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11/06/2013 7 comentarios
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Algunos investigadores sugieren que el
pensamiento religioso es una cualidad inherente
a nuestro cerebro. Otros no están tan seguros.
Dado que perdí el pernicioso hábito de sentarme frente al
televisor hace años, me encuentro a menudo
desactualizada. Me entero muy tarde de que, semanas
atrás, un ente por ahora público suscitó la polémica al
exponer cómo encender una vela ante el altar del santo de
la elección de cada uno podría rebajar la ansiedad1 inducida
por una situación muy probablemente conocida por muchos
de los telespectadores que en aquellos momentos recibían
tal recomendación, específicamente aquellos pertenecientes
a una las especies de trabajador más abundantes en esta
península y sus islas circundantes: el trabajador
desempleado.
Referencias
Larson EJ, Whitman L (1998) Leading scientists still reject God. Nature, Vol.
394, No. 6691, p. 313
Notas
1
Aunque algunas religiones generan tanta ansiedad como
podrían aliviar, de la mano de dioses vengadores y
demonios acechantes.
2
Sabemos también que las creencias, de la misma manera
que la percepción o el estado de ánimo, son moduladas por
el estado del individuo, y que pueden reafirmar el ego. Una
cuestión relacionada sería el porqué vemos un propósito en
nuestro yo. Si desde el punto de vista evolutivo, un ojo no
ha evolucionado para ver, sino que ha surgido y se ha
adaptado permitiéndonos ver, no parece que nosotros
estemos en el mundo para cumplir ninguna función;
simplemente, somos.
3
Me dejo en el tintero las diferencias entre religiones
moralizantes y no moralizantes, el posible valor evolutivo
de la religión como cohesionador del grupo y promotor de la
socialización y muchos más aspectos de esta cuestión. Tal
vez de todo esto hablemos otro día.
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PS. Llega a mis oídos la publicación del libro "Devots i
descreguts" (Servei de Publicacions de la Universitat de
València, 2013), de Adolf Tobeña, Catedrático de Psiquiatría
y Psicología Médica de la Universidad Autónoma de
Barcelona, y habitual divulgador científico. Sin duda, una
buena lectura para quienes deseen ahondar en la
neurobiología de la religiosidad.