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ISBN: 84-9822-005-X
THESAURUS:
teatro del siglo XVI, Generación de los Reyes Católicos, comedia celestinesca,
comedia humanística, égloga dramática, teatro cortesano, teatro religioso, farsa, auto,
representación.
RESUMEN
Se aborda la producción dramática de la primera mitad del siglo XVI, momento clave
en el paso del espectáculo medieval al texto concebido específicamente para la
representación. Se pretende dar una visión de conjunto de los subgéneros dramáticos
que comienzan a perfilarse en esta época y de su fortuna posterior (égloga dramática,
farsa, auto, comedia, tragicomedia…). La vacilación de rótulos es indicio del terreno
resbaladizo e incipiente en el que se mueven los principales autores de la época.
Dicha vacilación irá resolviéndose a medida que se impone una determinada fórmula
dramática sobre las demás. Así, surge un esquema básico de drama cómico que
evolucionará hasta adquirir rasgos identificables con lo que será la fórmula de la
comedia barroca característica de la producción dramática del siglo XVII. Se analizan
al tiempo las principales creaciones de la época y los autores más significativos, su
fortuna escénica y el valor de sus obras principales, ya sea desde una perspectiva
histórica o estética.
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se circunscribe al ámbito del drama religioso, una de las tendencias más importantes
de la época que nos ocupa.
No pueden olvidarse otras tentativas de crear un modelo dramático dentro de la
literatura en castellano: así, debe mencionarse el teatro universitario, a pesar de su
falta de éxito frente al público para el que fue concebido, y a su máximo representante:
Fernán Pérez de Oliva. Junto a ello, debe destacarse la existencia de un teatro de
colegio auspiciado sobre autores pertenecientes a la compañía de Jesús, como el
padre Pedro Pablo Acebedo.
A través de la obra de los últimos autores citados, es evidente que, aunque se
quiera marcar la diferenciación entre el incipiente teatro renacentista y las
representaciones litúrgicas parateatrales propias del medievo, en este nuevo teatro
conserva gran vinculación respecto a las fuentes religiosas y al teatro de la etapa
precedente.
Ante tal variedad de tendencias, la primera mitad del XVI se presenta como una
época de gran indefinición genérica, lo que se aprecia en la vacilación de términos al
definir ciertas piezas. Églogas, representaciones, autos, farsas o comedias comparten
rasgos que incrementan el equívoco al intentar clasificar cada pieza en un género
determinado.
Algunos críticos como Díez Borque (1987) intentan incluir en dos líneas de
influencia la totalidad de tendencias apreciables en la dramaturgia de la primera mitad
del siglo: una procedente del teatro de Torres Naharro y otra que surge por influencia
de Gil Vicente. No obstante, al margen de esta clasificación, a lo largo del teatro de la
primera mitad del XVI se aprecian tendencias menos delimitadas en las que se
yuxtaponen influencias diversas. Así, junto a las imitaciones celestinescas, se publican
obras pertenecientes claramente al teatro pastoril (cuyos máximos exponentes son
Juan del Encina, Lucas Fernández y Gil Vicente). Otra línea de influencia parte de la
comedia de Torres Naharro, pero en ella confluyen tendencias «italianizantes» al
tiempo que se perciben fuertes influencias temáticas del modelo celestinesco así como
de la comedia humanística. El teatro clasicista y el teatro de universidad y colegio
serían otras de las líneas identificables dentro de este panorama complejo y, a todo
ello, habría que añadir la variedad genérica que se circunscribe al teatro de temática
religiosa (farsas, autos, representaciones, dramas y comedias).
A continuación se trata de analizar en lo posible los autores y obras que se
incluyen entre la diversidad de tendencias mencionadas.
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2. El teatro pastoril
La obra de Juan del Encina figura entre las más importantes de la época. Está
compuesta por catorce piezas dramáticas compuestas entre 1494 y 1513. La mayoría
bajo el título de églogas.
En sus inicios, fue un dramaturgo al servicio del duque de Alba que escribió en
medio de un ambiente cortesano para las fiestas de la corte. En este sentido, estamos
ante un autor culto que eleva literariamente los espectáculos del ritual cortesano
dotándolos de una estructura dramática.
La influencia de Encina en el teatro de sus contemporáneos y seguidores fue
inmediata: tanto el teatro profano como el religioso incorporaron el coloquio pastoril y
la lengua rústica como elementos prácticamente obligatorios, sobre todo en lo que al
drama religioso se refiere.
Así, a partir del modelo enciniano, se impone la égloga dramática como género
teatral por excelencia de las primeras décadas del siglo XVI. Como fórmula dramática,
«la égloga resultó extraordinariamente rentable y buena parte del teatro que se hizo en
las primeras décadas del siglo XVI no tuvo otro soporte literario que aquel de la
máscara pastoril y el coloquio entre pastores» (Pérez Priego, 2003: 28).
Este tipo de teatro se caracteriza por presentar una acción centrada en una
breve historia amorosa entre pastores que, de acuerdo a su condición, se expresan en
un lenguaje rústico: el sayagués. Entre los personajes de obligada aparición se
encuentran el «pastor doliente» y el «pastor confidente». Se trata de un esquema de
procedencia clásica también presente en las Églogas de Garcilaso. Al margen de este
modelo básico, existen algunas églogas que introducen temas históricos: se concebían
para la celebración de acontecimientos históricos contemporáneos en un ámbito
preferentemente cortesano.
No obstante, estructuralmente, el esquema de la égloga se reducía a una
yuxtaposición de escenas poco vinculadas entre sí y la profundización en los conflictos
dramáticos era prácticamente nula.
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estaba formada por seis piezas dramáticas: tres de temática profana y tres de tema
religioso. Presentan el mismo esquema pastoril de Juan del Encina, usa la misma
lengua rústica y trata la historia amorosa en los mismos términos. No obstante, sus
obras presentan una acción más elaborada que se apoya sobre una estructura de
mayor complejidad. Incorpora una variedad más amplia de personajes (como el padre
de la amada que se opone a los amores de los jóvenes en la Comedia de Bras-Gil y
Beringuela) y un mayor número de recursos cómicos: es precisamente en este punto,
y no en la estructuración, donde reside el logro más interesante de su teatro. En sus
obras se aprecia un enfrentamiento brusco entre el mundo pastoril y el caballeresco. A
partir de Lucas Fernández, se tipifica la figura del pastor y el habla rústica con rasgos
característicos que se repetirán en otros autores de modo sistemático.
A partir de estos autores, la égloga dramática comienza a cultivarse por
doquier. En los primeros años del XVI aparecen una serie de dramas pastoriles bajo el
título de «égloga» o que se ajustan a su esquema dramático, sobre las que la obra de
Encina actúa como modelo inmediato. Se trata de la Égloga interlocutoria de Diego de
Ávila (h. 1502-1504), Égloga de Breno y otros tres pastores compañeros suyos de
Salazar (1512), Égloga de Torino (1513), las cuatro Églogas de Pedro Manuel
Ximénez de Urrea (1516), Égloga pastoril de cinco pastores y un ermitaño (1519-20),
Égloga nueva en la qual se introducen una pastora, un santero, un melcochero, un
fraile y dos pastores (1520) o la Égloga de Juan de París (1536).
Entre los rasgos comunes a todas las obras concebidas bajo la fórmula pastoril
figuran la recuesta de amores, la presencia el pastor doliente que intenta suicidarse
por amor y su patético monólogo de despedida, el pastor confidente que malinterpreta
el mal de amores de su amigo y, pese a todo, una conclusión feliz.
Asimismo, bajo la estela enciniana se inscriben las primeras piezas de Gil
Vicente. La mayoría de sus piezas religiosas son una prolongación del mundo pastoril
de Encina, aunque presentan un lirismo y una fuerza satírica desconocida en el autor
salmantino. Entre estas piezas destacan el Auto de la visitación (1502), escrito en
conmemoración del nacimiento del príncipe Juan. Se trata del monólogo de un pastor-
vaquero que ofrece sus regalos a la reina. El Auto de la Sibila Casandra presenta
asimismo a sus personajes bíblicos como si fueran pastores. En el Auto de los Reyes
Magos encontramos también un ejemplo del auto pastoril castellano. Sin embargo, el
portugués dejará el molde pastoril para incorporar otras influencias en su obra, como
se verá más adelante en sus «tragicomedias».
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Pese a la enorme influencia que supuso su teatro pastoril, las obras más
interesantes de Encina son las que compuso tras su viaje a Italia y que se apartan del
esquema pastoril que él mismo había creado. Así, los primeros síntomas del cambio
se aprecian en la Égloga de Fileno, Zambardo y Cardonio, donde sustituye el final feliz
acostumbrado en sus piezas anteriores por otro de corte trágico (pese a que mantiene
el resto de elementos). Más interesante parece la Égloga de Plácida y Victoriano
(1513). Pérez Priego afirma que con esta obra nuestro autor «intuye nuevos caminos
por donde debe discurrir el teatro» y, pese a llevar el título de égloga y los elementos
pastoriles, se trata de una comedia (así se denomina al final del «introito») de
ambientación urbana que incorpora motivos celestinescos. Se anuncia como una
acción cómica de final feliz, ambientación urbana y amantes cortesanos. Sin embargo,
intervienen de modo episódico algunos pastores rústicos que hablan en sayagués.
Esta obra denuncia tanto la influencia de materiales diversos en su obra como
la búsqueda de nuevos moldes teatrales. Búsqueda que coincide con la de otros
dramaturgos más jóvenes: Gil Vicente y Torres Naharro.
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Son pocos los datos conservados sobre la vida del «creador y primer teórico» de la
comedia (Menéndez Pelayo, 1941; Gillet, 1961; Lihani, 1976). La obra de este
extremeño está fuertemente influida por su estancia en Italia, de ahí que no siga los
cauces del teatro de influencia enciniana que se estaba haciendo en Castilla durante
su época. No obstante, su obra se aproxima al modelo de comedia que preludia la
Égloga de Plácida y Victoriano pero de ambientación preferiblemente urbana.
Torres Naharro publica su obra completa en 1517 en Nápoles, bajo el título de
Propalladia. En ella incluye seis piezas dramáticas (tituladas Seraphina, Trophea,
Soldadesca, Tinellaria, Ymenea y Jacinta) y un prólogo donde el autor expone sus
ideas sobre el drama cómico. Distingue en la comedia (y en su propia obra) dos
géneros o especies: comedias «a noticia» y comedias «a fantasía». Entre las primeras
figuran obras costumbristas inspiradas en la observación directa de la realidad cuyo
mejor ejemplo son Soldadesca (sucesión de cuadros sobre la vida militar española en
Roma) y Tinellaria (retrato de la vida disoluta que llevan los oficiales y criados al
servicio de un cardenal romano durante la celebración de un banquete). Ambas
reflejan un interesante cuadro costumbrista a través de vivos y animados diálogos que
encierran una intencionalidad crítica y burlesca. Carecen de acción dramática pero
presentan un tono burlesco que lo lleva a distorsionar personajes y escenas y a
convirtiendo la obra en un espectáculo divertido concebido para el público cortesano
de Roma.
Las comedias «a fantasía» presentan una fábula de amores fingida que se
desarrolla en una ambientación urbana y entre personajes cortesanos. En general, en
ellas aparece una serie de elementos que preludia la fórmula de la comedia barroca: al
enredo y demás lances amorosos se incorpora la preocupación por el tema del honor y
aparece una segunda acción protagonizada por los criados, con la complejidad
estructural que conlleva la síntesis de dichos elementos.
Según Pérez Priego (1998: 58), el mayor logro de este ensayo teórico reside en
ser la primera formulación de «unos principios de teoría teatral con los que se adelanta
en más de medio siglo a dramaturgos como Juan de la Cueva o Lope de Vega.
Aunque se trata de una teoría abstracta y generalizadora referida a aspectos externos
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de la creación dramática, no deja de ser una formulación original y de ruptura con unas
convenciones más o menos clasicistas».
Las comedias de Naharro están precedidas de un «introito»: se trata del monólogo
de un pastor rústico que se expresa en el dialecto sayagués tipificado por el teatro
pastoril. El pastor intenta captar la atención del auditorio y les resume el argumento de
la pieza en un tono jocoso y desenfadado. A continuación, la acción se presenta
dividida en cinco jornadas y concluye felizmente.
El mejor ejemplo de la comedia naharresca lo encontramos en Ymenea, obra
compuesta entre 1513 y 1517 que presenta una medida estructuración frente a la
sucesión de cuadros que constituía el teatro enciniano. Destacan en ella la economía
dramática en cuanto al número de personajes, al desarrollo del argumento y a la
gradación de los acontecimientos. Respeta además las unidades horacianas de
acción, lugar y tiempo, por lo que debió llegar fácilmente al público.
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Durante el reinado de Carlos V hubo otros intentos de crear teatro. Uno de ellos
tuvo inspiración culta y erudita. Las fuentes principales en las que se inspiraron los
autores que cultivaron esta variante remiten al teatro clásico de Plauto, Terencio o
Séneca. A partir de aquí se creó el teatro llamado «clasicista», en el que se incluyen
comedias y tragedias compuestas a partir de un molde demasiado rígido que era
únicamente inteligible para una elite minoritaria. Se trata de intentos que no obtuvieron
el éxito de público esperado por sus creadores y que, debido a ello, tampoco tuvieron
continuidad.
En esta corriente clasicista se inserta la obra de Fernán Pérez de Oliva (1494-
1531). Se trata de un intento por adaptar la comedia y la tragedia latinas al castellano.
En el ámbito de la comedia destaca su obra Anfitrión, inspirada temáticamente en la
comedia homónima de Plauto, y que presenta una estructuración original. El mismo
procedimiento apreciamos en sus tragedias: tanto La venganza de Agamenón
(inspirada en la Electra de Sófocles), como Hécuba triste (inspirada en Eurípides)
presentan una reelaboración total del texto clásico en el que se intenta sustituir las
coordenadas culturales del mundo clásico por otras cristianas con las que el público
estaba sobradamente familiarizado. Junto a las obras de Micael de Carvajal, las
tragedias de Pérez de Oliva constituyen uno de los primeros esfuerzos, anteriores a
1540, por adaptar el drama trágico clásico al castellano (Hermenegildo, 1973: 15).
En esta línea clasicista debe situarse igualmente la traducción y adaptación de las
obras completas de Terencio que llevó a cabo Pedro Simón Abril.
Durante las primeras décadas del XVI aparecen una serie de piezas dramáticas de
asunto religioso que siguen íntimamente ligadas a sus raíces medievales. Así, muchos
de los espectáculos teatrales y ceremonias que surgen en estos años dependen
directamente de los rituales celebrados durante la Pascua de resurrección y la época
navideña.
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Aunque la producción teatral en torno a estas dos ocasiones festivas era muy
numerosa, con el paso del tiempo el ciclo teatral que dominará sobre los otros será el
del Corpus Christi. El drama del corpus precisamente será la gran novedad del teatro
religioso del XVI. Esta nueva variante surge con un espíritu didáctico y moralizador
muy fuerte e irá independizándose de sus orígenes rituales hasta originar un
espectáculo independiente y un nuevo género característico de la dramaturgia
barroca: el auto sacramental.
En cualquier caso, tanto dramática como temáticamente, el religioso es un teatro
conservador que sufre un proceso de profesionalización lento respecto al teatro
profano. Así, durante la época protagonizada por Carlos V, la mayor parte de la
producción de temática religiosa, aparte de estar vinculada a las celebraciones de
Navidad y Pascua, se encuentra aún en manos de religiosos y fieles. La idea de un
nuevo teatro basado en la exposición doctrinal del sacramento eucarístico y otros
misterios de la fe se va abriendo paso entre humanistas cristianos como Luis Vives o
Francisco de Navarra y pasa luego a otros autores hasta culminar con obras creadas
específicamente para la fiesta del Corpus y que van más allá de la mera
representación de los momentos más significativos de la liturgia. Se trata pues de
piezas concebidas desde una intención didáctica y adoctrinadora evidente.
Al margen de géneros como la égloga dramática o la comedia, que dan cabida a la
temática religiosa junto a motivos profanos, hay géneros que se circunscriben o
especializan casi con exclusividad al ámbito de lo religioso. Se trata de los autos,
representaciones y farsas doctrinales. El lector podrá encontrar un análisis detenido de
los orígenes y características de cada uno de ellos en monografías como las de
Crawford (1968), Newels (1974) y Díez Borque (1988).
Las obras cuyo título va encabezado por la palabra «auto» se caracterizan por ser
piezas dramáticas breves (entre los quinientos y mil versos generalmente) de temática
religiosa. Presentan una acción poco compleja que se desarrolla a través de la
intervención de personajes alegóricos, que se estructura linealmente y persigue una
finalidad didáctica o moralizadora.
A comienzos del siglo, el tema predominante en los autos es la temática navideña.
En este sentido, coexiste junto a la égloga dramática del mismo tema y comparte
ciertos rasgos con ella, como se aprecia en las obras tempranas de Juan del Encina,
Lucas Fernández o Gil Vicente. Es en este último autor donde se encuentran los
ejemplos más significativos: así, el Auto de la Sibila Casandra o el Auto de los cuatro
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tiempos parecen más evolucionados que los de sus contemporáneos y presentan una
construcción dramática más elaborada en cuanto a intriga, temática, formas y
caracteres y una concepción de la escenografía más madura. Tampoco faltan los
elementos simbólicos y alegóricos propios del género.
Un ejemplo más significativo para apreciar la evolución del auto hacia formas más
complejas lo constituye el anónimo Auto nuevo del santo nacimiento de nuestro señor
que, con una extensión que excede en mucho los límites habituales (está constituido
por 1200 versos), presenta un gran número de personajes y una intriga doble.
En cuanto a las piezas que se inscriben en torno al ciclo de la pasión y
resurrección de Cristo, junto a las representaciones de Encina para la corte de los
duques de Alba, se encuentran obras como el Auto de la Pasión de Lucas Fernández,
los tres Pasos de la Pasión de Alfonso de Castrillo, los autos perdidos de Vasco Díaz
Tanco de Frenegal (diecisiete piezas agrupadas bajo el título de Autos
Cuadragesimales y creadas entre 1520-1530, según Crawford, 1968) o el Auto o
representación de la aparición que hizo nuestro señor Jesucristo a los dos discípulos
que iban a Emaús (1523) de Pedro de Altamira.
Casi en el ecuador del siglo XVI pueden situarse el anónimo Auto de la Quinta
Angustia, el Auto que trata primeramente cómo el ánima de Cristo descendió del
Infierno (1549) del segoviano Juan de Pedraza o los autos de Jorge de Montemayor
dedicados «al serenísimo príncipe de Castilla» que fueron compuestos entre 1545 y
1547 (Crawford,1968). En estos últimos interactúan las figuras alegóricas junto a
personajes reales y se combinan los elementos cómicos y costumbristas con un
marcado contenido doctrinal y alegórico.
Sin embargo, la mayoría de estas obras están muy ligadas estéticamente a los
viejos esquemas del espectáculo litúrgico de la Visitatio sepulchri, el Peregrinus o el
Planctus Mariae (Pérez Priego, 2003: 62). Uno de los más sorprendentes en ese
sentido es el auto ya citado de Juan de Pedraza, que, pese a estar impreso en 1549,
sigue ligado a la concepción dramática medieval: se trata de una sucesión de cuadros
que reproducen el drama litúrgico pascual y que requería el empleo de un escenario
múltiple y simultáneo en el interior del templo.
En estos autos en torno al episodio de la pasión, el contenido doctrinal se va
intercalando en la narración del acontecimiento en cuestión con un tono grave y la
alusión constante a elementos luctuosos.
Otros temas usuales en estos autos primitivos proceden de la tradición
hagiográfica y de las danzas de la muerte como se aprecia en el anónimo Auto de San
Antón, el Auto de la gloria (1519) de Gil Vicente, o el inacabado Auto de las cortes de
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capaces de llegar al público más humilde. Con ello, el pastor pierde el tono jocoso y
burlesco de sus intervenciones para dar paso a pensamientos profundos que
transmiten la enseñanza religiosa perseguida en la obra. Además, el pastor estructura
el debate con el resto de personajes a través de las preguntas que les plantea en torno
a los preceptos religiosos fundamentales que trata cada pieza.
Otro acierto más que puede señalarse en la obra de este autor extremeño es la
forma de conjugar, junto a la exposición doctrinal, la sátira y denuncia de ciertos vicios
sociales (la corrupción de algunos clérigos, por ejemplo) a través de elementos
cómicos y jocosos para alcanzar su objetivo fundamental: enseñar deleitando.
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Junto a los autores señalados cabe citarse a Bartolomé Palau, también autor
de dramas religiosos de carácter hagiográfico como La Vida de Santa Orosia (que
incorpora a la hagiografía un tema de historia nacional: la pérdida de España por don
Rodrigo) y piezas como la Farsa de la victoria de Cristo y la Farsa llamada Custodia
del hombre (1547). La segunda está compuesta por 5562 versos distribuidos en cinco
jornadas y fue escrita para la fiesta del Corpus. Introduce al personaje del pastor junto
a otros ya arquetípicos como Satanás, el Hombre, el Apetito o la Iglesia.
Otra obra impresa a mediados de siglo es la Farsa llamada danza de la muerte
de Juan de Pedraza (1551), que incorpora los personajes habituales de las danzas de
la muerte junto a los arquetipos del teatro religioso de la época.
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BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
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