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§ Fuentes de la filiación.- El art. 558 reitera lo dispuesto por el art. 240 del Cód. Civ. derogado,
aunque incluyendo expresamente a las TRHA como una tercera fuente o categoría de filiación. Según
el nuevo régimen existen entonces tres grandes categorías de filiaciones: a) la filiación por naturaleza;
b) la filiación emergente de la utilización de TRHA; y c) la filiación por adopción.
La filiación por naturaleza es una categoría estrechamente ligada a la sexualidad, dado que
generalmente se identifican los autores genealógicos del niño y aquéllos constituyen la causa iuris y
fundamento básico que justifica el título otorgado a éstos. En cambio, la filiación por TRHA surge de la
práctica médica que facilita la conjunción de un óvulo con un espermatozoide, y que puede llevarse a
cabo tanto con material genético propio del o las personas a quienes se atribuye jurídicamente la
filiación (fertilización llamada “homóloga”), como con material genético de terceros dadores de
gametos (fertilización llamada “heteróloga”).
La categorización de esta nueva clase filial –tan discutida doctrinariamente- se justifica si se
advierten las características que la distinguen de la filiación por naturaleza y de la adopción. En cuanto
a la primera, porque mientras ésta reconoce su origen en el acto sexual y, por ende, en el elemento
biológico, la filiación por TRHA se funda en el acto médico y, como consecuencia de ello, en el
elemento volitivo, con independencia del dato biológico o genético. Con respecto a la adopción, las
figuras se acercan ya que en ambas el vínculo se determina por el elemento volitivo, pero se diferencian
porque en el caso de las TRHA la voluntad debe ser manifestada con anterioridad a la gestación (es
decir, el niño nace como consecuencia de esa voluntad), en cambio, en la adopción la voluntad se
expresa respecto de una persona ya nacida (o sea, el vínculo surge con posterioridad al nacimiento).
Ahora bien, a tenor de todo lo expuesto, la expresión que utiliza el art. 558 para aludir a esta
novedosa fuente de la filiación puede suscitar confusiones. Como se vio, la reproducción asistida puede
consumarse con material genético propio o ajeno. En el primer caso, la filiación llevada a cabo por
TRHA no difiere en sus efectos de la resultante del acto sexual, y quedará por ende determinada en la
misma forma que la filiación por naturaleza, sin necesidad de acudir a la inscripción del consentimiento
informado previo al que refiere el art. 560. Es que si no se verifica una disociación genética o biológica
de la paternidad es innecesario que las personas hagan público el modo en que han accedido a la
procreación. La relevancia jurídica de la utilización de TRHA surge cuando se llevan a cabo total o
parcialmente con material genético ajeno, de modo que para mayor precisión la tercera fuente filial a la
que alude el art. 558 debió ser la voluntad procreacional (mencionada expresamente en el art. 562) más
que la filiación mediante TRHA, pues es esa voluntad que se expresa mediante el consentimiento
informado –y no la técnica en sí- la que determinará el nexo filial frente a los supuestos indicados.
Por último, el art. 558 menciona la filiación por adopción, institución reglada mediante un
régimen específico en el Título VI.
§ Filiación binaria.- A raíz de la incorporación expresa de las TRHA como fuente de filiación,
la última parte del art. 558 establece como regla la filiación binaria o biparental, descartando la
posibilidad de que un niño tenga más de dos progenitores, sean de igual o distinto sexo. En
consonancia con ello, quien pretenda reclamar la filiación, deberá previa o simultáneamente ejercer la
acción de desplazamiento respectiva (conf. art. 578).
Esta regla tiende a simplificar las relaciones filiales, en especial frente a contextos sociales más
complejos que han inspirado antropológicamente la idea de sistemas de multiparentesco, como aquellos
que se presentan cuando un niño es engendrado en el seno de dos hogares homoparentales con la
intención de ser criado por ambas parejas, a través de lo que se conoce como “acuerdos de
coparentalidad”. Frente a este escenario o a cualquier otro, la filiación quedará determinada
exclusivamente a favor de dos personas, sin perjuicio del rol socioafectivo o incluso jurídico que como
progenitor afín pueda reconocerse al resto de los involucrados en la crianza del hijo.
§ Consentimiento informado como fuente de la filiación por TRHA.- Al igual que ocurre en
todos los países que han regulado las TRHA, la primera regla en la materia es el reconocimiento de la
voluntad procreacional de quien quiere llevar adelante un proyecto parental como elemento central
para la determinación de la filiación, desplazando así al elemento genético. Esta voluntad procreacional
se exterioriza formalmente a través del consentimiento previo, informado y libre que determina la
maternidad o paternidad de quien lo haya prestado, con independencia de quien hubiera aportado los
gametos (conf. art. 562). Este orden lógico entre fuente de la filiación y forma debió haber llevado a
regular primero la regla de la voluntad procreacional y luego su instrumentación. Sin embargo, como se
ha optado por el orden inverso, aludiremos en este apartado sólo al mentado consentimiento,
remitiendo en la demás al comentario al art. 562.
Las formalidades relativas al consentimiento en las TRHA, previstas en el art. 561, dan cuenta
de la trascendencia de un acto que tendrá por efecto el nacimiento de una relación jurídica que además
-como luego se verá- es irrevocable. Por ello se exige que la declaración de voluntad que expresa la
voluntad procreacional sea clara, precisa, y previa información adecuada.
Más allá de lo que oportunamente dispongan las normativas especiales, y de las disposiciones
que en general resultan aplicables en materia médica emergentes de la ley 26.529 sobre “Derechos del
paciente, historia clínica y consentimiento informado” y su decreto reglamentario 1089/2012), el
Código señala que este consentimiento o proceso para consentir debe reunir las siguientes
características:
a) previo, es decir, manifestado con anterioridad a dar comienzo a la práctica médica e, incluso
–como se verá- renovable cada vez que esta práctica se repita;
b) informado, en el sentido de “una declaración de voluntad efectuada por un paciente quien,
luego de recibir información suficiente referida al procedimiento o intervención quirúrgica que se le
propone como médicamente aconsejable, decide prestar su conformidad y someterse a tal
procedimiento o intervención”. En efecto, la relación médico-paciente presupone el derecho de toda
persona, como agente moral autónomo, de recibir la información necesaria para formar su opinión y
asegurar la autonomía de la voluntad en la toma de decisiones que le competen. En materia de TRHA,
la información debe reunir datos sobre aspectos biológicos, jurídicos y éticos, y condiciones
económicas del tratamiento, así como las posibilidades de éxito, riesgos y condiciones de aplicación de
las técnicas. Pero la relación médico- paciente no se agota con el cumplimiento de la obligación de
informar, sino que requiere, asimismo, que el destinatario de la información tenga una función
participativa y de colaboración que le permita comprender, procesar y valorar lo que se le informa, y
adoptar las decisiones racionales que le dicta su interés. Es decir, una correcta hermenéutica del
término “consentimiento” remite ineludiblemente a sus presupuestos previos: la información adecuada,
la comprensión de esa información, la libertad en el sujeto que presta su consentimiento y la
competencia para participar en la toma de decisiones. Concretamente en torno del uso de TRHA, la ley
especial deberá regular los requisitos sobre la información no sólo de usuarios, sino también de los
dadores de material genético. A tales fines, deberá diseñarse un formulario de consentimiento
informado con la mención expresa de las condiciones concretas de cada caso;
c) libre, en el sentido que el art. 260 del Código define un acto voluntario, es decir, “el
ejecutado con discernimiento, intención y libertad”, sin ninguna coacción ni presión de ningún tipo.
§ Prueba genética
§ La prueba en las acciones de filiación: principios generales.- El art. 579 del Código –al
igual que el art. 253 derogado- estipula como regla que en las acciones de filiación se admiten toda
clase de pruebas, incluidas las genéticas, que pueden ser decretadas de oficio o a petición de parte.
La norma sienta el principio de amplitud probatoria, sin limitación alguna, sin perjuicio de que
su valoración quedará a criterio del magistrado interviniente y de que en algunos supuestos ciertas
pruebas no se bastan por sí solas, requiriendo el cúmulo de otros elementos probatorios para juzgar la
procedencia de la pretensión (así, p. ej., sucede con la prueba confesional en las acciones de
desplazamiento de estado). Se aplican aquí también los principios generales en materia probatoria en
los procesos de familia –regulados en los arts. 705 y ss.- y las reglas especiales introducidas por la
reforma con relación a la prueba testimonial, previstas por el art. 711.
El objeto de la prueba ofrecida y producida en el proceso filiatorio será la comprobación de la
existencia o inexistencia del vínculo biológico entre el actor y el demandado o demandados. A tales
fines, las distintas clases de prueba deben tender a formar un conjunto de presunciones graves, precisas
y concordantes que lleven a la íntima convicción del juez que el reclamante es hijo de determinada
persona o no lo es.
La prueba debe ser producida por ambas partes, quienes deben participar activamente en su
producción, a la luz del principio de las cargas probatorias dinámicas, que en materia filiatoria cobra
especial énfasis, como luego se verá.
Pero, además, como ya propugnaba el derogado art. 253, el actual art. 579 determina que la
prueba puede ser impulsada de oficio. Esta regla debe completarse con el principio de oficiosidad
previsto el art. 709 para todos los procesos de familia a excepción de los exclusivamente económicos
en los que las partes sean capaces. Este fenómeno que se conoce como de “publicización” de los
procedimientos de familia cobra plena vigencia en las acciones filiales, donde el juez no sólo puede,
sino que debe disponer la producción de toda la prueba, en especial la genética, a los fines de dictar una
sentencia que se ajuste a los parámetros de justicia y garantice el derecho a la identidad de las personas
involucradas. Entra aquí también en juego el derecho a la verdad que tiene por contrapartida el interés
del Estado en la identificación del estado civil de las personas, en la medida en que ésta constituye una
de las bases de la organización social.
Este deber se ve reforzado en aquellos juicios donde se encuentren involucradas personas
vulnerables, sea por tratarse de menores de edad, o de personas con padecimientos mentales, e implica
incluso suplir la negligencia o inactividad de las propias partes en la producción de la prueba, en
especial la genética.
§ La prueba genética.-
a. Determinación de la filiación a la luz de los avances científicos.- Si bien, al igual que su
antecesor, el art. 579 ha recogido el principio de amplitud probatoria en los procesos filiatorios, es
indudable que en la práctica, los avances científicos y la casi absoluta certeza que presenta en la
actualidad el examen genético, han llevado a que se erija como la prueba por excelencia para investigar
la existencia o inexistencia del vínculo filial. Tanto es así que algunos autores la definen como la
probatio probattisima, que es lo mismo que afirmar que “el juicio de filiación es hoy de neto corte
pericial”.
La trascendencia probatoria de esta prueba ha sido advertida por el legislador, incorporándose
en el nuevo Código soluciones concretas en la materia, muy debatidas doctrinaria y
jurisprudencialmente.
b. El valor probatorio del examen de ADN.- El desarrollo de las pruebas biológicas ha tenido
una larga evolución, desde las primeras pruebas antropomórficas y fisiológicas, pasando por los
distintos sistemas de pruebas hematológicas que fueron perfeccionándose con los años, hasta llegar a la
prueba de ADN o ácido desoxirribonucleico.
El ADN es una larga molécula que forma una doble hélice, encargada de almacenar y transmitir
la información genética y se encuentra en los cromosomas de todas las células. La información
heredable está constituida por los genes, segmentos o unidades discretas de la molécula de ADN que
codifican una proteína específica, cuya información define o modifica rasgos biológicos, ya sean
estructurales o funcionales. Los genes están organizados en estructuras denominadas cromosomas. En
los seres humanos, existen veintitrés pares de cromosomas conformados aproximadamente por sesenta
mil genes. Un bloque de veintitrés cromosomas XX es heredado de la madre y otro XY del padre. Los
genes ocupan en los cromosomas posiciones específicas llamadas loci. En un mismo locus podemos
encontrar diferentes variantes o alelos de un mismo gen.
En el estudio de filiación pueden presentarse tres posibilidades: a) la exclusión, en la cual el
padre alegado es rechazado como padre biológico; b) la inclusión, mediante la que se asigna con gran
seguridad la paternidad biológica a un individuo alegado; y c) la no exclusión, o imposibilidad de negar
la paternidad biológica de un individuo.
El examen genético estará destinado a determinar qué proporción de personas de la misma
población del que se sindica como padre tiene una combinación de patrones de ADN igual a la muestra,
para lo cual se acudirá a las estadísticas y tablas poblacionales adaptadas a la raza y al lugar geográfico
de la investigación. La posibilidad de que dos individuos sin vínculo biológico entre sí compartan un
mismo patrón de bandas es menor a la relación de 1 a 100.000.000.000, cuestión que permite inferir el
alto grado de certeza que presentan estas técnicas de investigación de la paternidad, que en la
actualidad alcanza el 99,99%.
En los supuestos de exclusión de la paternidad alegada, la cuestión varía sustancialmente ya que
cada prueba puede aportar una incompatibilidad y si ésta es absoluta, el vínculo queda descartado, sin
necesidad de realizar cálculo estadístico alguno. De este modo, mientras que la inclusión de la
paternidad es probable u altamente probable, su exclusión es certera.
A tenor de las precisiones expuestas, la doctrina y la jurisprudencia mayoritaria se ha mostrado
proclive a otorgar un peso determinante al resultado positivo obtenido en el examen genético, aun
cuando se trate de la única prueba producida en el juicio. Ello, claro está, siempre se lleve a cabo en
laboratorios especializados, con profesionales idóneos y mediante los resguardos técnicos necesarios.
Como consecuencia de este fuerte avance y perfeccionamiento que han tenido las pruebas
genéticas en las últimas décadas y la amplia aceptación científica y jurídica sobre su valor probatorio,
el nuevo Código ha incorporado soluciones concretas en relación con estas pruebas en los procesos
filiatorios en los arts. 579 y 580.
En los fundamentos del proyecto, se indica la supuesta secuencia de la producción de estas
pruebas, a saber: a) si el presunto padre vive, pero se opone a someterse a la prueba genética, esa
negativa funciona como un indicio grave; b) si el presunto padre vive, pero resulta imposible producir
la prueba (por ej., porque está rebelde o ausente) la prueba puede realizarse sobre material genético de
los parientes del demandado hasta el segundo grado; c) si el presunto padre no vive, el examen puede
practicarse sobre material genético de los padres del demandado; d) ante la negativa o imposibilidad de
uno de ellos o ambos, se puede autorizar la exhumación del cadáver, siendo el juez quien opte entre
estas dos posibilidades según las circunstancias del caso.
c. El valor de la negativa a someterse a la prueba genética.- Sabido es que tras la sanción de
la ley 23.511, cuyo art. 4 disponía que “la negativa a someterse a los exámenes y análisis necesarios
constituirá indicio contrario a la posición sustentada por el renuente”, se abrieron fuertes debates.
Nuestra doctrina y jurisprudencia se hallaba básicamente dividida en dos vertientes
interpretativas de la disposición del art. 4º, ley 23.511.
La primera y más tradicional era aquella que interpretaba literalmente la regla mencionada y
concluía en que la negativa a someterse a la prueba biológica en el juicio filiatorio constituía un indicio
grave contrario a la posición sostenida por el renuente. Partiendo de la idea de que los indicios son
hechos fuente de presunciones, esta corriente afirmaba que el indicio (hecho conocido) consistente en
la negativa a someterse a los exámenes genéticos sumado a otras pruebas, autorizaba al juez a
sentenciar que el padre alegado era el progenitor del niño. En este sentido, se sostenía que “en la
especie juega en plenitud el art. 163, inc. 5°, CPCCN: la actitud renuente del demandado será un hecho
‘real’ y ‘probado’ —o sea, el hecho básico que se toma como punto de partida y que se denomina
‘indicio’— que, unido a otros (la norma hace referencia al ‘número, precisión, gravedad y
concordancia’), son los que producirán la convicción del juzgador, que lo habilitará para el dictado de
la sentencia estimatoria”.
En cambio, para la segunda postura, la actitud renuente debía interpretarse como una
presunción, que producía la inversión de la carga de la prueba, por lo cual la negativa a someterse a la
prueba biológica era un hecho determinante hasta que el demandado no lograra desvirtuarlo, o lo que es
lo mismo, “una prueba tasada que obliga al juez”. Esta tendencia se basaba en que las presunciones,
como tales, constituyen el resultado de una labor intelectual del juez tendiente a extraer conclusiones de
los hechos conocidos (indicios) para inferir la existencia o inexistencia de otro hecho desconocido.
Estas voces que tímidamente empezaron a escucharse tras la sanción de la ley 23.264 se
convirtieron en la tesis mayoritaria luego de la reforma constitucional de 1994 y el desarrollo
intelectual en derredor del derecho a la identidad. Siguiendo esta doctrina, entonces, la negativa
configuraba un elemento suficiente por sí solo para hacer lugar a la pretensión filiatoria. En esta
tesitura, Grosman y Arianna afirmaban que la mera negativa era de por sí suficientemente grave y
precisa para hacer lugar a la acción. Frente a este supuesto, “corresponde acoger la demanda de
filiación, sin perjuicio de que el demandado pueda demostrar la falta de nexo biológico. Es decir, se
produciría una inversión de la carga de la prueba. Se asimilaría esta hipó-tesis a una confesión ficta que
constituye plena prueba en ausencia de otros elementos que la contradigan (art. 417, CPCCN)”.
Pese a la contundencia de los argumentos esgrimidos doctrinariamente, el nuevo Código ha
decidido considerar a la postura reticente o negativa a llevar a cabo la prueba genética como un indicio
grave contrario a la posición del renuente, sobre la base –como se aclara en los fundamentos del
Proyecto- de que es ésta la postura mayoritaria en nuestra jurisprudencia.
Como lo hemos expresado en otras oportunidades, no compartimos esta postura y consideramos
que la reforma debiera haberse inclinado por valorar la negativa como una presunción, capaz de
producir por sí la inversión de la carga de la prueba y, por ende, determinante de la filiación mientras el
demandado no logre desvirtuarla.
La mera negativa del demandado de someterse a la realización de la prueba biológica como
prueba única rendida en autos adquiere un valor suficiente para hacer lugar a la demanda de filiación, y
así castigar la conducta del renuente. De lo contrario, si no se hiciere lugar a la acción, el demandado se
hallaría en una posición más ventajosa ante la carencia probatoria, falta que en la mayoría de los casos,
no responde a un accionar culposo por parte de la actora, sino a la particularidad de las situaciones
fácticas presentadas. Esta solución encuentra su primer fundamento en las modernas tendencias
procesalistas que se asientan en la teoría de las cargas dinámicas de la prueba que, como señala
Morello, desde una visión solidarista del proceso supera el mero interés de las partes como centro de
distribución del onus probandi, acentúa un criterio de efectiva cooperación y reclama un papel más
activo del demandado, descartándose aquellos comportamientos que se limitan a una cómoda negativa.
Pero, además, la idea propuesta halla su fundamento constitucional en el resguardo al derecho a la
identidad, cuya trascendencia en la constitución subjetiva del individuo permite otorgarle un “peso”
mayor que la libertad de intimidad, la integridad física o la objeción de conciencia que pudiera alegar el
demandado para fundar su negativa a someterse a la prueba biológica.
La cuestión reviste vital importancia en los casos en que la relación sexual que dio origen a la
filiación no puede acreditarse por otros medios de prueba, sea porque se trata de una relación ocasional
o de relaciones “ocultas” en las que uno de los partícipes (o ambos) tienen sus respectivas parejas
estables. Frente a la orfandad probatoria, la valoración de la actitud del demandado en el proceso
deviene concluyente para determinar la relación filial y de garantizar el derecho a la identidad de quien
la reclama.
Por fin, debe destacarse que la valoración de la negativa a someterse al examen genético como
una presunción en contra de la posición sostenida por el renuente ha sido reconocida expresamente en
el derecho comparado. Así, por ejemplo, el Código de la Niñez y la Adolescencia del Paraguay dispone
en su art. 184 que la negativa a someterse a la prueba genética “deberá considerarse como presunción
de paternidad o maternidad”. Con similares términos se expresan el art. 204 del Código de la Niñez y la
Adolescencia uruguayo; el art. 382 del Código Civil de México DF; y el art. 210 del Código Civil de
Venezuela.
d. Citación a los parientes del demandado.- En la mayoría de los casos, la prueba genética se
obtiene directamente del padre o madre alegados. Pero puede suceder que por diversas circunstancias,
la obtención directa de la prueba no pueda llevarse a cabo, sea porque el cadáver del progenitor alegado
ha sido cremado o ha desaparecido, o porque éste se niega a someterse a la prueba y la consienten sus
parientes.
En tales supuestos, cobra relevancia la posibilidad de recurrir a los estudios con respecto a otros
parientes, cuestión sobre la cual –como se adelantó- innova el Código reformado. Así, el segundo
párrafo del art. 579 prevé que “Ante la imposibilidad de efectuar la prueba genética a alguna de las
partes, los estudios se pueden realizar con material genético de los parientes por naturaleza hasta el
segundo grado; debe priorizarse a los más próximos”.
Varios son los comentarios que merece la solución legal.
Por un lado, resulta acertada la limitación de la prueba entre los parientes hasta el segundo
grado y la prioridad que se otorga a los más próximos, pues la cercanía del vínculo biológico permite
una mayor precisión en el resultado de la prueba e indica un mayor índice de compatibilidad genética.
Así, se ha dicho que “a medida que el vínculo se vuelve más remoto, el grado de certeza disminuye y
por ello no siempre es posible arribar a dictámenes conclusivos”. Indudablemente, cuantos más
marcadores se conozcan, mayor será la probabilidad de excluir o incluir con un alto porcentaje la
relación biológica.
En segundo término, se ha criticado que la norma no resuelve la forma en que deberán
intervenir estas personas en el proceso. Tal cuestión resulta, no obstante, un problema a resolver en el
ámbito del derecho formal y procesal, más que de fondo. Según se infiere de la legislación procesal de
la CABA, en vida del progenitor demandado, la figura que más se aproxima a la intervención de los
parientes en el proceso es la de los terceros. En tal sentido se ha dicho que la intervención de terceros
tiene lugar cuando, durante el desarrollo del proceso, sea en forma espontánea o provocada, se
incorporan a él personas distintas a las partes originarias a fin de hacer valer derechos o intereses
propios, pero vinculados con la causa o el objeto de la pretensión. Una vez declarada admisible su
intervención, el tercero deja de ser tal para asumir la calidad de parte en el proceso.
Nótese además que dichos parientes se encuentran habilitados para actuar voluntariamente en el
proceso a través de la figura de la intervención adhesiva simple (art. 90, inc. 1°, CPCCN), que se
presenta cuando una persona, sin estar legitimada para demandar o ser demandada, defiende un derecho
ajeno (el del actor o el demandado), pero en interés y nombre propio. Es el modo de participación que
le cabe al tercero cuando posee un interés jurídico propio en razón de la relación jurídica que tiene
respecto de una de las partes, que puede verse afectada si esta última resulta vencida en el pleito, por lo
que decide intervenir a efectos de apoyarla. Y ello en tanto si bien el pariente carece de legitimación
activa, es claro que tiene un interés legítimo propio en el resultado de un proceso que eventualmente lo
emplazará como pariente del accionante.
Como tercera cuestión, debe decirse que la redacción de la norma es poco clara. En efecto, la
última parte dispone que “Si ninguna de estas alternativas es posible, el juez valora la negativa como
indicio grave contrario a la posición del renuente”. Con ello pareciera decir que el magistrado debe
citar a todos los parientes hasta el segundo grado antes de considerar o valorar la negativa del
demandado a someterse a la prueba genética.
En los fundamentos del Proyecto –como se adelantó- se aclaró la secuencia que debe seguirse
en la producción de las pruebas genéticas. Así, si el demandado vive, pero se opone a someterse a la
prueba genética, se dice que esa negativa funciona como un indicio grave. En cambio, cuando resulta
imposible producir la prueba (por ej., porque el demandado está rebelde o ausente), se autoriza a que
ésta se realice sobre material genético de los parientes hasta el segundo grado. Debe considerarse ésta
la única interpretación posible de la norma, en tanto lo explicitan sus propios redactores y, además, por
cuanto es la única solución compatible con el interés del actor en concretar su derecho a la identidad.
Por último, no resulta claro tampoco el alcance del último párrafo del art. 579 en cuanto a la
negativa de los demás parientes citados en el proceso. La cuestión ha llevado a sendos debates
doctrinarios y jurisprudenciales respecto de la posición de los parientes sucesores del progenitor
alegado -cuestión que será analizada al comentar el artículo siguiente-. De la redacción de la norma
cabría inferir que la negativa de los parientes –ante la imposibilidad de producir la prueba sobre el
demandado directo por ausencia o rebeldía- debe ser interpretada también como indicio contrario a su
posición en el juicio. Esta respuesta es la más compatible con el principio de las cargas probatorias
dinámicas, que obliga a los sujetos a participar activamente para esclarecer la verdad del proceso y, por
otra parte, la que más efectivamente garantiza el emplazamiento filial, como un aspecto del derecho a
la identidad, del actor que en este contexto es la parte más vulnerable del proceso.
§ Prueba genética post mortem.- El art. 580 prevé una solución expresa para la situación en que el
demandado en un proceso de filiación hubiera fallecido, admitiendo que en tal caso el examen genético
se practique sobre material genético de los padres del demandado o, ante la negativa o imposibilidad de
uno de ellos o ambos, se autorice la exhumación del cadáver, pudiendo el juez optar entre estas dos
posibilidades según las circunstancias del caso.
Merece ponderarse que la ley haya incluido específicamente la alternativa de la exhumación del
cadáver pues ello despeja el dilema entre el derecho a la identidad y la alegada preservación de la
intimidad, la memoria y el honor del fallecido, así como el derecho de sus sucesores a que sean
respetados y protegidos los restos mortales; dilema ya superado por nuestra doctrina y jurisprudencia.
Igualmente adecuada es la opción que se confiere a los magistrados de realizar el examen sobre
los progenitores del padre alegado o sobre los restos cadavéricos, pues se sabe que las consecuencias
propias de la descomposición de los restos óseos conspiran contra la posibilidad de extraer muestras
idóneas para la obtención del ADN: cuanto más tiempo ha transcurrido desde el fallecimiento hasta la
realización del examen, más complejo y más costoso se vuelve este último. Pero además, la solución
expresa de acudir a los parientes se justifica cuando se ha producido la cremación del cadáver, sea por
propia voluntad del causante, sea por decisión de los herederos.
Es precisamente por ello que cuando se pretende la prueba genética respecto de los restos
mortales cobran vital importancia tanto la posibilidad de disponer medidas de no innovar (conf. art.
230, CPCCN) para evitar la “desaparición” de la prueba fundamental para acreditar el vínculo
biológico, como la producción de pruebas anticipadas (conf. art. 326, CPCCN). Respecto de las
primeras, se requiere la comprobación de la verosimilitud del derecho alegado, derivándose en cambio
el peligro en la demora de la propia naturaleza y objeto de la medida (res ipsa loqitur). Con relación a
las segundas, se ha resuelto que “corresponde ordenar la realización de la prueba anticipada solicitada
por la actora en un proceso de filiación si, tratándose de una pericia biológica de ADN a practicar sobre
restos cadavéricos, resulta evidente que el peligro en la demora existe potencialmente, como riesgo
cierto, no sólo porque el transcurso del tiempo dificulta la tarea encareciendo su complejidad y costos,
sino también porque el cadáver del progenitor alegado no se encuentra en modo alguno cubierto de la
posibilidad de sufrir la producción de hechos de la naturaleza o humanos que frustren la realización de
la medida”.
Ahora bien, la norma merece algunas críticas.
En primer lugar, no se comprende por qué se ha limitado la producción de la prueba genética
respecto de los progenitores del demandado fallecido, cuando en vida del presunto progenitor se admite
esa prueba sobre todos los parientes hasta el segundo grado. La solución resulta inconsistente si se
advierte que naturalmente es más probable que los padres del demandado mueran antes que él, de
modo que siendo así, y habiéndose cremado los cadáveres, el actor se quedará sin posibilidad de
acreditar el vínculo biológico. La contradicción es mayor si se observa que en vida del demandado,
podrá evaluarse como indicio grave su negativa a someterse a la prueba genética en orden a facilitar la
determinación de la filiación, cuestión imposible tras su muerte. Para evitar esta situación, la norma
debió haber previsto en forma amplia la posibilidad de recurrir a otros parientes hasta el segundo grado,
como posibles hermanos del interesado (hijos del demandado), cuya prueba de compatibilidad genética
es decisoria. La limitación legal debe armonizarse con la solución prevista en el art. 579 y con los
principios constitucionales, que justifican la remoción de todos los obstáculos que impidan arribar a la
verdad objetiva del caso y garantizar el derecho a la identidad del interesado.
En segundo lugar, debe notarse que el art. 580 no ha resuelto de manera expresa uno de los
debates doctrinarios y jurisprudenciales más intensos, cual es, el valor de la negativa a someterse a la
prueba genética de los sucesores universales llamados a juicio como demandados. En efecto, aún
interpretándose forzadamente –como se vio- el art. 579 de modo de considerar que allí se prevé la
valoración de la conducta renuente como indicio grave aún cuando proviene de los parientes, esa norma
refiere sólo a los parientes vivos.
No habiéndose aportado una solución precisa, cobran relevancia los argumentos expuestos
doctrinaria y judicialmente determinar si la negativa de los sucesores parientes a someterse a la prueba
genética puede o no asimilarse en cuanto a sus consecuencias jurídicas a la que proviene del padre
alegado.
Así, a favor de aplicar la consecuencia prevista por el actual art. 579 para la negativa del padre
alegado, desde la perspectiva procesal se ha dicho que el inc. 1°, art. 356, CPCCN, en cuanto a que
exime al sucesor universal de reconocer o negar categóricamente cada uno de los hechos expuestos en
la demanda, más que liberarlo de tal imperativo, lo difiere a una oportunidad ulterior, después de
producida la prueba. Es decir, el sucesor puede contestar la demanda en expectativa, pero ello no lo
autoriza a obstaculizar la realización de la prueba, máxime cuando es de vital trascendencia para la
justa composición del pleito, lo que nos ubica nuevamente en el campo de la teoría de las cargas
probatorias dinámicas. En segundo término, la postura amplia encuentra justificación desde la
perspectiva constitucional, porque también aquí en la ponderación de los derechos en juego cabe
concluir que el derecho a la identidad del reclamante tiene un mayor “peso” que la libertad de
intimidad de los sucesores demandados, en la que supuestamente se funda su actitud renuente.
En sentido contrario, se ha expresado la imposibilidad de asimilar ambos supuestos, por varias
razones. Por un lado, por cuanto es distinta la responsabilidad del padre con relación a otros parientes:
el padre se niega porque sabe de la relación (los herederos pueden no saber). Por el otro, en tanto l a
continuación de la “persona” del causante no importa el automático conocimiento de todo lo que el
causante conoció en vida. En fin, también se ha esgrimido que al demandado incube la carga de
expedirse en forma clara, explícita y circunstanciada acerca de cada uno de los hechos contenidos en la
demanda, pero ese régimen no es extensivo al sucesor a título universal de quien participó en los
hechos, pues la carga se refiere a los hechos personales del demandado, mientras aquél puede dar
respuesta de expectativa para una vez producida la prueba (conf. art. 356, CPCCN).