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Katarzyna Gołko

¿Ángel o amazona? El ideal femenino desde la perspectiva masculina en la narrativa


hispanoamericana a través de “María” de Jorge Isaacs y “Doña Bárbara” de Rómulo Gallegos

I. Introducción

Con la llegada de los conquistadores españoles y portugueses en las tierras de América


Latina se introdujeron los valores judeocristianos y junto a ellos el patriarcado europeo clásico
que para las mujeres significó la ocupación de un lugar subordinado en la sociedad. En el
nuevo orden el rol de la mujer era el de la madre que se debería realizar en el ámbito
doméstico (Schurz, 1961: 111). Como posición latinoamericana de la mujer frente a la
dominación masculina ha surgido el “marianismo” que recibió su nombre de la Virgen María
por llamar a imitar sus virtudes; se basa en la idea de superioridad moral y espiritual de las
mujeres sobre los hombres, empero conlleva anexas obligaciones como la integridad sexual y
la sumisión al hombre (Stevenson, 1973: 5-9). Estas circunstancias y actitudes sociales
hicieron que durante años la mujer en la literatura estuviese condenada a permanecer en el
margen, tanto en posición de escritora como en la de personaje.

En las siguientes páginas nos ocuparemos del segundo asunto mencionado arriba, es
decir, de una mujer como personaje. A causa de la dominación de los escritores varones que
se observaba antaño encontraremos en la literatura variadas representaciones de la mujer
creadas desde una perspectiva masculina. En este trabajo intentaremos analizar qué cualidades
deberían caracterizar a una mujer y qué actitudes no le pertenecen presentando la visión
masculina de una mujer en la narrativa hispanoamericana antes de la entrada de las voces
literarias femeninas. Para este propósito hemos elegido dos novelas emblemáticas de la dicha
narrativa, a saber, “María” de Jorge Isaacs y “Doña Bárbara” de Rómulo Gallegos.

Existe una serie de similitudes entre las obras mencionadas que notamos sin
adentrarnos en detalles: primero, las dos alcanzaron un gran reconocimiento tanto ante los
críticos como entre el público, lo cual nos permite sacar una conclusión que contribuyeron a
la creación de las normas sociales para las mujeres en su tiempo; segundo, ambas llevan el
nombre de la mujer en el título, si bien, sus protagonistas verdaderos son hombres; por último,
y probablemente lo más importante para nuestro planteamiento, las escribieron los hombres y
a consecuencia presentan una visión masculina del mundo.

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Por otro lado, dichas novelas se publicaron en dos siglos diferentes (“María” primero)
y en países distintos (Colombia y Venezuela, respectivamente), así que en circunstancias y
ámbitos distintos, lo cual implica también que se inscriben en otras corrientes literarias
(romanticismo y realismo). Nos centraremos en comparar las dos mujeres de estas novelas,
según cronología, lo cual nos permitirá ver la imagen de la mujer en la literatura dominada
por hombres.

II. María

Jorge Isaacs (1837-1895), el autor colombiano, en 1867 publicó la obra más leída de
Hispanoamerica hasta la fecha, titulada “María”. La novela nació a raíz de inspiraciones con
el romanticismo y sentimentalismo franceses y trata de un tema universal de la lucha entre el
amor y la muerte que se desarrolla con el fondo pintoresco del Valle del Cauca, con dos
personajes principales: Efraín y, como indica el título, su amada María (Varela Jácome, 2008:
100; McGrady, 2014: 13-14).

El personaje de María está condicionado por la tradición literaria de heroínas


románticas lo cual hace que esta se convierta más bien en un arquetipo que en un personaje
con una personalidad verdadera, integrada de virtudes y defectos. Ya el físico de María se
inscribe en dicho perfil dado que se describe como una mujer perfectamente bella, a modo de
ejemplo: “María me ocultaba sus ojos tenazmente; pero pude admirar en ellos la brillantez y
hermosura de los de las mujeres de su raza (...)”, “Llevaba (...) la abundante cabellera castaño
oscura arreglada en dos trenzas, sobre el nacimiento de una de las cuales se veía un clavel
encarnado.”, “(...) sus labios rojos, húmedos y graciosamente imperativos, me mostraron sólo
un instante el velado primor de su linda dentadura.”, “ (...) admiré el envés de sus brazos
deliciosamente torneados, y sus manos cuidadas como las de una reina.” (Isaacs, 1867/2014:
56-57). Además, su fisionomía tiene aires enfermizos que constituye otro elemento típico de
un ideal romántico de una mujer. Asimismo, el narrador destaca su voz como otra
característica especial: “La voz de María llegó entonces a mis oídos dulce y pura: era su voz
de niña, pero más grave y lista para prestarse a todas las modulaciones de la ternura y pasión.”
(ibídem.: 58).

En el personaje de María encontraremos varias asociaciones con la Virgen María,


empezando por su nombre, pero también en su carácter y sus apariencias (Galeano Sánchez,
2011: 31): se la compara con madonas de Rafael (tiene sonrisa de una “virgen de Rafael”) y
se parece a la “Virgen de la Silla” (Isaacs, 1867/2014: 58, 167). En el aspecto de María

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también se refleja su personalidad que es frágil y angelical. En suma, María encarna el ideal
romántico de la mujer perfecta y dispone de todas las cualidades necesarias para cumplir con
esta imagen. Entre sus características más acentuadas se encuentran: la humildad, la timidez,
la inocencia, la castidad, la sensibilidad, la pureza, el pudor, la inocencia, la ternura, la
abnegación y la melancolía. Además, tiene un fuerte instinto maternal y a menudo se la retrata
con niños (a modo de ejemplo: “María tomó en brazos al niño que dormía en su regazo (...)”
[ibídem: 71]) dando por entender que se convertiría en una buena madre, que según la
sociedad decimonónica constituía un verdadero papel de mujer. Asimismo, se señala su
profunda fe religiosa: lee “Imitación de la Virgen”, enseña oraciones a los niños, reza con
regularidad e incluso tiene una relación especial con la Virgen, ella misma lo expresa así:
“Porque siempre que le cuento a la Virgen que estoy triste, ella me oye.” (ibídem: 282). Sobre
todo se resalta que parece verdaderamente femenina porque tiene las cualidades que según los
estándares de la época deberían caracterizar a una mujer. Dentro de este ideal decimonónico
se inscribe la pasividad y sumisión frente al hombre y María se caracteriza por dichos
elementos ya que no se aventura ni tiene determinación propia más allá de lo que pueda hacer
por Efraín. También su amado funge de su profesor de geografía, historia y literatura y ella
sigue sus consejos y recomendaciones aceptando la superioridad de la mente masculina sobre
la femenina (Galeano Sánchez, 2011: 29-31; McGrady, 2008: 207-208).

Como ya hemos mencionado, María se sitúa entre la serie de grandes heroínas


románticas y su aspecto físico y personalidad están diseñados para inscribirse en este patrón,
al igual que su destino. Las circunstancias de la vida de este personaje la hacen sufrir dentro
de una sociedad fuertemente jerarquizada y regida por normas sociales y raciales específicas:
perdió a sus padres, padece de una enfermedad grave, tiene orígenes judíos. Tampoco nos
podemos olvidar del hecho de que “María” se clasifique dentro del metagénero de la novela
sentimental y no se pude sacarla del dicho contexto. Encontramos en ella la hipersensibilidad
psicológica, las emociones y los sentimientos amorosos fuertes y su proyección sobre el
paisaje (Varela Jácome, 2008: 99). El mismo autor (oculto) en la dedicatoria expresa que el
objetivo de su novela consiste en hacer llorar a sus lectores: “¡Dulce y triste misión! Leedlas,
pues, y si suspendéis la lectura para llorar, ese llanto me probará que la he cumplido
fielmente.” (Isaacs, 1867/2014: 51). Teniendo en cuenta dichos factores no se podía evitar el
final trágico que hasta intuimos desde las primeras páginas de la novela a través de varios
presagios. Se trata de amor puro e idílico pero a la vez fatal que choca contra las
convenciones insensibles del orden de una sociedad campesina injusta y feudal del siglo XIX,

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descrita con toda una variedad de detalles (lo cual equivale al aspecto costumbrista de la
novela). Efraín proviene de una clase social distinta que María y debería casarse con una
mujer de su nivel social y económico. En el choque de la vida ideal con la real Efraín pierde a
su amor: María muere esperando su vuelta, en un ataque epiléptico sin haber cumplido nunca
los sentimientos hacia su amado (Anderson Imbert, 1988: 298-300; Oviedo, 2007a: 104-107).

En la construcción del personaje de María se nota la idealización ya que básicamente


no le encontramos ningún defecto. Este hecho lo subraya aun más la presencia de otro
personaje femenino, Salomé, que representa el amor carnal, en contraste con el amor puro
simbolizado por María. El rasgo principal de Salomé es la sensualidad: “(...) aquellos dientes
de blancura inverosímil, compañeros inseparables de húmedos y amorosos labios: sus mejillas
mostraban aquel sonrosado que en las mestizas de cierta tez escapa por su belleza a toda
comparación.”, “(...) los desnudos y mórbidos brazos sobre la piedra en que apoyaba la
cintura, mostraba ésta toda su flexibilidad, le temblaba la suelta cabellera sobre los hombros,
y se estiraban los pliegues de su camisa blanca y bordada.”, “(...) la cara de Salomé con sus
lunares, y aquel talle y andar, y aquel seno, parecían cosa más que cierta, imaginada.” (Isaacs,
1867/2014: 261-262). Se tacha a Salomé de impura también por mestiza y Efraín descarta la
posibilidad de amarla aunque se deleita con su belleza y picardía; además, su amor hacia
María no le impide regalarle flores a esta otra mujer. De ello desprende que a las mujeres y a
los hombres en aquella sociedad no les corresponden las mismas normas: María, como mujer,
tiene que vigilar su pureza, si bien Efraín, como hombre, ya no está obligado a hacerlo
(Chouciño Fernández, 2009/online).

Isaacs describe una sociedad bien jerarquizada en la que los roles de la mujer y del
hombre están fijamente establecidas y bien separadas. Se acentúa el marianismo que hemos
mencionado en la introducción: las conductas de María se corresponden bien con esta
ideología. María sufre a causa de este orden social pero no se rebela ni emprende acciones
para luchar en contra de él.

III. Doña Bárbara

La figura del venezolano Rómulo Gallegos (1884-1969) destaca no sólo en la


literatura sino también en la política: en 1974 el escritor fue elegido presidente de su país y la
faceta política encontró un lugar importante en su obra artística. Dentro de su amplio trabajo
literario se hallan novelas, cuentos y ensayos, si bien ninguno de sus tomos alcanzó tanto
éxito como la publicada en 1929 y considerada su opus magnum novela regionalista “Doña

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Bárbara”, cuyos popularidad y reconocimiento continental e internacional se reflejan, entre
otros, en incontables traducciones, reimpresiones y estudios críticos, además de adaptaciones
en el cine y en la televisión (González Boixo, 2008: 107-111). Aparte de clasificarse como
novela regionalista, como acabamos de mencionar, cae también dentro del realismo y
naturalismo (Saz y Valbuena, 1977: 274).

La novela en cuestión con frecuencia es denominada la gran “novela del llano” lo cual
se debe a que su acción se desarrolla principalmente en esa región de Venezuela ofreciendo
una visión de la vida rural en los tiempos de transformación del sistema tradicional del
latifundio. Dicha crisis nace del conflicto entre lo “civilizador”, que surge de la ciudad
dinámica y creciente, y lo “bárbaro”, que predomina en el campo donde las costumbres viejas
se oponen al proceso de modernización. Sin embargo, encontramos aquí más bien una
reformulación de la dicotomía civilización/barbarie que la tesis clásica planteada con
anterioridad por Domingo Faustino Sarmiento en su “Facundo” (Pluta, 2010: 229-230).

Nuestro análisis se dedicará a uno de los personajes más relevantes, es decir, a la


misma doña Bárbara y al igual que en el caso de María empezaremos por su aspecto físico.
“¡De más allá del Cunaviche, de más allá del Cinaruco, de más allá del Meta!” (Gallegos,
1929/2015: 141): de allí proviene Bárbara que, como hija del capitán del bongo, a quien se
supone blanco, y de una india baniba, era mestiza y en la novela varias veces se denomina
“guaricha”. Resalta también su hermosura, como podemos leer: “(...) su belleza había
perturbado ya la paz de la comunidad. La codiciaban los mozos, la vigilaban las hembras
celosas (...)” (ibídem.: 147-148), pero se trata de una belleza de carácter sensual, hasta cierto
punto relacionada con la hechicería, y que ella utiliza para seducir y engañar a los hombres.
En el comienzo de la acción, esto es, con la llegada de Santos Luzardo a la hacienda
“Altamira”, Bárbara tiene ya más de cuarenta años pero no ha perdido su hermosura y todavía
parece una “mujer apetecible” (ibídem.: 154). Su vestimenta también llamaba la atención:
llevaba ropa de hombres, parecía estanciera tejana con sus botas y “pantalones hombrunos
hasta los tobillos, bajo la falda recogida al arzón” (ibídem.: 277). Por último, en cuanto a su
aspecto exterior cabe mencionar su voz que sonaba como “flauta del demonio andrógino que
alentaba en ella”, “grave rumor de selva” o “agudo lamento de llanura” y que gracias a su
matiz singular hechizaba a los hombres (ibídem.: 288).

Conocemos a doña Bárbara como a una terrateniente, dueña de la hacienda


antiguamente llamada “La Barquereña”, que ha acumulado tierras extensas y manadas de

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ganado grandes aprovechándose de los hombres y por medios ilegales, tales como soborno, o
incluso con la ayuda del propio diablo, de ahí que encarne el poder asociado a la propiedad
del latifundio y sus normas feudales. En toda su obra Gallegos crea arquetipos y usa
personajes simbólicos; en este caso ya los nombres de los personajes revocan ciertas
connotaciones: doña Bárbara – autoridad matriarcal y barbarie – es casi sinónimo “del mal” y
Santos Luzardo – santidad y luz – parece emblema del “bien”. Doña Bárbara representa,
obviamente, la barbarie, en ella vive el espíritu del llano, mientras que el de la urbe está en el
joven Santos Luzardo (Anderson Imbert, 1986: 90-91; Oviedo, 2007b: 245-246). El
enfrentamiento entre estos dos personajes, que en realidad se corresponde con el conflicto
entre lo bárbaro y lo civilizador, constituye el eje estructural de la novela y refleja el interés y
la preocupación del autor por la política del país que mencionamos arriba (González Boixo,
2008: 110-111).

Doña Bárbara vive en el mundo dominado por los hombres y de joven experimenta
este poder brutal masculino: de adolescente la viola la tripulación de la que forma parte su
padre, además presencia el homicidio de don José Luzardo contra su hijo mayor Félix y
pierde a su primer y único amor, Asdrúbal. Estas vivencias traumáticas y trágicas la
convierten en un personaje duro e insensible que solo busca poder, control y venganza.
Bárbara se vuelve una mujer fuerte, pierde los escrúpulos y en la sociedad en la que existe una
división clara entre el rol femenino y masculino decide salirse del esquema. El narrador varias
veces la describe como codiciosa o como una mujer-cacique que se dedica a reunir las tierras
para conseguir más poder, lo cual en la visión del mundo galleguiano era más bien anhelo de
los hombres. Además, lleva pantalones, monta a caballo a horcajadas con lazo en mano,
supera a los hombres en tareas campestres, dice insultos y trata con crueldad a sus peones. De
ello desprende que Bárbara no cumple con el papel de la mujer, que en la visión galleguiana
era el de la madre y cuidadora del hogar. Como madre descuida a su hija y no se siente capaz
de amarla: “un hijo en sus entrañas era para ella una victoria del macho, una nueva violencia
sufrida, y bajo el imperio de este sentimiento concibió y dio a luz una niña, que otros pechos
tuvieron que amamantar, porque no quiso ni verla siquiera” (Gallegos, 1929/2015: 149).

Se la puede considerar una especie de femme fatale que ve a los hombres como
instrumentos y que en el fondo detesta la presencia masculina; se la describe como “la
dañera”, “la esfinge de la sabana”, “la devoradora de hombres” (Oviedo, 2007b: 246). Como
mujer sensual y misteriosa juega con ellos para sacar algún provecho para sí misma, empero
no despierta amor sino atracción que, además, nace a causa de sus poderes de bruja. La

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hechicería constituye otro elemento de su imagen: utiliza la fama de bruja para inspirar miedo
y con frecuencia se asocia su personaje a las fuerzas oscuras. La gente la teme y el autor nos
lo transmite mediante detalles como el hecho de que Bárbara cambie el nombre de su
latifundio a “El Miedo” donde, además, trabaja un norteamericano llamado “Mr. Danger”
(Pluta, 2010: 230-231). Aparte de ello, tiene a su servicio a una pandilla de bandoleros que
asesinan a cuantos se intenten oponer a sus designios y uno de sus bandidos favoritos se
conoce como el “Brujeador”.

Por otro lado, la novela nos presenta otro personaje femenino, esta vez una heroína
romántica, a saber la hija de doña Bárbara y Lorenzo Barquero, Marisela, que a causa del
descuido por parte de ambos padres es una criatura casi salvaje, pero bella: el capítulo
dedicado a ella lleva el título “La bella durmiente” (en contraste, los capítulos que tratan de
doña Bárbara están titulados “La devoradora de hombres” y “La dañera y su sombra”)
indicando de una manera metafórica que el potencial y la intelectualidad de Marisela todavía
están por despertar. Este personaje representa la concepción galleguiana de la bondad
inherente al ser humano: su primitivismo inicial se debe solo al ambiente de barbarie que
domina en el Llano y cuando Santos Luzardo la conoce y decide educarla en “Altamira” los
efectos de civilización tienen un efecto inmediato. Cabe subrayar que Marisela acepta el
proceso educador no por sus necesidades, características ni valores intrínsecas sino por amor a
Santos Luzardo (González Boixo, 2008: 110-111). De ello podemos sacar la conclusión que
en su personalidad en realidad predomina la pasividad y que cambia a causa de los
sentimientos, lo cual deja claro que no se guía por la razón.

También el cambio que se da en doña Bárbara está causado por los sentimientos. Al
ver que no puede conseguir el amor de Santos Luzardo decide retirarse de la hacienda y de
este modo la civilización gana. Nos encontramos con una paradoja porque no gana Santos
Luzardo, sino más bien Doña Bárbara se rinde y el éxito de la civilización no tiene que ver
con la acción civilizadora de Santos sino con el amor (ibídem). Al final, Doña Bárbara, se deja
mover por los sentimientos, igual que Marisela, de lo cual desprende la concepción de
Gallegos de naturaleza sentimental femenina.

Por un lado, Doña Bárbara sale del molde de una mujer típica de aquellos tiempos, no
obstante nace la pregunta si en verdad se puede considerarla como una precursora de esas
hembras que se rebelan contra un mundo dominado por los hombres. El narrador
omniposciente en la novela cuenta los hechos en tercera persona pero no lo hace con

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objetividad sino con el tono moralizante, defendiendo una cierta tesis y una visión del mundo
concreta (Liscano, 2001/online). La voz que narra en la novela critica explícitamente a Doña
Bárbara por no cumplir con su rol femenino: encontraremos una variedad de calificativos
negativos que la estigmatizan, como por ejemplo “marimacho”, “hombruna”, “mujerona”,
“amazona repugnante”, “andrógina” y sobre todo “monstruosidad de la naturaleza” que no
deja duda que una mujer como doña Bárbara se percibe como algo malo e incluso fuera de lo
natural. La novela la castiga por presentar características distintas a las típicas y lo hace de un
modo cruel: Santos Luzardo se enamora de su hija. Doña Bárbara pierde y de este modo el
autor indica al lector que este tipo de conducta no le corresponde a una mujer.

IV. Conclusiones

Resulta obvia la constatación que María y doña Bárbara son personajes


diametralmente distintos, tanto a nivel de la construcción como en el de las características
personales. María deriva de la tradición literaria, está creada de acuerdo con las normas de
romanticismo, mientras que Bárbara se sale del molde de una mujer delicada y pasiva. En la
construcción de María el narrador resalta sus buenas características, en la de Bárbara, en
cambio, sus defectos. La primera parece una visión positiva de una mujer, un ejemplo a seguir
para otras mujeres y presenta lo que los hombres, en teoría, desean, en comparación con la
segunda, que constituye una anti-tesis de una mujer y retrata todo lo que una mujer, según los
estándares de aquella época, no debería ser. María, al estar tan condicionada por el esquema
de una heroína romántica parece unidimensional y pierde en realismo, mientras que Gallegos
consiguió darle más complejidad a Bárbara, que a pesar de su fuerza masculina sufre por el
amor frustrado.

En cuanto a su carácter, en resumen, por un lado tenemos a frágil, delicada y pasiva


María y por otro, a fuerte, masculina y activa Doña Bárbara. La primera se asocia con
frecuencia a lo puro, al amor inocente y también a la religiosidad y la segunda – a lo
repugnante, a la sensualidad y a la magia negra. María cumple con su rol de mujer: sus
actividades se limitan al ámbito doméstico y no busca realizarse más allá. Bárbara, por su
parte, según el narrador se parece a un hombre porque rechaza el rol de la madre y cuidadora
de hogar para conseguir éxitos reservados por aquel entonces para hombres.

Aunque María sea un ideal de la mujer y Bárbara un anti-ideal y a primera vista


parezca que no pueda haber nada que una estas mujeres, en realidad comparten ciertos
elementos. Primero, a las dos se las califica como bellas, y en realidad no solo a ellas sino

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también a otros personajes femeninos importantes en ambas novelas, lo cual en realidad
puede dar mucho a entender sobre la visión de la mujer por aquel entonces: una mujer,
bondadosa o malvada, tiene que emanar belleza. Segundo, ambas se asocian con la naturaleza:
María a menudo aparece con flores y en la naturaleza se reflejan sus estados de ánimo y los
presagios acerca de su futuro, Bárbara, a su vez, encarna la ferocidad y salvajada de las
fuerzas terrígenas y se asocia con la selva, que, como ella, “devora” a los hombres (Oviedo,
2007b: 246). Tercero, se guían por los sentimientos; en el caso de María el amor es
básicamente el único motor de sus conductas y en el de Bárbara los sentimientos la llevan a
dos mayores mudanzas en su vida: de adolescente el amor perdido hacia Asdrúbal la convierte
en una cacique bruta y luego el amor incumplido hacia Santo Luzardo la hace retirarse de la
hacienda. Cuarto, tienen raíces extranjeras, María judías y Bárbara indias, lo cual les marca en
las sociedades criollas donde se le otorga importancia a la cuestión de la raza. Por último,
tanto María como Bárbara están marcadas por las vivencias traumáticas y su destino es
trágico. María lleva una vida de huérfana sin dinero, tiene que luchar contra una enfermedad y
al final muere sin poder cumplir su amor hacia Efraín. Bárbara nunca alcanza felicidad, se
siente herida por las malas experiencias de la juventud, vive el amor fallido dos veces y al
final de la novela pierde todo lo que tenía.

Conviene subrayar que a pesar de todas las diferencias entre dichas novelas, las dos
protagonistas son esclavas de las normas sociales y del mundo dominado por los hombres y
ninguna consigue ganar con el orden establecido. La primera se somete a las reglas y el
mundo de la novela la elogia por ello, la segunda sí que rompe con las normas pero el
narrador la critica y juzga por esta actitud. Aunque entre la publicación de “María” y “Doña
Bárbara” ha transcurrido más de medio siglo (en concreto 62 años) parece que durante este
período de tiempo poco cambió en cuanto a la posición y rol de la mujer en la sociedad ya que
en las dos notamos la cultura de machismo y marianismo. La feminidad presentada por los
dos autores se basa en la delicadeza, belleza, inferioridad intelectual frente al hombre,
sumisión, además de papel de madre y actividades hogareñas. Isaacs de una manera clara
presenta un modelo de una mujer perfecta y de la feminidad; Gallegos, en el fondo, transmite
un modelo bastante parecido, sino que mediante la negación y crítica de las actitudes que no
le corresponden a una mujer. Sin importar todas las diferencias entre estos personajes, autores
y novelas el modelo de la mujer perfecta se mantiene casi igual.

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