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El deseo muerto de los anarcocomunistas


Ahora que la Nueva Izquierda ha abandonado su anterior
postura no ideológica ancha y flexible, dos ideologías han sido
adoptadas como guía teorética por los Nuevos Izquierdistas: el
marxismo-estalinismo, y el anarcocomunismo. El marxismo-
estalinismo desafortunadamente ha conquistado el SDS, pero
el anarcocomunismo está seduciendo a muchos izquierdistas
que demandan una alternativa a la tiranía burocrática y
estatista que ha marcado el camino estalinista. Y muchos
libertarios, en busca de líneas de acción y aliados para
emprenderlas, se han sentido atraídos por un credo anarquista
que aparentemente exalta la voluntariedad y reivindica la
abolición del Estado coercitivo. Es lamentable, sin embargo,
desatender y perder de vista los propios principios en el afán por encontrar aliados para acciones tácticas
específicas. El anarcocomunismo, ya sea en su forma Bakunin-Kropotkin original o en su actual variedad
irracionalista y “postescasez”, es el polo opuesto de los genuinos principios libertarios.

Si hay algo, por ejemplo, que el anarcocomunismo odia y desprecia más que el Estado son los derechos de
propiedad privada; en realidad, la principal razón por la que los anarcocomunistas se oponen al Estado es porque
creen fervientemente que es la fuente y el custodio de la propiedad privada y que, por tanto, la abolición de la
propiedad pasa por la destrucción del aparato estatal. No comprenden que el Estado siempre ha sido el mayor
enemigo e invasor de los derechos de propiedad. Asimismo, menospreciando y repudiando el libre mercado, la
economía de las ganancias y las pérdidas, la propiedad privada y la afluencia material – lo uno siendo corolario de
lo otro – los anarcocomunistas erróneamente identifican el anarquismo con la vida comunal, con el intercambio
tribal y con otros aspectos de nuestra emergente cultura juvenil de drogas y “rock and roll”.

Lo único bueno que puede decirse del anarcocomunismo es que, en contraste con el estalinismo, su forma de
comunismo sería, se supone, voluntaria. Presumiblemente nadie sería obligado a integrarse en las comunas, y
aquellos que quisieran continuar viviendo individualmente y emprender actividades de mercado, podrían hacerlo sin
ser molestados. ¿O sí serían molestados? Los anarcocomunistas siempre han sido extremadamente vagos y
nebulosos acerca de los rasgos característicos de su proyectada sociedad anarquista. Muchos de ellos han
planteado la idea profundamente antiliberal de que la revolución anarcocomunista tendrá que confiscar y abolir toda
la propiedad privada, para alejar a cada uno de su vinculación psicológica a su propiedad particular. Además, es
difícil de olvidar el hecho de que cuando los anarquistas españoles (anarcocomunistas del tipo Bakunin-Kropotkin)
tomaron amplias regiones de España durante la Guerra Civil de la década de los 30, confiscaron y destruyeron todo
el dinero de su territorio y con presteza decretaron la pena de muerte por el uso del dinero. Nada de esto transmite
confianza acerca de la buenas y voluntaristas intenciones del anarcocomunismo.

En todos los otros aspectos el anarcocomunismo va desde lo desafortunado a lo absurdo. Filosóficamente esta
doctrina es un avasallador asalto a la individualidad y a la razón. El deseo individual por la propiedad privada, la
inclinación del hombre por superarse, por especializarse, por acumular ganancias e ingresos, son despreciadas por
todas las ramas del comunismo. En lugar de eso se supone que cada uno debe vivir en comunas, compartiendo
sus escasas pertenencias con sus compañeros y cuidándose de no adelantar en nada a sus hermanos
comunitarios. En la raíz de todas las formas de comunismo, forzado o voluntario, reside un profundo odio por la
excelencia humana, una negación de la superioridad natural o intelectual de unos hombres sobre los demás, y un
afán por rebajar a cada individuo al nivel de una hormiga del montón comunal. En el nombre de un “humanismo”

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vacío, un irracional y profundamente antihumano igualitarismo sustraería a cada individuo su particular y preciosa
humanidad. Además, el anarcocomunismo desdeña la razón y sus corolarios, los propósitos a largo plazo, la
previsión, el esfuerzo y el logro personal; en vez de eso exalta las emociones irracionales, los antojos y caprichos,
todo ello en el nombre de la “libertad”. La “libertad” del anarcocomunismo no tiene nada que ver con la genuina
libertaria ausencia de invasión o abuso interpersonal; es, en cambio, una “libertad” que significa ser esclavo de la
sinrazón, del antojo irreflexivo, del capricho infantil. Social y filosóficamente, el anarcocomunismo es una desgracia.

Económicamente, el anarcocomunismo es absurdo. El anarcocomunista pretende abolir el dinero, los precios y el


empleo, y propone conducir una economía moderna meramente a través de un registro automático de
“necesidades” ubicado en algún banco de datos central. Nadie que tenga la más mínima noción de economía
puede entretenerse con esta teoría un solo segundo. Hace cincuenta años Ludwig von Mises demostró que una
economía planificada y sin dinero no puede operar más allá de un nivel sumamente primitivo. Explicó que los
precios de mercado son indispensables para una asignación racional de todos nuestros recursos escasos – trabajo,
tierra y bienes capitales – en las áreas y parcelas donde son más deseadas por los consumidores y donde pueden
rendir con la mayor eficiencia. Los socialistas concedieron la validez del desafío de Mises, e intentaron – en vano –
concebir un sistema de precios de mercado, racional, en el contexto de una economía socialista planificada. Los
rusos, después de intentar una aproximación a la economía comunista sin dinero en su “Comunismo de Guerra”
tras la Revolución Bolchevique, reaccionaron con horror al ver que la economía rusa se precipitaba al desastre. Ni
siquiera Stalin intentó nunca revivirlo, y desde la Segunda Guerra Mundial, los países del Este de Europa han
presenciado un total abandono de este ideal comunista y un rápido giro hacia el libre mercado, un sistema de
precios libre, test de ganancias y pérdidas y la promoción de la afluencia del consumidor. No es casualidad que
hayan sido precisamente los economistas de los países comunistas los que han liderado la huída del comunismo,
el socialismo y la planificación central, hacía el libre mercado. No es ningún crimen ser un ignorante en economía,
que es, después de todo, una disciplina especializada que además la mayoría de gente considera una “ciencia
deprimente”. Pero es una total irresponsabilidad tener una sonora y vociferante opinión sobre materias económicas
mientras se permanece en semejante estado de ignorancia. Y esta clase de ignorancia agresiva es inherente al
credo anarcocomunista.

El mismo comentario puede hacerse en relación con la generalizada creencia, sostenida por muchos Nuevos
Izquierdistas y por todos los anarcocomunistas, de que ya no hay ninguna necesidad de preocuparse por la
economía o la producción porque estamos viviendo en un mundo que supuestamente ha superado la escasez, y
donde por tanto no tienen cabida estos problemas. Pero, aunque nuestro estado de escasez sea claramente menos
precario que el del hombre de las cavernas, todavía vivimos en un mundo de apremiante escasez económica.
¿Cómo sabremos cuándo el mundo ha alcanzado un estadio “postescaso”? Simplemente, cuando todos los bienes
y servicios que podamos desear sean tan superabundantes que sus precios caigan hasta cero; en suma, cuando
podamos adquirir todos los bienes como si estuviéramos en el Jardín del Edén, sin esfuerzo, sin trabajo, sin
emplear ningún recurso escaso.

El espíritu antirracionalista del anarcocomunismo fue expresado por Norman O. Brown, uno de los gurús de la
nueva “contracultura”:

“El gran economista von Mises intentó refutar el socialismo demostrando que, al abolir el
intercambio, el socialismo hacía el cálculo económico… y por tanto la racionalidad económica,
imposible. Pero si von Mises está en lo cierto, entonces lo que descubrió no es una refutación… sino
una justificación psicoanalítica del socialismo… Es una de las tristes ironías de la vida intelectual
contemporánea que la réplica de los economistas socialistas a los argumentos de Mises intentara
mostrar que el socialismo no era incompatible con ‘el cálculo económico racional’, esto es, que sí
incorpora el principio inhumano de la economización” (Life Against Death, Random House, 1959,
pág. 238-39).

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El hecho de que el abandono de la racionalidad y la economía en favor de la “libertad” y el capricho conducirá al
quebranto de la producción moderna y la civilización y nos devolverá al barbarismo no amansa a nuestros
anarcocomunistas y otros exponentes de la contracultura. Pero lo que parece que no aciertan a comprender es que
el resultado de esta vuelta al primitivismo será la inanición y la muerte de la mayoría de la humanidad y una
precaria subsistencia para los restantes.

De llevarse a cabo su propuesta, se darán cuenta de que es difícil vivir felices y “sin represión” mientras se muere
de hambre. Todo lo cual nos remite a la sabiduría del gran filósofo español Ortega y Gasset:

“En los motines que la escasez provoca suelen las masas populares buscar pan, y el medio que
emplean suele ser destruir las panaderías. Esto puede servir como símbolo del comportamiento que
en más vastas y sutiles proporciones usan las masas actuales frente a la civilización que las nutre
(…) La civilización no está ahí, no se sostiene a sí misma.

Es artificio (…) Si usted quiere aprovecharse de la ventajas de la civilización, pero no se preocupa


usted de sostener la civilización… se ha fastidiado usted. En un dos por tres se queda usted sin
civilización. ¡Un descuido, y cuando mira usted en derredor todo se ha volatilizado! Como si
hubiesen recogido unos tapices que tapaban la pura Naturaleza, reaparece repristinada la selva
primitiva. La selva siempre es primitiva. Y viceversa. Todo lo primitivo es selva.” (Ortega y Gasset,
The Revolt of the Masses, New York, W.W. Norton, 1932, pág. 97).

El artículo original fue publicado el 1 de enero de 1970 en The Libertarian Forum. Traducido del inglés por Albert
Esplugas Boter. Tomado de liberalismo.org

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