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El Pozo de la Eternidad

Richard A. Knaak

Han pasado muchos meses de la terrible y decisiva Batalla del Monte Hyjal, en
la que la demoníaca Legión Ardiente fue expulsada de Azeroth para siempre.
Pero ahora, a través de una misteriosa brecha de energía que se ha abierto en las
montañas de Kalimdor, tres antiguos combatientes se ven arrastrados al lejano
pasado; a una época muy anterior a que deambularan por el mundo los orcos,
los humanos e incluso los elfos nobles. Una época en la que el titán oscuro
Sargeras y sus peones demoníacos persuadieron a la reina Azshara y sus
Altonato de que debían purificar Azeroth y deshacerse de las razas inferiores.
Una época en la que los Dragones Aspectos se hallaban en el punto álgido de
su poder, cuando aún no eran conscientes de que uno de ellos pronto iniciaría
una era de oscuridad que dominaría por entero el mundo de...

En el primer capítulo de esta trilogía épica, el resultado de la histórica Guerra


de los Ancestros se verá alterado para siempre por la llegada de tres héroes
perdidos en el tiempo: Krasus, el mago dragón cuyo gran poder y cuyos
recuerdos sobre ese antiguo conflicto han menguado inexplicablemente; el
mago humano Rhonin, en cuya mente se libra un conflicto entre el amor por su
familia y la tentación de un poder cada vez mayor; y Broxigar, un veterano orco
curtido en mil batallas que pretende morir de manera gloriosa en combate. Pero
a menos que este inverosímil trío se alíe y pueda convencer al semidiós Cenarius
y a los desconfiados elfos de la noche de que su reina los ha traicionado, el
portal de la Legión Ardiente que lleva a Azeroth volverá a abrirse. Y esta vez,
las luchas del pasado sí que podrán marcar definitivamente el futuro…

EL POZO DE LA ETERNIDAD
Un relato original repleto de magia, combates y heroísmo, basado en el
videojuego supervenías y galardonado con múltiples premios creado por
Blizzard Entertainment.
El Pozo de la Eternidad

AGRADECIMIENTO
El más sincero agradecimiento a Leandro por todo el esfuerzo,
dedicación y tiempo que nos brinda a todos los fans de Blizzard, es
gracias a su ayuda que podemos hacerles llegar estas maravillosas
obras.

Con aprecio.

Su equipo de Lim-Books.
Richard A. Knaak

PRÓLOGO
Un aullido terrible resonó en el camino…

Era enorme, de ocho patas y con forma de lobo, se dejó caer en


Rhonin. Si hubiera sido distinto de lo que era, el mago habría
muerto allí, la comida de una salvaje criatura con dientes de sable
con cuatro brillantes ojos verdes que hacen juego con sus ocho
filosas garras. El monstruoso semi-lobo le derribó, pero Rhonin,
al haber hechizado su ropa para que le protegiesen mejor de la
intemperie, resultó ser un hueso duro de roer. Las garras
rasgaron la capa que debería fácilmente haber quedado
destrozada, en cambio solo recibió un ligero rasguño. La bestia de
piel gris posada al final aulló de frustración. Rhonin tomó la
apertura, lanzando un simple pero efectivo hechizo que lo había
salvado en el pasado. Una cacofonía de explosión de luz cegaron
los ojos esmeraldas de la criatura, tanto deslumbrada como
sorprendida. Se agachó hacia atrás, golpeando con fuerza
inútilmente por sus ojos cegados.
El Pozo de la Eternidad

Arrastrándose fuera de su alcance, Rhonin se levantó. No había


ninguna posibilidad de huida, que sólo serviría para darle la
espalda a la bestia, y su hechizo de protección ya se estaba
debilitando. Unos cuantos tajos más y las garras hubieran rasgado
al mago hasta sus huesos.

El hechizo de fuego había funcionado contra el horrendo


necrófago de la isla, y Rhonin no veía ninguna razón por qué tal
intento no lo ayudaría nuevamente. Él murmuró las palabras… y
de pronto estaban a la inversa. Peor aún, Rhonin se encontró
retrocediendo, volviendo a las garras salvajes de la bestia ciega.
El tiempo se había vuelto en su contra... pero ¿Cómo?
Richard A. Knaak

LA GUERRA DE LOS ANCESTROS


TRILOGÍA

LIBRO UNO

EL POZO DE LA ETERNIDAD

R I C H A R D A. K A A K
El Pozo de la Eternidad
Richard A. Knaak

CAPÍTULO UNO
El alto e imponente palacio estaba colgado del mismo borde del
acantilado montañoso, dominaba tan precariamente la vasta masa de
agua negra que había debajo que parecía a punto de desplomarse sobre
las oscuras profundidades de la misma. Cuando El vasto edificio
amurallado había sido construido usando la magia para fundir la piedra
y el bosque en uno solo, una sensación de maravilla conmovía el corazón
de todos cuantos lo miraban. Sus torres eran árboles reforzados con
piedra, con prominentes pináculos y altas ventanas abiertas. Los muros
eran de roca volcánica levantada y luego trabadas con zarzas y raíces
gigantescas. La parte principal del palacio, en el centro del mismo, había
sido creado originalmente por la unión mística de más de un centenar de
antiquísimos árboles gigantes. Doblados hasta unirse, para formar la
estructura de la cúpula central, sobre la cual habían dispuesto la piedra
y las zarzas.
El Pozo de la Eternidad

La maravilla que una vez tocó el corazón de todos cuantos lo observaban,


ahora provocaba el miedo en algunos. Un aura perturbadora lo envolvía,
un aura que se veía intensificada aquella noche de tormenta. Los pocos
que miraban disimuladamente el antiguo edificio rápidamente
desviaban la mirada.

Y Aquellos que miraban las aguas bajo él tampoco encontraban la paz.


El lago de azabache se encontraba violento y antinatural. Fuertes olas
tan altas como el palacio se alzaban y caían en la distancia, estrellándose
con un rugido. Rayos tocaban la superficie de su vasto cuerpo, rayos
dorados, escarlata, o del verde de la putrefacción. El trueno retumbaba
como un millar de dragones y los que vivían a sus orillas se acurrucaban
juntos, inseguros de la clase de tormenta que podría desencadenarse.
Sobre las paredes que rodeaban el palacio, los guardias con sus
armaduras color verde bosque y armados con lanzas y espadas miraban
temerosos a su alrededor.

Observaron no sólo más allá de las paredes en busca de intrusos


imprudentes, sino en ocasiones miraban disimuladamente dentro...
sobre todo en la torre principal, donde se detectan las energías
impredecibles que se manifestaban.

Y en esa alta torre, en una cámara de piedra sellada de la vista de los que
estaban fuera, unas figuras altas con túnicas iridiscentes de color
turquesa, bordados con estilizadas imágenes de plata de la naturaleza,
se inclinaron sobre un patrón hexagonal escrito en el suelo. En el centro
del patrón, símbolos de una lengua arcaica inclusive para quienes la
usaban refulgían con vida propia.

Brillantes ojos de plata sin pupilas miraban por debajo de las capuchas
mientras los elfos de la noche murmuraban el hechizo. Su piel oscura y
violeta se cubría de sudor a medida que la magia dentro del patrón se
Richard A. Knaak

amplificaba. Todos excepto uno se veían cansados a punto de sucumbir


al agotamiento. Aquel individuo, quien supervisaba el conjuro, no
observaba el proceso con ojos plateados como el resto, sino con falsos
ojos negros y con vetas de rubí en el centro. Pero a pesar de los ojos
falsos, percibía cada detalle a lo largo de la sala, cada inflexión de los
demás. Su rostro alargado y estrecho, incluso para un elfo, tenía una
expresión de ansia y anticipación mientras los apremiaba
silenciosamente a seguir.

Alguien más observaba todo esto, bebiendo cada palabra y cada gesto.
Sentada en una lujosa silla de marfil y cuero, con un sedoso cabello
plateado que enmarcaba sus rasgos perfectos y un vestido dorado, tan
dorado como sus ojos, que hacía lo mismo con su exquisita silueta, era la
visión de una reina de los pies a la cabeza. Estaba recostada en la silla,
bebiendo vino de una copa de oro. Sus enjoyados brazaletes tintineaban
siguiendo los movimientos de su mano y el rubí de su tiara centellaba a
la luz de las energías mágicas que los otros habían convocado.

De vez en cuando su mirada se movía ligeramente para estudiar la figura


de ojos oscuros, fruncía sus labios carnosos ante una aparente sospecha.
Sin embargo, en una ocasión en la que él la miró repentinamente, como
si sintiera que lo estaba observando, toda sospecha desapareció,
reemplazada por una lánguida sonrisa.

Los cánticos continuaron.

El lago negro se agitaba enloquecidamente.

Había ocurrido una guerra y había acabado.


El Pozo de la Eternidad

Y Krasus lo sabía, la historia registraría lo que había sucedido. Y en aquel


registro casi se perderían las incontables vidas destruidas, las tierras
arrasadas y la destrucción casi total de todo el mundo de los mortales.

Incluso las memorias de los dragones son fugaces en tales circunstancias,


admitió para sí la pálida figura vestida con túnica gris. Eso lo comprendía
muy bien, ya que a ante la mayoría de los ojos presentaba una figura
semi-élfica, delgada con rasgos afilados, el pelo entre cano, y tres
cicatrices largas viajan por su mejilla derecha, era mucho más que eso.
Para la mayoría, era conocido como un mago, pero unos pocos escogidos
lo llamaban Korialstrasz, un nombre que sólo un dragón llevaría.

Krasus había nacido dragón, uno rojo y majestuoso, el más joven de los
consortes de la gran Alexstrasza. Ella, el aspecto de la vida, era su
compañera más querida... y sin embargo una vez más se obligó a
apartarla de su mente para estudiar las tribulaciones y el futuro de las
cortas vidas mortales.

En la morada oculta, labrada en roca que había elegido como su nuevo


refugio, Krasus observaba el mundo de Azeroth. El cristal esmeralda
brillante le permitía ver cualquier tierra o individuo que deseara.

Y en todos los sitios en que el mago dragón miraba, veía devastación.

Parecía como si sólo hubiera sido hace unos años, cuando los monstruos
grotescos, de piel verde llamada orcos, que habían invadido el mundo
desde más allá, habían sido derrotados. Con sus números restantes
mantenidos en campamentos, Krasus había creído que el mundo estaba
listo para la paz. Sin embargo, esa paz había sido de corta duración. La
Alianza —coalición liderada por los humanos que habían estado al frente
de la resistencia— había comenzado inmediatamente a desmoronarse,
los miembros competían por el poder sobre los otros. Parte de eso fue
Richard A. Knaak

culpa de los dragones, o de un dragón, Alamuerte, pero gran parte


simplemente la codicia y ambición de los humanos, enanos y elfos.

Sin embargo, aun eso hubiera sido de poca preocupación de no ser por
la llegada de la Legión Ardiente.

Hoy en día, Krasus estaba examinando la lejana Kalimdor, situada al otro


lado del mar. Incluso ahora, parte de aquellas tierras parecían acabar de
salir de una terrible erupción volcánica. No hay vida, no hay una
aparente civilización, que se haya mantenido en pie en esas áreas. La
Legión Ardiente no había dejado a su paso más que la muerte.

Los demonios ígneos habían venido de un lugar más allá de la realidad.


Buscaban magia, magia para devorarla. Atacaban junto con sus peones
monstruosos, la Plaga, en un intento de arrasar el mundo. Sin embargo,
no contaban con la alianza menos probable de todas...

Los orcos, que una vez habían sido sus marionetas, se habían vuelto en
su contra. Se habían unido a los humanos, elfos, enanos y dragones para
diezmar a los guerreros demoníacos y sus horribles bestias, y expulsar
los restos de nuevo al infernal más allá.

Habían perecido miles, pero la alternativa...

El mago dragón resopló. En verdad, no había otra alternativa.

Krasus movió sus largos y delgados dedos sobre el orbe, invocando una
visión de los orcos. La vista se puso borrosa momentáneamente y luego
reveló una zona montañosa más al interior. Una tierra dura, pero todavía
llena de vida y capaz de mantener a los nuevos colonos.
El Pozo de la Eternidad

Ya, varias estructuras de piedra se habían levantado en el asentamiento


principal, donde el Jefe de Guerra y uno de los héroes de la guerra, Thrall,
gobernaba. El alto edificio redondeado que sirvió como su cuartel era
tosco según los parámetros de cualquier otra raza, pero los orcos tenían
cierta tendencia a la sencillez.

La extravagancia de un orco era tener un lugar permanente para vivir.


Ellos habían sido nómadas o prisioneros por tanto tiempo que el
concepto de —hogar— había sido prácticamente olvidado.

Varias de las grandes figuras verdosas labraban en un campo. Al


observar a los colmilludos trabajadores, de aspecto brutal, Krasus se
maravilló ante el concepto de granjeros orcos. Thrall, sin embargo, era
un orco muy inusual y enseguida había asumido las ideas que
devolverían la estabilidad de su pueblo.

Estabilidad, era algo que el mundo entero realmente necesitaba.

Con otro movimiento de su mano, el dragón mago desestimó Kalimdor,


convocando ahora a una ubicación más cercana —la que una vez fuera
la orgullosa capital de su amada Dalaran— gobernada por los magos del
Kirin Tor, los principales magos, había estado en la vanguardia de la
lucha de la Alianza contra la Legión Ardiente pasando a ser uno de los
primeros y más preciados objetivos de los demonios.

Dalaran estaba medio en ruinas. Las agujas en otro tiempo


enorgullecidas, se habían prácticamente destrozado. Las grandes
bibliotecas quemadas.

Incontables generaciones de conocimiento se habían perdido...


Y con ellos un sinnúmero de vidas. Incluso el consejo había sufrido
mucho. Varios de los que Krasus había considerado como amigos, o al
Richard A. Knaak

menos habían sido respetados colegas. El liderazgo estaba en confusión


y sabía que iba a tener que intervenir para echar una mano. Dalaran tenía
que hablar con una sola voz, aunque sólo fuera para mantener lo que
quedaba de la desecha Alianza.

Sin embargo, a pesar de la crisis y tribulaciones que quedaban, el dragón


tenía esperanza. Los problemas del mundo eran superables. No más
miedo a los orcos, no más miedo a los demonios. Azeroth lucharía, pero
al final, Krasus estaba seguro de que no sólo se limitaría a sobrevivir,
también creía plenamente que prosperaría.

Se apartó del cristal esmeralda y se levantó. La Reina Dragón, su amada


Alexstrasza, le estaría esperando. Ella sospechaba de su deseo de volver
a ayudar al mundo de los mortales y, de todos los dragones, era ella quien
mejor los entendía. Él se transformaría en su verdadero yo y se
despediría de ella —por un tiempo— y partiría antes de arrepentirse.
No solo había elegido este refugio por su privacidad, sino también por su
enormidad.
Al salir de la caverna as pequeña Krasus entro en otra llena de
estalactitas y estalagmitas cuya altura alcanzaba la de las ahora perdidas
torres de Dalaran. Un ejército podría haber acampado en ella y no se
llenaría.

El tamaño justo para un dragón.

Krasus estiró los brazos... y mientras lo hacía, sus dedos afilados se


alargaban aún más, convirtiéndose en garras. Su espalda se arqueo y
cerca de los hombros brotaron dos bultos idénticos que rápidamente se
transformaron en alas. Sus largos rasgos se estiraron, volviéndose
reptilianos.
El Pozo de la Eternidad

A la vez que todos esos cambios menores, la forma de Krasus fue


creciendo, Se convirtió en cuatro, cinco, incluso diez veces el tamaño de
un hombre y siguió creciendo. Cualquier parecido con un humano o un
elfo se desvaneció rápidamente.
El hechicero Krasus, se convirtió en Korialstrasz, el dragón.
Pero a la mitad de su transformación, una voz desesperada llenó su
cabeza.

— Kor... strasz...

Se estremeció, volviendo a su forma de mago. Krasus parpadeó y miró


alrededor de la enorme cámara como si buscara la fuente del grito.
Nada. El mago dragón esperó y esperó, pero la llamada no se repitió.
Encogiéndose de hombros a sus propias incertidumbres, comenzó de
nuevo con la transformación…

Y de nuevo, la voz desesperada gritó:

— Korialstra...

Esta vez... lo reconoció. Inmediatamente, él respondió de la misma


manera:

— ¡Te escucho! ¿Qué es lo que necesitas de mí?

No hubo respuesta, pero Krasus sintió la desesperación restante.


Concentrándose, trató expandir su mente y establecer un vínculo con el
que necesitaba su ayuda de forma tan apremiante…, alguien que no
debería haber necesitado ayuda de ninguna criatura.

— ¡Estoy aquí! —Afirmo el mago Dragón. — ¡Siénteme! ¡Envíame una


señal de lo que va mal!
Richard A. Knaak

Sintió el toque más vacío a cambio, una débil insinuación de algún


peligro.

Krasus concentró cada ápice de sus pensamientos en aquel mínimo


vínculo, con la esperanza... con la esperanza…

La abrumadora presencia de un dragón cuya magia era mil veces más


fuerte que la suya estremeció a Krasus. Una sensación de siglos, de edad
muy avanzada, lo envolvió en su terrible majestuosidad. Krasus sintió
como si el tiempo lo envolviera ahora en toda su totalidad.

No era el tiempo... no del todo... pero era el aspecto del tiempo.


El Dragón del Tiempo... Nozdormu.

Sólo había cuatro grandes dragones, cuatro grandes aspectos, de los


cuales su amada Alexstrasza era la vida. El loco Malygos era la magia y
la etérea, Ysera influenciaba los Sueños. Ellos, junto con el solitario
Nozdormu que era el tiempo, representaban la creación misma.

Krasus hizo una mueca de dolor. En verdad, antes habían sido cinco
aspectos. El quinto que había sido llamado... Neltharion, el Guardián de
la Tierra. Pero hace mucho tiempo, en un tiempo que incluso Krasus no
podía recordar con claridad, Neltharion había traicionado a sus
compañeros. El Guardián de la Tierra se había vuelto contra ellos y en el
proceso se había ganado un nuevo título, más apropiado.

Alamuerte, El Destructor.

El simple hecho de pensar en Alamuerte, sacó a Krasus de su


ensimismamiento. Distraídamente tocó las tres cicatrices en su mejilla.
El Pozo de la Eternidad

¿Alamuerte había vuelto para asolar el mundo de nuevo? ¿Por eso el gran
Nozdormu mostraba tal angustia?

— ¡Te escucho! —Krasus mentalmente respondió, ahora algo más que


asustado por el motivo de la llamada—. Te escucho… ¿Es… es el
Destructor?

Pero en respuesta, fue nuevamente golpeado por una abrumadora serie


de imágenes sorprendentes. Las imágenes quedaron impresas en su
cabeza, haciendo imposible que las olvidara.

Sin embargo, Krasus, En ambas formas por muy adaptable y capaz que
fuera, no era rival para el poder desenfrenado de un aspecto. La fuerza
del poder mental del otro dragón lo arrojó contra la pared más cercana,
donde el mago se derrumbó.

Le tomó varios minutos a Krasus para levantarse desde el suelo, e incluso


entonces la cabeza le daba vueltas. Pensamientos fragmentados
asaltaron sus sentidos. Lo único que pudo hacer durante un rato fue
esforzarse para permanecer consciente.

Poco a poco las cosas se estabilizaron lo suficiente como para que se


diera cuenta de la magnitud de lo que acababa de suceder. Nozdormu, el
Señor del Tiempo, grito nuevamente desesperado por ayuda... su ayuda.
Había acudido específicamente al dragón menor, y no a uno de sus
hermanos.

Pero nada sería tan angustiante para un aspecto a menos de ser una
amenaza monumental para el resto de Azeroth. ¿Por qué entonces elegir
un dragón solitario rojo y no a Alexstrasza o Ysera?
Richard A. Knaak

Lo intentó una vez más interactuar con el gran dragón mayor, pero sus
esfuerzos sólo hicieron que su cabeza se mareara de nuevo.
Estabilizándose, Krasus reposo e intento decidir qué hacer. Una imagen
en particular, exigía constante su atención, la imagen de una zona de
montaña de nieve barrida en Kalimdor. Lo que fuese que Nozdormu
había intentado explicarle tenía que ver con aquella región desolada.

Krasus tendría que investigar, pero necesitaría asistencia capaz, alguien


que pudiera adaptarse fácilmente. Mientras Krasus se enorgullecía de su
propia capacidad de adaptarse bien, su especie era, en su mayor parte,
obstinada y lo hacían a su manera. Necesitaba a alguien que escuchara,
pero que también pueda reaccionar instantáneamente al instante ante
los giros de los acontecimientos. No, para un esfuerzo tan impredecible,
sólo una criatura le serviría. Un humano.

En concreto, el humano llamado Rhonin.

Un hechicero...

Y en Kalimdor, en las estepas de las tierras salvajes, un canoso anciano


orco se inclinó sobre un fuego humeante. Murmurando palabras cuyo
origen eran de otro mundo. La figura verde arrojó un puñado de hojas al
fuego, aumentando el humo ya espeso. Los vapores llenaron su humilde
choza de adobe y madera.

El calvo y anciano orco se inclinó más e inhaló. Sus ojos castaños estaban
enrojecidos y la piel le colgaba. Tenía los dientes amarillentos, rotos, y
había perdido uno de sus colmillos años atrás. Apenas podía levantarse
sin ayuda y cuando caminaba, lo hacía encorvado y lento.

Sin embargo, incluso el guerrero más resistente le pagó lealtad como


chamán.
El Pozo de la Eternidad

Un poco de polvo de huesos, un toque de bayas de Tannar... todo formaba


parte de una verdadera tradición resucitada entre los orcos. El padre de
Kalthar le había enseñado todo, incluso durante los años oscuros de la
Horda, igual que su abuelo había enseñado a su padre.

Y ahora, por primera vez, el arrugado chamán se encontraba rezando


que le hubieran enseñado bien.

Unas voces murmuraron en su cabeza, los espíritus del mundo que los
orcos ahora llamaban hogar. Normalmente, susurraban cosas pequeñas,
cosas de la vida, pero ahora murmuraban con ansiedad:

— Avisando... Avisando...

¿Pero qué? Tenía que saber más.

Kalthar metió la mano en la bolsa que llevaba en la cintura, tomando tres


hojas negras secas. Eran casi todo de lo que quedaba de una sola planta
traída del antiguo mundo de los orcos. Kalthar había sido advertido que
no las usara a menos que realmente lo considere necesario. Ni su padre,
ni su abuelo las habían utilizado antes.

El chamán las arrojó a las llamas.

Al instante, el humo se volvió en un espeso remolino azul. No negro, sino


azul. El orco frunció el ceño ante este cambio, luego se inclinó hacia
adelante de nuevo y aspiró tanto como fue posible.

El mundo se transformó, y con él, el orco. Se había convertido en un


pájaro, una gran ave volando sobre el paisaje. Voló sobre las montañas
sin un cuidado. Con sus ojos ahora podía ver a los animales más
Richard A. Knaak

pequeños, los ríos más lejanos. Una sensación de euforia que no sentía
desde su juventud casi abruma a Kalthar, pero la combatió. Ceder sería
arriesgarse a perder su propia esencia. Él podría volar para siempre
como un pájaro, sin acordarse de lo que había sido una vez.

Mientras pensaba en eso, Kalthar notó algo mal en la naturaleza del


mundo, posiblemente el motivo de preocupación de las voces. Había algo
que no debería estar. Se viró en la dirección que creyó correcto, cada vez
más ansioso a medida que se acercaba.
Y justo en la parte más profunda de la cordillera, el chamán descubrió la
fuente de su ansiedad.

Su mente entrenada supo que estaba viendo un concepto, no algo real.


Para Kalthar, parecía un remolino de agua —pero uno que tragaba y
escupía simultáneamente— pero lo que emergía o se sumergía en las
profundidades eran días y noches, meses y años. El remolino parecía
estar devorando y escupiendo el tiempo mismo.

La idea fue tan impactante para el chamán que no se dio cuenta que el
remolino ahora pretendía también tragárselo a él también.

Inmediatamente, Kalthar se esforzó por liberarse. Él agitó sus alas, forzó


sus músculos. Su mente se comunicó con su forma física, tirando duro en
el enlace tenue, atando su cuerpo al alma y tratando de romper el trance.

Aun así, el remolino lo atrajo hacia delante.

En su desesperación, Kalthar pidió a los guías espirituales, rezó a ellos


para que lo fortalecieran. Llegaron como él sabía que lo harían, pero al
principio parecían actuar demasiado lento. El remolino llenó su campo
visual, parecía a punto de engullirlo.
El Pozo de la Eternidad

El mundo de repente se dio la vuelta al chamán. La forma de embudo, las


montañas... había vuelto a casa.

Jadeando, Kalthar despertó.

Exhausto más allá de sus años, que apenas se mantenía de caer a las
brasas del fuego. Las voces que constantemente murmuraban habían
desaparecido. El orco se quedó sentado en el suelo de su choza, tratando
de tranquilizarse a sí mismo que, sí, ahora existía en el mundo de los
mortales. Los guías espirituales lo habían salvado, aunque justo a
tiempo.

Pero con esa tranquilidad feliz llegó el recuerdo de lo que había visto en
su visión... y lo que significaba.

— Debo decirle a Thrall...

Murmuró, obligando a las piernas cansadas por la edad a pararse.

— Le debo decirle rápido... o si no perderemos nuestro hogar... nuestro


mundo... otra vez...
Richard A. Knaak

CAPÍTULO DOS
Un presagio maligno, decidió Rhonin, mientras sus vívidos ojos verdes
miraban los resultados de la adivinación. Cualquier hechicero lo
reconocería como tal.

— ¿Está seguro?

Vereesa gritó desde la otra habitación.

— ¿Has comprobado tu lectura?

El mago pelirrojo asintió, y luego hizo una mueca cuando se dio cuenta
de que, por supuesto, la elfa no podía verlo. Tendría que decírselo cara a
cara. Ella se merecía eso. Rogaba que sea fuerte.

Vestido con pantalones y chaqueta azul oscuro, ambos con adornos de


oro, Rhonin parecía más un político que un mago en estos días, pero es
que en los últimos años le habían exigido tanta diplomacia como magia.
El Pozo de la Eternidad

La diplomacia nunca había sido fácil para él, ya que prefería lanzarse a la
carga contra los problemas. Con su espesa melena y su barba corta, tenía
una apariencia leonina a juego con su temperamento cuando se veía
obligado a conversar con embajadores mimados y arrogantes. Su nariz,
rota hace mucho tiempo y nunca —por su propia elección— curada
correctamente, añadía más a su reputación de persona volátil.

— Rhonin... ¿Hay algo que no me hayas dicho?

No podía dejarla en espera. Ella tenía que saber la verdad, por terrible
que sea.

— Ya voy, Vereesa.

Dejando a un lado sus instrumentos de adivinación, Rhonin respiró


profundamente y fue a reunirse con la elfa. Sin embargo, al cruzar la
entrada, se detuvo. Rhonin podía ver una perfecta y hermosa cara
ovalada sobre la que se había colocado ingeniosamente dos ojos
seductores con forma de almendra de cielo azul puro, una pequeña nariz
respingona y una boca tentadora aparentemente siempre a medio
camino de una sonrisa. Enmarcando el rostro había una lustrosa
cabellera plateada, que, si ella hubiera estado de pie, le habría llegado
casi al final de la espalda. Podía haber pasado por una humana si no fuera
por las largas y afiladas orejas que sobresalían del pelo, orejas
puntiagudas marcado su raza.

— Y bien… —Preguntó ella, con paciencia.


— Son... son gemelos.

Su rostro se iluminó, volviéndose más perfecta ante sus ojos. ¡Gemelos!


¡Qué suerte! ¡Qué maravilla! ¡Estaba tan segura!
Richard A. Knaak

Ella ajustó su posición en la cama de madera. La delgada pero curvada


elfa forestal ahora estaba embarazada de varios meses. Había dejado la
coraza y la armadura de cuero. Ahora llevaba un vestido de plata que no
podía ocultar del todo el nacimiento inminente.

Deberían haberlo imaginado por la rapidez con la que había crecido el


vientre, pero Rhonin se había empeñado en negarlo. Habían estado
casados sólo unos meses cuando ella había descubierto su condición.
Ambos estaban preocupados pues, ya que no sólo su matrimonio había
sido una rareza en los anales de la historia, sino que nadie había
registrado con éxito un nacimiento humano-elfo.

Y ahora no se esperaba un niño, sino dos.

— No creo que lo entiendas, Vereesa. ¡Gemelos! ¡Los gemelos de un


humano y una elfa!

Pero su rostro seguía muy radiante y con asombro.

— Los elfos rara vez dan a luz y muy, muy rara vez dan a luz a gemelos
mi amor. ¡Ellos estarán destinados a grandes cosas!

Rhonin no pudo ocultar su expresión agria.

— Lo sé. Eso es lo que me preocupa...

Él y Vereesa habían vivido a través de su propia parte, grandes cosas. Se


habían unido al azar para penetrar en el bastión orco, Grim Batol,
durante los últimos días de la guerra contra la Horda, donde habían
enfrentado no sólo a los orcos, sino a dragones, goblins, trolls, y mucho
más. Después, habían viajado de reino en reino, convirtiéndose en
embajadores, cuya misión era recordar a la Alianza la importancia de
El Pozo de la Eternidad

permanecer unida. Eso no había significado, sin embargo, que no habían


arriesgado sus vidas durante ese tiempo, ya que la paz que siguió a la
guerra había sido inestable.

Entonces, sin previo aviso, había llegado la Legión Ardiente.

En ese momento, lo que había comenzado como una sociedad de dos


agentes cautelosos, se había convertido en la unión de dos almas
dispares. En la guerra contra los demonios asesinos, el mago y la forestal
habían luchado tanto el uno por el otro, así como por sus tierras. Más de
una vez, habían pensado que el otro había muerto, y el dolor que habían
sentido les había resultado insoportable.

Tal vez el dolor de perder a su pareja parecía empeorar a causa de todos


sus otros seres queridos que ya habían perecido. Tanto Dalaran como
Quel'Thalas habían sido arrasados por el Azote, miles de masacrados por
las abominaciones en descomposición que servían bajo el mando del rey
Lich, quien a su vez servía a la causa de la Legión. Pueblos enteros
perecieron horriblemente y la cuestión se agravaba por el hecho de que
muchas de las víctimas pronto se levantaban de entre los muertos, ahora
formando parte de las filas en la Azote.

Lo poco que quedaba de la familia de Rhonin había muerto a principios


de la guerra. Su madre había muerto hace mucho tiempo, pero su padre,
su hermano y sus dos primos, habían sido asesinados en la caída de la
ciudad de Andorhal. Afortunadamente, los defensores en su
desesperación y ya sin esperanzas de rescate, habían puesto la ciudad en
llamas y así la Plaga no podría levantar los guerreros caídos en batalla.

No había visto a ninguno de ellos —ni siquiera a su padre— desde que


entró a las filas de la magia, pero Rhonin había descubierto un vacío en
su corazón cuando le llegó la noticia. El distanciamiento entre él y los
Richard A. Knaak

suyos —causado en gran parte debido a su vocación elegida— había


desaparecido en ese instante. Todo lo que le importó entonces fue que
se había convertido en el último de su familia. Estaba solo.

Solo hasta que se dio cuenta de que los sentimientos que había
desarrollado por la valiente elfa forestal a su lado fueron recíprocos.

Cuando la terrible lucha por fin había terminado, sólo había un camino
lógico para ambos. A pesar de las voces horrorizadas que se alzaron
entre la gente de Vereesa y los maestros de Rhonin, los dos habían
decidido nunca separarse de nuevo. Ellos habían sellado un pacto de
matrimonio y trataron de comenzar una vida tan normal como pareja,
como podría tenerse posiblemente en un mundo desgarrado.

Naturalmente, pensó el mago amargado: La paz para nosotros, no estaba


destinada a ser.

Vereesa se incorporó en la cama antes de que pudiera ayudarla. Aun así,


cerca de la hora de nacimiento, la elfa se movía con rapidez rematadora.
La elfa sujetó a Rhonin por los hombros.

— ¡Ustedes los magos! ¡Siempre ven el pesimismo! ¡Pensé que solo mi


propia gente era tan pesimista! ¡Mi amor, este será un nacimiento feliz,
una pareja de niños felices! ¡Nosotros lo haremos así!

Él sabía que ella tenía razón. Tampoco haría nada que arriesgue a los
pequeños. Cuando los dos se habían dado cuenta de su estado, dejaron
sus esfuerzos para ayudar a reconstruir la destrozada Alianza y se
instalaron en una de las regiones más pacíficas de Azeroth, lo
suficientemente cerca del Dalaran destrozado, pero no demasiado cerca.
Vivían en una casa modesta, pero no del todo humilde y la gente de la
ciudad cercana los respetaban.
El Pozo de la Eternidad

Su confianza y su esperanza aún le asombraban, teniendo en cuenta sus


propias pérdidas. Si Rhonin había sentido un agujero en su corazón
después de perder la familia que apenas había conocido, Vereesa
seguramente había sentido un enorme abismo dentro de ella.
Quel'thalas, más protegido y sin duda más seguro incluso que el Dalaran
gobernado y protegido por la magia, había sido completamente
devastado. Fortalezas elfas intactas durante siglos habían caído en
cuestión de días, su pueblo una vez orgulloso se había unido a la Plaga
tan fácilmente como los simples humanos. Entre estos últimos había
varios del propio clan de Vereesa... y unos cuantos de su misma familia.
De su abuelo había oído hablar de su desesperada batalla para matar el
macabro cadáver de su propio hijo, su tío. De él también había oído que
su hermano menor había sido destrozado por una turba hambrienta de
muertos vivientes dirigida por su propio hermano mayor, quien más
tarde había sido incendiado y destruido junto con el resto de la Plaga por
los defensores supervivientes.

¿Qué había pasado con sus padres? Hasta ahora nadie sabía, pero a ellos
también se los presumían muertos.

Y lo que Rhonin no le había dicho... y nunca podría atreverse a decirle...


era de los monstruosos rumores que había oído acerca una de las dos
hermanas de Vereesa, Sylvanas.

La otra hermana de Vereesa, la gran Alleria, había sido una heroína


durante la Segunda Guerra. Pero Sylvanas, aquella a quien la esposa de
Rhonin había tratado de emular toda su vida, había, como General de las
forestales, dirigido la batalla contra el traidor Arthas, príncipe de
Lordaeron. Quien una vez fue la esperanza de su tierra, ahora sirviente
de la Legión y el Azote, había devastado su propio reino, y luego llevado
la horda de muertos vivientes en contra de la capital de los elfos de
Richard A. Knaak

Lunargenta. Sylvanas había bloqueado su camino en cada momento y


por un tiempo, parecía que ella realmente lo derrotaría. Pero cuando los
muertos vivientes, las gárgolas siniestras y las abominaciones horribles
habían fracasado, la nigromancia oscura concedida por el noble traidor
había tenido éxito.

La versión oficial hablaba que Sylvanas murió valientemente mientras


impedía que los esbirros de Arthas asesinaran más gente en Silvermoon.
Los líderes de los elfos, incluso el abuelo de Vereesa, afirmaron que el
cuerpo de la General de las forestales se había quemado en el mismo
fuego que devastó la mitad de la capital. Ciertamente no habría quedado
rastro.

Pero mientras que la historia terminaba ahí para Vereesa, Rhonin, a


través de fuentes, tanto en el Kirin Tor como de Quel'Thalas, había
descubierto información de Sylvanas que lo dejó frío. Una forestal
sobreviviente convaleciente había balbuceado que su General había sido
capturada viva. Luego había sido horriblemente mutilada, y finalmente
asesinada por placer de Arthas. Por último, teniendo su cuerpo en el
templo oscuro que había levantado en su locura, el príncipe había
corrompido su alma y cuerpo, transformándola de elfa heroica en un
presagio del mal… un inquietante y lúgubre alma en pena que aún
supuestamente vagaba en las ruinas de Quel'thalas, una banshee.

Hasta ahora Rhonin no había podido verificar los rumores, pero estaba
seguro de que no tenían más que un grano de verdad. Rezó para que
Vereesa nunca escuchara la historia.

Tantas tragedias... No es de extrañar que Rhonin no pudiera sacudir la


incertidumbre a la hora de su nueva familia.

Suspiró.
El Pozo de la Eternidad

— Tal vez cuando nazcan, voy a estar mejor. Probablemente sólo sea
nerviosismo.
— Cuál debía ser el signo de un padre responsable. —Vereesa regresó a
la cama.
— Además, no estamos solos en esto. Jalia ayuda mucho.

Jalia era una mujer mayor con mucha experiencia, que había dado a luz
a seis niños y fue matrona varias veces. Rhonin había estado seguro de
que la humanoa podría ser recelosa al tratar a una elfa –sin contar una
elfa con un hechicero humano de marido—, pero Jalia había echado un
vistazo a Vereesa y su instinto maternal se había hecho cargo. Incluso
aunque Rhonin le pagó bien por su tiempo, sinceramente pensaba que la
mujer del pueblo lo habría hecho voluntariamente, en cualquier caso, ya
que se había encariñado mucho con su esposa.

— Supongo que tienes razón. —Comenzó—. Acabo de estar… —Una


voz... una voz muy familiar... de repente llenó su cabeza. Una voz que no
podía traer buenas noticias.
— Rhonin... necesito de tu ayuda.
— ¿Krasus? — Exclamó el mago.

Vereesa se sentó, con todo su buen ánimo evaporado dijo:

— ¿Krasus? ¿Qué pasa con él?

Ambos conocían al maestro hechicero, miembro del Kirin Tor. Krasus


había sido el instrumental para unirlos. También había sido el único que
no les había dicho toda la verdad sobre los asuntos de la época, sobre
todo en lo que le concernía a él mismo.
Richard A. Knaak

Sólo a través de circunstancias terribles fue que habían descubierto que


el era el dragón Korialstrasz.

— Es... es Krasus. — Fue todo lo que Rhonin podía decir en ese momento.
— Rhonin... Necesito la ayuda de ambos...
— ¡No voy a ayudarte! —Respondió el mago al instante—. ¡Ya he hecho
mi parte! Sabes que no puedo dejarla ahora...
— ¿Qué quiere? —Exigió Vereesa. Al igual que el mago, ella sabía que
Krasus sólo se pondría en contacto con ellos si había surgido algún
terrible problema.
— ¡No importa! ¡Tendrá que encontrar a alguien más!
— Antes de que me rechaces, te voy a enseñar... —la voz declaró—.
Déjame que se los muestre a ambos...

Antes que Rhonin pudiera protestar, imágenes llenaron su cabeza.


Revivió el asombro de Krasus al ser contactado por el Señor del Tiempo,
experimentó la descarga del dragón mago cuando la desesperación de la
imagen se hizo evidente. Krasus enseñó todo lo que vio, el hechicero y su
esposa ahora lo compartían también.

Por último, Krasus los abrumó con una imagen de un lugar que creía era
la fuente de la incomodidad de Nozdormu, una helada y prohibida
cadena de montañas afiladas en Kalimdor.

La visión entera duró sólo unos segundos, pero dejó a Rhonin agotado.
Oyó un grito de la cama.

Volviendo, el hechicero encontró a Vereesa dejándose caer sobre las


almohadas.

Se dirigió hacia ella, pero ella hizo un gesto para que el hiciera caso omiso
a la incumbencia.
El Pozo de la Eternidad

— ¡Estoy bien! Simplemente... sin aliento. Dame un momento...

Por ella, Rhonin daría la eternidad, pero por otro no tenía ni un segundo
de conceder. Por medio de la invocación de la imagen de Krasus en la
cabeza, el hechicero respondió:

— ¡Lleva tus misiones a otra persona! ¡Mis días de eso han acabado!
¡Tengo cosas mucho más importantes en juego!

Krasus no le dijo nada a Rhonin y se preguntó si su respuesta había


enviado a su antiguo compañero en busca de otro peón. Él Respetaba a
Krasus, incluso le caía bien, pero en este momento para Rhonin el dragón
ya no existía. Sólo su familia le preocupaba ahora.

Pero para su sorpresa, la que esperaba que estuviera más a su lado en


vez de eso de pronto murmuró:

— Vas a tener que ir de inmediato, por supuesto.

Se quedó mirando a Vereesa.

— ¡Yo no voy a ninguna parte!

Ella se enderezó de nuevo.

— Pero es necesario hacerlo. Ya viste lo que yo vi. ¡Él no te convoca para


una tarea cualquiera! Krasus está muy preocupado... y lo que más me
preocupa es que le está asustando.
— Pero no puedo dejarte ahora. —Rhonin cayó de rodillas a su lado—.
¡No te dejaré, ni a ellos!
Richard A. Knaak

Un indicio de su pasado de forestal se extendió por el rostro de Vereesa.


Entrecerrando los ojos amenazadoramente contra la fuerza misteriosa
que los obligaba a separarse, ella respondió:

— ¡Y lo último que yo desearía sería empujarte al peligro! Yo no deseo


sacrificar al padre de mis hijos, ¡Pero lo que hemos visto son indicios de
una terrible amenaza para el mundo en el que ellos nacerán! Por esa sola
razón, tiene sentido ir. Si yo no estuviera en esta condición, estaría junto
a tu lado, sabes eso.
— Por supuesto que sí.
— ¡Me digo a mi misma que, Krasus es fuerte! ¡Incluso más fuerte aun
que Korialstrasz! Digo que te dejo ir sólo porque tú y él estarán juntos y
a salvo. Sabes que él no te lo pediría si supiera que no puedes.

Eso era verdad. Los dragones respetaban algunas criaturas mortales.


Que Krasus en cualquiera de las formas apareciera ante él en busca de
ayuda fue muy importante... y como un aliado del dragón, Rhonin
estarían mejor protegido que nadie.

¿Qué podría salir mal?

Derrotado, Rhonin asintió.

— Muy bien. Voy a ir. ¿Puedes manejar los asuntos hasta que llegue Jalia?
— Con mi arco, he disparado a orcos y muertos en un centenar de
metros. He luchado contra los trolls, demonios, y más. Casi he viajado a
lo largo y ancho de Azeroth... Sí mi amor, creo que puedo manejar la
situación hasta que llegue Jalia.

Se inclinó y la besó.
El Pozo de la Eternidad

— Entonces será mejor dejarte, Krasus debe saber que estoy yendo.
Sobre todo, para un dragón, que es un tanto impaciente.
— Él ha tomado el peso del mundo sobre tus hombros, Rhonin.

Eso no dejó al hechicero muy contento. Un dragón sin edad era mucho
más capaz de hacer frente a las crisis terribles que un simple hechicero
mortal a punto de ser padre.

Una imagen del dragón mago se apareció, Rhonin se acercó a su antiguo


mentor.

— De acuerdo, Krasus. Yo te ayudaré. ¿Dónde debemos encontrar…?

La oscuridad envolvió al hechicero. A lo lejos, oyó la voz débil de Vereesa


llamando por su nombre. Una sensación de vértigo amenazó a Rhonin.

Sus botas resonaron de pronto en la dura roca. Cada hueso de su cuerpo


se estremeció por el impacto y apenas pudo a mantenerse en sus piernas
evitando que se les aflojaran.

Rhonin estaba en una cueva de enorme con claridad excavada por algo
más que simplemente los caprichos de la naturaleza. El techo era casi un
óvalo perfecto, y las paredes habían sido alisadas a fuego. Una
iluminación tenue sin fuente discernible le permitió ver la solitaria
figura con túnica que le esperaba en el centro.

— Así que... —Rhonin dijo—. Supongo que nos encontraremos aquí.

Krasus extendía una larga mano enguantada señalando hacia la


izquierda.
Richard A. Knaak

— Hay un paquete que contiene las raciones y agua para ti. Tómalo y
sígueme.
— Apenas tuve la oportunidad de decir adiós a mi esposa... gruñó Rhonin
mientras recogía el paquete de cuero grande y lo ataba sobre sus
hombros.
— Lo siento mucho. — le respondió el dragón mago, caminando ya por
delante—. He tomado medidas para velar por ella y que no necesite
ayuda. Ella va a estar bien, mientras nosotros nos vayamos.

Escuchar a Krasus por tan sólo unos segundos le recordó a Rhonin la


frecuencia con que la antigua figura hacia suposiciones sobre él sin
siquiera esperar las decisiones del joven mago. Krasus ya había tomado
el asunto del acuerdo de Rhonin como resuelto.

Siguió a la alta y estrecha figura hasta la boca de la gran cueva. Krasus


había trasladado su guarida después de la guerra con los orcos y no era
la que Rhonin había conocido, pero exactamente donde se había
trasladado era otra cuestión. Ahora el humano vio que la caverna daba a
un conjunto familiar de montaña, y no del todo tan lejos de su propia
casa. A diferencia de sus contrapartes en Kalimdor, estas montañas
tenían una belleza majestuosa, no una sensación de temor.

— Somos casi vecinos. —comentó secamente.

— Una coincidencia, pero eso hizo posible tenerte aquí, si te hubiera


traído desde la guarida de mi reina, el conjuro hubiese sido más agotador
y tengo la intención de retener todas mis fuerzas.

El tono con que hablaba drenaba a Rhonin toda animosidad. Nunca había
oído esa preocupación de Krasus.
El Pozo de la Eternidad

— Me hablaste de Nozdormu, el Aspecto del Tiempo. ¿Has logrado


ponerte en contacto con él de nuevo?
— No... Y es por eso que debemos tomar todas las precauciones posibles.
De hecho, no hay que usar la magia para transportarnos a la ubicación.
Vamos a tener que volar.
— Pero si no usamos la magia, ¿Cómo podemos volar?

Krasus abrió los brazos... y mientras lo hacía, se transformaban,


convirtiéndose en escamas y garras. Su cuerpo se hizo más ancho y
creció rápidamente, formando alas de cuero. El estrecho rostro de
Krasus estirado, se retorció, convirtiéndose en reptil.

— Por supuesto. —murmuró Rhonin—. Qué tonto soy.

Korialstrasz, el dragón, miró hacia abajo a su pequeño compañero.

— Sube, Rhonin. Tenemos que apurarnos.

El mago obedeció de mala gana, e intento recordar de tiempos pasados


la mejor forma de sentarse. Deslizó sus pies debajo de las escamas
carmesí, a continuación, se agazapó tras el serpentino cuello del dragón.
Sus dedos se aferraron a otra escala. Aunque Rhonin entendía que
Korialstrasz haría todo lo posible para impedir que su carga se resbale,
el humano no quería correr el riesgo. Uno nunca sabía lo que incluso un
dragón podría encontrar en el cielo.

Las grandes alas reticuladas se agitaron una vez, dos veces, y de repente
levantaron al dragón y su jinete en el cielo. Con cada latido, la distancia
se acortaba. Korialstrasz voló sin esfuerzo a lo largo del cielo, y Rhonin
podía sentir la sangre de la raza gigante. A pesar de que pasó gran parte
de su tiempo en la forma de Krasus, el dragón se sintió como en casa en
el aire.
Richard A. Knaak

El aire frío asaltó la cabeza de Rhonin, por lo que el hechicero deseó que
al menos hubiese tenido la oportunidad de ponerse su túnica y la capa
de viaje… Y de repente apareció, ahora tenía una capucha.

Mirando hacia abajo, Rhonin encontró que efectivamente, llevaba el


oscuro manto de viaje azul y una túnica sobre la camisa y los pantalones.
Sin siquiera decir una palabra, su compañero había transformado su
ropa en algo más adecuado.

Con la capucha echada sobre su cabeza, Rhonin contemplaba lo que le


esperaba. ¿Qué podría angustiar tanto al Señor del Tiempo? La amenaza
sonaba un tanto inmediata y catastrófica... y seguramente mucho más de
lo que un mago mortal podía manejar.

Sin embargo, Korialstrasz había recurrido a él...

Rhonin esperaba demostrar que era capaz, no sólo por el bien del
dragón... sino también por las vidas de la creciente familia del hechicero.

*******

Por imposible que pareciera, en algún lugar del trayecto, Rhonin se


quedó dormido. A pesar de eso, aun así, no se cayó de su asiento a una
muerte segura. Korialstrasz sin duda tuvo algo que ver con eso, a pesar
de todas las apariencias, el dragón parecía estar volando
despreocupadamente.

El sol casi se había puesto. Rhonin estaba a punto de preguntarle a su


compañero si tenía la intención de volar a través de la noche, cuando
Korialstrasz comenzó a descender. Mirando hacia abajo, el hechicero en
primera avistó sólo agua, sin duda el Mare Magnum. No recordaba que
El Pozo de la Eternidad

los dragones rojos fueran muy acuáticos. ¿Korialstrasz tendría la


intención de aterrizar como un pato en el agua?

Un momento después, su pregunta fue respondida cuando una roca


siniestra apareciendo en la distancia. No... No era una roca, pero si una
isla casi totalmente desprovista de vegetación.

Un sentimiento de temor se apoderó de Rhonin, que había sentido antes


al cruzar el mar hacia la tierra de Khaz Modan. Entonces había estado
con los enanos jinetes de grifos y la isla que habían sobrevolado era Tol
Barad, un lugar maldito invadido desde el principio por los orcos. Los
habitantes de la isla habían sido sacrificados, su hogar devastado, y los
sentidos del mago altamente sintonizados habían sentido sus espíritus
clamando por venganza.

Ahora experimentó de nuevo el mismo tipo de terribles gritos


lastimeros.

Rhonin gritó al dragón, pero o el viento barrió con su voz o Korialstrasz


optó por no oírle. Las alas de cuero se ajustaron, lo que frenó su descenso
a un suave planeo.

Ellos se detuvieron sobre un promontorio desde que se dominaba una


serie de sombrías estructuras en ruinas. Demasiado pequeña para una
ciudad, suponían que había sido alguna vez una fortaleza o quizás una
finca amurallada. En cualquier caso, los edificios proyectaban una
imagen siniestra que sólo reforzó las preocupaciones del hechicero.

— ¿Cuándo volveremos a emprender el camino? le preguntó a


Korialstrasz, todavía con la esperanza de que el dragón sólo aterrizara
para descansar un momento antes de continuar a Kalimdor.
Richard A. Knaak

— No hasta el amanecer. Tenemos que pasar cerca de la Vorágine para


llegar a Kalimdor, y vamos a necesitar nuestro ingenio completo y
nuestra fuerza para eso. Esta es la única isla que he visto en mucho
tiempo.
— ¿Cómo se llama?
— Desconozco eso.

Korialstrasz se estableció, permitiendo a Rhonin desmontar. El


hechicero se acercó lo suficientemente para echar un último vistazo a las
ruinas antes de que la oscuridad las envolviera.

— Algo trágico sucedió aquí. —comentó Korialstrasz de repente.


— ¿Lo sientes también? —Pregunto el hechicero.
— Sí... pero es algo que no puedo decir. Sin embargo, deberíamos estar
seguros aquí pues no tengo ninguna intención de transformarme.

Rhonin se consoló un poco, pero aun así decidió permanecer lo más


cerca al dragón como sea posible. A pesar de su reputación de temerario,
el hechicero no era tonto. Nada podría seducirlo para ir hacia abajo en
las ruinas.

Su compañero gigantesco se fue casi de inmediato a dormir, dejando solo


a Rhonin contemplando el cielo de la noche. La imagen de Vereesa llenó
sus pensamientos. Los gemelos llegarían pronto y esperaba no perderse
su llegada debido a este viaje. El nacimiento era en sí mismo una magia,
una que Rhonin nunca lograría dominar.

Pensar en su familia alivió las tensiones del mago y antes de darse


cuenta, se sumió en el sueño. Allí, Vereesa y los gemelos, aún sin nacer,
continuaron haciéndole una compañía amorosa a pesar de que los niños
aún no se definían como hombre o mujer.
El Pozo de la Eternidad

Vereesa se desvaneció en un segundo plano, dejando a Rhonin con los


gemelos. Ellos lo llamaron, le rogaron para llegar a ellos. En su sueño,
Rhonin empezó a correr en un campo y los niños cada vez más distantes
en el horizonte. Lo que comenzó como un juego se convirtió en una
cacería. Las llamadas anteriormente felices se volvieron temerosas.

Los hijos de Rhonin lo necesitaban, pero primero tenía que


encontrarlos... y rápidamente.

— ¡Papá! ¡Papa! —Vino la voz.


— ¿Dónde están? ¿Dónde están? —El mago abrió paso entre una maraña
de ramas que sólo parecía enredarse más cuando empujaba. Por fin se
rompieron, sólo para descubrir un castillo imponente.

Y desde arriba, los niños volvieron a llamarlo. Vio sus formas distantes
llegar a él. Rhonin lanzó un hechizo para hacer que se levante en el aire,
pero mientras lo hacía, el castillo creció hasta igualar sus esfuerzos.
Frustrado, se obligó a volar más rápido.

— ¡Papá! ¡Papa! —Llamaban las voces, ahora un poco distorsionadas por


el viento.

Por fin se acercó a la ventana de la torre, donde los dos esperaban. Sus
brazos se extendieron, tratando de reducir la distancia entre Rhonin y
ellos. Sus dedos llegaron a los pocos escasos centímetros de los suyos...
Y de repente, una forma enorme silueta embistió el castillo, lo sacudió
hasta los cimientos y envío a Rhonin y sus dos hijos contra el suelo.
Rhonin trató desesperadamente de salvarlos, pero una mano curtida
monstruosa lo cogió y lo apartó.

— ¡Despierta! ¡Despierta!
Richard A. Knaak

La cabeza del mago retumbaba. Todo a su alrededor comenzó a dar


vueltas. Se soltó de la mano y una vez más cayó al vacío.

— ¡Rhonin! ¡Donde quiera que estés! ¡Despierta!


Debajo de él, dos formas oscuras se apresuraron a atraparlo... sus hijos
ahora tratando de salvar su vida. Rhonin sonrió a la pareja y le
devolvieron la sonrisa.

Le devolvieron la sonrisa con dientes afilados y crueles.

Y justo a tiempo, Rhonin se despertó.

En lugar de caer, se tumbó de espaldas. Las estrellas del cielo que lo


rodeaban ahora eran el techo de las ruinas de un edificio. El olor a
humedad y a decadencia asaltó sus fosas nasales y un silbido terrible
acosó sus oídos.

Levantó la cabeza y miró con cara de haber tenido una pesadilla.


Si alguien hubiera tomado un cráneo humano, lo sumergido en cera
fundida y hubiera dejado fluir esa cera, aquello se habría acercado a
describir la visión desgarradora a la que Rhonin se enfrentó. Si añadía a
aquello una boca llena de dientes afilados con agujas y unos orbes rojos
sin vida que miraban hambrientos al mago, el cuadro de horror infernal
quedaba completo.

Avanzaba hacia él con piernas demasiado largas y extendió unos brazos


huesudos que terminaban en tres dedos largos curvos que se clavaron
en la ya maltrecha piedra. Sobre su macabra forma vestía lo que alguna
vez fue fueron una lujosa casaca y pantalones. Era tan delgado que a
principio Rhonin creyó que no tenía carne en absoluto, pero luego se dio
cuenta de que una capa casi transparente de piel cubría las costillas y
otras áreas visibles.
El Pozo de la Eternidad

El hechicero se paró de nuevo pero el monstruo lo agarró de su pie. La


boca incrustada de babas se abrió, pero en lugar de un chillido o un
alarido, salió una voz infantil.

— ¡Papá!

La misma voz que en el sueño de Rhonin.

Se estremeció al oír el ruido que venía del necrófago, pero al mismo


tiempo el grito envió un impulso a través de él. Una vez más se sentía
como si sus propios hijos lo llamaban, algo imposible.

Un rugido estremecedor pronto llenó el edificio en ruinas y desecho


cualquier tentación de lanzarse a las garras mortales del demonio.
Rhonin señaló a la criatura, murmurando.

Un anillo de fuego estalló a su alrededor. Ahora el monstruo pálido chilló.


Se subió hasta sus extremidades desgarbadas, tratando de pasar por
encima de las llamas.

— ¡Rhonin! —Korialstrasz gritó desde afuera—. ¿Dónde estás?


— ¡Aquí! ¡Aquí! ¡En un lugar sin techo ahora!

Mientras el mago respondía, la criatura demacrada de un salto paso a


través del fuego.

Las llamas cubrían su cuerpo en media docena de lugares, abrió sus


fauces mucho más de lo que debería haber sido posible, lo
suficientemente amplia para abarcar la cabeza de Rhonin.
Richard A. Knaak

Antes de que el mago pudiera lanzar otro hechizo, una enorme sombra
borró las estrellas y una gran pata cogió a la bestia horrible. Con otro
grito, el horror todavía ardiente voló por la habitación, chocando contra
una pared con tal fuerza que las piedras se derrumbaron a su alrededor.

Un aliento de fuego del dragón terminó el hechizo que Rhonin había


comenzado.

El hedor casi había abrumado al hechicero. Sosteniendo una manga


sobre la nariz y la boca, vio como Korialstrasz aterrizaba.

— ¿Qué… qué era esa cosa? —Rhonin logró decir con voz entrecortada.
Incluso en la oscuridad, podía sentir el disgusto del Dragón—. Creo...
creo que una vez vivió en esta casa.

Rhonin miró la silueta carbonizada.

— ¿Esto alguna vez fue humano? ¿Cómo puede ser posible?


— Ya has visto los horrores desatados por el Azote durante la lucha
contra la Legión Ardiente. No tienes que preguntar.
— ¿Esto fue obra de la legión ardiente?

Korialstrasz exhaló. Estaba claro que estuvo tan perturbado como


Rhonin por este encuentro.

— No... Esto es mucho mayor... y aún más nefasto que un acto que el rey
Lich haya perpetrado.

— Kras… Korialstrasz, ¡Eso entró en mis sueños! ¡Los Manipulaba!


— Sí, los otros trataron de hacer lo mismo conmigo.
El Pozo de la Eternidad

— ¿Otros? —Rhonin miró a su alrededor, otro hechizo ya estaba


formado en sus labios. Estaba seguro de que en las ruinas abundaban
estos monstruos.
— Estamos a salvo... por ahora. Muchos son ahora menos de lo que quedó
este reciente necrófago, y el resto se dispersa en cada grieta y brecha de
estas ruinas. Creo que hay catacumbas debajo y que duermen allí cuando
no cazan a sus víctimas.
— No podemos quedarnos aquí.
— No. asintió el dragón. —No podemos. Debemos continuar nuestro
camino hacia Kalimdor.

Se dejó caer de manera que Rhonin pudiera subir a bordo, entonces


inmediatamente batió sus alas. Y juntos se elevaron en el cielo oscuro.

— Cuando hayamos tenido éxito con nuestra misión, volveré aquí y


pondré fin a esta abominación. —Declaró Korialstrasz. En un tono más
suave, añadió—: Ya hay demasiadas abominaciones en este mundo.

Rhonin no le respondió, en lugar de eso tomó una última mirada hacia


abajo. Podría haber sido un truco de los ojos, pero pensó que había visto
más de los necrófagos ahora que el dragón se había ido. De hecho,
parecía que se reunieron por docenas, todos ellos mirando con ansias...
al hechicero.

Rhonin apartó la mirada, realmente feliz de estar viajando hacia


Kalimdor. Sin duda, después de una noche como esta, lo que aguardaba
a la pareja no podía ser peor.

Seguramente...
Richard A. Knaak

CAPÍTULO TRES
Korialstrasz llegó a las costas de Kalimdor al final del día. Rhonin y él se
detuvieron sólo para comer —el dragón se alimento fuera de la vista del
mago— y luego partieron de nuevo a la gran cadena montañosa que
cubría la mayor parte de las regiones occidentales de aquella tierra.
Korialstrasz voló con más urgencia a medida que se acercaban a su
objetivo. No le había dicho a Rhonin que de vez en cuando trató de
ponerse en contacto con Nozdormu... intentaba, pero solo fracasó.
Pronto, sin embargo, no importaría, porque ellos sabrían de primera
mano lo que había afligido tanto al aspecto del tiempo.

— ¡El pico! —Gritó Rhonin. A pesar de que había dormido de nuevo, casi
no se sentía descansado. Las pesadillas sobre la isla siniestra habían
perseguido sus sueños—. ¡Reconozco aquel pico!

El dragón asintió. Era el último punto de referencia antes de su destino.


Vio lo mismo al igual que su jinete, sintió la maldad en el tejido mismo
de la realidad... y eso significaba que algo terrible en verdad los esperaba.
El Pozo de la Eternidad

A pesar de la seguridad, el dragón sólo aceleró el paso. No había otra


opción frente a lo que tenían por delante, y los únicos que podía
detenerlo eran él y la pequeña figura humana que llevaba arriba suyo.

*******

Pero mientras que los agudos ojos del humano y el dragón habían visto
a su destino, no se daban cuenta de que otros ojos los habían avistado a
ellos.

— Un dragón rojo... —se quejó el primer orco—. Un dragón rojo con un


jinete...
— ¿Uno de los nuestros, Brox? —preguntó el segundo—. ¿Otro orco?

Brox resopló ante su compañero. El otro orco era joven, demasiado joven
para haber sido de mucha utilidad en la guerra contra la Legión, y
ciertamente no sabía darse cuenta de cuando eran orcos, o humanos, que
cabalgaban tales bestias. Gaskal sólo conocía las historias, las leyendas.

— ¡Gaskal, idiota, la única manera en que un dragón pueda llevar un orco


en estos días seria en su vientre!

Gaskal se encogió de hombros, indiferente. Él tenía todo el orgullo orco


guerrero, alto y musculoso, con una áspera piel verdosa y dos colmillos
de buen tamaño hacia arriba de su ancha mandíbula inferior. Tenía la
nariz chata y gruesa, la poblada ceja de un orco y una melena de cabello
oscuro se arrastraba entre los hombros. En una mano carnosa Gaskal
llevaba una enorme hacha de guerra, mientras que con la otra aferraba
la correa de su mochila de piel de cabra. Como Brox, estaba vestido con
una capa gruesa de piel bajo el cual llevaba un kilt de cuero y sandalias
envueltas en tela para conservar el calor. Eran una raza robusta, los
Richard A. Knaak

orcos podían sobrevivir cualquier ambiente, pero en las montañas aún


requerían de más calor.

Brox, también era un valiente guerrero, pero el tiempo lo había golpeado


como ningún otro enemigo podría. Era varios centímetros más abajo que
Gaskal, en parte debido a su leve encorvamiento. La melena del veterano
guerrero se había reducido y empezaba a encanecer. Las cicatrices y las
líneas de edad habían devastado su ancho rostro, a diferencia de su joven
compañero, la expresión de la constante expresión de vivacidad había
dado paso a la reflexiva desconfianza y al cansancio.

Brox Levantó su gastado martillo de guerra y siguió avanzando por la


nieve profunda y dijo:

— Se dirigen hacia el mismo lugar que nosotros.


— ¿Cómo sabes eso?
— ¿Dónde más podrían ir estando aquí?

Al no encontrar argumentos, Gaskal se calmó, dando a Brox la


oportunidad de pensar en la razón por la que habrían enviado a ambos
a este lugar desolado.

No había estado allí cuando el viejo chamán había llegado a Thrall en


busca de una audiencia inmediata, pero había oído hablar los detalles.
Naturalmente, Thrall había aceptado, pues en gran medida seguía las
viejas costumbres y consideró a Kalthar un consejero sabio. Si Kalthar
necesitaba verlo de inmediato, sólo podía ser por una muy buena razón.
O una muy mala...

*******
El Pozo de la Eternidad

Con la ayuda de dos de los guardias de Thrall, Kalthar entró y tomó


asiento ante el imponente Jefe de Guerra. Por respeto a los ancestros,
Thrall se sentó en el suelo, permitiendo a los ojos de ambos estar al
mismo nivel. Al otro lado de las piernas dobladas de Thrall estaba el
enorme martillo de Orgrim Doomhammer, la pesadilla de los enemigos
de la Horda durante generaciones.

El nuevo Jefe de Guerra de los orcos era ancho de hombros, musculoso y


por supuesto, relativamente joven. Sin embargo, nadie dudaba de la
capacidad de Thrall para gobernar. Había liberado a los orcos de los
campos de concentración y les había devuelto su honor y orgullo. Él
había hecho el pacto con los humanos que llevaron la posibilidad de la
Horda de comenzar una nueva vida. Su gente ya cantaba canciones en su
honor que pasarían de generación en generación.

Vestido con una gruesa armadura de placas de ébano grabadas en


bronce —junto con la enorme arma de su antecesor, el legendario
Orgrim Doomhammer— el más grande de los guerreros inclinó su
cabeza y pidió humildemente:

— ¿Cómo puedo ayudarte, a ti que me honras con tu presencia, gran


chamán?
— Sólo en escuchar —devolvió Kalthar—. Y escuchar atentamente.

El Jefe de Guerra apretó fuerte la mandíbula y se inclinó hacia delante,


sus sorprendentes y tan raros ojos azules —considerados un presagio de
destino por su pueblo— se entrecerraron y se puso a escuchar
atentamente. En su viaje de esclavo y gladiador, Thrall había estudiado
el camino del chamanismo en incluso había llegado a dominar algunas
habilidades. Él más que nadie entendió que cuando Kalthar habló así, lo
hizo por una buena razón.
Richard A. Knaak

Y así, el chamán le dijo a Thrall de la visión del remolino y cómo el tiempo


parecía un juguete del mismo. Él le dijo lo de las voces y sus advertencias,
le habló de la maldad que había sentido.

Le dijo a Thrall lo que temía que ocurriría si la situación se quedaba sin


resolver.

Cuando Kalthar había terminado, el Jefe de Guerra se echó hacia atrás.


Alrededor de su cuello llevaba una medalla, en la que había sido inscrita
en oro un hacha y un martillo. Sus ojos revelaban el rápido ingenio e
inteligencia que lo marcó como un líder capaz. Cuando se levantó, no lo
hizo como un orco de fuerza brutal, sino con gracia y equilibrio más
parecido a un humano o un elfo.

— Esto huele a magia —gruñó—. Una gran magia. Algo para los magos...
tal vez.
— Ellos deben saberlo ya. —Respondió Kalthar.
— Pero no podemos darnos el lujo de esperar a que ellos hagan el
trabajo, gran Jefe de Guerra.

Thrall entendió.

— ¿Crees que tendría que enviar alguien a ese lugar para que explore?
— Parece lo más prudente. Por lo menos para que podamos saber a lo
que nos enfrentamos.

El Jefe de Guerra se frotó la barbilla.

— Creo que sé quién. Un buen guerrero. —Miró a los guardias—. ¡Brox!


¡Traigan a Brox!
El Pozo de la Eternidad

Y así Brox había sido convocado y le dijeron su misión. Thrall respetaba


altamente a Brox, porque el viejo guerrero había sido un héroe de la
última guerra, el único superviviente de un grupo de valientes
combatientes que sostenían un paso crítico contra los demonios. Brox su
martillo de guerra, había hundido el cráneo de más de una docena de
demonios de la Legión Ardiente. Su último compañero había muerto
partido en dos al igual que los refuerzos que habían llegado para salvar
el día. Cicatrizado, cubierto de sangre y de pie solo en medio de la
matanza, Brox había aparecido ante los recién llegados, como la visión
de los viejos cuentos de su raza. Su nombre llegó a ser casi tan honrado
como el de Thrall.

Pero era algo más que el nombre del veterano lo que suscitaba el respeto
del Jefe de Guerra Thrall. Sabía que Brox era como él, un guerrero que
luchaba con la cabeza y el brazo. El líder orco no podía enviar un ejército
a las montañas. Tenía que confiar en la búsqueda a uno o dos luchadores
expertos que luego pudieran regresar y reportar sus hallazgos ante él.

Gaskal fue elegido para acompañar Brox por su agilidad y absoluta


obediencia a las órdenes. El joven orco era parte de la nueva generación
que crecía en relativa paz con las otras razas. Brox se alegró de tener a
su lado al capaz guerrero.

El chamán le había descrito perfectamente la ruta a través de las


montañas que la pareja se fue mucho antes de la hora prevista.

Según los cálculos de Brox, su objetivo se encontraba justo después de la


siguiente cresta... exactamente donde el dragón y jinete habían
desaparecido.
Richard A. Knaak

Brox mantuvo fuertemente apretado su martillo. Los orcos habían


acordado la paz, pero él y Gaskal lucharían si sea necesario, incluso si eso
significaba su muerte segura.

El viejo guerrero forzó una sombría sonrisa que casi se dibujó en su cara
en su último pensamiento. Sí, estaría dispuesto a luchar hasta la muerte.
Lo que Thrall no sabía cuándo convocó al héroe de guerra es que Brox
sufría de una culpa terrible. La culpa le había comido su alma desde aquel
día en el paso

Ese día todos sus compañeros murieron, todos menos Brox, y no podía
entender eso. Se sentía culpable por estar vivo, por no morir
valientemente con sus camaradas. Para él, estar con vida era una
cuestión de vergüenza, de que no dio su todo en lo que había hecho.
Desde entonces, él había esperado y esperado alguna oportunidad de
redimirse. Redimirse a sí mismo... y morir.

Ahora tal vez, el destino le había concedido eso.

— ¡Muévete! —Ordenó a Gaskal—. Podemos llegar con ellos antes de


que se establezcan

Ahora él se permitió una amplia sonrisa, que su compañero podría leer


con el típico entusiasmo orco. — Y si nos dan algún problema... ¡Vamos a
hacerles pensar que toda la Horda está en cólera de nuevo!

*******

Si creían que la isla sobre la que habían aterrizado parecía ser el lugar
más terrible, el paso de la montaña en la que ahora descendieron
simplemente hizo pensar lo contrario. Esa fue la mejor palabra que
Rhonin podría utilizar para describir las sensaciones que fluían a través
El Pozo de la Eternidad

de él. Lo que sea que buscaban... no debería estar. Era como si el tejido
mismo de la realidad hubiera hecho un terrible error...

La intensidad de la sensación era tal que el hechicero, que se había


enfrentado a cada pesadilla imaginable, sintió deseos de decirle al
dragón que diera la vuelta. No dijo nada, sin embargo, recordando que
ya había puesto en manifiesto sus dudas sobre la isla, Korialstrasz ya
podría lamentar su convocación.

El dragón carmesí arqueó sus alas mientras se dejaba caer en la distancia


final. Sus enormes patas se hundieron en la nieve, buscando un sitio
estable donde posarse.

Rhonin agarró el cuello del dragón con fuerza. Sentía cada vibración y
esperaba que su agarre durara. Su bolso rebotó contra su espalda,
golpeando.

Por fin Korialstrasz se detuvo. El rostro de reptil giró en dirección al


mago.

— ¿Estás bien?
— ¡Si, bien… tan bien como podría estar! —Jadeó Rhonin. Él había hecho
vuelos en dragón antes, pero no por tanto tiempo.

O Korialstrasz sabía que su acompañante estaba todavía cansado o que


él mismo también necesitaba descansar después de un viaje tan
monumental.

— Vamos a permanecer aquí por un par de horas. Recuperemos nuestras


fuerzas. Tengo la sensación de que no han cambiado las emanaciones
que siento. Debemos darnos un tiempo para recuperarnos. Sería la
opción más sabia.
Richard A. Knaak

— No voy a discutir eso contigo. —Contestó Rhonin, deslizándose.

El viento soplaba con dureza por las montañas y los picos altos dejaban
mucha sombra, pero con la ayuda de un poco de magia, el mago logró
mantenerse lo suficientemente caliente. Mientras trataba de estirar las
extremidades de su cuerpo, Korialstrasz pasó a lo largo, explorando la
zona. El dragón se desvaneció un poco más adelante con el camino curvo.

La capucha cubría aun la cabeza de Rhonin cuando dormitaba. Esta vez,


sus pensamientos se llenaron de buenas imágenes... verdaderas
imágenes de Vereesa y el próximo nacimiento. El mago sonrió, pensando
en su regreso.

Se despertó con el sonido de alguien q se aproximaba. Para sorpresa de


Rhonin, no era el dragón Korialstrasz quien volvía vuelto, sino más bien
era un encapuchado, la figura con túnica de Krasus.

En respuesta a la sorpresa de los ojos del humano, el dragón mago


explicó:

— Hay varias zonas inestables cerca. Esta forma es menos probable que
cause un colapso. Siempre me puedo transformar de nuevo en caso de
necesidad.
— ¿Encontraste algo?

La cara no tan elfa frunció el ceño.

— Siento el aspecto del tiempo. Él está aquí y sin embargo no lo veo.


Estoy preocupado por eso.
— Deberíamos empezar…
El Pozo de la Eternidad

Pero antes de que pudiera terminar Rhonin, un aullido terrible resonó


con dureza afuera de la cueva de la montaña. El sonido puso todos los
nervios del hechicero al borde. Incluso Krasus parecía perturbado.

— ¿Qué fue eso? —Preguntó Rhonin.


— No lo sé. —El dragón mago se irguió—. Tenemos que seguir adelante.
Nuestro objetivo no está muy lejos.
— ¿No vamos a volar?
— Tengo la sensación de que lo que buscamos está dentro de un estrecho
paso entre las próximas montañas. Un dragón no encajaría, pero dos
viajeros sí.

Con Krasus adelante, la pareja se dirigió al noreste. El compañero de


Rhonin parecía no molestarse por el frío, aunque el humano tenía que
mejorar el hechizo protector sobre su ropa. Incluso entonces, sintió el
frío del lugar sobre su rostro y sus dedos.

En poco tiempo, se encontraron con el comienzo del camino que Krasus


había mencionado. Rhonin vio entonces lo que el otro quería decir. El
pasaje era poco más que un pasillo estrecho. Media docena de hombres
podían caminar de lado a lado a través de ella sin sentirse apretados,
pero un dragón que intentara entrar apenas habría podido meter su
cabeza, y mucho menos su gigantesco cuerpo. Las partes altas y
escarpadas también crearon sombras mucho más gruesas, por lo que
Rhonin se preguntaba si los dos tendrían que crear algún tipo de
iluminación a lo largo del camino.

Krasus siguió adelante sin dudar, seguro de su camino. Él se movió más


rápido y más rápido, casi como si estuviera poseído.

El viento aullaba aún más fuerte por el corredor natural. El humano sólo
tuvo que luchar para mantener el ritmo de su compañero.
Richard A. Knaak

— ¿Estamos casi llegando? —Finalmente gritó.


— Pronto. Se encuentra a sólo…—Krasus pausó.
— ¿Qué pasó?

El dragón mago se enfocó hacia el interior, con el ceño fruncido.

— No, no está exactamente donde debería estar.


— ¿Se movió?
— Esa sería mi suposición.
— ¿Qué supone eso? —preguntó el mago de cabello color fuego,
entrecerrando los ojos por el camino oscuro por delante.
— Estás bajo la errónea idea de que sé perfectamente qué esperar,
Rhonin. Entiendo un poco más que tú.

Eso no tranquilizó al humano.

— Entonces, ¿Qué sugieres que hagamos?

Los ojos del dragón mago literalmente brillaron al contemplar la


pregunta.

— Continuaremos. Eso es todo lo que podemos hacer.

Pero sólo un poco más adelante, ambos se encontraron con un nuevo


obstáculo que Krasus no había sido capaz de prever desde lo alto en el
aire. El camino se separó en dos direcciones y, aunque era posible que se
fusionaran más adelante, la pareja no podía asumir eso.

Krasus miró ambos caminos.


El Pozo de la Eternidad

— Cada uno de ellos está situado cerca de nuestro objetivo, pero no


puedo sentir cual se encuentra más cerca. Necesitamos investigarlos
ambos.
— ¿Nos separamos?
— No lo prefiero, pero tenemos que hacerlo. Viajaremos hasta los
quinientos pasos, luego, daremos la vuelta y hablaremos de que vimos
hasta ahí. Así tendremos una mejor idea de qué camino tomar.

Tomando el pasillo a la izquierda, Rhonin siguió las instrucciones de


Krasus. Mientras él rápidamente fue contando pasos, pronto determinó
que su elección tenía potencial. No sólo se ampliaba en gran medida
hacia adelante, sino que el mago creyó percibir la perturbación mejor
que nunca.

Mientras que las habilidades de Krasus eran más agudas que las suyas,
incluso un novato podía sentir la maldad que ahora dominaba la región
de más adelante.

Pero a pesar de su confianza en su elección, Rhonin no daba todavía la


vuelta. La curiosidad lo llevó sucesivamente. Seguramente unos cuantos
pasos más adelante no importaban…

Apenas había tenido más de uno, sin embargo, fue cuando sintió algo
nuevo, algo muy preocupante. Rhonin pausó, tratando de detectar lo que
se sentía diferente acerca de la anomalía.

Se movía, pero había algo más en su ansiedad.

Se movía hacia él... y rápidamente.

Lo sentía antes de verla, sintió como si todo el tiempo se comprimía,


luego se estiraba, y después se comprimía de nuevo. Rhonin se sentía
Richard A. Knaak

viejo, joven, y cada momento de la vida en el medio. Abrumado, el


hechicero vaciló.

Y la oscuridad llegó antes de que le diera paso a una gran cantidad de


colores, algunos de los cuales nunca había visto antes. Una explosión
continua de energía elemental llenaba tanto el vacío y la roca sólida,
llegando a alturas fantásticas. La mente limitada de Rhonin veía mejor
como un horizonte, una flor de fuego que florecía, se quemaba a la
distancia, y florecía de nuevo... y con cada florecimiento se hacía más y
más imponente.

A medida que se acercaba, finalmente entró en razón. Dando la vuelta, el


mago se echó a correr.

Sonidos asaltaron sus oídos. Voces, música, truenos, pájaros, agua... todo.

A pesar de sus temores de que lo alcanzaría, la pantalla fenomenal quedó


atrás. Rhonin no dejó de correr, temiendo que en cualquier momento
sería abatido y envuelto de nuevo.

Krasus sin duda tuvo que haber sentido el último cambio. Tenía que estar
corriendo para llegar con Rhonin. Juntos, idearían alguna manera en la
que…

Un terrible aullido resonó a través del paso.

Era enorme, de ocho patas y con forma de lobo, se dejó caer en Rhonin.
Si hubiera sido distinto de lo que era, el mago habría muerto allí, la
comida de una salvaje criatura con dientes de sable con cuatro brillantes
ojos verdes que hacen juego con sus ocho filosas garras. El monstruoso
semi-lobo le derribó, pero Rhonin, al haber hechizado su ropa para que
le protegiesen mejor de la intemperie, resultó ser un hueso duro de roer.
El Pozo de la Eternidad

Las garras rasparon la capa que debería fácilmente haber quedado


destrozada, en cambio, solo recibió un leve rasguño y una de las uñas se
rompió. La bestia de piel gris posada al final aulló de frustración. Rhonin
tomó la apertura, lanzando un simple pero efectivo hechizo que lo había
salvado en el pasado. Unas cacofonías de explosión de luz cegaron los
ojos esmeraldas de la criatura, tanto deslumbrada como sorprendida y
retrocedió luego de manotear útilmente a los destellos.

Arrastrándose fuera de su alcance, Rhonin se levantó. No había ninguna


posibilidad de huida, que sólo serviría para darle la espalda a la bestia, y
su hechizo de protección ya se estaba debilitando. Unos cuantos tajos
más y las garras hubieran rasgado al mago hasta sus huesos.

El hechizo de fuego había funcionado contra el horrendo necrófago de la


isla, y Rhonin no veía ninguna razón por qué tal intento no lo ayudaría
nuevamente. Él murmuró las palabras… y de pronto estaban a la inversa.
Peor aún, Rhonin se encontró retrocediendo, volviendo a las garras
salvajes de la bestia ciega. El tiempo se había vuelto en su contra... pero
¿cómo?

La respuesta se materializó más allá en el camino. La anomalía de Krasus


lo había alcanzado.

Imágenes fantasmales revoloteaban ante Rhonin. Caballeros a caballo en


la batalla. Una escena de la boda. Una tormenta sobre el mar.

Cánticos de guerra orcos alrededor de un fuego. Extrañas criaturas en un


combate...
De pronto ya podía avanzar otra vez. Rhonin se lanzó fuera del alcance
de la bestia, y luego se dio vuelta para enfrentarlo otra vez. Esta vez no
dudó, lanzando su hechizo.
Richard A. Knaak

Las llamas estallaron en forma de una gran mano, pero cuando se


acercaron a la criatura monstruosa, se desaceleraron... y luego se
detuvieron, congeladas en el tiempo.

Maldiciendo, Rhonin comenzó con otro hechizo.

El horror de ocho patas saltó alrededor del fuego helado, aullando


mientras cargaba contra el humano.

Rhonin lanzó el hechizo.

La tierra bajo la abominación estalló una tormenta de polvo que levantó


y cubrió la criatura. Volvió a aullar y, a pesar de las intensas anomalías
contra él, luchó por acercarse al mago.

Una costra se formó sobre las piernas y el torso. La boca quedo bien
cerrada mientras una capa de tierra sólida lo sellaba. Una por una, las
extremidades de la criatura empezaron a quedar atrapadas cubiertas
por una capa de polvo.

A pocos metros de su víctima, la criatura quedó inmóvil. Según todas las


apariencias, ahora parecía una estatua, pero perfectamente fundida, no
el monstruo real.

En ese momento, la voz de Krasus llenó la cabeza de Rhonin.

— ¡Por fin! —dijo el dragón mago—. Rhonin... ¡La anomalía se expande!


¡Está casi sobre ti!
Distraído por la bestia temible, el hechicero no había mirado la anomalía.
Cuando lo hizo, sus ojos se abrieron.
El Pozo de la Eternidad

Llenaba un espacio diez veces mayor y, sin duda, diez veces más ancho
que el camino. La roca sólida de la montaña no significaba nada para él.
La anomalía simplemente pasaba a través de las rocas como si no
existieran. Sin embargo, a su paso, el paisaje cambiaba.

Algunas de las rocas parecían más degradadas, mientras que otras partes
parecían como si recién se enfriaban desde la creación titánica en el
nacimiento de Azeroth. Las peores transformaciones parecían tener
lugar allí donde los bordes de la flor de fuego.

Rhonin no quería pensar lo que le pasaría si esa cosa lo tocaba.

Comenzó a correr de nuevo.

Su movimiento y el crecimiento de pronto se habían expandido mucho


más rápido por razones que no entendía, Krasus continuó.

— ¡Me temo que no voy a llegar a tiempo! ¡Tienes que lanzar un hechizo
de teletransporte!
— ¡Mis hechizos no están funcionando como siempre deberían! —Le
respondió—. ¡La anomalía los está afectando!
— ¡Tenemos que seguir vinculados! ¡Eso debería ayudar a fortalecer tu
lanzamiento de hechizos! ¡Te guiaré a mí para que podamos
reagruparnos!

A Rhonin no le importaba teletransportarse a lugares que nunca había


visto, era eso o el riesgo inherente de acabar encerrado en una montaña,
pero con Krasus vinculado a él, la tarea sería mucho más simple.

Se centró en Krasus, imaginando al dragón mago. El hechizo se empezó


a formar. Rhonin sintió que el mundo a su alrededor cambiaba.
Richard A. Knaak

La flor de fuego pronto se expandió a casi al doble de sus dimensiones


anteriores.

Fue muy tarde para que Rhonin se diera cuenta. La anomalía se


alimentaba con el uso de la magia... su magia. Quería detener el hechizo,
pero ya era demasiado tarde.

— ¡Krasus! ¡Rompe el vínculo! ¡Rómpelo antes de que esté también…!

La anomalía se lo tragó.

— ¿Rhonin?

Pero Rhonin no podía contestar. Daba vueltas y vueltas, sacudido como


una hoja en un tornado. Con cada revolución giró más y más rápido. Los
sonidos y las vistas de nuevo le asaltaron. Vio pasado, el presente y el
futuro y entendía cada uno para lo que era. Él alcanzó a ver a la bestia
petrificada mientras volaba salvajemente delante de él en lo que sólo
podía ser descrito como un remolino en el tiempo.

Otras cosas pasaron volando, objetos al azar y hasta criaturas. Un barco


entero, sus velas hechas jirones, su casco aplastado cerca de la proa,
pasaron delante de él, desapareciendo. Un árbol en el que aún se alza una
bandada de pájaros lo siguieron. A lo lejos, un krakren, de unos quince
metros de longitud desde la punta de la cabeza al extremo de tentáculo,
se acercó, pero no pudo arrastrar a Rhonin antes de desaparecer junto
con el resto.

Desde algún lugar se oyó la débil voz de Krasus.

— ¡Rhonin...!
El Pozo de la Eternidad

Él contestó, pero no hubo respuesta.

El remolino llenó toda su mirada.

Y al verlo, los últimos pensamientos de Rhonin eran de Vereesa y los


hijos que nunca iba a ver.
Richard A. Knaak

CAPÍTULO CUATRO
Sintió el lento pero constante crecimiento de las hojas, las ramas y las
raíces. Sintió dentro la sabiduría eterna y los pensamientos eternos.
Cada gigante tenía su propia y única firma, al igual que ocurre con
cualquier persona.

— Son los guardianes del bosque. —Le llegó la voz de su mentor—. Son
su alma tanto como del mío. Ellos son el bosque. Una pausa. Ahora...
vuelve a nosotros...

La mente de Malfurion Stormrage respetuosamente se retiró de los


árboles gigantescos, los más antiguos de aquella boscosa tierra. Mientras
se retiraba, sus alrededores físicos reaparecieron poco a poco, aunque
turbio al principio. Él destelló sus ojos color plata sin pupilas para
enfocar la vista. Su respiración era entrecortada, pero su corazón se llenó
de orgullo. ¡Nunca antes había llegado tan lejos!
El Pozo de la Eternidad

— Has aprendido bien, joven elfo de la noche. —dijo una voz grave como
la de un oso—. Mejor de lo que yo podía esperar...

El sudor corría por el rostro violeta de Malfurion. Su mentor había


insistido en que intente su siguiente paso monumental en pleno medio
día, punto de máxima debilidad de su gente. Si hubiera sido de noche,
Malfurion estaba seguro de que habría sido más fuerte, pero como
Cenarius le señaló una y otra vez, eso sería contraproducente. Lo que su
mentor le enseñaba no era la magia de los elfos de la noche, sino
exactamente lo opuesto.

Y en muchos sentidos, Malfurion se había convertido en lo opuesto de su


pueblo. A pesar de sus tendencias hacia la ropa extravagante, por
ejemplo, el propio Malfurion estaba muy tenue. Una túnica de tela, un
sencillo jubón, un pantalón de cuero y botas que llegaban hasta las
rodillas... sus padres, de no haber muerto en un accidente hace un par de
años, seguramente se habrían muerto de vergüenza.

Su largo pelo color verde oscuro que llegaba hasta los hombros, rodeado
de un rostro estrecho parecido a de un lobo. Malfurion se había
convertido en un paria entre los de su clase. Hizo preguntas, sugirió que
las viejas tradiciones no son necesariamente los mejores, e incluso se
atrevió a mencionar una vez que la amada reina Azshara puede que no
siempre tuviera en mente las preocupaciones de sus súbditos. Estas
acciones le dejaron con pocos asociados e incluso con menos amigos.

De hecho, en la mente de Malfurion, realmente solo había 3 seres a los


que podía llamar amigos. En primer lugar, tenía a su hermano gemelo, el
igualmente de problemático Illidan. Aunque Illidan no rehuía de las
tradiciones y la hechicería de los elfos de la noche tanto como él, tenía
una tendencia a cuestionar la autoridad del gobierno de los ancestros,
cosa que también era un gran crimen.
Richard A. Knaak

— ¿Qué has visto? —

Le pregunto a su hermano, sentado a su lado en la hierba con


impaciencia. Illidan habría sido idéntico a Malfurion, si no fuera por su
pelo azul medianoche y ojos color ámbar. Casi todos los elfos de la noche
tenían ojos de plata. Los muy pocos que nacían con ojos color ámbar eran
vistos como destinados a la grandeza.

Pero si Illidan quería aspirar a la grandeza, primero tenía que controlar


su temperamento tanto como su impaciencia. Había venido con su
gemelo al estudio de este nuevo camino que utiliza el poder de la
naturaleza, su mentor lo llamó —druidismo—, creyendo que sería el
alumno más rápido. En cambio, a menudo hizo hechizos mal ubicados y
no pudo concentrarse lo suficiente para mantener la mayoría de los
trances. Que fuese bastante hábil para la hechicería tradicional no hizo
mitigar a Illidan. Había querido aprender los caminos de druidismo
porque esas habilidades únicas le marcarían como diferente, al punto de
que todo el mundo había hablado del potencial desde su nacimiento.

— He visto… —¿Cómo explicar eso incluso a su hermano? La frente de


Malfurion se arrugó—. He visto los corazones de los árboles y sus almas.
No sólo ellos, también vi... ¡Creo que vi a las almas de todo el bosque!
— ¡Qué maravilla! —Jadeó una voz femenina al otro lado de él.

Malfurion luchaba por mantener que sus mejillas se oscurezcan al negro,


para el elfo de la noche equivale a la vergüenza. Últimamente se ha
encontrado más y más incómodo cerca de su otra compañera..., pero aun
así él no podía imaginarse lejos de ella.

Con los hermanos había llegado Tyrande, su mejor amiga desde la


infancia. Habían crecido juntos los tres, inseparables en todos los
El Pozo de la Eternidad

sentidos hasta el año pasado, cuando ella había tomado el manto de una
sacerdotisa novicia en el Templo de Elune, la diosa lunar. Allí aprendió a
estar en sintonía con el espíritu de la diosa, aprendió a usar los dones
que a todas sacerdotisas se les es concedido con el fin de hacerles correr
la voz de su diosa. Ella había sido quien había alentado a Malfurion
cuando él había decidido pasar de la hechicería de los elfos de la noche
al poder terrenal de los druidas. Tyrande vio al druidismo como una
fuerza afín de las habilidades a su deidad que le serian concedidas una
vez que complete su propia formación.

De niña, era delgada y pálida que más de una vez había superado a los
dos hermanos en las carreras y la caza, sin embargo, Tyrande se había
convertido, desde que llegó al templo, en una belleza delgada pero bien
curvada, su piel suave ahora, violeta luz suave y su pelo azul oscuro con
vetas de plata. La cara ratonil había crecido más completa, mucho más
femenina y atractiva.

Tal vez demasiado atractiva.

— ¡Ufff! —Agregó Illidan, no muy impresionado—. ¿Eso ha sido todo?


— Es un buen comienzo. —tronó su tutor. La gran sombra cayó sobre los
tres jóvenes elfos de la noche, ahogando incluso la boca desenfrenada de
Illidan.

A pesar de sus más de dos metros de altura, el trío fue eclipsado por
Cenarius, que estaba muy por encima de los tres metros.

Su torso era similar al de Malfurion, aunque una pisca del bosque


esmeralda coloreaba su piel oscura y era mucho más amplio y más
musculoso que cualquiera de sus estudiantes varones. Más abajo de la
parte superior del cuerpo terminaba cualquier similitud. Cenarius no era
un sencillo elfo de la noche, después de todo. Ni siquiera era mortal.
Richard A. Knaak

Cenarius era un semidiós.

Sus orígenes sólo él los conocía, era tanta su cercanía con el gran bosque,
que ya era parte de él.

Cuando habían aparecido los primeros elfos de la noche, Cenarius ya


había existido. Afirmó parentesco con ellos, pero nunca les había dicho
de qué manera.

Los pocos que fueron a él con propósito de orientación siempre


cambiaron y lo dejaron. Otros en cambio no se fueron, llegando a ser tan
transformados por sus enseñanzas que optaron al unirse al semidiós en
la protección de su reino. Aquellos ya no eran elfos de la noche, eran
guardianes del bosque alterados físicamente para siempre.
Con una espesa melena de musgo verde que fluía de su cabeza, Cenarius
miró con cariño a sus alumnos con sus ojos como orbes de oro puro.

Acarició a Malfurion suavemente en el hombro con las manos que


parecían viejas garras de madera nudosas capaces de rasgar al elfo de la
noche en pedazos y sin esfuerzo, entonces retrocedió... en sus fuertes
cuatro patas.

La parte superior del torso del semidiós podría parecerse a la de un elfo


de la noche, pero la parte más baja era la de un enorme y magnífico
ciervo. Cenarius se movía sin esfuerzo, tan rápido y ágil como cualquiera
de los tres.

Tenía la velocidad del viento, la fuerza de los árboles. En él se reflejaba


la vida y la salud de la tierra. Él era el padre y su hijo, a la vez.

Y al igual que un ciervo, él también tenía cuernos gigantes, astas


gloriosas que daban sombra a su rostro severo pero paternal.
El Pozo de la Eternidad

Emparejado en importancia sólo por su larga barba, las astas fueron el


último recordatorio de que existía un vínculo de sangre entre los
semidioses y los elfos de la noche, lejos, lejos en el pasado.

— Todos ustedes lo han hecho bien. —Agregó con la voz que siempre
sonaba como un trueno. Hojas y ramas literalmente crecían en su barba,
el pelo se sacudía cada vez que la deidad hablaba—. Debes irte ahora.
Debes estar en vínculo contigo mismo. Te hará bien.

Los tres se pararon, pero Malfurion vaciló. En cuanto a sus compañeros,


dijo:

— Vayan ustedes adelante. Nos vemos al final del sendero. Tengo que
hablar con Cenarius.
— Podríamos esperar. — Respondió Tyrande.
— No hay necesidad. No tardaré mucho.
— Entonces, eso significa… —Illidan intervino rápidamente, tomando
del brazo a Tyrande—. Que debemos dejarlo. Vámonos Tyrande.

Ella dio a Malfurion una última mirada persistente que le hizo apartarse
de ocultar sus emociones. Esperó a que los dos se fueran, para luego
volverse otra vez al semidiós.

El sol poniente creaba sombras en el bosque que parecía bailar por el


placer de Cenarius.

El semidiós sonrió a las sombras danzantes, los árboles y otras plantas


que se movían en tiempo con ellos.

Malfurion cayó sobre una rodilla, con la mirada a la tierra.


Richard A. Knaak

— Mi Shan'do. —Comenzó, llamando a Cenarius por el título que


significaba en la antigua lengua —Maestro Honrado—. Perdóname por
preguntar…
— No debes actuar de ese modo ante mi joven. Levántate...

El elfo de la noche obedeció de mala gana, pero mantuvo la mirada hacia


abajo.

Esto hizo que el semidiós riera, un sonido acentuado por el súbito canto
alegre de los pájaros cantores. Siempre que Cenarius reaccionaba, el
mundo reaccionaba en concierto con él.

— Me pagas más homenaje que aquellos que dicen predicar en mi


nombre. Tu hermano no se inclina ante mí y a todo respeto de mi poder,
Tyrande da todo de sí misma sólo para Elune.
— Te ofreciste para enseñarme… a enseñarnos. —Respondió Malfurion.
— Lo que ningún elfo de la noche nunca ha aprendido... —Él todavía
recuerda el día en que se había acercado al bosque sagrado. Legendas
abundaron sobre Cenarius, pero Malfurion quería saber la verdad. Sin
embargo, cuando él había llamado al semidiós, en realidad no esperaba
una respuesta.

Tampoco esperaba de Cenarius que se ofreciera a ser su maestro. ¿Por


qué el semidiós asumiría tal –mundana— tarea que fue más allá de
Malfurion? Sin embargo, allí estaban juntos. Eran más que deidad y elfo
de la noche, más que profesor y alumno... también eran amigos.

— Ningún otro elfo de la noche realmente desea aprender mis caminos.


—Respondió Cenarius—. Incluso aquellos que han tomado el manto de
la selva... ninguno de ellos realmente ha seguido el camino que ahora te
mostraré. Eres el primero con la capacidad posible, la posible voluntad,
en verdad entiendes cómo manejar las fuerzas inherentes de toda la
El Pozo de la Eternidad

naturaleza. Y cuando digo —tú—, joven elfo, hablo totalmente en


singular.

Esto no era lo que Malfurion esperaba escuchar, sin duda las palabras
del semidiós lo golpearon duro.

— ¿Pero… pero Tyrande e Illidan?

El semidiós negó con la cabeza.

— Por Tyrande, ya hemos hablado. ¡Ella se ha comprometido para Elune


y no voy a usurpar en el reino de mi hermana la Diosa de la Luna! De tu
hermano, sin embargo, sólo puedo decir que hay mucho potencial en él...
pero creo que ese potencial está en otra parte.
— Yo… yo no sé qué decir... —Y en verdad Malfurion no sabía. Que se le
informe tan de repente que Illidan y él no seguirían el mismo camino,
que Illidan empezó incluso a perder sus esfuerzos aquí... era la primera
vez que los gemelos no compartían un éxito.
— ¡No! ¡Illidan aprenderá! ¡Es sólo más testarudo! ¡Hay mucha presión
sobre él! Sus ojos…
— Es una señal de que va dejar una marca en el mundo, pero no lo hará
siguiendo mis enseñanzas.

Cenarius le dio a Malfurion una suave sonrisa.

— Pero vas a tratar de enseñarle tú mismo, ¿No? Pero… ¿Tendrás éxito


donde yo he fallado?

El elfo de la noche se sonrojó. Por supuesto, su Shan'do leía sus


pensamientos sobre el tema. Sí, Malfurion tenía la intención de hacer
todo lo posible para empujar Illidan más adelante... pero sabía que al
hacerlo sería una dura tarea. Aprendiendo del semidiós era una cosa,
Richard A. Knaak

aprender de Malfurion sería otra. Esto demostraría que Illidan no era el


primero, sino el segundo.

— Ahora… —Añadió el Señor del Bosque en silencio, vio como un


pequeño pájaro rojo se posó en sus astas y su compañero lo hizo más
pálido en su brazo.

Estos lugares eran comunes en torno a Cenarius, pero nunca dejaron de


maravillarle al elfo.

— Viniste a pedirme algo...


— Sí. Gran Cenarius... he estado preocupado por un sueño, uno que se
repite.

Los ojos dorados se estrecharon.

— ¿Sólo un sueño? ¿Eso es lo que te preocupa?

Malfurion hizo una mueca. Ya se había reprendido a sí mismo varias


veces por pensar en distraer al semidiós con su problema. ¿Qué daño
hace un sueño, incluso uno que se repitiera? Todo el mundo sueña.

— Sí... se trata de mí cada vez que me acuesto y desde que he estado


aprendiendo de ti... ha crecido más fuerte, más exigente.

Esperaba que Cenarius se riese de él, pero el Señor del Bosque lo estudió
detenidamente. Malfurion sintió los orbes de oro —mucho más que los
de su propio hermano— en lo profundo de él, leyendo al elfo de la noche
por dentro y por fuera.

Por fin, Cenarius se echó hacia atrás. Él asintió con la cabeza para sí
mismo y en voz más solemne dijo:
El Pozo de la Eternidad

— Sí, creo que ya estás listo.


— ¿Listo para qué?

En respuesta, Cenarius levantó una mano. El pájaro rojo saltó a la mano


tendida, y un compañero se unió allí. El semidiós acarició la espalda de
ellos un tiempo, les susurró algo, y entonces la pareja salió volando.

Cenarius miró al elfo de la noche.

— A Illidan y Tyrande se les informará de que te vas a quedar atrás por


un tiempo. Se les ha dicho que se vayan sin ti.
— ¿Pero por qué?

Los ojos dorados brillaron.

— Háblame de tu sueño.

Tras respirar hondo, Malfurion comenzó. El sueño comienza como


siempre, con el Pozo de la Eternidad como punto central. Al principio, las
aguas estaban en calma, pero luego, desde el centro, una vorágine
rápidamente se formaba... y desde el fondo de la vorágine, criaturas
salían, algunas de ellas inofensivas, otras malévolas. Muchos ni siquiera
se reconocían, como si vinieran de otros mundos, u otros tiempos. Se
propagaban en todas las direcciones, perdiéndose de vista.

De repente, el remolino se desvaneció y Malfurion se puso en medio de


Kalimdor... pero un Kalimdor despojado de toda vida. Un horrible mal
había asolado a toda la tierra, sin dejar siquiera una brizna de hierba o
un pequeño insecto vivo. Las antaño ciudades orgullosas, los enormes y
frondosos bosques... nada se había salvado.
Richard A. Knaak

Más terrible aún, hasta donde alcanzaba la vista, los calcinados huesos
de elfos de la noche yacían esparcidos por todas partes. Los cráneos se
habían hundido. El hedor de la muerte era fuerte en el aire. Nadie, ni
siquiera los viejos, enfermos o jóvenes, se habían salvado.

Un calor, un calor espantoso había atacado a Malfurion entonces. Se


volvió y vio a lo lejos una gran chimenea, un infierno llegar de los cielos.
Que quemaba todo lo que tocaba, incluso el viento. Cuando se movía,
nada... absolutamente nada... se mantenía. Sin embargo, tan aterradora
como la escena había sido que cuando por fin se había despertado el elfo
de la noche no sintió sudor frío, sino más bien algo que había sentido por
el fuego.

El fuego estaba vivo. Sabía el horror que estaba provocando, lo sabía y


deleitaba en él. Se deleitaban... y ansiaba más.

Todo el humor había huido del rostro de Cenarius cuando Malfurion


había acabado de hablar. Su mirada parpadeó a su amado bosque y las
criaturas que prosperaban dentro.

— ¿Y esta pesadilla se repite con cada sueño?


— En cada uno. Sin falta.
— Me temo pues, que se trata de un presagio. Percibí en ti desde el
primer encuentro los ingredientes para el don de la premonición, una de
las razones por las que te elegí para que me dieras a conocerte, pero es
más fuerte de lo que yo había esperado.
— Pero, ¿Qué significa? —El joven elfo de la noche preguntó—. Si dices
que esto es un presagio, tengo que saber lo que presagia.
— Vamos a tratar de descubrir eso. —Dijo Cenarius—. Después de todo,
ya estás listo.
— ¿Listo para qué? —Cenarius se cruzó de brazos. Su tono se volvió más
serio.
El Pozo de la Eternidad

— Listo para caminar por el Sueño Esmeralda.

No había nada de las enseñanzas del semidiós hasta el momento que se


refirieran a este Sueño Esmeralda, pero la manera en que Cenarius habló
de ello a Malfurion hizo darse cuenta de la importancia de esta nueva
etapa.

— ¿Qué es el Sueño Esmeralda?


— ¿Qué no es? El Sueño Esmeralda es el mundo más allá del mundo de
los despiertos. Es el mundo del espíritu, el mundo de los durmiente. Es
el mundo como podría haber sido, si nosotros los seres inteligentes no
hubiéramos venido a arruinarlo. En el Sueño Esmeralda, es posible, con
la práctica, ver cualquier cosa, ir a cualquier parte. Tu cuerpo va a entrar
en un trance y su forma de sueño volará de ella a cualquier lugar al que
tienes que ir.
— Parece…
— ¿Peligroso? Lo es, joven Malfurion. Incluso los bienes entrenados, con
experiencia, pueden perderse en él. Observas que lo llamo el Sueño
Esmeralda. Ese es el color de su amante, Ysera, el gran Aspecto. Es su
reino y su vuelo de dragón. Ella cuida bien y permite sólo a algunos
entrar en él. Mis propias dríades y los encargados hacen uso del Sueño
Esmeralda en sus funciones, pero con moderación.
— Nunca había oído hablar de ello. —Admitió Malfurion con un
movimiento de cabeza.
— Probablemente porque ningún elfo de la noche salvo los de mi
servicio ha entrado alguna vez... y sólo cuando ya no eran de su raza. Tú
serías el primero de tu raza en tomar verdaderamente el camino... si así
lo deseas.

La idea dejó a Malfurion un tanto nervioso y excitado. Sería el siguiente


paso en sus estudios y una forma, tal vez, de dar sentido a su constante
Richard A. Knaak

pesadilla. Sin embargo... Cenarius había dejado claro que el Sueño


Esmeralda también podría ser mortal.

— ¿Lo… lo que podría pasar? ¿Qué podría salir mal?


— Incluso los experimentados pueden perder su camino de vuelta si se
distraen. —Respondió el semidiós—. Incluso yo. Debes permanecer
enfocado en todo momento, conocer tu meta. De lo contrario... de lo
contrario tu cuerpo puede dormirse para siempre.

Había más, el elfo de la noche sospechaba, pero Cenarius por alguna


razón quería que aprendiera eso por su cuenta, si Malfurion decidía
recorrer el Sueño Esmeralda.

Él decidió que no tenía más remedio.

— ¿Cómo empiezo?

Cenarius tocó con cariño la parte superior de la cabeza de su estudiante.

— ¿Estás seguro?
— Muy seguro.
— Siéntate, como si estuviese dándote otra simple lección. —Cuando la
figura más leve había obedecido, Cenarius bajó su propia forma de
cuatro patas a la tierra—. Yo te guiaré en este primer tiempo, luego te
corresponde a ti. Fija tu mirada en la mía, elfo de la noche.

Los orbes de oro del semidiós atraparon los ojos de Malfurion. Incluso si
hubiera querido, habría realizado un esfuerzo gigantesco para que él tire
de su propia mirada. Él se sintió atraído por la mente de Cenarius,
redactado en un mundo donde todo era posible.

Un sentido de ligereza tocaba a Malfurion.


El Pozo de la Eternidad

— ¿Puedes sentir el canto de las piedras, la danza del viento, las risas de
los torrentes de agua?

En un primer momento, Malfurion no sintió nada de eso, pero entonces


oyó el lento y constante de molienda, el desplazamiento de la tierra.
Demasiado tarde, se dio cuenta que se trataba de cómo las piedras y las
rocas hablaban, durante eones, se dirigían de un punto del mundo a otro.

Después de eso, los otros se convirtieron en más evidente. Cada parte de


la naturaleza tiene su propia voz. El viento hizo girar en pasos alegres
cuando estaba contento, o en ráfagas violentas cuando el humor se
oscurecía. Los árboles se sacudieron sus coronas y el agua furiosa de un
río cercano se reía mientras los peces nadaban contracorriente en ella
para desovar.

Pero en el fondo... Malfurion creyó percibir discordia distante. Trató de


concentrarse, pero no pudo.

— Aún no estás en el Sueño Esmeralda. En primer lugar, debes quitarte


la cáscara terrenal... —La voz en su cabeza le daba instrucciones—. Al
llegar al estado de sueño, desliza tu cuerpo fuera como si fuese un abrigo.
Empieza desde tu corazón y mente, ya que son los enlaces que más te
unen al plano mortal. ¿Ves? Así es como se hace...

Malfurion tocó su corazón con sus pensamientos, abriéndolo como una


puerta y dispuesto a su espíritu libre. Hizo lo mismo con su mente,
aunque el lado práctico terrenal de cualquier criatura viviente protestó
por esta acción.

— Cede el paso a tu subconsciente. Deja que te guíe. Sabe del reino de los
sueños y siempre está contento de volver allí.
Richard A. Knaak

Como Malfurion obedecía, las últimas barreras escabulleron. Se sentía


como si se hubiera desprendido de la piel de la manera que una serpiente
podría. Una sensación de alegría le llenaba y casi se olvidó para qué
estaba haciendo esto.

Pero Cenarius le había advertido a permanecer enfocado por lo que el


elfo de la noche luchó contra la euforia.

— Ahora... levántate.

Malfurion se levantó... pero su cuerpo, las piernas todavía cruzadas, se


quedaron dónde estaban. Su forma onírica flotaba a pocos metros del
suelo, libre de toda atadura. Si así lo deseaba, Malfurion sabía que podría
haber volado a las propias estrellas.

Pero el Sueño Esmeralda estaba en una dirección diferente. Vuelvete de


nuevo hacía tu subconsciente, el semidiós le daba instrucciones. Él te
mostrará el camino, ya que se encuentra dentro, no fuera.

Y mientras seguía las instrucciones de Cenarius, el elfo de la noche vio


que el mundo cambiaba más a su alrededor. Una calidad nebulosa
envolvía todo. Imágenes, imágenes sin fin, se superponen unas a otras,
pero Malfurion descubrió que concentrándose podía ver cada uno por
separado. Oyó susurros y se dio cuenta de que eran las voces internas de
los soñadores de todo el mundo.

— A partir de aquí, tienes que tomar el camino por ti mismo.

Sintió que su enlace a Cenarius casi desaparecía. En aras de la


concentración de Malfurion, el semidiós se había visto obligado a
El Pozo de la Eternidad

retirarse. Sin embargo, Cenarius se mantuvo en presencia, listo para


ayudar a su estudiante si fuera necesario.

Como Malfurion se adelantó, su mundo se volvió una brillante gema


verde. La neblina aumenta y los susurros se hicieron más audibles. Un
paisaje apenas vislumbrado lo llamaba.

Se había convertido en parte del Sueño Esmeralda.

Siguiendo sus instintos, Malfurion flotó hacia el ensueño del cambio.


Como dijo Cenarius, parecía un mundo en el que no hubieran existido
elfos y las otras criaturas conocidas. Había una tranquilidad en el Sueño
Esmeralda que hizo tentador quedarse para siempre, pero Malfurion se
negó a ceder a esa tentación. Tenía que saber la verdad acerca de sus
sueños.

No tenía ni idea al principio que su subconsciente le estaba guiando, pero


de alguna forma sospechaba que le llevaría a las respuestas que deseaba.
Malfurion sobrevoló el paraíso vacío, maravillado por todo lo que veía.

Pero entonces, en medio de su viaje milagroso, se sintió algo mal otra


vez. La débil discordia que había sentido antes aumentó más. Malfurion
trató de ignorarlo, pero lo roía como una rata hambrienta. Finalmente
desvió su forma espiritual hacia ella.

De repente, delante de él había un enorme lago negro. Malfurion frunció


el ceño, seguro de que él reconoció el cuerpo oscuro del agua. Olas
oscuras bañando sus costas y un aura de potencia radiaba desde su
centro.

El Pozo de la Eternidad.
Richard A. Knaak

Pero si este era el pozo, ¿Dónde estaba la ciudad? Malfurion miró el


paisaje onírico donde sabía que la capital debía estar, tratando de
convocar a una imagen de ella. Había venido aquí por una razón y ahora
creía que tenía que ver con la ciudad. Por sí mismo el Pozo de la
Eternidad fue algo sorprendente, pero era una fuente de poder. El elfo
de la noche sintió el origen de la discordia en otro lugar.

Se quedó mirando el mundo vacío, y exigió ver la realidad.


Y sin previo aviso, el sueño de Malfurion se auto materializó sobre Zin-
Azshari, la capital de los elfos de la noche.

En la antigua lengua, Zin-Azshari se traduce en —La Gloria de Azshara—


. Así de amada había sido la reina cuando ella había hecho su ascensión
al trono que el pueblo había insistido en cambiar el nombre de la capital
en su honor.

Pensando en su reina, Malfurion repente vio el palacio, una magnífica


estructura rodeada de una enorme pared bien resguardada. Frunció el
ceño, sabiendo muy bien. Esta fue, por supuesto, la gran morada de su
reina. A pesar de que a veces había hecho mención de muchos defectos
que él creía, Malfurion en realidad la admiraba más que a la mayoría de
sus pensamientos. En general, había hecho un gran bien a su gente, pero
en ocasiones creía que Azshara simplemente había perdido su enfoque.
Al igual que con muchos otros elfos de la noche, sospechó que el
problema tenía que ver en parte con los Altonatos, quienes
administraban el reino en su nombre.

La maldad se agravó más cuando flotó cerca del palacio. Los ojos de
Malfurion se abrieron al ver la razón. Con la convocatoria de la visión de
Zin-Azshari, también había convocado una imagen más inmediata del
pozo. El lago negro ahora giraba locamente y lo que parecía ser hebras
monstruosas de energía multicolor se disparaban de sus profundidades.
El Pozo de la Eternidad

La magia poderosa estaba siendo sacada del pozo desde la torre más alta,
su único fin posible la emisión de un hechizo de proporciones
imposibles.

Las oscuras aguas más al pie del palacio se movieron con tal violencia
que para Malfurion parecían estar hirviendo. Cuanto más los de la torre
convocaban el poder del pozo, era más terrible la furia de los elementos.
Arriba, el cielo de tormentas chillaba y se iluminaba. Algunos de los
edificios cercanos al borde del Pozo eran amenazados con ser inundados.

— ¿Qué están haciendo? —Se preguntó Malfurion, olvidando su propia


misión—. ¿Por qué continúan incluso durante la debilidad del día?

Sin embargo, —día— era sólo un término, ahora. Atrás quedó el sol
eclipsado por habilidades de los elfos de la noche. A pesar de que la
noche aún no había llegado, era tan oscuro como la noche anterior en
Zin-Azshari... no, más oscuro. Esto no era natural y sin duda no es seguro.
¿Quién podría ser el que estaba allí dentro realizando esto?

Se echó a andar por las paredes por al lado de los guardias con cara de
piedra, ignorantes de su presencia. Malfurion flotaba en el propio
palacio, pero cuando trató de entrar, seguro de que con su forma de
sueño pasaría a través de algo tan simple como la piedra, el elfo de la
noche descubrió una barrera impenetrable.

Alguien se había encerrado en el palacio con hechizos de protección para


que nadie entrase, tan poderoso, que no podía traspasarlo. Esto solo dejó
a Malfurion más curioso, más decidido. Voló alrededor de la estructura
hacia la torre en cuestión. Tenía que haber una manera de entrar tenía
que ver qué locura estaba pasando en su interior.
Richard A. Knaak

Con una mano, él se acercó a la gran variedad de hechizos de protección,


buscando el punto en que todos estén unidos, un punto por el que
también podían desmontarse y…

Y de repente un dolor inimaginable azotó a Malfurion. Él gritó en


silencio, no hay sonido capaz de expresar su agonía. La imagen del
palacio de Zin-Azshari, desapareció. Se encontró en un vacío esmeralda,
atrapado en una tormenta de magia pura. Los poderes elementales
amenazaron con arrancarle la forma de sueño en mil pedazos y se
dispersarlos en todas direcciones.

Pero en medio del caos monstruoso, de repente oyó la débil llamada de


una voz familiar.

— Malfurion... mi hijo... vuelve a mí... Malfurion... debes devolver...

Vagamente el elfo de la noche reconoció la convocatoria desesperada de


Cenarius. Se aferró a ella como una persona que se ahoga en el medio del
mar a un pequeño trozo de madera. Malfurion sintió la mente de la
deidad del arbolado llegar a él, para guiarlo en la dirección correcta.

El dolor comenzó a disminuir, pero Malfurion estaba agotado sin


medida. Una parte de él quería simplemente estar entre los soñadores,
su alma nunca volvería a su carne. Sin embargo, se dio cuenta de que
hacerlo significaría su fin y por eso luchó contra el deseo mortal.

Y a medida que el dolor se reducía en la distancia, notó como el toque de


Cenarius crecía más fuerte, Malfurion sintió su propio enlace a su forma
mortal. Con impaciencia lo siguió, moviéndose cada vez más rápido a
través del Sueño Esmeralda...

El joven elfo de la noche se despertó con un jadeo.


El Pozo de la Eternidad

Incapaz de detenerse, Malfurion cayó en la hierba. Unas poderosas


manos suaves lo recogieron y dejaron en una posición sentada. Le
llevaron agua a la boca.

Abrió los ojos y vio el rostro de preocupación de Cenarius. Su mentor


celebró bebiendo de la bolsa de agua de Malfurion.

— Has hecho lo que pocos pueden hacer. —Murmuró el semidiós


venado—. Y al hacerlo, casi te pierdes a ti mismo para siempre. ¿Qué
pasó, Malfurion? Fuiste incluso más allá de mi vista...
— Yo... sentí... algo terrible...
— ¿La causa de tus pesadillas?

El elfo de la noche sacudió la cabeza.

— No... No lo sé... yo... me sentí atraído a Zin-Azshari... —Trató de explicar


lo que había visto, pero las palabras parecían muy insuficientes.

Cenarius parecía aún más perturbado de lo que preocupaba a Malfurion.

— Esto no augura nada bueno... no. ¿Estás seguro de que era el palacio?
¿Azshara y sus Altonatos?
— No sé si uno o los dos... pero no puedo dejar de pensar que la reina
debe ser una parte de ellos. Azshara es muy tenaz. Incluso Xavius no
puede controlar su... eso creo. —El consejero de la reina era una figura
enigmática, tan desconfiado como era amada Azshara.
— Tienes que pensar en lo que dices, joven Malfurion. Estás sugiriendo
que la líder de los elfos de la noche, cuyo nombre se escucha en la canción
de cada día, está involucrada en algunos hechizos que podrían ser una
amenaza no sólo para la especie, sino para el resto del mundo.
¿Entiendes lo que eso significa?
Richard A. Knaak

La imagen de Zin-Azshari entremezclada con la escena de devastación...


Malfurion encontró tanto compatibles entre ambas. Ellos no pueden
estar directamente relacionados, pero si compartían algo en común.
Lo que era, sin embargo, no lo sabía aún.

— Yo entiendo una cosa. —Murmuró, recordando el hermoso rostro de


la reina y los aplausos que acompañaron en sus apariciones breves.
— Yo entiendo que tengo que averiguar la verdad donde quiera que me
lleve... incluso si al final me cueste la vida misma...

*******

La forma de sombra tocó con su garra la pequeña esfera dorada, en su


otra palma escamosa, trayéndola a la vida. Dentro de ella se materializó
otra, casi idéntica sombra. La luz de la esfera no hizo más que empujar la
oscuridad que rodeaba la figura, al igual que al otro lado la esfera usada
por la segunda forma también falló. La magia Usada para preservar cada
una de las identidades, era vieja y muy fuerte.

— El pozo se encuentra todavía en medio de terribles angustias. —


Comentó el que había iniciado el contacto—. Así ha sido desde hace
algún tiempo. —Respondió el segundo, agitando la cola detrás de él—.
Los elfos de la noche juegan con poderes que no aprecian.
— ¿Se ha formado ya una opinión de tu lado?

La cabeza oscura que había dentro de la esfera negó una vez.

— No hay nada significativo hasta el momento... pero ¿Qué pueden hacer


posiblemente salvo quizás que destruirse a sí mismos? No sería la
primera vez que una raza mortal hace eso y seguramente no serían los
últimos.
El Pozo de la Eternidad

La primera asintió.

— Así se nos parecen... y a los otros.


— ¿A todos los demás? —Siseó el segundo, por primera vez alguna
verdadera curiosidad en su tono—. ¿Incluso los del Vuelo del guardián
de la Tierra?
— No... Mantienen su propio consejo... como es habitual en los últimos
tiempos. Ellos no son más que el reflejo de Neltharion.
— Sin importancia, entonces. Al igual que usted, nosotros
continuaremos monitoreando la locura de los elfos de la noche, pero es
dudoso que sea más que la extinción de su especie. En caso de que resulte
ser más, vamos a actuar si se nos ordena actuar por nuestro señor,
Malygos.
— El pacto se mantiene intacto. —Respondió el primero—. Nosotros
también intervendremos sólo en caso comandado por su majestad, la
gloriosa Alexstrasza.
— Esta conversación ha terminado, entonces. —Con eso, la esfera se
volvió negra. La segunda forma rompió el vínculo. El otro se levantó,
rechazando la esfera. Con un siseo, sacudió la cabeza ante la ignorancia
de las razas inferiores.

Constantemente entrometidos en cosas más allá de sus capacidades y así


se les paga fatalmente por ello. Sus errores eran los suyos para sufrirlos,
siempre y cuando el mundo no sufra en conjunto con ellos. Si eso
sucediera, entonces los dragones tendrían que actuar.

— Tontos, tontos elfos de la noche...

Pero en un lugar entre los mundos, en medio del caos encarnado, los ojos
de fuego entregaron un repentino interés al trabajo de los Altonatos y de
Azshara habiendo alcanzado también ellos.
Richard A. Knaak

En algún lugar, el que miraba se dio cuenta, que en algún lugar alguien
había invocado el poder. Alguien había sacado de la magia la creencia
errónea de que ellos y sólo ellos sabían de ella, sabían cómo manejarla...
pero ¿Dónde? Buscó… casi tenía la fuente, luego la perdió. Fue cerca, sin
embargo, muy cerca.

Esperaría. Como los demás, había comenzado a crecer el hambre. Seguro


que, si esperaba un poco más, sentiría exactamente de entre los mundos
donde estaban los magos.

Olía su afán, su ambición. No serían capaces de dejar de usar la magia.


Pronto... pronto iba a encontrar el camino a través de su pequeño
mundo...

Y él y el resto se alimentarían.
El Pozo de la Eternidad

CAPÍTULO CINCO
Brox tuvo un mal presentimiento acerca de su misión.

— ¿Dónde están? —Murmuró—. ¿Dónde están?

¿Cómo se oculta un dragón? El orco quería saberlo. Las pistas eran muy
evidentes, pero luego todo lo que él y Gaskal podían encontrar después
eran las huellas de un humano, tal vez dos. Dado que los orcos estaban
lo suficientemente cerca como para darse cuenta si un dragón se lanzó
al aire —y no habían visto tal cosa— entonces sólo tenía sentido que el
Dragón aún estaba cerca.

— Tal vez por ese camino —sugirió el guerrero más joven, con el ceño
fruncido—. Por aquel pasaje.
—Demasiado estrecho. —gruñó Brox. Olió el aire. El aroma de dragón
llenó su nariz. Casi ocultaba el olor del humano. Dragones y magos.
Richard A. Knaak

Con tregua o sin tregua, este sería un buen día para morir... si Brox sólo
pudiera encontrar a sus enemigos.

Se arrodilló para estudiar mejor las huellas, el veterano tuvo que admitir
que la sugerencia de Gaskal tuvo más sentido. Los dos conjuntos de
pisadas condujeron al desfiladero, mientras que el dragón se había
simplemente esfumado. Sin embargo, si el orco se enfrentara a los otros
intrusos, la bestia seguramente vendrá.

Al no dar a su compañero signo de sus verdaderas intenciones, el viejo


guerrero se levantó.

— Vamos.

Con sus armas listas, trotaban por el pasaje. Brox resopló mientras
miraba por encima. Definitivamente era demasiado estrecho para un
dragón, aunque sea un dragón de mediana estatura. ¿Dónde estaba la
bestia?

Sólo habían pasado a una corta distancia cuando desde más lejos oyeron
el aullido de una bestia monstruosa. Los dos orcos se miraron, pero no
se detuvieron. Ningún verdadero guerrero daba la vuelta a la primera
señal de peligro.

Mientras más profundo iban notaban que las sombras jugaban, haciendo
parecer como si las criaturas sobrenaturales acechaban alrededor de
ellos. La respiración de Brox se hizo más pesada mientras trataba de
mantener el ritmo de Gaskal, mientras sostenía su pesada hacha
fuertemente en la mano.

Un grito, —un grito humano— se hizo eco sólo un poco más adelante.
El Pozo de la Eternidad

— Brox... —Comenzó a decir el joven orco.

Pero en ese momento, una visión monstruosa llenó su vista, una imagen
de fuego como nada que hubiese visto antes.

Llenó todo el camino, desbordando incluso la roca. No parecía vivo, pero


sin embargo, se movía con propósito. Los sonidos aleatorios y caóticos
llenaron las orejas de los orcos y cuando Brox miró hacia el centro, sintió
como si estuviese mirando la eternidad.

Los orcos no eran criaturas sujetas al miedo fácil, pero la monstruosa


visión mágica sin duda dejó abrumado a los dos guerreros. Brox y Gaskal
se congelaron antes de que fueran conscientes de que sus armas
mundanas servirían de muy poco contra ella.

Brox había deseado una muerte heroica, pero ninguna como esta. No
había nobleza en morir así. Parecía capaz de tragárselo con la misma
facilidad y sin previo aviso como lo haría a un mosquito.

Y eso hizo que tomase una decisión.

— ¡Gaskal! ¡Muévete! ¡Corre!

Sin embargo, el propio Brox no siguió su propia orden. Se dio la vuelta


para correr, sí, pero se resbaló como un torpe bebé en la nieve
resbaladiza. El enorme orco cayó al suelo, golpeándose la cabeza. Su
arma cayó fuera de su alcance.

Gaskal, sin darse cuenta de lo que le había pasado a su compañero, pues


no había huido, se lanzó a un lado, a una depresión en una de las paredes
rocosas. Allí se plantó en el interior, determinado en la protección de la
sólida roca.
Richard A. Knaak

Aun tratando de aclarar su mente, Brox se fijó en el error de Gaskal.


Poniéndose de rodillas, le gritó:

— ¡Ahí no! ¡Lejos!

Pero la cacofonía de sonidos ahogó su advertencia. La terrible anomalía


se adelantó... y Brox observó con horror como Gaskal fue capturado en
su propio refugio.
Mil gritos escaparon del orco herido, tanto como un Gaskal joven y
creciendo hasta uno viejo al mismo tiempo.

Los ojos de Gaskal se hincharon y su cuerpo se agitó como un líquido. Se


estiraba y contraía... Y con un último grito impío, el orco más joven se
encogió dentro de sí mismo, mientras se contraía más y más... hasta que
desapareció por completo.

— ¡Por la Horda...!

Brox se quedó sin aliento, de pie. Se quedó mirando el lugar donde Gaskal
había estado, todavía de alguna manera con la esperanza de que su
compañero apareciese milagrosamente ileso.

Entonces, finalmente, se hundió en el presentimiento que sería segundo


de ser engullido por la misma monstruosidad.

Brox se volvió instintivamente, agarró su hacha y se echó a correr. No


sentía ninguna vergüenza en ello. Un orco no puede luchar contra esto.
Morir como Gaskal había muerto sería un gesto inútil.
El Pozo de la Eternidad

Pero tan rápido como el orco corría, la visión de fuego se movía más
rápido. Casi ensordecido por los innumerables sonidos y voces, Brox
apretó los dientes.

Él sabía que no podía devolverse, no a sus años, pero solo siguió


avanzando...

Consiguió dar sólo dos pasos más antes de que se lo tragara entero.

*******

Cada hueso, cada músculo, cada nervio en el cuerpo de Krasus gritó. Fue
la única razón por la que el dragón mago finalmente logró salir del
abismo negro de la inconsciencia.

¿Qué había pasado? Él aún no sabía muy bien. En un momento, había


estado tratando de llegar a Rhonin y entonces de alguna manera a pesar
de no estar cerca de que él, también había sido tragado por la anomalía.
Su vínculo mental con el hechicero humano había arrastrado
literalmente a Krasus.

Imágenes pasaron por su confundida mente de nuevo. Paisajes,


criaturas, artefactos y Krasus había presenciado el final en su aspecto
definitivo, todo a la vez.

¿Aspecto? Esa palabra convocó otra terrible visión, que él había olvidado
por suerte hasta ahora. En el medio del remolino caótico del tiempo,
Krasus había visto un espectáculo que dejó su corazón y esperanza
hecho añicos.

Allí, en el centro de la furia, había visto a Nozdormu, el gran aspecto del


tiempo... atrapado como una mosca en una telaraña.
Richard A. Knaak

Nozdormu parecía en toda su terrible gloria, un vasto dragón, no hecho


de carne, sino de la arena dorada de la eternidad. Sus brillantes ojos
parecidos a gemas, ojos del color del sol, habían estado bien abiertos,
pero no había notado la insignificante figura de Krasus. El gran dragón
había estado en medio de tanta batalla y agonía, aún atrapado luchando
para mantener todo unido —absolutamente todo.

Nozdormu fue víctima y salvador a la vez. Atrapado en todos los tiempos,


también impedía que este se caiga a pedazos. Si no fuera por el Aspecto,
el tejido de la realidad se habría derrumbado en el acto. Krasus sabía que
el mundo habría desaparecido para siempre. Nunca tendría que haber
existido.

Una nueva oleada de dolor atravesó a Krasus. Gritó en la antigua lengua


de los dragones, momentáneamente perdió su control habitual. Sin
embargo, con el dolor llegó a la conclusión de que aún vivía. Ese
conocimiento le llevó a luchar, a esforzarse de nuevo a la plena
conciencia... Abrió los ojos.

Los árboles saludaban su mirada. Imponentes y frondosos árboles con


copas verdes que casi tapaban el cielo. Un bosque en la flor de la vida.
Los pájaros cantaban, mientras que otras criaturas se apresuraban a
través de la maleza que crujía.

Vagamente Krasus miró la puesta de sol y las suaves nubes a la deriva.


El paisaje tan tranquilo hizo al dragón mago preguntarse si después de
todo había muerto e ido al más allá. Entonces, un sonido no tan celestial,
balbuceando una maldición, llamó su atención. Krasus miró a su
izquierda.
El Pozo de la Eternidad

Rhonin se frotó la nuca mientras trataba levantarse ligeramente. El


hombre de cabellos de fuego aterrizó boca abajo a pocos metros de su
antiguo mentor. El hechicero escupió trozos de tierra y hierba, luego
parpadeó. Por pura casualidad, miró en dirección a Krasus primero.

— ¿Qué…? Fue todo lo que logró decir.

Krasus trató de hablar, pero todo lo que salió de su boca en un principio


era un graznido enfermo. Tragó saliva, luego intentó de nuevo.

— Yo... no lo sé. ¿Estás... estás herido o algo?

Dobló los brazos y las piernas, Rhonin hizo una mueca de dolor.

— Me duele todo... pero... pero nada parece roto.

Después de una prueba similar, el dragón mago llegó a la misma


conclusión con respecto a sí mismo. Le asombró que haya llegado tan
intacto... pero entonces recordó la magia de Nozdormu en el trabajo de
la anomalía.

Tal vez el aspecto del tiempo le había observado después de todo e hizo
todo lo posible para salvarlos a ambos.

Pero si ese fuera el caso...

Rhonin rodó sobre su espalda.

— ¿Dónde estamos?
— No podría decirte. Siento que debería saberlo, pero… —Krasus se
detuvo a medida que el vértigo se apoderaba repentinamente de él.
Volvió a caer al suelo y cerró los ojos hasta que pasara el sentimiento.
Richard A. Knaak

— ¿Krasus? ¿Qué ha pasado?


— Nada realmente... creo. Todavía no estoy recuperado de lo que pasó.
Mi debilidad desaparecerá.

Sin embargo, señaló que Rhonin ya parecía mucho mejor, incluso


sentado y tratando de estirarse. ¿Por qué un frágil humano sería mejor
sobreviviente a la agitación de la anomalía que él?

Con firme determinación, Krasus también se incorporó. El vértigo trató


de apoderarse de él otra vez, pero el dragón mago lo superó. Tratando
de apartar su mente de los problemas, miró a su alrededor una vez más.
Sí, él ciertamente detectó una familiarización sobre su entorno. En algún
momento, él había visitado esta región, pero ¿Cuándo?
¿Cuándo?

La simple pregunta lo llenó de un repentino pavor. ¿Cuando?...

Nozdormu está atrapado en la eternidad... la anomalía sigue abierta...


Los espesos bosques y las sombras crecientes creadas por el sol
haciéndolo desaparecer hacen que sea prácticamente imposible de ver
lo suficiente para identificar a la tierra. Tendría que tomar vuelo.
Seguramente un vuelo corto sería seguro. El área parecía desprovista de
cualquier asentamiento.

— Rhonin, quédate aquí. Ahora voy a explorar desde arriba, volveré


pronto.
— ¿Estás seguro?
— Creo que es absolutamente necesario. —Sin decir una palabra más,
Krasus extendió los brazos y comenzó a transformarse.
El Pozo de la Eternidad

O más bien, se intentó transformar. En cambio, el dragón mago se dobló


de dolor con una abrumadora debilidad. Sintió que todo su cuerpo
estaba al revés y perdió todo sentido de equilibrio.

Unos brazos fuertes lo agarraron justo antes de caer. Rhonin lo recostó


cuidadosamente, y luego ayudó a su compañero a sentarse.

— ¿Estás bien? Parecía como si…

Krasus lo interrumpió.

— Rhonin... no pude transformarme. No pude transformarme...

El joven mago frunció el ceño, sin comprender.

— Sigues siendo débil, maestro Krasus. El viaje a través de esa cosa…


— Y, sin embargo, tú estás de pie. No lo tomes como una ofensa mía,
humano, pero por lo que pasamos deberías haber quedado en un estado
mucho peor que el mío.

El otro asintió, comprendiendo.

— Me imagino que te pasó tratando de mantenerme con vida.


— Temo decirte que una vez que entramos en ella, no pude hacer más
por ti de lo que hice por mí mismo. De hecho, si no fuera por Nozdormu…
— ¿Nozdormu? — Rhonin ensanchó los ojos. — ¿Qué tiene que ver él con
nuestra supervivencia?
— ¿No lo ves?
— No.

Al exhalar, el dragón mago describió lo que había visto. Mientras lo hacía,


la expresión de Rhonin se hizo cada vez más sombría.
Richard A. Knaak

— Imposible... —el humano finalmente respiró.


— Aterrador. —Krasus lo corrigió—. Y ahora tengo que decir también
que, incluso si Nozdormu nos salvó de las fuerzas primarias de la
anomalía, me temo que no nos envió de regreso de dónde venimos... o
incluso que tiempo.
— ¿Crees... crees que estamos en un tiempo diferente?
— Sí... pero en cuanto a qué período... no podría decirte. Tampoco puedo
decir cómo vamos a ser capaces de volver a nuestra propia era.

Cayendo hacia atrás, Rhonin miró al vacío.

— Vereesa...
— ¡Ten valor! ¡Dije que no puedo decirte cómo vamos a ser capaces de
volver, pero eso no quiere decir que no vamos a intentarlo! Sin embargo,
nuestra primera acción ahora es encontrar abrigo y sustento... y un poco
de conocimiento de la tierra. Si ponemos de nosotros mismos,
podríamos ser capaces de calcular la mejor forma de encontrar la ayuda
que necesitamos. Ahora, ayúdame a levantarme.

Con la ayuda del humano, Krasus se puso de pie. Después de unos pocos
pasos vacilantes, dijo estar lo bastante bien como para caminar. Una
breve discusión sobre qué dirección tomar terminó con un acuerdo para
dirigirse hacia el norte, hacia alguna colina distante. Allí los dos podrían
ser capaces de ver lo suficiente sobre los árboles a la vista algún pueblo
o ciudad.

El sol cayó en el horizonte apenas una hora de su viaje, pero la pareja


siguió adelante. Afortunadamente, Rhonin tenía en uno de sus bolsillos
del cinturón algunos restos de comida del viaje y algunos arbustos que
pasaron les proporcionaron puñados de bayas agrias pero comestibles.
Además, la pequeña y casi élfica forma que Krasus llevaba requería
El Pozo de la Eternidad

mucha menos comida que su verdadera forma. Sin embargo, ambos eran
conscientes de que al llegar el día siguiente tendrían que encontrar algo
más sustancial si querían sobrevivir.

Las prendas más gruesas utilizadas para la montaña resultaron perfectas


para mantener el calor cuando la oscuridad reinó. Gracias a la visión
superior de Krasus, pudieron evitar algunas dificultades en su camino.
Sin embargo, la cosa estaba lenta y la sed comenzó a hacerse sentir en la
pareja.

Por último, un ligero sonido de goteo desde el oeste los llevó a un


pequeño arroyo. Rhonin y Krasus se arrodillaron con gratitud y
comenzaron a beber.
— Gracias a los Cinco. —Dijo el dragón mago mientras bebían. Rhonin
asintió en silencio, demasiado ocupado tratando de tragarse el arroyo
entero.

Después de que se saciaron, los dos se recostaron. Krasus quería seguir,


pero ni él ni Rhonin tenían claramente la fuerza para hacerlo. Ellos
tendrían que descansar la noche allí, y luego continuar al amanecer.

Le sugirió la idea a Rhonin, quien estuvo de acuerdo.

— Yo no creo que pueda dar un paso más. —añadió el hechicero—. Pero


creo que aún puedo crear una fogata, si quieres.

La idea de una fogata sedujo a Krasus, pero algo en su interior le advirtió


en contra de ella.

— Estaremos lo suficientemente caliente con nuestras prendas. Prefiero


guiarme por el lado de la precaución por el momento.
Richard A. Knaak

— Probablemente tengas razón. Podríamos estar en el momento de la


primera invasión de la Horda por lo que sabemos.

Eso parecía un poco improbable para Krasus, teniendo en cuenta la


tranquilidad de los bosques, pero los siglos habían producido otros
peligros. Afortunadamente, su ubicación actual se mantenía bastante
alejada de la mayoría de las criaturas que pasaban cerca. Una pendiente
ascendente también les dio una pared natural para esconderse.

Más agotados que de acuerdo, se quedaron dormidos donde estaban en


el acto, literalmente. El sueño de Krasus, sin embargo, fue uno
problemático en el cual sus sueños reflejaban acontecimientos.
Una vez más vio a Nozdormu luchando contra lo que era su propia
naturaleza. Vio todos los tiempos, enredado, confuso, y creciendo más
inestable cada momento que existía la anomalía.

Krasus vio algo más también, un débil resplandor de fuego, casi como
ojos, mirando con avidez sobre todo lo que vio. El dragón mago frunció
el ceño en su sueño como su subconsciente intentaba recordar por qué
esa imagen le parecía tan terriblemente familiar...

Pero luego, un leve tintineo de metal contra metal se entrometió,


destrozando sus sueños dispersándolos en pedazos justo cuando Krasus
estuvo a punto de recordar que representaban esos ojos ardientes.

Mientras empezaban a moverse, la mano de Rhonin le tapó la boca. Al


principio de su larga, larga vida, tal afrenta habría hecho que el dragón
enseñara a la criatura mortal una dolorosa lección de modales, pero
ahora no, Krasus sólo tenía más paciencia que en su juventud, también
tenía más confianza.
El Pozo de la Eternidad

Efectivamente, se oía un tintineo de metales más una voz. Era muy ligero,
pero a los oídos entrenados de cualquier hechicero, sonaba como un
trueno.

Rhonin señaló hacia arriba. Krasus asintió. Estaban bajo cautela,


tratando de ver por encima de la pendiente. Horas habían pasado desde
que se aclaró, ya que se habían quedado dormidos. El bosque estaba en
silencio para guardar las canciones de algunos insectos. Si no fuese por
los breves sonidos no naturales que habían oído, Krasus habría pensado
que todo iba bien.

A continuación, un par de grandes formas casi monstruosas se


materializaron más allá de la pendiente. Al principio eran irreconocibles,
pero una visión superior de Krasus los identificaba no como dos
criaturas, sino como cuatro.

Un par de jinetes pasaron encima de panteras esbeltas y fuertes.

Eran altos, muy delgados, pero evidentemente eran guerreros. Iban


vestidos con armaduras del color de la noche y llevaban yelmos altos con
cimeras nasales. Krasus aún no podía distinguir sus rostros, pero se
movieron con una fluidez que no vio en la mayoría de los seres humanos.
Tanto los jinetes y sus monturas elegantes y negras viajaron a lo largo,
poco preocupados de la oscuridad, lo que hizo que el dragón mago
rápidamente advirtiera a su compañero.

— Ellos te verán antes de que puedas verlos claramente. —susurró


Krasus—. Lo que sean, no lo sé, pero no son de tu especie.
— ¡Aún hay más! — Devolvió Rhonin. A pesar de su visión inferior, había
estado mirando sólo en la dirección correcta para ver otro par de jinetes
que se acercaban.
Richard A. Knaak

Los cuatro soldados se movían en silencio casi absoluto. Sólo el aliento


ocasional de un animal o un movimiento metálico daba alguna señal de
su presencia. Parecían estar involucrados en una intensa búsqueda...
Krasus llegó a la conclusión de que estaban buscando el miedo de Rhonin
y el suyo.

Uno de los jinetes más destacados frenó su monstruosa montura de


dientes de sable, luego levantó su mano hacia su rostro. Un pequeño
destello de luz azul iluminó brevemente el área a su alrededor. En su
mano enguantada el jinete sostenía un pequeño cristal, que se centró en
el paisaje oscuro. Después de un momento, tomó el artefacto con la otra
mano, apagando la luz.

El uso del cristal mágico sólo en parte molestó a Krasus. Lo poco que
había visto del cazador de ceño fruncido y rostro violeta, le preocupaba
mucho más.

— Elfos de la noche... —susurró.

El jinete empuñando el cristal miró hacia el camino de Krasus.

— ¡Nos han visto! — Murmuró Rhonin.

Maldiciéndose a sí mismo, Krasus estiró al hechicero junto a él.

— ¡En los bosques más profundos! ¡Es nuestra única esperanza!

Un solo grito resonó en la noche... y luego el bosque se llenó de jinetes.


Su temible y ágil montura saltó a lo largo con sus patas acolchadas sin
hacer ruido al moverse. Al igual que sus amos, tenía los ojos brillantes
como la plata que les permitieron ver bien a su presa a pesar de la
El Pozo de la Eternidad

oscuridad. Las panteras rugieron vigorosamente, deseosas de llegar a su


presa.

Rhonin y Krasus se deslizaron por una colina y en un matorral. Un jinete


corrió por delante de ellos, pero otro se devolvió y continuaba su
búsqueda. Detrás de ellos, más de una docena de jinetes repartidos por
la zona, con la intención de atraparlos como una acorralada presa.

Los dos llegaron a la zona más densa, pero el primer jinete estaba casi
sobre ellos. Girando alrededor, Rhonin gritó una sola palabra.
Una cegadora bola de pura fuerza golpeó al elfo de la noche en el pecho,
enviándolo a volar de vuelta con su corcel al tronco de un árbol con un
estrepitoso golpe.

El poderoso asalto sólo sirvió para que los otros fuesen más decididos a
capturarlos. A pesar de la difícil marcha, los jinetes empujaron sus
monturas. Krasus miró hacia el este y vio que otros ya tenían hecho su
camino a ambos lados del dúo.

Instintivamente, lanzó un hechizo por su cuenta. Hablando en el lenguaje


de la magia pura, debería haber creado un muro de llamas que habría
mantenido a raya a sus perseguidores. En cambio, unas pequeñas
hogueras irrumpieron en el camino en lugares al azar, la mayoría de ellas
inútiles como cualquier defensa. A lo sumo, sirvió sólo como
distracciones momentáneas a un puñado de jinetes. La mayoría de los
elfos de la noche no le hicieron caso.

Peor aún, Krasus se dobló de nuevo en dolor y debilidad.

Rhonin fue al rescate de nuevo. Repitió una variante débil del hechizo
del mago dragón, pero donde Krasus había obtenido resultados
mediocres y una agonía física, el hechicero humano obtuvo una
Richard A. Knaak

recompensa inesperada. Los bosques frente sus perseguidores


explotaron con hambre y llamas robustas, llevando a los jinetes
blindados a un completo desorden.

Rhonin parecía sorprendido ante los resultados en elfos de la noche.


Logró recuperarse más rápido. Fue donde Krasus y ayudó al dragón
mago afectado por la escena.

— Ellos… —Krasus jadeaba en busca de aire—. ¡Van a encontrar un


camino alrededor pronto! ¡Conocen este lugar tan bien como la palma de
su mano!
— ¿Cómo los llamaste?
— Elfos de la noche, Rhonin. ¿Los Recuerdas?

Tanto el dragón mago como el humano habían participado en la guerra


contra la Legión Ardiente cerca o en Dalaran, cuentos habían venido de
lejos de la aparición de los elfos de la noche, la legendaria raza de la que
era descendiente los tipos como Vereesa. Los elfos de la noche habían
aparecido cuando el desastre parecía inminente y era poco decir que el
resultado podría haber sido diferente si no se hubieran unido a los
defensores.

— ¿Pero si se trata de elfos de la noche, entonces no seriamos aliados?


— Te olvidas de que no estamos necesariamente en el mismo período de
tiempo. De hecho, hasta antes su reaparición, se había pensado incluso
por los dragones que su especie se había extinguido después de... —Dijo
Krasus muy débil, no del todo seguro de que quería seguir sus
pensamientos a una conclusión lógica.

Los gritos estallaron cerca. Tres jinetes cerraron tras ellos con espadas
curvas. A la cabeza montaba el que portaba el cristal azul. Las llamas de
Rhonin iluminaron su rostro, la hermosura típica de cualquier elfo se
El Pozo de la Eternidad

arruinaba por una cicatriz severa corriendo por el lado izquierdo cerca
del ojo al labio.

Krasus trató de lanzar otro hechizo, pero sólo sirvió para enviarlo a sus
rodillas. Rhonin lo guió hacia abajo, luego se enfrentaron a los atacantes.

— ¡Rytonus Zerak! —Gritó.


Los grupos más cercanos pronto agruparon, formando una barrera en
forma de red. Un jinete pasó entre ellos y se deslizó de su montura. Un
segundo frenó su pantera y se detuvo detrás de uno de los capturados.
Su líder cortó las ramas como si cortara el aire, su espada dejando un
relámpago rojo en su estela mortal.

— ¡Rhonin! —Krasus logró gritar—. ¡Huye! ¡Vete!

Su antiguo alumno tenía la menor intención de obedecer la orden que el


dragón mago le había dado. Rhonin metió la mano en su bolsa de la
correa y de ella sacó lo que parecía en un principio una banda de
brillante mercurio. El mercurio rápidamente se convirtió en una hoja
brillante, un regalo para Rhonin de un comandante elfo al final de la
guerra.

A la luz de la espada del hechicero, la expresión altiva del líder de los


elfos de la noche se transformó en sorpresa. Sin embargo, encontró la
espada de Rhonin con la suya.

Chispas carmesíes y plateadas saltaron. Todo el cuerpo de Rhonin


tembló. El elfo de la noche casi se deslizó de la silla de montar. La pantera
rugió, pero debido a su jinete no pudo arañar a su enemigo con sus garras
afiladas.
Richard A. Knaak

Ellos intercambiaron golpes de nuevo. Rhonin podía ser un mago, pero


había aprendido a lo largo de su vida el valor de ser capaz de luchar a
mano. Vereesa lo había entrenado incluso con los guerreros más
experimentados… y con la hoja élfica tenía una buena probabilidad de
éxito contra cualquier enemigo.

Pero no contra varios a la vez. Mientras contenía al elfo de la noche y su


bestia, otros tres jinetes llegaron, dos llevando una red. Krasus oyó un
ruido a sus espaldas y miró por encima de su hombro para ver a tres más
llegando, teniendo también una enorme red.

Por mucho que lo intentara, no podía pronunciar las palabras para que
salgan. Él, un dragón, no podía hacer nada.

Rhonin vio la primera red y retrocedió. Mantuvo la espada preparada en


caso de que los elfos de la noche trataran de atraparlo. El líder instó a su
montura hacia adelante, manteniendo la atención de Rhonin.

— ¡D…detrás de ti! —Krasus llamó, la debilidad lo vencía de nuevo—.


Hay otro…

Una bota pateó al mago debilitado en la cabeza. Krasus conservó la


conciencia, pero no podía concentrarse. A través de los ojos legañosos,
vio como las formas oscuras de los elfos de la noche se acercaban a su
compañero.

Rhonin se defendió de un par de hojas, perseguido de nuevo por uno de


los grandes gatos... y la red lo atrapó desde detrás.

Se las arregló para cortar una sección, pero la segunda red cayó sobre él,
enredándolo por completo. Rhonin abrió su boca, pero el primer jinete
avanzó y le golpeó con fuerza en la mandíbula con su puño.
El Pozo de la Eternidad

El mago humano cayó.

Enfurecido, Krasus logró pararse hasta la mitad de su estupor. Murmuró


y señaló al líder.

Su hechizo funcionó esta vez, pero se extravió. Un rayo de oro salió


disparado, pero no golpeó a su objetivo, sino más bien un árbol cerca de
uno de los otros cazadores. Tres grandes ramas arrancadas, cayeron en
un jinete aplastándolo tanto a él como a su montura.

Los demás elfos de la noche miraron en dirección a Krasus. El mago


dragón trató inútilmente de protegerse a sí mismo de los puños y las
botas que le golpearon en la sumisión... y, finalmente, perdió el
conocimiento.

*******

Vio cómo sus subordinados golpeaban a la peculiar figura que tenían,


quien asesinó a uno de los suyos más por casualidad que por habilidad.
Mucho después de que quedó claro que su víctima había perdido el
conocimiento, dejó que sus guerreros descargaran su frustración en el
cuerpo inmóvil. Las panteras gruñían oliendo la sangre, y los elfos de la
noche a duras penas pudieron contenerlas para evitar que se unan en la
violencia.

Cuando consideró que se había llegado a los límites de seguridad, que


cualquier otra paliza pondría en peligro la vida de su prisionero, dio la
orden de detenerse.

— Lord Xavius los quiere a todos vivos. —Replicó el elfo de la noche lleno
de cicatrices—. No queremos decepcionarlo, ¿verdad?
Richard A. Knaak

Los otros se enderezaron, un temor apareció repentinamente en sus


ojos. Y hacían bien temer —pensó— porque Lord Xavius tenía una
tendencia a premiar los descuidos con la muerte... una muerte lenta,
dolorosa.

Y a menudo elegía la mano voluntaria de Varo'then para hacer frente a


la muerte.

— Hemos sido cuidadosos, capitán Varo'then. —Uno de los soldados


insistió con rapidez.
— Van a sobrevivir al viaje...

El capitán asintió. Todavía le asombraba cómo el consejero de la reina


había detectado la presencia de estos inusuales extraños. Xavius, le había
dicho al fiel Varo'then que había habido una especie de extraña
manifestación y que quería que el capitán investigara y trajera de vuelta
cualquier extraño descubierto en las cercanías. Varo'then, siempre
perceptivo, se había dado cuenta del leve fruncimiento del ceño en la
frente del consejero, el único indicio de que Xavius estaba más
preocupado acerca de esta desconocida —manifestación— de lo que
insinuaba.

Varo'then miró a los prisioneros mientras subían sus cuerpos de forma


poca ceremoniosa sobre una de las panteras. Cualquiera cosa que el
consejero seguramente esperaba, no era un par de este tipo. El débil,
quien había logrado el último hechizo parecía vagamente a un elfo de la
noche, pero su piel era pálida, casi blanca. El otro, obviamente, un
hechicero más joven y con mucho más talento... Varo'then no sabía qué
pensar de él. No se parecía a un elfo de la noche... pero claramente no lo
era. No se parecía a alguna criatura que el veterano soldado jamás
hubiera visto.
El Pozo de la Eternidad

— No importa. Lord Xavius va arreglar todo. —Varo'then murmuró para


sí mismo.
— Incluso si tiene que sacarles miembro a miembro o desollarlos vivos
para obtener la verdad...

Y por supuesto lo que el consejero dijera, bueno, el leal capitán Varo'then


estaría allí para prestar su mano experta.
Richard A. Knaak

CAPÍTULO SEIS
Un preocupado Malfurion volvió a su hogar cerca de las cataratas
rugientes, justo al otro lado del gran asentamiento élfico de Suramar.
Había elegido el sitio por su tranquilidad y la naturaleza virgen que
rodeaba las cataratas. En ningún otro sitio había sentido tanta paz,
excepto quizá en la arboleda oculta de Cenarius.

Una casa baja y redondeada formada a la vez de árbol y tierra, el sencillo


hogar de Malfurion contrastaba con los de la mayoría de los elfos de la
noche. A él no le iba la abigarrada exhibición de colorido que hablaba de
la tendencia de su gente a tratar de superarse unos a otros. Los colores
de su casa eran los de la tierra y la vida: los verdes del bosque, los ricos
y fértiles marrones y las tonalidades afines. Trataba de adaptarse a su
entorno, no de forzar al entorno a que se adaptara a él, como hacía su
gente.

Y, sin embargo, esa noche no había nada en su hogar que reconfortara a


Malfurion. Todavía seguían terriblemente claros en su cabeza los
El Pozo de la Eternidad

pensamientos e imágenes que había experimentado mientras caminaba


por el Sueño Esmeralda. Habían abierto puertas en su imaginación que
él deseaba cerrar desesperadamente, pero sabía que eso era imposible.

«Las visiones que se experimentan en el Sueño Esmeralda pueden tener


muchos significados» —Había insistido Cenarius—. «No importa lo
ciertas que parezcan. Incluso lo que nosotros creemos que es real, como
tu visión de Zin-Azshari, puede que no lo sea, ya que la tierra de los
sueños juega con nuestras limitadas mentes».

Malfurion sabía que el semidiós solamente había estado intentando


tranquilizarlo, lo que él había visto era cierto. Comprendía que Cenarius
estaba tan preocupado por la temeraria magia que se estaba obrando en
el palacio de Azshara como su estudiante.

El poder que los Altonatos estaban invocando... ¿para qué sería? ¿Es que
no sentían cómo se debilitaba el tejido del mundo alrededor del Pozo?
Le resultaba imposible comprender que la Reina tolerara una magia tan
irresponsable y potencialmente destructiva… y sin embargo no se
quitaba de la cabeza la certeza de que ella era tan parte del asunto como
sus subordinados. Azshara no era una simple figura simbólica:
gobernaba verdaderamente, incluso en lo que concernía a sus
arrogantes Altonatos.

Trató de volver a su rutina habitual, con la esperanza de que eso le


ayudara a olvidar sus problemas. La casa del joven elfo solo tenía tres
habitaciones, un ejemplo más de la sencillez de su vida comparada con
la de los otros. En una estaba su cama y el puñado de libros y pergaminos
que había reunido acerca de la naturaleza y sus estudios recientes. En
otra, en la parte trasera, estaba la despensa y la pequeña y sencilla mesa
donde preparaba sus comidas.
Richard A. Knaak

Para Malfurion ambas habitaciones no eran más que necesidades. La


tercera, el salón, era su habitación favorita. Allí se sentaba a meditar en
el centro cuando brillaba la luz de la luna y podían verse sus destellos en
el agua de las cataratas. Allí, con un sorbo del vino de néctar de miel que
tanto gustaba a los de su raza, examinaba su trabajo y trataba de
comprender lo que le había enseñado Cenarius su última lección. Allí, en
la corta mesa de marfil dónde podía servirse una comida, recibía
también las visitas de Tyrande e Illidan.

Pero esa tarde ni Tyrande ni Illidan estarían allí, Tyrande había vuelto al
templo de Elune para seguir con sus propios estudios, y el gemelo de
Malfurion, en lo que era una nueva señal de sus crecientes diferencias,
ahora prefería el bullicio de Suramar a la serenidad del bosque.

Malfurion se recostó en el asiento y su rostro brillo al reflejar la luz de la


luna. Cerró los ojos para pensar con la esperanza de calmar los nervios.

Pero tan pronto lo hubo hecho, algo grande se interpuso bloqueando la


luz de la luna, lo que dejó brevemente a Malfurion en una completa
oscuridad. Los ojos del elfo de la noche se abrieron bruscamente justo a
tiempo de ver de refilón una silueta enorme y ominosa. Malfurion fue de
un salto a la puerta y la abrió.

Pero, para su sorpresa, lo único que saludó su nerviosa mirada fueron


las susurrantes aguas de la cercana catarata.

Salió y miró a su alrededor. Seguro que ninguna criatura tan grande


podía moverse tan rápido. Los bovinos tauren y los osunos furbolgs no
le resultaban desconocidos, pero aunque tenían más o menos el mismo
tamaño que la sombra, ninguna de las dos razas era conocida por su
velocidad. El viento agitó algunas ramas y un pájaro cantó en algún
El Pozo de la Eternidad

punto de la lejanía, pero Malfurion no logró encontrar ningún signo del


supuesto intruso.

No son más que tus propios nervios, se regañó. Tus propias inseguridades.

Volvió al interior y se sentó de nuevo, con la mente atrapada una vez más
en sus cavilaciones. A diferencia de su fantasmal intruso, estaba seguro
de no haber imaginado ni malinterpretado nada acerca del palacio y el
Pozo. De algún modo, Malfurion tendría que aprender más, más de lo que
el Sueno Esmeralda podía revelarle de momento.

Y sospechaba que tendría que hacerlo muy, muy rápidamente.

*******

Casi lo había atrapado. Como un bebe prácticamente incapaz de caminar,


casi se había metido de lleno en la guarida de la criatura. Difícilmente era
una exhibición digna las precisas habilidades por las que eran conocidos
los veteranos orcos.

A Brox no le preocupaba su capacidad para defenderse si la criatura lo


hubiera atrapado, pero ahora no era momento de ceder a su deseo
privado de encontrar un final glorioso. Además por lo que había visto de
la solitaria figura, no habría sido un enfrenamiento muy equilibrado.
Alto, pero demasiado delgaducho, demasiado indefenso. Los humanos
eran oponentes mucho más interesante y dignos.

No fue la primera punzada en la cabeza. Brox se llevó la mano a la sien y


luchó contra el dolor. La confusión reinaba en su mente. El orco todavía
no podía decir con total certeza lo que había pasado en las últimas horas.
En vez de ser despedazado como le había pasado a Gaskal, se había visto
catapultado a la locura. Ante sus ojos se habían materializado y
Richard A. Knaak

desaparecido cosas más allá del entendimiento de un simple guerrero, y


Brox recordaba haber volado por un remolino de fuerzas caóticas
mientras incontables voces y sonidos lo asaltaban casi hasta el punto de
dejarlo sordo.

Al final había sido demasiado. Brox había caído inconsciente, seguro de


que nunca volvería a despertar.

Por supuesto que se había despertado, pero no para encontrarse de


vuelta en las montañas o atrapado en aquella locura. En su lugar, Brox se
había encontrado en un paisaje casi idílico compuesto de altos árboles y
bucólicas colinas de laderas suaves que llegaban hasta donde alcanzaba
la vista. El sol se estaba poniendo y los únicos sonidos de vida eran los
musicales trinos de los pájaros.

Incluso aunque hubiera caído en medio de una horrenda batalla en vez


de en aquella tranquila escena, Brox no podría haber hecho nada sino
quedarse tumbado donde estaba. Le había llevado al orco más de una
hora recuperarse lo justo para ponerse en pie, y mucho más para poder
viajar. Por suerte, durante la nerviosa espera, Brox había descubierto un
milagro. Su hacha, que pensaba haber perdido, había sido absorbida con
él y depositada a pocos metros de distancia. Aún incapaz de usar sus
piernas, Brox se arrastró hasta el arma. No era capaz de blandiría, pero
aferrar su empuñadura le había reconfortado mientras esperaba a
recuperar las fueras.

En el mismo momento en que fue capaz de andar, Brox había


emprendido a marcha. No era inteligente quedarse en un sitio cuando se
estaba en tierra extraña, sin importar lo pacífica que pareciera. Las
circunstancias siempre cambiaban constante mente incluso en los sitios
más tranquilos y, según su experiencia, normalmente no para mejor.
El Pozo de la Eternidad

El orco trató de entender lo que le había pasado. Había oído hablar de


magos que viajaban de un sitio a otro por medio de conjuros especiales,
pero si esto había sido un conjuro, el mago que lo había lanzado debía de
estar loco. O eso, o el encantamiento había fallado, ciertamente una
posibilidad.

Solo y perdido, los instintos de Brox se hicieron con el control. No


importaba lo que había pasado hasta ahora. Thrall querría que
descubriera más cosas acerca de los habitantes de ese lugar y sus
posibles intenciones. Si eran responsables por accidente o
intencionalmente de alcanzar con su magia el nuevo hogar de los orcos,
eran una posible amenaza. Brox podía morir más tarde; su principal
deber era proteger a su gente.

Por lo menos ahora tenía una idea acerca de la raza que vivía allí. Nunca
había visto ni había oído hablar de los elfos de la noche antes de la guerra
contra la Legión de Fuego, pero nunca podría olvidar su aspecto
característico. De algún modo había aterrizado en un reino gobernado
por esta especie, lo que al menos le abría la esperanza de volver a casa
una vez hubiera reunido toda la información posible. Los elfos de la
noche habían luchado junto a los orcos en Kalimdor; seguramente eso
quería decir que Brox simplemente había acabado en alguna zona
remota del continente. Estaba seguro de que, haciendo un poco de
reconocimiento, sería capaz de deducir en qué dirección se encontraban
las tierras de los orcos y dirigirse hacia ellas.

Brox no tenía intención de limitarse de ir a uno de los elfos de la noche y


preguntarle el camino. Aunque fueran las mismas criaturas que se
habían aliado con los orcos y los humanos no podía estar seguro de que
los que habitaban esas tierras fueran amistosos con un intruso en estos
momentos. Hasta que supiera más, el cauto orco pretendía mantenerse
bien fuera de la vista.
Richard A. Knaak

Aunque Brox no encontró de momento más casas, notó cierto resplandor


en lontananza que probablemente se originaba en un asentamiento más
grande. Tras reflexionar por un momento, el orco se echó el hacha al
hombro y se dirigió hacìa allí.

No obstante apenas había tomado la decisión cuando se le acercaron


unas sombras desde la dirección opuesta. Cubierto tras un ancho árbol,
Brox vio cómo se acercaban un par de jinetes. Sus ojos se entrecerraron
de la sorpresa al ver que en vez de buenos caballos montaban sobre
rápidas y enormes panteras. El orco apretó los dientes y se preparó por
si los jinetes o sus bestias lo percibían.

Pero las figuras vestidas con armaduras pasaron de largo a toda prisa,
como si tuvieran que llegar rápidamente a algún sitio. Parecían moverse
en la oscuridad con total comodidad, lo que hizo que el orco recordara
de repente que los elfos de la noche podían ver de noche tan bien como
él de día.

Mala cosa. Los orcos tenían buena visión durante la noche, pero ni
mucho menos tan buena como la de los elfos de la noche.

Balanceó el hacha. Quizá no tuviera la ventaja en términos de vista, pero


Brox podía hacer frente a cualquiera de las delgaduchas figuras que se
había encontrado hasta ahora. Día o noche, un hacha en manos de un
gurrero orco entrenado en su uso haría los mismos cortes profundos y
fatales. Ni siquiera
La elaborada armadura que había visto portar a los jinetes resistiría
mucho frente a su arma.

Cuando los jinetes se perdieron de vista, Brox siguió cautelosamente.


Necesitaba saber más de esos elfos de la noche y la única forma de
El Pozo de la Eternidad

hacerlo era estudiar su asentamiento. Puede que allí descubriera lo


suficiente para saber dónde se encontraba respecto a su hogar. Entonces
podría volver con Thrall. Thrall sabría qué hacer con todo aquello. Thrall
se encargaría de esos elfos de la noche que se atrevían con magias tan
peligrosas.

Tan, tan sencillo...

Parpadeó, tan atrapado en sus propios pensamientos que solo entonces


vio de pie ante él la alta silueta femenina vestida con ropas plateadas que
reflejaban la luz de la luna.

Ella lo miró tan sobresaltada como él mismo. Luego su boca se abrió y la


elfa a noche gritó.

Brox fue hacia ella con la única intención de hacerla callar, pero antes de
que pudiera hacer nada se oyeron más gritos y empezaron a aparecer
elfos de la noche de todas direcciones.

Una parte de él quería quedarse donde estaba y luchar hasta la muerte,


pero la otra parte, la que servía a Thrall, le recordó que eso no serviría
de nada. Habría fallado en su misión. Le habría fallado a su pueblo.

Con un rugido de enfado, se dio la vuelta y huyó en la dirección por la


que había venido.

Pero ahora parecía que de cada enorme tronco, de cada desnivel, salían
a la vista siluetas... y todas ellas daban la alarma nada más ver al
corpulento orco.
Richard A. Knaak

Bramaron cuernos. Brox maldijo, sabedor de lo que significaba aquel


sonido. Tal y como había supuesto, unos momentos después oyó rugidos
felinos y gritos decididos.

Al mirar hacia atrás por encima del hombro, vio que sus perseguidores
se le acercaban. A diferencia de la pareja de la que se había escondido
antes, la mayoría de los nuevos jinetes llevaba túnicas y corazas
pectorales, pero aquello no hacía que representaran una menor
amenaza. No solo iban armados, sino que sus monturas representaban
un importante peligro. Un zarpazo podía abrir en canal al orco, y un
mordisco de aquellas fauces con dientes de sable podía arrancarle la
cabeza.

Brox deseaba echar mano del hacha y abrirse paso entre sus filas
lanzando tajos a jinetes y monturas por igual, dejando tras de sí un
reguero de sangre y cuerpos mutilados. Pero, a pesar de sus deseos de
destrozar a quienes lo amenazaban, las enseñanzas y las órdenes de
Thrall mantenían esa violencia bajo control. Brox gruñó y golpeó al
primero de los jinetes con la parte plana de la cabeza del hacha. Derribó
al elfo de la noche de su montura y luego, tras esquivar las garras del
felino, se giró para agarrar al otro jinete por la pierna. El orco lanzó al
segundo jinete sobre el primero, dejándolos a ambos inconscientes.

Una hoja pasó zumbando junto a su cabeza. Brox hizo trizas con facilidad
la delgada hoja con su poderosa hacha. El elfo de la noche se retiró
prudentemente, agarrando aun el muñón de su arma.

El orco aprovechó el hueco creado por la retirada para escabullirse de


sus perseguidores. Varios de los elfos de la noche no parecieron
demasiado dispuestos a seguirlo, lo que levantó el ánimo de Brox. Más
que su propio honor, era el orgullo de Thrall en el guerrero que había
El Pozo de la Eternidad

escogido lo que impedía que Brox se diera la vuelta para presentar


batalla tontamente. No decepcionaría a su jefe.

Pero justo cuando la huida parecía posible, otro elfo de la noche se


materializó ante él, este vestido con una resplandeciente túnica de color
verde con estrellas de oro y rubíes en el pecho. Una capucha ocultaba la
mayor parte del alargado y estrecho rostro del elfo de la noche, pero no
parecía impresionado por el enorme y brutal orco que se le echaba
encima.

Brox agitó el hacha y gritó, tratando de asustarlo.

La figura encapuchada levantó una mano a la altura del pecho y señaló


hacia el cielo iluminado por la luna con los dedos índice y anular.

El orco se dio cuenta de que estaba lanzando un hechizo, pero ya era


demasiado tarde.

Para su asombro, un fragmento circular de luz de luna cayó del cielo y


sobre Brox como un suave y nebuloso manto. Mientras lo envolvía, los
brazos del orco se volvieron pesados y sus piernas débiles. Tuvo que
luchar por mantener los párpados abiertos.

El hacha resbaló de sus dedos flojos y Brox cayó de rodillas. A través de


la bruma plateada, ahora pudo ver otras figuras vestidas de forma
similar rodeándolo. Las figuras encapuchadas esperaban pacientes,
evidentemente observando el funcionamiento del conjuro.

Un sentimiento de furia prendió en Brox. Con un grave gruñido logro


ponerse en pie. ¡Esa no era la muerte gloriosa que había deseado! ¡Los
elfos de la noche querían que cayera a sus pies como un niño indefenso!
¡No lo haría!
Richard A. Knaak

Unos torpes dedos lograron coger el hacha de nuevo. Se alegró al darse


cuenta de que algunas de las figuras encapuchadas se sobresaltaban. No
habían esperado tanta resistencia.

Pero mientras intentaba levantar el arma, un segundo velo plateado cayó


sobre él. La fuerza que Brox había logrado reunir volvió a desvanecerse.
Cuando el hacha cayó esta vez, supo que sería incapaz de recogerla.

El orco dio un paso vacilante y luego cayó de cara al suelo. Incluso


entonces, Brox siguió intentando arrastrarse hacia sus enemigos,
decidido a que su victoria no fuera fácil.

Un tercer velo cayó sobre él... y Brox perdió el sentido.

*******

Tres noches... tres noches y nuestros esfuerzos aún no han conseguido


nada... Xavius no estaba complacido.

Tres de los hechiceros Altonatos se apartaron del ritual. Inmediatamente


fueron sustituidos por otros que habían recuperado las fuerzas tras un
descanso que había tardado en llegar. Los falsos ojos negros de Xavius se
volvieron hacia los tres que acababan de terminar. Uno de ellos notó los
orbes oscuros mirando en su dirección y se encogió. Puede que los
Altonatos fueran los sirvientes más gloriosos de la reina, pero Lord
Xavius era el más glorioso (y peligroso) de los Altonatos.

— Mañana por la noche… mañana por la noche duplicaremos el campo


de energía —declaro, y las vetas rojas de sus ojos resplandecieron.
El Pozo de la Eternidad

A pesar de ser incapaz de enfrentarse a su mirada, uno de los otros


Altonatos se atrevió a hablar.

— C… con el debido respeto mi señor Xavius, ¡eso es un gran riesgo¡ Un


aumento tan grande podría desestabilizar todo lo que ya hemos
conseguido.
— ¿Y qué hemos conseguido mi querido Peroth'arn? —Xavius se cernió
entre las otras figuras entunicadas, su sombra parecía moverse por sí
mismo bajo la enloquecida luz del hechizo—. ¿Qué hemos conseguido?
— ¡Vaya, disponemos de más poder del que haya dispuesto nunca un elfo
de la noche!

Xavius asintió, y luego frunció el ceño.

— ¡Sí, y con él podemos aplastar a un insecto con un mazo del tamaño de


una montaña! ¡Eres un tonto estrecho de miras, Peroth'arn! Considérate
afortunado de que tus habilidades sean necesarias para este ritual.

El otro elfo de la noche cerró la boca e inclinó la cabeza agradecido.

El consejero de la Reina miró con desprecio al resto de los Altonatos.

— ¡Para lo que pretendemos hacer necesitamos un perfecto dominio


sobre el Pozo! ¡Necesitamos la capacidad de matar al insecto sin que se
dé cuenta de lo que ha pasado hasta después de muerto! ¡Debemos tener
una precisión tal, un tacto tal que no haya dudas de la perfecta ejecución
de nuestro objetivo final! ¡Debemos...!
— ¿Sermoneando de nuevo, mi querido Xavius?

La voz melodiosa habría encandilado a cualquiera de los demás


Altonatos hasta el punto de quitarse la vida solo para complacer a la
hablante, pero no a Xavius y sus ojos color ónice. Con un gesto
Richard A. Knaak

despreocupado despidió a los agotados magos y luego se volvió hacia la


única persona de palacio que no le mostraba el respeto que merecía.

Su entrada fue refulgente, una visión de perfección que sus ojos mágicos
amplificaron. Ella era la gloria de los elfos de la noche, su amada señora.
Cuando respiraba, hacía que las muchedumbres contuvieran el aliento.
Cuando tocaba la mejilla de un guerrero que tenía su favor, este iba a
enfrentarse voluntariamente a dragones y aún más, aunque eso
significara su destrucción segura. La Reina de los elfos de la noche era
alta para una hembra, incluso más alta que muchos varones. Solo Xavius
era bastante más alto que ella. Y a pesar de su altura, se movía como el
viento, con silenciosa gracilidad en cada paso. Ningún gato caminaba tan
silenciosamente como Azshara, y nadie lo hacía con tanta confianza.

Su oscura piel violeta era tan suave como el traje de seda que vestía. Su
cabello largo, denso, exuberante y plateado como la luz de la luna caía
por sus hombros y se ondulaba artísticamente hacia atrás. En contraste
con su visita anterior, cuando había acudido vestida a juego con sus ojos,
ahora llevaba un vaporoso vestido largo a juego con su exuberante
cabello.

Incluso Xavius la deseaba en secreto, pero en sus propios términos. Sus


ambiciones lo impulsaban más de lo que nunca podrían los encantos de
ella. Con todo, su presencia le resultaba de mucha utilidad, igual que él
sabía que la suya le resultaba a ella. Ambos compartían un objetivo, pero
cada uno de ellos tenía una recompensa diferente esperándolo al final.

Cuando finalmente se lograra el objetivo, Xavius le mostraría a Azshara


quién gobernaba en realidad.

— Luz de la luna —comenzó él con expresión obediente—. ¡No


sermoneo más que su pureza, su perfección! No hago más que
El Pozo de la Eternidad

recordarles a los demás sus deberes, no, su amor hacia usted. Por eso
deberían desear no fallarle...
— Porque también te fallarían a ti, mi querido consejero—. Tras la
bellísima Reina, dos damas de compañía llevaban la cola de su largo
vestido translúcido. Movieron la cola a un lado cuando Azshara se sentó
en la silla especial que había hecho erigir a los Altonatos para poder
observar cómodamente sus esfuerzos—. Y creo que te temen más a ti de
lo que me aman a mí.
— Imposible mi Reina.

La Reina se acomodó para observar mejor el esfuerzo de los hechiceros


y su vestido se movió para resaltar mejor la perfección de sus formas.

Xavius no se dejó impresionar por la maniobra. La tendría a ella y


cualquier otra cosa que quisiera después de que hubieran tenido éxito
en su gran misión.

Un repentino estallido de luz atrajo las miradas de ambos al trabajo de


los hechiceros. Flotando en el centro del círculo formado por los
Altonatos, una furiosa bola de energía se rehacía continuamente. Su
miríada de colores tenía un esfuerzo hipnótico, en gran parte porque a
menudo parecía estar abriendo un portal hacia otro sitio. Xavius en
especial pasaba largas horas mirando fijamente la creación de los elfos
de la noche, viendo con sus ojos artificiales lo que ninguno de los demás
podía.

Al observar ahora, el consejero frunció el ceño. Forzó la vista para


estudiar las insondables profundidades del interior. Durante el más
breve instante, habría jurado haber visto...

— ¡Creo que no me estás escuchando, querido Xavius! ¿Es eso posible?


Richard A. Knaak

Él logró recuperarse.

— Tan posible como vivir sin respirar, Hija de la luna... pero admito que
estaba lo bastante distraído como para no entender claramente. ¿Decía
que...?

A la reina Azshara se le escapó una breve risa gutural, pero no lo


contradijo.

— ¿Qué hay que entender? Me he limitado a afirmar que pronto


triunfaremos. Pronto tendremos el poder y la capacidad para limpiar
nuestra tierra de las imperfecciones, para crear el paraíso perfecto a
partir de ella…
— Así será, mi Reina. Así será. Estamos a corta distancia de la creación
de una grandiosa edad de oro. El reino... su reino, será purificado. ¡El
mundo conocerá la gloria eterna! —Xavius se permitió una leve
sonrisa—. Y las malditas razas impuras que en el pasado han impedido
la consecución de una era de perfección dejaran de existir.

Azshara recompensó sus bellas palabras con una agradable sonrisa.

— Me alegra oírte decir que será pronto. Hoy he recibido a más gente en
audiencia, señor consejero. Vinieron temerosos de la violencia desatada
en el Pozo y sus alrededores. Me pidieron consejo acerca de sus causas y
su peligrosidad. Naturalmente los remití a ti.
— Haz hecho bien, mi señora. Yo calmaré sus miedos el tiempo suficiente
para que nuestra valiosa tarea dé sus frutos Después de eso, será placer
suyo anunciar lo que se ha hecho por el bien de nuestra gente.
— Y me amarán más por ello —murmuró Azshara, con los ojos
entrecerrados como si imaginara a la multitud agradecida.
— Si es posible que la amen más de lo que la aman ahora, mi gloriosa
Reina.
El Pozo de la Eternidad

Azshara aceptó el halago bajando momentáneamente los ojos, luego, con


una fluida gracilidad de la que solo ella era capaz, se levantó de la silla.
Sus doncellas maniobraron rápidamente la cola de su vestido para que
no interfiriera lo más mínimo con sus movimientos.

— Pronto haré el maravilloso anuncio, lord Xavius —declaró mientras


se alejaba del consejero—. Encárgate de que todo esté listo cuando lo
haga.
— Consumirá mis días —replicó él haciéndole una reverencia—. Y el
sueño de mis noches.

Pero en el momento en que ella y sus doncellas hubieran partido, el frío


rostro del concejero frunció el ceño. Le hizo un gesto a uno de los
guardias de rostro pétreo que montaban guardia permanente en la
entrada de la habitación.

— Si no se me advierte con antelación la próxima vez que su Majestad


decida unirse a nosotros, pediré tu cabeza. ¿Entendido?
— Sí, mi señor —contestó el guardia sin cambiar de expresión.
—También espero que se me informe de la llegada del capitán Varo'then
antes que su Majestad. Su tarea no merece molestar a la Reina. Asegúrate
que el capitán, y cualquiera que traiga con él, venga directamente a mí.
— Sí, mi señor.

Xavius despidió al guardia y volvió a la tarea de supervisar el ritual de


los Altonatos.

Una red de radiantes energías mágicas envolvía la brillante esfera que


seguía rehaciéndose. Mientras Xavius observaba, la esfera se comprimió,
casi como si intentara devorarse a sí misma.
Richard A. Knaak

— Fascinante... —susurró. Tan cerca, el señor consejero podía sentir las


intensas emanaciones, las fuerzas a duras penas contenidas invocadas
de la fuente de todo el poderío mágico de los elfos de la noche. Xavius
había sido el primero en sospechar que su gente no había hecho más que
rozar la superficie del potencial del agua oscura. El nombre de Pozo de
la Eternidad era muy adecuado, ya que cuanto más lo estudiaba, más se
daba cuenta de que era ilimitado. Las dimensiones físicas del Pozo no
eran más que un truco de la mente limitada. El verdadero Pozo existía en
un millar de dimensiones, en un millar de sitios al mismo tiempo.

Y de cada uno de sus aspectos, de cada una de sus variaciones, los


Altonatos aprenderían a extraer lo que quisieran.

Ese potencial lo abrumaba hasta a él.

Energías y colores que los otros no podían ver danzaban y luchaban


frente a los ojos mágicos de Xavius. Lo atraían, seduciéndolo con su
poder elemental. El señor consejero se recreaba con la fantástica vista
que tenía ante sí…

Y de su interior, de más allá del mundo físico, repentinamente sintió que


algo le devolvía la mirada.

Esta vez el elfo de la noche supo que no estaba equivocado. Xavius sintió
una presencia, una presencia lejana. Y a pesar de aquella distancia, el
poder sintió era abrumador.

Intentó apartar los ojos, pero era demasiado tarde. En las profundidades,
muy en las profundidades de las energías prisioneras del pozo, la mente
del consejero fue repentinamente arrastrada más allá de límite de la
realidad, más allá de la eternidad... hasta que…
El Pozo de la Eternidad

Llevo mucho tiempo buscándote…, llegó una voz. Era vida, muerte,
creación, destrucción… y un poder infinito.

Aunque lo hubiera deseado, Xavius hubiera sido incapaz de apartar los


ojos de aquel abismo. Otros ojos habían atrapado a los suyos: los ojos del
nuevo dios del señor consejero.

Y ahora has venido a mí...

Las aguas burbujearon como si estuvieran hirviendo. Grandes olas se


alzaron y cayeron una y otra vez. Brotaron rayos tanto de los cielos como
del oscuro Pozo.

Entonces llegaron los murmullos.

Los primeros elfos de la noche que los escucharon pensaron que aquellos
sonidos no eran más que el viento. Los ignoraron enseguida, más
preocupados por la posible devastación de sus elegantes casas.

Unos pocos más astutos, que estaban más en sintonía con las energías
sobrenaturales del Pozo, los distinguieron como lo que eran. Voces
provenientes del Pozo. Pero que decían aquellas voces, la mayoría de
ellos no podía saberlo.

Fueron los que oyeron con claridad los que temieron de verdad... y sin
embargo no hablaron con otros de su miedo, para no ser marcados como
locos y ser desterrados de su sociedad. De ese modo perdieron la
posibilidad de recibir el único aviso posible.

Las voces solamente hablaban de hambre. Tenían hambre de todo. Vida,


energía, almas… querían cruzar hasta el mundo, hasta el prístino reino
de los elfos de la noche.
Richard A. Knaak

Y una vez allí, devorarlo.


El Pozo de la Eternidad

CAPÍTULO SIETE
Sus captores se habían puesto muy nerviosos, y apara Rhonin eso los
convertía en una amenaza mayor.

Tenía bastante que ver con la nueva extensión de bosque en la que acababan
de entrar. Esta zona le transmitió una sensación diferente a la de las oscuras
zonas que acababan de cruzar. Allí sus captores no parecían tanto los señores
de la tierra como intrusos indeseables.

El amanecer se aproximaba. Krasus, que parecía seguir inconsciente, y él


habían sido atados y colocados rudamente a lomos de uno de los animales.
Cada zancada de la enorme pantera amenazaba con romperle las costillas al
mago, pero se obligó a no hacer ningún sonido o movimiento que revelara a
los elfos de la noche que estaba despierto.

¿Y qué importaba si lo sabían? Ya había intentado varias veces lanzar algún


conjuro, pero los intentos solo le habían provocado un intenso dolor de
Richard A. Knaak

cabeza. Le habían puesto al cuello un pequeño amuleto esmeralda, una cosa


de aspecto sencillo que era la fuente de su frustración. Cada vez que trataba
de concentrarse en sus conjuros, se le nublaban los pensamientos y le daban
punzadas en las sienes. Ni siquiera podía sacudirse el amuleto. Los elfos de
la noche se lo habían atado bien. Krasus también llevaba uno, pero parecía
que sus captores no tenían nada que temer de él. Rhonin también se había
dado cuenta de lo que había pasado cada vez que su antiguo mentor había
intentado ayudar en la refriega. Krasus tenía incluso menos dominio sobre su
poder que él. Una idea preocupante.

— Este no es el sendero por el que vinimos —gruño el líder de la cicatriz, al


que el humano había oído llamar Varo'then—. Esto no es como debería ser…
— Pero hemos retrocedido exactamente sobre nuestros pasos, mi capitán, —
contestó uno de los otros—. No ha habido desvíos…
— ¿Te parecen los pináculos de Zin-Azshari eso que hay en el horizonte? —
espetó Varo'then—. Yo no veo nada más que malditos árboles, Koltharius...
¡Y hay algo en ellos que no me gusta! ¡De algún modo, incluso ojo avizor y
conociendo el camino, hemos perdido el rumbo!
— ¿Deberíamos retroceder? ¿Desandar lo andado?

Rhonin no podía ver el rostro del capitán, pero si imaginarse el gesto de


frustración.

— No... no..., todavía no...

Pero aunque Varo'then no estaba dispuesto a renunciar al sendero, el mago


empezaba a preocuparse por lo mismo. Con cada paso que se adentraban en
el denso y alto bosque, sentía una creciente presencia, una presencia como
Rhonin nunca había experimentado antes. En cierto sentido le recordaba a
como sentía a Krasus cada vez que el mago dragón contactaba con él, pero
esta era más, mucho más.
El Pozo de la Eternidad

¿Pero qué?

— El sol casi ha salido, —murmuró otro de los soldados.

Por lo que Rhonin sabía hasta ahora, aunque sus captores podían soportar la
luz del día, no les gustaba. En cierto sentido los debilitaba. Eran criaturas
mágicas aunque individualmente no poseyeran mucha, pero su magia estaba
vinculada a la noche. Si lograba liberarse del amuleto con el sol fuera,
Rhonin creía que las posibilidades volverían a estar a su favor.

Asegurándose de que nadie lo estuviera mirando, sacudió la cabeza


subrepticiamente. El amuleto se balanceó adelante y atrás, pero no se resbaló.
Por fin intentó levantar la cabeza bruscamente, con la esperanza de que
aquello descolgara la medalla. Se arriesgaba a que sus captores se dieran
cuenta, pero era un riesgo que tenía que correr.
En la penumbra de los momentos previos al amanecer, un rostro lo miro
fijamente desde el follaje.

No... El rostro era parte del follaje. Las hojas y ramitas formaban los rasgos,
incluida una barba hirsuta. Los ojos eran bayas y un hueco entre el verdor
representaba lo que parecía una boca burlona.
Se desvaneció entre los arbustos tan rápido como había aparecido, haciendo
que Rhonin se preguntara si no se lo habría imaginado. ¿Un truco de la
creciente luz? ¡Imposible! No con tanto detalle.

Y sin embargo...

El roce de un arma al ser desenvainada atrajo su atención. Uno a uno los elfos
de la noche se fueron preparando para una batalla que no comprendían, pero
que sabían que era inminente. Incluso los feroces felinos presagiaron
problemas, ya que no solo apretaron su ya de por sí rápido paso, sino que
arquearon el lomo y enseñaron sus brutales dientes.
Richard A. Knaak

De repente, Varo'then señaló a la derecha.

— ¡Por ahí! ¡Por ahí! ¡Rápido!

En ese momento, el bosque estalló de vida.

Enormes ramas cubiertas de follaje descendieron, tapando el rostro de los


jinetes. Los arbustos saltaron al frente, convertidos en bajitas y ágiles figuras
con silenciosos y sonrientes rostros verdes. El suelo del bosque pareció
enredar las zarpas de las panteras, derribando a más de un jinete. Los elfos
de la noche se gritaban tratando de organizarse, pero lo único que conseguían
era aumentar el caos.

Un grave gemido resonó en toda la zona. Rhonin solo pudo verlo de soslayo,
pero estaba seguro de haber visto un árbol enorme doblarse y derribar a dos
elfos de la noche y sus monturas con su densa copa.

El bosque se llenó de maldiciones mientras Varo'then intentaba recuperar el


control de su tropa. Los elfos que permanecían montadas estaban
embarullados, intentando no solo atacar a las cosas que correteaban alrededor
sino también mantener bajo control a sus excitadas panteras. A pesar de su
tamaño, a los enormes felinos claramente les desagradaba aquello a lo que se
estaban enfrentando, y a menudo retrocedían a pesar de que sus jinetes los
apremiaban a avanzar.

Varo'then gritó algo y repentinamente unos tentáculos de radiante energía


violeta salieron despedidos contra varios puntos del bosque: Uno golpeó a un
duende arbusto que se aproximaba, convirtiendo al instante a la criatura en
una hoguera. Pero, a pesar de la muerte aparentemente horrible, el ser siguió
avanzando sin detenerse, dejando un rastro de llamas a su paso.
El Pozo de la Eternidad

Casi de inmediato el viento, que antes había sido prácticamente inexistente,


aulló y rugió como encolerizado por el ataque. Sopló con tanta fuerza que
levantó gran cantidad de tierra, ramas rotas y hojas sueltas, llenando el aire y
obstruyendo aún más la vista de los elfos de la noche. Las llamas se apagaron,
y su pretendida víctima ignoró el rescate tanto como había ignorado el peligro
anterior. Una enorme rama arrastrada por el viento derribó al elfo nocturno
que había junto a Varo'then.

— ¡Reagrúpense! —gritó el capitán de la cicatriz—. ¡Reagrúpense y retirada!


¡Deprisa, malditos sean!

Una mano de hojas tapó la boca de Rhonin. Volvió a encontrase mirando al


mismo extraño rostro. Tras él sintió que otras manos lo cogían de las piernas.

Con un empujón poco ceremonioso, tiraron al mago. La pantera se dio cuenta


y rugió. Más de las pequeñas criaturas arbusto cayeron sobre la bestia,
hostigándola. Mientras el mundo daba vueltas a su alrededor, Rhonin alcanzó
a ver a Varo'then dándose la vuelta a ver qué pasaba. El malencarado elfo
maldijo al darse cuenta de que le estaban robando 1os prisioneros, pero antes
de que pudiera siquiera levantar una mano para impedirlo, cayeron más
ramas, enredando los brazos y 1a cabeza del capitán y cegándolo.

Las criaturas arbusto cogieron a Rhonin antes de que pudiera dar de cabeza
en el suelo. En silencio y eficientemente, lo levantaron como un ariete y se
lo llevaron al interior del denso bosque. Rhonin tuvo la esperanza de que
también hubieran rescatado a Krasus, ya que solamente podía ver la silueta
de hojas que iba delante de él. A pesar de su tamaño, sus acompañantes eran
a todas luces bastante fuertes.

Entonces, para su desánimo, un elfo solitario a lomos de una pantera que


estaba enseñando los dientes les cortó el paso. El mago lo reconoció como el
tal Koltharius. Tenía una mirada de desesperación en los ojos, como si la
Richard A. Knaak

huida de Rhonin significara lo peor para él. Y por lo que Rhonin había visto
del capitán, de eso no había duda.

Sin desperdiciar palabras, el elfo nocturno lanzó su bestia adelante. Los elfos
que Rhonin conocía, especialmente su amada Vereesa, eran seres que
profesaban el más absoluto respeto a la naturaleza. Pero a la gente de
Koltharius no parecía importarles un pimiento; cortó con la espada ramas y
arbustos que le entorpecían, poseído de una furia desatada. Nada le impediría
alcanzar a su presa.

O eso pensaba. Enormes pájaros negros cayeron desde las copas de los
árboles, rodeando y hostigando despiadadamente al elfo nocturno. Koltharius
lanzó tajos a diestra y siniestra, pero no llegó ni a cortar una pluma de sus
alados atacantes.

Tan absorto estaba el elfo nocturno en este último ataque que no percibió otro
peligro que se alzaba de la tierra. Los árboles entre los que quería pasar se
levantaron más de medio metro, como si estuvieran estirando las raíces.

La montura de Koltharius, casi enloquecida por los ataques, no prestó


suficiente atención a su rumbo.

El habitualmente ágil felino primero trastabilló y luego tropezó, a medida que


sus zarpas se enredaban más y más.

Emitió un gemido de dolor al salir despedido hacia un lado. Su jinete trató de


no caerse, pero eso solo sirvió para empeorar la situación.

La enorme pantera « retorció, dejando a Koltharius entre ella y dos enormes


troncos de árbol. Atrapado, el elfo nocturno quedó aplastado. Su armadura se
arrugó como papel por la tremenda fuerza del impactó. Su felino no quedo
El Pozo de la Eternidad

mucho mejor, ya que el choque se vió acompañado de un terrible crujido de


su cuello.

Los vegetales acompañantes de Rhonin siguieron avanzando como si no


hubiera pasado nada. El mago siguió oyendo la lucha de sus antiguos captores
durante unos minutos más pero de repente los sonidos cesaron, como si
Varo'then hubiera finalmente conducido a los asediados cazadores a la huida.

Las pequeñas criaturas seguían y seguían. Percibió un movimiento a su


derecha y vislumbró lo que parecía ser la forma inerte del mago dragón
transportada de la misma manera que él. Por primera vez, Rhonin empezó a
temer lo que sus rescatadores pretenderían hacer con el par. ¿Habían sido
arrancados de manos de los elfos de la noche para enfrentarse a algún destino
terrible?

Los duendes del bosque fueron bajando el paso, hasta detenerse finalmente
al borde de una zona de terreno abierto. A pesar de la imposibilidad del
ángulo, los primeros rayos del sol ya iluminaban el claro. Pequeños y
delicados pájaros cantarines trinaban felices. Miríadas de flores de cientos de
colores florecían esplendorosas y la alta hierba del interior se mecía
suavemente, casi invitando a los recién llegados.
***
De nuevo un rostro de hojas llenó su campo visual. El agujero abierto a modo
de sonrisa se agrandó y, para su sorpresa, Rhonin vió que en su interior crecía
una florecilla completamente blanca.

Emitió una nubecilla de polen, salpicando la nariz y la boca del humano.

Rhonin tosió, la cabeza le dio vueltas. Sintió que las criaturas volvían a
moverse, llevándolo en dirección a la luz del sol.
Richard A. Knaak

Pero antes de que ningún rayo pudiera tocar su rostro, el mago perdió el
sentido.

A pesar de que Rhonin creía lo contrario, Krasus no había permanecido


inconsciente la mayor parte del tiempo. Débi1 sí, casi dispuesto a permitir
que la oscuridad, y si no había ganado, al menos tampoco había perdido.

Krasus también había percibido que los vigilaban desde los árboles, pero
inmediatamente se había dado cuenta de que se trataba de sirvientes del
bosque. Con los sentidos aún más aguzados que los de su compañero
humano, Krasus comprendió que los elfos de la noche habían sido atraídos
intencionalmente hasta aquel sitio. Algún poder quería algo de los seres de
las armaduras, y no hacía falta un salto de lógica para asumir que Rhonin y
él eran los premios en cuestión.

Así que el mago dragón se había mantenido perfectamente inmóvil durante


todo el caos. Se había obligado a no hacer nada cuando atacaron al grupo y
las criaturas del bosque se los llevaron a Rhonin y a él de debajo de las
mismas narices de los elfos. Krasus no había sentido malicia en sus
rescatadores, pero eso no significaba que la pareja no pudiera sufrir daños
más tarde. Había permanecido vigilante, en secreto, durante todo el trayecto
por el bosque, con la esperanza de ser de más ayuda que la última vez.

Pero al llegar al claro iluminado por el sol, había cometido un error de


cálculo. El rostro había aparecido con demasiada rapidez, había soplado
sobre él de forma demasiado inesperada. Al igual que Rhonin, Krasus había
quedado inconsciente.

A diferencia de Rhonin, solo haba dormido minutos.

De todas las cosas que podía haber visto al despertarse, lo que vio fue un
pajarillo rojo posado en su rodilla. Aquella imagen tan amable sobresaltó
El Pozo de la Eternidad

tanto al dragón que dio un respingo, haciendo que la diminuta ave volara
hasta las ramas que había arriba.

Krasus examinó el contorno con grandes precauciones. Según todas las


apariencias, Rhonin y él estaban tumbados en medio de una arboleda mística,
un área de inmensa magia por lo menos tan antigua como los dragones. Que
allí el sol brillara tan intensamente, y la hierba, las flores y pájaros irradiaran
paz no era ningún accidente. Allí estaba el santuario de un ser que Krasus
debería haber conocido, pero del que no podía recordar lo más mínimo.

Y ese era un problema del que no había hablado sinceramente con su


compañero. Los recuerdos de Krasus estaban llenos de agujeros. Había
reconocido a los elfos de la noche como lo que eran, pero otras cosas, muchas
de ellas mundanas, se habían desvanecido por completo. Cuando intentaba
concentrarse en ellas, el mago dragón solo encontraba el vacío. Su mente
estaba tan debilitada como su cuerpo.

¿Pero por qué? ¿Por qué había sufrido él mucho más que Rhonin? Aunque
fuera un mago humano de habilidades impresionantes, Rhonin seguía siendo
un frágil mortal. Si alguien debería haber resultado molido y vapuleado por
su enloquecido vuelo a través del tiempo y el espacio, debería haber sido el
inferior de ambos viajeros.

El mismo momento en que lo pensó, Krasus se sintió culpable. Fuera cual


fuera la razón para que Rhonin hubiera aguando mejor el viaje. Krasus se
avergonzó por desear que hubiera sido al revés. Rhonin había estado a punto
de sacrificarse por su antiguo mentor en varias ocasiones.

A pesar de su tremenda debilidad y del persistente dolor, se obligó a ponerse


en pie. No vio señales de las criaturas que 1os habían traído allí. Posiblemente
habían vuelto a ser una parte del bosque, ocupándose de sus necesidades hasta
que su señor volviera a convocarlos. Krasus era muy consciente de que se
Richard A. Knaak

trataba de los más humildes guardianes de 1a floresta. Los elfos de la noche


eran una amenaza de relativa poca importancia.

¿Pero qué querría el poder que gobernaba allí de los viajeros extraviados?

Rhonin seguía durmiendo profundamente y, a juzgar por su propia reacción


al polen, Krasus esperaba que siguiera haciéndolo un buen rato. Sin ninguna
amenaza evidente a la vista, se atrevió a dejar al humano dormido para
investigar los límites de su libertad.

Un denso campo de flores rodeaba la hierba a modo de vallado, al parecer la


mitad de las flores apuntaban hacia dentro y la otra mitad hacia fuera. Krasus
se acercó y ojeó las flores con desconfianza.

Al acercase a unos treinta centímetros, las flores se volvieron hacia él y se


abrieron totalmente.

El mago dragón retrocedió al instante... y observó cómo las plantas


recuperaban su aspecto normal. Un sencillo y blando muro de eficaces
guardianes. Rhonin y él estaban a salvo de los peligros del exterior, y al
mismo tiempo se impedía que le causaran problemas al bosque.

En su estado actual, a Krasus ni se le pasaba por la cabeza saltar por encima


de las flores. Además, sospechaba que hacerlo solo desataría a otro centinela
oculto, posiblemente no tan amable.

Solo le quedaba un recurso. Para conservar mejor las fuerzas, se sentó con
las piernas cruzadas. Luego respiró hondo, recorrió la arboleda con la mirada
una última vez... y le habló al aire.

— Me gustaría hablar contigo.


El Pozo de la Eternidad

El viento recogió sus palabras y se las llevó al interior del bosque, donde
resonaron una y otra vez. Los pájaros se quedaron en silencio. La hierba dejó
de mecerse.

Entonces volvió el viento... y la respuesta con él.

— Y hablaremos...

Krasus esperó. Oyó el débil repicar de cascos en la distancia, como si algún


animal se hubiera cruzado por allí en ese momento importante. Frunció el
ceño a medida que el repicar se iba acercando, y entonces percibió una silueta
envuelta en sombras que venía por el bosque. ¿Un jinete cornudo sobre
alguna montura monstruosa?

Pero entonces, cuando se acercó hasta los guardianes florales en y la siempre


brillante luz del sol le dio de lleno, el dragón en forma moral solo pudo
quedarse boquiabierto como un simple niño humano ante la imponente
imagen.

— Te conozco… —empezó a decir Krasus—. Te conozco…

Pero el nombre, al igual tantos recuerdos, lo eludía. Ni siquiera podía decir


con seguridad si se había encontrado antes con este ser mítico y, sin duda
aquello decía bastante de los agujeros en su memoria.

— Y yo sé algo de ti… —dijo la altísima figura, que tenía el torso parecido


a un elfo de la noche y la parte inferior como la de un ciervo—. Pero no tanto
como me gustaría.

El señor del bosque cruzó sobre sus cuatro fuertes patas la barrera de flores,
que se apartó como harían unos sabuesos leales con su amo. Algunas flores
y brotes de hierba incluso le acariciaron las patas dulce y cariñosamente.
Richard A. Knaak

— Yo soy Cenarius —le dijo a la escuálida figura que estaba sentada ante
él—. Este es mi reino.

Cenarius... Cenarius... Las connotaciones legendarias fluyeron por la


desgarrada mente de Krasus. Unas cuantas dieron su fruto, pero la mayoría
se perdió en la nada. Cenarius. De él hablaban los elfos y otros habitantes del
bosque. No un dios, pero casi. Un semidiós. Tan poderoso a su manera como
los grandes Aspectos.

Pero había más, mucho más. Pero por mucho que lo intentaba, el mago
dragón no lograba recordarlo.

Sus esfuerzos tuvieron que hacerse evidentes en su rostro, ya que la expresión


taciturna de Cenarius se volvió más amable.

— No te encuentras bien, viajero. Quizá deberías descansar más.


— No. — Krasus se obligó a levantarse, irguiéndose y sacando pecho frente
al semidiós—. No... me gustaría hablar ahora.
— Como prefieras. —La astada deidad inclinó a un lado la barbuda cabeza,
mientras estudiaba a su huésped—. Eres más de lo que aparentas viajero. Veo
deta1les de elfo de la noche, pero también siento más, mucho más. Casi me
recuerdas a... pero eso no es posible. —la enorme figura señalo a Rhonin—.
Y él es diferente de cualquier criatura que pueda encontrarse dentro o fuera
de mis dominios.
— Venimos de muy lejos y, francamente, estamos perdidos. No sabemos
dónde estamos.

Para sorpresa del mago, eso provocó una atronadora risa del semidiós. La risa
de Cenarius hizo que más flores florecieran, trajo el canto de los pájaros a las
ramas que rodeaban al trío y puso en movimiento una suave brisa de
primavera que tocó la mejilla de Krasus como una amante.
El Pozo de la Eternidad

— ¡Entonces sí que son de muy lejos! ¿Dónde si no podrían estar ambos,


amigo mío? ¿Dónde sino en Kalimdor?

Kalimdor. Al menos eso tenía sentido. ¿Dónde si no habría tal cantidad de


elfos de la noche? Pero saber dónde habían sido depositados Rhonin y él
respondía pocas preguntas.

— Eso sospechaba, mi señor, pero...


— Sentí un cambio preocupante en el mundo —lo interrumpió Cenarius—.
Un desequilibrio, una alteración. Busqué en secreto su origen y su
ubicación... y aunque no encontré todo lo que buscaba, fui conducido hasta
ustedes dos. —Pasó junto a Krasus para examinar de nuevo al durmiente
Rhonin—. Dos viajeros provenientes de ninguna parte. Dos almas perdidas
provenientes de la nada. Ambos son enigmas para mí. Preferiría que no
hubieran aparecido.
— Y sin embargo nos salvaste del cautiverio…

El señor del bosque emitió un resoplido digno del ciervo más poderoso.

— Los elfos de la noche se vuelven cada vez más arrogantes. Toman lo que
no les pertenece y entran donde no son bien recibidos. Creen que todo cae
bajo su dominio. Aunque no fueron ellos los que entraron en mi reino por
propia voluntad, decidí obligarles a hacerlo para darles una lección de
humildad y buenos modales. —Sonrió lúgubremente—. Eso... y ellos se
encargaron de traerme lo que quería directamente aquí.

Krasus sintió que se le doblaban las piernas. El esfuerzo por seguir en pie le
estaba resultando monumental. Decidido, se mantuvo firme.

— Ellos también parecían advertidos de nuestra repentina llegada.


Richard A. Knaak

— Zin-Azshari no carece de habilidades. Después de todo, desde ella se


domina el mismísimo Pozo.

El mago dragón se estremeció, pero esta vez no por la debilidad. En su última


afirmación, Cenarius había pronunciado dos palabras que llenaron de miedo
el corazón del Krasus.

— ¿Zin... Zin-Azshari?
— ¡Sí mortal! ¡La capital del dominio de los elfos de la noche! ¡Situada en
la misma orilla del Pozo de la Eternidad! ¿Es que ni siquiera sabes eso?

Ignorando la debilidad que demostraría ante el semidiós, Krasus cayó al


suelo, se sentó en la hierba y trató de digerir la enormidad de la situación.

Zin-Azshari.

El Pozo de la Eternidad.

Conocía ambos sitios, incluso con lo agujereada que estaba su memoria.


Algunas cosas eran de una notoriedad tan legendaria que hubiera hecho falta
la completa erradicación de su mente para que Krasus hubiera olvidado.

Zin-Azshari y el Pozo de la Eternidad. La primera, el centro de un imperio


de magia, un imperio gobernado por los elfos de la noche. Que tonto por su
parte por no haberse dado cuenta de eso durante su captura. Zin-Azshari había
sido el centro del mundo durante varios siglos.

El segundo, el Pozo, era un lugar de pura magia, un depósito ilimitado de


energía del que magos y hechiceros hablarían con temor reverencial a lo largo
de las edades. Había sido el corazón del poder mágico de los elfos de la
noche, lo que les permitía ejecutar conjuros que incluso los dragones habían
aprendido a respetar.
El Pozo de la Eternidad

Pero ambos eran cosas del pasado… del pasado remoto. Ni Zin-Azshari, ni
el maravilloso y siniestro pozo existían ya.

Hacía mucho que se habían desvanecido en la catástrofe que… que…

Y ahí la mente de Krasus volvió a fallarle. Había pasado algo horrible que
los había destruido a los dos, había destrozado el mundo... y a pesar de todo
su empeño no lograba recordar qué.

— Aún no te has recuperado, —dijo Cenarius con preocupación—. Debería


haberte dejado descansar.

El mago respondió mientras intentaba recordar.

— Estaré... estaré bien para cuando mi amigo se despierte. Nos… nos iremos
tan pronto como podamos y no molestaremos más.

La deidad frunció el ceño.

— No pareces entenderlo, pequeño ser. A la vez eres mi huésped y un


misterio... y mientras sigas siendo lo último seguirás siendo lo primero. —
Cenarius se dio la vuelta y se encaminó hacia las flores. —Creo que
necesitarán sustento. Pronto se les proveerá. Descansen bien entre tanto.

Cenarius no esperó una protesta ni Krasus se molestó en efectuarla. Cuando


un ser como el señor del bosque insistía en que se quedaran, Krasus
comprendía que era imposible discutir. Rhonin y él serían huéspedes tanto
tiempo como deseara Cenarius... lo que con un semidiós podía significar el
resto de sus vidas.
Richard A. Knaak

Con todo, aquello no preocupaba a Krasus tanto como la idea de que quizá
esas vidas fueran bastante cortas.

Tanto Zin-Azshari como el Pozo de la Eternidad habían sido destruidos en


alguna monstruosa catástrofe, y cuanto más pensaba en ello el mago dragón,
más creía que la hora de esa catástrofe se acercaba rápidamente.

*******

— Te aviso, mi querido consejero, adoro las sorpresas, pero espero que esta
sea muy, muy deliciosa.

Xavius sonrió mientras conducía a la Reina de la mano a la cámara en la que


trabajaban los Altonatos. Había acudido a ella con tan buen talante como
había podido reunir, pidiéndole cortésmente que se unieran a él para
contemplar lo que sus hechiceros habían logrado. El consejero sabía que
Azshara esperaba algo milagroso y que no quedaría defraudada... aunque no
fuera lo que la gobernante de los elfos de la noche tenía en mente.

Los guardias se arrodillaron al verlos entrar. Aunque su expresión era la


misma de siempre, ellos, al igual que Xavius, habían sido tocados. Todos los
que estaban ahora en la cámara lo entendían, excepto Azshara. Y a ella solo
le quedaba un momento para la revelación. Ojeó el torbellino arremolinado
que había en el interior del círculo.

— No parece diferente —dijo con tono de desengaño.


— Hay que verlo de cerca, luz de un millar de lunas. Entonces comprenderéis
lo que hemos logrado...

Azshara frunció el ceño. Había acudido sin sus damas de compañía y quizá
ahora lamentaba esa decisión. A pesar de todo, Azshara era la reina y le
correspondía demostrar que, aun sola, estaba al mando en todo momento.
El Pozo de la Eternidad

Con gráciles zancadas, Azshara fue hasta el mismo borde del círculo. Primero
observó el trabajo de los Altonatos que estaban obrando el ritual, y luego se
dignó posar la mirada en la esfera de fuego del interior.

— Me parece que no ha cambiado, querido Xavius. Esperaba más de…

Dejó escapar un jadeo, y aunque el consejero no podía ver su expresión por


completo, distinguió lo suficiente para saber que Azshara ahora lo entendía.

Y la voz que él había oído antes, la voz de su dios, habló para que todos la
oyeran.

Ya voy...
Richard A. Knaak

CAPÍTULO OCHO
El ritual de la medianoche ya había concluido y Tyrande tenía tiempo libre.
Elune esperaba dedicación de sus sacerdotisas, pero no exigía que se le
dedicara cada momento de vela. La Madre Luna era una señora amable y
amantísima, y eso era lo que había llevado a la joven elfa de la noche a su
templo. Al unirse, Tyrande había encontrado cierta paz respecto a su
aprensión, sus conflictos interiores.

Pero había un conflicto que no abandonaba su corazón. El tiempo había


cambiado las cosas entre ella, Malfurion e Illidan. Ya no eran jóvenes amigos.
La simplicidad de la infancia había dado paso a la complejidad de las
relaciones adultas.

Sus sentimientos por ambos habían cambiado, y ella sabía que los dos
también sentían algo diferente. La competición entre los hermanos siempre
había sido amistosa, pero últimamente se había intensificado de una forma
que a Tyrande no le gustaba. Ahora parecía que se enfrentaban el uno al otro
en serio, como si compitieran por un premio.
El Pozo de la Eternidad

Tyrande comprendía, aunque ellos dos no lo hicieran, que el Premio era ella.

Aunque la sacerdotisa novicia se sentía halagada, no quería herir a ninguno


de los dos. Sin embargo, Tyrande habría de herir al menos a un hermano, ya
que en el fondo de su corazón sentía que cuando llegara la hora de elegir un
compañero para su vida, habría que ser entre Malfurion e Illidan.

Vestida con una túnica plateada con la capucha de una novicia, Tyrande se
apresuraba silenciosamente por las altas estancias de mármol del templo.
Sobre ella, un fresco mágico ilustraba los cielos. Un visitante ocasional podía
incluso haber pensado que no había techo, de lo perfecta que era la ilusión.
Pero sólo la cámara principal, donde tenían lugar los rituales, estaba
verdaderamente abierta al cielo. Allí acudía Elune en forma de luz de rayos
de luna, acariciando gloriosamente a sus fieles como una madre haría a sus
amados hijos.

Tras pasar junto a las imponentes imágenes esculpidas de las encarnaciones


terrenales de la diosa —las que habían servido en el pasado como sumas
sacerdotisas— Tyrande se encontró finalmente en el vasto suelo de mármol
del recibidor. Allí se representaba, en un intrincado mosaico, la formación
del mundo por parte de Elune y otros dioses, aunque por supuesto dando más
importancia a la Madre Luna. Con pocas excepciones los dioses eran formas
difusas con rostros en penumbra, ya que ninguna criatura de carne y hueso
era digna de contemplar su verdadero aspecto. Solo los semidioses, hijos y
ayudantes de sus superiores tenían rostros definidos. Uno de aquellos por
supuesto, era Cenarius, que muchos decían que posiblemente era hijo de la
luna y el sol. Cenarius, naturalmente, no decía ni que sí ni que no, pero a
Tyrande le gustaba pensar que aquella historia era verdad.

Afuera, el aire fresco de la noche la calmó un poco. Tyrande bajó los blancos
peldaños de alabastro y se unió a la muchedumbre. Muchos inclinaron la
Richard A. Knaak

cabeza en señal de deferencia ante su posición, mientras que otros le dejaron


paso cortésmente. Ser, aunque sólo fuera una iniciada de Elune tenía sus
ventajas, pero en aquellos momentos Tyrande deseaba ser sólo ella misma
ante el mundo.

Suramar no era tan esplendorosa como Zin—Azshari, pero tenía su propia


presencia, Colores brillantes y vivos llenaron su mirada a1 entrar en la plaza
principal, donde mercaderes de todas clases ofrecían sus artículos a la
población. Dignatarios vestidos con lujosas túnicas incrustadas de diamantes,
de rojo de solar y naranja fuego, caminaban con la frente alta y los ojos en el
camino junto a elfos de las clases más bajas vestidos con ropas más humildes
de color verde, amarillo, azul o una mezcla de estos colores. Todos los que
aparecían por el mercado intentaban exhibirse lo mejor que podían.

Incluso los edificios servían de escaparate para sus habitantes, y todos los
colores del arco iris estaban representados ante la vista de Tyrande. Algunos
negocios estaban pintados de hasta siete colores, y la mayoría tenía
espectaculares imágenes por todos lados. La mayoría estaba iluminada por
antorchas, ya que el titilar de las llamas se consideraba un animado adorno.

Las pocas criaturas que no eran de su raza que la novicia había conocido en
su corta vida parecían considerar a su gente bastante estridente, llegando
incluso a afirmar que la raza de Tyrande debía de ser daltónica. Aunque sus
propios gustos eran más conservadores, si bien no tanto como los de
Malfurion, Tyrande creía que, simplemente, los elfos de la noche sabían
apreciar mejor la variedad de tonos y colores que había en el mundo.

Vio una multitud reunida cerca del centro de la plaza. La mayoría gesticulaba
y señalaba, y algunos hacían comentarios bien de asco, bien de burla.
Curiosa, Tyrande fue a ver qué despertaba tanto interés.
El Pozo de la Eternidad

Al principio, los espectadores no se dieron cuenta de su presencia,


ciertamente una señal de que lo que estaban mirando debía de ser una rara
maravilla. Dio cortésmente unos golpecitos en el hombro de la figura más
cercana, que al reconocerla se echó a un lado inmediatamente para cederle el
paso. Mediante este método logró abrirse paso entre la muchedumbre.

En el centro de todo había una jaula un poco más baja que ella misma.
Construida con gruesos barrotes de hierro, evidentemente contenía una bestia
de considerable fuerza, ya que daba bruscas sacudidas y de cuando en cuanto
un gruñido animal provocaba que la multitud reanudara el murmullo.

Los que estaban justo frente a ella se negaron a moverse, ni siquiera al


descubrir quién les había dado los golpecitos en el hombro. Frustrada y
curiosa, la esbelta elfa de la noche cambió de posición e intentó ver entre dos
paisanos.

Lo que contempló la hizo gritar entrecortadamente.

— ¿Qué es eso? —se le escapó.


— nadie lo sabe, hermana. —contestó el que resultó ser un centinela que
montaba guardia. Llevaba la coraza pectoral y la túnica de la guardia de
Suramar—. La Guardia Lunar tuvo que hechizarlo tres veces para derribarlo.

Tyrande miro a su alrededor instintivamente, buscando a uno de los magos


de las túnicas verdes, pero no vio ninguno. Lo más probable es que hubieran
hechizado la jaula y luego hubieran dejado a la criatura en manos de la
guardia mientras iban a discutir qué hacer con ella.

¿Pero qué habían dejado?

No era enano, aunque algunos aspectos de su constitución le recordaba a uno.


Si hubiera estado erguido, habría sido unos treinta centímetros más bajo que
Richard A. Knaak

un elfo de la noche, pero por lo menos el doble de ancho. Claramente la bestia


era una criatura de gran fuerza bruta, ya que Tyrande nunca había visto una
musculatura así. Se asombró de que, a pesar de los hechizos lanzados sobre
la jaula, el prisionero no se hubiera limitado a doblar los barrotes y escapar.

Un curioso de clase alta tanteó a la figura encorvada con su báculo de oro...


lo que provocó una renovada furia en el interior de la jaula. El elfo de la noche
apenas pudo apartar su bastón de las gruesas manazas. El rostro chato de
mandíbula prominente de la criatura se contorsionó mientras rugía
encolerizada. Probablemente habría logrado apoderarse del bastón de no ser
por las gruesas cadenas que rodeaban sus muñecas, tobillos y cuello. Las
pesadas cadenas no solo eran la razón por la que estaba encorvado, sino
también el motivo de que no pudiera emprenderla con los barrotes, incluso
suponiendo que tuviera la fuerza y la determinación.

Del horror y el asco, las emociones de Tyrande de pasaron a la compasión.


Tanto el templo como Cenarius le habían enseñado a respetar la vida, incluso
la que a primera vista pareciera monstruosa.

La criatura de piel verde vestía unas ropas primitivas, lo que significaba que
él —era un varón con toda probabilidad— tenía un rastro de inteligencia. En
ese caso, no era correcto que se lo exhibiera como un animal.

Dos cuencos marrones vacíos indicaban, que por lo menos, el prisionero


había recibido algún sustento, pero a juzgar por su enorme masa la novicia
sospechaba que no había sido suficiente. Se volvió hacia el centinela.

— Necesita más comida y agua.


— No se me han dado órdenes en ese sentido, hermana —contestó esto
respetuosamente el centinela sin apartar los ojos de la multitud.
— No deberían hacer falta órdenes para eso. —Tyrande fue recompensada
con un encogimiento de hombros.
El Pozo de la Eternidad

— Los ancianos no han decidido todavía lo que hacer con él. Quizá no crean
que vaya a necesitar más comida ni agua, hermana.

Aquella sugerencia le repugnó. La justicia de los elfos de la noche podía ser


draconiana.

— ¿Intentarás detenerme si le traigo algún sustento?

Ahora era el soldado quien parecía incómodo.

— No deberías, hermana. Es tan posible que esta bestia te arranque el brazo


para devorarlo como que coja la comida que le traigas. Lo más inteligente
sería dejarlo.
— Me arriesgaré.
— Hermana...

Pero antes de que pudiera intentar convencerla, Tyrande ya se había ido. Fue
directa al vendedor de comida más cercano, a buscar una jarra de agua y
cuenco de sopa. La criatura de la jaula tenía claro aspecto de carnívoro, así
que también cogió un trozo de carne cruda. El propietario se negó a cobrarle,
uno de los beneficios de su vocación, así que ella le otorgó la bendición que
sabía que el mercader quería y luego le dio las gracias y volvió a la plaza.

Gran parte de la muchedumbre se había dispersado, aparentemente ya


aburrida, cuando Tyrande llegó hasta el centro. Por lo menos eso le facilitaba
la tarea de reconfortar al prisionero. Este levantó la vista al acercarse la
novicia, al principio considerándola una curiosa más. Solo cuando vio lo que
traía Tyrande mostró más interés.

Se sentó lo mejor que pudo, teniendo en cuenta las cadenas, y la observó con
unos ojos profundos situados bajo unas pobladas cejas. Tyrande juzgó que
estaría en la segunda mitad de su vida, ya que el pelo le había encanecido y
Richard A. Knaak

su rostro brutal mostraba las muchas marcas y cicatrices de una existencia


dura.

Justo en el límite de lo que ella calculó que sería su alcance, la joven elfa
nocturna vaciló. Por el rabillo del ojo, Tyrande vio cómo el centinela se
interesaba precavidamente por sus actos. Comprendió que usaría la lanza para
matar a la criatura si esta hacía algún intento de dañarla a ella. Tyrande tuvo
la esperanza de que no se llegara a eso. Sería la más terrible de la ironías que
su intento de ayudar a un ser que sufría lo condujera a la muerte.

Se arrodilló ante los barrotes con elegancia y cuidado.

— ¿Me entiendes?

Él gruñó y finalmente asintió.

— Te he traído algo. —Primero le entregó el cuenco de sopa.

Aquellos ojos desconfiados, tan diferentes de los suyos propios, miraron


fijamente el cuenco. Podía leer en ellos los cálculos. Una vez se desviaron
brevemente en dirección al guardia más cercano. La mano derecha se cerró,
luego volvió a abrirse.

Lenta, muy lentamente alargó la mano. Al acercarse a la suya, Tyrande se dio


cuenta de lo enorme que era, lo bastante grande para envolver las dos suyas
sin dificultad. Pudo hacerse una idea de la fuerza que tendría, y casi retiró el
ofrecimiento.

En ese momento, con la suavidad que la sorprendió, el prisionero cogió el


cuenco de sus manos, lo colocó a salvo frente a sí y lo observó expectante.
El Pozo de la Eternidad

La aceptación le hizo sonreír, pero él no respondió de la misma manera. Algo


más tranquila, Tyrande le entregó la carne y luego la jarra de agua.

Cuando tuvo las tres cosas a salvo junto a él, el mastodonte de piel verde
empezó a comer. Se tragó el contenido del cuenco de un solo sorbo,
derramando parte del líquido marrón El trozo de carne fue después. Gruesos
y puntiagudos dientes amarillentos desgarraron la carne sin vacilar. Tyrande
tragó saliva pero no demostró su incomodidad ante los monstruosos modales
de la criatura. En las mismas condiciones, puede que ella hubiera actuado
igual que él.

Unos cuantos curiosos observaban esta actividad como si fuera el número de


un juglar, pero Tyrande los ignoró. Esperó pacientemente mientras él
devoraba la comida. Toda la carne desapareció del hueso, que luego la
criatura rompió en dos. Chupó el tuétano con tal agrado que el resto de la
muchedumbre (su fina sensibilidad perturbada por semejante exhibición
animal) se fue.

Mientras se iban los últimos, el ser soltó repentinamente los trozos de hueso
y, con una inquietante y grave risita, echó mano de la jarra. No había apartado
los ojos de la novicia más de un segundo.

Cuando el agua hubo desaparecido, se limpió la boca con el brazo y gruñó.

— Bueno…

Oír una palabra sobresaltó a Tyrande, aunque antes ya había supuesto que, si
la entendía, también podría hablar. La hizo volver a sonreír e incluso
arriesgarse a inclinarse hacia los barrotes, un acto que de inmediato provocó
el nerviosismo en los guardias.
Richard A. Knaak

— ¡Hermana! —gritó uno de ellos—, ¡No deberías acercarte tanto! ¡Te


arrancará...!
— No hará nada —les aseguro ella rápidamente—. ¿No es así? —añadió
mirando a la criatura.

Él negó con la cabeza y a modo de señal cruzó las manos sobre el pecho. Los
centinelas retrocedieron, pero se mantuvieron alerta.

Tyrande los ignoró un vez más.

— ¿Quieres algo más? ¿Más comida? —preguntó.


— No.

Tyrande hizo una pausa antes de volver a hablar.

— Me llamo Tyrande, soy sacerdotisa de Elune, la Madre Luna.

La figura de la jaula no parecía muy dispuesta a continuar la conversación,


pero al ver que ella estaba dispuesta a esperar lo que hiciera falta, respondió
finalmente:

— Brox… Broxigar. Sirviente juramentado del caudillo Thrall, gobernante


de los orcos.

Tyrande intentó comprender lo que había dicho. Que se trataba de un guerrero


era evidente por su aspecto. Y servía a algún líder, este Thrall. Un nombre en
cierto sentido más curioso que el del propio ser, ya que Tyrande comprendía
su significado y por lo tanto entendía la naturaleza contraria de un líder con
tal nombre1.

Y este Thrall era el líder de los orcos, que Tyrande asumió que era el pueblo
de Brox. Las enseñanzas del templo eran concienzudas, pero ni allí ni en
El Pozo de la Eternidad

ninguna parte había oído nunca hablar de una raza llamada orcos. Y con toda
certeza, si todos eran como Brox, los elfos de la noche los recordarían bien.
Decidió profundizar.

______________
1 Thrall es una palabra de origen nórdico que significa siervo o esclavo. N.

del T.
— ¿De dónde eres, Brox? ¿Cómo has llegado hasta aquí?

Al momento Tyrande se dio cuenta de que había metido la pata. El orco


entrecerró los ojos y cerró la boca. Qué tonta al no pensar que la Guardia
Lunar ya lo habría interrogado… y sin la amabilidad que ella había
demostrado hasta el momento. Ahora tenía que pensar que la habían enviado
a sonsacarle con amabilidad lo que ellos no habían podido lograr mediante la
fuerza y la magia.

Brox cogió el cuenco y se lo devolvió con gesto sombrío y desconfiado,


claramente con el deseo de acabar la conversación.

Sin previo aviso, un rayo de energía penetró en la jaula desde detrás de la


novicia y golpeó la mano del orco.

Con un gruñido salvaje, Brox se cogió los dedos quemados apretándolos con
fuerza. Le dedicó a Tyrande una mirada tan furiosa y asesina que ella no pudo
evitar dar un paso atrás. Los centinelas acudieron de inmediato a la jaula y
empujaron a Brox contra los barrotes traseros a punta de lanza.

Unas fuertes manos la cogieron por los hombros, y una voz que conocía bien
susurró con nerviosismo:

— ¿Estás bien, Tyrande? Esa horrible bestia no te ha hecho daño, ¿no?


Richard A. Knaak

— ¡No tenía pensado hacerme daño! —espetó ella volviéndose hacia su


presunto rescatador—. ¡Illidan! ¿Cómo has podido?

El guapo elfo de la noche frunció el ceño y sus arrebatadores ojos dorados


perdieron parte de su luz.

— ¡Solo temí por ti! ¡Esa bestia es capaz de...! Tyrande lo interrumpió.
— ¡Ahí dentro es capaz de bien poco... y no es ninguna bestia!
— ¿No? —Illidan se inclinó para inspeccionar a Brox. El orco enseñó los
dientes pero no hizo nada que pudiera enfadar al elfo de la noche. El hermano
de Malfurion resopló en señal de deprecio—. A mí no me parece una criatura
civilizada.
— Solamente estaba intentando devolverme el cuenco. Y si hubiera habido
algún problema, los guardias ya estaban cerca.

Illidan hizo una mueca.

— Lo siento, Tyrande. Quizá me he excedido. ¡Pero debes admitir que muy


pocos de los de tu vocación hubieran corrido el riesgo que has corrido tú!
Puede que no lo sepas, ¡pero dicen que cuando se despertó le dio una dio una
buena zurra a un guardia lunar!

La novicia miró al centinela de rostro pétreo, que asintió reticentemente. Se


había olvidado de mencionarle aquel pequeño detalle. A pesar de todo,
Tyrande dudaba que aquello hubiera marcado la diferencia. Brox había sido
maltratado y ella había sentido la necesidad de correr en su ayuda.

— Aprecio tu preocupación Illidan, pero te repito que no corría ningún


peligro. —Entornó los ojos al ver la herida del orco. Los dedos estaban
ennegrecidos y el dolor era evidente en los ojos de Brox, pero el orco no
gritaba ni pedía que lo curaran.
El Pozo de la Eternidad

Tyrande abandonó a Illidan y se arrodillo junto a la jaula. Sin vacilar, metió


las manos en los barrotes.

Illidan fue hacia ella.

— ¡Tyrande!
— ¡Atrás! ¡Todos! —Miró a los ojos torvos del orco—. Sé que no querías
hacerme daño. Puedo curarte eso. Por favor, permíteme.

Brox gruñó, pero de un modo que le hizo pensar que no estaba enfadado, sino
simplemente considerando sus opciones. Illidan seguía junto a Tyrande, que
se daba cuenta de que él atacaría de nuevo al orco al mínimo indicio de
problemas.

— Illidan, voy a tener que pedirte que te des la vuelta un momento.


— ¿Qué? Tyrande...
— Por mí, Illidan.

Podía sentir la furia acumulada en él. Pero a pesar de todo obedeció su


petición y se dio la vuelta para mirar en dirección a uno de los edificios que
rodeaban la plaza.

Tyrande volvió a concentrarse en Brox. Este miraba ahora a Illidan, y por el


más breve instante la hermana pudo leer la satisfacción en sus ojos. Entonces
el orco volvió a atenderla y le ofreció la mano con desconfianza.

Tras cogerlas con las suyas, Tyrande se impresionó al examinar la herida. La


carne estaba parcialmente calcinada en dos dedos, y un tercero estaba rojo e
infectado.

— ¿Qué le has hecho? —le preguntó a Illidan.


— A1go que he aprendido hace poco —fue todo lo que dijo él.
Richard A. Knaak

Ciertamente no era algo que hubiera aprendido en el bosque de Cenarius.


Aquello era un ejemplo de alta hechicería de los elfos de la noche, un conjuro
que había lanzado sin apenas concentrarse. Revelaba lo hábil que podía ser
el hermano de Malfurion cuando el tema lo excitaba. Claramente disfrutaba
más manipulando la hechicería que con el druidismo, una práctica más
pausada.

Tyrande no estaba segura de que le gustara la elección.

— Madre Luna, oye mis plegarias… —ignorando el gesto de repulsión de


los guardias, cogió los dedos del orco y los beso dulcemente uno a uno. Luego
e susurró a Elune, pidiéndole diosa que le diera el poder de aligerar el
sufrimiento de Brox de arreglar lo que Illidan había arruinado en su
impulsividad—. Extiende la mano todo lo que puedas —ordenó al prisionero.

Sin dejar de observar a los centinelas, Brox avanzó y se esforzó por sacar de
la jaula su manaza. Tyrande esperó algún tipo de resistencia mágica, pero no
pasó nada. Suponía que, como el orco no había intentado escapar, el conjuro
de la jaula no había reaccionado.

La novicia miró al cielo, donde la luna flotaba justo sobre ellos.

— Madre luna..., lléname de tu pureza, de tu gracia, de tu amor... otórgame


el poder de sanar esta...

Mientras Tyrande pronunciaba su plegaria, oyó un gemido de uno de los


guardias. Illidan empezó a girarse, pero, evidentemente pensó que en ese
momento no convenía enfadar más a Tyrande.
El Pozo de la Eternidad

Un haz de luz plateada, la luz de Elune, envolvió a la joven sacerdotisa.


Tyrande irradiaba luz como si fuera la propia luna. Sintió cómo la gloria de
la diosa se convertía en parte de ella.

Brox casi apartó la mano, sobresaltado por el maravilloso espectáculo. Pero,


demostrando valor, puso su confianza en ella y le dejó que acercara su mano
lo más que pudo hasta el fulgor.

Y cuando la luz de luna toco sus dedos, la carne quemada sanó, los huecos
por donde asomaba el huevo volvieron a crecer y la horrible herida que había
causado Illidan se desvaneció por completo.

No hicieron falta más que unos pocos segundos para completar la tarea. El
orco se quedó quieto, con los ojos abiertos de par en par como los de un niño.

— Gracias Madre Luna. —susurró Tyrande, y soltó la mano de Brox.

Los centinelas hincaron las rodillas e inclinaron la cabeza en señal de respeto


a la novicia. El orco encogió la mano; miraba los dedos fijamente y los movía
asombrado. Se tocó la piel, al principio con cuidado, luego con una inmensa
satisfacción cuando no le sacudió ningún dolor. Un ruido de satisfacción
escapó de la brutal figura.

Brox de repente empezó a contorsionarse dentro de la jaula Tyrande temió


que hubiera sufrido alguna otra herida que solo hubiera descubierto ahora,
pero en ese momento el orco acabó de moverse.

— Te honro, chamán —dijo él, postrándose lo mejor que le permitieron las


cadenas—. Estoy en deuda contigo.

Tan profunda era la gratitud de Brox que Tyrande sintió que las mejillas se
le oscurecían por el azoramiento. Se puso en pie y dio un paso atrás.
Richard A. Knaak

Illidan inmediatamente se dio la vuelta y la cogió del brazo como para


sostenerla.

— ¿Estás bien?
— Yo… estoy… —¿Cómo explicar lo que sentía cuando la tocaba Elune?—
ya está hecho. —acabó, incapaz de responder adecuadamente.

Los guardianes se levantaron finalmente, su respeto por ella se había


magnificado. El que estaba más adelantado se acercó con devoción.

— Hermana, ¿podrías bendecirme?


— ¡Por supuesto! —La bendición de Elune se otorgaba libremente, ya que
las enseñanzas de la Madre Luna decían que cuanto más fueran tocados por
ella, más comprenderían el amor y la unidad que ella representaba y
difundirían esa comprensión a otros.

Con la mano abierta, Tyrande tocó a cada centinela en el corazón y luego en


la frente, para indicar la unidad simbólica de pensamientos y espíritu. Todos
se lo agradecieron profusamente.

Illidan volvió a cogerla del brazo.

— Necesitas recuperarte, Tyrande. ¡Ven! Sé de un sitio…

La ronca voz de Brox llegó desde la jaula.

— Chamán, ¿puede este humilde ser recibir también tu bendición?

Los guardias fueron a hablar pero no dijeron nada. Si incluso una bestia pedía
tan cortésmente la bendición de Elune, ¿cómo podían negarse ellos? Ellos no,
pero Illidan sí.
El Pozo de la Eternidad

— Ya has hecho suficiente por esa criatura. ¡Estás casi temblando! Ven…

Pero ella no podía rechazar al orco. Librándose de la mano de Illidan,


Tyrande volvió a arrodillarse junto a Brox. Alargó la mano sin vacilar, y tocó
la tosca piel velluda y el duro y peludo ceño.

— Que Elune cuide de ti y de los tuyos... —susurró la novicia.


— Que el brazo con el que empuñas el hacha mantenga la fuerza —contestó
él.

La peculiar respuesta le hizo fruncir el ceño, pero entonces recordó la clase


de vida que seguramente había llevado el orco. Lo que le había deseado era,
a su retorcida manera, un deseo de vida y salud.

— Gracias —le respondió ella con una sonrisa.

Mientras Tyrande se levantaba, Illidan volvió a interponerse.

— Ahora podemos…

De sopetón, Tyrande se sintió cansada. Era un cansancio bueno, como si


hubiera trabajado mucho y bien por su señora, y hubiera logrado mucho en
su nombre. Recodó de repente el tiempo que llevaba sin dormir. Más de un
día, ciertamente; la sabiduría de la madre luna dictaba que volviera al templo
y a su cama.

— Por favor perdóname Illidan —murmuro Tyrande—. Me encuentro


cansada. Me gustaría volver con mis hermanas, lo comprendes ¿no?

Los ojos de Illidan se entornaron momentáneamente, luego se calmaron.


Richard A. Knaak

— Sí, probablemente sería lo mejor. ¿Te acompaño?


— No hace falta, de todas formas me gustaría caminar a solas.

Illidan no dijo nada, se limitó a acatar su decisión con una reverencia.

Ella le dedicó a Brox una última sonrisa. El orco inclinó la cabeza. Tyrande
partió, sintiéndose la mente extrañamente descansada a pesar del cansancio
físico. Cuando fuera posible hablaría de Brox con la suma sacerdotisa.
Seguramente el templo podría hacer algo por el extraño.

La luz de la luna cayó sobre la novicia mientras andaba. Tyrande sentía cada
vez más que esa noche había experimentado algo que la cambiaría para
siempre. Seguramente, su encuentro con el orco había sido designio de Elune.

Apenas podía esperar a hablar con la suma sacerdotisa…

*******

Illidan observó cómo Tyrande se iba sin siquiera mirarlo por segunda vez. La
conocía lo bastante bien para saber que todavía estaba viviendo en el instante
de servicio a su diosa. Aquello ahogaba cualquier otra influencia, él incluido.

— Tyrande… —había tenido la esperanza de hablar con ella perder de sus


sentimientos, pero esta oportunidad se había echado a perder. Illidan había
esperado durante horas, observando subrepticiamente el templo esperando a
que ella apareciera. Sabedor de que no quedaría bien que se le acercara nada
más salir, había esperado en las inmediaciones, con la intención de hacerse
el encontradizo.

Entonces ella había descubierto la criatura capturada por la Guardia Lunar y


todos su planes se habían ido al garete. Ahora no solo había perdido la
El Pozo de la Eternidad

oportunidad, si no que se había puesto en ridículo frente a ella, había quedado


como el malo... ¡y todo por una criatura como esa!

Antes de poder detenerse, las palabras salieron en susurros de su boca y su


mano derecha se cerró.

La jaula resplandecía brillantemente, pero no con la luz plateada de la luna:


una feroz aura roja envolvía la prisión como si intentara devorarla... a ella y
a su ocupante.

La repugnante criatura de su interior rugía de evidente dolor. Mientras tanto,


los guardias iban y venían confundidos. Illidan murmuró rápidamente las
palabras para anular el hechizo.

El aura se desvaneció. El prisionero dejó de gritar.

Sin que nadie lo observara, el joven elfo de la noche salió rápidamente de


escena. Se había dejado dominar por la ira y había atacado al objetivo más
obvio. Illidan estaba agradecido de que los guardias no se hubieran dado
cuenta de la verdad, y de que Tyrande ya hubiera salido de la plaza y no
presenciara su momento de cólera.

También les estaba agradecido a los guardias lunares que habían erigido las
barreras mágicas que rodeaban la jaula… ya que solo esos conjuros
defensivos habían impedido la muerte de la criatura del interior.
Richard A. Knaak

CAPÍTULO NUEVE
Todos estaban muriendo a su alrededor.

Mirara a donde mirase, Brox veía morir a sus camaradas. Garno, con el que
había crecido, que era prácticamente un hermano, fue el siguiente en caer,
con el cuerpo despedazado por la ululante hoja de una inmensa forma ígnea
con un infernal rostro cornudo lleno de dientes afilados. El monstruo murió
momentos después a manos de Brox, que saltó sobre él y, con un grito que
hizo vacilar incluso a la terrible criatura, partió en dos al asesino de Garno a
pesar de su armadura de llamas.

Pero la Legión seguía viniendo y los orcos cada vez eran menos. Apenas
quedaba un puñado de defensores, y cada minuto perecía uno más ante la
ofensiva.

Thrall había ordenado que se bloqueara el paso, que la Legión no pasara.


Estaban reuniendo refuerzos, pero la Horda necesitaba tiempo. Necesitaba a
Brox ya sus camaradas.
El Pozo de la Eternidad

Pero cada vez quedaban menos. Duun cayó de repente; su cabeza rodó por el
suelo ensangrentado varios segundos antes de que su cuerpo se derrumbara.
Fezhar ya estaba muerto, sus restos completamente irreconocibles. Había
sido envuelto por una oleada de fuego verde y antinatural vomitada por uno
de los demonios, fuego que no había quemado su cuerpo tanto como lo había
disuelto.

Una y otra vez, la robusta hacha de Brox llevaba la muerte a sus horribles
enemigos, aparentemente nunca a la misma clase de criatura. Y sin embargo
cada vez que se limpiaba el sudor de la frente y continuaba, solo veía más.

Y más... y más...

Ahora solo quedaba él frente a ellos. Se enfrentó a una chillona y hambrienta


marea de monstruos decididos a destruirlo todo.

Y cuando cayeron sobre el solitario superviviente... Brox se despertó.

El orco tembló en la jaula, pero no de frío. Después de más de un millar de


repeticiones, tendría que haber sido inmune a los terrores que su
subconsciente resucitaba. Y sin embargo, cada vez que venían las pesadillas
lo hacían con nueva intensidad, nuevo dolor.

Nueva culpa.

Brox debería haber muerto aquel día. Debería haber muerto con sus
camaradas. Ellos habían realizado el máximo sacrificio por la Horda, pero él
había sobrevivido, había seguido vivo. No estaba bien.

Soy un cobarde, pensó una vez más. Si hubiera luchado mejor ahora estaría
con ellos.
Richard A. Knaak

Pero aunque le había dicho esto a Thrall, el caudillo había negado con la
cabeza.
— No —le había dicho—. Nadie luchó mejor mi viejo amigo. Las cicatrices
están ahí, los exploradores te vieron combatir mientras se acercaban. Les
hiciste a tus camaradas, a tu gente, un servicio tan bueno como los que
perecieron.

Brox había aceptado la gratitud de Thrall, pero no las palabras del líder de la
horda.

Y allí estaba ahora, encerrado como un cerdo a la espera de la matanza a


manos de aquellas arrogantes criaturas. Lo miraban como si le hubieran
salido dos cabezas y se asombraban de su fealdad. Solo la joven hembra, la
chamán, le había demostrado respeto y preocupación

En ella había sentido el poder del que hablaba su propia gente, la antigua
senda de la magia. Le había curado la quemadura que le había causado su
amigo solamente con una plegaria a la luna. Ciertamente tenía un don, y Brox
se sentía honrado de que le hubiera concedido su bendición.

No es que a largo plazo fuera a importar. El orco no tenía dudas de que sus
captores pronto decidirían como ejecutarlo. Lo que le habían sonsacado hasta
ahora no les servía de nada. Se había negado a dar información concreta
acerca de su gente, especialmente su ubicación. Cierto, él mismo no sabía
muy bien como volver a casa, pero era mejor suponer que cualquier cosa que
dijera concerniente a eso sería un indicio para los elfos de la noche. A
diferencia de los elfos de la noche que se habían aliado con los orcos, estos
solo sentían desprecio por los extraños... y por eso representaban una
amenaza para la Horda.
El Pozo de la Eternidad

Brox se dio la vuelta tanto como le permitieron los grilletes. Otra noche y
seguramente estaría muerto, pero no de la forma que él había escogido. No
habría ninguna batalla gloriosa, ninguna canción épica que lo recordara...

—Grandes espíritus —murmuró—. Oigan a este indigno. Denme un último


combate, una última causa. Déjenme ser digno...

Brox miró fijamente al cielo y siguió rezando en silencio. Pero a diferencia


de la joven sacerdotisa, dudaba que los poderes que observaban el mundo
escucharan a una criatura tan baja como él.

Su destino estaba en manos de los elfos de la noche.

*******

Qué había traído a Malfurion a Suramar, eso no podía decirlo. Durante tres
noches había estado sentado a solas en su casa, meditando sobre todo lo que
le había dicho Cenarius y todo lo que él mismo había presenciado en el Sueno
Esmeralda. Tres noches y ninguna respuesta a su creciente preocupación. No
tenía dudas de que en Zin-Azshari seguían con el ritual y de que la situación
se haría más desesperada cuando más tardara alguien en actuar.

Pero nadie parecía haber notado ningún problema.

Quizá, decidió finalmente Malfurion, había viajado a Suramar en busca de


otra voz, otra mente con la que discutir su dilema interior. Para eso había
decidido buscar a Tyrande, no a su gemelo. Ella solía prestar más atención a
sus pensamientos, mientras que Illidan tenía la tendencia de pasar a la acción
hubiera o no hubiera pensado en un plan.

Sí, estaría bien hablar con Tyrande... y simplemente verla.


Richard A. Knaak

Mientras se dirigía al gran templo de Elune, un gran contingente de jinetes


apareció repentinamente desde la dirección opuesta. Malfurion se apartó y
vio pasar a varios soldados vestidos con armaduras grises y verdes galopando
a lomos de sus lustrosas y cuidadas panteras. En la vanguardia del grupo se
alzaba un estandarte cuadrado de vivo color purpura con la silueta de un ave
negra en el centro.

El estandarte de lord Kur'talos Cresta Cuervo.

El comandante elfo cabalgaba en vanguardia, sobre una montura más grande


y más lustrosa, claramente la hembra dominante de la manada. El propio
Cresta Cuervo era alto, delgado y de porte regio. Cabalgaba como si nada
pudiera mantenerlo apartado de su deber, fuera cual fuera. Una ondulante
capa dorada dejaba una estela, y su alto yelmo de cimera roja estaba marcado
con el símbolo de su nombre.

Aviario también era un adjetivo que describía sus rasgos: alargados,


estrechos. Su nariz era un pico aquilino. Su copetuda barba y serios ojos le
daban un aspecto de sabiduría y poder. Aparte de los Altonatos, Cresta
Cuervo era considerado uno de los que tenía más influencia sobre la Reina,
que en el pasado le había pedido consejo muy a menudo.

Malfurion se maldijo por no haber pensado antes en Cresta Cuervo, pero


ahora tenía una buena oportunidad de hablar con el aristócrata. Cresta Cuervo
y su guardia de elite cabalgaban como si se encontraran en una misión de
tremenda agencia, lo que hizo que se preguntara si sus temores sobre Zin-
Azshari se habrían materializado ya. Pero si ese era el caso, dudaba que el
resto de la ciudad hubiera seguido tan tranquila; las fuerzas que estaban en
juego cerca de la capital presagiaban con total seguridad un desastre de
proporciones monumentales, que rápidamente afectaría incluso a Suramar.
El Pozo de la Eternidad

Cuando los jinetes desaparecieron, Malfurion siguió su camino. Tanta gente


apretada en un sitio hacia que el joven elfo de la noche se sintiera un poco
claustrofóbico, después del largo periodo en el bosque. Con todo, Malfurion
reprimió la sensación, sabiendo que pronto vería a Tyrande. Por muy
nervioso que lo pusiera últimamente, también le calmaba el espíritu mucho
más que cualquier otra cosa, incluida la meditación.

Sabía que también tendría que ver a su hermano, pero esa noche la idea no le
agradaba tanto. Quería ver a Tyrande, pasar tiempo con ella. Illidan seguiría
estando allí más tarde.

Malfurion percibió vagamente a un grupo de gente reunido alrededor de algo


que había en la plaza, pero su deseo de ver a Tyrande le hizo ignorar
rápidamente la escena. Tenía la esperanza de encontrarla enseguida, sin tener
que ir preguntando a un acólito tras otro. Aunque los iniciados de Elune no
se molestaban porque amigos o parientes fueran a hablar con uno de ellos,
por algún motivo Malfurion se sentía más nervioso de lo habitual. Tenía poco
que ver con sus preocupaciones sobre Zin-Azshari, y más que ver con la
extraña incomodidad que sentía ahora cada vez que estaba cerca de su amiga
de la infancia.

Al entrar en el templo, un par de guardias lo observó. En vez de túnicas


vestían relucientes corazas pectorales de plata y faldas, las primeras marcadas
con el signo de la luna creciente en el centro. Igual que todas las iniciadas de
Elune, eran mujeres y estaban versadas en las artes de la defensa y el combate.
La propia Tyrande era mucho mejor arquera que Malfurion e Illidan. Las
enseñanzas pacíficas de la madre luna no eran óbice para que sus chiquillas
más fieles aprendieran a defenderse

— ¿Podemos ayudarte, hermano? —le pregunto la centinela que estaba más


adelantada. Ella y la otra estaban en posición de firmes, con las lanzas listas
para volverse contra é1 al momento.
Richard A. Knaak

— Vengo buscando a la novicia Tyrande. Ella y yo somos buenos amigos.


Me llamo...
— Malfurion Tempestira—acabo la segunda, que era más o menos de su
edad. Sonrió—. Tyrande comparte su dormitorio conmigo y otras dos más.
Te he visto con ella algunas veces

— ¿Se puede hablar con ella?


— Si ha acabado con su meditación ya debería estar libre. Mandaré a alguien
a preguntar. Puedes esperar en la cámara de la Luna.

La cámara de la luna era el título oficial del centro descubierto del templo,
donde muchos de los principales rituales tenían lugar. Cuando no la estaba
usando la suma sacerdotisa; el templo animaba a todo el mundo a que
disfrutara de su ambiente sosegado.

Malfurion sintió el tacto de la madre luna en el mismo momento en que entró


en la cámara rectangular. Un jardín de damas de noche rodeaba la habitación,
y en el centro había un pedestal desde donde hablaba la sacerdotisa. El
camino de piedras circular que llevaba hasta el pedestal era un mosaico que
representaba los ciclos anuales de la luna. En las pocas visitas que había
hecho anteriormente, Malfurion se había dado cuenta de que,
independientemente del punto del cielo en el que flotara la luna, su suave luz
siempre iluminaba la cámara por completo.

Fue hasta el centro y se sentó en uno de los bancos de piedra que usaban tanto
iniciados como fieles. Aunque el entorno lo tranquilizaba bastante, la
paciencia de Malfurion se fue deteriorando rápidamente mientras esperaba a
Tyrande. También le preocupaba que a ella le molestara su aparición. En el
pasado siempre lo habían hablado previamente antes de reunirse. Esta era la
primera vez que se había atrevido a entrometerse en su mundo sin previo
aviso.
El Pozo de la Eternidad

— Malfurion...

Todas sus preocupaciones se desvanecieron en un instante al levantar la vista


y ver a Tyrande entrar bajo la luz de la madre luna. Su túnica plateada
adquirió un fulgor místico, y ante sus ojos la madre luna no podría haber sido
una imagen más gloriosa. El cabello de Tyrande colgaba suelto hasta el
escote, enmarcando su exquisito rostro. La iluminación nocturna enfatizaba
sus ojos, y cuando la novicia sonrió, ella misma pareció iluminar la cámara.

Mientras Tyrande se le acercaba, Malfurion se levantó para recibirla. Estaba


seguro de que sus mejillas se habían azorado, pero no había nada que hacer
y espero que Tyrande no lo notara.

— ¿Va todo bien? —preguntó la novicia con súbita preocupación—. ¿Ha


pasado algo?
— Estoy bien. Espero no interrumpir. —la sonrisa de ella volvió más
arrebatadora que nunca—. Nunca eres una molestia, Malfurion. De hecho,
me alegro de que hayas venido. Yo también quería verte.

Si antes no había notado su azoramiento, ahora seguro que sí. A pesar de


todo, Malfurion insistió.

— ¿Podemos dar un paseo fuera del templo, Tyrande?


— Si eso te resulta más cómodo, sí.

Malfurion empezó a hablar cuando salieron de la cámara.

— Ya te he dicho que padezco unos sueños que se repiten una y otra vez...
— Sí, lo recuerdo.
— Hablé de ellos con Cenarius después de que Illidan y tú partieron, y
tomamos medidas para tratar de entender por qué se repetían.
Richard A. Knaak

El tono de ella se volvió preocupado.

— ¿Y han descubierto algo?

Malfurion asintió, pero contuvo su lengua hasta que hubieron pasado junto a
las dos centinelas y abandonado el templo. No siguió hablando hasta que no
hubieron empezado a descender la escalinata exterior.

— He progresado, Tyrande. He progresado mucho más de lo que Illidan o tú


se han dado cuenta. Cenarius me ha mostrado un camino hasta el reino de la
mente: el Sueño Esmeralda, lo llamó. Pero era mucho más que eso. Mediante
él... fui capaz de ver el mundo real como nunca hasta ahora.

La mirada de Tyrande se fue hacia el pequeño grupo que había cerca del
centro de la plaza.

— ¿Y que viste?

Volvió hacia Tyrande para mirarla a la cara, ya que necesitaba que


comprendiera perfectamente su descubrimiento.

— Vi Zin-Azshari… y el Pozo que se domina desde ella.

Malfurion describió la escena sin dejarse nada, y también las perturbadoras


sensaciones que había experimentado. Describió sus intentos para
comprender la verdad y como su yo onírico había sido repelido tras intentar
descubrir exactamente qué pasaba entre la reina y los Altonatos.

Tyrande lo miraba muda de asombro, claramente tan aturdida como él ante


aquel ominoso descubrimiento.

— ¿La Reina? —preguntó tras recuperar la voz—. ¿Azshara? ¿Estás seguro?


El Pozo de la Eternidad

— No del todo. No llegué a ver mucho de dentro, pero no creo que esa locura
se pudiera estar llevando a cabo sin su conocimiento. Es cierto que lord
Xavius tiene mucha influencia, pero ni siquiera ella haría la vista gorda.
Tengo que creer que conoce los riesgos que asumen... ¡y también creo que no
comprenden lo terribles que son esos riesgos! El Pozo... Si hubieras sentido
lo que sentí yo al caminar por el Sueño Esmeralda, habrías tenido el mismo
miedo que yo.

Ella le apoyó la mano en el hombro en un intento de reconfortarlo.

— No dudo de ti, Malfurion, ¡pero debemos saber más! Afirmar que Azshara
pondría en peligro a sus súbditos... Hay que tener cuidado con estas cosas.
— Pensé en contarle el asunto a lord Cresta Cuervo. Él también tiene
influencia con la Reina.
— Podría ser inteligente… —De nuevos su ojos fueron hacia el centro de la
plaza.

Malfurion casi dijo algo, pero se limitó a seguir la mirada de ella,


preguntándose que sería lo que atraía su atención y la apartaba de sus
revelaciones. La mayoría de la concurrencia se había ido, dejando al fin a la
vista eso a lo que antes no le había prestado atención.

Una jaula vigilada... y dentro de ella una criatura ni remotamente parecida a


un elfo de la noche.

— ¿Qué es eso? —pregunto con el ceño fruncido.


— Es algo de lo quería hablar contigo, Malfurion. Se llama Broxigar y es
diferente de cualquier otro ser que yo haya visto o del que haya oído hablar.
Sé que tu historia es importante, pero quiero que lo conozcas, como un favor
hacia mí.
Richard A. Knaak

Al llevarlo Tyrande, Malfurion notó que los guardias se ponían alerta. Para
su sorpresa, tras mirar un momento fijamente a su compañera, hincaron la
rodilla y le rindieron pleitesía.

— Bienvenida de nuevo, hermana —dijo uno—. Nos honras con tu presencia.

Tyrande estaba claramente azorada por tales muestras de respeto.

— ¡Por favor! ¡Por favor, levantaos! ¿Hay noticias sobre él? —preguntó una
vez que se hubieron puesto en pie.
— Lord Cresta Cuervo ha tomado el mando de la situación —respondió otro
guardia—. En estos momentos se encuentra inspeccionando el lugar de la
captura en busca de más evidencias y rastros de posibles incursiones, pero se
dice que cuando vuelva pretende interrogar personalmente al prisionero. Eso
quiere decir que probablemente mañana esta criatura será transportada a las
celdas del Bastión del Cuervo Negro. —El Bastión del Cuervo Negro era el
castillo de lord Cresta Cuervo, auténticamente inexpugnable.

Malfurion se sorprendió de la liberalidad con la que compartía la información


el guardia, hasta que le dio cuenta de lo impresionado que estaba con
Tyrande. Cierto que era un iniciada de Elune, pero de debía de haber pasado
algo que la hiciera de especial importancia para aquellos soldados.

Tyrande pareció perturbada por la revelación.

— El interrogatorio... ¿en qué consistirá?

El guardia no pudo mirarla a la cara.

— Consistirá en lo que le plazca a lord Cresta Cuervo, hermana.


El Pozo de la Eternidad

La sacerdotisa no insistió, su mano apoyada suavemente en el brazo de


Malfurion, lo apretó momentáneamente.

— ¿Podemos hablar con él?


— Solo un momento, hermana, pero tengo que pedirte que hables de forma
que podamos oírte. Comprende.
— Sí. —Tyrande condujo a Malfurion junto a la celda, donde ambos se
arrodillaron.

Malfurion reprimió un gemido de sorpresa. De cerca, la enorme figura de la


jaula le causaba verdadero asombro. Había aprendido acerca de muchas
criaturas extrañas e inusuales durante el tiempo que había pasado con
Cenarius. Pero nunca le habían enseñado acerca de un ser como ese.

— Chamán., —murmuro aquello… él, con una voz grave, ronca y dolorida.

Tyrande se inclinó para acercarse, evidentemente preocupada.

— ¿Estás enfermo, Broxigar?


— No, chamán... solamente recuerdo. —no explicó más.
— Broxigar he traído un amigo. Me gustaría que lo conocieras. Se llama
Malfurion.
— Si es amigo tuyo me siento honrado, chamán.
— Malfurion se acercó y forzó una sonrisa.
— Hola Broxigar.
— Broxigar es un orco, Malfurion

Este asintió.

— Nunca había oído hablar de los orcos.

La figura encadenada resopló.


Richard A. Knaak

— Yo si de los elfos de la noche. Combatieron junto a nosotros contra la


Legión… pero parece que las alianzas se desvanecen en tiempos de paz.

Sus palabras no tenían sentido, sin embargo provocaron una nueva ansiedad
dentro de Malfurion.

— ¿Cómo… cómo has llegado hasta aquí, Broxigar?


— La chaman puede llamarme Broxigar, tú Brox a secas. —respiro hondo y
miro fijamente a Tyrande—. Chamán ya me preguntaste eso la última vez y
yo me negué a responder. Pero estoy en deuda contigo, ahora te contaré lo
que les he contado a estos —hizo un gesto despectivo en dirección a los
guardias—y a sus amos, pero no vas a creerme más que ellos.

El relato del orco empezó como algo fantasioso y se fue haciendo más
increíble con cada aliento. Tuvo buen cuidado de no hablar de su gente ni de
donde vivían, solo que, siguiendo las órdenes de su caudillo, él y otro más
habían viajado hasta las montañas para investigar un rumor preocupante. Allí
habían encontrado lo que el orco solo lograba describir como un agujero en
el mundo: un agujero que se tragaba toda la materia y avanzaba
incesantemente.
Se había tragado a Brox... y destrozado por completo a su compañero.

Y Malfurion, a medida que iba escuchando, revivía sus propios temores.


Cada nueva revelación del orco alimentaba aquel temor, y más de una vez el
elfo de la noche se encontró pensando en el Pozo de la Eternidad y en el poder
que estaban extrayendo de él los Altonatos. Ciertamente, la magia del Pozo
podía crear un vórtice así de terrible...

¡Pero no puede ser!, se dijo Malfurion. ¡Seguramente esto no tiene nada que
ver con Zin-Azshari! ¡No están tan locos!
El Pozo de la Eternidad

Pero a medida que Brox seguía narrando, mientras hablaba de vórtice y de


las cosas que había visto y oído mientras lo atravesaba, cada vez le resultaba
más difícil negar la posibilidad de que hubiera alguna clase de relación. Peor
aún sin saber cómo había afectado al elfo de la noche, la expresión del orco
era un reflejo exacto de lo que había sentido Malfurion al sobrevolar en forma
astral el palacio y el Pozo.

— Algo malo —dijo el orco—. Algo que no debería ser. —añadió más
adelante. Aquellas y otras descripciones se clavaron en Malfurion como
puñaladas.

Ni siquiera se dio cuenta de que el relato de Brox había acabado, tan


absorbida estaba su mente en la verdad de todo aquello. Tyrande tuvo que
apretarle el brazo para llamarle la atención.

— ¿Estás bien, Malfurion? Pareces helado.


— E… estoy bien. ¿Le has contado esta... historia a lord Cresta Cuervo? —
le pregunto a Brox.

El orco parecía inseguro, pero el guardia respondió.

— Sí, eso es lo que dijo, casi palabra por palabra. —El soldado ladró una
carcajada— ¡Y lord Cresta Cuervo se lo creyó tan poco como tú ahora!
Cuando llegue la mañana, le sacará la verdad a esta bestia... y si tiene amigos
cerca no nos verán como un objetivo tentador, ¿eh?

Así que lo único que sospechaba Cresta Cuervo era una invasión de los orcos.
Malfurion se sintió decepcionado. Dudaba que el comandante élfico viera la
posible relación entre su encuentro y el relato de Brox. De hecho, cuanto más
lo pensaba, más dudaba Malfurion de que Cresta Cuervo fuera a creerle. Allí
estaba Malfurion dispuesto a decirle al aristócrata que su amada Reina podía
Richard A. Knaak

estar implicada en un temerario ritual con el potencial de traer el desastre a


su gente. El joven elfo apenas se lo creía él mismo.

Si tuviera más pruebas...

El guardia empezó a moverse nervioso.

— Hermana... me temo que debo pedirles a tu compañero y ti que se vayan.


Nuestro capitán volverá enseguida. De verdad no debería…
— Muy bien. Lo comprendo.

Mientras empezaban a ponerse en pie, Brox avanzó hacia la parte delantera


de la jaula y extendió una mano hacia Tyrande.

— Chamán… Si me otorgaras una última bendición...


— Por supuesto

Mientras ella se arrodillaba, Malfurion se preguntaba desesperadamente que


hacer. Lo propio hubiera sido informar de cualquier sospecha a lord Cresta
Cuervo, pero de algún modo eso le parecía un acto inútil.

Si pudiera contactar con Cenarius… Pero para entonces el orco ya estaría...

Cenarius...

Miró a Tyrande y al orco. Ya se había formado una decisión en su mente.

Tyrande se despidió del orco y volvió a levantarse. Malfurion la cogió del


brazo y ambos agradecieron a la guardia el tiempo permitido. Al irse, la
expresión de la joven sacerdotisa parecía perturbada, pero Malfurion no dijo
nada, ya que sus propios pensamientos seguían desbocados.
El Pozo de la Eternidad

— Debe haber algo que podamos hacer —susurró ella al fin. — ¿Qué quieres
decir?
— Mañana lo llevarán al Bastión del Cuervo Negro. Una vez allí lo... —Le
falló la voz—. Siento un gran respeto por lord Cresta Cuervo, pero...

Malfurion se limitó a asentir.

— He hablado con la madre Dejahna, la suma sacerdotisa, pero me ha dicho


que lo único que podemos hacer es rezar por su espíritu. Me felicitó por mi
preocupación, pero me dijo que debíamos dejar que las cosas siguieran su
curso.
— Que sigan su curso... —murmuró Malfurion con la mirada perdida. Apretó
los dientes. Tenía que hacerse ahora. No podría haber vuelta atrás, no si sus
miedos estaban fundados—. Ven aquí —dijo repentinamente, y la condujo a
una calle lateral—. Tenemos que ver a Illidan.
— ¿Illidan? ¿Por qué?

Malfurion respiró hondo y pensó en el Pozo y en el orco.

— Porque vamos a dejar que las cosas sigan su curso... pero con nuestra guía.

*******

Xavius estaba de pie frente a la esfera ígnea, mirando embobado el agujero


abierto en su centro. Desde las profundidades, desde muy profundo, los ojos
de su dios le devolvían la mirada y los dos estaban en comunión.

He oído tus súplicas, —le dijo al consejero. Y conozco tus sueños. Un mundo
libre de los impuros, de los imperfectos. Te otorgaré tu deseo a ti, el primero
de mis fieles.
Richard A. Knaak

Xavius se arrodilló sin apartar la mirada. Los demás Altonatos seguían con
el ritual, tratando de expandir lo que habían creado.

— ¿Vendrás a nosotros entonces? —respondió el elfo de la noche, con los


ojos artificiales centelleantes por el ansia—. ¿Vendrás a nuestro mundo y lo
harás?
El camino no se ha abierto aún… debe reforzarse, ya que debe ser capaz de
soportar mi gloriosa entrada...

El concejero asintió. Una fuerza tan magnífica y poderosa como el dios, sería
demasiado para que lo aceptara el débil portad de los elfos de la noche. La
sola presencia de dios lo destrozaría. Tenía que agrandarse, reforzarse y
estabilizarse.

Xavius no se preguntaba cómo era que su supuesta deidad no podía hacerlo


por sí misma. Estaba demasiado atrapado por la magnificencia de su nuevo
amo.

— ¿Qué podemos hacer?—suplicó. Por mucho que se esforzaran, los


hechiceros Altonatos habían alcanzado el límite de su conocimiento y sus
habilidades, Xavius incluido.
Enviaré a uno de mi hueste para que te guíe. Puede pasar hasta tu mundo,
pero con esfuerzo. Deben prepararse para su llegada.

El Altonato elfo de la noche se puso en pie casi de un salto.

— ¡Que nadie flaquee en sus esfuerzos! ¡Vamos a ser bendecidos con la


presencia de uno de sus servidores!

Los Altonatos redoblaron sus esfuerzos y la cámara vibró con una terrible
energía pura extraída directamente del Pozo. En el exterior, los cielos
El Pozo de la Eternidad

rugieron con furia y todos cuantos miraron al gran lago negro, asustados
tuvieron que apartar la vista.

La bola de fuego que había sobre el dibujo del suelo se hinchó y el agujero
que había en el centro se abrió como una amplia y hambrienta boca. Un
sonido parecido al lamento de un millón de voces llenó la habitación; música
para los oídos de Xavius.

Pero en ese momento uno de los Altonatos dio un paso en falso. Temiendo
lo peor, Xavius se introdujo en el círculo y añadió su propio poder y sus
habilidades al esfuerzo. ¡No le fallaría a su dios! ¡No!

Pero al principio pareció que él y los demás sí fallarían. El portal se tensó,


pero no cedió. Xavius concentró toda la fuerza de su determinación sobre él,
y finalmente logró que la brecha se ampliara.

Y entonces una luz cegadora y sobrenatural obligó a retroceder a los


Altonatos, pero a pesar de su asombro, lograron mantener sus esfuerzos.

De lo más profundo del interior del portal se fue materializando una figura
de forma extraña. Al principio no mediría de unos pocos centímetros, pero a
medida que avanzaba rápidamente hacia ellos fue creciendo... y creciendo...
y creciendo.

La tensión pasó factura a los hechiceros. Dos se derrumbaron, uno apenas


capaz de respirar. Los otros vacilaron, pero de nuevo, bajo la guía de Xavius,
recuperaron el control del portal.

De repente, un sobrecogedor griterío de sabuesos los sacudió. Solo el


consejero, con sus ojos artificiales, vio lo que había emergido primero del
portal.
Richard A. Knaak

Las bestias eran del tamaño de caballos y tenían cuernos bajos que se
curvaban hacia abajo y hacia delante. Sus pellejos escamosos eran de un color
carmesí acentuado por manchas negras, y en el lomo tenían parches de ralo
pelaje pardo. Eran cazadores esbeltos pero fibrosos, con zarpas de tres dedos
rematadas con afiladas garras de más de treinta centímetros. Las patas
traseras de las criaturas eran más cortas que las delanteras, pero Xavius no
dudo de la velocidad y la agilidad de las bestias. Hasta sus más mínimos
movimientos los marcaban como cazadores bien entrenados en derribar a sus
presas.

De sus lomos salían dos largos tentáculos correosos parecidos a látigos y


rematados por bocas succionadoras. Los tentáculos se balanceaban adelante
y atrás, concentrándose con ansia en los hechiceros reunidos.

El rostro parecía un curioso cruce de lobo y reptil. De las grandes y feroces


mandíbulas salían decenas de largos y afilados dientes. Los ojos eran
estrechos y completamente blancos, pero llenos de una siniestra astucia que
indicaba que aquello no eran simples animales.

Entonces, de detrás de ellos salió la enorme figura de su amo. Llevaba una


armadura candente y en su enorme mano enguantada un látigo que crepitaba
como el rayo cada vez que lo usaba. El pecho y su hombro eran mucho más
anchos que el resto del torso, y dejaban pequeño incluso al guerrero más
poderoso. En las partes en las que no estaba cubierto por la armadura, el
cuerpo ultraterreno emanaba puro fuego de una piel escamosa y sin carne.

Desde lo alto de los anchos hombros, un rostro ígneo miró a los elfos de la
noche. Que tuviera el aspecto de una siniestra calavera con enormes cuernos
curvos no hizo nada por disuadir a los Altonatos de que se trataba de un
mensajero celestial enviado para ayudarles en su sueño de un paraíso
perfecto.
El Pozo de la Eternidad

— Sepan que soy un sirviente de su dios... —dijo con voz sibilante. Las
llamas que eran sus ojos resplandecían cada vez que hablaba—. He venido
para ayudarlos a abrir el camino para la hueste y para el Grandioso.

Una de las bestias aulló, pero un latigazo le propinó una descarga de energía
y la silenció al instante.

— Soy el cazador… —dijo el inmenso caballero esquelético con la flamígera


mirada fija en el consejero arrodillado—. Yo soy Hakkar...
Richard A. Knaak

CAPÍTULO DIEZ
Rhonin se despertó por fin.

Lo hizo con reticencia, ya que durante todo el sopor mágico su mente había
estado llena de sueños. La mayoría había sido acerca de Vereesa y los
gemelos, pero a diferencia de los del siniestro castillo, estos habían sido
visiones felices de la vida que una vez pensó tener.

Despertarse solo le sirvió para recordar que quizá no viviera para ver a su
familia.

Rhonin abrió los ojos frente a una imagen familiar, aunque no por completo
bienvenida. Krasus estaba inclinado sobre él con expresión levemente
preocupada. Aquello solo enfadó aún más al humano, ya que en su mente la
culpa de que estuvieran allí era del mago dragón.

Al principio Rhonin se preguntó por qué su vista parecía algo oscurecida,


pero entonces se dio cuenta de que no estaba mirando a Krasus a la luz del
El Pozo de la Eternidad

sol, sino a la de una luna muy llena. La luna iluminaba el claro con una
intensidad que no era completamente natural.

Empezó a levantarse con creciente curiosidad... solo para que su cuerpo se


quejara por la rigidez.

— Poco a poco, Rhonin. Has dormido más de un día. Tu cuerpo necesita un


minuto o dos para despertarse contigo.
— ¿Dónde...? —El joven mago miró a su alrededor—. Recuerdo este claro...
Cómo me traían hasta aquí…
— Hemos sido huéspedes de su señor desde que llegamos. No estamos en
peligro, Rhonin, pero tengo que decirte que tampoco podemos irnos.

Rhonin se sentó y observó la zona. Sentía alguna presencia a su alrededor,


pero nada que indicara que estaban atrapados allí. Con todo, sabía que Krasus
no solía inventarse historias.

— ¿Qué pasa si tratarnos de irnos?

Su compañero señaló las hileras de flores.

— Nos detendrán.
— ¿Ellas? ¿Las plantas?
— Puedes creerme Rhonin.

Aunque una parte de él se sentía tentado de comprobar qué hacían las flores
exactamente, prefirió no arriesgarse. Krasus había dicho que no corrían
peligro mientras permanecieran allí. No obstante, ahora que ambos estaban
conscientes, quizá podrían planear alguna forma de huir.

El estómago le rugió. Rhonin recordó que llevaba más de un día sin comer.
Richard A. Knaak

Antes de que pudiera decir nada, Krasus le dio un cuenco de fruta y una jarra
de agua. El humano devoró la fruta rápidamente y, aunque no sació su hambre
por completo al menos el estómago dejó de molestarle.

— Nuestro anfitrión no ha traído sustento desde hace unas horas. Espero que
lo haga pronto... sobre todo porque seguramente sabrá que ya te has
despertado.
— ¿Sí? —no fue algo que a Rhonin le gustara oír—. Su captor parecía tener
demasiado el control—. ¿Quién es?

Krasus pareció repentinamente incómodo.

— Se llama Cenarius. ¿Lo recuerdas?

Cenarius... Le sonaba, aunque superficialmente. Cenarius. Algo de su época


de estudiante, aunque no directamente relacionado con la magia. El nombre
le hacía pensar en historias, en mitos, en un…

— ¿Un dios del bosque?

Rhonin entrecerró los ojos.

— ¿Somos huéspedes de un dios del bosque?


— Un semidiós, para ser exactos. Lo que sigue convirtiéndolo en una fuerza
que incluso mi raza respeta.
— Cenarius...
— ¡Hablaban de mí, y aquí estoy! —canturreó una voz desde todas partes—
. Te doy la bienvenida tú llamado Rhonin.

De la misma luz de la luna se condensó una enorme figura inhumana, mitad


elfo y mitad ciervo. Le sacaba varias cabezas incluso al alto y delgado Krasus.
El Pozo de la Eternidad

Rhonin miró abiertamente pasmado las astas, el rostro barbudo y el


aquietante cuerpo.

— Has dormido mucho, joven, así que dudo que la comida traída antes fuera
suficiente para tu hambre. —señaló tras ellos—. Ya hay más para ambos.

Rhonin miró hacia atrás por encima del hombro. Donde había estado el
cuenco vacío ahora había otro, lleno hasta arriba. Además, junto al cuenco
había un plato de madera con un grueso trozo de carne, cocinado exactamente
al gusto del mago, si el olor servía como indicio. Rhonin no dudó que la jarra
también había sido rellenada.

— Gracias —empezó a decir, intentando no distraerse con la cercana


comida—. Pero lo que realmente quiero es preguntar...
— Ya llegará la hora de las preguntas. Por ahora, preferiría que comieras.

Krasus cogió a Rhonin del brazo. El mago asintió, se unió a su antiguo mentor
y la pareja comió hasta hartarse. Al principio Rhonin vaciló al llegar a la
carne, no porque no la quisiera sino porque le sorprendía que un habitante del
bosque como Cenarius sacrificara una de las criaturas a su cargo para
extraños.

El semidiós percibió su curiosidad.

— Cada animal, cada ser, tiene muchas funciones. Todos son parte del ciclo
del bosque. Eso incluye la necesidad de comer. Son como el oso o el lobo,
ambos de los cuales cazan libremente en mis dominios. Aquí no se
desperdicia nada. Todo vuelve para alimentar nuevo crecimiento. El ciervo
del que se alimentan ahora volverá a nacer para cumplir su función, habiendo
olvidado su sacrificio.
Richard A. Knaak

Rhonin frunció el ceño ya que no había comprendido del todo la explicación


de Cenarius, pero tuvo el buen sentido de no pedirle que lo aclarara. El
semidiós había visto a ambos intrusos como depredadores y los alimentaba
como a tales. Eso era todo.

Cuando acabaron, el mago se sintió mucho mejor. Abrió la boca con


intención de insistir en el asunto de su cautiverio, pero Cenarius habló
primero.

— No deberían estar aquí.

Ni Rhonin ni Krasus supieron cómo responder.

Cenarius empezó a andar de un lado para otro en el claro.

— He conversado con los otros. Hemos discutido acerca de ustedes largo y


tendido, me he enterado de lo que saben ellos… y todos estamos de acuerdo
en que no deberían estar aquí. Están fuera de lugar, pero aún tenemos que
determinar en qué sentido.

— Quizá yo pueda explicarlo —intervino Krasus. A Rhonin le seguía


pareciendo débil, pero no tanto como al principio de haberse materializado
en aquel tiempo.
— Quizá puedas —admitió el joven mago.

El mago dragón miró de soslayo a su compañero. Rhonin no veía motivo


alguno para ocultar la verdad. Cenarius parecía ser la primera criatura con la
que se habían cruzado que los podía ayudar.

Pero la historia que Krasus le contó a su anfitrión no fue la que esperaba el


joven humano.
El Pozo de la Eternidad

— Venimos de una al lado del mar… muy lejos, pero eso no es importante,
lo que es importante es el motivo por el estamos aquí...

En la alterada historia de Krasus, había sido él, no Nozdormu, el que había


descubierto el vórtice. El mago dragón no lo describió como un desgarrón
temporal, sino como una anormalidad que había alterado el tejido de la
realidad, con consecuencias potencialmente catastróficas. Había llamado al
único mago que se fiaba, Rhonin, y ambos habían viajado a donde Krasus
había detectado los problemas.

— Viajamos a una abrupta cordillera en el frio norte de nuestra tierra, ya que


era allí donde yo la sentía más fuerte. Llegamos hasta la anomalía y las cosas
monstruosas que vomitaba de tanto en tanto. La maldad de aquello nos
sorprendió, pero cuando tratamos de investigarlo más de cerca… se movió y
nos envolvió. Fuimos arrancados de nuestra tierra…

— … y arrojados al dominio de los elfos de la noche, —acabo el semidiós.


— Sí —asintió Krasus. Rhonin no dijo nada y esperó que su expresión no
traicionara a su compañero. Además de las omisiones de Krasus acerca de su
verdadero origen, el antiguó mentor del mago se había dejado en el tintero
otro elemento de posible interés para Cenarius.

No había mencionado que era un dragón.

La deidad de los bosques dio un paso atrás y examinó a ambas figuras.


Rhonin no pudo leer su expresión. ¿Habría creído la alterada historia de
Krasus o sospecharía que su «huésped» no había sido completamente sincero
con él?

— Esto requiere una discusión inmediata con los otros. —declaró al fin
Cenarius mirando hacia la distancia. Su mirada volvió a Rhonin y a Krasus—
Richard A. Knaak

. Se ocuparán de sus necesidades durante mi ausencia... y luego volveremos


a hablar.

Antes de que alguno de los dos pudiera decir algo, el señor del bosque se
fundió en la luz de la luna, dejándolos solos una vez más.

— Eso ha sido inútil.


— Quizá. Pero me gustaría saber quiénes son esos otros.
— ¿Más semidioses como él? Parece lo más probable. ¿Por qué no le has
dicho que tú...?

El mago dragón le dedicó una mirada tan fulminante que Rhonin se calló.
Krasus contestó en un tono más calmado.

— Soy un dragón sin fuerzas, mi joven amigo. No tienes ni idea de lo que se


siente. No importa quién sea Cenarius, deseo mantener el secreto hasta que
comprenda por qué no logro recuperarme.
— ¿Y el resto de la historia?

Krasus apartó la mirada.

— Rhonin… ya mencioné que podíamos estar en el pasado.


— Eso lo comprendo.
— Mis recuerdos son… tan fragmentarios como mi fuerza, que está agotada.
No sé por qué. No obstante, he sido capaz de recordar una cosa basándome
en lo que me han dicho durante tu letargo inducido. Y sé en qué momento
estamos.
— ¡Eso es genial! —dijo Rhonin con el ánimo levantada. ¡Tenemos un punto
de referencia! ¡Ahora podemos determinar a quién acud...!
— Por favor, déjame acabar. —La expresión taciturna de Krasus no
presagiaba nada bueno—. Hay un buen motivo para que yo haya alterado
nuestra historia tanto como he podido. Sospechaba que Cenarius sabía algo
El Pozo de la Eternidad

de lo que pasaba, especialmente lo que respecta a la anomalía. Lo que no


podía contarle eran mis sospechas acerca de lo que posiblemente presagia.

Cuanto más bajo y sombrío se volvía el tono de mago, más se preocupaba


Rhonin.

— Me temo que hemos llegado justo antes de la primera invasión de la


Legión Ardiente.

No podía haber dicho nada que espantara más a Rhonin. Habiendo vivido (y
casi muerto más de una vez) en la guerra contra la horda demoniaca y sus
aliados, el joven mago seguía sufriendo monstruosas pesadillas. Solamente
Vereesa comprendía el alcance de aquellos sueños, ya que ella misma había
pasado por ello. Había hecho falta tanto su creciente amor como la llegada
de los niños para sanar sus corazones y almas, y eso tras varios meses.

Y ahora Rhonin había sido devuelto a las pesadillas.

— ¡Entonces debemos decírselo a Cenarius, a todos cuantos podamos! —dijo


poniéndose de píe de un salto—. Ellos…
— No deben saberlo. Me temo que ya es demasiado tarde para dejar las cosas
como estaban. Krasus se levantó también y bajó la vista para mirar a su
antiguo discípulo desde detrás de su larga nariz—. Rhonin... tal y como
sucedió originalmente, la legión fue derrotada después de la guerra terrible y
sangrienta, precursora de los acontecimientos de nuestra historia.
— Sí, por supuesto, pero...

Evidentemente olvidando su preocupación por que Cenarius lo escuchara,


Krasus agarró a Rhonin de los hombros. A pesar de la debilidad del anciano
mago, sus largos dedos se clavaron dolosamente en la carne del humano.
Richard A. Knaak

— ¡Sigues sin comprenderlo! Rhonin, puede que al venir aquí, simplemente


por estar aquí... ¡hayamos alterado la historia! Puede que ahora seamos
responsables de que esta vez la Legión Ardiente sea la vencedora de la
primera lucha. Y eso no significaría solamente la muerte de muchos inocentes
aquí, sino la desaparición de nuestro propio tiempo.

*******

Había hecho falta cierto esfuerzo para convertir a Illidan en parte del
repentino e impulsivo plan de Malfurion. Este tenía pocas dudas de que el
factor decisivo no había sido nada que él hubiera dicho... sino la apasionada
súplica de Tyrande. Bajo la mirada de ella incluso Illidan se había derretido,
y había accedido a ayudar, aunque claramente el prisionero no le importaba
lo más mínimo. Malfurion sabía que había pasado algo entre su hermano y el
orco, algo en lo que también había estado implicada Tyrande, y ella había
usado aquella experiencia compartida para atraer a Iludan a su bando.

Ahora tenían que tener éxito.

Los cuatro guardas se mantenían alerta, y cada uno de ellos miraba hacia uno
de los puntos cardinales. Sólo faltaban unos minutos para que saliera el sol y
la plaza estaba vacía, excepto por los soldados y su prisionero. Con la
mayoría de los elfos de la noche dormidos, era el momento perfecto para
golpear.

— Yo me encargaré de los centinelas —sugirió Illidan, con la mano izquierda


cerrada en un puño.

Malfurion se hizo cargo enseguida. No cuestionaba la capacidad de su


hermano, pero tampoco deseaba que los guardias sufrieran daño, ya solo
cumplían con su deber.
El Pozo de la Eternidad

—No. Dije que me encargaría yo. Dame un momento.

Cerró los ojos y se relajó como Cenarius le había enseñado. Malfurion se


retiró del mundo, pero al mismo tiempo lo vio más claramente, con más
nitidez. Sabía exactamente qué hacer.

Ante su humilde petición, los elementos necesarios de la naturaleza acudieron


en su ayuda. Un viento fresco y suave acarició el rostro de cada guardia con
la dulzura de una amante. Con el viento llegó el dulce aroma de las flores que
rodeaban Suramar y los relajantes trinos de los pájaros cercanos. La seductora
y calmante combinación envolvió a los centinelas, arrastrándolos sin que se
dieran cuenta a un tranquilo, placentero y profundo letargo que los dejó
ignorantes del mundo que los rodeaba.

Satisfecho de que los cuatro hubieran caído bajo su hechizo, Malfurion


parpadeó antes de susurrar:

—Vamos...

Illidan vaciló, y solo lo siguió una vez que Tyrande hubo salido al descubierto
tras su hermano. Los tres se abrieron paso lentamente hacia la jaula y los
soldados. A pesar de la seguridad de que su hechizo aún se mantenía,
Malfurion no dejaba de esperar que los centinelas miraran en su dirección en
cualquier momento. Pero incluso cuando sus compañeros y él estuvieron a
pocos metros de distancia, los soldados rieron ajenos a su presencia.

— Ha funcionado —murmuro asombrada Tyrande.

Illidan se plantó ante el primer guardia y agitó la mano frente a sus ojos
abiertos. No pasó nada.

— Buen truco hermano, ¿Pero por cuánto tiempo?


Richard A. Knaak

— No lo sé, por eso debemos darnos prisa.

Tyrande se arrodilló junto a la jaula y miró al interior.

— Creo que Broxigar también está atrapado por tu conjuro, Malfurion.

Cierto, el enorme orco estaba echado en la parte trasera de su prisión, con la


mirada perdida sin ver a Tyrande. No se movió ni cuando ella lo llamó en
voz baja.

Tras un momento de reflexión, Malfurion hizo una sugerencia:

— Tócalo suavemente en el brazo y vuelve a intentar llamarlo. Asegúrate que


te vea de inmediato para poder indicarle que no haga ruido.

Illidan frunció el ceño.

— Seguro que grita.


— El conjuro aguantará, Illidan, pero debes estar listo para hacer tu parte
cuando llegue el momento.
— No seré yo el que nos ponga en peligro —dijo el hermano de Malfurion
con un resoplido.
— Cállense los dos. —Tyrande metió la mano en la jaula y tocó al orco en el
antebrazo, al mismo tiempo que volvía a llamarlo.

Brox dio un respingo. Sus ojos se desorbitaron y su boca se abrió para lo que
seguramente iba a ser un grito ensordecedor.

Pero con la misma rapidez cerró la boca, y el único sonido que logró escapar
fue un débil gruñido. El orco parpadeó varias veces, como si no estuviera
seguro de que lo que veía ante él fuera real. Tyrande lo cogió de la mano y,
asintiendo, miró al orco directamente a los ojos.
El Pozo de la Eternidad

— ¡Ahora, deprisa! —murmuró Malfurion mirando a su hermano.

Illidan extendió las manos hacia abajo murmurando algo. Al agarrar los
barrotes, sus manos refulgieron con una brillante luz amarilla y la jaula se vio
envuelta en una energía rojiza. Se produjo un leve zumbido.

Malfurion miraba nervioso a los centinelas, pero incluso aquella espectacular


exhibición les pasaba desapercibida. Respiró aliviado y observó el trabajo de
Illidan.

La hechicería de los elfos de la noche, tenía sus ventajas, y hermano había


aprendido bien a manejarla. El asombroso resplandor amarillo que rodeaba
sus manos se extendió por la jaula, envolviendo rápidamente el rojo. El sudor
corría por la frente de Illidan, mientras se concentraba en el conjuro, pero no
flaqueó lo más mínimo.

Por fin, Illidan soltó la jaula y se desplomó hacia atrás. Malfurion cogió a su
hermano antes de que cayera contra uno de los centinelas. Las manos de
Illidan siguieron brillando unos segundos más.

— Ya puedes abrir la jaula, Tyrande.

Tyrande soltó a Brox y tocó la puerta de la jaula, que al momento se abrió


como si tuviera voluntad propia.

— Las cadenas —le recordó Malfurion a Illidan.


— Por supuesto, hermano, no me había olvidado.

Illidan se agachó y fue a agarrar los grilletes del orco. Sin embargo, al
principio Brox se resistió y entrecerró los ojos con desconfianza al ver al elfo
Richard A. Knaak

de la noche. Tyrande tuvo que cogerle las manos y acercárselas a su


compañero.

Murmurando más palabras, el hermano de Malfurion tocó ambas cerraduras


de los grilletes. Estos se abrieron repentinamente como bocas hambrientas
esperando que las alimentaran.

— Sin problema —remarcó Illidan con una sonrisa.

El orco salió lentamente, con el cuerpo entumecido debido a lo apretado de


la jaula. Le dio las gracias a Illidan con una rápida inclinación de cabeza, pero
buscó guía en Tyrande.

— Broxigar, escúchame con atención. Quiero que vayas con Malfurion, él te


llevará a un lugar seguro. Yo te veré allí más tarde.

Esto había sido cierta discusión entre Tyrande y Malfurion, ya que ella quería
encargarse personalmente de llevar al orco a un lugar seguro. Malfurion, con
la más que entusiasta ayuda de Illidan la habían convencido finalmente de
que habría problemas cuando se descubriera que Brox había desaparecido a
la vez que ella, que había sido vista atendiéndolo. A la Guardia Lunar no le
costaría mucho atar cabos.

— Encontraran la relación enseguida —había insistido Malfurion—. Fuiste


la única que lo ayudó. Por eso tienes que quedarte aquí. Es menos probable
que piensen en mí e incluso si lo hacen, es dudoso que entonces te culpen a
ti. Eres iniciada de Elune. Que me conozcas no es un crimen con el que
puedan cargarte.

Aunque Tyrande había cedido, seguía sin gustarle que Malfurion asumiera
toda la responsabilidad. Cierto era al que se le había ocurrido este curso de
El Pozo de la Eternidad

acción, pero era ella la que lo había provocado todo presentándole a


Malfurion al orco preso.

Ahora la joven sacerdotisa le pedía al orco que confiara en alguien a quien


no conocía bien. Brox estudió a Malfurion y luego miró furiosamente a
Illidan.

— ¿Vendrá ese?

Illidan torció los labios.

— Te acabo de salvar el pellejo, bestia...


— ¡Ya basta, Illidan! ¡Está agradecido! —Se volvió hacia Brox—. Solo
Malfurion. Te llevará a un sitio donde nadie podrá encontrarte. Por favor,
puedes fiarte de mí.

La figura tosca tomó las manos de ella con sus manazas e hincó la rodilla.

— Confío en ti, chamán.

En ese instante, Malfurion notó que uno de los guardias empezaba a moverse.

— ¡Empieza a disiparse! —siseó—. ¡Illidan, coge a Tyrande y váyanse!


¡Ven, Brox!

Con una velocidad y agilidad sorprendentes, el enorme orco se puso en pie


de un salto y siguió al elfo de la noche. Malfurion no miró tras de sí y rezó
para que su conjuro druídico aguantara lo suficiente. No temía demasiado por
Tyrande y su hermana Su destino era la casa de Illidan, a poca distancia de
allí. Nadie sospecharía de ellos.
Richard A. Knaak

Por lo que respectaba a Malfurion y Brox no obstante, la cosa era diferente.


Nadie tomaría al orco por otra cosa distinta a la que era. Ambos tenían que
escapar de la ciudad cuanto antes.

Pero al tiempo que salían de la plaza para adentrase en las sinuosas calles de
Suramar, resonó el sonido que Malfurion más temía.

Uno de los guardias se había despertado por fin. Sus gritos se vieron
rápidamente multiplicados al unirse los de sus compañeros y, meros
segundos después, el aire se llenó del bramido de un cuerno.

— ¡Por aquí! — apremió al orco—. ¡Tengo monturas esperando!

Realmente Malfurion no necesitaba haber dicho nada, ya que el orco, a pesar


corpulencia, corría con tanta rapidez como su rescatador. El elfo de la noche
sospechaba que si hubiera estado en el bosque, Brox podría haberlo
adelantado.

Por todas partes sonaban cuernos y voces. Suramar había vuelto a la vida...
demasiado pronto para el gusto de Malfurion.

Por fin, el elfo de la noche vio la esquina que esperaba.

— ¡Aquí! ¡Están a la vuelta de la esquina!

Pero al meterse en la callejuela, Brox se detuvo bruscamente. El temible orco


miró con ojos desorbitados las monturas que había conseguido Malfurion.

Las enormes panteras eran sombras negras y fibrosas. Gruñeron y enseñaron


los dientes al principio de ver a los recién llegados, pero se calmaron cuando
Malfurion se les acercó. Las palmeó a ambas en el costado.
El Pozo de la Eternidad

Brox sacudió la cabeza.

— ¿Nos montaremos en eso?


— ¡Por supuesto! ¡Deprisa!

El orco vaciló, pero unos cercanos lo decidieron a avanzar, Brox tomó las
riendas que le entregaron y atendió las indicaciones de Malfurion de como
montar.

El antiguo cautivo necesitó tres intentos para subirse a lomos del enorme
felino, y otro instante para aprender cómo sentarse. Malfurion miraba
constantemente tras ellos, temeroso de que en cualquier momento llegaran
los soldados o peor aún, la Guardia Lunar. No se le había ocurrido que Brox
no tuviera ni idea de cómo montar un sable de la noche. ¿Qué otra bestia
esperaría el orco?

Ajustando la posición una última vez, Brox asintió con cierta reticencia.
Malfurion respiró hondo y apremió a su montura. Brox lo siguió lo mejor que
pudo.

En el espacio de unos pocos minutos, el elfo de la noche había cambiado su


futuro para siempre Un acto tan atrevido puede que una que solo sirviera para
condenarlo al Bastión del Curvo Negro, Pero Malfurion sabía que no podía
dejar pasar la oportunidad. De algún modo Brox estaba vinculado con el
perturbador ritual de los Altonatos… y el tema que descubrir cómo a toda
costa.

Tenía la horrible sensación de que el destino de todo Kalimdor dependía de


ello.

*******
Richard A. Knaak

Varo'then sentía pocos deseos de enfrentarse a lord Xavius, pero esa elección
no le correspondía a él. Se le había ordenado presentarse ante el consejero en
el mismo momento en que su grupo había llegado, y las órdenes de lord
Xavius había que cumplirlas con tanta urgencia como si las hubiera emitido
la propia reina Azshara; quizá con más, incluso.

Al consejero no le iba a gustar el informe del capitán. ¿Cómo explicarle que


de algún modo les habían hecho confundirse de camino y que luego el mismo
bosque les había atacado? Varo'then esperaba poder usar al difunto y nada
añorado Koltharius como chivo expiatorio, pero dudaba que su señor aceptara
una ofrenda tan patética. Varo'then era quien estaba al cargo y eso sería lo
único que le importaría a lord Xavius.

No tuvo que preguntar dónde podría encontrar al consejero. ¿Cuándo estaba


su señor en otra habitación que no fuera la cámara donde se llevaba a cabo el
ritual? Sin duda, el capitán Varo'then prefería la espada a la brujería y, aquella
cámara estaba dispuesta de ser su sitio favorito. Cierto que él también poseía
algo de poder, pero lo que lord Xavius y la Reina tenían en mente lo superaba
ampliamente.

Los guardias se pusieron firmes a acercarse él, pero aunque accionaron con
el respeto debido, había algo que parecía diferente... casi inquietante.

Casi como si supieran exactamente lo que le esperaba. La puerta se abrió


ante. El capitán Varo'then, con los ojos mirando al suelo en señal de respeto,
entró en el sanctasanctórum de los Altonatos… y una bestia de pesadilla
llenó su campo visual.

— ¡Por Elune! —instintivamente desenvaino la espada curva. La infernal


criatura aulló, y dos tentáculos que salían de su musculosa forma tantearon
ansiosamente en su dirección. El capitán dudó de sus posibilidades contra una
monstruosidad como aquella, pero lucharía lo mejor que pudiera.
El Pozo de la Eternidad

En aquel momento, una voz sibilante que heló los huesos de Varo'then hasta
el tuétano pronuncio algo en un idioma desconocido. Un terrible látigo
golpeó el jorobado lomo de la bestia.

El sabueso demoníaco retrocedió gimoteando, dejando a Varo'then mirando


pasmado al que lo había hecho retroceder.

— Se llama Hakkar —comentó en tono agradable lord Xavius, que salió de


un lateral—. Las bestias infernales están completamente bajo su control. El
Grandioso lo ha enviado a preparar el camino...
— ¿El Grandioso, mi señor?

Para desesperación del capitán, el consejero le pasó el brazo por el hombro


de forma casi paternal y lo guió hasta la esfera de llamas que flotaba en el
círculo mágico. Algo parecía haber cambiado en la esfera, dándole al elfo de
la noche la horrible sensación de que si se acercara lo suficiente, lo devoraría
en cuerpo y alma.

— No pasa nada mi buen capitán. No hay nada que temer…

Iban a castigarlo por su fracaso. Si era así, por lo menos el capitán Varo'then
admitiría su fallo de antemano para no sufrir más deshonra.

— Mi señor Xavius, hemos perdido a los cautivos. El bosque se volvió contra


nosotros…

Pero el consejero se limitó a sonreír.

— Ya tendrás oportunidad de redimirte, capitán, cuando llegue la hora.


Primero debes comprender la gloriosa verdad...
— Mi señor yo no...
Richard A. Knaak

No pudo continuar. Sus ojos quedaron atrapados.

— Ya comprendes —dijo Xavius, entrecerrando de satisfacción sus ojos


artificiales.

Varo'then sintió al dios, sintió como aquella maravillosa presencia pelaba


cada capa que era el capitán. El dios que estaba en el interior de la esfera de
llamas miró hasta lo más profundo de Varo'then... e irradió un placer en su
interior.

Tú también me servirás…

Y Varo'then hincó una rodilla, rindió pleitesía a quien le hacía tal honor.

— Pronto vendrá a nosotros, capitán —explicó lord Xavius mientras el


soldado se poma en pie—, ¡Pero su magnificencia es tal que debe prepararse
el camino para resistir su abrumadora presencia! Ha enviado a su noble
guardián para que prepare el camino para otros de su hueste, otros que a su
vez guiarán nuestros esfuerzos para fortalecer el vórtice... ¡y hacer que todos
nuestros sueños alcancen su fruto!

Varo'then asintió, sintiéndose a la vez alegre y avergonzado.

— Mi señor, mi fracaso al capturar a esos extranjeros que encontramos cerca


del sitio de la perturbación...

La sibilante voz de Hakkar lo interrumpió.

— Tu fracassso no importa. Ssserán atrapados... El Grande essstá muy


interesssado en lo que le ha dicho lord Xavius acerca de esssta perturbación
y su posssible conexión con ellosss.
El Pozo de la Eternidad

— ¿Pero cómo los encontrarán? ¡Ese bosque es el reino del semidiós


Cenarius! ¡Estoy seguro de que fue él!
— Cenarius no es más que una deidad de los bosques. —le recordó el
consejero—. Quien nos respalda ahora es mucho más que eso.

Hakkar se apartó de los elfos de la noche y chasqueó el látigo al vacío. Al


retumbar el arma correosa, un estallido de luz verdosa golpeó el suelo de
piedra.

Tras la estela del rayo, la zona golpeada por el látigo empezó a brillar
intensamente. El destello esmeralda aumentó rápidamente de tamaño, y a
medida que lo hacía empezó a solidificarse.

Las dos bestias infernales aullaron y estiraron los terribles tentáculos, pero
Hakkar las contuvo.

Se formó una silueta cuadrúpeda que fue creciendo a lo largo y a lo ancho.


Rápidamente fue tomando un aspecto que al capitán Varo'then ya le resultaba
familiar, y lo confirmó con un aullido que helaba la sangre.

El nuevo sabueso se sacudió una vez y luego se reunió con los demás.
Mientras los hipnotizados elfos de la noche observaban, Hakkar repitió el
procedimiento con el látigo invocando a una cuarta bestia monstruosa que se
reunió con las otras.

Luego hizo girar el látigo, creando un diseño circular que fue resplandeciendo
más y más hasta crear un agujero en el aire, un agujero tan alto como la
terrible figura y el doble de ancho.

Hakkar ladró una orden en alguna oscura lengua.


Richard A. Knaak

Las infernales bestias infernales saltaron al agujero y se desvanecieron.


Cuando desapareció la última, el propio agujero se disipó.

— Sssaben lo que buscan —informó Hakkar a sus pasmados compañeros—.


Y lo encontrarán... —El ígneo ser enrolló el látigo y volvió la oscura mirada
al ritual de los elfos—. Y ahora empezaremosss con nuessstra tarea.
El Pozo de la Eternidad

CAPÍTULO ONCE
Krasus había tardado un día entero en darse cuenta de que lo estaban
observando a Rhonin y a él.

Le había costado medio día más llegar a la conclusión de que el observador


no tenía nada que ver con Cenarius.

Quién tendría la capacidad de mantener su presencia oculta del poderoso


semidiós, eso el mago dragón no lo sabía. ¿Uno de los congéneres de
Cenarius? Poco probable. El señor del bosque estaría familiarizado de sobra
con los trucos de cualquier sirviente que pudieran enviar. ¿Los elfos de la
noche? Krasus desestimó aquella posibilidad al momento, y también el que
fuera otra raza mortal la responsable de la subrepticia observación.

Eso lo dejó solo con una conclusión factible: que quien espiaba a Cenarius y
sus dos «huéspedes» era uno de la propia raza de Krasus.
Richard A. Knaak

En sus tiempos, los dragones habían enviado espías a observar a aquellos que
tenían potencial para cambiar el mundo, fuera para bien o para mal.
Humanos, orcos… Todas las razas tenían sus espías. Los dragones lo
consideraban un mal necesario; si se las dejaba a su aire, las razas jóvenes
tenían cierta tendencia al desastre. Incluso en este periodo del pasado habría
espías de algún tipo. No albergaba dudas de que alguien mantendría Zin-
Azshari bajo cauta vigilancia. Pero como era típico en la raza de Krasus, no
haría nada hasta estar absolutamente seguro de que la catástrofe fuera
inminente.

Y en este caso, para entonces ya sería demasiado tarde.

Ante Cenarius había mantenido sus secretos, pero a uno de su propia especie,
aunque fuera del pasado, Krasus decidió que tenía que contarle lo que sabía.
Si alguien podía evitar la posible ruina que hubiera causado su presencia y la
de Rhonin, eran los dragones… pero solo si escuchaban.

Esperó hasta que el humano se fue a dormir y las posibilidades de vuelta de


Cenarius fueron remotas. Las necesidades de Krasus y Rhonin eran atendidas
por silenciosos e invisibles espíritus del bosque. La comida se materializaba
a intervalos determinados y los restos desaparecían una vez que la pareja
acababa de comer. Las demás cuestiones naturales funcionaban de la misma
manera. Esto le permitía a Cenarius continuar sus misteriosas discusiones con
sus congéneres —lo que, tratándose de deidades, podía llevar días, semanas,
meses o incluso más— sin tener que preocuparse de que los dos murieran de
hambre en su ausencia.

Independientemente del ciclo lunar, el claro permanecía casi tan iluminado


como si fuera de día. Una vez convencido de que Rhonin dormía
profundamente, Krasus se levantó en silencio y se dirigió hacia la barrera de
flores.
El Pozo de la Eternidad

Incluso de noche, le apuntaron de inmediato. Acercándose tanto como pudo


sin hacerlas actuar, el mago dragón examinó el bosque que había al otro lado,
estudiando los oscuros árboles. Conocía mejor que nadie los secretos de
camuflaje que usaba su a incluso mejor que un semidiós. Krasus encontraría
lo que se le había pasado a Cenarius.

Al principio todos los árboles parecieron iguales. Los examinó uno a uno,
luego repitió el proceso, también sin resultado. Su cuerpo le pedía descanso
a gritos, pero se negó a permitir que esa debilidad antinatural tomara el
control. Si cedía día una vez, temía no volver a recuperarse.

Su mirada se detuvo en un altísimo roble con un tronco especialmente


grueso. Mirándolo con atención, el cansado mago escudó sus pensamientos
mentalmente y luego se concentró en el árbol.

Te conozco... Sé lo que eres, espía.

No pasó nada. No hubo respuesta. Por un momento se preguntó si se habría


equivocado, pero siglos de experiencia le indicaban lo contrario.

Lo intentó de nuevo.

Te conozco... Oculto como parte del árbol nos observas a nosotros y al señor
del bosque. Te preguntas quiénes somos, por qué estamos aquí.

Krasus sintió agitarse una presencia, aunque muy débilmente. El observador


estaba incómodo con esta repentina intrusión en sus pensamientos, y todavía
no estaba dispuesto descubrirse.

Hay mucho que puedo decirte que no he podido decirle al señor del bosque.
Pero me gustaría hablar con algo más que el tronco de un árbol.
Richard A. Knaak

Nos pones en peligro a ambos, respondió al fin una mente un tanto arrogante.
El semidiós podría estar observándonos.

El mago dragón ocultó su alegría por haber recibido una respuesta.

Sabes tan bien como yo que no está aquí... y tú puedes ocultarnos de la


mirada de cualquier otro.

Durante un momento no pasó nada, y Krasus se preguntó si no habría llegado


un poco lejos.

Una parte del tronco se desgajó, asumiendo mientras lo hacia una forma
humanoide de corteza. Mientras en acercaba, la corteza fue desapareciendo
transformándose en una túnica larga y vaporosa y un delgado rostro cubierto
por sombras producto de un conjuro con el que Krasus estaba bastante
familiarizado.

Vestido del color del árbol, la figura sin rostro se detuvo en el perímetro
exterior del claro mágico. Ojos ocultos examinaron a Krasus de la cabeza a
los pies y, aunque el mago prisionero no pudo leer ninguna expresión, estaba
seguro de la frustración del otro.
— ¿Quién eres? —le pregunto en voz baja el espía.
— Podríamos decir que un alma gemela

Esto fue recibido con incredulidad.

— No sabes lo que estás insinuando.


— Sé perfectamente lo que estoy insinuando. —contestó con firmeza
Krasus—. Sé perfectamente que la llamada Alexstrasza es la Reina de la
Vida, el llamado Nozdormu es el propio de Tiempo, Ysera es la Señora de
los Sueños y Malygos es la encarnación de la Magia…
El Pozo de la Eternidad

La figura digirió los nombres.

— No has mencionado a uno —dijo luego, como de pasada reprimiendo un


gemido, Krasus asintió.
— Y Neltharion es el suelo y la propia roca, el Guardián de la Tierra.
— Pocos fuera de mi raza conocen esos nombres, pero sí algunos, al fin y al
cabo. ¿Por qué nombre debería llamarte si quiero reconocerte como pariente?
— Me llamo... Korialstrasz.

El otro se echó hacia atrás.

— No puedo sino reconocer ese nombre, no cuando pertenece a un consorte


de la Reina de la Vida, pero algo no cuadra. Lo he observado todo desde su
captura y no actúas como uno de mi raza. Cenarius es poderoso, y mucho,
pero no debería retenerte como prisionero con tanta facilidad, no al llamado
Korialstrasz...
— Estoy malherido —Krasus cambió de tema—. ¡El tiempo es esencial!
¡Debo llegar hasta Alexstrasza y contarle lo que sé! ¿Puedes conducirme
hasta ella?
— ¿Así como así? ¡Tienes la arrogancia de un dragón! ¿Por qué debería
arriesgarme a atraer hacia los dragones la enemistad del dios de los bosques
sin más motivo que tu cuestionable identidad? Sabrá desde entonces que se
le observa y actuará en consecuencia.
— Porque la amenaza potencial para el mundo, nuestro mundo, es más
importante que un insulto para la dignidad de un semidiós. —El mago dragón
respiró hondo y añadió—: Y si me lo permites, te revelaré lo que quiero decir.
— No sé si me fío de ti—dijo el oscurecido espía, inclinando la cabeza a un
lado—. Pero tampoco creo que tenga mucho que temer de ti en tu presente
condición. Si sabes cómo… muéstrame lo que riñe tus palabras de tanta
ansiedad.
Richard A. Knaak

Krasus contuvo una respuesta sarcástica creciente desagrado por aquel otro
dragón.

— Si estás preparado...
— Hazlo.

Sus mentes se tocaron... y Krasus le reveló la verdad.

Bajo la oleada de intensas imágenes, el otro dragón retrocedió abrumado. El


conjuro que cubría su rostro de sombras perdió cohesión momentáneamente,
revelando una peculiar combinación de rasgos reptilianos y álficos sumida
en una expresión de total incredulidad.

Pero las sombras volvieron tan rápido como se habían disipado. Todavía
digiriendo lo que le habían mostrado, el espía logró recuperar algo de
compostura.

— Todo esto es imposible...


— Probable, diría yo.
— ¡No son más que ilusiones creadas por ti!
— Ojalá lo fueran —dijo con tristeza Krasus—. ¿Ves ya por qué tengo que
hablar con nuestra Reina?

Su congénere sacudió la cabeza.

— Lo que pides es...

Ambos dragones se quedaron helados, ya que ambos habían sentido


simultáneamente que se acercaba una presencia de un poder abrumador.
El Pozo de la Eternidad

Cenarius. El semidiós había vuelto de forma inesperada. El espía empezó a


retirarse inmediatamente. Krasus, temeroso de perder esta oportunidad,
alargo a mano.

— ¡No! ¡No puedes permitirte ignorar esto! ¡Debo ver a Alexstrasza!

Su brazo pasó por encima de las flores. Los capullos reaccionaron, abriéndose
de inmediato y rociándolo con su polen mágico.

La cabeza de Krasus empezó a dar vueltas. Cayó hacia delante, en medio de


las flores.

Unos fuertes brazos lo cogieron de repente. Oyó Un leve siseo de nerviosismo


y supo que el otro dragón lo había agarrado.

— ¡Soy un tonto por hacer esto! —se quejó el otro.

Krasus dio las gracias en silencio por la decisión del espía, hasta que
súbitamente se dio cuenta de algo. Trató de hablar, peros su boca se negó a
funcionar.

Sus últimos pensamientos antes de perder el conocimiento va no fueron de


gratitud para con el otro dragón por llevárselo con él... sino de furia consigo
mismo por no haber tenido la posibilidad de incluir a Rhonin en la fuga.

*******

Las panteras atravesaban el bosque como una exhalación. La de Brox corría


con tanta ferocidad que el desvalido orco dedicaba todos sus esfuerzos a no
caerse. Aunque estaba acostumbrado a montar sobre los enormes lobos que
criaba su propia gente, los movimientos del felino eran sutilmente diferentes,
lo que provocaba el nerviosismo del orco.
Richard A. Knaak

Justo delante de él, la silueta parcialmente oculta por las sombras de


Malfurion estaba agachada sobre su propia bestia, apremiándola en tal o cual
dirección. Brox se alegró de que su rescatador tuviera una ruta en mente, pero
tenía la esperanza de que el arduo viaje no durara mucho más.

Pronto saldría el sol. El orco había pensado que eso sería mala cosa, ya que
serían visibles a más distancia. Pero Malfurion le había indicado que el inicio
del día los beneficiaba. Si los perseguía a Guardia Lunar, los poderes de los
hechiceros elfos de la noche se debilitarían en cuanto se desvaneciera la
oscuridad.

Por supuesto, seguiría habiendo soldados con los que enfrentarse.

Tras ellos, Brox oía los crecientes sonidos de la persecución. Cuernos, gritos
distantes, el ocasional rugido de otra pantera.

Había asumido que Malfurion tendría otro plan aparte de simplemente dejar
atrás a los perseguidores, pero al parecer no era el caso. Su rescatador no era
un guerrero sencillamente era alguien que había querido hacer lo correcto.

La negrura de la noche empezó a dejar paso al gris, pero a un gris húmedo y


nebuloso, niebla matinal. El orco dio la bienvenida a la inesperada bruma,
por temporal que fuera, pero tuvo la esperanza de que su montura no perdiera
de vista a la de Malfurion.

Sombras difusas aparecían y desaparecían a su alrededor. De cuando en


cuando, Brox creyó distinguir movimiento. Su mano ansiaba su querida
hacha, que aún seguía bajo la custodia de los elfos de la noche. Malfurion no
le había proporcionado ningún arma, quizá una precaución cautelosa por su
parte.
El Pozo de la Eternidad

Los cuernos volvieron a sonar, esta vez mucho más cerca. El veterano
guerrero gruñó enseñando los dientes.

Malfurion se desvaneció en la niebla. Brox se irguió, tratando de distinguir a


su compañero y temiendo que su propio animal siguiera corriendo en una
dirección totalmente diferente.

La pantera dio un repentino giro para evitar una enorme roca. El orco,
desprevenido, perdió el equilibrio.

Con un gruñido de frustración, Brox se resbalo del ágil felino, cayó al duro y
desigual suelo y rodó de cabeza al interior de unos matorrales.

Sus reflejos entrenados asumieron el control. Brox se agazapó y se preparó


para volver a montarse. Por desgracia la pantera, ignorante de sus
tribulaciones, siguió adelante y desapareció en la niebla.

Y los sonidos de persecución se iban haciendo más fuertes. De inmediato se


puso a buscar algo, cualquier cosa, que pudiera utilizar como arma. Cogió
una rama caída sólo para que se deshiciera en sus grandes manos. Las únicas
piedras que había o eran demasiado pequeñas para ser útiles o eran demasiado
grandes para cogerlas.

Algo grande removió los matojos a su izquierda. El orco se preparó. Si era


un soldado, tenía posibilidades. Si era un Guardia Lunar, las probabilidades
estaban claramente en contra de Brox, pero caería luchando.

Una enorme, jadeante y cuadrúpeda forma salió en tromba del bosque


envuelta por la niebla.

La conmoción casi dejó fuera de combate a Brox, porque lo que saltó contra
él no era ninguna pantera. Aullaba de forma parecida a un lobo o un perro,
Richard A. Knaak

pero solo se parecía vagamente a ambos. Hasta la cruz era tan alta como él y
de su lomo brotaban dos tentáculos correosos. La boca estaba llena de hilera
tras hilera de puntiagudos colmillos. Una densa saliva verdosa chorreaba de
sus enormes y hambrientas fauces.

Recuerdos monstruosos llenaron los pensamientos de Brox. Él había visto


tales horrores, aunque nunca hubiera llegado a enfrentarse a uno. Corrían
delante de los demonios, manada tras manada de voraces y siniestros
monstruos.

Bestias infernales... los batidores de la Legión Ardiente.

Brox se despertó de sus renovadas pesadillas justo antes de que la bestia lo


cazara. Se lanzó hacia delante, bajo la enorme criatura. La bestia trató de
atraparlo con las garras, pero la inercia funcionó en su contra. La enorme
bestia se detuvo trastabillando y volvió la cabeza para mirar a su esquiva
presa.

El orco le propinó un puñetazo en el hocico.

Para la mayoría de las razas, un ataque de este tipo hubiera provocado la


pérdida de mano, pero Brox no solo era un orco; era un orco rápido y fuerte.
No solo golpeo antes de que la bestia infernal pudiera reaccionar sino que lo
hizo con la plena fuerza y el poderío del más fuerte de su raza.

El golpe rompió el hocico del sabueso demoníaco. La bestia reculó y se le


escapó un gemido que helaba la sangre. Un denso fluido color verde oscuro
goteó de la herida.

Con la mano palpitante de dolor, Brox mantuvo sus ojos fijos en los del
adversario. Nunca había que dejar que un animal, en especialmente uno tan
El Pozo de la Eternidad

demoniaco como ese, viera algún signo de debilidad o miedo. Solo


enfrentándose a la criatura tenía el orco una ínfima posibilidad de sobrevivir.

Entonces, saliendo de la niebla por la que había desaparecido, la montura de


Brox llegó embistiendo. El rugido del felino hizo que la bestia infernal se
diera la vuelta, olvidando momentáneamente al orco. Los dos mastodontes
chocaron en un torbellino de garras y dientes.

Consciente de que no podía hacer nada por la pantera, Brox empezó a


retroceder. No obstante, solo había conseguido dar unos pocos pasos cuando
el grave sonido de una profunda respiración a su espalda llenó sus oídos. Con
movimientos lentos y muy cautelosos, el orco miró hacia atrás por encima
del hombro.

A poca distancia, una segunda bestia infernal se preparaba para saltar sobre
él.

Sin más opción, el frustrado guerrero salió corriendo.

El segundo demonio lo persiguió aullando mientras se lanzaba contra su


presa. Los dos combatientes lo ignoraron, ensimismados en su pelea. La
pantera ya había sufrido dos brutales heridas en el torso. Brox dio gracias en
silencio a la criatura por el rescate momentáneo, y luego se concentró en
tratar de dar esquinazo a su perseguidor en el brumoso bosque.

Cada vez que el camino se estrechaba, el orco se obligaba a pasar. La bestia


infernal, mucho más grande, tenía que rodear los obstáculos naturales o
abrirse paso a través de ellos si podía, permitiéndole a Brox mantenerse fuera
de su alcance. Aborrecía el hecho de tener que seguir corriendo, pero sabía
que sin un arma no tenía posibilidad de derrotar al monstruo.
Richard A. Knaak

A corta distancia, el lastimero lamento de un animal le informó a Brox de que


la pantera había perdido la lucha y de que pronto habría dos bestias infernales
buscando su sangre.

Distraído por la muerte del felino, Brox no vigiló lo bastante bien dónde
pisaba. De repente una raíz pareció levantarse lo justo para atraparle el pie.
Logro evitar caerse, pero la falta de equilibrio lo lanzó dando vueltas a un
lado. Se agarró a un árbol delgado y sin hojas que sólo era una cabeza más
alto que el, pero el tronco se rompió bajo su peso y lo mandó contra uno más
grueso y robusto.

Con la cabeza retumbando, Brox apenas podía concentrarse en el mastodonte


que se le venía encima. Le dio la vuelta al arbolillo que seguía en su mano y
atacó con él como si fuera una lanza.

El sabueso demoniaco golpeó la improvisada arma, destrozando el tercio


superior y dejando astillas afiladas en el extremo. Con la vista aún borrosa,
el orco se aferró a lo que quedaba y cargó contra el monstruo.

Los daños causados por la bestia infernal le proporcionaron a la lanza


improvisada una capacidad de hacer daño que no tenía antes. Empujando con
todas sus fuerzas, Brox clavó el afilado extremo roto en las fauces abiertas.

Con un amortiguado aullido de agonía, el demonio intentó retroceder, pero


Brox avanzó tensando el cuerpo al completo para clavar la lanza más
profundo todavía.

Uno de los tentáculos fue a por él. El orco soltó una mano, agarró la amenaza
que se aproximaba y tiró tanto como pudo.

Con un sonido de desgarro, el tentáculo se soltó.


El Pozo de la Eternidad

Empapados con sus propios fluidos repugnantes, las patas delanteras de la


bestia infernal se doblaron. Brox no soltó el árbol y ajustó su posición para
contrarrestar los cada vez más desesperados movimientos de su adversario.

Las patas traseras se derrumbaron. Moviendo la cola frenéticamente, la bestia


golpeó con las zarpas el palo que obstruía la garganta. Finalmente logró
romper en dos el arma de Brox, pero la parte delantera siguió clavada.

Consciente de que la bestia infernal todavía podía recuperarse, el orco buscó


frenéticamente algo que sustituyera su lanza perdida.

En vez de eso, se encontró enfrentado a su primer enemigo. La otra bestia


infernal tenía el cuerpo cubierto de cicatrices y, además del hocico roto, le
habían arrancado un trozo de carne del hombro. Pero a pesar de las
magulladuras, la bestia parecía estar más que en forma para acabar con el
exhausto orco.

Brox agarró una gruesa rama rota y la enarboló como una espada. Pero sabía
que se le había acabado la suerte. La rama no era lo suficientemente resistente
para mantener alejada a la enorme monstruosidad.

La bestia infernal se agazapó tensando los músculos Pero al saltar, el bosque


cobró vida y salió en defensa de Brox La hierba silvestre y las plantas que
había debajo de la criatura crecieron enloquecidamente, lanzadas hacia arriba
con una rapidez tal que atraparon a la bestia infernal justo después de que
saltara del suelo.

Con los miembros completamente enredados, la horrible criatura gruñó y


mordió las plantas. Sus dos tentáculos se estiraron, intentando tocar las
plantas animadas que le impedían llegar hasta su presa.

— ¡Brox!
Richard A. Knaak

Malfurion corría hacia el orco, con aspecto de estar tan cansado como él. El
elfo de la noche detuvo la pantera y extendió la mano.

— Te debo una más —gruñó el veterano guerrero.


— No me debes nada. —Malfurion miró de soslayo a la bestia atrapada—.
¡Especialmente porque parece que eso no lo contendrá mucho tiempo!

Cierto. Dondequiera que los macabros tentáculos tocaban la hierba y las


plantas, las consumían. Ya había liberado una de las zarpas delanteras y
mientras seguía liberando el resto cuerpo, trataba de alcanzar a Brox y al elfo
de la noche.

— Magia... —murmuró Brox al recordar situaciones similares—. Está


devorando la magia.

Malfurion, con el rostro mortalmente serio, ayudó a su compañero a subir.


Ante el aumento de la carga, la pantera se limitó a gruñir.

— Entonces mejor que nos vayamos rápido.

Sonó un cuerno, esta vez tan cerca que Brox casi esperó ver al trompetero.
Los perseguidores de Suramar casi los habían alcanzado.

Repentinamente, Malfurion vaciló.

— ¡Vienen derecho hacia esa bestia!, Si alguno de ellos pertenece a la


Guardia Lunar...
— La magia puede matar a una bestia infernal si hay la suficiente, elfo de la
noche. Pero si deseas quedarte y combatir a la criatura con ellos, yo
permaneceré a tu lado. —No añadió que eso significaría su muerte o que
El Pozo de la Eternidad

volvieran a capturarlo. No abandonaría a Malfurion que ya lo había rescatado


dos veces.

La bruma matinal había empezado a disiparse y ya podían verse vagas


siluetas en la distancia. Repentinamente, Malfurion apretó las riendas e hizo
girar a la pantera en dirección opuesta a las bestias infernales y los jinetes
que se aproximaban. No le dijo nada a Brox, y se limitó a apremiar a su
montura para que fuera lo más rápido que pudiera, para dejar atrás ambas
amenazas.

Tras ellos, el demonio liberó otra pata. Su atención ya había sido atraída por
crecientes ruidos que anunciaban nuevas presas...

*******

Algo sacó a Rhonin de su sopor, algo que le hizo sentirse muy incómodo.

No se movió de inmediato; abrió los ojos justo lo suficiente para poder ver
un poco el área circundante. Los retazos de luz diurna permitieron al mago
distinguir los árboles que lo rodeaban, la ominosa hilera de flores guardianas
y la hierba sobre la que estaba tumbado.

Lo que Rhonin no pudo distinguir señal alguna de Krasus. Se sentó y buscó


al mago dragón con la mirada. Seguramente estaría en algún punto del claro.

Pero después de examinar concienzudamente la zona, la desaparición de


Krasus era innegable.

El mago se levantó con cautela y fue hasta el borde del claro. Las flores se
volvieron hacia él y los capullos se abrieron de par en par. Estuvo tentado de
comprobar su potencia, pero sospechaba que un semidiós no las pondría allí
si no fueran perfectamente capaces de encargarse de un simple mortal.
Richard A. Knaak

— ¿Krasus? —llamó Rhonin mientras recorría el bosque con la mirada.

Nada.

El mago frunció el ceño mirando los árboles que había justo fuera de su
prisión. Había algo que no parecía igual, pero no estaba seguro de qué.

Retrocedió intentando pensar... y de repente se encontró bajo una sombra.

— ¿Dónde está el otro? —exigió Cenarius, sin rastro de amabilidad en su


voz. Aunque no estaba nublado, el cielo rugió repentinamente y un viento
frío vino de ninguna parte para azotar al humano—. ¿Dónde está tu amigo?

Rhonin miró a la cara al altísimo semidiós y mantuvo la expresión neutra.

— No lo sé. Acabo de despertarme y ha desaparecido.

Los ojos dorados de la astada figura refulgieron, y aquella mirada provocó


escalofríos en la columna a Rhonin.

— Hay signos preocupantes en el mundo. Varios de los otros han percibido


intrusos, criaturas que no tienen un origen natural husmeando por ahí,
buscando algo, o a alguien. —Examinó al mago muy atentamente—. Y han
llegado muy poco tiempo después de que tú y tu amigo aparecieran de la
nada…

Rhonin solo podía sospechar lo que eran aquellas criaturas sin nombre. Si era
así, Krasus y él tenían menos tiempo del que habían pensado.

Al ver que su «invitado» no tenía nada que decir por el momento, Cenarius
siguió hablando.
El Pozo de la Eternidad

— Tu amigo no podría haber escapado sin ayuda, pero te ha dejado atrás.


¿Por qué?
— Yo...
— Algunos de los otros insistieron en que debería haberlos entregado de
inmediato, para así descubrir por métodos más concienzudos que los míos las
razones por las que están aquí y por qué están tan interesados en ustedes los
elfos de la noche. Hasta ahora, les había convencido de que no era necesario.

Los desarrollados sentidos de Rhonin detectaron repentinamente la presencia


de otra fuerza poderosa, una que a su manera era el igual a la de Cenarius.

— Ahora veo que debo acceder a los deseos de la mayoría. —terminó con
reticencia el señor de los bosques.
— Hemos oído tu llamada... —gruñó una voz grave y poderosa—. Admites
que estabas equivocado.

El mago intento darse la vuelta para intentar quien hablaba, pero sus piernas,
todo su cuerpo, se negaron a obedecer sus órdenes.

Algo más inmenso que el semidiós se movió detrás de Rhonin.

Cenarius no parecía en absoluto complacido por los comentarios del otro.

— Sólo admite que es necesario dar otros pasos.


— Sabremos la verdad; —una pesada mano cubierta de pelaje y con gruesas
agarras envolvió el hombro de Rhonin, aferrándolo dolorosamente—, y lo
sabremos pronto.
Richard A. Knaak

CAPÍTULO DOCE
— ¡Deberías quedarte en el templo! —insistió Illidan—. ¡Malfurion pensó
que era lo mejor, y yo estoy de acuerdo!

Pero Tyrande no se dejaba convencer.

— ¡Tengo que saber lo que está pasando! ¡Ya viste cuántos salieron en su
persecución! Si los han capturado...
— No los cogerán. —Entrecerró los ojos, ya que el sol no le agradaba. Podía
sentir cómo sus poderes menguaban, cómo la excitación de la magia se
desvanecía. A Illidan no le gustaban aquellas sensaciones. Saboreaba la
magia en todas sus formas. Esa había sido una razón por la que incluso había
intentado seguir la senda druídica, eso y el hecho de que las supuestas
enseñanzas de Cenarius no se veían afectadas por la noche o el día.

Estaban peligrosamente cerca de la plaza, un lugar al que Tyrande había


insistido en volver una vez que la cosa se había tranquilizado un poco. La
El Pozo de la Eternidad

Guardia Lunar y los soldados habían partido tras Malfurion, dejando solo un
par de soldados para examinar la jaula en busca de pistas. Y lo habían hecho,
sin encontrar rastro de los culpables justo como Illidan había esperado.
Realmente se consideraba al menos tan capaz como cualquiera de los
reverenciados hechiceros, si no más.

— Deberíamos salir tras...

¿Es que no iba a ceder nunca?

— ¡Hazlo y nos pondrás en peligro a todos! ¿Quieres que se lleven a esa


mascota tuya al Bastión del Cuervo Negro y a lord Cresta Cuervo? Por lo
mismo puede que incluso nos lleven a nosotros allí como...

Illidan cerró la boca repentinamente. Por el otro extremo de la plaza estaban


entrando varios jinetes ataviados con armaduras... encabezados por lord
Kur'talos Cresta Cuervo en persona.

Era demasiado tarde para esconderse. Al pasar junto a ellos, la seria mirada
del comandante elfo de la noche se fijó en Tyrande y luego en su
acompañante-

Al ver a Illidan, Cresta Cuervo ordeno un alto.

— Yo te conozco, mozalbete... Illidan Tempestira, ¿no?


— Sí, mi señor. Nos conocimos hace tiempo.
— ¿Y esta?

Tyrande hizo una reverencia.

— Tyrande Susurraviento, novicia del templo de Elune.


Richard A. Knaak

Los jinetes elfos de la noche hicieron respetuosamente el signo de la luna.


Cresta Cuervo saludó educadamente a Tyrande y volvió a mirar a Illidan.

— Recuerdo aquel encuentro. Por aquel entonces estabas estudiando las


artes. —Se frotó la barbilla—. Todavía no eres miembro de la Guardia Lunar,
¿no?

Que Cresta Cuervo planteara la pregunta de aquella manera indicaba que ya


conocía la respuesta. Claramente, después de su primer encuentro había
seguido los progresos de Illidan, algo que hizo que el joven elfo de la noche
se sintiera a la vez orgulloso y extremadamente incómodo. No había hecho
nada, que el supiera, para ganarse la atención del comandante.

— No, mi señor.
— Entonces estas libres de algunas de sus restricciones, ¿no? —. Las
restricciones a las que se refería el comandante tenían que ver con los
juramentos que pronunciaban los hechiceros al entrar en la legendaria orden.
La Guardia Lunar era una entidad independiente y no le debía lealtad a nadie
salvo a la Reina... lo que significaba que no estaba a disposición de aquellos
como lord Cresta Cuervo.
— Supongo que sí.
— Bien. Muy bien. Entonces quiero que vengas con nosotros.

Ahora tanto Tyrande como Illidan parecieron confusos.

— Mi señor Cresta Cuervo, nos sentimos honrados… —dijo la joven


sacerdotisa, preocupada por la seguridad de Illidan.

No pudo continuar. El aristócrata elfo de la noche levantó educadamente la


mano para que se callara.
El Pozo de la Eternidad

— Usted no, hermana, aunque la bendición de la madre luna siempre resulta


bienvenida. No, ahora solo hablo con este muchacho.

— ¿Para qué me necesita, mi señor? —preguntó Illidan tratando de no


demostrar su creciente nerviosismo.
— ¡Por el momento para investigar la huida de la criatura que teníamos
encerrada aquí! Acabo de recibir la noticia de su huida. Suponiendo que no
la hayan capturado ya, tengo cierta idea de cómo hacerlo. Pero puede que
necesite la ayuda de un poco de hechicería, y aunque los miembros de la
Guardia Lunar son capaces, prefiero alguien que atienda las órdenes.

Negarse a la petición de un elfo de la noche de tan alta posición hubiera


parecido sospechoso, pero unirse a él ponía en peligro a Malfurion. Tyrande
miró subrepticiamente a Illidan, intentando leer sus pensamientos. Él, por su
parte, deseaba que ella pudiera decirle cuál era el mejor camino. Realmente
solo había una opción.

— Me sentiré honrado de unirme a vos, mi señor.


— ¡Excelente! ¡Rol'tharak, trae una montura para joven amigo hechicero,
aquí presente!

El oficial en cuestión trajo un sable de la noche refresco, casi como si Cresta


Cuervo hubiera estado esperado a Illidan de antemano. El animal se agachó
para que Pudiera montarse.

— El sol casi ha salido, mi señor. —comento Rol'tharak mientras le entregaba


las riendas de la bestia al hermano de Malfurion.
— Nos apañaremos... igual que tú, ¿eh hechicero?

Illidan entendió muy bien el velado mensaje. Su poder sería más débil a la
luz del día, pero el comandante confiaba en que seguiría siendo útil. La
confianza que Cresta Cuervo tenía en él hizo que Illidan hinchara el pecho.
Richard A. Knaak

— No le fallaré, mi señor.
— ¡Espléndido, muchacho!
Mientras se deslizaba sobre la pantera, Illidan le dedicó a Tyrande una rápida
mirada indicándole que no debía preocuparse por Malfurion ni el orco. Iría
con Cresta Cuervo y ayudaría en todo lo que pudiera, siempre que la pareja
lograra escapar.

La breve, pero agradecida sonrisa de Tyrande fue todo lo que podía haber
deseado. Sintiéndose bastante bien consigo mismo, Illidan le indicó al
comandante que estaba listo con una inclinación de cabeza.

Con un gesto de la mano y un grito, lord Cresta Cuervo puso en movimiento


la fuerza armada. Illidan se inclinó hacia delante, decidido a mantenerse a la
altura del aristócrata. De algún modo lograría complacer a Cresta Cuervo a
la vez que impedía que mandaran a su altruista hermano al Bastión del
Cuervo Negro. Malfurion conocía bien las tierras boscosas, lo que significaba
que lograría mantener la ventaja sobre los soldados y la Guardia Lunar, pero
ante la terrible posibilidad de que la persecución hubiera alcanzado a su
gemelo y a la criatura de Tyrande, Illidan tenía al menos que considerar
sacrificar a Brox para salvar a su hermano. Tyrande llegaría a comprenderlo.
Haría lo que pudiera para evitarlo, pero la sangre estaba antes.

Como solía suceder una bruma matinal cubría el paisaje. La densa niebla se
disiparía pronto, pero significaba más posibilidades para Malfurion. Illidan
mantuvo la vista fija en el camino, preguntándose si sería el mismo que había
usado su hermano. Puede que la Guardia Lunar ni siquiera hubiera elegido la
dirección correcta, lo que significaba que ahora lord Cresta Cuervo y él
seguían un curso de acción inútil.

Pero a medida que se fueron adentrando a toda velocidad en los bosques, la


niebla fue desapareciendo rápidamente, el sol matinal parecía tan ansioso por
El Pozo de la Eternidad

arrancarle el poder a Illidan como por devorar la niebla, pero Illidan apretó
los dientes e intentó no pensar en lo que podía significar aquello. Si llegaba
la hora de hacer una exhibición de hechicería, no tenía intención de
decepcionar al aristócrata. La caza del orco se había convertido en una excusa
para hacer contactos entre la jerarquía del mundo elfo de la noche, tanto como
tenía que ver con la huida de Brox.

Pero justo cuando llegaron a la cresta de una colina, algo que había más abajo
hizo que Illidan frunciera el ceño y lord Cresta Cuervo maldijera. El
comandante detuvo su montura de inmediato, y el resto hizo lo mismo.
Delante de ellos parecía haber una serie de bultos peculiares esparcidos por
el camino. Los elfos de la noche descendieron cautelosamente por la ladera.
Cresta Cuervo y los soldados aprestaron las armas. Illidan se encontró
rezando por no haber sobreestimado sus habilidades a la luz del día.

— ¡Por los benditos ojos de Azshara! —masculló Cresta Cuervo.


Illidan no pudo decir nada. Solo pudo quedarse pasmado mirando la masacre
que descubrieron al acercarse.

Al menos media docena de elfos de la noche, incluidos dos de la Guardia


Lunar, yacían muertos frente a los recién llegados, con los cuerpos
destrozados y, en el caso de los dos hechiceros aparentemente consumidos
por una fuerza vampírica. Ambos guardias lunares parecían frutas resecas
dejadas demasiado tiempo al sol. Sus cuerpos demacrados estaban estirados
en posiciones de agonía extrema, y claramente habían forcejeado durante su
terrible suplicio.

También yacían muertos cinco sables de la noche, algunos con las gargantas
desgarradas, los otros destripados. De las demás panteras no había rastro.
Richard A. Knaak

— ¡Yo tenía razón! —dijo, bruscamente Cresta Cuervo—. ¡Esa criatura de


piel verde no estaba sola! Harían falta dos docenas y más para hacer esto... y
con la Guardia Lunar.

Illidan no le prestó atención, más preocupado con lo que pudiera haberle


pasado a Malfurion. Eso no podría ser obra de su hermano, ni de un orco solo.
¿Tenía razón lord Cresta Cuervo? ¿Habría traicionado Brox a Malfurion
llevándolo ante sus salvajes camaradas?

¡Debería haber matado a la bestia cuando tuve la oportunidad! Apretó los


puños y sintió cómo la furia alimentaba sus poderes. Si hubiera tenido un
objetivo le hubiera demostrado su poder al aristócrata más de la sobra.

En ese momento uno de los soldados notó algo a la derecha de la masacre.

— ¡Mi señor! ¡Venga a ver! ¡Nunca había visto nada como esto!

Illidan y Cresta Cuervo hicieron dar la vuelta a sus animales y miraron con
los ojos desorbitados a la bestia que había descubierto el otro elfo de la noche.

Era una criatura de pesadilla. En ciertos aspectos era de forma lupina, pero
monstruosamente deformada, como si algún dios enloquecido la hubiera
creado de las profundidades de su locura. Ni siquiera en la muerte perdía un
ápice de su horror inherente.

— ¿Qué te parece, hechicero?

Por un momento, Illidan olvidó que él era la fuente de sabiduría mágica del
grupo. Negó con la cabeza y respondió con total honestidad.

— No tengo ni idea lord Cresta Cuervo... ni idea.


El Pozo de la Eternidad

Pero por muy horripilante que fuera el monstruo, alguien se había encargado
de él por las malas, clavándole una lanza improvisada en el gaznate y
probablemente matándolo por asfixia.

Los pensamientos de Illidan volvieron a su hermano, del cual lo último que


sabía era que se dirigía a aquel bosque. Había hecho esto Malfurion. Parecía
poco probable. ¿Yacía su hermano por allí cerca, destrozado con tanta
facilidad como los guardias lunares?

— Muy curioso —murmuró Cresta Cuervo. Se incorporó de forma repentina


y miró a su alrededor—. ¿Dónde está el resto del primer grupo y? —preguntó
a nadie en particular— ¡Debería haber el doble del que hemos encontrado!

Como para responderle el lamento de un cuerno brotó al sur, donde el bosque


descendía en abrupta pendiente y se hacía más traicionero de atravesar.

El comandante señaló con la espada en dirección al sonido del cuerno.

— Por ahí. Pero tengan cuidado: ¡puede que haya más de esos monstruos!

El grupo se abrió camino ladera abajo. Todos sus miembros, Illidan incluido,
observaban con nerviosismo el bosque, que cada vez se hacía más denso. El
cuerno no volvió a sonar. Mala señal.

Varios metros más abajo se cruzaron con otro sable de la noche, que tenía el
costado entero abierto por unas salvajes garras y la espalda rota contra los
dos enormes robles con los que había chocado. A corta distancia había otro
guardia lunar apoyado contra una enorme roca; su cadáver demacrado y su
expresión horrorizada dejaron helados incluso a los soldados más
endurecidos de lord Cresta Cuervo.

— Tranquilos —ordenó el aristócrata con serenidad—. Mantengan el orden.


Richard A. Knaak

Una vez más, el cuerno sonó débilmente, esta vez mucho más cerca y
directamente al frente.

Los recién llegados se fueron abriendo paso hacia él. Illidan tenía la horrible
sensación de que algo lo estaba observando a él en particular, pero cada vez
que miraba a su alrededor solo veía los árboles.

— ¡Otro, mi señor! —soltó el elfo de la noche llamado Rol'tharak, señalando


justo delante.

Pues sí, una segunda bestia yacía muerta con el cuerpo estirado como si
incluso moribunda hubiera intentado alcanzar una nueva víctima. Además de
la nariz rota y un hombro desgarrado tenía varias extrañas marcas de
ligaduras en las patas. Pero lo que había acabado con ella habían sido varios
tajos de espada élfica bien plantados en la garganta. Una de las espadas seguía
clavada en la bestia.

Encontraron dos solados más en las inmediaciones. Guerreros bien


adiestrados del reino desparramados como muñecos de trapo. Illidan frunció
el ceño intrigado. Si los elfos de la noche habían logrado matar a ambos
monstruos, ¿dónde estaban los supervivientes?

Momentos después encontraron lo que quedaba.

Un soldado estaba apoyado contra un árbol con el brazo izquierdo arrancado.


Habían hecho un pobre intento de vendar la gravísima herida. Miraba sin ver
a los recién llegados, con el cuerno en la mano que conservaba. La sangre le
cubría el torso.
El Pozo de la Eternidad

Junto a él estaba tumbado el otro superviviente... si sobrevivir significaba que


le arrancaran a uno media cara y le doblaran una pierna en un ángulo
imposible. Su aliento era entrecórtalo, el pecho apenas se movía.

— ¡Los de ahí! —bramó Cresta Cuervo hacia el del cuerno—. ¡Mírame!

El superviviente parpadeó lentamente y luego se obligó a mirar hacia el


aristócrata.

— ¿Eso es todo? ¿Quedan más?

El machacado guerrero abrió la boca, pero de ella no salió sonido alguno.

— ¡Rol'tharak, ocúpate de sus heridas! ¡Dale agua si la necesita!


— ¡Sí, mi señor!
— ¡El resto de ustedes, ábranse en abanico, ahora!

Illidan se quedó con Cresta Cuervo, observando con desconfianza como los
otros establecían lo que esperaban lo que fuera un perímetro de seguridad.
Que hubieran matado a tanto de sus compañeros, incluso tres magos, no era
precisamente bueno para la moral.

— ¡Habla! —rugió Cresta Cuervo—. ¡Te lo ordeno! ¿Quién es el responsable


de esto?

Ante esto el soldado ensangrentado emitió una risa salvaje que hizo
sobresaltarse tanto a Rol'tharak que este retrocedió.

— ¡N… no llegamos a verlo, m… mi señor! —respondió la figura mutilada—


. ¡Probablemente también se lo comieron!
— Así que fueron esos monstruos, entonces ¿Esos sabuesos? —El elfo de la
noche herido asintió.
Richard A. Knaak

— ¿Qué pasó con los guardias lunares? ¿Por qué no detuvieron a las cosas?
Seguramente, aunque fuera de día…

Y el soldado herido volvió a reírse.

— ¡Los hechiceros fueron la presa más fácil, mi señor!

La historia fue saliendo con esfuerzo. Los soldados y los guardias lunares
habían perseguido a la criatura huida y a otro individuo no identificado a
través del bosque, siguiendo su rastro incluso a través de la niebla y el sol.
Nunca habían llegado a ver realmente a la pareja, pero habían tenido la
seguridad de que alcanzarlos era cuestión de tiempo.

Entonces se habían cruzado con la primera bestia de forma inesperada.

Nadie había visto nunca algo como aquello. Incluso muerta había puesto
nerviosos a los elfos de la noche. Hargo'then, el hechicero que estaba al
mando, había sentido algo mágico en la criatura. Había ordenado que los
demás esperaran a unos pasos de distancia mientras él se acercaba a
inspeccionar el cadáver.

Nadie había discutido.

«Una cosa antinatural», había afirmado Hargo'then mientras desmontaba.


«Tyr'kin...», había llamado a otros de los guardias lunares. «Quiero que...»

En ese momento había caído sobre él la segunda bestia.

— Salió de detrás de los árboles más cercanos, m-mi señor... y fue directa a
por... a por Hargo'then. Mató a la montura de un z-zarpazo y l-luego...
El Pozo de la Eternidad

El hechicero no había tenido ninguna oportunidad, Antes que los


sobresaltados elfos de la noche hubieran podido reaccionar, los dos
terroríficos tentáculos que llevaba al lomo la criatura habían salido
disparados y se habían adherido como sanguijuelas al pecho y la frente de
Hargo'then. El líder de la Guardia Lunar había gritado como ningún elfo de
la noche había oído gritar nunca a uno de los suyos, y ante sus ojos se había
consumido hasta convertirse en un pellejo fláccido y reseco que la voraz
monstruosidad cuadrúpeda había tirado a un lado.

Tras recuperarse de la conmoción, los demás elfos de la noche habían cargado


furiosos contra la bestia, deseosos de al menos vengar la muerte de
Hargo'then.

Se dieron cuenta demasiado tarde de que una tercera bestia los acechaba
desde detrás. Los atacantes se convirtieron en los atacados, atrapados entre
dos fuerzas demoníacas gemelas.

Los recién llegados habían sido testigos de la masacre resultante. Los


guardias lunares habían perecido rápidamente, ya que sus debilitadas
habilidades mágicas los habían convertido en presas mucho más atractivas.
A los soldados les había ido poco mejor, pero al menos sus espadas tenían
algún efecto sobre los demonios.

A medida que el superviviente iba acabando su relato, se volvía menos


coherente. Para cuando llegó al final, en el que él y otros tres se habían
reagrupado en este punto, lord Cresta Cuervo e Illidan apenas podían
entender sus delirios.

Rol'tharak levantó la mirada.

— Ha perdido el conocimiento, mi señor. Me temo que no vuelva a


despertarse.
Richard A. Knaak

— Has lo que puedas por aliviar su dolor y examina al otro también, —el
aristócrata frunció el ceño—. Quiero echarle otro vistazo al primer cadáver.
Hechicero, ven conmigo.

Illidan siguió a Cresta Cuervo por el sendero. Dos guardias abandonaron sus
deberes para acompañarlos. Los demás siguieron examinando el área,
tratando de encontrar más superviviente, sin éxito.

— ¿Qué te parece la historia? —le preguntó el veterano comandante a


Illidan—. ¿Habías oído hablar de esas cosas?
— Nunca, mi señor. Pero no soy miembro de la Guardia Lunar, y por ello no
tengo acceso a sus conocimientos arcanos.
— ¡Para lo que les han servido sus conocimientos arcanos! ¡Hargo'then
siempre estuvo demasiado orgulloso de sus habilidades! ¡Como la mayoría
de los guardias lunares!

Illidan emitió un ruidito neutro.

— Aquí está...

La macabra bestia parecía como si todavía estuviera intentando quitarse el


palo de la garganta. A pesar de las heridas abiertas, no se veía ningún
carroñero, ni siquiera moscas. Hasta el bosque parecía sentirse repelido por
el intruso muerto.

— Examinen el sendero que hemos tomado —ordenó Cresta Cuervo a los


dos soldados—. Comprueben si el rastro que el primer grupo y nosotros
seguíamos continúa. Sigo queriendo a esa bestia de piel verde... ¡ahora más
que nunca!

Cuando los dos se alejaron a lomos de sus panteras, tanto Illidan como Cresta
Cuervo desmontaron, y el segundo desenvainó la espada. A los sables de la
El Pozo de la Eternidad

noche no les hacía mucha gracia acercarse al cuerpo, así que los jinetes los
acercaron a un grueso árbol que había a poca distancia y ataron allí las
riendas.

Una vez de vuelta junto al cadáver, lord Cresta Cuervo se arrodilló.

— ¡Sencillamente espantoso! En todos mis años nunca me había encontrado


una cosa tan bien diseñada para la matanza... levantó un correoso tentáculo—
. Curioso apéndice. Así que esto fue lo que usó el otro para consumir a
Hargo'then. ¿Qué opinas?

Tratando de no retroceder ante el asqueroso miembro que le había puesto


delante de la cara, Illidan logró articular.

— N-naturaleza vampírica, mi señor. Algunos animales beben sangre, pero


este parece buscar energía mágica, —miró a su alrededor—. El otro se lo han
arrancado.
— Pues sí. Probablemente un animal.

Mientras el aristócrata seguía con su repugnante examen, Illidan reflexionó


acerca de la muerte de la monstruosidad. El soldado había informado que al
primero lo habían encontrado ya muerto. Para la rápida mente del elfo,
aquello quería decir que los únicos que podrían haberlo matado eran
Malfurion o Brox… a juzgar por la lucha física que había tenido lugar, Illidan
habría apostado por el fuerte orco.

A poca distancia, los felinos se fueron poniendo cada vez más inquietos por
su proximidad a la criatura. Illidan intentó ignorar sus bufidos, todavía
preocupado por su hermano. No habían visto más cadáveres que los del
primer grupo y la segunda de las tres bestias, pero… Illidan levantó la cabeza
bruscamente.
Richard A. Knaak

— ¡Mi señor Cresta Cuervo, no hemos encontrado señales de la...!

Los gruñidos de los sables de la noche alcanzaron un nuevo crescendo.

Illidan sintió algo tras él.

Se echó a un lado, chocando accidentalmente con Cresta Cuervo, que no se


lo esperaba. Ambos cayeron al suelo, el joven elfo de la noche sobre el
comandante. La espada de Cresta Cuervo salió despedida y aterrizó fuera del
alcance de ambos.

La enorme silueta con garras que acababa de saltar sobre Illidan pasó por
encima del cuerpo de la otra bestia que yacía en el suelo.

— ¡En nombre de...! ¿Qué es eso? —logró decir Cresta Cuervo. Los sables
de la noche forcejearon para intentar atacar, pero sus riendas resistieron, lo
que impidió que los felinos fueran de ayuda.

Illidan fue el primero en recuperarse, y al levantar la vista vio a la criatura


dar la vuelta para prepararse para un nuevo ataque. La criatura muerta ya le
había parecido bastante horripilante, pero una viva que caía sobre él casi hizo
que huyera presa del pánico.

Pero en vez de volver a saltar, el horror canino atacó de repente a Illidan con
los dos tentáculos que le salían del lomo. Los recuerdos de los pellejos
resecos que una vez habían sido poderosos miembros de la Guardia Lunar
llenaron la mente del joven elfo de la noche.

Pero mientras los apéndices volaban a por su magia, a por su cuerpo, el


instinto de conservación tomó el control. Al recordar que uno de los
tentáculos de la bestia muerta había sido arrancado, a Illidan se le ocurrió un
plan de ataque.
El Pozo de la Eternidad

No intentó atacar directamente al monstruo sabiendo que serviría de poco.


La bestia se limitaría a absorber el conjuro y quizá después lo absorbería a él
directamente. En vez de eso, Illidan decidió lanzar el hechizo sobre la espada
de lord Cresta Cuervo, que estaba fuera del campo visual de su infernal
enemigo.

La espada animada se alzó rápidamente en el aire y empezó a dar vueltas,


cada vez más rápido. Illidan la dirigió contra el lomo de la criatura, apuntando
a los apéndices parásitos.

Con precisión milimétrica, la hoja pasó dando vueltas sobre los hombros del
leviatán y cortó ambos tentáculos con tanta facilidad como si hubieran sido
briznas de hierba.

Con un aullido enloquecido, la bestia de aspecto canino se estremeció y un


denso fluido verde se derramó sobre sus hombros y su lomo. Gruñó
enseñando los dientes y miró con los ojos entrecerrados al que le había hecho
tanto daño.

Envalentonado por el éxito, y menos asustado ahora que el peligro para su


magia había sido eliminado, Illidan volvió a dirigir la espada de Cresta
Cuervo contra el monstruo. Cuando el monstruo volvió a saltar hacia él, el
joven elfo de la noche le dedicó una sonrisa siniestra.

Con una fuerza magnificada por su intensa voluntad, enterró el arma en el


duro cráneo de la criatura.

El salto del monstruo se vio interrumpido. Trastabilló torpemente. Los


horribles orbes se pusieron vidriosos. La enorme bestia dio dos pasos
vacilantes hacia Illidan… y luego se derrumbó exánime en el suelo.
Richard A. Knaak

Un increíble cansancio se apoderó del joven elfo de la noche, pero era un


cansancio mezclado con un sentimiento de extrema satisfacción y triunfo.
Había logrado sin vacilaciones lo que tres miembros de la Guardia Lunar no
habían conseguido. No le importaba el hecho de haber aprendido de los
errores de estos. Solo sabía que se había enfrentado a un demonio por sus
propios medios y había vencido fácilmente.

— ¡Bien hecho! —una potente palmada en la espalda casi lo tiró contra su


monstruoso enemigo. Mientras Illidan luchaba por mantener el equilibrio,
lord Cresta Cuervo paso a su lado para admirar el trabajo de su
acompañante—. ¡Un contraataque espléndido! ¡Eliminar el peligro mayor y
luego descargar el golpe mortal mientras el enemigo trata de recuperarse!
¡Esplendido!

El noble apoyó el pie en una de las patas delanteras del demonio e intentó
recuperar su espada. Por el sendero llegaron los dos guardas, y por detrás de
Iludan se oyeron gritos cuando el resto del grupo se fue dando cuenta de lo
que había pasado.

— ¡Mi señor! —gritó uno de los dos guardias—. Hemos oído…

Rol'tharak llegó a toda velocidad.

— ¡Lord Cresta Cuervo! ¡Ha matado a una de las bestias! ¿Está herido?

Illidan esperaba que Cresta Cuervo se apuntara el mérito; después de todo, la


espada del comandante seguía clavada en la cabeza del monstruo, pero el
comandante estiró el brazo y señaló al hermano de Malfurion.

— ¡No! Aquí está el que, después de arriesgarse para apartarme del camino
de la criatura, se encargó del peligro sin preocuparse de su propia vida. ¡Lo
El Pozo de la Eternidad

sabía desde la primera vez que te vi, Illidan Tempestira! ¡Eres más capaz que
una docena de guardias lunares!

Con las mejillas enrojecidas, el joven elfo de la noche aceptó los cumplidos
del poderoso comandante. Todos los años en los que había oído que se
esperaba que fuera un héroe, un campeón de su pueblo, habían depositado
una pesada carga sobre sus hombros. Y ahora sentía su destino por fin se
había revelado… y lo había hecho con la hechicería innata que casi había
rechazado a cambio de los más lentos y sutiles conjuros druídicos que
Cenarius le había estado enseñando.

He sido un tonto al rechazar mi herencia, se dio cuenta Illidan. El camino de


Malfurion no estaba destinado a ser el mío. Incluso a la luz del día, la
hechicería de los elfos de la noche está a mi disposición.

Esto lo animó, ya que se había sentido extraño al seguir la senda de su


hermano. ¿Qué héroe de leyenda había seguido los pasos de otro? Illidan
estaba destinado a ser un líder.

Los soldados, los capaces y veteranos soldados de lord Cresta Cuervo, lo


miraron con un nuevo y saludable respeto.

— ¡Rol'tharak! —llamó el aristócrata—, ¡Siento que la suerte está conmigo


en este día. ¡Quiero que te lleves la mitad de los guerreros a seguir el rastro!
¡Puede que todavía logremos encontrar al prisionero y a quien lo liberó!
¡Vamos!
— ¡Sí, mi señor! —Rol'tharak llamó a varios soldados y, una vez que todos
estuvieron montados, los condujo en la dirección que probablemente habían
seguido Malfurion y Brox.

Illidan apenas pensó en su hermano, en la suposición de que el retraso que se


había producido allí le había dado todo el tiempo que necesitaba para
Richard A. Knaak

despistar a sus perseguidores. Pero sí pensó en Tyrande, que no solo quedaría


complacida porque él hubiera retrasado a los cazadores, sino también
justamente impresionada por las alabanzas que lord Cresta Cuervo le había
dedicado.

Y parecía que el noble tenía aún más para quien pensaba que le había salvado
la vida. Fue a grandes zancadas hacia Illidan y le apoyó una mano envuelta
en un guantelete metálico en el hombro.

— Illidan Tempestira —afirmó—, puede que la Guardia Lunar ignore tu


capacidad, pero yo no. Desde este momento te señalo como miembro del
Bastión del Cuervo Negro… ¡y mi hechicero personal! como tal, estarás fuera
del escalafón de la Guardia Lunar, serás el igual de cualquiera de ellos, pero
ninguno de su orden tendrá mando sobre ti. Sólo responderás ante mí y ante
la luz de las luces, Azshara.

El resto de los elfos de la noche se llevaron la mano al pecho e inclinaron la


cabeza en señal de respeto a la mención de la reina.

— Me siento… honrado, mi señor.


— ¡Vamos! ¡Hemos de volver inmediatamente! Quiero reunir una fuerza más
grande para llevar estos cadáveres hasta el Bastión del Cuervo Negro. ¡Esto
debe investigarse concienzudamente! Si nos va a invadir una horda infernal,
debemos aprender todo lo que podamos y alertar a su majestad.

Atrapado en su euforia, Illidan prestó escasa atención a la mención de


Azshara. Si lo hubiera hecho, quizá habría sentido algo de preocupación, ya
que era a consecuencia de ella que Malfurion se había arriesgado a ganarse
las iras del nuevo patrón de su hermano. Era ella la que Malfurion insistía
que estaba involucrada en una locura que podía resultar catastrófica para el
resto de la raza de los elfos de la noche.
El Pozo de la Eternidad

Pero por el momento, Illidan solamente podía pensar en una cosa.

Por fin he encontrado mi destino...


Richard A. Knaak

CAPÍTULO TRECE
Es fuerte de mente, fuerte de alma, fuerte de cuerpo, dijo voz potente y
agresiva en la cabeza de Rhonin.

Una cualidad admirable... en cualquier otra ocasión, replicó una segunda


voz más calmada, pero por lo demás idéntica a la primera.

Sabremos la verdad, insistió la primera. Nunca he dejado de conseguirlo...

Rhonin parecía flotar fuera del cuerpo, aunque no sabía decir exactamente
dónde. Se sentía atrapado entre la vida y la muerte, el sueño y la consciencia,
la oscuridad y la luz... Nada parecía completamente bien ni absolutamente
mal.

¡No más!, exclamó una tercera voz que de algún modo le resultaba familiar.
¡Ya ha pasado suficiente! Devuélvanmelo... por ahora.
El Pozo de la Eternidad

Y de repente Rhonin se despertó en el claro de Cenarius.

El sol se encontraba en su cénit, aunque el humano no sabía decir si era el


mediodía o simplemente un truco de la zona encantada. Rhonin trató de
levantarse, pero igual que antes, e cuerpo se negó a obedecerle.

Escuchó movimiento y de repente el cielo se cuerpo astado del señor del


bosque.

— Eres resistente, mago Rhonin. —trono Cenarius—. Has sorprendido a


alguien a alguien que no suele sorprenderse… y además has defendido tus
secretos, por muy temerario que eso pueda resultar a largo plazo.
— N-no hay nada… que pueda… decir. —A Rhonin le asombró que la boca
le funcionara.
— Eso está por ver. Sabremos lo que le ha pasado a tu compañero y por qué
tú, que no deberías estar aquí, lo estás. —El rostro del semidiós se suavizó—
. Pero por ahora te dejaré descansar. Eso te lo mereces.

Pasó la mano sobre el rostro de Rhonin... y el mago durmió.

*******

Al propio Krasus le hubiera gustado saber dónde estaba exactamente. La


caverna en la que se había despertado no le traía ningún recuerdo. No podía
sentir la presencia de ninguna otra criatura, especialmente ninguna de su
especie, y eso le preocupaba. ¿Lo habría traído allí el observador
simplemente para librarse de él? ¿Esperaba que Krasus muriera en aquel
lugar?

Lo último era un peligro muy real. El dolor y el cansancio seguían azotando


la delgada osamenta del mago dragón. Krasus sentía como si le hubieran
Richard A. Knaak

arrancado la mitad de su ser. La memoria seguía fallándole y temía que sus


males solo fueran a más con el paso del tiempo... un tiempo que no tenía.

¡No! ¡No cederé a la desesperación! ¡Yo no!

Se obligó a ponerse en pie y miró a su alrededor. Para un humano o un orco


la caverna habría sido una completa negrura, pero Krasus podía distinguir el
interior tan bien como si dentro brillara la luz del sol. Pudo ver las enormes
estalactitas y estalagmitas, identificar cada grieta y fisura en las paredes, y
percibir incluso los diminutos lagartos ciegos que correteaban en las grietas
más pequeñas y sus alrededores.

Por desgracia, no pudo distinguir ninguna salida.

— ¡No tengo tiempo para juegos! —dijo secamente a la nada.

Sus palabras produjeron un eco que preció volverse más burlón con cada
repetición.

Se le escapaba algo. Seguramente lo habían puesto allí por algún motivo…


¿pero cuál?

Entones Krasus recordó la forma de ser de su gente, que podía llegar a ser
bastante cruel para aquellos que no eran dragones. Una lúgubre sonrisa se
formó en su rostro.

El mago encapuchado se irguió, lentamente dio una vuelta en círculo, sin


parpadear. Al mismo tiempo empezó a recitar un saludo ritual, hablando en
un idioma más antiguo que el mundo. Repitió el saludo tres veces,
enfatizando sus peculiaridades como solo podía hacerlo alguien que había
aprendido el idioma de su misma fuente.
El Pozo de la Eternidad

Si esto no llamaba la atención de sus captores, nada lo haría.

— Habla en el idioma de los que pusieron en su sitio el cielo y la tierra. —


tronó alguien—. Los que nos engendraron.
— Tiene que ser uno de nosotros —dijo otro—. Ya que con toda seguridad
no puede ser uno de ellos...
— Debemos saber más.

Y de repente, del aire vacío, se materializaron alrededor de la diminuta figura


cuatro inmensos dragones rojos sentados alrededor de Krasus, con unas alas
capaces de abarcar el mundo plegadas señorialmente a la espalda. Ojearon al
mago como si fuera un bocado apetitoso.

Si pretendían conmocionar sus sentidos supuestamente primitivos, una vez


más habían fracasado.

— Definitivamente es uno de nosotros —murmuró un macho más pesado,


identificable por su gran cresta. Resopló y envió nubecillas de humo en
dirección a Krasus.
— Y por esso lo he traído —comentó amargamente otro macho de menor
tamaño—. Por esso y por suss incessantes quejasss...

Perfectamente cómodo rodeado de humo, Krasus se volvió hacia el segundo


macho.

— ¡Si hubieras tenido el sentido común que te insuflaron los creadores, me


habrías reconocido a mí y la urgencia de mi aviso! Podríamos habernos
ahorrado la caótica retirada de los dominios del señor del bosque.

— ¡Ssigo ssin esstar sseguro de no haberme equivocado al traerte aquí!


— ¿Y dónde es aquí?
Richard A. Knaak

Los cuatro dragones echaron la cabeza atrás algo asombrados. Una de las dos
hembras habló.

— Si eres uno de nosotros, pequeño dragón, entonces deberías reconocer este


sitio tan bien como conoces tu propio nido.

Krasus maldijo su menguada memoria. Solo podía tratarse de un lugar.

— ¿Entonces estoy en las cavernas del hogar? ¿Estoy en el reino de la amada


Alexstrasza, Reina de la Vida?
— Queríass venir aquí —le recordó el macho de menor tamaño.
— La pregunta se mantiene—interrumpió la segunda hembra, más joven y
delgada que los demás—. ¿Irás a algún sitio más?
— Irá tan lejos como desee —interrumpió una nueva voz—. Si puede
responderme a una sencilla pregunta.

Los cuatro leviatanes y Krasus se volvieron hacia donde repentinamente


había aparecido sentado un quinto dragón, evidentemente mucho más
maduro. En contraste con los otros dos machos, éste tenía una cresta
impresionante desde la cabeza hasta más debajo de los hombros. Era varias
toneladas más pesado que el segundo dragón más grande y solamente sus
garras eran más largas que la diminuta figura que estaba entre los titanes.

Pero a pesar de su inmensidad y de su claro dominio, sus ojos eran


perspicaces y estaban llenos de sabiduría. Él más que otro decidiría el éxito
del viaje de Krasus.

— Si eres uno de nosotros a pesar de tu aspecto, debes saber quién soy —


tronó el dragón.

El mago luchó con sus parcheados recuerdos. Por supuesto que sabía quién
era, pero el nombre no le salía. Su cuerpo se tensó y le hirvió la sangre
El Pozo de la Eternidad

mientras luchaba contra la niebla de su mente. Krasus sabía que sino llamaba
al gigante por su nombre, lo rechazarían definitivamente, y no podría avisar
a su gente del posible peligro que presentaba su presencia en ese tiempo.

Y entonces, con un esfuerzo titánico el nombre que debería haber conocido


tan bien conocido tan bien como el suyo propio saltó a sus labios.

— Eres Tyranastrasz... Tyran el erudito ¡consorte de Alexstrasza!

Su orgullo al haber recordado tanto el nombre como el título del gigante


carmesí debió de ser perceptible ya que Tyranastrasz dejó escapar una fuerte
risita, casi humana.

— Pues sí que eres uno de nosotros, ¡aunque todavía no te situó! El que te


trajo me ha dado un nombre, pero claramente está equivocado, ya que entre
nosotros los nombres no se repiten.

— No hay error alguno —insistió el mago dragón—. Y puedo explicar el


porqué.

El consorte de Alexstrasza sacudió la poderosa cabeza. Un hilillo de humo


escapo de sus fosas nasales.

— La explicación que has dado, pequeño, ya nos ha sido transmitida... ¡pero


la encontramos demasiado descabellada como para ser cierta! ¡Lo que dices
pertenece al reino del Eterno, Nozdormu, pero ni siquiera él sería tan poco
cuidadoso como para hacer lo que tú has mostrado!
— No está en sus cabales, pura y simplemente —dijo el observador del
bosque—. Admito que es uno de los nuestros, pero debe de estar herido por
algún accidente, o algo parecido.
— Quizá... —Tyranastrasz sobresaltó a los demás dragones al bajar la cabeza
al suelo justo delante de Krasus—. ¡Pero al Conocerme has respondido a mi
Richard A. Knaak

pregunta! ¡Eres uno de los nuestros y por tanto tienes el derecho y el


privilegio de entrar hasta el último rincón de esta guarida! Ven, te conduciré
ante quién decidirá este asunto por todos nosotros, aquella que conoce a toda
su gente igual que conoce a todos sus chiquillos. Ella te reconocerá y por lo
tanto reconocerá la verdad.

— ¿Me llevarás ante Alexstrasza?


— Y ante nadie más. Súbete a mi cuello si eres capaz.

Incluso en su debilidad física, Krasus logro subirse fácilmente. No solo lo


espoleaba la idea de encontrar ayuda al fin… también la simple oportunidad
de ver a su amada una vez más, aunque resultara que ella, después de todo,
no lo reconociera.

El enorme dragón llevó a Krasus por antiguos túneles y cámaras que deberían
haber sido fácilmente reconocibles, pero no lo eran. De cuando en cuando se
agitaba algún indicio de recuerdo, pero nunca lo suficiente para satisfacer al
mago. Incluso cuando se cruzaron con otros dragones ninguno resultó
familiar a Krasus, que antaño había conocido a todo el vuelo rojo.

Deseó haber estado despierto cuando el observador lo trajo allí. El paisaje


circundante al dominio del vuelo rojo podía haber despertado algún recuerdo.
Además, ¿podía haber alguna vista mejor que contemplar a los dragones en
la cima de su poder? Contemplar las altas e imponentes montañas, los
centenares de grandes brechas en cada acantilado, cada una de las cuales era
una entrada al reino de Alexstrasza. Hacía incontables siglos de aquel tiempo
y Krasus siempre había llorado su final, siempre había llorado el fin de la Era
de los Dragones.

Quizá una vez que la haya convencido... me deje verla tierra de los dragones
desde fuera una última vez antes de decidir lo que va hacer conmigo.
El Pozo de la Eternidad

La enorme forma de Tyranastrasz avanzaba sin esfuerzo por los altos túneles
de paredes lisas. Krasus sintió una punzada de celos, ya que allí estaba él
apunto de hablar con su amada, y forzado a hacerlo en su forma mortal.
Amaba mucho a las razas menores, disfrutaba el tiempo que pasaba entre
ellas, pero ahora, que estaba poniendo su existencia en peligro, Krasus
hubiera preferido su verdadera forma.

Un resplandor brillante y a la vez reconfortante apareció repentinamente


delante de ellos. El resplandor rojizo calentó a Krasus por dentro y por Krasus
mientras se acercaban, y le hizo pensar en su infancia, en aprender crecer en
el cielo y la tierra. Recuerdos huidizos de su vida danzaron en su cabeza, y
por primera vez desde su llegada a esta época el mago dragón casi se sintió
él mismo.

Llegaron a la fuente del majestuoso resplandor, la boca de una vasta caverna.


Tyranastrasz se arrodilló y bajó la cabeza.

— Con tu permiso, mi amor, mi vida. —tronó.


— Siempre—contestó una voz a la vez delicada y omnipotente—. Tú
siempre.

Krasus volvió a sentir una punzada de celos, pero sabía que quien había
hablado lo amaba tanto a él como amaba al leviatán en el que iba montado.
La Reina de la Vida no solo tenía amor para sus consortes, sino para todo su
vuelo. En realidad amaba a todas las criaturas del mundo, aunque ese amor
no le impediría destruir a aquellos que de alguna manera pusieran en peligro
al resto.

Y esa era una cosa que intencionadamente había omitido mencionarle a


Rhonin. A Krasus se le había ocurrido que una forma de evitar más daños a
la línea temporal podría ser eliminar los objetos que no estaban donde se
suponía que debían estar.
Richard A. Knaak

Para evitar que la historia se malograse, puede que Alexstrasza tuviera que
matarlos al mago humano y a él.

Cuando Tyranastrasz y él entraron, todo pensamiento acerca de lo que podría


pasarle se desvaneció al contemplar a la que siempre sería dueña de su
corazón y su alma.

El maravilloso resplandor que empapaba cada rincón y cada grieta de la


enorme cámara irradiaba de la propia dragona roja Alexstrasza era la más
grande de su raza, el doble del tamaño del titán en el que iba montado Krasus.
Y a pesar de eso en la enorme forma podía sentirse una dulzura innata.
Mientras el mago observaba, la Reina de la Vida movió delicadamente un
frágil huevo, lo apartó del calor de su cuerpo y lo colocó sobre una grieta que
humeaba, para asegurarlo después.

Estaba rodeada de huevos, huevos y algo más. Los huevos eran de su última
puesta, una bastante abundante. Cada uno de ellos mediría treinta
centímetros; grandes para cualquiera, minúsculos si se los comparaba con
quien los había puesto. Krasus contó tres docenas. Solo la mitad se abriría y
solo la mitad de esos llegaría a la edad adulta, pero dragones: un duro
comienzo como prólogo a una vida de gloria y maravillas.

La imagen estaba enmarcada por una colección de plantas en flor que no


deberían ser capaces de subsistir en tales condiciones y especialmente bajo
tierra. Había hiedras en las paredes y grandes alfombras de flox púrpura.
Lirios dorados decoraban la zona del nido y la parte donde descansaba
Alexstrasza estaba cubierta de rosas y orquídeas. Las plantas florecían con
vigor, alimentadas por la gloriosa presencia de la Reina de la Vida.

Un arroyo transparente como el cristal atravesaba la caverna, y pasaba justo


al alcance de las fauces de la dragona por si en cualquier momento deseaba
El Pozo de la Eternidad

dar un sorbo. El tranquilo borboteo del interior de la tierra potenciaba la


tranquilidad de la escena.

La montura de Krasus bajó la cabeza para que el diminuto jinete pudiera


desmontar. Sin dejar de mirar a Alexstrasza, el mago dragón bajó hasta el
suelo de la caverna e hincó una rodilla.

— Mi Reina...

Pero ella miró al enorme macho que lo había traído.

— Tyranastrasz... ¿nos dejarías un rato a solas?

El otro leviatán salió de la cámara sin decir palabra. La Reina de la Vida miró
a Krasus, pero no dijo nada. Él se arrodillo ante ella, esperando algún signo
de que lo hubiera reconocido, pero no lo recibió.

Incapaz de mantenerse en silencio por más tiempo, Krasus jadeó:

— Mi reina, mi mundo, ¿puede ser que, de todos los seres, tú no me


reconozcas?

Ella lo estudió a través de las rendijas de los párpados antes de contestar.

— Sé lo que percibo, y sé lo que siento. Y debido a eso he tomado en


consideración la historia que les has contado a los otros. Ya he decidido lo
que debe hacerse, pero primero hay otro que debe implicarse en esta
situación, porque su augusta opinión me es tan querida como la mía propia.
¡Ah, ya viene!

De otra galería emergió un macho adulto solamente un poco menor que


Tyranastrasz. El recién llegado se movía lentamente, como si cada paso
Richard A. Knaak

representa un tremendo esfuerzo. Largo, con desvaídas escamas carmesíes y


ojos cansados, al principio le pareció mucho más viejo que el consorte de
Alexstrasza; hasta que el mago se dio cuenta de que no era a edad lo que
afligía al dragón, sino aluna enfermedad desconocida.

— ¿Me... has llamado, mi Alexstrasza?

Y en cuanto Krasus oyó hablar al debilitado gigante, su mundo volvió a


ponerse patas arriba. Se puso en pie a duras penas y se alejó del macho con
abierto desánimo.

La Reina de la Vida notó su reacción al momento, aunque tenía la vista fija


en el recién llegado.

— Sí, he solicitado tu presencia. Perdóname si el esfuerzo te resulta


demasiado agotador.
— No hay... nada que yo no haría por ti, mi amor, mi mundo.

Ella señaló al mago, que estaba allí plantado como si le hubiera caído un rayo.

— Este es... ¿cómo te haces llamar?


— Kor... Krasus, mi Reina, Krasus...
— Krasus. Pues este es Krasus. —Su tono indicó cierta diversión ante el
nombre que había escogido. Se volvió de nuevo hacia el leviatán enfermo—
. Y este, Krasus, es uno de mis súbditos mas amados, mi consorte más
reciente y alguien a quien ya acudo en busca de guía. Como eres uno de los
nuestros, puede que hayas oído hablar de él. Se llama Korialstrasz...

*******

Galopaban por el serpenteante sendero del bosque. Malfurion ya había


empezado a creer que habían despistado a cualquier posible perseguidor.
El Pozo de la Eternidad

Había escogido una ruta que discurría por suelo rocoso y zonas donde las
zarpas del sable de la noche dejarían pocas huellas, con la esperanza de que
cualquiera que los siguiera fuera en la dirección equivocada. Eso significaba
tardar más tiempo de la usual en llegar al punto donde se reunía siempre con
Cenarius, pero Malfurion había decidido que tenía que correr ese riesgo.
Seguía sin saber lo que pensaría el Señor del Bosque cuando supiera lo que
haba hecho su pupilo.

Cuando se acercaban al lugar de reunión, Malfurion hizo que su felino fuera


un poco más lento.

— ¿Paramos? —gruñó el orco, que miraba a su alrededor y no veía más que


árboles—. ¿Aquí?
— Casi. Solo faltan unos minutos. Deberíamos ver el roble enseguida.

A pesar de encontrarse tan cerca de su destino, el elfo de la noche se puso


más tenso. Una vez creyó haber sentido unos ojos observándoles, pero
cuando miró no vio más que el bosque tranquilo. Seguía agitado porque se
había dado cuenta de que su vida había cambiado para siempre. Si la Guardia
Lunar lo identificaba se arriesgaba al ostracismo, el castigo más severo que
podía caer sobre un elfo de la noche aparte de la muerte. Su gente le daría la
espalda y lo marcaría como muerto aunque siguiera respirando. Nadie se
relacionara con él, ni lo miraría siquiera.

Ni siquiera Tyrande o Illidan.

Y no había hecho más que agravar su delito al dejar que los perseguidores se
enfrentaran a la demoníaca criatura, algo que Brox había llamado « bestia
infernal». Si la bestia infernal había herido o matado a alguien del grupo de
perseguidores, eso dejaría a Malfurion sin ninguna esperanza de arreglar su
situación… y para empeorar las cosas, se había convertido en responsable de
la pérdida de vidas inocentes. ¿Pero qué otra cosa podría haber hecho? La
Richard A. Knaak

única otra elección habría implicado entregar a Brox a la Guardia Lunar...


con destino final en el Bastión del Cuervo negro.

El roble que buscaba apareció repentinamente ante ellos, quitándole a


Malfurion la oportunidad de seguir dándole vueltas a la cabeza acerca de sus
crecientes problemas por el momento. Para cualquier otro no era más que un
simple árbol, pero Malfurion sabía que era un centinela, uno que había
servido a Cenarius durante más tiempo que la mayoría. Este árbol alto, de
grueso tronco y corteza muy arrugada, había visto crecer al bosque una y otra
vez. Había sobrevivido a incontables otros de su clase y había sido testigo de
miles de generaciones de breves vidas animales.

Reconoció a Malfurion mientras este se acercaba, y las hojas de la amplia


copa se agitaron audiblemente a pesar de la falta de viento. Este era el
antiquísimo idioma de todos los árboles, y el elfo de la noche se sentía
honrado de que Cenarius le hubiera enseñado a comprenderlo un poco.

— Brox... Tengo que pedirte un favor.


— Estoy en deuda contigo. Pide.
— Desmonta y ve hacia aquel árbol —dijo Malfurion señalando al roble—.
Toca el tronco con la palma de la mano donde ves esa parte nudosa de la
corteza.

Era evidente que el orco no tenía ni idea de por qué era necesario esto, pero
como se lo había pedido Malfurion obedeció de inmediato. Brox desmontó y
fue hasta el centinela. El enorme guerrero miró de cerca el tronco y luego
colocó una manaza donde Malfurion le había indicado. Volvió la cabeza para
mirar a su compañero.

— ¿Qué hago aho...?


El Pozo de la Eternidad

Emitió un gruñido de sorpresa cuando su mano se hundió en la corteza como


si esta se hubiera convertido en fango. Brox casi sacó la mano. Pero
enseguida Malfurion le ordeno que estuviera quieto.

— ¡No hagas nada! ¡Quédate ahí! ¡Te está conociendo! ¡Te picará la mano,
pero solo eso!

Lo que no le siguió explicando era que el picor significaba que pequeñas


raicillas del interior del guardián estaban penetrando la piel del orco. El roble
estaba conociendo a Brox, convirtiéndose, aunque muy brevemente, en parte
de él. Planta y animal fusionados. El roble recordaría a Brox para siempre,
sin importan los siglos que pasaran.

La vena del orco palpitaba desbocada, una señal de su creciente ansiedad. En


su favor había que decir que se mantuvo tan quieto como el roble, con los
ojos fijos en el punto mantuvo donde había desaparecido su mano.

De repente retrocedió un paso, ya que su apéndice había sido soltado de


forma tan abrupta como había sido cogido. Brox dobló la mano,
comprobando los dedos y seguramente también contándolos.

— Ahora el camino está abierto para los dos —afirmó Malfurion.

Con Brox montado de nuevo, el elfo de la noche pasó junto al roble. Al


hacerlo, Malfurion sintió un sutil cambio en el aire. Si no se les hubiera dado
permiso. Brox y él podían haber seguido avanzando eternamente y no habrían
encontrado el claro. Solo aquellos a los que Cenarius permitía llegar hasta él
podían encontrar el camino una vez pasados los centinelas.

Las diferencias en el entorno se fueron haciendo más evidentes a medida que


la pareja seguía avanzando. Una vivificante brisa los refrescó. Los pájaros
saltaban y cantaban por los árboles que los rodeaban. Los mismos árboles se
Richard A. Knaak

mecían alegres, saludando especialmente al elfo de la noche, que los


entendía. Una sensación de bienestar los inundó a ambos hasta el punto en el
que Malfurion llegó a ver un indicio de sonrisa en el tosco rostro del orco.

Una barrera de árboles frondosos les cerró bruscamente el paso. Brox miró a
Malfurion quien le indicó que bebían desmontar. Cuando ambos lo hubieron
hecho, Malfurion guió a Brox por un sendero entre los árboles invisible a
primera vista. Lo recorrieron durante varios minutos antes de salir a una zona
abierta bien iluminada y llena de hierba alta y flores de coloridos pétalos.

El claro del señor del bosque.

Pero la figura que había en el centro rodeado por un círculo de flores nunca
habría podido confundirla con Cenarius. Sentado en el centro del anillo, se
puso en pie de un salto nada más ver a la pareja. Miro fijamente a Brox con
sus extraños ojos como si supiera exactamente lo que era el orco.

— Tú... —murmuró el extraño en dirección al guerrero de piel verde—. No


deberías estar aquí.

Brox malinterpretó lo que quería decir.

— Vengo con él, mago... y no necesito tu permiso.

Pero la figura de pelo de fuego (a qué raza pertenecía, eso no podía decirlo
Malfurion) sacudió la cabeza y fue hacia el orco, aunque se detuvo vacilante
en el borde del círculo. Con una mirada de curiosidad a las flores, que a su
vez parecían ser las que lo estudiaban ahora, el encapuchado extranjero
habló:

— ¡Este no es tu tiempo! ¡No deberías existir aquí!


El Pozo de la Eternidad

Levantó la mano en lo que el elfo de la noche consideró una actitud


amenazadora. Al recordar que Brox había usado la palabra «mago»,
Malfurion preparó rápidamente uno de sus propios conjuros, pensando que
las enseñanzas druídicas de Cenarius le serían de más ayuda en aquel lugar
sagrado que la magia del extraño.

De repente el cielo tronó y la omnipresente brisa se convirtió en un intenso


vendaval. Brox y Malfurion fueron empujados unos metros hacia atrás y el
mago casi salió volando, tal era la fuerza con la que fue apartado del borde
del anillo.

— ¡No toleraré esto en mi sagrario! —afirmó la voz de Cenarius.

A poca distancia, a un lado de la barrera de flores, el fuerte viento acogió


hojas y tierra y formó un torbellino. El pequeño tornado aumentó
rápidamente de tamaño e intensidad mientras las hojas y demás pedazos se
solidificaban en una imponente figura.

Y cuando el aire volvió a quedar en calma, Cenarius dio un paso al frente


para ojear a Malfurion y a los demás.

— Esperaba algo mejor de ti, —le comentó tranquilamente al elfo de la


noche—. Pero son tiempos extraños. —Miró a Brox—. Y se vuelven más
extraños a cada hora que pasa, según parece.

El orco gruñó desafiante a Cenarius. Malfurion lo hizo callar enseguida.

— Este es el señor del bosque, el semidiós Cenarius... ante el que te dije que
te traería.

Brox se tranquilizó un poco, luego señaló al mago encapuchado.


Richard A. Knaak

— ¿Y ese? ¿Es otro semidiós?


— Es parte de un rompecabezas —contestó Cenarius—, y tú pareces ser otra
pieza del mismo. —Se volvió hacia la figura que había dentro del círculo—.
Has reconocido a este recién llegado, amigo Rhonin.

El mago de la túnica no dijo nada.

El semidiós sacudió la cabeza claramente decepcionado.

— No tengo intención de hacerte daño, Rhonin, pero han pasado muchas


cosas que los otros y yo consideramos peligrosas y fuera de lugar. Tu
compañero desaparecido y tú, y ahora este…
— Se llama Brox —dijo Malfurion.
— Este llamado Brox —se corrigió Cenarius—. Otro ser como no he visto
nunca. ¿Y cómo ha llegado Brox hasta mí, estudiante mío? Sospecho que hay
una historia que contar. Una historia preocupante.

El elfo de la noche asintió e inmediatamente empezó a desgranar la historia


de rescate del orco, y en el proceso fue asumiendo todas las culpas. De
Tyrande e Illidan apenas habló siquiera.

Pero Cenarius mucho más viejo y sabio que su pupilo, leyó entre líneas gran
parte de la verdad.

— Ya dije que tu destino y el de tu hermano tomarían diferentes caminos.


Creo que ya han legado a esa bifurcación, lo sepas o no.
— No entiendo.
— Eso es algo para hablarlo con tiempo. —el semidiós pasó junto a
Malfurion y Brox y se quedó mirando fijamente el bosque. Alrededor del
claro, las copas de los árboles empezaron a mecerse con gran agitación—. Y
en estos momentos no tenemos tiempo. Mejor que se preparen, incluido tú,
amigo Rhonin.
El Pozo de la Eternidad

— ¿Yo? —espeto el mago.


— ¿Qué pasa, shan'do? —Malfurion podía sentir la furia de los árboles.

El cielo soleado se llenó de truenos y d viento volvió a tomar fuerza. Una


sombra cayó sobre el majestuoso rostro de Cenarius una sombra oscura que
hizo que incluso Malfurion sintiera miedo de su maestro.

El señor del bosque estiró ambos brazos, como si fuera abrazar algo que nadie
más pudiera ver.

— Nos van a atacar... y me temo que ni siquiera yo pueda ser capaz de


protegeros a todos.

La solitaria bestia infernal había seguido el rastro como no podía ningún otro
animal o jinete, olfateando no el olor de su presa sino la magia de esta. La
magia y la hechicería eran su sustento tanto como la carne y la sangre. E igual
que toda su especie, la bestia infernal siempre estaba vorazmente hambrienta.

*******

Las criaturas mortales no habrían notado la magia del roble centinela, pero el
demonio sí. Cayó sobre su presa inmóvil con ansia, lanzó los tentáculos y los
clavo en el grueso tronco.

El roble hizo todo lo que pudo para combatir a su inesperado enemigo. Las
raíces trataron de enredar las zarpas, pero la bestia infernal las evitó. De lo
alto cayeron ramas sueltas que golpearon inútilmente la gruesa piel del
monstruo.
Richard A. Knaak

Cuando aquello no funcionó, el roble empezó a emitir un peculiar lamento


que fue ganando en intensidad. Pronto llegó a un nivel inaudible para la
mayoría de las criaturas.

Pero para la bestia infernal el sonido se convirtió en agonía. El demonio


gimoteó y trató de cubrirse la cabeza, pero a la vez se negaba a soltar al viejo
guardián. Las dos voluntades se enfrentaron.

Y al final la bestia infernal resulto ser más fuerte. Con su magia inherente
cada vez más agotada, el roble se fue consumiendo más y más, hasta que
finalmente cayó como el Guardia Lunar, muerto en el cumplimiento de su
deber tras miles de años protegiendo con éxito el camino.

La bestia infernal sacudió la cabeza y olfateó al aire ante sí. Los tentáculos
se estiraron, pero la bestia mantuvo la posición. Había crecido al absorber la
antigua magia del roble y ahora era casi el doble de grande que antes.

Entonces tuvo lugar una metamorfosis. Una oscura radiación negra rodeó a
la bestia infernal y envolvió al demonio por completo. En su interior, la bestia
se retorció en varias direcciones, como si estuviera intentando escapar de sí
misma.

Y cuanto más lo intentaba, más éxito tenía. Una cabeza, dos cabezas, tres,
cuatro... luego cinco. Cada cabeza tiró con más fuerza, más y más. Las
cabezas fueron seguidas por gruesos cuellos, robustos hombros, y luego
musculosos torsos y patas.

Alimentada por la potente magia del anciano guardián, la bestia infernal se


convirtió en una manada. El gran esfuerzo atónito momentáneamente a los
demonios, pero se recuperaron en cuestión de segundos. El saber que más
adelante había más alimento, más poder, las apremiaba a seguir. Las bestias
infernales se lanzaron en dirección al claro como una sola.
El Pozo de la Eternidad

CAPÍTULO CATORCE
Eres un fiel sirviente, le dijo el Grandioso lord Xavius. Tus recompensas no
tendrán fin... Te daré todo lo que desees… cualquier cosa... cualquiera.

El elfo de la noche estaba arrodillado ante el portal de llamas, bebiendo las


gloriosas promesas del dios con unos ojos artificiales que no parpadeaban.
Era el predilecto de entre los nuevos sirvientes del Grandioso, alguien a quien
se otorgarían poderes milagrosos una vez que se abriera el camino.

Y cuanto más tardaban los Altonatos en conseguir esto último, más se


retrasaba la llegada del dios y más crecía la frustración del consejero.

Había otros dos que compartían su frustración. Una era la reina Azshara, que
ansiaba tanto como él el día en que todo lo imperfecto quedara erradicado del
mundo, dejando solo a los elfos de la noche —y solo a los mejores de esa
raza— para gobernar el paraíso subsiguiente. Lo que ella no sabía, por
supuesto, era que en su infinita sabiduría el Grandioso la convertiría en
Richard A. Knaak

consorte de Xavius, pero el consejero, esperaba que cualquier protesta se


desvaneciera una vez que su maravilloso dios la informara.

El otro que estaba frustrado con la completa falta de éxito era el enorme
Hakkar. Siempre flanqueado por dos bestias infernales, el cazador caminaba
entre los hechiceros Altonatos indicándoles los fallos que cometían en el
ritual y añadiendo su propio poder siempre que era posible.

Pero incluso con la suma de su poder arcano, sólo habían logrado un mínimo
triunfo. Por lo menos Hakkar y sus mascotas ya no estaban solos entre los
elfos de la noche. Ahora había tres gigantes cornudos con rostros de color
escarlata que algunos encontraban espeluznantes, pero que lord Xavius solo
podía admirar. Al menos de tres metros de altura, le sacaban varias cabezas
a los Altonatos, los cuales por sí mismos pasaban de los dos metros.

Estos eran campeones ungidos del dios, guerreros celestiales cuyo único
propósito era cumplir su voluntad sin importar el coste para ellos. Medían
unos tres metros de altura y, aunque eran de constitución extrañamente
delgada, las figuras ataviadas con armaduras de bronce no tenían dificultad
alguna para empuñar los enormes escudos oblongos y las mazas ígneas.
Obedecían al pie de la letra cualquier orden que se les diera y trataban al
consejero con tanto respeto como a Hakkar.

Y pronto habría más. Mientras Xavius retrocedía, vio cómo el portal


centelleaba. Creció hasta abarcar el diseño sobre el que flotaba, se hinchó
hasta...

... que lo atravesó otro guardia siniestro, como Hakkar llamaba a aquellos
dignos guerreros. Al momento de entrar en el plano mortal, el recién llegado
inclinó su temible cabeza en dirección a Hakkar y luego a Xavius.
El Pozo de la Eternidad

Hakkar le indicó con un gesto al guerrero que se uniera a sus predecesores.


El cazador se volvió hacia Xavius y señaló a los cuatro.

— ¡El Grandioso cumple su primera promesa, señor de los elfos de la noche!


¡Mándalos! ¡Son suyosss para cumplir sus deseosss!

Xavius sabía exactamente qué hacer con ellos.

— Igual que han sido un regalo para mí, así serán un regalo para la Reina.
¡Los convertiré en una guardia de honor Azshara!

El cazador asintió en señal de aprobación. Ambos conocían el valor de


complacer a la reina de los elfos de la noche, igual que ambos conocían el
deseo secreto del consejero.

— Entonces lo mejor ssería que ussted missmo le entregue el regalo, sseñor


de los elfoss de la noche. ¡El trabajo sseguirá mientrass ussted esstá fuera, yo
me encargo!

La idea de hacer el regalo en persona gustó mucho a lord Xavius. El consejero


hizo una reverencia a Hakkar, chasqueó los dedos y condujo a los cuatro
gigantescos guerreros fuera de la cámara de la torre. Sabía exactamente
dónde podía encontrar a Azshara en esos momentos.

Y mientras se iba, el cazador, con unos pétreos ojos que brillaban


intensamente, observó fijamente al elfo de la noche.

*******

Aunque su consejero dormía muy poco —últimamente casi nada—, como


Reina, Azshara tenía el derecho y el privilegio de descansar cuanto le placía.
Después de todo, tenía que ser perfecta en todos los aspectos, especialmente
Richard A. Knaak

en lo que concernía a su belleza. Por tanto, la gobernante de los elfos de la


noche solía pasar todo el día durmiendo para evitar la cruel y abrasadora luz
solar.

Por eso Azshara no se tomó demasiado bien la tímida entrada de una de sus
doncellas. Esta se postró rápidamente de rodillas ante el borde redondeado
de la enorme cama de la Reina, que casi abarcaba toda la habitación. La joven
monarca estaba casi oculta por las cortinas de gasa que rodeaban la cama. .

Con un gesto lánguido de la mano, la luz de las luces indico a su doncella que
podía hablar.

— Mi señora, perdona a esta humilde sirvienta, pero el señor consejero


solicita una audiencia con usted. Afirma traer algo que le resultará de interés.

En aquellos momentos no había nada que Azshara imaginara desear lo


suficiente como para hacerla abandonar la cama, ni siquiera para atender al
consejero. Con el pelo plateado derramándose por las almohadas, frunció los
labios y pensó despedir a Xavius o no.

— Que espere cinco minutos —ronroneó al fin mientras empezaba a


prepararse artísticamente. Buena conocedora de los gustos de Xavius, la
Reina sabía aprovecharlos. Puede que el consejero se considerara superior a
su monarca, pero siendo una hembra, ella era superior a cualquier varón—.
Y luego hazlo entrar.

La doncella no cuestionó la decisión de su señora. Azshara la vió partir con


los ojos entrecerrados, luego se desperezó grácilmente y empezó a planear el
encuentro con su consejero principal.

*******
El Pozo de la Eternidad

La joven sirvienta volvió nerviosa... pero solo después de que Xavius llevara
varios minutos esperando. Con la cabeza baja — v por lo tanto la expresión
oculta—, condujo al consejero a través de las gruesas y hábilmente talladas
puertas de roble que daban a las habitaciones personales de la Reina.

Solo había osado verla allí un puñado de veces, en su rincón íntimo. Xavius
sabía más o menos qué esperar; Azshara aparecería perfecta y seductora, con
el aspecto de no darse cuenta de ello. Era su juego y lo jugaba bien, pero él
estaba preparado. Era superior a ella.

Efectivamente: la Reina de los elfos de la noche estaba tumbada, reposando,


con un brazo detrás de la cabeza y dos sirvientas vestidas de seda arrodilladas
a su lado. A su alcance había un pedestal de plata con un frasco esmeralda de
vino. Una copa medio llena evidenciaba que había probado su delicioso
contenido.

— Mi querido señor consejero —dijo ella—. Debes tener algo terriblemente


importante que decirme para solicitar una audiencia conmigo a estas horas.
—la fina y satinada sábana enmarcaba su exquisita figura—. Por eso he
intentado arreglarme lo mejor que he podido.

Él hincó una rodilla y se llevó d puño al corazón.

— Luz de las luces, —contestó lord Xavius mirando al suelo de mármol


blanco—, amado corazón del pueblo, le agradezco este tiempo que me
dedicas. Me disculpo por molestarla, pero he traído conmigo un regalo muy
interesante, un regalo verdaderamente digno de la reina de los elfos de la
noche, la reina del mundo. ¿Puedo llamarlo?

Levantó la vista y vio que había captado su atención. Los ojos de ella no
lograban ocultar su creciente curiosidad y expectación. Azshara se movió en
la cama; la sábana siguió aferrada a su torso.
Richard A. Knaak

— Picas mi curiosidad, mi querido Xavius. Te otorgaré el honor de que me


hagas tu regalo.

El consejero se levantó, se giró hacia la puerta y chasqueó los dedos.

Se oyó un gemido proveniente de la antecámara y dos doncellas más entraron


corriendo, huyendo hacia la tranquilidad y la protección que ofrecía su
señora. Azshara se incorporó con el ceño fruncido, casi dejando que la sábana
resbalara.

Los cuatro terribles guerreros entraron en fila de a dos en el dormitorio de la


Reina, tan altos que tuvieron que agachar la cabeza para no arañar el marco
de la puerta con los cuernos. Al entrar se abrieron, pegando los escudos al
cuerpo acorazado y con las mazas levantadas a modo de saludo. Azshara se
inclinó hacia delante, completamente fascinada.

— ¿Qué son?
— ¡Son suyos, mi Reina! La protección de tu vida es su deber, el único
motivo de su existencia. ¡Contemple, majestad, a su nueva guardia personal!

Vio que la había complacido. El Grandioso mandaría más y más guerreros


celestiales, pero estos eran los primeros e iban a ser suyos. Aquello marcaba
la diferencia.

— Qué maravilla —murmuró ella, haciéndole un gesto a una sirvienta. La


joven doncella echó mano inmediatamente del vestido de Azshara. Las demás
asistentes crearon una pantalla y taparon a la Reina, salvo la cabeza, de la
vista de Xavius y los guardias siniestros—. Muy apropiado. El regalo es
aceptable.
— Me complace que usted esté complacida.
El Pozo de la Eternidad

Las sirvientas retrocedieron. Ataviada ahora con un vestido largo y


translucido de color escarcha, la reina Azshara se levantó de la cama. Con
pasos calculados, fue a inspeccionar las grandes figuras, arrastrando tras ella
por el suelo de mármol la cola del vestido. Por su parte, los guardias siniestros
se mantenían tan inmóviles que se les podría haber confundido con estatuas.

— ¿Hay más?
— Los habrá.

Ella frunció el ceño.

— ¿Tan pocos después de tanto tiempo? ¿Cómo pasará el Grandioso si solo


podemos traer a unos pocos de su hueste cada vez?
— Extraemos energía del Pozo lo mejor que podemos, oh gloriosa Reina.
Hay corrientes contrarias, reacciones externas, la influencia de otros magos
en otros lugares...

Como un niño que coge un juguete nuevo, Azshara dejó que sus dedos
rozaran la brillante armadura de uno de sus nuevos guardaespaldas. Se
produjo un leve siseo. La Reina apartó los dedos con una extraña expresión
de complacencia en sus perfectos rasgos.

— ¿Entonces por qué no aíslas el Pozo de influencias externas? Haría que su


tarea fuera mucho más sencilla.

Lord Xavius abrió la boca para explicarle que lo intrincado del ritual de los
Altonatos no permitiría eso... y se dio cuenta de que no tenía una respuesta
realmente buena. La sugerencia de Azshara tenía un mérito tremendo a nivel
teórico.

— Usted es la Reina, —comentó al fin.


Richard A. Knaak

Ella lo miró directamente a los ojos.

— Po supuesto que lo soy, mi querido consejero. Solo ha habido y solo habrá


una Azshara

É asintió sin decir nada.

Ella volvió a la cama y se sentó delicadamente en el borde.

— Si no hay nada más...


— Nada... por ahora, mi Reina.
— Entonces creo que tienes trabajo.

Lord Xavius dedicó una profunda reverencia a su monarca y luego salió de


sus habitaciones. No le ofendió aquel tono regio ni su actitud. El dominio de
la situación que había ejercido ella solo le molestó un ápice.

Aislar el Pozo de las interferencias...

Podía hacerse. Y si los Altonatos no podían solos, entonces lo haría con la


guía de Hakkar. Seguramente el cazador sabría bien cómo hacerlo. Al limitar
el uso del Pozo solo a aquellos de palacio, el poder que los Altonatos extraían
de él podría manipularse, transformarse más fácilmente...

Poco importaba el caos que el aislamiento del Pozo provocara en el resto de


su gente.

*******

— Definitivamente es uno de nosotros... de algún modo lo sé con tanta


certeza como sé que lo soy yo.
El Pozo de la Eternidad

Las palabras eran quizá las más irónicas pronunciadas en toda la historia, o
eso creyó Krasus en aquel momento. Después de todo, las había pronunciado
el dragón Korialstrasz, el más reciente de los consortes de Alexstrasza.

El alter ego más joven de Krasus.

Korialstrasz no se había reconocido a sí mismo, al menos no


conscientemente. No obstante, el hecho de que Alexstrasza no le hubiera
informado de la verdadera identidad del recién llegado planteaba algunas
preguntas. Una pregunta posiblemente relacionada con las otras tenía ver con
el actual estado de salud del dragón. Aunque era cierto que la memoria de
Krasus estaba llena de agujeros, dudaba que hubiera podido olvidar una
enfermedad como la que parecía sufrir en esos momentos su encarnación
anterior. Korialstrasz parecía mucho más viejo y mucho más débil de lo que
debería dada su edad. Parecía mayor que Tyran, que era varios siglos más
viejo que Korialstrasz.

— ¿Qué más tienes que decir acerca de él? —preguntó Alexstrasza a su


consorte.

El otro dragón miró a Krasus con los ojos entornados.

— Es viejo muy viejo, de hecho. —Korialstrasz inclinó la cabeza—. Hay


algo en sus ojos... sus ojos...
— ¿Qué pasa con ellos?

El enorme macho retrocedió.

— ¡Perdón! Tengo la cabeza embotada. En estos momentos no soy digno de


estar en tu presencia. Debería retirarme...

Pero ella no lo dejó ir.


Richard A. Knaak

— Míralo, consorte mío. Te pregunto esta última cosa: con lo poco que sabes,
¿confiarías en su palabra?
— Yo... Sí, mi Alexstrasza. Yo... lo haría.

De repente le pasó una cosa curiosa a Krasus. A medida que los dragones
siguieron conversando sobre él, empezó a sentirse más fuerte, más fuerte de
lo que se había sentido nunca desde su llegada al pasado. No tan fuerte como
debería haberse sentido, pero al menos más cerca de lo normal.

Y no era él solo. También se dio cuenta de que, a pesar de lo que decía, su yo


más joven también había empezado a tener mejor aspecto. Las escamas
habían recuperado algo de color, y Korialstrasz se movía con algo más de
facilidad que antes. Sus palabras ya no salían entre jadeos.

Alexstrasza asintió en respuesta a su consorte.

— Eso es lo que quería oír. Significa mucho que pienses eso.


— ¿Deseas algo más de mí? Me Siento más fuerte, estar contigo, serte de
ayuda, me ha animado claramente.

La sonrisa que Krasus conocía también iluminó el rostro reptiliano de la


Reina de los dragones.

— ¡Siempre poeta, mi amado Korialstrasz! Sí... quiero mucho más de ti. Sé


que será difícil pero debo solicitar tu presencia cuando lleve a este ante los
demás Aspectos.

Logró sorprender a ambas versiones de Krasus. La encarnación joven fue la


primera en hablar, haciéndose eco de la sorpresa mayor.

— ¿Convocarás una reunión de los Cinco? ¿Por este? ¿Pero por qué?
El Pozo de la Eternidad

— Porque me ha contado una historia que los otros deben oír, una historia
que te contare ahora. Luego podrás elegir si confías en él o no.

Así que, al fin, su yo más joven sabría la verdad. Krasus se reparó para la
conmoción del otro.

Pero igual que él había sorprendido a Rhonin con un relato que no solo dejaba
fuera buena parte de la verdad, sino también su propia identidad, ahora la
Reina de los dragones hizo algo muy parecido. Habló de la anomalía y de
todo lo demás que Krasus le había contado al observador, excepto de la
verdadera identidad del mago. Alexstrasza no dijo nada. Para su consorte,
Krasus no era más que otro miembro del vuelo rojo cuya mente había sido
destrozada por las poderosas fuerzas que la habían asaltado.

El propio Krasus no hizo ningún intento de descubrirse. Era Alexstrasza, su


vida, su amor. Puede que él fuera su consejero, pero ella seguía disponiendo
de la sabiduría de los Aspectos. Si creía que su yo más joven debía
permanecer en la ignorancia, ¿quién era él para estar en desacuerdo?

— Un relato asombroso —murmuró Korialstrasz, cuyo aspecto y habla


habían mejorado—. Me hubiera costado creerlo si hubiera salido de otra boca
que no fuera la tuya, mi Reina.
— Así que tu confianza en él ha desaparecido.

Los ojos del yo más joven se encontraron con los del yo mayor. Aunque
Korialstrasz no se reconociera a sí mismo, debió haber reconocido un espíritu
afín.

— No... No, mi confianza no ha desaparecido. Si crees que debe ser llevado


ante los otros... estoy de acuerdo.
— ¿Volarás entonces conmigo?
— Pero no soy uno de los Cinco... Solamente
Richard A. Knaak

La Reina de la Vida se rió suavemente, un sonido musical a pesar de salir,


como lo hacía, de un dragón.

— Y Por eso eres tan digno como cualquiera de nosotros

Korialstrasz estaba claramente halagado.

— Si entonces estoy tan fuerte como me siento ahora, me alegrará volar a tu


lado y presentarme ante los otros Aspectos
— Gracias. Eso es todo lo que quería. —Ella se inclinó hacia adelante y frotó
su cabeza con la de él.

Krasus sintió unos celos peculiares. Allí estaba él, observándose en un


momento de intimidad con su compañera, pero no era él. Deseó poder
cambiarse con Korialstrasz aunque solo fuera un momento, poder volver a
sentirse él mismo en aquel instante.

Con una última mirada, el macho se dio la vuelta y salió de la cámara. En el


momento en que la cola de Korialstrasz desaparecía en el pasillo, el mago
sintió un repentino mareo. La debilidad volvió de repente, haciéndolo
tambalearse.

Se habría caído, pero de repente un enorme apéndice escamoso lo envolvió


con suavidad: la cola de Alexstrasza había acudido al rescate.

— Las dos partes hechas una... al menos por un tiempo.


— No... —La cabeza le daba vueltas.
— Te has sentido mucho mejor en su presencia, ¿no?
— S-sí.
— En estos momentos me gustaría ser Nozdormu. Él lo comprendería mejor.
Creo... creo que en el reino material ninguna criatura pude coexistir consigo
El Pozo de la Eternidad

misma. Creo que tú y él, al ser uno se nutren de la misma fuerza vital. Cuando
están lejos uno del otro se ven reducidos a la mitad, pero cuando están tan
cerca como ahora, el efecto no es tan terrible. Se ayudan mutuamente.

Krasus se recuperó lo suficiente para reflexionar sobre las palabras de ella.

— Por eso le has pedido que viniera.


— Tu historia debe ser contada, y se contará mejor si él está cerca. Por lo que
respecta a la pregunta que no has formulado, por qué no le he revelado la
verdad, se ha debido a lo que puede que debamos hacer para enderezar el
asunto.

El tono de ella se volvió lúgubre al decir eso último, lo que verificó las
sospechas de Krasus.

— Crees que puede llegarse al punto en que haya que quitar a uno de este
periodo... aunque signifique la muerte.

El leviatán asintió, no sin reticencias.

— Me temo que sí, mi amor.


— Acepto la elección. Fui consciente de ella desde el principio.
— Entonces solo queda un asunto por discutir antes de que me comunique
con los demás... y es lo que debe hacerse con el otro que vino contigo.

Aunque en su interior le pidió perdón a Rhonin, Krasus no vaciló en su


respuesta.

—Si debe hacerse, compartirá mi destino. Él también tiene seres queridos.


Daría la vida por ellos.

La Reina de la Vida asintió.


Richard A. Knaak

— Igual que he confiado en tu consejo cuando se refirió a ti, así confío en tu


consejo cuando se refiere a él. Si el otro lo decide, también será eliminado.
—La expresión de la dragona se suavizó—. Quiero que sepas que esto me
entristecerá para siempre.
— No te culpes, mi Reina, mi corazón.
— Debo contactar con los otros. Lo mejor para ti será que me esperes aquí.
En este sitio no te encontrarás tan cansado.
— Me siento honrado, mi Reina.
— ¿Honrado? Eres mi consorte. No puedo hacer menos.

Con la cola lo llevó a una zona del nido cerca del arroyo. Krasus se sentó en
una depresión natural que le sirvió como una enorme silla.

La Reina de los dragones se detuvo en su camino hacia el pasillo y, con un


vestigio de remordimiento añadió:

— Espero que estés cómodo entre los huevos.


— Tendré cuidado de no tocarlos. —Krasus comprendía el valor de cualquier
huevo.
— Estoy segura de que lo tendrás, mi amor… especialmente sabiendo que
son tuyos.

Aquello lo dejó sin palabras. Cuando el gigante carmesí desapareció, la


mirada de Krasus fue de un huevo a otro. Como consorte se había apareado
con su compañera, por supuesto Muchos de sus retoños habían alcanzado la
edad adulta y habían traído orgullo al vuelo.

Descargó un puñetazo contra las rocas, e ignoro el dolor que le provocó aquel
acto estúpido. Aunque le había revelado mucho a su amada Alexstrasza,
había omitido varios hechos importantes. El más inmediato era la llegada de
la Legión Ardiente. Krasus temía que incluso su Reina, por muy sabia que
El Pozo de la Eternidad

fuera, se sintiera tentada de jugar con la historia. Y aquello podría crear un


desastre todavía más terrorífico.

Pero peor que eso era que Krasus había sido incapaz de hablarle del futuro
de su propia raza, un futuro en el que sobrevivirían solo unos pocos. Un
futuro en el que la mayoría de las crías de esta y de las puestas siguientes
morirían antes de tener la oportunidad de alcanzar la madurez.

Un futuro en el que la propia Reina de la Vida se convertiría en esclava, y sus


hijos en los perros de guerra de una raza invasora.
Richard A. Knaak

CAPÍTULO QUINCE
Las bestias infernales avanzaban en tropel por el bosque encantado,
levantando los hocicos a medida que el olor a magia aumentaba. El hambre
y la misión las apremiaban, y los enormes sabuesos gruñían de impaciencia.

Pero cuando una saltó un tronco caído, las ramas de un árbol cercano se
doblaron y le atraparon las patas. Una segunda bestia que corría por un
sendero se encontró con que sus patas se hundían en un suelo repentinamente
cenagoso. Una tercera chocó contra un arbusto lleno de espinas afiladas como
cuchillas que perforaron incluso el grueso pellejo del demonio y le
provocaron una agonía inmensa.

El bosque estaba vivo, y se defendía a sí mismo y a su amo. La carga de los


cinco monstruos flaqueó, pero no se detuvo. Enormes garras destrozaron las
ramas y las arrancaron del tronco. Otra bestia ayudó a la que estaba atrapada
en el fango, sacándola a suelo firme antes de seguir su propio avance. El
hambre y la furia permitieron abrirse paso a la que estaba atrapada por el
espino, aunque esto significara cortes sangrantes por todo el cuerpo.
El Pozo de la Eternidad

A los cazadores no se les iba a escapar la presa.

*******

— ¡Shan'do! ¿Qué pasa?

El semidiós bajó la vista hacia su pupilo, sin rastro de recriminación en su


furibunda mirada.

— Los sabuesos de los que hablaste… los han seguido hasta aquí.

— ¿Seguido? ¡Imposible! Solo quedaba uno y estaba...

Brox interrumpió con una voz ronca que no ofrecía consuelo alguno.

— Las bestias infernales… son de magia oscura. Donde hubo una puede
haber más si logran alimentarse bien. Eso lo he visto.
— Un buen amigo y guardián competente ha caído ante una, —dijo Cenarius,
centrando su atención en los densos bosques que los rodeaban—. Su magia
era muy antigua y poderosa. Y solo sirvió para hacerlo más vulnerable a la
maldad.

El orco asintió.

— Entonces esa una ahora son muchas. —Brox se llevó instintivamente la


mano a la espalda, pero su querida hacha de guerra no lo esperaba allí— No
tengo nada con lo que luchar.
— Se te armará. Busca rápido una rama caída del tamaño de tu arma
preferida. Malfurion, ven aquí.
Richard A. Knaak

Brox hizo enseguida lo que le habían dicho. Llevó ante el semidiós y el elfo
de la noche una inmensa rama, que Cenarius le hizo poner frente a Malfurion.

— Arrodíllate ante ella, discípulo mío. Tú también, guerrero. Malfurion,


coloca las manos sobre la rama y luego deja que él ponga las suyas sobre las
tuyas. —Cuando lo hubieron hecho, el señor del bosque ordenó—: Ahora
guerrero, vacía tu mente de todo menos del arma. ¡Piensa solo en ella! El
tiempo es esencial. Malfurion, debes abrir tu mente y dejar que sus
pensamientos fluyan hasta ella. Te guiaré cuando eso se haya hecho.

El elfo de la noche hizo lo que le decían. Aclaró sus pensamientos


Como su Shan'do le había enseñado antes, luego las proyectó para unirse al
orco.

Al instante una fuerza primitiva se abrió paso hasta su mente. Malfurion casi
los rechazó, pero luego se calmó. Aceptó los pasamientos Brox y dejó que la
imagen de lo que deseaba el guerrero fuera tomando forma.

¿Vez el arma discípulo mío? llegó la voz de Cenarius. ¿La sientes, sientes las
líneas de su forma?

Malfurion lo sentía. También sentía la relación del orco con el arma, como
era más que una simple herramienta: una prolongación del propio guerrero.

Pasa las manos sobre la madera, manteniendo la imagen en tu cabeza. Sigue


las vetas naturales y amóldalas a la forma deseada.

Con las manos de Brox sobre las suyas propias, el elfo de la noche empezó a
pasar los dedos por la rama. Al hacerlo sintió que se ablandaba bajo su tacto
y empezaba a cambiar de forma.
El Pozo de la Eternidad

Y bajo su guía se materializó un hacha de hoja gruesa hecha enteramente de


roble. Malfurion observó la forma, sintió la satisfacción de crear un arma
sólida como la que había perdido cuando lo capturaron los elfos de la noche...

Se puso tenso. Esas eran las emociones del orco, no las suyas. Las hizo
retroceder rápidamente y se concentró en los detalles finales: la curvatura del
mango, el filo de la hoja.

La tarea está hecha, interrumpió Cenarius. Vuelve a mí...

El elfo de la noche y el orco se separaron. Por un breve instante se miraron a


los ojos. Malfurion se preguntó si Brox habría experimentado parte de sus
pensamientos pero la criatura de piel verde no revelaba ningún indicio de que
hubiera sido así.

Entre ellos yacía una pulida recreación de lo que Brox había deseado, aunque
hasta el elfo se preguntaba cómo lograría el arma sobrevivir más de uno o
dos golpes.

En respuesta, el señor del bosque extendió las manos... y súbitamente el


hacha se encontró en ellas. Cenarius estudió el arma con sus ojos dorados.

— Que siempre golpee certeramente, que siempre proteja a su dueño. Que


sea bien empuñada por causa de la vida y la justicia. Que se sume a la fuerza
de su dueño y a la vez sea fortalecida por este.

Y a medida que hablaba, un resplandor azulado iba envolviendo el hacha. La


luz se hundió en la madera, añadiendo una pátina a la creación de Malfurion.

El semidiós le ofreció el hacha al orco.

— Es tuya. Te servirá bien.


Richard A. Knaak

El asombrado orco cogió el hacha con ojos desorbitados y la balanceó a un


lado y a otro, probando su calidad.

— El equilibrio… ¡perfecto! La sensación... ¡como si fuera parte de mi brazo!


Pero se romperá...
— No. —lo interrumpió el señor del bosque—. Además de la magia de
Malfurion tiene mi bendición. Veras que es más fuerte que cualquier hacha
forjada por los mortales. Puedes creerme cuando re lo digo.

Por lo que respectaba al elfo de la noche, no echo mano de ningún arma ni


quería nada como lo que llevaba ahora Brox. A pesar de saber que las bestias
demoníacas se alimentaban de magia y hechicería, comprendía que tendría
más posibilidades con sus conjuros que con un arma con la que solo tenía una
destreza moderada. Ya tenía ciertas ideas acerca de cómo usar su talento sin
que se convirtiera en el motivo de la derrota.

Y así los tres se enfrentaron al enemigo que venía.

*******

Las pesadillas del pasado reciente de Rhonin habían vuelto para atormentarlo,
ahora en carne y hueso. Las bestias infernales, los heraldos de la Legión
Ardiente, ya se encontraban en el plano mortal. ¿Podían estar muy lejos las
interminables filas de cornudos e ígneos guerreros demoníacos?

Krasus le había metido en la cabeza al mago pelirrojo el miedo a lo que podría


pasar si cualquiera de ellos interactuaba más con el pasado. Lo que pudiera
parecer una victoria podría significar el fin del futuro tal y como ellos lo
conocían. Para preservar las vidas de sus seres queridos, lo mejor iba a ser
que Rhonin no hiciera nada en absoluto.
El Pozo de la Eternidad

Pero en el mismo instante en que la primera bestia infernal entró de un salto


en el claro, aquellas nobles intenciones se desvanecieron instantáneamente
de sus pensamientos.

El trueno retumbó alrededor del semidiós cuando este salió al encuentro de


las bestias infernales. Sus cascos hicieron temblar el suelo e incluso
provocaron que la tierra se agrietara y se abriera un poco. Batió las palmas y
el rayo centelleó cuando estas se encontraron.

Y desde esas manos Cenarius desencadenó lo que parecía un sol en miniatura


contra el demonio que iba más adelantado. Quizá el semidiós solo estaba
poniendo a prueba a su adversario o de algún modo había subestimado su
resistencia, ya que la bestia infernal lanzó ambos tentáculos y, en vez de caer
fulminada por el estallido solar... los voraces apéndices del demonio
absorbieron fácilmente el conjuro de Cenarius.

La bestia infernal vaciló, brilló...y de repente donde había habido una ahora
había dos.

Saltaron sobre el dios ciervo, atacándolo con las garras y tratando de absorber
su poderosa magia. Cenarius agarró al primero con una sola mano. El
demonio se retorcía furiosamente y mordía el brazo que lo sostenía levantado
en el aire, pero el otro se aferró de un mordisco en el hombro de Cenarius y
sus tentáculos buscaron la carne del semidiós. Los tres combatientes
retrocedieron en un frenesí confuso.

¡Eso nunca lo habían hecho! Rhonin nunca se había enfrentado a las bestias
infernales en persona, pero había estudiado cadáveres y había leído toda la
información recopilada sobre ellas. Había oído los pocos relatos que había de
sabuesos que se multiplicaban, pero sólo después de hartarse de magia, e
incluso entonces se decía que el proceso había sido largo y difícil. Se deberé
Richard A. Knaak

a antigua magia del semidiós y su bosque. Es tan rica y potente que hace más
terrible a las criaturas…

Se estremeció, sabedor de que la magia siempre había sido su mejor


herramienta. Sí podía luchar cuerpo a cuerpo. Pero no tenía armas y dudaba
que Cenarius, pudiera darle una en esos momentos. Además frente a esas
criaturas su habilidad con la espada sería más que insuficiente. Rhonin
necesitaba la magia.

Cuando Cenarius los había puesto a Krasus y a él en el círculo de flores,


Rhonin se había visto incapacitado para lanzar conjuros. El señor del bosque
había usado un encantamiento mental para mantener bajo control el poder de
sus dos huéspedes. Sin embargo. Rhonin había sentido cómo se levantaba el
encantamiento en el mismo instante en que Cenarius se había dado cuenta del
peligro que corrían todos. El semidiós no le deseaba mal alguno al mago;
había actuado llevado por la preocupación hacia su bosque y su mundo.

Pero aunque desobedeciera la recomendación de Krasus, Rhonin se


preguntaba de qué serviría que le hubieran devuelto sus poderes.
Seguramente los demonios estarían tan ansiosos de su magia como lo habían
estado por la de tantos otros magos consumidos en la futura guerra contra la
Legión.

Las bestias infernales presionaron a sus enemigos, y en el proceso se fueron


acercando más y más a Rhonin. Apretó los puños y las palabras de poder se
dispusieron a salir de su boca. Y sin embargo... no hizo nada.

*******

Al tiempo que Cenarius y las dos bestias infernales se encontraban, otras dos
cargaban contra Brox. El enorme guerrero fue hacia las criaturas de frente,
con un grito de guerra que hizo que uno de los demonios flaqueara levemente.
El Pozo de la Eternidad

El orco aprovechó aquella vacilación y lanzó un fuerte golpe contra su


adversario.

El hacha encantada se clavó profundamente en la pata delantera de la bestia


infernal con la misma fatalidad que el orco hubiera cortado el aire. El
asqueroso fluido verdoso que pasaba por sangre en muchos de los demonios
se derramó por la hierba y quemó las briznas como si fuera ácido.

La bestia herida gimoteó y se alejó cojeando, pero su compañera continuó la


carga y se lanzó sobre el orco. Brox, que intentaba recuperar el equilibrio del
primer golpe, apenas pudo salvarse usando el extremo del mango del hacha.
Golpeó con fuerza el pecho del leviatán en mitad del salto.

Un monstruoso jadeo escapó de la bestia infernal, pero hizo poco por detener
su impulso. Cayó sobre Brox y casi lo aplastó bajo su enorme corpachón.

Por lo que respectaba al elfo de la noche, el monstruo al que se enfrentaba lo


ataco con sus tentáculos vampíricos. Malfurion se concentró e intentó pensar
como lo haría Cenarius, acudiendo a lo que había aprendido del semidiós
acerca de ver a la naturaleza a la vez como un arma y como un camarada.

Inspirándose en la llegada del semidiós, Malfurion creó un feroz torbellino a


partir del omnipresente viento, que rodeó de inmediato a la monstruosa bestia
infernal. Los serpentinos y voraces tentáculos se movieron violentamente
buscando la magia, pero el conjuro de Malfurion se había limitado a acentuar
la fuerza inherente del viento, así que el demonio tenía poco que absorber.

Con un gesto de la mano derecha, el elfo de la noche pidió a los árboles


circundantes el regalo de las hojas sobrantes que pudieran darle. Solo buscaba
las más fuertes, pero las necesitaba en gran cantidad, y rápidamente.
Richard A. Knaak

Y de las copas de los altos guardianes cayeron cientos, todas las que pudieron
dar. Malfurion uso al momento otra brisa para guiar las hojas hacia el
torbellino.

En el interior del mismo, la bestia avanzaba inexorable contra su presa. El


torbellino seguía cada decidido paso, manteniendo al demonio en su centro.

Las hojas cayeron en torrente sobre el remolino y empezaron a dar vueltas


cada vez más rápido, aumentando el número más y más. Al principio la bestia
infernal no les prestó atención: ¿Qué representaban unos puñados de basura
en el viento contra un poderoso demonio? Pero entonces el primer borde
afilado de una hoja le hizo un cote sangrante en hocico. El encolerizado
demonio golpeó a la hoja, con lo que provocó que varias más le cortaran
sucesivamente en la zarpa, la pata y el torso. El viento ahora cien veces más
intenso, y los afilados bordes de las hojas que flotaban en él se convirtieron
en precisas cuchillas, que cortaban y sajaban dondequiera que tocaran a la
bestia infernal. El icor verdoso se derramó por el cuerpo del demonio,
empapando su piel e incluso tapándole los ojos.

Cenarius y las bestias que lo habían atacado luchaban ahora lejos de los
demás. El majestuoso rugido del señor del bosque igualaba los gritos de los
demonios. Agarró una pata delantera de la bestia que se había aferrado a él y
con un solo movimiento le rompió el hueso. El demonio aulló y soltó los
tentáculos, que se movieron enloquecidamente reflejando el dolor.

Librado momentáneamente de una amenaza, Cenarius se concentró en la otra.


Su rostro adquirió un cariz sombrío y sus ojos refulgieron de furia.
Súbitamente brotó de ellos una chispa de luz que envolvió al demonio que
tenía cogido. Los voraces tentáculos de la criatura fueron a por la luz y la
bebieron ansiosos, con ganas de más.
El Pozo de la Eternidad

Pero a quien trataba de absorber la magia no era un simple mago o hechicero.


Cenarius continuó con su ataque rodeado por una temible aura azulada.
Alimentaba a su enemigo dándole lo que este deseaba... pero tan rápido y en
tal abundancia que ni siquiera el demonio podía digerirlo todo.

La bestia infernal se hincho, se infló como un odre que se llenara demasiado


deprisa. Brevemente pareció que iba a dividirse… pero las energías que
había ingerido fueron más de lo que pudo resistir.

El sabueso monstruoso explotó y los trozos de carne hedionda llovieron sobre


el claro.

Hasta ahora Rhonin había tenido suerte. Ninguna de las bestias infernales
había ido por él. Se había quedado en el centro del círculo, con la esperanza
de que el poder del mismo le ahorrara tener que decidirse si usar o no sus
habilidades.

Rhonin observó cómo Brox se quitaba de encima a la criatura que casi lo


había aplastado. El guerrero veterano parecía tener la lucha bajo control, a
pesar de los dos adversarios. Pero mientras seguía observando a Brox, una
terrible idea llenó al mago humano. Si Krasus y él no podían volver a su
tiempo, Rhonin entendía que lo mejor sería que ambos murieran rápidamente,
para impedir cualquier alteración que pudieran causarle a la historia. Con lo
que ninguno de los dos había contado era con que un solitario guerrero orco
fuera tamban arrastrado a aquella época.

Y mientras miraba la espalda de Brox, Rhonin empezó a considerar un


conjuro diferente. Puede que pasara desapercibido en medio de la lucha y
eliminara otro peligro para la línea temporal. Krasus le habría dicho que
estaba tomando la decisión correcta, que Brox era un peligro para la
existencia del mundo mayor incluso que los demonios.
Richard A. Knaak

Pero las manos le fallaron y el conjuro que se estaba formando en su mente


retrocedió a las más oscuras profundidades. Sintió vergüenza. El pueblo de
Brox se había convertido en un valioso aliado y este orco no solo estaba
luchando para salvarse a sí mismo, sino a todos, incluido el mago.

Todo lo que Krasus le había dicho lo apremia a encargarse de Brox y


preocuparse luego por las consecuencias, pero cuanto más observaba al orco
luchar junto al elfo de la noche, otra raza aliada en el futuro, más se arrepentía
Rhonin de aquel momento de locura. Lo que había estado pensando le parecía
tan horrible como las atrocidades perpetradas en su tiempo por la Legión
Ardiente.

Pero no podía quedarse parado sin hacer nada…

— Lo siento, Krasus. —murmuró mientras invocaba un nuevo hechizo—. Lo


siento de verdad.

El mago encapuchado respiró hondo y miró fijamente a una de las bestias


infernales que combatía con el orco. Recordó el encantamiento que le había
ayudado contra el Azote y los demás sirvientes de la Legión. Tendría que
hacerlo de un modo tal que las bestias infernales no tuvieran tiempo de
absorber la energía del conjuro.

Lejos muy a su derecha, Cenarius había conseguido por fin quitarse de


encima al oponente que le quedaba. Con una de las patas delanteras colgando,
el demonio no podía mantener la presa. El semidiós se echó atrás tensando
los músculos, levantó a la bestia por encima de su cabeza y con un rugido de
triunfo la lanzó sobre las copas de los árboles, hacia las profundidades del
bosque.

Rhonin lanzó su conjuro.


El Pozo de la Eternidad

Había esperado lanzarle un rayo destructor a la bestia que había escogido


como objetivo, para por lo menos herirla lo suficiente para que Brox
completara la tarea. Pero lo que consiguió superó de lejos todas sus
expectativas.

Ante él se materializó una invisible y atronadora muralla de energía que hizo


rielar violentamente el aire y empezó a avanzar a toda velocidad hasta su
objetivo. Se fue expandiendo a medida que se movía, hasta llegar a cubrir
todo el claro en el espacio de un parpadeo.

A Brox y al elfo de la noche los atravesó como si no estuvieran allí, pero a


los tres salvajes demonios que había en su camino la furia que Rhonin había
desatado no les dio cuartel. Las bestias infernales no tuvieron tiempo de
reaccionar, ni de poner en juego sus hambrientos tentáculos. Eran como
mosquitos atrapados en un incendio.

Cuando la muralla de fuerza los atravesó, los demonios se convirtieron en


cenizas. El hechizo se los comió del hocico a la grupa. Las bestias infernales
se convirtieron en nubes de partículas de polvo que se dispersaron al viento.
Una logró emitir un corto aullido, pero después el único sonido que quedó
fue el soplo del viento que se llevaba lo que una vez habían sido los
monstruos desatados.

El silencio llenó el claro.

Brox soltó el hacha, su amplia boca colmilluda abierta de pura incredulidad.


Malfurion se miraba las manos como si de algún modo hubieran sido
responsables y luego se volvió en dirección a Cenarius, pensando que la
respuesta se encontraba en el semidiós.

Rhonin tuvo que parpadear varias veces para convencerse de que lo que había
visto no solo había sido real, si no que era obra suya. El mago recordó la
Richard A. Knaak

breve lucha contra los elfos de la noche de las armaduras, en la que Krasus
había demostrado una debilidad preocupante y Rhonin se había superado de
una forma que nunca habría creído posible.

Pero cualquier placer ante su asombrosa victoria se desvaneció


inmediatamente cuando una agonía lo desgarró por la espalda. Sintió como
si lo estuvieran rasgando desde dentro, como si le estuvieran absorbiendo el
alma...

¿Absorbiendo? A pesar del terrible sufrimiento, Rhonin comprendió bien lo


que estaba pasando. Otra bestia infernal se le había acercado
subrepticiamente por la espalda y, como solían hacer, buscaba una fuente de
magia que absorber.

Rhonin recordó lo que les pasaba a los magos atrapados por los demonios.
Recordó los terroríficos cascarones que habían sido llevados a Dalaran para
su investigación.

Y él iba a convertirse en uno de ellos.

Pero aunque ahora estaba hincado de rodillas, se reveló. ¡Con todo el poder
que tenía a su disposición seguramente podría escapar de esa bestia parásita!

Escapar se convirtió en el pensamiento que impulsaba su mente agonizante.


Escapar... lo único que Rhonin quería era huir de la agonía, ir a algún sitio
donde estuviera seguro.

A través de la bruma del sufrimiento, oyó vagamente las voces del orco y del
elfo de la noche. El miedo por su vida las tapó. Con lo que le absorbiera, la
bestia iba a ser rival más que la sobra para ambos huir.

Escapar era su único pensamiento. Huir a cualquier parte…


El Pozo de la Eternidad

Entonces el dolor se desvaneció, sustituido por un pesado aunque


reconfortante embotamiento que se extendió por todo su cuerpo como un
fuego. Rhonin agradeció este sorprendente cambio, y dejó que el
abotargamiento se apoderara de él y lo envolviera por completo.

Que se lo tragara.

*******

No era la primera vez que Tyrande se deslizaba por los silenciosos pasillos
del enorme templo, pasando junto a las incontables celdas de acólitos
durmientes, salas de meditación y lugares de culto público, y se diría hacia
una ventana cerca de la entrada principal. La luz brillante del sol casi la cegó,
pero se obligó a rastrear con la vista la plaza, buscando algo que seguramente
no encontraría.

Justo en el momento en que se asomaba, un sonido metálico la avisó de que


se aproximaba una guardia. El rostro serio de la otra elfa de la noche se
ablandó un poco al reconocerla.

— ¡Tú de nuevo! Hermana Tyrande, deberías quedarte en tu habitación y


dormir un poco. Llevas días casi sin descansar y ahora te pones en peligro.
Tu amigo estará bien, seguro.

La guardia se refería a Illidan, pero lo que la novicia temía realmente era que,
cuando Illidan volviera, lo hiciera con su hermano y el desafortunado orco.
No creía que el hermano de Malfurion fuera a traicionarlo, pero si lord Cresta
Cuervo capturaba a la pareja, ¿qué podría hacer Illidan sino seguir la
corriente?

— No puedo evitarlo. Estoy nerviosa, hermana. Por favor perdóname.


Richard A. Knaak

La centinela sonrió con simpatía.

— Espero que se dé cuenta de cuánto te importa. El tiempo de tu elección se


acerca, ¿no?

Las palabras de la otra preocuparon a Tyrande más de lo que se permitió


revelar. Sus pensamientos y reacciones desde los tres habían liberado a
Broxigar le habían proporcionado algo más que indicios sobre sus
preferencias, pero ella misma no había llegado a creérselo. No, su
preocupación era la de un amigo de la infancia por otro.

Iba a ser...

Llegó el tosco resonar del metal contra el metal y los bufidos de los sables de
la noche. Tyrande pasó con una exhalación ante la asombrada guardia en
dirección a la escalinata exterior del templo de Elune.

Bastante cubeto de polvo, el grupo de lord Cresta Cuervo entró en la plaza.


El comandante parada bastante relajado, incluso muy complacido por algo,
pero muchos de sus soldados exhibían expresiones más sombrías y se
miraban constantemente unos a otros, como si compartieran algún horrible
secreto.

No había señal de Malfurion ni de Broxigar. Illidan cabalgaba oculto al otro


lado de lord Cresta Cuervo, erguido y orgulloso. Parecía el más satisfecho
del grupo, y si esa satisfacción tenía que ver con que había impedido que
capturaran a su gemelo, entonces ciertamente Tyrande no podía culparlo.

Sin darse cuenta de lo que hacía, la joven sacerdotisa salió a la calle. Su


presencia llamó la atención de lord Cresta Cuervo, que sonrió graciosamente
El Pozo de la Eternidad

y señaló Illidan. El barbudo comandante le susurró algo al hermano de


Malfurion y luego levantó la mano.

Los soldados se detuvieron. Illidan y Cresta de Cuervo encaminaron sus


monturas hacia ella.

— ¡Vaya, si es la más bella de las dedicadas sirvientes de la madre luna! —


declaró el comandante—. ¡Qué interesante encontrarla esperando nuestro
regreso a pesar de lo tarde que es! —Miró de soslayo a Illidan—. Muy
interesan ¿no crees?
— Sí, mi señor.
— Debemos dirigirnos hacia el Bastión del Cuervo Negro, hermana, pero
creo que puedo reservar un valioso momento para ustedes dos, ¿eh?

Tyrande sintió que sus mejillas se le oscurecían un poco mientras Cresta


Cuervo guiaba a su pantera de vuelta al resto del grupo. Illidan desmontó
rápidamente, subió los escalones hacia ella y la cogió de las manos.

— Están a salvo Tyrande… ¡y lord Cresta Cuervo me ha tomado bajo su


tutela! ¡Nos enfrentamos a una bestia temible y yo impedí que le hiciera daño!
¡La destruí con mi poder!
— ¿Malfurion ha escapado? ¿Estás seguro?
— Por supuesto, por supuesto —contestó él, excitado apartando con un gesto
de la mano cualquier pregunta posterior sobre su hermano—. Por fin he
encontrado mi destino ¿no lo comprendes? La Guardia Lunar siempre me ha
ignorado, ¡pero yo he acabado con un monstruo que mató a tres de los suyos,
incluido uno de sus hechiceros superiores!

Ella quería escuchar lo que él supiera acerca de Malfurion y el orco, pero


estaba claro que Iludan estaba atrapado en su propia buena suerte. Tyrande
apreciaba eso, ya que lo había visto trabajar duramente y sin resultado para
labrarse el futuro glorioso que tantos le habían predicho.
Richard A. Knaak

— Me alegro tanto por ti... Temía que estuvieras frustrado con el ritmo de la
enseñanza de Cenarius, pero si fuiste capaz de proteger a lord Cresta Cuervo
con ellas donde sus soldados fracasaron, entonces...
— ¡No lo entiendes! ¡No usé esos conjuros lentos y engorrosos que el
adorado shan'do de Malfurion trataba de enseñarnos una y otra vez! Usé
hechicería de la buena de los elfos de la noche, de la de toda la vida... ¡Y de
día! ¡Fue embriagador!

Su rápida renuncia al camino druídico no sorprendió por completo a Tyrande.


Por un lado, ella se alegró de que llegara a una conclusión tan drástica por sí
mismo. Por otro, era un signo más de las crecientes diferencias entre los
gemelos.

Y otro asunto a la que darle vueltas en su sobrecargada cabeza. Tras Illidan,


lord Cresta Cuervo carraspeó cortésmente. El hermano de Malfurion se
animó aún más.

— ¡Tengo que irme, Tyrande! Me a enseñar mi alojamiento en el Bastión y


luego ayudaré a organizar un grupo más grande para recoger los animales
muertos y los cadáveres.
— ¿Cadáveres?

Había oído que algunos guardias lunares habían muerto a consecuencia del
monstruo, pero ahora se daba cuenta de que solo había vuelto el grupo de lord
Cresta Cuervo. El que había precedido tras Malfurion había sido
completamente masacrado.

El horror de todo aquello hizo estremecerse a Tyrande… especialmente el


hecho de que Malfurion también había estado ahí fuera.
El Pozo de la Eternidad

— Las otras criaturas aniquilaron al grupo perseguidor casi hasta el último


hombre, Tyrande. ¿No lo entiendes?—La voz de Illidan se hizo casi jubilosa.
No prestaba atención al creciente desánimo en el rostro de ella—. Los
hechiceros perecieron de inmediato, sin ser de ayuda para el resto. Los
guerreros murieron todos salvo dos, tratando de detenerlas. ¡Y yo maté a una
sola con dos rápidos hechizos! —Sacó pecho—. ¡Y eran monstruos que
devoraban magia!

El aristócrata volvió a carraspear. Illidan se llevó las manos de ella a los


labios y las besó levemente. Soltó a Tyrande y subió de un salto a lomos del
sable de la noche.

— Quería ser digno de ti —murmuro Illidan repentinamente—, Y pronto lo


seré.

Dicho eso, hizo dar la vuelta al felino y se dirigió hacia el comandante que lo
esperaba. Cresta Cuervo le dio a Illidan una palmada de camaradería en la
espalda y luego miró a Tyrande. El noble inclinó la cabeza hacia Illidan y
guiñó un ojo.

Mientras Tyrande observaba, aún aturdida por todo lo que había oído, el
grupo armado partió en dirección al Bastión del Curvo Negro. Illidan miró
atrás una última vez antes de desaparecer de la plaza, sus ojos dorados fijos
en su amiga de la infancia. Tyrande no tuvo problemas en leer en ellos sus
deseos.

Se arrebujó en la túnica y entró corriendo en el templo. La misma centinela


que había hablado antes con ella le salió al encuentro.

— ¡Perdóname, hermana! No he podido evitar enterarme de todo lo que se


ha dicho. Me apenan las vidas perdidas en esa cacería inútil, pero también
deseo felicitarte por el magnífico futuro de tu amigo. Lord Cresta Cuervo
Richard A. Knaak

debe tenerlo en alta estima para tomarlo bajo su guía. Sería difícil encontrar
una pareja mejor, ¿eh?
— No… no, supongo que no —Cuando se dio cuenta de cómo sonaba
aquello, se apresuró a añadir—: Perdóname hermana, pero creo que el
cansancio me está afectando. Creo que debería irme a la cama.
— Comprensible, hermana. Por lo menos sabes que te esperan sueños
agradables.

Pero mientras Tyrande comí hacia su habitación sospechaba que sus sueños
serían cualquier cosa menos agradables. Cierto que estaba contenta con el
hecho de que Malfurion y Broxigar hubieran logrado escapar y de que nadie
hubiera relacionado a Malfurion con el asunto. Tyrande también se alegraba
de que Illidan se hubiera encontrado a sí mismo, algo que había temido que
no llegara nunca. Pero lo que te preocupaba ahora era que Illidan parecía
haber tomado una decisión acerca de ellos dos mientras que ella aún no la
había hecho. Malfurion seguía estando en el cuadro y las emociones de ella
no se habían definido.

Por supuesto, todo aquello dependía de que Malfurion siguiera evadiendo el


ojo alerta de la Guardia Lunar y de lord Cresta Cuervo. Si cualquiera de los
dos descubría la verdad, seguramente significaría para él el Bastión del
Cuervo Negro. Y ni siquiera Illidan podría salvar de ahí a su hermano.

*******

Los árboles, el follaje, nada había detenido la caída de la bestia infernal hacia
el suelo. Lanzada al cielo por el semidiós, el sabueso demoniaco no podía
salvarse. Pero la naturaleza caprichosa del azar hizo lo que nadie más podía.
Cenarius había lanzado a su maligno enemigo tan lejos como nadie había
podido, asumiendo lógicamente que la caída acabaría el trabajo. Si la bestia
infernal hubiera caído sobre roca o tierra, o contra el tronco de uno de los
grandes robles, habría muerto al instante.
El Pozo de la Eternidad

Pero a donde la había arrojado el señor del bosque resultó ser una masa de
agua, tan profunda que incluso a la velocidad que cayó la bestia infernal, no
golpeó contra el fondo.

El viaje hasta la superficie casi hizo lo que no había logrado la caída, pero
aun así el demonio logró llegar a la orilla. Con una pata colgando inutilizada,
la bestia infernal fue hacia una depresión umbría donde se paró a descansar
varios minutos.

Una vez que se hubo recuperado tanto como le permitieron sus heridas, el
demonio olfateó el aire en busca de un olor en particular. En el momento en
que la bestia infernal localizó lo que buscaba, se puso alerta. Obligándose a
avanzar, el horror herido empezó a abrirse paso lenta pero firmemente hacia
la fuente. Incluso desde esa distancia podía oler el poder que emanaba del
Pozo de la Eternidad. Allí encontraría la magia que necesitaba para curarse,
la magia con la que incluso restablecería el miembro perdido.

Las bestias infernales no eran exactamente las criaturas simplonas que creían
Brox y Rhonin, que las conocían de su propia guerra. Ninguna criatura al
servicio del Señor de la Legión Ardiente carecía de astucia, salvo quizá los
gigantes desatados conocidos como infernales. Los sabuesos demoniacos
eran parte de su dueño, y lo que ellos sabían Hakkar lo sabía.

Y de este solitario superviviente, el cazador aprendería mucho acerca de


aquellos que podían interponerse en el camino de la llegada de la Legión.
Richard A. Knaak

CAPÍTULO DIECISÉIS
— Ya es la hora.

Tanto la vuelta de Alexstrasza como su afirmación cogieron a Krasus por


sorpresa. El mago dragón se había sumido tanto en sus pensamientos que el
paso de los minutos y las horas había perdido el sentido. Realmente no tuvo
idea de si había esperado su vuelta mucho o poco.

— Estoy listo.

Ella se inclinó y se lo puso en el cuello. Tras avanzar grácilmente por las


antiguas galerías excavadas durante generaciones por el vuelo rojo,
Alexstrasza y Krasus llegaron pronto a una plataforma azotada por los vientos
desde la que se dominaba una vasta región cubierta por las nubes. Allí estaba
el reino de los dragones rojos, una apabullante vista de orgullosos picos
montañosos coronados por nieves perpetuas y envueltos en interminables
parches de niebla. Krasus comprendía bien lo alto que tenía que ser el hogar
de su clan en las montañas para que la mayoría de las nubes estuviera por
El Pozo de la Eternidad

debajo de él. Su rota recordó vagamente la majestad de la tierra, los grandes


valles escavados por el hielo, a lo largo del tiempo, las agrestes laderas de
cada pico.

Súbitamente estuvo a punto de desmayarse, ya que el aire enrarecido no era


suficiente para su vapulead cuerpo. Alexstrasza usó las alas para evitar que
cayera.

— Quizá puede que esto no sea lo mejor para ti. —Sugirió ella con voz
preocupada.

Pero tan repentinamente como casi se había derrumbado, Krasus sintió ahora
que unas renovadas energías recorrían su cuerpo.

— Espero… no llegar tarde.

Korialstrasz avanzaba pesadamente hacia su compañera. Al principio parecía


tan agotado como se había sentido el mago momentos antes, pero ahora se
movía como si hubiera recibido una inesperada inyección de energía. Su
expresión de cansancio se fue desvaneciendo a medida que se acercaba.

— No. ¿Te sientes con ánimos de viajar?


— Hasta este mismo instante pensaba que no iba a ser capaz pero… empiezo
a sentirme mejor. —Su mirada fue de Alexstrasza a Krasus, como si
sospechara de la razón de su mejoría pero no pudiera aceptarlo.

La reina de los dragones transfirió a Krasus a su consorte. Nada más tocar


Krasus a su yo más joven, sintió que su cuerpo se recuperaba aún más. El
contacto directo con Korialstrasz lo hizo sentirse casi entero de nuevo. Casi.

— ¿Estás listo? —le peguntó el dragón.


— Lo estoy.
Richard A. Knaak

Alexstrasza dio un paso al frente, abrió las enormes alas y se lanzó fuera de
la plataforma. Hizo un picado y desapareció entre las nubes. Korialstrasz fue
hasta el borde del precipicio, dándole así a su diminuto pasajero una vista
incluso más asombrosa del vasto terreno montañoso, y luego saltó al cielo.

Al principio cayeron varios metros, y entraron en las nubes, pero entonces


Korialstrasz cogió una corriente de viento y la pareja se elevó planeando. A
través de la bruma, Krasus vió que Alexstrasza
Ya les sacaba una buena delantera. No obstante, su paso era lo bastante lento
como para que su consorte la alcanzara en poco tiempo.

— ¿Va todo bien? —rugió ella, dirigiéndose a ambos acompañantes.

Krasus asintió y Korialstrasz respondió afirmativamente. La reina de los


dragones se concentró en lo que había delante y no dijo nada más.

Las sensaciones del vuelo incluso a lomos del otro, causaban en el mago un
estado con euforia. Y el haber nacido para esto, pero hacía que sus actuales
circunstancias fueran mucho más difíciles de aceptar. ¡Era un dragón! ¡Uno
de los amos del cielo! No debería verse condenado a una existencia tan
patética.

Sobrevolaron montaña tras montaña a través de la densa cobertura de nubes


y por encima de muchos otros picos impresionantes. El cuerpo mortal de
Krasus se estaba helando, pero él apenas lo notaba de pura fascinación.

Los dos inmensos dragones rodearon con la máxima elegancia un pico de


aspecto agreste, y luego bajaron en picado a un valle que había en medio de
la cordillera. Krasus se esforzó por ver algo que no fuera el paisaje, pero no
lo logró. Y sin embargo, de algún modo sabía que estaban cerca de su
objetivo.
El Pozo de la Eternidad

— Agárrate fuerte —gritó Korialstrasz.

Antes de que Krasus pudiera preguntar por qué, el sino al que estaban
descendiendo los dragones empezó a rielar. El mismo aire se retorció y se
onduló como la superficie de un estanque cuando se tira una piedra. Al
principio Krasus temió que la anomalía que los había traído a aquel tiempo
hubiera vuelto a materializarse, pero entonces se dio cuenta de las ganas con
las que su montura se dirigía el inquietante espectáculo.

Al frente, Alexstrasza se adentró tranquilamente en la titánica ondulación...


y se desvaneció.

Antiguos recuerdos surgieron a duras penas del negro abismo de la mente de


Krasus, recuerdos de otros tiempos en lo que él, como dragón, se había
arrojado voluntariamente hacia esta visión. Krasus se agarró al recordar las
sensaciones que lo asaltarían cuando Korialstrasz siguiera a la Reina.

Entraron.

Cada centímetro del cuerpo del mago se vió cubierto de una carga de
electricidad estática. Sus nervios se estremecieron. Krasus sintió como si se
hubiera convertido en parte de los mismos cielos, en hijo del trueno y el rayo.
El ansia de volar por sí mismo se volvió imperiosa. Apenas pudo contener el
impulso de soltarse de su montura y unirse a las nubes y el viento.

La sensación paso, se evaporó de forma tan inesperada que Krasus tuvo que
aferrarse a Korialstrasz para mantener el equilibrio. Parpadeo. Se sentía muy
apegado al suelo, muy mortal. El cambio de perspectiva lo abrumó tanto que
al principio no se dió cuenta de que el entorno había cambiado por completo.

Flotaban en una vasta y monumental caverna, tan extensa que incluso


Alexstrasza parecía poco más que un mosquito en comparación. Dentro
Richard A. Knaak

cabían reinos enteros, reinos con colinas y llanuras cultivadas. E incluso


entonces habría sitio para mucho, mucho más.

Pero esto no era simplemente una caverna de tremendas dimensiones, ya que


había una serie de rasgos —o mejor dicho, una falta de estos— que la
marcaban como un sitio muy distinto de todos los demás. Las paredes eran
lisas y curvas, tan perfectamente pulidas que si uno apoyaba la mano en la
roca y la movía de arriba abajo no había fricción ni resistencia. Y así seguía
todo el camino hasta la parte baja, donde el suelo era un inmenso y plano
círculo que, de haberse medido, hubiera sido geométricamente perfecto.

El suelo era de hecho la única zona aplanada, ya que a medida que las paredes
subían se iban curvando hasta formar una cámara semiesférica cuyo aspecto
quedaba acentuado por la ausencia de protuberancias minerales. No había
estalactitas colgando amenazadoramente desde arriba ni estalagmitas que
brotaran del suelo. No había fisuras, ni siquiera una diminuta grieta. No había
ningún defecto en lo que Krasus finalmente recordó como la cámara de los
Aspectos.

Una cámara que había sido antigua antes incluso de que ellos existieran.

Se decía que allí donde los creadores habían formado el mundo. Lo habían
moldeado en ese lugar sagrado, hasta que había estado listo para colocarlo en
el cosmos. Ni siquiera los grandes dragones podían contrastar la veracidad
de este relato, ya que al no haber otra entrada aparte de la mágica que habían
descubierto por accidente siglos antes, ni siquiera podrían afirmar con
seguridad que su lugar de reunión se encontrara en el plano mortal. Todos los
intentos de sondear las paredes habían resultado infructuosos, y los Aspectos
habían dejado de intentarlo.

Para incrementar aún más el misterio de la asombrosa caverna, una brillante


iluminación dorada llenaba la Cámara de los Aspectos, un reconfortante
El Pozo de la Eternidad

fulgor sin ninguna fuente. Krasus recordaba que los experimentos de su gente
nunca habían logrado demostrar si el resplandor se desvanecía cuando la
cámara estaba vacía o si era perpetuo, pero todos cuantos entraban se sentían
bienvenidos por él, como si actuara de centinela.

Mientras Korialstrasz descendía, de repente se le ocurrió a Krasus que, a


pesar de sus desmembrados recuerdos, recordaba aquel lugar sagrado con
gran nitidez. Aquello decía algo de la cámara de los Aspectos: allí había
recuerdos que jamás confundiría, que jamás olvidaría.

Ambos leviatanes rojos aterrizaron en el suelo de piedra y miraron a su


alrededor. A pesar de la enorme extensión, era obvio que todavía no había
llegado ninguno de los otros.

— ¿Has hablado con todos? —preguntó Korialstrasz.

La Reina de la Vida negó con su majestuosa cabeza.

— Solo con Ysera. Ella dijo que contactaría con los demás.
— Y he hecho lo que he podido —respondió una voz casi soñolienta pero
ciertamente femenina.

A cierta distancia de ellos se materializó una tenue forma esmeralda que no


llego a solidificarse realmente, pero Krasus pudo distinguir suficientes
detalles para identificarla como una esbelta y etérea dragona casi tan alta
como Alexstrasza. Una bruma permanente envolvía la figura apenas
discernible. Aunque esta seguía siendo lo suficientemente visible para
distinguir el hecho de que sus ojos permanecían cerrados en todo momento,
incluso cuando hablaba.

Los otros dragones inclinaron la cabeza en señal de saludo.


Richard A. Knaak

— Me alegra que hayas venido tan rápidamente, buena Ysera. —añadió


Alexstrasza.

La de los Sueños como también la conocía Krasus, los saludó a su vez. Volvió
la cara hacia los dos que habían venido con su hermana, y aunque los
párpados no se abrieron, Krasus sintió la mirada penetrante.

— He venido porque eres mi hermana, mi amiga. He venido porque no


convocarías una reunión sin un buen motivo.
— ¿Y los demás?
— Nozdormu es el único con quien no pude comunicarme directamente, ya
sabes como es. Me vi obligada a contactar con uno de los que le sirven, me
dijo que haría lo que pudiera para hacérselo saber a su señor. Fue todo lo que
pude hacer.

Alexstrasza asintió agradecida, pero fue incapaz de esconder su decepción


ante la noticia.

— Entonces, aunque vengan los otros no podremos tomar una decisión


definitiva.
— Puede que el Eterno aún se una a nosotros.

Aún subido en el cuello de su alter ego más joven, Krasus se tomó como una
mala noticia la falta de contacto con Nozdormu. Comprendía la complejidad
de la naturaleza del Eterno, que Nozdormu era el pasado, el presente, el
futuro... toda la historia. De todos los demás, era a Nozdormu a quien Krasus
había esperado en secreto ver allí, ya que era su esperanza de que aún hubiera
una posibilidad de devolver a los dos viajeros extraviados a su propio período
y zanjar el asunto pacíficamente.
El Pozo de la Eternidad

Y sin esa esperanza, Krasus de nuevo tenía que considerar la otra opción, que
para preservar línea temporal era posible que los Aspectos tuvieran que
eliminarlos a Rhonin y a él.

De repente, desde arriba llegó un brillante estallido de ojos rojos, una


tormenta eléctrica que descendió con rápida furia hasta el suelo. Una vez allí,
explotó en una exhibición de apabullantes colores antes de expandirse y
formar una enorme silueta.

Y mientras las últimas chispas se consumían, en el lugar de la breve pero


impresionante tormenta apareció un alto y reluciente dragón que parecía parte
cristal y parte hielo. Su expresión era bastante alegre para tratarse de un
dragón, como si hubiera disfrutado del espectáculo que había creado incluso
más que quienes habían sido testigos.

— Bienvenido, Malygos—dijo cortésmente Alexstrasza.


— ¡Es un placer verte, Reina de la Vida! —Él reluciente leviatán rió de
corazón—. ¡Y a ti también, mi dulce sueño!

Ysera asintió en silencio, con un indicio de humor en su expresión.

— ¿Qué tal va tu reino? —preguntó la Reina Roja.


— ¡Tan maravilloso como yo lo deseo! ¡Lleno de brillo, lleno de color y lleno
de jóvenes!
— Quizá los creadores deberían haberte hecho Padre de la Vida en vez de
Guardián de la Magia, Malygos.
— Una idea interesante. ¡Quizá sea un asunto para discutirlo otro día! —y
volvió a reírse.
— ¿No estás bien? —le preguntó Korialstrasz a Krasus, que nada más ver al
recién llegado se había quedado rígido de horror.
— Estoy bien. Solo me estaba acomodando. —La diminuta figura se alegró
de que Korialstrasz no hubiera percibido su expresión. Cuanto más veía y
Richard A. Knaak

escuchaba a Malygos, más lamentaba la necesidad de mantener el secreto


acerca del futuro incluso ante los Aspectos.

¿Qué dirías, Guardián de la Magia, si supieras el destino que te aguarda?


Traición, locura y un reino helado y vacío salvo por ti mismo…

Krasus no lograba recordar todo lo que sabía del futuro de Malygos, pero los
fragmentos eran suficientes para comprender y lamentar la tragedia, y una
vez más no pudo obligarse a avisar al resplandeciente titán.

— ¿Y es a este a quien debemos la reunión? —preguntó Malygos posando


su brillante mirada sobre Krasus.
— Sí. —contestó Alexstrasza.

El Guardián de la Magia olfateó el aire.

— Tiene nuestro olor, aunque eso puede deberse a la proximidad a tu


consorte decirlo con segundad. También detecto una magia vieja que lo rodea
¿Ha sido hechizado?
— Le dejaremos contar su propia historia —contestó Alexstrasza, librando
así a Krasus del interrogatorio—, una vez que hayan llegado los otros.
— Uno llega en estos momentos —anuncio Ysera con serenidad.

El techo sobre ellos rieló y luego empezó a brillar. Una enorme forma alada
se materializó y empezó a descender planeando majestuosamente, dándole
dos vueltas a la caverna en el proceso. Los otros Aspectos guardaron un
respetuoso silencio, observando cómo se acercaba la inmensa figura.

En tamaño rivalizaba con el más grande de ellos, un leviatán alado negro


como la noche y con un porte tan noble como cualquier representación de un
dragón nunca hecha. Estrechas vetas de oro y plata auténticos se derramaban
de adelante hacia atrás, acentuando su espinazo y sus constados, mientras que
El Pozo de la Eternidad

los destellos entre las escamas hablaban de diamantes y otras piedras


preciosas engastadas de forma natural en su piel. El recién llegado irradiaba
una sensación de poder primordial, el poder del propio mundo en sus formas
más básicas.

Aterrizó a poca distancia de los demás y plegó magistralmente sus enormes


alas coriáceas a la espalda. El dragón negro hablo con voz grave y profunda:

— Has llamado y yo he venido. Siempre me alegro de ver a mi amiga


Alexstrasza.
— Y doy la bienvenida a tu presencia, querido Neltharion.

Antes, a Krasus le había costado contenerse para no reaccionar ante la


presencia de Malygos. Ahora tuvo que luchar duramente para no ponerse a
temblar, para no mostrar ningún indicio de cómo se sentía ante el recién
llegado. Pero aunque su reacción anterior se debía a que conocía el futuro
condenado del Guardián de la Magia, ahora a Krasus le preocupaba el futuro
de todos los dragones… y el propio mundo. Si sobrevivía a la legión
Ardiente.

Ante él se encontraba Neltharion.

Neltharion, el Guardián de la Tierra. El más respetado de todos los Aspectos


y, además, el más querido amigo de la amada Reina de Krasus. Si Neltharion
hubiera pertenecido a su vuelo, seguramente lo habría elegido como
compañero. Aparte de sus consortes, el Guardián de la Tierra era a quién más
acudía Alexstrasza en busca de concejo, ya que el solitario negro tenía una
mente perspicaz capaz de ver las cuestiones desde todos los ángulos,
Neltharion nunca haría nada sin antes sopesar las consecuencias, y cuando
era joven Krasus había intentado emularlo.
Richard A. Knaak

Pero en el futuro al que pertenecía el mago, cualquier idea de emulara


Neltharion hubiera ido más allá del punto de la locura. Neltharion había
rechazado su papel, había rechazado la protección que los Aspectos ofrecían
al plano mortal. En vez de eso se había vuelto de la opinión de que las razas
inferiores eran la raíz de todo lo malo del mundo, que debían ser eliminadas...
y que aquellos que las ayudasen también deberían ser eliminados.

Neltharion había llegado a imaginarse un mundo donde los dragones —y más


específicamente su propio vuelo— lo dominaban todo. Esa creciente
obsesión lo había conducido a incontables actos de un cariz cada vez más
oscuro, actos tan horribles que llegó un momento en que Neltharion se
convirtió un peligro tan terrible para el mundo como los demonios de la
Legión Ardiente. Al final los demás Aspectos se unieron contra él, pero no
antes de que hubiera derramado mucha sangre y hubiera causado una
horrenda destrucción.

Y al rechazar todo lo que una vez había sido, Neltharion también había
rechazado su propio nombre. De sus antiguos compañeros había salido el
nombre por el que lo conocieron todas las criaturas, un nombre que se había
convertido en sinónimo del mal.

Alamuerte.

Allí, delante de Krasus estaba Alamuerte, el Destructor, el Azote Negro. Y


sin embargo el mago dragón no podía hacer nada para avisar a los demás. De
hecho, aunque sabía el peligro en que Neltharion iba a convertirse, Krasus no
podía recordar cuando había comenzado la tragedia. Fomentar la
desconfianza entre los Aspectos en esa tesitura tan grave podía representar
un desastre mayor que el futuro del Guardián de la Tierra.

Y a pesar de todo..
El Pozo de la Eternidad

— Me sorprendió que fuera Ysera y no tú quien contactara conmigo. —tronó


el negro—. ¿Estás bien Alexstrasza?
— Sí. Neltharion.

El recién llegado observó a los reunidos.

— ¿Y tú, joven Korialstrasz? Creo que no estás en tu mejor momento.


— Una enfermedad pasajera —respondió respetuosamente el macho rojo—.
Es un honor volver a verte, Guardián de la Tierra.

Conversaban como buenos amigos, pero Krasus podía recordar que, como
Alamuerte, Neltharion apenas lo reconocería. Para el tiempo de la guerra con
los orcos, el titán negro habría habitado tanto en su locura que las pasadas
amistades quedarían olvidadas. Lo único que le importaría sería cómo
avanzaba su oscura causa.
Pero allí estaba todavía Neltharion el camarada. El dragón miro sobre el
cuello de Korialstrasz y vio la diminuta figura encapuchada.

— Y ahí estás tú. ¿Tienes nombre?


— ¡Krasus! —dijo secamente el mago— ¡Krasus!
— ¡Un pequeñín desafiante! —dijo Neltharion en tono divertido—. Creo que
definitivamente es un dragón, como insinuó Ysera.
— Un dragón con una historia que contar. —añadió Alexstrasza. Miró al
techo, concretamente al punto por el que habían entrado tanto ella como los
otros—. Pero preferiría darle a Nozdormu mas tiempo antes de empezar.
— ¿Darle tiempo al Señor del Tiempo? —rió Malygos— ¡Qué gracioso! No
dejaré que el sombrío Nozdormu se vaya sin contarle ese chiste.
— Sí, y se lo contarás todo el tiempo, ¿no? —contestó Neltharion enseñando
los dientes en una amplia sonrisa que recorrió su rostro de reptil.
Richard A. Knaak

Malygos se rió aún más. Neltharion y él se apartaron a un lado y se


enfrascaron en una conversación.

— Puede que no sean hermanos de sangre —comentó Ysera mientras seguía


a la pareja con los ojos cerrados—, pero ciertamente son hermanos de
naturaleza.

Alexstrasza asintió.

— Me alegro de que Neltharion tenga a Malygos para acudir a él.


Últimamente ha estado un poco distante conmigo.
— Yo también siento un distanciamiento. No le agradan las acciones de esos
elfos de la noche. Una vez dijo que tienen la grandilocuente idea de
equipararse con los creadores, pero que carecen de los conocimientos y la
sabiduría de estos.
— Puede que tenga algo de razón en lo que ha dicho —contestó la Reina de
la Vida mientras miraba de pasada a Krasus.

El mago se iba incomodando cada vez más bajo aquel escrutinio. De todos
ellos, Alexstrasza se merecía el aviso. Por obra de Alamuerte se convertiría
en esclava de los orcos, cuyos guerreros sacrificarían despreocupadamente a
sus retoños para su brutal causa. Entonces Alamuerte usaría el caos de los
últimos días de la guerra con los orcos para tratar de apoderarse de lo que
deseaba realmente: los huevos de la Reina de la Vida para recrear su
diezmado vuelo, casi aniquilado por sus pasadas intrigas.

¿Qué límites pongo?, se preguntó Krasus a sí mismo. ¿Cuándo hay que


cruzar la línea? No puedo decir nada de los orcos, no de la traición del
Guardián dé la Tierra, ni de la Legión Ardiente. ¡Sólo puedo decir lo justo
para que no nos maten a Rhonin y a mí!
El Pozo de la Eternidad

En su frustración miró furioso a uno de los causantes de su dilema. Neltharion


charlaba animadamente con Malygos, que daba la espalda al resto de los
dragones reunidos. El enorme negro estiraba las alas y asentía ante algún
comentario de su reluciente contrapartida. Si hubieran sido humanos, enanos
o cualquier otra raza mortal, la pareja habría estado en su salsa bebiendo
cerveza en alguna taberna. Las razas menores veían a los dragones como
bestias monstruosas o como respetables fuentes de sabiduría, cuando en
realidad sus personalidades eran en cierto sentido tan mundanas como las de
las diminutas criaturas de las que cuidaban.

Los oíos de Neltharion se apartaron de Malygos y se encontraron brevemente


con los de Krasus.

Y en ese momento de contacto, Krasus se dio cuenta de que todo lo que los
demás y él habían visto hasta ahora del negro había sido una mascarada.

La oscuridad ya había descendido sobre el Guardián de la Tierra.

¡Imposible, imposible!, se repitió Krasus, incapaz de mantener neutra la


expresión. ¡Ahora no! Era demasiado pronto, un momento demasiado
delicado para que comenzase la transformación de Neltharion en Alamuerte.
Los Aspectos necesitaban estar unidos, no solo para hacer frente a la invasión
que se avecinaba, sino para encargarse de las perturbaciones causadas por
Krasus y su antiguo estudiante. Seguramente se había equivocado con el titán
negro. Seguramente Neltharion seguía siendo uno de los legendarios
protectores del plano mortal.

Maldijo su débil memoria. ¿Cuándo había comenzado la traición de


Neltharion? ¿Cuándo se había convertido para siempre en el azote de los
seres vivos? ¿Iba a ser ahora o trabajaría Neltharion con sus camaradas
aunque la oscuridad ya lo hubiera reclamado?
Richard A. Knaak

El mago encapuchado no pudo evitar quedarse mirando firmemente al


Guardián de la Tierra. A pesar de su propio juramento, empezó a pensar en
saltarse las reglas. ¿Cómo podría resultar perjudicial desenmascarar al villano
oculto entre los Aspectos? ¿Cómo...?

Neltharion volvió a mirarlo… pero esta vez sus ojos no apartaron de los de
Krasus.

Y solo entonces se dio cuenta Krasus que Neltharion sabía lo que él sabía,
solo entonces se dio cuenta de que el dragón negro comprendía que allí había
alguien que podía revelar su terrible secreto.

Krasus intentó apartar la mirada, pero sus ojos estaban atrapados. Se percató
de la causa demasiado tarde. El Guardián de la Tierra al darse cuenta de que
lo habían descubierto, había actuado con rapidez y determinación. Había
sometido a Krasus bajo su poder con la misma facilidad con la que respiraba.

¡No caeré ante él! Pero a pesar de su determinación por escapar, su voluntad
no fue lo bastante fuerte. Si hubiera estado mejor preparado, Krasus podría
haberse enfrentado a la mente de Neltharion, pero el inesperado
descubrimiento le había hecho bajar la guardia... y el negro había
aprovechado la oportunidad.

Tú me conoces... pero yo no te conozco a ti.

La voz gélida llenó su cabeza. Krasus rezaba para que alguien notara lo que
pasaba entre ellos, pero según las apariencias todo era normal. Se asombró
de que ni siquiera su amada Alexstrasza reconociera la terrible verdad.

Hablarías en mi contra... Harías que los otros me vieran como tú me ves...


Harías que desconfiaran de su viejo camarada, de su hermano.
El Pozo de la Eternidad

Las palabras del Guardián de la Tierra indicaban a las claras lo profunda que
se había vuelto su locura. Krasus sintió en el interior de Neltharion una
paranoia desbocada y la férrea creencia de que nadie salvo el dragón negro
comprendía lo que era bueno para el mundo. Cualquiera que pareciera la más
mínima amenaza para él era, a ojos de Neltharion el verdadero mal.

No se te permitirá esparcir tus maliciosas falsedades...

Krasus espero a que lo destruyera allí mismo, pero para su sorpresa lo único
que hizo Neltharion fue apartar la vista y seguir hablando con Malygos.
¿A qué juega? Se preguntó el mago dragón. Primero me amenaza y parece
olvidarse de mí.

Observó atentamente al leviatán negro, pero Neltharion parecía ignorarlo por


completo.

— No va a venir. —dijo Ysera.


— Puede que todavía aparezca —opinó Alexstrasza.

Al mirarlas, Krasus se dio cuenta de que se referían a Nozdormu.

— No. He contactado con el que hablé antes. No ha podido localizar a su


amo. El Eterno está en algún lugar más allá del plano mortal.

Las noticias de Ysera no auguraban nada bueno. Sabiendo lo que sabía de


Nozdormu, Krasus sospechaba que el motivo por el que ni siquiera sus
sirvientes podían localizarlo era la anomalía. Si, como Krasus creía,
Nozdormu estaba manteniendo el tiempo unido él solo, habría tenido que
invocar cada instante de su existencia. Múltiples Nozdormus se estarían
enfrentando al tiempo, lo que no dejaba espacio para aquella reunión.
Richard A. Knaak

Las esperanzas de Krasus se redujeron aún más. Nozdormu perdido y


Neltharion loco...

— Entonces estoy de acuerdo —dijo Alexstrasza en respuesta a Ysera—.


Procederemos sin estar los cinco. No hay ninguna norma que nos impida
discutir el asunto después de que se cuente la historia aunque aún no podamos
tomar un curso de acción.

Korialstrasz bajó la cabeza y permitió que su jinete desmontara. Con gesto


cauteloso, Krasus avanzó hasta estar en medio de los gigantes, tratando de no
mirar al Guardián de la Tierra. Los ojos de Alexstrasza lo animaron, lo
bastante para que el mago dragón supiera lo que tenía que hacer.

— Soy uno de ustedes —anuncio con una voz tan tonante como la de
cualquiera de los leviatanes que le rodeaban—. La Reina de la Vida conoce
mi verdadero nombre, pero por ahora soy simplemente Krasus.
— Brama bien esta cría —bromeó Malygos.

Krasus lo miró.

— ¡No es tiempo de bromas, Guardián de la Magia, especialmente para ti!


¡Este es un tiempo en el que el equilibrio pende de un hilo! Un terrible error,
una distorsión de la realidad lo amenaza todo... ¡absolutamente todo!
— Qué melodramático —comentó Neltharion casi distraídamente.

Hizo falta toda la voluntad de Krasus para no soltar allí mismo toda la verdad
acerca del Guardián de la Tierra.

Todavía no.

— Oirán mi historia —insistió Krasus—. La oirán y comprenderán... ya que


hay un terrible peligro en horizonte, uno que nos afecta a todos. Verán...
El Pozo de la Eternidad

Pero a medida que las primeras palabras del relato iban saliendo de su boca,
la lengua de Krasus empezó a trabarse. En vez de decir algo coherente, salió
un galimatías.

La mayoría de los dragones reunidos echó la cabeza atrás, sorprendida por


este repentino comportamiento. Krasus miró enseguida a Alexstrasza
buscando su ayuda, pero la expresión de ella indicaba un asombro tan fuerte
como el de los demás.

La cabeza del mago dio vueltas. Un vértigo peor que cualquiera que hubiera
sufrido nunca se apodero de él, le hizo incapaz de mantener el equilibrio. De
sus labios siguieron saliendo tonterías, pero ya ni siquiera Krasus sabía lo que
quería decir.

Y mientras las piernas se le doblaban y el vértigo se apoderaba de él por


completo, oyó en su cabeza la mortalmente tranquila voz de Neltharion.

Te avisé...
Richard A. Knaak

CAPÍTULO DIECISIETE
Llegó la oscuridad y el mundo de los elfos de la noche se despertó. Los
mercaderes abrieron sus negocios mientras que los fieles iban a orar. La
población general se dedicó a su vida, sin sentirse deferente a ninguna otra
noche. El mundo era suyo para hacer con él lo que les pluguiera, sin importar
lo que creyeran las razas inferiores.

Pero ínfimas molestias se introdujeron en las vidas de algunos de ellos,


pequeñas desviaciones de la rutina y las costumbres.

********

Un maestro de alto rango de la Guardia Lunar, con el largo pelo plateado


atado en una coleta levantó distintamente un alargado dedo con una larga uña
en dirección a una botella de vino que estaba al otro lado de la habitación,
mientras consultaba las cartas astrales en preparación para un ritual de la
orden. Aunque era uno de los hechiceros más ancianos sus habilidades no
habían disminuido, lo que era el motivo de su alta posición. La magia era tan
El Pozo de la Eternidad

parte de su existencia como el respirar, un asunto que hacía con sencillez y


naturalidad, casi sin pensar.

El golpe que lo sacó de su sillón acolchado y le hizo arrugar el pergamino


hasta casi romperlo, resultó ser causado por el rápido y fatal descenso de la
botella hasta el suelo. Vino y cristal se derramaron por la lujosa alfombra
verde esmeralda y naranja que el hechicero acababa de comprar.

Con un suspiro de contrariedad, el mago chasqueó los dedos en dirección al


desastroso derramamiento. Los trozos de cristal se alzaron súbitamente en el
aire y el vino se reagrupó y tomó forma del recipiente que lo había contenido.
Entonces el cristal volvió a reconstruirse sobre el vino.

Pero un segundo después todo volvió a derramarse sobre la alfombra, creando


un desastre mayor que antes.

El viejo hechicero miró fijamente. Con gesto torvo, volvió a chasquear los
dedos. Esta vez el cristal y el vino cumplieron sus deseos, eliminando hasta
el más mínimo indicio de mancha. Pero lo hicieron con cierta lentitud,
tardando mucho más de lo que esperaba el maestro de la Guardia Lunar.

El viejo elfo de la noche volvió a su pergamino e intento una vez más


concentrarse en el acontecimiento que se avecinaba, pero su mirada volvía
constantemente a la botella y su contenido. Volvió a señalar la botella... pero
entonces, con el ceño fruncido, apartó el dedo y giró el sofá para darle la
espalda a la causa de su molestia.

********

En los márgenes de todos los asentamientos importantes había centinelas


armados que patrullaban y protegían a los elfos de la noche de cualquier
posible enemigo. Lord Cresta Cuervo y los que eran como él vigilaban
Richard A. Knaak

permanentemente las zonas que se encontraban más allá de las fronteras del
reino, en la creencia de que los enanos y otras razas codiciaban
constantemente el rico mundo de los elfos de la noches. No miraban al
interior, ya que, ¿quién de su raza podía representar una amenaza? A pesar
de todo, permitían que cada asentamiento mantuviera fuerzas de seguridad
sencillamente para tranquilina la ciudadanía en general.

En Galhara, una ciudad a cierta distancia del Pozo, al otro lado de Zin-Ashari,
los hechiceros comenzaron el ritual nocturno de realinear los cristales
esmeraldas que marcaban sus límites. Los cristales actuaban, entre otras
cosas, como defensa contra ataques mágicos. Nunca se habían utilizado que
recordara nadie, pero su presencia daba una gran seguridad a la gente.

A pesar de que habla centenares, no era demasiado problemático el


disponerlos. Todos extraían su poder directamente del Pozo de la Eternidad
y los hechiceros sólo tenían que usar las estrellas para ajustar los flujos
energéticos que iban de uno a otro. En realidad esto solo requería darle una
vuelta al cristal sobre el poste de obsidiana en el que estaba situado. Así, los
hechiceros locales eran capaces de orientar varios en el espacio de solo unos
pocos minutos.

Pero con más de la mitad ya realineados, los cristales empezaron a perder


brillo, incluso se oscurecieron por completo. Los hechiceros de Galhara.
Aunque no eran tan poderosos como la Guardia Lunar, conocían su trabajo
lo bastante bien para comprender que lo que estaba pasando no debería ser
así Empezaron a comprobar y a volver a comprobar el dispositivo, pero no
encontraron ningún fallo.

— No logran extraer energía del Pozo —dijo finalmente un hechicero, más


joven—, ¡Algo ha intentado aislarlos de su poder!
El Pozo de la Eternidad

Pero aún no había acabado de decirlo cuando los cristales reanudaron su


actividad normal. Sus colegas mayores lo miraron divertidos, tratando de
recordar si, cuando ellos eran novatos como él, habían hecho afirmaciones
tan estrambóticas.

Y la vida de los elfos de la noche siguió.

*******

— ¡Ha fracassado! —rugió Hakkar. Casi azotó al Altonato más próximo,


pero apartó su feroz látigo en el último momento. Miró a lord Xavius con
unos ojos mortalmente oscuros—. Hemos fracasado.

Las bestias infernales que había a los lados del cazador se hicieron eco de la
furia de su amo con siniestros gruñidos.

Xavius no estaba menos decepcionado. Miraba el trabajo que los Altonatos y


Hakkar habían hecho y veía horas de futilidad y sin embargo tanto el cazador
como él habían visto el mérito de la sugerencia de la Reina.

Sencillamente no tenían ni el conocimiento ni el poder suficiente para hacerlo


funcionar.

Que los esfuerzos de los Altonatos hubieran permitido que una veintena de
guardias siniestros se unieran a los que ya estaban en el plano mortal no hizo
nada para calmarlos. Esa cantidad no era más que un lento goteo y no servía
para allanar el camino para el advenimiento del Grandioso.

— ¿Qué podemos hacer? —preguntó el elfo de la noche.


Richard A. Knaak

Por primera vez leyó incertidumbre en el sobrenatural rostro del cazador. El


enorme guerrero volvió sus malignos ojos hacia el portal que otros Altonatos
seguían intentando reforzar y agrandar.

— Debemoss preguntarle.

El consejero tragó saliva, pero antes de que su monstruoso camarada pudiera


dar el paso, lord Xavius se obligó a avanzar y se postró ante el portal. No
escurriría el bulto, no ante su dios.

Y antes siquiera de que su rodilla tocara la piedra, Xavius oyó una voz en su
cabeza:

¿Se ha fortalecido el portal?


— No, Grandioso. El trabajo en ese sentido no ha progresado como
esperábamos.

Por espacio de apenas un instante, lo que casi pareció una furia enloquecida
amenazó con abrumar al elfo de la noche..., pero entonces la sensación pasó.
Seguro de que lo había imaginado, Xavius esperó las siguientes palabras del
dios.

Quieres algo... Habla.

Lord Xavius explicó la idea de aislar el poder del Pozo y reservarlo sólo para
el palacio y, cómo no lo habían conseguido. Mantuvo la cabeza baja,
humillado ante el poder que hacía que el poderío combinado de todos los
elfos de la noche no pareciera más terrible que el de un insecto.

Ya lo he pensado, respondió finalmente el dios. Aquel a quien envié primero


ha fallado en su deber...
El Pozo de la Eternidad

Tras Xavius, el cazador dejó escapar un ruidito que bordeaba la


desesperación.
Se te enviará a otro. Debes asegurarte de que el portal esté listo para el...
— ¿Otro, mi señor?
Ahora enviaré a uno de mis... a uno de los comandantes de mi hueste. Él se
encargará de que suceda lo necesario… y rápido.

La voz desapareció de la cabeza de Xavius. Este se tambaleó por un


momento, ya que la partida le resultó tan aturdidora como si le hubieran
cortado un brazo. Otro de los Altonatos lo ayudó a levantarse.

Xavius miró a Hakkar, que no parecía nada contento a pesar de lo que el


consejero consideraba la mejor de las noticias.

— ¡Nos envía a uno de sus comandantes! ¿Sabes cuál?

El cazador empezó a enrollar nerviosamente el látigo. A su lado, las dos


bestias infernales se encogieron.

— Sí, sé cuál, señor de los elfos de la noche.


— ¡Debemos prepararnos! ¡Vendrá de inmediato!

A pesar de lo que le preocupaba, Hakkar se unió a Xavius cuando este se


incorporó a los Altonatos que realizaban el ritual. La pareja sumó sus
conocimientos y su habilidad para amplificar lo mejor que podía el armazón
de energía que mantenía abierto el portal.

La esfera ardiente se hinchó, y chispas de energías multicolores brotaron


constantes de ella. Palpitaba, casi respiraba. El portal se estiró, y un salvaje
rugido acompañó el cambio físico.
Richard A. Knaak

El sudor ya corría por el rostro y el cuerpo Xavius, pero no le importaba. La


gloria de lo que intentaba le daba fuerzas. Se lanzó al conjuro incluso con
más ganas que el cazador, para hacer que no solo resistiera sino que se
expandiera cuanto fuera necesario.

Y mientras crecía hasta tocar el techo, del portal salió repentinamente una
figura enorme y oscura, a la vez tan maravillosa y terrible que Xavius a duras
penas pudo evitar gritar de agradecimiento al Grandioso. Allí estaba uno de
los comandantes celestiales, una figura ante la cuál Hakkar parecía tan
indigno como Xavius se había sentido al lado del cazador.

— ¡Que Elune nos guarde! —gimió uno de los otros hechiceros. Se apartó
casi destruyendo el valioso portal en el proceso, Xavius apenas pudo hacerse
con el control, y con un poderoso esfuerzo lo mantuvo en su sitio hasta que
los demás se recuperaron. Una enorme mano con cuatro dedos, lo bastante
grande como para abarcar la cabeza del consejero; se extendió hacia delante,
señalando con un dedo rematado en una garra al hechicero descuidado. Una
voz que era a la vez el rugido de las olas al romper y el ominoso tronar de un
volcán en erupción emitió una sola e irreconocible palabra.

El elfo de la noche que se había alejado trastabillando gritó cuando su cuerpo


se retorció como un trapo que estuvieran exprimiendo. Una grotesca
procesión de crujidos se unió al grito, que empezó a perder fuerza. La
mayoría de los Altonatos apartó la mirada y las bestias infernales de Hakkar
gimotearon.

La macabra vista estalló en llamas negras, envolviendo lo que quedaba del


desafortunado hechicero. Las llamas lo devoraron como una manada de lobos
hambrientos, consumiendo a la víctima hasta que, segundos después, una
pequeña pila de cenizas en el suelo era lo único que quedaba de él.

— No habrá más fracasos —afirmó la tonante voz.


El Pozo de la Eternidad

Si el cazador y la guardia siniestra no habían asombrado lo suficiente a lord


Xavius, seguramente solo el dios podría impresionar al consejero más que
este recién llegado. La terrible figura avanzaba sobre cuatro gruesas patas
musculosas que recordaban a las de un dragón, excepto porque acababan en
grandes pies con tres enormes dedos rematados en garras. Una magnífica cola
cubierta de escamas barría el suelo de un lado a otro, un movimiento que muy
probablemente era señal de la impaciencia del ser celestial. Desde su cabeza
hasta la punta de la cola, se derramaba por su espalda una melena de puras
llamas verdes. De su espalda también salían unas enormes alas coriáceas,
pero incluso a pesar de su envergadura, Xavius se preguntaba si podrían
levantar una forma tan gigantesca y poderosa.

Su piel, donde no estaba cubierta por la armadura negra, era de un verde


grisáceo oscuro. Era el doble de ancho que Hakkar y mediría algo más de
cinco metros de altura, si el concejero no se equivocaba. Los inmensos
colmillos retorcidos que salían de su mandíbula superior casi arañaban el
suelo, y el resto de los dientes, parecidos a puñales, medían lo mismo que la
mano del elfo de la noche.

Con unos ojos ardientes que miraban desde debajo de un ceño prominente,
observó al señor consejero... y especialmente al cazador.

— Lo has decepcionado... —fue lo único que declaró el alado comandante.


— Yo... —Hakkar se detuvo en su protesta y bajó la cabeza—. No tengo
excusa, Mannoroth.

Mannoroth inclinó la cabeza levemente y miró al cazador como si estuviera


examinando un trozo de basura encontrado en el plato del almuerzo.

— No. No la tienes.
Richard A. Knaak

La bestia infernal que había a la derecha de Hakkar gimoteo de forma


repentina. Unas llamas negras iguales a las que habían eliminado al hechicero
negligente envolvieron al asustado sabueso. Este rodó desesperadamente por
el suelo, intentando sofocar unas llamas que se negaban a apagarse. El fuego
se propagó por él y lo consumió. ,

Y cuando solo un hilillo de humo marco el punto donde había estado la bestia
infernal, Mannoroth volvió a dirigirse al cazador.

— No habrá más fallos.

El miedo inundó a Xavius, pero un miedo maravilloso y glorioso. Allí estaba


el poder encarnado, un ser que se sentaba a la diestra del Grandioso. Allí
había alguien que sabría tornar la derrota en victoria.

La mirada oscura se posó sobre él. Mannoroth sorbió con su roma nariz… y
luego asintió.
— El Grandioso aprueba tus esfuerzos, señor de los elfos de la noche.

¡Lo habían bendecido! Xavius se postró aún más.

— ¡Doy gracias!
— Seguiremos el plan. Aislaremos la fuente de poder del resto del reino.
Entonces la hueste podrá llegar con más presteza.
— ¿Y el Grandioso? ¿Vendrá entonces?

Mannoroth le dedico una amplia sonrisa, una con la que podría haberse
tragado al consejero de una pieza.

— ¡Oh, sí, señor de los elfos de la noche! Sargeras desea estar aquí cuando
comience la purificación del mundo. Lo desea muchísimo...
El Pozo de la Eternidad

*******

La hierba llenaba la boca y la nariz de Rhonin.

Al menos suponía que era hierba. Sabía a hierba, aunque no tenía demasiada
experiencia con dicho plato. El olor le recordaba a campos vírgenes y a
tiempos más tranquilos... Tiempos con Vereesa.

Se incorporó con esfuerzo. Había caído la noche y, aunque la luna brillaba


bastante, revelaba poco más aparte del hecho de que se encontraba en una
zona de bosque disperso. Rhonin escuchó, pero no logró oír sonidos de la
civilización.

El terror repentino de haber sido catapultado a otra era más lo abrumó


brevemente, pero entonces el mago se acordó de lo que acababa de pasar.
Había llegado allí como consecuencia de su propio conjuro, de un intento
desesperado de escapar del demonio que le estaba absorbiendo la magia, y la
vida, en el proceso.

Pero si estaba en el mismo tiempo… ¿dónde había aterrizado? El entorno no


le daba pista alguna. Podía estar a pocos kilómetros de distancia o en el otro
extremo del mundo.

Y si era esto último, ¿podría volver a Kalimdor? Esperaba que Krasus


siguiera vivo en alguna parte, ya que estaba convencido de que solo podría
volver a casa con la ayuda de su antiguo mentor.

Rhonin se puso en pie a duras penas e intentó decir en qué dirección


emprender el camino. Por lo menos tenía que descubrir de algún modo dónde
se encontraba.
Richard A. Knaak

Un ruido en el bosque tras él hizo que el humano girara sobre sus talones.
Levantó las manos y preparó un conjuro.

Una figura enorme emergió.

— ¡Sin problemas, mago! ¡Solo soy Brox!

Rhonin bajó las manos con cuidado. El enorme orco avanzó con pesadez,
todavía empuñando el hacha que le habían fabricado Malfurion y el semidiós.

Al acordarse del elfo de la noche, Rhonin miró a su alrededor.

— ¿Estás solo?
— Lo estaba hasta que te vi. Haces mucho ruido, humano. Te mueves como
un niño borracho.

El mago ignoró el comentario y miró detrás del orco.

— Pensaba en Malfurion. Él también estaba cerca cuando lancé el hechizo.


Si tú fuiste arrastrado, puede que él también.
— Puede. —Brox se rascó la fea cabeza—. No he visto ningún elfo de la
noche. Tampoco ninguna bestia infernal.

El humano se estremeció. Tenía la esperanza de no haber incluido al demonio


en su escapatoria.

— ¿Alguna idea de dónde estamos?


— En un bosque.

Rhonin casi le soltó una barbaridad por la inutilidad de la respuesta, pero se


dio cuenta de que él no podría haberlo hecho mejor.
El Pozo de la Eternidad

— Yo planeaba ir por allí —dijo señalando hacia lo que él creía que era el
este—. ¿Alguna idea mejor?
— Podríamos esperar a que saliera el sol. Veríamos mejor y, a los elfos de la
noche no les gusta la luz.

Aunque aquello tenía sentido, Rhonin no se sentía cómodo esperando el


amanecer y se lo dijo a su compañero. Brox lo sorprendió al asentir.

— Mejor que exploremos, mago. —se encogió de hombros—. Tu dirección


es tan buena como cualquier otra.

Cuando ya empezaban a andar, a Rhonin se le ocurrió una pregunta:

— ¿Cómo has llegado hasta aquí, Brox? No a este sitio concreto eso ya lo sé.
¿Cómo has llegado a este reino?

Al principio, el orco mantuvo la boca cerrada, pero finalmente se lo contó.


Rhonin escuchó el relato, conteniendo las emociones. El veterano y su
malogrado compañero habían ido justo detrás de Krasus y él, y al igual que
ellos habían sido atrapados por la anomalía.

— ¿Comprendes lo que se nos tragó?

Brox se encogió de hombros.

— El conjuro de algún mago. Uno malo. Nos mandó lejos de casa.


— Más de lo que crees. —Rhonin decidió que Brox tenía derecho a saber la
verdad a pesar de lo que pensara Krasus, y le contó lo que había pasado.

Para sorpresa del mago, Brox aceptó la historia sin rechistar. Solo cuando
Rhonin pensó acerca de la historia del pueblo orco se dio cuenta del porqué.
Los orcos ya habían atravesado el tiempo y el espacio para llegar a aquel
Richard A. Knaak

mundo desde otro. Que un conjuro lanzara a uno de ellos al pasado no era
algo tan diferente.

— ¿Podemos volver, humano?


— No lo sé.
— Lo has visto. Los demonios están aquí. La Legión está aquí.
— Esta es la primera vez que intentaron invadir nuestro mundo. La mayoría
de la gente de fuera de Dalaran ya ni se acuerda de la historia.

Brox aferró el hacha con más fuerza.

— Nos enfrentaremos a ellos…


— No. No podemos.

Rhonin explicó el razonamiento de Krasus.

Pero aunque Brox había aceptado enseguida todo lo demás, puso el límite en
lo que respectaba a dejar en paz el pasado. Al orco el asunto le parecía muy
sencillo: allí había un enemigo muy peligroso y repugnante que masacraría
todo lo que encontrara a su paso. Solo un cobarde o un tonto dejarían que
algo así sucediera, y Brox lo dijo más de una vez.

— Si interferimos, podemos cambiar la historia —insistió el mago, aunque


en lo más profundo de su corazón, quería estar de acuerdo con el orco.
— Tú has luchado —gruñó Brox. Aquella sencilla frase echó por tierra el
único argumento de Rhonin. El mago ya había luchado, y al hacerlo había
hecho una elección.

¿Pero había sido la correcta? Ya había alterado el pasado. ¿Hasta qué punto?

Continuaron en silencio, Rhonin enfrentándose a sus demonios interiores y


Brox ojo avizor en busca de los demonios físicos. No veían por ninguna parte
El Pozo de la Eternidad

indicio alguno de donde podían haber acabado. En un momento dado,


Rhonin, pensó en concentrarse en el claro e intentar volver a transportarse
allí con el orco. Entonces recordó la bestia infernal y lo que casi le había
hecho.

La arboleda se fue haciendo cada vez más densa hasta convertirse en un


poblado bosque. Rhonin maldijo en silencio, ya que la dirección que había
escogida le pareció ahora la equivocada. Brox no dio indicaciones de su
opinión, limitándose a abrir camino a hachazos cuando el paso se hacía
imposible. El arma lo cortaba todo con tal facilidad que el mago esperó que
su compañero no lo alcanzara a él accidentalmente. Ni siquiera el hueso
detendría la hoja.

La luna se desvaneció cuando el denso follaje de los árboles circundantes


ocultó el cielo por completo. El camino se volvió impracticable. Tras algunos
minutos de intentar abrirse paso infructuosamente la pareja decidió dar la
vuelta. El orco siguió sin decir nada acerca la elección de Rhonin.

Pero cuando descubrieron que el camino que habían seguido se había


desvanecido por completo.

Donde una vez había estado el sendero había unos árboles enormes y, un
denso sotobosque evidenciaba aún más que aquella no era la dirección
correcta. Pero tanto el orco como el humano observaron los árboles con
desconfianza.

— Vinimos por aquí. Sé que lo hicimos.


— Sí. —Brox levantó el hacha y fue hacia los misteriosos arboles—. Y
volveremos por el mismo camino.

Pero cuando blandió el hacha, unas manos en forma de rama cogieron el arma
por los costados de la hoja y tiraron de ella hacia arriba.
Richard A. Knaak

Al negarse a soltarla, Brox quedo colgado por el mango. Movió las piernas
en un intento por usar su peso para liberar el arma.

Rhonin corrió a su lado. Tiró sin éxito de los pies del orco. Miró los largos
dedos inhumanos y empezó a murmurar un hechizo.

Algo lo golpeó por detrás. El mago salió impulsado hacia delante, y se habría
dado contra el árbol que tenía enfrente de no ser porque este se apartó en el
último momento.

La inercia hizo que Rhonin cayera a tierra. Pero en vez de dar contra el duro
suelo o contra alguna de las retorcidas raíces que los rodeaban, se desplomó
sobre algo más blando.

Un cuerpo.

Rhonin gimió al suponer que había dado con el cuerpo de una víctima anterior
de los siniestros árboles. Pero mientras se levantaba, un rayo de luz de luna
que de algún modo había penetrado las densas copas de los árboles le
permitió ver el rostro.

Malfurion.

Repentinamente, el elfo de la noche gimió. Abrió los ojos y vio al mago.

— Tú…

A cierta distancia, Brox gritó algo. Tanto el elfo de la noche como el humano
miraron al momento, Rhonin levantó la mano para preparar un ataque, pero
Malfurion lo sorprendió al agarrarlo por la muñeca.
El Pozo de la Eternidad

— ¡No! —La figura de piel oscura se incorporó y examinó rápidamente los


árboles. Asintió para sí mismo—. ¡Brox! —gritó—. ¡No luches contra ellos,
no quieren hacernos daño!
— ¿No quieren hacernos daño? ¡Quieren mi hacha!
— ¡Tienes que hacer lo que yo te diga! ¡Son protectores!

El guerrero emitió un gruñido de reticencia. Rhonin miró a Malfurion en


busca de una explicación, pero no recibió ninguna. En vez de eso, el elfo de
la noche soltó la muñeca del mago y se puso en pie. Seguido de Rhonin,
Malfurion se encaminó a la zona de donde combatía Brox.

Encontraron al orco rodeado por árboles de aspecto ominoso. De lo alto


colgaba un cúmulo de ramas en el que estaba enredada el hacha. El guerrero
jadeaba por el esfuerzo, y tenía el cuerpo en tensión. Miró a sus compañeros,
al arma y de nuevo a sus compañeros, aún inseguro sobre si subir a buscarla.

— He reconocido tu voz —gruñó—. Más vale que tengas razón.


— La tengo.

Mientras el mago y el guerrero observaban, Malfurion fue hasta el árbol más


alto y empezó a hablar.

— Doy gracias a los hermanos del bosque, los protectores de lo salvaje. Sé


que me han estado protegiendo hasta que me encontraran mis amigos. No
desean hacer daño alguno, es que no comprenden.

Las hojas de los árboles empezaron a susurrar al mecerse, aunque Rhonin no


sentía viento alguno.

El elfo de la noche asintió, y continuó.


Richard A. Knaak

— No los molestaremos más.

Más susurros de hojas… y las ramas que retenían el hacha de Brox se


separaron y el hacha cayó hacia la tierra.

El arma podía haber caído tranquilamente al suelo, pero el orco dio un paso
al frente de forma repentina, alargó una poderosa mano y agarró el mango
con habilidad. Pero en vez de blandir el hacha contra los árboles, se arrodilló
ante ellos y apoyó la hoja en el suelo.

— Pido perdón.

Las copas de los altísimos árboles volvieron a susurrar. Malfurion apoyó la


mano en uno de los anchos hombros del orco.

— Aceptan tus disculpas.


— ¿De verdad puedes hablar con ellos? —preguntó al fin Rhonin.
— Hasta cierto punto.
— Entonces pregúntales dónde estamos.
— Ya lo he hecho. No demasiado lejos de donde nos encontrábamos, pero sí
lo suficiente. De hecho, a la vez hemos tenido buena y mala suerte.
— ¿Cómo es eso?

El elfo de la noche sonrió con tristeza.

— Estamos a poca distancia de mi casa.

Aquello fue una buena noticia para el mago, aunque vio que no demasiado
para el elfo. Y tampoco le pareció bueno a Brox, que maldijo en su lengua.

— ¿Qué pasa? ¿Qué saben los dos?


El Pozo de la Eternidad

— Me capturaron cerca de aquí, mago —gruñó el fornido guerrero—. Muy


cerca.

Al recordar su propia captura, Rhonin comprendió porqué Brox estaba tan


molesto.

— Entonces saldremos de aquí. Esta vez sé a qué atenerme.

Malfurion levantó una mano en señal de protesta.

— Ya hemos tenido suerte una vez, pero aquí te arriesgas a que la Guardia
Lunar perciba tu conjuro. Y tienen la capacidad para usurparlo. De hecho,
puede que por lo menos hayan percibido el primero
— ¿Qué sugieres?
— Como estamos cerca de mi casa deberíamos hacer uso de ella. Hay otros
que podrían sernos de ayuda. Mi hermano y Tyrande.

Brox apoyó la sugerencia.

— La chamán... Ella ayudará. —su tono se ensombreció—. Tu gemelo... Sí.

Rhonin seguía preocupado por Krasus pero al no tener ni idea de cómo


localizar a su antiguo mentor, la idea del elfo de la noche era lo que tenía más
sentido. El trío partió encabezado por Malfurion. El camino a través del
bosque resultó sorprendentemente fácil, en comparación con el viaje que
habían padecido el humano y el orco. Parecía como si los accidentes del
terreno se apartaran del camino de Malfurion para facilitarle el viaje. Rhonin
sabía algo acerca de los druidas y por primera vez supo que Malfurion era
uno de ellos.

— El semidiós, Cenarius, ¿te ha enseñado a hablar con los árboles y lanzar


conjuros de ese tipo?
Richard A. Knaak

— Sí. Parece que soy el primero que los comprende realmente. Incluso mi
hermano prefiere el poder del Pozo a la senda de los bosques.

Ante la mención del Pozo, una sensación de ansia y nerviosismo tocó a


Rhonin. Combatió estas emociones. El Pozo que su compañero había
mencionado solo podía ser el Pozo de la Eternidad, la legendaria fuente de
poder. ¿Estaban tan cerca? ¿Era ese el motivo de que su magia se hubiera
amplificado?

Tal poder a su disposición, y con tanta facilidad.

— No estamos muy lejos —dijo Malfurion un poco después—. Reconozco


aquel anciano retorcido.

El «anciano» al que se refería era un viejo árbol retorcido que, a Rhonin al


menos, le parecía poco más que una silueta oscura. No obstante, otra cosa
llamó la atención del mago.

— ¿Eso que oigo es una corriente de agua?

El elfo de la noche parecía más animado.

— ¡Fluye muy cerca de mi casa! Unos minutos más y…

Pero antes de que pudiera acabar, el bosque se llenó de figuras ataviadas con
armaduras. Brox enseñó los dientes y aferró el hacha. Rhonin preparó un
conjuro, seguro de que aquellos eran los mismos malvados atacantes que lo
habían capturado junto a Krasus.

Por lo que respectaba a Malfurion, el elfo de la noche parecía completamente


perplejo ante la súbita aparición de estos atacantes. Empezó a levantar una
mano hacia ellos, pero vaciló.
El Pozo de la Eternidad

La duda de Malfurion hizo que Rhonin se detuviera a su vez. Aquello resultó


ser un error, ya que al instante siguiente un velo de energía roja cayó sobre
cada uno de ellos. Rhonin sintió que se le congelaban los músculos y le
fallaban las fuerzas. No podía moverse, no podía hacer otra cosa que mirar.

— ¡Buen trabajo muchacho! —afirmó una voz autoritaria—. Este es el


hombre bestia que buscábamos, y los otros son sin duda quienes le ayudaron
a escapar.

Alguien respondió, pero en voz demasiado baja para que Rhonin pudiera
distinguir las palabras. Una partida de jinetes, dos de los cuales llevaban
báculos brillantes de color esmeralda, entró en el círculo de soldados. A su
cabeza venía el elfo barbudo que seguramente estaba al mando. Junto a él...

Los ojos de Rhonin se abrieron de par en par, la única respuesta que podía
dar en las presentes condiciones. Apenas logró reflejar su asombro al
reconocer a la figura que iba junto al comandante.

La ropa era diferente y llevaba el pelo recogido en una coleta, pero no había
ninguna duda de que el rostro taciturno era un duplicado exacto del de
Malfurion.
Richard A. Knaak

CAPÍTULO DIECIOCHO
Mannoroth estaba complacido... y aquello complacía a lord Xavius.

— ¿Está bien, entonces? —preguntó el elfo de la noche al comandante


celestial. Mucho dependía de que todo saliera como estaba planeado.

Mannoroth asintió con su pesada y colmilluda cabeza. Estiró y recogió las


alas de pura satisfacción.

— Sí... muy bien. Sargeras estará satisfecho.

Sargeras. De nuevo el comandante celestial había vuelto a pronunciar el


verdadero nombre del Grandioso. Los ojos mágicos de Xavius refulgieron al
saborearlo. Sargeras.
El Pozo de la Eternidad

— Activaremos el portal en el mismo momento en que concluyamos el ritual.


Primero vendrá la hueste y luego, cuando todo esté preparado, mi señor en
persona.

Hakkar se acercó. El cazador, que se había vuelto bastante apático, hincó la


rodilla ante Mannoroth.

— Perdona esssta interrupción, pero uno de mis cazadores ha vuelto.


— ¿Solo uno?
— Essso parece.
— ¿Y qué has sacado de él? —Mannoroth se cernió sobre su camarada,
haciendo que el cazador pareciera más pequeño.
— Encontraron a dos con ese aroma ajeno pero del que habló el elfo de la
noche. ¡Y uno de su raza con ellosss! Pero en la caza también se cruzaron
con un ser poderoso… muy poderoso.

Por vez primera Mannoroth exhibió un leve indicio de preocupación. Xavius


tomo nota de la reacción y se preguntó qué podría preocupar a un ser tan
maravilloso.

— No…

Hakkar negó con la cabeza rápidamente.

— Creo que no. Quizá con algo de su poder. Quizá un guardián rezagado.

La pareja hablaba de algo importante, pero el consejero no sabía decir de qué


en concreto. Se arriesgó a interrumpir.

— ¿Hay alguna descripción de esta última criatura?


— Sí. —Hakkar levantó una mano con la palma hacia arriba.
Richard A. Knaak

Sobre la palma brotó a la vida una diminuta imagen. Se movía violentamente


y se desenfocaba a menudo, pero poco a poco reveló una imagen casi
completa del individuo en cuestión.

— Visssto a través de los ojos de una bessstia infernal. Una criatura astada
tan alta como un guardia siniestro.

Lord Xavius frunció el ceño.

— La leyenda es cierta entonces... El señor del bosque es real.


— ¿Conoces a esta criatura? —preguntó imperiosamente Mannoroth.
— Las antiguas leyendas hablan del señor del bosque, el semidiós Cenarius.
Se dice que es hijo de la madre luna...
— Entonces nada más. —La boca colmilluda se curvó en una siniestra
sonrisa—. Nos encargaremos de él. Muestra a los demás —le ordenó a
Hakkar.

El cazador obedeció rápidamente y reveló a un brutal guerrero de piel verde,


un joven elfo de la noche y una extraña figura con pelo rojo como el fuego y
vestida con una túnica con capucha.

— Curioso trío. —comentó Xavius.

Mannoroth asintió.

— El guerrero parece prometedor... Me gustaría ver a más de su calase,


comprobar su potencial.
— ¿Esa bestia? ¡No! ¡Es más grotesco que un enano!

La figura alada no discutió, y recordó al tercero del trío.


El Pozo de la Eternidad

— Una criatura enclenque, pero con ojos perspicaces. Una criatura de magia,
según creo. Casi como un elfo de la noche… —cortó una nueva protesta de
lord Xavius— pero no.

Las imágenes de Hakkar fueron disipadas y los enormes miembros


reptilianos de Mannoroth maniobraron por la habitación mientras este
reflexionaba sobre lo visto.

— Podríamos mandar más bessstias infernales para encontrarlosss —sugirió


el cazador.
— Pero respaldadas por guardias siniestros. Esta vez el objetivo será la
captura.
— ¿Captura? —repitieron al unísono el consejero y el cazador.

Los profundos ojos se entornaron aún más.

— Deben ser estudiados, hay que evaluar sus debilidades y sus fuerzas por si
acaso hubiera más.
— ¿Podemos disssponer de los guardias siniestros?
— Pronto habrá muchos, muchos más. Señor elfo de la noche, ¿están
preparados sus Altonatos?

Xavius estudió a los hechiceros e inclinó la cabeza.

— Están listos para hacer lo necesario para ver los gloriosos frutos de nuestro
sueño, la purificación del mundo de todo lo que es…
— El mundo será purificado, señor elfo de la noche, no lo dude. —Mannoroth
miró a Hakkar—. Dejo la caza en tus manos cazador. No vuelvas a fallar.

Hakkar retrocedió haciendo una reverencia.


Richard A. Knaak

— Y ahora, señor elfo de la noche. —continuó el enorme ser a la vez que


miraba el sitio donde se iba a completar el ritual—, comencemos a moldear
el futuro de su pueblo. —las alas de Mannoroth se flexionaron como al
parecer hacían siempre que pensaba en algo que le resultaba agradable—. Un
futuro que, le prometo, posiblemente no puedan ni imaginar…

*******

Alamuerte planeaba sobre el paisaje, exhalando fuego sobre todo Llegaban


chillidos de todas direcciones alrededor de Krasus pero este no lograba
encontrar a ninguno de los que suplicaban su ayuda. Atrapado en su diminuta
forma mortal, correteaba por la tierra en llamas como un ratón de campo,
intentando evitar quedar atrapado mientras trataba en vano de ayudar a los
moribundos.

Súbitamente, una oscura sombra cubrió la zona por la que corría, y una voz
atronadora se burló de él.

— ¡Vaya, vaya! ¿Qué delicioso bocado es este?

Unas enormes garras el doble de grandes que el mago dragón rodearon a


Krasus y lo atraparon. Lo arrastraron al cielo sin esfuerzo alguno... y lo
acercaron hasta el malévolo rostro de Alamuerte.

— ¡Vaya, si no es más que un trozo de carne de dragón viejo! ¡Has pasado


demasiado tiempo entre las razas inferiores, Korialstrasz! ¡Te has contagiado
de su debilidad!

Krasus trató de lanzar un hechizo, pero de su boca no salieron palabras, sino


diminutos murciélagos. Alamuerte tragó aire, atrayendo despiadadamente a
los murciélagos hacia sus calientes fauces abiertas.
El Pozo de la Eternidad

El titán negro tragó.

— No especialmente deliciosos. Dudo que tú seas mejor, pero vas a acabar


desperdiciado, así que será mejor que acabe contigo. —Levantó la figura que
pataleaba hasta su boca abierta—. ¡De todos modos, ya no le sirves de nada
a nadie!

Las garras soltaron a Krasus, pero mientras caía en la boca de Alamuerte, las
cosas cambiaron. Alamuerte y el paisaje en llamas desaparecieron. Krasus se
encontró flotando de repente en medio de una horrenda tormenta de arena,
dando vueltas y más vueltas impulsado por unas turbulencias cada vez
mayores.

En medio de la tormenta se formó una cabeza de dragón. Al principio Krasus


pensó que la bestia no lo había seguido, decidida a que no se le escapara el
aperitivo. Entonces apareció otra cabeza idéntica a la primera, seguida de otra
y otra más hasta que una horda lleno el campo visual de Krasus.

— Korialstraaaasz... —gemían simultáneamente una y otra vez—.


Korialstraaaasz.

A Krasus se le ocurrió que las cabezas tenían una forma diferente a la de


Alamuerte, y que estaban formadas de la misma tormenta.

¿Nozdormu?
— Est... estamos repartidos por todo —logró decir el Eterno—. Lo… vemos
todo.

Krasus esperó, sabedor de que Nozdormu hablaba según le permitían sus


fuerzas.

— ¡Todos los finales conducen a la nada! ¡Todos los finales...!


Richard A. Knaak

¿Nada? ¿A qué se referiría? ¿Querría decir que lo que el mago se temía había
llegado a pasar, que el futuro había sido erradicado?

— ... excepto uno.

¡Uno! Krasus se agarró al leve rayo de esperanza.

— ¡Dime! ¿Qué camino? ¿Qué hago?

En respuesta, las cabezas de dragón cambiaron. Los hocicos se retrajeron y


las cabezas se alargaron, volviéndose más humanas. ¡No! Humanas no,
élficas...

¿Un elfo de la noche?

¿Se trataba de alguien a quien temer o a quien buscar? Trató de peguntarle a


Nozdormu, pero en ese momento la tormenta arreció, enloqueció. Los vientos
destrozaron las caras, dispersando los granos de arena en todas direcciones.
Krasus intentó protegerse el cuerpo, ya que la arena se le clavó en la carne
incluso a pesar de la ropa.

Gritó.

Se incorporó un momento más tarde, con la boca todavía abierta en un grito


silencioso.

— Vuelve a estar con nosotros mi Reina.

La mente de Krasus volvió gradualmente a la realidad. La pesadilla con


Alamuerte y la subsiguiente visión de Nozdormu seguían alterando sus
pensamientos, pero al menos fue lo suficientemente capaz de concentrarse
El Pozo de la Eternidad

como para darse cuenta de que se encontraba en la cámara de los huevos,


donde Alexstrasza y él habían hablado la primera vez. La propia Reina de la
Vida lo miraba gravemente preocupada. A su derecha, su yo más joven
también lo observaba con preocupación.

— ¿Ha pasado ya el conjuro? —preguntó en voz baja Alexstrasza.

Esta vez estaba decidido a informarle sin importar las consecuencias. Las
terribles palabras de Nozdormu indicaban que el camino al futuro se había
cerrado prácticamente. ¿Qué problema había entonces en hablarle de la
locura de Neltharion y el horror que provocaría el dragón negro?

Pero una vez más, cuando Krasus trató de hablar del monstruo, el vértigo casi
le hizo sucumbir. A duras penas logró mantenerse consciente.

— Demasiado pronto —le advirtió Alexstrasza—. Necesitas descansar más.

Necesitaba mucho más que eso. Necesitaba que eliminaran el siniestro y sutil
conjuro con el que le había hechizado el Guardián de la Tierra, pero
claramente ninguno de los Aspectos había reconocido que su estado estaba
provocado por la hechicería. En todas sus encarnaciones, Alamuerte siempre
había sido el más astuto de todos los males.

Incapaz de hacer nada acerca del dragón negro, la mente de Krasus derivó
hasta el elfo de la noche cuyos rasgos había tratado de mostrarle Nozdormu.
Recordaba a los que los habían atacado a Rhonin y a él, pero ninguno tenía
el más mínimo parecido con esa nueva figura.

— ¿A qué distancia estamos de la tierra de los elfos de la noche? —preguntó


Krasus… y se llevó la mano a la boca, sorprendido al darse cuenta de que las
palabras habían salido sin problema. Aparentemente, el trabajito de
Richard A. Knaak

Neltharion sólo afectaba al Aspecto en sí mismo, no a los demás asuntos


importantes.
— Podemos llevarte allí de inmediato —contestó su compañera— ¿Pero qué
hay del asunto del que me hablaste?
— Esto... esto sigue concerniéndolo, pero he cambiado mi curso de acción.
Creo... creo que el Eterno acaba de contactar conmigo para intentar decirme
algo.

Su yo más joven creyó que aquello era demasiado.

— ¡Sufres pesadillas, alucinaciones! Te hemos oído gemir varias veces. Es


dudoso que el Aspecto del Tiempo intentara contactar contigo. Con
Alexstrasza quizá, pero contigo no.
— No—lo corrigió la Reina Roja—. Creo que puede estar en lo cierto,
Korialstrasz. Si dice que Nozdormu ha tocado sus pensamientos, sospecho
que está en lo cierto.
— Me inclino ante tu sabiduría, mi amor.
— Debo ir con los elfos de la noche —insistió Krasus. Con Korialstrasz cerca
y sin intenciones de mencionar la duplicidad de Neltharion, su estado había
mejorado bastante—. Busco a uno de ellos. Espero no llegar demasiado tarde.

La enorme hembra inclinó la cabeza a un lado y miró a Krasus a los ojos.

— ¿Sigue siendo cierto lo que me dijiste antes? ¿Todo?


— Lo es... pero me temo que hay mucho más. Los dragones, todos los
dragones, serán necesarios para una lucha.
— Pero con Nozdormu ausente no podremos llegar al consenso. ¡Los demás
no accederán a nada!
— ¡Debes convencerlos para que vayan en contra de la tradición! —Se obligó
a ponerse en pie—. ¡Puede que sean lo único que haya entre este mundo y la
aniquilación!
El Pozo de la Eternidad

Y con eso, le contó todo lo que recordaba del horror de la de la Legión


Ardiente.

Escucharon sus relatos de sangre, de muerte, de maldad sin alma.


Los dos dragones incluso comenzaron a temblar cuando los regaló con las
atrocidades. Cuando acabó, Krasus había dicho más de lo suficiente para que
pudieran ver el porqué de su miedo.

Pero incluso entonces, Alexstrasza dijo:

— Puede que ni con eso se decidan. Nosotros observamos el mundo, pero


dejamos su progreso en manos de las razas más jóvenes. Incluso Neltharion,
que es el protector de la propia tierra, lo prefiere así.

Deseaba tantísimo hablarle de Neltharion... Pero solo pensarlo hacía que la


cabeza le diera vueltas.

— Sé que harás lo que puedas —dijo Krasus con una reticente inclinación de
cabeza.
— Y tú tienes que hacer lo que debes. Ve con los elfos de la noche y busca
tus respuestas, si crees que van a ser de ayuda en esta situación. —Levantó
la vista hacia su consorte y reflexionó por unos instantes—. Te pido que
vayas con él, Korialstrasz. ¿Lo harías?

El macho inclinó la cabeza respetuosamente.

— Si lo pides, estoy gustoso de obedecerte.


— También te pido que hagas lo que te diga, consorte mío. Confía en mí
cuando te digo que posee una sabiduría que te será de mucha valía.

Por su rostro reptiliano no quedó muy claro si Korialstrasz se había creído o


no esto último, pero también asintió ante eso.
Richard A. Knaak

— La noche ha caído —le informó Alexstrasza a Krasus—. ¿Esperarás a la


luz?

El mago dragón negó con la cabeza.

— Tal y como están las cosas, ya he esperado demasiado.

*******

El primer portador del apellido Cresta Cuervo había contemplado la enorme


formación granítica encima de la alta y traicionera montaña. Le había
comentado a su acompañante que aquella forma parecía una pieza de ajedrez,
un alfil de color negro. Los enormes pájaros negros que volaban en círculos
a su alrededor e incluso anidaban en ella hicieron que se consideraba un sitio
especial, un sitio de poder.

Durante más de una generación —y las generaciones elfos de la noche eran


más largas que las de la mayoría de las razas—, los sirvientes del linaje de
Cresta Cuervo habían excavado de forma continuada la plaza fuerte del clan,
construyendo gradualmente a partir de la roca maciza una fortaleza como
nunca se había visto entre su especie. El Bastión del Cuervo Negro, como se
hizo rápidamente conocida, era un lugar ominoso y carente de color que fue
extendiendo su influencia sobre gran parte del reino de los elfos de la noche,
hasta quedar solo por debajo del palacio. Cuando brotó el conflicto entre elfos
y enanos, fue el poder del Bastión del Cuervo Negro lo que rompió el
equilibrio. Los del clan Cresta Cuervo ganaron el favor del trono y la sangre
de ambos se entremezcló. Si los Altonatos que servían a Azshara sentían
celos de cualquiera de su raza, tenía que ser del linaje de la fortaleza de
azabache.
El Pozo de la Eternidad

Habían excavado ventanas en los pisos superiores del astillo, pero el único
medio de entrada eran las puertas dobles fierro que estaban, no en la parte
baja de la estructura, sino en la base de la colina. Las sólidas puertas estaban
se selladas y bien defendidas. Solo un tonto hubiera intentado entrar por allí
sin permiso.

Pero para el actual lord Cresta Cuervo, aquellas puertas se abrieron al


momento. También se abrieron para sus tres prisioneros, uno de los cuales
conocía las historias que se contaban del Bastión del Cuervo Negro y se
preocupó bastante.

Malfurion nunca había pensado que entraría en la fortaleza oscura,


especialmente en aquellas circunstancias. Peor aún, nunca podía haberse
imaginado que su hermano gemelo sería la principal razón de que lo hiciera.
En el transcurso de su viaje había descubierto que había sido Illidan, asociado
de algún modo con lord Cresta Cuervo, quien había detectado el conjuro de
Rhonin. Con la ayuda del hermano de Malfurion, el comandante elfo de la
noche había salido con un contingente decidido a capturar esta vez a los
invasores.

Le había complacido ver a Brox… y le había extrañado ver al gemelo de


Illidan.

Lord Cresta Cuervo examino sus capturas en una cámara iluminada por
refulgentes esmeraldas situadas en las cinco equinas del techo. La silla estaba
situada en un estrado de piedra lo que permitía a lord Cresta Cuervo mirar
desde arriba al trío, aunque estuviera sentado.

Había soldados armados alineados a lo largo de las paredes de la cámara, y


otros rodeando a Malfurion y sus camaradas. El propio Cresta Cuervo estaba
flanqueado por sus lugartenientes, todos los cuales llevaban los yelmos en el
hueco del brazo. Illidan se encontraba a la diestra del noble.
Richard A. Knaak

También había presentes dos miembros de alto rango de la Guardia Lunar.


Eran un añadido tardío al proceso, ya que habían llegado al Bastión del
Cuervo Negro justo cuando lord Cresta Cuervo llegaba con los prisioneros a
las puertas. La Guardia Lunar también había detectado el conjuro de Rhonin,
pero sus espías les habían informado del grupo de lord Cresta Cuervo antes
de que hubieran tenido ocasión de mandar un equipo propio. Los hechiceros
no estaban demasiado complacidos por las acciones del aristócrata y la
presencia de Illidan, ya que a sus ojos era un hechicero no autorizado.

— De nuevo, mi señor Cresta Cuervo —empezó a decir el más delgado, el


mayor de los guardias lunares, un individuo pomposo llamado Latosius—.
He de solicitar que nos sean entregados estos extranjeros para interrogarlos
apropiadamente.
— Ya han tenido al hombre bestia y se les escapó. De todas formas, iba a
venir a mí. Esto solo acorta el procedimiento. —El aristócrata volvió a
observar al trío—. Aquí hay más de lo que parece a simple vista. Illidan, me
gustaría que me dijeras algo.

El hermano de Malfurion parecía un poco incómodo, pero respondió con


firmeza.

— Sí, mi señor. Es mi hermano.


— Eso es tan evidente como la noche y el día. — Estudió al gemelo
prisionero—. Sé algo de ti, muchacho, al igual que sé algo de tu hermano. Te
llamas Malfurion, ¿no?
— Sí, mi señor.
— ¿Rescataste a esta criatura?

El comandante se inclinó al frente.


El Pozo de la Eternidad

— ¿Y tienes un buen motivo para ello? ¿Alguno que excuse este acto
criminal?
— Dudo que me creyera, mi señor.
— Oh, puedo llegar a creer muchas cosas, jovencito —contestó
tranquilamente lord Cresta Cuervo mientras se atusaba la barba—,... si se
dicen con sinceridad. ¿Puedes hacerlo?
— Yo... —¿Qué otra elección le quedaba a Malfurion? Más pronto o más
tarde, por un método u otro, le arrancarían la verdad—. Lo intentaré.

Y así les habló de sus estudios junto a Cenarius, lo que inmediatamente hizo
levantarse cejas dubitativas. Explicó sus sueños recurrentes y cómo el
semidiós le había enseñado a viajar por el mundo del subconsciente.
Principalmente describo las desconcertantes fuerzas que le habían atraído, de
entre '^os los sitios, a Zin-Azshari y al palacio de la adorada Reina de los
elfos de la noche.

Lo escucharon mientras hablaba del Pozo y de la turbulencia que habían


provocado los hechiceros de palacio. Describió para Cresta Cuervo, los
guardias lunares y los demás, la imagen de la torre y de lo que había sentido
al adentrarse en ella.

Lo que no mencionó, en la suposición de que por su historia era evidente fue


su miedo de que la Reina Azshara aprobara todo aquello.

Cresta Cuervo no hizo ningún comentario acerca del y se limitó a mirar a los
guardias lunares.

— ¿Ha detectado su orden alguna perturbación de este tipo?

El hechicero de mayor edad fue quien respondió.


Richard A. Knaak

— El Pozo está más turbulento de lo habitual y podría deberse a un mal uso.


No hemos detectado ninguna actividad de este tipo en Zin-Azshari, pero una
ficción tan increíble como esta…
— Sí, es increíble. —El barbudo comandante miró a Illidan—. ¿Qué dices
acerca de tu hermano?
— Nunca ha sido dado a las alucinaciones, mi señor. —Illidan no miró a
Malfurion—. Pero si es verdad o no...
— Pues sí. Con todo, yo no descartaría que lord Xavius y los Altonatos
instigaran alguna maldad sin el conocimiento de la Reina. Actúan como si la
Reina fuera su preciada posición y nadie más tuviera derecho a ella.

Incluso los guardias lunares recibieron esto con gestos de asentimiento. La


arrogancia del señor consejero y de quienes rodeaban a Azshara en palacio
era bien conocida.

— Si se me permite... —intervino Latosius—. Una vez hayamos aclarado


este asunto, lo notificaré a las cabezas de nuestra orden. Ellos se encargarán
de poner bajo vigilancia a los Altonatos y sus actividades.
— Tengo gran interés en ello. Joven Malfurion, tu historia, suponiendo que
sea cierta en su mayor parte, explica parte de tus actos. ¿Pero qué tiene que
ver para explicar que hayas liberado a un prisionero de tu gente, un delito
muy grave?
— Quizá yo pueda responder mejor a eso —dijo repentinamente Rhonin.

Malfurion no estaba seguro de que fuera buena idea que hablara el extranjero.
Los elfos de la noches no eran muy tolerantes con las demás razas y, aunque
Rhonin tuviera un vago parecido con la especie, para lo que le iba servir podía
haber sido un trol.

Pero Cresta Cuervo parecía dispuesto a escuchar, aunque a poco más. Le hizo
un lánguido gesto con la mano.
El Pozo de la Eternidad

— En mi tierra— no muy lejos de la suya —explicó Rhonin señalando a Brox


con una inclinación de cabeza—, apareció una extraña anomalía mágica. Mi
gente me envió a mí, y la de Brox lo envió a él. Ambos la descubrimos por
separado y fuimos arrastrados involuntariamente hasta su interior. Él acabó
en un sitio y yo en otro.
— ¿Y que tiene que ver esto con el joven Malfurion?
— Él cree, igual que yo que la anomalía fue provocada por el ritual mágico
que ha dicho antes.
— Eso podría ser motivo de alarma —comentó con escepticismo el guardia
lunar de mayor rango—, pero la criatura de piel verde no parece ser alguien
a quien se pudiera enviar para investigar una creación de magia o hechicería
— Mi caudillo me ordenó ir —interrumpió Brox enseñando los dientes con
un gruñido desafiante—. Y fui.
— No puedo hablar en nombre de los orcos —respondió Rhonin—. Pero yo
sí que soy experto en su estudio.

Sus ojos, tan diferentes de los de los elfos de la noche, desafiaron a los
guardias lunares a contradecirle.

Ambos hechiceros asintieron tras una pausa. Malfurion se dio cuenta de que
no sabían con exactitud lo que era Rhonin, pero habían reconocido a alguien
versado en las artes. De hecho, muy posiblemente ese era el motivo de que
se le hubiera permitido hablar.

— Quizá es que me estoy haciendo viejo, pero me siento inclinado a creer


gran parte de esto, —esta admisión por parte de lord Cresta Cuervo atrajo
algunas miradas de sus oficiales e hizo que una oleada de alivio recorriera a
Malfurion. Si el comandante creía su historia.
— Nosotros seguimos sin decidirnos —declaró Latosius—. No podemos
aceptar esa información por las buenas. Sigue siendo necesario un
interrogatorio interno.
Richard A. Knaak

El aristócrata levantó las cejas.

— ¿He dicho lo contrario?

Chasqueó los dedos y los guardias cogieron a Malfurion fuertemente por los
brazos y lo arrastraron hasta el estrado.

— Ahora me gustaría poner a prueba la confianza que he depositado en mí


nuevo hechicero. Illidan, debemos averiguar toda la verdad por muy
desagradable que el proceso pueda parecerte. Confío en poder contar contigo
para que nos demuestres a todos que lo que dice tu hermano es cierto

El elfo de la noche con la cola de caballo tragó saliva, y luego miró detrás de
Malfurion.

— Confío en la palabra de mi hermano, pero no puedo decir lo mismo de la


criatura de la túnica, mi señor.

Illidan estaba intentando impedir tener que usar sus poderes sobre su
hermano, concentrándose en un extraño. Aunque Malfurion apreciaba la
preocupación, no le agradaba la idea de que Rhonin o Brox sufrieran en su
lugar.

— ¡Lord comandante, esto es absurdo! —el hechicero de más alto rango


subió al estrado, mirando a Illidan con desprecio—. ¿Un mago no autorizado,
que además es hermano de uno de los prisioneros? ¡El interrogatorio seria
sospechoso! —Se volvió hacia Malfurion y miró al joven elfo de la noche
entornando los ojos plateados—. ¡De acuerdo con las leyes promulgadas en
los mismos albores de nuestra civilización, en asuntos de magia es
responsabilidad de la Guardia Lunar supervisar los interrogatorios!
El Pozo de la Eternidad

Avanzó hasta tener al prisionero a su alcance. Malfurion trató de no mostrar


su nerviosismo. Tenía la esperanza de que su entrenamiento druídico le
ayudara contra las amenazas físicas del Bastión del Cuervo Negro, pero el
que un hechicero penetrara en su mente era mucho más peligroso. Un
interrogatorio de ese tipo podía dejarle el cuerpo intacto, pero el cerebro tan
destrozado que nunca llegara a recuperarse. Illidan bajó de un salto del
estrado.

— Mi señor, yo interrogaré a mi hermano.

Fuera lo que fuese lo que pudiera hacerle su hermano, Malfurion sospechaba


que Illidan sería mucho más cuidadoso que el Guardia Lunar, que solo quería
respuestas. Miró a lord Cresta Cuervo con la esperanza de que este aceptara
la oferta de Illidan.

Pero el señor de del Bastión del Cuervo Negro se limitó a recostarse en el


trono.

— Cumpliremos la ley. Es suyo, guardias lunares… pero sólo si lo interrogan


aquí y ahora.
— Accedido.
— Tengan en cuenta en el transcurso de su interrogatorio, que puede estar
diciendo la verdad.

Malfurion supuso que aquello era lo más cerca que lord Cresta Cuervo iba a
estar de intentar de evitarle daños. El barbudo comandante era, por encima
de todas las cosas, el protector del reino. Si el precio era la vida o la mente
de un elfo de la noche, era un sacrificio necesario.

— Se sabrá la verdad —fue lo único que respondió el hechicero, que acto


seguido ordenó a los guardias—: Sosténganle la cabeza erguida.
Richard A. Knaak

Una de las figuras ataviadas con armadura colocó a Malfurion para el guardia
lunar. El entunicado alargó las manos y tocó las sienes del prisionero con los
dedos índices.

Una conmoción sacudió a Malfurion, que estuvo seguro de haber gritado. Sus
pensamientos se revolvieron, viejos recuerdos salieron a la superficie sin
haber sido llamados. Y cada uno de ellos fue obligado a retroceder
rápidamente mientras él sentía cómo una garra escarbaba en su mente,
hundiéndose más y más...

¡No te resistas!, le ordenó una voz autoritaria que tenía que ser la de Latosius.
¡Libera tus secretos y te irá mejor!

Malfurion quería, pero no sabía cómo. Pensó en lo que ya había explicado e


intento proyectarlo. Pero siguió resistiéndose a rebelar la posible duplicidad
de Azshara. Si esa sospecha se le escapaba, sus posibilidades de ser creído se
reducían.

Entonces, de forma tan brusca como la molesta sonda se había clavado en sus
pensamientos... desapareció. No se retiró, no se fue desvaneciendo
gradualmente. Simplemente cesó.

A Malfurion se le doblaron las piernas. Habría caído al suelo de no ser por


los guardias que lo sostenían.

Gradualmente fue percibiendo gritos, algunos de incredulidad, otros de


consternación. Una de las voces, la más estridente, parecía la del guardia
lunar de mayor rango.

— ¡Es absurdo! —gritó alguien más—. ¡La Reina seguro que no!
— ¡Nunca!
El Pozo de la Eternidad

Había dejado que se le escapara su mayor miedo. Malfurion maldijo su débil


mente. Apenas había comenzado el interrogatorio y ya había fallado, a sí
mismo y a las enseñanzas de Cenarius...

— ¡Los Altonatos! ¡Tienen que ser ellos! ¡Esto es cosa de Xavius! —insistió
otra voz.
— ¡Ha cometido una maldad contra su propio pueblo! —estuvo de acuerdo
la primera voz.

¿De qué hablarían? Aunque la cabeza de Malfurion se negaba a aclararse,


seguía estando seguro de que algo no iba bien, con aquella conversación a
gritos. Los hablantes estaban demasiado excitados, reaccionaban con
demasiada vehemencia ante sus suposiciones. Él no era más que un simple
elfo de la noche, y ni siquiera de posición social elevada. ¿Cómo podían
provocar tanto pánico unas vagas sospechas?

— Permítanme que me ocupe de él —dijo una voz. Malfurion sintió que los
guardias lo entregaban a una persona, que lo bajó suavemente al suelo.

Unas manos tocaron sus sienes y le levantaron la cabeza. Los borrosos ojos
de Malfurion se encontraron con los de su hermano.

— ¿Por qué no cediste inmediatamente? —murmuró Illidan— ¡Dos horas!


¿Te queda algo de mente?
— ¿Dos... horas?

Al notar la respuesta, Illidan respiró aliviado.

— ¡Alabada sea Elune! ¡Después de que soltaras esas tonterías sobre la


Reina, el vejestorio ese estaba dispuesto a sacártelo todo de la cabeza, sin
importar el precio! Si no le hubiera fallado de repente el conjuro, de ti solo
Richard A. Knaak

habría quedado un cascarón vacío. No han olvidado la pérdida de sus


hermanos y te culpan a ti.
— ¿Fallo e-el conjuro? —Aquello no tenía sentido. El interrogador de
Malfurion era un hechicero de muy alto rango.
— ¡Todos sus conjuros han fallado! —Insistió Illidan—. Después de perder
el control del primero intentó otro y, cuando ese falló su acompañante intentó
un tercero… ¡sin éxito!

Malfurion seguía sin entender. Por lo que decía su hermano, parecía que
ambos guardias lunares habían perdido sus poderes.

— ¿No pueden hacer magia?


— No… y mis propios poderes parecen mermados. —se inclinó para
susurrarle a Malfurion al oído—. Creo que tengo algún control, pero apenas.
¡Es como si nos hubieran aislado del Pozo!

La conmoción siguió creciendo. Oyó a lord Cresta Cuervo preguntar si los


guardias lunares mantenían el contacto con sus hermanos, a lo que uno de los
hechiceros respondió que el vínculo permanente había sido cortado. Entonces
el noble les preguntó a sus seguidores si alguno mantenía sus habilidades, por
escasas que fueran.

Nadie respondió afirmativamente.

— Ya ha empezado... —murmuró Malfurion sin pensar.


— ¿Hmmm? —Su gemelo frunció el ceño—. ¿El qué? ¿Qué ha empezado?

Miró detrás de Illidan, mientras recordaba las violentas fuerzas invocadas


irresponsablemente en la torre. Volvió a ver la falta de preocupación por lo
que aquella magia pudiera hacerle a quienes vivían al otro lado de las
murallas de palacio.
El Pozo de la Eternidad

— No lo sé... —admitió Malfurion finalmente a su hermano—. Te juro por


la madre luna que me gustaría saberlo. Pero no lo sé —Tras Illidan vio los
rostros preocupados de Brox y Rhonin. Comprendieran o no lo mismo que
él, ambos parecían compartir su creciente miedo—. Sólo sé que sea lo que
sea... ha comenzado.

*******

Por todo el reino de los elfos de la noche, por todo el continente de Kalimdor,
millares sintieron la pérdida. Habían sido aislados del Pozo. El poder que
habían blandido tan despreocupadamente había desaparecido. Rápidamente
creció una sensación de alarma, ya que era como si alguien hubiera alargado
el brazo y robado la luna.

Quienes vivían cerca del palacio acudieron a la Reina, naturalmente, y


llamaron a Azshara en busca de guía. Esperaron junto a las puertas
atrancadas, reuniéndose cada vez en mayor número. Sobre ellos, los
centinelas vigilaban con el rostro impertérrito. Ni se movieron para abrir las
puertas ni trataron de calmar a la creciente muchedumbre.

Solo después de que hubiera transcurrido más de media noche y la mayor


parte de la ciudad se hubiera concentrado en las inmediaciones del palacio,
se abrieron finalmente las puertas. La gente avanzó aliviada. Estaban seguros
de que finalmente Azshara había salido en respuesta a sus súplicas.

Pero lo que salió del interior de las murallas de palacio no fue la Reina, ni
algo siquiera imaginado en el mundo de los elfos de la noche.

Y así cayeron las primeras víctimas de la Legión Ardiente.


Richard A. Knaak

CAPÍTULO DIECINUEVE
Una oleada de vértigo golpeó a Krasus; un ataque tan inesperado que casi le
costó la vida. Solo momentos antes se había sentido su antiguo yo debido en
buena parte a su proximidad con Korialstrasz. El dragón lo llevaba en esos
momentos a toda velocidad en la dirección general del bosquecillo de
Cenarius, aunque no tan cerca como para que los descubriera el semidiós. La
determinación de encontrar a aquel elfo de la noche que le había revelado
Nozdormu era lo que impulsaba al mago... y el motivo de que el repentino
vértigo lo cogiera tan desprevenido que casi se había caído del cuello del
dragón.

Korialstrasz lo impidió en el último momento, pero el alter ego más joven de


Krasus también parecía extrañamente desorientado.

— ¿Mejor? —le rugió el dragón.


— Me estoy— acomodando. —Krasus miró al cielo nocturno, tratando de
explicarse lo que acababa de pasar. Buscó entre sus jirones de memoria, y
El Pozo de la Eternidad

finalmente dio con una posible respuesta—. ¿Conoces la capital de los elfos
de la noche amigo mío?
— ¿Zin-Azshari? Me resulta vagamente familiar.
— Vira hacia allí.
— Pero tu misión...

Krasus se mostró firme.

— Hazlo ahora. Creo que es de máxima importancia que vayamos allí.

Su alter ego más joven masculló algo, pero viró en dirección a Zin-Azshari.
Krasus se inclinó hacia delante y forzó la vista, esperando los primeros signos
de la legendaria ciudad. Si la memoria no le fallaba, algo de la que no podía
estar seguro, Zin-Azshari había sido la cima de la civilización de los elfos de
la noche, una metrópolis extensa y grandiosa como nunca volvería a verse.
Sin embargo no era la opulencia de la antigua ciudad lo que le interesaba. Lo
que le preocupaba a Krasus era que recordaba la proximidad de Zin-Azshari
con el fabuloso Pozo de la Eternidad.

Y ahora era el Pozo lo que lo atraía. Aunque no recordaba el origen de la


primera entrada de la Legión Ardiente en el mundo, la mente de Krasus
seguía siendo lo bastante perspicaz como para hacer algunas suposiciones
bastante exactas. En este periodo de tiempo el Pozo era la fuente de poder, y
el poder no era solo lo que buscaban los demonios, sino también lo que les
permitía alcanzar los mismos reinos que destruían.

¿Qué sitio más probable para encontrar el portal por el que tenía que llegar la
Legión que las inmediaciones de la mayor fuente de energía mágica jamás
conocida?
Richard A. Knaak

Cruzaban el cielo de la noche. Korialstrasz volaba milla tras milla en el


espacio de minutos. Y aun así pasaban horas, unas horas preciosas que Krasus
sospechaba que el mundo no podía permitirse.

— ¡Pronto tendremos Zin-Azshari a la vista! ¿Qué esperas ver?

Era más lo que esperaba no ver, pero Krasus no podía explicarle eso a su
compañero.

— No lo sé.

Frente a ellos aparecieron luces, incontables luces. Frunció el ceño. Por


supuesto los elfos de la noche necesitarían iluminación para algunas
actividades, pero parecía haber demasiadas para un reino de seres nocturnos.
Ni siquiera una ciudad tan grande como Zin-Azshari debería estar tan
iluminada.

Pero a medida que la pareja se fue acercando, vieron que la iluminación no


provenía de antorchas ni cristales, sino de violentos incendios que recorrían
la capital de los elfos de la noche.

— ¡La ciudad está en llamas! —rugió Korialstrasz—. ¿Qué puede haber


desatado este infierno?
— Tenemos que descender — fue lo único que contestó Krasus.

El dragón rojo realizó un picado y descendió cientos de metros. Los detalles


se hicieron visibles, Ornamentados y coloridos edificios ardían; algunos de
ellos ya se estaban derrumbando. Jardines adornados con esculturas y
enormes casas sobre los árboles se habían convertido en piras.

Y esparcidos por todas las calles se encontraban los cuerpos de los muertos.
El Pozo de la Eternidad

Habían sido masacrados brutalmente, sin compasión para con los ancianos,
enfermos y niños. Muchos habían muerto en grupo, mientras que otros habían
sido claramente cazados de uno en uno. Además de la población de Zin-
Azshari también había una variedad de animales muertos, especialmente los
grandes sables de la noche, cuyas muertes no habían sido menos horribles.

— ¡Aquí ha habido una guerra! —dijo el leviatán alado—. ¡No, guerra no!
¡Genocidio!
— Esto es obra de la Legión Ardiente — murmuró Krasus para sí.

Korialstrasz se dirigió hacia el centro de la ciudad. Curiosamente los daños


se iban reduciendo a medida que se acercaban a lo que parecía el palacio. De
hecho, ciertas secciones amuralladas del centro parecían completamente
intactas.

— ¿Qué sabes de esas secciones? —le preguntó Krasus a su montura.


— Poco, pero creo que las que están unidas al palacio de la Reina por las
murallas pertenecen a los que ellos llaman “Altonatos”. Se los considera los
elfos de la noche de más alta posición, y de algún modo están al servicio
privado de su majestad, Azshara.
— Sobrevuélalos.

Korialstrasz lo hizo. Al estudiar las inmediaciones, Krasus vió confirmadas


sus sospechas. Ninguno de los barrios que albergaban a los regios Altonatos
había sido tocado siquiera por el monstruoso ataque.

— ¡Hay movimiento al noroeste, Krasus!


— ¡Vuela allí! ¡Rápido!

No necesitaba apremiar a su compañero, ya que era evidente que Korialstrasz


quería respuestas tanto como él. Algo que no resultaba sorprendente,
considerando que ambos eran el mismo.
Richard A. Knaak

Krasus pudo ver ahora lo que la superior vista del dragón ya había captado.
Una ola de movimiento, casi como una plaga de langostas, se derramaba por
la ciudad. Korialstrasz descendió más, hasta permitirle a la pareja distinguir
individuos.

Y, para Krasus, fue el retorno del mal.

La Legión Ardiente avanzaba implacable por Zin-Azshari, sin dejar nada


intacto a su paso. Los edificios caían ante su poder. Allí estaban los altos y
brutales guardias siniestros, con sus mazas y escudos. Los infernales sin
mente se abrían paso a golpes por las paredes de piedra o cualquier otra
oposición física. Cerca de ellos flotaban enormes figuras aladas con ardientes
espadas verdes, armaduras de lava y patas con pezuñas: la guardia
apocalípticos.

Mientras el dragón avanzaba hacia la vanguardia de la horda, Krasus


identificó a las bestias infernales, sempiternos precursores de la Legión.
Parecían especialmente activos; no solo tenían los hocicos levantados para
olfatear el aire, sino que los siniestros tentáculos con los que absorbían magia
se movían hambrientos.

Y entonces el mago vio a las presas de la Legión.

Los refugiados huían en masa del centro de la ciudad, familias e individuos


que creaban un flujo desesperado por las trechas avenidas. A sus espaldas,
tratando de contener a los demonios, había un pequeño contingente de
soldados y unas pocas figuras entunicadas que Krasus supuso que
pertenecerían a la legendaria Guardia Lunar.

Mientras los dos se acercaban, uno de los guardianes lunares que iba en
vanguardia trató de lanzar un hechizo, pero al verse al descubierto solo logró
El Pozo de la Eternidad

unirse a la lista de víctimas. Una de las bestias infernales dio un salto adelante
y aterrizó justo frente al hechicero. Lanzó los tentáculos con una rapidez
pasmosa.

Los apéndices se adhirieron al pecho del hechicero y lo levantaron en el aire.


Antes de que nadie —incluidos Krasus y Korialstrasz— pudiera acudir en su
ayuda, absorbieron entre pataleos la magia del guardia lunar, dejando un
cascarón muerto v reseco.

El dragón rojo rugió. Aunque hubiera querido, Krasus no habría podido


impedir que su alter ego más joven tomara represalias. De hecho, sus propios
recuerdos del horror mantuvieron al mago en silencio. Demasiados habían
perecido a manos de la Legión y, aunque Korialstrasz estaba allí por
interferencia de Krasus, a este ya no le importaba. Había intentado no causar
más daños en la línea temporal, pero ya estaba hasta las narices.

Era la hora de replicar.

Al sobrevolar Korialstrasz las primeras filas de la hueste demoniaca, lanzó


un gran aliento de llamas. El chorro de fuego no solo envolvió a la bestia
infernal que había matado al hechicero, sino a muchas de la mana que lo
seguía. Gimoteando, los pocos supervivientes se retiraron, algunos
maltrechos.

Korialstrasz no se detuvo. Viró para encararse con la horda principal y un


torrente de llamas envolvió a los demonios más adelantados.

La mayoría pereció al instante. Algunos de los guardias siniestros más fuertes


atravesaron las llamas a duras penas, sólo para derrumbarse poco después a
consecuencia de las quemaduras. Un infernal en llamas manoteó tratando de
apagar el fuego, y cuando eso no sirvió se tiró de cabeza contra un edificio,
Richard A. Knaak

posiblemente con la vaga esperanza de que hacerlo consumiera las llamas.


Segundos más también se derrumbó.

Ni siquiera la Legión Ardiente podía hacer frente al puro poder de un dragón,


pero eso no quena decir que estuviera indefensa. De sus filas salió volando
una veintena de guardias apocalípticos. Krasus fue el primero en notarlos y,
a pesar del riesgo, lanzó un rápido conjuro.

Fuerte vientos azotaron a los demonios que venían primero y los lanzaron
contra los demás. Los guardias apocalípticos se enredaron unos con otros.

Korialstrasz descargó otro aliento.

Cinco de los horrores alados cayeron al suelo, proyectiles llameantes que


causaron más daños en la horda.

El resto de los guardias apocalípticos se reagrupó. Algunos más salieron


volando, hasta duplicar su número.

Korialstrasz deseaba claramente enfrentarse a ellos, pero Krasus ya sentía los


primeros signos de debilidad. Como Alexstrasza había dicho, los dos juntos
estaban casi completos, aunque no del todo. El uso conjunto de su fuerza los
agotaba a ambos más rápido de lo normal. El dragón ya volaba más
lentamente, con menos fluidez, aunque no se diera cuenta.

— ¡Debemos irnos! —insistió Krasus.


— ¿Abandonar la lucha? ¡Nunca!
— ¡Los refugiados ya han logrado escapar gracias a nosotros!

El retraso había sido suficiente para que los elfos de la noche se dispersaran
por las tierras aledañas. Krasus confiaba en que pudieran mantener la ventaja
sobre la Legión Ardiente
El Pozo de la Eternidad

— ¡Debemos transmitir las nuevas a quienes pueden hacer más! ¡Debemos


seguir con nuestra ruta original!

A Krasus le dolía decir aquello, ya que en su corazón le hubiera gustado


convertir en cenizas a demonios había a la vista pero cada vez más
emprendían el vuelo para encargarse del solitario dragón.

Con un rugido de frustración, Korialstrasz descargó una última llamarada que


destruyó a tres guardias apocalípticos e hizo retroceder aleteando a los demás.
Entonces el titán rojo dio la vuelta y salió volando. A pesar del creciente
cansancio dejó atrás a la Legión con facilidad.

Al sobrevolar de nuevo el palacio, Krasus vio con horror que por sus puertas
salían más demonios. No obstante, lo más desconcertante eran los centinelas
elfos de la noche que seguían montando guardia en los parapetos, guerreros
a los que parecía no importarles nada la desesperada situación en la que se
encontraba su gente.

Krasus ya había visto antes una pasividad tan completa frente al horror.
Durante la segunda guerra había habido quienes actuaron de aquella manera
horripilante e indiferente. ¡Están hipnotizados por la creciente influencia de
los demonios! ¡Si los señores de la Legión no han puesto pie todavía en el
plano mortal, no puede faltar mucho para que lo hagan!

Y temió que, cuando aquello pasara, no hubiera futuro para el mundo. Y, en


este caso, tampoco pasado.

*******

Había unos ruidos espantosos que perturbaba su relajación. Azshara había


ordenado que tocaran música para ella con la esperanza de que ahogaran
Richard A. Knaak

aquella molestia, pero liras y flautas habían fracasado. Finalmente se puso en


pie y, rodeada por sus nuevos guardaespaldas, se abrió paso con elegancia
por el palacio.

No fue lord Xavius a quien primero se encontró, sino al capitán Varo'then.


Éste hincó una rodilla en el suelo y cerró el puño sobre el corazón.

— Su maravillosa Majestad…
— Mi querido capitán, ¿cuál es la causa de este clamor tan espantoso?

El elfo de la noche de la cicatriz la miró con expresión velada.

— Quizá sería más fácil si se lo mostrara.


— Muy bien.

La condujo al balcón desde el que se dominaba la mayor parte de la ciudad.


Azshara raras veces acudía a aquel balcón salvo para sus apariciones
públicas, ya que prefería la vista de los extravagantes jardines que se
contemplaba desde sus habitaciones o los atisbos del Pozo de la Eternidad
que le ofrecían sus visitas a la torre.

Pero el paisaje que había ante la reina no era aquel al que estaba
acostumbrada. Los ojos dorados de Azshara bebieron las imágenes de su
ciudad, de los edificios en ruinas, los interminables incendios y los cadáveres
apilados en las calles. Miró a su derecha, donde el barrio amurallado de los
Altonatos se mantenía tranquilo.

— Explíqueme esto, capitán Varo'then.


— El consejero me ha dicho que esos han demostrado ser indignos. Para
preparar al mundo para la perfección, todo lo imperfecto ha de ser barrido.
— ¿Y los de ahí abajo han sido considerados indignos a juicio de lord
Xavius?
El Pozo de la Eternidad

— Con la recomendación del principal servidor del Grandioso, el


comandante celestial Mannoroth.

Azshara había conocido brevemente al imponente Mannoroth y al igual que


su consejero, había quedado abrumada por el alto sirviente del Grandioso.

La reina asintió.

— Si Mannoroth dice que ha de ser así, ha de ser así. Siempre he creído que
los objetivos gloriosos requieren sacrificios.

Varo'then inclinó la cabeza.

— Su sabiduría no tiene límites

La Reina aceptó el cumplido con el regio aplomo con el que aceptaba la


multitud de cumplidos que recibía diariamente.

— ¿Tardará mucho entonces? —preguntó Azshara todavía mirando la


masacre—. ¿Vendrá pronto el Grandioso?
— Sí, mi Reina. Y se dice que Mannoroth lo ha llamado Sargeras.
— Sargeras... —La reina Azshara saboreó el nombre, lo pasó por sus labios—
. Sargeras... un nombre verdaderamente digno de un dios. —Se posó una
mano en el pecho—. Espero que se me avise con antelación cuando vaya a
hacer su entrada. Me sentiría enormemente decepcionada si no estuviera allí
para presentarle mis respetos.
— Me encargaré personalmente de que se le avise con antelación —dijo
Varo'then, e hizo una reverencia—. Perdóneme, mi reina, mis deberes
reclaman mi atención.
Richard A. Knaak

Ella le hizo un gesto lánguido con la mano, aún fascinada tanto por la escena
de abajo como por el verdadero nombre del dios. El capitán la dejó sola con
sus guardaespaldas.

En su mente, Azshara empezó a dibujar el mundo que sustituiría al que


estaban diezmando. Una ciudad más magnífica, un verdadero monumento a
su gloria. Ya no se llamaría Zin-Azshari, por muy generosa que había sido la
gente al llamarla así. No, la próxima vez se llamaría simplemente Azshara.
¿Qué nombre más apropiado para el hogar de la Reina? Azshara. Lo dijo dos
veces, admirada por cómo sonaba. Debería haber pedido el cambio hacia
mucho, pero ya no importaba.

Entonces, otro pensamiento más intrigante entró en su mente. Cierto, ella era
la más perfecta de su raza, el ícono de su pueblo, pero había uno que era
incluso más glorioso, más magnífico... y pronto vendría.

Se llamaba Sargeras.

— Sargeras —susurró ella—. Sargeras el dios… —una sonrisa casi infantil


cruzó su rostro—, y su consorte Azshara.

*******

Los mensajeros llegaban al Bastión del Cuervo Negro al ritmo de uno a cada
pocos minutos. Todos exigían ver de inmediato al señor del castillo, ya que
todos traían nuevas de importancia.

Y cada carta que recibía lord Cresta Cuervo se resumía en las mismas graves
noticias.

A los elfos de la noche les habían robado la hechicería. Incluso los más
hábiles podían hacer bien poco. Además, otros conjuros que sacaban la
El Pozo de la Eternidad

energía del Pozo para mantenerse en funcionamiento habían fallado, en uno


o dos sitios con resultados catastróficos. Por todas partes cundía el pánico y
los funcionarios hacían lo que podían para que no se generalizara el caos.

Del sitio más importante, de las regiones aledañas a Zin-Azshari... no había


noticias.

Hasta ahora.

El mensajero al que trajeron los centinelas apenas podía tenerse en pie. La


armadura la tenía parcialmente arrancada del cuerpo y horribles cicatrices
cubrían su carne. Avanzó a trompicones hasta lord Cresta Cuervo e hincó una
rodilla en tierra.

— ¿Se le ha dado comida y agua? —preguntó el comandante. Cuando nadie


respondió, gruñó una orden a uno de los soldados que estaba cerca de la
entrada. En unos segundos trajeron alimento para el recién llegado.

Entre los que esperaban impacientes se encontraban Rhonin y los demás.


Habían pasado de ser prisioneros a tener un estatus indefinido. No eran
aliados, pero tampoco extraños. El mago había preferido permanecer callado
y en la parte de detrás, para asegurarse de que su posición no volviera a ser
la de prisionero.

— ¿Puedes hablar ya? —tronó Cresta Cuervo al mensajero una vez que este
hubo comido algo de fruta y bebido casi medio odre de agua.
— Sí… Perdóneme mi señor... por no ser capaz de hacerlo antes.
— A juzgar por tu condición, casi no puedo creer que hayas logrado llegar
aquí.

El elfo de la noche que estaba arrodillado recorrió con la mirada a los demás
reunidos, Rhonin se dio cuenta de que tenía los ojos hundidos.
Richard A. Knaak

— A mí también me cuesta creerlo mi señor... —tosió varias veces—. Mi


señor... he venido a decirle… que creo que es… el fin del mundo.

El tono neutro con el que lo dijo solo sirvió para acentuar el terrible impacto.
Un silencio mortal cayó sobre la cámara. Rhonin recordó lo que había dicho
antes Malfurion. Ha empezado. Ni siquiera Malfurion había comprendido lo
que quería decir, solo que sabía que estaba teniendo lugar algo terrible.

— ¿Qué quieres decir? —insistió Cresta Cuervo inclinándose hacia


delante—. ¿Has recibido algún mensaje terrible de Zin-Azshari? ¿Te han
encargado que nos traigas este terrible anuncio? — Mi señor... yo vengo de
Zin-Azshari.
— ¡Imposible! —interrumpió Latosius—. Con los mejores medios físicos
harían falta de tres a cinco noches, y la hechicería no está disponible...
— ¡Yo sé lo que estaba disponible mejor que tú! —espetó el soldado en claro
desprecio al alto rango del Guardia Lunar. Se dirigió de nuevo a lord Cresta
Cuervo—. ¡Me enviaron a suplicar ayuda! Los que pudieron canalizaron el
poco poder que lograron reunir para enviarme aquí. Puede que estén
muertos... —tragó saliva—. Puede que yo sea el único superviviente.
— ¡La ciudad, muchacho! ¿Qué ha sido de la ciudad?
— Mi señor… Zin-Azshari está en ruinas, infestada de demonios sedientos
de sangre. ¡Criaturas de pesadillas!

La historia fluyó del mensajero como una herida que no pudiera cerrarse.
Igual que todos los demás elfos de la noche, los de la capital habían quedado
aturdidos por la abrupta e inexplicable pérdida de casi todo su poder. Muchos
habían acudido al palacio a buscar algo que los tranquilizara. La multitud
había crecido a centenares.

Y entonces, del palacio surgieron una interminable horda de guerreros


monstruosos, algunos cornudos, otros alados, todos ansiosos de matar. En
El Pozo de la Eternidad

cuestión de segundos la gente había muerto a montones, sin recibir cuartel.


Cundió el miedo, y más gente fue aplastada por quienes querían huir.

— Corrimos, mi señor. Todos. Yo solamente puedo hablar por los que


vinieron en mi dirección, pero ni siquiera los guerreros más endurecidos
lograban resistir mucho.

Pero la horda demoníaca los había seguido y había atrapado a los que no
podían seguir el paso. Algunos grupos dispersos habían logrado huir de la
ciudad, pero los demonios los habían perseguido.

Nadie interrumpió su relato. Nadie adujo que sufría alucinaciones. Todos


podían leer la verdad en sus ojos y su voz.

Entonces el mensajero describió cómo había llegado allí. Un grupo de


guardias lunares y oficiales se había reunido para preparar alguna defensa o
tratar de decidir un curso de acción. Habían decidido que era necesario
informar al Bastión del Cuervo Negro, y tal deber había recaído por sorteo
en el soldado presente.

— Me avisaron de que quizá el hechizo no funcionara de la forma esperada,


que podían enviarme al fondo del Pozo o incluso de vuelta a la c-ciudad... —
Se encogió de hombros—. No vi elección.

Los magos habían comenzado su labor con un tremendo esfuerzo Él se había


quedado en el centro mientras los demás reunían la poca energía disponible.
El mundo había empezado a desvanecerse a su alrededor.

Y en el mismo momento en que desaparecía, había visto a los monstruosos


sabuesos saltar sobre el grupo.
Richard A. Knaak

— Aterricé a cierta distancia al norte de aquí mi señor, vapuleado pero vivo.


Tarde un tiempo en alcanzar una atalaya donde me dejaron un sable de la
noche… y luego vine hasta aquí tan rápido como pude.

Un Cresta Cuervo mucho más apagado se derrumbó en su asiento.

— ¿Y el palacio? ¿También está en ruinas? ¿También los han matado a


todos?

El mensajero vaciló antes de contestar.

— Mi señor, había centinelas en las murallas. Observaban a la gente antes de


que se abrieran las puertas… ¡y luego observaron cómo los monstruos salían
y nos masacraban!
— ¡La Reina nunca lo permitiría! —dijo uno de los oficiales de Cresta
Cuervo. Otros mostraron su acuerdo, pero muchos mantuvieron sus
opiniones en silencio.

Su comandante tenía sus propias ideas acerca de lo que significaban aquellas


noticias.

— Entonces es como creíamos —murmuró con gesto lúgubre—. Esto tiene


que ser obra de los Altonatos.
— ¡Pero ni siquiera ellos están tan locos! —arguyó Latosius—. Es cierto que
sus hechiceros se consideran superiores incluso a la Guardia Lunar, ¡pero son
elfos de la noche como nosotros!
— ¡Eso creíamos, pero su soberbia no conoce límites! —Cresta Cuervo dio
un puñetazo en uno de los brazos de Piedra del trono—. Y no olvidemos que
los Altonatos siguen los dictados del señor consejero. ¡Xavius!

Rhonin ya había oído mencionar antes ese nombre, pero el veneno con el que
había sido pronunciado ahora lo dejó anonadado. Se acercó a Malfurion.
El Pozo de la Eternidad

— ¿Quién es ese tal Xavius? —preguntó.

Malfurion se había recuperado bastante, gracias en gran parte a los cuidados


de su hermano. Ahora estaba de pie junto a los otros, con cierta ayuda de
Brox.

— El que susurra al oído de la Reina, su consejero de mayor confianza y rival


de lord Cresta Cuervo. No duque Xavius esté implicado, pero no podría
haberlo hecho sin la aprobación de Azshara. ¡Incluso los Altonatos la
veneran!
— Eso no se lo creerán nunca —comentó Illidan—. Olvídalo por ahora. ¡Que
piensen que es el consejero! Al final sus elecciones serán las mismas.

Aunque no es que confiara exactamente en Illidan, Rhonin estaba de acuerdo


con el elfo de la noche en aquel aspecto.

Y parecía que ya se había elegido un villano. Cresta Cuervo se había


levantado y gritaba a los asistentes. Los oficiales se ponían los yelmos como
si fueran a partir hacia la ciudad de inmediato.

— ¡Reúnan lo antes posible a todos los guardias lunares y magos de


capacidad razonable! ¡Garo'thal! ¡Envía despachos a cada puesto militar y
cada comandante! ¡Hay que organizar la resistencia! ¡Hemos de contener esta
situación!

Latosius fue hacia el aristócrata.

— ¡Hemos de recuperar el uso del Pozo! ¡La fuerza de las armas por sí sola
no servirá contra esos monstruos! ¡Ya ha oído al mensajero!

El barbudo aristócrata pegó la cara a la del guardia lunar.


Richard A. Knaak

— Espero disponer de algo de hechicería, en especial de su tan cacareada


orden, pero por lo demás la fuerza de las armas es lo único que tenemos en
este momento, ¿no?

Illidan se separó súbitamente de su hermano y de los demás.

— Mi señor, creo que puedo ser de ayuda. Sigo disponiendo de cierta


habilidad para conjurar.
— ¡Espléndido! ¡La necesitaremos! Hemos de vengar Zin-Azshari y liberar
a la Reina de manos de los Altonatos.

Rhonin no podía permanecer quieto. Había visto lo que podía hacer la Legión
Ardiente, y aunque todo esto fuera el pasado, no podía mantenerse al margen
como pretendía Krasus. Seguía sintiendo en su interior la capacidad de
invocar magia, de usarla a su voluntad.

— ¡Mi señor Cresta Cuervo!

El aristócrata lo miró, claramente indeciso de qué hacer con él.

— ¿Qué quieres?
— Necesitan alguien que pueda lanzar conjuros. Yo me ofrezco.

Cresta Cuervo pareció dudar.

En respuesta, el mago invocó una esfera de luz azul sobre su mano izquierda.
Le costó más esfuerzo de lo habitual, pero lo suficiente para que el esfuerzo
se hiciera evidente.

El gesto de duda del comandante desapareció.


El Pozo de la Eternidad

— Sí. Eres bienvenido en nuestras filas. —tuvo que ver por el rabillo del ojo
a Latosius a punto de objetar—. Especialmente ya que nos han ofrecido poco
más.
— Si pudiera eliminarse el hechizo que nos aísla de la energía del Pozo...
— Lo que para empezar requeriría hechicería de cierta magnitud... ¡Y si
pudieras hacerlo, guardia lunar, no tendríamos ningún problema!

A medida que los escuchaba discutir, a Malfurion se le fue cayendo el alma


a los pies. Aquellas rencillas no servían para nada bueno. Lo que hacía falta
era actuar, pero con más bien poca magia para respaldar las fuerzas militares
de lord Cresta Cuervo, el futuro se vislumbraba oscuro. Si tan solo…

Abrió los ojos de par en par. Quizá pudiera hacer algo.

Igual que su hermano y Rhonin habían hecho antes, Malfurion se acercó al


noble. Cresta Cuervo lo miró con cierta incredulidad.

— ¿Y ahora tú? ¡Planeas ofrecer hechicería como la como la que dice


manejar Illidan! Te lo agradecería si la tienes, a pesar de tus crímenes
pasados.
— No le ofrezco hechicería, lord Cresta Cuervo, sino una magia diferente.
Le ofrezco lo que me ha enseñado mi shan'do Cenarius.

Latosius rió burlonamente.

— ¡Esta es la peor broma de todas! ¿Las enseñanzas de un semidiós mítico?

Pero Cresta Cuervo no echó directamente Malfurion

— ¿Realmente crees que puede ser de ayuda?

El joven elfo de la noche vaciló.


Richard A. Knaak

— Sí, pero no desde aquí. Necesito ir a un sitio... más tranquilo.

El aristócrata frunció el ceño.

— ¿Más tranquilo?

Malfurion asintió.

— Debo ir al templo de Elune.


— ¿El templo de la madre luna? No había pensado en ellos Definitivamente
necesitamos su apoyo en estos momentos de crisis. ¿Pero qué esperas
conseguir allí?

Malfurion Tempestira respondió tratando de ocultar su incertidumbre:

— Eliminar el conjuro que aísla el Pozo de la Eternidad de nuestros


hechiceros, por supuesto.
El Pozo de la Eternidad

CAPÍTULO VEINTE
Todo iba bien en el mundo... para lord Xavius por lo menos. Sus sueños, sus
objetivos, estaban al alcance de su mano. Y mejor aún, el Grandioso estaba
satisfecho con él. El conjuro de escudo que Mannoroth y él habían ejecutado
no solo había conseguido privar del poder del Pozo a todos salvo a los
Altonatos, sino que también les había permitido ampliar y reforzar el portal.
En el espacio de pocas horas lo habían cruzado centenares de miembros de
la hueste celestial.

Mannoroth había asumido el mando de ellos inmediatamente y los había


enviado a purgar a los indignos. Una vez puede que Xavius hubiera
encontrado la idea horripilante, pero ahora abrazaba plenamente los métodos
y objetivos de Sargeras. El dios sabía mejor que nadie cómo lograr el paraíso
perfecto que ansiaba el consejero. ¿Es que no se había librado por completo
el barrio que albergaba a los Altonatos? De los que servían al palacio surgiría
una nueva edad de oro de la raza de los elfos de la noche, una era una que
eclipsaría a cuantas la habían precedido.
Richard A. Knaak

Y a lord Xavius se le había concedido el honor de supervisar el trabajo que


lo estaba haciendo posible. Mantenía en delicado equilibrio el conjuro que
regeneraba de forma constante el escudo. Había hecho falta más esfuerzo del
que había pensado Mannoroth y, si el conjuro fallaba ahora, sería casi
imposible sin sellar primero el portal y usar el poder combinado de todos los
hechiceros Altonatos.

Pero Xavius no tenía intención de dejar que ningún desastre aconteciera al


precioso conjuro. Y tampoco se esperaba que ningún problema. ¿Qué podría
pasar allí, en el corazón de palacio?

Una figura meditabunda entró sigilosamente en la habitación— y miró


impaciente a su alrededor.

— ¿Dónde essta Mannoroth? —siseó el cazador.


— Al mando de la hueste por supuesto —respondió el elfo de la noche—. Va
a limpiar Zin-Azshari de los indignos.

Algo en la expresión de Hakkar preocupó momentáneamente a Xavius casi


pareció que el consejero había dicho algo que el cazador consideraba
divertido. Lo que había sido, eso el elfo de la noche no podía decirlo.

A través del portal se materializaron cuatro guardias siniestros más. Uno de


los incluso más amenazadores guardias apocalípticos estaba cerca. Ladró
algo en una lengua desconocida a los recién llegados, que inmediatamente
salieron de la cámara.

La hueste celestial se movía con una precisión militar considerable, obedecía


las órdenes al instante y estaba pendiente en todo momento de sus deberes.
Incluso la guardia de élite del capitán Varo'then palidecía en comparación, a
juicio de lord Xavius.
El Pozo de la Eternidad

— ¿Cómo van los preparativos para la caza? —le preguntó el consejero a


Hakkar.

El indicio de burla abandonó el rostro de la masiva figura.

— Va bien, señor de los elfos de la noche. Mis sabuesosss y los guardias


siniestros que van con ellos tienen órdenesss explícitas. Losss que Mannoroth
desssea serán capturados.

Se dio la vuelta y salió en silencio de la habitación, dejando tras él a un


extrañamente satisfecho lord Xavius. Aunque respetaba mucho el estatus del
cazador, el de la noche se veía ahora en una posición más próxima al
lugarteniente del Grandioso.

El consejero volvió a mirar el conjuro del que había sido una parte integral.
A pocos metros del portal, un grupo de parpadeantes nódulos azules sobre el
diagrama que Mannoroth había trazado del escudo era la única manifestación
física del conjuro. No obstante, con sus ojos mágicos Xavius podía distinguir
unos flujos arremolinados de color naranja, amarillo, verde… una poderosa
cornucopia de fuerzas mágicas que ahora estaban bajo su control.

Igual que estaba bajo su control el destino no solo de su propia gente... sino
del resto del mundo.

*******

El templo de Elune no necesitó ningún aviso de la catástrofe que había caído


sobre el reino de los elfos de la noche. No habían sido tocadas personalmente
por la pérdida del Pozo, pero sintieron el repentino vacío. Cuando las
multitudes acudieron a los diferentes templos en busca de guía, las
sacerdotisas de todo el reino conversaron entre ellas con métodos utilizados
Richard A. Knaak

desde que la madre luna había tocado el corazón de su primera conversa, y


discutieron sobre qué hacer. Decidieron invitar a la gente a la oración
colectiva, para que Elune los reconfortara. También usaron sus habilidades
para rastrear en dirección al Pozo, pero al igual que la Guardia Lunar, fueron
incapaces de descubrir lo que había sucedido.

Pero aunque conservaban los dones otorgados por su diosa, aquello no quería
decir que las sacerdotisas estuvieran a salvo del horror desencadenado poco
después. Cuando la Legión arrasó los templos de la capital, incluso los que
estaban tan lejos como Suramar sintieron las muertes de sus hermanas,
sintieron su agonía mientras la Legión las masacraba sin piedad.

— Hermana. —Una de las otras sacerdotisas llamó a Tyrande, que estaba


sirviendo agua a los fieles—. Hay alguien en la puerta principal que desea
verte.
— Gracias, hermana. —Tyrande le entregó la jarra a otra sacerdotisa y luego
se apresuró a ir. Supuso que Illidan habría vuelto para verla. Tyrande temía
hablar con él, ya que no estaba segura de qué decirle si él sacaba el tema de
emparejarse.

Pero no era Illidan, sino otro al que no había pensado ver en mucho, mucho
tiempo.

— ¡Malfurion! —Sin darse cuenta de lo que hacía, lo rodeó con los brazos y
lo abrazó fuertemente.

Las mejillas de él se oscurecieron.

— Me alegro de verte, Tyrande —susurro.

Ella lo soltó.
El Pozo de la Eternidad

— ¿Cómo has llegado hasta aquí? —Un repelo miedo brotó en su interior—
. ¿Y Broxigar? ¿Qué han hecho con...?
— Está conmigo. —Malfurion señalo tras de si, donde Tyrande vio al orco
esperando en un rincón oscuro cerca de la entrada. El monstruoso guerrero
parecía incomodo al ver tantos elfos de la noche.

Ella miró a su alrededor pero no vio más guardias que las del templo.

— ¡Malfurion! ¿Qué locura te ha traído aquí? ¿Se han colado en la ciudad


solo para verme?
— No... Nos capturaron.
— Pero...

Él le puso suavemente un dedo en los labios para hacerla callar.

— Esa historia debe esperar. ¿Sabes del horror que ha pasado en Zin-
Azshari?
— Solo un poco... ¡Y hasta eso es demasiado! ¡El terror que sentimos en las
mentes y las almas de nuestras hermanas de allí, Malfurion! ¡Algo horrible...!
— ¡Escúchame! Se extiende desde la capital mientras hablamos, ¡Y lo que es
peor, la Guardia Lunar está indefensa ante esto! ¡Algún conjuro los ha aislado
de la energía del Pozo!

Ella asintió.

— Lo suponíamos. ¿Pero qué tiene que ver eso con que hayas venido aquí?
— ¿Están usando ahora la cámara de la luna?

Ella pensó.
Richard A. Knaak

— Antes sí, pero han venido tantos en busca de guía que la Suma Sacerdotisa
ha hecho abrir la cámara del culto principal. Puede que la cámara de la luna
ya esté vacía.
— Bien. Tenemos que ir allí. —le hizo un gesto a Brox que se acercó a la
carrera. Para asombro de a Tyrande, el orco incluso llevaba un hacha.
— Los capturaron... —le recordó a Malfurion.
— Lord Cresta Cuervo no vio motivo para retenernos, siempre que Brox
permaneciera conmigo.
— Estoy en deuda con los dos —recordó el guerrero de anchos hombros—.
Les debo la vida.
— No nos debes nada —contestó el hermano de Illidan, y se volvió haca
Tyrande—. Por favor, llévanos a la cámara.

La siguieron y entraron en el templo. A pesar de los intentos de Brox de


mantenerse tan cerca de sus compañeros como fuera posible, no podía ocultar
su aspecto de los elfos de la noche que se habían reunido en el templo.
Muchos lo miraron horrorizados y algunos incluso gritaron, señalando al orco
como si fuera uno de los responsables de sus problemas.

Las guardias los alcanzaron justo cuando llegaban a la cámara de la luna. La


primera era la que había hablado con Tyrande acerca de Illidan.

— Hermana... Es la costumbre permitir que cualquiera entre en el templo de


la madre luna, pero esa criatura...
— ¿Dice acaso Elune que no tiene los mismos derechos que cualquier otro
creyente?

Las centinelas se miraron unas a otras, inseguras, y la primera respondió


finalmente:

— No dice exactamente nada acerca de las otras razas a ese respecto, pero...
El Pozo de la Eternidad

— ¿Pero no son todos hijos de Elune? ¿No tiene derecho a acudir a ella en
busca de guía, a usar todas las facetas del templo?

No hubo respuesta. Finalmente, la guardia les permitió pasar.

— Pero mantenlo tan fuera de la vista como sea posible. Ya hay demasiado
pánico ahí fuera.

Tyrande asintió agradecida.

— Lo comprendo.

Al entrar sólo encontraron a dos acolitas, Tyrande se acercó a ellas de


inmediato y les explicó que necesitaban privacidad, señalando en a Brox. En
realidad la presencia del orco fue lo único que hizo falta para animar a las
hermanas a retirarse rápidamente.

Volvió con Malfurion.

— ¿Qué esperas hacer?—preguntó.


— Pretendo caminar de nuevo por el Sueno Esmeralda.

A ella no le gustó en absoluto cómo sonaba eso.

— ¡Planeas viajar a Zin-Azshari!


— Sí. Allí espero descubrir qué le ha pasado al Pozo.

Tyrande lo conocía mejor.

— No solo pretendes descubrir la verdad, Malfurion. Creo que pretendes


hacer algo al respecto.
Richard A. Knaak

En vez de replicar, él estudió el centro de la habitación.

— Este parece el punto más tranquilo.


— Malfurion...
— Tengo que darme prisa, Tyrande. Perdóname.

Fue al sitio que había elegido seguido de Brox y se sentó en el suelo. Cruzó
las piernas y levantó la mirada hacia el cielo iluminado por la luna.

El orco se sentó frente al elfo de la noche, pero dejó sitio cuando Tyrande se
les unió. Malfurion la miró interrogativamente.

— No tienes por qué quedarte.


— Si la madre luna puede ayudarme de cualquier forma a guiarte a protegerte
del daño, tengo intención de hacerlo.

Malfurion le dedicó una sonrisa de agradecimiento y luego volvió a asumir


la expresión mortalmente seria.

— Debo comenzar ya.


Por algún motivo que se le escapaba, Tyrande lo cogió de la mano. Él no la
miró ya que tenía los ojos cerrados, pero su sonrisa reapareció brevemente.

Y de repente Tyrande sintió cómo la dejaba.

Había sido un plan improvisado a toda prisa, un plan del que Malfurion sabía
que lord Cresta Cuervo no esperaba gran cosa. Pero con la Guardia Lunar
virtualmente reducida a la impotencia, no había visto motivo alguno para que
el advenedizo y joven elfo de la noche no lo intentara.

Ahora Malfurion esperaba no haber hecho promesas vacías.


El Pozo de la Eternidad

La mano de Tyrande en la suya resultó ser muy valiosa para permitirle llegar
al trance onírico. Su contacto había reconfortado a Malfurion, había aliviado
la tensión provocada por los terribles acontecimientos de los últimos días.

Relajado, había abierto su percepción al mundo que lo rodeaba, a los árboles,


los ríos, las piedras y demás, igual que había hecho junto a Cenarius.

Sin embargo, esta vez no se encontró con la tranquilidad de los elementos de


la naturaleza, sino con el caos.

El mundo había perdido el equilibrio. El bosque lo sabía, las colinas lo sabían,


incluso los cielos sentían que algo iba mal. En todos los puntos en los que se
concentraba, Malfurion sentía una ruptura de la armonía. Aquello lo golpeó
con tal fuerza que por un momento casi se ahogó.

Pero volvió a concentrarse en el suave tacto de Tyrande y extrajo fuerzas


estabilizadoras de su presencia junto a él. La discordia perdió fuerza; seguía
allí, pero ya no podía abrumarlo.

Asentado de nuevo, Malfurion llamó a los espíritus de la naturaleza, los tocó


y dejó que sintieran su propia calma. Comprendía su agitación y les prometió
actuar en su nombre. El elfo de la noche les pidió a cambo que estuvieran allí
si necesitara su ayuda, y les recordó que tanto él como ellos querían una
vuelta al equilibrio.

La sensación de discordia se redujo aún más. No desaparecería hasta que los


Altonatos no dejaran de interferir con el Pozo, pero al menos Malfurion había
vuelto a crear cierta apariencia de armonía.

Y una vez hecho eso, logró entrar en el mundo de los sueños con seguridad.
Richard A. Knaak

Libre de las limitaciones terrenas, se detuvo para mirar desde arriba a sus
amigos, especialmente a Tyrande. Esta vez resultó más fácil invocar las
imágenes, superponer la realidad al idílico paisaje. Brox y Tyrande se
materializaron al momento... igual que su propio por supuesto.

Para su sorpresa vio una lágrima resbalando por la mejilla de Tyrande.


Malfurion alargó la mano instintivamente para enjugarla, pero sus dedos la
atravesaron. Como si sintiera su cercanía, la joven sacerdotisa se pasó la
mano libre por la cara. No solo limpió la lágrima, sino que también rozo la
misma zona.

Malfurion se forzó a apartarse y volvió a mirar al cielo. Se concentró en la


dirección de Zin-Azshari y dio un paso.

El familiar tinte verdoso lo empapaba todo. Malfurion se concentró y volvió


a sobreponer los elementos de la realidad y el mundo de las sombras. Con lo
que parecía una combinación de vuelo y caminar, fue flotando por el paisaje
onírico mientras experimentaba la miríada de aspectos tanto del mundo real
como del mundo subconsciente.

Pero mientras viajaba, una presencia inesperada atrajo su atención. Al


principio dudó de sus sentidos, pero una rápida búsqueda confirmó sus
primeras sospechas.

¿Shan'do?, llamó.

Malfurion sintió que su mentor tocaba sus pensamientos, pero muy


levemente. No obstante, ese contacto fue suficiente para transmitir que
Cenarius estaba bien. Ya se había encargado de la última bestia infernal, pero
asuntos urgentes requerían su atención. Malfurion se dio cuenta de que el
señor del bosque había sentido la presencia de su pupilo en el Sueño
El Pozo de la Eternidad

Esmeralda y se había comunicado con él enseguida para hacerle saber que no


todo estaba perdido.

Reconfortado por cl mensaje silencioso de Cenarius, Malfurion continuó su


camino. La bruma verdosa se fue difuminando y pronto vio el mundo él como
lo hubiera hecho si realmente pudiera volar como un pájaro. Colinas y ríos
pasaron rápidamente mientras él se concentraba en su destino.

Y al acercarse a la capital, Malfurion contempló el horror por primera vez.

Por muy terroríficas que hubieran sido las descripciones del mensajero, no
habían logrado transmitir plenamente el monstruoso cataclismo que había
caído sobre la ciudad. Gran parte de Zin-Azshari había sido arrasada hasta
los cimientos, como si una gran roca le hubiera pasado por encima una y otra
vez. Ningún edificio de la periferia había quedado en pie. El fuego se había
enseñoreado de todo, pero no solo las llamas anaranjadas con las que estaba
familiarizado Malfurion. La capital también estaba envuelta en un fuego de
color verde malsano y negro brea, de carácter claramente sobrenatural.
Cuando Malfurion lo sobrevoló, pudo sentir su maligno calor a pesar de
encontrarse en el reino de los sueños.

Entonces vio a los demonios por primera vez.

Las bestias infernales ya habían sido bastante monstruosas, pero las criaturas
que las seguían le provocaron escalofríos, y más aún porque eran
evidentemente inteligentes. A pesar de los enormes cuernos, de los rostros
demoníacos y de las formas espantosas, se movían de forma coordinada, con
un propos.to terrible. Aquello no era una horda irracional, sino un ejército
dedicado al mal.

Y más y más soldados salían de las puertas de palacio mientras él se acercaba.


Richard A. Knaak

No se sorprendió al ver que la vasta y preciosa estructura no había sido tocada


lo más mínimo. Tal y como había dicho el mensajero, los centinelas seguían
montando guardia en las murallas. Malfurion pasó junto a varios y vio en sus
ojos un terrible placer ante el horripilante panorama de abajo. Sus ojos
plateados estaban teñidos de rojo, y algunos tenían el aspecto de desear unirse
a los demonios.

Asqueado, Malfurion se apartó enseguida. Miró a un lado del palacio y vio


que los hogares de los Altonatos también estaban intactos. Varios de los
sirvientes de la Reina iban de un edificio a otro como si a su alrededor no
pasara nada importante.

Con una creciente repugnancia, el elfo de la noche reanudó su camino hacia


la torre. Igual que la vez anterior, percibió las increíbles energías que se
estaban canalizando descuidadamente desde el oscuro Pozo. Si acaso, los
Altonatos habían duplicado sus esfuerzos. Feroces tormentas azotaban el
Pozo y afectaban incluso a la sufrida ciudad.

La última vez había tratado de entrar en la torre por el punto donde había
sentido el ritual. Pero para este intento fue más abajo y encontró un balcón
cerca de la planta baja. Moviéndose de forma parecida a como si estuviera
entrando por medios físicos, el elfo de la noche descendió hasta el balcón y
luego penetró por la entrada abierta.

Para su sorpresa, el intento funcionó. Casi se rió. Nadie había pensado en


proteger esta entrada interior de alguien como él. La soberbia de los Altonatos
le había permitido penetrar con facilidad en palacio.

Malfurion avanzó flotando lentamente por el pasillo, buscando algún camino


para subir. Cerca del fondo encontró la escalera principal y, junto a ella, más
de una docena de los enormes guerreros cornudos que había visto fuera.
El Pozo de la Eternidad

El primer instinto de Malfurion fue retroceder para que no lo vieran. Por


desgracia, no había ningún sitio donde esconderse. Se preparó para recibir el
ataque... y luego se maldijo por su estupidez cuando el primero de la banda
demoníaca pasó lentamente junto a él.

No podían ver su forma onírica. Suspiró aliviado y vio cómo el último de


ellos desaparecía por el pasillo. Cuando estuvo claro que no venían más,
Malfurion se preparó y subió la escalera.

Pasó por varias habitaciones en su camino hacia arriba, pero no se detuvo en


ninguna de ellas. Lo que Malfurion buscaba se encontraba en la cima de la
imponente torre, y cuanto antes lo encontrara, antes podría preparar algún
plan.

El elfo de la noche no sabía exactamente lo que pretendía. A pesar de haberse


decantado por el druidismo, Malfurion era un hechicero casi tan bueno como
su hermano e incluso en su presente condición creía ser capaz de lanzar algún
conjuro.

A cierta distancia encontró repentinamente una barrera. Extendió las manos


y palpó el aire. Una fuerza invisible le cerraba el paso, seguramente la misma
fuerza que le había impedido entrar en su intento anterior. Quizá después de
todo los Altonatos no habían sido tan negligentes.

Aún decidido, el elfo de la noche se lanzó contra la barrera con todas sus
fuerzas. Sintió como lo apretaba, como si estuviera intentando traspasar una
pared de verdad. Pero cuanto más empujaba, más parecía reblandecerse la
muralla, casi como si estuviera a punto de...

Malfurion la atravesó.
Richard A. Knaak

Su entrada fue tan repentina que se quedó allí flotando, inseguro de si había
tenido éxito o no. Se dio la vuelta e intentó tocar la barrera, pero solamente
sintió una fuerza vaga, muy débil. O su presencia había perturbado la barrera,
o esta solo había sido pensada para impedir la entrada, no la salida.

A poca distancia, más arriba, se encontró frente a dos guardias y un grueso


portón que debía conducir a donde abajaban los Altonatos. Una vez seguro
de que los guardias no lo veían, Malfurion apoyó la mano en la puerta y la
tanteó. Sus dedos la atravesaron como si no fuera nada. El joven elfo de la
noche se preparó y entró.

Su primera sensación fue de desorientación absoluta, ya que la cámara donde


los Altonatos llevaban a cabo su impío ritual era mucho más inmensa de lo
que daba a entender el exterior. La propia casa de Malfurion quedaba
empequeñecida por la vasta habitación.

Y los Altonatos necesitaban todo aquel espacio, ya que el que ellos mismos
no ocupaban estaba lleno de hileras de grotescos guerrero, todos los cuales
se dirigían hacia la puerta por la que acababa de pasar Malfurion. De cerca,
sus rostros monstruosos lo asustaron aún más. No había en ellos compasión
ni piedad.

Se obligó a apartar aquellos pensamientos y flotó hasta el punto donde


trabajaban los Altonatos. Observó los esfuerzos de estos con una mezcla de
fascinación y asco. Los Altonatos parecían entregados más allá de la cordura.
La mayoría parecía hambrienta. Sus ropas una vez ostentosas colgaban de sus
huesudos cuerpos, y a unos cuantos les costaba mantenerse en pie, pero todos
miraban fijamente, fascinados, ansiosos, al producto de su esfuerzo, una feroz
y palpitante fisura en la realidad. Malfurion quiso mirar el interior de aquella
fractura, pero de repente apartó los ojos. Sus breves estudios habían sido
suficientes para permitirle sentir la maldad que anidaba en su interior. Le
asombró que los Altonatos no pudieran ver con lo que estaban tratando.
El Pozo de la Eternidad

Malfurion trató de olvidar el miedo que lo atenazaba, se dio la vuelta y se


encontró de cara con alguien que solo podía ser el consejero de la reina. Lord
Xavius.

Malfurion flotaba a pocos centímetros de los inquietantes ojos del elfo de la


noche. Había oído hablar de los ojos artificiales del consejero, los ojos
mágicos con los que había sustituido voluntariamente los suyos propios. Las
lentes negras, casi tanto como la oscura fuerza que Malfurion había sentido
en la fisura mágica, estaban recorridas por vetas de rubí.

El consejero estaba allí, con una expresión tan intensa en el duro rostro que
al principio el joven elfo de la noche pensó que lo había visto, pero por
supuesto aquello eran imaginaciones suyas. Tras un momento, Xavius dio un
paso al frente, atravesó a Malfurion y se dirigió hacia donde los Altonatos
continuaban con sus esfuerzos incesantemente.

Malfurion tardó un momento en recuperarse del inesperado encuentro. Lord


Xavius, más que ningún otro, había sido culpado por la Guardia Lunar y por
lord Cresta Cuervo del horror de afuera. Al verlo ahora, Malfurion se lo creía.
Seguía pensando que la Reina sabía lo que pasaba, pero aquello era un hecho
que podía verificarse más tarde.

Se dirigió decididamente hacia lo que tenía que ser el dispositivo que


controlaba el escudo. A su alrededor había tres hechiceros Altonatos, pero
parecían estar vigilando su actividad, no moldeándolo activamente. Flotó
junto a ellos y se acercó para examinar los detalles.

Era un conjuro magistralmente ejecutado, parte de él a nivel muy por encima


del que podía obrar Malfurion. A pesar de todo, no le costó demasiado ver
cómo podía afectarlo, o incluso cancelarlo.
Richard A. Knaak

Por supuesto, suponiendo que Malfurion pudiera hacer algo en su forma


onírica.

Para comprobar sus posibilidades, susurró al aire, pidiéndole un simple gesto.


Justo en el momento en que la petición salió de sus labios, una brisa rozó
levemente el pelo de la nuca de uno de los hechiceros.

El éxito excitó a Malfurion. Si podía hacer esto, podía hacer lo suficiente para
desestabilizar el conjuro. Eso era lo único que necesitaba la Guardia Lunar.

Miró fijamente el corazón de la matriz mágica, concentrándose en el eslabón


más débil...

— Un intento tonto, bastante tonto. —comentó una voz fría.

Malfurion miró instintivamente hacia atrás.

Lord Xavius lo observaba fijamente.

A él.

El consejero sostenía un estrecho cristal blanco. Sus ojos, ojos con los que
claramente podía ver la forma onírica, resplandecieron.
Una tremenda fuerza absorbió a Malfurion hacia el cristal, intentó liberarse,
pero sus esfuerzos fueron inútiles. El cristal llenó su campo visual... y luego
se convirtió en su mundo.

Desde el interior de la diminuta e imposible prisión, miro el rostro burlón del


consejero.

— Se me ha ocurrido una cosa muy interesante —comentó cínicamente lord


Xavius—. ¿Cuánto tardará en morir tu cuerpo sin su espíritu dentro? —
El Pozo de la Eternidad

Cuando Malfurion no contestó, el consejero se limitó a encogerse de


hombros—. Bueno, ya veremos, ¿no?

Y con eso se metió el cristal en el bolsillo y sumió Malfurion en las tinieblas.

*******

Habían llegado n la periferia de la zona donde Krasus esperaba encontrar al


elfo en cuestión. No comprendía cómo había llegado a saber que aquel a
quien buscaba vivía cerca de allí, pero sospechaba que Nozdormu había
implantado la información en su subconsciente durante la visión. Krasus dio
las gracias en silencio al Aspecto por tener en cuenta la dificultad de una
búsqueda de este tipo. Aquello también le daba esperanzas de que pronto
pudiera enmendarse esta catástrofe y Rhonin y él volvieran a casa.
Suponiendo, por supuesto, que lograra encontrar a Rhonin.

El sentimiento de culpa al no ir de inmediato en busca de su antiguo pupilo


quedaba en parte aliviado por el hecho de que el elfo a quien buscaba había
sido identificado por uno de los cinco poderes elementales como esencial
tanto para el pasado como para el futuro. En el momento en que localizara a
este misterioso elfo de la noche, el mago dragón pensaba emprender la
búsqueda de Rhonin, a quien le debía mucho más de lo que el humano sabía.

Korialstrasz bajó el ritmo repentinamente y descendió hacia los árboles.

— No puedo acercarte más.


— Lo comprendo. —Si se acercaban más al asentamiento de los elfos de la
noche, los habitantes descubrirían al leviatán.

El dragón rojo aterrizó y luego bajó la cabeza al suelo para que Krasus
pudiera desmontar. Una vez hecho, Korialstrasz inspeccionó las
inmediaciones.
Richard A. Knaak

— No estamos lejos, no más de una o dos horas.

Krasus no mencionó lo duras que se le iban a hacer esas dos horas una vez
que dejara la compañía de su alter ego más joven.

— Has hecho más de lo que yo podía pedir.


— No tengo intención de abandonarte ahora —contestó Korialstrasz
plegando las alas—. A pesar de la forma que llevas, pareces haber olvidado
que nuestra raza puede cambiar de aspecto. Me transformaré en algo más
parecido a aquellos entre los que debemos mezclarnos.

El enorme cuerpo del dragón empezó a brillar, Korialstrasz empezó a


empequeñecerse y su forma fue tomando una apariencia más humanoide.

Pero un segundo después volvió a su forma normal, con los ojos vidriosos y
el aliento entrecortado.

__ ¿Qué pasa? —Krasus miró a su yo más joven con impotencia.


— ¡No puedo transformarme! ¡Solo intentarlo me inunda de agonía!

El mago recordó su propia reacción cuando intentó recuperar su forma de


dragón nada más llegar a aquel tiempo. No le sorprendía que Korialstrasz
sufriera una dificultad similar.

— No lo intentes. Tendré que ir solo.


— ¿Estás seguro? He notado que, cuando estamos juntos, ambos sufrimos
menos por el mal que nos aflige...

Krasus sintió una mezcla de orgullo y nerviosismo. Si alguien podía haber


deducido la verdad, ese era su yo más joven.
El Pozo de la Eternidad

¿Pero sabría el porqué?

Si lo sabía, no lo dijo.

— No. Sé que debes seguir solo —dijo el dragón.


— ¿Te quedarás aquí?
— Mientras pueda. No parece que los elfos de la noche transiten mucho por
esta región, y los árboles son altos y me ocultarán bien. Pero si me necesitas
acudiré a tu llamada.
— Sé que lo harás —respondió Krasus, porque se conocía bien.

El mago se despidió del dragón y emprendió el arduo viaje hacia el


asentamiento de los elfos de la noche. No obstante, justo antes de perderse de
vista de Korialstrasz, este lo llamó en voz baja.

— ¿Crees que podrás encontrar lo que buscas?


— Eso espero... —No añadió que si no lo lograba, todos sufrirían a
consecuencia de ello.

Korialstrasz asintió.

Cuanto más se acercaba la ciudad y más se alejaba del dragón, más enfermo
y cansado se sentía Krasus. Pero a pesar de su creciente debilidad, la delgada
figura siguió adelante. Allí, en alguna parte, estaba el elfo de la noche en
cuestión. Krasus no sabía aún qué podría hacer para localizarlo. Solo tenía la
esperanza de que Nozdormu hubiera dejado esa información impresa en su
subconsciente, para usarla cuando fuera necesaria. Si no, quedaría al buen
juicio de Krasus. Pareció llevarle una eternidad, pero por fin notó los
primeros signos de civilización. Las distantes antorchas seguramente
indicaban una muralla o incluso una entrada a la propia ciudad.
Richard A. Knaak

Ahora llegaba la parte más difícil. Aunque en esta forma tenía cierto parecido
con un elfo de la noche, lo seguirían reconociendo como otra cosa. Quizá si
se echaba la capucha y se encorvaba un poco...

Krasus se dio cuenta súbitamente de que no estaba solo en el bosque.

Vinieron por todos lados, elfos de la noche vestidos con armaduras parecidas
a las de los que lo habían capturado la vez anterior. Armas parecidas a lanzas
y espadas apuntaban amenazadoramente al intruso.

Un joven oficial de aspecto serio desmontó de un sable de la noche y se le


acercó.

— Soy el capitán Jarod Cantosombrío. Eres prisionero de la guardia de


Suramar. Ríndete y serás tratado con justicia.

Al no tener otra opción, Krasus extendió las manos para que se las ataran.
Pero en lo más profundo de su interior sentía cierta satisfacción por su
captura. Ahora ya tenía forma de entraren la ciudad.

Y una vez allí, solo tenía que escaparse.


El Pozo de la Eternidad

CAPÍTULO VEINTIUNO
El sable de la noche bufó cuando Rhonin trató de subirse a él. Aguantó las
riendas con firmeza, con la esperanza que la bestia comprendiera que él
estaba donde se suponía que debía estar.

— ¿Listo? —le preguntó Illidan.

El hermano de Malfurion se había convertido en la carabina oficiosa del


mago, una tarea que a Illidan no parecía importarle en absoluto. Observaba
constantemente a Rhonin, como sí tratara de aprender de cada uno de sus
movimientos. Cada vez que el mago hacía algo que pareciera remotamente
mágico, el elfo de la noche le prestaba la máxima atención.

A Rhonin no le había costado mucho descubrir el porqué. De todos los


presentes, él era la fuente más poderosa de magia disponible. A pesar de toda
su arrogancia, los elfos de la noche aparentemente tenían una comprensión
limitada de las fuerzas que empleaban. Cierto que a Rhonin le costaba más
Richard A. Knaak

invocar el poder para sus conjuros, pero no tanto como para estar
incapacitado, igual que la mayoría de los elfos, sólo el joven Illidan se arcaba
al nivel de poder de Rhonin.

Puedo ayudarle, decidió el mago. Si quiere aprender, le ayudaré a aprender.


Independientemente de su opinión acercar del hermano de Malfurion, Rhonin
veía un gran potencial en Illidan.

Solo tenía la esperanza de que ese potencial estuviera disponible cuando se


enfrentaran a la Legión Ardiente.

Partieron de Suramar hacia Zin-Azshari al paso más rápido que daban de sí


las panteras. Rhonin sintió cierto nerviosismo en el momento de la partida,
ya que ahora se estaba alejando más de Krasus. El mago estaba cada vez más
seguro de que estaba destinado a no volver a su futuro. Solo podía esperar
que, fuera lo que fuese lo que les reservara el futuro a Vereesa y los niños,
fuera una vida digna de ellos.

Eso suponiendo por supuesto que hubiera futuro.

Lord Cresta Cuervo mantuvo el contingente en marcha durante toda la noche


y parte del día. Solo cuando se hizo evidente que muchos de los animales no
podían avanzar más, ordenó con reticencia hacer un alto.

Sus filas habían aumentado, ya que a lo largo del camino se les habían ido
uniendo más tropas, grac.as a los jinetes de avanzadilla. Ahora eran más de
un millar, y otros llegaban constantemente. Lord Cresta Cuervo deseaba un
ejército tan grande como fuera posible antes de encontrarse con el enemigo,
un deseo que compartía Rhonin, que conocía bien el terrible poder de los
demonios.
El Pozo de la Eternidad

Habiendo decidido su propio curso de acción, el mago se acercó finalmente


a lord Cresta Cuervo y le ofreció toda la información que podía recordar de
sus enemigos. Para justificarse, le dijo que la Legión Ardiente había invadido
una vez su «tierra lejana» y lo había arrasado todo; por fin, por lo menos, la
verdad. Rhonin también le describió al comandante el curso de la terrible
guerra, y cuánta devastación había sido causada antes de que los defensores
lograran rechazar a los demonios.

Aunque no quedó muy claro cuánto de aquello se había creído lord Cresta
Cuervo, al menos memorizo las descripciones de los demonios que le había
hecho Rhonin y ordenó a sus soldados que adecuaran las tácticas según fuera
necesario para aprovechar los puntos débiles. Latosius y los guardias lunares
no parecían muy contentos ante la idea de enfrentarse a las bestias infernales
en particular, pero lord Cresta Cuervo le aseguró que un contingente de sus
mejores hombres los rodearía en todo momento. También se aseguró de que
los soldados en cuestión supieran que primero había que atacar los tentáculos
para reducir el peligro para los hechiceros.

Evidentemente, el comandante de los elfos de la noche se había dado cuenta


de que Rhonin se había dejado bastantes cosas en el tintero, pero no lo
presionó más gracias a la valiosa información que ya había conseguido.
También supuso, acertadamente, que Rhonin apreciaba su vida lo suficiente
para hacer todo lo posible por asegurarse de que la derrota no fuera una
posibilidad.

A pesar del enorme crecimiento de su fuerza, no bajaron el ritmo. Una noche


se convirtió en dos, luego en tres. Con un pequeño hechizo que le permitía
ver en la oscuridad tan bien como sus acompañantes, Rhonin no tuvo
problemas en adaptarse a la actividad de la noche. No obstante, era
plenamente consciente de que a los demonios no les importaba lo más
mínimo si lo que brillaba en el cielo era el sol o la luna, y se lo hizo saber al
noble. Los guerreros de la Legión Ardiente lucharían hasta que no pudieran
Richard A. Knaak

seguir más. Los defensores tendrían que estar listos para enfrentarse a ellos
incluso durante el día.

A medida que los elfos de la noche se iban acercando a Zin-Azshari, fueron


notando una sobrecogedora luz verdosa que iluminaba la zona, una luz que
no parecía emanar los nublados cielos, sino de la misma ciudad.

— ¡Por Elune! —murmuró un soldado.


— Tranquilos —ordenó lord Cresta Cuervo de irguió en la silla y oteó el
horizonte—. Viene algo… y muy rápido.

Rhonin no tuvo que preguntar lo que era.

— Son ellos. Saben que venimos y pretenden afrentarse a nosotros lo antes


posible. Nunca pierden tiempo. La Legión vive solo para luchar.

El comandante asintió.

— Hubiera preferido tener la posibilidad de explorar la zona y evaluar al


enemigo. Pero si desean luchar de inmediato no les decepcionaremos.
¡Toquen a rebato!

Los cuernos resonaron y las líneas de elfos de la noche se desplegaron para


adoptar formación de combate. Convertidos ya en un ejército de varios miles,
los jinetes acorazados y la infantería eran una vista impresionante. Rhonin
recordó el poderío de la Alianza y cómo le había impresionado de forma
parecida la primera vez que los había visto prepararse para combatir a los
aliados de los demonios: el Azote.

También recordaba cómo las líneas habían sido hechas pedazos por la furia
de los invasores.
El Pozo de la Eternidad

¡No volverá a suceder! Miró a Illidan, que parecía mucho menos confiado
ahora que se enfrentaban a la realidad.

— No dejes que el miedo te pierda —comentó el mago, que había visto a


dónde podía llevar—. Tienes un don, Illidan. Te he enseñado algo acerca de
cómo invocar mejor el poder. Puede que nos hayan aislado del Pozo, pero su
esencia impregna la tierra, el cielo y todo lo demás. Si sabes percibirlo,
puedes hacer cualquier cosa que pudieras antes de que apareciera el escudo.
— Sigo tu sabiduría, shan'do —contestó en tono sombrío el joven elfo de la
noche.

Rhonin había oído antes esa palabra, en especial cuando Malfurion se refería
a su maestro, el semidiós Cenarius. Rhonin se preguntó dónde estaría ahora
el señor del bosque. Un ser elemental como aquel les haría falta en esos
momentos.

Entonces aparecieron a la vista las primeras figuras horripilantes y los


pensamientos de Rhonin se centraron en la supervivencia.
En la supervivencia... y en Vereesa.

La Legión Ardiente lo había arrasado todo hasta este punto y aun así seguía
hambrienta de destrucción, de caos. Las bestias infernales ladraban y los
soldados demoníacos que las seguían rugían de placer y ganas al ver las
hileras de figuras que tenían enfrente. Allí había más corderos a los que
matar, más sangre que derramar.

Con un solo y terrorífico grito de guerra cargaron.

Lord Cresta Cuervo asintió

— ¡Arqueros listos! —grito un oficial.


Richard A. Knaak

Más de mil arcos apuntaron al cielo.

El comandante mantuvo la mano levanta, observando. La horda demoníaca


se acercó más... más.

Bajó la mano.

Como una bandada de almas en pena, las flechas volaron hacia el enemigo.
Incluso sabiendo que la muerte volaba a su encuentro la Legión Ardiente no
se detuvo. Lo único que veía eran enemigos que debían morir.

Las flechas cayeron.

Puede que fueran demonios, pero eran demonios de carne. La primera fila
cayó casi hasta el último guerrero, algunos con tantas flechas clavadas que
casi no llegaban a tocar el suelo. Por todo el frente se derrumbaron bestias
infernales. Uno o dos guardias apocalípticos cayeron del cielo.

Pero la Legión Ardiente pisoteó a los suyos como si no estuvieran allí. Las
bestias infernales ignoraron a sus hermanas muertas y se acercaron a las
líneas de los elfos de la noche aullando y babeando.

— ¡Maldición! —masculló lord Cresta Cuervo—. ¡Una salva más! ¡Rápido!

Los arqueros se prepararon con una precisión exquisita. El barbudo


comandante no perdió el tiempo en ordenarles disparar.

De nuevo llovió muerte sobre la horda, pero esta vez con mucho menos
efecto. Ahora la Legión levanto los escudos y formo filas más ordenadas.

— No son simples bestias —dijo un oficial que había junto a Rhonin—.


¡Aprenden demasiado rápido!
El Pozo de la Eternidad

Cresta Cuervo lo ignoró.

— ¡Arqueros a la retaguardia! ¡En posición para disparar sobre sus filas


traseras! ¡Lanceros, listos para cargar!
— ¿Puedo, mi señor?—gritó Rhonin.
— ¡En estos momentos se te concede lo que desees hacer, mago! ¡Hazlo!

Rhonin miró fijamente la zona que había delante de las primeras filas de
demonios. Se concentró e invocó el poder. Le costó más de lo normal, pero
no lo suficiente como para impedirle el éxito.

Entrecerró los ojos.

El sudo anilló ante la Legión Ardiente, una explosión de tierra y rocas que
asaltó a los monstruosos guerreros como una batería de catapultas pesadas.
Muchos guardias siniestros volaron por el aire mientras otros quedaban
sepultados bajo toneladas de tierra. Una enorme roca aterrizó sobre una bestia
infernal, rompiéndole la columna en dos como si fuera una ramita. La masa
se detuvo y muchos chocaron.

Los arqueros se aprovecharon y lanzaron otra descarga contra la apretujada


horda. Cayeron a decenas, aumentando el desconcierto.

Los soldados vitorearon. Los guardias lunares, por el contrario, miraron a


Rhonin con cierta envidia. Latosius gritó a sus compañeros hechiceros,
apremiándolos a actuar.

Los esfuerzos de los hechiceros elfos de la noche resultaron mucho menos


espectaculares que los de Rhonin. Unos anillos de energía cayeron sobre los
guerreros de la Legión Ardiente. Muchos se desvanecieron sin ningún efecto.
Un puñado de demonios cayó, pero incluso algunos de ellos se recuperaron.
Richard A. Knaak

— ¡No están haciendo nada! —exclamó secamente Illidan.


— Están intentando hacer algo —lo corrigió el mago.

En vez de discutir, el joven elfo de la noche señaló repentinamente a la horda


y murmuró algo.

Unos tentáculos serpentinos de energía negra se enredaron en las gargantas


de varias decenas de demonios de la vanguardia de la Legión. Los demonios
soltaron sus armas y escudos e intentaron arrancar los tentáculos, pero antes
de que pudieran nacerlo los apéndices quemaron sus cuellos, atravesaron
carne y hueso con facilidad... y decapitaron a todos los objetivos de Illidan.

Rhonin apenas pudo ocultar su desagrado. Algo en la forma de ataque que


había elegido el elfo de la noche no le gustaba, pero cuando Illidan se volvió
hacia él en busca de aprobación, asintió. No podía desanimar a la única
persona que conservaba cierta habilidad aparte de él. Si sobrevivían ya le
enseñaría a Illidan otras formas de encargarse de los enemigos.

Y si no sobrevivían...

La Legión Ardiente retomó el avance. Aplastó bajo sus pies los cuerpos de
sus camaradas caídos. Rugió al aproximarse, con las mazas y otras armas
horribles levantadas y dispuestas.

— Tenemos que avanzar contra ellos ahora —decidió Cresta Cuervo—.


¡Ustedes dos quédense atrás y sigan haciendo lo que puedan! ¡Por ahora son
nuestra mejor arma... y posiblemente seguirá siendo así!

Illidan inclinó la cabeza en dirección al comandante.

— Gracias, mi señor.
El Pozo de la Eternidad

— Es la verdad, jovencito... La terrible verdad.

Con eso el comandante de los elfos de la noche espoleó a su montura y se


unió a sus guerreros. Lord Cresta Cuervo desenvainó el arma y la sostuvo en
alto.

Los lanceros se tensaron. Tras ellos, la infantería se dispuso a seguirlos. En


la retaguardia, los arqueros prepararon otra descarga.

Cresta Cuervo bajó la espada.

Los cuernos resonaron. Los arqueros dispararon.

El contingente de elfos de la noche cargó para enfrentarse al enemigo, con


los sables de la noche rugiendo desafiantes ante los demonios.

Justo cuando llegaban los lanceros golpearon las flechas. Distraídos por la
carga, los demonios de la primera fila fueron diezmados por los proyectiles.
La vanguardia se desorganizó momentáneamente, justo lo que había
pretendido Cresta Cuervo.

La rapidez de los sables de la noche permitió que las lanzas se clavaran


profundamente. A pesar de su enorme tamaño, varios guardias siniestros
fueron levantados del suelo cuando lanzas no solo perforaron la armadura,
sino también lo que había dentro.

La pura fuerza de la carga hizo retroceder a la Legión Ardiente por un


momento. Los sables de la noche hicieron más daño mordiendo y arañando a
los que estaban apiñados ante ellos. Los soldados de a pie se unieron desde
atrás, llenando los huecos y atacando a todo lo que no fuera uno de los suyos.
Richard A. Knaak

Ahora que las lanzas ya no les servían, los jinetes desenvainaron las espadas
y lucharon. Desde detrás, los arqueros seguían descargando flechas sobre las
filas más alejadas del combate.

Otra línea de jinetes, lord Cresta Cuervo entre ellos, seguía esperando. La
mirada del aristócrata se movía de un lado a otro, estudiando cada lucha
individual, buscando los puntos débiles.

Rhonin e Illidan tampoco estaban desocupados. El mago lanzó un conjuro


que solidificó el aire sobre una parte de la horda, lo que hizo que el cielo
cayera sobre sus cabezas, literalmente. Illidan, mientras tanto, repetía su
conjuro serpentino, decapitando a varios demonios cada vez.

Los guardias lunares hacían lo que podían. Sus esfuerzos eran casi
insignificantes, pero no del todo. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, no
lograban superar la pérdida de contacto directo con el Pozo de la Eternidad,
y eso se evidenciaba en sus expresiones cada vez más frustradas.

En ese momento, uno de los hechiceros elfos de la noche chillo y cayó de


espaldas, mientras su piel se licuaba. Para cuando dio contra el suelo, no era
más que un esqueleto en un charco de lo que una vez había sido su carne. Los
demás guardias lunares se quedaron mirando el cadáver consternados; sólo
los gritos de Latosius los devolvieron a su tarea.

Rhonin examinó rápidamente la Legión en busca de la fuente del conjuro. No


le costó demasiado ver al culpable, una figura inquietante en segunda línea.
El hechicero parecía un guardia siniestro, pero tenía una larga cola de reptil
y su armadura estaba más ornamentada. También llevaba una capa negra con
capucha sobre la armadura, y los ojos que observaban el campo de batalla
revelaban una inteligencia muy superior a los que estaban en primera fila.
El Pozo de la Eternidad

Rhonin nunca se había enfrentado a uno de ellos en persona, pero por las
descripciones reconoció a un brujo eredar. No solamente eran los hechiceros
de la Legión Ardiente, sino que también actuaban como oficiales y estrategas.

Pero el brujo había cometido el error de asumir que la Guardia Lunar era la
responsable de los conjuros más devastadores. Eso le dio a Rhonin la
oportunidad que necesitaba.

Vio cómo el brujo volvía a hacer magia, pero cuando liberó su oscuro
hechizo, Rhonin lo usurpó y lo volvió contra su creador.

El demonio abrió la boca espantado cuando la piel empezó a despegársele del


cuerpo. Su, boca colmilluda emitió un grito inhumano y volvió la vista hacia
el mago.

Fue lo último que hizo. La boca del demonio siguió abriéndose, pero solo
porque no había nada que lo sostuviera la mandíbula. Por un breve instante
la figura sin carne se mantuvo en pie… y luego los restos esqueléticos se
derrumbaron en una pila que desapareció bajo la interminable ola de guardias
siniestros.

Sin nadie al mando, aquella parte Legión se desorganizó. Los elfos de la


noche avanzaron. Las primeras filas de los demonios cedieron.

— ¡Los estamos derrotando! —afirmó un joven oficial que estaba junto a


Cresta Cuervo.

Pero tan rápido como los demonios habían flaqueado, reanudaron su avance
con más decisión si cabe. Por la retaguardia venían guardias apocalípticos
que los empujaban a latigazos. Más bestias infernales pugnaban por abrirse
paso y llegar hasta los hechiceros.
Richard A. Knaak

Los elfos de la noche gritaron cuando los infernales se lanzaron contra los
jinetes, arrojando por los aires animales y soldados por igual. Se abrió una
brecha que atravesaron los demonios.

— ¡Avancen! —gritó Cresta Cuervo a los que estaban con él— ¡No les dejen
aislar las líneas!

Él y otros jinetes cargaron contra los monstruosos guerreros que habían


sobrepasado las líneas. El propio Cresta Cuervo Rebanó los tentáculos de una
bestia infernal y luego le clavo la espada en la cabeza. Un sable de la noche
cayó sobre uno de los guerreros demoníacos y lo despedazó con sus garras y
largos colmillos.

La brecha se redujo de tamaño... y luego desapareció. Las líneas de los elfos


de la noche se reconstruyeron.

Pero aunque volvían a tener un frente sólido, los defensores seguían viéndose
obligados a retroceder. Por muchos horrores acorazados que mataran los elfos
de la noche, parecía que llegaba el doble para reforzar el enjambre.

Rhonin maldijo mientras lanzaba otro hechizo que hizo caer sobre la Legión
Ardiente una serie de mortíferos rayos. Por muy magnificado que estuviera
su poder, sabía que podría haber hecho más si hubiera tenido acceso al Pozo.
Y lo más importante, Illidan y él proporcionaban la mayor parte del apoyo
mágico a los elfos de la noche, pero no podían estar en todas partes a la vez.
Illidan, a pesar de todas sus ganas de usar cualquier conjuro para matar
demonios, se estaba cansando rápidamente, y Rhonin no se sentía mucho
mejor. Con el poder del Pozo a su disposición ambos podrían haber lanzado
menos conjuros, pero con resultados mucho mejores.
El Pozo de la Eternidad

Se fueron alzando más gritos a medida que los elfos de la noche iban siendo
obligados a retroceder. Los guardias siniestros aplastaban cabezas, hundían
pechos. Sus infernales sabuesos despedazaban a la infantería. Los guardias
apocalípticos saltaban por encima de la refriega, y luego se lanzaban en
picado sobre la muchedumbre de elfos de la noche, donde descargaban sus
armas a un lado y a otro. Empezaron a aparecer infernales por partes,
lloviendo sobre los defensores de forma muy parecida a como lo habían
hecho antes las flechas de los elfos de la noche.

Otro guardia lunar gritó, pero esta vez porque una bestia infernal había
logrado pasar. Cuatro soldados consiguieron cortarle los tentáculos y luego
le atravesaron el pecho con las espadas, pero ya era demasiado tarde para el
hechicero.

Los arqueros descargaron una nueva salva que… inmediatamente dio la


vuelta en el cielo y cayó sobre ellos. Aunque muchos tuvieron el buen sentido
de salir corriendo, otros se quedaron pasmados por el asombroso cambio de
dirección.

Tuvieron una muerte rápida cuando sus propias flechas les perforaron pechos
y gargantas.

Rhonin buscó, pero no logró ver al brujo eredar responsable. Volvió a


maldecir por no poder estar en más de un sitio a la vez, y porque sus acciones
no eran lo que había esperado.

¡Estamos perdiendo! A pesar de toda su dedicación, los soldados necesitaban


a la Guardia Lunar contra los demonios... y la Guardia Lunar necesitaba el
Pozo. En el Bastión del Cuervo Negro, Malfurion había dicho que tenía
esperanzas de encargarse del escudo que habían desplegado los Altonatos,
pero de aquello hacía días. Rhonin solo podía suponer que la magia del elfo
de la noche había fracasado... o que Malfurion había muerto en el intento.
Richard A. Knaak

— ¡La línea vuelve a ceder! —grito alguien. ^.

Rhonin se olvidó de Malfurion. Ahora sólo existía la batalla… la batalla y


Vereesa. Con lo que quizá era una última despedida hacia ella, se concentró
de nuevo en las interminables filas de demonios, tratando de pergeñar otro
conjuro devastador y sabiendo que no sería suficiente.

¿Pero podía alguien hacer lo suficiente?

*******

— ¿Ha habido algún cambio, chamán?

Tyrande negó con la cabeza.

— Nada. El cuerpo respira pero el espíritu está ausente.

El orco frunció el ceño.

— ¿Morirá?
— No lo sé. —¿Sería mejor que muriera? Tyrande no tenía ni idea. Durante
tres días había vigilado el cuerpo de Malfurion, primero en la cámara de la
luna y luego en una habitación desocupada en el templo. Las sacerdotisas
superiores se habían mostrado comprensivas, pero claramente creían que no
se podía hacer nada por su amigo.
— Puede que duerma para siempre —le había dicho una—. O que el cuerpo
se consuma y muera por falta de sustento.

Tyrande había intentado alimentar a Malfurion, pero el cuerpo estaba inerte,


no respondía. No se atrevía a verterle agua por el gaznate por miedo a
ahogarlo.
El Pozo de la Eternidad

La noche anterior Brox le había sugerido cautelosamente que quizá, si sabían


que no había esperanza, sería mejor acabar rápidamente con el sufrimiento
de Malfurion. Incluso se había ofrecido él mismo para hacerlo. Por muy
horripilante que hubiera resultado oírlo, la novicia comprendía que el orco le
había ofrecido lo que le haría un buen camarada. Malfurion le importaba.

No tenían idea de lo que le había pasado a su forma onírica. Por lo que sabían,
incluso puede que estuviera flotando a su alrededor, incapaz por alguna razón
de entrar en el cuerpo. No obstante, Tyrande dudaba de eso, y sospechaba
que le había sucedido algo al intentar eliminar el conjuro de escudo. Quizá
su espíritu había sido aniquilado en el intento.

La idea de perder a Malfurion ponía a Tyrande más nerviosa de lo que ella


había creído posible. Ni siquiera la precaria misión de Illidan la preocupaba
tanto. Cierto que el gemelo le importaba, pero no tanto como aquel cuyo
cuerpo estaba tendido ante ella.

La sacerdotisa de la luna puso una mano sobre la mejilla de Malfurion.

Malfurion, vuelve a mí, pensó, no por primera vez.

Y una vez más, él no volvió.

Unos gruesos dedos verdes le tocaron el brazo. Tyrande miró los preocupados
ojos del orco. En aquel momento no le pareció feo, sólo un alma gemela que
compartía un momento de dolor.

— Chaman no has dormido, no has salido de esta habitación. No es bueno.


Sal. respira el aire de la noche.
— No puedo dejarlo...
Richard A. Knaak

El orco se negó a escuchar la protesta.

— ¿Para qué va a servir? Para nada. Está aquí tumbado. Aquí está seguro. Él
querría que lo hicieras.

Los demás veían al orco como un ser bárbaro, pero Tyrande cada vez se iba
dando más cuenta de que sencillamente era alguien nacido en una sociedad
más primaria. Comprendía las necesidades de un ser vivo y los peligros de
olvidarse de dichas necesidades.

No podría ayudar a Malfurion si se debilitaba o enfermaba. Por mucho que


le costara, tenía que irse.

— Vale... Pero solo unos minutos.

Brox la ayudó a ponerse en pie. La joven sacerdotisa descubrió que las


piernas se le habían dormido y casi no lograban sostenerla. Su compañero
tenía razón, debía descansar y comer si quería seguir por Malfurion.

Con el orco a su lado, Tyrande atravesó el templo hasta la entrada. Igual que
antes, las estancias estaban llenas de ciudadanos asustados y confusos que
buscaban ser tranquilizados por los sirvientes de la madre luna.

Tyrande temió que tuvieran que abrirse paso a empujones, pero la multitud
se apartó rápidamente para evitar a Brox, este era insensible a la repulsión
que sentían hacia él. Pero Tyrande estaba avergonzada. Elune siempre había
predicado el respeto por todas las criaturas, pero pocos elfos de la noche
tenían tratos con otras razas.

Ambos salieron a la plaza. Una brisa fresca la tocó y le recordó cuando era
niña. Siempre le había encantado el viento y, si no hubiera sido indecoroso,
habría estirado los brazos para tratar de abrazarlo como cuando era pequeña.
El Pozo de la Eternidad

Durante varios minutos, Tyrande y Brox se limitaron a quedarse allí


plantados. Entonces la culpa se apoderó una vez de la sacerdotisa, ya que sus
recuerdos de la infancia empezaban a incluir momentos con Malfurion.
Finalmente se disculpó con el orco e insistió en que volviera a entrar. Brox
se limitó a asentir comprensivo y la siguió.

Pero ni siguiera habían alcanzado las escaleras del templo cuando un guardia
de Suramar la llamo. Tyrande vaciló, insegura de si el guardia quería
importunarla a consecuencia de Brox.

Pero el oficial aparentemente tenía otra misión en mente.

— Perdóneme, hermana. Soy el capitán Jarod Cantosombrío.

Lo conocía de vista, aunque no por el nombre. Sólo era un poco mayor, y de


rasgos redondeados para un elfo de la noche.

Sus ojos también eran más pronunciados de lo habitual, lo que le confería


una expresión inquisitiva incluso cuando trataba de ser cortés y amistoso,
como ahora.

— ¿Desea algo de mí, capitán?


— Un poco de su tiempo, si se me permite la osadía. Tengo un prisionero que
necesita ayuda.

Al principio Tyrande pensó en negarse, ya que su ansia de volver con


Malfurion era lo único que ocupaba sus pensamientos, pero sus deberes eran
prioritarios. ¿Cómo podía darle la espalda a un desdichado que necesitaba sus
habilidades curativas?

— Muy bien.
Richard A. Knaak

Cuando el orco empezó a seguirlos, el capitán Cantosombrío miró de soslayo.

— ¿Eso viene con nosotros?


— ¿Preferiría que se quedara solo en la plaza en estos tiempos tan agitados?

El oficial negó con la cabeza reluctantemente y puso fin al asunto. Dio la


vuelta y guío a la pareja a toda prisa.

Suramar tenía un edificio muy pequeño para los prisioneros, ya que los
importantes acababan en la Bastión del Cuervo Negro. La estructura a la que
los condujo el capitán Cantosombrío había sido creada a partir de la base de
un árbol muerto hacía mucho. Las raíces formaban el esqueleto del edificio
y los trabajadores habían construido el resto en piedra. No había ningún
edificio más sólido que aquel, excepto el castillo de lord Cresta Cuervo y, la
guardia de Suramar se enorgullecía de ello.

Tyrande entró en el anodino edificio con cierto nerviosismo, ya que su gris


exterior le hacía imaginarse que sólo podía albergar a los peores villanos. No
obstante trató de calmarse y de no revelar su desasosiego cuando el capitán
la invitó a entrar.

La cámara exterior estaba desprovista de mobiliario salvo por un sencillo


escritorio de madera que sin duda sería el puesto del oficial de guardia.
Habiendo partido la mayor parte del poderío armado de Suramar, el resto de
los camaradas del capitán Cantosombrío estaría sin duda intentando en vano
mantener la paz.

— Lo encontramos en los bosques la misma tarde en que partió lord Cresta


Cuervo con la fuerza expedicionaria. Muchos de nuestros conjuros de
detección han fallado, hermana, pero algunos dependían de su propia energía.
Uno de esos nos alertó del intruso. Con las últimas fugas… —Miró
El Pozo de la Eternidad

momentáneamente al orco. El capitán Cantosombrío sabía claramente el


actual estatus de Brox, de lo contrario habría tratado de arrestarlo de
inmediato—. Decidimos no arriesgarnos y fuimos a investigar.

— ¿Y qué tiene eso que ver conmigo?


— El... prisionero que encontramos estaba completamente extenuado. Tras
decidir que no se trataba de un engaño lo trajimos de vuelta. Desde entonces
no ha mejorado. Debido a su peculiar naturaleza lo quiero vivo para cuando
regrese lord Cresta Cuervo, si regresa. Por eso he acudido finalmente al
templo.

— Entonces, por favor, llévame a él.

En la parte trasera del edifico no había más que una docena de celdas, aunque
el oficial le dijo a Tyrande que abajo había más. Ella asintió educadamente.
Ahora sentía cierta curiosidad acerca del ser que estaba encarcelado, pero la
reacción del capitán ante Brox hacía improbable aquella suposición.

— Aquí está.

La sacerdotisa esperaba algo enorme y de aspecto agresivo, pero el ser que


había dentro no era más alto que un elfo de la noche medio. También era más
delgado que la mayoría. Bajo la capucha de la túnica poco vistosa vio un
rostro demacrado muy parecido al de un elfo, pero pálido, casi
fantasmagórico, y con ojos menos pronunciados. A juzgar por la forma de la
capucha, las orejas también eran más pequeñas.

— Parece uno de nosotros... pero no —comentó ella.


— Parece el fantasma de uno de nosotros —la corrigió el capitán.

Pero Brox se adelantó, casi hipnotizado por la inquietante figura.


Richard A. Knaak

— ¿Elfo?
— Quizá... —respondió el prisionero en una voz mucho más grave y firme
de lo que permitía deducir su apariencia. Parecía igualmente interesado en
Brox—. ¿Y qué hace aquí un orco?

Sabía lo que era su acompañante. Tyrande encontró aquello extremadamente


interesante, especialmente con todos los visitantes raros que había
últimamente.

Entonces el prisionero tosió malamente y la preocupación se apoderó de ella.


Insistió en que el capitán Cantosombrío le abriera la puerta.

Mientras se acercaba al jergón en el que estaba echado, la joven sacerdotisa


no pudo evitar mirarlo a la cara de nuevo. En ella había más de lo que
indicaban las apariencias. Sintió una profunda sabiduría y una experiencia
que la hicieron estremecerse. De algún modo, Tyrande se dio cuenta de que
se trataba de un ser muy, muy antiguo cuyo estado no tenía nada que ver con
la edad.

— Posees el don —susurró él— Tenía esa esperanza.


— ¿Qu... qué te aflige?

Él le dedicó una sonrisa paternal.

— Nada que puedas curar, a pesar de tus habilidades, convencí al capitán de


que buscara a alguien como tú porque el tiempo se acaba.
— ¡No me dijiste nada! —protestó Jarod Cantosombrío—. Fui porque quise.
— Como digas... —Pero los ojos del prisionero le decían lo contrario a
Tyrande. Volvió a mirar a Brox—. Pero tú eres algo con lo que no había
contado, y eso me preocupa. No deberías estar aquí.

El orco gruñó.
El Pozo de la Eternidad

— El otro también lo dijo.


— ¿El otro? ¿Qué otro?
— El del pelo de fuego, el que dijo... —Aquí Brox hizo una pausa y, tras
mirar subrepticiamente al capitán de la guardia, continuó en un murmullo—
. El que hablaba de esto como el pasado.

Para asombro de Tyrande, el prisionero se sentó. El capitán Cantosombrío se


adelantó con la espada desenvainada, pero la sacerdotisa lo hizo retroceder
con un gesto.

— ¿Has visto a Rhonin?


— ¿Lo conoces? —preguntó Tyrande.
— Llegamos juntos. Pensaba que estaba atrapado en otro sitio.
— En el claro de Cenarius—añadió ella.

Él se rió.

— ¡Gracias al azar, al destino o a Nozdormu por hacer avanzar esto! Sí, es


ese sitio. ¿Pero cómo lo conoces?
— He estado allí, con unos amigos.
— ¿Sí? —el demacrado rostro se acercó—. ¿Con magos?

Tyrande no sabía a qué atenerse. El prisionero conocía muchas cosas que


estaban fuera del alcance de los elfos de la noche ordinarios, de eso estaba
segura.

— Antes de seguir... me gustaría saber cómo te llamas.


— ¡Perdón por mis modales! Puedes llamarme Krasus.

Ahora fue Brox quien reaccionó.


Richard A. Knaak

— ¡Krasus! ¡Rhonin habló de ti! —El horco hinco una rodilla en tierra—
Anciano, me llamo Broxigar, y esta es la chamán Tyrande.

Krasus frunció el ceño.

— Quizá Rhonin ha hablado demasiado... y seguramente ha insinuado más


aún.

La reacción de su compañero le aclaro algunas cosas a la sacerdotisa. Se


volvió hacia el capitán.

— Me gustaría llevármelo al templo. Creo que allí podría recibir mejores


cuidados.
— ¡Nada de eso! Si se escapa...
— Tiene mi promesa de que no. Además, usted mismo ha dicho que es
esencial que se encuentre bien. Después de todo, si debe enfrentarse a lord
Cresta Cuervo...

El oficial de la guardia frunció el ceño. Tyrande le sonrió.

— Muy bien... Pero tendré que escoltarlos personalmente.


— Por supuesto.

Tyrande se volvió para ayudar a Krasus a levantarse. Brox se puso al otro


lado del prisionero. Cuando Tyrande lo cogió, notó que el prisionero ocultaba
una sonrisa de satisfacción.

— ¿Algo te alegra?
— Por primera vez desde mi inoportuna llegada, sí. Después de todo hay
esperanza.
El Pozo de la Eternidad

No se explicó más y ella tampoco le pidió que lo hiciera. Salió del cuartel de
la guardia con su ayuda. Tyrande se dio cuenta de que en un aspecto Krasus
no jugaba: estaba gravemente debilitado. Pero incluso así podía sentir la
autoridad en su interior.

Volvieron al templo seguidos por Jarod Cantosombrío. De nuevo, lo único


que hizo falta para abrirles camino fue la presencia del orco.

Tyrande temía que las guardias y las sacerdotisas superiores fueran un


problema, pero al parecer percibieron la prominencia de Krasus al igual que
ella. Las sacerdotisas de más alto rango incluso le hicieron reverencias,
aunque Tyrande sospechaba que ni siquiera ellas conocían el motivo.

— Elune ha escogido bien —comentó Krasus mientras llegaban a los


alojamientos—. Eso lo supe en cuanto te vi.

Aquel comentario hizo que se le oscurecieran las mejillas, pero no debido a


ninguna atracción. Tyrande sintió como si hubiera recibido un cumplido de
alguien al menos tan importante como la propia suma sacerdotisa.

Pretendía llevarlo a una habitación separada, pero sin pensar entró donde
estaba Malfurion. Tyrande intentó detenerse en el último momento.

— ¿Algún problema? —preguntó Krasus.


— No... solo que estamos usando esta habitación para un amigo mío que está
enfermo.

Pero antes de que pudiera seguir, la encapuchada figura se apartó de ella y


avanzó hacia la forma yaciente de Malfurion.

— ¡El azar, el destino o Nozdormu, vaya que sí! —dijo bruscamente—. ¿Qué
le pasa? ¡Rápido!
Richard A. Knaak

— Yo... ¿Cómo explicarlo?


— Fue a caminar por el Sueño Esmeralda pero no ha vuelto, Anciano —
respondió Brox.
— No ha vuelto... ¿A dónde pretendía ir?

El orco se lo dijo. Tyrande pensaba que el rostro de Krasus estaba muy pálido,
pero ahora se puso casi literalmente blanco.

— De todos los sitios... Pero tiene sentido. ¡Si lo hubiera sabido antes de irme
de allí!
— ¿Estabas en Zin-Azshari? —Preguntó entrecortadamente Tyrande.
— Estuve en lo que quedaba de la ciudad, pero he venido aquí en busca
precisamente de tu amigo —estudió el cuerpo inmóvil—. Y si, como dices,
lleva así varias noches… puede que haya llegado demasiado tarde... para
todos nosotros.
El Pozo de la Eternidad

CAPÍTULO VEINTIDÓS
Un elfo de la noche gritó cuando el tajo de una espada demoniaca le abrió en
dos la coraza y el pecho. Otro que había junto a él no tuvo oportunidad de
emitir un sonido cuando la masa de un guardia siniestro le aplasto el cráneo.
Los defensores morían por todas partes, y nada de lo que Rhonin había hecho
hasta ahora había sido suficiente para alterar aquel horrible hecho. A pesar
de la presencia de lord Cresta Cuervo en primera línea, los elfos de la noche
estaban siendo lentamente masacrados. La Legión Ardiente no les daba
respiro y atacaba las líneas constantemente.

Pero aunque sabía que él y los demás iban a morir, el mago siguió luchando.

No le quedaba otra cosa.

*******
Richard A. Knaak

Las noticias de la llegada del ejercito defensor habían cogido por sorpresa a
lord Xavius, pero no le habían hecho perder confianza en el resultado final.
Veía corno la hueste celestial del Grandioso fluía a través del portal, y se
sentía seguro de que ningún ejército se les enfrentara resistiría mucho. Pronto
los impuros serán erradicados de este mundo.

Mannoroth encabezaba la Legión contra los estúpidos y Hakkar había salido


de caza, así que todo había quedado en las capaces manos del consejero. Miró
en dirección a un pequeño nicho que había cerca de la entrada, donde había
guardado su botín más reciente. Cuando llegaran las noticias de que las
fuerzas defensoras habían sido diezmadas, Xavius ya tendría tiempo de
encargarse de su «huésped». Por el momento tenía cosas más importantes que
hacer.

Devolvió su atención al portal, donde acababa de materializarse otro grupo


de guardias siniestros. Estos recibieron instrucciones del enorme guardia
apocalíptico que había dejado Mannoroth y luego fueron a unirse a sus
sanguinarios hermanos. La escena se había repetido una docena de veces en
los últimos minutos, con la única diferencia de que cada vez habían llegado
más que en la anterior. Ahora casi ocupaban la habitación al completo.

Mientras pasaba la última tropa de guardias siniestros, lord Xavius oyó la


gloriosa voz de Sargeras en su cabeza.

El ritmo aumenta. Estoy complacido. El elfo de la noche se arrodilló.


— Me siento honrado.
Ya hay resistencia.
— Simplemente unos impuros que retrasan lo inevitable.
Hay que proteger el portal... No basta con mantenerlo abierto, hay que
fortalecerlo. Pronto, muy pronto, yo lo atravesaré.
El Pozo de la Eternidad

El corazón del consejero dio un salto en el pecho. ¡El momento ansiado se


acercaba! Se levantó.

— ¡Me encargaré de que el camino esté preparado! ¡Lo juro!

Sintió una oleada de satisfacción, y luego Sargeras abandonó sus


pensamientos.

Lord Xavius fue de inmediato hacia el dispositivo mágico que mantenía en


funcionamiento el conjuro de escudo. Lo había inspeccionado después del
intento del intruso de destruirlo y había visto que estaba intacto, pero uno no
podía arriesgarse.

Seguía perfectamente. Al acordarse de su «huésped», Xavius pensó en


algunas de las cosas que haría cuando Sargeras cruzara finalmente el portal.
Seguramente la Reina tendría que estar allí y, por supuesto, habría que
disponer de un guardia de honor. El capitán Varo'then se encargaría de esto
último. El consejero pretendía ser el primero en saludar al dios celestial.
Xavius había decidido que como regalo entregaría el cristal y su contenido a
Sargeras. Después de todo se trataba de uno de los tres que Mannoroth había
considerada lo bastante importantes como para enviar al cazador tras ellos de
nuevo. Qué tonto parecería Hakkar cuando volviera y descubriera que el
consejero ya había capturado uno con facilidad.

Lord Xavius apenas podía esperar para entregarle su prisionero al gran


Sargeras. Iba a ser especialmente interesante ver lo que haría el dios con el
jovenzuelo…

*******

La pesadilla continuaba.
Richard A. Knaak

Malfurion flotaba por el cristal, mirando afuera a lo poco que lograba ver de
la habitación. Lo habían colocado en un pequeño soporte en un nicho, con el
cristal en ángulo. El nicho le permitía ver la zona cercana a la puerta, lo que
significaba que el prisionero veía pasar un flujo constante de guerreros
demoníacos, con la muerte claramente presente en sus ideas. Aquello lo había
desmoralizado aún más, ya que sabía que salían a matar a cualquier elfo de
la noche que pudieran encontrar... y todo porque Malfurion no había logrado
destruir el escudo.

Aunque el entorno no le daba indicio alguno del paso del tiempo, Malfurion
estaba seguro de que al menos habían pasado dos noches desde su captura.
En su forma onírica no dormía, y eso había hecho que las noches fueran
incluso más largas.

¡Qué estúpido había sido! Malfurion había oído historias acerca de los ojos
de lord Xavius, la gente decía que incluso podían ver las sombras de las
sombras, pero lo había tomado por cuentos fantasiosos. No había sospechado
que las mismas lentes que permitían al consejero observar las fuerzas
naturales de la hechicería le permitirían percibir a un espíritu en su
sanctasanctórum. ¡Cómo se había reído lord Xavius!

Malfurion había puesto a prueba la jaula cristalina en varias ocasiones y había


descubierto que era demasiado fuerte. Quizá, si hubiera sido más
experimentado el joven elfo de la noche, hubiera podido descubrir algún
punto débil, pero eso ya no importaba. Había fracasado. Se había fallado a sí
mismo, a sus amigos, a su raza… al mundo.

Ahora lo único que se interponía en el camino de los demonios, eran los


defensores de lord Cresta Cuervo.

Tenía que hacer algo.


El Pozo de la Eternidad

Se concentró y volvió a intentar emplear lo que Cenarius le había enseñado.


El cristal era parte de la naturaleza. Era susceptible a sus conjuros. Pasó las
manos por los bordes, buscando una debilidad en la matriz que lo mantenía
de una pieza. No estaba usando un conjuro druídico, sino algo parecido.

Pero siguió sin encontrar nada.

Malfurion gritó de frustración. Iban a morir miles a consecuencia de su


fracaso. Illidan moriría. Brox moriría. Tyrande... Tyrande moriría.

Podía imaginarse el rostro de ella, visualizarlo mejor que ningún otro.


Malfurion imaginó lo preocupada que estaría por él. Sabía que seguramente
estaría sentada junto a su cuerpo, tratando de llamarlo de vuelta. El elfo de la
noche prisionero casi podía oírla llamándolo.

Malfurion...

Dio un respingo. Seguramente empezaba a perder la cabeza. Le asombraba


que el proceso hubiera empezado tan pronto, pero claro, se trataba de una
situación terrible.

¿Puedes oírme, Malfurion?

De nuevo parecía que la voz de Tyrande resonaba en sus pensamientos. Miró


afuera de su prisión para intentar ver si lord Xavius había comenzado algún
tipo de tortura mental, pero no logró ver ni rastro del consejero.

¿Tyrande? Finalmente Malfurion pensó con cierto nerviosismo. ¡Malfurion


ya casi no me quedaban esperanzas!

Él mismo apenas podía creérselo. Cierto que era sacerdotisa de Elune, pero
aun así esto estaba por encima de sus posibilidades.
Richard A. Knaak

¿Cómo has llegado hasta mí Tyrande?


Gracias a otro. Dice que te ha estado buscando.

Los únicos que se le ocurrían eran Brox y Rhonin. Pero Malfurion conocía al
orco, y aunque era un guerrero valiente, Brox carecía de habilidades mágicas.
¿Podría ser Rhonin? Aquello no tenía sentido, ya que se suponía que el mago
había partido con lord Cresta Cuervo.

¿Quién?, preguntó finalmente. ¿Quién?


Me llamo Krasus.

El repentino cambio molestó a Malfurion. La voz no se parecía a ninguna que


conociera, aunque en ciertos aspectos recordaba a la de Cenarius. Fuera quien
fuese este Krasus, no era un simple elfo de la noche, sino mucho más.

¿Sigues percibiéndonos?, preguntó la nueva voz.


Sí... Krasus.
Le he mostrado a Tyrande cómo podemos aprovechar el vínculo que tiene
contigo para comunicarnos con tu forma onírica. Es difícil, pero esperamos
mantenerlo lo suficiente para liberarte.
¿Liberarme? Malfurion volvió a mirar su prisión y dudo que aquello fuera
posible.
Una trampa astuta, sí, continuó Krasus, para sorpresa del elfo de la noche.
Aparentemente el vínculo les permitía ver dónde lord Xavius lo tenía
encerrado. Pero ya me las he visto antes con otras iguales.

Ahora Malfurion se animó bastante.

¿Qué hay que hacer?


Ahora que hemos movido tu cuerpo…
¿Qué han hecho qué? ¿Han movido mi cuerpo? Pero el riesgo…
El Pozo de la Eternidad

Estoy bastante familiarizado con el riesgo. Como Malfurion no protestó más,


Krasus siguió. Fue necesario… acercarlo a uno de nuestro grupo. Ahora
tienes que escucharme, porque esto hay que hacerlo rápidamente.

El elfo de la noche esperó tenso. Si podían liberarlo del cristal haría cualquier
cosa que le dijeran.

Debo ver el cristal, cada faceta de su naturaleza. Eres druida, puedes


mostrármelo.

Tras indicar que había comprendido, Malfurion examinó todo el interior de


su celda mágica. Miró en cada vértice, en cada faceta, mostrando la fortaleza
del cristal y sus posibles debilidades. Nada de lo que veía le daba el más
mínimo ánimo, pero sospechaba que Krasus sabía lo que buscar mucho mejor
que él.

¡Ahí! la voz le hizo detenerse en una arista. Malfurion la había estudiado


antes, ya que había descubierto una diminuta imperfección, pero no había
sido capaz de sacar provecho de aquello. Esa es la clave de tu huida. Tócala
con la mente. ¿Ves cómo funciona el defecto?

Por primera vez lo vio. La imperfección era diminuta, pero muy diferente del
resto. ¿Cómo es que no había logrado verla antes?

Con la experiencia llega la sabiduría, como suele decirse, contestó


repentinamente Krasus. Aunque yo sigo tratando de demostrarlo.

Le ordenó a Malfurion que usara las habilidades que le había enseñado el


señor del bosque para tantear toda la amplitud de la imperfección, para
comprender su naturaleza. Para conocerla tan bien como se conocía a sí
mismo.
Richard A. Knaak

Deberías ser capaz de descubrir su punto más vulnerable. Su llave, por


decirlo de alguna manera.
No… ¡Sí! ¡Lo había hecho! Malfurion había localizado el punto, lo presionó
deseoso de liberarse... pero no cedió.
Eres fuerte, pero aún no has acabado tu entrenamiento. Ábrenos tus
pensamientos. Déjanos entrar sin importar cuantos seamos. Te ayudaremos
con nuestra fuerza y nuestros conocimientos.

Malfurion aclaró su mente todo lo que pudo y la abrió para Tyrande y el


misterioso Krasus. De inmediato sintió la diferencia entre ambos. Los
pensamientos de Tyrande eran compasivos pero firmes, los de Krasus sabios
pero frustrados. Curiosamente, esa frustración no tenía nada que ver con la
presente situación de Malfurion.

Ahora vuelve a intentarlo.

El elfo de la noche aprisionado se imaginó su forma onírica como si fuera


sólida. Empujó literalmente contra la imperfección como si fuera una débil
barrera. Seguramente cedería si la empujaba con la suficiente tuerza.

De repente pareció que otros dos empujaban con él. Malfurion casi pudo ver
a Tyrande y al otro esforzándose a su lado. La imperfección empezó a ceder.

Apareció una pequeña grieta...

Un agujerito diminuto apareció al abrirse ligeramente la imperfección.

¡Esa es tu salida!, lo apremió Krasus. ¡Sal por ella!

Y la forma onírica de Malfurion se derramó por la delgada abertura.


El Pozo de la Eternidad

Nada más dejar la celda del concejero empezó a expandirse hasta alcanzar su
tamaño real. Aquel no era más que un de cambio en su propia perspectiva,
pero prefería eso a la vista de un insecto que había tenido durante su
cautiverio.

Ahora vuelve, antes de que te descubran.

Pero Malfurion no estaba de acuerdo con eso. Había llegado hasta allí para
hacer lo necesario para salvar a su gente, a su mundo. El conjuro de escudo
tenía que caer.

¡Malfurion!, le suplicó Tyrande ¡No!

Los ignoró a ambos y flotó hasta la esquina, donde se detuvo. Lord Xavius
estaba al otro lado de la habitación con la atención centrada en el oscuro
portal por el que llegaban constantemente demonios. Casi parecía que el
consejero estaba en comunión con lo que fuera que habitara en su interior.
Malfurion se estremeció al recordar la pura maldad de aquel ente.

Con todo, la situación actual le favorecía. Si Xavius seguía absorto en el


vórtice momentos más, podría cumplir su misión e irse.

Flotó hacia el dispositivo mágico, que ya sabía cómo destruir. Unas sencillas
alteraciones y dejaría de existir.

Tanto Tyrande como Krasus habían dejado de hablar, lo que quería decir que
o bien lo dejaban seguir solo o bien el enlace se había roto. Fuera cual fuera
el caso, ya no podía echarse atrás.

Con una última mirada al señor consejero, Malfurion proyectó su poder.


Primero alteró uno de los componentes internos del hechizo, garantizando así
su inestabilidad a pesar de lo que pasara después.
Richard A. Knaak

Después invocó la fuerza de la naturaleza, del mundo. La usó para obligar al


dispositivo a adoptar una nueva combinación, una nueva forma que
neutralizaría su objetivo y lo haría disiparse.

El conjuro de escudo se debilitó...

Lord Xavius sintió enseguida que algo iba mal. Algo terrible le estaba
pasando al conjuro de escudo.

Desde el interior del portal, Sargeras también sintió que algo no marchaba
como debía.

¡Busca!, le ordenó a su peón.

El consejero giró sobre sus talones. Sus oscuros ojos mágicos se fijaron sobre
el valioso dispositivo... y el fantasmal intruso que había capturado antes.

¡El imbécil estaba manipulando el conjuro!

— ¡Detenlo! —rugió lord Xavius.

El grito echó perder todo lo había conseguido Malfurion. Logró recuperar el


control y miró a Xavius, que lo señalaba furiosamente, chillándoles a los
Altonatos y a los demonios para que lo atraparan. No obstante, ninguno
parecía ser capaz de obedecer la orden ya que, a diferencia del concejero, no
podían ver la forma onírica, y mucho menos tocarla.

Lord Xavius, por su parte, podía hacer ambas cosas.

Cuando estuvo claro que los demás no le servían, el consejero de la Reina se


lanzó contra Malfurion. Sus ojos artificiales irradiaron una energía oscura y
El Pozo de la Eternidad

Malfurion que se avecinaba un ataque. Levantó las manos instintivamente y


pidió ayuda al aire y el viento.

Unos rayos escarlatas volaron contra él y, de haber alcanzado al joven elfo


de la noche, lo habrían aniquilado sin duda. Sin embargo, a pocos centímetros
de él los rayos no solo impactaron contra una barrera invisible —aire
solidificado, quizá—, sino que fueron desviados por el viento que la figura
fantasmagórica había invocado.

Los rayos golpearon a los enormes guerreros que había junto al portal con
una precisión letal.

Los demonios salieron despedidos como hojas en una tormenta. Varios se


estrellaron contra las paredes, mientras que dos chocaron contra los
hechiceros que seguían trabajando en el portal. Eso, a su vez, provocó el caos
en el ritual. El portal tembló como quien respira entrecortadamente, y empezó
a abrirse y cerrarse sin control.

Los hechiceros Altonatos luchaban por mantener el portal bajo control.


Varios demonios que estaban a punto de atravesarlo se desvanecieron de
repente en la oscuridad que había al otro lado.

Una de las grandes figuras aladas que estaba de pie cerca de la abertura cargó
en dirección a Malfurion. El enorme demonio no podía ver al elfo de la noche,
pero atacó con su arma con la esperanza de darle a algo. Malfurion intentó
esquivar el arma lo mejor que pudo, ya que no estaba seguro de ser inmune a
ella.

Lord Xavius se había echado cuerpo a tierra para esquivar su malogrado


conjuro, y volvió a la refriega. Sacó otro cristal de la bolsa que llevaba al
cinto.
Richard A. Knaak

— De este no escaparás...

Los ojos mágicos refulgieron.

Con un rápido movimiento, Malfurion interpuso al demonio entre sí mismo


y el consejero. En vez de su pretendida víctima, Xavius absorbió al
sobresaltado demonio. La brutal figura rugió encolerizada ante el truco y trató
en vano de garrar a Malfurion antes de que el cristal se lo tragara. Xavius
maldijo y tiró el cristal a un lado, poco preocupado por el destino de su
contenido. Toda su atención se centraba en la forma fantasmal que solo él
podía ver.

— ¡Mi señor! —gritó uno de los hechiceros—. ¿Hemos de...?


— ¡No hagan nada! ¡Sigan con lo suyo! ¡El portal debe seguir abierto y el
escudo intacto! ¡Yo me encargaré del intruso invisible!

Dicho eso, Xavius se preparó para un nuevo conjuro. Pero Malfurion no tenía
ninguna intención de esperarlo. Se dio la vuelta y salió de la cámara como
una exhalación, sin siquiera dedicar una mirada a los asustados centinelas.

El furioso consejero corrió tras él de inmediato.

— ¡Abran las puertas!

Los guardias obedecieron. Xavius salió corriendo de la habitación y escaleras


abajo en pos de su adversario.

Pero Malfurion no había huido por las escaleras, sino que se había metido en
una de las paredes interiores de la torre. Allí, donde no pudo verlo el señor
consejero, esperó hasta tener la seguridad de que había pasado de largo.
El Pozo de la Eternidad

Malfurion volvió a la habitación y flotó hasta el dispositivo. Tenía que


destruirlo enseguida, antes de que los Altonatos tuvieran opción de
reforzarlo.

Pero cuando se disponía a ello le sobrevino un temor familiar. Sintió


escalofríos y, muy a su pesar, miró hacia el portal.

No tocarás el escudo… prenunció en su mente la terrible presencia del


interior. No quieres hacerlo. Sólo quieres servirme… Adorarme

Malfurion combatió el impulso de ceder ante aquella voz. Sabía qué le pasaría
a todos si el que hablaba tenía la oportunidad de entrar en el mundo. Toda la
maldad desencadenada por los demonios hasta ahora palidecerían ante el que
los mandaba.

¡Yo… no… seré… uno de tus peones! Casi gritando del esfuerzo, Malfurion
apartó la cara del vórtice.

Mientras se recuperaba podía sentir aún la cólera de la terrible figura. Aquella


maldad no podía afectarlo directamente, solo jugar con sus pensamientos.
Malfurion tenía que ignorarlo, pensar solo en quienes le importaban y lo que
el fracaso significaría para ellos.

Unos segundos más...

Su forma onírica se retorció y fue repentinamente asaltada por un dolor


increíble. Se dio la vuelta y cayó de rodillas.

— Se acabaron los jueguecitos —murmuró lord Xavius, que estaba en la


puerta. Junto a él varios guardias perplejos buscaban en vano al enemigo con
el que hablaba—. ¡No más desastres! Haré jirones tu espíritu, esparciré tu
Richard A. Knaak

esencia por el mundo... y solo entonces te entregaré al Grandioso para que


haga contigo lo que le plazca.

Señaló a Malfurion.

*******

La Legión Ardiente aplastaba las filas de los elfos de la noche. Lord Cresta
Cuervo impedía que destrozaran a sus seguidores, pero seguían perdiendo
terreno.

Un brutal ariete creado por Rhonin embistió contra los demonios, hizo saltar
por los aires a varios y se clavó en la horda. Los detuvo en un punto, pero en
el resto del frente de la Legión siguió avanzando.

Rhonin oyó a lord Cresta Cuervo gritando órdenes en alguna parte.

— ¡Refuercen ese flanco derecho! ¡Arqueros, encárguense de esas furias


aladas! ¡Latosius, retrocede con la Guardia Lunar!

Era difícil de decir si el hechicero había oído la orden del comandante, pero
a pesar de todo la Guardia Lunar se mantuvo donde estaba. Latosius estaba
al frente, ordenando a tal o cual hechicero que se encargaran de diversas
situaciones. Rhonin hizo una mueca de desagrado. El elfo de la noche no
tenía ni idea de tácticas. Desperdiciaba el poco poder que le quedaba a su
grupo en múltiples ataques insignificantes en vez de hacer un esfuerzo
concertado.

Illidan también se había dado cuenta de esto.

— ¡El maldito y viejo idiota no está haciendo nada! ¡Yo podría mandarlos
mejor!
El Pozo de la Eternidad

— Olvídate de ellos y concéntrate en tus hechizos.

Pero a la vez que el mago decía esto, Latosius cayó hacia atrás. Se llevó las
manos a la garganta y se derrumbó vomitando sangre. La piel se le oscureció
mientras caía, claramente muerto.

— ¡No! —Rhonin examinó las filas de la Legión, encontró al brujo y lo


señaló.

Con el mismo truco que quizá el mismo demonio había usado antes, Rhonin
se apoderó de varias flechas en vuelo y las envió contra el brujo. La figura
entunicada levantó la vista, vio las flechas y se limitó a reírse. Hizo un gesto
que Rhonin supuso que creaba una barrera defensiva a su alrededor.

El eredar dejó de reír cuando las flechas no solo atravesaron su escudo sino
también su torso.

— No eras tan fuerte como creías, ¿no? —murmuró el mago con una malsana
satisfacción.

Rhonin se volvió hacia Illidan... y vio que este último había desaparecido.
Miró su alrededor y comprobó que el decidido y joven elfo de la noche
galopaba hacia los guardias lunares, que parecían completamente
desorganizados sin su líder.

— ¿Qué preten...? —pero Rhonin no tuvo tiempo de preocuparse por su


presunto pupilo, ya que un increíble calor lo envolvió repentinamente. Sintió
como si se le fuera a fundir la piel.

Los brujos eredar lo habían identificado al fin como la principal amenaza.


Ciertamente lo tenía que estar atacando más de uno. Logró invocar suficiente
Richard A. Knaak

energía como para aliviar momentáneamente el increíble calor, pero poco


más. Lo estaban cocinando vivo lentamente.

Así que eso era. Moriría allí, sin saber si su papel en esa batalla alteraría más
o menos el curso de la historia o la destruiría por completo.

En ese momento, la intensa presión que sentía desapareció por completo.


Rhonin reaccionó instintivamente y usó su magia para contrarrestar el peligro
restante. Se le aclaró la vista y finalmente logro ver al brujo clave.

— ¿Te gusta el fuego? Yo prefiero el fresquito.

El mago revirtió el conjuro que habían lanzado contra él y lo devolvió como


una intensa oleada de frío.

Rhonin sintió cómo el gélido frío abrumaba al brujo. El eredar se puso rígido
y se volvió de un color blanco. Su expresión se retorció y quedó congelada
en medio de la agonía.

Uno de los guardias siniestros tropezó con el hechicero. La figura congelada


se cayó y dio contra el duro suelo con un fuerte crujido que esparció trozos
de demonio congelado por todo el campo de batalla.

Mientras intentaba recuperar el aliento, Rhonin miro a los guardias lunares,


de cuya dirección había sentido provenir la ayuda. Se le desorbitaron los ojos
al ver a Illidan al frente.

El joven elfo de la noche sonrió en su dirección luego volvió a la lucha.


Dirigía a los veteranos hechiceros como si hubiera nacido para ello. Los había
desplegado en una disposición que amplificaba el poco poder que les quedada
y lo canalizaba a través de sí mismo. Así él, a su vez, incrementaba la
intensidad de sus propios conjuros.
El Pozo de la Eternidad

Una erupción en medio de la Legión Ardiente destruyó docenas de demonios.


Illidan dejó escapar un grito triunfal sin darse cuenta de la tensión que
evidenciaban los rostros de los demás hechiceros. Había hecho buen uso del
poder de estos, pero si lo repetía demasiado los guardias lunares se
consumirían uno a uno.

Pero Rhonin no podía hacer nada para decírselo a Illidan y para ser sinceros,
no estaba seguro de que debiera hacerlo. Si I defensores caían allí, ¿quién
más quedaba?

Si Malfurion no hubiera fracasado...

*******

Mannoroth contempló el campo de batalla y se mostró complacido. Su hueste


se extendía por toda la tierra, no solo por donde no había resistencia, sino
incluso donde los patéticos habitantes de ese mundo habían decidido
presentarles batalla.

Apreciaba sus esfuerzos por acabar con la lucha cuanto antes, ya que eso
significaba allanar el camino para su amo Sargeras. Sargeras estaría
complacido con todo lo que se había logrado en su nombre. Recompensaría
bien a Mannoroth, ya que el demonio lo había logrado sin tener que pedir la
ayuda de Archimonde.

Sí, Mannoroth sería bien recompensado, recibiría más favor, más poder
dentro de la Legión.

En cuanto a los elfos de la noche que habían ayudado a los demonios en sus
esfuerzos por apoderarse de este mundo, recibirían la única recompensa que
otorgaba Sargeras a los de su clase.
Richard A. Knaak

La aniquilación absoluta.
El Pozo de la Eternidad

CAPÍTULO VEINTITRÉS
Malfurion pensó que había superado a lord Xavius, pero una vez más fue el
joven elfo de la noche el que hizo el tonto. ¿Qué le había hecho pensar que
el consejero lo seguía buscando por las escaleras y pasillos cuando
evidentemente Malfurion quería volver a la torre para continuar su misión?

Sería su último error. Lord Xavius era un hechicero muy competente con el
poder del Pozo a su disposición. Malfurion había aprendido mucho de su
shan'do, pero al parecer no lo suficiente para hacerle frente a un enemigo tan
mortífero.

Y lord Xavius lo sabía perfectamente.

Pero en la cabeza de Malfurion resonó repentinamente una voz... no la voz


que venía de dentro del portal, sino la del misterioso Krasus, que Malfurion
pensaba que ya lo había abandonado.
Richard A. Knaak

Malfurion, nuestra fuerza es tu fuerza. Igual que hiciste en el cristal saca


fuerzas del amor y de la amistad de quienes te conocen... y saca fuerzas de
la determinación de aquellos como yo, que están a su lado por ti.

No todo lo que le decía tenía sentido para el elfo de la noche, pero la esencia
estaba clara. Ahora no solo sentía a Tyrande y Krasus, sino también a Brox.
Los tres le abrieron sus mentes, sus almas, ofreciéndole la fuerza que
necesitaba.

Eres un druida, Malfurion, quizá el primero… Tu poder proviene del mundo,


de la naturaleza… ¿Y no somos todos parte de ambos? Toma energías de
nosotros también.

Malfurion obedeció... justo a tiempo.

Lord Xavius ejecutó su conjuro.

No debería haber deja ni rastro de la forma onírica de Malfurion. El joven


elfo de la noche levantó la mano para protegerse del malvado ataque, pero no
esperaba que sus poderes fueran suficientes ni siquiera ahora. El anterior
ataque de consejero lo había debilitado bastante.

Pero el conjuro nunca alcanzó su objetivo. El ataque se disipó con tanta


facilidad como si Malfurion se hubiera apartado un mosquito de la cara.

¡Levántate! Lo apremió Krasus. ¡Levántate y has lo que debes!

No se refería a que Malfurion se enfrentara al consejero. Eso sería una


peligrosa pérdida de tiempo. En vez de eso, el elfo de la noche tenía que
acabar lo que había empezado. Malfurion golpeó el conjuro de escudo. El
dispositivo se desequilibró. Dos de los Altonatos se apresuraron a ajustaría
pero el suelo bajo sus pies cedió súbitamente cuando las piedras accedieron
El Pozo de la Eternidad

a la silenciosa petición de Malfurion para interrumpir su tendencia natural a


ser fuertes y sostener las cosas. La pareja se perdió de vista con un alarido.

Lord Xavius atacó furiosamente a Malfurion y lo envolvió con un vapor que


se aferró a su forma onírica y trató de devorarla. Al principio Malfurion
sufrió, pero la fuerza combinada de Tyrande, Brox y Krasus lo empujó a
seguir adelante. Invocó rápidamente un viento que disipó el vapor.

Pero mientras Malfurion se encargaba del vapor, Xavius aprovecho para


restaurar cierto equilibrio en el conjuro de escudo. Pero luego se volvió hacia
su adversario, con obvias intenciones.

Malfurion estaba harto. Aquello podía seguir así indefinidamente. Llegaría el


momento en que lo derrotaría o lo obligaría a huir. Algo tenía que cambiar…
y rápido.

Se giró rápidamente no hacia el dispositivo ni hacia lord Xavius, sino hacia


el portal.

De nuevo llamó al viento, y esta vez le preguntó si sería lo bastante fuerte


para mover algo más que un simple vapor.

Malfurion miro concretamente a los Altonatos y desafió al viento para que le


mostrara de lo que era capaz.

Y dentro de la cámara, los hechiceros se encontraron repentinamente


azotados por una galerna. Tres de ellos salieron despedidos y atravesaron la
habitación hasta chocar violentamente contra la pared opuesta. Otro
retrocedió del círculo ritual, tropezó y cayó sobre una de las formas
inmóviles.
Richard A. Knaak

El resto se encogió para tratar de evitar la furia del viento. Pero a pesar de
que no cayó ninguno más, estaba las bajas sufridas habían causado una gran
tensión entre los supervivientes. El portal parpadeaba y se retorcía
peligrosamente. La sensación de maldad que experimentaba Malfurion se
redujo.

Unas manos de fuego lo cogieron de repente por el cuello y lo sacudieron.


Quemaron su forma onírica como si fuera de carne y le hicieron emitir un
grito que, a pesar de su intensidad, solo pudo oír su atacante.

— ¡El poder del Grandioso está conmigo! —rugió con satisfacción el


consejero de la reina— ¡No eres rival para nosotros dos!

Pues sí. Malfurion sintió de nuevo la maldad irradiar desde el portal. Aunque
no tan potente como cuando había tratado de ganárselo para el bando de los
Altonatos, añadía bastante al ya de por sí considerable poder del consejero.
Contra aquello, incluso la fuerza que Malfurion recibía de los tres resultaba
insuficiente.

Tyrande... No intentaba llamar a la sacerdotisa, solo temía en lo más profundo


de su ser que nunca volviera a verla, que nunca volviera a estar junto a ella.

La voz de Krasus llenó su mente de nuevo.

Valor, druida… hay otro de nosotros que ha estado esperando justo este
momento.

Una cuarta presencia se entrometió y se sumó de inmediato a los que


fortalecían a Malfurion. Igual que Krasus, era un ser muy superior a un simple
elfo de la noche. Sentía cierta debilidad en él pero comparada con cualquiera
de la raza de Malfurion esa debilidad era minúscula, risible. Extrañamente,
El Pozo de la Eternidad

casi parecía que la nueva presencia era un gemelo de Krasus, ya que eran tan
parecidos que al principio tuvo problemas para diferenciarlos.

Incluso la nueva voz que sintió en su cabeza le recordó mucho a Krasus.

Me llamo Korialstrasz... y entrego libremente lo que tengo.

Sus dones eran aquellos que les había otorgado la naturaleza. La presencia de
Korialstrasz centuplicó la voluntad de Malfurion, dándole una esperanza
como no había tenido.

Eres druida, volvió a recordarle Krasus. El mundo es tu fuerza.

Malfurion se sintió lleno de vigor. Ahora no solo percibía a sus distantes


compañeros, sino también las piedras, el viento, las nubes, la tierra, los
árboles, todo. Malfurion casi quedó abrumado por la furia que irradiaba el
mundo. Las maldades perpetradas por los Altonatos y los demonios habían
ofendido a los elementos como nada hasta ahora.

Prometí que haría lo que pudiera, les dijo. ¡Denme su fuerza y se hará!

A Malfurion esto le pareció una eternidad, pero cuando volvió a mirar a lord
Xavius vio que como mucho había pasado un segundo. El consejero parecía
congelado. Su expresión se movía lentamente mientras se preparaba,
respaldado por el poder de su amo, a destruir por fin a su fantasmal
adversario.

Malfurion sonrió ante la estupidez del otro elfo de la noche. Levanto las
manos hacia el cielo oculto e invocó su poder.
Richard A. Knaak

En el exterior retumbó el trueno. Los Altonatos que rodeaban el portal


vacilaron de nuevo, conscientes de que aquello no era parte del ritual. Incluso
lord Xavius frunció el ceño.

Y de repente la torre del palacio tembló... y explotó.

El capitán Varo'then estaba arrodillo ante Azshara, con el casco sostenido en


la mano.

— ¿Me había llamado, mi gloriosa reina?

Dos de las doncellas de Azshara le cepillaban los exuberantes cabellos, algo


que hacían varias veces al día para mantenerlos sedosos y perfectos. Mientras
las sirvientas se aplicaban, ella se entretenía probando los exóticos perfumes
que los comerciantes le habían traído recientemente.

— Sí capitán. Me preguntaba qué era ese ruido que venía de arriba. Parecía
originarse en la torre. ¿Hay algún problema del que no se me haya
informado?

El elfo de la noche se encogió de hombros.

— Ninguno que yo sepa, luz de un millar de lunas. Quizá sea el preludio de


la llegada del gran Sargeras.
— ¿Eso crees? —Se le iluminó la mirada—. ¡Qué maravilla! —Lo despidió
con un gesto—. ¡En tal caso debería prepararme! Seguramente se aproxima
un acontecimiento maravilloso.
— Como diga, gloria de nuestro pueblo. Como diga. —El capitán se puso en
pie y volvió a calarse el casco. Dudó—. ¿Quiere que lo investigue, solo para
aseguraros?
— ¡No, estoy segura de que tiene razón! No molesten a lord Xavius de
ninguna manera. —Azshara olió otro vial. El olor la excitaba de una forma
El Pozo de la Eternidad

que le agradaba. Quizá se pondría ese cuando recibiera al dios— Después de


todo estoy segura de el buen consejero lo tiene todo bajo control.

La mitad superior de la torre había sido arrasada. Los rayos caídos del cielo
la habían arrancado y habían lanzado el techo y otras secciones al Pozo.

Varios bloques de piedra habían caído dentro de la habitación, matando a dos


Altonatos y dispersando al resto. El escudo y el portal se mantenían… aunque
ambos muy debilitados.

Vientos cortantes asaltaron a los que quedaban en el interior. Un hechicero


que había sido empujado cerca del borde por la onda expansiva, cometió el
error de ponerse en pie. El viento lo atrapó y lo empujó hacia atrás.

Con un chillido patético, siguió a la cima de la torre hacia las profundidades


del Pozo.

Un intenso chaparrón golpeaba a los supervivientes. Los Altonatos cayeron


de rodillas, aún pugnando por mantener en funcionamiento sus conjuros,
aunque esto sirvió de poco dada la intensidad de la tormenta.

Sólo dos figuras permanecían impasibles ante los elementos. Una era
Malfurion, cuya forma onírica permitía que el viento y la lluvia la atravesaran
sin efecto. El otro era lord Xavius, protegido no solamente por el poder que
extraía del Pozo, sino por la maldad que todavía seguía filtrándose por el
vórtice de oscuridad.

— ¡Impresionante! —gritó el consejero—. ¡Aunque inútil en última


instancia, mi joven amigo! Tú solo puedes acudir al poder del Pozo...
mientras que yo tengo el poder de un dios.
Richard A. Knaak

Aquellas palabras hicieron sonreír a Malfurion. El señor consejero aún no se


daba cuenta de a qué se estaba enfrentando. Suponía que no era más que un
hechicero competente.

— No, mi señor —respondió el elfo de la noche—. Está equivocado. ¡Usted


solo tiene el Pozo y el supuesto poder de un demonio con ínfulas de deidad!
¡Yo tengo como aliado el poder del mismo mundo!

Xavius sonrió despectivamente.

— No tengo tiempo para más sandeces...

Malfurion sintió cómo invocaba una cantidad de poder del Pozo como
seguramente nadie había hecho antes. Aquello aturdió al druida
momentáneamente, pero las fuerzas que lo asistían le permitieron
recuperarse.

— Deben ser detenidos —le dijo al consejero—. Usted y la cosa a la que sirve
deben ser detenidos.

Malfurion nunca llegó a saber el conjuro que pretendía lanzar lord Xavius.
Antes de que el consejero pudiera completarlo, los elementos lo asaltaron. El
rayo lo golpeó una y otra vez, quemándolo por dentro y por fuera. Su piel se
ennegreció y se desprendió, mas no cedía.

La lluvia se convirtió en un torrente que hizo caer toda su fuerza sobre el


enemigo de Malfurion. Xavius pareció derretirse ante los ojos del joven elfo
de la noche, carne y músculo que se licuaba... y el consejero seguía sin ceder.

Entonces retumbó el trueno, un trueno tan tremendo que restos de la torre


temblaron, y enviaron a otro Altonato a las oscuras aguas del Pozo. Un trueno
tan tremendo que estremeció a Malfurion hasta lo más profundo de su ser.
El Pozo de la Eternidad

Lord Xavius, consejero de la reina y más alto de los Altonatos... estalló en


pedazos.

Al explotar aulló como una de las terribles bestias infernales, un aullido que
se mantuvo mientras las piezas se dispersaban en el aire. La nube de polvo
que una vez había sido el consejero dio vueltas y vueltas, empujada por un
viento colérico y terrorífico.

Los Altonatos restantes abandonaron sus puestos para huir de la ira de quien
había vencido a su temido líder. Malfurion los dejó marchar, sabedor de que
había empleado casi todas sus fuerzas. Pero aún necesitaba encargarse de un
asunto.

Sin lord Xavius allí para protegerlo, el dispositivo del escudo se derrumbó
fácilmente. Un simple gesto del joven druida disipó el maligno conjuro,
eliminando al fin el posible impedimento a la supervivencia de su pueblo.
Sólo rezaba para que no fuera demasiado tarde.

Al fin, devolvió su atención al portal.

No era más que una sombra de lo que había sido, un simple agujero en la
realidad. Malfurion lo miro furioso, sabedor de que no podía sellar
permanentemente ese mundo de la maldad que habitaba allí dentro; pero al
menos podía ganar tiempo.

Retrasas lo inevitable... llegó la voz que temía. Devoraré tu mundo… como


he hecho con tantos otros.
— Verás que somos un hueso duro de roer —contestó Malfurion.

Una vez más desató los elementos.


Richard A. Knaak

La lluvia arrastró el valioso dibujo en el suelo sobre el que flotaba el portal.


Rayo tras rayo impactaron en el mismo centro del agujero, y obligaron a lo
que había en el interior a retroceder todavía más. El viento se arremolinó
alrededor del debilitado conjuro y lo atacó con la fuerza de un tornado.

Y la tierra... La tierra tembló y finalmente logró romper los últimos trozos de


cimientos que quedaban de la alta torre.

Al no tener forma corpórea, Malfurion no tenía nada que temer del


derrumbamiento de la estructura. A pesar de su creciente cansancio se quedó
a verlo, ya que estaba decidido a asegurarse en persona de que no pasaba nada
a última hora.

El suelo se inclinó. Instrumentos de magia negra y trozos de lo que quedaba


de las paredes resbalaron por él. Un espantoso estruendo acompañó el
derrumbamiento.

La torre cayó.

Al hacerlo, el portal se cerró sobre sí mismo y se encogió rápidamente.

Una repentina succión cogió desprevenido a Malfurion. Sintió una fuerza que
atraía su forma onírica hacia el agujero que se desvanecía.

Serás mío..., llegó la voz débil pero dañina.

El elfo de la noche luchó por apartar su forma onírica de la grieta. El polvo


flotó a través de él hasta lo que iba quedando del portal, seguido de más
desperdicios.

La tensión se hizo insoportable. Cada vez lo atraía más y más...


El Pozo de la Eternidad

¡Malfurion!, lo llamó Tyrande. ¡Malfurion!

Se agarró a la llamada, trató de usarla como palanca. Bajo él, los últimos
restos de la torre se unían a lo demás en el oscuro abismo del Pozo de la
Eternidad. Solo quedaban Malfurion y el diminuto y malévolo agujero.

Tyrande!, llamó él en silencio. Cerró los ojos y se la imaginó, trató de ir con


ella.
Te tengo..., dijo una voz que no pudo identificar.

Y el mundo se puso patas arriba.

*******

Mannoroth sintió la pérdida. Sintió el vacío incluso antes de que sucediera.

El enorme y bestial comandante se detuvo en la retaguardia de la horda, y


volvió su fea y colmilluda cabeza en dirección a la torre.

La torre que ya no estaba allí.

— ¡Noooooooo! —rugió.

*******

Rhonin lo sintió. Sintió el súbito torrente de poder, el torrente de fuerza. De


repente se imaginó capaz de construir mundos, de arrancar las estrellas del
cielo y reordenarlas a su antojo. Era invencible omnipotente.

El hechizo que sellaba el Pozo de la Eternidad había sido destruido.


Richard A. Knaak

Miró de inmediato a Illidan, para ver si el joven elfo de la noche no había


sentido lo mismo. Rhonin no entado la misma do, ya que Illidan claramente
había experimentado la misma sensación de fuerza que él. De hecho, no solo
los guardias lunares parecían fuertes y dispuestos, sino también el resto de
los defensores.

El Pozo y los elfos de la noche son uno, se dio cuenta el mago. Incluso
aquellos que no podían hacer magia seguían vinculados a él hasta cierto
punto. Su pérdida los había debilitado de una forma que nunca llegarían a
comprender. Pero ahora Rhonin veía en cada uno de ellos, desde lord Cuervo
Negro al soldado más bajo, una confianza y una determinación renovadas.
Ciertamente, ahora se consideraban invencibles por cualquier enemigo.

Incluyendo a la Legión Ardiente.

Los cuernos resonaron. Los elfos de la noche profirieron un rugido colectivo


que estuvo a la altura de cualquiera de los emitidos antes por los demonios.
La vanguardia de la Legión flaqueó, insegura de lo que querría decir aquel
brusco cambio,

— ¡A por ellos! —gritó Cresta Cuervo.

Los defensores se lanzaron hacia delante. Los demonios se encontraron de


repente acosados como nunca antes. Las bestias infernales fueron masacradas
antes de poder retroceder hasta la horda. Los guerreros colmilludos caían uno
tras otro cada vez que las espadas de los elfos de la noche se clavaban
certeramente. El avance de la Legión se detuvo por completo.

Illidan condujo a la Guardia Lunar contra los invasores, y siguió canalizando


sus esfuerzos a través de sus probos conjuros. La tierra tembló bajo los pies
de la Legión Ardiente, lanzando demonios por todas partes como si no fueran
nada. Varios guardias apocalípticos estallaron en llamas en pleno vuelo y se
El Pozo de la Eternidad

convirtieron en proyectiles de fuego que causaron más daños en sus propias


filas.

Rhonin tampoco se mantuvo al margen de la batalla. Con el recuerdo fresco


en la memoria de todos los que habían muerto ese día, y los que iban a morir
en la futura guerra, atacó una y otra vez a los responsables. Un brujo eredar
que trató temerariamente de hacerle frente quedó envuelto por su propia
túnica, que se retorció hasta cortarlo en dos. Del mago salieron luego una
serie de rayos azulados que metódicamente cazaron a más brujos de la
Legión, dejando detrás solo pequeños montoncitos de ceniza para recordar a
los antiguos enemigos.

Por primera vez el caos cundió entre los terribles guerreros. Aquella no era
la batalla que habían esperado, el derramamiento de sangre que deseaban.
Allí no había nada salvo sus propias muertes, una idea que incluso ellos
consideraban poco atractiva.

Sus líneas empezaron a ceder. Los elfos de la noche presionaron.

— ¡Ya los tenemos! —grito Cresta Cuervo—. ¡Sin cuartel!

Este grito animó aún más a los defensores. A pesar del imponente tamaño de
los invasores, los elfos de la noche avanzaron impávidos.

Y Rhonin e Illidan siguieron pavimentando el camino a la victoria. El mago


miró hacia arriba y miró a varios salvajes infernales que se lanzaban en
picado contra los defensores. Como siempre, los demonios de la Legión se
habían enroscado en bolas y caían como rocas para provocar el desastre.

Por una vez, Rhonin hizo uso de las tácticas de Illidan. Extrajo energía del
pozo y creó una enorme barrera dorada en el cielo, barrera que los infernales
no podrían evitar. Pero la barrera no era simplemente un muro, ya que Rhonin
Richard A. Knaak

tenía otra idea en mente. La moldeó según sus deseos, la curvó y obligó a los
demonios que se estrellaron contra ella a rebotar en la dirección que él quiso.

El mismo centro de su propio ejército.

Ni siquiera los rayos que había hecho caer antes sobre los demonios habían
provocado tanta devastación como provocaron ahora los terribles gigantes.
Más de veinticinco infernales golpearon el centro de la legión en diversos
puntos, dezmando las filas y creando enormes cráteres humeantes. Los
cuerpos del enemigo volaban en todas direcciones, se estrellaban contra los
demás y multiplicaban el daño por diez.

A cierta distancia, el mago oyó una risotada triunfal. Illidan aplaudía en honor
del esfuerzo del humano, y luego señaló al acosado enemigo.

Una parte del flanco izquierdo de la Legión Ardiente se quedó clavada en


tierra repentinamente. Muchos se hundieron hasta las rodillas. La sólida tierra
bajos sus pies se había convertido en sopa y las formas pesadas y acorazadas
de los demonios no podían hacer otra cosa que hundirse bajo la superficie
como piedras. Algunos forcejearon Pero, al final, todos los que tuvieron la
desgracia de encontrarse donde Illidan había lanzado su conjuro
desaparecieron.

Con un gesto de la mano, el joven elfo de la noche volvió a solidificar la tierra


y borró todo rastro de sus víctimas. Luego se volvió hacia Rhonin y saludó
al mago con la florida reverencia.

Rhonin se mantuvo inmutable y se limitó a asentir. Otra cosa no pero Illidan


mantenía a raya a los demonios.

Por fin bajo un asalto tan brutal, la Legión Ardiente hizo lo único que podía:
retirarse en masa.
El Pozo de la Eternidad

No hubo toque de cuerno ni orden alguna. Los demonios simplemente


empezaron a retroceder. Mantuvieron cierta semblanza de orden, pero
claramente eso era lo único que podían hacer sus oficiales. Incluso así, no se
retiraron lo bastante rápido para escapar de los defensores, que aprovecharon
al máximo la victoria.

La Guardia Lunar en particular saboreó el cambio de las tornas. Cazaron a


las bestias infernales. A algunas las convirtieron en trozos de madera
retorcida, a otras en roedores. Varias sencillamente estallaron en llamas
mientras huían con el rabo entre las piernas hacia la dudosa seguridad de las
filas de la Legión.

Aquí y allí quedaron bolsas de resistencia que fueron rápidamente suprimidas


por los soldados. Había guardias siniestros caídos por todas partes. A Rhonin
no le cabía duda de que cada elfo de la noche pensaba en los incontables
muertos que la Legión Ardiente ya había dejado a su paso. Seguramente
habría muchos amigos y seres queridos entre las víctimas de Zin-Azshari.

No obstante la causa por la que los elfos de la noche seguían luchando


preocupaba al mago. Incluso ahora Cresta Cuervo gritaba su nombre para
motivar más aún a las tropas.

— ¡Por Azshara! ¡Por la reina! ¡Vamos al rescate!

Rhonin había escuchado la sugerencia de Malfurion de que la reina muy


posiblemente era cómplice de la matanza como los Altonatos a quienes
culpaba el resto, y sospechaba que era cierto. El mago sólo podía seguir
diciéndose que la verdad saldría a la luz cuando llegaran al palacio... si
llegaban.
Richard A. Knaak

La legión ardiente cada vez retrocedía más, hasta alcanzar los márgenes de la
capital en ruinas. Morían a carretadas. Morían por el acero o la magia pero
morían. La batalla continuo incesante mientras se mantuvo la oscuridad y el
suelo quedo enterrado bajo los cadáveres de los demoníacos invasores.

Quizá habría seguido, quizá podrían haber llevado la batalla hasta la propia
Zin-Azshari e incluso llegado a palacio, pero a medida que el día iba
imponiendo su voluntad a la noche, los defensores por fin flaquearon. Lo
habían dado todo en un esfuerzo digno de encomio, pero hasta lord Cresta
Cuervo vio que continuar pondría a los elfos de la noche en un riesgo que no
podían permitirse. Con gesto reticente, a pesar de todo indicó a los músicos
que hicieran sonar el toque de alto.

Al sonar los cuernos, Illidan puso cara de fastidio, intentó hacer que los
guardias lunares lo siguieran adelante, pero aunque varios parecieron
dispuestos, todos estaban claramente agotados.

Rhonin también estaba exhausto. Cierto que todavía podía lanzar conjuros
muy destructivos, pero su cuerpo estaba empapado de sudor y se mareaba si
se movía demasiado rápido. Cada vez le costaba más concentrarse.

Aparte de Illidan, los demás elfos de la noche eran conscientes de que no


podían seguir, al menos durante el día, pero aquello no restaba valor a lo que
habían logrado. Cierto la amenaza no había sido eliminada, pero ahora sabían
que los demonios tenían sus límites. Se los podía matar. Se los podía hacer
retroceder.

El comandante buscó rápidamente voluntarios para que partieran en


dirección de los diferentes territorios del reino de los elfos de la noche con
una misión doble. Primero, levantar en armas a la población para crear un
contingente más fuerte, una fuerza defensiva de varios frentes con la que
contener el siguiente ataque de la Legión Ardiente, que se produciría con total
El Pozo de la Eternidad

seguridad; y segundo, comprobar la extensión de la devastación en otras


zonas.

Aparte de eso, el aristócrata puso inmediatamente a su hechicero personal —


Illidan— al mando de los guardias lunares que se encontraban con ellos.
Hubo ciertas protestas entre los supervivientes de más alto rango, pero una
simple exhibición de poder en forma de una última y violenta explosión entre
los demonios que se retiraban silenció rápidamente a los críticos del joven
hechicero.

Complacido con su nuevo cargo, Illidan fue a decírselo a Rhonin. El mago


asintió cortésmente. Por un lado se preguntaba si él había sido tan entusiasta
de joven, y por otro le preocupaba el efecto del nuevo estatus de Illidan en su
personalidad. Illidan poseía un potencial mucho mayor del que había
revelado hasta ahora, pero su carácter impulsivo y temerario era una trampa
que podía convertirlo en un peligro tan mortal como la Legión Ardiente.
Rhonin se prometió no quitar el ojo de encima a su compañero.

Solo de nuevo, el único humano entre los elfos de la noche examinó


lentamente la fuerza que se había desplegado contra los demonios. La luz del
sol hacía centellear sus armaduras y proporcionaba a la hueste un aspecto
épico. Parecían y actuaban como si pudieran derrotar a cualquier enemigo.
Pero a pesar de eso, Rhonin era consciente de que necesitaban una fuerza
mucho mayor si esperaban vencer en la lucha definitiva. La historia decía que
la victoria estaba asegurada, pero había demasiados factores, él incluido, que
ahora hacían confuso el resultado. Peor aún, la Legión Ardiente era muy
consciente del poder mágico al que se enfrentaba; a partir de ahora buscaría
más al mago y a Illidan.

Rhonin ya había sido blanco de los demonios y sus aliados en su propio


tiempo. No le atraía la idea de repetir aquella situación.
Richard A. Knaak

¿Y qué pasaba con el otro que era responsable del éxito de esa noche? Rhonin
no. Illidan tampoco. Ni toda la Guardia Lunar o lord Cresta Cuervo y sus
legiones. Ninguno de ellos era la verdadera razón de la victoria.

¿Qué?, pensó el cansado mago miraba a la oscura Zin-Azshari y la horda


desorganizada. ¿Qué ha pasado con Malfurion?
El Pozo de la Eternidad

CAPÍTULO VEINTICUATRO
Estaba tieso como un muerto, imagen empeorada por el hecho de que ninguno
de ellos podía sentir ni rastro del vínculo u una vez habían compartido con
él. Tyrande acunaba la cabeza de Malfurion en su regazo, y la blanda hierba
del suelo actuaba como el resto de su cama.

— ¿Lo hemos perdido? —preguntó un perplejo Jarod Cantosombrío. El


capitán había acompañado al grupo hasta este punto lejano del bosque,
ostensiblemente para mantener vigilado a su prisionero, Krasus. No había
intervenido en la magia, pero había acabado montando guardia cuando la
situación lo había requerido. Había pasado de ser un reticente añadido a un
compañero preocupado, aunque seguía sin entender del todo lo que pasaba.

— ¡No! —exclamó secamente Tyrande—. No puede ser... — añadió en un


tono menos hosco.
— No huele a muerto —dijo Korialstrasz con su voz estruendosa.
Richard A. Knaak

Jarod Cantosombrío miraba de soslayo cada vez que Korialstrasz hablaba.


Todavía no se había acostumbrado a la presencia del dragón rojo. Puede que
aquello, en otro momento, hubiera divertido a Tyrande pero no en las
presentes circunstancias. Ella por su parte había aceptado enseguida al
leviatán, en especial porque sentía una relación oculta entre Korialstrasz y
Krasus. Casi parecían hermanos gemelos.

Pensar en gemelos la hizo bajar la mirada hasta Malfurion.

Krasus andaba arriba y abajo. Ahora parecía mucho más saludable, y la joven
sacerdotisa había notado que el efecto se había magnificado al llegar cerca
del dragón. Por desgracia, aquella salud no servía de nada a la pálida figura
en aquellos momentos ya que parecía tan preocupado como ella por
Malfurion… aunque claramente Krasus nunca lo había visto antes de
encontrárselo en el templo.

Brox estaba arrodillado frente a Tyrande, con el hacha junto a su exánime


amigo. El orco tenía la cabeza hundida en el pecho y murmuraba algo que
sonaba como una oración.

— La zona estaba cargada de poderosas energías mágicas— murmuraba


Krasus para sí mismo—. Podrían haber dispersado partes de su forma onírica
hasta los cuatro confines del mundo. Podría ser capaz de recuperarse, pero
las posibilidades son...

El capitán Cantosombrío recorrió a los demás con la mirada.

— Perdón por la pregunta impertinente, pero... ¿consiguió al menos lo que


pretendía?

La figura encapuchada se volvió hacia él con expresión seria.


El Pozo de la Eternidad

— Al final lo logró. Rezo para que sea suficiente.


— Deja de hablar así... —insistió Tyrande. Se limpió una lágrima del ojo y
luego levantó la vista al cielo iluminado por el sol. A pesar del brillo, no
apartó la mirada—. Elune, madre luna, perdona a esta servidora por perturbar
tu descanso. No tengo el atrevimiento de pedir que nos lo devuelvas, pero al
menos mándanos una señal de su destino.

Pero ninguna luz gloriosa brilló sobre Malfurion. La luna no se apareció


repentinamente para hablarles.

— Quizá sería mejor que lo lleváramos al templo —sugirió el capitán de la


guardia—. Quizá pueda oírnos mejor allí...

Tyrande no se molestó en responderle.

Krasus se detuvo. Miró fijamente al sur, donde el bosque se hacía más denso.
Entrecerró los ojos y apretó los labios de frustración.

— Sé que estás ahí.


— Y yo sé lo que tú eres —contestó una voz atronadora.

Los árboles más cercanos se fusionaron repentinamente y formaron una


figura con el cuerpo parecido al de un ciervo gigante, pero cuyo pecho, brazos
y rostro eran más parecidos a los de Tyrande o Jarod Cantosombrío.

Cenarius avanzó hacia el grupo con los puños apretados. Él y Krasus se


miraron a los ojos durante unos instantes y, luego ambos inclinaron la cabeza
en señal de respeto.

El señor del bosque fue hasta donde estaba Tyrande con Malfurion. Brox se
apartó respetuosamente del camino mientras que el capitán de la guardia se
quedó pasmado mirando con la boca abierta.
Richard A. Knaak

— Hija de mi querida Elune, tus lágrimas tocan el cielo y la tierra.


— Lloro por él, mi señor... Uno a quien tú también amabas.

Cenarius asintió. Inclinó las patas delanteras como arrodillándose y tocó


suavemente la frente de Malfurion.

— Es como un hijo para mí, y por eso me alegro de que tenga alguien que lo
quiere tanto como tú.
— He... hemos sido amigos desde niños.

El señor del bosque soltó una risita, un sonido que atrajo a pájaros cantores y
provocó una refrescante brisa que acarició las mejillas de todo el grupo.

— Sí. He oído tus oraciones a la querida Elune. Las que han sido en voz alta
y las que no.

Tyrande no ocultó su azoramiento.

— Pero todas mis plegarias han sido para nada.

La expresión del semidiós evidenció una sincera perplejidad.

— ¿Eso pensabas? ¿Y para qué vendría yo entonces?

Los otros se quedaron helados. La novicia negó con la cabeza.

— No entiendo.
— Porque todavía eres joven. Espera a llegar a mi edad... —Y con eso,
Cenarius abrió la mano izquierda.
El Pozo de la Eternidad

Una luz esmeralda brotó de la palma de su mano. Se quedó flotando a unos


pocos centímetros de altura, como si se estuviera orientando.

El semidiós se incorporó para observar a su estudiante.

— Viajaba por el Sueño Esmeralda en busca de respuestas a nuestras terribles


preguntas. Buscaba que se podía hacer con esos seguidores de la muerte. —
Una dulce sonrisa cruzó su rostro—. E imagina mi sorpresa cuando me
encontré con un conocido a la deriva… muy aturdido y confundido. ¡Ni
inquiera se conocía a sí mismo, y mucho menos a mí!

Ya la vez que Cenarius acababa, la luz floto hasta Malfurion y se hundió


inofensivamente en su cabeza.

Los ojos del elfo de la noche se abrieron.

*******

— ¡Malfurion!

La voz de Tyrande fue lo primera cosa que percibió Malfurion, y se aferró a


ella para usarla como salvavidas. Se izó del abismo de la inconsciencia hacia
una luz brillante y reconfortante.

Y cuando abrió los ojos fue para ver a Tyrande bajo el sol de la mañana.
Sorprendentemente, la luz diurna no le molestaba, e incluso pensó que le
permitía ver a una Tyrande tan bella que al principio no podía creérselo.

Casi se lo dijo, pero la presencia de los demás hizo que decidiera guardarse
sus sentimientos. Se conformó con cogerla de la mano y saludar a los demás.

— El... escudo... —Su voz sonaba como la de una rana—. ¿Ha...?


Richard A. Knaak

— Desaparecido —respondió una figura que no era un elfo de la noche.


Malfurion pensó que seguramente sería Krasus—. Por ahora la Legión
Ardiente ha sido contenida... al menos en un sitio.

Malfurion asintió. Sabía que la guerra no había acabado, que su gente aún se
enfrentaba a la aniquilación. Pero eso no desvirtuaba el triunfo de anoche. A
pesar de todo, aun había esperanza

— Nos enfrentaremos a ellos. —Prometió Tyrande—. Salvaremos nuestro


mundo.
— Pueden ser derrotados —afirmaba Brox mientras agitaba con orgullo el
hacha que el joven druida había ayudado a crear—. Eso lo sé.

Krasus se mantuvo pragmático.

— Pueden... pero necesitaremos más ayuda. Necesitaremos a los dragones.


— ¡Necesitarán más que dragones! —Bramó Cenarius—. ¡Y yo me encargo
de eso! —Se apartó de los demás, pero le dedicó una última sonrisa a
Malfurion—. Me enorgulleces mi thero'shan. Mi digno estudiante.
— Gracias, shan'do. —Observó cómo el semidiós volvía a fundirse con los
árboles.
— ¿Volvemos ya a Suramar? —preguntó una figura vestida con un uniforme
de capitán de la guardia. Malfurion no lo conocía, pero suponía que los demás
tendrían una razón para que estuviera allí.
— Sí —dijo Krasus—. Volvemos a Suramar.

Malfurion se puso en pie con ayuda de Tyrande.

— Pero por poco tiempo. El portal por el que entraban los demonios está
destruido, pero a diferencia del escudo, los Altonatos pueden reconstruirlo
fácilmente. Me temo que vendrán más.
El Pozo de la Eternidad

Nadie lo discutió, aunque a él le hubiera gustado que lo hicieran. Malfurion


miró en dirección a Zin-Azshari. Un mal terrible había venido a su tierra, uno
que había que detener antes de que pudiera arrasarlo todo a su paso. Él había
ayudado en gran medida a detener el avance inicial de la Legión Ardiente y,
por razones que no podía explicar, no dudaba de que recaía en sus hombros
la tarea de ayudar a impedir que los demonios destruyeran su amada
Kalimdor.

Solo rezaba para estar listo para enfrentarse a ellos cuando llegara la hora...,
pues de lo contrario no sólo Kalimdor, sino todo el mundo, se enfrentaría a
la aniquilación.

CONTINUARÁ EN
LA GUERRA DE LOS ANCESTROS
TOMO DOS
EL ALMA DEMONÍACA

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