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EL SACRIFICIO DE MARGARITA

Un predicador debía decir un sermón, el cual tenía por finalidad hacer una colecta para
ayudar la obra misionera que hacía en otra parte del país. Mientras predicaba notó con
suma indignación que varios miembros de su iglesia no prestaban la debida atención:
un banquero millonario se distraía mirando su reloj, un comerciante bostezaba en señal
de aburrimiento, otros estaban conversando. Terminado su sermón pidió a Dios que se
abriese el corazón de algunos parroquianos.
En la primera fila de la banca estaba sentada Margarita, una niña de doce años que, a
causa de un accidente, había perdido parte de una pierna, y por eso, ella se había
convertido en una niña sombría, taciturna y callada. Los miembros de su iglesia, al ver
que era una niña sumamente pobre y que no podía caminar, le obsequiaron unas
muletas; éstas cambiaron radicalmente su vida ya que con ella podía ir a donde quisiera
esparciendo su dulce alegría. Era una niña muy querida y amada por su comunidad.
Escuchando el sermón, ella dijo: “Ojalá yo pudiera dar algo, pero desgraciadamente no
tengo ni un céntimo”.
Una voz en su interior le susurró: “Ahí están tus muletas” “¿Mis muletas? Éstas no las
puedo dar, las necesito para caminar”.
Pero la extraña voz le decía: “Sí puedes darlas, así más personas llegarán al conocimiento
de Cristo, Jesús ha hecho tanto por ti, si dieras tus muletas, harían llegar más lejos el
nombre de Jesús”. No puedo, respondió la niña “Sí puedes”, dijo la voz.
Hubo una verdadera lucha en el interior de la niña, de pronto ella comenzó a lagrimear,
pero sus labios esbozaban una sonrisa.
Cuando se acercó el encargado de recoger la limosna; el hombre pensó que era inútil ir
donde una pequeña pobre y enferma; sin embargo, se aproximó amablemente y se
asombró cuando ella colocó como ofrenda sus dos muletas.
El recolector admirado llevó el donativo que hacía la niña, en cual demostraba su amor
y bondad hacia los demás.
Todos los asistentes de la iglesia se asombraron al ver la reacción de la niña, ya que
conocían su pobreza; pero aun así, ella se sacrificaba por el bienestar de las personas
necesitadas.
El banquero, al ver la actitud de la niña, puso la mano en el bolsillo en busca de un
lapicero para firmar un cheque a favor de la obra misionera.
Otra persona exclamó: “Yo doy doscientos cincuenta dólares por las muletas”. Las
muletas fueron devueltas a Margarita. Finalmente recolectaron cuatro mil dólares
producto de un acto de amor a Jesús.

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