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Universidad de Chile

Facultad de Ciencias Sociales


Departamento de Psicología

Riesgo de Derrumbe: El lugar del Yo dentro del trabajo con


Adolescentes.

Autor: Felipe Díaz T.

Resumen.

El objetivo de este ensayo es pensar la adolescencia desde el concepto de


“Breakdown” a la luz del desarrollo y estructuración del Yo. Para esto, será necesario
transitar por las vías constitutivas del aparato psíquico en Freud, poniendo el foco tanto
en las tensiones económicas que se generan entre las pulsiones sexuales y de
autoconservación, que darán paso a la producción y estructuración de un “Yo”, como
también desde los conceptos de Narcisismo Primario y Secundario. De este modo, desde
Lacan, será necesario mirar qué lugar tiene el Yo en cuanto dado desde el Otro, abriéndose
un espacio para pensar al Yo como alienación imaginaria producida en el Estadio del
Espejo. Luego, mediante el concepto de Breakdown (en Winnicott como en Rassial) se
trabajará el pasaje adolescente dentro de un registro tanto teórico como técnico bajo la
noción de Riesgo. Finalmente se reflexionará sobre la pertinencia, tanto teórica como
técnica, de la noción de Narcisismo en Freud, y del lugar del Yo, dentro del trabajo clínico
con Adolescentes.

Palabras Claves: Autoerotismo, Pulsión, Yo, Narcisismo, Estadio del Espejo, Breakdown,
Adolescencia, Riesgo.

1
Introducción.

La Adolescencia casi siempre es mirada como paso, mas no como estadía. Ello
tiene a la base varias nociones: lo que adolece es lo que sufre, lo que falta. Implica duelo,
implica pérdida, implica crítica: implica llorar la muerte de la semilla para luego ver al
árbol y su fruto. Pero, dados los tiempos y las pasiones, los derrumbes y las muertes, el
paso hacia el árbol podría ponerse en duda: podría ser que el fruto dado no refleje ni me
satisfaga, o podría ser que no valga la pena la muerte de la semilla después de todo.
Lo anterior, dicho en metáfora, justamente plantea la problemática de “cómo no
morir en el intento” en este pasaje adolescente. De este modo, el problema del Derrumbe
se hace apremiante y valioso de considerar dentro de un trabajo analítico con
adolescentes, al ser el eje fundante y esencial de la experiencia de este riesgoso viaje.
En este contexto, es necesario pesquisar y elaborar el camino que se hace el sujeto
para llegar a ser lo que espera ser, instaurándose el problema de la identidad. Siendo más
técnico, es necesario revisar los destinos pulsionales, con sus tensiones y articulaciones,
que dan paso y forma a un Yo. Así, ¿qué características tiene esta estructura? ¿Por qué se
pone bajo cuestionamiento? ¿Qué de intrínseco hay en esta estructura que implique la
situación y experiencia de Avería en el trayecto adolescente?
Estas preguntas tienen una relevancia tanto teórica como técnica en la medida en
que el Yo dentro de aparato psíquico tiene una posición tan estructurante como
estratégica: es desde él mediante puedo revisar tanto los embates del Ello como las huellas
del Superyó, lo cual propicia un lugar técnico que sirve tanto como registro psíquico como
para eje de cura en la problemática de la adolescencia (Freud, A., 1980). También es
valioso revisar desde el Yo la “Avería” como lo es también un andamio en una
construcción: en la medida en que hay un desperfecto, gracias al desplazamiento de las
identificaciones parentales hacia otras, provocando riesgo y vacuidad, es necesario ir
hacia la estructuración, porque justamente es eso lo que estaría en peligro de
deconstrucción.
De esta manera, este escrito tiene por objetivo general pensar el concepto de
Breakdown bajo la clave del desarrollo y estructuración del Yo. Para hacer esto posible,
a modo de objetivos específicos, es preciso recorrer las organizaciones libidinales que
estructurará al Yo bajo la clave freudiana del Autoerotismo y el Narcisismo. También es
preciso indagar desde Lacan sobre las características imaginarias de este Yo, para luego
recoger desde allí los indicios que apunten hacia la experiencia de Breakdown, y así poder
aportar hacia su mejor comprensión, tanto teórica como técnica, dentro de la clínica con
adolescentes.

2
Desarrollo.

¡Oh cara rara en el espejo!


Oh malandrín, oh huésped santo,
oh lastimoso necio mío,
¿Qué contestar? Oh tú miríada
que centelleas, luces, pasas,
ríes, revocas o perduras.
¿Soy yo, soy yo, soy yo?
¿Quién eres tú?

Ezra Pound (2010).

1.- Yo como Efecto: Revisión general (y oblicua) de las organizaciones libidinales en


Freud a través del concepto de Pulsión.

Freud en 1905 separa dos experiencias: el amor y el hambre. Quizás haya quienes
confundan el uno dentro del otro (como se dice popularmente, “guatita llena, corazón
contento”); sin embargo, es sabido que hay diferencias entre ambos en cuanto a la meta
que persiguen: el primero sería entrega hacia un otro, y el segundo estaría volcado
exclusivamente en la supervivencia individual. Así, teniendo en cuenta esta diferencia,
Freud separa dos tipos de pulsiones: Sexuales y Yoicas (o de Autoconservación),
respectivamente. Así, una “Pulsión” se entiende como una fuerza libidinal que empuja
hacia un fin: empuje hacia un objeto en particular para suprimir una tensión de índole
sexual.
Dicho lo anterior, la organización psíquica del infante en sus orígenes corresponde
a una especie de Caldo Primordial Libidinal (siendo un poco más pulcro: el Proceso
Primario que rige, dentro de una lógica ya no económica, sino tópica, lo inconsciente)
dentro del cual, mediante el desarrollo de sofocaciones tanto orgánicas como culturales,
van dándole forma y estructura. En primer lugar, Freud identifica unos “poderes
anímicos” que funcionan como “diques”, angostando la pulsión sexual (de naturaleza
perversa) mediante el advenimiento de “fuerzas anímicas contrarias” que construyen,
entre otras cosas, el sentimiento de vergüenza y el asco (1905, pp. 161-162). Estos diques
son claves para entender la naturaleza agonal en la relación entre estas dos pulsiones que
luego darán paso al “Yo”. En segundo lugar, Freud habla de “Apuntalamiento”; concepto
que, para entenderlo, cabe mencionar el carácter polimorfo de la estructura autoerótica
del infante. Dicho en simple: el bebé dirige su libido hacia la autosatisfacción de su propio
cuerpo en forma total sobre la tela de su piel (o “mucosa”)1. De este modo, el bebé al
poder autosatisfacerse mediante cualquier parte de su cuerpo, Freud menciona a propósito
del chupeteo que “el quehacer sexual se apuntala primero en una de las funciones que

1 Freud menciona que aparecen ciertas pulsiones con independencia de las zonas erógenas a constituirse,
para luego unirse a aquella constitución. Esto se conoce como “pulsiones parciales”, las cuales al funcionan
independientemente al principio y tienden a unirse hacia las diferentes organizaciones libidinales (Freud,
1905, p. 174).

3
sirven a la conservación de la vida, y sólo más tarde se independiza de ella” (1905, p.
165). De esta cita me interesa rescatar la interrelación entre ambas pulsiones: las pulsiones
de autoconservación dirigen a las sexuales, y estas últimas luego se independizan de las
primeras, porque desde acá se muestra el primero esbozo de lo que será el Yo como
organización libidinal, producida y elaborada mediante esta relación pulsional de carácter
agonal y conflictiva. De esta manera, las pulsiones yoicas darían paso a un “censor y
rector” psíquico que dirige y coarta el libre tránsito en la descarga de las pulsiones
sexuales, tomando favor hacia lo que más tarde será el soporte de la cultura.
Luego Freud, en 1914, al ya antes haber analizado la pulsión sexual, pone el acento
en la pulsión yoica mediante el análisis de la neurosis narcisista. Este giro tiene dos
motivos y efectos principales para efectos de este ensayo: 1) pasar desde “lo reprimido”
(la pulsión sexual) a “lo represor” (autoconservación) (Cabrera, 2005), y 2) Un intento de
superar la noción el autoerotismo hacia el desarrollo sexual que apunte a un objeto de
amor externo (Rojas, P., 2015).
Quizás acá lo más interesante para efectos de este ensayo es que Freud postula
que la pulsión sexual tenga por objeto libidinal al Yo. Para explicar esto Freud propone
un “Narcisismo Primario”, originario, el cual estaría a la base de un “Narcisismo
Secundario”, que nace por el “replegamiento” de la libido retirada de lo externo (1914,
p. 73). ¿Dónde habría evidencia de este Narcisismo Primario? Freud menciona acá a los
niños al imputárseles “delirios de grandeza: una sobrestimación del poder de sus deseos
y de sus actos psíquicos, la «omnipotencia de los pensamientos», una fe en la virtud
ensalmadora de las palabras...” (1914, p. 73).
Sobre la distinción entre Narcisismo Primario y Secundario, Hugo Rojas plantea
que,
“Contando con la imagen de una investidura que originalmente se encuentra
depositada en el yo y desde allí se dirige a los objetos, pudiendo luego replegarse, y que
en cierto modo persiste ligada al yo, […], [Freud] plantea que, en grandes rasgos, existe
una oposición entre «libido yoica» y la «libido de objeto»” (2008).
De acá me interesa notar cómo se está trabajando el concepto de Yo a propósito
de esta separación e independencia entre libido “yoica” y “de objeto” porque muestra que
habría acá una instancia ya asentada en el psiquismo, con pleno derecho con respecto a
otras instancias. Esto se muestra en que ambos tipos de libido tendrían una naturaleza
económica inversamente proporcional, una correlación negativa: mientras la una
aumenta, la otra decae.
De esta manera, Freud se hace una pregunta que cuaja todo lo escrito
anteriormente: ¿Qué relación hay entre el autoerotismo y el narcisismo?
“Es un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el individuo
una unidad comparable al yo; el yo tiene que ser desarrollado. Ahora bien, las pulsiones
autoeróticas son iniciales, primordiales; por tanto, algo tiene que agregarse al
autoerotismo, una nueva acción psíquica, para que el narcisismo se constituya.” (1914,
74, Subrayado propio).
De este modo, el Yo se forja como entidad necesaria, siendo ésta un producto de
la actividad pulsional. Como menciona Hugo Rojas, que el yo no esté desde un principio
genera el enigma de su origen, el cual Freud hasta esta instancia no logra resolver (p. 83,

4
2008); desarrollos postfreudianos se preocuparon de este entuerto (pienso acá en la noción
de “yo precario” en Melanie Klein, por ejemplo) para dar un sentido y lugar a esta noción
de Yo. Sin embargo, lo que interesa acá no es el origen del Yo, sino el hecho de ser efecto
y producto de otra cosa anterior a él.
Para finalizar, y dar pie a lo que sigue, Cabrera da una pista, a mi lectura, freudo-
lacaniana, del problema de este origen: “Para que esto ocurra [el surgimiento del yo]
tendrán que recorrer un proceso en el cual la pulsión sexual inerve, se apuntale en/a la
pulsión de autoconservación, en donde vía identificación, se constituirá el yo a través de
la imagen de otro y su relación con él, la madre.” (2005, p. 28, subrayado propio).

2.- Yo es Otro: Estadio del Espejo en Lacan.

Para Lacan (siendo sintético hasta el atomismo), el Yo no es más que la imagen


de un otro desde la cual el Je se identifica, forjándose un Moi. Me explico: en el texto El
Estadio del Espejo como Formador de la Función del Yo (1949) se trabaja esta primera
relación especular del infante, pensándose al Yo no como fundador de la sino como
función y efecto imaginario del lazo especular que se instaura ante el reconocimiento (y
nombramiento) de un otro: “basta con comprender el estadio del espejo como una
identificación en el sentido pleno que el análisis da a este término: a saber, la
transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen” (1949, p. 100,
subrayado propio). De esta manera se forma el Yo (moi) que, desde Lacan, es pensado
como Objeto, como Yo Enajenado (con el respectivo eco hacia Rimbaud en su Carta del
Vidente escrita en 1871: “Yo es Otro”).
Entonces, ¿qué es el sujeto para Lacan si no es consciencia de sí? Es un
“espejismo”. Acá conviene pensar el hecho constituyente no quizás desde Edipo, sino
desde Narciso: El Yo (moi) solo puedo verse como otro, y deseándose también como otro
en la medida en que ese Yo se basa desde el reconocimiento de ese otro significativo que
le otorga a su imagen el estatuto de un Yo (moi). Y acá es donde Lacan nos hace pensar
que el sujeto se define como un Sujeto de Deseo, pero que ese deseo es Deseo de ese otro
al instalarse el ser mismo como carente dada la extrañeza (y agresividad) del sujeto hacia
sí mismo (al ser otro de sí) (Melli, 1970, p. 86).
Para explicar esto, Lacan en Introducción del Gran Otro (1955) es bastante claro
a propósito de una experiencia: al salir de una clase, Lacan no quedó conforme con su
cometido; al no preparar lo suficiente su clase, voló “demasiado alto”. Sin embargo, sus
alumnos al salir de su clase, le felicitaron expresándole que todos quedaron muy contentos
con el seminario. Con eso Lacan, al ver que los demás estaban contentos, éste también se
alegró. Entonces, Lacan reflexiona:
“¿En qué momento soy verdaderamente yo? ¿En el momento en que no estoy
contento, o en el momento en que estoy contento porque los otros están contentos? […]
Pero espero hacerles ver hoy que sería errado creer que se trata aquí del mismo otro que
ese otro del que a veces del hablo, ese otro que es el yo, o, para ser más precisos, su
imagen” (1955, p. 354, subrayado propio).
De este modo, retomando la noción de Sujeto de Deseo, Lacan piensa la estructura
del sujeto dentro de una lógica Metonímica: es decir, de tal forma que el sujeto nunca

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puede desarrollarse como un todo. Me explico: desde Saussure se pensó el signo
lingüístico como una unidad compuesta por un Significado (el concepto) y un Significante
(imagen acústica); pues bien, Lacan manifiesta que la innovación de Freud es que existe
una asimetría entre estos dos elementos: el Significante tiene primacía sobre el
Significado, de tal forma que se desliza el significado por bajo del significante a través
de la barra: “… el significante por su naturaleza anticipa siempre el sentido desplegado
en cierto modo ante él mismo su dimensión. Como se ve en el nivel de la frase cuando se
la interrumpe antes del término significativo: Yo nunca…, en todo caso…” (Lacan, 1957,
p. 469). Yendo un poco más lejos, Lacan piensa la excentricidad del sujeto de sí mismo
a partir de la identificación y alienación edípica que proporciona la cultura como
estructura inconsciente que arremete contra el sujeto, estructurando al sujeto mismo como
significante que siempre cambia continuamente de un significante a otro.
Resumiendo, el sujeto es metonímico en su carencia constitutiva de ser
estructurada en su deseo siempre inalcanzable, remitiendo a otros significantes (Melli,
1970, p. 87-88), invirtiendo la lógica cartesiana en “pienso donde no soy, luego soy donde
no pienso”, o “no soy, allí donde soy el juguete de mi pensamiento; pienso en lo que soy,
allí donde no pienso pensar” (Lacan, 1957, p. 484).
En este punto, la noción de Pensamiento (como concepto) se torna interesante. En
la medida en que el Yo se instaura como ajeno de sí, las Palabras que posibiliten este
pensamiento son siempre Palabras de otro, haciéndole (al sujeto de la enunciación: el Je)
callar. Es decir que la relación imaginaria que tiene el yo con el otro se instala como tal
en el “muro del Lenguaje” (1955, p. 366), siendo éste último alienación más que apertura.
Acá se instala otra crítica a las psicologías “cartesianas”: ¿dónde radica la verdad de la
cura?, ¿desde dónde se instala la palabra en el análisis? Dicho en seco: la labor del analista
es usar palabras para librar al paciente de sus propias (otras) palabras.
Acá Lacan también propone una explicación amena en El Gran Otro al
preguntarse por qué los planetas no hablan. Pues, “porque se los ha hecho callar”, ¿y
mediante qué forma se les ha hecho callar? “en el momento en que la teoría newtoniana
produjo la teoría del campo unificado”, reduciéndolo a una sintaxis simple ordenado por
tres letras: es decir, como un lenguaje. Es decir que es a través del lenguaje como se hace
callar al paciente, tratándolo como si fuese un planeta, unificándolo (sean etiquetas
psicológicas o categorías psiquiátricas. O, más al punto, haciendo que su Yo hable y no
el Otro en cuyo discurso se funda lo inconsciente); por lo tanto, el destino de la cura
analítica, según Lacan, no es “redondear al yo”: limar y/o colocar armónicamente sus
pulsiones parciales o sus mecanismos de defensa; ello iría por lado de lo imaginario,
fuente primaria y primera de la relación alienante del yo (a) con el otro (a`). Por ello, lo
que se busca es liberar la palabra del paciente de los espejismos del narcisismo con el cual
se identifica y construye su Yo; se busca la palabra que menos se adecúe a la cosa llamada
Yo para que hable, por el Otro (A), el sujeto analítico siempre inacabado, en total abertura
(S).
Para finalizar este apartado, una breve referencia literaria: muy afín a Lacan está
el horizonte poético de Baudeleaire (esta relación, dicho sea de paso, es perfectamente al
revés: Las Flores del Mal fueron publicadas en 1857); el fundador de la poética
dominante y guía en la Modernidad fue vertiente del movimiento simbolista dentro del

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cual sus herederos directos fueron Mallarmè y Rimbaud (antes citado). Esto lo menciono
porque Baudeleaire mostró el camino por el cual la sensibilidad estética y teórica en la
Modernidad se desplegaría; y un caso que prueba esta tesis (confirmada por otros tantos)
es Lacan: Michael Hamburger sintetiza plenamente esta visión y sensibilidad
baudeleaireana: Utopía Pueril y Trascendencia Vacía (1991): al notar dentro de un
lenguaje de símbolos una correspondencia hacia una alteridad de la cual no se puede
acceder (como se muestra en el poema “Correspondencias” (1997)), y al ver que la
sociedad moderna se torna hacia lo peor del hombre (como en su poema introductorio,
“Al Lector” (1997)), Baudeleaire tendrá una reacción y actitud de derrumbe, de
ensimismamiento destructivo que lo llevará a mostrar y cantar no solo a lo bello
arquetípicamente, sino que a lo sucio, a lo abyecto: al encontrarse envuelto en símbolos
y palabras que muestran una salida (y que al mismo tiempo se la niegan por su carácter
vacuo, como señalética al abismo) Baudeleaire, a modo de defensa, cantará para
despotricar al cielo y recuperar la belleza entre la barbarie y los escombros.

3.- Adolescencia como Riesgo: Breakdown en Winnicott y Rassial.

Winnicott (1993) definió Breakdown como “una falla de la organización de las


defensas” contra el “derrumbe de la organización yoica”, mostrando “una inversión del
proceso de maduración del sujeto”. Siendo sintético, Winnicott menciona que “el miedo
al derrumbe puede ser el miedo a un hecho pasado que aún no ha sido experienciado” (p.
121). ¿Cómo es posible esto? En la medida en que exista un ambiente facilitador para la
maduración, el individuo pasa desde una total dependencia a ese ambiente (de la madre
como un yo auxiliar, p. 114) hacia la total independencia; es decir, el cachorro humano
parte desde la época en que no logra diferenciar lo que es parte de él y lo que es distinto
de él, lo cual ya evolucionando (siendo el ambiente como un sostén para el desarrollo)
hacia la relación de objeto.
A partir de esta contextualización, Winnicott enumera las “agonías primitivas”
(Caer para siempre, pérdida del sentido de lo real, etc., p. 114), lo cual le lleva a postular
la psicosis como defensa hacia una agonía primitiva. Es en este sentido en que Winnicott
dice que el miedo al derrumbe es “el miedo a la agonía original lo que dio lugar a la
organización defensiva desplegada por el paciente” (p. 115). Evento que, por supuesto,
ya tuvo lugar, pero que la integración yoica no pudo abarcar dentro de la omnipotencia
personal. Es por esto, además, que el paciente no logra olvidar este evento: no podrá
quedarse en el pasado hasta que no haya sido elaborada en el presente; así, aquello que
sucedió, se busca dentro del futuro al no ser experienciado en el presente (p. 115-116).
Rassial (1999), por su parte, usa una comparación bastante peculiar para mostrar
a qué se refiere con Breakdown (“Avería”) en el caso de adolescentes límites: si el
paciente fuere un automóvil, su avería no estaría ni en las luces ni en las imágenes (que
serían casos de neuróticos y psícoticos, respectivamente), sino que del embriague. Es
decir, el sujeto límite tendría todo los componentes esenciales para hacer andar su vida,
pero se quedan al lado del camino; no avanzan, se detienen en lo relativo a “su
pensamiento y en sus cargas, pero también en las diferenciaciones estructurantes entre
el discurso y la acción, lo objetivo y lo subjetivo, el pequeño otro y el gran Otro…” (p.

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36). Así, esta avería tendría relación entre la contradicción entre dos leyes morales: la Ley
y la posibilidad del deseo (siendo la primera la condición de la segunda), cuestión que
podría sintetizarse en una “avería del super-yo” (p. 37).
¿A qué va todo esto? A que “el adolescente se ve siempre confrontado si no a una
avería, al menos a un riesgo de avería, puesto que de nuevo debe –y precisamente a
posteriori– cumplir una serie de operaciones fundadoras cuya efectivización infantil se
pone otra vez a la orden del día” (p. 37), jugándose estas operaciones en la identificación
restringida y general (en lo familiar y lo social, respectivamente), desplegándose nudos
críticos entre estas relaciones de identificación. Rassial propone tres nudos: 1) el
adolescente debe apropiarse imaginariamente de objetos parciales que le han dado
seguridad desde la fase del espejo, 2) el adolescente debe pasar de ser el síntoma de los
padres (“sobre todo de la madre”) a ser propietario de su propio síntoma que tomaría así
“todo su impulso intersubjetivo” al transformarse en “síntoma sexual” (p. 38), y 3) “el
adolescente probará la eficacia del Nombre-del-Padre, más allá de la metáfora paterna,
para poner orden en la lengua que él habita y por la que es habitado” (p. 38), es decir,
debe haber primeramente una operación de inscripción del Nombre-del-Padre (que es “el
anclaje simbólico del lugar del Otro”, p. 39). Esta inscripción se entiende como una
metaforización paterna que permite la detención “como saber supuesto un deseo
inconmensurable de la madre” (p. 39); pues bien, en la adolescencia se tiende a perder su
valorización por la descalificación del padre y de la familia, y con ellos, por asociación,
a todo el mundo adulto: es en este punto donde la promesa edípica de renunciar al goce
que luego se tendrá pierde sustantividad, “se vuelve mentirosa”. En este estado, el
adolescente experimenta una sensación de vacuidad del lugar del Otro (en el registro
imaginario: al padre y la familia), para luego encontrar otra “nueva encarnación
imaginaria del Otro en el Otro sexo”, orientar la relación hacia un semejante lejos de la
metáfora paterna (p. 39). Así se inscribe una experiencia de desarraigo y autonomía por
y hacia sí mismo para volver a fundar su identidad sobre la primera huella de la
inscripción. De este modo, este movimiento, además de necesario y estructurante, implica
un riesgo: en el momento en que el lugar del Otro queda vacío, surgen los replanteos
basales sobre los valores que han perdido consistencia (“el sentido de la vida”, etc) como
también la organización de psicopatías o ciertas toxicomanías (p. 40).
Pues bien, ¿qué lugar ocupa el concepto de Avería en la adolescencia? Rassial es
enfático al decir que no se refiere a este como “ruptura en el desarrollo” (p. 36); más bien
relata un fenómeno de riesgo: la Avería acá se muestra como la tensión, tanto necesaria
como peligrosa del adolescente, al pasar de ser síntoma de Otro hacia la adquisición de
una sensación de autonomía e identidad: es decir, constituir un Yo desde el cual se pueda
levantar una terapia que le establezca no una angustia, sino una depresión que “sea
reconocida como auténtica” (p. 41).

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Discusión y Conclusión.

Este ensayo ha tratado de trazar desde la configuración yoica del aparato psíquico,
como clave de lectura, la experiencia adolescente como Avería y Riesgo. Desde Freud se
esbozaron los lineamientos generales que nos llevan a comprender la constitución y
elaboración de un Yo, desde el autoerotismo hasta los conceptos de Narcisismo Primario
y Secundario. Luego se dio lugar a Lacan dentro de la función del Yo como descentrado,
alienado de sí mismo mediante el lazo especular con el cual se identifica gracias el registro
simbólico que lo traspasa por el Lenguaje, siempre entregado al Deseo de Otro dentro de
una lógica Metonímica, inalcanzable. Finalmente, dentro del hilo lógico y temporal
intentado desde Freud a Lacan, (primero, Yo como Efecto; segundo, Yo es Otro), Rassial
(tomando el concepto de Breakdown winnicottiano), elabora el pasaje adolescente como
un tránsito con riesgo de avería mediante el trabajo de abolir la metáfora paterna para
experimentar algo propio en sentido y, por fin, identitario.
Dentro de este trayecto del Yo que te tratado de elaborar, me interesa pensar el
lugar del Narcisismo como también el acercamiento técnico-analítico para el trabajo con
Adolescentes.
Urban (2015) hace un recorrido el narcisismo freudiano que recoge varios trazos
esenciales de lo que intento decir:
“1) como el Yo no está inicialmente presente en la vida mental, sino que tiene que
ser construido, constituido, a partir de experiencias previas, como las que acontecen en
la etapa autoerótica, […] el narcicismo primario es secundario en relación a esas
iniciales estructuras y vivencias; 2) en Yo no es una organización cerrada e inmutable.
Pasa en realidad por diferentes momentos, ganando complejidad funcional y dinámica
en la medida en que madura […]; 3) desde el punto de vista clínico los narcisismos que
consideramos no son los que constituían subjetividad, sino aquellas reinvestiduras
libidinales que siguen a distintos procesos de introversión o regresión libidinal: son los
diferentes tipos de narcisismos secundarios […]; 4) con la conceptualización del Ideal
del Yo y sus repercusiones se complejiza la consideración del narcisismo. El Yo aspira a
ser amado por sus ideales, como antes el niño anhelaba y necesitaba ser amado por sus
padres. La tensión que se establece con estos ideales tiene dos extremos: la temporaria
calma satisfecha del Yo coherente, y, en el otro, la sangrienta y despiadada lucha que
caracteriza a la melancolía” (Urman, 2015, p. 44).
De la cita anterior podría, quizás, decir un par de cosas con sentido. Sin embargo,
me limitaré solo a una para concluir: el Yo es una estructura móvil: así como Efecto de
un trayecto y relación pulsional de orden Narcisista, éste sigue cambiando en la medida
en que inviste libidinalmente otros objetos, siendo el Narcisismo Primario, Secundario en
la medida en que se constituye de experiencias previas (pensable, quizás, desde este
evento winnicottiano que marca el Derrumbe que necesita ser elaborado en el presente,
germinando avance desde una ruina previa). Desde Lacan es posible pensar esto desde la
identificación; como menciona Rassial, que haya identificación imaginaria con los
objetos parciales (símil, me imagino, de pulsiones parciales en Freud) que le daban
seguridad y estabilidad.

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Pero, ¿para qué se busca estabilidad?, ¿no es acaso Narciso embobado por su
reflejo a tal punto que se estanca, se detiene en lo imaginario?, ¿acaso el Yo, con su
espejismo identitario, no es solo alienación? Quizás en este punto valga leer clínica sin
confundir el mapa con el territorio: como vengo trabajando el pasaje adolescente, este
trayecto siempre mira oblicuamente hacia la detención o el abismo, lo cual se mira como
un peligro en potencia: hay extrañamiento de sí y de Lo Otro mientras se va
desmantelando la metáfora paterna. Entonces, ¿qué poner en su lugar? El eje y meta de
la pulsión de objeto debe destetarse del Otro materno de tal forma de no morir en el
intento, para que luego de este proceso el sujeto sea capaz de investir otros objetos, otras
representaciones; y esto ocurre mediante la metáfora paterna. Sin ella, la castración no es
posible. No es posible pasar este proceso sin antes haber introyectado el Nombre-del-
Padre, ni tampoco es posible pasar a ser su propio síntoma sin antes haber sido síntoma
de sus padres: así como en Baudeleaire se puso al Arte en el espacio Vacuo de la
Trascendencia, el adolescente necesita estructurarse para lograr poner algo en su
vacuidad.

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