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Movimiento

Triángulo

Movimiento Triángulo
Triángulo: itinerario cerrado de tres puntos específicos en el plano.

El triángulo es uno de los elementos geométricos más dinámicos. Sus tres vértices apuntan
hacia lados distintos, pero mantienen la tensión y el equilibrio hacia adentro. La alteración
de uno de los puntos del triángulo, como por ejemplo, arrastrarlo libremente, permite
observar como otros elementos del entorno geométrico responden dinámicamente al alterar
las condiciones generales. El resultado indica a la vista la dirección adecuada hacia donde
se dirige una parte o segmento del conjunto. Varios triángulos combinados permiten un
dinamismo y conciliación entre antagónicos, que expresa movimiento, vida, libertad.

De todas las figuras geométricas, solo el triángulo es indeformable e incorruptible. Esto ha


hecho que, a lo largo de la historia, se le haya elegido para ser símbolo de muchos ideales
humanos. Las ideas de Dios, de la Trinidad, de la felicidad, se han expresado en triángulos.
Algunos matemáticos como el polaco Waclaw Sierpinski han dividido la superficie del
triángulo, demostrando que dentro de ella caben infinitas veces otras construcciones
análogas y, geométricamente equivalentes, produciendo fractales de alta complejidad al
ojo, pero de construcción simple dentro de su propia diversidad.

Estas características (dinamismo, cambio, simpleza, dirección e incorruptibilidad) hacen


que el triángulo sea el símbolo ideal para un movimiento que busca la renovación, la
vanguardia, la reconstrucción de nuestra identidad y orgullo como pueblo. Desde la silueta
de las pirámides a la triangularidad de los tres colores de nuestra bandera, la cultura
mexicana está llena de triángulos, que simbolizan lo más caro a nuestros corazones. Es
justo lo que queremos para México y (¿Por qué no?), para el mundo entero.

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Movimiento
Triángulo

Basta de soluciones cuadradas a la realidad. Soluciones regulares, que no se arriesgan,


pero que tampoco proponen nada nuevo. Basta de aceptar las cosas como son. El
movimiento del triángulo propone un cambio, comenzando por sus propios vértices, para
generar miles de opciones de participación de la sociedad mexicana en su propio desarrollo
y beneficio colectivo. El triángulo simboliza la idea renovadora de ir en dirección correcta: la
marcada por los deseos de mejorar la forma de vivir de todos los mexicanos.

Como se señalaba, una de las principales características del triángulo es permitir la


convivencia de muchas entidades en una sola. Su simpleza permite acomodar ideas
divergentes en sus estructuras, mostrando distintos caminos, pero armonizándolos en torno
a ideas comunes. Solo hay que buscar los pilares básicos y armonizarlos en torno a un eje.
Como los vértices de un triángulo, la solución radica no en la oposición, sino en la
complementariedad de cada uno de los pilares que componen cada triada en particular. No
es el equilibrio plano de una línea simple (50% y 50%), ni tampoco la estaticidad lenta y
burocrática de un cuadrado demasiado equilibrado (25%,25%,25% y 25%), donde se
aplasta a la minoría o se llega al inmovilismo conformista de las mayorías inertes. El
triángulo posee el potencial del cambio al mostrar direcciones, pero conservando el
equilibrio básico que permite el crecimiento armónico. A pesar de su esencia de cambio, el
triángulo es un principio creador y no destructor, que potencia sus vértices, conserva la
disensión creadora y la lanza hacia nuevos horizontes. Simboliza a una sociedad que
respeta su diversidad, pero que la maneja ventajosamente proveyendo una estabilidad en
beneficio de todos sus integrantes.

Esta es precisamente la idea de nuestro movimiento. La realidad mexicana de hoy está


dominada por tres tipos de grupos de poder básicos: el gubernamental, el empresarial y la
sociedad civil organizada. Resulta evidente que, en las actuales circunstancias, existe un
vacío en torno a las formas de actuar de dichos vértices, ya que sus esfuerzos yacen la
mayoría de las veces descoordinados, produciendo aberraciones, ineficiencia, corrupción.
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Triángulo

Nuestro programa plantea comenzar esfuerzos en busca de la coordinación armónica entre


políticos, empresarios y otros líderes sociales, con la finalidad de encontrar los nodos
comunes y trabajar en pro de estrategias comunes, que beneficien a todos los habitantes
de una colonia, una región, un estado, un país o el mundo entero. Y esta estrategia es
triangular, en el sentido que se buscará involucrar a la mayor cantidad de personas, pero
bajo un esquema lo más simple posible, buscando combinar a los diferentes “triángulos”
para que, combinados, produzcan el cambio positivo cada vez a niveles más grandes. Si
“A” puede trabajar con “B” y “C” y estos a su vez se vuelven vértices de otros triángulos, el
resultado es un polígono de posibilidades, que abren otras tantas oportunidades al
desarrollo. Muchos triángulos caben en uno solo. Muchos otros se generarán a partir de los
vértices de otros triángulos. La posibilidad de iniciar el movimiento es prácticamente infinita.

¿Cómo concebir los triángulos en la vida real, en términos concretos? La cuestión es más
simple de lo que parece. Simplemente tenemos que reconocer algunos que ya existen. Por
ejemplo, en una escuela existen ya estructuras triangulares, como por ejemplo, la
representada por los alumnos, los maestros y los directivos. Estos a su vez son parte de
otra estructura jerárquica triangular, compuesta por el personal de la escuela, la comunidad
y las autoridades educativas locales. Para comenzar por resolver los problemas de la
escuela, hay que analizarlos en torno a que vértices involucran. No hay que dejarse llevar
por la multiplicidad de factores, que complican en exceso la planeación y dificultan la
búsqueda de soluciones. Hay que mantener las cosas en una perspectiva lo más simple
posible, para no perder de vista que cualquier cosa, por más difícil que parezca, no es más
que la suma de una serie de procesos simples, que al interrelacionarse, aparecen
complejos y aparentan ser irresolubles. A veces hay que romper el equilibrio (es decir, crear
triángulos donde no existen) para salvar situaciones inerciales, principalmente duales,
donde ambos contendientes están en igualdad de circunstancias. Otras simplemente hay
que dar más apoyo a uno de los vértices para que los demás funcionen correctamente. Por
que si bien el ideal es un triángulo isósceles, con lados regulares, lo cierto es que, en la
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práctica, se encuentran triángulos de todos tipos, que deben ir tendiendo hacia la


estabilidad poco a poco, como resultado del cambio progresivo. La dinámica del triángulo
implica ambas cosas: el cambio y la estabilidad; la armonía y la disensión en una misma
entidad, lo que hace que una sociedad pueda hacer un adecuado manejo de su propio
potencial creador de cambio, adaptándose a un mundo igualmente cambiante, sin arriesgar
su preciosa base estable, que permite la continuidad de sus tradiciones, su herencia y su
identidad.

En ese sentido, el Movimiento Triángulo ha


adoptado el lema “Triangulos en Movimiento” por
que su credo fundamental se basa en tres
valores: intimidad, pasión y compromiso
(Véase el documento titulado Acerca del
Triángulo del Amor y sus implicaciones políticas
y económicas para México, al final de este texto).
Cada uno de sus vértices representa uno de ellos
y el resultado de su interacción complementaria
es el amor. Tanto si se trata de triángulos
geográficos, como el representado por
Tecozautla, Huichapan y Tequisquiapan, como de triángulos familiares (esposo, esposa,
hijos) o incluso religiosos, el triángulo responde a la misma filosofía: la interacción de los
vértices da lugar a una estructura que depende de los tres para existir permanentemente.
Si uno de los vértices se modifica, la relación entre todos cambia. Si en un fractal de
triángulos, cambia la proporción de alguno, el resto resulta afectado, directa o
indirectamente.

En este sentido, el Movimiento Triángulo propone el siguiente programa para poder iniciar
sus actividades:
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Movimiento
Triángulo

1) Patrocinio y apoyo para el desarrollo de la metodología e ideología “triangular”, con


documentos formativos y de difusión que motiven a la gente a sumarse a los
esfuerzos del movimiento, iniciando focos y movimientos triangulares a todo lo largo
del país
2) La difusión de las ideas del movimiento entre los líderes empresariales, políticos y
sociales, para sumarlos a la causa, con reuniones programáticas y de análisis,
potenciando sus intereses y sumándolos al desarrollo general del país
3) El análisis a fondo y la difusión de la “Experiencia Tecozautla” en el marco del
“Triángulo del Amor” (Tecozautla, Huichapan y Tequisquiapan) donde se han hecho
y se siguen haciendo evidentes las ventajas y beneficios del modelo que se propone,
sus valores y acciones en pro del mejoramiento de vida de todos los habitantes de la
región
4) La creación de núcleos triangulares y su estructuración a niveles regionales,
estatales y nacionales, en los más diversos campos: educación, economía, política,
etc.

Estas acciones son apenas el principio. El futuro nos espera.

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Movimiento
Triángulo

Acerca del Triángulo del Amor y sus


implicaciones políticas y económicas para
México
¿Existe una solución a los problemas del mundo? ¿De México, de nuestras vidas
cotidianas? ¿Existe algún elemento que nos permita salir de nuestro marasmo, dejar atrás
la mediocridad y ejercer realmente nuestra libertad y derechos personales, sin lastimar los
derechos de los demás y además prohijando una sociedad de auténtica convivencia? ¿Es
tal cosa posible?

Si usted dio una respuesta positiva a todas las interrogantes anteriores, entonces lo felicito.
Está usted ya a medio camino de la solución, por que el tener la capacidad de plantearse
posibles respuestas a tales cuestiones implica al menos el interés por resolverlas. Y eso es
un comienzo. Pero entonces nos enfrentamos a la segunda parte del trabajo: ¿Cómo se
logra eso? Y tal cuestión no parece tan sencilla.

Y sin embargo, lo es. Como prácticamente todo en el mundo, estas preguntas solo parecen
complicadas. Pero no lo son. A cabalidad, lo complicado realmente no existe en realidad.
Todo aspecto complicado no es sino la suma de una serie de situaciones básicas, que al
combinarse plantean la complejidad aparente de las cuestiones cotidianas. Por eso
afirmamos que, de base, es posible enfrentarse a cualquier problema real y resolverlo.
Todo es cuestión de poder desmenuzarlo adecuadamente para proceder a un análisis de
su sentido y naturaleza, para llegar a sus elementos básicos. La simplicidad ante todo,
como decía Marco Aurelio.

¿Qué cuáles son estos elementos básicos en las cuestiones que nos ocupan, me pregunta
usted? Es fácil: primeramente hay que reconocer que, pese a todo, el elemento más simple
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y común a todas estas preguntas es uno solo: la voluntad humana, plasmada en las
innumerables formas de la existencia cotidiana de todos los habitantes del planeta.

Los seres humanos tenemos una existencia singular, plasmada dentro de nuestras
limitantes en el espacio y el tiempo. Nuestra vida terrenal está determinada por situaciones
específicas, tales como el medio ambiente, la economía, las leyes físicas y nuestra propia
fisiología. Para entenderlas (y, al menos en parte, controlarlas) es necesario reconocerlas.
A este principio básico le llamaremos conciencia de la necesidad. Y lo podemos resumir
en una frase simple: las cosas son como son.

Esto implica que, por más fantasmas ideológicos que creamos en nuestras mentes, las
cosas responden a su naturaleza y no a nuestros designios. No son como queremos que
sean. Son como son y en el reconocimiento de esto planteamos la posibilidad de
cambiarlas. En esto estriba la diferencia básica entre las ideas que pertenecen a la fantasía
humana y aquellas que se convierten en realidades y logros de nuestra especie.

Y ahí es donde encontramos el principio fundamental de nuestro sistema. La resolución de


nuestros problemas radica en el reconocimiento de nuestra propia naturaleza. Ni más ni
menos que la propia toma de conciencia de nuestro entorno, tanto en el tiempo, como en el
espacio.

¿Cuál es la verdadera naturaleza de los seres humanos? Antropológicamente podemos


afirmar que los humanos tenemos, entre otras muchas características, la de ser gregarios.
Es un principio generalmente aceptado que el animal humano solo puede existir en
sociedad. Desde niños aprendemos los códigos y comportamientos de nuestra sociedad,
planteados en sistemas de valores que nos son enseñados por nuestros mayores, y que a
su vez reproducimos en nuestros hijos. Esto crea y refuerza vínculos entre los integrantes

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de los grupos humanos, y entre estos grupos entre sí. El nacimiento de la civilización no es
entendible sin este fenómeno esencial de la naturaleza humana.

Aún así, resulta difícil elegir, de entre todas las características humanas, aquellas que dan
como resultado el fortalecimiento de los vínculos sociales. Podría decirse que la
supervivencia de la especie se basa en cuestiones meramente egoístas, como la necesidad
de comer y vestir, que explicarían algunos fenómenos directos, como la apropiación de la
riqueza y la propensión a la defensa a ultranza del territorio, pero entonces ¿Cómo
explicamos las ligas más fuertes, como la relación entre un hijo y su madre? La respuesta
tiene que ir al fondo de uno de nuestros instintos más simple y maravilloso: el
reconocimiento de nuestra capacidad de amar.

Resulta interesante reconocer que, a pesar de su importancia, el amor nunca ha sido


reconocido oficialmente como una fuerza capaz de asimilar y reforzar estructuras sociales y
políticas. Fuera de las religiones del mundo, la ciencia social pocas veces ha tratado el
asunto de las relaciones de amor entre los seres humanos más allá del simple fenómeno
psicológico del enamoramiento, el cortejo, la sexualidad y la procreación. El amor ha sido
reducido a una cuestión de fe, de extravío de la voluntad o incluso de capricho, sin
consecuencias más visibles que un reforzamiento de la capacidad reproductiva o incluso
como un obstáculo en cuestiones de desarrollo social o político.

Sostenemos que la respuesta a las interrogantes que planteamos al principio de este


ensayo se pueden resolver usando la fuerza maravillosa que desencadena el mero
concepto del amor.

¿Cómo es esto? Bueno, evidentemente no se puede tratar de usar el amor como una
fuerza social sin antes tomarnos la molestia de intentar definirlo. Definir el amor ha sido la
preocupación favorita de poetas, músicos y artistas a lo largo de todos los tiempos. Y sin
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embargo, su enorme potencial sigue sin ser apreciado. Como decíamos antes, los únicos
hombres de ciencia que se han ocupado del fenómeno han sido los psicólogos. Así que
tomaremos una definición de estas y veremos si es posible una aplicación cabal a
estructuras sociales más amplias.

El psicólogo Robert Sternberg define al amor como una relación interpersonal que se define
por tres componentes diferentes: Intimidad, Pasión y Compromiso. Según Sternberg, la
combinación y proporción de estos elementos da como resultado un tipo específico de
amor, que puede ir desde el amor indiferente (con el predominio del compromiso, sin
verdadera intimidad ni pasión) al amor caprichoso y casual (solo pasión, nada de
compromiso). Un amor completo incluiría los tres elementos en una relación equilibrada, lo
que aseguraría una situación satisfactoria entre los seres humanos envueltos en ella. Sin
embargo, Sternberg también anota que incluso si los tres elementos están presentes de
manera igualitaria, esto no garantiza la permanencia del amor, dado que el amor romántico
y eterno es una construcción ideal y, la mayor parte de las veces, irrealizable.

Aparentemente, este esquema tripartito, llamado el Triángulo del Amor, solo tendría
aplicación directa en relaciones humanas directas. Sin embargo, su impacto en la vida
cotidiana de los individuos y sus consecuencias políticas han sido poco valorados. ¿Qué
papel juegan la pasión y el compromiso en la conformación de la sociedad mexicana
actual? ¿No es acaso la idea de cooperación y los propios valores sociales y políticos que
guardamos en nuestra intimidad lo que nos hace partícipes o no en el proceso social y
político de nuestro país?

Hasta ahora, los filósofos políticos han tendido a temer a estos elementos o simplemente a
ignorarlos. Se ha favorecido a la razón como fuerza principal de los cambios políticos y
económicos, ya que, se argumenta, los elementos constituyentes del amor simplemente no
son cuantificables y menos controlables. La mayor parte de los especialistas argumentan
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que, por ejemplo, la pasión es un elemento privado y subjetivo, que debe subordinarse a
las estructuras objetivas planteadas por la razón.

Y sin embargo, afirmamos que la pasión, la intimidad y el compromiso son elementos


básicos de todo sistema político, por que plantean la posibilidad directa de que todos los
ciudadanos participen realmente en la conformación de su destino. Explicaremos
brevemente los argumentos para esta afirmación.

Primeramente, la intimidad, definida esta como el conocimiento profundo y sincero de lo


que se ama, llegando a su comprensión cabal, es la base operativa sobre la cual se asienta
nuestra propuesta. Por ejemplo, el amor a la propia tierra, a la cultura en donde nacimos,
se asienta principalmente en la intimidad de la educación que recibimos de chicos, ya sea
en la familia, la escuela, la calle o el trabajo. Esta es la base de la identidad, que nos
permite reconocernos como individuos y como participantes de una colectividad. Una
persona que ha perdido su identidad está en conflicto íntimo con sus propios valores y esto
le obstaculiza actuar a favor de objetivos comunes.

¿No será que acaso los mexicanos estamos lastimados precisamente en esa intimidad?
¿No es posible que nuestra propia identidad se esté perdiendo precisamente por que
seguimos en nuestro fuero interno peleados con la propia sinceridad de nuestros valores?
Para recrear y restaurar esta intimidad a nivel social es necesario contar con un sistema de
aprendizaje que permita al individuo volverse parte de su propio proceso de aprendizaje. Es
en la práctica donde las personas aprenden los valores nuevos y los interiorizan al
conocerlos a fondo y convencerse de su sinceridad. Y quien logra esto, desencadena una
fuerza poderosa: la de un grupo humano que se sabe cierto de sus valores y los defiende
incluso con su propia vida.

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En segundo lugar, la pasión. Esta es nuestra capacidad emocional que se manifiesta


principalmente en los sentimientos de empatía y compasión, aunque no se limita a dichas
expresiones. Se ha definido como una fuerte inducción hacia una actividad, objeto,
concepto o persona, que llega a la devoción extrema. Su aspecto motivacional es evidente,
ya que la pasión incluye un elemento importante: el deseo. Y el deseo (que puede ir del
meramente sexual hasta el abstracto, producido por las ideas) es la base de la voluntad. En
los esquemas clásicos, la pasión se ha opuesto a la razón, aunque algunos argumentan
que la consecución del objetivo pasional implica al menos básicamente el uso de
capacidades de raciocinio, ya que la devoción a un objeto o concepto es un juicio cognitivo,
que implica, al menos potencialmente, el uso de un sistema de valores previo. Más que una
pasión ciega, esto implica que, quien ama apasionadamente usa y construye una visión de
algo que considera bueno.

En este sentido, la devoción hacia un bien que se considera importante es la base de un


sistema de elección personal, que implica incluso las diferencias de percepción entre lo que
se considera bueno y lo malo. El valor de esto en el sistema político es evidente. La pasión
es un elemento básico de los valores políticos, ya que es lo que permite al ser social
participar activamente en el propio proceso político (estructuras comunes), convirtiéndose
en un elemento de cohesión social (valores comunes) y de motivación a la acción (objetivos
comunes)

¿Cuál es el rol de la pasión en las elecciones políticas y los valores de los mexicanos? ¿No
será acaso que la pasión de los mexicanos, su deseo por una vida mejor, un país mejor, un
mundo mejor, ha sido en ocasiones secuestrada y limitada por elementos que nos han
apartado de nuestro derecho a la pasión por lo que es naturalmente nuestro? ¿Cuál sería el
camino para que recobremos nuestra pasión, nuestro deseo de mejorar, nuestro camino
hacia el propio crecimiento?

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Afirmamos que la respuesta a esta última interrogante es igualmente simple: la pasión


implica la capacidad y voluntad de organizarse. Si la gente se hace partícipe de su propio
proceso de organización, la pasión es el elemento que hará que esta organización de
frutos. Y esto es también una poderosa fuerza de movilización hacia el cambio. El sentido
de conexión, de objetivos comunes y de pertenencia a una estructura puede mover pueblos
completos, naciones, al mundo entero. No hay nada superior al sentimiento solidario de
perseguir un objetivo común. ¿Qué es la apatía social, si no una falta de pasión por parte
del ciudadano? ¿No es acaso que necesitamos recobrar nuestra pasión por México, pero
de una manera real, no solo en discurso?

Y esto nos lleva a considerar al tercer elemento: el compromiso. Este es un sentimiento de


apoyo mutuo, de ayuda en todos momentos, de mantener y aumentar el amor por tiempo
indefinido. El compromiso permite que los ciudadanos cumplan sus deberes y obligaciones
y les capacita a exigir a su vez los derechos a los cuales se han hecho acreedores. Aunque
puede argumentarse que este sería un desarrollo natural de los otros dos elementos, tiene
que considerarse aparte, como un elemento a lograr por sí mismo, quizás el más difícil de
todos. ¿No es evidente que el fracaso de nuestro llamado “Estado de Derecho” es
precisamente por que nuestros ciudadanos carecen de compromiso? ¿No es acaso esto lo
que se violenta día a día cuando la confianza pública es defraudada una y otra vez en
manos de falsos líderes, de políticos ladrones, de funcionarios abusivos? ¿No es la
inseguridad de nuestras familias una prueba de que el compromiso de y sobre el país está
decayendo?

¿Cómo podemos reparar el compromiso por México? La cuestión es fácil: cumpliendo


palabra. No solo la letra. Hay que cumplir y hacer cumplir el espíritu de los compromisos en
los cuales nos enrolamos, ya sea por necesidad, por voluntad o por convicción. Cumplir es
una meta. Exigir palabra cumplida, una obligación. Hablar claro, obrar transparentemente y
negociar con sinceridad. Nuevamente, hacer a todos partícipes en el proceso de la palabra
y su cumplimiento.

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Tal como hemos visto, estos tres elementos son los componentes simples de lo más
maravilloso: el concepto mismo del amor. Sin intimidad, pasión y compromiso, la gente se
encuentra sin energía, sin motivación, sin involucrarse en su propio destino. Cuando las
personas pierden el sentido de que su acción individual tiene un peso y un significado en el
resultado final, entonces es cuando se vuelven ajenos a su propia vida y vegetan dentro de
las estructuras opresivas de su propia existencia. Para causar el cambio, es imprescindible
que la gente deba interesarse acerca de su entorno, deben tener una visión acerca de
cómo deben hacerse las cosas y la esperanza (y de ser posible la certeza) de que el
resultado será favorecedor para ellos y sus seres queridos. Pero también tienen que
visualizar la forma en que las cosas deben ser hechas, de manera clara y transparente.
Debe existir un liderazgo basado no en la jerarquía tradicional, sino en la capacidad de los
líderes para incitar al cambio. Deben ser concientes de que su capacidad para actuar, al
sumarse a la de otros, produce fuerza y que esta puede actuar en su beneficio.

Hay un elemento adicional que me parece importante y que -a mi parecer- también está
relacionado íntimamente con la capacidad de amar: la autoestima. Sólo una estima
saludable nos da la posibilidad de ser concientes de nosotros mismos, valorar y conocer a
los demás (intimidad), comunicarnos sinceramente (compromiso) y actuar para alcanzar un
bien común y una mejora permanente (pasión). Incluir este elemento (autoestima) da pauta
para hablar de personas bien integradas, de una sociedad más sana, con menos
necesidades creadas, con capacidad para decidir (libre albedrío), con capacidad para
enfrentar las consecuencias de sus decisiones, etc...

El punto final es que dicha fuerza viene del amor. Esto es particularmente importante para
aquellos que han sido oprimidos; aquellos que hoy carecen del poder para determinar sus
propias vidas y de quienes se espera que se mantengan al margen. Cualquier persona en
esta situación debe sacudirse y buscar la llave para una existencia más llena de significado
y terminar con su pasividad, su alienación y su desesperanza. De lo contrario están
condenados a seguir obedientes al orden político dominante y, en una situación de crisis
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como la actual, esto lleva a un México débil, pobre, marginado. El poder motivante del
deseo por un mundo mejor es la clave para retar a la situación social que vivimos
actualmente. Esto es la base para una fuerza política significativa. Es la promesa de que el
cambio se dará por bien y para el bien de todos.

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¿Por qué Tecozautla?

Uno de los vértices de nuestro proyecto se enclava en el pequeño, pero


importante poblado de Tecozautla, Hidalgo. ¿Por qué elegir este pueblo
para iniciar el Movimiento del Triángulo?

Pueblos e ideales

¿Qué es lo que dicta la identidad de un pueblo? ¿Qué lo hace singular? Nuevamente, la


respuesta a ambas interrogantes es la misma: la propia gente que lo habita. “La ciudad
somos todos”, decía Italo Calvino en su maravilloso libro Las Ciudades Invisibles. Y nada
más cierto que eso. Somos parte del lugar que habitamos, por que este es a su vez parte
nuestra. La casa que habitamos, la colonia, el barrio, el pueblo, se refleja en nuestra forma
de ser, de vivir, de sentir y, por supuesto, de amar. En donde vivimos echamos raíces y
estas se alimentan de las sales cotidianas de nuestra sociabilidad.

Es por esto que, desde tiempos muy remotos, el lugar de nuestra vivienda ha tomado
formas ideales en la mente de muchos pensadores. La ciudad entonces se imagina como el
lugar perfecto, creado a imagen del plan divino, donde los símbolos del universo se
plasman en plazas, edificios y templos, mostrando al mundo el poder terrenal de sus
creadores, que, como resultado, se sitúan personalmente al propio nivel de lo sagrado.
Teotihuacan, Roma, Pekín o El Cuzco, representaron para sus habitantes el eje primordial
del cosmos, plasmando en piedra el poder de sus gobernantes, que dejan tras de sí obras
maravillosas, que las generaciones posteriores llegan incluso a atribuir a los dioses.

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La ciudad, el poblado, se vuelven entonces el lugar de encuentro entre la utopía y la


realidad. Desde la traza urbana hasta la arquitectura vernácula, un poblado es el mejor
texto de aprendizaje sobre las personas que lo habitan, por que nos dice mucho de sus
sueños, de sus expectativas, de sus logros… y también de sus fracasos.

Con eso en cuenta, viajemos en el tiempo. Imaginemos los primeros años de la Conquista,
en tiempos que la Nueva España era aún joven. Aunque los grandes estados, como el
mexica, el tarasco y el maya han sido vencidos y sometidos a la corona española, el
territorio novohispano dista mucho de ser un país pacífico. Al norte del Valle de México se
levantan naciones orgullosas, que desafían al creciente poder español y mantienen en vilo
a las poblaciones que los europeos han fundado para ir arrancando poco a poco los tesoros
que guarda la madre tierra mesoamericana. El fundo minero, la hacienda, la ciudad
europea intentan avanzar hacia el norte, donde los pobladores indígenas se resisten a
amoldarse a las exigencias de los conquistadores, creando un conflicto sangriento, que
amenaza cotidianamente las vidas de todos los habitantes de la región. La Sierra Gorda, en
lo que hoy son los estados de México, Hidalgo, Querétaro y partes de San Luís Potosí, se
ha convertido en un territorio de guerra, donde la resistencia y tenacidad humanas
encuentran innumerables ejemplos en todos los bandos, naciones y credos ahí
representados.

Pero la conquista no hizo sino hacer más violenta la región a la cuál nos referimos. La
Sierra Gorda siempre había sido escenario de enfrentamientos entre los pueblos de habla
nahoa, herederos culturales de Tula Xicotitlán, y los llamados “chichimecas”, de habla
otomiana, cuya belicosidad y fama llegaba desde la costa del Golfo de México, hasta las
propias playas del Pacífico. Poseedores de una cultura que consideraban superior a
cualquier otra, algunas tribus chichimecas se negaron a someterse a los españoles,
declarándoles la guerra y haciendo que la frontera entre ambas culturas se volviera un
espacio sangriento, donde la crueldad humana llegó a límites insospechados. A pesar de lo
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inhóspito de la región, de lo árido de su terreno y lo extremoso del clima, chichimecas y


españoles se enfrentaron hasta bien entrado el siglo XVII.

En medio de este clima de guerra, existían desde tiempos prehispánicos algunos oasis, en
donde existían naturalmente todos los elementos para una vida más tranquila, en especial
el agua, tan escasa en toda la Sierra Gorda. Muchos de estos lugares habían sido poblados
originalmente por pueblos chichimecas, pero la cultura y formas de los nahoas se
impusieron sobre estos y lograron crear sociedades más o menos estables, donde la tierra
fructífera permitía la vida sedentaria y estable. Al llegar los españoles al área,
inmediatamente tomaron ventaja de estos poblados, convirtiéndolos en colonias militares,
donde la cultura española buscaba imponerse a la indígena. O al menos en teoría eso
debía funcionar así.

La realidad fue muy distinta. La zona simplemente no podía ser dominada solo por las
armas. Era necesario usar otros recursos que, desde la época de la reconquista española
en contra de los musulmanes, habían dado mejores resultados. Así que, tras las armas
europeas, los frailes europeos, especialmente los franciscanos, llegaron a la zona para
ganar corazones y almas, en vez de trofeos de guerra.

Sucedió que algunos de estos misioneros franciscanos llegaron precisamente a los pueblos
que ya estaban en la zona limítrofe entre la Sierra Gorda y los valles centrales de México.
No eran religiosos cualquiera. Traían ideas avanzadas, nacidas del Renacimiento europeo,
sobre la justeza de la razón y los ideales humanistas. En su busca de paraísos terrenales y
de buenos salvajes para civilizar, encontraron estos hermosos pueblos, regados por las
corrientes fluviales de la Sierra Gorda, donde se dan prácticamente todos los frutos que se
quiera sembrar y además el clima es templado, haciendo agradable la vida y factible el
pensar en que todas las utopías de la tierra son posibles en un entorno así.

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Este lugar se llamó, en tiempos de los primeros pobladores otomianos, Mazoboh palabra
que asociaban a la idea de abundancia, fertilidad y buenas cosechas. Los nahoas llamaron
a la región Tecotzautla, que quiere decir “lugar de piedras amarillas”.

Tecozautla y las Bóvedas

Para que esta historia se entienda, quizás debe primero hablarse de algunas peculiaridades
de Tecozautla. Antiguo establecimiento indígena nahoa-otomiano, fue convertido a
mediados del siglo XVI por los militares españoles en un presidio, es decir, una colonia
militar fronteriza, cuyo objetivo era mantener fuera del territorio “civilizado” a los indígenas
considerados “bárbaros”, en este caso, los chichimecas, que asolaban la región de la Sierra
Gorda.

Cómo presidio, Tecozautla no rindió muchos frutos. Desde el punto de vista militar, otros
poblados cercanos, como Nopala o Ixmiquilpan fueron más útiles a la corona española
durante toda la llamada Guerra Chichimeca. Pero desde el punto de vista del contraste
entre civilización y barbarie, Tecozautla fue todo un éxito. Pero vayamos por partes, por
que es una historia larga.

De amable clima, hermosos paisajes, Tecozautla es todo un regalo para quien se adentra
en la Sierra Gorda. Su verdor contrasta con la aridez marrón de las colinas alrededor de la
ciudad. Entrar a Tecozautla es pasar del desierto al vergel en tan solo unos pasos.

Hoy en día, el viajero experimenta toda una colección de agradables sensaciones al entrar
en Tecozautla. Dejando de lado sus conocidos atractivos turísticos, como la plaza y el reloj
central, además de los numerosos balnearios que rodean al pueblo, se puede realizar una
caminata en sus calles empedradas y rodeadas de árboles, donde los nogales, naranjales,
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granadas, limoneros, duraznos y otras plantas nos dan una probada de los miles de
sabores y olores distintos con los que el suelo tecozautlense suele regalar a sus habitantes.
Las corrientes de agua salen al paso del caminante a cada momento, ya sea en la forma de
ríos, acueductos o en pequeños canales a la puerta de las casas. Caballos, cabras y otros
animales pastan a gusto en sus numerosos prados, donde millones de insectos se hacen
presentes y dan al escenario un grato descanso a la vista y al ánimo de quien
afortunadamente pueda pasear por estas calles.

Pero, si el viajero es inquisitivo, muy pronto verá que le salen al paso unas insólitas
construcciones de piedra, que se repiten prácticamente en todas las calles tecozautlenses.
Son unos edificios de planta rectangular, paredes anchas y ventanas pequeñas, que
recuerdan pequeños templos cristianos. Están techados con un peculiar arreglo de bóveda
de cañón corrido, por lo que la gente comúnmente las conoce como “Bóvedas”.

Las bóvedas están en todas partes. Generalmente se localizan en las esquinas de las
tierras de labor, huertos o casas del lugar. Aunque actualmente son usadas como parte
integral de las casas, es evidente que su primitiva finalidad ha sido desde hace mucho
tiempo rebasada y olvidada. Sin embargo, los habitantes de la zona les siguen teniendo un
gran respeto, aunque a la pregunta obvia de su funcionalidad original, simplemente
contestan con alguna evasiva o responden con alguna fórmula aprendida desde hace
mucho. Algunos dicen que las construcciones las hicieron los españoles como templos.
Otros, que fueron construidas como fuertes para resistir los ataques chichimecas. Hay
quien afirma que fue el clima el responsable de la caprichosa forma de las bóvedas. Pero
nadie lo sabe a ciencia cierta. Al menos, no hasta hoy.

Nuevamente, vayamos por partes. La bóveda de cañón corrido está entre las
construcciones más antiguas de las culturas del Viejo Mundo. Al parecer fue descubierta
por los egipcios y los babilonios, quienes la usaron en sus templos y palacios como una
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solución arquitectónica que les permitía tener espacios abiertos y abrigados al mismo
tiempo. Los griegos, cartagineses y romanos importaron estas técnicas y fueron estos
últimos quienes siguieron su desarrollo, legando así estas estructuras a la cultura
medioeval. Sin embargo, las bóvedas de cañón corrido no fueron frecuentes en la
arquitectura europea después del siglo XII, por lo que fue hasta que el Renacimiento, con
su rescate de la cultura clásica de Grecia y Roma, las volvió a poner en boga durante los
siglos XV y XVI.

Resulta obvio que las bóvedas de Tecozautla tienen que ser, por fuerza, resultado de la
colonización española, ya que este tipo de construcciones nunca fueron conocidas ni
mucho menos utilizadas entre las culturas de la América Prehispánica. ¿Por qué en este
pueblo paradisíaco, tan aislado, en medio de un lugar considerado como frontera entre lo
civilizado y lo bárbaro, pulularon estas insólitas construcciones?

Podría ser que algún fraile, (me inclino por un franciscano con ideas renacentistas), haya
llegado a la zona a fines del XVI, con la finalidad de evangelizar a los naturales, que, como
buenos chichimecas, no eran sedentarios ni civilizados en términos europeos. Quizás este
ignoto fraile enseñó a los indígenas la siembra de frutales (que pululan por la zona y son
parte de la cultura tecozautlense, por que se hace cada junio un "festival de la fruta" de
orígenes igualmente remotos) y, para hacerlos más sedentarios, la forma de
construir edificios de mampostería y piedra, con técnicas simples y renacentistas. Los
indígenas pudieron asociar esto con la idea de población, evangelización y civilización por
lo que construyeron estos edificios para todo tipo de usos, incluyendo capillas, casas y
almacenes. Si la zona permaneció aislada por suficiente tiempo, es posible que eso
explicara que se continuara con este estilo arquitectónico por espacio de dos o tres siglos,
perdiendo poco a poco la conciencia acerca de su origen.

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Estas ideas se basan en la propia historia de la fundación de Tecozautla. A Tecozautla,


"lugar de piedra amarilla", llegó don Nicolás Montaño cuando mediaba el siglo XVI. El
primer misionero fue el franciscano fray Juan de Sanabria. Otras seis familias españolas le
sucedieron alineando las primeras calles. Los frailes Pablo de Vetancourt y Marcos de
Aguirre evangelizaron a la población durante el virreinato de José Sarmiento Valladares,
conde de Moctezuma y Tula.

En otro lado se indica:

“Es una forma de construcción netamente española que se trajo para los primeros
españoles aquí en Tecozautla y se tiene registro de bóvedas aquí de 1500 y principios de
1600”, (Manuel Rojo, originario de Tecozautla)

Ahora bien, estas afirmaciones no explicarían el por qué solamente en Tecozautla se


encuentran dichas bóvedas. Si hubiera sido un sistema de arquitectura diseñado para el
uso exclusivo de los españoles, se encontrarían ejemplos en otros pueblos aledaños o en
la misma región. ¿Qué es lo que hace a estas bóvedas típicas de Tecozautla?

La respuesta radica en el otro lado de la ecuación: la parte indígena. Revisando un libro


sobre el municipio de Tolimán encontré una nota interesante que dice:

" Un cerro para el otomí era un centro de vida y energía y en la cima fijaban sus centros
ceremoniales, por ejemplo el cerro del Calvario en Tolimán, el cerro del Frontón en San
Pablo, el cerro del Cantón en San Miguel, la Peña de Bernal en San Antonio de la Cal
(llamado anteriormente San Antonio Bernal), eran los sitios de antigua idolatría".

En otra parte dice:

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"Del mismo modo, el culto a los santitos y a las crucitas en las pequeñas capillas-oratorio,
fue una continuación de los cultos politeístas prehispánicos"

Siguiendo las ideas plasmadas en el libro Memoria Indígena, de Enrique Florescano, nos
inclinamos a pensar que las capillas-oratorio pueden remitir al origen del pueblo, a la
montaña sagrada.

Entre los libros pictóricos indígenas del estado de Hidalgo, uno de los principales es el
llamado Códice Osuna, donde aparecen los pueblos del suroeste del estado de Hidalgo y
curiosamente casi todos están representados por una montaña. Será que esta forma de
capillas con bóveda les recordaba ese elemento tantas veces representado en los códices,
elemento que en la mente colectiva recreaba la idea de un origen mítico, tal vez por ello fue
muy bien aceptado por los otomíes después de la conquista española. Los temazcales
tienen una forma parecida a la de los oratorios y reproducen en cierta forma el origen y el
renacimiento. La iglesia de Acaxochitlán, en Hidalgo también presenta una capilla pequeña
con bóveda.

Por tanto, las bóvedas de Tecozautla tienen este doble origen: por un lado, son
representaciones de la ciudad ideal renacentista, y por el otro, son la evocación de la
imagen de la montaña sagrada otomiana, símbolo del origen primitivo de un pueblo. Por
ello, encontramos que Tecozautla no es cualquier lugar. Es el sitio donde el mundo
indígena y el occidental se encuentran, en contraste armonioso y productivo. A pesar de
haber surgido en una zona y épocas violentas, representan la convivencia en paz, en un
entorno tranquilo, donde es posible pensar y evocar utopías y, ¿Por qué no? Volverlas
realidad.

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