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Las hadas, por lo general, son criaturas bellas, dulces, amables y llenas de amor.
Pero hubo una vez un hada que no eran tan hermosa. La verdad, es que era
horrible, tanto, que parecía una bruja.
El Hada Fea vivía en un bosque encantado en el que todo era perfecto, tan
perfecto que ella no encajaba en el paisaje, por eso se fue a vivir apartada en una
cueva del rincón más alejado del bosque. Allí cuidaba de los animalitos que vivían
con ella, y disfrutaba de la compañía de los niños que la visitaban para escuchar
sus cuentos y canciones. Todos la admiraban por su paciencia, la belleza de su
voz y la dedicación que prestaba a todo lo que hacía. Para los niños no era
importante en absoluto su aspecto.
Un día llegó una visita muy especial al bosque encantado. Era la reina suprema de
todas las hadas del universo: el Hada Reina. La cual estaba visitando todos los
reinos, países, bosques y parajes donde vivían sus súbditos para comprobar que
realmente cumplían su misión: llevar la belleza y la paz allá donde estuvieran.
Para comprobar que todo estaba en orden, el Hada Reina lanzaba un hechizo muy
peculiar, que ideaba en función de lo que observaba en cada lugar.
-Parece que no es verdad lo que me decís -dijo el Hada Reina-. Tendréis que
buscar el motivo de que vuestro hogar haya perdido el color. Cuando lo hagáis,
este bosque encantado recuperará todo su brillo y esplendor. Sólo cuando la
auténtica belleza viva entre vosotras este lugar volverá a ser perfecto.
Tras la visita del Hada Reina se reunieron urgentemente todas las hadas del
consejo del bosque encantado.
-Esto es cosa del Hada Fea -dijo una de las hadas del consejo-. Ella es la
culpable.
-Vayamos a buscarla -dijo el Hada Gobernadora del bosque -. Hay que expulsarla
de aquí.
Todas las hadas fueron en busca del Hada Fea. Cuando la encontraron le pidieron
que se marchara. La pobre Hada Fea, pensando que era la culpable, se marchó.
Pero cuando cruzó las fronteras del bosque, éste dejó de ser gris y pasó a ser de
color negro.
El Hada Fea no andaba muy lejos del bosque y al escuchar a los niños gritar
enfadados volvió para ver qué ocurría.
Los niños corrieron a abrazarla. Todos menos uno, que se quedó con la boca
abierta.
- ¡Mirad eso! -dijo el niño. El suelo que acaba de pisar el Hada Fea ha recuperado
su color, y también las flores que tiene a su lado.
El Hada Fea perdonó a sus hermanas y las acompañó por todo el bosque. Todo el
mundo pudo admirar el gran corazón de aquel hada que, aunque tenía una cara
muy fea, emocionaba a todos con su belleza interior.
Blancanieves
Un día de invierno la Reina miraba cómo caían los copos de nieve mientras cosía.
Le cautivaron de tal forma que se despistó y se pinchó en un dedo dejando caer
tres gotas de la sangre más roja sobre la nieve. En ese momento pensó:
- Cómo desearía tener una hija así, blanca como la nieve, sonrosada como la
sangre y de cabellos negros como el ébano.
Al cabo de un tiempo su deseo se cumplió y dio a luz a una niña bellísima, blanca
como la nieve, sonrosada como la sangre y con los cabellos como el ébano. De
nombre le pusieron Blancanieves, aunque su nacimiento supuso la muerte de su
madre.
Pasados los años el rey viudo decidió casarse con otra mujer. Una mujer tan bella
como envidiosa y orgullosa. Tenía ésta un espejo mágico al que cada día
preguntaba:
Al oír esto la Reina montó en cólera. La envidia la comía por dentro y tal era el
odio que sentía por ella que acabó por ordenar a un cazador que la llevara al
bosque, la matara y volviese con su corazón para saber que había cumplido con
sus órdenes.
Blancanieves se quedó entonces sola en el bosque, asustada y sin saber dónde ir.
Comenzó a correr hasta que cayó la noche. Entonces vio luz en una casita y entró
en ella.
Era una casita particular. Todo era muy pequeño allí. En la mesa había colocados
siete platitos, siete tenedores, siete cucharas, siete cuchillos y siete vasitos.
Blancanieves estaba tan hambrienta que probó un bocado de cada plato y se
sentó como pudo en una de las sillitas.
Estaba tan agotada que le entró sueño, entonces encontró una habitación con
siete camitas y se acurrucó en una de ellas.
Al día siguiente Blancanieves les contó a los enanitos la historia de cómo había
llegado hasta allí. Los enanitos sintieron mucha lástima por ella y le ofrecieron
quedarse en su casa. Pero eso sí, le advirtieron de que tuviera mucho cuidado y
no abriese la puerta a nadie cuando ellos no estuvieran.
La reina se puso furiosa y utilizó sus poderes para saber dónde se escondía la
muchacha. Cuando supo que se encontraba en casa de los enanitos, preparó una
manzana envenenada, se vistió de campesina y se encaminó hacia montaña.
La malvada Reina que la vio, se marchó riéndose por haberse salido con la suya.
Sólo deseaba llegar a palacio y preguntar a su espejo mágico quién era la más
bella ahora.
Blancanieves
- Espejito espejito, contestadme a una cosa ¿no soy yo la más hermosa?
- Sí, mi Reina. De nuevo vos sois la más hermosa.
De modo que puesto que no podían hacer otra cosa, mandaron fabricar una caja
de cristal, la colocaron en ella y la llevaron hasta la cumpre de la montaña donde
estuvieron velándola por mucho tiempo. Junto a ellos se unieron muchos animales
del bosque que lloraban la pérdida de la muchacha. Pero un día apareció por allí
un príncipe que al verla, se enamoró de inmediato de ella, y le preguntó a los
enanitos si podía llevársela con él.
Caperucita roja
Había una vez una dulce niña que quería mucho a su madre y a su abuela. Les
ayudaba en todo lo que podía y como era tan buena el día de su cumpleaños su
abuela le regaló una caperuza roja. Como le gustaba tanto e iba con ella a todas
partes, pronto todos empezaron a llamarla Caperucita roja.
El lobo mandó a Caperucita por el camino más largo y llegó antes que ella a casa
de la abuelita. De modo que se hizo pasar por la pequeña y llamó a la puerta.
Aunque lo que no sabía es que un cazador lo había visto llegar.
Cenicienta
Érase una vez un hombre bueno que tuvo la desgracia de quedar viudo al poco
tiempo de haberse casado. Años después conoció a una mujer muy mala y
arrogante, pero que pese a eso, logró enamorarle.
Ambos se casaron y se fueron a vivir con sus hijas. La mujer tenía dos hijas tan
arrogantes como ella, mientras que el hombre tenía una única hija dulce, buena y
hermosa como ninguna otra. Desde el principio las dos hermanas y la madrastra
hicieron la vida imposible a la muchacha. Le obligaban a llevar viejas y sucias
ropas y a hacer todas las tareas de la casa. La pobre se pasaba el día barriendo el
suelo, fregando los cacharros y haciendo las camas, y por si esto no fuese poco,
hasta cuando descansaba sobre las cenizas de la chimenea se burlaban de ella.
Un día oyó a sus hermanas decir que iban a acudir al baile que daba el hijo del
Rey. A Cenicienta le apeteció mucho ir, pero sabía que no estaba hecho para una
muchacha como ella.
Planchó los vestidos de sus hermanas, las ayudó a vestirse y peinarse y las
despidió con tristeza. Cuando estuvo sola rompió a llorar de pena por no poder ir
al baile. Entonces, apareció su hada madrina:
- Mmmm… creo que puedo solucionarlo, dijo esbozando una amplia sonrisa.
- Sólo una cosa más Cenicienta. Recuerda que el hechizo se romperá a las doce
de la noche, por lo que debes volver antes.
A Cenicienta le ocurría lo mismo y estaba tan a gusto que no se dio cuenta de que
estaban dando las doce. Se levantó y salió corriendo de palacio. El príncipe,
preocupado, salió corriendo también aunque no pudo alcanzarla. Tan sólo a uno
de sus zapatos de cristal, que la joven perdió mientras corría.
Días después llegó a casa de Cenicienta un hombre desde palacio con el zapato
de cristal. El príncipe le había dado orden de que se lo probaran todas las mujeres
del reino hasta que encontrara a su propietaria. Así que se lo probaron las
hermanastras, y aunque hicieron toda clase de esfuerzos, no lograron meter su pie
en él. Cuando llegó el turno de Cenicienta se echaron a reír, y hasta dijeron que
no hacía falta que se lo probara porque de ninguna forma podía ser ella la
princesa que buscaban. Pero Cenicienta se lo probó y el zapatito le quedó
perfecto.
El patito feo
Pero cuando por fin salió resultó que ser un pato totalmente diferente al resto. Era
grande y feo, y no parecía un pavo. El resto de animales del corral no tardaron en
fijarse en su aspecto y comenzaron a reírse de él.
El pobre patito se sintió muy triste al oír esas palabras y escapó corriendo de allí
ante el rechazo de todos.
Acabó en una ciénaga donde conoció a dos gansos silvestres que a pesar de su
fealdad, quisieron ser sus amigos, pero un día aparecieron allí unos cazadores y
acabaron repentinamente con ellos. De hecho, a punto estuvo el patito de correr la
misma suerte de no ser porque los perros lo vieron y decidieron no morderle.
- ¡Soy tan feo que ni siquiera los perros me muerden!- pensó el pobre patito.
Continuó su viaje y acabó en la casa de una mujer anciana que vivía con un gato y
una gallina. Pero como no fue capaz de poner huevos también tuvo que
abandonar aquel lugar. El pobre sentía que no valía para nada.
Deseó con todas sus fuerzas ser uno de ellos, pero abrió los ojos y se dio cuenta
de que seguía siendo un animalucho feo.
Tras el otoño, llegó el frío invierno y el patito pasó muchas calamidades. Un día de
mucho frío se metió en el estanque y se quedó helado. Gracias a que pasó por allí
un campesino, rompió el frío hielo y se lo llevó a su casa el patito siguió vivo.
Estando allí vio que se le acercaban unos niños y creyó que iban a hacerle daño
por ser un pato tan feo, así que se asustó y causó un revuelo terrible hasta que
logró escaparse de allí.
El resto del invierno fue duro para el pobre patito. Sólo, muerto de frío y a menudo
muerto de hambre también. Pero a pesar de todo logró sobrevivir y por fin llegó la
primavera.
Una tarde en la que el sol empezaba a calentar decidió acudir al parque para
contemplar las flores, que comenzaban a llenarlo todo. Allí vio en el estanque dos
de aquellos pájaros grandes y blancos y majestuosos que había visto una vez
hace tiempo. Volvió a quedarse hechizado mirándolos, pero esta vez tuvo el valor
de acercarse a ellos.
Desde aquel día el patito tuvo toda la felicidad que hasta entonces la vida le había
negado y aunque escuchó muchos elogios alabando su belleza, él nunca acabó
de acostumbrarse.