberlo. Esto es lo que
intenté indicar con mi S mayúscula, parén­
tesis, A mayúscula, donde dicha A está pre­
cisamente tachada S(A)- En todo caso, aque­
llos que me siguen no podrán decir que esto,
al menos esto, no es un saber y que no debe
tenerse en cuenta para guiarse, aunque más no
sea en el día a día. Este es el prim er punto del
inconsciente estructurado como un lenguaje.
El segundo, no me esperaron a mí para
saberlo -hablo a los psicoanalistas- puesto que
es el principio mismo de lo que ustedes hacen
cuando interpretan.
No hay una sola interpretación que no con­
cierna -e n lo que ustedes escuchan- al lazo
que se manifiesta entre la palabra y el goce.
Puede ser que ustedes lo hagan de m anera
inocente, sin que nunca se hayan dado cuenta
de que nunca una interpretación quiere decir
otra cosa, pero en fin, una interpretación ana­
lítica siempre es eso. El beneficio, ya sea pri­
mario o secundario, es un beneficio de goce.
La cosa surgió de la plum a de Freud pero
no de m anera inmediata, puesto que hay una
etapa, la del principio de placer. Pero queda

31
JACQUES LACAN

claro que un día lo sorprendió que, hagan lo


que hagan, inocente o no, lo que se formula,
hagan lo que hagan con eso, es algo que se
repite.
Dije: “La instancia de la letra”, y si utilizo
instancia tengo mis razones, como para todos
los usos que hago de las palabras. Instancia
resuena tanto en el nivel de la jurisdicción
como en el de la insistencia, donde hace sur­
gir ese módulo que definí como el instante, en
el nivel de cierta lógica.
F reud descubre el más allá del principio
de placer en la repetición. Solo que, si hay
un más allá, no hablem os más de principio.
Un principio donde hay u n más allá ya no
es un principio. De paso, dejem os de lado
el principio de realidad. Todo esto debe ser
revisado. Después de todo, no hay dos clases
de seres hablantes, aquellos que se rigen p o r
el principio de placer y el principio de reali­
dad, y aquellos que están más allá del p rin ­
cipio de placer, sobre todo porque, como se
dice, clínicam ente -reconozcám oslo- son los
mismos.
El proceso primario se explica en un pri­
m er tiem po m ediante esta aproximación que

32
SABER, IGNORANCIA, VERDAD Y GOCE

es la bipolaridad principio de placer/princi-


pio de realidad. Este esbozo es insostenible y
está hecho para que estos primeros enuncia­
dos sean digeridos como puedan por los oídos
contem poráneos, que son oídos burgueses
-n o quiero abusar de este térm ino-, esto es,
que no tienen ni la m enor idea de qué es el
principio de placer.
El principio de placer es una referencia a
la moral antigua. En la moral antigua, el prin­
cipio de placer, que consiste precisamente en
hacer lo menos posible, otium cum dignitale, es
una ascesis. Podría decirse que confluye con
la de los puercos, pero de ningún m odo en
el sentido en que se los entiende. El térm ino
puerco en la Antigüedad no significaba que se
fuera cochino. Q uería decir que se lindaba
con la sabiduría animal. Era una apreciación,
un toque, una nota, dada desde el exterior por
gente que no com prendía de qué se trataba
ese último refinamiento de la moral del amo.
¿Qué puede tener esto que ver con la idea que
se hace el burgués acerca del placer y, además,
de la realidad?
Sea como fuere, de la insistencia con la que
el inconsciente nos entrega lo que formula,

33
JACQUES LACAN

resulta lo siguiente: si acaso nuestra interpre­


tación solo tiene como sentido hacer n o tar
lo que el sujeto encuentra, entonces, ¿qué
encuentra? Nada que no deba catalogarse en
el registro del goce. Este es el tercer punto.
Cuarto punto. ¿Dónde yace el goce? ¿Qué
hace falta ahí? Un cuerpo. Para gozar hace
falta un cuerpo. Hasta aquellos que hacen una
prom esa de Beatitudes eternas solo pueden
hacerlo suponiendo que el cuerpo es su sopor­
te. Glorioso o no, ahí debe estar. Hace falta un
cuerpo. ¿Por qué? Porque la dim ensión del
goce para el cuerpo es la dimensión del des­
censo hacia la muerte.
Por otra parte, es en esto en lo que el
principio de placer anuncia que desde aquel
m om ento Freud sabía bien lo que decía. Si lo
leen con cuidado, verán allí que el principio
de placer no tiene nada que ver con el hedo­
nismo, aunque nos haya sido legado por la
más antigua tradición. En verdad, es el princi­
pio de displacer, a punto tal que al enunciarlo,
Freud derrapa a cada paso. Nos dice: ¿en qué
consiste el placer?, y responde: en bajar la ten­
sión. Pero al contrario, ¿por qué se goza si no
es porque se produce una tensión? Este es el

34
SABER, IGNORANCIA, VERDAD Y GOCE

principio mismo de todo lo que dene el nom­


bre de goce.
Por eso, m ientras recorre el cam ino de
Jenseits des Lustprinzips, del “Más allá del prin­
cipio de placer”, ¿qué nos enuncia Freud en
el “Malestar en la cultura” si no es que, muy
probablem ente, mucho más allá de la llamada
represión social, debe haber una represión -lo
escribe textualm ente- orgánica?
Es una lástima que haya que tomarse tanto
trabajo para cosas que resultan tan evidentes.
La dimensión en la cual el ser hablante se dis­
tingue del animal es ciertam ente que hay en
él ese hiato por donde se perdería, por donde
le estaría permitido operar sobre el o los cuer­
pos, sea el suyo o el de sus semejantes, o el de
los animales que lo rodean, para hacer surgir,
en su propio beneficio o en el de ellos, lo que
se llama, para hablar con propiedad, el goce.
Los encaminamientos que acabo de subra­
yar, que van desde la descripción sofisticada
del principio de placer hasta el reconocimien­
to abierto de lo que concierne al goce fun­
dam ental, vuelven aún más extraño ver que
Freud recurre en aquel m om ento a eso que
designa como insünto de m uerte. No es que

35
JACQUES LACAN

esto sea falso, pero que sea dicho así, de una


m anera tan sabia, es precisamente lo que no
pueden tragarse de ningún m odo los sabios
que él engendró con el nom bre de psicoana­
listas.
La institución psicoanaíítica intern acio ­
nal se caracteriza por una larga cogitación,
una rum ia alrededor del instinto de m uerte.
Observen si no esos interm inables dédalos,
la m anera que tiene de partirse, de dividirse,
de repartirse -lo admite, no lo admite, llego hasta
aquí, no lo sigo hasta allá-. Antes bien que uti­
lizar un térm ino que parece elegido para dar
la ilusión de que algo fue descubierto en ese
campo que puede considerarse análogo a lo
que en lógica se llama u n a paradoja, resulta
sorprendente que Freud, si se tiene en cuenta
el camino que ya había trazado, no haya creí­
do necesario señalar de una m anera pu ra y
simple el goce. En el orden de la erotología,
este está verdaderam ente al alcance de cual­
quiera. Es verdad que en aquel tiem po las
publicaciones del Marqués de Sade estaban
m enos difundidas. Por esto mismo, creí que
debía m arcar en algún lugar de mis Escritos
-p a ra poner una fech a- la relación de Kant

36
SABER, IGNORANCIA, VERDAD Y GOCE

con Sade. ¿Por qué Freud procedió así? Creo


que después de todo hay una respuesta. No es
obligatorio que él, no más que cualquiera de
nosotros, haya sabido todo lo que decía. Pero
en lugar de contar tonterías sobre el instin­
to de m uerte primitivo, venido del exterior o
venido del interior, o retom ando del exterior
hacia el interior, y más tarde volcándose en
la agresividad y en la pelea, tal vez se habría
podido leer en el instinto de muerte de Freud
aquello que conduce a decir que, en suma, el
único acto —si hubiera uno que fuera un acto
logrado—sería, si pudiera serlo, el suicidio.
Entiéndase bien que hablo de un acto que
fuera logrado como el año pasado hablaba de
un discurso que no fuera del semblante. Tanto
en un caso como en el otro, no hay ni un tal
discurso ni un tal acto.
Esto es lo que Freud nos dice. No nos lo
dice así, en crudo, en claro, tal como podemos
decirlo ahora, una vez que la doctrina despe­
jó un poquito el camino, y sabemos que no
hay más acto que el fracasado e incluso que
esta es la única condición para un semblan­
te de logro. Por esto mismo el suicidio m ere­
ce u na objeción. No es necesario que quede

37
JACQUES LACAN

como tentativa para que de todos modos sea


fracasado, com pletamente fracasado desde el
punto de vista del goce. Quizás no sea así para
los budistas con sus bidones de nafta, porque
están a la orden del día.
No sabemos nada al respecto porque no
vuelven para dar testimonio.
El texto de Freud es un lindo texto. No
por nada nos trae el soma y el germen. El sien­
te, presiente, que ahí hay algo para profundi­
zar. En efecto, lo que se debe profundizar es
el quinto punto que enuncio este año en mi
seminario de este modo: no hay relación sexual.
Esto puede sonar un poco chiflado. Bas­
taría con echarse un buen polvo para dem os­
trarm e lo contrario. Lam entablem ente, eso
es algo que no dem uestra en absoluto nada
sem ejante porque la noción de relación no
coincide del todo con el uso metafórico que
se hace de este término a secas, relación, tuvie­
ron relaciones. No es del todo eso. Se puede
hablar seriam ente de relación no solo cuando
un discurso establece la relación sino cuando
además se enuncia la relación. Lo real está allí
antes de que lo pensemos, pero la relación, en
cambio, es m ucho más incierta. No solo hay

38
SABER, IGNORANCIA, VERDAD Y GOCE

que pensarla, sino también escribirla. Si no


son capaces de escribirla, no hay relación.
Sería quizá muy destacable si durante bas­
tante tiempo, como para que eso comience a
dilucidarse un poco, se verificara que es impo­
sible escribir lo que sería la relación sexual.
La cosa tiene su importancia porque justa­
mente, a través del progreso de lo que llama­
mos la ciencia, estamos llevando muy lejos un
montón de pequeños asuntos que se sitúan en
el nivel del gameto, del gen, de cierto núm ero
de elecciones, de selecciones, llámenselas como
se quiera, meiosis u otra cosa, y que parecen
esclarecer realm ente algo que sucede a nivel
del hecho de que la reproducción, al menos
en cierto sector de la vida, es sexuada. Pero
esto no tiene nada que ver con lo que atañe a
la relación sexual, por cuanto es muy cierto que
hay en el ser hablante, en torno a esta relación
en tanto basada en el goce, un abanico con un
despliegue absolutamente admirable.
Dos cosas fueron puestas de manifiesto por
Freud y por el discurso analítico.
Por una parte, está toda la gama del goce.
Todo lo que se pueda hacer cuando se trata
de m anera conveniente un cuerpo, incluso el

39
JACQUES LACAN

propio cuerpo, participa en cierto grado del


goce sexual. Solo que el goce sexual mismo,
cuando quieren ponerle la m ano encim a -si
puedo expresarm e así-, ya no es para nada
sexual, sino que se pierde.
En segundo lugar entra en juego todo lo
que se elabora con el térm ino falo. El mismo
designa cierto significado, el significado de
cierto significante totalm ente evanescente,
porque en cuanto a definir qué es el hom bre
o la mujer, el psicoanálisis nos m uestra que
eso es imposible. Hasta cierto grado nada indi­
ca especialm ente que sea hacia el partenaire
del otro sexo hacia donde deba dirigirse el
goce, aun si se lo considera, por un instante,
como el guía de la función de reproducción.
Nos encontramos ante el estallido de la
noción -digam os- de sexualidad. Sin duda algu­
na la sexualidad se encuentra en el centro de
todo lo que sucede en el inconsciente. Pero está
en el centro por cuanto es una falta. Es decir
que, en el lugar de sea lo que fuere que pudie­
ra escribirse de la relación sexual como tal, en
sustitución están los impasses engendrados por
la función del goce sexual, en la m edida en
que este aparece como el punto de espejismo

40
SABER, IGNORANCIA, VERDAD Y GOCE

que Freud mismo pone como ejemplo del goce


absoluto. Y es tan verdadero como no absoluto.
No lo es en ningún sentido, en prim er
lugar, porque como tal está destinado a esas
diferentes formas de fracaso que constituyen
para el goce masculino la castración, y para el
fem enino la división. Por otra parte, aquello
a lo que lleva el goce no tiene absolutamente
nada que ver con la copulación, en la medida
en que esta es el modo usual -digám oslo así,
aunque eso va a cam biar- por el cual se realiza
la reproducción en la especie del ser hablante.
En otros térm inos, hay una tesis: no hay
relación sexual, estoy hablando del ser hablan­
te. Hay una antítesis, que es la reproducción
de la vida. Este es un tema muy conocido y es
la bandera actual de la Iglesia católica, en lo
cual hay que reconocer su valentía. La Iglesia
católica afirma que hay una relación sexual,
aquella que culmina haciendo niñitos. Se trata
de una afirmación muy aceptable, solo que es
indemostrable. Ningún discurso puede soste­
nerla, salvo el discurso religioso, en la m edida
en que él define la separación estricta que hay
entre la verdad y el saber. En tercer lugar, no
hay síntesis, a menos que ustedes llamen sínte­

41
JACQUES LACAN

sis a esta observación de que el único goce que


hay es el de morir.

Tales son los puntos de verdad y de saber


en los que im porta acentuar lo que atañe al
saber del psicoanalista, con la salvedad de que
no hay ni un solo psicoanalista para quien esto
no sea letra muerta. En cuanto a la síntesis,
podem os confiar en ellos para sostener los
térm inos y verlos en un lugar com pletam en­
te diferente del instinto de m uerte. Como se
dice: Chassez le naturel, il revienl au galop.b
De todos modos, convendría darle su ver­
dadero sentido a esta vieja fórmula proverbial.
Hablemos de “lo natural”, que es todo lo
que se recubre con las vestiduras del saber,
y sabe Dios que eso no falta. El discurso uni­
versitario está hecho únicam ente para que el
saber sea u n a vestidura. El ropaje del que se

5. La exp resión francesa chassez. le naturel, il revienl au


galop sign ifica que n u n ca se p ie r d e n las m alas costu m ­
bres, las ten d en cias naturales. Su traducción aproxim ada
al castellano es “g e n io y figura hasta la sepultura". [N . de
la T.]

42
SABER, IGNORANCIA, VERDAD Y GOCE

trata es la idea de naturaleza. No va a desa­


parecer así nomás de la escena. No es que yo
intente sustituirla por otra. No se im aginen
que soy de aquellos que oponen la cultura a
la naturaleza, aunque más no sea porque la
naturaleza es precisamente fruto de la cultura.
Pero, en fin, para esta relación: saber/verdad, o
verdad/saber, como ustedes prefieran, ni siquie­
ra hemos empezado a tener ni el más mínimo
principio de adhesión, como tampoco para lo
que decimos sobre la medicina, la psiquiatría y
un m ontón de otros problemas.
Dentro de poco tiempo, antes de cuatro o
cinco años, vamos a estar sumergidos en proble­
mas segregativos a los que estigmatizaremos con
el término racismo. Todos esos problemas resul­
tan del control de lo que sucede en el nivel de la
reproducción de la vida en seres que, en razón
de que hablan, se encuendan con todo tipo de
problemas de conciencia. Es inaudito que toda­
vía no se hayan dado cuenta de que los proble­
mas de conciencia son problemas de goce.
Pero, en fin, estos problemas recién esta­
mos em pezando a poder decirlos. No hay nin­
guna seguridad de que esto tenga la m enor
consecuencia, puesto que sabemos que la

43
JACQUES LACAN

interpretación requiere, para ser recibida, eso


que al comienzo llamé un trabajo. El saber es
del orden del goce. No vemos en absoluto por
qué cambiaría de lecho. Si la gente denuncia
eso que llaman intelectualización es simple­
m ente porque está acostumbrada, p o r expe­
riencia, a darse cuenta de que no es en abso­
luto necesario ni en absoluto suficiente com­
prender algo para que algo cambie.
La cuestión del saber del psicoanalista no
es de ningún m odo saber si eso se articula o
no, sino saber en qué lugar hay que estar para
sostenerlo. A este respecto, intentaré darles
una indicación a la que no sé si voy a lograr
dar una formulación transmisible.
La cuestión es saber lo que la ciencia - a la
que el psicoanálisis, así como en la época de
Freud, no puede más que escoltar- llega a
alcanzar de aquello que concierne a lo real.
La potencia de lo simbólico no necesita ser
demostrada, porque es la potencia misma. No
hay en el m undo ninguna huella de poten­
cia anterior a la aparición del lenguaje. En
lo que Freud bosqueja de la época anterior a
Copérnico, él se imagina que el hom bre era
muy feliz por estar en el centro clel universo

44
SABER, IGNORANCIA, VERDAD Y GOCE

y creerse el rey del mismo. Esto es una ilusión


absolutam ente extraordinaria. Si el hom bre
tenía alguna idea sobre las esferas celestes
era precisamente porque allí se encontraba la
última palabra del saber. ¿Quién sabe algo en
el mundo? Las esferas etéreas. Ellas sí saben.
Hizo falta tiempo para que eso fuera supera­
do. Por eso el saber está asociado desde los
orígenes a la idea de poder.
La pequeña nota que se encuentra en el
dorso del grueso volumen de mis Escritos invoca
las Luces. ¿Por qué no admitirlo?, soy yo quien
la escribió. ¿Quién otro sino yo hubiera podi­
do hacerlo? Se reconoce mi esdlo, y está muy
bien escrita. Las Luces tardaron cierto tiempo
en elucidarse. En un prim er tiempo, fallaron su
intento. Pero en fin, así como el Infierno, esta­
ban sembradas de buenas intenciones.
Contrariam ente a todo lo que se dijo, las
Luces tenían como finalidad enunciar un
saber que no fuera un hom enaje a ningún
poder. Sin em bargo, lam entam os ten er que
constatar que aquellos que se dedicaron a esta
tarea se encontraban un poco demasiado en
posición de lacayos con respecto a cierto tipo
de amos, los nobles de la época -d e b o decir

45
w

jACQUES LACAN

que bastante felices y prósperos-, como para


poder desem bocar de cualquier m anera en
algo diferente de la famosa Revolución Fran­
cesa, que tuvo el resultado que ustedes cono­
cen, a saber, la instauración de una raza de
amos más feroz que todo lo que se había visto
en acción hasta entonces.
Desde cierta perspectiva, que no califica­
ría com o progresista, el psicoanalista podría
transportar un saber que nada puede hacer, e!
saber de la impotencia.
Para ponernos a tono con la huella en la
que espero continuar mi discurso este año,
les voy a dar la primicia -p a ra que se les haga
agua la boca- del título del seminario que voy
a dictar en el mismo lugar que el año pasado,
gracias a algunas personas que se ocuparon de
preservárnoslo.
Se escribe así: para empezar, tres puntos.
Luego u n a o y una u. En el lugar de los tres
puntos pongan lo que quieran, lo dejo librado
a su meditación. Este ou [o] es lo que se llama
vel o aut en latín. Se le agrega pire [peor]. Y de
esto resulta ...ou pire [o p eo r].

4 de noviembre de 1971

46
De la incomprensión
y otros temas
o que hago con ustedes esta noche evi­

L dentem ente no es lo que me propuse


dar este año como paso siguiente de
mi seminario. Será, como la última vez, una
charla.
Todos saben, aunque muchos lo ignoren,
de la insistencia que pongo en las entrevistas
preliminares al análisis, ante aquellos que me
piden consejo. No hay entrada posible en el
análisis sin entrevistas preliminares. Esto acer­
ca la relación que existe entre esas entrevistas
y lo que voy a decirles este año en mi semina­
rio, salvo que, dado que soy yo quien habla,
soy yo quien se encuentra aquí en la posición
de analizante.
Podría haber tomado muchos otros sesgos
pero, a fin de cuentas, siempre es a últim o
m om ento cuando sé qué elijo decir.

49
JACQUES LACAN

Para la charla de hoy, me pareció una oca­


sión propicia una pregunta que me fue plan­
teada ayer por alguien de mi Escuela, una de
esas personas que se toman un poco a pecho
su posición. La voy a repetir textualmente: ¿la
incomprensión de Lacan es un síntoma?
Esta pregunta tiene para m í la ventaja de
hacerme entrar de inmediato en el meollo del
tema, lo que me ocurre rara vez, porque en
general me acerco con pasos prudentes.

Le perdono fácilmente a esta persona que


haya puesto mi nom bre -lo que se explica por
el hecho de que estaba frente a m í- en lugar
de lo que hubiera correspondido, esto es, mi
discurso. Como verán, no me escabullo, lo
llamo mi. Veremos luego si este mi m erece
ser mantenido. ¿Qué importa? Lo esencial es
saber si la incom prensión de la que se trata,
así la llamen de u n modo o de otro, es un sín­
toma.
Yo no lo pienso así. No lo pienso, prim ero,
porque no puede decirse que mi palabra, que
después de todo tiene cierta relación con mi
discurso aunque no se confunda con él, sea
absolutamente incomprendida. Puede decirse,

50
D E LA I N C O M P R E N S I Ó N Y OTROS TEMAS

de un modo preciso, que la presencia num ero­


sa de ustedes es una prueba de ello. Sí mi pala­
bra fuera incomprensible, no veo muy bien
por qué serían ustedes tan numerosos, tanto
más cuanto que esta cantidad está constituida
en gran parte por gente que vuelve.
En lo que respecta al muestreo de opinio­
nes que me llegan, hay algunas personas que
se expresan de esta manera: no siempre com­
prenden bien o, al menos, tienen la impresión
de no com prender. Según uno de los últi­
mos testimonios que me llegaron, la persona
en cuestión, a pesar de que tenía un poco la
im presión de no captar, encontraba una ayuda
para orientarse en sus propias ideas, para acla­
rarse a sí misma en algunos puntos. Se puede
decir, entonces, que al menos en lo que con­
cierne a mi palabra, que evidentem ente se
debe distinguir del discurso, no hay lo que se
dice, en sentido estricto, incomprensión.
Aclaro de inm ediato que esta palabra es
u na palabra de enseñanza. En este caso, dife­
rencio la palabra del discurso. Como estoy
hablando en Sainte-Anne -y tal vez a través
de lo que dije la última vez se puede percibir
lo que esto significa para m í- elegí tom ar el

51
JACQUES LACAN

asunto en un nivel, digamos, elemental. Esto


es algo completamente arbitrario, pero es una
elección.
Cuando fui a la Sociedad de Filosofía para
presentar una com unicación sobre lo que
llamaba en esa época mi enseñanza, tom é el
mismo partido. Hablé como si me dirigiera a
gente muy rezagada. No lo estaban más que
ustedes, pero sobre todo se debía a la idea que
tengo de la filosofía. Y no soy el único. Uno
de mis muy buenos amigos que hizo reciente­
m ente u na comunicación en la Sociedad de
Filosofía me acercó un artículo sobre el fun­
dam ento de las matemáticas sobre el que le
hice notar que era de un nivel diez o veinte
veces más elevado que lo que él había dicho
en esa Sociedad. Me respondió que no debía
sorprenderm e, dadas las respuestas que había
obtenido. Como yo había recibido respuestas
del mismo tenor en el mismo lugar, eso fue lo
que me tranquilizó por haber articulado, en el
mismo nivel, algunas cosas que pueden encon­
trar en mis Escritos.
Por lo tanto, en algunos contextos, hay una
elección m enos arbitraria que la que yo sos­
tengo aquí. La sostengo aquí en función de

52
DE LA I N C O M P R E N S I Ó N Y OTROS TEMAS

elementos memorables relacionados con esto


que voy a decirles. Si en cierto nivel mi discur­
so perm anece aún incom prendido, digamos
que se debe a que durante mucho tiempo, en
cierto sector, estuvo prohibido. No prohibido
escucharlo, lo que habría estado al alcance
de muchos, como lo demostró la experiencia,
sino prohibido venir a escucharlo. Esto es lo
que nos va a perm itir diferenciar esta incom­
prensión de algunas otras. Existía una prohi­
bición y, a fe mía, que esta prohibición provi­
niera de una institución analítica es con segu­
ridad significativo.
¿Qué quiere decir significativo? No dije de
ningún inodo significante. Hay una gran dife­
rencia entre la relación significante/signifi­
cado y la significación. La significación es un
signo. Un signo no tiene nada que ver con un
significante. Un signo -desarrollo esto en un
rincón, en algún lado del último núm ero de
mi revista Scilicet-, u n signo es siempre, pense­
mos lo que pensemos, el signo de un sujeto.
¿Que se dirige a qué? Esto también está escrito
en ese Sálicet. No puedo extenderm e ahora al
respecto, pero ese signo de prohibición pro­
venía con seguridad de verdaderos sujetos,

53
JACQUES LACAN

en todos los sentidos de la palabra, de sujetos


que obedecen, en todo caso. Que se trate de
un signo proveniente de una institución analí­
tica es apropiado para permitirnos dar el paso
siguiente.
Si la pregunta me fue planteada en esta
forma es en función de lo siguiente: la incom­
prensión en psicoanálisis es considerada como
un síntoma. Esto es algo reconocido en el psi­
coanálisis, y también admitido generalm ente.
Lo es a tal punto que ha pasado a la concien­
cia com ún. Cuando digo que es algo admiti­
do generalm ente, es más allá del psicoanáli­
sis, quiero decir del acto psicoanalítico. En la
m odalidad de la conciencia com ún las cosas
llegaron a tal punto que se oye decir Anda a
psicoanalizarte cuando la persona que lo dice
considera que la conducta de ustedes, o sus
palabras, son síntomas, como diría el señor
Perogrullo.
Les haré notar que, de todas maneras, en
este nivel, por este sesgo, síntoma tiene el senti­
do de valor de verdad. En esto, lo que pasó a la
conciencia com ún es más preciso, por desgra­
cia, que la idea que llegan a hacerse muchos
psicoanalistas. Digamos que son dem asiado

54
DE LA I N C O M P R E N S I Ó N Y OTROS TEMAS

pocos los que saben la equivalencia de síntoma


con valor de verdad.
Esto tiene u n a correspondencia histórica
que dem uestra que el sentido del térm ino sín­
toma fue descubierto, denunciado, antes de
que el psicoanálisis entrara en juego. Como
lo subrayo con frecuencia, esta equivalencia
es el paso esencial dado p o r el pensam iento
marxista.
Para traducir el síntom a en un valor de
verdad debemos palpar lo que supone como
saber en el psicoanalista e] hecho de que haga
falta que sea a sabiendas como él interprete.
Para abrir un paréntesis, señalo que este
saber le es presupuesto al analista, si puedo
decirlo así. Es lo que recalqué con el sujeto
supuesto saber como fundam ento de los fenó­
m enos de transferencia. Siem pre puse de
relieve que esto no entraña ninguna certeza
en el sujeto analizante de que su analista sepa
m ucho, bien lejos de esto. Lo que es perfec­
tam ente compatible con el hecho de que el
saber del analista sea considerado por el ana­
lizante como muy dudoso, lo que p o r otra
parte, con frecuencia, es el caso por razones
muy objetivas. En suma, los analistas no siem-

55
JACQUES LACAN

pie saben todo lo que deberían por la simple


razón de que a m enudo no hacen demasiado
esfuerzo. Esto no cambia en absoluto el hecho
de que el saber es supuesto a la función del
analista y que sobre esto reposan los fenóm e­
nos de transferencia.
CieiTo el paréntesis. Tenemos entonces el sín­
toma con su traducción como valor de verdad.
El síntom a es valor de verdad; lo recíproco
no es verdadero, el valor de verdad no es un
síntoma. Es bueno señalarlo en este punto en
razón de que la verdad no es algo cuya fun­
ción yo sostenga como aislable. Su función, y
especialmente allí donde se ubica, en la pala­
bra, es relativa. No es aislable de otras fun­
ciones de la palabra. Razón de más para que
insista en esto: aun reduciéndola al valor, la
verdad no se confunde en ningún caso con el
síntoma.
Los prim eros tiem pos de mi en señ an ­
za giraron en torno a qué es el síntoma. En
efecto, los analistas estaban en tal nebulosa
en este punto que el síntoma se articulaba en
sus bocas como el rechazo de dicho valor de
verdad. Después de todo, tal vez se deba a mi
enseñanza que esto no se despliegue ya tan

56
D E LA I N C O M P R E N S I Ó N Y OTROS TEMAS

fácilmente. Pero la verdad no tiene ningnna


relación con la equivalencia, en un único sen­
tido, del síntom a con un valor de verdad. La
verdad hace entrar enjuego el ser del ente.
Lo llamo así porque estamos entre nosotros
y porque dije que era una charla. Lo llamo así
sin más, sin preocuparm e de que los términos
que impulso ya sean utilizados en lo más avan­
zado de la filosofía.
Digo el ser porque desde los tiempos en que
la filosofía viene dando vueltas en torno a cier­
tos puntos, creo que ya se da p o r sentado que
el ser hablante es por ser hablante -discúlpen­
me por el prim er ser- como llega al ser, en fin,
al menos tiene el sentimiento de ello. Natural­
mente, no llega, falla. Pero podemos decir que
esta dimensión del ser, que se abre de repen­
te, durante un buen tiempo sacó de quicio al
menos a los filósofos.
Sería un error ironizar, porque si sacó de
quicio a los filósofos es porque ellos sacan de
quicio a todo el mundo. Esto es lo que se seña­
la en la denuncia que hacen los analistas de
eso que llaman resistencia.
Si yo batallé durante toda una etapa de mi
enseñanza, de lo cual hay huellas en mis Escri­

57
JACQUES LACAN

tos, fue efectivamente para interrogarlos sobre


qué sabían de lo que hacían cuando introdu­
cían el ser de ese bendito ente del que hablan,
no del todo a tontas y a locas. De vez en cuan­
do llaman a esto el hombre, pero lo llaman así
cada vez menos desde que estoy entre aquellos
que em iten algunas reservas al respecto. Este
ser no tiene con respecto a la verdad ningún
tropismo especial. No digamos nada más.
Por lo tanto, el síntoma es valor de verdad.
Esta es la función que resulta cuando se intro­
duce, en cierto m om ento histórico que he
fechado suficientemente, la noción de síntoma.
El síntoma no se cura del mismo m odo en
la dialéctica marxista que en el psicoanálisis.
En el psicoanálisis se las tiene que ver con algo
que es la traducción en palabra de su valor de
verdad. Que esto suscite en el analista lo que
es sentido como un ser de rechazo no permite
en absoluto zanjar si ese sentim iento merece
de algún modo ser com alido, porque además,
en otros registros, precisamente el que evocaba
hace un rato, es por procedimientos completa­
m ente diferentes como debe ceder el síntoma.
No le estoy dando preferencia a ninguno
de esos procedim ientos, y esto m enos aún

58
D E LA I N C O M P R E N S I Ó N Y OTROS TEMAS

cuando quiero hacerles entender que hay otra


dialéctica que la que se im puta a la historia.
Entre las preguntas: ¿la incomprensión psi-
coanalítica es un síntoma? y ¿la incomprensión de
Lacan es un síntoma?, voy a ubicar una tercera:
¿la incomprensión matemática es un síntoma? Hay
gente, incluso jóvenes -porque esto solo tiene
interés entre los jóvenes-, en quienes existe esta
dimensión de la incomprensión matemática.
C uando nos interesamos en sujetos que
manifiestan incom prensión matemática, bas­
tante difundida todavía en nuestro tiempo, se
tiene el sentimiento -udlizo el térm ino senti­
m iento exactamente como lo hice recién para
aquello que los analistas denom inan resisten­
cia- de que esta proviene de algo así como
una insatisfacción, com o un desfase, algo
experim entado por el sujeto precisamente en
el manejo del valor de verdad.
Los sujetos que sufren de incom prensión
m atem ática esperan de la verdad más que
la reducción a esos valores que se llaman
deductivos, al m enos en los prim eros pasos
de la matemática. Las articulaciones llamadas
demostrativas parecen para ellos carentes de
algo que se sitúa precisamente en el nivel de

59
JACQUES LACAN

u n a exigencia de verdad. La bivalencia verda­


dero o falso los deja sin duda desconcertados,
y, digámoslo, con razón. Hasta cierto punto,
puede decirse que existe cierta distancia entre
la verdad y lo que podemos llamar la cifra.
La cifra no es otra cosa que lo escrito, lo
escrito de su valor. Que la bivalencia se expre­
se, según los casos, ya sea por 0 y 1 o por V y F,
el resultado es el mismo en razón de algo que
parece exigible para ciertos sujetos.
H abrán escuchado que hace un rato no
hablé para nada de algo que fuera un conte­
nido. ¿En nom bre de qué se lo llamaría con
este término? Puesto que contenido no quiere
decir nada mientras no se pueda decir de qué
se trata. U na verdad no tiene contenido. Una
verdad que se dice tal es verdad o bien es sem­
blante, diferenciación que no tiene nada que
ver con la oposición de lo verdadero y lo falso,
puesto que si es semblante, es precisamente
semblante de verdad.
La incom prensión m atem ática procede
justam ente de la cuestión de saber si verdad
o sem blante no son uno. Permítanm e que lo
plantee así, lo retom aré más profundam ente
en otro contexto.

60
DE LA I N C O M P R E N S I Ó N Y OTROS TEMAS

En todo caso, en este punto, no es por


cierto la elaboración lógica que se hizo de las
matemáticas la que vendrá a oponerse. Ber-
trand Russell, por otra parte, se preocupó por
decir en sus propios térm inos que la mate­
m ática se ocupa de enunciados de los que
resulta imposible decir si tienen una verdad,
ni siquiera si tienen algún significado. Es un
m odo un poco exagerado de decir que toda la
preocupación que dedicó al rigor de la puesta
en forma de la deducción matemática segura­
mente se dirige a algo diferente de la verdad,
pero tiene una vertiente que sin em bargo
guarda relación con ella, sin lo cual no sería
necesario separarla de un modo tan contun­
dente.
Es seguro que, de m anera no idéntica a
la m atemática, la lógica se esfuerza precisa­
m ente en justificar la articulación matemáti­
ca con respecto a la verdad. En nuestra época
se afianza en una lógica proposicional que
sostiene -la verdad está planteada como un
valor que es la denotación de una proposi­
ción d ad a- que una proposición verdadera no
podría engendrar sino otra proposición verda­
dera.

61
JACQUES LACAN

Lo menos que se puede decir es que esto


parece muy extraño. De esta extraña genea­
logía de la implicación resulta, en efecto, que
lo verdadero, una vez alcanzado, de ningún
modo podría volverse falso por nada de lo que
él implica. Por mínimas que sean las probabi­
lidades de que una proposición falsa engen­
dre una proposición verdadera -lo que por el
contrario está totalm ente adm itido-, u n a vez
que se propone en esta vía, que según nos dicen
es sin retorno, no debería haber desde hace
m ucho tiempo más que proposiciones verda­
deras.
A decir verdad, semejante enunciado no
puede sostenerse ni un instante más que en
razón de la existencia de las matemáticas
independientem ente de la lógica. En algu­
na parte aquí hay un embrollo. Los mismos
matemáticos se sienten tan poco tranquilos
con respecto a esto que todo lo que estimuló
efectivamente la invesdgación lógica relativa a
las matemáticas partió de la idea de que la no
contradicción no bastaría para fundam entar la
verdad. Esto no quiere decir que la no conüa-
dicción no sea algo esperable y hasta exigible.
Pero lo seguro es que no es suficiente.

62
DE LA I N C O M P R E N S I Ó N Y OTROS TEMAS

Pero no avancemos más en el tema por esta


noche, puesto que solo se trata de una char­
la introductoria a un manejo del que precisa­
m ente me propongo mostrarles el camino en
mi seminario.
Este embrollo se presta a hacernos pensar
que el síntoma de la incomprensión matemáti­
ca, en suma, está condicionado por el am or de
la verdad hacia ella misma, si puedo decirlo así.
Esto es algo diferente de ese rechazo del
que hablaba hace un rato, incluso es lo con­
trario. Es un tropismo positivo para la verdad,
si puedo decirlo así, mientras que cierto modo
de exponer las matemáticas escamotea total­
m ente lo patético de la verdad. La presentan
de una m anera práctica, común, simple y ele­
mental, sin ninguna introducción lógica, de
m anera tal que la evidencia, como se dice,
perm ite escamotear muchos pasos. Los fenó­
menos de incom prensión se producen en los
jóvenes sin duda en razón de cierto vacío sen­
tido en lo que respecta a lo verídico de aque­
llo que se articula.
Estaríamos muy equivocados si pensáse­
mos que la matemática logró vaciar de pate­
tismo todo lo que concierne a la relación con

63
JACQUES LACAN

la veidad. No hay solo matemática elemental.


Conocem os bastante de historia para saber
la pena y el dolor que engendraron, cuando
fueron excogitados, los térm inos y las funcio­
nes del cálculo infinitesimal, e incluso poste­
riorm ente la regularización, la ratificación,
la logificación de esos mismos térm inos y de
esos mismos métodos, hasta la introducción
de un núm ero cada vez más elevado, cada vez
más elaborado, de lo que en ese nivel corres­
ponde llam ar maternas. Dichos maternas no
implican en absoluto una genealogía retrógra­
da, no implican ningún planteo posible para
el que hubiera que em plear el térm ino “his­
tórico”.
La matemática griega, por ejemplo, mues­
tra muy bien los puntos en los que, aun cuan­
do gracias a los procedim ientos llamados
exhaustivos tuvo la posibilidad de acercarse a
lo que se produjo en el m om ento del surgi­
miento del cálculo infinitesimal, sin embargo
no lo alcanzó, no franqueó el paso.
Si a partir del cálculo infinitesimal o, para
decirlo mejor, de su reducción perfecta, resul­
ta fácil ubicar y clasificar, pero a posteriori, en
qué estaban los procedim ientos de dem os­

64
DE LA I N C O M P R E N S I Ó N Y OTROS TEMAS

tración de la matemática griega y a la vez los


impasses que encontraban de entrada, no se
justifica en absoluto hablar del materna como
de algo que estaría separado de la exigencia
de verdad.
Innumerables debates, debates de palabras,
el surgim iento de nuevos maternas en cada
mom ento de la historia. Hablé implícitamente
de Leibniz y de Newton, pero pienso también
en aquellos que los precedieron con una auda­
cia increíble, en no sé qué factor de encuentro
o de aventura a propósito del cual se evoca el
térm ino proeza o golpe de suerte, como un
Isaac Barrow, por ejemplo.
Esto se renovó en un tiempo muy cercano
a nosotros con la efracción cantonaría, donde
nada está hecho para dism inuir lo que hace
un rato llamé la dim ensión patética, que en
Cantor llegó hasta la amenaza de locura. Tam­
poco creo que baste con decirnos que se debió
a las decepciones en su carrera, a la oposición,
incluso a las injurias que el susodicho Cantor
recibió de parte de los universitarios que rei­
naban en su época. No tenemos la costumbre
de considerar que la locura esté motivada por
persecuciones objedvas.

65
JACQUES LACAN

Por lo tanto, la incomprensión matemática


debe ser algo muy diferente de una exigencia
que resultaría de un vacío formal. A juzgar por
lo que ocurre en la historia de las matemáti­
cas, no es seguro que la incomprensión no se
genere en alguna relación entre el materna,
así sea el más elemental, con una dimensión
de verdad. Quizás sean los más sensibles quie­
nes menos com prenden.
Tenemos ya una indicación de esto en el
nivel de los diálogos socráticos -m e refiero a
lo que nos queda de ellos, a lo que de ellos
podem os su p o n e r-. Después de todo, tal
vez haya gente para quien el encuentro con
la verdad desem peñe el papel que dichos
griegos tom aban de una m etáfora, tenga el
mismo efecto que el en cuentro con el pez
torpedo: los aletargue. Esta idea proviene del
aporte, sin duda confuso, de u n a m etáfora,
pero para esto sirve u n a metáfora, para hacer
surgir un sentido que sobrepasa en m ucho
los medios. El pez torpedo, y luego quien lo
toca y se cae redondo, es evidentem ente, sin
que se lo sepa todavía en el m om ento en que
se hizo la m etáfora, el encuentro en tre dos
campos no acordes entre sí, campo está toma­

66
DE LA I N C O M P R E N S I Ó N Y OTROS TEMAS

do aquí en el sentido propio de campo magné­


tico.
Les haré notar que lo que acabamos de
abordar desemboca en el térm ino campo, y
este es el térm ino que utilicé cuando dije
“Función y campo de la palabra y del len­
guaje”. El campo está constituido por lo que
llamé el otro día lalengua. Considerar que este
campo constituye la clave de la incomprensión
es precisam ente lo que nos perm ite excluir
cualquier psicología.
Los campos de los que se trata están consti­
tuidos por lo real, tan real como el pez torpe­
do y el dedo del inocente que acaba de tocar­
lo. El materna, aunque lo abordem os por las
vías de lo simbólico, no deja de ser real.

La verdad en ju eg o en el psicoanálisis es lo
que por medio del lenguaje, quiero decir, por
la función de la palabra, toca un real.
Sin em bargo, se trata de una perspectiva
que no es en modo alguno de conocimiento,
sino más bien, diría, de algo como la induc­
ción, en el sentido que tiene este térm ino en
la constitución de un campo. Se trata de la
inducción de algo que es totalmente real, aun­

67
JACQUES LACAN

que nosotros no podamos hablar de eso sino


como de significantes, quiero decir que no
tiene otra existencia más que significante.
¿De qué estoy hablando? Pues bien, de nin­
guna otra cosa sino de lo que se llama en len­
guaje corriente los hombres y las mujeres. No
sabemos nada real sobre esos hom bres y esas
mujeres como tales.
No se trata de perros ni de perras. Se trata
de qué son realm ente quienes pertenecen a
cada uno de los sexos a partir del ser hablan­
te. No hay aquí ni una sombra de psicología.
Hombres y mujeres, eso es real. Pero no somos
capaces de articular en lalengua ni lo más
mínimo que tenga la m enor relación con este
real. El psicoanálisis no deja de machacarlo.
Esto es lo que enuncio cuando digo que no
hay relación sexual para los seres que hablan.
¿Por qué? Porque su palabra, tal com o esta
funciona, depende, está condicionada como
palabra por lo siguiente: le está precisam en­
te prohibido funcionar de cualquier m anera
como palabra que le perm ita dar cuenta de
esa relación sexual.
En esta correlación no le estoy dando pri­
macía a nada. No digo que la palabra exista

68
DE LA I N C O M P R E N S I Ó N Y OTROS TEMAS

porque no hay relación sexual, sería totalmen­


te absurdo. Tampoco digo que no hay relación
sexual porque la palabra esté ahí. Pero cierta­
m ente no hay relación sexual porque la pala­
bra funciona en un nivel cuya preem inencia el
discurso psicoanalítico descubrió como siendo
específico del ser hablante en todo lo que con­
cierne al orden del sexo, a saber, el semblan­
te. Semblantes de hombres [ bonshommes] y de
mujeres [botines femnies\,1 como se decía des­
pués de la última guerra. No las llamaban de
otro modo: bonnes femmes. Como no soy exis-
tencialista, no lo diría exactamente así.
Sea como fuere, el hecho es que el ente
que m encionaba anteriorm ente habla, y el
goce, aquel que llamamos sexual, solo pro­
viene de la palabra, y debe distinguirse de la
relación sexual. Solo él determ ina en el ente
del que hablo aquello que se trata de obtener,
esto es, el acoplamiento. El psicoanálisis nos

1. El térm in o bonhomme d esign a cíe m anera fam iliar


“u n h o m b re ”; bonne fetnme, m anera tam bién fam iliar de
referirse a una mujer, p u ed e tener una co n n o ta ció n lige­
ram en te despectiva. [N. d e la T.]

69
JACQUES LACAN

confronta con esto, que todo depende de este


punto pivote llamado goce sexual.
Sin embargo, resulta que este no se puede
articular en un acoplam iento un poco fre­
cuente, o incluso fugaz, si no encuentra la cas­
tración, cuya única dimensión es la de lalen-
gua. Lo único que nos permite afirmarlo son
las palabras que recogemos en la experiencia
analítica.
La articulación de ese núcleo opaco llama­
do goce sexual en ese registro por explorar
llamado castración solo data de la emergencia
históricam ente reciente del discurso psicoa-
nalítico. Así pues, me parece que esto es algo
cuyo materna m erece que nos dediquem os
a formular. Q uerríam os que esto se pudiera
dem ostrar de otro modo que como algo pade­
cido, padecido como una especie de secreto
vergonzoso que, aunque haya sido publicado
por el psicoanálisis, sigue siendo tan vergon­
zoso, tan sin salida. Parecería que nadie se dio
cuenta de que la cuestión se encuentra en el
nivel de la dimensión cabal del goce, esto es, la
relación del ser hablante con su cuerpo, pues­
to que no hay otra definición posible del goce.
En la especie animal, ¿quién goza de su

70
DE LA I N C O M P R E N S I Ó N Y OTROS TEMAS

cuerpo, y de qué manera? Encontramos hue­


llas de esto en nuestros primos los chim pan­
cés, que se despiojan uno al otro dando señas
de un vivo interés. ¿A qué se debe que en el
ser hablante la relación con el goce sea mucho
más elaborada? El psicoanálisis descubrió que
eso se debe a que el goce sexual emerge antes
que la m aduración del mismo nom bre. Esto
parece alcanzar para que sea infantil todo lo
que concierne al abanico, reducido sin duda,
pero variado, de los goces calificados como
perversos.
Esto tiene estrecha relación con ese enig­
ma que hace que no sea posible proceder con
aquello que parece directam ente vinculado a
la operación a la que supuestamente apunta el
goce sexual y embarcarse en la vía de la copula­
ción, cuyos caminos sostiene la palabra, sin que
esta se articule como castración. No fue antes
de u n ... —no quiero decir un intento, porque
como Picasso decía No busco, encuentro, yo No
intento, concluyo- cuando concluí que el punto
clave, el punto nodal, era lalengua y, en el
campo de lalengua, la operación de la palabra.
No existe una interpretación analítica que
no esté dirigida a atribuir a cualquier propo­

71
JACQUES LACAN

sición que encontram os su relación con un


goce. ¿Qué quiere decir el psicoanálisis? Que
en esta relación con el goce la palabra es la
que garantiza la dimensión de verdad. Pero
además, nada es menos seguro que el hecho
de que la palabra pueda decirla com pleta­
m ente. No puede más que m ediodecir esta
relación, como m e expreso, e inventar un
semblante, el semblante de lo que se llama un
hom bre o una mujer.
Se hace algo con eso, pero no se puede de­
cir casi nada. Según parece, no se puede decir
mucho sobre el tipo.

H ará unos dos años, en la vía que intento


trazar, llegué a articular lo que concierne a los
cuatro discursos.
Esos discursos no son discursos históricos,
no se trata de mitología, de la nostalgia de
Rousseau, o incluso del neolítico. Esas son
cosas que solo interesan al discurso universi­
tario. Este discurso nunca está tan bien como
en el nivel de los saberes que ya no quieren
decir nada para nadie, porque el discurso uni­
versitario se constituye haciendo del saber un
semblante.

72
DE LA I N C O M P R E N S I Ó N Y OTROS TEMAS

Estos cuatro discursos constituyen de


m anera tangible algo real. En esa relación de
frontera entre lo simbólico y lo real, ahí vivi­
mos, viene al caso decirlo.
El discurso del am o se mantiene todavía y
más aún. Ustedes lo pueden ver con suficiente
claridad como para que no me sea necesario
indicarles lo que habría podido hacer si eso
m e hubiera divertido, esto es, si yo buscara la
popularidad.
Les habría m ostrado la pequeña vueltita
que en alguna parte lo convierte en el discur­
so del capitalista. Es exactam ente el mismo
asunto, con la salvedad de que está m ejor
hecho, funciona mejor, los embauca más. De
todos modos, ustedes ni se dan cuenta. Pasa lo
mismo con el discurso universitario, están ahí
metidos hasta el cuello creyendo que provo­
can la conmoción de mayo.2
Ni hablem os del discurso histérico, es el
propio discurso científico. Es muy im portante

2. L'énwi de Mai, expresión en la que resuena la h om o-


fo n ía en tre l'émoi [c o n m o ció n ], le tnois [el m es], les muis
[los y o e s]. Referencia al mayo francés d el ’68. [N . d e la T.]

73
JACQUES LACAN

conocerlo para hacer pequeños pronósticos.


Esto no disminuye en nada los méritos del dis­
curso científico.
Si hay algo seguro es que pude articular
estos tres discursos en una especie de materna
solo porque surgió el discurso analítico. Cuan­
do hablo del discurso analítico no les estoy
hablando de algo del orden del conocimiento.
Hace mucho tiempo que se podría haber visto
que el discurso del conocimiento es una metá­
fora sexual y haberle atribuido su consecuen­
cia, a saber, que, puesto que no hay relación
sexual, tam poco hay conocim iento. Hemos
vivido durante siglos con una mitología sexual
y, por supuesto, una buena parte de los analis­
tas no quiere más que deleitarse con esos esti­
mados recuerdos de una época inconsistente.
Pero no se trata de eso. “Lo dicho, dicho está”,
escribí en la prim era frase de algo que estoy
excogitando para entregárselo más adelante.
Lo que está dicho es de hecho, del hecho de
decirlo.
Pero hay un escollo. Todo el escollo está
ahí, todo sale de ahí. Es eso que llamo l ’hacosa
[ Chachóse] -puse una hache delante para que
vean que hay un apóstrofo, pero no debería

74
DE LA I N C O M P R E N S I Ó N Y OTROS TEMAS

ponerla, debería llamarse l ’acosa [ l ’achosé]—. En


síntesis, el objeto a.
El objeto a por cierto es un objeto, pero
solamente en el sentido de que sustituye defi­
nitivamente a toda noción de objeto como sos­
tenida por un sujeto. No se trata de la relación
llamada de conocimiento. Cuando se lo estu­
dia en detalle, resulta bastante sorprendente
observar que en esa relación de conocimiento
se las arreglaron de modo tal que uno de los
términos, el sujeto en cuesüón, no fuera más
que la sombra de una sombra, un reflejo eva­
nescente. El objeto a solo es un objeto en el
sentido de que está ahí para afirmar que nada
en el orden del saber deja de producirlo. Esto
es algo com pletamente diferente a conocerlo.
Para que haya alguna chance de analis­
ta hace falta que cierta operación que llama­
mos experiencia analítica haya hecho llegar
el objeto a al lugar del semblante. No podría
ocupar este lugar si los otros elementos reduc-
tibles en una cadena significante no ocuparan
los otros. Si el sujeto, y lo que llamo el signi­
ficante amo, y lo que designo como cuerpo y
como saber, no estuvieran repartidos en las
cuatro puntas de un tetraedro -q u e para tran­

75
JACQUESLACAN

quilidad de ustedes dibujé en el pizarrón con


la forma de vectores que se cruzan en el inte­
rior de un cuadrado al que le falta un lado-,
resulta evidente que no habría en absoluto dis­
curso.

Digo que lo que define un discurso, lo que


lo opone a la palabra, en la perspectiva del
hablante, es que lo determ ina lo real. Esto es
el materna. El real del que hablo es absoluta­
m ente inabordable salvo por una vía matemá­
tica. Para situarlo no hay otro camino más que
el últim o en llegar de los cuatro discursos, el
que defino como el discurso analítico. De una
m anera de la que sería excesivo decir que es
consistente, puesto que se trata por el contra­
rio de una brecha, y particularmente la que se
expresa en la temática de la castración, ese dis­
curso perm ite ver dónde se afirma el real del
que se sostiene como discurso.

76
DE LA I N C O M P R E N S I Ó N Y OTROS TEMAS

En conformidad con todo lo que es admiti­


do en el análisis, el real del que hablo es que
nada de lo que parece ser la finalidad del goce
sexual, esto es, la copulación, está garantizado
sin esos pasos percibidos muy confusam ente
pero jamás despejados en una estructura com­
parable a la de una lógica, que constituyen lo
que se llama la castración.
Precisamente en esto el esfuerzo lógico de­
be ser un m odelo para nosotros, incluso una
guía. Y no me hagan hablar de isomorfismo.
Q ue haya un buen picaro en la universidad
que encuentre que mis enunciados acerca de
la verdad, el semblante, el goce y el plus-de-
gozar serían formalistas, y hasta herm enéuti-
cos, ¿por qué no? Se trata más bien de lo que
se llama en matemáticas -e s un hallazgo- una
operación generatriz.
Intentarem os este año, y en otro lugar que
aquí, acercarnos prudentem ente, de lejos y
paso a paso, a aquello de lo que se trata. No
hay que esperar demasiado que se produzcan
destellos, pero eso ya va a venir.
El objeto a del que les hablé hace un rato
no es un objeto, es lo que perm ite hacer un
tetraedro con esos cuatro discursos, cada uno

77
JACQUES LACAN

a su m anera. Lo sorprendente es que los ana­


listas no puedan ver que el objeto o no es un
punto que se localiza en alguna parte en los
cuatro discursos que ellos form an juntos; es
la construcción, es el materna que perm ite
que esos cuatro discursos se construyan como
tetraedros.
La pregunta pues es esta: ¿Dónde los seres
acósicos, los a encarnados que somos todos por
diversos motivos, están más a m erced de la
incom prensión de mi discurso? La pregunta
puede ser planteada. Que esta incomprensión
sea un síntom a o que no lo sea es un asunto
secundario. Pero es muy cierto que, teórica­
mente, es en el nivel del psicoanalista donde
debe dom inar la incomprensión de mi discur­
so, justam ente porque es el discurso analítico.
Tal vez no sea el privilegio del discurso ana­
lítico. Después de todo, quien llevó más lejos
el discurso del amo antes de que yo trajera al
m undo el objeto a, y que por supuesto se equi­
vocó porque no conocía el objeto a, es Hegel,
para nom brarlo. Hegel siempre nos dijo que
si había alguien que no entendía nada del dis­
curso del amo era el amo, En lo cual se man­
tiene en la psicología, porque no hay amo,

78
DE LA I N C O M P R E N S I Ó N Y OTROS TEMAS

hay significante amo, y el amo lo sigue como


puede. Esto no favorece en absoluto la com­
prensión del discurso del amo por parte del
amo. En este sentido la psicología de Hegel es
exacta.
Igualmente, sería muy difícil sostener que la
histérica, en el punto en que se sitúa, es decir,
en el nivel del semblante, esté en el m ejor
lugar para com prender su discurso, si no, sería
innecesario el viraje del análisis. Ni hablemos
de los universitarios. Nunca nadie creyó que
tuvieran el atrevimiento de m antener una coar­
tada tan prodigiosamente manifiesta como lo
es todo el discurso universitario.
Entonces, ¿por qué los analistas tendrían el
privilegio de estar abiertos a lo que es el mate­
rna de su discurso? Al contrario, existen todas
las razones para que ellos se instalen en un
estatus del que sería interesante dem ostrar lo
que resulta en esas increíbles elucubraciones
teóricas que llenan las revistas del m undo psi-
coanalítico. Demostrarlo no es algo que pueda
hacerse en un día, pero voy a intentar decirles
en qué puede residir ese interés.
Hay que agotar nuestro tetraedro en todos
sus aspectos. Acabo de dar la indicación de

79
JACQUES LACAN

lo que podría ser el estatus del analista en el


nivel del semblante. No es menos im portante
articularlo en su relación con la verdad. Y lo
más interesante -viene al caso decirlo, es uno
de los únicos sentidos que puede darse al tér­
mino interés- es su relación con el goce, que
sostiene este discurso, que lo condiciona, que
lo justifica.

No quisiera term inar dándoles la im pre­


sión de que yo sé lo que es el hombre. Segu­
ram ente hay gente que necesita que les arroje
este pescadito. Después de todo, se lo puedo
arrojar porque esto no connota ningún tipo de
promesa de progreso ...o peor. Puedo decirles
que, muy probablem ente, lo que especifica a
esta especie animal es una relación totalmente
anómala y exü aña con su goce.
Eso podría tener algunas pequeñas prolon­
gaciones del lado de la biología, ¿por qué no?
Pero constato simplemente que los analistas
no le hicieron hacer el m enor progreso a la
referencia biologizante del análisis.
En cambio, del lado de los biólogos se vio
que sostenían una cosa increíble, en nom bre
de lo siguiente: ese goce rengo y tan am pu­

80
DE LA I N C O M P R E N S I Ó N Y OTROS TEMAS

tado, la castración misma, parece tener en el


hom bre cierta relación con la copulación, con
eso que biológicamente culmina en la conjun­
ción de los sexos, pero sin que esto condicione
absolutam ente nada en el semblante. Hubo
entonces biólogos que extendieron este punto
anóm alo, esta relación totalmente problemáti­
ca, a las especies animales y nos expusieron en
ellas la perversión. Hicieron un libraco sobre
esto que recibió enseguida el patrocinio favo­
rable de mi querido colega H enri Ey, de quien
les hablé la vez anterior con la simpatía que
habrán podido apreciar.
La perversión en las especies animales, ¿en
nom bre de qué? Las especies animales copu­
lan, ¿pero qué nos prueba que lo hagan en
nom bre de un goce cualquiera, perverso o no?
Sin duda hay que ser hom bre para creer que
copular hace gozar. Hay volúmenes enteros
que explican que algunos lo hacen con pin­
zas, con sus patitas, y tam bién están los que
m andan el esperm a al interior de la cavidad
central, como la chinche, creo, y entonces nos
adm iram os de cómo deben gozar con seme­
jan tes cosas. Si nosotros nos hiciéramos eso
con una jerin g a en el peritoneo, sería algo

81
JACQUES LACAN

voluptuoso. Con eso creen que construyen


cosas correctas, mientras que la prim era cosa
palpable es precisam ente la disociación del
goce sexual.
Resulta evidente que la cuestión es saber
de qué m anera lalengua, de la que p o r el
m om ento podemos decir que es correlativa de
la disyunción del goce sexual, tiene una rela­
ción evidente con algo real. Pero partiendo de
ahí, ¿cómo llegar a maternas que nos permitan
construir la ciencia? Esta es verdaderam ente la
cuestión, la única cuestión. ¿Qué tal si observa­
mos un poco más de cerca cómo está armada
la ciencia?
Intenten hacerlo, aunque sea una vez, con
u n a pequeñísim a aproxim ación: mi escrito
titulado “La ciencia y la verdad".
Había un pobre tipo, del que yo era hués­
ped en ese m om ento, que se puso como loco
cuando me escuchó hablar sobre el tema; des­
pués de todo ahí se ve bien que mi discurso
es com prendido. Fue el único que se molestó
m ucho. Es u n hom bre que dem ostró de mil
m aneras que no era alguien muy dotado. Yo
no tengo ningún tipo de pasión por los débi­
les mentales, en eso me diferencio de mi que­

82
DE LA I N C O M P R E N S I Ó N Y OTROS TEMAS

rida amiga Maud Mannoni. Pero como tam­


bién se encuentran débiles mentales en el Ins­
tituto, no veo por qué me conmovería.
En fin, “La ciencia y la verdad” intentaba
una pequeña aproxim ación a algo así. Des­
pués de todo, tal vez esta afamada ciencia esté
hecha con casi nada, en cuyo caso nos expli­
caríamos mejor cómo la apariencia, tan condi­
cionada como lalengua por un déficit, puede
llevar derecho a eso.
Pues bien, estas son las cuestiones que pro­
bablem ente abordaré este año. En fin, trataré
de hacer lo mejor, ...o peor.

2 de diciembre de 1971

83
Hablo a las paredes
o se sabe si la serie es el principio de

N lo serio. No obstante, me encuentro


frente a esta cuestión. Se me pre­
senta por el hecho de que evidentem ente no
puedo continuar aquí lo que en otro lugar se
define como mi enseñanza, lo que se llama
mi seminario, aunque más no sea porque no
todos están advertidos de que yo m anten­
go aquí una pequeña conversación p o r mes.
Como hay gente que se desplaza a veces desde
bastante lejos para seguir lo que digo en otro
lado bajo ese título de seminario, no sería
correcto continuar aquí.
Se trata de saber qué estoy haciendo aquí.
Esto no es realm ente lo que yo esperaba. Me
ha hecho cam biar de posición esta concu­
rrencia, que motiva que aquellos a quienes
en realidad convoqué para algo que se 11a-

87
JACQUES LACAN

m aba “El saber del psicoanalista” n o estén


del todo ausentes aquí, pero sí un poco per­
didos. No sé si al hacer alusión a mi semina­
rio hablo de algo que conozcan quienes están
aquí presentes.
Es necesario que consideren el hecho de
que, precisam ente, después de la últim a vez
abrí ese sem inario. Lo abrí, y si se está un
poco atento y se es riguroso, no es posible
decir que eso pueda hacerse de una sola vez.
Efectivamente hubo dos veces. Por eso mismo
puedo decir que lo abrí, porque si no hubie­
ra habido una segunda vez no habría una pri­
mera.

Esto tiene su interés para recordar algo que


introduje hace cierto tiempo con respecto a lo
que se llama repetición.
La repetición, evidentem ente, no puede
comenzar más que la segunda vez, que por lo
tanto resulta ser la que inaugura la repetición.
Es la historia del cero y del uno. Con el uno
solam ente no puede haber repetición, de tal
modo que para que haya repetición, para que
esto no quede abierto, tiene que haber una
tercera vez.

88
HABLO A LAS P A R E D E S

Es lo que aparentem ente se percibió a pro­


pósito de Dios. El recién em pieza con tres.
Llevó un tiem po darse cuenta, o bien se lo
sabía desde siem pre pero no fue advertido
porque después de todo, en este sentido, no
se puede estar seguro de nada. Pero, en fin,
mi querido amigo Kojéve insistía m ucho en la
cuestión de la Trinidad cristiana.
Sea como fuere, desde el punto de vista de
lo que nos interesa —y lo que nos interesa es
analítico- evidentemente hay un m undo entre
la segunda vez y lo que consideré que debía
subrayar con el térm ino Nachlrag, el a posteriari
[aprés-coup].
Son cosas que voy a intentar retom ar este
año en mi seminario. En esto hay un m undo
entre lo que aporta el psicoanálisis y lo que
aportó cierta tradición filosófica, que por cier­
to no es desdeñable, sobre todo cuando se
trata de Platón, que subrayó bien el valor de
la diada. Quiero decir que a partir de ella todo
se viene abajo. ¿Qué se viene abajo? Él debía
saber qué era, pero no lo dijo.
De todos modos, el segundo tiem po no
tiene nada que ver con el Nachtrag analítico.
En cuanto al tercero, cuya importancia acabo

89
JACQUES LACAN

de destacar, la cobra no solo para nosotros,


sino para Dios mismo.
Hace un tiempo insistí vivamente para que
todos fueran a ver cierta tapicería que estaba
expuesta en el museo de Artes Decorativos
y que era muy linda. Se veía allí al Padre, al
Hijo y al Espíritu Santo representados estric­
tam ente en una misma figura, la de un perso­
naje bastante noble y barbudo. Eran tres que
se miraban entre sí. Eso causa más impresión
que ver a alguien frente a su imagen. A partir
de tres, empieza a causar cierto efecto.
Desde nuestro punto de vista de sujetos,
¿qué podría empezar con tres para el mismo
Dios? Se trata de una vieja pregunta que plan­
teé tem pranam ente cuando comencé mi ense­
ñanza y después no retomé. Les diré de inme­
diato la respuesta: recién a p artir de tres él
puede creer en sí mismo.
Resulta bastante curioso que la pregunta
siguiente no haya sido nunca planteada, que
yo sepa: ¿cree Dios en sí mismo? Sería sin
embargo u n buen ejemplo para nosotros. Es
absolutamente sorprendente que esta pregun­
ta que planteé bastante tem prano, y que no
creo vana, no haya provocado aparentem ente

90
H A B L O A LAS P A R E D E S

ninguna inquietud, al menos entre mis corre­


ligionarios, quiero decir, en aquellos que se
form aron a la sombra de la Trinidad. Entien­
do que a los otros eso no les haya sorprendido,
pero estos verdaderam ente son incorreligiona-
bles.1 No hay nada que hacer con eso.
Sin em bargo, había ahí algunas personas
destacadas de la jerarq u ía llamada cristiana.
La cuestión que se plantea es la de saber sí es
porque están dentro por lo que no entienden
nada -m e cuesta creerlo- o, lo que es m ucho
más probable, si profesan un ateísmo bastante
integral como para que esta pregunta no les
haga ningún efecto. Esta es la solución p o r la
que m e inclino.
No se puede decir que esto sea lo que
llamé recién u na garantía de seriedad, por­
que este ateísmo puede no ser más que som­
nolencia, que es algo bastante extendido. En
otras palabras, no tienen ni la m enor idea de

1. El térm ino en francés es incareligionnibtes, e n el que,


a m o d o d e u n a “palabra-valija”, se p u ed en encontrar:
inconigibk [in corregib le], religión [religión] y coreligiimnai-
re [correligion ario]. [N. de la T.]

91
JACQUES LACAN

la dim ensión del medio en el cual hay que


nadar. Se m antienen a flote, que no es lo
mismo, gracias al hecho de que se tienen de
la mano. Hay un poema de Paul Fort que es
de ese estilo: Si todas las chicas del mundo se die­
ran la mano, etc., podrían dar la vuelta al mundo.
Es una idea loca porque, en realidad, las chi­
cas del m undo nunca pensaron en eso, pero
en cambio los muchachos, de los que también
habla, en esto sí se entienden. Se tienen todos
de la mano, más aún cuando, si no se tuvieran
de la mano, cada uno debería enfrentarse solo
con la chica, y eso no les gusta. Hace falta que
se tengan de la mano. En cuanto a las chicas,
es otro asunto. Ellas se entrenan para eso en
el contexto de ciertos ritos sociales -rem ítan­
se a Les Danses et IJgendes de la Chine ancienne
[Danzas y leyendas de la China antigua]-. Eso
es chic, incluso Che King -n o shocking-. Ese
libro fue escrito por alguien llamado Granet,
que poseía una clase de genio que no tenía
absolutam ente nada que ver con la etnología
-e ra indiscutiblem ente etn ó lo g o - ni con la
sinología -e ra indiscutiblem ente sinólogo-.
Planteaba entonces que, en la China antigua,
las chicas y los muchachos se enfrentaban en

92
HABLO A LAS PAREDES

igual núm ero. ¿Por qué no creerle? En la prác­


tica, por lo que sabemos en nuestros días, los
m uchachos se ju n tan en cierto núm ero, más
allá de la decena, por la razón que les expuse
hace un rato, porque encontrarse solo, cada
cual frente a su cada cuala -ya se los expli­
qué-, conlleva demasiados riesgos.
Para las chicas es diferente. Como ya no
estamos en la época del Che King, se agrupan
de a dos, hacen migas con una amiga hasta
que logran arrancar a u n chico de su banda.
Sí señores. Piensen lo que piensen, y por más
superficiales que les parezcan estas ideas, tie­
nen fundam ento, fundam ento en mi expe­
riencia de analista. Cuando lograron apartar
a un m uchacho de su banda, naturalm ente
dejan de lado a la amiga, que por otra parte
no se las arregla tan mal con esto,
Me dejé llevar un poco. ¡Pero dónde creo
que estoy! Esto se me fue presentando así,
poco a poco, a causa de Granet y esa historia
sorprendente acerca de la alternancia en los
poemas del Che King, del coro de muchachos
enfrentado al coro de chicas. Fue así como me
dejé llevar a hablar de mi experiencia analíti­
ca, sobre la que presenté un flash. Este no es

93
JACQUES LACAN

el fondo de las cosas. No es aquí donde expon­


go el fondo de las cosas. Pero, ¿dónde estoy,
quién me creo que soy para hablar del fondo
de las cosas? Casi creería que estoy con seres
hum anos, o incluso “hechos a m ano”.2 Sin
embargo, me dirijo a ellos de este modo.
En el fondo, lo que me motivó fue hablar
de mi seminario. Como quizás ustedes sean los
mismos, hablé como si les hablara a ellos, lo
que me llevó a hablar como si hablara de uste­
des, y, quién sabe, eso me llevó a hablar como
si les hablara a ustedes.
No era en absoluto mi intención, porque
si vine a hablar a Sainte-Anne fue para hablar
a los psiquiatras, y de m anera manifiesta uste­
des no son evidentem ente todos psiquiatras.
Pero, en fin, lo seguro es que se trata de un
acto fallido. Es un acto fallido que por lo tanto
en cualquier m om ento corre el riesgo de

2. Cousehumains. J u eg o d e palabras a partir d e etres


humains [seres h u m an os] y “cousu main" [textu alm en te:
cosid o a m a n o ], exp resión de la len gu a francesa qu e se
refiere a algo h e c h o con habilidad y p e r fec ció n , [N . d e
laT.]

94
HABLO A LAS PAREDES

ser logrado, es decir que podría ocurrir que


pese a todo le hable a alguien. ¿Cómo saber
a quién hablo? Sobre todo porque, a fin de
cuentas, ustedes cuentan en el asunto, por
más que me esfuerce en hacer abstracción de
cuántos son. Cuentan al m enos p o r cuanto
no estoy hablando donde contaba con hablar,
puesto que contaba con hablar en el anfitea­
tro Magnan y estoy hablando en la capilla.

[Ruido de petardos.]

¡Qué lío! ¿Escucharon?


¿Escucharon? Le hablo a la capilla. Esta es
la respuesta. Hablo a la capilla, es decir, a las
paredes.3 Cada vez más logrado, el acto falli­
do. Ahora sé a quién le vine a hablar, a lo que
siem pre hablé en Sainte-Anne, a los muros.
Hace una pila de años. De tanto en tanto
volví con algún pequeño título de conferencia

3. En francés, Parler aux murs equivale a la exp resión


“hablar a las paredes”. En adelante se conserva el térm ino
“m u r o ” para m an ten er la co h eren cia con lo qu e sigue de
la ch a rla . [N. d e la T.]

95
JACQUES LACAN

acerca de lo que enseño, y algunos otros, no


les voy a hacer la lista. Siempre les hablé a los
muros.
¿Quién tiene algo que decir?

Alguien del público: Deberíamos salir todos si


usted quiere hablarles a los muros.

¿Q uién me habla? A hora voy a p o d er


com entar lo siguiente: cuando hablo a los
muros se interesan algunas personas. Por esto
mismo pregunté recién quién hablaba. Es
cierto que en lo que se denom inaba un asilo,
en una época en que se era honesto, “el asilo
clínico”, como se decía, los muros, de todos
modos, no eran cualquier cosa.
Diré más: me parece que esta capilla es un
lugar extrem adam ente bien hecho para que
captemos de qué se trata cuando hablo de los
muros. Esta especie de concesión de la laici­
dad a los internados, una capilla con su guar­
nición de capellanes, no es que sea formidable
desde el punto de vista arquitectónico pero,
en fin, es una capilla con la disposición que
se espera de ella. Se olvida demasiado que el
arquitecto, por más esfuerzo que haga para

96
HABLO A LAS PAREDES

huirles, está hecho para eso, para construir


muros. Y los muros, a fe mía - a partir de lo
que hablaba hace un rato, tai vez el cristianis­
mo tiende demasiado hacia el hegelianismo-,
están hechos para rodear un vacío.
¿Cómo imaginar lo que llenaba los muros
del Partenón y de algunas otras bagatelas p o r
el estilo, de las que nos quedan algunos muros
derruidos? Es difícil saberlo. Lo cierto es que
de eso no tenemos absolutamente ningún tes­
timonio. Tenemos la impresión de que duran­
te todo ese período al que designamos con el
rótulo m oderno de paganismo, había cosas
que sucedían en diversas fiestas de las que se
conservó el nom bre porque había anales que
fechaban las cosas así: Fue en las grandes Panate-
neas donde Adimantoy Glaucón, etc., encontraron
al llamado Céfalo. ¿Qué pasaba ahí? Es absoluta­
m ente increíble que no tengamos ni la m enor
idea.
Por el contrario, en lo que respecta al
vacío, sí tenemos una y grande, porque todo
lo que nos fue legado por una tradición a la
que se llama filosófica le hace un gran lugar al
vacío. Hay incluso u n tal Platón que hizo girar
en torno de esto su idea del m undo, viene al

97
JACQUES LACAN

caso decirlo. Fue él quien inventó la caverna.


Hizo de ella u n a cámara oscura. Algo sucedía
en el exterior y todo eso, al pasar por un agu-
jerito, producía sombras. Tal vez tengamos ahí
un pequeño hilo, una pequeña huella. Mani­
fiestamente es una teoría que nos perm ite pal­
par de qué se trata el objeto a.
Supongan que la caverna de Platón sean
estos muros en los que se hace oír mi voz. Es
evidente que los muros me hacen gozar. Y en
esto gozan todos y cada uno de ustedes, por
participación. Verme hablando a los muros
es algo que no puede dejarlos indiferentes.
Reflexionen, supongan que Platón hubiera
sido estructuralista, se habría dado cuenta de
qué se trataba la caverna, a saber, que sin duda
es allí donde nació el lenguaje.
Hay que dar vuelta el asunto. Hace mucho
tiempo que el hom bre da vagidos como cual­
quier anim alito que chilla para ob ten er la
leche m aterna, pero necesita cierto tiempo
para darse cuenta de que es capaz de hacer
algo que, por supuesto, entiende desde hace
mucho, porque todo se produce en el parlo­
teo, en el balbuceo. Para elegir, tuvo que darse
cuenta de que las k resuenan mejor desde el

98
HABLO A LAS PAREDES

fondo, desde el fondo de la caverna, desde el


último muro, y que las by las p surgen mejor a
la entrada, es ahí donde escuchó su resonancia.
Esta noche me dejo llevar porque les hablo
a los muros. No vayan a creer que esto que les
digo quiere decir que no obtuve otra cosa de
Sainte-Anne.
A Sainte-Anne no llegué a hablar sino muy
tarde, quiero decir que no se me había ocu­
rrido antes, salvo para cum plir algunas tareas
m enores cuando era jefe de clínica. Relataba
algunas historias a los practicantes y fue inclu­
so ahí donde aprendí a ser cuidadoso con
las historias que cuento. Un día relaté la his­
toria de la m adre de un paciente, un encan­
tador homosexual al que yo analizaba, y que,
no pudiendo evitar lo que se veía venir, había
dado este grito: ¡Y yo que creía que él era impoten­
te! Cuento la historia y diez personas de la asis­
tencia -n o había solo practicantes- la recono­
cen de inmediato. No podía ser otra más que
ella. Se dan cuenta ustedes de lo que es una
persona mundana. Fue toda una historia natu­
ralm ente, porque me lo reprocharon, cuando
yo no había contado absolutamente nada más
que ese grito sensacional. Desde entonces, eso

99
JACQUES LACAN

me inspira m ucha prudencia para la com uni­


cación de casos, Pero, en fin, es otra vez una
pequeña digresión, retomemos el hilo.
Hice m uchas otras cosas en Sainte-Anne
antes de venir a hablar aquí, aunque más no
fuese venir a cumplir mi función, y en lo que
respecta a mi discurso, todo p arte de ahí.
Si bien les hablo a los muros, em pecé tarde.
M ucho antes de escuchar lo que ellos me
devuelven, esto es, mi propia voz predicando
en el desierto -esta es una respuesta a la perso­
na que hablaba de partir-, escuché cosas total­
mente decisivas, o al menos lo fueron para mí.
Pero este es mi asunto personal. Quiero decir
que la gente que está aquí, entre los muros, es
plenam ente capaz de hacerse oír a condición
de que haya orejas apropiadas.
En resum en, para rendirle un hom enaje
por algo a lo que ella personalm ente es ajena,
todos saben que fue por esta enferm a a la que
designé con el nom bre de Aimée, que p o r
supuesto no era el suyo, por la que fui atraído
por el psicoanálisis.
Por supuesto que no fue ella solam ente.
H ubo algunos otros antes, y además hay toda­
vía unos cuantos a quienes dejo la palabra. En

100
HABLO A LAS P A R E D E S

eso consiste lo que se llama mi presentación


de enferm os, esta especie de ejercicio que
consiste en escuchar a los pacientes, algo que
evidentem ente no les ocurre con m ucha fre­
cuencia. Cuando lo hablo después con algunas
personas que estaban allí para acom pañarme
y captar lo que podían, me ocurre que de eso
aprendo. Después, no de inmediato. Evidente­
mente, hace falta armonizar la voz para reen­
viarla a los muros.

Lo que intentaré cuestionar este año en


mi seminario va a girar en torno a la relación
del psicoanálisis con la lógica, a la que otorgo
m ucha importancia.
Aprendí muy temprano que la lógica podía
volver a la gente odiosa. Era en una época en
la que tenía afición por cierto Abelardo, atraí­
do sabe Dios por qué. No puedo decir que
la lógica me haya vuelto a mí absolutamente
odioso para nadie, salvo para algunos psicoa­
nalistas. Quizá sea porque logro limitar seria­
m ente su sentido
Llego a eso tanto más fácilmente que no
creo en absoluto en el sentido com ún. Hay
sentido, pero no lo hay en común. Probable­

101
JACQUES LACAN

m ente no haya ni uno solo entre ustedes que


me entienda en el mismo sentido. Por otra
parte, m e esfuerzo para que el acceso a ese
sentido no sea demasiado cómodo, de m odo
que ustedes deban poner algo de su parte, lo
que es u na secreción saludable y hasta tera­
péutica, Secreten sentido con fuerza y verán
cuánto más cómoda se vuelve la vida.
Fue así como me di cuenta de la existen­
cia del objeto a, del que cada uno de ustedes
tiene el germ en en potencia. Lo que consti­
tuye su fuerza y al mismo tiempo la fuerza de
cada uno de ustedes en particular es que el
objeto a es totalm ente ajeno a la cuestión del
sentido. El sentido es un pintarrajo añadido
a este objeto a con el cual cada uno tiene su
ligazón particular.
Esto no tiene nada que ver ni con el sen­
tido ni con la razón. El tema a la o rden del
día es que muchos piensan en reducirlo a la
réson. D énm e el gusto, escriban r.é.s.o.n.4 Es
una grafía de Francis Ponge. Siendo un poeta,

4. H ay h o m o fo n ía en tre réson, derivad o d e l verb o


résonner [reson ar], y raison [razón ]. [N . d e la T.]

102
H A B L O A LAS P A R E D E S

y siendo lo que es, un gran poeta, no debemos


dejar de tom ar en cuenta, en esta ocasión, lo
que nos dice. El no es el único. Es un asunto
muy im portante que, por fuera de este poeta,
solo vi formulado seriamente en el nivel de los
matemáticos, y es saber que la razón, de la que
p or el m om ento nos contentam os con captar
que ella parte del aparato gramatical, tiene
que ver con algo, no quiero decir intuitivo, ya
que sería caer en la pendiente de algo visual,
sino con algo resonante.
¿Acaso lo que resuena es el origen de la
res, con lo que se hace la realidad? Es una pre­
gunta que concierne a todo lo que se puede
extraer del lenguaje a título de lógica. Todos
saben que esta no alcanza y que le hizo falta
desde hace algún tiem po poner en juego la
matemática; habrían podido verlo venir desde
hace rato, desde Platón precisam ente. Aquí
entonces se plantea la cuestión de dónde cen­
trar ese real al que la interrogación lógica nos
lleva a recurrir y que resulta estar en el nivel
matemático.
Hay matemáticos que dicen que de ningún
modo podemos orientarnos en esa conjunción
llam ada formalista, en ese punto de conjun­

103
JACQUES LACAN

ción matemático-lógico, que hay algo más allá,


a lo que después de todo no hacen más que
rendir hom enaje todas las referencias intui­
tivas de las que se creyó poder purificar a la
matemática. Se busca más allá a qué réson recu­
rrir para aquello que está en juego, esto es, lo
real.
No va a ser esta noche cuando pueda abor­
dar el asunto. Lo que puedo decir es que por
cierto sesgo que es el de una lógica pude -e n
un recorrido que partiendo de mi paciente
Aimée culminó en mi anteúltimo año de semi­
nario, al enunciar los cuatro discursos hacia
los que converge el tamiz de cierta actuali­
d ad - ¿hacer qué? Dar al menos la razón de los
muros.
En efecto, quienquiera que habite entre
estos muros, ios muros del asilo clínico, tiene
que saber que lo que sitúa y define al psiquia­
tra en tanto tal es su situación en relación con
estos muros, estos muros m ediante los cuales
la laicidad excluyó de ella la locura y lo que
esta quiere decir. Esto no se aborda más que
por la vía de un análisis del discurso.
A decir verdad, se hizo tan poco análisis
antes de mí que es válido decir que por parte

104
HABLO A LAS PAREDES

de los psicoanalistas nunca se hizo escuchar la


m enor discordancia con respecto a la posición
del psiquiatra. Sin embargo, está retom ado en
mis Escritos algo que planteé desde antes de
1950 con el título de “Acerca de la causalidad
psíquica”. Allí denunciaba toda definición de
la enferm edad mental que se escude en esta
construcción hecha a partir de un semblante
que, aunque se refiere al órgano-dinamismo,
no p o r eso deja enteram ente de lado aque­
llo que está en juego en la segregación de la
enferm edad mental, eso es, algo que es otra
cosa, que está ligado a cierto discurso, aquel
que señalo como el discurso del amo.
Además, la historia muestra que ese discur­
so vivió durante siglos de una m anera prove­
chosa para todo el m undo hasta que en cierto
desvío, en razón de un deslizamiento ínfimo
que pasó inadvertido para los mismos intere­
sados, se convirtió en el discurso del capitalis­
mo, del que no tendríamos ni la m enor idea
si Marx no se hubiera dedicado a com pletar­
lo, a darle su sujeto, el proletario, gracias a lo
cual el discurso del capitalismo se expande
dondequiera que reine la forma de Estado
marxista,

105
JACQUES LACAN

Lo que distingue al discurso del capitalis­


mo es la Verwerjüng, el rechazo hacia afuera de
todos los campos de lo simbólico, con las con­
secuencias que ya dije. ¿El rechazo de qué? De
la castración. Todo orden, todo discurso, que
se em parente con el capitalismo deja de lado,
amigos míos, lo que llamaremos simplemen­
te las cosas del amor. Ya ven, ¡eh! No es poca
cosa.
Por eso, dos siglos después de ese desliza­
m iento, nom brém oslo, calvinista -¿ p o r qué
no?-, la castración hizo su entrada im petuo­
sa, bajo la forma del discurso analítico. Natu­
ralm ente el discurso analítico todavía no fue
capaz de darle ni siquiera un esbozo de articu­
lación pero, en fin, multiplicó su metáfora y se
dio cuenta de que todas las metonimias prove­
nían de ahí.
En consideración a esto, e incitado por una
especie de rum or que se había producido en
algún lugar por el lado de los psicoanalistas,
fui llevado a introducir lo que era evidente en
la novedad psicoanalítica, esto es, que se trata­
ba de lenguaje, y que era un discurso nuevo.
Como finalm ente les dije, el psicoanalista
hace de objeto a en persona. No puede siquie­

106
HABLO A LAS PAREDES

ra decirse que el psicoanalista se dirija a esa


posición, sino que es llevado ahí por su anali­
zante. La pregunta que planteo es: ¿cómo un
analizante puede tener ganas alguna vez de
volverse psicoanalista? Es algo impensable, lle­
gan a eso como las bolitas de algunos juegos
de trictracP que ustedes conocen, que term inan
cayendo en esa cosa. Llegan ahí sin tener ni la
m enor idea de lo que les ocurre. Finalmente,
una vez que están ahí, ahí están y, pese a todo,
en ese momento, algo se despierta. Es po r este
motivo por lo que propuse su estudio.
Sea como fuere, en la época en que se pro­
dujo ese torbellino entre las bolitas, no les
puedo decir con qué alegría escribí “Función y
campo de la palabra y del lenguaje...”. ¿Cómo
fue que acepté, entre tantas otras cosas sensa­
tas, un exergo de tipo cantinela que encontra­
rán en la tercera parte? Hasta donde recuer­
do, es algo que había encontrado en un alma­
naque que se llamaba París en el año 2000. No
le falta talento, aunque nunca más hayamos
escuchado el nom bre del tipo de quien cito el

5. Ju ego de mesa similar al backgammon. [N, d e la T.]

107
JACQUES LACAN

nom bre -soy honesto-, y que relata este asun­


to que cae como peludo de regalo en la histo­
ria de “Función y cam po...’’.

Entre el hombre y la mujer,


Está el amor.
Entre el hombre y el amor,
Hay un mundo
Entre el hombre y el mundo,
Hay un muro.

Como ven, había previsto lo que les iba a


decir esta noche, les hablo a los muros. Verán
que no tiene ninguna relación con el capítu­
lo que sigue. Pero no me pude resistir. Como
acá les hablo a los muros, no estoy dictando
un curso, entonces no les voy a decir lo que
en Jakobson basta para justificar que esos seis
versos de m orondanga sean de todos modos
poesía. Es poesía proverbial, porque ronronea:

Entre el hombre y la mujer,


Está el amor.

¡Pero por supuesto!, si es lo único que hay, y:

108
HABLO A LAS P A R E D E S

Entre el hombre y el amor,


Hay un mundo

Cuando se dice Hay un mundo, eso quiere


decir Ustedes no lo lograrán nunca. Como quien
n o quiere la cosa, dice al comienzo: Entre el
hombre y la mujer, está el amor, quiere decir que
eso encaja. Un mundo queda flotando, pero
con Hay un muro, ahí sí ustedes com prenden
que entre quiere decir interposición. Porque es
muy am biguo el entre. En otro lugar, en mi
seminario, hablaremos de la mesología. ¿Qué
es lo que cum ple función de entre? En esto,
nos encontram os en la am bigüedad poética
pero, reconozcámoslo, vale la pena.

Esto que acabo de dibujarles en el piza­


rrón, y que da vueltas, es una m anera com o

109
JACQUES LACAN

cu alq u ier o tra de re p re se n ta r la botella


de Klein. Es una superficie que tiene cier­
tas propiedad es topológicas sobre las que
podrán inform arse quienes no estén al tanto.
Se parece m ucho a una banda de Moebius,
esto es, eso que se hace torciendo sim ple­
m ente una tirita de papel y pegándola des­
pués de darle u n a m edia vuelta. Pero aquí
tenemos un tubo. Un tubo en el que en cierto
lugar se produce una inflexión. No les estoy
diciendo que esta sea la definición topológi-
ca de la cosa, es un m odo de im aginarlo que
ya utilicé bastante como para que una parte
de las personas que están aquí sepan de qué
hablo.
La hipótesis es que entre el hom bre y la
mujer debería hacerse ahí un redondel, como
decía Paul Fort hace un rato. Puse el hom ­
bre a la izquierda, por pura convención, y la
mujer a la derecha, podría haberlo hecho a la
inversa. Tratemos de ver topológicam ente lo
que me gustó en esos seis versitos de Antoine
Tudal, para nombrarlo.
Entre el hombre y la mujer, está el amor. Hay
com unicación a fondo. En este caso, ustedes
lo ven, algo circula. Se com parte, el flujo, el

110
H A B L O A LAS PAREDES

influjo, y todo lo que se le agrega cuando se


es obsesivo, por ejemplo lo oblativo, ese sensa­
cional invento del obsesivo. El am or está ahí,
el redondelito que está en todas partes, excep­
to que hay un lugar donde eso se invierte, y
brutalm ente. Pero quedém onos en el prim er
tiempo. Entre el hom bre, a la izquierda, y la
mujer, a la derecha, está el amor, es el redon­
delito. Les dije que ese personaje se llamaba
Antoine. No crean de ningún modo que digo
alguna vez una palabra de más, esto es para
decirles que era de sexo masculino, de modo
que ve las cosas de su lado.
A hora se trata de ver lo que va a haber,
¿cómo podemos escribirlo?, lo que va a haber
entre el hom bre, es decir él -e l “pueta” [poué-
te] , “el pueta de Puasia” [ le pouéte de Pouasie] ,6
como decía el estimado Léon Paul Fargue-, lo
que hay entre él y el amor.

6. R eferen cia a! p o em a A u pays de Papouasie [En el


país d e Papuasia] d e L eón Paul Fargue, d o n d e este ju ega
c o n la son orid ad d e los térm inos pouéte (d eform ación d e
poete, p oeta) y pouasie (deform ación d e poésie, p o esía ). [N .
d e la T.]

111
JACQUES LACAN

¿Me veré obligado a volver al pizarrón? Vie­


ron hace un rato que era un ejercicio un poco
vacilante. Pues bien, de ningún modo, porque
de todas formas, a la izquierda, él ocupa todo
el lugar. Por lo tanto, lo que hay entre él y el
am or es justam ente lo que está del otro lado,
es decir, la parte derecha del esquema. Entre
el hombre y el amor, hay un mundo, es decir que
eso recubre el territorio ocupado prim ero por
la mujer, ahí donde escribí “M” en la parte de
la derecha. Por esto, aquel al que llamaremos
hom bre en este caso se imagina que conoce el
m undo, en sentido bíblico. Este conocim ien­
to es simplemente esa especie de anhelo por
saber quién viene al lugar de lo que está mar­
cado con la M de mujer.
Lo que nos perm ite ver topológicam ente
de qué se trata es que a continuación nos dice:
Entre el hombre y el mundo, ese m undo que sus­
tituye a la volatilización del partenaire sexual,
hay un muro, o sea el lugar donde se produce
la inflexión que un día introduje para signifi­
car la juntura entre verdad y saber. No dije que
eso estuviera cortado. Es un poeta de “Puasia”
quien dice que es un muro. No es un muro,
es simplemente el lugar de la castración. Esto

112
HABLO A LAS P A R E D E S

lleva a que el saber deje intacto el campo de la


verdad, y recíprocamente además.
No obstante, lo que hay que ver es que
ese m uro está en todas partes. En efecto, lo
que define esta superficie es que el círculo
o el punto de inflexión -digam os el círculo,
p orque aquí lo representé con un círcu lo -
es hom ogéneo en toda la superficie. Incluso
esto los llevaría a estar equivocados si pensa­
ran que la misma es intuitivamente represen-
table. Si les m ostrara enseguida qué tipo de
corte basta para volatilizar instantáneam ente
esta superficie en tanto topológica, verían
que no es u n a superficie la que se represen­
ta, sino que ella se define m ediante ciertas
coordenadas -llam ém oslas, si quieren, vec­
toriales- tal que en cada u n o de los puntos
de la superficie la inflexión está siempre ahí,
en cada uno de sus puntos. De m odo que,
en cuanto a la relación en tre el hom bre y la
mujer, y en todo lo que de ahí resulte respec­
to a cada u no de los partenaires, a saber, su
posición como así también su saber, la castra­
ción está en todas partes.
El amor, el amor que comunica, que fluye,
que brota, eso es el amor, pues. El amor, el

113
JACQUESLACAN

bien que la m ad re quiere p ara su hijo, el


(a) muro,7 basta con poner entre paréntesis la
a para reencontrar lo que palpamos a diario, y
es que incluso entre la madre y el hijo cuenta,
y mucho, la relación que la madre tiene con la
castración.
Para hacerse una sana idea fiel amor, tal vez
habría que tom ar como punto de partida que
cuando algo se juega, pero seriamente, entre
un hom bre y una mujer, siempre se pone en
juego la castración. Eso es lo castrante. Eso
que pasa por el desfiladero de la castración,
nosotros intentam os abordarlo por vías que
sean un poco rigurosas. No pueden ser sino
lógicas, e incluso topológicas.

Aquí, les hablo a los m uros y hasta a los


(a) muros y a los (a)murs-se?nents.HEn otro lugar,

7. Juego de palabras entre l ’amour[el amor] y l\á)m ur


[el (a)muro]. [N. de laT.]
8. N e o lo g ism o qu e incluye el ju ego de palabras an te­
rior, y adem ás e l térm in o amusement, q u e tien e e l sen tid o
d e distracción agradable, en treten im ien to, p ero tam bién
pérdida d e tiem p o, en gañ o. [N . de la T.]

114
HABLO A LAS P A R E D E S

en mi seminario, trato de dar cuenta de esto.


Pero com oquiera que se utilicen los m uros
para m antener en forma la voz, está claro que
los muros, no más que el resto, no pueden
tener un soporte intuitivo, ni con todo el arte
del arquitecto como broche final.
Los cuatro discursos de los que hablaba
hace un rato son esenciales para situar aque­
llo de lo que ustedes, hagan lo que hagan, en
cierta m anera son siempre los sujetos, quiero
decir supuestos en lo que pasa de un significan­
te a otro.
El am o del juego es el significante, y uste­
des no son sino lo supuesto respecto de algo
que es diferente [ autre], por no decir el O tro
[ l’Autre]. Ustedes no le dan sentido puesto que
ustedes mismos no lo tienen lo bastante como
para hacerlo. Pero sí le dan un cuerpo a ese
significante que los representa, el significante
amo.
Pues bien, no vayan a imaginarse que la
sustancia -q u e desde siem pre sueñan con
atribuirse- de lo que ustedes son aquí dentro,
literalm ente sombras de sombra, sea otra cosa
más que este goce del que están separados.
Cómo no ver la semejanza que existe entre

115
JACQUES LACAN

esta invocación sustancial y ese increíble mito


del goce sexual, del que Freud mismo se hizo
reflejo.
El goce sexual es efectivamente ese objeto
que corre, que corre, como en el juego “corre
el anillo” [le j m du furet] pero cuyo estatus
nadie es capaz de enunciar, si no es como el
estatus supremo, precisamente. Es supremo en
una curva a la cual le da su sentido, y también
muy precisam ente del cual lo suprem o esca­
pa. El psicoanálisis da su paso decisivo porque
puede articular el abanico de los goces sexua­
les. Él dem uestra justam ente que el goce que
podría llamarse sexual, que no sería semblan­
te de lo sexual, se m anifiesta con la m arca
-n a d a más hasta nueva o rd e n - de lo que solo
se enuncia, de lo que solo se anuncia, con la
marca de la castración.
Antes de que los m uros tengan un esta­
tus, de que to m en form a, los reconstruyo
aquí lógicam ente. Ese S tachado, esos Si,
S2 y esa a con los que estuve ju g a n d o para
ustedes d u ran te algunos meses, después de
todo es eso, el m uro detrás del cual pueden
po n er el sentido de lo que nos concierne, de
eso que creem os saber lo que quiere decir,

116
HABLO A LAS P A R E D E S

la verdad, el sem blante, el goce, el plus-de-


gozar.
Con respecto a eso que no necesita muros
para escribirse, esos términos que son como
cuatro puntos cardinales, con respecto a ellos
ustedes tienen que situar lo que son. El psi­
quiatra, después de todo, bien podría darse
cuenta de la función de los muros a los que
está ligado por una definición de discurso.
Puesto que de lo que debe ocuparse, ¿qué es?
No es de otras enferm edades sino de aquella
definida por la ley del 30 de junio de 1838, a
saber, alguien peligroso para sí mismo y para los
demás.
Resulta muy curiosa esta introducción del
peligro en el discurso en el cual se asienta el
orden social. ¿Qué es este peligro? Peligroso
para si mismo, en fin, la sociedad no vive más
que de eso, y peligroso para los demás, sabe Dios
que a cada uno se le deja libertad en ese sen­
tido.
Veo en la actualidad que surgen protestas
contra el uso que se hace en la Unión Soviéti­
ca de los asilos -p a ra llamar a las cosas por su
nom bre e ir rápido- o de algo que debe tener
un nom bre más pretencioso, para poner a res-

117
JACQUES LACAN

guai do -digam os- a los opositores. Es muy evi­


dente que son peligrosos para el orden social
en el que están insertos.
¿Qué separa, qué distancia hay, en tre la
forma de abrir las puertas del hospital psiquiá­
trico en un lugar donde el discurso capitalista
es perfectam ente coherente consigo mismo, y
en un lugar como el nuestro, donde todavía
es balbuciente? Quizá lo prim ero que los psi­
quiatras podrían recibir, si hay algunos aquí,
no digo de mi palabra, que no tiene nada que
ver en el asunto, sino de la reflexión de mi voz
en estos muros, es saber lo que los especifica
como psiquiatras.
Esto no les impide que d entro de los lími­
tes de estos m uros escuchen algo más que
mi voz. Por ejem plo, la voz de aquellos que
están internados aquí, puesto que, después
de todo, eso puede conducir a algún lado,
hasta a hacerse una idea precisa de lo que es
el objeto a.
Los hice partícipes esta noche de algunas
reflexiones que, por supuesto, son reflexiones
a las cuales mi persona como tal no puede ser
ajena. Es lo que más detesto en los otros. Por­
que después de todo, entre la gente que me

118
HABLO A LAS PAREDES

escucha de tanto en tanto, y a la que se llama


por eso, Dios sabe por qué, “mis alumnos”, no
podem os decir que se priven de reflejarse. El
m uro siempre puede ser muroir9
Sin duda por eso volví a Sainte-Anne para
decir algunas cosas. Para hablar con pro­
piedad no es para delirar pero, a pesar de
todo, me quedaba cierto resquem or de estos
muros. Si con el tiempo logré construir con
mi S tachado, mi Si, S-¿ y el objeto a, la réson
de ser, de cualquier m anera que lo escriban,
quizás después de todo no tom en la reflexión
de mi voz sobre estos muros como una simple
reflexión personal.

6 de enero de 1972

9. M uroir; n e o lo g is m o a partir d e m ur [m u r o ,
p a r e d ], miroir [espejo] y mouroir [h o sp icio para m oribun­
d o s], [N . de la T.]

119
Anexo
En la m arta conversación (3 de febrero de
1972), Lacan anuncia que tiene la intención de
aclarar lo que expone en su seminario “...o peor "
pero el comienzo empalma con la conclusión de la
tercera conversación. Se puede leer aquí el resumen
correspondiente.

JAM

Les dije la últim a vez Hablo a las paredes.


De esta frase, que se articulaba en arm onía
con lo que nos rodea, hice un comentario, un
esquem ita basado en la botella de Klein, que
debería tranquilizar a aquellos que p o d rían
sentirse excluidos de esta fórmula. Como lo
expliqué detalladam ente, lo que se dirige a
los m uros tiene la propiedad de repercutir.
Que yo les hable indirectam ente no está diri-

123
JACQUES LACAN

gido por cierto a ofender a nadie, porque se


puede decir que ese no es un privilegio de mi
discurso.
Con respecto a este m uro que no es en
absoluto una metáfora, quiero aclarar lo que
digo en otra parte, en mi seminario. Como
no se trata, en efecto, de hablar de cualquier
saber, sino del saber del psicoanalista, eso justi­
fica que no lo haga en mi seminario.
Para introducir un poco estas cosas, suge­
rirles su importancia a algunos, digo que debe­
ría sorprender que no se pueda hablar de amor,
como se dice, sino de manera imbécil o abyec­
ta, lo que es una agravación -abyecto, así es
como se habla de él en el psicoanálisis-, que
no se pueda entonces hablar de amor, pero
que se pueda escribir sobre él.
La carta1 de (a)muro, para continuar con
la pequeña poesía de seis versos que com en­
té aquí la últim a vez, tendría que m orderse
la cola. Esto empieza así: Entre el hombre, del
que nadie sabe qué es, y el amor, está la mujer,

1. En fran cés, lettre sign ifica letra y tam b ién carta.


[ N .d e la T .]

124
ANEXO

luego continúa, y debería term inar al final con


el m uro. Entre el hom bre y el m uro, está jus­
tam ente el amor, la carta de amor. Y lo mejor
que hay en ese curioso impulso que se llama
am or es la carta/letra.
La carta/letra puede tom ar formas extra­
ñas. Así, hubo un tipo hace tres mil años que
estaba en la cúspide de sus éxitos, de sus éxitos
de amor, y vio aparecer sobre u n m uro -algó
que ya com enté- Mené Mené, como se decía,
Tekel, upharsin, lo que habitualm ente, no sé
por qué, se articula Mane, Tekel, Pares. Como
algunas veces lo expliqué, las cartas siem pre
llegan a destino. Felizmente, llegan demasia­
do tarde, además de que son poco frecuentes.
También puede ocurrir que lleguen a tiempo,
son los casos pocos comunes en los que las
citas no son fallidas. No hay m uchos casos en
la historia en los que eso haya ocurrido, como
el de ese insignificante Baltasar.
Como entrada en materia, no voy a avanzar
más en el tema, aunque luego lo retome. Pues­
to que, tal como se lo presento, este (a)muro
no tiene nada de divertido. Pero yo no puedo
sostenerme de otra m anera más que divirtien-
do, divertimento serio o cómico. Lo que expli­

125
JACQUES LACAN

qué la últim a vez fue que los divertim entos


serios transcurrirían en otra parte, en u n lugar
donde me cobijan, y que reservaba para este
lugar los divertimentos cómicos. No sé si esta
noche estaré plenam ente a la altura, en razón
quizás de este comienzo acerca de la carta de
(a) muro.
Sin embargo, lo voy a intentar.

126

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