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El aprendizaje en las corporaciones

Mario Alighiero Manacorda

Estos siglos después del año mil, que, estudiados desde el punto de vista de
la historia de la educación, los hemos visto como los siglos del surgimiento de los
maestros libres y de las universidades, estudiados desde el punto de vista más
general de la historia económica y social son los siglos del nacimiento de los
municipios y de las corporaciones de artes y oficios; en fin, los siglos del primer
desarrollo de una burguesía urbana

Surgen nuevos modos de producción, en los que la relación entre la ciencia y


el trabajo manual está más desarrollada, y la especialización está más avanzada; por
esto se requiere un proceso formativo en el que la simple observación e imitación ya
empieza a ser insuficiente. Ya sea en los oficios más manuales que en los más
intelectuales, se requiere de una formación que parece estar más cerca de la
escolástica, aunque se seguirá distinguiendo de la escuela por el hecho de
desarrollarse no en un "lugar de los adolescentes", sino en la convivencia de
adolescentes y adultos en el trabajo. Se presenta el tema nuevo de un aprendizaje en
que ciencia y trabajo se reencuentren, con una tendencia a la consolidación y
asimilación a la escuela. Es el tema fundamental de la educación moderna, que aquí
empieza a delinearse apenas.

El campo pierde los oficios que todavía sobrevivían, ejercidos antes por los
prebendarios o servi ministeriales de las cortes señoriales; como los mismos
feudatarios en busca de poder, también estos siervos, buscando libertad y ganancias
autónomas, se transfieren a la ciudad; y en lás ciudades los grupos de los que ejercen
un mismo oficio se consolidan y se expanden, y empiezan a elaborarse, a partir de las
antiguas costumbres, unos estatutos regulares, que llegarán a tener la aprobación del
poder público. La antigua herencia romana de los collegia artificum y las recientes
experiencias de los ministeria feudales serán las fuentes para definir estos estatutos.
En estos estatutos, hay numerosas normas que regulan no sólo las relaciones
externas del oficio o corporación con el poder público y con el Mercado (adquisición
de materias primas y venta de las productos), sino también las relaciones internas
entre los trabajadores, que pueden ser maestros, socios, aprendices o también
jornaleros asalariados. En especial se trata del número y de la edad de los discípulos,
de la duración del aprendizaje, del pago por el aprendizaje y del mantenimiento
cotidiano del aprendiz, y tal vez de las pruebas finales, en las cuales, a través de la
ejecución de la "obra maestra", el aprendiz era aceptado entre los maestros y podía
pues ejercer el oficio por su cuenta.
Sin embargo es difícil, entre tantas normas, incluso en aquellas que se
refieren más directamente a la participación de los aprendices en el trabajo, descubrir
las modalidades técnicas y didácticas del aprendizaje. Ciertamente, los aprendices, a
diferencia de los jornaleros asalariados, los cuales no presumen de aprender el oficio
para ejercerlo después como maestros, son para todos los efectos unos discípulos, y
los mismos nombres que dentro de la corporación, donde todos son igualmente
obreros, distinguen a los ancianos y patrones de los jóvenes, nos hablan
predominantemente de una relación educativa: magistri y discipuli; estos últimos
participan en el trabajo, pero en vistas a la adquisición de los conocimientos y
habilidades de la profesión. Entre el trabajar y el aprender no hay aquí una
separación: una cosa es también la otra, según las características inmutables de toda
formación a través del aprendizaje, propia, en todos los tiempos y en todos los lugares,
de toda actividad inmediatamente productiva. No existe un lugar separado, distinto del
lugar de trabajo de los adultos, donde los adolescentes aprendan. No existe una
escuela del trabajo: el mismo trabajo es escuela; pero van creciendo los aspectos
intelectuales.

Sin embargo, Iiingún arte se preocupó de describir en sus estatutos los


modos de este doble proceso de trabajo-aprendizaje. No hay una pedagogía del
trabajo: no se nos muestran las materias primas ni su cualidad, las herramientas y su
empleo, los modos verbales y gestos de la comunicación del maestro hacia el
discípulo. Los buscaremos en vano incluso en los estatutos más ricos y articulados;
cabe mencionar el estatuto del arte de la lana en Florencia, o en la extraordinaria
recopilación de los estatutos de todos los oficios ejercidos en París durante la
segunda mitad del siglo XIII, llamado el Livre des métiers, llevada a cabo por el
preboste Étienne Boileau en el año 1272. Pero quizás precisamente la riqueza de
esta, documentación puede ser útil para una observación panorámica de síntesis de
la vida de magistri y discipuli en las corporaciones de artes y oficios, o mejor en cada
una de las tiendas artesanales.

El preboste de París recoge de viva voz de los más autorizados


representantes de todos los oficios las costumbres tradicionales, "tal como los
hombres probos lo han oído decir de padres a hijos" [Des mafons, etc.], o "como
nuestro Fouques del Tempk / sus predecesores lo han usado y conservado en el
tiempo pasado" [Des carpentiers etc.], y se nos dice cuántos aprendices podía tener
cada maestro: en general, además de los componentes de la familia, uno (para
orfebres, cordeleros, herreros, etc.) o dos (para cuchilleros, lavanderos, etc.); sin
límite, en cambio, los carpinteros; pero todos podían tener muchachos o
trabajadores (vallets o sergeants), no aprendices, en la cantidad que quisieran.
Normalmente se solía exigir que no tuviera precedentes penales, como diríamos
hoy: "Ningún lavandero puede o debe dar trabajo a un muchacho a aprendiz que sea
bribón, ladrón, asesino o expulsado de la ciudad por alguna acción indigna" (Des
foulons); y se exigía además que fueran nacidos de matrimonio legítimo.

El ingreso a un trabajo se hacía bajo la forma de un verdadero y propio


contrato, al cual asistían como testimonios dos expertos de aquel arte.

La duración del contrato de aprendizaje se podía dejar a la discreción del


maestro (a tel terrne comme il li plaira), variando de cuatro a diez años, y podía
prolongarse si el aprendiz no pagaba. Está claro que el aprendiz debía pagar por la
enseñanza que recibía, además del rendimiento progresivo en su trabajo. Pero no
siempre este pago podía realizarse, dada la pobreza media de las familias de los
aprendices; por esto muy a menudo en los mismos estatutos se lee, por ejemplo, que
el maestro puede tomar un aprendiz por un determinado número de años, "y también
para un servicio más largo y por dinero se le puede tener" [16. Fevres couteliers].
Diversa era también la edad en que podía empezar el aprendizaje; según el contrato,
el aprendiz se convertía en una especie de propiedad temporal del maestro, el cual
podía incluso venderlo o alquilado a otros maestros; pero sólo, diríamos, por causas
de fuerza mayor: "si está enfermo en cama, si se va a ultramar, si abandona la
actividad o por pobreza" [Coutelliers etc.]. Por otra parte se tenían también en cuenta
los derechos del aprendiz: "Los miembros de la comunidad del arte están obligados a
hacer aprender el oficio al aprendiz, si su maestro ha muerto antes de que se haya
cumplido el periodo de aprendizaje"

Además, el aprendiz tenía entre las garantías, incluso una especie de caja de
mutuo socorro, dado que tal vez parte de lo que él ingresaba (en el caso aquí citado,
5 sueldos) "va a los prohombres del gremio, para ser devuelto a los muchachos
pobres del mismo gremio y para preservar los derechos de los aprendices con
relación a sus maestros" [Boucliers de fer].

A menudo se prevé el caso de que el aprendiz huya, considerando que esto


puede sucedrr por su poca voluntad a trabajar o también por algún error del maestro:
"Si el aprendiz se aleja del maestro sin despedirse, por locura o por ligereza, tres
veces, el maestro no lo debe aceptar a la tercera vez, ni ningún otro del mismo oficio,
ni como muchacho ni como aprendiz. Esta decisión la tornaron los prohombres del
gremio para frenar la locura y la ligereza de los aprendices, ya que ellos causan gran
daño a sus maestros y a sí mismos cuando huyen; ya que cuando el aprendiz es
aceptado para aprender el oficio y huye por un mes o dos, olvida lo que ha aprendido;
y así pierde su tiempo y perjudica a su maestro" [Coutelliers, faiseurs de manches].

Pero también aquí está previsto el caso de la res ponsabilidad del maestro, y
entonces "los maestros del arte deben hacer comparecer ante ellos al maestro del
aprendiz, y regañado, y decirle que trate al aprendiz de manera honorable, como hijo
de gente de bien, que lo vista y lo calce, le dé de comer y de beber y todo lo que sea
necesario; y si no lo hace, el aprendiz se buscará otro maestro" [Des tisserans de
lange].

Por lo demás, todos los miembros de un oficio suelen comprometerse a


trabajar según los usos y costumbres del oficio (et qu'il oevre as us et aus eonstums
du meister... -Des mayons ete.); y a denunciar cualquier anormalidad. Así pues,
incluso había un compromiso en mantener el secreto del oficio, sobre todo con
relación a quien colaboraba en su actividad, no en calidad de aprendiz, sino
simplemente de muchacho

Finalmente, es interesante decir algo respecto a las mujeres, presentes en


algunos estatutos corno eventuales viudas de maestros. Los fabricantes de rosarios
les permiten trabajar, pero sin aprendices cuando se hayan casado en segundas
nupcias con un hombre de otro oficio; mientras que los trabajadores de cristales y
piedras son más negativos y explícitos: ninguna viuda de un artesano puede tornar
aprendices, "ya que no es del parecer de los prohombres del gremio que una mujer
pueda saber tanto acerca del oficio para que pueda enseñar a un muchacho hasta
que llegue a maestro" [Des eTistalliers etc.].

Interesantes aparecen las pruebas de examen; pero no desde el punto de


vista didáctico-pedagógico, sino sólo desde el punto de vista costumbrista. He aquí el
ejemplo correspondiente a los panaderos: "Cuando el nuevo panadero haya
cumplido los cuatro años de aprendizaje, tornará una escudilla nueva de barro y le
meterá barquillos y obleas e irá a la casa del maestro de los panaderos, acompañado
del cajero y de todos los panaderos, y los maestros oficiales, que se llaman joindres
[adjuntos]; y este nuevo panadero debe entregar su escudilla y sus barquillos al
maestro y decir: Maestro, he cumplido mis cuatro años, y el maestro debe preguntar
al administrador si es cierto; y si éste dice que es cierto, el maestro debe presentar al
nuevo panadero el vaso y los barquillos y ordenade tirados contra la pared; entonces
el nuevo panadero debe tirar su escudilla, sus barquillos y sus obleas contra la pared
de la casa del maestro, afuera, y entonces los maestros administradores, los nuevos
panaderos y todos los demás panaderos y los aprendices deben entrar en la casa del
maestro, y el maestro les debe ofrecer fuego y vino, y cada uno de los panaderos, los
nuevos y el maestro oficial deben dar algún dinero al maestro de pana deros por el
vino y el fuego que les da.

No se puede decir que, aparte de la preparación sobreentendida de los


barquillos y de las hostias por obra del nuevo maestro, o sea aparte del cumplimiento
de su "obra maestra", tenga mucho de pedagógico toda esta ceremonia. Sin
embargo hay en ella, como por lo demás en el conjunto de las normas contenidas en
todos estos estatutos, el testimonio de una costumbre, de unas relaciones sociales y
económicas, de unas consideraciones morales, de unos procedi mientos casi
litúrgicos, que apelan incesantemente a costumbres y normas propias ya sea de la
vida religiosa ya de la vida caballeresca; es todo un ritual, que a pesar de la enorme
diversidad del lujo, pertenece al mismo mundo.

De la presentación del aprendiz a su aceptación en la corporación, parece


que nos en con tramos ante la presentación de un oblato, la consagración de un
monje en una orden religiosa o la investidura de un caballero; salvando la diversidad
de las condiciones sociales, el ritual sigue siendo más o menos el mismo.

Cerca de medio siglo después del Livre de Boileau, uno de los Statuta et
ordinamenta artium et artifichum civitatis Plorentiae, o sea el Estatuto del gremio de
la lana, del año 1317 (aunque algunas disposiciones son de 1275 [cap. lll, VII], aun
en su mayor complejidad, contiene sobre el aprendizaje y sobre la relación
maestros-discípulos mucho menos información que los estatutos parisienses.

Dentro de un gremio (o collegium, societas, universitas), en el conjunto de los


artifices (u homines, personae) se distinguen claramente los magistri de los sotii, de
los factores u oficiales (el equivalente del francés valets) y de los discipuli, por debajo
de los cuales se nombran todavía los simples operatores (o laboratores o laborantes)
jornaleros “qui operam dant per diem" [IlI, lI]; pero se dice poco acerca de sus rela-
ciones recíprocas.

Por ejemplo, al rodear de cautela la admisión de los nuevos artifices, los


cuales deben ser siempre presentados por uboni et legales homines dicte artis", se
advierte que no deben pasar por setii cuando son simples discipuli: evidentemente,
entre otras cosas, para evitar un aumento incontrolado del número de discipuli [lI, VII].
Pero podemos llegar al libro III para encontrar, respecto a la duración del aprendizaje,
disposiciones análogas a las que ya hemos leído en el Livre de Boileau. Allí, bajo el
título Que ningún discípulo u oficial se aleje de su maestro en el trascurso del periodo
para el cual se ha puesto a aprender, sin deber ser retenido por más tiempo, se lee:
"Ningún oficial o discípulo, que trabaje en el oficio de la lana o en cualquier sector de
este oficio, puesto bajo la tutela de uno que forme parte del gremio por un periodo
establecido, puede o debe, antes del vencimiento del tiempo, ponerse bajo la tutela
de algún otro de este gremio; sino que debe ser retenido y obligado por los
compañeros a cumplir con su maestro, bajo cuya tutela se había puesto
primeramente, durante todo el periodo acordado. Además, nadie de este gremio,
después de que sepa que alguien se ha puesto bajo la tutela de uno del mismo
gremio por un periodo determinado, puede o debe tenerlo bajo su tutela durante el
periodo acordado con el primer maestro. Y si los compañeros encuentran a alguien
que contravenga esta disposición, lo condenen, tanto al discípulo como al que lo ha
aceptado, a diez libras de florines pequeños. Y además lo obliguen a estar con el
primer maestro hasta completar su periodo" [IIl, I].

Otros parágrafos prevén conflictos entre maestros y discípulos acerca de


posibles deudas de estos últimos; y en estos casos bastará que el maestro jure, y
entonces se deberá credere et fident dare sacramento dicti magistri [IIl, XLVI].
Solamente en un caso, el de los bucciari, se establece el número máximo de los
discípulos y la duración mínima del servicio o aprendizaje, bajo el título De no tener a
los discípulos de los bucciari por lnenos de seis años: "Establecemos además y
disponemos que ningún maestro tenga o pretenda tener, a partir del primero de ene-
ro de 1318, más de dos discípulos, con los cuales haga un contrato, bajo pena de
veinte sueldos, ni por un periodo menor de seis años, bajo la misma pena. . ." [IV, lI].

Se puede decir que, aparte de estas escasas indicaciones, poca cosa más
encontramos en estos estatutos, que nos permita conocer y ver en vivo la relación de
aprendizaje y su desarrollo concreto. En el conjunto, vemos una mayor dependencia
del discípulo respecto al maestro en relación con aquella especial universitas que
tomará después este nombre por excelencia o por antonomasia, en la cual, como
hemos visto, son más bien los magistri los que dependen de los discipuli o scolari.
Estos estatutos, redactados en latín (litteraliter) por un iudex ordinarius et publicus
notarius, que es tal por autoridad imperial o regia, y confirmados por los
representantes de los otros gremios, deberán después ser traducidos en italiano
(sermone vulgan).

Pero en estas viejas estructuras se enconde un problema nuevo: en este


aprendizaje del oficio, del cual se entrevén apenas los procedimientos didácticos, hay
sin duda, junto a un aspecto meramente ejecutivo, también un aspecto científico, el
conocimiento de las materias primas, de los criterios de elaboración, de los
instrumentos: incluso el más Ínfimo cincelador debe saber algo de petrografía, etc.

Pero este conocimiento quedó confiado a la transmisión, rodeada del "secreto


del arte", no sÍstematizada orgánicamente, no coordinada con conocimientos más
generales, sino mínimos. De todos los oficios "manuales" (quirúrgicos) sólo la
"cirugía" médica y la "cirugía" arquitectónica, si se me permite usar estas definiciones,
o en fin, sólo la medicina y la arquitectura, se han transformado en ciencia y han dado
lugar a la redacción de tratados y a la discusión de la relación entre ciencia y
producción. Galeno y Vitrubio siguen siendo los modelos; algo similar ocurrió con la
agricultura, pero quizás éste es el campo donde la división entre dominantes y
dominados se ha profundizado más, si nos sumergimos hasta los tiempos
inmemoriales en los que había una originaria identidad de trabajo entre el rey Laertes
y sus thétes, y también después Catón siguió arrancando piedras y escribiendo
tratados al mismo tiempo.

Pero en general las artes "sórdidas" no han expresado, sistematizado o hecho


pública su ciencia. Por lo demás, sus protagonistas han considerado como cultura
propia los restos de la ideología de las clases dominantes, que precisamente los
aculturaban, y sólo alcanzaban alguna chispa de instrucción fonnal en el leer, escribir
y hacer cuentas. Sin embargo, pronto deberemos prestar mayor atención al
surgimiento de una cultura más orgánica de los productores.

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