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Richard A. Knaak
Han pasado muchos meses de la terrible y decisiva Batalla del Monte Hyjal, en
la que la demoníaca Legión Ardiente fue expulsada de Azeroth para siempre.
Pero ahora, a través de una misteriosa brecha de energía que se ha abierto en las
montañas de Kalimdor, tres antiguos combatientes se ven arrastrados al lejano
pasado; a una época muy anterior a que deambularan por el mundo los orcos,
los humanos e incluso los elfos nobles. Una época en la que el titán oscuro
Sargeras y sus peones demoníacos persuadieron a la reina Azshara y sus
Altonato de que debían purificar Azeroth y deshacerse de las razas inferiores.
Una época en la que los Dragones Aspectos se hallaban en el punto álgido de
su poder, cuando aún no eran conscientes de que uno de ellos pronto iniciaría
una era de oscuridad que dominaría por entero el mundo de...
EL POZO DE LA ETERNIDAD
Un relato original repleto de magia, combates y heroísmo, basado en el
videojuego supervenías y galardonado con múltiples premios creado por
Blizzard Entertainment.
El Pozo de la Eternidad
AGRADECIMIENTO
El más sincero agradecimiento a Leandro por todo el esfuerzo,
dedicación y tiempo que nos brinda a todos los fans de Blizzard, es
gracias a su ayuda que podemos hacerles llegar estas maravillosas
obras.
Con aprecio.
Su equipo de Lim-Books.
Richard A. Knaak
PRÓLOGO
Un aullido terrible resonó en el camino…
LIBRO UNO
EL POZO DE LA ETERNIDAD
R I C H A R D A. K A A K
El Pozo de la Eternidad
Richard A. Knaak
CAPÍTULO UNO
El alto e imponente palacio estaba colgado del mismo borde del
acantilado montañoso, dominaba tan precariamente la vasta masa de
agua negra que había debajo que parecía a punto de desplomarse sobre
las oscuras profundidades de la misma. Cuando El vasto edificio
amurallado había sido construido usando la magia para fundir la piedra
y el bosque en uno solo, una sensación de maravilla conmovía el corazón
de todos cuantos lo miraban. Sus torres eran árboles reforzados con
piedra, con prominentes pináculos y altas ventanas abiertas. Los muros
eran de roca volcánica levantada y luego trabadas con zarzas y raíces
gigantescas. La parte principal del palacio, en el centro del mismo, había
sido creado originalmente por la unión mística de más de un centenar de
antiquísimos árboles gigantes. Doblados hasta unirse, para formar la
estructura de la cúpula central, sobre la cual habían dispuesto la piedra
y las zarzas.
El Pozo de la Eternidad
Y en esa alta torre, en una cámara de piedra sellada de la vista de los que
estaban fuera, unas figuras altas con túnicas iridiscentes de color
turquesa, bordados con estilizadas imágenes de plata de la naturaleza,
se inclinaron sobre un patrón hexagonal escrito en el suelo. En el centro
del patrón, símbolos de una lengua arcaica inclusive para quienes la
usaban refulgían con vida propia.
Brillantes ojos de plata sin pupilas miraban por debajo de las capuchas
mientras los elfos de la noche murmuraban el hechizo. Su piel oscura y
violeta se cubría de sudor a medida que la magia dentro del patrón se
Richard A. Knaak
Alguien más observaba todo esto, bebiendo cada palabra y cada gesto.
Sentada en una lujosa silla de marfil y cuero, con un sedoso cabello
plateado que enmarcaba sus rasgos perfectos y un vestido dorado, tan
dorado como sus ojos, que hacía lo mismo con su exquisita silueta, era la
visión de una reina de los pies a la cabeza. Estaba recostada en la silla,
bebiendo vino de una copa de oro. Sus enjoyados brazaletes tintineaban
siguiendo los movimientos de su mano y el rubí de su tiara centellaba a
la luz de las energías mágicas que los otros habían convocado.
Krasus había nacido dragón, uno rojo y majestuoso, el más joven de los
consortes de la gran Alexstrasza. Ella, el aspecto de la vida, era su
compañera más querida... y sin embargo una vez más se obligó a
apartarla de su mente para estudiar las tribulaciones y el futuro de las
cortas vidas mortales.
Parecía como si sólo hubiera sido hace unos años, cuando los monstruos
grotescos, de piel verde llamada orcos, que habían invadido el mundo
desde más allá, habían sido derrotados. Con sus números restantes
mantenidos en campamentos, Krasus había creído que el mundo estaba
listo para la paz. Sin embargo, esa paz había sido de corta duración. La
Alianza —coalición liderada por los humanos que habían estado al frente
de la resistencia— había comenzado inmediatamente a desmoronarse,
los miembros competían por el poder sobre los otros. Parte de eso fue
Richard A. Knaak
Sin embargo, aun eso hubiera sido de poca preocupación de no ser por
la llegada de la Legión Ardiente.
Los orcos, que una vez habían sido sus marionetas, se habían vuelto en
su contra. Se habían unido a los humanos, elfos, enanos y dragones para
diezmar a los guerreros demoníacos y sus horribles bestias, y expulsar
los restos de nuevo al infernal más allá.
Krasus movió sus largos y delgados dedos sobre el orbe, invocando una
visión de los orcos. La vista se puso borrosa momentáneamente y luego
reveló una zona montañosa más al interior. Una tierra dura, pero todavía
llena de vida y capaz de mantener a los nuevos colonos.
El Pozo de la Eternidad
— Kor... strasz...
— Korialstra...
Krasus hizo una mueca de dolor. En verdad, antes habían sido cinco
aspectos. El quinto que había sido llamado... Neltharion, el Guardián de
la Tierra. Pero hace mucho tiempo, en un tiempo que incluso Krasus no
podía recordar con claridad, Neltharion había traicionado a sus
compañeros. El Guardián de la Tierra se había vuelto contra ellos y en el
proceso se había ganado un nuevo título, más apropiado.
Alamuerte, El Destructor.
¿Alamuerte había vuelto para asolar el mundo de nuevo? ¿Por eso el gran
Nozdormu mostraba tal angustia?
Sin embargo, Krasus, En ambas formas por muy adaptable y capaz que
fuera, no era rival para el poder desenfrenado de un aspecto. La fuerza
del poder mental del otro dragón lo arrojó contra la pared más cercana,
donde el mago se derrumbó.
Pero nada sería tan angustiante para un aspecto a menos de ser una
amenaza monumental para el resto de Azeroth. ¿Por qué entonces elegir
un dragón solitario rojo y no a Alexstrasza o Ysera?
Richard A. Knaak
Lo intentó una vez más interactuar con el gran dragón mayor, pero sus
esfuerzos sólo hicieron que su cabeza se mareara de nuevo.
Estabilizándose, Krasus reposo e intento decidir qué hacer. Una imagen
en particular, exigía constante su atención, la imagen de una zona de
montaña de nieve barrida en Kalimdor. Lo que fuese que Nozdormu
había intentado explicarle tenía que ver con aquella región desolada.
Un hechicero...
El calvo y anciano orco se inclinó más e inhaló. Sus ojos castaños estaban
enrojecidos y la piel le colgaba. Tenía los dientes amarillentos, rotos, y
había perdido uno de sus colmillos años atrás. Apenas podía levantarse
sin ayuda y cuando caminaba, lo hacía encorvado y lento.
Unas voces murmuraron en su cabeza, los espíritus del mundo que los
orcos ahora llamaban hogar. Normalmente, susurraban cosas pequeñas,
cosas de la vida, pero ahora murmuraban con ansiedad:
— Avisando... Avisando...
pequeños, los ríos más lejanos. Una sensación de euforia que no sentía
desde su juventud casi abruma a Kalthar, pero la combatió. Ceder sería
arriesgarse a perder su propia esencia. Él podría volar para siempre
como un pájaro, sin acordarse de lo que había sido una vez.
La idea fue tan impactante para el chamán que no se dio cuenta que el
remolino ahora pretendía también tragárselo a él también.
Exhausto más allá de sus años, que apenas se mantenía de caer a las
brasas del fuego. Las voces que constantemente murmuraban habían
desaparecido. El orco se quedó sentado en el suelo de su choza, tratando
de tranquilizarse a sí mismo que, sí, ahora existía en el mundo de los
mortales. Los guías espirituales lo habían salvado, aunque justo a
tiempo.
Pero con esa tranquilidad feliz llegó el recuerdo de lo que había visto en
su visión... y lo que significaba.
CAPÍTULO DOS
Un presagio maligno, decidió Rhonin, mientras sus vívidos ojos verdes
miraban los resultados de la adivinación. Cualquier hechicero lo
reconocería como tal.
— ¿Está seguro?
El mago pelirrojo asintió, y luego hizo una mueca cuando se dio cuenta
de que, por supuesto, la elfa no podía verlo. Tendría que decírselo cara a
cara. Ella se merecía eso. Rogaba que sea fuerte.
La diplomacia nunca había sido fácil para él, ya que prefería lanzarse a la
carga contra los problemas. Con su espesa melena y su barba corta, tenía
una apariencia leonina a juego con su temperamento cuando se veía
obligado a conversar con embajadores mimados y arrogantes. Su nariz,
rota hace mucho tiempo y nunca —por su propia elección— curada
correctamente, añadía más a su reputación de persona volátil.
No podía dejarla en espera. Ella tenía que saber la verdad, por terrible
que sea.
— Ya voy, Vereesa.
— Los elfos rara vez dan a luz y muy, muy rara vez dan a luz a gemelos
mi amor. ¡Ellos estarán destinados a grandes cosas!
Solo hasta que se dio cuenta de que los sentimientos que había
desarrollado por la valiente elfa forestal a su lado fueron recíprocos.
Cuando la terrible lucha por fin había terminado, sólo había un camino
lógico para ambos. A pesar de las voces horrorizadas que se alzaron
entre la gente de Vereesa y los maestros de Rhonin, los dos habían
decidido nunca separarse de nuevo. Ellos habían sellado un pacto de
matrimonio y trataron de comenzar una vida tan normal como pareja,
como podría tenerse posiblemente en un mundo desgarrado.
Él sabía que ella tenía razón. Tampoco haría nada que arriesgue a los
pequeños. Cuando los dos se habían dado cuenta de su estado, dejaron
sus esfuerzos para ayudar a reconstruir la destrozada Alianza y se
instalaron en una de las regiones más pacíficas de Azeroth, lo
suficientemente cerca del Dalaran destrozado, pero no demasiado cerca.
Vivían en una casa modesta, pero no del todo humilde y la gente de la
ciudad cercana los respetaban.
El Pozo de la Eternidad
¿Qué había pasado con sus padres? Hasta ahora nadie sabía, pero a ellos
también se los presumían muertos.
Hasta ahora Rhonin no había podido verificar los rumores, pero estaba
seguro de que no tenían más que un grano de verdad. Rezó para que
Vereesa nunca escuchara la historia.
Suspiró.
El Pozo de la Eternidad
— Tal vez cuando nazcan, voy a estar mejor. Probablemente sólo sea
nerviosismo.
— Cuál debía ser el signo de un padre responsable. —Vereesa regresó a
la cama.
— Además, no estamos solos en esto. Jalia ayuda mucho.
Jalia era una mujer mayor con mucha experiencia, que había dado a luz
a seis niños y fue matrona varias veces. Rhonin había estado seguro de
que la humanoa podría ser recelosa al tratar a una elfa –sin contar una
elfa con un hechicero humano de marido—, pero Jalia había echado un
vistazo a Vereesa y su instinto maternal se había hecho cargo. Incluso
aunque Rhonin le pagó bien por su tiempo, sinceramente pensaba que la
mujer del pueblo lo habría hecho voluntariamente, en cualquier caso, ya
que se había encariñado mucho con su esposa.
— Es... es Krasus. — Fue todo lo que Rhonin podía decir en ese momento.
— Rhonin... Necesito la ayuda de ambos...
— ¡No voy a ayudarte! —Respondió el mago al instante—. ¡Ya he hecho
mi parte! Sabes que no puedo dejarla ahora...
— ¿Qué quiere? —Exigió Vereesa. Al igual que el mago, ella sabía que
Krasus sólo se pondría en contacto con ellos si había surgido algún
terrible problema.
— ¡No importa! ¡Tendrá que encontrar a alguien más!
— Antes de que me rechaces, te voy a enseñar... —la voz declaró—.
Déjame que se los muestre a ambos...
Por último, Krasus los abrumó con una imagen de un lugar que creía era
la fuente de la incomodidad de Nozdormu, una helada y prohibida
cadena de montañas afiladas en Kalimdor.
La visión entera duró sólo unos segundos, pero dejó a Rhonin agotado.
Oyó un grito de la cama.
Se dirigió hacia ella, pero ella hizo un gesto para que el hiciera caso omiso
a la incumbencia.
El Pozo de la Eternidad
Por ella, Rhonin daría la eternidad, pero por otro no tenía ni un segundo
de conceder. Por medio de la invocación de la imagen de Krasus en la
cabeza, el hechicero respondió:
— ¡Lleva tus misiones a otra persona! ¡Mis días de eso han acabado!
¡Tengo cosas mucho más importantes en juego!
— Muy bien. Voy a ir. ¿Puedes manejar los asuntos hasta que llegue Jalia?
— Con mi arco, he disparado a orcos y muertos en un centenar de
metros. He luchado contra los trolls, demonios, y más. Casi he viajado a
lo largo y ancho de Azeroth... Sí mi amor, creo que puedo manejar la
situación hasta que llegue Jalia.
Se inclinó y la besó.
El Pozo de la Eternidad
— Entonces será mejor dejarte, Krasus debe saber que estoy yendo.
Sobre todo, para un dragón, que es un tanto impaciente.
— Él ha tomado el peso del mundo sobre tus hombros, Rhonin.
Eso no dejó al hechicero muy contento. Un dragón sin edad era mucho
más capaz de hacer frente a las crisis terribles que un simple hechicero
mortal a punto de ser padre.
Rhonin estaba en una cueva de enorme con claridad excavada por algo
más que simplemente los caprichos de la naturaleza. El techo era casi un
óvalo perfecto, y las paredes habían sido alisadas a fuego. Una
iluminación tenue sin fuente discernible le permitió ver la solitaria
figura con túnica que le esperaba en el centro.
— Hay un paquete que contiene las raciones y agua para ti. Tómalo y
sígueme.
— Apenas tuve la oportunidad de decir adiós a mi esposa... gruñó Rhonin
mientras recogía el paquete de cuero grande y lo ataba sobre sus
hombros.
— Lo siento mucho. — le respondió el dragón mago, caminando ya por
delante—. He tomado medidas para velar por ella y que no necesite
ayuda. Ella va a estar bien, mientras nosotros nos vayamos.
El tono con que hablaba drenaba a Rhonin toda animosidad. Nunca había
oído esa preocupación de Krasus.
El Pozo de la Eternidad
Las grandes alas reticuladas se agitaron una vez, dos veces, y de repente
levantaron al dragón y su jinete en el cielo. Con cada latido, la distancia
se acortaba. Korialstrasz voló sin esfuerzo a lo largo del cielo, y Rhonin
podía sentir la sangre de la raza gigante. A pesar de que pasó gran parte
de su tiempo en la forma de Krasus, el dragón se sintió como en casa en
el aire.
Richard A. Knaak
El aire frío asaltó la cabeza de Rhonin, por lo que el hechicero deseó que
al menos hubiese tenido la oportunidad de ponerse su túnica y la capa
de viaje… Y de repente apareció, ahora tenía una capucha.
Rhonin esperaba demostrar que era capaz, no sólo por el bien del
dragón... sino también por las vidas de la creciente familia del hechicero.
*******
Y desde arriba, los niños volvieron a llamarlo. Vio sus formas distantes
llegar a él. Rhonin lanzó un hechizo para hacer que se levante en el aire,
pero mientras lo hacía, el castillo creció hasta igualar sus esfuerzos.
Frustrado, se obligó a volar más rápido.
Por fin se acercó a la ventana de la torre, donde los dos esperaban. Sus
brazos se extendieron, tratando de reducir la distancia entre Rhonin y
ellos. Sus dedos llegaron a los pocos escasos centímetros de los suyos...
Y de repente, una forma enorme silueta embistió el castillo, lo sacudió
hasta los cimientos y envío a Rhonin y sus dos hijos contra el suelo.
Rhonin trató desesperadamente de salvarlos, pero una mano curtida
monstruosa lo cogió y lo apartó.
— ¡Despierta! ¡Despierta!
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— ¡Papá!
Antes de que el mago pudiera lanzar otro hechizo, una enorme sombra
borró las estrellas y una gran pata cogió a la bestia horrible. Con otro
grito, el horror todavía ardiente voló por la habitación, chocando contra
una pared con tal fuerza que las piedras se derrumbaron a su alrededor.
— ¿Qué… qué era esa cosa? —Rhonin logró decir con voz entrecortada.
Incluso en la oscuridad, podía sentir el disgusto del Dragón—. Creo...
creo que una vez vivió en esta casa.
— No... Esto es mucho mayor... y aún más nefasto que un acto que el rey
Lich haya perpetrado.
Seguramente...
Richard A. Knaak
CAPÍTULO TRES
Korialstrasz llegó a las costas de Kalimdor al final del día. Rhonin y él se
detuvieron sólo para comer —el dragón se alimento fuera de la vista del
mago— y luego partieron de nuevo a la gran cadena montañosa que
cubría la mayor parte de las regiones occidentales de aquella tierra.
Korialstrasz voló con más urgencia a medida que se acercaban a su
objetivo. No le había dicho a Rhonin que de vez en cuando trató de
ponerse en contacto con Nozdormu... intentaba, pero solo fracasó.
Pronto, sin embargo, no importaría, porque ellos sabrían de primera
mano lo que había afligido tanto al aspecto del tiempo.
— ¡El pico! —Gritó Rhonin. A pesar de que había dormido de nuevo, casi
no se sentía descansado. Las pesadillas sobre la isla siniestra habían
perseguido sus sueños—. ¡Reconozco aquel pico!
*******
Pero mientras que los agudos ojos del humano y el dragón habían visto
a su destino, no se daban cuenta de que otros ojos los habían avistado a
ellos.
Brox resopló ante su compañero. El otro orco era joven, demasiado joven
para haber sido de mucha utilidad en la guerra contra la Legión, y
ciertamente no sabía darse cuenta de cuando eran orcos, o humanos, que
cabalgaban tales bestias. Gaskal sólo conocía las historias, las leyendas.
*******
El Pozo de la Eternidad
— Esto huele a magia —gruñó—. Una gran magia. Algo para los magos...
tal vez.
— Ellos deben saberlo ya. —Respondió Kalthar.
— Pero no podemos darnos el lujo de esperar a que ellos hagan el
trabajo, gran Jefe de Guerra.
Thrall entendió.
— ¿Crees que tendría que enviar alguien a ese lugar para que explore?
— Parece lo más prudente. Por lo menos para que podamos saber a lo
que nos enfrentamos.
Pero era algo más que el nombre del veterano lo que suscitaba el respeto
del Jefe de Guerra Thrall. Sabía que Brox era como él, un guerrero que
luchaba con la cabeza y el brazo. El líder orco no podía enviar un ejército
a las montañas. Tenía que confiar en la búsqueda a uno o dos luchadores
expertos que luego pudieran regresar y reportar sus hallazgos ante él.
El viejo guerrero forzó una sombría sonrisa que casi se dibujó en su cara
en su último pensamiento. Sí, estaría dispuesto a luchar hasta la muerte.
Lo que Thrall no sabía cuándo convocó al héroe de guerra es que Brox
sufría de una culpa terrible. La culpa le había comido su alma desde aquel
día en el paso
Ese día todos sus compañeros murieron, todos menos Brox, y no podía
entender eso. Se sentía culpable por estar vivo, por no morir
valientemente con sus camaradas. Para él, estar con vida era una
cuestión de vergüenza, de que no dio su todo en lo que había hecho.
Desde entonces, él había esperado y esperado alguna oportunidad de
redimirse. Redimirse a sí mismo... y morir.
*******
Si creían que la isla sobre la que habían aterrizado parecía ser el lugar
más terrible, el paso de la montaña en la que ahora descendieron
simplemente hizo pensar lo contrario. Esa fue la mejor palabra que
Rhonin podría utilizar para describir las sensaciones que fluían a través
El Pozo de la Eternidad
de él. Lo que sea que buscaban... no debería estar. Era como si el tejido
mismo de la realidad hubiera hecho un terrible error...
Rhonin agarró el cuello del dragón con fuerza. Sentía cada vibración y
esperaba que su agarre durara. Su bolso rebotó contra su espalda,
golpeando.
— ¿Estás bien?
— ¡Si, bien… tan bien como podría estar! —Jadeó Rhonin. Él había hecho
vuelos en dragón antes, pero no por tanto tiempo.
El viento soplaba con dureza por las montañas y los picos altos dejaban
mucha sombra, pero con la ayuda de un poco de magia, el mago logró
mantenerse lo suficientemente caliente. Mientras trataba de estirar las
extremidades de su cuerpo, Korialstrasz pasó a lo largo, explorando la
zona. El dragón se desvaneció un poco más adelante con el camino curvo.
— Hay varias zonas inestables cerca. Esta forma es menos probable que
cause un colapso. Siempre me puedo transformar de nuevo en caso de
necesidad.
— ¿Encontraste algo?
El viento aullaba aún más fuerte por el corredor natural. El humano sólo
tuvo que luchar para mantener el ritmo de su compañero.
Richard A. Knaak
Mientras que las habilidades de Krasus eran más agudas que las suyas,
incluso un novato podía sentir la maldad que ahora dominaba la región
de más adelante.
Apenas había tenido más de uno, sin embargo, fue cuando sintió algo
nuevo, algo muy preocupante. Rhonin pausó, tratando de detectar lo que
se sentía diferente acerca de la anomalía.
Sonidos asaltaron sus oídos. Voces, música, truenos, pájaros, agua... todo.
Krasus sin duda tuvo que haber sentido el último cambio. Tenía que estar
corriendo para llegar con Rhonin. Juntos, idearían alguna manera en la
que…
Era enorme, de ocho patas y con forma de lobo, se dejó caer en Rhonin.
Si hubiera sido distinto de lo que era, el mago habría muerto allí, la
comida de una salvaje criatura con dientes de sable con cuatro brillantes
ojos verdes que hacen juego con sus ocho filosas garras. El monstruoso
semi-lobo le derribó, pero Rhonin, al haber hechizado su ropa para que
le protegiesen mejor de la intemperie, resultó ser un hueso duro de roer.
El Pozo de la Eternidad
Una costra se formó sobre las piernas y el torso. La boca quedo bien
cerrada mientras una capa de tierra sólida lo sellaba. Una por una, las
extremidades de la criatura empezaron a quedar atrapadas cubiertas
por una capa de polvo.
Llenaba un espacio diez veces mayor y, sin duda, diez veces más ancho
que el camino. La roca sólida de la montaña no significaba nada para él.
La anomalía simplemente pasaba a través de las rocas como si no
existieran. Sin embargo, a su paso, el paisaje cambiaba.
Algunas de las rocas parecían más degradadas, mientras que otras partes
parecían como si recién se enfriaban desde la creación titánica en el
nacimiento de Azeroth. Las peores transformaciones parecían tener
lugar allí donde los bordes de la flor de fuego.
— ¡Me temo que no voy a llegar a tiempo! ¡Tienes que lanzar un hechizo
de teletransporte!
— ¡Mis hechizos no están funcionando como siempre deberían! —Le
respondió—. ¡La anomalía los está afectando!
— ¡Tenemos que seguir vinculados! ¡Eso debería ayudar a fortalecer tu
lanzamiento de hechizos! ¡Te guiaré a mí para que podamos
reagruparnos!
La anomalía se lo tragó.
— ¿Rhonin?
— ¡Rhonin...!
El Pozo de la Eternidad
CAPÍTULO CUATRO
Sintió el lento pero constante crecimiento de las hojas, las ramas y las
raíces. Sintió dentro la sabiduría eterna y los pensamientos eternos.
Cada gigante tenía su propia y única firma, al igual que ocurre con
cualquier persona.
— Son los guardianes del bosque. —Le llegó la voz de su mentor—. Son
su alma tanto como del mío. Ellos son el bosque. Una pausa. Ahora...
vuelve a nosotros...
— Has aprendido bien, joven elfo de la noche. —dijo una voz grave como
la de un oso—. Mejor de lo que yo podía esperar...
Su largo pelo color verde oscuro que llegaba hasta los hombros, rodeado
de un rostro estrecho parecido a de un lobo. Malfurion se había
convertido en un paria entre los de su clase. Hizo preguntas, sugirió que
las viejas tradiciones no son necesariamente los mejores, e incluso se
atrevió a mencionar una vez que la amada reina Azshara puede que no
siempre tuviera en mente las preocupaciones de sus súbditos. Estas
acciones le dejaron con pocos asociados e incluso con menos amigos.
sentidos hasta el año pasado, cuando ella había tomado el manto de una
sacerdotisa novicia en el Templo de Elune, la diosa lunar. Allí aprendió a
estar en sintonía con el espíritu de la diosa, aprendió a usar los dones
que a todas sacerdotisas se les es concedido con el fin de hacerles correr
la voz de su diosa. Ella había sido quien había alentado a Malfurion
cuando él había decidido pasar de la hechicería de los elfos de la noche
al poder terrenal de los druidas. Tyrande vio al druidismo como una
fuerza afín de las habilidades a su deidad que le serian concedidas una
vez que complete su propia formación.
De niña, era delgada y pálida que más de una vez había superado a los
dos hermanos en las carreras y la caza, sin embargo, Tyrande se había
convertido, desde que llegó al templo, en una belleza delgada pero bien
curvada, su piel suave ahora, violeta luz suave y su pelo azul oscuro con
vetas de plata. La cara ratonil había crecido más completa, mucho más
femenina y atractiva.
A pesar de sus más de dos metros de altura, el trío fue eclipsado por
Cenarius, que estaba muy por encima de los tres metros.
Sus orígenes sólo él los conocía, era tanta su cercanía con el gran bosque,
que ya era parte de él.
— Todos ustedes lo han hecho bien. —Agregó con la voz que siempre
sonaba como un trueno. Hojas y ramas literalmente crecían en su barba,
el pelo se sacudía cada vez que la deidad hablaba—. Debes irte ahora.
Debes estar en vínculo contigo mismo. Te hará bien.
— Vayan ustedes adelante. Nos vemos al final del sendero. Tengo que
hablar con Cenarius.
— Podríamos esperar. — Respondió Tyrande.
— No hay necesidad. No tardaré mucho.
— Entonces, eso significa… —Illidan intervino rápidamente, tomando
del brazo a Tyrande—. Que debemos dejarlo. Vámonos Tyrande.
Ella dio a Malfurion una última mirada persistente que le hizo apartarse
de ocultar sus emociones. Esperó a que los dos se fueran, para luego
volverse otra vez al semidiós.
Esto hizo que el semidiós riera, un sonido acentuado por el súbito canto
alegre de los pájaros cantores. Siempre que Cenarius reaccionaba, el
mundo reaccionaba en concierto con él.
Esto no era lo que Malfurion esperaba escuchar, sin duda las palabras
del semidiós lo golpearon duro.
Esperaba que Cenarius se riese de él, pero el Señor del Bosque lo estudió
detenidamente. Malfurion sintió los orbes de oro —mucho más que los
de su propio hermano— en lo profundo de él, leyendo al elfo de la noche
por dentro y por fuera.
Por fin, Cenarius se echó hacia atrás. Él asintió con la cabeza para sí
mismo y en voz más solemne dijo:
El Pozo de la Eternidad
— Háblame de tu sueño.
Más terrible aún, hasta donde alcanzaba la vista, los calcinados huesos
de elfos de la noche yacían esparcidos por todas partes. Los cráneos se
habían hundido. El hedor de la muerte era fuerte en el aire. Nadie, ni
siquiera los viejos, enfermos o jóvenes, se habían salvado.
— ¿Cómo empiezo?
— ¿Estás seguro?
— Muy seguro.
— Siéntate, como si estuviese dándote otra simple lección. —Cuando la
figura más leve había obedecido, Cenarius bajó su propia forma de
cuatro patas a la tierra—. Yo te guiaré en este primer tiempo, luego te
corresponde a ti. Fija tu mirada en la mía, elfo de la noche.
Los orbes de oro del semidiós atraparon los ojos de Malfurion. Incluso si
hubiera querido, habría realizado un esfuerzo gigantesco para que él tire
de su propia mirada. Él se sintió atraído por la mente de Cenarius,
redactado en un mundo donde todo era posible.
— ¿Puedes sentir el canto de las piedras, la danza del viento, las risas de
los torrentes de agua?
— Cede el paso a tu subconsciente. Deja que te guíe. Sabe del reino de los
sueños y siempre está contento de volver allí.
Richard A. Knaak
— Ahora... levántate.
El Pozo de la Eternidad.
Richard A. Knaak
La maldad se agravó más cuando flotó cerca del palacio. Los ojos de
Malfurion se abrieron al ver la razón. Con la convocatoria de la visión de
Zin-Azshari, también había convocado una imagen más inmediata del
pozo. El lago negro ahora giraba locamente y lo que parecía ser hebras
monstruosas de energía multicolor se disparaban de sus profundidades.
El Pozo de la Eternidad
La magia poderosa estaba siendo sacada del pozo desde la torre más alta,
su único fin posible la emisión de un hechizo de proporciones
imposibles.
Las oscuras aguas más al pie del palacio se movieron con tal violencia
que para Malfurion parecían estar hirviendo. Cuanto más los de la torre
convocaban el poder del pozo, era más terrible la furia de los elementos.
Arriba, el cielo de tormentas chillaba y se iluminaba. Algunos de los
edificios cercanos al borde del Pozo eran amenazados con ser inundados.
Sin embargo, —día— era sólo un término, ahora. Atrás quedó el sol
eclipsado por habilidades de los elfos de la noche. A pesar de que la
noche aún no había llegado, era tan oscuro como la noche anterior en
Zin-Azshari... no, más oscuro. Esto no era natural y sin duda no es seguro.
¿Quién podría ser el que estaba allí dentro realizando esto?
Se echó a andar por las paredes por al lado de los guardias con cara de
piedra, ignorantes de su presencia. Malfurion flotaba en el propio
palacio, pero cuando trató de entrar, seguro de que con su forma de
sueño pasaría a través de algo tan simple como la piedra, el elfo de la
noche descubrió una barrera impenetrable.
— Esto no augura nada bueno... no. ¿Estás seguro de que era el palacio?
¿Azshara y sus Altonatos?
— No sé si uno o los dos... pero no puedo dejar de pensar que la reina
debe ser una parte de ellos. Azshara es muy tenaz. Incluso Xavius no
puede controlar su... eso creo. —El consejero de la reina era una figura
enigmática, tan desconfiado como era amada Azshara.
— Tienes que pensar en lo que dices, joven Malfurion. Estás sugiriendo
que la líder de los elfos de la noche, cuyo nombre se escucha en la canción
de cada día, está involucrada en algunos hechizos que podrían ser una
amenaza no sólo para la especie, sino para el resto del mundo.
¿Entiendes lo que eso significa?
Richard A. Knaak
*******
La primera asintió.
Pero en un lugar entre los mundos, en medio del caos encarnado, los ojos
de fuego entregaron un repentino interés al trabajo de los Altonatos y de
Azshara habiendo alcanzado también ellos.
Richard A. Knaak
En algún lugar, el que miraba se dio cuenta, que en algún lugar alguien
había invocado el poder. Alguien había sacado de la magia la creencia
errónea de que ellos y sólo ellos sabían de ella, sabían cómo manejarla...
pero ¿Dónde? Buscó… casi tenía la fuente, luego la perdió. Fue cerca, sin
embargo, muy cerca.
Y él y el resto se alimentarían.
El Pozo de la Eternidad
CAPÍTULO CINCO
Brox tuvo un mal presentimiento acerca de su misión.
¿Cómo se oculta un dragón? El orco quería saberlo. Las pistas eran muy
evidentes, pero luego todo lo que él y Gaskal podían encontrar después
eran las huellas de un humano, tal vez dos. Dado que los orcos estaban
lo suficientemente cerca como para darse cuenta si un dragón se lanzó
al aire —y no habían visto tal cosa— entonces sólo tenía sentido que el
Dragón aún estaba cerca.
— Tal vez por ese camino —sugirió el guerrero más joven, con el ceño
fruncido—. Por aquel pasaje.
—Demasiado estrecho. —gruñó Brox. Olió el aire. El aroma de dragón
llenó su nariz. Casi ocultaba el olor del humano. Dragones y magos.
Richard A. Knaak
Con tregua o sin tregua, este sería un buen día para morir... si Brox sólo
pudiera encontrar a sus enemigos.
Se arrodilló para estudiar mejor las huellas, el veterano tuvo que admitir
que la sugerencia de Gaskal tuvo más sentido. Los dos conjuntos de
pisadas condujeron al desfiladero, mientras que el dragón se había
simplemente esfumado. Sin embargo, si el orco se enfrentara a los otros
intrusos, la bestia seguramente vendrá.
— Vamos.
Con sus armas listas, trotaban por el pasaje. Brox resopló mientras
miraba por encima. Definitivamente era demasiado estrecho para un
dragón, aunque sea un dragón de mediana estatura. ¿Dónde estaba la
bestia?
Sólo habían pasado a una corta distancia cuando desde más lejos oyeron
el aullido de una bestia monstruosa. Los dos orcos se miraron, pero no
se detuvieron. Ningún verdadero guerrero daba la vuelta a la primera
señal de peligro.
Mientras más profundo iban notaban que las sombras jugaban, haciendo
parecer como si las criaturas sobrenaturales acechaban alrededor de
ellos. La respiración de Brox se hizo más pesada mientras trataba de
mantener el ritmo de Gaskal, mientras sostenía su pesada hacha
fuertemente en la mano.
Un grito, —un grito humano— se hizo eco sólo un poco más adelante.
El Pozo de la Eternidad
Pero en ese momento, una visión monstruosa llenó su vista, una imagen
de fuego como nada que hubiese visto antes.
Brox había deseado una muerte heroica, pero ninguna como esta. No
había nobleza en morir así. Parecía capaz de tragárselo con la misma
facilidad y sin previo aviso como lo haría a un mosquito.
— ¡Por la Horda...!
Brox se quedó sin aliento, de pie. Se quedó mirando el lugar donde Gaskal
había estado, todavía de alguna manera con la esperanza de que su
compañero apareciese milagrosamente ileso.
Pero tan rápido como el orco corría, la visión de fuego se movía más
rápido. Casi ensordecido por los innumerables sonidos y voces, Brox
apretó los dientes.
Consiguió dar sólo dos pasos más antes de que se lo tragara entero.
*******
Cada hueso, cada músculo, cada nervio en el cuerpo de Krasus gritó. Fue
la única razón por la que el dragón mago finalmente logró salir del
abismo negro de la inconsciencia.
¿Aspecto? Esa palabra convocó otra terrible visión, que él había olvidado
por suerte hasta ahora. En el medio del remolino caótico del tiempo,
Krasus había visto un espectáculo que dejó su corazón y esperanza
hecho añicos.
Dobló los brazos y las piernas, Rhonin hizo una mueca de dolor.
Tal vez el aspecto del tiempo le había observado después de todo e hizo
todo lo posible para salvarlos a ambos.
— ¿Dónde estamos?
— No podría decirte. Siento que debería saberlo, pero… —Krasus se
detuvo a medida que el vértigo se apoderaba repentinamente de él.
Volvió a caer al suelo y cerró los ojos hasta que pasara el sentimiento.
Richard A. Knaak
Krasus lo interrumpió.
— Vereesa...
— ¡Ten valor! ¡Dije que no puedo decirte cómo vamos a ser capaces de
volver, pero eso no quiere decir que no vamos a intentarlo! Sin embargo,
nuestra primera acción ahora es encontrar abrigo y sustento... y un poco
de conocimiento de la tierra. Si ponemos de nosotros mismos,
podríamos ser capaces de calcular la mejor forma de encontrar la ayuda
que necesitamos. Ahora, ayúdame a levantarme.
Con la ayuda del humano, Krasus se puso de pie. Después de unos pocos
pasos vacilantes, dijo estar lo bastante bien como para caminar. Una
breve discusión sobre qué dirección tomar terminó con un acuerdo para
dirigirse hacia el norte, hacia alguna colina distante. Allí los dos podrían
ser capaces de ver lo suficiente sobre los árboles a la vista algún pueblo
o ciudad.
mucha menos comida que su verdadera forma. Sin embargo, ambos eran
conscientes de que al llegar el día siguiente tendrían que encontrar algo
más sustancial si querían sobrevivir.
Krasus vio algo más también, un débil resplandor de fuego, casi como
ojos, mirando con avidez sobre todo lo que vio. El dragón mago frunció
el ceño en su sueño como su subconsciente intentaba recordar por qué
esa imagen le parecía tan terriblemente familiar...
Efectivamente, se oía un tintineo de metales más una voz. Era muy ligero,
pero a los oídos entrenados de cualquier hechicero, sonaba como un
trueno.
El uso del cristal mágico sólo en parte molestó a Krasus. Lo poco que
había visto del cazador de ceño fruncido y rostro violeta, le preocupaba
mucho más.
Los dos llegaron a la zona más densa, pero el primer jinete estaba casi
sobre ellos. Girando alrededor, Rhonin gritó una sola palabra.
Una cegadora bola de pura fuerza golpeó al elfo de la noche en el pecho,
enviándolo a volar de vuelta con su corcel al tronco de un árbol con un
estrepitoso golpe.
El poderoso asalto sólo sirvió para que los otros fuesen más decididos a
capturarlos. A pesar de la difícil marcha, los jinetes empujaron sus
monturas. Krasus miró hacia el este y vio que otros ya tenían hecho su
camino a ambos lados del dúo.
Rhonin fue al rescate de nuevo. Repitió una variante débil del hechizo
del mago dragón, pero donde Krasus había obtenido resultados
mediocres y una agonía física, el hechicero humano obtuvo una
Richard A. Knaak
Los gritos estallaron cerca. Tres jinetes cerraron tras ellos con espadas
curvas. A la cabeza montaba el que portaba el cristal azul. Las llamas de
Rhonin iluminaron su rostro, la hermosura típica de cualquier elfo se
El Pozo de la Eternidad
arruinaba por una cicatriz severa corriendo por el lado izquierdo cerca
del ojo al labio.
Krasus trató de lanzar otro hechizo, pero sólo sirvió para enviarlo a sus
rodillas. Rhonin lo guió hacia abajo, luego se enfrentaron a los atacantes.
Por mucho que lo intentara, no podía pronunciar las palabras para que
salgan. Él, un dragón, no podía hacer nada.
Se las arregló para cortar una sección, pero la segunda red cayó sobre él,
enredándolo por completo. Rhonin abrió su boca, pero el primer jinete
avanzó y le golpeó con fuerza en la mandíbula con su puño.
El Pozo de la Eternidad
*******
— Lord Xavius los quiere a todos vivos. —Replicó el elfo de la noche lleno
de cicatrices—. No queremos decepcionarlo, ¿verdad?
Richard A. Knaak
CAPÍTULO SEIS
Un preocupado Malfurion volvió a su hogar cerca de las cataratas
rugientes, justo al otro lado del gran asentamiento élfico de Suramar.
Había elegido el sitio por su tranquilidad y la naturaleza virgen que
rodeaba las cataratas. En ningún otro sitio había sentido tanta paz,
excepto quizá en la arboleda oculta de Cenarius.
El poder que los Altonatos estaban invocando... ¿para qué sería? ¿Es que
no sentían cómo se debilitaba el tejido del mundo alrededor del Pozo?
Le resultaba imposible comprender que la Reina tolerara una magia tan
irresponsable y potencialmente destructiva… y sin embargo no se
quitaba de la cabeza la certeza de que ella era tan parte del asunto como
sus subordinados. Azshara no era una simple figura simbólica:
gobernaba verdaderamente, incluso en lo que concernía a sus
arrogantes Altonatos.
Pero esa tarde ni Tyrande ni Illidan estarían allí, Tyrande había vuelto al
templo de Elune para seguir con sus propios estudios, y el gemelo de
Malfurion, en lo que era una nueva señal de sus crecientes diferencias,
ahora prefería el bullicio de Suramar a la serenidad del bosque.
No son más que tus propios nervios, se regañó. Tus propias inseguridades.
Volvió al interior y se sentó de nuevo, con la mente atrapada una vez más
en sus cavilaciones. A diferencia de su fantasmal intruso, estaba seguro
de no haber imaginado ni malinterpretado nada acerca del palacio y el
Pozo. De algún modo, Malfurion tendría que aprender más, más de lo que
el Sueno Esmeralda podía revelarle de momento.
*******
Por lo menos ahora tenía una idea acerca de la raza que vivía allí. Nunca
había visto ni había oído hablar de los elfos de la noche antes de la guerra
contra la Legión de Fuego, pero nunca podría olvidar su aspecto
característico. De algún modo había aterrizado en un reino gobernado
por esta especie, lo que al menos le abría la esperanza de volver a casa
una vez hubiera reunido toda la información posible. Los elfos de la
noche habían luchado junto a los orcos en Kalimdor; seguramente eso
quería decir que Brox simplemente había acabado en alguna zona
remota del continente. Estaba seguro de que, haciendo un poco de
reconocimiento, sería capaz de deducir en qué dirección se encontraban
las tierras de los orcos y dirigirse hacia ellas.
Pero las figuras vestidas con armaduras pasaron de largo a toda prisa,
como si tuvieran que llegar rápidamente a algún sitio. Parecían moverse
en la oscuridad con total comodidad, lo que hizo que el orco recordara
de repente que los elfos de la noche podían ver de noche tan bien como
él de día.
Mala cosa. Los orcos tenían buena visión durante la noche, pero ni
mucho menos tan buena como la de los elfos de la noche.
Brox fue hacia ella con la única intención de hacerla callar, pero antes de
que pudiera hacer nada se oyeron más gritos y empezaron a aparecer
elfos de la noche de todas direcciones.
Pero ahora parecía que de cada enorme tronco, de cada desnivel, salían
a la vista siluetas... y todas ellas daban la alarma nada más ver al
corpulento orco.
Richard A. Knaak
Al mirar hacia atrás por encima del hombro, vio que sus perseguidores
se le acercaban. A diferencia de la pareja de la que se había escondido
antes, la mayoría de los nuevos jinetes llevaba túnicas y corazas
pectorales, pero aquello no hacía que representaran una menor
amenaza. No solo iban armados, sino que sus monturas representaban
un importante peligro. Un zarpazo podía abrir en canal al orco, y un
mordisco de aquellas fauces con dientes de sable podía arrancarle la
cabeza.
Brox deseaba echar mano del hacha y abrirse paso entre sus filas
lanzando tajos a jinetes y monturas por igual, dejando tras de sí un
reguero de sangre y cuerpos mutilados. Pero, a pesar de sus deseos de
destrozar a quienes lo amenazaban, las enseñanzas y las órdenes de
Thrall mantenían esa violencia bajo control. Brox gruñó y golpeó al
primero de los jinetes con la parte plana de la cabeza del hacha. Derribó
al elfo de la noche de su montura y luego, tras esquivar las garras del
felino, se giró para agarrar al otro jinete por la pierna. El orco lanzó al
segundo jinete sobre el primero, dejándolos a ambos inconscientes.
Una hoja pasó zumbando junto a su cabeza. Brox hizo trizas con facilidad
la delgada hoja con su poderosa hacha. El elfo de la noche se retiró
prudentemente, agarrando aun el muñón de su arma.
*******
Su entrada fue refulgente, una visión de perfección que sus ojos mágicos
amplificaron. Ella era la gloria de los elfos de la noche, su amada señora.
Cuando respiraba, hacía que las muchedumbres contuvieran el aliento.
Cuando tocaba la mejilla de un guerrero que tenía su favor, este iba a
enfrentarse voluntariamente a dragones y aún más, aunque eso
significara su destrucción segura. La Reina de los elfos de la noche era
alta para una hembra, incluso más alta que muchos varones. Solo Xavius
era bastante más alto que ella. Y a pesar de su altura, se movía como el
viento, con silenciosa gracilidad en cada paso. Ningún gato caminaba tan
silenciosamente como Azshara, y nadie lo hacía con tanta confianza.
Su oscura piel violeta era tan suave como el traje de seda que vestía. Su
cabello largo, denso, exuberante y plateado como la luz de la luna caía
por sus hombros y se ondulaba artísticamente hacia atrás. En contraste
con su visita anterior, cuando había acudido vestida a juego con sus ojos,
ahora llevaba un vaporoso vestido largo a juego con su exuberante
cabello.
recordarles a los demás sus deberes, no, su amor hacia usted. Por eso
deberían desear no fallarle...
— Porque también te fallarían a ti, mi querido consejero—. Tras la
bellísima Reina, dos damas de compañía llevaban la cola de su largo
vestido translúcido. Movieron la cola a un lado cuando Azshara se sentó
en la silla especial que había hecho erigir a los Altonatos para poder
observar cómodamente sus esfuerzos—. Y creo que te temen más a ti de
lo que me aman a mí.
— Imposible mi Reina.
Él logró recuperarse.
— Tan posible como vivir sin respirar, Hija de la luna... pero admito que
estaba lo bastante distraído como para no entender claramente. ¿Decía
que...?
— Me alegra oírte decir que será pronto. Hoy he recibido a más gente en
audiencia, señor consejero. Vinieron temerosos de la violencia desatada
en el Pozo y sus alrededores. Me pidieron consejo acerca de sus causas y
su peligrosidad. Naturalmente los remití a ti.
— Haz hecho bien, mi señora. Yo calmaré sus miedos el tiempo suficiente
para que nuestra valiosa tarea dé sus frutos Después de eso, será placer
suyo anunciar lo que se ha hecho por el bien de nuestra gente.
— Y me amarán más por ello —murmuró Azshara, con los ojos
entrecerrados como si imaginara a la multitud agradecida.
— Si es posible que la amen más de lo que la aman ahora, mi gloriosa
Reina.
El Pozo de la Eternidad
Esta vez el elfo de la noche supo que no estaba equivocado. Xavius sintió
una presencia, una presencia lejana. Y a pesar de aquella distancia, el
poder sintió era abrumador.
Intentó apartar los ojos, pero era demasiado tarde. En las profundidades,
muy en las profundidades de las energías prisioneras del pozo, la mente
del consejero fue repentinamente arrastrada más allá de límite de la
realidad, más allá de la eternidad... hasta que…
El Pozo de la Eternidad
Llevo mucho tiempo buscándote…, llegó una voz. Era vida, muerte,
creación, destrucción… y un poder infinito.
Los primeros elfos de la noche que los escucharon pensaron que aquellos
sonidos no eran más que el viento. Los ignoraron enseguida, más
preocupados por la posible devastación de sus elegantes casas.
Unos pocos más astutos, que estaban más en sintonía con las energías
sobrenaturales del Pozo, los distinguieron como lo que eran. Voces
provenientes del Pozo. Pero que decían aquellas voces, la mayoría de
ellos no podía saberlo.
Fueron los que oyeron con claridad los que temieron de verdad... y sin
embargo no hablaron con otros de su miedo, para no ser marcados como
locos y ser desterrados de su sociedad. De ese modo perdieron la
posibilidad de recibir el único aviso posible.
CAPÍTULO SIETE
Sus captores se habían puesto muy nerviosos, y apara Rhonin eso los
convertía en una amenaza mayor.
Tenía bastante que ver con la nueva extensión de bosque en la que acababan
de entrar. Esta zona le transmitió una sensación diferente a la de las oscuras
zonas que acababan de cruzar. Allí sus captores no parecían tanto los señores
de la tierra como intrusos indeseables.
¿Pero qué?
Por lo que Rhonin sabía hasta ahora, aunque sus captores podían soportar la
luz del día, no les gustaba. En cierto sentido los debilitaba. Eran criaturas
mágicas aunque individualmente no poseyeran mucha, pero su magia estaba
vinculada a la noche. Si lograba liberarse del amuleto con el sol fuera,
Rhonin creía que las posibilidades volverían a estar a su favor.
No... El rostro era parte del follaje. Las hojas y ramitas formaban los rasgos,
incluida una barba hirsuta. Los ojos eran bayas y un hueco entre el verdor
representaba lo que parecía una boca burlona.
Se desvaneció entre los arbustos tan rápido como había aparecido, haciendo
que Rhonin se preguntara si no se lo habría imaginado. ¿Un truco de la
creciente luz? ¡Imposible! No con tanto detalle.
Y sin embargo...
El roce de un arma al ser desenvainada atrajo su atención. Uno a uno los elfos
de la noche se fueron preparando para una batalla que no comprendían, pero
que sabían que era inminente. Incluso los feroces felinos presagiaron
problemas, ya que no solo apretaron su ya de por sí rápido paso, sino que
arquearon el lomo y enseñaron sus brutales dientes.
Richard A. Knaak
Un grave gemido resonó en toda la zona. Rhonin solo pudo verlo de soslayo,
pero estaba seguro de haber visto un árbol enorme doblarse y derribar a dos
elfos de la noche y sus monturas con su densa copa.
Las criaturas arbusto cogieron a Rhonin antes de que pudiera dar de cabeza
en el suelo. En silencio y eficientemente, lo levantaron como un ariete y se
lo llevaron al interior del denso bosque. Rhonin tuvo la esperanza de que
también hubieran rescatado a Krasus, ya que solamente podía ver la silueta
de hojas que iba delante de él. A pesar de su tamaño, sus acompañantes eran
a todas luces bastante fuertes.
huida de Rhonin significara lo peor para él. Y por lo que Rhonin había visto
del capitán, de eso no había duda.
Sin desperdiciar palabras, el elfo nocturno lanzó su bestia adelante. Los elfos
que Rhonin conocía, especialmente su amada Vereesa, eran seres que
profesaban el más absoluto respeto a la naturaleza. Pero a la gente de
Koltharius no parecía importarles un pimiento; cortó con la espada ramas y
arbustos que le entorpecían, poseído de una furia desatada. Nada le impediría
alcanzar a su presa.
O eso pensaba. Enormes pájaros negros cayeron desde las copas de los
árboles, rodeando y hostigando despiadadamente al elfo nocturno. Koltharius
lanzó tajos a diestra y siniestra, pero no llegó ni a cortar una pluma de sus
alados atacantes.
Tan absorto estaba el elfo nocturno en este último ataque que no percibió otro
peligro que se alzaba de la tierra. Los árboles entre los que quería pasar se
levantaron más de medio metro, como si estuvieran estirando las raíces.
Los duendes del bosque fueron bajando el paso, hasta detenerse finalmente
al borde de una zona de terreno abierto. A pesar de la imposibilidad del
ángulo, los primeros rayos del sol ya iluminaban el claro. Pequeños y
delicados pájaros cantarines trinaban felices. Miríadas de flores de cientos de
colores florecían esplendorosas y la alta hierba del interior se mecía
suavemente, casi invitando a los recién llegados.
***
De nuevo un rostro de hojas llenó su campo visual. El agujero abierto a modo
de sonrisa se agrandó y, para su sorpresa, Rhonin vió que en su interior crecía
una florecilla completamente blanca.
Rhonin tosió, la cabeza le dio vueltas. Sintió que las criaturas volvían a
moverse, llevándolo en dirección a la luz del sol.
Richard A. Knaak
Pero antes de que ningún rayo pudiera tocar su rostro, el mago perdió el
sentido.
Krasus también había percibido que los vigilaban desde los árboles, pero
inmediatamente se había dado cuenta de que se trataba de sirvientes del
bosque. Con los sentidos aún más aguzados que los de su compañero
humano, Krasus comprendió que los elfos de la noche habían sido atraídos
intencionalmente hasta aquel sitio. Algún poder quería algo de los seres de
las armaduras, y no hacía falta un salto de lógica para asumir que Rhonin y
él eran los premios en cuestión.
De todas las cosas que podía haber visto al despertarse, lo que vio fue un
pajarillo rojo posado en su rodilla. Aquella imagen tan amable sobresaltó
El Pozo de la Eternidad
tanto al dragón que dio un respingo, haciendo que la diminuta ave volara
hasta las ramas que había arriba.
¿Pero por qué? ¿Por qué había sufrido él mucho más que Rhonin? Aunque
fuera un mago humano de habilidades impresionantes, Rhonin seguía siendo
un frágil mortal. Si alguien debería haber resultado molido y vapuleado por
su enloquecido vuelo a través del tiempo y el espacio, debería haber sido el
inferior de ambos viajeros.
¿Pero qué querría el poder que gobernaba allí de los viajeros extraviados?
Solo le quedaba un recurso. Para conservar mejor las fuerzas, se sentó con
las piernas cruzadas. Luego respiró hondo, recorrió la arboleda con la mirada
una última vez... y le habló al aire.
El viento recogió sus palabras y se las llevó al interior del bosque, donde
resonaron una y otra vez. Los pájaros se quedaron en silencio. La hierba dejó
de mecerse.
— Y hablaremos...
El señor del bosque cruzó sobre sus cuatro fuertes patas la barrera de flores,
que se apartó como harían unos sabuesos leales con su amo. Algunas flores
y brotes de hierba incluso le acariciaron las patas dulce y cariñosamente.
Richard A. Knaak
— Yo soy Cenarius —le dijo a la escuálida figura que estaba sentada ante
él—. Este es mi reino.
Pero había más, mucho más. Pero por mucho que lo intentaba, el mago
dragón no lograba recordarlo.
Para sorpresa del mago, eso provocó una atronadora risa del semidiós. La risa
de Cenarius hizo que más flores florecieran, trajo el canto de los pájaros a las
ramas que rodeaban al trío y puso en movimiento una suave brisa de
primavera que tocó la mejilla de Krasus como una amante.
El Pozo de la Eternidad
El señor del bosque emitió un resoplido digno del ciervo más poderoso.
— Los elfos de la noche se vuelven cada vez más arrogantes. Toman lo que
no les pertenece y entran donde no son bien recibidos. Creen que todo cae
bajo su dominio. Aunque no fueron ellos los que entraron en mi reino por
propia voluntad, decidí obligarles a hacerlo para darles una lección de
humildad y buenos modales. —Sonrió lúgubremente—. Eso... y ellos se
encargaron de traerme lo que quería directamente aquí.
Krasus sintió que se le doblaban las piernas. El esfuerzo por seguir en pie le
estaba resultando monumental. Decidido, se mantuvo firme.
— ¿Zin... Zin-Azshari?
— ¡Sí mortal! ¡La capital del dominio de los elfos de la noche! ¡Situada en
la misma orilla del Pozo de la Eternidad! ¿Es que ni siquiera sabes eso?
Zin-Azshari.
El Pozo de la Eternidad.
Pero ambos eran cosas del pasado… del pasado remoto. Ni Zin-Azshari, ni
el maravilloso y siniestro pozo existían ya.
Y ahí la mente de Krasus volvió a fallarle. Había pasado algo horrible que
los había destruido a los dos, había destrozado el mundo... y a pesar de todo
su empeño no lograba recordar qué.
— Estaré... estaré bien para cuando mi amigo se despierte. Nos… nos iremos
tan pronto como podamos y no molestaremos más.
Con todo, aquello no preocupaba a Krasus tanto como la idea de que quizá
esas vidas fueran bastante cortas.
*******
— Te aviso, mi querido consejero, adoro las sorpresas, pero espero que esta
sea muy, muy deliciosa.
Azshara frunció el ceño. Había acudido sin sus damas de compañía y quizá
ahora lamentaba esa decisión. A pesar de todo, Azshara era la reina y le
correspondía demostrar que, aun sola, estaba al mando en todo momento.
El Pozo de la Eternidad
Con gráciles zancadas, Azshara fue hasta el mismo borde del círculo. Primero
observó el trabajo de los Altonatos que estaban obrando el ritual, y luego se
dignó posar la mirada en la esfera de fuego del interior.
Y la voz que él había oído antes, la voz de su dios, habló para que todos la
oyeran.
Ya voy...
Richard A. Knaak
CAPÍTULO OCHO
El ritual de la medianoche ya había concluido y Tyrande tenía tiempo libre.
Elune esperaba dedicación de sus sacerdotisas, pero no exigía que se le
dedicara cada momento de vela. La Madre Luna era una señora amable y
amantísima, y eso era lo que había llevado a la joven elfa de la noche a su
templo. Al unirse, Tyrande había encontrado cierta paz respecto a su
aprensión, sus conflictos interiores.
Sus sentimientos por ambos habían cambiado, y ella sabía que los dos
también sentían algo diferente. La competición entre los hermanos siempre
había sido amistosa, pero últimamente se había intensificado de una forma
que a Tyrande no le gustaba. Ahora parecía que se enfrentaban el uno al otro
en serio, como si compitieran por un premio.
El Pozo de la Eternidad
Tyrande comprendía, aunque ellos dos no lo hicieran, que el Premio era ella.
Vestida con una túnica plateada con la capucha de una novicia, Tyrande se
apresuraba silenciosamente por las altas estancias de mármol del templo.
Sobre ella, un fresco mágico ilustraba los cielos. Un visitante ocasional podía
incluso haber pensado que no había techo, de lo perfecta que era la ilusión.
Pero sólo la cámara principal, donde tenían lugar los rituales, estaba
verdaderamente abierta al cielo. Allí acudía Elune en forma de luz de rayos
de luna, acariciando gloriosamente a sus fieles como una madre haría a sus
amados hijos.
Afuera, el aire fresco de la noche la calmó un poco. Tyrande bajó los blancos
peldaños de alabastro y se unió a la muchedumbre. Muchos inclinaron la
Richard A. Knaak
Incluso los edificios servían de escaparate para sus habitantes, y todos los
colores del arco iris estaban representados ante la vista de Tyrande. Algunos
negocios estaban pintados de hasta siete colores, y la mayoría tenía
espectaculares imágenes por todos lados. La mayoría estaba iluminada por
antorchas, ya que el titilar de las llamas se consideraba un animado adorno.
Las pocas criaturas que no eran de su raza que la novicia había conocido en
su corta vida parecían considerar a su gente bastante estridente, llegando
incluso a afirmar que la raza de Tyrande debía de ser daltónica. Aunque sus
propios gustos eran más conservadores, si bien no tanto como los de
Malfurion, Tyrande creía que, simplemente, los elfos de la noche sabían
apreciar mejor la variedad de tonos y colores que había en el mundo.
Vio una multitud reunida cerca del centro de la plaza. La mayoría gesticulaba
y señalaba, y algunos hacían comentarios bien de asco, bien de burla.
Curiosa, Tyrande fue a ver qué despertaba tanto interés.
El Pozo de la Eternidad
En el centro de todo había una jaula un poco más baja que ella misma.
Construida con gruesos barrotes de hierro, evidentemente contenía una bestia
de considerable fuerza, ya que daba bruscas sacudidas y de cuando en cuanto
un gruñido animal provocaba que la multitud reanudara el murmullo.
La criatura de piel verde vestía unas ropas primitivas, lo que significaba que
él —era un varón con toda probabilidad— tenía un rastro de inteligencia. En
ese caso, no era correcto que se lo exhibiera como un animal.
— Los ancianos no han decidido todavía lo que hacer con él. Quizá no crean
que vaya a necesitar más comida ni agua, hermana.
Pero antes de que pudiera intentar convencerla, Tyrande ya se había ido. Fue
directa al vendedor de comida más cercano, a buscar una jarra de agua y
cuenco de sopa. La criatura de la jaula tenía claro aspecto de carnívoro, así
que también cogió un trozo de carne cruda. El propietario se negó a cobrarle,
uno de los beneficios de su vocación, así que ella le otorgó la bendición que
sabía que el mercader quería y luego le dio las gracias y volvió a la plaza.
Se sentó lo mejor que pudo, teniendo en cuenta las cadenas, y la observó con
unos ojos profundos situados bajo unas pobladas cejas. Tyrande juzgó que
estaría en la segunda mitad de su vida, ya que el pelo le había encanecido y
Richard A. Knaak
Justo en el límite de lo que ella calculó que sería su alcance, la joven elfa
nocturna vaciló. Por el rabillo del ojo, Tyrande vio cómo el centinela se
interesaba precavidamente por sus actos. Comprendió que usaría la lanza para
matar a la criatura si esta hacía algún intento de dañarla a ella. Tyrande tuvo
la esperanza de que no se llegara a eso. Sería la más terrible de la ironías que
su intento de ayudar a un ser que sufría lo condujera a la muerte.
— ¿Me entiendes?
Cuando tuvo las tres cosas a salvo junto a él, el mastodonte de piel verde
empezó a comer. Se tragó el contenido del cuenco de un solo sorbo,
derramando parte del líquido marrón El trozo de carne fue después. Gruesos
y puntiagudos dientes amarillentos desgarraron la carne sin vacilar. Tyrande
tragó saliva pero no demostró su incomodidad ante los monstruosos modales
de la criatura. En las mismas condiciones, puede que ella hubiera actuado
igual que él.
Mientras se iban los últimos, el ser soltó repentinamente los trozos de hueso
y, con una inquietante y grave risita, echó mano de la jarra. No había apartado
los ojos de la novicia más de un segundo.
— Bueno…
Oír una palabra sobresaltó a Tyrande, aunque antes ya había supuesto que, si
la entendía, también podría hablar. La hizo volver a sonreír e incluso
arriesgarse a inclinarse hacia los barrotes, un acto que de inmediato provocó
el nerviosismo en los guardias.
Richard A. Knaak
Él negó con la cabeza y a modo de señal cruzó las manos sobre el pecho. Los
centinelas retrocedieron, pero se mantuvieron alerta.
Y este Thrall era el líder de los orcos, que Tyrande asumió que era el pueblo
de Brox. Las enseñanzas del templo eran concienzudas, pero ni allí ni en
El Pozo de la Eternidad
ninguna parte había oído nunca hablar de una raza llamada orcos. Y con toda
certeza, si todos eran como Brox, los elfos de la noche los recordarían bien.
Decidió profundizar.
______________
1 Thrall es una palabra de origen nórdico que significa siervo o esclavo. N.
del T.
— ¿De dónde eres, Brox? ¿Cómo has llegado hasta aquí?
Con un gruñido salvaje, Brox se cogió los dedos quemados apretándolos con
fuerza. Le dedicó a Tyrande una mirada tan furiosa y asesina que ella no pudo
evitar dar un paso atrás. Los centinelas acudieron de inmediato a la jaula y
empujaron a Brox contra los barrotes traseros a punta de lanza.
Unas fuertes manos la cogieron por los hombros, y una voz que conocía bien
susurró con nerviosismo:
— ¡Solo temí por ti! ¡Esa bestia es capaz de...! Tyrande lo interrumpió.
— ¡Ahí dentro es capaz de bien poco... y no es ninguna bestia!
— ¿No? —Illidan se inclinó para inspeccionar a Brox. El orco enseñó los
dientes pero no hizo nada que pudiera enfadar al elfo de la noche. El hermano
de Malfurion resopló en señal de deprecio—. A mí no me parece una criatura
civilizada.
— Solamente estaba intentando devolverme el cuenco. Y si hubiera habido
algún problema, los guardias ya estaban cerca.
— ¡Tyrande!
— ¡Atrás! ¡Todos! —Miró a los ojos torvos del orco—. Sé que no querías
hacerme daño. Puedo curarte eso. Por favor, permíteme.
Brox gruñó, pero de un modo que le hizo pensar que no estaba enfadado, sino
simplemente considerando sus opciones. Illidan seguía junto a Tyrande, que
se daba cuenta de que él atacaría de nuevo al orco al mínimo indicio de
problemas.
Sin dejar de observar a los centinelas, Brox avanzó y se esforzó por sacar de
la jaula su manaza. Tyrande esperó algún tipo de resistencia mágica, pero no
pasó nada. Suponía que, como el orco no había intentado escapar, el conjuro
de la jaula no había reaccionado.
Y cuando la luz de luna toco sus dedos, la carne quemada sanó, los huecos
por donde asomaba el huevo volvieron a crecer y la horrible herida que había
causado Illidan se desvaneció por completo.
No hicieron falta más que unos pocos segundos para completar la tarea. El
orco se quedó quieto, con los ojos abiertos de par en par como los de un niño.
Tan profunda era la gratitud de Brox que Tyrande sintió que las mejillas se
le oscurecían por el azoramiento. Se puso en pie y dio un paso atrás.
Richard A. Knaak
— ¿Estás bien?
— Yo… estoy… —¿Cómo explicar lo que sentía cuando la tocaba Elune?—
ya está hecho. —acabó, incapaz de responder adecuadamente.
Los guardias fueron a hablar pero no dijeron nada. Si incluso una bestia pedía
tan cortésmente la bendición de Elune, ¿cómo podían negarse ellos? Ellos no,
pero Illidan sí.
El Pozo de la Eternidad
— Ya has hecho suficiente por esa criatura. ¡Estás casi temblando! Ven…
— Ahora podemos…
Ella le dedicó a Brox una última sonrisa. El orco inclinó la cabeza. Tyrande
partió, sintiéndose la mente extrañamente descansada a pesar del cansancio
físico. Cuando fuera posible hablaría de Brox con la suma sacerdotisa.
Seguramente el templo podría hacer algo por el extraño.
La luz de la luna cayó sobre la novicia mientras andaba. Tyrande sentía cada
vez más que esa noche había experimentado algo que la cambiaría para
siempre. Seguramente, su encuentro con el orco había sido designio de Elune.
*******
Illidan observó cómo Tyrande se iba sin siquiera mirarlo por segunda vez. La
conocía lo bastante bien para saber que todavía estaba viviendo en el instante
de servicio a su diosa. Aquello ahogaba cualquier otra influencia, él incluido.
También les estaba agradecido a los guardias lunares que habían erigido las
barreras mágicas que rodeaban la jaula… ya que solo esos conjuros
defensivos habían impedido la muerte de la criatura del interior.
Richard A. Knaak
CAPÍTULO NUEVE
Todos estaban muriendo a su alrededor.
Mirara a donde mirase, Brox veía morir a sus camaradas. Garno, con el que
había crecido, que era prácticamente un hermano, fue el siguiente en caer,
con el cuerpo despedazado por la ululante hoja de una inmensa forma ígnea
con un infernal rostro cornudo lleno de dientes afilados. El monstruo murió
momentos después a manos de Brox, que saltó sobre él y, con un grito que
hizo vacilar incluso a la terrible criatura, partió en dos al asesino de Garno a
pesar de su armadura de llamas.
Pero la Legión seguía viniendo y los orcos cada vez eran menos. Apenas
quedaba un puñado de defensores, y cada minuto perecía uno más ante la
ofensiva.
Pero cada vez quedaban menos. Duun cayó de repente; su cabeza rodó por el
suelo ensangrentado varios segundos antes de que su cuerpo se derrumbara.
Fezhar ya estaba muerto, sus restos completamente irreconocibles. Había
sido envuelto por una oleada de fuego verde y antinatural vomitada por uno
de los demonios, fuego que no había quemado su cuerpo tanto como lo había
disuelto.
Una y otra vez, la robusta hacha de Brox llevaba la muerte a sus horribles
enemigos, aparentemente nunca a la misma clase de criatura. Y sin embargo
cada vez que se limpiaba el sudor de la frente y continuaba, solo veía más.
Y más... y más...
Nueva culpa.
Brox debería haber muerto aquel día. Debería haber muerto con sus
camaradas. Ellos habían realizado el máximo sacrificio por la Horda, pero él
había sobrevivido, había seguido vivo. No estaba bien.
Soy un cobarde, pensó una vez más. Si hubiera luchado mejor ahora estaría
con ellos.
Richard A. Knaak
Pero aunque le había dicho esto a Thrall, el caudillo había negado con la
cabeza.
— No —le había dicho—. Nadie luchó mejor mi viejo amigo. Las cicatrices
están ahí, los exploradores te vieron combatir mientras se acercaban. Les
hiciste a tus camaradas, a tu gente, un servicio tan bueno como los que
perecieron.
Brox había aceptado la gratitud de Thrall, pero no las palabras del líder de la
horda.
En ella había sentido el poder del que hablaba su propia gente, la antigua
senda de la magia. Le había curado la quemadura que le había causado su
amigo solamente con una plegaria a la luna. Ciertamente tenía un don, y Brox
se sentía honrado de que le hubiera concedido su bendición.
No es que a largo plazo fuera a importar. El orco no tenía dudas de que sus
captores pronto decidirían como ejecutarlo. Lo que le habían sonsacado hasta
ahora no les servía de nada. Se había negado a dar información concreta
acerca de su gente, especialmente su ubicación. Cierto, él mismo no sabía
muy bien como volver a casa, pero era mejor suponer que cualquier cosa que
dijera concerniente a eso sería un indicio para los elfos de la noche. A
diferencia de los elfos de la noche que se habían aliado con los orcos, estos
solo sentían desprecio por los extraños... y por eso representaban una
amenaza para la Horda.
El Pozo de la Eternidad
Brox se dio la vuelta tanto como le permitieron los grilletes. Otra noche y
seguramente estaría muerto, pero no de la forma que él había escogido. No
habría ninguna batalla gloriosa, ninguna canción épica que lo recordara...
*******
Qué había traído a Malfurion a Suramar, eso no podía decirlo. Durante tres
noches había estado sentado a solas en su casa, meditando sobre todo lo que
le había dicho Cenarius y todo lo que él mismo había presenciado en el Sueno
Esmeralda. Tres noches y ninguna respuesta a su creciente preocupación. No
tenía dudas de que en Zin-Azshari seguían con el ritual y de que la situación
se haría más desesperada cuando más tardara alguien en actuar.
Sabía que también tendría que ver a su hermano, pero esa noche la idea no le
agradaba tanto. Quería ver a Tyrande, pasar tiempo con ella. Illidan seguiría
estando allí más tarde.
La cámara de la luna era el título oficial del centro descubierto del templo,
donde muchos de los principales rituales tenían lugar. Cuando no la estaba
usando la suma sacerdotisa; el templo animaba a todo el mundo a que
disfrutara de su ambiente sosegado.
Fue hasta el centro y se sentó en uno de los bancos de piedra que usaban tanto
iniciados como fieles. Aunque el entorno lo tranquilizaba bastante, la
paciencia de Malfurion se fue deteriorando rápidamente mientras esperaba a
Tyrande. También le preocupaba que a ella le molestara su aparición. En el
pasado siempre lo habían hablado previamente antes de reunirse. Esta era la
primera vez que se había atrevido a entrometerse en su mundo sin previo
aviso.
El Pozo de la Eternidad
— Malfurion...
— Ya te he dicho que padezco unos sueños que se repiten una y otra vez...
— Sí, lo recuerdo.
— Hablé de ellos con Cenarius después de que Illidan y tú partieron, y
tomamos medidas para tratar de entender por qué se repetían.
Richard A. Knaak
Malfurion asintió, pero contuvo su lengua hasta que hubieron pasado junto a
las dos centinelas y abandonado el templo. No siguió hablando hasta que no
hubieron empezado a descender la escalinata exterior.
La mirada de Tyrande se fue hacia el pequeño grupo que había cerca del
centro de la plaza.
— ¿Y que viste?
— No del todo. No llegué a ver mucho de dentro, pero no creo que esa locura
se pudiera estar llevando a cabo sin su conocimiento. Es cierto que lord
Xavius tiene mucha influencia, pero ni siquiera ella haría la vista gorda.
Tengo que creer que conoce los riesgos que asumen... ¡y también creo que no
comprenden lo terribles que son esos riesgos! El Pozo... Si hubieras sentido
lo que sentí yo al caminar por el Sueño Esmeralda, habrías tenido el mismo
miedo que yo.
— No dudo de ti, Malfurion, ¡pero debemos saber más! Afirmar que Azshara
pondría en peligro a sus súbditos... Hay que tener cuidado con estas cosas.
— Pensé en contarle el asunto a lord Cresta Cuervo. Él también tiene
influencia con la Reina.
— Podría ser inteligente… —De nuevos su ojos fueron hacia el centro de la
plaza.
Al llevarlo Tyrande, Malfurion notó que los guardias se ponían alerta. Para
su sorpresa, tras mirar un momento fijamente a su compañera, hincaron la
rodilla y le rindieron pleitesía.
— ¡Por favor! ¡Por favor, levantaos! ¿Hay noticias sobre él? —preguntó una
vez que se hubieron puesto en pie.
— Lord Cresta Cuervo ha tomado el mando de la situación —respondió otro
guardia—. En estos momentos se encuentra inspeccionando el lugar de la
captura en busca de más evidencias y rastros de posibles incursiones, pero se
dice que cuando vuelva pretende interrogar personalmente al prisionero. Eso
quiere decir que probablemente mañana esta criatura será transportada a las
celdas del Bastión del Cuervo Negro. —El Bastión del Cuervo Negro era el
castillo de lord Cresta Cuervo, auténticamente inexpugnable.
— Chamán., —murmuro aquello… él, con una voz grave, ronca y dolorida.
Este asintió.
Sus palabras no tenían sentido, sin embargo provocaron una nueva ansiedad
dentro de Malfurion.
El relato del orco empezó como algo fantasioso y se fue haciendo más
increíble con cada aliento. Tuvo buen cuidado de no hablar de su gente ni de
donde vivían, solo que, siguiendo las órdenes de su caudillo, él y otro más
habían viajado hasta las montañas para investigar un rumor preocupante. Allí
habían encontrado lo que el orco solo lograba describir como un agujero en
el mundo: un agujero que se tragaba toda la materia y avanzaba
incesantemente.
Se había tragado a Brox... y destrozado por completo a su compañero.
¡Pero no puede ser!, se dijo Malfurion. ¡Seguramente esto no tiene nada que
ver con Zin-Azshari! ¡No están tan locos!
El Pozo de la Eternidad
— Algo malo —dijo el orco—. Algo que no debería ser. —añadió más
adelante. Aquellas y otras descripciones se clavaron en Malfurion como
puñaladas.
— Sí, eso es lo que dijo, casi palabra por palabra. —El soldado ladró una
carcajada— ¡Y lord Cresta Cuervo se lo creyó tan poco como tú ahora!
Cuando llegue la mañana, le sacará la verdad a esta bestia... y si tiene amigos
cerca no nos verán como un objetivo tentador, ¿eh?
Así que lo único que sospechaba Cresta Cuervo era una invasión de los orcos.
Malfurion se sintió decepcionado. Dudaba que el comandante élfico viera la
posible relación entre su encuentro y el relato de Brox. De hecho, cuanto más
lo pensaba, más dudaba Malfurion de que Cresta Cuervo fuera a creerle. Allí
estaba Malfurion dispuesto a decirle al aristócrata que su amada Reina podía
Richard A. Knaak
Cenarius...
— Debe haber algo que podamos hacer —susurró ella al fin. — ¿Qué quieres
decir?
— Mañana lo llevarán al Bastión del Cuervo Negro. Una vez allí lo... —Le
falló la voz—. Siento un gran respeto por lord Cresta Cuervo, pero...
— Porque vamos a dejar que las cosas sigan su curso... pero con nuestra guía.
*******
He oído tus súplicas, —le dijo al consejero. Y conozco tus sueños. Un mundo
libre de los impuros, de los imperfectos. Te otorgaré tu deseo a ti, el primero
de mis fieles.
Richard A. Knaak
Xavius se arrodilló sin apartar la mirada. Los demás Altonatos seguían con
el ritual, tratando de expandir lo que habían creado.
El concejero asintió. Una fuerza tan magnífica y poderosa como el dios, sería
demasiado para que lo aceptara el débil portad de los elfos de la noche. La
sola presencia de dios lo destrozaría. Tenía que agrandarse, reforzarse y
estabilizarse.
Los Altonatos redoblaron sus esfuerzos y la cámara vibró con una terrible
energía pura extraída directamente del Pozo. En el exterior, los cielos
El Pozo de la Eternidad
rugieron con furia y todos cuantos miraron al gran lago negro, asustados
tuvieron que apartar la vista.
La bola de fuego que había sobre el dibujo del suelo se hinchó y el agujero
que había en el centro se abrió como una amplia y hambrienta boca. Un
sonido parecido al lamento de un millón de voces llenó la habitación; música
para los oídos de Xavius.
Pero en ese momento uno de los Altonatos dio un paso en falso. Temiendo
lo peor, Xavius se introdujo en el círculo y añadió su propio poder y sus
habilidades al esfuerzo. ¡No le fallaría a su dios! ¡No!
De lo más profundo del interior del portal se fue materializando una figura
de forma extraña. Al principio no mediría de unos pocos centímetros, pero a
medida que avanzaba rápidamente hacia ellos fue creciendo... y creciendo...
y creciendo.
Las bestias eran del tamaño de caballos y tenían cuernos bajos que se
curvaban hacia abajo y hacia delante. Sus pellejos escamosos eran de un color
carmesí acentuado por manchas negras, y en el lomo tenían parches de ralo
pelaje pardo. Eran cazadores esbeltos pero fibrosos, con zarpas de tres dedos
rematadas con afiladas garras de más de treinta centímetros. Las patas
traseras de las criaturas eran más cortas que las delanteras, pero Xavius no
dudo de la velocidad y la agilidad de las bestias. Hasta sus más mínimos
movimientos los marcaban como cazadores bien entrenados en derribar a sus
presas.
Desde lo alto de los anchos hombros, un rostro ígneo miró a los elfos de la
noche. Que tuviera el aspecto de una siniestra calavera con enormes cuernos
curvos no hizo nada por disuadir a los Altonatos de que se trataba de un
mensajero celestial enviado para ayudarles en su sueño de un paraíso
perfecto.
El Pozo de la Eternidad
— Sepan que soy un sirviente de su dios... —dijo con voz sibilante. Las
llamas que eran sus ojos resplandecían cada vez que hablaba—. He venido
para ayudarlos a abrir el camino para la hueste y para el Grandioso.
Una de las bestias aulló, pero un latigazo le propinó una descarga de energía
y la silenció al instante.
CAPÍTULO DIEZ
Rhonin se despertó por fin.
Lo hizo con reticencia, ya que durante todo el sopor mágico su mente había
estado llena de sueños. La mayoría había sido acerca de Vereesa y los
gemelos, pero a diferencia de los del siniestro castillo, estos habían sido
visiones felices de la vida que una vez pensó tener.
Despertarse solo le sirvió para recordar que quizá no viviera para ver a su
familia.
Rhonin abrió los ojos frente a una imagen familiar, aunque no por completo
bienvenida. Krasus estaba inclinado sobre él con expresión levemente
preocupada. Aquello solo enfadó aún más al humano, ya que en su mente la
culpa de que estuvieran allí era del mago dragón.
sol, sino a la de una luna muy llena. La luna iluminaba el claro con una
intensidad que no era completamente natural.
— Nos detendrán.
— ¿Ellas? ¿Las plantas?
— Puedes creerme Rhonin.
Aunque una parte de él se sentía tentado de comprobar qué hacían las flores
exactamente, prefirió no arriesgarse. Krasus había dicho que no corrían
peligro mientras permanecieran allí. No obstante, ahora que ambos estaban
conscientes, quizá podrían planear alguna forma de huir.
El estómago le rugió. Rhonin recordó que llevaba más de un día sin comer.
Richard A. Knaak
Antes de que pudiera decir nada, Krasus le dio un cuenco de fruta y una jarra
de agua. El humano devoró la fruta rápidamente y, aunque no sació su hambre
por completo al menos el estómago dejó de molestarle.
— Nuestro anfitrión no ha traído sustento desde hace unas horas. Espero que
lo haga pronto... sobre todo porque seguramente sabrá que ya te has
despertado.
— ¿Sí? —no fue algo que a Rhonin le gustara oír—. Su captor parecía tener
demasiado el control—. ¿Quién es?
— Has dormido mucho, joven, así que dudo que la comida traída antes fuera
suficiente para tu hambre. —señaló tras ellos—. Ya hay más para ambos.
Rhonin miró hacia atrás por encima del hombro. Donde había estado el
cuenco vacío ahora había otro, lleno hasta arriba. Además, junto al cuenco
había un plato de madera con un grueso trozo de carne, cocinado exactamente
al gusto del mago, si el olor servía como indicio. Rhonin no dudó que la jarra
también había sido rellenada.
Krasus cogió a Rhonin del brazo. El mago asintió, se unió a su antiguo mentor
y la pareja comió hasta hartarse. Al principio Rhonin vaciló al llegar a la
carne, no porque no la quisiera sino porque le sorprendía que un habitante del
bosque como Cenarius sacrificara una de las criaturas a su cargo para
extraños.
— Cada animal, cada ser, tiene muchas funciones. Todos son parte del ciclo
del bosque. Eso incluye la necesidad de comer. Son como el oso o el lobo,
ambos de los cuales cazan libremente en mis dominios. Aquí no se
desperdicia nada. Todo vuelve para alimentar nuevo crecimiento. El ciervo
del que se alimentan ahora volverá a nacer para cumplir su función, habiendo
olvidado su sacrificio.
Richard A. Knaak
— Venimos de una al lado del mar… muy lejos, pero eso no es importante,
lo que es importante es el motivo por el estamos aquí...
— Esto requiere una discusión inmediata con los otros. —declaró al fin
Cenarius mirando hacia la distancia. Su mirada volvió a Rhonin y a Krasus—
Richard A. Knaak
Antes de que alguno de los dos pudiera decir algo, el señor del bosque se
fundió en la luz de la luna, dejándolos solos una vez más.
El mago dragón le dedicó una mirada tan fulminante que Rhonin se calló.
Krasus contestó en un tono más calmado.
No podía haber dicho nada que espantara más a Rhonin. Habiendo vivido (y
casi muerto más de una vez) en la guerra contra la horda demoniaca y sus
aliados, el joven mago seguía sufriendo monstruosas pesadillas. Solamente
Vereesa comprendía el alcance de aquellos sueños, ya que ella misma había
pasado por ello. Había hecho falta tanto su creciente amor como la llegada
de los niños para sanar sus corazones y almas, y eso tras varios meses.
*******
Había hecho falta cierto esfuerzo para convertir a Illidan en parte del
repentino e impulsivo plan de Malfurion. Este tenía pocas dudas de que el
factor decisivo no había sido nada que él hubiera dicho... sino la apasionada
súplica de Tyrande. Bajo la mirada de ella incluso Illidan se había derretido,
y había accedido a ayudar, aunque claramente el prisionero no le importaba
lo más mínimo. Malfurion sabía que había pasado algo entre su hermano y el
orco, algo en lo que también había estado implicada Tyrande, y ella había
usado aquella experiencia compartida para atraer a Iludan a su bando.
Los cuatro guardas se mantenían alerta, y cada uno de ellos miraba hacia uno
de los puntos cardinales. Sólo faltaban unos minutos para que saliera el sol y
la plaza estaba vacía, excepto por los soldados y su prisionero. Con la
mayoría de los elfos de la noche dormidos, era el momento perfecto para
golpear.
—Vamos...
Illidan vaciló, y solo lo siguió una vez que Tyrande hubo salido al descubierto
tras su hermano. Los tres se abrieron paso lentamente hacia la jaula y los
soldados. A pesar de la seguridad de que su hechizo aún se mantenía,
Malfurion no dejaba de esperar que los centinelas miraran en su dirección en
cualquier momento. Pero incluso cuando sus compañeros y él estuvieron a
pocos metros de distancia, los soldados rieron ajenos a su presencia.
Illidan se plantó ante el primer guardia y agitó la mano frente a sus ojos
abiertos. No pasó nada.
Brox dio un respingo. Sus ojos se desorbitaron y su boca se abrió para lo que
seguramente iba a ser un grito ensordecedor.
Pero con la misma rapidez cerró la boca, y el único sonido que logró escapar
fue un débil gruñido. El orco parpadeó varias veces, como si no estuviera
seguro de que lo que veía ante él fuera real. Tyrande lo cogió de la mano y,
asintiendo, miró al orco directamente a los ojos.
El Pozo de la Eternidad
Illidan extendió las manos hacia abajo murmurando algo. Al agarrar los
barrotes, sus manos refulgieron con una brillante luz amarilla y la jaula se vio
envuelta en una energía rojiza. Se produjo un leve zumbido.
Por fin, Illidan soltó la jaula y se desplomó hacia atrás. Malfurion cogió a su
hermano antes de que cayera contra uno de los centinelas. Las manos de
Illidan siguieron brillando unos segundos más.
Illidan se agachó y fue a agarrar los grilletes del orco. Sin embargo, al
principio Brox se resistió y entrecerró los ojos con desconfianza al ver al elfo
Richard A. Knaak
Esto había sido cierta discusión entre Tyrande y Malfurion, ya que ella quería
encargarse personalmente de llevar al orco a un lugar seguro. Malfurion, con
la más que entusiasta ayuda de Illidan la habían convencido finalmente de
que habría problemas cuando se descubriera que Brox había desaparecido a
la vez que ella, que había sido vista atendiéndolo. A la Guardia Lunar no le
costaría mucho atar cabos.
Aunque Tyrande había cedido, seguía sin gustarle que Malfurion asumiera
toda la responsabilidad. Cierto era al que se le había ocurrido este curso de
El Pozo de la Eternidad
— ¿Vendrá ese?
La figura tosca tomó las manos de ella con sus manazas e hincó la rodilla.
En ese instante, Malfurion notó que uno de los guardias empezaba a moverse.
Pero al tiempo que salían de la plaza para adentrase en las sinuosas calles de
Suramar, resonó el sonido que Malfurion más temía.
Uno de los guardias se había despertado por fin. Sus gritos se vieron
rápidamente multiplicados al unirse los de sus compañeros y, meros
segundos después, el aire se llenó del bramido de un cuerno.
Por todas partes sonaban cuernos y voces. Suramar había vuelto a la vida...
demasiado pronto para el gusto de Malfurion.
El orco vaciló, pero unos cercanos lo decidieron a avanzar, Brox tomó las
riendas que le entregaron y atendió las indicaciones de Malfurion de como
montar.
El antiguo cautivo necesitó tres intentos para subirse a lomos del enorme
felino, y otro instante para aprender cómo sentarse. Malfurion miraba
constantemente tras ellos, temeroso de que en cualquier momento llegaran
los soldados o peor aún, la Guardia Lunar. No se le había ocurrido que Brox
no tuviera ni idea de cómo montar un sable de la noche. ¿Qué otra bestia
esperaría el orco?
Ajustando la posición una última vez, Brox asintió con cierta reticencia.
Malfurion respiró hondo y apremió a su montura. Brox lo siguió lo mejor que
pudo.
*******
Richard A. Knaak
Varo'then sentía pocos deseos de enfrentarse a lord Xavius, pero esa elección
no le correspondía a él. Se le había ordenado presentarse ante el consejero en
el mismo momento en que su grupo había llegado, y las órdenes de lord
Xavius había que cumplirlas con tanta urgencia como si las hubiera emitido
la propia reina Azshara; quizá con más, incluso.
Los guardias se pusieron firmes a acercarse él, pero aunque accionaron con
el respeto debido, había algo que parecía diferente... casi inquietante.
En aquel momento, una voz sibilante que heló los huesos de Varo'then hasta
el tuétano pronuncio algo en un idioma desconocido. Un terrible látigo
golpeó el jorobado lomo de la bestia.
Iban a castigarlo por su fracaso. Si era así, por lo menos el capitán Varo'then
admitiría su fallo de antemano para no sufrir más deshonra.
Tú también me servirás…
Y Varo'then hincó una rodilla, rindió pleitesía a quien le hacía tal honor.
Tras la estela del rayo, la zona golpeada por el látigo empezó a brillar
intensamente. El destello esmeralda aumentó rápidamente de tamaño, y a
medida que lo hacía empezó a solidificarse.
Las dos bestias infernales aullaron y estiraron los terribles tentáculos, pero
Hakkar las contuvo.
El nuevo sabueso se sacudió una vez y luego se reunió con los demás.
Mientras los hipnotizados elfos de la noche observaban, Hakkar repitió el
procedimiento con el látigo invocando a una cuarta bestia monstruosa que se
reunió con las otras.
Luego hizo girar el látigo, creando un diseño circular que fue resplandeciendo
más y más hasta crear un agujero en el aire, un agujero tan alto como la
terrible figura y el doble de ancho.
CAPÍTULO ONCE
Krasus había tardado un día entero en darse cuenta de que lo estaban
observando a Rhonin y a él.
Eso lo dejó solo con una conclusión factible: que quien espiaba a Cenarius y
sus dos «huéspedes» era uno de la propia raza de Krasus.
Richard A. Knaak
En sus tiempos, los dragones habían enviado espías a observar a aquellos que
tenían potencial para cambiar el mundo, fuera para bien o para mal.
Humanos, orcos… Todas las razas tenían sus espías. Los dragones lo
consideraban un mal necesario; si se las dejaba a su aire, las razas jóvenes
tenían cierta tendencia al desastre. Incluso en este periodo del pasado habría
espías de algún tipo. No albergaba dudas de que alguien mantendría Zin-
Azshari bajo cauta vigilancia. Pero como era típico en la raza de Krasus, no
haría nada hasta estar absolutamente seguro de que la catástrofe fuera
inminente.
Ante Cenarius había mantenido sus secretos, pero a uno de su propia especie,
aunque fuera del pasado, Krasus decidió que tenía que contarle lo que sabía.
Si alguien podía evitar la posible ruina que hubiera causado su presencia y la
de Rhonin, eran los dragones… pero solo si escuchaban.
Al principio todos los árboles parecieron iguales. Los examinó uno a uno,
luego repitió el proceso, también sin resultado. Su cuerpo le pedía descanso
a gritos, pero se negó a permitir que esa debilidad antinatural tomara el
control. Si cedía día una vez, temía no volver a recuperarse.
Lo intentó de nuevo.
Te conozco... Oculto como parte del árbol nos observas a nosotros y al señor
del bosque. Te preguntas quiénes somos, por qué estamos aquí.
Hay mucho que puedo decirte que no he podido decirle al señor del bosque.
Pero me gustaría hablar con algo más que el tronco de un árbol.
Richard A. Knaak
Nos pones en peligro a ambos, respondió al fin una mente un tanto arrogante.
El semidiós podría estar observándonos.
Una parte del tronco se desgajó, asumiendo mientras lo hacia una forma
humanoide de corteza. Mientras en acercaba, la corteza fue desapareciendo
transformándose en una túnica larga y vaporosa y un delgado rostro cubierto
por sombras producto de un conjuro con el que Krasus estaba bastante
familiarizado.
Vestido del color del árbol, la figura sin rostro se detuvo en el perímetro
exterior del claro mágico. Ojos ocultos examinaron a Krasus de la cabeza a
los pies y, aunque el mago prisionero no pudo leer ninguna expresión, estaba
seguro de la frustración del otro.
— ¿Quién eres? —le pregunto en voz baja el espía.
— Podríamos decir que un alma gemela
Krasus contuvo una respuesta sarcástica creciente desagrado por aquel otro
dragón.
— Si estás preparado...
— Hazlo.
Pero las sombras volvieron tan rápido como se habían disipado. Todavía
digiriendo lo que le habían mostrado, el espía logró recuperar algo de
compostura.
Su brazo pasó por encima de las flores. Los capullos reaccionaron, abriéndose
de inmediato y rociándolo con su polen mágico.
Krasus dio las gracias en silencio por la decisión del espía, hasta que
súbitamente se dio cuenta de algo. Trató de hablar, peros su boca se negó a
funcionar.
*******
Pronto saldría el sol. El orco había pensado que eso sería mala cosa, ya que
serían visibles a más distancia. Pero Malfurion le había indicado que el inicio
del día los beneficiaba. Si los perseguía a Guardia Lunar, los poderes de los
hechiceros elfos de la noche se debilitarían en cuanto se desvaneciera la
oscuridad.
Tras ellos, Brox oía los crecientes sonidos de la persecución. Cuernos, gritos
distantes, el ocasional rugido de otra pantera.
Había asumido que Malfurion tendría otro plan aparte de simplemente dejar
atrás a los perseguidores, pero al parecer no era el caso. Su rescatador no era
un guerrero sencillamente era alguien que había querido hacer lo correcto.
Los cuernos volvieron a sonar, esta vez mucho más cerca. El veterano
guerrero gruñó enseñando los dientes.
La pantera dio un repentino giro para evitar una enorme roca. El orco,
desprevenido, perdió el equilibrio.
Con un gruñido de frustración, Brox se resbalo del ágil felino, cayó al duro y
desigual suelo y rodó de cabeza al interior de unos matorrales.
La conmoción casi dejó fuera de combate a Brox, porque lo que saltó contra
él no era ninguna pantera. Aullaba de forma parecida a un lobo o un perro,
Richard A. Knaak
pero solo se parecía vagamente a ambos. Hasta la cruz era tan alta como él y
de su lomo brotaban dos tentáculos correosos. La boca estaba llena de hilera
tras hilera de puntiagudos colmillos. Una densa saliva verdosa chorreaba de
sus enormes y hambrientas fauces.
Con la mano palpitante de dolor, Brox mantuvo sus ojos fijos en los del
adversario. Nunca había que dejar que un animal, en especialmente uno tan
El Pozo de la Eternidad
A poca distancia, una segunda bestia infernal se preparaba para saltar sobre
él.
Distraído por la muerte del felino, Brox no vigiló lo bastante bien dónde
pisaba. De repente una raíz pareció levantarse lo justo para atraparle el pie.
Logro evitar caerse, pero la falta de equilibrio lo lanzó dando vueltas a un
lado. Se agarró a un árbol delgado y sin hojas que sólo era una cabeza más
alto que el, pero el tronco se rompió bajo su peso y lo mandó contra uno más
grueso y robusto.
Uno de los tentáculos fue a por él. El orco soltó una mano, agarró la amenaza
que se aproximaba y tiró tanto como pudo.
Brox agarró una gruesa rama rota y la enarboló como una espada. Pero sabía
que se le había acabado la suerte. La rama no era lo suficientemente resistente
para mantener alejada a la enorme monstruosidad.
— ¡Brox!
Richard A. Knaak
Malfurion corría hacia el orco, con aspecto de estar tan cansado como él. El
elfo de la noche detuvo la pantera y extendió la mano.
Sonó un cuerno, esta vez tan cerca que Brox casi esperó ver al trompetero.
Los perseguidores de Suramar casi los habían alcanzado.
Tras ellos, el demonio liberó otra pata. Su atención ya había sido atraída por
crecientes ruidos que anunciaban nuevas presas...
*******
Algo sacó a Rhonin de su sopor, algo que le hizo sentirse muy incómodo.
No se movió de inmediato; abrió los ojos justo lo suficiente para poder ver
un poco el área circundante. Los retazos de luz diurna permitieron al mago
distinguir los árboles que lo rodeaban, la ominosa hilera de flores guardianas
y la hierba sobre la que estaba tumbado.
El mago se levantó con cautela y fue hasta el borde del claro. Las flores se
volvieron hacia él y los capullos se abrieron de par en par. Estuvo tentado de
comprobar su potencia, pero sospechaba que un semidiós no las pondría allí
si no fueran perfectamente capaces de encargarse de un simple mortal.
Richard A. Knaak
Nada.
El mago frunció el ceño mirando los árboles que había justo fuera de su
prisión. Había algo que no parecía igual, pero no estaba seguro de qué.
Rhonin solo podía sospechar lo que eran aquellas criaturas sin nombre. Si era
así, Krasus y él tenían menos tiempo del que habían pensado.
Al ver que su «invitado» no tenía nada que decir por el momento, Cenarius
siguió hablando.
El Pozo de la Eternidad
— Ahora veo que debo acceder a los deseos de la mayoría. —terminó con
reticencia el señor de los bosques.
— Hemos oído tu llamada... —gruñó una voz grave y poderosa—. Admites
que estabas equivocado.
El mago intento darse la vuelta para intentar quien hablaba, pero sus piernas,
todo su cuerpo, se negaron a obedecer sus órdenes.
CAPÍTULO DOCE
— ¡Deberías quedarte en el templo! —insistió Illidan—. ¡Malfurion pensó
que era lo mejor, y yo estoy de acuerdo!
— ¡Tengo que saber lo que está pasando! ¡Ya viste cuántos salieron en su
persecución! Si los han capturado...
— No los cogerán. —Entrecerró los ojos, ya que el sol no le agradaba. Podía
sentir cómo sus poderes menguaban, cómo la excitación de la magia se
desvanecía. A Illidan no le gustaban aquellas sensaciones. Saboreaba la
magia en todas sus formas. Esa había sido una razón por la que incluso había
intentado seguir la senda druídica, eso y el hecho de que las supuestas
enseñanzas de Cenarius no se veían afectadas por la noche o el día.
Guardia Lunar y los soldados habían partido tras Malfurion, dejando solo un
par de soldados para examinar la jaula en busca de pistas. Y lo habían hecho,
sin encontrar rastro de los culpables justo como Illidan había esperado.
Realmente se consideraba al menos tan capaz como cualquiera de los
reverenciados hechiceros, si no más.
Era demasiado tarde para esconderse. Al pasar junto a ellos, la seria mirada
del comandante elfo de la noche se fijó en Tyrande y luego en su
acompañante-
— No, mi señor.
— Entonces estas libres de algunas de sus restricciones, ¿no? —. Las
restricciones a las que se refería el comandante tenían que ver con los
juramentos que pronunciaban los hechiceros al entrar en la legendaria orden.
La Guardia Lunar era una entidad independiente y no le debía lealtad a nadie
salvo a la Reina... lo que significaba que no estaba a disposición de aquellos
como lord Cresta Cuervo.
— Supongo que sí.
— Bien. Muy bien. Entonces quiero que vengas con nosotros.
Illidan entendió muy bien el velado mensaje. Su poder sería más débil a la
luz del día, pero el comandante confiaba en que seguiría siendo útil. La
confianza que Cresta Cuervo tenía en él hizo que Illidan hinchara el pecho.
Richard A. Knaak
— No le fallaré, mi señor.
— ¡Espléndido, muchacho!
Mientras se deslizaba sobre la pantera, Illidan le dedicó a Tyrande una rápida
mirada indicándole que no debía preocuparse por Malfurion ni el orco. Iría
con Cresta Cuervo y ayudaría en todo lo que pudiera, siempre que la pareja
lograra escapar.
La breve, pero agradecida sonrisa de Tyrande fue todo lo que podía haber
deseado. Sintiéndose bastante bien consigo mismo, Illidan le indicó al
comandante que estaba listo con una inclinación de cabeza.
Como solía suceder una bruma matinal cubría el paisaje. La densa niebla se
disiparía pronto, pero significaba más posibilidades para Malfurion. Illidan
mantuvo la vista fija en el camino, preguntándose si sería el mismo que había
usado su hermano. Puede que la Guardia Lunar ni siquiera hubiera elegido la
dirección correcta, lo que significaba que ahora lord Cresta Cuervo y él
seguían un curso de acción inútil.
arrancarle el poder a Illidan como por devorar la niebla, pero Illidan apretó
los dientes e intentó no pensar en lo que podía significar aquello. Si llegaba
la hora de hacer una exhibición de hechicería, no tenía intención de
decepcionar al aristócrata. La caza del orco se había convertido en una excusa
para hacer contactos entre la jerarquía del mundo elfo de la noche, tanto como
tenía que ver con la huida de Brox.
Pero justo cuando llegaron a la cresta de una colina, algo que había más abajo
hizo que Illidan frunciera el ceño y lord Cresta Cuervo maldijera. El
comandante detuvo su montura de inmediato, y el resto hizo lo mismo.
Delante de ellos parecía haber una serie de bultos peculiares esparcidos por
el camino. Los elfos de la noche descendieron cautelosamente por la ladera.
Cresta Cuervo y los soldados aprestaron las armas. Illidan se encontró
rezando por no haber sobreestimado sus habilidades a la luz del día.
También yacían muertos cinco sables de la noche, algunos con las gargantas
desgarradas, los otros destripados. De las demás panteras no había rastro.
Richard A. Knaak
— ¡Mi señor! ¡Venga a ver! ¡Nunca había visto nada como esto!
Illidan y Cresta Cuervo hicieron dar la vuelta a sus animales y miraron con
los ojos desorbitados a la bestia que había descubierto el otro elfo de la noche.
Era una criatura de pesadilla. En ciertos aspectos era de forma lupina, pero
monstruosamente deformada, como si algún dios enloquecido la hubiera
creado de las profundidades de su locura. Ni siquiera en la muerte perdía un
ápice de su horror inherente.
Por un momento, Illidan olvidó que él era la fuente de sabiduría mágica del
grupo. Negó con la cabeza y respondió con total honestidad.
Pero por muy horripilante que fuera el monstruo, alguien se había encargado
de él por las malas, clavándole una lanza improvisada en el gaznate y
probablemente matándolo por asfixia.
— Por ahí. Pero tengan cuidado: ¡puede que haya más de esos monstruos!
El grupo se abrió camino ladera abajo. Todos sus miembros, Illidan incluido,
observaban con nerviosismo el bosque, que cada vez se hacía más denso. El
cuerno no volvió a sonar. Mala señal.
Varios metros más abajo se cruzaron con otro sable de la noche, que tenía el
costado entero abierto por unas salvajes garras y la espalda rota contra los
dos enormes robles con los que había chocado. A corta distancia había otro
guardia lunar apoyado contra una enorme roca; su cadáver demacrado y su
expresión horrorizada dejaron helados incluso a los soldados más
endurecidos de lord Cresta Cuervo.
Una vez más, el cuerno sonó débilmente, esta vez mucho más cerca y
directamente al frente.
Los recién llegados se fueron abriendo paso hacia él. Illidan tenía la horrible
sensación de que algo lo estaba observando a él en particular, pero cada vez
que miraba a su alrededor solo veía los árboles.
Pues sí, una segunda bestia yacía muerta con el cuerpo estirado como si
incluso moribunda hubiera intentado alcanzar una nueva víctima. Además de
la nariz rota y un hombro desgarrado tenía varias extrañas marcas de
ligaduras en las patas. Pero lo que había acabado con ella habían sido varios
tajos de espada élfica bien plantados en la garganta. Una de las espadas seguía
clavada en la bestia.
Illidan se quedó con Cresta Cuervo, observando con desconfianza como los
otros establecían lo que esperaban lo que fuera un perímetro de seguridad.
Que hubieran matado a tanto de sus compañeros, incluso tres magos, no era
precisamente bueno para la moral.
Ante esto el soldado ensangrentado emitió una risa salvaje que hizo
sobresaltarse tanto a Rol'tharak que este retrocedió.
— ¿Qué pasó con los guardias lunares? ¿Por qué no detuvieron a las cosas?
Seguramente, aunque fuera de día…
La historia fue saliendo con esfuerzo. Los soldados y los guardias lunares
habían perseguido a la criatura huida y a otro individuo no identificado a
través del bosque, siguiendo su rastro incluso a través de la niebla y el sol.
Nunca habían llegado a ver realmente a la pareja, pero habían tenido la
seguridad de que alcanzarlos era cuestión de tiempo.
Nadie había visto nunca algo como aquello. Incluso muerta había puesto
nerviosos a los elfos de la noche. Hargo'then, el hechicero que estaba al
mando, había sentido algo mágico en la criatura. Había ordenado que los
demás esperaran a unos pasos de distancia mientras él se acercaba a
inspeccionar el cadáver.
— Salió de detrás de los árboles más cercanos, m-mi señor... y fue directa a
por... a por Hargo'then. Mató a la montura de un z-zarpazo y l-luego...
El Pozo de la Eternidad
Se dieron cuenta demasiado tarde de que una tercera bestia los acechaba
desde detrás. Los atacantes se convirtieron en los atacados, atrapados entre
dos fuerzas demoníacas gemelas.
— Has lo que puedas por aliviar su dolor y examina al otro también, —el
aristócrata frunció el ceño—. Quiero echarle otro vistazo al primer cadáver.
Hechicero, ven conmigo.
Illidan siguió a Cresta Cuervo por el sendero. Dos guardias abandonaron sus
deberes para acompañarlos. Los demás siguieron examinando el área,
tratando de encontrar más superviviente, sin éxito.
— Aquí está...
Cuando los dos se alejaron a lomos de sus panteras, tanto Illidan como Cresta
Cuervo desmontaron, y el segundo desenvainó la espada. A los sables de la
El Pozo de la Eternidad
noche no les hacía mucha gracia acercarse al cuerpo, así que los jinetes los
acercaron a un grueso árbol que había a poca distancia y ataron allí las
riendas.
A poca distancia, los felinos se fueron poniendo cada vez más inquietos por
su proximidad a la criatura. Illidan intentó ignorar sus bufidos, todavía
preocupado por su hermano. No habían visto más cadáveres que los del
primer grupo y la segunda de las tres bestias, pero… Illidan levantó la cabeza
bruscamente.
Richard A. Knaak
La enorme silueta con garras que acababa de saltar sobre Illidan pasó por
encima del cuerpo de la otra bestia que yacía en el suelo.
— ¡En nombre de...! ¿Qué es eso? —logró decir Cresta Cuervo. Los sables
de la noche forcejearon para intentar atacar, pero sus riendas resistieron, lo
que impidió que los felinos fueran de ayuda.
Pero en vez de volver a saltar, el horror canino atacó de repente a Illidan con
los dos tentáculos que le salían del lomo. Los recuerdos de los pellejos
resecos que una vez habían sido poderosos miembros de la Guardia Lunar
llenaron la mente del joven elfo de la noche.
Con precisión milimétrica, la hoja pasó dando vueltas sobre los hombros del
leviatán y cortó ambos tentáculos con tanta facilidad como si hubieran sido
briznas de hierba.
El noble apoyó el pie en una de las patas delanteras del demonio e intentó
recuperar su espada. Por el sendero llegaron los dos guardas, y por detrás de
Iludan se oyeron gritos cuando el resto del grupo se fue dando cuenta de lo
que había pasado.
— ¡Lord Cresta Cuervo! ¡Ha matado a una de las bestias! ¿Está herido?
— ¡No! Aquí está el que, después de arriesgarse para apartarme del camino
de la criatura, se encargó del peligro sin preocuparse de su propia vida. ¡Lo
El Pozo de la Eternidad
sabía desde la primera vez que te vi, Illidan Tempestira! ¡Eres más capaz que
una docena de guardias lunares!
Con las mejillas enrojecidas, el joven elfo de la noche aceptó los cumplidos
del poderoso comandante. Todos los años en los que había oído que se
esperaba que fuera un héroe, un campeón de su pueblo, habían depositado
una pesada carga sobre sus hombros. Y ahora sentía su destino por fin se
había revelado… y lo había hecho con la hechicería innata que casi había
rechazado a cambio de los más lentos y sutiles conjuros druídicos que
Cenarius le había estado enseñando.
Y parecía que el noble tenía aún más para quien pensaba que le había salvado
la vida. Fue a grandes zancadas hacia Illidan y le apoyó una mano envuelta
en un guantelete metálico en el hombro.
CAPÍTULO TRECE
Es fuerte de mente, fuerte de alma, fuerte de cuerpo, dijo voz potente y
agresiva en la cabeza de Rhonin.
Rhonin parecía flotar fuera del cuerpo, aunque no sabía decir exactamente
dónde. Se sentía atrapado entre la vida y la muerte, el sueño y la consciencia,
la oscuridad y la luz... Nada parecía completamente bien ni absolutamente
mal.
¡No más!, exclamó una tercera voz que de algún modo le resultaba familiar.
¡Ya ha pasado suficiente! Devuélvanmelo... por ahora.
El Pozo de la Eternidad
*******
Sus palabras produjeron un eco que preció volverse más burlón con cada
repetición.
Entones Krasus recordó la forma de ser de su gente, que podía llegar a ser
bastante cruel para aquellos que no eran dragones. Una lúgubre sonrisa se
formó en su rostro.
Los cuatro dragones echaron la cabeza atrás algo asombrados. Una de las dos
hembras habló.
El mago luchó con sus parcheados recuerdos. Por supuesto que sabía quién
era, pero el nombre no le salía. Su cuerpo se tensó y le hirvió la sangre
El Pozo de la Eternidad
mientras luchaba contra la niebla de su mente. Krasus sabía que sino llamaba
al gigante por su nombre, lo rechazarían definitivamente, y no podría avisar
a su gente del posible peligro que presentaba su presencia en ese tiempo.
El enorme dragón llevó a Krasus por antiguos túneles y cámaras que deberían
haber sido fácilmente reconocibles, pero no lo eran. De cuando en cuando se
agitaba algún indicio de recuerdo, pero nunca lo suficiente para satisfacer al
mago. Incluso cuando se cruzaron con otros dragones ninguno resultó
familiar a Krasus, que antaño había conocido a todo el vuelo rojo.
Quizá una vez que la haya convencido... me deje verla tierra de los dragones
desde fuera una última vez antes de decidir lo que va hacer conmigo.
El Pozo de la Eternidad
La enorme forma de Tyranastrasz avanzaba sin esfuerzo por los altos túneles
de paredes lisas. Krasus sintió una punzada de celos, ya que allí estaba él
apunto de hablar con su amada, y forzado a hacerlo en su forma mortal.
Amaba mucho a las razas menores, disfrutaba el tiempo que pasaba entre
ellas, pero ahora, que estaba poniendo su existencia en peligro, Krasus
hubiera preferido su verdadera forma.
Krasus volvió a sentir una punzada de celos, pero sabía que quien había
hablado lo amaba tanto a él como amaba al leviatán en el que iba montado.
La Reina de la Vida no solo tenía amor para sus consortes, sino para todo su
vuelo. En realidad amaba a todas las criaturas del mundo, aunque ese amor
no le impediría destruir a aquellos que de alguna manera pusieran en peligro
al resto.
Para evitar que la historia se malograse, puede que Alexstrasza tuviera que
matarlos al mago humano y a él.
Estaba rodeada de huevos, huevos y algo más. Los huevos eran de su última
puesta, una bastante abundante. Cada uno de ellos mediría treinta
centímetros; grandes para cualquiera, minúsculos si se los comparaba con
quien los había puesto. Krasus contó tres docenas. Solo la mitad se abriría y
solo la mitad de esos llegaría a la edad adulta, pero dragones: un duro
comienzo como prólogo a una vida de gloria y maravillas.
— Mi Reina...
El otro leviatán salió de la cámara sin decir palabra. La Reina de la Vida miró
a Krasus, pero no dijo nada. Él se arrodillo ante ella, esperando algún signo
de que lo hubiera reconocido, pero no lo recibió.
Ella señaló al mago, que estaba allí plantado como si le hubiera caído un rayo.
*******
Había escogido una ruta que discurría por suelo rocoso y zonas donde las
zarpas del sable de la noche dejarían pocas huellas, con la esperanza de que
cualquiera que los siguiera fuera en la dirección equivocada. Eso significaba
tardar más tiempo de la usual en llegar al punto donde se reunía siempre con
Cenarius, pero Malfurion había decidido que tenía que correr ese riesgo.
Seguía sin saber lo que pensaría el Señor del Bosque cuando supiera lo que
haba hecho su pupilo.
Y no había hecho más que agravar su delito al dejar que los perseguidores se
enfrentaran a la demoníaca criatura, algo que Brox había llamado « bestia
infernal». Si la bestia infernal había herido o matado a alguien del grupo de
perseguidores, eso dejaría a Malfurion sin ninguna esperanza de arreglar su
situación… y para empeorar las cosas, se había convertido en responsable de
la pérdida de vidas inocentes. ¿Pero qué otra cosa podría haber hecho? La
Richard A. Knaak
Era evidente que el orco no tenía ni idea de por qué era necesario esto, pero
como se lo había pedido Malfurion obedeció de inmediato. Brox desmontó y
fue hasta el centinela. El enorme guerrero miró de cerca el tronco y luego
colocó una manaza donde Malfurion le había indicado. Volvió la cabeza para
mirar a su compañero.
— ¡No hagas nada! ¡Quédate ahí! ¡Te está conociendo! ¡Te picará la mano,
pero solo eso!
Una barrera de árboles frondosos les cerró bruscamente el paso. Brox miró a
Malfurion quien le indicó que bebían desmontar. Cuando ambos lo hubieron
hecho, Malfurion guió a Brox por un sendero entre los árboles invisible a
primera vista. Lo recorrieron durante varios minutos antes de salir a una zona
abierta bien iluminada y llena de hierba alta y flores de coloridos pétalos.
Pero la figura que había en el centro rodeado por un círculo de flores nunca
habría podido confundirla con Cenarius. Sentado en el centro del anillo, se
puso en pie de un salto nada más ver a la pareja. Miro fijamente a Brox con
sus extraños ojos como si supiera exactamente lo que era el orco.
Pero la figura de pelo de fuego (a qué raza pertenecía, eso no podía decirlo
Malfurion) sacudió la cabeza y fue hacia el orco, aunque se detuvo vacilante
en el borde del círculo. Con una mirada de curiosidad a las flores, que a su
vez parecían ser las que lo estudiaban ahora, el encapuchado extranjero
habló:
— Este es el señor del bosque, el semidiós Cenarius... ante el que te dije que
te traería.
Pero Cenarius mucho más viejo y sabio que su pupilo, leyó entre líneas gran
parte de la verdad.
El señor del bosque estiró ambos brazos, como si fuera abrazar algo que nadie
más pudiera ver.
La solitaria bestia infernal había seguido el rastro como no podía ningún otro
animal o jinete, olfateando no el olor de su presa sino la magia de esta. La
magia y la hechicería eran su sustento tanto como la carne y la sangre. E igual
que toda su especie, la bestia infernal siempre estaba vorazmente hambrienta.
*******
Las criaturas mortales no habrían notado la magia del roble centinela, pero el
demonio sí. Cayó sobre su presa inmóvil con ansia, lanzó los tentáculos y los
clavo en el grueso tronco.
El roble hizo todo lo que pudo para combatir a su inesperado enemigo. Las
raíces trataron de enredar las zarpas, pero la bestia infernal las evitó. De lo
alto cayeron ramas sueltas que golpearon inútilmente la gruesa piel del
monstruo.
Richard A. Knaak
Y al final la bestia infernal resulto ser más fuerte. Con su magia inherente
cada vez más agotada, el roble se fue consumiendo más y más, hasta que
finalmente cayó como el Guardia Lunar, muerto en el cumplimiento de su
deber tras miles de años protegiendo con éxito el camino.
La bestia infernal sacudió la cabeza y olfateó al aire ante sí. Los tentáculos
se estiraron, pero la bestia mantuvo la posición. Había crecido al absorber la
antigua magia del roble y ahora era casi el doble de grande que antes.
Entonces tuvo lugar una metamorfosis. Una oscura radiación negra rodeó a
la bestia infernal y envolvió al demonio por completo. En su interior, la bestia
se retorció en varias direcciones, como si estuviera intentando escapar de sí
misma.
Y cuanto más lo intentaba, más éxito tenía. Una cabeza, dos cabezas, tres,
cuatro... luego cinco. Cada cabeza tiró con más fuerza, más y más. Las
cabezas fueron seguidas por gruesos cuellos, robustos hombros, y luego
musculosos torsos y patas.
CAPÍTULO CATORCE
Eres un fiel sirviente, le dijo el Grandioso lord Xavius. Tus recompensas no
tendrán fin... Te daré todo lo que desees… cualquier cosa... cualquiera.
Había otros dos que compartían su frustración. Una era la reina Azshara, que
ansiaba tanto como él el día en que todo lo imperfecto quedara erradicado del
mundo, dejando solo a los elfos de la noche —y solo a los mejores de esa
raza— para gobernar el paraíso subsiguiente. Lo que ella no sabía, por
supuesto, era que en su infinita sabiduría el Grandioso la convertiría en
Richard A. Knaak
El otro que estaba frustrado con la completa falta de éxito era el enorme
Hakkar. Siempre flanqueado por dos bestias infernales, el cazador caminaba
entre los hechiceros Altonatos indicándoles los fallos que cometían en el
ritual y añadiendo su propio poder siempre que era posible.
Pero incluso con la suma de su poder arcano, sólo habían logrado un mínimo
triunfo. Por lo menos Hakkar y sus mascotas ya no estaban solos entre los
elfos de la noche. Ahora había tres gigantes cornudos con rostros de color
escarlata que algunos encontraban espeluznantes, pero que lord Xavius solo
podía admirar. Al menos de tres metros de altura, le sacaban varias cabezas
a los Altonatos, los cuales por sí mismos pasaban de los dos metros.
Estos eran campeones ungidos del dios, guerreros celestiales cuyo único
propósito era cumplir su voluntad sin importar el coste para ellos. Medían
unos tres metros de altura y, aunque eran de constitución extrañamente
delgada, las figuras ataviadas con armaduras de bronce no tenían dificultad
alguna para empuñar los enormes escudos oblongos y las mazas ígneas.
Obedecían al pie de la letra cualquier orden que se les diera y trataban al
consejero con tanto respeto como a Hakkar.
... que lo atravesó otro guardia siniestro, como Hakkar llamaba a aquellos
dignos guerreros. Al momento de entrar en el plano mortal, el recién llegado
inclinó su temible cabeza en dirección a Hakkar y luego a Xavius.
El Pozo de la Eternidad
— Igual que han sido un regalo para mí, así serán un regalo para la Reina.
¡Los convertiré en una guardia de honor Azshara!
*******
Por eso Azshara no se tomó demasiado bien la tímida entrada de una de sus
doncellas. Esta se postró rápidamente de rodillas ante el borde redondeado
de la enorme cama de la Reina, que casi abarcaba toda la habitación. La joven
monarca estaba casi oculta por las cortinas de gasa que rodeaban la cama. .
Con un gesto lánguido de la mano, la luz de las luces indico a su doncella que
podía hablar.
*******
El Pozo de la Eternidad
La joven sirvienta volvió nerviosa... pero solo después de que Xavius llevara
varios minutos esperando. Con la cabeza baja — v por lo tanto la expresión
oculta—, condujo al consejero a través de las gruesas y hábilmente talladas
puertas de roble que daban a las habitaciones personales de la Reina.
Solo había osado verla allí un puñado de veces, en su rincón íntimo. Xavius
sabía más o menos qué esperar; Azshara aparecería perfecta y seductora, con
el aspecto de no darse cuenta de ello. Era su juego y lo jugaba bien, pero él
estaba preparado. Era superior a ella.
Levantó la vista y vio que había captado su atención. Los ojos de ella no
lograban ocultar su creciente curiosidad y expectación. Azshara se movió en
la cama; la sábana siguió aferrada a su torso.
Richard A. Knaak
— ¿Qué son?
— ¡Son suyos, mi Reina! La protección de tu vida es su deber, el único
motivo de su existencia. ¡Contemple, majestad, a su nueva guardia personal!
— ¿Hay más?
— Los habrá.
Como un niño que coge un juguete nuevo, Azshara dejó que sus dedos
rozaran la brillante armadura de uno de sus nuevos guardaespaldas. Se
produjo un leve siseo. La Reina apartó los dedos con una extraña expresión
de complacencia en sus perfectos rasgos.
Lord Xavius abrió la boca para explicarle que lo intrincado del ritual de los
Altonatos no permitiría eso... y se dio cuenta de que no tenía una respuesta
realmente buena. La sugerencia de Azshara tenía un mérito tremendo a nivel
teórico.
*******
Las palabras eran quizá las más irónicas pronunciadas en toda la historia, o
eso creyó Krasus en aquel momento. Después de todo, las había pronunciado
el dragón Korialstrasz, el más reciente de los consortes de Alexstrasza.
— Míralo, consorte mío. Te pregunto esta última cosa: con lo poco que sabes,
¿confiarías en su palabra?
— Yo... Sí, mi Alexstrasza. Yo... lo haría.
De repente le pasó una cosa curiosa a Krasus. A medida que los dragones
siguieron conversando sobre él, empezó a sentirse más fuerte, más fuerte de
lo que se había sentido nunca desde su llegada al pasado. No tan fuerte como
debería haberse sentido, pero al menos más cerca de lo normal.
— ¿Convocarás una reunión de los Cinco? ¿Por este? ¿Pero por qué?
El Pozo de la Eternidad
— Porque me ha contado una historia que los otros deben oír, una historia
que te contare ahora. Luego podrás elegir si confías en él o no.
Así que, al fin, su yo más joven sabría la verdad. Krasus se reparó para la
conmoción del otro.
Pero igual que él había sorprendido a Rhonin con un relato que no solo dejaba
fuera buena parte de la verdad, sino también su propia identidad, ahora la
Reina de los dragones hizo algo muy parecido. Habló de la anomalía y de
todo lo demás que Krasus le había contado al observador, excepto de la
verdadera identidad del mago. Alexstrasza no dijo nada. Para su consorte,
Krasus no era más que otro miembro del vuelo rojo cuya mente había sido
destrozada por las poderosas fuerzas que la habían asaltado.
Los ojos del yo más joven se encontraron con los del yo mayor. Aunque
Korialstrasz no se reconociera a sí mismo, debió haber reconocido un espíritu
afín.
misma. Creo que tú y él, al ser uno se nutren de la misma fuerza vital. Cuando
están lejos uno del otro se ven reducidos a la mitad, pero cuando están tan
cerca como ahora, el efecto no es tan terrible. Se ayudan mutuamente.
El tono de ella se volvió lúgubre al decir eso último, lo que verificó las
sospechas de Krasus.
— Crees que puede llegarse al punto en que haya que quitar a uno de este
periodo... aunque signifique la muerte.
Con la cola lo llevó a una zona del nido cerca del arroyo. Krasus se sentó en
una depresión natural que le sirvió como una enorme silla.
Descargó un puñetazo contra las rocas, e ignoro el dolor que le provocó aquel
acto estúpido. Aunque le había revelado mucho a su amada Alexstrasza,
había omitido varios hechos importantes. El más inmediato era la llegada de
la Legión Ardiente. Krasus temía que incluso su Reina, por muy sabia que
El Pozo de la Eternidad
Pero peor que eso era que Krasus había sido incapaz de hablarle del futuro
de su propia raza, un futuro en el que sobrevivirían solo unos pocos. Un
futuro en el que la mayoría de las crías de esta y de las puestas siguientes
morirían antes de tener la oportunidad de alcanzar la madurez.
CAPÍTULO QUINCE
Las bestias infernales avanzaban en tropel por el bosque encantado,
levantando los hocicos a medida que el olor a magia aumentaba. El hambre
y la misión las apremiaban, y los enormes sabuesos gruñían de impaciencia.
Pero cuando una saltó un tronco caído, las ramas de un árbol cercano se
doblaron y le atraparon las patas. Una segunda bestia que corría por un
sendero se encontró con que sus patas se hundían en un suelo repentinamente
cenagoso. Una tercera chocó contra un arbusto lleno de espinas afiladas como
cuchillas que perforaron incluso el grueso pellejo del demonio y le
provocaron una agonía inmensa.
*******
— Los sabuesos de los que hablaste… los han seguido hasta aquí.
Brox interrumpió con una voz ronca que no ofrecía consuelo alguno.
— Las bestias infernales… son de magia oscura. Donde hubo una puede
haber más si logran alimentarse bien. Eso lo he visto.
— Un buen amigo y guardián competente ha caído ante una, —dijo Cenarius,
centrando su atención en los densos bosques que los rodeaban—. Su magia
era muy antigua y poderosa. Y solo sirvió para hacerlo más vulnerable a la
maldad.
El orco asintió.
Brox hizo enseguida lo que le habían dicho. Llevó ante el semidiós y el elfo
de la noche una inmensa rama, que Cenarius le hizo poner frente a Malfurion.
Al instante una fuerza primitiva se abrió paso hasta su mente. Malfurion casi
los rechazó, pero luego se calmó. Aceptó los pasamientos Brox y dejó que la
imagen de lo que deseaba el guerrero fuera tomando forma.
¿Vez el arma discípulo mío? llegó la voz de Cenarius. ¿La sientes, sientes las
líneas de su forma?
Malfurion lo sentía. También sentía la relación del orco con el arma, como
era más que una simple herramienta: una prolongación del propio guerrero.
Con las manos de Brox sobre las suyas propias, el elfo de la noche empezó a
pasar los dedos por la rama. Al hacerlo sintió que se ablandaba bajo su tacto
y empezaba a cambiar de forma.
El Pozo de la Eternidad
Se puso tenso. Esas eran las emociones del orco, no las suyas. Las hizo
retroceder rápidamente y se concentró en los detalles finales: la curvatura del
mango, el filo de la hoja.
Entre ellos yacía una pulida recreación de lo que Brox había deseado, aunque
hasta el elfo se preguntaba cómo lograría el arma sobrevivir más de uno o
dos golpes.
*******
Las pesadillas del pasado reciente de Rhonin habían vuelto para atormentarlo,
ahora en carne y hueso. Las bestias infernales, los heraldos de la Legión
Ardiente, ya se encontraban en el plano mortal. ¿Podían estar muy lejos las
interminables filas de cornudos e ígneos guerreros demoníacos?
La bestia infernal vaciló, brilló...y de repente donde había habido una ahora
había dos.
Saltaron sobre el dios ciervo, atacándolo con las garras y tratando de absorber
su poderosa magia. Cenarius agarró al primero con una sola mano. El
demonio se retorcía furiosamente y mordía el brazo que lo sostenía levantado
en el aire, pero el otro se aferró de un mordisco en el hombro de Cenarius y
sus tentáculos buscaron la carne del semidiós. Los tres combatientes
retrocedieron en un frenesí confuso.
¡Eso nunca lo habían hecho! Rhonin nunca se había enfrentado a las bestias
infernales en persona, pero había estudiado cadáveres y había leído toda la
información recopilada sobre ellas. Había oído los pocos relatos que había de
sabuesos que se multiplicaban, pero sólo después de hartarse de magia, e
incluso entonces se decía que el proceso había sido largo y difícil. Se deberé
Richard A. Knaak
a antigua magia del semidiós y su bosque. Es tan rica y potente que hace más
terrible a las criaturas…
*******
Al tiempo que Cenarius y las dos bestias infernales se encontraban, otras dos
cargaban contra Brox. El enorme guerrero fue hacia las criaturas de frente,
con un grito de guerra que hizo que uno de los demonios flaqueara levemente.
El Pozo de la Eternidad
Un monstruoso jadeo escapó de la bestia infernal, pero hizo poco por detener
su impulso. Cayó sobre Brox y casi lo aplastó bajo su enorme corpachón.
Y de las copas de los altos guardianes cayeron cientos, todas las que pudieron
dar. Malfurion uso al momento otra brisa para guiar las hojas hacia el
torbellino.
Cenarius y las bestias que lo habían atacado luchaban ahora lejos de los
demás. El majestuoso rugido del señor del bosque igualaba los gritos de los
demonios. Agarró una pata delantera de la bestia que se había aferrado a él y
con un solo movimiento le rompió el hueso. El demonio aulló y soltó los
tentáculos, que se movieron enloquecidamente reflejando el dolor.
Hasta ahora Rhonin había tenido suerte. Ninguna de las bestias infernales
había ido por él. Se había quedado en el centro del círculo, con la esperanza
de que el poder del mismo le ahorrara tener que decidirse si usar o no sus
habilidades.
Rhonin tuvo que parpadear varias veces para convencerse de que lo que había
visto no solo había sido real, si no que era obra suya. El mago recordó la
Richard A. Knaak
breve lucha contra los elfos de la noche de las armaduras, en la que Krasus
había demostrado una debilidad preocupante y Rhonin se había superado de
una forma que nunca habría creído posible.
Rhonin recordó lo que les pasaba a los magos atrapados por los demonios.
Recordó los terroríficos cascarones que habían sido llevados a Dalaran para
su investigación.
Pero aunque ahora estaba hincado de rodillas, se reveló. ¡Con todo el poder
que tenía a su disposición seguramente podría escapar de esa bestia parásita!
A través de la bruma del sufrimiento, oyó vagamente las voces del orco y del
elfo de la noche. El miedo por su vida las tapó. Con lo que le absorbiera, la
bestia iba a ser rival más que la sobra para ambos huir.
Que se lo tragara.
*******
No era la primera vez que Tyrande se deslizaba por los silenciosos pasillos
del enorme templo, pasando junto a las incontables celdas de acólitos
durmientes, salas de meditación y lugares de culto público, y se diría hacia
una ventana cerca de la entrada principal. La luz brillante del sol casi la cegó,
pero se obligó a rastrear con la vista la plaza, buscando algo que seguramente
no encontraría.
La guardia se refería a Illidan, pero lo que la novicia temía realmente era que,
cuando Illidan volviera, lo hiciera con su hermano y el desafortunado orco.
No creía que el hermano de Malfurion fuera a traicionarlo, pero si lord Cresta
Cuervo capturaba a la pareja, ¿qué podría hacer Illidan sino seguir la
corriente?
Iba a ser...
Llegó el tosco resonar del metal contra el metal y los bufidos de los sables de
la noche. Tyrande pasó con una exhalación ante la asombrada guardia en
dirección a la escalinata exterior del templo de Elune.
— Me alegro tanto por ti... Temía que estuvieras frustrado con el ritmo de la
enseñanza de Cenarius, pero si fuiste capaz de proteger a lord Cresta Cuervo
con ellas donde sus soldados fracasaron, entonces...
— ¡No lo entiendes! ¡No usé esos conjuros lentos y engorrosos que el
adorado shan'do de Malfurion trataba de enseñarnos una y otra vez! Usé
hechicería de la buena de los elfos de la noche, de la de toda la vida... ¡Y de
día! ¡Fue embriagador!
Había oído que algunos guardias lunares habían muerto a consecuencia del
monstruo, pero ahora se daba cuenta de que solo había vuelto el grupo de lord
Cresta Cuervo. El que había precedido tras Malfurion había sido
completamente masacrado.
Dicho eso, hizo dar la vuelta al felino y se dirigió hacia el comandante que lo
esperaba. Cresta Cuervo le dio a Illidan una palmada de camaradería en la
espalda y luego miró a Tyrande. El noble inclinó la cabeza hacia Illidan y
guiñó un ojo.
Mientras Tyrande observaba, aún aturdida por todo lo que había oído, el
grupo armado partió en dirección al Bastión del Curvo Negro. Illidan miró
atrás una última vez antes de desaparecer de la plaza, sus ojos dorados fijos
en su amiga de la infancia. Tyrande no tuvo problemas en leer en ellos sus
deseos.
debe tenerlo en alta estima para tomarlo bajo su guía. Sería difícil encontrar
una pareja mejor, ¿eh?
— No… no, supongo que no —Cuando se dio cuenta de cómo sonaba
aquello, se apresuró a añadir—: Perdóname hermana, pero creo que el
cansancio me está afectando. Creo que debería irme a la cama.
— Comprensible, hermana. Por lo menos sabes que te esperan sueños
agradables.
Pero mientras Tyrande comí hacia su habitación sospechaba que sus sueños
serían cualquier cosa menos agradables. Cierto que estaba contenta con el
hecho de que Malfurion y Broxigar hubieran logrado escapar y de que nadie
hubiera relacionado a Malfurion con el asunto. Tyrande también se alegraba
de que Illidan se hubiera encontrado a sí mismo, algo que había temido que
no llegara nunca. Pero lo que te preocupaba ahora era que Illidan parecía
haber tomado una decisión acerca de ellos dos mientras que ella aún no la
había hecho. Malfurion seguía estando en el cuadro y las emociones de ella
no se habían definido.
*******
Los árboles, el follaje, nada había detenido la caída de la bestia infernal hacia
el suelo. Lanzada al cielo por el semidiós, el sabueso demoniaco no podía
salvarse. Pero la naturaleza caprichosa del azar hizo lo que nadie más podía.
Cenarius había lanzado a su maligno enemigo tan lejos como nadie había
podido, asumiendo lógicamente que la caída acabaría el trabajo. Si la bestia
infernal hubiera caído sobre roca o tierra, o contra el tronco de uno de los
grandes robles, habría muerto al instante.
El Pozo de la Eternidad
Pero a donde la había arrojado el señor del bosque resultó ser una masa de
agua, tan profunda que incluso a la velocidad que cayó la bestia infernal, no
golpeó contra el fondo.
El viaje hasta la superficie casi hizo lo que no había logrado la caída, pero
aun así el demonio logró llegar a la orilla. Con una pata colgando inutilizada,
la bestia infernal fue hacia una depresión umbría donde se paró a descansar
varios minutos.
Una vez que se hubo recuperado tanto como le permitieron sus heridas, el
demonio olfateó el aire en busca de un olor en particular. En el momento en
que la bestia infernal localizó lo que buscaba, se puso alerta. Obligándose a
avanzar, el horror herido empezó a abrirse paso lenta pero firmemente hacia
la fuente. Incluso desde esa distancia podía oler el poder que emanaba del
Pozo de la Eternidad. Allí encontraría la magia que necesitaba para curarse,
la magia con la que incluso restablecería el miembro perdido.
Las bestias infernales no eran exactamente las criaturas simplonas que creían
Brox y Rhonin, que las conocían de su propia guerra. Ninguna criatura al
servicio del Señor de la Legión Ardiente carecía de astucia, salvo quizá los
gigantes desatados conocidos como infernales. Los sabuesos demoniacos
eran parte de su dueño, y lo que ellos sabían Hakkar lo sabía.
CAPÍTULO DIECISÉIS
— Ya es la hora.
— Estoy listo.
— Quizá puede que esto no sea lo mejor para ti. —Sugirió ella con voz
preocupada.
Pero tan repentinamente como casi se había derrumbado, Krasus sintió ahora
que unas renovadas energías recorrían su cuerpo.
Alexstrasza dio un paso al frente, abrió las enormes alas y se lanzó fuera de
la plataforma. Hizo un picado y desapareció entre las nubes. Korialstrasz fue
hasta el borde del precipicio, dándole así a su diminuto pasajero una vista
incluso más asombrosa del vasto terreno montañoso, y luego saltó al cielo.
Las sensaciones del vuelo incluso a lomos del otro, causaban en el mago un
estado con euforia. Y el haber nacido para esto, pero hacía que sus actuales
circunstancias fueran mucho más difíciles de aceptar. ¡Era un dragón! ¡Uno
de los amos del cielo! No debería verse condenado a una existencia tan
patética.
Antes de que Krasus pudiera preguntar por qué, el sino al que estaban
descendiendo los dragones empezó a rielar. El mismo aire se retorció y se
onduló como la superficie de un estanque cuando se tira una piedra. Al
principio Krasus temió que la anomalía que los había traído a aquel tiempo
hubiera vuelto a materializarse, pero entonces se dio cuenta de las ganas con
las que su montura se dirigía el inquietante espectáculo.
Entraron.
Cada centímetro del cuerpo del mago se vió cubierto de una carga de
electricidad estática. Sus nervios se estremecieron. Krasus sintió como si se
hubiera convertido en parte de los mismos cielos, en hijo del trueno y el rayo.
El ansia de volar por sí mismo se volvió imperiosa. Apenas pudo contener el
impulso de soltarse de su montura y unirse a las nubes y el viento.
La sensación paso, se evaporó de forma tan inesperada que Krasus tuvo que
aferrarse a Korialstrasz para mantener el equilibrio. Parpadeo. Se sentía muy
apegado al suelo, muy mortal. El cambio de perspectiva lo abrumó tanto que
al principio no se dió cuenta de que el entorno había cambiado por completo.
El suelo era de hecho la única zona aplanada, ya que a medida que las paredes
subían se iban curvando hasta formar una cámara semiesférica cuyo aspecto
quedaba acentuado por la ausencia de protuberancias minerales. No había
estalactitas colgando amenazadoramente desde arriba ni estalagmitas que
brotaran del suelo. No había fisuras, ni siquiera una diminuta grieta. No había
ningún defecto en lo que Krasus finalmente recordó como la cámara de los
Aspectos.
Una cámara que había sido antigua antes incluso de que ellos existieran.
Se decía que allí donde los creadores habían formado el mundo. Lo habían
moldeado en ese lugar sagrado, hasta que había estado listo para colocarlo en
el cosmos. Ni siquiera los grandes dragones podían contrastar la veracidad
de este relato, ya que al no haber otra entrada aparte de la mágica que habían
descubierto por accidente siglos antes, ni siquiera podrían afirmar con
seguridad que su lugar de reunión se encontrara en el plano mortal. Todos los
intentos de sondear las paredes habían resultado infructuosos, y los Aspectos
habían dejado de intentarlo.
fulgor sin ninguna fuente. Krasus recordaba que los experimentos de su gente
nunca habían logrado demostrar si el resplandor se desvanecía cuando la
cámara estaba vacía o si era perpetuo, pero todos cuantos entraban se sentían
bienvenidos por él, como si actuara de centinela.
— Solo con Ysera. Ella dijo que contactaría con los demás.
— Y he hecho lo que he podido —respondió una voz casi soñolienta pero
ciertamente femenina.
La de los Sueños como también la conocía Krasus, los saludó a su vez. Volvió
la cara hacia los dos que habían venido con su hermana, y aunque los
párpados no se abrieron, Krasus sintió la mirada penetrante.
Aún subido en el cuello de su alter ego más joven, Krasus se tomó como una
mala noticia la falta de contacto con Nozdormu. Comprendía la complejidad
de la naturaleza del Eterno, que Nozdormu era el pasado, el presente, el
futuro... toda la historia. De todos los demás, era a Nozdormu a quien Krasus
había esperado en secreto ver allí, ya que era su esperanza de que aún hubiera
una posibilidad de devolver a los dos viajeros extraviados a su propio período
y zanjar el asunto pacíficamente.
El Pozo de la Eternidad
Y sin esa esperanza, Krasus de nuevo tenía que considerar la otra opción, que
para preservar línea temporal era posible que los Aspectos tuvieran que
eliminarlos a Rhonin y a él.
Krasus no lograba recordar todo lo que sabía del futuro de Malygos, pero los
fragmentos eran suficientes para comprender y lamentar la tragedia, y una
vez más no pudo obligarse a avisar al resplandeciente titán.
El techo sobre ellos rieló y luego empezó a brillar. Una enorme forma alada
se materializó y empezó a descender planeando majestuosamente, dándole
dos vueltas a la caverna en el proceso. Los otros Aspectos guardaron un
respetuoso silencio, observando cómo se acercaba la inmensa figura.
Y al rechazar todo lo que una vez había sido, Neltharion también había
rechazado su propio nombre. De sus antiguos compañeros había salido el
nombre por el que lo conocieron todas las criaturas, un nombre que se había
convertido en sinónimo del mal.
Alamuerte.
Y a pesar de todo..
El Pozo de la Eternidad
Conversaban como buenos amigos, pero Krasus podía recordar que, como
Alamuerte, Neltharion apenas lo reconocería. Para el tiempo de la guerra con
los orcos, el titán negro habría habitado tanto en su locura que las pasadas
amistades quedarían olvidadas. Lo único que le importaría sería cómo
avanzaba su oscura causa.
Pero allí estaba todavía Neltharion el camarada. El dragón miro sobre el
cuello de Korialstrasz y vio la diminuta figura encapuchada.
Alexstrasza asintió.
El mago se iba incomodando cada vez más bajo aquel escrutinio. De todos
ellos, Alexstrasza se merecía el aviso. Por obra de Alamuerte se convertiría
en esclava de los orcos, cuyos guerreros sacrificarían despreocupadamente a
sus retoños para su brutal causa. Entonces Alamuerte usaría el caos de los
últimos días de la guerra con los orcos para tratar de apoderarse de lo que
deseaba realmente: los huevos de la Reina de la Vida para recrear su
diezmado vuelo, casi aniquilado por sus pasadas intrigas.
Y en ese momento de contacto, Krasus se dio cuenta de que todo lo que los
demás y él habían visto hasta ahora del negro había sido una mascarada.
Neltharion volvió a mirarlo… pero esta vez sus ojos no apartaron de los de
Krasus.
Y solo entonces se dio cuenta Krasus que Neltharion sabía lo que él sabía,
solo entonces se dio cuenta de que el dragón negro comprendía que allí había
alguien que podía revelar su terrible secreto.
Krasus intentó apartar la mirada, pero sus ojos estaban atrapados. Se percató
de la causa demasiado tarde. El Guardián de la Tierra al darse cuenta de que
lo habían descubierto, había actuado con rapidez y determinación. Había
sometido a Krasus bajo su poder con la misma facilidad con la que respiraba.
¡No caeré ante él! Pero a pesar de su determinación por escapar, su voluntad
no fue lo bastante fuerte. Si hubiera estado mejor preparado, Krasus podría
haberse enfrentado a la mente de Neltharion, pero el inesperado
descubrimiento le había hecho bajar la guardia... y el negro había
aprovechado la oportunidad.
La voz gélida llenó su cabeza. Krasus rezaba para que alguien notara lo que
pasaba entre ellos, pero según las apariencias todo era normal. Se asombró
de que ni siquiera su amada Alexstrasza reconociera la terrible verdad.
Las palabras del Guardián de la Tierra indicaban a las claras lo profunda que
se había vuelto su locura. Krasus sintió en el interior de Neltharion una
paranoia desbocada y la férrea creencia de que nadie salvo el dragón negro
comprendía lo que era bueno para el mundo. Cualquiera que pareciera la más
mínima amenaza para él era, a ojos de Neltharion el verdadero mal.
Krasus espero a que lo destruyera allí mismo, pero para su sorpresa lo único
que hizo Neltharion fue apartar la vista y seguir hablando con Malygos.
¿A qué juega? Se preguntó el mago dragón. Primero me amenaza y parece
olvidarse de mí.
— Soy uno de ustedes —anuncio con una voz tan tonante como la de
cualquiera de los leviatanes que le rodeaban—. La Reina de la Vida conoce
mi verdadero nombre, pero por ahora soy simplemente Krasus.
— Brama bien esta cría —bromeó Malygos.
Krasus lo miró.
Hizo falta toda la voluntad de Krasus para no soltar allí mismo toda la verdad
acerca del Guardián de la Tierra.
Todavía no.
Pero a medida que las primeras palabras del relato iban saliendo de su boca,
la lengua de Krasus empezó a trabarse. En vez de decir algo coherente, salió
un galimatías.
La cabeza del mago dio vueltas. Un vértigo peor que cualquiera que hubiera
sufrido nunca se apodero de él, le hizo incapaz de mantener el equilibrio. De
sus labios siguieron saliendo tonterías, pero ya ni siquiera Krasus sabía lo que
quería decir.
Te avisé...
Richard A. Knaak
CAPÍTULO DIECISIETE
Llegó la oscuridad y el mundo de los elfos de la noche se despertó. Los
mercaderes abrieron sus negocios mientras que los fieles iban a orar. La
población general se dedicó a su vida, sin sentirse deferente a ninguna otra
noche. El mundo era suyo para hacer con él lo que les pluguiera, sin importar
lo que creyeran las razas inferiores.
********
El viejo hechicero miró fijamente. Con gesto torvo, volvió a chasquear los
dedos. Esta vez el cristal y el vino cumplieron sus deseos, eliminando hasta
el más mínimo indicio de mancha. Pero lo hicieron con cierta lentitud,
tardando mucho más de lo que esperaba el maestro de la Guardia Lunar.
********
permanentemente las zonas que se encontraban más allá de las fronteras del
reino, en la creencia de que los enanos y otras razas codiciaban
constantemente el rico mundo de los elfos de la noches. No miraban al
interior, ya que, ¿quién de su raza podía representar una amenaza? A pesar
de todo, permitían que cada asentamiento mantuviera fuerzas de seguridad
sencillamente para tranquilina la ciudadanía en general.
En Galhara, una ciudad a cierta distancia del Pozo, al otro lado de Zin-Ashari,
los hechiceros comenzaron el ritual nocturno de realinear los cristales
esmeraldas que marcaban sus límites. Los cristales actuaban, entre otras
cosas, como defensa contra ataques mágicos. Nunca se habían utilizado que
recordara nadie, pero su presencia daba una gran seguridad a la gente.
*******
Las bestias infernales que había a los lados del cazador se hicieron eco de la
furia de su amo con siniestros gruñidos.
Que los esfuerzos de los Altonatos hubieran permitido que una veintena de
guardias siniestros se unieran a los que ya estaban en el plano mortal no hizo
nada para calmarlos. Esa cantidad no era más que un lento goteo y no servía
para allanar el camino para el advenimiento del Grandioso.
— Debemoss preguntarle.
Y antes siquiera de que su rodilla tocara la piedra, Xavius oyó una voz en su
cabeza:
Por espacio de apenas un instante, lo que casi pareció una furia enloquecida
amenazó con abrumar al elfo de la noche..., pero entonces la sensación pasó.
Seguro de que lo había imaginado, Xavius esperó las siguientes palabras del
dios.
Lord Xavius explicó la idea de aislar el poder del Pozo y reservarlo sólo para
el palacio y, cómo no lo habían conseguido. Mantuvo la cabeza baja,
humillado ante el poder que hacía que el poderío combinado de todos los
elfos de la noche no pareciera más terrible que el de un insecto.
Y mientras crecía hasta tocar el techo, del portal salió repentinamente una
figura enorme y oscura, a la vez tan maravillosa y terrible que Xavius a duras
penas pudo evitar gritar de agradecimiento al Grandioso. Allí estaba uno de
los comandantes celestiales, una figura ante la cuál Hakkar parecía tan
indigno como Xavius se había sentido al lado del cazador.
— ¡Que Elune nos guarde! —gimió uno de los otros hechiceros. Se apartó
casi destruyendo el valioso portal en el proceso, Xavius apenas pudo hacerse
con el control, y con un poderoso esfuerzo lo mantuvo en su sitio hasta que
los demás se recuperaron. Una enorme mano con cuatro dedos, lo bastante
grande como para abarcar la cabeza del consejero; se extendió hacia delante,
señalando con un dedo rematado en una garra al hechicero descuidado. Una
voz que era a la vez el rugido de las olas al romper y el ominoso tronar de un
volcán en erupción emitió una sola e irreconocible palabra.
Con unos ojos ardientes que miraban desde debajo de un ceño prominente,
observó al señor consejero... y especialmente al cazador.
— No. No la tienes.
Richard A. Knaak
Y cuando solo un hilillo de humo marco el punto donde había estado la bestia
infernal, Mannoroth volvió a dirigirse al cazador.
La mirada oscura se posó sobre él. Mannoroth sorbió con su roma nariz… y
luego asintió.
— El Grandioso aprueba tus esfuerzos, señor de los elfos de la noche.
— ¡Doy gracias!
— Seguiremos el plan. Aislaremos la fuente de poder del resto del reino.
Entonces la hueste podrá llegar con más presteza.
— ¿Y el Grandioso? ¿Vendrá entonces?
Mannoroth le dedico una amplia sonrisa, una con la que podría haberse
tragado al consejero de una pieza.
— ¡Oh, sí, señor de los elfos de la noche! Sargeras desea estar aquí cuando
comience la purificación del mundo. Lo desea muchísimo...
El Pozo de la Eternidad
*******
Al menos suponía que era hierba. Sabía a hierba, aunque no tenía demasiada
experiencia con dicho plato. El olor le recordaba a campos vírgenes y a
tiempos más tranquilos... Tiempos con Vereesa.
Un ruido en el bosque tras él hizo que el humano girara sobre sus talones.
Levantó las manos y preparó un conjuro.
Rhonin bajó las manos con cuidado. El enorme orco avanzó con pesadez,
todavía empuñando el hacha que le habían fabricado Malfurion y el semidiós.
— ¿Estás solo?
— Lo estaba hasta que te vi. Haces mucho ruido, humano. Te mueves como
un niño borracho.
— Yo planeaba ir por allí —dijo señalando hacia lo que él creía que era el
este—. ¿Alguna idea mejor?
— Podríamos esperar a que saliera el sol. Veríamos mejor y, a los elfos de la
noche no les gusta la luz.
— ¿Cómo has llegado hasta aquí, Brox? No a este sitio concreto eso ya lo sé.
¿Cómo has llegado a este reino?
Para sorpresa del mago, Brox aceptó la historia sin rechistar. Solo cuando
Rhonin pensó acerca de la historia del pueblo orco se dio cuenta del porqué.
Los orcos ya habían atravesado el tiempo y el espacio para llegar a aquel
Richard A. Knaak
mundo desde otro. Que un conjuro lanzara a uno de ellos al pasado no era
algo tan diferente.
Pero aunque Brox había aceptado enseguida todo lo demás, puso el límite en
lo que respectaba a dejar en paz el pasado. Al orco el asunto le parecía muy
sencillo: allí había un enemigo muy peligroso y repugnante que masacraría
todo lo que encontrara a su paso. Solo un cobarde o un tonto dejarían que
algo así sucediera, y Brox lo dijo más de una vez.
¿Pero había sido la correcta? Ya había alterado el pasado. ¿Hasta qué punto?
Donde una vez había estado el sendero había unos árboles enormes y, un
denso sotobosque evidenciaba aún más que aquella no era la dirección
correcta. Pero tanto el orco como el humano observaron los árboles con
desconfianza.
Pero cuando blandió el hacha, unas manos en forma de rama cogieron el arma
por los costados de la hoja y tiraron de ella hacia arriba.
Richard A. Knaak
Al negarse a soltarla, Brox quedo colgado por el mango. Movió las piernas
en un intento por usar su peso para liberar el arma.
Rhonin corrió a su lado. Tiró sin éxito de los pies del orco. Miró los largos
dedos inhumanos y empezó a murmurar un hechizo.
Algo lo golpeó por detrás. El mago salió impulsado hacia delante, y se habría
dado contra el árbol que tenía enfrente de no ser porque este se apartó en el
último momento.
La inercia hizo que Rhonin cayera a tierra. Pero en vez de dar contra el duro
suelo o contra alguna de las retorcidas raíces que los rodeaban, se desplomó
sobre algo más blando.
Un cuerpo.
Rhonin gimió al suponer que había dado con el cuerpo de una víctima anterior
de los siniestros árboles. Pero mientras se levantaba, un rayo de luz de luna
que de algún modo había penetrado las densas copas de los árboles le
permitió ver el rostro.
Malfurion.
— Tú…
A cierta distancia, Brox gritó algo. Tanto el elfo de la noche como el humano
miraron al momento, Rhonin levantó la mano para preparar un ataque, pero
Malfurion lo sorprendió al agarrarlo por la muñeca.
El Pozo de la Eternidad
El arma podía haber caído tranquilamente al suelo, pero el orco dio un paso
al frente de forma repentina, alargó una poderosa mano y agarró el mango
con habilidad. Pero en vez de blandir el hacha contra los árboles, se arrodilló
ante ellos y apoyó la hoja en el suelo.
— Pido perdón.
Aquello fue una buena noticia para el mago, aunque vio que no demasiado
para el elfo. Y tampoco le pareció bueno a Brox, que maldijo en su lengua.
— Ya hemos tenido suerte una vez, pero aquí te arriesgas a que la Guardia
Lunar perciba tu conjuro. Y tienen la capacidad para usurparlo. De hecho,
puede que por lo menos hayan percibido el primero
— ¿Qué sugieres?
— Como estamos cerca de mi casa deberíamos hacer uso de ella. Hay otros
que podrían sernos de ayuda. Mi hermano y Tyrande.
— Sí. Parece que soy el primero que los comprende realmente. Incluso mi
hermano prefiere el poder del Pozo a la senda de los bosques.
Pero antes de que pudiera acabar, el bosque se llenó de figuras ataviadas con
armaduras. Brox enseñó los dientes y aferró el hacha. Rhonin preparó un
conjuro, seguro de que aquellos eran los mismos malvados atacantes que lo
habían capturado junto a Krasus.
Alguien respondió, pero en voz demasiado baja para que Rhonin pudiera
distinguir las palabras. Una partida de jinetes, dos de los cuales llevaban
báculos brillantes de color esmeralda, entró en el círculo de soldados. A su
cabeza venía el elfo barbudo que seguramente estaba al mando. Junto a él...
Los ojos de Rhonin se abrieron de par en par, la única respuesta que podía
dar en las presentes condiciones. Apenas logró reflejar su asombro al
reconocer a la figura que iba junto al comandante.
La ropa era diferente y llevaba el pelo recogido en una coleta, pero no había
ninguna duda de que el rostro taciturno era un duplicado exacto del de
Malfurion.
Richard A. Knaak
CAPÍTULO DIECIOCHO
Mannoroth estaba complacido... y aquello complacía a lord Xavius.
— No…
— Creo que no. Quizá con algo de su poder. Quizá un guardián rezagado.
— Visssto a través de los ojos de una bessstia infernal. Una criatura astada
tan alta como un guardia siniestro.
Mannoroth asintió.
— Una criatura enclenque, pero con ojos perspicaces. Una criatura de magia,
según creo. Casi como un elfo de la noche… —cortó una nueva protesta de
lord Xavius— pero no.
— Deben ser estudiados, hay que evaluar sus debilidades y sus fuerzas por si
acaso hubiera más.
— ¿Podemos disssponer de los guardias siniestros?
— Pronto habrá muchos, muchos más. Señor elfo de la noche, ¿están
preparados sus Altonatos?
— Están listos para hacer lo necesario para ver los gloriosos frutos de nuestro
sueño, la purificación del mundo de todo lo que es…
— El mundo será purificado, señor elfo de la noche, no lo dude. —Mannoroth
miró a Hakkar—. Dejo la caza en tus manos cazador. No vuelvas a fallar.
*******
Súbitamente, una oscura sombra cubrió la zona por la que corría, y una voz
atronadora se burló de él.
Las garras soltaron a Krasus, pero mientras caía en la boca de Alamuerte, las
cosas cambiaron. Alamuerte y el paisaje en llamas desaparecieron. Krasus se
encontró flotando de repente en medio de una horrenda tormenta de arena,
dando vueltas y más vueltas impulsado por unas turbulencias cada vez
mayores.
¿Nozdormu?
— Est... estamos repartidos por todo —logró decir el Eterno—. Lo… vemos
todo.
¿Nada? ¿A qué se referiría? ¿Querría decir que lo que el mago se temía había
llegado a pasar, que el futuro había sido erradicado?
Gritó.
Esta vez estaba decidido a informarle sin importar las consecuencias. Las
terribles palabras de Nozdormu indicaban que el camino al futuro se había
cerrado prácticamente. ¿Qué problema había entonces en hablarle de la
locura de Neltharion y el horror que provocaría el dragón negro?
Pero una vez más, cuando Krasus trató de hablar del monstruo, el vértigo casi
le hizo sucumbir. A duras penas logró mantenerse consciente.
Necesitaba mucho más que eso. Necesitaba que eliminaran el siniestro y sutil
conjuro con el que le había hechizado el Guardián de la Tierra, pero
claramente ninguno de los Aspectos había reconocido que su estado estaba
provocado por la hechicería. En todas sus encarnaciones, Alamuerte siempre
había sido el más astuto de todos los males.
Incapaz de hacer nada acerca del dragón negro, la mente de Krasus derivó
hasta el elfo de la noche cuyos rasgos había tratado de mostrarle Nozdormu.
Recordaba a los que los habían atacado a Rhonin y a él, pero ninguno tenía
el más mínimo parecido con esa nueva figura.
— Sé que harás lo que puedas —dijo Krasus con una reticente inclinación de
cabeza.
— Y tú tienes que hacer lo que debes. Ve con los elfos de la noche y busca
tus respuestas, si crees que van a ser de ayuda en esta situación. —Levantó
la vista hacia su consorte y reflexionó por unos instantes—. Te pido que
vayas con él, Korialstrasz. ¿Lo harías?
*******
Habían excavado ventanas en los pisos superiores del astillo, pero el único
medio de entrada eran las puertas dobles fierro que estaban, no en la parte
baja de la estructura, sino en la base de la colina. Las sólidas puertas estaban
se selladas y bien defendidas. Solo un tonto hubiera intentado entrar por allí
sin permiso.
Lord Cresta Cuervo examino sus capturas en una cámara iluminada por
refulgentes esmeraldas situadas en las cinco equinas del techo. La silla estaba
situada en un estrado de piedra lo que permitía a lord Cresta Cuervo mirar
desde arriba al trío, aunque estuviera sentado.
— ¿Y tienes un buen motivo para ello? ¿Alguno que excuse este acto
criminal?
— Dudo que me creyera, mi señor.
— Oh, puedo llegar a creer muchas cosas, jovencito —contestó
tranquilamente lord Cresta Cuervo mientras se atusaba la barba—,... si se
dicen con sinceridad. ¿Puedes hacerlo?
— Yo... —¿Qué otra elección le quedaba a Malfurion? Más pronto o más
tarde, por un método u otro, le arrancarían la verdad—. Lo intentaré.
Y así les habló de sus estudios junto a Cenarius, lo que inmediatamente hizo
levantarse cejas dubitativas. Explicó sus sueños recurrentes y cómo el
semidiós le había enseñado a viajar por el mundo del subconsciente.
Principalmente describo las desconcertantes fuerzas que le habían atraído, de
entre '^os los sitios, a Zin-Azshari y al palacio de la adorada Reina de los
elfos de la noche.
Cresta Cuervo no hizo ningún comentario acerca del y se limitó a mirar a los
guardias lunares.
Malfurion no estaba seguro de que fuera buena idea que hablara el extranjero.
Los elfos de la noches no eran muy tolerantes con las demás razas y, aunque
Rhonin tuviera un vago parecido con la especie, para lo que le iba servir podía
haber sido un trol.
Pero Cresta Cuervo parecía dispuesto a escuchar, aunque a poco más. Le hizo
un lánguido gesto con la mano.
El Pozo de la Eternidad
Sus ojos, tan diferentes de los de los elfos de la noche, desafiaron a los
guardias lunares a contradecirle.
Ambos hechiceros asintieron tras una pausa. Malfurion se dio cuenta de que
no sabían con exactitud lo que era Rhonin, pero habían reconocido a alguien
versado en las artes. De hecho, muy posiblemente ese era el motivo de que
se le hubiera permitido hablar.
Chasqueó los dedos y los guardias cogieron a Malfurion fuertemente por los
brazos y lo arrastraron hasta el estrado.
El elfo de la noche con la cola de caballo tragó saliva, y luego miró detrás de
Malfurion.
Illidan estaba intentando impedir tener que usar sus poderes sobre su
hermano, concentrándose en un extraño. Aunque Malfurion apreciaba la
preocupación, no le agradaba la idea de que Rhonin o Brox sufrieran en su
lugar.
Malfurion supuso que aquello era lo más cerca que lord Cresta Cuervo iba a
estar de intentar de evitarle daños. El barbudo comandante era, por encima
de todas las cosas, el protector del reino. Si el precio era la vida o la mente
de un elfo de la noche, era un sacrificio necesario.
Una de las figuras ataviadas con armadura colocó a Malfurion para el guardia
lunar. El entunicado alargó las manos y tocó las sienes del prisionero con los
dedos índices.
Una conmoción sacudió a Malfurion, que estuvo seguro de haber gritado. Sus
pensamientos se revolvieron, viejos recuerdos salieron a la superficie sin
haber sido llamados. Y cada uno de ellos fue obligado a retroceder
rápidamente mientras él sentía cómo una garra escarbaba en su mente,
hundiéndose más y más...
¡No te resistas!, le ordenó una voz autoritaria que tenía que ser la de Latosius.
¡Libera tus secretos y te irá mejor!
Entonces, de forma tan brusca como la molesta sonda se había clavado en sus
pensamientos... desapareció. No se retiró, no se fue desvaneciendo
gradualmente. Simplemente cesó.
— ¡Es absurdo! —gritó alguien más—. ¡La Reina seguro que no!
— ¡Nunca!
El Pozo de la Eternidad
— ¡Los Altonatos! ¡Tienen que ser ellos! ¡Esto es cosa de Xavius! —insistió
otra voz.
— ¡Ha cometido una maldad contra su propio pueblo! —estuvo de acuerdo
la primera voz.
— Permítanme que me ocupe de él —dijo una voz. Malfurion sintió que los
guardias lo entregaban a una persona, que lo bajó suavemente al suelo.
Unas manos tocaron sus sienes y le levantaron la cabeza. Los borrosos ojos
de Malfurion se encontraron con los de su hermano.
Malfurion seguía sin entender. Por lo que decía su hermano, parecía que
ambos guardias lunares habían perdido sus poderes.
*******
Por todo el reino de los elfos de la noche, por todo el continente de Kalimdor,
millares sintieron la pérdida. Habían sido aislados del Pozo. El poder que
habían blandido tan despreocupadamente había desaparecido. Rápidamente
creció una sensación de alarma, ya que era como si alguien hubiera alargado
el brazo y robado la luna.
Pero lo que salió del interior de las murallas de palacio no fue la Reina, ni
algo siquiera imaginado en el mundo de los elfos de la noche.
CAPÍTULO DIECINUEVE
Una oleada de vértigo golpeó a Krasus; un ataque tan inesperado que casi le
costó la vida. Solo momentos antes se había sentido su antiguo yo debido en
buena parte a su proximidad con Korialstrasz. El dragón lo llevaba en esos
momentos a toda velocidad en la dirección general del bosquecillo de
Cenarius, aunque no tan cerca como para que los descubriera el semidiós. La
determinación de encontrar a aquel elfo de la noche que le había revelado
Nozdormu era lo que impulsaba al mago... y el motivo de que el repentino
vértigo lo cogiera tan desprevenido que casi se había caído del cuello del
dragón.
finalmente dio con una posible respuesta—. ¿Conoces la capital de los elfos
de la noche amigo mío?
— ¿Zin-Azshari? Me resulta vagamente familiar.
— Vira hacia allí.
— Pero tu misión...
Su alter ego más joven masculló algo, pero viró en dirección a Zin-Azshari.
Krasus se inclinó hacia delante y forzó la vista, esperando los primeros signos
de la legendaria ciudad. Si la memoria no le fallaba, algo de la que no podía
estar seguro, Zin-Azshari había sido la cima de la civilización de los elfos de
la noche, una metrópolis extensa y grandiosa como nunca volvería a verse.
Sin embargo no era la opulencia de la antigua ciudad lo que le interesaba. Lo
que le preocupaba a Krasus era que recordaba la proximidad de Zin-Azshari
con el fabuloso Pozo de la Eternidad.
¿Qué sitio más probable para encontrar el portal por el que tenía que llegar la
Legión que las inmediaciones de la mayor fuente de energía mágica jamás
conocida?
Richard A. Knaak
Era más lo que esperaba no ver, pero Krasus no podía explicarle eso a su
compañero.
— No lo sé.
Y esparcidos por todas las calles se encontraban los cuerpos de los muertos.
El Pozo de la Eternidad
Habían sido masacrados brutalmente, sin compasión para con los ancianos,
enfermos y niños. Muchos habían muerto en grupo, mientras que otros habían
sido claramente cazados de uno en uno. Además de la población de Zin-
Azshari también había una variedad de animales muertos, especialmente los
grandes sables de la noche, cuyas muertes no habían sido menos horribles.
— ¡Aquí ha habido una guerra! —dijo el leviatán alado—. ¡No, guerra no!
¡Genocidio!
— Esto es obra de la Legión Ardiente — murmuró Krasus para sí.
Krasus pudo ver ahora lo que la superior vista del dragón ya había captado.
Una ola de movimiento, casi como una plaga de langostas, se derramaba por
la ciudad. Korialstrasz descendió más, hasta permitirle a la pareja distinguir
individuos.
Mientras los dos se acercaban, uno de los guardianes lunares que iba en
vanguardia trató de lanzar un hechizo, pero al verse al descubierto solo logró
El Pozo de la Eternidad
unirse a la lista de víctimas. Una de las bestias infernales dio un salto adelante
y aterrizó justo frente al hechicero. Lanzó los tentáculos con una rapidez
pasmosa.
Fuerte vientos azotaron a los demonios que venían primero y los lanzaron
contra los demás. Los guardias apocalípticos se enredaron unos con otros.
El retraso había sido suficiente para que los elfos de la noche se dispersaran
por las tierras aledañas. Krasus confiaba en que pudieran mantener la ventaja
sobre la Legión Ardiente
El Pozo de la Eternidad
Al sobrevolar de nuevo el palacio, Krasus vio con horror que por sus puertas
salían más demonios. No obstante, lo más desconcertante eran los centinelas
elfos de la noche que seguían montando guardia en los parapetos, guerreros
a los que parecía no importarles nada la desesperada situación en la que se
encontraba su gente.
Krasus ya había visto antes una pasividad tan completa frente al horror.
Durante la segunda guerra había habido quienes actuaron de aquella manera
horripilante e indiferente. ¡Están hipnotizados por la creciente influencia de
los demonios! ¡Si los señores de la Legión no han puesto pie todavía en el
plano mortal, no puede faltar mucho para que lo hagan!
*******
— Su maravillosa Majestad…
— Mi querido capitán, ¿cuál es la causa de este clamor tan espantoso?
Pero el paisaje que había ante la reina no era aquel al que estaba
acostumbrada. Los ojos dorados de Azshara bebieron las imágenes de su
ciudad, de los edificios en ruinas, los interminables incendios y los cadáveres
apilados en las calles. Miró a su derecha, donde el barrio amurallado de los
Altonatos se mantenía tranquilo.
La reina asintió.
— Si Mannoroth dice que ha de ser así, ha de ser así. Siempre he creído que
los objetivos gloriosos requieren sacrificios.
Ella le hizo un gesto lánguido con la mano, aún fascinada tanto por la escena
de abajo como por el verdadero nombre del dios. El capitán la dejó sola con
sus guardaespaldas.
Entonces, otro pensamiento más intrigante entró en su mente. Cierto, ella era
la más perfecta de su raza, el ícono de su pueblo, pero había uno que era
incluso más glorioso, más magnífico... y pronto vendría.
Se llamaba Sargeras.
*******
Los mensajeros llegaban al Bastión del Cuervo Negro al ritmo de uno a cada
pocos minutos. Todos exigían ver de inmediato al señor del castillo, ya que
todos traían nuevas de importancia.
Y cada carta que recibía lord Cresta Cuervo se resumía en las mismas graves
noticias.
A los elfos de la noche les habían robado la hechicería. Incluso los más
hábiles podían hacer bien poco. Además, otros conjuros que sacaban la
El Pozo de la Eternidad
Hasta ahora.
— ¿Puedes hablar ya? —tronó Cresta Cuervo al mensajero una vez que este
hubo comido algo de fruta y bebido casi medio odre de agua.
— Sí… Perdóneme mi señor... por no ser capaz de hacerlo antes.
— A juzgar por tu condición, casi no puedo creer que hayas logrado llegar
aquí.
El elfo de la noche que estaba arrodillado recorrió con la mirada a los demás
reunidos, Rhonin se dio cuenta de que tenía los ojos hundidos.
Richard A. Knaak
El tono neutro con el que lo dijo solo sirvió para acentuar el terrible impacto.
Un silencio mortal cayó sobre la cámara. Rhonin recordó lo que había dicho
antes Malfurion. Ha empezado. Ni siquiera Malfurion había comprendido lo
que quería decir, solo que sabía que estaba teniendo lugar algo terrible.
La historia fluyó del mensajero como una herida que no pudiera cerrarse.
Igual que todos los demás elfos de la noche, los de la capital habían quedado
aturdidos por la abrupta e inexplicable pérdida de casi todo su poder. Muchos
habían acudido al palacio a buscar algo que los tranquilizara. La multitud
había crecido a centenares.
Pero la horda demoníaca los había seguido y había atrapado a los que no
podían seguir el paso. Algunos grupos dispersos habían logrado huir de la
ciudad, pero los demonios los habían perseguido.
Rhonin ya había oído mencionar antes ese nombre, pero el veneno con el que
había sido pronunciado ahora lo dejó anonadado. Se acercó a Malfurion.
El Pozo de la Eternidad
— ¡Hemos de recuperar el uso del Pozo! ¡La fuerza de las armas por sí sola
no servirá contra esos monstruos! ¡Ya ha oído al mensajero!
Rhonin no podía permanecer quieto. Había visto lo que podía hacer la Legión
Ardiente, y aunque todo esto fuera el pasado, no podía mantenerse al margen
como pretendía Krasus. Seguía sintiendo en su interior la capacidad de
invocar magia, de usarla a su voluntad.
— ¿Qué quieres?
— Necesitan alguien que pueda lanzar conjuros. Yo me ofrezco.
En respuesta, el mago invocó una esfera de luz azul sobre su mano izquierda.
Le costó más esfuerzo de lo habitual, pero lo suficiente para que el esfuerzo
se hiciera evidente.
— Sí. Eres bienvenido en nuestras filas. —tuvo que ver por el rabillo del ojo
a Latosius a punto de objetar—. Especialmente ya que nos han ofrecido poco
más.
— Si pudiera eliminarse el hechizo que nos aísla de la energía del Pozo...
— Lo que para empezar requeriría hechicería de cierta magnitud... ¡Y si
pudieras hacerlo, guardia lunar, no tendríamos ningún problema!
— ¿Más tranquilo?
Malfurion asintió.
CAPÍTULO VEINTE
Todo iba bien en el mundo... para lord Xavius por lo menos. Sus sueños, sus
objetivos, estaban al alcance de su mano. Y mejor aún, el Grandioso estaba
satisfecho con él. El conjuro de escudo que Mannoroth y él habían ejecutado
no solo había conseguido privar del poder del Pozo a todos salvo a los
Altonatos, sino que también les había permitido ampliar y reforzar el portal.
En el espacio de pocas horas lo habían cruzado centenares de miembros de
la hueste celestial.
El consejero volvió a mirar el conjuro del que había sido una parte integral.
A pocos metros del portal, un grupo de parpadeantes nódulos azules sobre el
diagrama que Mannoroth había trazado del escudo era la única manifestación
física del conjuro. No obstante, con sus ojos mágicos Xavius podía distinguir
unos flujos arremolinados de color naranja, amarillo, verde… una poderosa
cornucopia de fuerzas mágicas que ahora estaban bajo su control.
Igual que estaba bajo su control el destino no solo de su propia gente... sino
del resto del mundo.
*******
Pero aunque conservaban los dones otorgados por su diosa, aquello no quería
decir que las sacerdotisas estuvieran a salvo del horror desencadenado poco
después. Cuando la Legión arrasó los templos de la capital, incluso los que
estaban tan lejos como Suramar sintieron las muertes de sus hermanas,
sintieron su agonía mientras la Legión las masacraba sin piedad.
Pero no era Illidan, sino otro al que no había pensado ver en mucho, mucho
tiempo.
— ¡Malfurion! —Sin darse cuenta de lo que hacía, lo rodeó con los brazos y
lo abrazó fuertemente.
Ella lo soltó.
El Pozo de la Eternidad
— ¿Cómo has llegado hasta aquí? —Un repelo miedo brotó en su interior—
. ¿Y Broxigar? ¿Qué han hecho con...?
— Está conmigo. —Malfurion señalo tras de si, donde Tyrande vio al orco
esperando en un rincón oscuro cerca de la entrada. El monstruoso guerrero
parecía incomodo al ver tantos elfos de la noche.
Ella miró a su alrededor pero no vio más guardias que las del templo.
— Esa historia debe esperar. ¿Sabes del horror que ha pasado en Zin-
Azshari?
— Solo un poco... ¡Y hasta eso es demasiado! ¡El terror que sentimos en las
mentes y las almas de nuestras hermanas de allí, Malfurion! ¡Algo horrible...!
— ¡Escúchame! Se extiende desde la capital mientras hablamos, ¡Y lo que es
peor, la Guardia Lunar está indefensa ante esto! ¡Algún conjuro los ha aislado
de la energía del Pozo!
Ella asintió.
— Lo suponíamos. ¿Pero qué tiene que ver eso con que hayas venido aquí?
— ¿Están usando ahora la cámara de la luna?
Ella pensó.
Richard A. Knaak
— Antes sí, pero han venido tantos en busca de guía que la Suma Sacerdotisa
ha hecho abrir la cámara del culto principal. Puede que la cámara de la luna
ya esté vacía.
— Bien. Tenemos que ir allí. —le hizo un gesto a Brox que se acercó a la
carrera. Para asombro de a Tyrande, el orco incluso llevaba un hacha.
— Los capturaron... —le recordó a Malfurion.
— Lord Cresta Cuervo no vio motivo para retenernos, siempre que Brox
permaneciera conmigo.
— Estoy en deuda con los dos —recordó el guerrero de anchos hombros—.
Les debo la vida.
— No nos debes nada —contestó el hermano de Illidan, y se volvió haca
Tyrande—. Por favor, llévanos a la cámara.
— No dice exactamente nada acerca de las otras razas a ese respecto, pero...
El Pozo de la Eternidad
— ¿Pero no son todos hijos de Elune? ¿No tiene derecho a acudir a ella en
busca de guía, a usar todas las facetas del templo?
— Pero mantenlo tan fuera de la vista como sea posible. Ya hay demasiado
pánico ahí fuera.
— Lo comprendo.
Fue al sitio que había elegido seguido de Brox y se sentó en el suelo. Cruzó
las piernas y levantó la mirada hacia el cielo iluminado por la luna.
El orco se sentó frente al elfo de la noche, pero dejó sitio cuando Tyrande se
les unió. Malfurion la miró interrogativamente.
Había sido un plan improvisado a toda prisa, un plan del que Malfurion sabía
que lord Cresta Cuervo no esperaba gran cosa. Pero con la Guardia Lunar
virtualmente reducida a la impotencia, no había visto motivo alguno para que
el advenedizo y joven elfo de la noche no lo intentara.
La mano de Tyrande en la suya resultó ser muy valiosa para permitirle llegar
al trance onírico. Su contacto había reconfortado a Malfurion, había aliviado
la tensión provocada por los terribles acontecimientos de los últimos días.
Y una vez hecho eso, logró entrar en el mundo de los sueños con seguridad.
Richard A. Knaak
Libre de las limitaciones terrenas, se detuvo para mirar desde arriba a sus
amigos, especialmente a Tyrande. Esta vez resultó más fácil invocar las
imágenes, superponer la realidad al idílico paisaje. Brox y Tyrande se
materializaron al momento... igual que su propio por supuesto.
¿Shan'do?, llamó.
Por muy terroríficas que hubieran sido las descripciones del mensajero, no
habían logrado transmitir plenamente el monstruoso cataclismo que había
caído sobre la ciudad. Gran parte de Zin-Azshari había sido arrasada hasta
los cimientos, como si una gran roca le hubiera pasado por encima una y otra
vez. Ningún edificio de la periferia había quedado en pie. El fuego se había
enseñoreado de todo, pero no solo las llamas anaranjadas con las que estaba
familiarizado Malfurion. La capital también estaba envuelta en un fuego de
color verde malsano y negro brea, de carácter claramente sobrenatural.
Cuando Malfurion lo sobrevoló, pudo sentir su maligno calor a pesar de
encontrarse en el reino de los sueños.
Las bestias infernales ya habían sido bastante monstruosas, pero las criaturas
que las seguían le provocaron escalofríos, y más aún porque eran
evidentemente inteligentes. A pesar de los enormes cuernos, de los rostros
demoníacos y de las formas espantosas, se movían de forma coordinada, con
un propos.to terrible. Aquello no era una horda irracional, sino un ejército
dedicado al mal.
La última vez había tratado de entrar en la torre por el punto donde había
sentido el ritual. Pero para este intento fue más abajo y encontró un balcón
cerca de la planta baja. Moviéndose de forma parecida a como si estuviera
entrando por medios físicos, el elfo de la noche descendió hasta el balcón y
luego penetró por la entrada abierta.
Aún decidido, el elfo de la noche se lanzó contra la barrera con todas sus
fuerzas. Sintió como lo apretaba, como si estuviera intentando traspasar una
pared de verdad. Pero cuanto más empujaba, más parecía reblandecerse la
muralla, casi como si estuviera a punto de...
Malfurion la atravesó.
Richard A. Knaak
Su entrada fue tan repentina que se quedó allí flotando, inseguro de si había
tenido éxito o no. Se dio la vuelta e intentó tocar la barrera, pero solamente
sintió una fuerza vaga, muy débil. O su presencia había perturbado la barrera,
o esta solo había sido pensada para impedir la entrada, no la salida.
Y los Altonatos necesitaban todo aquel espacio, ya que el que ellos mismos
no ocupaban estaba lleno de hileras de grotescos guerrero, todos los cuales
se dirigían hacia la puerta por la que acababa de pasar Malfurion. De cerca,
sus rostros monstruosos lo asustaron aún más. No había en ellos compasión
ni piedad.
El consejero estaba allí, con una expresión tan intensa en el duro rostro que
al principio el joven elfo de la noche pensó que lo había visto, pero por
supuesto aquello eran imaginaciones suyas. Tras un momento, Xavius dio un
paso al frente, atravesó a Malfurion y se dirigió hacia donde los Altonatos
continuaban con sus esfuerzos incesantemente.
El éxito excitó a Malfurion. Si podía hacer esto, podía hacer lo suficiente para
desestabilizar el conjuro. Eso era lo único que necesitaba la Guardia Lunar.
A él.
El consejero sostenía un estrecho cristal blanco. Sus ojos, ojos con los que
claramente podía ver la forma onírica, resplandecieron.
Una tremenda fuerza absorbió a Malfurion hacia el cristal, intentó liberarse,
pero sus esfuerzos fueron inútiles. El cristal llenó su campo visual... y luego
se convirtió en su mundo.
*******
El dragón rojo aterrizó y luego bajó la cabeza al suelo para que Krasus
pudiera desmontar. Una vez hecho, Korialstrasz inspeccionó las
inmediaciones.
Richard A. Knaak
Krasus no mencionó lo duras que se le iban a hacer esas dos horas una vez
que dejara la compañía de su alter ego más joven.
Pero un segundo después volvió a su forma normal, con los ojos vidriosos y
el aliento entrecortado.
Si lo sabía, no lo dijo.
Korialstrasz asintió.
Cuanto más se acercaba la ciudad y más se alejaba del dragón, más enfermo
y cansado se sentía Krasus. Pero a pesar de su creciente debilidad, la delgada
figura siguió adelante. Allí, en alguna parte, estaba el elfo de la noche en
cuestión. Krasus no sabía aún qué podría hacer para localizarlo. Solo tenía la
esperanza de que Nozdormu hubiera dejado esa información impresa en su
subconsciente, para usarla cuando fuera necesaria. Si no, quedaría al buen
juicio de Krasus. Pareció llevarle una eternidad, pero por fin notó los
primeros signos de civilización. Las distantes antorchas seguramente
indicaban una muralla o incluso una entrada a la propia ciudad.
Richard A. Knaak
Ahora llegaba la parte más difícil. Aunque en esta forma tenía cierto parecido
con un elfo de la noche, lo seguirían reconociendo como otra cosa. Quizá si
se echaba la capucha y se encorvaba un poco...
Vinieron por todos lados, elfos de la noche vestidos con armaduras parecidas
a las de los que lo habían capturado la vez anterior. Armas parecidas a lanzas
y espadas apuntaban amenazadoramente al intruso.
Al no tener otra opción, Krasus extendió las manos para que se las ataran.
Pero en lo más profundo de su interior sentía cierta satisfacción por su
captura. Ahora ya tenía forma de entraren la ciudad.
CAPÍTULO VEINTIUNO
El sable de la noche bufó cuando Rhonin trató de subirse a él. Aguantó las
riendas con firmeza, con la esperanza que la bestia comprendiera que él
estaba donde se suponía que debía estar.
invocar el poder para sus conjuros, pero no tanto como para estar
incapacitado, igual que la mayoría de los elfos, sólo el joven Illidan se arcaba
al nivel de poder de Rhonin.
Sus filas habían aumentado, ya que a lo largo del camino se les habían ido
uniendo más tropas, grac.as a los jinetes de avanzadilla. Ahora eran más de
un millar, y otros llegaban constantemente. Lord Cresta Cuervo deseaba un
ejército tan grande como fuera posible antes de encontrarse con el enemigo,
un deseo que compartía Rhonin, que conocía bien el terrible poder de los
demonios.
El Pozo de la Eternidad
Aunque no quedó muy claro cuánto de aquello se había creído lord Cresta
Cuervo, al menos memorizo las descripciones de los demonios que le había
hecho Rhonin y ordenó a sus soldados que adecuaran las tácticas según fuera
necesario para aprovechar los puntos débiles. Latosius y los guardias lunares
no parecían muy contentos ante la idea de enfrentarse a las bestias infernales
en particular, pero lord Cresta Cuervo le aseguró que un contingente de sus
mejores hombres los rodearía en todo momento. También se aseguró de que
los soldados en cuestión supieran que primero había que atacar los tentáculos
para reducir el peligro para los hechiceros.
seguir más. Los defensores tendrían que estar listos para enfrentarse a ellos
incluso durante el día.
El comandante asintió.
También recordaba cómo las líneas habían sido hechas pedazos por la furia
de los invasores.
El Pozo de la Eternidad
¡No volverá a suceder! Miró a Illidan, que parecía mucho menos confiado
ahora que se enfrentaban a la realidad.
Rhonin había oído antes esa palabra, en especial cuando Malfurion se refería
a su maestro, el semidiós Cenarius. Rhonin se preguntó dónde estaría ahora
el señor del bosque. Un ser elemental como aquel les haría falta en esos
momentos.
La Legión Ardiente lo había arrasado todo hasta este punto y aun así seguía
hambrienta de destrucción, de caos. Las bestias infernales ladraban y los
soldados demoníacos que las seguían rugían de placer y ganas al ver las
hileras de figuras que tenían enfrente. Allí había más corderos a los que
matar, más sangre que derramar.
Bajó la mano.
Como una bandada de almas en pena, las flechas volaron hacia el enemigo.
Incluso sabiendo que la muerte volaba a su encuentro la Legión Ardiente no
se detuvo. Lo único que veía eran enemigos que debían morir.
Puede que fueran demonios, pero eran demonios de carne. La primera fila
cayó casi hasta el último guerrero, algunos con tantas flechas clavadas que
casi no llegaban a tocar el suelo. Por todo el frente se derrumbaron bestias
infernales. Uno o dos guardias apocalípticos cayeron del cielo.
Pero la Legión Ardiente pisoteó a los suyos como si no estuvieran allí. Las
bestias infernales ignoraron a sus hermanas muertas y se acercaron a las
líneas de los elfos de la noche aullando y babeando.
De nuevo llovió muerte sobre la horda, pero esta vez con mucho menos
efecto. Ahora la Legión levanto los escudos y formo filas más ordenadas.
Rhonin miró fijamente la zona que había delante de las primeras filas de
demonios. Se concentró e invocó el poder. Le costó más de lo normal, pero
no lo suficiente como para impedirle el éxito.
El sudo anilló ante la Legión Ardiente, una explosión de tierra y rocas que
asaltó a los monstruosos guerreros como una batería de catapultas pesadas.
Muchos guardias siniestros volaron por el aire mientras otros quedaban
sepultados bajo toneladas de tierra. Una enorme roca aterrizó sobre una bestia
infernal, rompiéndole la columna en dos como si fuera una ramita. La masa
se detuvo y muchos chocaron.
Y si no sobrevivían...
La Legión Ardiente retomó el avance. Aplastó bajo sus pies los cuerpos de
sus camaradas caídos. Rugió al aproximarse, con las mazas y otras armas
horribles levantadas y dispuestas.
— Gracias, mi señor.
El Pozo de la Eternidad
Justo cuando llegaban los lanceros golpearon las flechas. Distraídos por la
carga, los demonios de la primera fila fueron diezmados por los proyectiles.
La vanguardia se desorganizó momentáneamente, justo lo que había
pretendido Cresta Cuervo.
Ahora que las lanzas ya no les servían, los jinetes desenvainaron las espadas
y lucharon. Desde detrás, los arqueros seguían descargando flechas sobre las
filas más alejadas del combate.
Otra línea de jinetes, lord Cresta Cuervo entre ellos, seguía esperando. La
mirada del aristócrata se movía de un lado a otro, estudiando cada lucha
individual, buscando los puntos débiles.
Los guardias lunares hacían lo que podían. Sus esfuerzos eran casi
insignificantes, pero no del todo. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, no
lograban superar la pérdida de contacto directo con el Pozo de la Eternidad,
y eso se evidenciaba en sus expresiones cada vez más frustradas.
Rhonin nunca se había enfrentado a uno de ellos en persona, pero por las
descripciones reconoció a un brujo eredar. No solamente eran los hechiceros
de la Legión Ardiente, sino que también actuaban como oficiales y estrategas.
Pero el brujo había cometido el error de asumir que la Guardia Lunar era la
responsable de los conjuros más devastadores. Eso le dio a Rhonin la
oportunidad que necesitaba.
Vio cómo el brujo volvía a hacer magia, pero cuando liberó su oscuro
hechizo, Rhonin lo usurpó y lo volvió contra su creador.
Fue lo último que hizo. La boca del demonio siguió abriéndose, pero solo
porque no había nada que lo sostuviera la mandíbula. Por un breve instante
la figura sin carne se mantuvo en pie… y luego los restos esqueléticos se
derrumbaron en una pila que desapareció bajo la interminable ola de guardias
siniestros.
Pero tan rápido como los demonios habían flaqueado, reanudaron su avance
con más decisión si cabe. Por la retaguardia venían guardias apocalípticos
que los empujaban a latigazos. Más bestias infernales pugnaban por abrirse
paso y llegar hasta los hechiceros.
Richard A. Knaak
Los elfos de la noche gritaron cuando los infernales se lanzaron contra los
jinetes, arrojando por los aires animales y soldados por igual. Se abrió una
brecha que atravesaron los demonios.
— ¡Avancen! —gritó Cresta Cuervo a los que estaban con él— ¡No les dejen
aislar las líneas!
Pero aunque volvían a tener un frente sólido, los defensores seguían viéndose
obligados a retroceder. Por muchos horrores acorazados que mataran los elfos
de la noche, parecía que llegaba el doble para reforzar el enjambre.
Rhonin maldijo mientras lanzaba otro hechizo que hizo caer sobre la Legión
Ardiente una serie de mortíferos rayos. Por muy magnificado que estuviera
su poder, sabía que podría haber hecho más si hubiera tenido acceso al Pozo.
Y lo más importante, Illidan y él proporcionaban la mayor parte del apoyo
mágico a los elfos de la noche, pero no podían estar en todas partes a la vez.
Illidan, a pesar de todas sus ganas de usar cualquier conjuro para matar
demonios, se estaba cansando rápidamente, y Rhonin no se sentía mucho
mejor. Con el poder del Pozo a su disposición ambos podrían haber lanzado
menos conjuros, pero con resultados mucho mejores.
El Pozo de la Eternidad
Se fueron alzando más gritos a medida que los elfos de la noche iban siendo
obligados a retroceder. Los guardias siniestros aplastaban cabezas, hundían
pechos. Sus infernales sabuesos despedazaban a la infantería. Los guardias
apocalípticos saltaban por encima de la refriega, y luego se lanzaban en
picado sobre la muchedumbre de elfos de la noche, donde descargaban sus
armas a un lado y a otro. Empezaron a aparecer infernales por partes,
lloviendo sobre los defensores de forma muy parecida a como lo habían
hecho antes las flechas de los elfos de la noche.
Otro guardia lunar gritó, pero esta vez porque una bestia infernal había
logrado pasar. Cuatro soldados consiguieron cortarle los tentáculos y luego
le atravesaron el pecho con las espadas, pero ya era demasiado tarde para el
hechicero.
Tuvieron una muerte rápida cuando sus propias flechas les perforaron pechos
y gargantas.
*******
— ¿Morirá?
— No lo sé. —¿Sería mejor que muriera? Tyrande no tenía ni idea. Durante
tres días había vigilado el cuerpo de Malfurion, primero en la cámara de la
luna y luego en una habitación desocupada en el templo. Las sacerdotisas
superiores se habían mostrado comprensivas, pero claramente creían que no
se podía hacer nada por su amigo.
— Puede que duerma para siempre —le había dicho una—. O que el cuerpo
se consuma y muera por falta de sustento.
No tenían idea de lo que le había pasado a su forma onírica. Por lo que sabían,
incluso puede que estuviera flotando a su alrededor, incapaz por alguna razón
de entrar en el cuerpo. No obstante, Tyrande dudaba de eso, y sospechaba
que le había sucedido algo al intentar eliminar el conjuro de escudo. Quizá
su espíritu había sido aniquilado en el intento.
Unos gruesos dedos verdes le tocaron el brazo. Tyrande miró los preocupados
ojos del orco. En aquel momento no le pareció feo, sólo un alma gemela que
compartía un momento de dolor.
— ¿Para qué va a servir? Para nada. Está aquí tumbado. Aquí está seguro. Él
querría que lo hicieras.
Los demás veían al orco como un ser bárbaro, pero Tyrande cada vez se iba
dando más cuenta de que sencillamente era alguien nacido en una sociedad
más primaria. Comprendía las necesidades de un ser vivo y los peligros de
olvidarse de dichas necesidades.
Con el orco a su lado, Tyrande atravesó el templo hasta la entrada. Igual que
antes, las estancias estaban llenas de ciudadanos asustados y confusos que
buscaban ser tranquilizados por los sirvientes de la madre luna.
Tyrande temió que tuvieran que abrirse paso a empujones, pero la multitud
se apartó rápidamente para evitar a Brox, este era insensible a la repulsión
que sentían hacia él. Pero Tyrande estaba avergonzada. Elune siempre había
predicado el respeto por todas las criaturas, pero pocos elfos de la noche
tenían tratos con otras razas.
Ambos salieron a la plaza. Una brisa fresca la tocó y le recordó cuando era
niña. Siempre le había encantado el viento y, si no hubiera sido indecoroso,
habría estirado los brazos para tratar de abrazarlo como cuando era pequeña.
El Pozo de la Eternidad
Pero ni siguiera habían alcanzado las escaleras del templo cuando un guardia
de Suramar la llamo. Tyrande vaciló, insegura de si el guardia quería
importunarla a consecuencia de Brox.
— Muy bien.
Richard A. Knaak
Suramar tenía un edificio muy pequeño para los prisioneros, ya que los
importantes acababan en la Bastión del Cuervo Negro. La estructura a la que
los condujo el capitán Cantosombrío había sido creada a partir de la base de
un árbol muerto hacía mucho. Las raíces formaban el esqueleto del edificio
y los trabajadores habían construido el resto en piedra. No había ningún
edificio más sólido que aquel, excepto el castillo de lord Cresta Cuervo y, la
guardia de Suramar se enorgullecía de ello.
En la parte trasera del edifico no había más que una docena de celdas, aunque
el oficial le dijo a Tyrande que abajo había más. Ella asintió educadamente.
Ahora sentía cierta curiosidad acerca del ser que estaba encarcelado, pero la
reacción del capitán ante Brox hacía improbable aquella suposición.
— Aquí está.
— ¿Elfo?
— Quizá... —respondió el prisionero en una voz mucho más grave y firme
de lo que permitía deducir su apariencia. Parecía igualmente interesado en
Brox—. ¿Y qué hace aquí un orco?
El orco gruñó.
El Pozo de la Eternidad
Él se rió.
— ¡Krasus! ¡Rhonin habló de ti! —El horco hinco una rodilla en tierra—
Anciano, me llamo Broxigar, y esta es la chamán Tyrande.
— ¿Algo te alegra?
— Por primera vez desde mi inoportuna llegada, sí. Después de todo hay
esperanza.
El Pozo de la Eternidad
No se explicó más y ella tampoco le pidió que lo hiciera. Salió del cuartel de
la guardia con su ayuda. Tyrande se dio cuenta de que en un aspecto Krasus
no jugaba: estaba gravemente debilitado. Pero incluso así podía sentir la
autoridad en su interior.
Pretendía llevarlo a una habitación separada, pero sin pensar entró donde
estaba Malfurion. Tyrande intentó detenerse en el último momento.
— ¡El azar, el destino o Nozdormu, vaya que sí! —dijo bruscamente—. ¿Qué
le pasa? ¡Rápido!
Richard A. Knaak
El orco se lo dijo. Tyrande pensaba que el rostro de Krasus estaba muy pálido,
pero ahora se puso casi literalmente blanco.
— De todos los sitios... Pero tiene sentido. ¡Si lo hubiera sabido antes de irme
de allí!
— ¿Estabas en Zin-Azshari? —Preguntó entrecortadamente Tyrande.
— Estuve en lo que quedaba de la ciudad, pero he venido aquí en busca
precisamente de tu amigo —estudió el cuerpo inmóvil—. Y si, como dices,
lleva así varias noches… puede que haya llegado demasiado tarde... para
todos nosotros.
El Pozo de la Eternidad
CAPÍTULO VEINTIDÓS
Un elfo de la noche gritó cuando el tajo de una espada demoniaca le abrió en
dos la coraza y el pecho. Otro que había junto a él no tuvo oportunidad de
emitir un sonido cuando la masa de un guardia siniestro le aplasto el cráneo.
Los defensores morían por todas partes, y nada de lo que Rhonin había hecho
hasta ahora había sido suficiente para alterar aquel horrible hecho. A pesar
de la presencia de lord Cresta Cuervo en primera línea, los elfos de la noche
estaban siendo lentamente masacrados. La Legión Ardiente no les daba
respiro y atacaba las líneas constantemente.
Pero aunque sabía que él y los demás iban a morir, el mago siguió luchando.
*******
Richard A. Knaak
Las noticias de la llegada del ejercito defensor habían cogido por sorpresa a
lord Xavius, pero no le habían hecho perder confianza en el resultado final.
Veía corno la hueste celestial del Grandioso fluía a través del portal, y se
sentía seguro de que ningún ejército se les enfrentara resistiría mucho. Pronto
los impuros serán erradicados de este mundo.
*******
La pesadilla continuaba.
Richard A. Knaak
Malfurion flotaba por el cristal, mirando afuera a lo poco que lograba ver de
la habitación. Lo habían colocado en un pequeño soporte en un nicho, con el
cristal en ángulo. El nicho le permitía ver la zona cercana a la puerta, lo que
significaba que el prisionero veía pasar un flujo constante de guerreros
demoníacos, con la muerte claramente presente en sus ideas. Aquello lo había
desmoralizado aún más, ya que sabía que salían a matar a cualquier elfo de
la noche que pudieran encontrar... y todo porque Malfurion no había logrado
destruir el escudo.
Aunque el entorno no le daba indicio alguno del paso del tiempo, Malfurion
estaba seguro de que al menos habían pasado dos noches desde su captura.
En su forma onírica no dormía, y eso había hecho que las noches fueran
incluso más largas.
¡Qué estúpido había sido! Malfurion había oído historias acerca de los ojos
de lord Xavius, la gente decía que incluso podían ver las sombras de las
sombras, pero lo había tomado por cuentos fantasiosos. No había sospechado
que las mismas lentes que permitían al consejero observar las fuerzas
naturales de la hechicería le permitirían percibir a un espíritu en su
sanctasanctórum. ¡Cómo se había reído lord Xavius!
Malfurion...
Él mismo apenas podía creérselo. Cierto que era sacerdotisa de Elune, pero
aun así esto estaba por encima de sus posibilidades.
Richard A. Knaak
Los únicos que se le ocurrían eran Brox y Rhonin. Pero Malfurion conocía al
orco, y aunque era un guerrero valiente, Brox carecía de habilidades mágicas.
¿Podría ser Rhonin? Aquello no tenía sentido, ya que se suponía que el mago
había partido con lord Cresta Cuervo.
El elfo de la noche esperó tenso. Si podían liberarlo del cristal haría cualquier
cosa que le dijeran.
Por primera vez lo vio. La imperfección era diminuta, pero muy diferente del
resto. ¿Cómo es que no había logrado verla antes?
De repente pareció que otros dos empujaban con él. Malfurion casi pudo ver
a Tyrande y al otro esforzándose a su lado. La imperfección empezó a ceder.
Nada más dejar la celda del concejero empezó a expandirse hasta alcanzar su
tamaño real. Aquel no era más que un de cambio en su propia perspectiva,
pero prefería eso a la vista de un insecto que había tenido durante su
cautiverio.
Pero Malfurion no estaba de acuerdo con eso. Había llegado hasta allí para
hacer lo necesario para salvar a su gente, a su mundo. El conjuro de escudo
tenía que caer.
Los ignoró a ambos y flotó hasta la esquina, donde se detuvo. Lord Xavius
estaba al otro lado de la habitación con la atención centrada en el oscuro
portal por el que llegaban constantemente demonios. Casi parecía que el
consejero estaba en comunión con lo que fuera que habitara en su interior.
Malfurion se estremeció al recordar la pura maldad de aquel ente.
Flotó hacia el dispositivo mágico, que ya sabía cómo destruir. Unas sencillas
alteraciones y dejaría de existir.
Tanto Tyrande como Krasus habían dejado de hablar, lo que quería decir que
o bien lo dejaban seguir solo o bien el enlace se había roto. Fuera cual fuera
el caso, ya no podía echarse atrás.
Lord Xavius sintió enseguida que algo iba mal. Algo terrible le estaba
pasando al conjuro de escudo.
Desde el interior del portal, Sargeras también sintió que algo no marchaba
como debía.
El consejero giró sobre sus talones. Sus oscuros ojos mágicos se fijaron sobre
el valioso dispositivo... y el fantasmal intruso que había capturado antes.
Los rayos golpearon a los enormes guerreros que había junto al portal con
una precisión letal.
Una de las grandes figuras aladas que estaba de pie cerca de la abertura cargó
en dirección a Malfurion. El enorme demonio no podía ver al elfo de la noche,
pero atacó con su arma con la esperanza de darle a algo. Malfurion intentó
esquivar el arma lo mejor que pudo, ya que no estaba seguro de ser inmune a
ella.
— De este no escaparás...
Dicho eso, Xavius se preparó para un nuevo conjuro. Pero Malfurion no tenía
ninguna intención de esperarlo. Se dio la vuelta y salió de la cámara como
una exhalación, sin siquiera dedicar una mirada a los asustados centinelas.
Pero Malfurion no había huido por las escaleras, sino que se había metido en
una de las paredes interiores de la torre. Allí, donde no pudo verlo el señor
consejero, esperó hasta tener la seguridad de que había pasado de largo.
El Pozo de la Eternidad
Malfurion combatió el impulso de ceder ante aquella voz. Sabía qué le pasaría
a todos si el que hablaba tenía la oportunidad de entrar en el mundo. Toda la
maldad desencadenada por los demonios hasta ahora palidecerían ante el que
los mandaba.
¡Yo… no… seré… uno de tus peones! Casi gritando del esfuerzo, Malfurion
apartó la cara del vórtice.
Señaló a Malfurion.
*******
La Legión Ardiente aplastaba las filas de los elfos de la noche. Lord Cresta
Cuervo impedía que destrozaran a sus seguidores, pero seguían perdiendo
terreno.
Un brutal ariete creado por Rhonin embistió contra los demonios, hizo saltar
por los aires a varios y se clavó en la horda. Los detuvo en un punto, pero en
el resto del frente de la Legión siguió avanzando.
Era difícil de decir si el hechicero había oído la orden del comandante, pero
a pesar de todo la Guardia Lunar se mantuvo donde estaba. Latosius estaba
al frente, ordenando a tal o cual hechicero que se encargaran de diversas
situaciones. Rhonin hizo una mueca de desagrado. El elfo de la noche no
tenía ni idea de tácticas. Desperdiciaba el poco poder que le quedaba a su
grupo en múltiples ataques insignificantes en vez de hacer un esfuerzo
concertado.
— ¡El maldito y viejo idiota no está haciendo nada! ¡Yo podría mandarlos
mejor!
El Pozo de la Eternidad
Pero a la vez que el mago decía esto, Latosius cayó hacia atrás. Se llevó las
manos a la garganta y se derrumbó vomitando sangre. La piel se le oscureció
mientras caía, claramente muerto.
Con el mismo truco que quizá el mismo demonio había usado antes, Rhonin
se apoderó de varias flechas en vuelo y las envió contra el brujo. La figura
entunicada levantó la vista, vio las flechas y se limitó a reírse. Hizo un gesto
que Rhonin supuso que creaba una barrera defensiva a su alrededor.
El eredar dejó de reír cuando las flechas no solo atravesaron su escudo sino
también su torso.
— No eras tan fuerte como creías, ¿no? —murmuró el mago con una malsana
satisfacción.
Rhonin se volvió hacia Illidan... y vio que este último había desaparecido.
Miró su alrededor y comprobó que el decidido y joven elfo de la noche
galopaba hacia los guardias lunares, que parecían completamente
desorganizados sin su líder.
Así que eso era. Moriría allí, sin saber si su papel en esa batalla alteraría más
o menos el curso de la historia o la destruiría por completo.
Rhonin sintió cómo el gélido frío abrumaba al brujo. El eredar se puso rígido
y se volvió de un color blanco. Su expresión se retorció y quedó congelada
en medio de la agonía.
Pero Rhonin no podía hacer nada para decírselo a Illidan y para ser sinceros,
no estaba seguro de que debiera hacerlo. Si I defensores caían allí, ¿quién
más quedaba?
*******
Apreciaba sus esfuerzos por acabar con la lucha cuanto antes, ya que eso
significaba allanar el camino para su amo Sargeras. Sargeras estaría
complacido con todo lo que se había logrado en su nombre. Recompensaría
bien a Mannoroth, ya que el demonio lo había logrado sin tener que pedir la
ayuda de Archimonde.
Sí, Mannoroth sería bien recompensado, recibiría más favor, más poder
dentro de la Legión.
En cuanto a los elfos de la noche que habían ayudado a los demonios en sus
esfuerzos por apoderarse de este mundo, recibirían la única recompensa que
otorgaba Sargeras a los de su clase.
Richard A. Knaak
La aniquilación absoluta.
El Pozo de la Eternidad
CAPÍTULO VEINTITRÉS
Malfurion pensó que había superado a lord Xavius, pero una vez más fue el
joven elfo de la noche el que hizo el tonto. ¿Qué le había hecho pensar que
el consejero lo seguía buscando por las escaleras y pasillos cuando
evidentemente Malfurion quería volver a la torre para continuar su misión?
Sería su último error. Lord Xavius era un hechicero muy competente con el
poder del Pozo a su disposición. Malfurion había aprendido mucho de su
shan'do, pero al parecer no lo suficiente para hacerle frente a un enemigo tan
mortífero.
No todo lo que le decía tenía sentido para el elfo de la noche, pero la esencia
estaba clara. Ahora no solo sentía a Tyrande y Krasus, sino también a Brox.
Los tres le abrieron sus mentes, sus almas, ofreciéndole la fuerza que
necesitaba.
El resto se encogió para tratar de evitar la furia del viento. Pero a pesar de
que no cayó ninguno más, estaba las bajas sufridas habían causado una gran
tensión entre los supervivientes. El portal parpadeaba y se retorcía
peligrosamente. La sensación de maldad que experimentaba Malfurion se
redujo.
Pues sí. Malfurion sintió de nuevo la maldad irradiar desde el portal. Aunque
no tan potente como cuando había tratado de ganárselo para el bando de los
Altonatos, añadía bastante al ya de por sí considerable poder del consejero.
Contra aquello, incluso la fuerza que Malfurion recibía de los tres resultaba
insuficiente.
Valor, druida… hay otro de nosotros que ha estado esperando justo este
momento.
casi parecía que la nueva presencia era un gemelo de Krasus, ya que eran tan
parecidos que al principio tuvo problemas para diferenciarlos.
Sus dones eran aquellos que les había otorgado la naturaleza. La presencia de
Korialstrasz centuplicó la voluntad de Malfurion, dándole una esperanza
como no había tenido.
Prometí que haría lo que pudiera, les dijo. ¡Denme su fuerza y se hará!
A Malfurion esto le pareció una eternidad, pero cuando volvió a mirar a lord
Xavius vio que como mucho había pasado un segundo. El consejero parecía
congelado. Su expresión se movía lentamente mientras se preparaba,
respaldado por el poder de su amo, a destruir por fin a su fantasmal
adversario.
Malfurion sonrió ante la estupidez del otro elfo de la noche. Levanto las
manos hacia el cielo oculto e invocó su poder.
Richard A. Knaak
— Sí capitán. Me preguntaba qué era ese ruido que venía de arriba. Parecía
originarse en la torre. ¿Hay algún problema del que no se me haya
informado?
La mitad superior de la torre había sido arrasada. Los rayos caídos del cielo
la habían arrancado y habían lanzado el techo y otras secciones al Pozo.
Sólo dos figuras permanecían impasibles ante los elementos. Una era
Malfurion, cuya forma onírica permitía que el viento y la lluvia la atravesaran
sin efecto. El otro era lord Xavius, protegido no solamente por el poder que
extraía del Pozo, sino por la maldad que todavía seguía filtrándose por el
vórtice de oscuridad.
Malfurion sintió cómo invocaba una cantidad de poder del Pozo como
seguramente nadie había hecho antes. Aquello aturdió al druida
momentáneamente, pero las fuerzas que lo asistían le permitieron
recuperarse.
— Deben ser detenidos —le dijo al consejero—. Usted y la cosa a la que sirve
deben ser detenidos.
Malfurion nunca llegó a saber el conjuro que pretendía lanzar lord Xavius.
Antes de que el consejero pudiera completarlo, los elementos lo asaltaron. El
rayo lo golpeó una y otra vez, quemándolo por dentro y por fuera. Su piel se
ennegreció y se desprendió, mas no cedía.
Al explotar aulló como una de las terribles bestias infernales, un aullido que
se mantuvo mientras las piezas se dispersaban en el aire. La nube de polvo
que una vez había sido el consejero dio vueltas y vueltas, empujada por un
viento colérico y terrorífico.
Los Altonatos restantes abandonaron sus puestos para huir de la ira de quien
había vencido a su temido líder. Malfurion los dejó marchar, sabedor de que
había empleado casi todas sus fuerzas. Pero aún necesitaba encargarse de un
asunto.
Sin lord Xavius allí para protegerlo, el dispositivo del escudo se derrumbó
fácilmente. Un simple gesto del joven druida disipó el maligno conjuro,
eliminando al fin el posible impedimento a la supervivencia de su pueblo.
Sólo rezaba para que no fuera demasiado tarde.
No era más que una sombra de lo que había sido, un simple agujero en la
realidad. Malfurion lo miro furioso, sabedor de que no podía sellar
permanentemente ese mundo de la maldad que habitaba allí dentro; pero al
menos podía ganar tiempo.
La torre cayó.
Una repentina succión cogió desprevenido a Malfurion. Sintió una fuerza que
atraía su forma onírica hacia el agujero que se desvanecía.
Se agarró a la llamada, trató de usarla como palanca. Bajo él, los últimos
restos de la torre se unían a lo demás en el oscuro abismo del Pozo de la
Eternidad. Solo quedaban Malfurion y el diminuto y malévolo agujero.
*******
— ¡Noooooooo! —rugió.
*******
El Pozo y los elfos de la noche son uno, se dio cuenta el mago. Incluso
aquellos que no podían hacer magia seguían vinculados a él hasta cierto
punto. Su pérdida los había debilitado de una forma que nunca llegarían a
comprender. Pero ahora Rhonin veía en cada uno de ellos, desde lord Cuervo
Negro al soldado más bajo, una confianza y una determinación renovadas.
Ciertamente, ahora se consideraban invencibles por cualquier enemigo.
Por primera vez el caos cundió entre los terribles guerreros. Aquella no era
la batalla que habían esperado, el derramamiento de sangre que deseaban.
Allí no había nada salvo sus propias muertes, una idea que incluso ellos
consideraban poco atractiva.
Este grito animó aún más a los defensores. A pesar del imponente tamaño de
los invasores, los elfos de la noche avanzaron impávidos.
Por una vez, Rhonin hizo uso de las tácticas de Illidan. Extrajo energía del
pozo y creó una enorme barrera dorada en el cielo, barrera que los infernales
no podrían evitar. Pero la barrera no era simplemente un muro, ya que Rhonin
Richard A. Knaak
tenía otra idea en mente. La moldeó según sus deseos, la curvó y obligó a los
demonios que se estrellaron contra ella a rebotar en la dirección que él quiso.
Ni siquiera los rayos que había hecho caer antes sobre los demonios habían
provocado tanta devastación como provocaron ahora los terribles gigantes.
Más de veinticinco infernales golpearon el centro de la legión en diversos
puntos, dezmando las filas y creando enormes cráteres humeantes. Los
cuerpos del enemigo volaban en todas direcciones, se estrellaban contra los
demás y multiplicaban el daño por diez.
A cierta distancia, el mago oyó una risotada triunfal. Illidan aplaudía en honor
del esfuerzo del humano, y luego señaló al acosado enemigo.
Por fin bajo un asalto tan brutal, la Legión Ardiente hizo lo único que podía:
retirarse en masa.
El Pozo de la Eternidad
La legión ardiente cada vez retrocedía más, hasta alcanzar los márgenes de la
capital en ruinas. Morían a carretadas. Morían por el acero o la magia pero
morían. La batalla continuo incesante mientras se mantuvo la oscuridad y el
suelo quedo enterrado bajo los cadáveres de los demoníacos invasores.
Quizá habría seguido, quizá podrían haber llevado la batalla hasta la propia
Zin-Azshari e incluso llegado a palacio, pero a medida que el día iba
imponiendo su voluntad a la noche, los defensores por fin flaquearon. Lo
habían dado todo en un esfuerzo digno de encomio, pero hasta lord Cresta
Cuervo vio que continuar pondría a los elfos de la noche en un riesgo que no
podían permitirse. Con gesto reticente, a pesar de todo indicó a los músicos
que hicieran sonar el toque de alto.
Al sonar los cuernos, Illidan puso cara de fastidio, intentó hacer que los
guardias lunares lo siguieran adelante, pero aunque varios parecieron
dispuestos, todos estaban claramente agotados.
Rhonin también estaba exhausto. Cierto que todavía podía lanzar conjuros
muy destructivos, pero su cuerpo estaba empapado de sudor y se mareaba si
se movía demasiado rápido. Cada vez le costaba más concentrarse.
¿Y qué pasaba con el otro que era responsable del éxito de esa noche? Rhonin
no. Illidan tampoco. Ni toda la Guardia Lunar o lord Cresta Cuervo y sus
legiones. Ninguno de ellos era la verdadera razón de la victoria.
CAPÍTULO VEINTICUATRO
Estaba tieso como un muerto, imagen empeorada por el hecho de que ninguno
de ellos podía sentir ni rastro del vínculo u una vez habían compartido con
él. Tyrande acunaba la cabeza de Malfurion en su regazo, y la blanda hierba
del suelo actuaba como el resto de su cama.
Krasus andaba arriba y abajo. Ahora parecía mucho más saludable, y la joven
sacerdotisa había notado que el efecto se había magnificado al llegar cerca
del dragón. Por desgracia, aquella salud no servía de nada a la pálida figura
en aquellos momentos ya que parecía tan preocupado como ella por
Malfurion… aunque claramente Krasus nunca lo había visto antes de
encontrárselo en el templo.
Krasus se detuvo. Miró fijamente al sur, donde el bosque se hacía más denso.
Entrecerró los ojos y apretó los labios de frustración.
El señor del bosque fue hasta donde estaba Tyrande con Malfurion. Brox se
apartó respetuosamente del camino mientras que el capitán de la guardia se
quedó pasmado mirando con la boca abierta.
Richard A. Knaak
— Es como un hijo para mí, y por eso me alegro de que tenga alguien que lo
quiere tanto como tú.
— He... hemos sido amigos desde niños.
El señor del bosque soltó una risita, un sonido que atrajo a pájaros cantores y
provocó una refrescante brisa que acarició las mejillas de todo el grupo.
— Sí. He oído tus oraciones a la querida Elune. Las que han sido en voz alta
y las que no.
— No entiendo.
— Porque todavía eres joven. Espera a llegar a mi edad... —Y con eso,
Cenarius abrió la mano izquierda.
El Pozo de la Eternidad
*******
— ¡Malfurion!
Y cuando abrió los ojos fue para ver a Tyrande bajo el sol de la mañana.
Sorprendentemente, la luz diurna no le molestaba, e incluso pensó que le
permitía ver a una Tyrande tan bella que al principio no podía creérselo.
Casi se lo dijo, pero la presencia de los demás hizo que decidiera guardarse
sus sentimientos. Se conformó con cogerla de la mano y saludar a los demás.
Malfurion asintió. Sabía que la guerra no había acabado, que su gente aún se
enfrentaba a la aniquilación. Pero eso no desvirtuaba el triunfo de anoche. A
pesar de todo, aun había esperanza
— Pero por poco tiempo. El portal por el que entraban los demonios está
destruido, pero a diferencia del escudo, los Altonatos pueden reconstruirlo
fácilmente. Me temo que vendrán más.
El Pozo de la Eternidad
Solo rezaba para estar listo para enfrentarse a ellos cuando llegara la hora...,
pues de lo contrario no sólo Kalimdor, sino todo el mundo, se enfrentaría a
la aniquilación.
CONTINUARÁ EN
LA GUERRA DE LOS ANCESTROS
TOMO DOS
EL ALMA DEMONÍACA