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El largo recorrido del influjo en pintura pasa por los maravillosos lienzos de Correggio,
los Carracci, Tintoretto, Poussin, Guido Reni, Rubens, prefaelitas como Waterhouse,
Burne-Jones, E. de Morgan, etc., Moreau…
Las famosas Hilanderas de Velázquez son un buen símbolo de cómo el pintor conoce
no sólo el argumento sino la técnica ovidiana del relato dentro del relato y utilización
de sus modelos, pues sus hilanderas, símbolo de las Parcas, tejen el enfrentamiento
de Aracne y Palas y el tapiz que se ve al fondo (tejido por Aracne) es el Rapto de
Europa, de Tiziano.
Hasta nuestros días se mantiene vivo el aliento ovidiano, como se ve en las Helíades de
Muñoz Degrain y la Muerte de Acteón de Paul Reid, o las Metamorfosis de Guillermo
Pérez Villalta, y las más recientes de Gabriel Alonso Marín o los lienzos en preparación
de Antonio Martínez Mengual sobre las Tristes.
Gracias a Ovidio contamos con maravillosos relatos como los de Pan y Siringe, Eco y
Narciso, Píramo y Tisbe, Sálmacis y Hermafrodito, Filemón y Baucis, los centauros
enamorados Cílaro e Hilónome (que dejaron su impronta en la Centauromaquia de
Piero di Cosimo de la National Gallery de Londres), la leyenda de Ifis e Iante, los
itálicos Pomona y Vertumno, la creación de Macareo correlato del Aqueménides
inventado por Virgilio, como compañero de Ulises.
Pero, sobre todo, a Ovidio debemos la invención de los tres triángulos amorosos de
Glauco, Escila y Circe; de Circe, Pico y Canente; y, muy especialmente, el de Acis,
Polifemo y Galatea que tanta repercusión ha tenido en literatura, pintura, escultura
y ópera”.
Las historias sobre el origen del universo y del misterio de lo que más desvela al ser
humano, el amor, vagaban por el mundo como vilanos en Luna llena, hasta que una voz
dijo:
“Antes del mar y de las tierras y de lo que todo lo cubre, el cielo, era único el aspecto
de la naturaleza en el orbe entero, el que llamaron Caos, masa informe y enmarañada
y no otra cosa que una mole estéril y, amontonados en ella, los elementos mal avenidos
de las cosas no bien ensambladas. Hasta ese momento ningún titán proporcionaba
luces al mundo…”
Y con ese primer soplo poético el origen de la vida empezó a cobrar forma. Tras estos
versos siguieron otros sobre la génesis del mundo: primero dioses… luego mortales…
después semidioses… y, entre medias, afloraron la verdad y la mentira, las emociones
y los sentimientos; y con ellos, serpenteando, la dicha y la desdicha… la paz y la
disputa… el sueño y la realidad… los deseos y las decepciones. La vida y la muerte. La
eternidad.
Los versos ovidianos organizaron el caos mitológico y fijaron nuevos nombres para
aquellas criaturas griegas. Zeus paso a llamarse Júpiter, Hera paso a ser Juno,
Afrodita Venus, Poseidón Neptuno, e, incluso, Hermes, el mensajero de todos esos
dioses, pasó a ser Mercurio…
Y así como Ovidio dio luz a los mitos griegos, varios expertos iluminarán, a
continuación, el legado del genial poeta romano. El primero en hacerlo es Carlos
García Gual. Su erudición sobre el mundo clásico griego se referirá a ese traspaso
de los mitos al latín, a la lengua que lo habría de traer hasta ahora mismo:
“Italo Calvino cita a Ovidio en Seis propuestas para el próximo milenio (Siruela) como
el primer maestro en el arte de la ‘levedad’ ( y también por otras virtudes narrativas
allí sugeridas). Es su autor más citado, con Lucrecio, al sugerir los rumbos de la
literatura moderna. Merecido elogio por su lírica apasionada y erótica, pero ante todo
por sus Metamorfosis. Aquí su refinada erudición y su singular genio narrativo se
combinan prodigiosamente en ese fascinante texto mitológico que ha sido con
la Odiseael más influyente en toda la tradición literaria occidental, desde la Alta
Edad Media al Renacimiento y el Romanticismo. En la poesía y las artes plásticas.
Desde el Ovidio moralizado del siglo XIV a la época de Ticiano y Rubens y hasta
finales del XIX los mitos griegos se difundieron en Europa gracias a esa
fantasmagoría ovidiana. En forma de una épica didáctica y romántica -en miles de
sutiles hexámetros- el poeta nos cuenta los enredos fantásticos de las
transformaciones míticas de dioses, héroes y heroínas -Zeus, Dafne, Narciso,
Acteón, Orfeo, y cien más- trenzando sus famosas historias en torno a la muerte
y el amor. Con su asombroso dominio del verso, su destreza poética colorea y
reaviva esa frondosa mitografía con tonos trágicos o irónicos, los reviste de
ligereza y teatralidad, como nunca antes lo hizo nadie. (Basta compararlos con
los textos de un mitógrafo como el docto Apolodoro, para advertir cómo reviven en
su frescura y su patetismo ). Los mitos -griegos y no latinos- no eran ya para Ovidio
textos religiosos, sino materia poética, pura literatura, cuentos fabulosos, fantasía
evocada a la sombra de Pitágoras. En su poesía Ovidio resucitó la magia seductora de
los inmortales relatos al revestirlos de pasión y belleza”.
incursión de Ovidio en el laberinto de los mitos griegos, la manera como los enfrenta
y cómo sale glorioso la relatan María Consuelo Álvarez Morán y Rosa María Iglesias
Montiel:
“El mito es para Ovidio fundamentalmente una narración que ha perdido parte de la
veracidad tradicional que todavía se encuentra en Virgilio y que, por tanto, no
pretende proporcionar soluciones morales ni está sometido a planteamientos
metafísicos y, mucho menos, está referido al culto. El énfasis puesto por Ovidio en
la función narrativa del mito lo revive y lo hace entretenido; esto se debe a la
elección del tema metamorfosis que impone el tono de la obra, un tono no trágico,
pues se convierten en la alternativa a la muerte. Además, ha metamorfoseado a
las divinidades dotándolas de sentimientos humanos: hace que los dioses estén
enamorados, sientan celos, griten, se peleen, pertenezcan a diferentes clases
sociales y, por más que a veces sean objeto de un tratamiento serio y sean vengadores
de los delitos humanos a la manera trágica, se banaliza su divinidad haciendo que su
respuesta a los ruegos de los hombres tenga una importancia relativa. También hace
una transformación recíproca con los hombres a los que extiende la conducta
propia de los dioses, eliminando así las barreras entre esfera divina y humana.
Esto se debe a la continua mezcla de seriedad y humor que impregna todo el
poema. Lo que podemos llamar su lascivia, su constante juego con todo lo que hace, la
constante metamorfosis de la poética que realiza en toda su producción literaria.
Pues no podemos hablar de que el tenerorum lusor amorum, cantor de los tiernos
amores, sea un poeta lujurioso, pues cuando canta amores de dioses y diosas, de
dioses y mortales, y los amores humanos, resalta parejas estables desde Deucalión y
Pirra hasta Pomona y Vertumno, y aquellas que lo habrían sido si la muerte no se
hubiera cruzado en su camino.
Su epos no tiene un héroe épico, sino que es una armonización de mitos que finalizan
en metamorfosis, entremezclados con otros en los que no hay un auténtico cambio de
forma, presentando una épica alternativa a la que estaba en boga en su momento,
la Eneida de Virgilio, sin rivalizar con ella, sino que la complementa incluso en aquellos
pasajes en que se entre ven episodios heroicos del mantuano.
Fresco de Pompeya.
Ovidio quiso saber los misterios de aquello tan anhelado por el ser humano y que
funciona como motor de su vida: el amor. Un enigma que desentrañó con con ternura,
sabiduría y sentido común sobre el que ahora habla Juan Antonio González Iglesias.
Este poeta y autor de libros como Eros es más (Premio Loewe de Poesía), profesor
titular de Filología Latina en la Universidad de Salamanca y correspondiente en
Salamanca de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo (Málaga), trata de
esclarecer ese maravilloso texto milenario llamado Arte de amar:
Arte de amar aborda diferentes temas: desde dónde conseguir a la amada o cómo
lograr el amor de la amada o elección de la amada, la palidez del enamorado o promesas
y regalos. Incluso hay pasajes dedicados al cuidado del cuerpo y el aseo y la
presentación. Aquí también está el Ovidio narrador de mitos que relata el origen del
amor:
Dos milenios ha surcado la estela ovidiana su guía amorosa, y dos milenios después su
vigencia es total. Pero antes que eso está la geografía del amor allí trazada por Ovidio
analizada aquí por otro estudioso del tema: el filósofo Manuel Cruz, ganador del
premio Espasa de Ensayo por Amo, luego existo:
“Un lector distraído podría sentir la tentación de interpretar El arte de amar como un
mero manual de instrucciones para el amor. Hay que reconocer que algo de ello tiene
la obra, ciertamente, e incluso que una interpretación así resulta atractiva en la
medida en que permite registrar, al contraluz de los siglos, los parecidos y las
diferencias con nuestros actuales usos y costumbres amorosos. En efecto,nada más
fácil, aceptando dicha lectura, que constatar los aspectos que, casi
asombrosamente, parecen permanecer a lo largo del tiempo: el cortejo, la
coquetería, la seducción y otras variantes de eso que algunos hasta hace no tanto
gustaban de denominar, en un alarde de metafísica cursi, el eterno femenino (y
que creían que quedaba certificado en afirmaciones del poeta romano como “las
mujeres lo negarán o lo aceptarán, pero lo que siempre quieren es que se lo pidamos”).
Pero tal vez ayudaría más a comprender lo que nos une y lo que nos separa de esta
obra atender a las reacciones que desató. Cuando se constata que el protector de
Ovidio, el emperador Augusto, lo desterró por considerar que las enseñanzas que
contenía el texto eran contrarias a la moral oficial lo que queda en evidencia es que
nos encontramos ante un gran libro libre, así como que el poder puede reprimir (como
gustaba de hacer en el pasado) o banalizar (como prefiere hacer hoy) el placer, pero
bajo ningún concepto acepta que la gestión de la felicidad sea cosa de los propios
individuos”.
Quisieron jugar las Moiras con una de las personas que las popularizó: Ovidio. Tejieron
el destino para que el poeta romano que resucitó en 12.000 hexámetros las
metamorfosis de los dioses griegos, para conseguir sus objetivos, viviera él como
mortal su propia transformación involuntaria al renacer en un nuevo hombre para
sobrevivir al destierro en el cual moriría. Solo. Lejos de la admiración y del aplauso
conseguidos desde joven.
Vida y obra se funden en Ovidio. Obra y vida han influido en la creación literaria y
artística desde su muerte hace dos milenios. Era un anciano de 61 años. Había nacido
en el año 43 antes de Cristo, un año después del asesinato de Julio César, hasta donde
llega su Metamorfosis, que empieza con la creación del mundo, y fallecido en el año
17 después de Cristo, dos años después de la muerte de quien lo envió al exilio:
Augusto.
Bajo la luz de ese imperio se alzó un poeta que eran tres: fue un poeta del amor que
alcanzó la fama de joven con sus versos de Amores, Heroides, Arte de
amar y Remedios de amor; fue un poeta de los mitos que entró en la eternidad con
la Metamorfosis, justo antes de que fuera destinado a los confines del Imperio (año
8 d.C.); y, finalmente, fue un poeta del exilio porque a orillas del Mar Negro las Moiras
le hicieron desandar su destino, reflexionar sobre la vida y añorarla, como lo reflejó
en Tristezas.
Desde entonces, pero sobre todo por los 15 libros con 250 narraciones que conforman
su Metamorfosis, la obra y la vida de Ovidio han dejado una estela inagotable de
inspiración para creadores de todas las artes y de la escritura en todos los géneros
literarios. Su soplo divino toma fuerza desde la Alta Edad Media hasta el
Romanticismo, pasando por el Siglo de Oro español de manera directa y clara. A partir
de ahí, Ovidio se reafirma como uno de los dioses tutelares de narradores, poetas,
dramaturgos, cuentistas, mitógrafos, ensayistas, y, claro, compositores de ópera y
ballet; guionistas de cine y autores de cómic. Nada escapa a su aliento
inspirador. Metamorfosis es junto a Odisea, de Homero, el texto más influyente de
la literatura como han recordado en las anteriores entregas de este especial los
expertos Carlos García Gual, María Consuelo Álvarez Morán y Rosa María Iglesias
Montiel.
Siglo V. Boecio. Una de las obras más antiguas y relevantes que contiene resonancias
ovidianas es Consolación de la filosofía, de Boecio. El poeta romano relató en el siglo
V la historia de una mujer llamada Filosofía que espera y se pregunta por la vida, Dios
y el dolor en el mundo.
Siglo XIII. Dante Alighieri (1265–1321) es uno de los grandes autores influidos por
pasajes ovidianos. En su Divina comedia la metamorfosis de los personajes se viven
como castigo. El genio italiano convierte en árboles a quienes intentan suicidarse.
Siglo XVI. Ludovico Ariosto (1474–1533) leyó a Ovidio y lo esparció en varias obras
entre las que sobresale su gran poema épico caballeresco Orlando furioso. Data del
año 1516, aunque el autor italiano da su redacción final en 1532, un año antes de su
muerte.
Siglos XVI y XVII. William Shakespeare (1564–1616) es quien recibe uno de los
mayores ecos de Ovidio. Varias de sus piezas están influidas por pasajes
de Metamorfosis y sus libros sobre el amor. A partir de la historia ovidiana de Píramo
y Tisbe, Shakespeare crea su Romeo y Julieta. Es uno de los ejemplos más universales
recreados por los escritores de esas 250 narraciones relatadas por Ovidio en su obra
cumbre.
Siglo de oro español (1492–1681). Aunque antes Juan de Mena había dejado
traslucir su influencia por Ovidio, es el llamado Siglo de Oro español cuando brilla
más esta presencia. Se aprecia, por ejemplo, en Góngora con Fábula de Polifemo y
Galatea, en Cervantes con Persiles, o en Lope de Vega con Adonis y Venus. Además
de otras donde las reminiscencias mitológicas son menos claras.
Siglo XX. Franz Kafka (1883–1924). El escritor checo indagó en los cambios físicos
del ser humano como aspecto simbólico en su obra maestra La transformación.
Metamorfosis interiores, soledad, incomunicación, incomprensión y demás problemas
del hombre contemporáneo. Si en las Metamorfosis, de Ovidio, los dioses se
transforman para buscar salirse con las suyas, en Kafka el proceso de Gregorio Samsa
es la inversa, el mundo externo y su propio mundo lo precipitan a la transformación.
Siglo XX. Eugene Ionesco (1909–1994). Con el teatro del absurdo, el dramaturgo
rumano exploró las transformaciones planteadas por Ovidio en obras
como Rinoceronte. Incomunicación y el estado de alienación del hombre emboscado
por la modernidad lo empujan a sus cambios, a sus metamorfosis.
Una de las novelas más recientes es la del escritor colombiano Pablo Montoya: Lejos
de Roma (Alfaguara). La obra recrea el exilio del poeta, su vida en Tomis, su renacer
en ese nuevo mundo a orillas del Mar Negro y sus reflexiones y pensamientos al final
de sus días. Es su mirar atrás y contemplar a aquel niño llamado Publius Ovidius Nasón,
nacido en el año 43 antes de Cristo, y seguir sus pasos hasta la gloria para terminarlos
solo. La metamorfosis de una vida a lo largo de los años. Un testimonio que el propio
Ovidio dejó en su libro Tristezas.
Ese dolor de Ovidio también inspiró a pintores como William Turner que creó una
magistral narración en su cuadro Ovidio desterrado de Roma.Una obra tan poética
y tan cercana con la cual cierro este homenaje al autor de Metamorfosis, Arte de
amar, Remedios de amor y Tristezas, para que cada uno de nosotros continuemos en
nuestra propia imaginación la historia y las metamorfosis de Ovidio al entrar en este
cuadro: