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Ovidio y su influencia en las artes

Por María Consuelo Álvarez Morán y Rosa Mª Iglesias Montiel


En el proemio de Metamorfosis anuncia que su objetivo es ofrecer un catálogo de
transformaciones desde los albores del mundo hasta su época y en su epílogo anuncia
que gracias a la fama él vivirá y así ha sido, pues son las Metamorfosis la obra
mitográfica que mayor influjo ha ejercido en la historia de la literatura y de las artes,
plásticas y musicales, desde el momento en que se difundieron en Roma hasta este
momento.

Los frescos pompeyanos, casi contemporáneos de las Metamorfosis, reproducen


escenas como las de Perseo y Andrómeda o el Rapto de Europa que recuerdan la
descripción de Ovidio y es indudable que las “viñetas” de Narciso o de Píramo y Tisbe
son directa adaptación de los pasajes ovidianos.

El largo recorrido del influjo en pintura pasa por los maravillosos lienzos de Correggio,
los Carracci, Tintoretto, Poussin, Guido Reni, Rubens, prefaelitas como Waterhouse,
Burne-Jones, E. de Morgan, etc., Moreau…

Las famosas Hilanderas de Velázquez son un buen símbolo de cómo el pintor conoce
no sólo el argumento sino la técnica ovidiana del relato dentro del relato y utilización
de sus modelos, pues sus hilanderas, símbolo de las Parcas, tejen el enfrentamiento
de Aracne y Palas y el tapiz que se ve al fondo (tejido por Aracne) es el Rapto de
Europa, de Tiziano.

Hasta nuestros días se mantiene vivo el aliento ovidiano, como se ve en las Helíades de
Muñoz Degrain y la Muerte de Acteón de Paul Reid, o las Metamorfosis de Guillermo
Pérez Villalta, y las más recientes de Gabriel Alonso Marín o los lienzos en preparación
de Antonio Martínez Mengual sobre las Tristes.

‘Rapto de Prosérpina’. de Bernini.


El recorrido por la escultura sería igualmente inabarcable. Baste pensar en la Dafne,
el Tritón o el Rapto de Prosérpina de Bernini, hasta C. van Clève o A-M. Ottin, Paul
Manship, así como las múltiples esculturas de parques y jardines, como los de Caserta
en Campania o La Granja en Segovia.

En música destacan, sin duda, las 6 Sinfonías conservadas de C. D. von Dittersdorf,


inspiradas en las Metamorfosis (1 Cuatro Edades, 2 Faetón, 3 Acteón transformado
en ciervo, 4 Liberación de Andrómeda, 5 Castigo de los campesinos licios, 6 Fineo y
sus compañeros petrificados), o las seis Metamorfosis de Benjamin Britten para óboe
solo.

En la adaptación del texto, desde la primera composición operística, la Dafnede Peri-


Caccini-Rinuccini, hasta Perseo e Andromeda de Salvatore Sciarrino de 1990, con
Jules Laforge como intermediario, la historia de la ópera ha bebido de los mitos
codificados por Ovidio. Baste recordar a Charpentier, Lully, los hermanos Joseph y
Michael Haydn, Häendel, Strauss, Joseph Ibert, etcétera.

Gracias a Ovidio contamos con maravillosos relatos como los de Pan y Siringe, Eco y
Narciso, Píramo y Tisbe, Sálmacis y Hermafrodito, Filemón y Baucis, los centauros
enamorados Cílaro e Hilónome (que dejaron su impronta en la Centauromaquia de
Piero di Cosimo de la National Gallery de Londres), la leyenda de Ifis e Iante, los
itálicos Pomona y Vertumno, la creación de Macareo correlato del Aqueménides
inventado por Virgilio, como compañero de Ulises.

Triángulo amoroso de Polifemo, Galatea y Acis, de Anibal Carracci.

Pero, sobre todo, a Ovidio debemos la invención de los tres triángulos amorosos de
Glauco, Escila y Circe; de Circe, Pico y Canente; y, muy especialmente, el de Acis,
Polifemo y Galatea que tanta repercusión ha tenido en literatura, pintura, escultura
y ópera”.

Las historias sobre el origen del universo y del misterio de lo que más desvela al ser
humano, el amor, vagaban por el mundo como vilanos en Luna llena, hasta que una voz
dijo:
“Antes del mar y de las tierras y de lo que todo lo cubre, el cielo, era único el aspecto
de la naturaleza en el orbe entero, el que llamaron Caos, masa informe y enmarañada
y no otra cosa que una mole estéril y, amontonados en ella, los elementos mal avenidos
de las cosas no bien ensambladas. Hasta ese momento ningún titán proporcionaba
luces al mundo…”

Y con ese primer soplo poético el origen de la vida empezó a cobrar forma. Tras estos
versos siguieron otros sobre la génesis del mundo: primero dioses… luego mortales…
después semidioses… y, entre medias, afloraron la verdad y la mentira, las emociones
y los sentimientos; y con ellos, serpenteando, la dicha y la desdicha… la paz y la
disputa… el sueño y la realidad… los deseos y las decepciones. La vida y la muerte. La
eternidad.

Los versos ovidianos organizaron el caos mitológico y fijaron nuevos nombres para
aquellas criaturas griegas. Zeus paso a llamarse Júpiter, Hera paso a ser Juno,
Afrodita Venus, Poseidón Neptuno, e, incluso, Hermes, el mensajero de todos esos
dioses, pasó a ser Mercurio…

Y así como Ovidio dio luz a los mitos griegos, varios expertos iluminarán, a
continuación, el legado del genial poeta romano. El primero en hacerlo es Carlos
García Gual. Su erudición sobre el mundo clásico griego se referirá a ese traspaso
de los mitos al latín, a la lengua que lo habría de traer hasta ahora mismo:

“Italo Calvino cita a Ovidio en Seis propuestas para el próximo milenio (Siruela) como
el primer maestro en el arte de la ‘levedad’ ( y también por otras virtudes narrativas
allí sugeridas). Es su autor más citado, con Lucrecio, al sugerir los rumbos de la
literatura moderna. Merecido elogio por su lírica apasionada y erótica, pero ante todo
por sus Metamorfosis. Aquí su refinada erudición y su singular genio narrativo se
combinan prodigiosamente en ese fascinante texto mitológico que ha sido con
la Odiseael más influyente en toda la tradición literaria occidental, desde la Alta
Edad Media al Renacimiento y el Romanticismo. En la poesía y las artes plásticas.
Desde el Ovidio moralizado del siglo XIV a la época de Ticiano y Rubens y hasta
finales del XIX los mitos griegos se difundieron en Europa gracias a esa
fantasmagoría ovidiana. En forma de una épica didáctica y romántica -en miles de
sutiles hexámetros- el poeta nos cuenta los enredos fantásticos de las
transformaciones míticas de dioses, héroes y heroínas -Zeus, Dafne, Narciso,
Acteón, Orfeo, y cien más- trenzando sus famosas historias en torno a la muerte
y el amor. Con su asombroso dominio del verso, su destreza poética colorea y
reaviva esa frondosa mitografía con tonos trágicos o irónicos, los reviste de
ligereza y teatralidad, como nunca antes lo hizo nadie. (Basta compararlos con
los textos de un mitógrafo como el docto Apolodoro, para advertir cómo reviven en
su frescura y su patetismo ). Los mitos -griegos y no latinos- no eran ya para Ovidio
textos religiosos, sino materia poética, pura literatura, cuentos fabulosos, fantasía
evocada a la sombra de Pitágoras. En su poesía Ovidio resucitó la magia seductora de
los inmortales relatos al revestirlos de pasión y belleza”.

incursión de Ovidio en el laberinto de los mitos griegos, la manera como los enfrenta
y cómo sale glorioso la relatan María Consuelo Álvarez Morán y Rosa María Iglesias
Montiel:

“El mito es para Ovidio fundamentalmente una narración que ha perdido parte de la
veracidad tradicional que todavía se encuentra en Virgilio y que, por tanto, no
pretende proporcionar soluciones morales ni está sometido a planteamientos
metafísicos y, mucho menos, está referido al culto. El énfasis puesto por Ovidio en
la función narrativa del mito lo revive y lo hace entretenido; esto se debe a la
elección del tema metamorfosis que impone el tono de la obra, un tono no trágico,
pues se convierten en la alternativa a la muerte. Además, ha metamorfoseado a
las divinidades dotándolas de sentimientos humanos: hace que los dioses estén
enamorados, sientan celos, griten, se peleen, pertenezcan a diferentes clases
sociales y, por más que a veces sean objeto de un tratamiento serio y sean vengadores
de los delitos humanos a la manera trágica, se banaliza su divinidad haciendo que su
respuesta a los ruegos de los hombres tenga una importancia relativa. También hace
una transformación recíproca con los hombres a los que extiende la conducta
propia de los dioses, eliminando así las barreras entre esfera divina y humana.
Esto se debe a la continua mezcla de seriedad y humor que impregna todo el
poema. Lo que podemos llamar su lascivia, su constante juego con todo lo que hace, la
constante metamorfosis de la poética que realiza en toda su producción literaria.
Pues no podemos hablar de que el tenerorum lusor amorum, cantor de los tiernos
amores, sea un poeta lujurioso, pues cuando canta amores de dioses y diosas, de
dioses y mortales, y los amores humanos, resalta parejas estables desde Deucalión y
Pirra hasta Pomona y Vertumno, y aquellas que lo habrían sido si la muerte no se
hubiera cruzado en su camino.

Su epos no tiene un héroe épico, sino que es una armonización de mitos que finalizan
en metamorfosis, entremezclados con otros en los que no hay un auténtico cambio de
forma, presentando una épica alternativa a la que estaba en boga en su momento,
la Eneida de Virgilio, sin rivalizar con ella, sino que la complementa incluso en aquellos
pasajes en que se entre ven episodios heroicos del mantuano.

No podemos dejar de lado su auténtico papel de innovador. Gracias a él contamos


con maravillosos relatos como los de Pan y Siringe, Eco y Narciso, Píramo y
Tisbe, Sálmacis y Hermafrodito, Filemón y Baucis, los centauros enamorados
Cílaro e Hilónome (que dejaron su impronta en la Centauromaquia de Piero di Cosimo
de la National Gallery de Londres), la leyenda de Ifis e Iante, los itálicos Pomona y
Vertumno, la creación de Macareo correlato del Aqueménides inventado por Virgilio,
como compañero de Ulises. Pero, sobre todo, la invención de los tres triángulos
amorosos de Glauco, Escila y Circe; de Circe, Pico y Canente; y, muy especialmente, el
de Acis, Polifemo y Galatea que tanta repercusión ha tenido en literatura, pintura,
escultura y ópera”.

Semiodios del amor y el desamor


“Especie de milicia es el amor.
Perezosos, marchaos. Estas enseñas
no deben defenderla hombres tímidos.
Noche, invierno y caminos prolongados
y severos dolores y todas las fatigas
se hayan en este tierno campamento.
Sufrirarás a menudo la lluvia derramada
por la nube celeste, y muchas veces
helado yacerás en la tierra desnuda”.

Fresco de Pompeya.

Ovidio quiso saber los misterios de aquello tan anhelado por el ser humano y que
funciona como motor de su vida: el amor. Un enigma que desentrañó con con ternura,
sabiduría y sentido común sobre el que ahora habla Juan Antonio González Iglesias.
Este poeta y autor de libros como Eros es más (Premio Loewe de Poesía), profesor
titular de Filología Latina en la Universidad de Salamanca y correspondiente en
Salamanca de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo (Málaga), trata de
esclarecer ese maravilloso texto milenario llamado Arte de amar:

“Ovidio es un poeta erótico en el sentido pleno: en sus poemas de amor cabe el


sentimiento dulce y el sexo directo. Eso lo convierte en un poeta completo, que
al mismo tiempo es un excelente narrador. Por un lado, cuenta sus aventuras
sentimentales en los Amores. Con la experiencia adquirida escribió el Arte de amar,
que en realidad debería traducirse por Tratado o manual de seducción. Él, como
maestro del amor, instruye a hombres y mujeres en las destrezas amatorias. Empieza
por las primeras miradas (“tú miras los caballos, y yo a ti”, eso hay que decirle, según
él a una bella desconocida en el hipódromo). Llega hasta el encuentro sexual,
celebrado con la misma belleza poética que los asuntos más delicados, quizá porque
es el asunto más delicado. Dedica dos libros a los hombres y solo uno a las mujeres,
pero en su descargo debemos decir que es un firme defensor del placer femenino.
Considera que la mujer debe disfrutar igual que el hombre. Usa, en un golpe genial, la
fórmula “ex aequo” para el orgasmo simultáneo de hombre y mujer. Es un enemigo de
la doble moral. Defiende las palabras obscenas y ataca a las personas hipócritas. Solo
por eso merece un lugar en el panteón de la modernidad. Por algo relacionado con su
poesía erótica vivió desterrado los últimos años en un lugar remoto del Imperio
Romano. Y en ese exilio murió. El poeta frívolo acabó escribiendo versos
absolutamente serios. Su camino es el nuestro”.

Arte de amar aborda diferentes temas: desde dónde conseguir a la amada o cómo
lograr el amor de la amada o elección de la amada, la palidez del enamorado o promesas
y regalos. Incluso hay pasajes dedicados al cuidado del cuerpo y el aseo y la
presentación. Aquí también está el Ovidio narrador de mitos que relata el origen del
amor:

“Una cosmogonía para el placer.


Una masa confusa hubo al principio
de seres en desorden, y una sola
faz formaban las estrellas,
tierra, océano.
Pronto el cielo se halló sobre las tierras,
ceñido por el mar fue el continente
y se retiró el Caos vacío a sus dominios.
La selva dio acogida y vivienda a las fieras,
a las aves el aire, y en el agua influyente
os quedásteis los peces escondidos.
Entonces el linaje de los hombres
erraba por los campos solitarios
y era fuerza tan solo y cuerpo bruto.
La selva era su casa, su aliento la hierba,
sus lechos los ramajes, y por un largo tiempo
ningún hombre fue de otro conocido.
Dicen que fue el placer con su ternura
el que ablandó sus fieros sentimientos.
Una mujer y un hombre se encontraron
en un mismo lugar. Lo que tenían
que hacer, sin maestro, solos lo aprendieron.
Sin ayuda ninguna de tratados
llevó Venus a cabo su dulce obra”.

La vigencia del arte de amar

‘El beso’, de Gustave Klimt.

Dos milenios ha surcado la estela ovidiana su guía amorosa, y dos milenios después su
vigencia es total. Pero antes que eso está la geografía del amor allí trazada por Ovidio
analizada aquí por otro estudioso del tema: el filósofo Manuel Cruz, ganador del
premio Espasa de Ensayo por Amo, luego existo:

“Un lector distraído podría sentir la tentación de interpretar El arte de amar como un
mero manual de instrucciones para el amor. Hay que reconocer que algo de ello tiene
la obra, ciertamente, e incluso que una interpretación así resulta atractiva en la
medida en que permite registrar, al contraluz de los siglos, los parecidos y las
diferencias con nuestros actuales usos y costumbres amorosos. En efecto,nada más
fácil, aceptando dicha lectura, que constatar los aspectos que, casi
asombrosamente, parecen permanecer a lo largo del tiempo: el cortejo, la
coquetería, la seducción y otras variantes de eso que algunos hasta hace no tanto
gustaban de denominar, en un alarde de metafísica cursi, el eterno femenino (y
que creían que quedaba certificado en afirmaciones del poeta romano como “las
mujeres lo negarán o lo aceptarán, pero lo que siempre quieren es que se lo pidamos”).

Pero tal vez ayudaría más a comprender lo que nos une y lo que nos separa de esta
obra atender a las reacciones que desató. Cuando se constata que el protector de
Ovidio, el emperador Augusto, lo desterró por considerar que las enseñanzas que
contenía el texto eran contrarias a la moral oficial lo que queda en evidencia es que
nos encontramos ante un gran libro libre, así como que el poder puede reprimir (como
gustaba de hacer en el pasado) o banalizar (como prefiere hacer hoy) el placer, pero
bajo ningún concepto acepta que la gestión de la felicidad sea cosa de los propios
individuos”.

El dolor y el arte del destierro

‘Ovidio desterrado de Roma’, de William Turner.

Ovidio vivió durante el imperio de Augusto. Tras un enfrentamiento con el emperador


por pasajes considerados como lascivos en Arte de amar, Ovidio fue desterrado de
Roma. Era el año 8 después de Cristo. Terminó en Tomis, hoy Constanza (Rumanía) a
orillas del Mar Negro donde murió solo. El dolor del exilio impuesto lo plasmó
en Tristezas, cinco libros de poesía elegíaca en forma epistolar. Aborda varios temas,
pide perdón a Augusto. Solo recibe silencio. Pide perdón y ayuda a familiares y amigos
para que le ayuden a retornar a su amada Roma. Más silencio. La esperanza se
desvanece. Echa un vistazo a la vida, a su vida allí, desconocida. Lamentos. Silencios.
Resignación. Nobleza.

Ovidio vive su propia metamorfosis. Se reinventa en Tomis para sobrevivir.


Escribe Tristezas. Sus últimas palabras las dirige a su esposa, que lo ayudó a apurar
sus amarguras. Esta es su voz, sus penúltimas palabras:

“Condúcete de modo que nadie pueda tacharme de lisonjero; sálvame y guarda la


fidelidad que me juraste. Mientras vivimos juntos, tu virtud resplandeció sin la menor
nube, y tu probidad intachable mereció mis alabanzas. Tampoco se ha desmentido
después de mi desastre, y así acabe de coronar su obra tan magnífica abnegación.
Ser buena es muy fácil cuando los obstáculos están remotos y nada se opone a que la
esposa cumpla sus deberes; mas si un dios nos intimida con sus truenos, la verdadera
piedad, el amor verdadero, consisten en arrostrar la tormenta. Rara es la virtud que
no gobierne la fortuna y se sostenga firme cuando ésta desaparece; mas si la mujer
espera por único premio la virtud misma, y se revela valerosa en los días de la
persecución, huelga calcular el tiempo; su fama resuena en el transcurso de los siglos,
y la admiran en todos los pueblos del orbe. ¿No oyes cómo después de tantos años se
tributan elogios que eternizan su nombre a la fidelidad de Penélope? Mira cómo se
celebra a la esposa de Admeto, a la de Héctor y a la hija de Ifis, que no vaciló
arrojarse a las llamas de la pira, y cómo vive la fama de la reina de Filaces, cuyo
esposo se precipitó el primero en la tierra de Ilión. No necesito tu muerte, sino tu
amor y tu fidelidad; puedes recabar alta gloria sin difíciles sacrificios; ni vayas a
suponer que te aconsejo esta conducta porque no la sigues: izo las velas aunque mi
barca se ayude con el remo; quien te persuade a obrar como ya obras, te alaba con
sus avisos, y aprueba tu proceder con sus exhortaciones”.

Quisieron jugar las Moiras con una de las personas que las popularizó: Ovidio. Tejieron
el destino para que el poeta romano que resucitó en 12.000 hexámetros las
metamorfosis de los dioses griegos, para conseguir sus objetivos, viviera él como
mortal su propia transformación involuntaria al renacer en un nuevo hombre para
sobrevivir al destierro en el cual moriría. Solo. Lejos de la admiración y del aplauso
conseguidos desde joven.

Vida y obra se funden en Ovidio. Obra y vida han influido en la creación literaria y
artística desde su muerte hace dos milenios. Era un anciano de 61 años. Había nacido
en el año 43 antes de Cristo, un año después del asesinato de Julio César, hasta donde
llega su Metamorfosis, que empieza con la creación del mundo, y fallecido en el año
17 después de Cristo, dos años después de la muerte de quien lo envió al exilio:
Augusto.

Bajo la luz de ese imperio se alzó un poeta que eran tres: fue un poeta del amor que
alcanzó la fama de joven con sus versos de Amores, Heroides, Arte de
amar y Remedios de amor; fue un poeta de los mitos que entró en la eternidad con
la Metamorfosis, justo antes de que fuera destinado a los confines del Imperio (año
8 d.C.); y, finalmente, fue un poeta del exilio porque a orillas del Mar Negro las Moiras
le hicieron desandar su destino, reflexionar sobre la vida y añorarla, como lo reflejó
en Tristezas.

Desde entonces, pero sobre todo por los 15 libros con 250 narraciones que conforman
su Metamorfosis, la obra y la vida de Ovidio han dejado una estela inagotable de
inspiración para creadores de todas las artes y de la escritura en todos los géneros
literarios. Su soplo divino toma fuerza desde la Alta Edad Media hasta el
Romanticismo, pasando por el Siglo de Oro español de manera directa y clara. A partir
de ahí, Ovidio se reafirma como uno de los dioses tutelares de narradores, poetas,
dramaturgos, cuentistas, mitógrafos, ensayistas, y, claro, compositores de ópera y
ballet; guionistas de cine y autores de cómic. Nada escapa a su aliento
inspirador. Metamorfosis es junto a Odisea, de Homero, el texto más influyente de
la literatura como han recordado en las anteriores entregas de este especial los
expertos Carlos García Gual, María Consuelo Álvarez Morán y Rosa María Iglesias
Montiel.

Una mirada a dos milenios, a la velocidad de Hermes, perdón, Mercurio, como lo


rebautizó Ovidio, permite ver el influjo del poeta romano en la literatura donde
destacan algunas obras.

Primera página de Consolación de la filosofía, publicada en 1485.

Siglo V. Boecio. Una de las obras más antiguas y relevantes que contiene resonancias
ovidianas es Consolación de la filosofía, de Boecio. El poeta romano relató en el siglo
V la historia de una mujer llamada Filosofía que espera y se pregunta por la vida, Dios
y el dolor en el mundo.

Siglo XIII. Dante Alighieri (1265–1321) es uno de los grandes autores influidos por
pasajes ovidianos. En su Divina comedia la metamorfosis de los personajes se viven
como castigo. El genio italiano convierte en árboles a quienes intentan suicidarse.

Siglo XIV. Francesco Petrarca y Giovanni Boccaccio tuvieron el influjo de Ovidio


en varias de sus obras, o pasajes de ellas. Boccaccio interpreta temas ovidianos y
escribe el primer manual de mitos de la época: Genealogía de los dioses.

Siglo XVI. Ludovico Ariosto (1474–1533) leyó a Ovidio y lo esparció en varias obras
entre las que sobresale su gran poema épico caballeresco Orlando furioso. Data del
año 1516, aunque el autor italiano da su redacción final en 1532, un año antes de su
muerte.

Una página de ‘Metamorfosis’, impresa por William Caxton en 1567.

Siglo XVI. Fueron variadas las traducciones y ediciones que se hicieron


de Metamorfosis, sobre todo a partir de la creación de la imprenta de Gutenberg a
mediados del siglo XV. Una de las ediciones que contribuye a la difusión de la obra en
inglés es la de William Caxton, en Inglaterra, en 1567.

Ovidio narró la tragedia de ‘Píramo y Tisbe’, en la cual se basó Shakespeare para su


‘Romeo y Julieta’. Este cuadro es una recreación que hizo el pintor Abraham Hondius,

Siglos XVI y XVII. William Shakespeare (1564–1616) es quien recibe uno de los
mayores ecos de Ovidio. Varias de sus piezas están influidas por pasajes
de Metamorfosis y sus libros sobre el amor. A partir de la historia ovidiana de Píramo
y Tisbe, Shakespeare crea su Romeo y Julieta. Es uno de los ejemplos más universales
recreados por los escritores de esas 250 narraciones relatadas por Ovidio en su obra
cumbre.

Romeo y Julieta, de Shakespeare, la obra de teatro basada en las Metamorfosis es


uno ejemplo de cómo una obra inspirada en Ovidio inspira, a su vez, otras obras. Son
muchos los artistas de todas las épocas que han recreado el drama de Shakespeare.
Es una de las más populares en el imaginario universal y arquetipo del amor romántico.
Cuentos, novelas, poemas, obras de teatro, óperas, ballets y películas se han creado
a la luz de esta pieza teatral.

Siglo de oro español (1492–1681). Aunque antes Juan de Mena había dejado
traslucir su influencia por Ovidio, es el llamado Siglo de Oro español cuando brilla
más esta presencia. Se aprecia, por ejemplo, en Góngora con Fábula de Polifemo y
Galatea, en Cervantes con Persiles, o en Lope de Vega con Adonis y Venus. Además
de otras donde las reminiscencias mitológicas son menos claras.

‘La transformación’, de Kafka, ilustrada por Luis Scafati.

Siglo XX. Franz Kafka (1883–1924). El escritor checo indagó en los cambios físicos
del ser humano como aspecto simbólico en su obra maestra La transformación.
Metamorfosis interiores, soledad, incomunicación, incomprensión y demás problemas
del hombre contemporáneo. Si en las Metamorfosis, de Ovidio, los dioses se
transforman para buscar salirse con las suyas, en Kafka el proceso de Gregorio Samsa
es la inversa, el mundo externo y su propio mundo lo precipitan a la transformación.

‘Rinoceronte’, de Ionesco, adaptada por Ernesto Caballero en el Teatro Nacional de


España. En la imagen, Fernando Cayo y Pepe Viyuela.

Siglo XX. Eugene Ionesco (1909–1994). Con el teatro del absurdo, el dramaturgo
rumano exploró las transformaciones planteadas por Ovidio en obras
como Rinoceronte. Incomunicación y el estado de alienación del hombre emboscado
por la modernidad lo empujan a sus cambios, a sus metamorfosis.

Siglo XXI. Y si la obra de Ovidio no cesa de inspirar libros, su vida, especialmente


el destierro a las fronteras de Roma, al cual lo condenó el emperador Augusto, por
considerar lascivos e impropios su Arte de amar, ha disparado la imaginación y
propiciado homenajes de diversas narraciones. En 1960 el autor de origen
rumano Vintila Horia noveló aquel episodio enDios ha nacido en el exilio (Destino),
premio Goncourt.

Una de las novelas más recientes es la del escritor colombiano Pablo Montoya: Lejos
de Roma (Alfaguara). La obra recrea el exilio del poeta, su vida en Tomis, su renacer
en ese nuevo mundo a orillas del Mar Negro y sus reflexiones y pensamientos al final
de sus días. Es su mirar atrás y contemplar a aquel niño llamado Publius Ovidius Nasón,
nacido en el año 43 antes de Cristo, y seguir sus pasos hasta la gloria para terminarlos
solo. La metamorfosis de una vida a lo largo de los años. Un testimonio que el propio
Ovidio dejó en su libro Tristezas.

Ese dolor de Ovidio también inspiró a pintores como William Turner que creó una
magistral narración en su cuadro Ovidio desterrado de Roma.Una obra tan poética
y tan cercana con la cual cierro este homenaje al autor de Metamorfosis, Arte de
amar, Remedios de amor y Tristezas, para que cada uno de nosotros continuemos en
nuestra propia imaginación la historia y las metamorfosis de Ovidio al entrar en este
cuadro:

‘Ovidio desterrado de Roma’, de William Turner.

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