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Nuevo Diario. Santiago del Estero (Argentina), 2003.

Escribir el quechua
Hebe Luz Ávila

Como ya vimos en la nota anterior, el material del que están conformadas las lenguas es el sonido.
Algunas de ellas llegan a tener escritura, condición que no es imprescindible para que una lengua
sea tal. Muchas lenguas muy usadas en el pasado fueron ágrafas y cumplieron perfectamente su
cometido de servir para que sus hablantes se comuniquen. Es el caso de la mayoría de las lenguas
indoamericanas, que han tenido un carácter predominantemente oral, pues sólo unos pocos
pueblos (aztecas, mixtecos, mayas) habían creado un sistema de escritura (básicamente
pictográfica), el cual, luego de la conquista española y la consiguiente transculturación, cayó en
desuso. Y es el caso también del quechua, hablado en el extenso territorio que ocupaba el imperio
incaico y sus proximidades, y considerado lengua ágrafa (no vamos a detenernos aquí a presentar
las distintas posturas acerca de si los quipus eran escritura o no).

¿Cuándo comienza a escribirse el quechua? Con la llegada de los españoles, especialmente con
los sacerdotes que tenían a su cargo la tarea de la evangelización, y debían estudiar las lenguas
de los aborígenes para comunicarse con ellos. Antes de que haya intérpretes españoles de la
lengua oral, hicieron ya su aparición los traductores de textos religiosos, como Juan de Betanzos,
quien indica en su Prólogo a la Suma y narraçion, redactada antes de 1551, que ha pasado varios
años dedicado al trabajo de traducción de textos religiosos, o el padre Domingo de Santo Tomás,
quien, con el fin de llegar a los indígenas en sus propias lenguas, estudió la lengua quechua y
elaboró una gramática de esta lengua, publicada en 1560 con el título de Lexicón o Vocabulario de
la lengua general del Perú llamado quechua.

En el Concilio de Lima en 1583, se encomendó la traducción al aymara y quechua (en su variedad


cuzqueña) del catecismo y sus complementarios pastorales a un equipo de peritos en esos
idiomas. De esta manera, ambas lenguas adquieren categoría literaria y son sometidas a la
escritura alfabética española (en realidad, el español emplea el alfabeto latino, no uno propio) y al
paradigma gramatical latino.

Si entendemos que el quechua es uno solo - con sus lógicas variantes dialectales - en la amplísima
geografía donde se lo habla -desde el Ecuador hasta Cuyo en la Argentina- debemos decir que
aún hoy, a casi cinco siglos de aquellos Concilios, no tiene un alfabeto único. La normalización
alfabética resulta todavía el principal problema para que la lengua quechua deje de ágrafa.

Lingüistas profesionales de diversos lugares del mundo (Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina, México,
Estados Unidos, España, Francia, Holanda ... ) se han abocado a su estudio y al de otros idiomas
amerindios, y para ello emplean el alfabeto fonético internacional, con el que se puede representar
cualquier lengua con exactitud. Pero resulta muy complicado y para especialistas.

¿Cómo debería ser un alfabeto para el quechua? Como el de cualquier otro idioma, deberá ser
lingüísticamente consistente, y por lo tanto responder al principio fonémico. En efecto, resulta una
ley fundamental, un principio absolutamente universal de los idiomas humanos, que todos sus
sistemas de sonido funcionan de acuerdo con reglas de sonido, esto es reglas fonémicas. Y en lo
que respecta a la ortografía, a este principio le corresponde el principio fundamental para la
escritura de cualquier idioma del mundo: que la escritura es fonémica, y nunca fonética.
Trataremos de explicar las diferencias entre un alfabeto fonético y uno fonémico. Un alfabeto
fonético precisa una letra para cada sonido. Es el caso del ya señalado alfabeto fonético
internacional En un alfabeto fonémico, en cambio, las cosas se simplifican, y se pueden
representar con un mismo signo sonidos (alófonos) que no sean contrastantes y significativos:
Cada sonido estructuralmente contrastante y significativo ( fonema) de la lengua debe estar
representado por un signo único: y a cada signo debe corresponder un solo fonema. Pongamos un
solo ejemplo, ya que por su complejidad necesitaría más de un artículo como éste para explicarlo
(y al lector que no es especialista no le interesa, pues no necesita conocerlo para ser usuario
competente de su lengua). En el ya señalado alfabeto fonético internacional, hay dos signos
diferentes para cada realización sonora (alófonos) de lo que en castellano se escribe con un solo
signo en la palabra , que se registran fonéticamente [deDo] (Aquí solicito, al lector que me siga,
hacer un esfuerzo mental para darse cuenta de la pequeña diferencia que hay entre la
pronunciación de la primera y la segunda de en su habla diaria).. Pero para ninguna palabra en
castellano la sola diferencia entre los sonidos [d] y [D] es suficiente para distinguir palabras, como
sí lo sería la diferencia entre [deDo] y [daDo] . Por esta razón, en nuestro idioma existe una sola
letra para escribir todas las realizaciones de la ( aún en con sus pronunciaciones alternativas, a
veces [sEd] y las más de las veces [sET]). En cambio en inglés, esta diferencia entre [d] y [D] - la
primera más fuerte u oclusiva y segunda más suave o fricativa - necesita dos letras porque se trata
de pares mínimos, es decir, que distingan palabras por su sola presencia. Así, tenemos el caso de
[dei], representación fonética de = día y [Dei], para = ellos/ellas. Igualmente [sEd], < said > = dijo,
que resulta distinto de [sET], < saith > = dice (pasado/ presente).

Hay muchísimas diferencias muy pequeñas entre los sonidos en cada idioma, pero todos
representan en su escritura únicamente aquellas diferencias que son distintivas - es decir,
fonémicas - las que los hablantes nativos monolingües oyen como un sonido único en su idioma.
Nunca se representa diferencias de sonido que no son distintivas (es decir, puramente fonéticas, o
'alofónicas'). Las variantes dialectales, así como las históricas, complican la cuestión de la escritura
única. Así, en idiomas tan normalizados como el castellano o el inglés ( que además tienen el
sostén de la escritura, las academias de la lengua, y los medios de comunicación social), se hace
imposible evitar importantes variaciones dialectales. Palabras como lluvia o mosca se pronuncian
de maneras marcadamente distintas cada región. No solo la pronunciación, sino también el acento,
tono, melodía, gramática, préstamos, varían en cada región. Sin embargo, y con el fin de facilitar la
comunicación interdialectal, existe un acuerdo práctico de escribir cada idioma de una única
manera.

Pretender emplear un alfabeto distinto para una variedad dialectal - como sería el quechua hablado
en Santiago del Estero - y cerrarse a la posibilidad de normalizar la lengua única, por más
apasionada defensa de las características regionales que se haga, es muestra de un criterio tan
cerrado como querer imponer un metro de 90 cm porque somos pobres o una hora de 110 minutos
porque dormimos la siesta, o por el calor debemos movernos más lentamente.

Pero no basta con que un alfabeto sea lingüísticamente consistente, sino que también deberá ser
sociológicamente aceptable. Y entonces el mejor alfabeto será aquel que mejor se adapta a las
posibilidades, necesidades y expectativas de comunicación de sus usuarios. Así, por un lado, se
preferirá un alfabeto que contenga signos que puedan registrarse con los teclados usuales de
máquinas de escribir o computadoras.

Tampoco por un cerrado etnocentrismo se podrá obviar la realidad de la fuerte influencia


castellanizante. La gran mayoría de los hablantes del quechua (en Santiago del Estero podríamos
decir que todos) son bilingües, y los que saben leer y escribir, lo han aprendido en castellano. Para
ellos, y mientras no se les pruebe convincentemente lo contrario, aprender un alfabeto muy distinto
del castellano no es una necesidad sentida.

También por criterios pedagógicos deberíamos tener en cuenta lo anterior, y la necesidad de


simplicidad. Así, deberán reducirse los signos diacríticos (acentos, tildes, etc.) a sólo lo
estrictamente indispensable -lo que resulte distintivo- por ser lo que más fácilmente elimina el
usuario. De esta manera, en el quechua talvez debería emplearse el acento ortográfico sólo para
los muy limitados casos de agudas.

Buscar un consenso

Xavier Albó, reconocido antropólogo y lingüista jesuita, explica que lograr el consenso en la
escritura del quechua resulta tan difícil porque rara vez se combinan los criterios lingüísticos,
sociales y pedagógicos. Se piensa solo en uno de ellos o en ninguno, y muchas veces solo
interesa no cambiar la rutina adquirida. De esta manera, sostiene, el alfabeto se convierte en un
casus belli, lleno de cargas efectivas, a los que algunos se aferrarán porque lo han inventado ellos
o su grupo de referencia; otros porque ya han leído mucho en él; otros porque existe uno u otro
decreto oficial... Pero pocos se sentarán serenamente, y sin posiciones previamente tomadas, para
ver con todo detalle el peso de cada pro y cada contra.

La tarea de los lingüistas en la normalización de una lengua es la de divulgar el conocimiento


científico, poner a disposición de los demás todo el saber que han acumulado, pero sin
condicionamientos de ninguna naturaleza. Opinar es un deber esencial de los que han recibido una
formación profesional en las diversas disciplinas científicas que convergen sobre esta problemática
y se sienten comprometidos con ella. Opinar, explicar, aclarar, acompañar el proceso de
normalización, pero nunca, jamás, en la intención de ningún científico, está la voluntad de imponer
su criterio ni arrogarse el derecho de hablar en nombre de la comunidad o tomar decisiones que
son privativas de los hablantes. Porque resulta imprescindible dejar bien claro que solo los
hablantes del quechua tienen el derecho exclusivo -y más aún: la obligación- de decidir los
destinos de su propia lengua.

La normalización lingüística del quechua, proceso de por sí ya muy complejo, que incluye la
estandarización de la escritura, no se logrará mientras algunos personajes carentes de formación
lingüística - y obviando la participación de la comunidad- se aferren con uñas y dientes a un
alfabeto particular sin permitir un estudio serio del tema.

Llegar a un acuerdo beneficiará a la lengua y la cultura, y para conseguirlo, vale la pena dejar de
lado emociones y personalismos.

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