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LA REVELACIÓN DE LA ORACIÓN
EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA
2623 El día de Pentecostés, el Espíritu de la promesa se derramó sobre los discípulos, “reunidos en un
mismo lugar” (Hch 2, 1), que lo esperaban “perseverando en la oración con un mismo espíritu” (Hch 1,
14). El Espíritu que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo (cf Jn 14, 26), será también
quien la instruya en la vida de oración.
2624 En la primera comunidad de Jerusalén, los creyentes “acudían asiduamente a las enseñanzas de
los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones” (Hch 2, 42). Esta secuencia de
actos es típica de la oración de la Iglesia; fundada sobre la fe apostólica y autentificada por la caridad,
se alimenta con la Eucaristía.
2625 Estas oraciones son en primer lugar las que los fieles escuchan y leen en la sagrada Escritura,
pero las actualizan, especialmente las de los salmos, a partir de su cumplimiento en Cristo (cf Lc 24,
27. 44). El Espíritu Santo, que recuerda así a Cristo ante su Iglesia orante, conduce a ésta también hacia
la Verdad plena, y suscita nuevas formulaciones que expresarán el insondable Misterio de Cristo que
actúa en la vida, los sacramentos y la misión de su Iglesia. Estas formulaciones se desarrollan en las
grandes tradiciones litúrgicas y espirituales. Las formas de la oración, tal como las revelan los escritos
apostólicos canónicos, siguen siendo normativas para la oración cristiana.
Las cinco formas principales de oración son la bendición, la adoración, la oración de petición y de
intercesión, la oración de acción de gracias y la oración de alabanza.
Las cinco formas principales de oración son la bendición, la adoración, la oración de petición y de
intercesión, la oración de acción de gracias y la oración de alabanza. Con cualquiera de ellas
elevamos nuestro espíritu a Dios según nuestras necesidades.
La bendición
Una bendición es una oración que pide la bendición de Dios sobre nosotros. Toda bendición procede
únicamente de Dios. Su bondad, su cercanía, su misericordia son bendición. La fórmula más breve de
la bendición es “El Señor te bendiga”.
Todo cristiano debe pedir la bendición de Dios para sí mismo y para otras personas. Los padres pueden
trazar sobre la frente de sus hijos la señal de la cruz. Las personas que se aman pueden bendecirse.
Además el presbítero, en virtud de su ministerio, bendice expresamente en el nombre de Jesús y por
encargo de la Iglesia. Su oración de bendición es especialmente eficaz por medio del sacramento del
Orden y por la fuerza de la oración de toda la Iglesia.
La adoración
Toda persona que comprende que es criatura de Dios reconocerá humildemente al Todopoderoso y lo
adorará. La adoración cristiana no ve únicamente la grandeza, el poder y la Santidad de Dios. También
se arrodilla ante el amor divino que se ha hecho hombre en Jesucristo.
Quien adora verdaderamente a Dios se pone de rodillas ante Él o se postra en el suelo. En esto se
muestra a verdad de la relación entre Dios y el hombre: él es grande y nosotros somos pequeños. Al
mismo tiempo el hombre nunca es mayor que cuando se arrodilla ante Dios en una entrega libre. El no
creyente que busca a Dios y comienza a orar puede de este modo encontrar a Dios.
La petición
Dios, que nos conoce completamente, sabe lo que necesitamos. Sin embargo, quiere que “pidamos”:
que en las necesidades de nuestra vida nos dirijamos a Él, le gritemos, le supliquemos, nos quejemos,
le llamemos, que incluso “luchemos en la oración” con él.
Ciertamente Dios no necesita nuestras peticiones para ayudarnos. La razón por la que debemos pedir
es por nuestro interés. Quien no pide y no quiere pedir, se encierra en sí mismo. Sólo el hombre que
pide, se abre y se dirige al origen de todo bien. Quien pide retorna a la casa de Dios. De este modo la
oración de petición coloca al hombre en la relación correcta con Dios, que respeta nuestra libertad.
La acción de gracias
Todo lo que somos y tenemos viene de Dios. San Pablo dice “¿Tienes algo que no hayas recibido?”
(1 Cor 4,7). Dar gracias a Dios, el dador de todo bien, nos hace felices.
La mayor oración de acción de gracias es la “Eucaristía” (en griego “acción de gracias”) de Jesús, en
la que toma pan y vino para ofrecer en ellos a Dios toda la Creación transformada. Toda acción de
gracias de los cristianos es unión con la gran oración de acción de gracias de Jesús. Porque también
nosotros somos transformados y redimidos en Jesús; así podemos estar agradecidos desde lo hondo
del corazón y decírselo a Dios en muchas formas.
La alabanza
Dios no necesita de ningún aplauso. Pero nosotros necesitamos expresar espontáneamente nuestra
alegría en Dios y nuestro gozo en el corazón. Alabamos a Dios porque existe y porque es bueno. Con
ello nos unimos ya a la alabanza eterna de los ángeles y los santos en el cielo.
Cuando hacemos la señal de la cruz, estamos diciendo: que Dios Padre Creador esté conmigo.
Recordar que Cristo murió por nosotros, hacer memoria del gran amor que
Dios nos ha tenido y que lo llevó al extremo con su muerte en la cruz (Jn 13,1)
"Pues la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía
pecadores, murió por nosotros". (Rom 5, 8) "Cristo nos amó y se entregó por
nosotros" (Ef 5,2) "Se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte,
y muerte de cruz" (Fil 2,8)
Predicar que Cristo es Salvador y que hay que morir para tener vida.
Alabar al Hijo de Dios: "Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en
los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús
es Señor para gloria de Dios Padre" (Filipenses 2, 11)
Tomar fuerza: "Fijaos en aquel que soportó tal contradicción de parte de los
pecadores, para que no desfallezcáis faltos de ánimo." (Hebreos 12,2-3) "Poned
los ojos en el Crucificado y se os hará todo poco" (Santa Teresa de Jesús).
Tertuliano (160 a 220 d.C.) escribió: "En todos nuestros viajes y movimientos,
en todas nuestras salidas y llegadas, al ponernos nuestros zapatos, al tomar un
baño, en la mesa, al prender nuestras velas, al acostarnos, al sentarnos, en
cualquiera de las tareas en que nos ocupemos, marcamos nuestras frentes con
el signo de la cruz."
La oración es un don
Habla con Dios
Cuando oramos, cuando se abren nuestros labios para rezar, pensamos que
somos nosotros los que hemos tenido la iniciativa.
¿Es posible que Dios tenga necesidad de nosotros? ¿Es posible que sea Dios el
que nos busque? ¿Es posible que sea Dios quien salga a nuestro encuentro?...
Solamente el cristianismo sabe responder que sí. Porque solamente Jesús nos
ha dicho que Dios es nuestro Padre, un Padre que nos ama. Y el padre que
ama, no puede pasar sin hablar con el hijo querido.
¿Sabemos lo que nos pasa cuando queremos orar? Nos ocurre lo mismo que a
la Samaritana junto al pozo de Jacob, como nos cuenta Juan en su Evangelio.
¿A qué se redujo la petición de la Samaritana, aquella mujer de seis maridos y
siempre insatisfecha? Pues, a reconocer que tenía sed. Y, por eso, pidió a
Jesús:
- ¡Dame, dame de esa agua tuya, para que no tenga más sed en adelante!
La pobre no se daba cuenta de que había sido Jesús el primero que había
pedido agua:
- ¡Mujer, dame de beber!...
Y ella le daba al fin el corazón, porque Jesús se había adelantado a pedírselo.
Santa Teresa del Niño Jesús, tan querida de todos, lo expresó de una manera
maravillosa con estas palabras, que nos trae el Catecismo de la Iglesia Católica:
- Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada al
cielo, un grito de reconocimiento y de amor, tanto desde dentro de la prueba
como desde dentro de la alegría.
La otra Teresa, Teresa de Jesús, había dicho lo mismo con otras palabras:
- Oración, a mi parecer, no es otra cosa que tratar de amistad con Aquél que
sabemos que nos ama.
¡Claro! Si Dios me ama, es un amante que no puede pasar sin mí, y por eso me
busca.
¡Claro! Si yo amo a Dios, no me aguanto sin El, y por eso lo busco.
¡Claro! Y, cuando nos encontramos, ¿qué hacemos? Como somos tan amigos,
nos ponemos a hablar amistosamente, y no hay manera ni de que Dios deje de
llamarme a la oración, ni de que yo deje de suspirar por pasar en oración todos
los ratos posibles.
La oración resulta ser entonces el termómetro que mide el calor del corazón.
La oración resulta ser entonces el metro que precisa la distancia que hay entre
Dios y yo.
La oración resulta ser la balanza que calcula con exactitud el peso de mi amor.
Es Dios el primero en darnos sed y ansia del mismo Dios. Es Dios el que
impulsa nuestra oración, por el Espíritu Santo que mora en nosotros. Por lo
cual, la oración es propiamente un don, un regalo de Dios. Y así, tiene pleno
sentido eso de la que la oración no es una carga, sino un alivio; no una
obligación pesada ni aburridora, sino una ocupación deliciosa, la más llevadera
y la de mayor provecho durante toda la jornada...
¡Señor! Si Tú nos llamas, ¿por qué no te respondemos? ¡Qué felices que vamos
a ser el día en que nuestra ocupación primera sea ésta: pasarnos buenos ratos
hablando contigo!....
En ella murió Nuestro Señor Jesucristo para darnos la vida eterna; así, la cruz es
signo de esperanza y de victoria, de Fe auténtica, de esperanza cierta, de amor sincero
y generoso. La victoria de Jesucristo que descubrimos en la resurrección. También es
un símbolo, que llevemos más bien por todas partes, como una corona, la Cruz de Cristo.
Y un sacramental si oramos en plena conciencia con calma y reverencia.
Hacer este signo sobre nosotros o portarlo en el pecho es ofrecer a Dios nuestra
vida y manifestar al mundo nuestro deseo de seguir e imitar a Jesucristo.
¿Qué es santiguarse?
Es una oración haciendo la señal de la cruz en la frente, en el pecho, en el hombro
izquierdo y luego en el hombro derecho. Diciendo: En el nombre del Padre, del hijo y
del Espíritu Santo. Y luego Amén.
Una triple cruz se hace con el pulgar por ejemplo, en la lectura del Evangelio. Se
hace en la frente, en el corazón y en los labios con el fin de mostrar que estamos
dispuestos a profesar la Cruz.
La bendición
Una bendición es una oración que pide la bendición de Dios sobre nosotros. Toda
bendición procede únicamente de Dios. Su bondad, su cercanía, su misericordia son
bendición. La fórmula más breve de la bendición es “El Señor te bendiga”.
La adoración
Toda persona que comprende que es criatura de Dios reconocerá humildemente al
Todopoderoso y lo adorará. La adoración cristiana no ve únicamente la grandeza, el
poder y la Santidad de Dios. También se arrodilla ante el amor divino que se ha hecho
hombre en Jesucristo.
La petición
Dios, que nos conoce completamente, sabe lo que necesitamos. Sin embargo, quiere que
“pidamos”: que en las necesidades de nuestra vida nos dirijamos a Él, le gritemos, le
supliquemos, nos quejemos, le llamemos, que incluso “luchemos en la oración” con él.
La acción de gracias
Todo lo que somos y tenemos viene de Dios. San Pablo dice “¿Tienes algo que no hayas
recibido?” (1 Cor 4,7). Dar gracias a Dios, el dador de todo bien, nos hace felices.