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ARTE DE ESTE MUNDO Y DEL OTRO (0 soy un hombre espafiol, es decir, un hombre sin imagina- cién, No 0s enojéis, no me llaméis antipatriota, Todos venian 1 decir lo mismo. El arte espafiol, dice Alcantara, dice Cossio, ¢s realista. El pensamiento espatiol, dice Menéndez Pelayo, dice Una- muno, es realista. La poesia espafiola, la épica castiza, dice Menéndez Pidal, se atiene mas que ninguna otra a la realidad histérica. Los pensadores politicos espafioles, segtin Costa, fueron realistas. Nos hallamos con que la ornamentacién del Norte, a pesar de su catfcter lineal abstracto, produce una impresién de vitalidad que nuestro sentimiento de Ia vida, ligado a la simpatia hacia lo real, suele halla inmediatamente sélo en ¢l mundo de lo orgénico. Pa- rece, pues, que esta ornamentacién es una sintesis de ambas tenden- cias ‘artisticas. Sin embargo, més bien que sintesis, parece, por otra parte, un fendmeno hibrido. No se trata de una compenetracién arménica de dos tendencias opuestas, sino de una mezcla impura y 202 en cierto modo enojosa de las mismas, que intenta aplicar a un mundo abstracto y extrafio nuestra simpatia natutalmente inclinada al ritmo orginico real. Nuestro sentimiento vital se arredea ante sa furia expresiva; mas cuando, al cabo, obedeciendo a la presién, deja fluir sus fuerzas por aquellas lineas en si mismas muertas, sién- tese arrebatado de una manera incomparable ¢ inducido como a una borrachera de movimiento que deja muy lejos tras de si todas las posibilidades del movimiento orginico. La pasién de movimiento que existe en esta geometria vitalizada —preludio a la matemftica vitallzada de la arquitectura gética— violenta nuestro animo y le obliga a un esfuerzo antinatural, Una vez rotos los limites natu- rales de la movilidad orgénica, no hay detencién posible: Ia nea se quiebra de nuevo, de nuevo es impedida en su tendencia a un movimiento natural; nueva violencia la apatta de una conclusién tranquila y le impone nuevas complicaciones; de suerte que, poten- ciada pot todos estos obsticulos, rinde el maximum de fuerza expte- siva hasta que, privada de todo posible aquietamiento aormal, acaba ‘en locas convalsiones, o termina subitamente en el vacfo, 0 vuelve sin sentido sobre s{ misma. En suma: la Iinea del Norte no vive de una impresin que nosotros de grado le otorgamos, sino que parece tener una expresin propia mis fuerte que nuestra vida». Worringer pone un ejemplo para fjar con perfecta claridad esa nota diferencial del gético frente al arte clésico. Si tomamos un lépiz — dice— y dejamos @ nuestra mano que trace Iineas a su sabor, nues- tro sentimiento intimo acompafia involuntariamente los movimientos de los masculos manuales. Hallamos una cierta emocién de placer en ‘ver «mo las lineas van naciendo de ese juego espontineo de nuestra articulacién. El movimiento que realizamos es ficil, grato, sin trabas, y una vez comenzado,"cada impulso se prolonga sin esfuerzo. En este caso petcibimos en la linea la expresién de una belleza orgénica precisamente porque la direccién de la linea cortespondia a nuestros sentimientos orgénicos, y cuando hallamos aquella linea en alguna otra figura o dibujo, experimentamos lo mismo que si la hubiésemnos trazado nosotros. Pero si bajo el poder de un profundo movimiento afectivo tomamos el lipiz, presos de la ira o del entusiasmo, en lugar de dejar a la mano ir sobre el papel, segrin su espontaneidad, y trazar bellas lineas cutvas orgénicamente temperadas, la obligamos a dibujar figuras rigidas, angulosas, interrumpidas, zigzagueantes. «No es, pues, nuestra articulacién quien esponténeamente crea las lineas, sino nuestra enérgica voluntad de agresién quien imperiosamente’pres- cribe a la mano el movimiento». Cada impulso dado no lega a des- 203 arrollarse segiin su natural propensién, sino que es al ptinto corre- gido por otro y pot otro indefinidamente. «De modo que al haces- fos cargo de aquella linea excitada, percibimos involuntariamente también el proceso de su origen, y en vez de experimentar un sen- timiento de agrado, nos parece como si una voluntad imperiosa y extrafla pasara sobre nosotros. Cada vez que la linea se quiebra, cada vez que cambia de direccién, sentimos que las fuerzas, inter- ceptada su natural corriente, se represan, y que tras este momento de represiOn saltan en otra direccién con furia acrecida por el obs- tdculo, ¥ cuantas mds sean las interrupciones, cuantos més numerosos los obsticulos que hallan en el camino, tanto més poderosas son las rompientes en cada recodo, tanto mas furiosas las avalanchas en la nueva direccién; con otras palabras, tanto mas potente y arrebata- dora es la expresién de la linea. ‘Ahora bien; como en el primer caso Ia linea expresaba la volun- tad fisiolégica de nuestra mano, en el segundo expresa una voluntad puramente espiritual, afectiva ¢ ideologica a la vez, contradictoria de cuanto place 2 nuestro organismo. Ampliese este caso individual a estado de alma colectiva, a efectividad de todo un pueblo, y se tendré la voluntad gética 'y el cardcter del estilo que la expresa. Worringer formula asi aquélla: deseo de perderse en una movilidad potenciada antinaturalmente; una movilidad suprasensible y espi- ritual, merced a la cual nuestro 4nimo se liberte del sentimiento de la sujecién a lo real; en suma, lo que luego, «en el ardiente excelsior de las catedrales géticas, ha de aparecernos como trascendentalismo petrificado», De aqui se derivan todas las cualidades particulares de este arte patético y excesivo, que huye de la materia tanto cuanto el trivialismo espafiol la busca. Como en Is plistica —ese arte naturalista-racional, clésico por excelencia— lega a su adecuada expresidn la voluntad formal de los, gtiegos, y en la pintura de Rafael, la del Renacimiento, la voluntad gotica vive eminentemente en la ornamentacién y la arquitectura: dos medios abstractos, inorgénicos. ‘No podemos seguir a Worringer en su delicado andlisis de las formas géticas clementales, comparadas con las clisicas. Requeritia mucho espacio, y harto ¢s el ya empleado, si se tienen en cuenta las condiciones de un periddico diario. Y, sin embargo, nada tan suges- tivo y plausible como las formulas que va encontrando Worringer al recorter los diversos problemas de la historia del arte gético: «des- geometrizacién de Ia linea, desmaterializacién de la piedra. «La 204 expresién del soportar, del llevar, propia a la columna clisica, la expresidn de la dinamicidad y del movimiento propio al sistema de aguas y arbotanters. Caricter multiplicative del gético, en oposicién al caricter adictivo del edificio griego. «La repeticién en el gético y la simetria en el clisico». «La melodia infinita de la linea gotica», etcétera, etc. ‘Yo espero que algin editor facilite la lectura de este libro belli- simo a los aficionados espafioles: ninguno mejor como manual € introduccién a la «sublime historia medieval». El Imparcial, 14 agosto 1911.

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