Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
Analizados someramente los motivos que favorecen la aparición del Barroco, veamos el fin
al que aspira y sus rasgos esenciales. Téngase en cuenta, no obstante, que lo que vamos a
enumerar no se da conjuntamente en todos los autores del siglo XVII, sino que representan las
formas extremas de las de las tendencias más características del siglo.
IMPORTANCIA DEL CRITERIO PERSONAL.- Ya vimos la importancia que para el arte del
Renacimiento tienen los modelos grecolatinos y sus normas estéticas. El artista procura someterse
a ellas, y a menudo su inspiración sigue los cauces del Clasicismo.
El arte barroco responde a una orientación distinta. El poeta, por ejemplo, sigue
admirando a los clásicos; utiliza sus recursos estilísticos (la metáfora y el hipérbaton) y no olvida
sus temas (los pastoriles, los mitológicos, etc.), pero su criterio estético no se ajusta ya a los viejos
cánones y prescinde de ellos forzado por su íntimo desasosiego y por las exigencias de un público
ávido de novedades. Compárese también un edificio renacentista con otro barroco: los elementos
son los mismos (capiteles, frontones, arquitrabes, etc.), pero su utilización distinta y el contraste
evidente.
Por lo mismo, ya no será el dictamen de los preceptistas clásicos –respetado en teoría– el
que informe la obra de arte, sino la mera apreciación del individuo o el capricho del autor; de ahí
que el ingenio personal adquiera ahora capital importancia y la originalidad se convierta en una de
las máximas aspiraciones del artista barroco.
CONTRASTES.- Una tendencia a subrayar los contrastes diferencia también el arte barroco
del clásico. En este, los elementos de la obra de arte aparecen fundidos en equilibrada y armoniosa
síntesis; en aquel, suelen presentarse en violenta contraposición. Compárese a este respecto la
pintura de Rafael con la de Rembrandt, la de Juan de Juanes con la de Ribera. En unos, la misma luz
y sombra se ofrecen en cruda oposición.
La literatura barroca se muestra pródiga en contrastes como resultado del desequilibrio
psicológico de la época. El hombre del siglo XVII sabe que el mundo nada hay que tenga un valor
único y que las cosas son buenas o malas, bellas o feas, según el punto de vista adoptado, pues,
cuando media el desengaño, lo hermoso puede ser repugnante y lo que se nos antojaba verdad,
falso. Ello nos explica que el arte de la época, obsesionado por el dualismo realidad-ficción, nos
ofrezca a menudo en un mismo plano lo minúsculo y lo grandioso, lo refinado y lo grosero, lio feo
y lo bello, la luz y la sombra y, en una palabra, el haz y el envés de la realidad.
Ejemplos concretos son las graves sentencias y los chistes procaces de Quevedo, las
exquisitas idealizaciones y las poesías burlescas de Góngora, las figuras del caballero y del gracioso
en el teatro, las de Andrenio y Critilo en Gracián, y, hasta si se quiere, las de don Quijote y Sancho
en la obra cumbre de Cervantes.
Sustitución de las normas clásicas por la apreciación del individuo o el capricho personal.