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Del pensamiento religioso

11/06/2013 7 comentarios
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Algunos investigadores sugieren que el
pensamiento religioso es una cualidad inherente
a nuestro cerebro. Otros no están tan seguros.
Dado que perdí el pernicioso hábito de sentarme frente al
televisor hace años, me encuentro a menudo
desactualizada. Me entero muy tarde de que, semanas
atrás, un ente por ahora público suscitó la polémica al
exponer cómo encender una vela ante el altar del santo de
la elección de cada uno podría rebajar la ansiedad1 inducida
por una situación muy probablemente conocida por muchos
de los telespectadores que en aquellos momentos recibían
tal recomendación, específicamente aquellos pertenecientes
a una las especies de trabajador más abundantes en esta
península y sus islas circundantes: el trabajador
desempleado.

Cuando unas semanas más tarde leo en estas bitácoras


ciertas reflexiones acerca del pensamiento religioso (en
oposición a la razón), me decido por fin a bucear un poco
entre algunos estudios sobre tan interesante tema.

Hay investigadores que opinan que el pensamiento religioso


es un fenómeno fundamentalmente cultural. Esgrimen
argumentos tales como que no surgen niños politeístas de
manera espontánea en sociedades monoteístas. Sin
embargo, los estudios con niños también se utilizan para
apoyar el punto de vista opuesto, a saber: el pensamiento
religioso es innato, mucho más natural para el cerebro que
el pensamiento, pongamos por caso, científico. Según
encuentran otros investigadores, los niños tienden a
inventar causas sobrenaturales para explicar fenómenos
naturales, incluso cuando sus padres son ateos. No
obstante, no debemos pensar que un niño no está sujeto a
la influencia social, no sólo procedente de sus familiares,
tanto o más que un adulto (lo cual hace extremadamente
complicado investigar comportamientos puramente innatos
en humanos, más allá del reflejo de búsqueda del pezón).

Otra argumentación que busca apoyar la idea de que la


religión es una capacidad inherente al cerebro humano, al
modo como podríamos entender la música o el lenguaje, se
basa en relacionarla con funciones bio-psicológicas: la
religión sería una herramienta más que usara el cerebro
para reducir la complejidad del mundo adaptándolo a
nuestra perspectiva, abreviaría el tiempo de toma de
decisiones eliminando elecciones, y reforzaría las acciones
del individuo. Los rituales religiosos habrían evolucionado a
partir de los rituales estereotipados que toman muchos
animales como precaución ante un ambiente peligroso. Por
ejemplo, lavarnos el cuerpo para evitar enfermedades se
traduciría en los rituales de purificación de muchas
religiones. Apoyando esta conjetura, algunos investigadores
encuentran una relación entre los rituales que llevan a cabo
las personas que sufren trastorno obsesivo-compulsivo
(TOC) con los rituales religiosos. Y es que otras condiciones,
como el TOC, que cursan con disfunción de nuestro
neurotransmisor preferido (la dopamina), como la
esquizofrenia o la epilepsia del lóbulo temporal, se han
asociado a una religiosidad exacerbada.

Por el contrario, los trastornos de espectro autista suelen


asociarse a una menor creencia en un dios personal, tal vez
porque parece que los pensamientos religiosos activan,
entre otras, redes neurales que participan en la cognición
social y la teoría de la mente2. Los lóbulos frontales, y en
concreto la zona ventromedial y la corteza cingulada
anterior, responden frente a ideas religiosas. Esta última
área cerebral participa también en la resolución de
conflictos, y su actividad se ha correlacionado inversamente
con la convicción religiosa. En todo caso, sabemos que las
mismas zonas no se limitan a procesar las ideas religiosas:
sin ir más lejos, se activan frente a todo tipo de creencias,
ya sean de tipo religioso o certezas como que la Tierra es
redonda.

Nuestro cerebro ha evolucionado aprendiendo,


aprehendiendo, comprendiendo: no es descabellado pensar
que la búsqueda constante de explicaciones, tanto de
quienes se apoyan en la religión como de quienes lo hacen
en la ciencia, sea una cualidad que emerge de la propia
estructura y función cerebral. Leyendo a Lévi-Strauss,
aprendo que el pensamiento mitológico -que asimilo al
pensamiento religioso- no es más que un intento de
explicar la realidad que percibimos, igual que la ciencia,
sólo que prescinde, por desconocimiento u omisión, del
método de ésta. (Además de apoyarse en verdades
irrefutables, algo de lo que el buen científico debería huir).

Por lo que parece, el hardware no diferencia demasiado a la


persona religiosa de la escéptica; quizás encontremos
diferencias en el software. Algunos artículos proponen que
las diferencias individuales en el uso de estrategias
cognitivas analíticas nos pueden dar una pista: resolver los
problemas analíticamente (típico de los científicos) se
asocia con una menor religiosidad. Esto puede deberse a
que el pensamiento analítico puede inhibir, o ayudar a
superar, las intuiciones que soportan las creencias
religiosas.

Entre las teorías en torno a la aparición y posibles


beneficios del pensamiento religioso, una muy llamativa
sugiere que éste actúa como una tabla de salvación,
haciendo sentir seguro a quien lo profesa. Creer en un dios,
como hemos comentado arriba, simplifica la ardua tarea
que supone la toma de decisiones en este mundo lleno de
incertidumbre; creer en dios nos puede llegar a permitir no
tener que tomar el control de nuestras vidas. Por lo tanto,
dicen algunos estudios, la religiosidad disminuye en
aquellos países con un estado fuerte, gobernado con
eficacia, capaz de proporcionar a sus ciudadanos dicho
control externo. Paralelamente, la religiosidad es más fuerte
en los países marcados por la pobreza, la alta mortalidad,
las desigualdades sociales y los gobiernos inexistentes o
poco fiables.

Como quiera que sea, el tema es amplio y da para un


debate mucho más profundo del que cabe en este humilde
blog3. Lo dejo aquí, animando al amable lector a que saque
sus propias conclusiones acerca de la recomendación de
encender una vela para aliviar la ansiedad.

Referencias

 Banerjee K, Bloom P. (2013) Would Tarzan believe in God? Conditions for


the emergence of religious belief. Trends in Cognitive Sciences; 17(1):7-8.

 Baumard N, Boyer P. (2013) Explaining moral religions. Trends in Cognitive


Sciences; 17(6):272-80.

 Bering, J. (2010) The nonexistent purpose of people.


http://www.thepsychologist.org.uk/

 Boyer P. (2008) Religion: bound to believe? Nature; 455(7216):1038-9.


Boyer P. (2003) Religious thought and behaviour as by-products of brain
function. Trends in Cognitive Sciences; 7(3):119-124.

 Gervais WM, Norenzayan A. (2012) Analytic thinking promotes religious


disbelief. Science; 336(6080):493-6.

 Harris S, et al. (2009) The neural correlates of religious and nonreligious


belief. PLoS One; 4(10):e0007272.
 Kapogiannis D, et al. (2009) Cognitive and neural foundations of religious
belief. Proceedings of the National Academy of Sciences USA
;106(12):4876-81.

 Larson EJ, Whitman L (1998) Leading scientists still reject God. Nature, Vol.
394, No. 6691, p. 313

 Lévi-Strauss, C. Mito y Significado, 2012, Alianza Editorial.

 Norenzayan A, Shariff AF. (2008) The origin and evolution of religious


prosociality. Science; 322(5898):58-62.

 Norenzayan A, Gervais WM. (2013) The origins of religious disbelief. Trends


in Cognitive Sciences; 17(1):20-5.

Notas
1
Aunque algunas religiones generan tanta ansiedad como
podrían aliviar, de la mano de dioses vengadores y
demonios acechantes.
2
Sabemos también que las creencias, de la misma manera
que la percepción o el estado de ánimo, son moduladas por
el estado del individuo, y que pueden reafirmar el ego. Una
cuestión relacionada sería el porqué vemos un propósito en
nuestro yo. Si desde el punto de vista evolutivo, un ojo no
ha evolucionado para ver, sino que ha surgido y se ha
adaptado permitiéndonos ver, no parece que nosotros
estemos en el mundo para cumplir ninguna función;
simplemente, somos.
3
Me dejo en el tintero las diferencias entre religiones
moralizantes y no moralizantes, el posible valor evolutivo
de la religión como cohesionador del grupo y promotor de la
socialización y muchos más aspectos de esta cuestión. Tal
vez de todo esto hablemos otro día.
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PS. Llega a mis oídos la publicación del libro "Devots i
descreguts" (Servei de Publicacions de la Universitat de
València, 2013), de Adolf Tobeña, Catedrático de Psiquiatría
y Psicología Médica de la Universidad Autónoma de
Barcelona, y habitual divulgador científico. Sin duda, una
buena lectura para quienes deseen ahondar en la
neurobiología de la religiosidad.

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