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Discusiones mesoamericanistas
y reflexiones históricas
•
Colección Interdisciplina
•
serie fundamentos
senderos de la antropología
Discusiones mesoamericanistas
y reflexiones históricas
•
Andrés Medina Hernández y Mechthild Rutsch
Coordinadores
ISBN: 978-607-484-535-8
ISBN: 978-607-484-535-8
Prólogo 9
Andrés Medina Hernández y Mechthild Rutsch
DISCUSIONES MESOAMERICANISTAS
REFLEXIONES HISTÓRICAS
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Prólogo
II
Una sociedad no se define por una simple lista de
rasgos, sino por la interrelación y dinámica funcional
que dichos rasgos significan en la vida social. Kirchhoff
sentó las bases para una discusión más amplia; su
enlistado debemos considerarlo como una hipótesis de
trabajo, y no hacerlo el mito que ahora es (Armillas, en
Navarrete, 1991: 36).
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Prólogo
… llena de enigmas, se conforma a base del análisis de los rasgos de los ma-
teriales arqueológicos, principalmente los derivados de estudios cerámicos, a
partir de los cuales establecen series cronológicas, basándose en supuestas
“evoluciones” de formas o diseños que comparan con materiales de otros
lugares. Este sistema es el que genera la profusión de “relaciones” (nunca
definidas) entre todos los sitios del México Antiguo e inclusive con el suroes-
te y sureste de los Estados Unidos. Son trabajos generalmente carentes de
referencia teórica, de definición, de unidades de estudio, sin una relación de sus
métodos de trabajo. Son, adicionalmente, trabajos sobre segmentos de la
totalidad social y, como tales carecen de capacidad explicativa; bajo el pre-
texto de desarrollar una historia cultural, sus investigaciones y también las
excesivas reconstrucciones de pirámides quedan automáticamente justificadas
(Yadeun, 1978: 169).
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Prólogo
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Prólogo
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los años treinta, que embona con las concepciones de Kirchhoff y las
de los estudiosos mexicanos. Sin embargo, lo que resulta clarificante
es la distinción entre el carácter sincrónico de la propuesta de Kirchhoff
y el diacrónico de la perspectiva evolucionista que funda Pedro Armi-
llas. Con esto aborda la importancia del carácter heurístico del con-
cepto y sus diversos contenidos a lo largo de los años desde su aparición
inicial, en 1943; asimismo, apunta la injusticia de la declaración de
Kirchhoff, hecha en la reedición de su artículo seminal sobre Meso-
américa en la revista de los estudiantes de la enah, Tlatoani, en 1960,
cuando lamenta la ausencia de críticas constructivas a su propuesta
original, pues desde los años cincuenta el propio Armillas, y posterior-
mente sus discípulos, despliegan una perspectiva crítica de carácter
diacrónico. En las palabras de la propia Alba González:
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III
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Prólogo
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Prólogo
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Discusiones mesoamericanistas
•
La tradición mesoamericana
Entre la unidad y la diversidad
•
Alfredo López Austin*
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Alfredo López Austin
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Además, se agregan a la discusión reiterativa quejas y denuncias, exageraciones, gene-
ralizaciones, simplificaciones caricaturescas, epítetos descalificantes, interpretaciones sui
géneris de otras disciplinas u otras posiciones, etc. Todo esto, más retórico que científico,
aleja de los puntos centrales del debate. Ya se refiere a estas desviaciones Barabas en su
artículo “Unicidad y diversidad en Mesoamérica: una discusión inacabada”.
3
Millán, “Unidad y diversidad etnográfica en Mesoamérica: una polémica abierta”, p. 96.
4
Neurath, “Unidad y diversidad en Mesoamérica: una aproximación desde la etnografía”, p. 81.
5
Millán, “Unidad y diversidad…”, p. 89.
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La tradición mesoamericana
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Millán, “Unidad y diversidad…”, p. 92.
7
Millán, “Historia de un desencuentro: etnografía y antropología en México”, pp. 89-90.
“Unidad y diversidad…”, 96. Barabas, “Unicidad y diversidad…”, p. 60.
8
Millán, “Unidad y diversidad…”, pp. 92-93.
9
Heiras Rodríguez, “Elogio a la diferencia: mitología y ritual en la Huasteca sur”, p. 64,
nota 1.
10
Neurath, “Unidad y diversidad…”, 81.
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La tradición mesoamericana
Mi propuesta
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Alfredo López Austin
las relaciones sociales van del ámbito de la pareja al familiar, del fa-
miliar al comunal, de éste al del grupo etnolingüístico, y así en adelan
te, hasta llegar a la pertenencia a un mundo globalizado. No es sólo
cuestión de dimensiones de ámbito, sino de la naturaleza de la inte-
rrelación y, derivada de ella, de la calidad de los elementos culturales
producidos a partir de las formas y necesidades específicas de la relación
social dada. Esto conduce a sostener que no hay un tipo de grupo
cultural al que le sea exclusiva la producción de cultura. Son muchos
tipos: incluidos, incluyentes, secantes; de la pareja a la globalidad
mundial. Es lo mismo que sucede con la identidad: no es una. Cada
individuo pertenece simultáneamente a diferentes conglomerados
sociales por sus diversas afinidades. Los contextos culturales poseen,
en sus distintos tiempos, espacios y contenidos, diferentes ordenamien-
tos jerárquicos.
e) Para entender el sentido profundo de las manifestaciones cultu-
rales es necesario analizarlas en su contexto global. El conocimiento
del proceso de producción cultural conduce a la intelección de jerar-
quías, equivalencias, sustituciones, conservación y pérdida de elemen-
tos. Todos los componentes del sistema están en movimiento; pero es
necesario entender que la diferencia de los ritmos de transformación
de resistencia o labilidad puede marcar la diferencia, en distintos ni-
veles, entre elementos estructurados y estructurantes.
f) El análisis procesual puede descansar en gran parte en el estudio
de la díada de opuestos unidad/diversidad cultural. Es esta una relación
producida por la dinámica de la cultura dentro del complejo de radios
y ritmos de las relaciones humanas. La díada es, por tanto, un produc-
to histórico; pero también, para el estudioso, es un recurso heurístico
indispensable que lo conduce a la intelección de los procesos culturales.
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La tradición mesoamericana
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Barabas, “Unidad y diversidad…”, p. 65.
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Conclusiones
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López Austin, “Unidad y diversidad en el estudio etnográfico en México”, p. 99.
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La tradición mesoamericana
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Unidad y diversidad de los sistemas
mesoamericanos de escritura
•
Eduardo Natalino dos Santos*
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Eduardo Natalino dos Santos
1
Utilizaremos el concepto de rebus como sinónimo de unión arbitraria socialmente res-
tricta —es decir, cuyos criterios y normas no son compartidos por grupos numérico o
cronológicamente significativos en una sociedad— de representaciones visuales de obje-
tos o entes cuyos nombres —o sus partes— formarían otros nombres o frases. Tal unión
tendría la función de codificar mensajes verbales en señales visuales cuya rehabilitación
de los significados se transformaría en una especie de rompecabezas, lo que se constituye,
inicialmente, como lo opuesto del objetivo de un sistema de escritura: permitir la pronta
rehabilitación de los significados de los mensajes grabados en sus registros visuales por las
personas versadas en su funcionamiento. Un ejemplo clásico de rebus son los juegos in-
fantiles que codifican nombres, conceptos o frases a través de la unión de representacio-
nes visuales de objetos bastante sencillos, como la unión del dibujo de un sol con el de
un dado para formar la palabra soldado.
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Los sistemas mesoamericanos de escritura
2
Historia que se inicia, por lo menos, en el año 600 a.C. y sigue hasta el final del periodo
colonial. Los distintos periodos de esta historia presentan más transformaciones que las
constantes en la historia de cualquier otro sistema mesoamericano de escritura y están
relacionadas con los cambios en el orden sociopolítico de los altepeme y pueblos zapotecos
(Marcus, 1992: 70). Para Grube y Arellano Hoffmann (2002: 39), el sistema zapoteco se
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Eduardo Natalino dos Santos
formó en estrecha relación con la iconografía, pero se convirtió, en el pasaje para la era
cristiana, en una escritura glotográfica, es decir, que graba predominantemente una lengua
y que tiende a separar imagen y texto, como lo hace supuestamente el sistema epi-olme-
ca y el maya del periodo Clásico.
3
Acerca del sistema teotihuacano, la polémica alcanza la cuestión de su propia existencia.
Básicamente, la discusión se polarizó entre los que creen que las varias representaciones
pictóricas de los murales y objetos provenientes de Teotihuacan son parte de un sistema
de escritura y aquellos que defienden la imposibilidad de la inclusión de tales representa-
ciones en el rol de las escrituras. Karl Taube es uno de los investigadores que representa
el primer grupo: “Teotihuacan indeed possessed a complex system of hieroglyphic writing,
which appears not only on small portable objects but also in elaborate murals in many
regions of the city” (Taube, 2000: 2). Joyce Marcus es uno de los representantes del se-
gundo grupo de estudiosos: “even though there is some limited use of glyphic notations
as possible names, captions, or labels at Teotihuacan, I see less evidence for true writing
in Teotihuacan art” (Marcus, 1992: 17).
4
Con esa expresión, reunimos lo que algunos estudiosos prefieren tratar como dos sistemas
relativamente distintos: el mixteco-Puebla y el azteco-nahua. Pensamos que los escritos
producidos en la región mixteca, en Cholula y Tlaxcala y en la región del Altiplano
Central, de predominancia nahua, además de los producidos en la región huasteca y en
el Occidente de México, poseen semejanzas y comparten supuestos de composición y
lectura que permiten su inclusión en el mismo sistema de escritura. Esta propuesta no es
nueva y se encuentra formulada, por ejemplo, en un estudio de Karl Anton Nowotny
(2005) que muestra la existencia de una gran cantidad de paralelos, resonancias, carac-
terísticas comunes y repertorios de sentidos compartidos entre los códices de la región
mixteca (como el Vindobonense), de la región de Cholula (como, probablemente, el
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Los sistemas mesoamericanos de escritura
Borgia) y de la región del Valle de México (como el Borbónico). Nowotny llama de tlacui-
lolli a este sistema de escritura.
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Buscaremos enfatizar esa característica empleando el término pictoglífico, que explícita-
mente remite a la combinación entre glifos —sean fonéticos, logográficos o ideográficos—
y elementos pictórico-figurativos. Tal vez ese término sea preferible al de pictográfico, el cual,
además de ser usado tradicionalmente para designar sólo algunos sistemas mesoamericanos,
como el mixteco-nahua, el teotihuacano y el zapoteca, remite a la idea de escrituras que
se sirven de representaciones pictórico-figurativas de objetos y que, de esa manera, se
distinguen radicalmente de las escrituras que graban el habla, consideradas algunas veces
como las “verdaderas”. En otras palabras, tal vez el término pictográfico contribuya para la
perpetración de una separación tipológica entre los sistemas mesoamericanos de escritu-
ra que, como buscaremos mostrar, no es la más adecuada o provechosa para la lectura e
interpretación de los registros.
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Los sistemas mesoamericanos de escritura
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Las estelas 12 y 13 de Monte Albán, producidas entre 500 y 400 a.C., presentan sola-
mente glifos de verbos entre signos calendáricos y antroponímicos. De esta manera, a
pesar de contener apenas ocho conjuntos glíficos, son consideradas por algunos estudiosos,
como Joyce Marcus (1992: 38-39), como los más antiguos “textos puros” mesoamericanos.
7
Como señala Christian Duverger: “Es verdad que existen algunos casos en que aparen-
temente los glifos se emplearon solos, sin ser asociados con escenas figurativas; se pueden
citar algunas estelas (estelas 12 y 13 de Monte Albán), algunos paneles mayas esculpidos
(Templo de las Inscripciones de Palenque, Templo de las Inscripciones de Tikal), y sobre
todo, escaleras jeroglíficas como las de Copán, Edzná, Dos Pilas o Naranjo. Ahí, los ele-
mentos escritos ya no están asociados a elementos figurativos en dos dimensiones, sino a
un conjunto arquitectónico monumental de tres dimensiones. Pero se trata de casos par-
ticulares. La norma mesoamericana sigue siendo la combinación de los elementos glíficos
con escenas figurativas” (Duverger, 2000: 42).
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Eduardo Natalino dos Santos
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Tratamos largamente los usos y funciones del calendario en los códices nahuas tradicio-
nales y coloniales en otras dos ocasiones (Santos, 2007b; Santos, 2005a). Por ese motivo,
en esta ocasión solamente señalaremos la importancia del tema.
9
Elizabeth Hill Boone, lejos de considerar los libros mixtecos como un tipo de anales, los
agrupa bajo la categoría de res gestae, porque las dinastías gobernantes y sus hechos son su
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Los sistemas mesoamericanos de escritura
temática central (Boone, 1996). Sin embargo, esta categorización puede representar una
complicación innecesaria y, además, enmascarar el principio básico de lectura de estas
historias, las cuales poseen, claramente, la cuenta de los años como su eje central y, por
ello, podrían ser incluidas en la categoría ya existente de los xiuhamatl (Santos, 2005a).
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Los sistemas mesoamericanos de escritura
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Como propone Charles Dibble (1940).
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La idea de que una “verdadera escritura” es siempre y solamente una forma de registro
visual de una lengua hablada se remonta a la Grecia del periodo Clásico y gana un nuevo
e importante capítulo con el proceso de conquista y colonización de las Indias Orientales
y Occidentales por los cristianos. En estos “nuevos mundos”, los cristianos, principalmen-
te los misioneros, tuvieron contacto con una gran cantidad de sistemas sígnicos locales e
intentaron clasificarlos como “verdaderas escrituras” o “pinturas que servían como escri-
tura”. Uno de los ejemplos mejor acabados de este tipo de clasificación es el que José de
Acosta presenta en la Historia natural y moral de las Indias (1985). Este tipo de clasificación
binaria de los sistemas sígnicos marcó los estudios humanísticos y de las ciencias humanas
hasta la actualidad. Maarten Jansen, en los años ochenta, afirmó que la idea que da la base
a este tipo de clasificación empezó a ser cuestionada y seriamente discutida en la academia
solamente en las últimas décadas, cuando, entonces, nuevas concepciones de escritura
empezaron a ser propuestas y, por consiguiente, aplicadas en el estudio de los sistemas
sígnicos de la América Índigena. Dijo, “It is not until the rise of semiology in the last
two decades that the classical Greek definition of writing as the registration of the spoken
language (with the alphabet as its culminating point) was abandoned and a better eva-
luation of pictographic systems became possible” (Jansen, 1988: 88).
12
Entre los investigadores que construyen este tipo de análisis está Elliott (1978). Por
otro lado, existen estudios que muestran que ninguna escritura siguió totalmente el ca-
mino evolutivo de la pictografía al alfabeto, como Manrique Castañeda (1989).
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Los sistemas mesoamericanos de escritura
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Jacques Derrida muestra cómo las relaciones entre el universo de los signos visuales y la
lengua-pensamiento son extremadamente complejas y pueden tener formas muy variadas.
Para el autor, separar de manera dicotómica las sociedades con escritura de las sociedades
orales es un reduccionismo que parte de la “definição tradicional de escritura que já em
Platão e em Aristóteles se estreitava ao redor do modelo da escritura fonética e da lingua-
gem de palavras”. Además, entender la escritura solamente como un sistema derivado y
determinado a representar únicamente los sonidos de las palabras “reflete a estrutura de
um certo tipo de escritura: a escritura fonética, aquela de que nos servimos e em cujo
elemento a episteme em geral (ciência e filosofia), a lingüística em particular, puderam
instaurar-se. Seria necessário, aliás, dizer modelo mais do que estrutura: não se trata de um
sistema construído e funcionando perfeitamente, mas sim de um ideal dirigindo explicita-
mente um funcionamento que de fato nunca é, totalmente, fonético” (Derrida, 1973: 37).
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para esto a los hijos de los señores y a los que escogían para el sacerdocio,
enseñaban e instruían desde su niñez, haciéndoles decorar aquellos caracteres
y tomar de memoria las historias, y de estos mismos instrumentos he tenido
en mis manos y oídolos explicar a algunos viejos con bastante admiración
(Burgoa, 1987: 210).
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El verbo ver posee dos formas en náhuatl: itta e itz. La primera es usada en todos los tiem-
pos y, generalmente, es transitiva; la segunda es usada en composición con verbos auxiliares,
cuando justamente puede tornarse como intransitiva, como en el caso arriba mencionado:
quitzticate o, en español, los que están viendo, formado por qui, que denota 3ª persona; itz, ver
o mirar; ti, ligadura sin valor semántico; y cate o cateh, del verbo ser o estar. Comunicación
personal de Leopoldo Valiñas.
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Carmen Herrera señala la inadecuación de establecer una separación rígida entre
iconografía y escritura basada solamente en las formas o en los referentes figurativos in-
mediatos de los signos empleados en los sistemas mesoamericanos: “Se ha dicho que los
mexica, siguiendo el modelo de mixtecos y zapotecos, contaban con dos tipos de notación:
uno de carácter pictográfico, caracterizado por imágenes de objetos convencionalmente
representados y el segundo, de contenido no figurativo, en el que se engloba el registro
de nombres, fechas y otros […] De este modo se plantea que las pictografías no tienen
una correspondencia biunívoca con las unidades de una lengua específica, ya que son
figuras reconocibles y traducibles por cualquiera, mientras que los signos arbitrarios o no
figurativos tienen una interpretación necesariamente ligada a formas lingüísticas. Pero si
este criterio distingue los dos procedimientos ¿por qué incluir el registro de fechas en el
segundo de ellos? […] Estas evidencias sugieren que no se puede prejuzgar el valor de los
signos que se emplearon en las escrituras del centro de México a partir tan sólo de la
forma” (Herrera M. et al., 2009: 363-365).
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Presentando una posición distinta, Elizabeth Hill Boone cree que los documentos
pictoglíficos eran una institución documental en la cual la explanación oral era accesoria
(Boone, 1998).
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La obra del fraile Valdés de 1579, Rethorica christiana, podría atestiguar la autoría fran-
ciscana del proyecto que produjo estos escritos (Boone, 1998). Además de eso, el grueso
de la producción de esos códices data de los siglos xvii al xix, época, justamente, de la
decadencia en la producción de los registros pictoglíficos por las tradiciones de pensa-
miento y escritura nahuas.
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Tal recurso podría, incluso, ser usado de manera más acentuada en alguna escuela de
escritura o región del mundo nahua, como argumenta Alfonso Lacadena en relación con
la región de Texcoco (Lacadena, 2008).
19
No obstante todos esos indicios, Joaquín Galarza cree que los códices testerianos son
parte fundamental y ejemplar del sistema de escritura nahua. Fue así que elaboró un ca-
tálogo o diccionario de glifos a partir de un manuscrito que registra la oración del Padre
Nuestro y que, supuestamente, permite la lectura de otros manuscritos testerianos (Ga-
larza, 1999). Además, desarrolló trabajos para aplicar este principio de exclusividad o
primacía logográfica y fonética en otros códices nahuas, o sea, buscando mostrar que
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Los sistemas mesoamericanos de escritura
todos los elementos contenidos en ese manuscrito son estricta o exclusivamente fonéticos
y logográficos, por lo que este sistema de escritura habría fijado y transcrito la lengua
náhuatl (Joaquín Galarza, 1992). A pesar de ese foneticismo radical, Galarza trae impor-
tantes contribuciones al estudio de los códices nahuas por el hecho de tratarlos como
expresiones de un sistema de escritura y, por consiguiente, por señalar las carencias que
se deben, en parte, a la no aplicación de la categoría de escritura y de texto a esos manus-
critos. Según él, entre estas carencias están: a) la falta de inventarios completos de los
textos existentes; b) la ausencia de un método de trabajo compartido, basado en los de-
talles y en el análisis sistemático de los grupos de manuscritos; c) la dificultad de estable-
cer el sentido de lectura de cada página o de cada manuscrito (Galarza, 1978).
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Vale la pena destacar que la propuesta de Alfonso Lacadena parece ser distinta a la de
Galarza, pues busca mostrar que el uso de los glifos fonéticos era parte de la escritura
nahua desde tiempos prehispánicos y, como ya lo hemos mencionado, podría ser más o
menos acentuado según la escuela o la región, llegando a ser uno de los principales recur-
sos empleados en el Códice Santa María Asunción y en el Memorial de los indios de Tepe
tlaoztoc (Lacadena, 2008: 1-3). De esa manera, entendemos que Lacadena no defiende que
tal recurso fuera la principal o única base de funcionamiento de todo el sistema de escri-
tura nahua.
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Conclusiones
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Eduardo Natalino dos Santos
74
Los sistemas mesoamericanos de escritura
23
Elizabeth Hill Boone es una de las investigadoras de los sistemas mesoamericanos que
propone una definición más amplia de escritura, la cual abarca los manuscritos de Méxi-
co central y de Oaxaca, así como los quipus andinos (Boone, 2000).
24
Propusimos una forma de agrupar las fuentes históricas nativas —es decir, que delibe-
radamente tratan del pasado de sus propios productores— de Mesoamérica y de los Andes
según los principales problemas de entendimiento e interpretación enfrentados por los
estudiosos de los registros de las dos macrorregiones (Santos, 2007a).
75
Eduardo Natalino dos Santos
Amazonía. Tal vez, de modo bastante curioso, eso nos llevará a reconsi
derar la importancia que Kirchhoff y otros estudiosos de su tiempo
dieron a los caracteres que cada macrorregión de la América indígena
compartía con las demás, pero con el cuidado de dejar atrás aspectos
problemáticos que marcaron algunos de esos estudios en el pasado,
como el difusionismo metódico o las oposiciones binarias demasiada
mente rígidas y de polos excluyentes, tales como escritura versus
oralidad o verdadera versus falsa escritura, pero también una serie de
otras oposiciones binarias que han marcado el quehacer de las ciencias
humanas en el siglo xix y parte del xx, tales como historia versus
mito, cultura versus naturaleza, pueblos con historia versus pueblos
sin historia o civilización versus barbarie, a veces convertida en la
oposición alta versus baja cultura o sociedad compleja versus socie
dad simple.
Traducción de Mariana da Costa A. Petroni.
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und Verlagsanstalt/fce/Sociedad Estatal Quinto Centenario
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Ayala Falcón, Maricela
76
Los sistemas mesoamericanos de escritura
77
Eduardo Natalino dos Santos
78
Los sistemas mesoamericanos de escritura
79
Eduardo Natalino dos Santos
80
Matlatzincas y tenochcas
Diversidad cultural y unificación
en el contexto mesoamericano
•
Beatriz Albores Zárate*
* El Colegio Mexiquense.
1
Matlatzinco es el término náhuatl con el que los mexica-tenochcas llamaban a la jurisdicción
que, en tiempos mesoamericanos del Posclásico, se situó al poniente de la cuenca de México,
sobre las cabeceras de los ríos Lerma y Balsas, en la entidad mexiquense; el Matlatzinco tam-
bién era nombrado por aquéllos Tollocan-Matlatzinco o sólo Tollocan (Albores, 2006a: 254).
81
Beatriz Albores Zárate
2
Además de los cuatro idiomas otomianos que he mencionado, en el Matlatzinco se
hablaron, desde antes del dominio tenochca, distintas variantes dialectales del náhuatl,
entre otras lenguas. En este marco, por nahuatlización me refiero a la introducción en los
pueblos otomianos del Matlatzinco de aspectos culturales pertenecientes a la tradición
de los tenochcas de la cuenca de México. Se trata de aspectos de distinta índole, de los
cuales me referiré, específicamente, a los de orden lingüístico, económico —en relación
concreta con actividades no agrícolas y agrícolas, sobre todo en lo concerniente al culti-
vo del maíz de temporal— e ideológico, en cuanto a la religión y a la forma de conceptuar
el mundo o conceptuación del mundo (Albores, 2006b: 75).
3
La zona media o lacustre es una de las tres zonas en que, de manera inicial, he dividido
el territorio que ocupó el Matlatzinco (Albores, 2006a: 264-265); las otras zonas son: la
norteña o serrana y la meridional o de cañadas en sierras descendentes. La zona media
contuvo a la laguna de Lerma, que fue desecada casi en su totalidad entre 1941 y 1970;
en la etapa final de la laguna de Lerma, que se sitúa de 1900 a 1970, 20 municipios com-
partieron este depósito acuático y conformaron la zona lacustre del alto Lerma mexiquen-
se. Los 20 municipios son: Almoloya del Río, Atizapán, Calimaya, Capulhuac,
Chapultepec, Joquicingo, Lerma, Metepec, Mexicaltzingo, Ocoyoacac, Otzolotepec,
Rayón, San Antonio la Isla, San Mateo Atenco, Tenango del Valle, Temoaya, Texcalya-
cac, Tianguistenco, Toluca y Xonacatlán.
82
Matlatzincas y tenochcas
4
“Cultivo del maíz de temporal” (Albores, 2002b, 2006b: 71) es el sistema agrícola cuya
parte principal tiene lugar en la época lluviosa, la cual corresponde a una de las mitades
o temporadas meteorológicas en que, de acuerdo con la forma mesoamericana de concep-
tuar el mundo, se divide el año trópico. Es una división conceptual con distintas impli-
caciones, entre las cuales se cuentan las religiosas. En tal contexto, cabe recordar que, a
diferencia del año vago que comprende 365 días, el año trópico abarca 365.2422 días. En
cuanto al sistema de temporal, relativo al cultivo del maíz, Rojas Rabiela (1991: 82)
menciona que la “agricultura que depende de la lluvia estival, por eso llamada en México
de temporal, era sin duda la predominante en Mesoamérica”, así como “la que probable-
mente ocupaba un área mayor y en la que se producía la mayor parte del abasto de las
poblaciones campesinas prehispánicas”. Esta forma agrícola de humedad y temporal se
efectuaba, a cabalidad, en la etapa final de la laguna de Lerma y aun después; en nuestros
tiempos se lleva a cabo en forma reducida y es, casi por completo, de temporal.
83
Beatriz Albores Zárate
Los combates
84
Matlatzincas y tenochcas
5
Toluca es la castellanización del término náhuatl Tollocan y es otra de las denominacio-
nes del Matlatzinco, como lo indiqué.
85
Beatriz Albores Zárate
6
Smith (2011: 271) anota que Tecaxic o Tecaxic-Calixtlahuaca integra “una amplia zona
arqueológica ubicada en el pueblo de San Francisco Calixtlahuaca, municipio de Toluca,
al norte de la ciudad del mismo nombre”. Este “sitio fue sede de una capital política de
gran importancia: Matlatzinco, cuyos reyes gobernaron el Valle de Toluca durante el
periodo Posclásico (ca. 1100-1480 d.C.)”.
86
Matlatzincas y tenochcas
despues que los subjeto axaiacaçin hizo matar a los dos señores menores
porque se mostraron Rebeldes En algunas cosas y tomo para si sus vasallas y
tierras; [en cambio], al señor principal [que se llamaba Chimaltecuhtli “por
su nombre propio” y tlatoani “por la dignidad y señorio supremo que tenia”]
porque le hera mui obediente lo dexo con todo su señorio y tierras.
El cambio lingüístico
87
Beatriz Albores Zárate
7
Las citas en español del libro en francés de Soustelle (de 1937) corresponden a la tra-
ducción de la autora de este ensayo.
88
Matlatzincas y tenochcas
segunda mitad del siglo xv, [la zona media del] Valle de Toluca estaba
invadida por los mexicanos”. Así, el náhuatl desplazó al matlatzinca
a un lugar secundario en la zona central de la jurisdicción otomiana
(Albores, 1985). Tal acontecimiento lingüístico evidencia la magnitud
de la nahuatlización en esa zona, al grado que García Payón (1979: 6)
señala que “si la conquista española hubiera acaecido a fines del siglo
xvi, los conquistadores y misioneros ni siquiera habrían encontrado
las huellas del pueblo matlatzinca”.
El cambio lingüístico constituye la parte obvia —o más visible— del
proceso de nahuatlización, el cual también abarcó otros aspectos de la
cultura otomiana. En efecto, en el ambiente tan conmocionado en el
que tal proceso ocurría, los tenochcas denigraban a los otomianos por
ciertos rasgos culturales, como mencioné anteriormente. Son rasgos que,
además de constituir elementos de diferenciación entre ambos grupos,
dejan entrever las implicaciones políticas, ideológicas y, a fin de cuentas,
económicas, de ese cambio homogeneizador que, habiendo sido empren-
dido por los guerreros provenientes de la cuenca de México, desde el
último cuarto del siglo xv, fue truncado por la llegada de los españoles.
Actividades no agrícolas
89
Beatriz Albores Zárate
8
Al respecto, Carrasco (1950: 24) anota que de “las fuentes no locales la más importan-
te desde el punto de vista etnográfico es Sahagún”.
90
Matlatzincas y tenochcas
91
Beatriz Albores Zárate
9
Las palabras y frases entrecomilladas, sin referencia bibliográfica, provienen textualmen-
te de los vecinos del territorio que ocupó el Matlatzinco.
92
Matlatzincas y tenochcas
93
Beatriz Albores Zárate
94
Matlatzincas y tenochcas
10
Como es el caso del sistema de temporal en Tuxtla Chico, que es uno de los municipios
de la región del Soconusco, en el estado de Chiapas. La información se basa en el traba-
jo de campo que efectué en ese municipio, en febrero y abril-mayo de 2003.
11
Sobre esta cuestión, consúltese Rojas (1985, t. I: 132), quien menciona que “Tras la
antigua y ya tradicional forma de diferenciar la agricultura según la fuente de aprovisio-
namiento de la humedad en temporal, humedad y riego” se manifiestan “las diferencias en
la intensidad agrícola” como “los sistemas intensivos, ya sea anuales o continuos, y los de
temporal”, los cuales “rara vez lo fueron de tipo intensivo. Esto no descarta [que] algunos
sistemas de temporal fueran más intensivos, bien porque se daban condiciones naturales
excepcionales” o bien por “arte del trabajo humano que acondicionó […] el terreno”.
95
Beatriz Albores Zárate
12
Arce et al. (2009: 25, 279) señalan que “la cuenca del Alto Lerma” alcanza “una ele-
vación de 2 570 m s.n.m.” y que la altitud de la laguna de Lerma o “lago Chignahuapan
es de 2 572 m s.n.m.”.
13
En la zona lacustre del antiguo Matlatzinco, como en éste, la época lluviosa del año se
acota por las fiestas de la Santa Cruz y la Llegada de los Muertos o Muertos. Éstas forman
parte de una “estructura de cuatro fiestas” —o “cuatro fiestas en cruz griega” (Albores,
2006b: 91)— que encontré en julio de 1991 entre los especialistas rituales del tiempo
—conocidos con el nombre genérico de “graniceros” (Albores, 1995, 2006a: 73)—, cuyo
santuario está en la cima del volcán Olotepec, situado al oriente del Nevado de Toluca.
Los graniceros del Olotepec “abren” el temporal de lluvias en una de sus cuatro fiestas
obligatorias: la de la Santa Cruz, y lo “cierran” en la conmemoración de Muertos, que es
otra de las fiestas que deben celebrar anualmente.
96
Matlatzincas y tenochcas
etapa más cálida de la época seca del año. Etapa que ocurre después del
periodo de heladas: alrededor del equinoccio de primavera y coincide o
bien se vincula, en términos religiosos, con la Semana Santa. Esta con-
memoración católica movible se marca a partir de la Pascua de resurrec-
ción de Jesucristo, que se celebra el domingo posterior a la primera luna
llena que sigue al equinoccio de primavera. Así, el agua que bajaba a la
laguna, al desbordarse de las zanjas, humedecía los terrenos de labor,
de manera que los campesinos podían prepararlos para efectuar la parte
básica de la fase de siembra, ya fuera desde el equinoccio de primavera
y la Semana Santa o hasta ésta, de acuerdo con su acaecimiento.
La Semana Santa puede ocurrir desde la semana en que tiene lugar
el suceso equinoccial hasta aproximadamente 30 a 35 días posteriores a
ese evento solar. Es decir, significativamente, hasta la fiesta de San Mar-
cos. Ahora bien, esta celebración (el 25 de abril) forma parte —en dis-
tintas regiones de la antigua Mesoamérica, entre las que se cuenta la del
Nevado de Toluca— del lapso festivo o novena de la Santa Cruz, misma
que marca, en términos rituales, el principio de la época lluviosa del año
trópico, como lo mencioné. Así, a través de su señalamiento ritual, se
hacía manifiesto el lapso en que tiene lugar una especie de puente acuá-
tico —desde el equinoccio de primavera, cuando escurre agua del Ne-
vado de Toluca y de otros montes, hasta el comienzo de la temporada de
lluvias—, para que fuera aprovechado por los cultivadores de la zona
(Albores, 2002b; 2011a; Reyes y Albores, 2010). Ahora bien, durante
la fase de siembra, los pobladores de la región han acostumbrado plantar
en distintas etapas, en las que, según puede observarse, están implicadas
algunas formas de conceptuar el mundo de origen mesoamericano.
La siembra
97
Beatriz Albores Zárate
El calendario matlatzinca
98
Matlatzincas y tenochcas
14
Barlow (1951: 69, 72) llega a esta conclusión después de consultar el manuscrito “ori-
ginal que desapareció antes de 1804, y que pude localizar en la Biblioteca Nacional de
París, a través de una fotostática existente en la Biblioteca del Museo Peabody”. El autor
se percató de que, entre las anotaciones, en náhuatl, del manuscrito, estaba escrito “el
topónimo significativo de Tlacotepec, pueblo de la región toluqueña”; por tanto, si bien
fue “redactado” en “la zona matlatzinca de Toluca”, no en Michoacán, “pronto cayó en
manos de algún indígena de habla nahua”.
15
Esta gente —anota Carrasco (1950: 41)— “ocupa la región comprendida entre Anda-
parapeo (Indaparapeo) y Tiripitio pero sin incluir esos pueblos. Sus centros principales
eran Charo Matlatzinco y Undameo”.
16
Se trata de la ponencia de Doris Bartholomew, “Nuevas luces sobre el calendario ma
tlatzinca”, expuesta en el V Coloquio Internacional sobre Otopames, el 3 de noviembre de
2003. Agradezco a la doctora Bartholomew (2003) que, entonces, me proporcionara la
versión escrita de su ponencia, autorizándome su empleo. La autora realiza sus plantea-
mientos a partir del “que parece ser el original” del calendario matlatzinca, el cual figura,
en la Biblioteca Nacional de París, como “documento 381”, dentro de “la antigua colec-
ción de Boturini” (Bartholomew, 2003: 1).
99
Beatriz Albores Zárate
Cultivadores abrileños
17
La información etnográfica procede del trabajo de campo que he hecho en varias tem-
poradas desde 1979, en la zona lacustre de la región que ocupó el Matlatzinco y, sobre
todo desde 1991, en otras áreas de éste.
100
Matlatzincas y tenochcas
Cuadro 1
Calendario Matlatzinca.
Fiestas de las veintenas, relativas a la cuenta de 360+5 días.
Correlación fija, en su correspondencia juliana*
* Cuadro hecho por Beatriz Albores Zárate, con base en Bartholomew, “Nuevas luces sobre el
calendario matlatzinca”, V Coloquio Internacional sobre Otopames, Querétaro, 2003, y en Carrasco,
1950: 191-192.
** “Yn thazari (?)”, como lo transcribe Bartholomew (2003) en su anexo: “Comparación del
calendario matlatzinca con el bosquejo del año”, con nota al pie de página: “Calendario matlatzinca,
colección de Lorenzo Boturini, p. 55”. O bien “Yn tagari”, de acuerdo con la anotación de Carrasco
(1950: 190, 191).
*** Las abreviaturas corresponden a: enero (En), febrero (Fb), marzo (Mr), abril (Ab), mayo (My),
junio (Jn), julio (Jl), agosto (Ag), septiembre (Sp), octubre (Oc), noviembre (Nv) y diciembre
(Dc).
**** “Yn tasyabire”, según Carrasco (1950: 190), quien señala que “los cinco días, del 1 al 5 de abril,
no tienen nombre matlatzinca y están marcados con la palabra in tasyabire. Seguramente son los 5
días demasiados”.
101
Beatriz Albores Zárate
Cuadro 2
Calendario Matlatzinca. Fiestas de las veintenas, relativas a
la cuenta de 360+5 días. Correlación fija, en su correspondencia
gregoriana*
* La correlación en su correspondencia gregoriana fue hecha por Beatriz Albores Zárate, con base
en Bartholomew, “Nuevas luces sobre el calendario matlatzinca”, V Coloquio Internacional sobre
Otopames, Querétaro, 2003, y en Carrasco, 1950: 191-192.
** “Yn thazari (?)”, como lo transcribe Bartholomew (2003), en su Anexo: “Comparación del
calendario matlatzinca con el bosquejo del año”, con nota al pie de página: “Calendario matlatzinca,
colección de Lorenzo Boturini, p. 55”. O bien Yn tagari”, de acuerdo con la anotación de Carrasco
(1950: 190, 191).
*** Las abreviaturas corresponden a: enero (En), febrero (Fb), marzo (Mr), abril (Ab), mayo (My),
junio (Jn), julio (Jl), agosto (Ag), septiembre (Sp), octubre (Oc), noviembre (Nv) y diciembre
(Dc).
**** “In tasyabire”, según Carrasco (1950: 190), quien señala que “los cinco días” del 8 al 12 de
abril “no tienen nombre matlatzinca y están marcados con la palabra in tasyabire. Seguramente son
los 5 días demasiados”.
102
Matlatzincas y tenochcas
Cultivadores “marceños”
18
Un tercer grupo, que es pequeño, ha acostumbrado sembrar en cualquier etapa de toda
la fase.
103
Beatriz Albores Zárate
104
Matlatzincas y tenochcas
Por Sahagún (2000, t. II: 962-967) sabemos que los mismos tenochcas
consideraban a los otomíes “recios” y “trabajadores en labranzas” y a
los matlatzincas “grandes trabajadores en labrar sus sementeras”. Esta
opinión es aplicable a mazahuas y ocuiltecas, quienes —indica aquel
autor— “son de la misma vida, calidad y costumbres”.
No obstante lo anterior, los tenochcas hacían hincapié en la tradi-
ción otomiana de segar y consumir, de manera preferencial, el maíz
verde o fresco —en leche—, como elotes. Así, al referirse a esa cos-
tumbre entre los otomíes —que es atribuible a los otomianos—, Sa-
hagún (2000, t. II: 963) señala que cuando “el maizal estaba crecido
y empezaba a dar mazorcas, comenzaban luego a coger de las menores
para comer”. Y este maíz también lo usaban, añade el autor, “para
comprar carne o pescado”, así como “vino de la tierra para beber”,
pudiendo entenderse que se hacía un consumo festivo-religioso de los
elotes, como el que sigue efectuándose, aún en nuestros tiempos, en
el territorio mayoritario que ocupó el Matlatzinco.
De manera que, prosigue Sahagún, “al tiempo de la cosecha [del
maíz maduro o macizo: acotación de Albores] no cogían sino muy
poco, por haberlo gastado y comido antes que sazonase” o endurecie-
se por completo. Además, “luego que habían cogido lo poco, compra-
ban gallinas y perrillos para comer, y hacían muchos tamales colora-
dos del dicho maíz”, destinándolos para “banquetes y convidábanse
unos a otros”. O sea, consumían ritualmente el maíz maduro, como
habrían consumido buena parte de los elotes que, a su debido tiempo,
cosecharan; esto es, de manera similar a las celebraciones que tenían
lugar —sobre todo en la etapa final de la laguna de Lerma— y que
todavía se llevan a cabo en el territorio del antiguo Matlatzinco. Y
no sólo en la fiesta de la Llegada de los Muertos sino, también, du-
rante la fase general de siega, al realizarse el corte del fruto maduro
en cada predio, cuyos festejos se denominan “tlamicosechas” o “cla-
micosechas”.
Aunado a lo anterior, los tenochcas estigmatizaban a los otomianos
por la resultante de sus costumbres en cuanto al corte y consumo del
alimento sagrado; es decir, por no conservar ni almacenar una parte
del grano maduro —harinoso—, pues como lo señala el fraile: “del que
en breve se comía lo que tenía, se decía y por injuria que gastaba su
105
Beatriz Albores Zárate
hacienda al uso y manera de los otomites, como si dixeran dél que bien
parecía ser animal”. Podemos interpretar lo anterior como que, después
de la fase de cosecha, tanto del fruto tierno como del macizo, los oto-
mianos no guardaban la cantidad de grano maduro que, para los te-
nochcas, era la debida.
Con base en lo expuesto por Sahagún, cabe identificar, en primer
lugar, la existencia de un patrón otomiano de cosecha, relativo al fruto
que no está totalmente maduro, como elotes, y otro patrón tenochca, que
da prioridad a las mazorcas macizas, que han llegado a su plena madurez.
Se trata de dos patrones basados en respectivas formas no sólo de
conceptuar el fruto del maíz, sino, fundamentalmente, de la valoración
agrícola de éste, de acuerdo con su cualidad inmadura o con su con-
dición madura, las cuales es posible observar a partir de la principal
fiesta otomiana de las veintenas, en el calendario matlatzinca.
Ymattatohui/Xócotl huetzi.
La Fiesta grande de los muertos
19
Las citas de Seler (1908-1923, v. II), correspondientes a las páginas 1038-1044, se re-
fieren a la obra del autor, específicamente al volumen mencionado, en relación con el
canto en náhuatl Otontecutl Ycuic, que —con el nombre de “El canto del príncipe de los
otomíes”— fue transcrito y traducido al alemán, así como analizado y comentado por él.
El “canto” ha sido traducido del alemán al español por Mechtild Rutsch, en cuya versión
mecanoesrita me baso.
20
En cuanto al probable origen otomiano de la fiesta Xocotl huetzi, Carrasco (1950:181,
299) indica —con base en el Códice Telleriano— que en los tres días finales de la décima
veintena del calendario otomí (incluido en el Códice “Ueychiapan”) —que corresponde
a 7 Ymattatohui y a 10 Xocotl huetzi— “ayunaban todos los vivos a los muertos y salían-
se a jugar al campo”. Ello “demuestra el origen otomí de la fiesta Uey Miccailhuitl”,
puesto que “la celebración de ceremonias en el campo era un rasgo típico otomí”.
106
Matlatzincas y tenochcas
21
Es común que los autores se refieran a esta fiesta otomiana con los nombres nahuas
—Xócotl huetzi y Huey miccailhuitl—; yo he introducido la equivalencia matlatzinca
—Ymattatohui— de la correspondiente veintena del calendario mexica. Xócotl huetzi o
Gran Fiesta de los Muertos ha sido descrita por numerosos autores.
22
Antângotû, “Gran Fiesta de los Muertos” (Carrasco, 1950: 179, con base en Soustelle).
23
Para la correspondencia gregoriana de Yattatohui me baso en el calendario matlatzinca
que incluye Bartholomew (2003) —en su anexo: “Comparación del calendario matlat
zinca con el bosquejo del año”, con nota al pie de página: “Calendario matlatzinca, co-
lección de Lorenzo Boturini, p. 55”— y en Carrasco (1950: 191-192). En lo relativo a la
correspondencia gregoriana de Xócotl huetzi he consultado la correlación fija del calen-
dario mexica hecha por Sahagún (2000, t. I: 133-169, libro segundo). En cuanto a la co-
rrespondencia gregoriana de Antângotû, he considerado el calendario que se encuentra
en el Códice Huichapan (Carrasco, 1950:179).
24
Xiuhtecuhtli, “dios del fuego”, anota Sahagún (2000, t. I: 226) al relatar la fiesta a
Otontecuhtli.
25
Con base en la Historia de los mexicanos por sus pinturas Seler (1908-1923, v. II:1039)
establece la correspondencia de Otontecuhtli-Ocotecuhtli —“dios de los tepaneca”— con
Xócotl. En su estudio sobre Otontecuhtli —como “dios enmascarado del fuego”—, López
Austin (1982: 268, 269) menciona numerosos nombres del dios del fuego, algunos de los
cuales son “Xiuhtecuhtli o ‘señor del fuego’, Huehuetéotl o ‘dios viejo’ [y] ‘Ocotecuhtli’
o ‘señor del pino’”.
107
Beatriz Albores Zárate
26
Carrasco y Seler (1908-1923, v. II: 1039) citan la Historia de los mexicanos por sus pin-
turas (1996: 40-41): “Salieron los de Tacuba y Coyohuacan y Azcaputzalco, a los cuales
llamaban tepanecas y estos otros pueblos traían por dios a Ocotecutli, que es el fuego, y
por eso tenían costumbre de echar en el fuego, para sacrificar, a todos los que tomaban
en la guerra”. Carrasco (1950: 138) anota que los tepanecas “eran un pueblo de vieja
cultura tolteca, con resabios tal vez más antiguos”, “que contenía elementos otomianos
muy importantes”. Además, basándose en Seler, Carrasco (1950: 179) señala que si Xócotl
huetzi se dedicaba a Otontecuhtli y “era la fiesta principal de los tepaneca […] es de
presumir que también [lo fuera] de los demás otomianos”.
27
En cuanto al árbol que se veneraba en la ceremonia, Carrasco (1950:139) indica que
el “palo que se levantaba en la fiesta Xocotl Uetzi era seguramente un pino”.
108
Matlatzincas y tenochcas
28
En la Historia de los mexicanos por sus pinturas (1996: 23-24) se anota que la pareja
primigenia, “Tonacateuctli [y] Tonacacihuatl engendraron cuatro hijos”, el mayor, “Tla
tlauhqui Tezcatlipuca” —designado “Camaxtle” por los “de Huexotzinco y Tlaxcala”—,
“nació todo colorado”; el “segundo”, al que nombraron “Yayauhqui Tezcatlipoca”, el cual
“nació negro; el “tercero”, al que “llamaron Quetzalcóatl, y por otro nombre Yohualli
Ehecatl”, y el “cuarto y más pequeño” —que le dieron el apelativo de “Omitecutli”—, a
quien “los mexicanos le decían Huitzilopochtli, porque fue izquierdo”.
109
Beatriz Albores Zárate
fuese sol”, por lo que “lo arrojó en una gran lumbre”, de la que salió
“fecho sol para alumbrar la tierra”.
Hasta acá, una versión de las narraciones míticas sobre el nacimien-
to u origen del astro diurno, que es al que hacen referencia diversos
autores, entre quienes se encuentran Seler y Carrasco. Ahora bien, en
aquéllas también se cuenta que, después de nacer, el Sol no pudo
moverse, se quedó inmóvil, “sin mudarse de un lugar” —como lo in-
dica Sahagún (2000, t. II: 697)—, por lo que, en el relato del mismo
autor, se anota que “los dioses otra vez se hablaron y dixeron: ‘¿Cómo
podemos vivir? No se menea el Sol’” y decidieron: “‘Muramos todos,
y hagámosle que resucite por nuestra muerte’. Y luego el aire se encar-
gó de matar a todos los dioses, y matólos”. Sin embargo, “aunque
fueron muertos los dioses, no por eso se movió el Sol”.
Entonces, el mismo Quetzalcóatl le confirió movimiento —es decir,
vida— cuando comenzó “a suflar o ventear reciamente. Él le hizo
moverse para que anduviese su camino”. Mas, para que el Sol pudiera
mantenerse en movimiento, con vida, requería ser alimentado —según
se menciona en la Historia de los mexicanos por sus pinturas (1996:
34)—; era, pues, necesario que “comiese corazones y bebiese sangre”.
Así, “en tres años”, los cuatro dioses “hicieron la guerra” a fin de ob-
tener “corazones y sangres”. En el lapso en el que se creó la guerra, uno
de los hermanos de Quetzalcóatl, Tezcatlipoca, “hizo cuatrocientos
hombres y cinco mujeres” a modo que “hobiese gente para que el sol
pudiese comer”.
Con base en lo anterior, podemos observar que Ymattatohui es,
por un lado, la fiesta dedicada a los guerreros como alimento o sus-
tento de la deidad solar, marco en el cual el guerrero que es ofrendado
resucita y se transforma en parte del Sol. Acerca de lo anterior, es
sugerente el señalamiento de López Austin (1985: 270, 271), en su
estudio sobre Otontecuhtli como “dios enmascarado del fuego”, en
cuanto a que entre las características de Huehuetéotl, uno de los
nombres de aquel dios, como lo mencioné,29 se cuenta “su poder
transformador”. En este sentido, la “transformación —continúa el
29
Lo mencioné en la nota 24, precisamente como uno de los nombres del dios del fuego
que anota López Austin.
110
Matlatzincas y tenochcas
30
López Austin (1983: 76) se refiere a “la fusión y la fisión de los dioses; esto es, los casos
en los que un conjunto de dioses se concibe también como una divinidad singular, uni-
taria [y] los casos opuestos, de división, en los que una deidad se separa en distintos nú-
menes, repartiendo sus atributos”.
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Otontecuhtli: Ehécatl-Quetzalcóatl
112
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El alimento humano
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Xócotl huetzi
31
La traducción, del inglés al español, de un fragmento del mecanoescrito de Wake es de
Geraldine Patrick.
115
Beatriz Albores Zárate
32
Wake (2013: 1) anota que a “los cautivos destinados al sacrificio en el festival de Xocotl
huetzi […] se les vestía de la misma manera que al representante del xocotl: con cabello,
túnicas y taparrabos elaborados con papel blanco”.
116
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La Asunción de la Virgen
119
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33
De hecho, la Asunción de la Virgen se festeja en la cuenca de México y en el sureste
de Michoacán —de antigua o todavía actual población otomiana— con el mismo signi-
ficado que en la mayor parte de la región que abarcó el Matlatzinco.
34
Antes anoté que San Mateo Atenco y Metepec formaron parte de la zona central del
antiguo Matlatzinco, en la etapa final de la laguna de Lerma.
120
Matlatzincas y tenochcas
35
La ocasión inicial es el 2 de mayo —fiesta de la Santa Cruz, a la que antes me referí—,
cuando ascienden al santuario del Olotepec para “abrir”, de manera ritual, la época llu-
viosa del año trópico. Las otras fiestas obligatorias que festejan los graniceros del Olotepec
son, por una parte, la de la Virgen de la Candelaria o de la Candelaria —el 2 de febrero—,
en la cual, en toda la región del Matlatzinco, se bendicen distintos elementos que se
usarán durante el año; algunos de éstos se emplean en ocasión de mal temporal. Por otra
parte, la fiesta de la Llegada de los Muertos o Muertos (que mencioné con anterioridad)
—el 2 de noviembre—, es en la que, por tercera y última ocasión, los graniceros van al
santuario a “cerrar” la temporada de lluvias y es también la fiesta que señala el inicio de
la cosecha del maíz totalmente maduro.
121
Beatriz Albores Zárate
Matlatzinco.
122
Matlatzincas y tenochcas
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Beatriz Albores Zárate
37
En la página 516 del Diccionario Yuhú (Otomí de la Sierra Madre Oriental) estados de
Hidalgo, Puebla y Veracruz, México (2007), se anota que ra ’béxt’e significa “bandera”.
38
De acuerdo con el Diccionario Yuhú (Otomí de la Sierra Madre Oriental), estados de Hi-
dalgo, Puebla y Veracruz, México (2007: 585), “pericón” corresponde a ra hmikwä, en
tanto que en el Diccionario Español-Otomí (2001: 162) “pericón” en otomí se escribe: jmikua.
39
El valle de Ixtlahuaca-Jocotitlán se ubica en los municipios mexiquenses de Ixtlahuaca,
Jocotitlán y, en menor medida, Jiquipilco.
124
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El divino alimento
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Matlatzincas y tenochcas
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Figura 1. Vista frontal superior del monolito del Dios enmascarado del fuego (López
Austin, 1985: 255, figura 2).
tigado” (viejo) del fuego, “sino una nueva, tersa, del dios por nacer”
(figura 1). Esta es, en mi opinión, la deidad que en la segunda parte de
la gran fiesta otomiana de los muertos cae, “el dios de la fiesta Xocotl
uetzi” que —como indica Seler (1908-1923, v. II: 1039)— es “el que
en esta fiesta tiene su caída, es decir, su nacimiento”. Es el nacimien-
to del dios Xócotl u Otontecuhtli; el dios es el fruto que nace y, como
hemos podido apreciar —a partir del análisis de Wake y de la infor-
mación etnográfica de la región que ocupó el Matlatzinco—, este dios
es el fruto tierno del maíz, el fruto inmaduro, verde; se trata, entonces,
del nacimiento de los elotes o, mejor dicho, del dios joven del maíz.
Y es esta deidad la que acompaña al glifo calendárico 11 ácatl (11
caña), que López Austin (1985: 263) menciona como el “símbolo
identificador más importante” del dios enmascarado del fuego. “Des-
graciadamente —anota el autor—, desconozco su significado.” “Per-
tenece a la trecena 1 calli [abunda López Austin, con base en Sahagún]
que marcaba con formas violentas de muerte a los que en ella nacían,
incluida la muerte en la hoguera; pero esto no es suficiente.” Sahagún
128
Matlatzincas y tenochcas
129
Beatriz Albores Zárate
3). Así, el dios velado, cubierto por las anteojeras de Tláloc (el que
está debajo del dios enmascarado del fuego) es el joven dios del maíz,
el fruto tierno, el elote; el que nace en la gran fiesta otomiana de los
muertos.
Un dato significativo se refiere a la correspondencia del atavío de
la deidad y de los guerreros, y a que ambos simbolizan “las mazorcas
jóvenes”: los elotes, como vimos. Los atuendos son de papel, según
ya Wake lo mencionó. De hecho, al mismo tronco del árbol —el
pino, como lo ha precisado Carrasco, o Xócotl— le ponían papeles,
a modo de cabellos, a semejanza de los que le colocaban a la imagen
del dios. Así, Sahagún (2000, t. I: 224, 225) indica que los sacerdotes
o “sátrapas [aderezaban], componían el árbol con papeles […] con
130
Matlatzincas y tenochcas
Cuadro 3
Serie de trece años de la cuarta indicción
131
Beatriz Albores Zárate
La importancia del maíz tierno, por cuya cosecha los tenochcas expre-
saron opiniones despectivas sobre los otomianos y aun los estigmati-
zaron por no guardar la cantidad de maíz maduro que consideraban
era la debida, no parece responder sólo a la “gran afición de los otomíes”,
y otomianos en general, “a los alimentos hechos de maíz tierno”, como
lo indica Carrasco (1950: 49). El autor, al comentar los señalamientos
de Sahagún —a los que antes me referí— menciona que éste “pone
entre” los “defectos” de los otomianos “que antes de que maduren las
mazorcas se acaban las sementeras por comerse los jilotes y hacer
tortillas y tamales de elote. Cuando los españoles huían de México
después de la noche triste fueron acogidos por los otomíes de Teocal-
hueyacan”, quienes “les obsequiaron con jilotes cocidos, elotes verdes,
elotes cocidos y asados, tortillas de elote y tamales de elote”.
La trascendencia —agrícola, ritual y de la forma de conceptuar el
mundo— del maíz inmaduro tampoco parece provenir, por entero, de
la postura filosófica otomiana, según lo transmitido por Sahagún (1946,
132
Matlatzincas y tenochcas
133
Beatriz Albores Zárate
topografía volcánica [de esa zona], toda reciente, se halla intacta, [su] centro
está ocupado por los tintes pardos y los reflejos brillantes de las manchas la-
custres, al norte y al sur de Lerma. Grandes [tulares] pueblan los pantanos de
las márgenes, e hileras de mimbres de ramas púrpuras y bosquecillos de abe-
dules grises disimulan una parte de las lagunas.
Y concluye que “las llanuras bajas que bordean este sector húmedo se
extienden sobre todo al oeste, en la ladera del Nevado de Toluca;
llanuras bien desecadas”, no obstante la presencia de cursos de agua,
“pues el suelo y el subsuelo están compuestos de cenizas porosas. La
explotación de estas hermosas tierras es monótona: el maíz cubre casi
todo con tupido manto”.
Mas, por otro lado, la siega amplia de los elotes también debió
responder a una consideración fundamental: los riesgos que podían
correr los cultivos al ocurrir una o más heladas tempraneras, por ubi-
carse los terrenos de labor en las altas y frías tierras del Matlatzinco,
y, en cuanto a los de la zona central de éste, por tratarse de un entor-
no lacustre de altura con volcanes nevados. De manera que, una vez
logrado el mayor desarrollo de las mazorcas verdes, era aventurado
dejarlas casi en su totalidad en la planta hasta que alcanzaran su plena
madurez, debido a que el acaecimiento de alguna helada —antes de
que el grano estuviera macizo— podía dañar al fruto y aun llegar a
acabar con el plantío.40 Es decir, que el corte amplio de los elotes se
habría efectuado, en buena medida, con base en el profundo conoci-
miento del entorno natural.
40
De acuerdo con la tradición oral de la zona lacustre del antiguo Matlatzinco, el 8 de
septiembre —fiesta de la Natividad de la Virgen— puede caer la primera helada.
134
Matlatzincas y tenochcas
41
De acuerdo con Francisco Rivas Cetina (comunicación personal), el pibinal se obtiene
mediante la cocción del elote “durante tres días al calor de las brasas de carbón en el
horno de tierra”; una vez cocido, el elote “puede guardarse por un año, según lo que he
observado en algunas familias de Dzitás. Esto se logra con la deshidratación del elote ya
cocido y sin retirarle la hoja (llamada joloch)”: se cuelgan los pibinales, “amarrándolos de
las primeras hojas del joloch en un madero atravesado sobre el fogón —donde se cocina
en las casas indígenas— a una altura de metro y medio a dos metros”. La “deshidratación
suele durar una semana y, después, los elotes se guardan en una pita o costal en un rincón
de la cocina, pero cerca del fogón para evitar que se apolillen, les entre el gorgojo o los
consuma el ratón. Su almacenamiento en estas condiciones puede durar hasta el siguien-
te año, cuando se consigue pibinal fresco”. Para consumir el pibinal deshidratado primero
se remoja durante dos horas, a fin de “retirar el moho naranja que le brota durante su
almacenamiento y, posteriormente, se rehidrata con agua hirviendo”.
135
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Conclusiones
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Beatriz Albores Zárate
Bibliografía
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Mesoamérica vista desde la etnografía
Reflexiones críticas y propuestas
•
Catharine Good Eshelman*
147
Catharine Good Eshelman
148
Mesoamérica vista desde la etnografía
2
Obviamente no todos los investigadores en nuestra área han caído en las prácticas que
estamos criticando aquí; son tendencias generalizadas en el análisis social del área meso-
americana.
149
Catharine Good Eshelman
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Mesoamérica vista desde la etnografía
3
Quiero aclarar que mi intención no es criticar a Kirchhoff, cuyo pensamiento es mucho
más complejo y rico de lo que señalo aquí; me refiero al mal uso que se ha hecho de sus
propuestas por parte de los etnógrafos e historiadores.
151
Catharine Good Eshelman
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Mesoamérica vista desde la etnografía
4
Consistía en la ocupación simultánea, permanente, de diversos pisos o nichos ecológicos,
en asentamientos geográficamente dispersos; los colonos pertenecían a un mismo grupo
étnico-político que mantenía un centro rector en la sierra alta.
5
Murra subrayó dos diferencias entre Mesoamérica y los Andes: en Mesoamérica existía
tributo en bienes junto con tasaciones de tributo en trabajo y la circulación de bienes se
lograba por tratos comerciales, mercados y comerciantes especializados.
153
Catharine Good Eshelman
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Mesoamérica vista desde la etnografía
6
Podemos encontrar otros ejemplos en Oceanía y partes de África y Asia.
7
El planteamiento se basa en mis propios datos etnográficos y datos de alumnos del posgrado
en Historia y Etnohistoria de la enah, en el trabajo de la línea de investigación “Cosmovisiones
y mitología” (Good y Alonso, 2007) del proyecto Etnografía de las Regiones Indígenas de
México en el Nuevo Milenio, especialmente las exposiciones del Seminario Permanente
de Etnografía Mexicana; la propuesta de Eduardo Viveiros de Castro (2008) sobre tradi-
ciones filosóficas amerindias, distintas de la occidental, y las publicaciones de colegas.
155
Catharine Good Eshelman
Asumen los ejes del modelo fenomenológico, pero son más concretas
en cuanto a sus contenidos, aunque suficientemente generales para
aplicarse en diferentes contextos. Aquí estoy esbozando ideas nuevas
que requieren sistematización y discusión con colegas para afinarlas.
Como estrategia general con respecto al problema del área cultural,
damos mayor peso a los ámbitos que son de gran interés para la gente
con quienes trabajamos en el campo, hecho que confirman otros et-
nógrafos; estos son sus relaciones con entes sobrenaturales, el mundo
natural personificado y las continuidades históricas para asegurar la
productividad económica y la reproducción cultural. Por otra parte,
enfatizamos los aspectos únicos y distintivos de las cosmologías y las
formas de organización social y económica en Mesoamérica, en lugar
de buscar denominadores comunes con otras o aplicar aquí acrítica-
mente modelos de otras regiones. Hay que examinar colectivamente
el material histórico y etnográfico de nuestra área antes de poder en-
frentar las cosmovisiones, las teorías o las filosofías mesoamericanas
con otras —amazónicas, andinas, melanesias, africanas, etcétera.
1) En las culturas en Mesoamérica sobresale una conceptualización
particular del mundo natural como un ser vivo, que establece íntimas
relaciones de intercambio y dependencia mutua con el mundo social,
humano. Esta interdependencia se expresa en la intensa vida ritual
que teje conexiones entre una infinidad de poderes sobrenaturales,
naturales y humanos. Los conceptos de trabajo y fuerza como energía
vital que circula expresan los vínculos entre humanos, sus comunida-
des, el mundo natural y una constelación de seres sobrenaturales. Éstos
pueden incluir los manantiales o las barrancas, las piedras, las cuevas,
los cuerpos astrales, el fuego, los vientos, las lluvias; también seres
como las cruces, los santos, las vírgenes y otras imágenes aparentemen-
te católicas que han sido resignificadas, y finalmente ciertas plantas,
insectos, aves y animales con diferentes calidades y potencias.
Se observa la centralidad del maíz y el uso de metáforas vegetales
para aludir a la persona y al ciclo de vida humana, así como la impor-
tancia de estos seres animados y su interdependencia con los humanos
en Mesoamérica, expresada en la frase tonan tonacayotl, “nuestra madre,
nuestro sustento”, como sinónimo del maíz. Esta noción coincide con
otra: la tierra como ser vivo que alimenta a los humanos y se alimen-
156
Mesoamérica vista desde la etnografía
8
Una manera común de expresar esta conciencia es con la frase: “cada pueblo tiene sus
costumbres”.
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Catharine Good Eshelman
158
Mesoamérica vista desde la etnografía
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Catharine Good Eshelman
Conclusiones
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Mesoamérica vista desde la etnografía
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Catharine Good Eshelman
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De cerros y manantiales
Variantes de la cosmovisión mesoamericana
en Tlaxcala y la Sierra de Texcoco
•
David Robichaux*
David Lorente Fernández**
* Universidad Iberoamericana.
** dfas, inah.
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David Robichaux y David Lorente Fernández
1
En gran parte, los autores nos basamos en investigaciones etnográficas previas en las que
hemos abordado estos temas. Sobre la Sierra de Texcoco, véase Lorente (2006; 2008a;
2008b; 2009a; 2010b; 2011b; una panorámica de la metodología empleada en Lorente
2010a, y un estudio monográfico de conjunto en Lorente 2011a). Sobre la región de
Tlaxcala, véase Robichaux (2008; 1997).
166
Variantes de la cosmovisión mesoamericana
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David Robichaux y David Lorente Fernández
168
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David Robichaux y David Lorente Fernández
2
Se indica en los textos del Códice en Cruz, la Historia de Ixtlixochitl y las Relaciones de
Pomar, citados por Palerm y Wolf (1972) en su análisis del Acolhuacan septentrional.
3
Véanse McAfee y Barlow (1946: 118); Palerm y Wolf (1972: 123, 145); Pérez Lizaur
(1975: 39); Palerm Viqueira (1995).
4
Véase Lorente (2011a: cap. 2) para una descripción más extensa.
5
Véase, sobre el medio poblano-tlaxcalteca, Nutini e Isaac (1974).
170
Variantes de la cosmovisión mesoamericana
6
Véase Robichaux (1994 y 2005) sobre la dificultad de definir “indígena” en la región de
Tlaxcala. Los planteamientos vertidos en dichos trabajos tienen relevancia para la región
de Texcoco y para muchas otras del país que han sufrido en el siglo xx procesos de “des-
indianización”.
7
Véanse al respecto López Austin (2000: 176) y Broda (1971: 250).
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David Robichaux y David Lorente Fernández
172
Variantes de la cosmovisión mesoamericana
8
En la fiesta de Tepeilhuitl se bebía pulque y se sacrificaba a “una mujer llamada Mayauel
que representaba el maguey (ixiptla metl)” (Broda, 1971: 300-303). En este sentido, el
maguey se concebía como “el símbolo absoluto de la fertilidad” (Broda, 2004b: 53).
173
David Robichaux y David Lorente Fernández
9
López Austin ha escrito ampliamente sobre ello (1970: 261; 1996 I: 383; 2000: 195).
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David Robichaux y David Lorente Fernández
tesoros que salen y vuelven a ella cíclicamente por medio de los tlalo-
ques (2000: 185): desde allí los muertos “cumplían servicios divinos”
produciendo las mieses, propiciando la lluvia y contribuyendo en ge-
neral “a la perduración del orden cósmico” (1996 I: 392-393).
En las regiones de Texcoco y Tlaxcala hallamos reminiscencias
contemporáneas, y en cierto modo recreadas, de dicho concepto.
Aunque en la Sierra de Texcoco el cerro Tlaloc no domina visualmen-
te el paisaje como en el caso del pico de la Malinche en el suroeste de
Tlaxcala, tiene un papel importante en el imaginario popular. Se cree
que los flujos acuáticos serranos como manantiales, arroyos y, en últi-
ma instancia, la lluvia emergen de este lugar arquetípico. De alguna
manera, el sistema de canales referido más arriba se encuentra subor-
dinado a él. En la cumbre del cerro Tlaloc figura un pozo o sumidero
en el cual se oye “el resuello del mar”, lo que evidencia una conexión
subterránea. En las inmediaciones se halla una roca donde reside ac-
tualmente el “Rey del Mar”, Tlaloc, asimilado curiosamente a Neza-
hualcoyotl, probablemente por su papel común en la gestión regional
del agua. Tlaloc-Nezahualcoyotl rige las lluvias regionales auxiliado
por los ahuaques. Quizá los nahuas interpretaron a ambos sujetos como
seres benefactores a los que había que rogarles el agua, pues “las auto-
ridades políticas, ayer y hoy […], y las deidades […], son vistas y tra-
tadas del mismo modo” (Dehouve, 2007: 61-62). El Himno prehispá-
nico a Tlaloc es bien conocido.10 En el caso de Nezahualcoyotl, lo
vemos en los “Títulos de Tezcutzingo” gestionar el reparto del riego.
Le piden los serranos: “Concédenos agua de riego y consumo, para que
beban los niños [sus hijos de V.]”. Y aquél les responde, transmitién-
doles tranquilidad: “Este agua nadie se la va a quitar, porque es pro-
piedad real. Esta agua servirá a todos mis hijos que están en mi pueblo
Texcoco” (McAfee y Barlow, 1946: 113). Así, hoy la lluvia se pide a
un Tlaloc que se asemeja mucho a Nezahualcoyotl distribuyendo los
regadíos (véase Lorente, 2009a; 2011a: cap. 3).
En 1964 los habitantes de la región de Texcoco interpretaron el
traslado del ídolo de Tlaloc procedente del pueblo de San Miguel
Coatlinchán al Museo Nacional de Antropología desde una intere-
10
Véase Sahagún (1999: 316-319).
178
Variantes de la cosmovisión mesoamericana
En esta sierra se arman los nublados y de aquí salen las nubes que riegan a
Tlaxcallan y pueblos comarcanos y la más cierta señala que tienen por aque-
lla tierra, de que ha de llover, es ver tocada esta sierra de alguna nube y así
tienen por infalible el agua. […] Por esta razón los indios, antes que los espa-
ñoles viniesen, tenían este lugar por deífico y hacían gran reverencia al de-
monio en él; porque toda la tierra a la redonda venía aquí a demandar agua,
y el año que faltaba eran muchos los sacrificios que en ella se hacían. Ado-
raban en esta sierra la diosa llamada Matlalcueye, que quiere decir saya o
11
Esto concuerda con una larga tradición de continuos robos o destrucciones y restituciones
de dicha estatua (véase agn, 1910: 22; Pomar, 1891: 15 y Lorente, 2010b y 2011a, cap. 3).
179
David Robichaux y David Lorente Fernández
faldellín azul; y debe de ser la razón por estar rodeada la sierra de montaña
[…] y también porque como la invocaban para las lluvias y el agua es azul o
cerúlea, por eso le llamaron Matlalcueye, tomando la denominación de una
flor azul, llamada matlallin (fray Juan de Torquemada, vol. I, 1975: 379).
180
Variantes de la cosmovisión mesoamericana
12
Sobre el concepto de “granicero” véase Albores y Broda (1997a) y Bonfil Batalla (1995),
entre otros, y una revisión de los estudios sobre graniceros, por regiones y enfoques, en
Lorente (2009b).
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13
La expresión es de Jacques Galinier (1990: 157).
182
Variantes de la cosmovisión mesoamericana
14
Un informante de Robichaux tenía una imagen de Santa Bárbara en el altar de su casa
que dijo haber traído de una iglesia de Cholula, a donde fue poco después de ser alcanza-
do por el rayo.
183
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15
En la región de Ocuituco y Tetela del Volcán, en el estado de Morelos, Julio Glockner
(2001: 85) reporta que las mujeres con el pelo suelto tienen “la facultad de jalar un rayo...”
¿Será que se ofrendan estos objetos a la Malintzi para que se peine o recoja su pelo a fin
de no producir rayos?
16
Llama la atención la cercanía de esta fecha con el 19 de mayo, el primer paso del Sol
por el cenit (véase Broda, 2004a: 40-43). Como ha señalado Tim Tucker (2001: 69),
desde el cerro Teotón, en las cercanías de Cholula, el Sol sale sobre la cúspide de La
Malinche el 19 de mayo.
184
Variantes de la cosmovisión mesoamericana
Conclusiones
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David Robichaux y David Lorente Fernández
17
Véase, sobre este aspecto, Ixtlilxóchitl (1952, II: 209-210).
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Variantes de la cosmovisión mesoamericana
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•
Alfredo López Austin*
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Alfredo López Austin
La tradición mesoamericana
La díada unidad/diversidad
194
La unidad de la tradición mesoamericana
195
Alfredo López Austin
1
La bibliografía sobre el personaje es extensa. Señalo sólo unos cuantos ejemplos: Elson,
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Antropología y geopolítica
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el proyecto Man-in-Nature (1956-1962)
•
Andrés Medina Hernández*
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Las Casas en 1959. En este grupo estaban Luis Reyes, Marcelo Díaz de
Salas, Aura Marina Arriola (guatemalteca), Rosendo Escalante (perua-
no) y Manuel Zabala (colombiano). De ellos sólo este último, Zabala,
realizaría una investigación profunda en Zinacantán; su investigación,
sobre el sistema de cargos y el comercio de la sal, le serviría para pre-
parar su tesis profesional. Un resultado de esa investigación es el en-
sayo que publicó en el primer número de Estudios de Cultura Maya
(Zabala, 1961). De hecho fue Zabala quien introdujo a Frank Cancian,
estudiante de la Universidad de Harvard, a la comunidad zinacanteca.
Este primer grupo no tuvo vínculos con el proyecto Man-in-Nature,
por lo menos en su primera etapa (1956-1959), aunque durante la
segunda se incorporaron Marcelo Díaz de Salas y Manuel Zabala, como
se narrará más adelante. El segundo grupo de la enah estaba formado
por quienes participábamos en el proyecto Man-in-Nature en el equi-
po de lingüística, coordinado por N. A. McQuown, la maestra Evan-
gelina Arana de Swadesh, Roberto Escalante y Andrés Medina.
La perspectiva que desarrollo en este texto es la de un participante
activo, lo que sin duda introduce un buen margen de subjetividad, que
evidentemente asumo. En la primera fase del proyecto (1956-1959)
participé solamente durante el verano de 1958, recolectando datos
lingüísticos en la zona fronteriza entre el tzeltal y el tzotzil, y en los
meses de febrero-marzo de 1959 levantando un censo en Chanal,
comunidad tzeltal, luego de lo cual regresé a la ciudad de México para
incorporarme como ayudante de Roberto Weitlaner, en el departa-
mento de Investigaciones Antropológicas del inah. En enero de 1961
me integré nuevamente al proyecto de la Universidad de Chicago,
pero esta vez para realizar una investigación etnográfica en Tenejapa,
una comunidad tzeltal, para lo cual permanecí en el campo durante
ocho meses, pues en el verano realicé un largo recorrido por todos los
parajes de Oxchuc, acompañado por José Gómez, hablante de tzeltal
de Oxchuc, para recoger material lingüístico; específicamente registré,
por escrito y con una grabadora, el vocabulario de 250 oraciones dise-
ñado por Swadesh y adaptado a los requerimientos específicos de la
investigación dialectológica por Norman A. McQuown, lingüista
director del proyecto. En enero de 1962 regresé a la ciudad de México
para dedicarme a la redacción de mi informe final y de mi tesis profe-
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La Universidad de Chicago en los Altos de Chiapas
El grupo de investigadores en la Casa Chicago. De izquierda a derecha, de pie: Cali Guiteras, Esther
Hermitte, Nicholas Hopkins, Roberta Montagu, John Hotchkiss, Julian Pitt-Rivers, Eva Hunt, Charles
Mann, Lilo Stern, Norman A. McQuown; hincados: Marcelo Díaz de Salas y Andrés Medina. Archivo
fotográfico Andrés Medina.
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sional, lo que pude hacer gracias a una beca de seis meses que me fue
otorgada en la enah.
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traban divididas por la línea fronteriza que separa a ambos países, como
son las compuestas por los hablantes de chuj, jacalteco y kanjobal.
Estos eran los años en que entraba en función toda la estrategia de
ocupación, diseñada durante la Segunda Guerra Mundial, para con-
trolar las áreas ganadas al “enemigo”. En Guatemala se vivía entonces
una época de contrarrevolución, luego del golpe instrumentado por la
cia en 1954 contra el gobierno democráticamente elegido de Jacobo
Árbenz; por lo tanto esta situación requería toda la información posi-
ble tanto de la propia Guatemala como del área maya, recorrida in-
tensamente por Sylvanus G. Morley desde la Primera Guerra Mundial,
pero cuyo reconocimiento etnográfico comenzó con el proyecto de la
Carnegie en Yucatán, con Redfield y Villa Rojas, y que, como apun-
tamos antes, se extendió a Guatemala con los recorridos e investiga-
ciones de Sol Tax.
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Reunión de trabajo en Na Bolom (de izquierda a derecha: Charles Mann, Eva Hunt, Esther
Hermitte, Roberta Montagu y Lilo Stern; atrás: Manuel Zabala y su hija Siomara Zabala.
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Por ejemplo, del lado tzotzil, San Andrés Chamula y los Llanos forman
un grupo relativamente estrecho, como lo forman igualmente Yalcuc y
Chilil. Del lado tzeltal, Amatenango y Aguacatenango se aproximan
bastante como también se acercan Aguacatenango y El Puerto. Estas co-
munidades juntas con Villa las Rosas, se agrupan frente a Chanal
(McQuown, 1961a: 141).
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R. Radhakrishnan y Gerald Williams trabajando en Casa Chicago. Archivo fotográfico Andrés Medina.
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sobre Pinola, antes de que llegara Esther Hermitte. Por su parte Nick
Hopkins trabajaba con las variantes dialectales del tzotzil, en estrecha
colaboración con McQuown, director del proyecto y especialista en
las lenguas mayenses; como Juanito, era también una persona afable
y cálida, y tuvo un papel importante en la coordinación de los traba-
jos de lingüística, tanto de los investigadores como de los colabora-
dores mayas.
Una investigación específica diseñada por Muriel E. Hunt fue la de
percepción cultural, en la que se usó un juego de fotografías preparadas
por Alfred Wahrhaftig, antropólogo social que tendría una breve es-
tancia en San Pablo Chalchihuitán.
Se les pidió a cada uno de los sujetos de la prueba que integraran una serie
de fotografías, y sus respuestas, algunas en tzeltal o tzotzil, y otras en español,
fueron grabadas en cinta magnética. El material grabado proveniente de más
de setenta y cinco sujetos después de haber sido transcrito y traducido, ha
servido como evidencia de la percepción y la proyección, y como dato para
un análisis lingüístico (Pitt-Rivers y McQuown, 1970: 18).
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respondió, con un gesto un tanto altanero: “yo estoy del lado de los
triunfadores”.
En contraste con estos distinguidos académicos, Cali Guiteras era
una mujer extremadamente sencilla y simpática, sonriente, que habla-
ba español con un notable acento cubano; en las reuniones acadé
micas narraba sus experiencias de investigación con bastante elocuen-
cia, y como era perfectamente bilingüe, cambiaba ocasionalmente al
inglés de una frase a otra. No escatimaba comentarios y consejos para
nosotros, los estudiantes, y su fuerte presencia no impedía percibir su
calidez. Era una persona ampliamente conocida en la enah, yo me
inscribí a su curso de etnología, al que se presentó solamente el primer
día para avisarnos que no podría dar la clase por estar haciendo in
vestigaciones en Chiapas; el curso lo impartiría Arturo Monzón, uno
de los jóvenes profesores, brillante y elocuente. Así que fue hasta que
nos encontramos en el proyecto cuando pude conversar con ella, y
sobre todo admirar sus dones personales. Cuando estábamos en la
etapa más intensiva de nuestras investigaciones, en 1961, apareció en
inglés su obra clásica, Perils of de Soul.
Por su parte, Muriel E. Verbitsky asumió su papel de coordinadora
de las investigaciones de etnografía, en esta segunda fase del proyecto,
y estableció una cierta distancia con nosotros, los estudiantes; ella era
nuestro contacto directo para entregar los informes, las copias del
diario de campo, así como para recibir los guiones temáticos y otros
materiales de investigación.
La intensidad y la diversidad de los trabajos de investigación rea-
lizados en esta segunda fase se advierten en el conjunto de ensayos
contenidos en el volumen publicado por el Instituto Nacional Indi-
genista, Ensayos de antropología en la zona central de Chiapas (Pitt-
Rivers y McQuown, 1970); aunque no necesariamente son trabajos
que sinteticen los resultados logrados en cada una de las investigacio-
nes; se trató más bien de textos en que los autores eligieron un tema
específico que mostraba sus intereses en términos teóricos y metodo-
lógicos. Algunos de ellos, como los de Robert M. Adams y de Philip
Wagner, fueron traducciones de sendos artículos publicados en revis-
tas de Estados Unidos, otros fueron avances de las respectivas tesis
doctorales, como sucede con el ensayo de Edward Calnek, en el que
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El histórico Land Rover atascado, por el rumbo de Pujiltik. Archivo fotográfico Andrés
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Las autoridades formales de los indios cuya responsabilidad pudo ser la apli-
cación de sanciones, han desaparecido (por ejemplo, la jerarquía religiosa) o
bien están totalmente subordinadas a los funcionarios municipales ladinos,
como la jerarquía civil. A los indios no se les concede el derecho de gober-
narse a sí mismos, ni forman una comunidad moral con los ladinos. Estos
factores han producido un fenómeno interesante: “mover hacia arriba”, a un
nivel metafísico, al consejo de ancianos, pero conservando la estructura y
funciones de los organismos tradicionales de funcionarios indios. Este gobier-
no sobrenatural —que no tiene correspondencia con ningún grupo indio a
nivel terrenal— consta de un presidente, un secretario, un juez y varios po-
licías. Pero nadie sabe quiénes son (Hermitte, 1970b: 142).
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Esther Hermitte, Roberta Montagu y Lilo Stern durante una sesión de trabajo en Na Bolom, San
Cristobal de Las Casas. Archivo fotográfico Andrés Medina.
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cuenta de los resultados generales del proyecto, junto con Julian Pitt-
Rivers (McQuown y Pitt-Rivers, 1970), y además contribuyó con un
ensayo sobre el bilingüismo en los Altos de Chiapas (McQuown, 1970).
En cuanto a la lingüística histórica, McQuown presentó una muy
sugerente ponencia sobre las lenguas mayas —en el simposio organi-
zado por la Fundación Wenner-Gren en Austria, en 1962— en la que
reconstruyó el proceso de su separación, en términos espaciales y
temporales (McQuown, 1964); otro investigador del proyecto, y dis-
cípulo de McQuown, publicó en el mismo volumen un ensayo en el
mismo campo, sobre las relaciones internas y externas de la familia
mayense (Kaufman, 1964). Este mismo investigador ha continuado
esa línea de reflexión y ha hecho contribuciones significativas, como
la que publica en el volumen del ini, y otros trabajos que ha dado a la
imprenta de la unam (Kaufman, 1970, 1972).
Por supuesto que hay más contribuciones del proyecto Man-in-Na-
ture a los estudios antropológicos; sin embargo, aquí sólo doy cuenta
de aquellas que a mi parecer incidieron en la antropología mexicana.
Conclusiones
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La práctica de la arqueología
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El caso de Leopoldo Batres
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La práctica de la arqueología durante el porfiriato
3
Los datos biográficos resumidos fueron tomados del Archivo Leopoldo Batres, rollo 1 y
Antología Leopoldo Batres, rollo 1. Los datos de su trayectoria como antropólogo se to-
maron del Archivo Histórico del Museo Nacional de Antropología (ahmna).
279
Rosa Brambila Paz y Rebeca de Gortari
4
Las referencias bibliográficas de las obras de Batres se encuentran en el anexo.
280
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Rosa Brambila Paz y Rebeca de Gortari
282
La práctica de la arqueología durante el porfiriato
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La práctica de la arqueología durante el porfiriato
una escuela para niños, niñas y adultos y un parque con un lago “para
que se le quite el aspecto árido que tiene la región y sea un atractivo
para los turistas”. El impacto de los trabajos en Teotihuacan sobre la
nación fue muy grande. En los registros de la Secretaría de Instrucción
Pública y Bellas Artes, conservados en el Archivo General de la Nación
(agn), el mismo Batres registraba “una romería constante todos los
días en el sitio de los monumentos, compuesta por extranjeros y nacio-
nales que van a aquellos lugares a admirar los restos de esa gran ciudad”.
El interés por hacer accesible el México prehispánico al público
general no fue limitado al caso de Teotihuacan. En Xochicalco también
intentó crear instalaciones adecuadas, higiénicas y modernas para los
visitantes de la zona. Otro elemento dirigido a este objetivo fue su
Guía para visitar los monumentos arqueológicos situados entre Puebla
y Mitla, Oaxaca; e incluso fue mas allá al hacer una “Cartilla históri-
ca de la ciudad de México”, texto aprobado por el Consejo Superior
de Instrucción del Distrito Federal, en el que planteó de forma didác-
tica la conformación de la antigua México Tenochtitlan.
Al revisar la trayectoria de Batres y la transformación del contexto
legal de la arqueología durante el porfiriato, podemos observar que en
este periodo se asentó un patrimonio social con raíces profundas en el
régimen liberal que adquirió cuerpo en las dos últimas décadas del
siglo xix. Al volver público lo que era privado, México afectaba los
intereses particulares de mecenas, instituciones y coleccionistas de
otras partes del mundo al intentar sacar sus objetos arqueológicos del
mercado internacional. Este conflicto de la modernidad decimonóni-
ca nos recuerda la reciente puesta en duda de la legislación vigente,
que concibe a la arqueología como nacional y, por tanto, bien público
y objeto de conocimiento.
Anexo
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Rosa Brambila Paz y Rebeca de Gortari
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La práctica de la arqueología durante el porfiriato
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Rosa Brambila Paz y Rebeca de Gortari
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Rosa Brambila Paz y Rebeca de Gortari
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291
¿Antropologías en conversación?
Una reflexión sobre dos proyectos internacionales
en la antropología de México (1910 y 1961)
•
Mechthild Rutsch*
293
Mechthild Rutsch
1
Desde el viernes 26 de febrero de 1960, los americanistas alemanes Franz Termer, Heinrich
Ubbelohde-Doering, Wolfgang Haberland, Günter Zimmermann, Adolf Ellegard Jensen,
Udo Oberem, Peter Tschohl y Hans Dietrich Disselhoff se reunieron en Hamburgo a ins-
tancias de Franz Termer y Treue, el representante de la dfg (Deutsche Forschungsgemeins-
chaft), para discutir sobre el Proyecto de Arqueología y Etnología Centro y Sudamericanos,
el cual más tarde se convertiría en el Proyecto Puebla-Tlaxcala —o “Mexiko-Projekt”,
como fue conocido en alemán—. (ba, 322903, Mexiko-Projekt, Band 2, Acta 1, s.n.fs).
294
¿Antropologías en conversación?
295
Mechthild Rutsch
296
¿Antropologías en conversación?
2
Así, por ejemplo, el consejero imperial Seler no cumplió el contrato que contrajo con
el gobierno mexicano, por el cual se le pagó una suma apreciable, para establecer la cla-
sificación de las piezas del Museo Nacional, pues salió del país sin haberlo concluido. En
correspondencia privada con Boas describió a Justo Sierra como “der alte Trottel” (el
viejo imbécil), etc. Boas se expresó despectivamente de los “señores del Museo” y Tozzer,
de plano, no tuvo empacho en ser instrumento en el saqueo de las joyas arqueológicas de
Chichén Itzá (cfr. Leysinger, 2006).
297
Mechthild Rutsch
3
Quetzil Castañeda (2003) argumentó que la historiografía de Stocking no otorgaba un
lugar activo a los antropólogos latinoamericanos los que, como Gamio, contribuyeron a la
arqueología del continente, concretamente con el método de la estratigrafía. Acepta,
además, que Stocking escribió una historiografía que mucho se asemeja a la historia de los
big men. Pese a estar de acuerdo con Castañeda en que la historiografía de Stocking tiene
un carácter en ocasiones marcadamente conservador, es cierto, no obstante, que la contri-
bución original de Gamio debe buscarse más bien en la entonces naciente antropología
social de México. Las fuentes documentales disponibles establecen claramente que la
primera excavación estratigráfica que llevó a cabo Gamio en el Valle de México fue hecha
a instancias de Boas, así como que fue este último quien estuvo interesado en que tal es-
tratigrafía se ampliara mediante el trabajo posterior de Georges Engerrand (Rutsch, 2010).
298
¿Antropologías en conversación?
4
Para un análisis bien documentado de esta cuestión, además del racismo implicado en
las políticas gubernamentales de inmigración y la discriminación de inmigrantes de color,
véase Saade Granados, 2009.
299
Mechthild Rutsch
El proyecto Puebla-Tlaxcala
300
¿Antropologías en conversación?
5
El lector interesado puede encontrar diversas posiciones al respecto, por ejemplo en la
Revista Dimensión Antropológica, año 7, vol. 19, mayo-agosto, 2000, México, inah.
301
Mechthild Rutsch
6
En relación con la persecución de muchos antropólogos durante esta época, véase
Price, 2004.
7
Kirchhoff a Treue, 11-09-1961, BA, 322903, Mexiko-Projekt, band 2, acta 1, s.n.fs.
8
Memorandum de Treue a su entonces jefe en la dfg, el doctor Hesse, 1961, ba, 322903,
Mexiko-Projekt, band 2, acta 1, s.n.fs.
302
¿Antropologías en conversación?
El Profesor Kirchhoff, quien labora desde hace casi tres décadas en la Uni-
versidad Nacional y es uno de los iniciadores de este proyecto, es el indispen-
sable hombre mediador entre los diferentes participantes, administra los pre-
supuestos, la biblioteca y colecciones y presta ayuda indispensable a los
científicos alemanes que han ido a México (dfg, 1965: 3).
303
Mechthild Rutsch
9
ata, C/311.42(F)/7-6, oficio 401-2-0086, 13 de enero de 1978.
10
Discurso del doctor Wolfgang Treue en México, ba, 322903, Mexiko-Projekt, band 2.1,
acta 4, s.n.fs.
304
¿Antropologías en conversación?
Desde luego, el tono político del discurso de Treue no relevó las dificul
tades que tuvo este proyecto, las cuales apuntamos aquí brevemente.
305
Mechthild Rutsch
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¿Antropologías en conversación?
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Mechthild Rutsch
Bibliografía
308
¿Antropologías en conversación?
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Mechthild Rutsch
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Folklore charro y segundas
antropologías
La visibilización in/tolerable*
•
Ana Cristina Ramírez Barreto**
311
Ana Cristina Ramírez Barreto
1
Krotz escribe “antropologías segundas”; yo me permito cambiar el orden de los términos
para ponerlos en consonancia con “segundo sexo”, término de larga genealogía y crítica,
que, como sabemos, se refiere al “sexo débil”, es decir, a las mujeres.
312
Folklore charro y segundas antropologías
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Ana Cristina Ramírez Barreto
314
Folklore charro y segundas antropologías
315
Ana Cristina Ramírez Barreto
pologías del mundo, que, con pocas excepciones,6 supone una simpa-
tía inmediata con los agentes invisibilizados y el consecuente anhelo
de hacerles justicia.
Expresando esto de manera gráfica en el polo opuesto a los testi-
monios del folklore charro, tomado muy permisivamente como un
bloque homogéneo, se encuentran las epistemologías alternativas
fuera de la academia, usualmente silenciadas y generalmente susten-
tadas por mujeres indígenas, en condición de pobreza y víctimas de las
nuevas formas de desaparición a principios del siglo xxi (Stephen,
2007: 65-68). Si la intervención pluralista del proyecto quiere ser
consistente, debe reconocer ambos testimonios, no sólo el que sería
“objeto de justicia” desde el actual horizonte ético y político. Es pre-
ciso matizar dialógica y pragmáticamente las circunstancias y metas
de este reconocimiento.
Este trabajo ha sido escrito desde la experiencia y perspectiva de
una mujer feminista familiarizada con la charrería de manera previa a
elegirla para el trabajo de campo, con estudios profesionales en filoso-
fía (en Morelia, Michoacán) y con estudios de posgrado en antropolo-
gía social (en Zamora, Michoacán). Las limitaciones de mi experiencia
y perspectiva me sitúan en el cruce de varias líneas de “secundización”.
Como toda otra posibilidad, tiene sus desventajas, mismas que elijo
también sin reproche porque aprecio la visión del mundo que estos
márgenes me dan.
6
Es el caso de Josiah Heyman, “Activism in Anthropology: Exploring the Present Through
Eric R. Wolf ’s Vietnam-Era Work” (ponencia presentada en un congreso de la aaa, Fi-
ladelfia, 2009), cuyo trabajo con militares y policías fronterizos norteamericanos cuestio-
na los supuestos antropológicos de empatía y solidaridad hacia los sujetos de estudio,
presentes en el código ético de la American Anthropological Association.
316
Folklore charro y segundas antropologías
317
Ana Cristina Ramírez Barreto
318
Folklore charro y segundas antropologías
En esta nueva etapa Folklore Americano intenta rebasar los límites establecidos
por la propia etimología de la palabra y de antiguos conceptos antropológicos para
adentrarse en una más amplia y plural visión de la cultura que se produce
en todo el continente americano, que incluya también la mirada retrospec-
tiva y contemporánea de los campos intelectuales, la comunicación, la
cultura de masas, el dialoguismo, la vida cotidiana, la identidad, el género,
la hegemonía y la globalización, la literatura, la religión, la teoría crítica,
hasta la concepción de la cultura como objeto intangible, como formas capaces
de inspirar y aprehender tanto una visión de conjunto y de comparación de la
producción cultural americana, así como de la divulgación de las nuevas formas
de entender las ciencias sociales [las cursivas son mías].
9
Al respecto véase Dempf (1932), Spencer (1997), Mayos Solsona (2004), Heinz (1999),
Hausheer (1996), Galinier (2007), Denby (2005) y Zammito (2002).
319
Ana Cristina Ramírez Barreto
antropólogos alemanes de inicios del siglo xix, como Theodor Waitz y, más
tarde, el joven Boas (Gingrich, 2005: 73).
10
Parkin (2005: 180-232) y Burke (2004) también destacan la matriz común, la bifurca-
ción, la invisibilización (p.e. de Arnold van Gennep) y la deseable revinculación de
antropología e historia con los estudios de folklore.
11
Autor de obras de provincialismos o mexicanismos, para cuya recopilación fue central
el libro de Luis G. Inclán, Astucia (1865). Como en otros países, en el siglo xix la litera-
tura costumbrista asumió el papel de registro y puesta en valor del habla popular, even-
tualmente calificada de inculta. Véase Novo (1946), Castro (1994), Glantz (2010).
320
Folklore charro y segundas antropologías
12
Destacado bibliógrafo y curador de Folklore of/de/las Americas; fundó el primer docto-
rado interdisciplinario con opción en estudios de folklore en la Universidad de Carolina
del Norte (1944). En los años cuarenta impulsó la creación, resurgimiento y comunica-
ción de sociedades folklóricas en Iberoamérica; la de México fue la primera (1938). Fue
también miembro del comité editorial de Folklore Americano, del Instituto Panamerica-
no de Geografía e Historia.
321
Ana Cristina Ramírez Barreto
13
Esta obra recibió el apoyo del entonces titular de la Secretaría de Agricultura y Fomen-
to, ingeniero Marte R. Gómez.
322
Folklore charro y segundas antropologías
cación de la obra del “lingüista catrín que sabe sólo de oídas de lo que
escribe” y las correcciones que le hace Leovigildo Islas desde la “certeza
de la vivencia”, es decir, gracias al trabajo de campo en el campo.
Las charreadas, las competencias donde los charros muestran su
destreza para dominar ganado en fuga, son eventos deportivos donde
el locutor ameniza los prolongados “tiempos muertos”14 leyendo al
micrófono todo eso que ha constituido el material folklórico por ex-
celencia: los dichos y refranes charros. Los libros de charrería los han
atesorado al punto que ya contamos con varios cientos de ellos. La
sabiduría charra está plagada de alusiones al dominio de unos sobre
otros; el dominio del charro (que siempre es el sujeto emisor y el des-
tinatario del refrán) sobre las bestias, sobre algunos otros varones
(catrines, pendejos, tinterillos, indios, mulatos) y sobre todas las mu-
jeres. Cito algunos tomados de la sección de refranes en Islas Escárce-
ga (1969: 137-179). No creo necesario glosarlos:
A la mujer y a la mula, a palos se han de vencer.
Al mal caballo pega la espuela y a la mala mujer, palo que duela.
A mujer y mula, dar duro si no recula.
Caballo manso tira a penco, mujer coqueta tira a puta y hombre
prudente a pendejo.
Caballo que al ver la yegua no relincha, o está cansado o le aprieta
la cincha.
Con mulos y mulatos, sólo a ratos.
De que la madre es de paso la hija hasta el cincho azota.
El caballo para el caballero, la mula para el mulato y el asno para
el indio.
El que presta a la mujer para bailar o el caballo para torear no tiene
nada que reclamar.
Gallo, caballo y mujer, por la raza has de escoger.
Indio que fuma puro, ladrón seguro.
Indio llorón, siempre bribón.
Injurias de puta y coces de mulo, no implican agravio alguno.
La mujer y el caballo, más quieren freno que espuelas.
14
El tiempo en que “no pasa nada” pues los arreadores o los corraleros están poniendo en
suerte a las bestias.
323
Ana Cristina Ramírez Barreto
La mujer vale por la honra, el buey por las astas y el hombre por la
palabra.
Las coces de la yegua son amores al caballo.
No hay mujer fea, lo que hace falta es más tequila.
Sin espuelas y sin freno, no hay caballo bueno.
15
Sobre vaquería y machismo en México véase Gutmann (1998).
324
Folklore charro y segundas antropologías
16
Sólo dos de entre trescientas asociaciones de charros registradas en 2002 en la Federa-
ción Mexicana de Charrería llevaban el nombre de “Emiliano Zapata”, una de ellas en
Estados Unidos.
325
Ana Cristina Ramírez Barreto
17
La bibliografía referida a este proceso histórico-epistemológico es ya amplia, muy rele-
vante y a veces apasionada. Véase por ejemplo Paredes y Bauman (1972); Carvajal (1990);
Bialogorski y Cousillas (1992); Nájera-Ramírez (1997); Johnson (2002); Burke (2004).
Sobre los estudios de folklore en México véase también: Rincón (1939); Islas Escárcega
(1945); Mendoza (1953); Rodríguez Rivera (1967) y las varias obras de Herón Pérez
Martínez, entre ellas, la más reciente (2005).
326
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Ana Cristina Ramírez Barreto
330
Folklore charro y segundas antropologías
En Colima, donde la familia Cosío Villegas vivió entre 1906 y 1910, el primer
adiestramiento fue la charrería: “Colima, mucho más que Jalisco, era tierra
de charros y de buenos charros. Los mejores charros de Jalisco eran de Coli-
ma... A mí mi padre me compró un caballo y me enseñó cómo se atendía,
cómo se mantenía limpio, cómo se trababa una relación de amistad con la
bestia, cómo se la manejaba, cierto orgullo de ser buen charro, una gente bien
plantada que manejaba con destreza al caballo”. Del montar a caballo, del
cuidarlo y servirse de él como medio de transporte y lucimiento, se habría
derivado, según la autoteoría de Cosío, una noción de independencia y do-
minio de sí mismo, la formación de una personalidad propia que siguió
moldeándose a través de pequeños trabajos asignados por el padre, más que
por efecto de la educación formal (Krauze, 1980: 13-14).
331
Ana Cristina Ramírez Barreto
de lo que dijo Cosío Villegas; tenemos que interpretar cómo podría ser
una relación entre desiguales análoga a la amistad aristotélicamente
perfecta, la cual no sabe de domesticaciones, coerciones, fuerzas ni
violencias... —dicho esto irónicamente.
Así, le concedo a la “autoteoría” de Cosío Villegas el crédito sufi-
ciente como para no devaluarla a priori. Es una referencia problemá-
tica de elucidar, una interesante ficción con rastros de verdades situa-
das y parciales, mucho más mesurada que el discurso de Lepe pero que
corre al hilo del mismo por lo menos en cuanto a las virtudes forma-
tivas del aprender a relacionarse adecuadamente con una bestia.
Al parecer, los desaires en acto o por omisión darían el principal
aliento tanto para la organización de los clubes nacionalistas o asocia-
ciones charras (Rodríguez, 1988: 267; Chávez, 1991: 52) como para
la investigación folklórica y comparativa en el tema de la charrería
mexicana. Así, “Los primeros caballos y los jinetes en México”, un
extenso artículo de Alfredo B. Cuéllar, fue publicado en la Revista de
Equitación (1931) dirigida por el general Joaquín Amaro, al cual se
anexó el siguiente mensaje del editor:
Nos permitimos hacer nuestras las galanas y emotivas líneas del anterior
artículo […] para fundar una justa observación a la obra del Sr. Gustavo Le
Bon titulada “La equitación actual y sus principios” [1923]; que al hablar de
muchos jinetes notables por el regionalismo de su equitación, por sus cono-
cimientos, por ser hombres de a caballo por tradición, y por su gran cariño a
este noble animal, omitió, no sabemos por qué motivo, el referirse a nuestros
jinetes mexicanos —de renombre y fama mundiales (en Cuéllar, 1931: 27).
332
Folklore charro y segundas antropologías
333
Ana Cristina Ramírez Barreto
por dónde andan más los caballos, las mulas, el resto del ganado, la
plata, los plateados y sus reatas; es decir, valores y poderes. Desafortu-
nadamente a esa distancia no se perciben los detalles que mucho más
concretamente perfilaron la presencia “emblemática” del charro, como
sus rostros, sus nombres y sus posiciones en el campo social y político.
Tampoco se perciben las dificultades para efectivamente encumbrar
al charro mexicano como héroe y emblema vivo de la mexicanidad,
siendo que charros los hubo en todos los bandos y en casi todas las
facciones dentro de cada bando.
Carreño (2000a) ha argumentado que el encumbramiento del
charro como estereotipo nacionalista respondió a varios factores:
334
Folklore charro y segundas antropologías
Autorizarse a sí mismo.
Las pistas de su propio hacerse visibles
Como ha señalado en varios trabajos Ricardo Pérez Montfort, los
estereotipos nacionalistas mexicanos, específicamente el charro y la
china poblana, se forjaron en el martilleo constante de los medios
de comunicación, la Secretaría de Educación Pública y la política de
unificar a la nación bajo la égida de una forma-síntesis mestiza.
335
Ana Cristina Ramírez Barreto
336
Folklore charro y segundas antropologías
Conclusiones:
el reto de las prácticas efectivamente críticas
y plurales en antropología
18
En 1963 Virginia Rodríguez se afilió a la Sociedad de Eugenesia. No tengo más expli-
cación al respecto que el interés por determinar y ubicar los “tipos” nacionales. La refe-
rencia que ella incluye en el libro Mujeres folkloristas es un fragmento elogioso de la obra
que publicó en coautoría con su esposo, Vicente T. Mendoza, hecho por el doctor Alfre-
do M. Saavedra, secretario perpetuo de la Sociedad de Eugenesia, y publicado en 1952
(Rodríguez, 1967: 213-214). Sobre eugenesia en México véase Suárez y López (2005).
337
Ana Cristina Ramírez Barreto
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Contribuciones de la antropología
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(1939-1969)
•
Nicanor Rebolledo Recéndiz*
349
Nicanor Rebolledo Recéndiz
1
El 3 de enero de 1933 se publicó en El Universal el artículo de Moisés Sáenz “El fracaso
de los pedagógos”. Aunque el artículo se centra en la crítica a la sep y a su titular en rela-
ción con el cese de los maestros no titulados, a los que no tenían certificado de primaria
y a los que tuvieran menos de un año de servicio, en el fondo alude a la dificultad de los
pedagogos de percibir la realidad de las pobalciones indígenas (N. Pérez, 1992: 53).
350
Contribuciones de la antropología a la educación indígena
351
Nicanor Rebolledo Recéndiz
2
Este trabajo de 1935 aparece publicado por el Instituto Nacional Indigenista, primero
en 1986, dentro de un texto que introduce y seleecciona Eduardo Matos Moctezuma, con
el título Arqueología e indigenismo; luego, en 1987, aparece nuevamente publicado en otro
texto, intitulado Hacia un México nuevo, con una introducción de Luis Villoro.
3
No obstante que muchos de estos ensayos fueron escritos a lo largo de los años de 1926 a 1933,
fueron publicados en Lima, Perú, primero Carapan en 1936 y lugo México íntegro en 1939.
352
Contribuciones de la antropología a la educación indígena
353
Nicanor Rebolledo Recéndiz
354
Contribuciones de la antropología a la educación indígena
355
Nicanor Rebolledo Recéndiz
de gran alcance, busca erigirse como una causa indígena distinta in-
cluso a la del Estado, a través de la cual puedan concurrir otros actores,
como el gobierno y las propias poblaciones indígenas, para la solución
de los problemas inherentes a la educación y el desarrollo. En esta
nueva empresa “los antropólogos han encabezado la campaña, dando
justificación erudita a la creencia popular de que los indios pertenecen
a culturas diferentes […] juzgan que, antes de poder ayudar a resolver
este problema‘indio’, deben decidir quiénes son los indios”. En este
sentido, el indigenismo es considerado como una empresa, forjada por
los antropólogos, para mantener viva la condición indígena y el cam-
po de acción de la antropología social (Friedlander, 1977: 241). De
acuerdo con esta tesis, el indigenismo se renueva no sólo para forjar
la identidad nacional como único objetivo, sino también para crear
nuevas imágenes representacionales sobre lo indígena, las cuales in-
cluyen las imágenes construidas por los propios indígenas, tanto de sí
mismos como de los otros segmentos de población mestiza.
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Para cuando el niño llega a la etapa escolar y está con el maestro, el primero
ha pasado sus primeros años de formación en que los instrumentos informa-
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5
En su informe en la sesión extraordinaria del consejo del Instituto Nacional Indigenis-
ta de 1971, presidida por el presidente de la República, Luis Echeverría Álvarez, el titular
del ini, Aguirre Beltrán (1971: 13-28), expone que la acción indigenista llevada hasta ese
momento, en términos del avance logrado mediante el establecimiento de once centros
coordinadores indigenistas, bajo el principio de solución de los problemas de integración
de los grupos indígenas, debe resolverse en su propio contexto.
362
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Nicanor Rebolledo Recéndiz
6
El tagmema es la unidad gramatical básica determinada por la relación que existe entre
una función gramatical y una clase de elementos mutuamente sustitituibles, capaces de
ejercer dicha función. La teoría lingüística de Kenneth Pike se basa en la idea de que los
enunciados son analizables, simultáneamente, de acuerdo con tres jerarquias: una lexica
(cuya unidad mínima es el morfema), otra fonológica (cuya unidad mínima es el fonema)
y otra gramatical (cuya unidad mínima es el tagmema). Cfr. Elizabeth Luna et al., Dicc-
cionario básico de lingüística, México, unam, 2007.
7
Dice Aguirre Beltrán (1983) que la influencia de la Escuela de Yale es notoria, Julio de
la Fuente en 1939 investiga entre los zapotecos la percepción cromática y ese mismo año
llegan a México Mauricio Swadesh, Norman McQuown, Jules Henry y Bronislaw Mali-
nowski.
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9
Este método fue diseñado por William Townsend (1956) con el fin de facilitar la ense-
ñanza del español a los indígenas.
10
Aguirre Beltran (1983: 275) refiriéndose a la labor de los lingüistas en el Proyecto
Tarasco apunta “que los lingüistas se distribuyeron en pares y realizaron un recorrido
penoso por los pueblos de la sierra inhóspita; un relato del reconocimiento que llevan a
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Contribuciones de la antropología a la educación indígena
cabo Alfredo Barrera Vázquez e Ignacio del Castillo por el rumbo de Urapicho y Poma-
cuarán lo conocemos por las narraciones que de él hace Del Castillo. Se identificaron, al
parecer, tres variaciones dialectales mayores y se elige el tarasco de Cherán como idioma
estándar…”
11
Isabel Horcasitas y Ricardo Pozas escribieron un capítulo en homenaje a Julio de la
Fuente con el título “Del monolingüismo en lengua indígena al bilingüismo en lengua
indígena y nacional”. En estee capítulo exponen parte de la discusión y los objetivos de
lo que llamaron el Ensayo del Papaloapan. Dicen que “por los años cincuenta, el gobier-
no construyó la presa Presidente Alemán, con el fin de evitar las inundaciones que pro-
vocaba el desbordamiento de las aguas del Papaloapan, en el Estado de Veracruz. A
causa de esto los indios mazatecos que habitan el lugar tuvieron que trasladarse de sus
asentamientos porque sus tierras iban a ser inundadas. Para resolver los problemas creados
por la movilización de los mazatecos, se creó un Centro Coordinador Indigenista en el
que funcionaba una Dirección de Educación encargada de enseñar mazateco a los niños
indígenas. Las dificultades para enseñar a leer y escribir el mazateco y la resistencia de los
indios a la enseñanza de su lengua materna indujo a las autoridades del Centro a buscar
y experimentar con los promotores de educación un método para la enseñanza del espa-
ñol…” (Isabel Horcasitas y Ricardo Pozas, 1980).
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Contribuciones de la antropología a la educación indígena
se planteó al Dr. Swadesh la siguiente cuestión: Ud. dice que el niño indí-
gena, que se alfabetiza en su lengua materna puede leer el español utilizan-
do el conocimiento del alfabeto latino que domina, mediante la lectura y
la escritura de su propia lengua; si esto es cierto, también lo es su expresión
contraria, es decir, que cualquier persona que sea alfabeta en español, pue-
de leer cualquier idioma indígena que se escriba también con un alfabeto
igual al español. Si esta afirmación es cierta usted puede leer este texto en
mazateco copiado del Evangelio según San Mateo y traducido a esta lengua
indígena por los lingüistas del ilv. No se duda ni un instante que usted sea
capaz de leer ese texto en mazateco, tan bien como lo leyera un hablante
nativo de esta difícil lengua, por los cinco tonos que tiene (Horcasitas y
Pozas, 1980: 16 ).
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de la enah fueron de gran valor en cuanto que pusieron fin a las fala-
cias de la enseñanza del español pasando por las lenguas indígenas.
Dado que esta controversia no concluyó, ni terminaba por resolver
la demanda del ini de lograr de forma satisfactoria construir una pro-
puesta metodológica de enseñanza del español como segunda lengua
y la alfabetización en lengua indígena, acompañadas de un programa
integrado de formación de profesores y la elaboración de material de
enseñanza, Alfonos Caso, entonces director del ini, llamó a lingüistas
del ilv a que tomaran en sus manos esa tarea. Al respecto, Aguirre
Beltrán anota que la mencionada reunión “concluye sin alcanzar
consenso y Caso acude al ilv en solicitud de ayuda. Sarah Gudschin-
sky, estrella del ilv en materia de alfabetización en lenguas indígenas,
emite su parecer en dos artículos muy bien pensados que se publican
en Word y más tarde quedan incorporados en el Manual de Alfabetiza-
ción para Pueblos Indígenas” (1983: 238).
La controversia de fondo no consistía únicamente en los métodos
y su aplicación ortodoxa, sino en los efectos que podían llegar a pro-
ducir la expansión de las lenguas indígenas y la introducción de con-
tenidos de la enseñanza mediados por las culturas indígenas. Los mé-
todos eran el pretexto para reorientar la discusión hacia los terrenos
de la castellanización y la educación bilingüe transicional, que era la
apuesta que promovía el ini.
La propuesta de alfabetización contenida en el Manuel de Alfabeti-
zación para Pueblos Indígenas del ilv fue retomada por el iiiseo para ser
desarrollada, como parte de sus objetivos, desde su fundación en 1969,
a cargo de Gloria Ruiz de Bravo Ahuja. Una de las primeras tareas del
iiiseo fue lanzar un programa de castellanización oral dirigido a grupos
de nivel preescolar, por medio de lo que llamó Método Audiovisual
para la Enseñanza del Español a Hablantes de Lenguas Indígenas, que
se dio en llamar Método iiiseo, dentro del cual quedó integrado de
manera marginal el material elaborado por Mauricio Swadesh, Juegos
para aprender español. De acuerdo con Bravo Ahuja (1976), el Méto-
do Audiovisual, de su autoria, y Juegos para aprender español, de
Mauricio Swadesh, “eran los únicos dos métodos de castellanización
oral existentes, que están dirigidos a los hablantes de lenguas indíge-
nas en general” (Bravo Ahuja, 1976: 43), y que, por lo tanto, el
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Conclusiones
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brasileña
•
Antonella Maria Tassinari*
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Melatti (1984) también destaca que los años treinta fue el momen-
to de producción de las primeras interpretaciones generales de Brasil,
como las obras de Gilberto Freyre y de Sérgio Buarque de Holanda.
Como se ha mencionado más arriba, esas interpretaciones de Brasil,
al crear una idea de “sociedad nacional”, también establecían en ella
un lugar para las poblaciones indígenas, notoriamente un lugar preté-
rito de “matriz” de una civilización que vendría a sustituirlas.
Si observamos las políticas públicas enfocadas hacia los indígenas
en Brasil, podemos decir que las escuelas en funcionamiento en las
aldeas, bajo tutela del spi, se pautaban sobre la base de ideas positivis-
tas y evolucionistas (en especial el proyecto de “civilización de los
salvajes”), presentes en la producción etnológica del periodo anterior.
Al mismo tiempo, el proyecto de “integración nacional” a través de
la educación escolar estaba en consonancia con contribuciones de la
antropología que se desarrollaba a partir de los años treinta.
385
Antonella Maria Tassinari
1
De hecho, la actuación de Darcy Ribeiro en el campo de la educación en Brasil fue
mucho más allá de la educación para indígenas y de su contribución para la formación de
antropólogos e indigenistas. Después de salir del cuadro del spi, en 1958, Darcy Ribeiro
trabajó en el Centro Brasileño de Investigaciones Educativas y tuvo un importante papel
en la definición de políticas públicas educativas en el país. La Ley de Directrices y Bases
de la Educación Nacional, de 1996, también llamada Ley Darcy Ribeiro, fue elaborada
bajo su coordinación como senador de la República.
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Hay que utilizar la educación como parte integrante de las acciones promo-
vidas por el indigenismo oficial, cuyos objetivos merecen ser mejor definidos
y elegidos frente a las condiciones presentadas por las poblaciones a las que
pretende servir (Santos, 1975: 71).
392
La educación escolar indígena
2
Art. 215: “El Estado garantizará a todos el pleno ejercicio de los derechos culturales y
acceso a las fuentes de la cultura nacional, y apoyará e incentivará la valorización y la
difusión de las manifestaciones culturales”.
§ 1º: “El Estado protegerá las manifestaciones de las culturas populares, indígenas y afro-
brasileñas, y las de otros grupos participantes del proceso civilizador nacional”.
Art. 231: “Son reconocidos a los indios su organización social, costumbres, lenguas,
creencias y tradiciones, y los derechos originarios sobre las tierras que tradicionalmente
ocupan, cabiendo a la Unión demarcarlas, proteger y hacer respetar todos sus bienes”.
3
Art. 210 § 2º: “La enseñanza fundamental regular será ministrada en lengua portuguesa,
asegurada a las comunidades indígenas también la utilización de sus lenguas maternas y
procesos propios de aprendizaje”.
393
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4
Art. 78: “El Sistema de Enseñanza de la Unión, con la colaboración de las agencias fe-
derales de fomento a la cultura y de asistencia a los indios, desarrollará programas inte-
grados de enseñanza e investigaciones, para oferta de Educación escolar bilingüe e
intercultural a los pueblos indígenas, con los siguientes objetivos:
I – proporcionar a los indios, sus comunidades y pueblos la recuperación de sus memorias
históricas; la reafirmación de sus identidades étnicas; la valorización de sus lenguas y
ciencias;
II – garantizar a los indios, sus comunidades y pueblos el acceso a las informaciones, co-
nocimientos técnicos y científicos de la sociedad nacional y demás sociedades indígenas
y no indígenas”.
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La educación escolar indígena
5
Datos del Instituto Socioambiental, disponibles en www.socioambiental.org.br
6
Datos publicados en inep/mec, Estatísticas sobre educação escolar indígena no Brasil, 2007,
a partir del censo escolar de 2005.
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Conclusiones
7
Sería oportuno, en otro momento, reflexionar sobre los motivos que llevaron a la an-
tropología brasileña a prácticamente silenciarse sobre cuestiones educativas, mientras en
otros contextos, especialmente en el escenario norteamericano, la antropología fue oída
para la comprensión de problemas educativos, no sólo de pueblos nativos, sino también
de la propia sociedad estadunidense.
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entre aquellos que saben y aquellos que no saben, los adultos y los
niños, se suman otras, también basadas en la experiencia escolar: la
noción de que el aprendizaje se da por pasos sucesivos y previsibles;
la idea de progreso en la adquisición de conocimientos, como una
secuencia de etapas que deben ser seguidas sin variaciones; la impor-
tancia atribuida a la escritura para la transmisión de conocimientos o,
como mínimo, a la oralidad. De esta forma, hay una tendencia en
calificar todo lo que escapa a esas características como “aprender ha-
ciendo” o como mera imitación sin creatividad. Por eso, hay una gran
dificultad en reconocer la legitimidad de otras formas de transmisión
de conocimientos, lo que acaba deslegitimando los propios conoci-
mientos así transmitidos.
Estudios recientes sobre educación y, principalmente, sobre niños
indígenas han demostrado un camino diverso y pleno de posibilidades
para la comprensión de los procesos indígenas de enseñanza y apren-
dizaje. Las investigaciones pioneras desarrolladas en el ámbito del
grupo mari por Nunes (1997) y Cohn (2000a, 2000b) con niños Xa-
vante y Kayapó, respectivamente, apuntaron a la importancia de
considerar esas otras formas de vivenciar la niñez para la comprensión
de esas sociedades indígenas y sus procesos de aprendizaje. Desafío que
fue seguido por varios trabajos desarrollados en la última década (Nu-
nes, 2003; Oliveira, 2004; Alvares, 2005; Lecznieski, 2005; Codonho,
2007; Limulja, 2007; Tassinari, 2007; Brand et al., 2007). Podemos
también obtener informaciones significativas en los trabajos dedicados
a los ritos de iniciación, a las nociones de persona y corporalidad, a la
sociología del conocimiento (Calavia Sáez et al., 2003; Grando, 2004;
Lasmar, 2009), que revelan aspectos importantes de los sistemas nati-
vos de enseñanza y aprendizaje.
Aunque sea prematuro desarrollar conclusiones respecto a eso,
podemos finalizar este artículo con algunos aspectos recurrentes de
esas investigaciones, que pueden ser apuntados como caminos posibles
para el análisis de la educación indígena: 1) el aprendizaje por medio
de sueños merece destacarse, pues hay varios ejemplos etnográficos de
situaciones en que los neófitos son entrenados para soñar, siendo el
sueño una fuente legítima e importante de saber; 2) también se desta-
ca el aprendizaje por medio de la embriaguez o del uso de alucinógenos,
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