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MALVA EN EL

MUNDO DE LOS
COLORES

Maruxa Oñate Español


Salía de su casa todas las tardes antes de que anocheciera y los árboles
se convirtieran en fantasmas y las sombras en espíritus. Llegaba al
mismo lugar tarde tras tarde, pero hoy sentía dentro de sí una
presencia que le acompañaba. Veía cierta luz en el lago que daba una
transparencia mayor, como la daban los espejos que reflejan la imagen.
Alrededor del agua nítida, los chopos y los sauces llorones se mecían
suavemente con el viento. Algo la hizo sobresaltarse y miró asustada la
imagen reflejada en las aguas ondulantes. De repente lo vio; primero
como un sueño. Se frotó con fuerza retrocediendo ante la imagen
cuando oyó...

- No te asustes, soy yo.


- ¿Y quién eres tú? – dijo con voz entrecortada.
- Me has llamado, por eso estoy aquí.
- ¿Qué yo te he llamado?
- Sí Malva, lo has hecho. ¿No has sentido hoy una compañía junto a
ti? ¿no has tenido la ilusión de una presencia?

Era una voz tan dulce que del sobresalto y el miedo pasó a la
curiosidad.

- ¿Quién eres, Cómo te llamas?


- Me llamo Brisa y ya ves quién soy, un caballo alado que va
recorriendo los mundos de colores.
- Mundos de colores – repitió la niña en voz baja. Quiso hacer un
montón de preguntas: ¿cómo eran los mundos de colores, quiénes
vivían en ellos, qué hacían esos personajes desconocidos? Pero sólo
escuchó su propia voz preguntando: -¿Me dejas que te acompañe,
puedo ir contigo?
- ¿Dónde quieres ir?
- Quiero recorrer contigo esos mundos de colores que no conozco.
- Súbete a mi grupa y agárrate a mi cuello, pero no lo hagas a mis
alas porque nos caeríamos, las necesito para poder volar.

Malva se acomodó según le indicó Brisa. Su mirada era radiante.- ¡Voy


a viajar contigo! - le susurró al oído.

Brisa, con infinita suavidad, extendió sus alas y se elevaron. Malva


cerró los ojos y se agarró con fuerza para no sentir el vértigo. Poco a
poco los fue abriendo.
- ¿Qué es eso que tenemos debajo?
- Son las nubes – respondió Brisa.
- Nunca las vi así. Cuando las he mirado desde la tierra eran figuras,
duendecillos, gigantes blancos y bondadosos. Ahora parece algodón
blandito.

Brisa, con ojos picarones, plegó sus alas y bajaron rápidamente.


- ¡Que nos caemos! – gritó Malva cerrando los ojos.
- ¡Ja, ja! – rió Brisa sintiendo los brazos de Malva aferrados a su
cuello. – Abre los ojos Malva, mira el algodón!

Malva los volvió a abrir. ¡Estaban en las nubes! Le hubiera gustado


cogerlas entre sus manos pero tenía miedo a soltarse: “¡Qué divertido!
¡Es como bañarse entre nubes!”.
Volvieron a subir. Esta vez Brisa movía sus alas con rapidez y Malva
disfrutaba con la velocidad. Recorrieron así distancias enormes a veces
en las nubes, o por encima de ellas. Así llegaron a un lugar desconocido
para Malva. Apenas se veía desde la altura en que estaban. Sólo
sobresalía la diferencia de colores entre la blancura de las nubes y el
negro de la tierra.

- Brisa, ¿qué lugar es ese?


- Es Nogurt, el mundo negro.
- No me gusta, Brisa, es muy oscuro.
- Ya lo sé Malva, pero nos ha llamado Monsegur.
- ¿Quién es Monsegur? Yo no he oído que nos llamara nadie.
- No lo has oído porque todavía no has aprendido a escuchar lo
suficiente, ya aprenderás. Monsegur es el único habitante que hay
en Nogurt. Vive solo porque asusta a la gente.
- ¿Qué hace para asustarla?
- Viste todo de negro con una gran capa. Según dicen esa capa tiene
un poder muy grande. Cuanto tapa se oscurece hasta transformarse
en negro. Se dice que por eso son todas las casas del pueblo negras.
Primero lo de dentro, los muebles, los cacharros, los trajes y todo lo
que hay en un hogar; y después se subía a cada una de las casa
extendiendo su capa hasta que quedaban como el carbón.
- Tengo miedo. Vámonos de aquí!
- No temas. También cuentan sobre él que está muy solo, por esa
razón, cuando alguien llega al pueblo, Monsegur se alegra tanto que
cuenta unas historias muy divertidas y es muy difícil alejarse de
Nogurt.

Mientras iba hablando, Brisa aterrizaba sobre la tierra negra.


Temerosa, Malva se acurrucó debajo de una de las alas de Brisa sin
atreverse a sacar la cabeza. Sólo asomaba los ojos que no se distinguían
de la negrura del lugar.
Pasado un rato, oyó unas pisadas: tac, tac, tac... y poco a poco fue
acercándose hacia ellos una figura negra como la noche con una capa
grande y larga hasta unos pies que debían sostener un gran peso
porque su movimiento era cansado y pesado.
- Por fin llegas, Brisa. Cuánto has tardado ¿quién te acompaña?
¿quién eres tú? – gritó sorprendido Monsegur.

Tan grande era el terror de Malva que no le salía la voz:


- Soy Malva – apenas susurró. – ¿Quién eres tú? – se atrevió a
preguntar.
- Dicen que soy la maldad y por eso me han dejado solo.
- ¿Y qué haces estando solo?
- Me divierto inventándome historias.
- ¡Cuéntame una! – gritó entusiasta Malva olvidándose de su antiguo
temor.
- ¿Sabes cómo nació el eco?

Monsegur se había sentado en una piedra y Malva se acurrucó a su


lado:
- ¿Cómo nació?
- Existía una cueva en un lugar muy lejano en la que sólo se oía su
voz: «Estoy sola, estoy sola...» repetía la cueva.. Estaba vacía y su
voz retumbaba en el silencio. Noche tras noche, de la cueva salía
«estoy sola...». Siempre a la misma hora. Cada vez su voz era más
alta. Así pasó mucho tiempo y la cueva seguía sin ser oída, aunque
ella gritaba más y más alto. Una noche, eran tan altos sus gritos,
que sus paredes comenzaron a abrirse. El dolor que le producían los
gritos era tal que guardó silencio y pudo oír: “Hola, hola, hola...”
“¿Qué es eso? eso eso eso... ¿saldrá de ese hueco?” se dijo mirando
la salida de la cueva.” “Eco, eco, eco...” “¿Quién es?” “Eco, eco,
eco...”La cueva, entre sorprendida y asustada siguió hablando y
preguntando. ¡Ya no estaba sola! Alguien respondía aunque sólo
repitiera el final de sus preguntas!, se decía a sí misma.
Malva escuchaba entusiasmada la historia que Monsegur relataba.
Mientras tanto, Brisa se sentía preocupado por la niña.
- Malva, se nos hace tarde... tenemos que irnos.
- No, por favor, Brisa, espera un poco, es tan divertida... sólo una
historia más. Tenemos tiempo. Monsegur, cuéntame otra. – pidió
Malva.

Monsegur miró a la niña satisfecho “¡ésta se queda!” se dijo. Pero al


mirar a Brisa comprendió que este se encontraba preocupado y se
dijo: “Nogurt es mi mundo, pero es demasiado obscuro para Malva”;
se puso en pie y a Malva se le llenaron los ojos de lágrimas.
-¡No te vayas Monsegur!

- Vete Malva, pero recuerda siempre cómo nació el eco” – dijo


tristemente Monsegur, alejándose y ocultando sus ojos empañados.

Brisa se agachó para que Malva pudiera subirse a su grupa sin


esfuerzo y con ella elevó el vuelo mientras Malva miraba a Nogurt
desde las alturas.

- Brisa, ¿por qué cuesta tanto marcharse de un lugar tan feo?


- Malva, hoy has conocido a Monsegur, que está tan solo como la
cueva. Tú has sido una amiga para él, por eso te ha dejado marchar.
Por lo mismo te cuesta tanto separarte de él.
- ¿Volveremos?
- No lo sé Malva, pero siempre podrás recordarlo.

Malva guardó silencio no convencida de lo que decía Brisa.


Ambos seguían volando. Brisa quería que Malva se pusiera tan
contenta como al comenzar el viaje y por eso iba haciendo piruetas en
el aire.
- Malva, quiero que conozcas Zúlem, es un mundo todo azul. Hay
tanta luz y tantas playas que el reflejo del sol en el agua, hace que
las casas se vean del mismo tono que el mar.
- Calla un momento Brisa, ¿no oyes? Alguien dice ven, ven, ven...
- ¡Por fin Malva! ¡Ya has aprendido a escuchar! – sonrió Brisa – es la
sirenita de Zúlem.
- ¿Nos está llamando?
- No nos está llamando a nosotros, pero sí, se la oye decir: “ven, ven,
ven”.
- No entiendo Brisa.
- Ten paciencia, Malva. Cuando lleguemos y la conozcas, si ella quiere
contártelo, lo entenderás.
- Vamos Brisa, bajemos de una vez – exclamó Malva. Esta vez, más
que la curiosidad, se sentía atraída por la voz diciendo “ven, ven,
ven”. Era un sonido muy especial... embrujado, misterioso, con una
fuerza imposible de resistir.

Llegaron a una playa desértica. Al fondo se veía una isla no muy


grande, toda llena de árboles desconocidos para ella. Troncos azulados
y ramas un poco más claras, también del mismo color. Las olas
rompían con fuerza en la isla. Pero al llegar a la orilla apenas se
notaban las olas en apenas se notaban las olas como en una playa.
Eran como murmullos que van perdiendo la energía hasta rozar la
arena, igual que caricias hechas a un niño.
- Brisa, ¿dónde está la sirenita? – preguntó desolada Malva al llegar a
tierra y no ver a nadie.
- Escúchala por un momento, si ella quiere, ya aparecerá.
- ¿Dónde está? ¿Cómo voy a oírla si no la veo?

Está resguardada detrás de la isla, ¿no ves lo azules que están los
árboles? Eso nos dice que ella está cercana. Las rutilantes escamas de
su cuerpo producen ese color a su alrededor.
- ¡Qué maravilla! – Malva estaba jugando con la arena mientras
escuchaba a Brisa. Le volvió a preguntar -¿Cómo voy a oírla?
- Si no haces tanto ruido con la arena podrás volver a escucharla.
Mantuvo la arena en la mano, guardó silencio y volvió a oír la voz:
ven, ven, ven...

- ¡Es cierto Brisa! Son las olas las que hablan.


- Sí Malva, son las olas las que traen su voz susurrada.
- ¿Por qué no lo hace ella misma?
- Es ella misma, su voz se transmite a través de las olas y se pierde
con la espuma, pero aparece otra ola y otra y otra, sólo cuando
guarda silencio no hay olas en el mar.
- ¡Sirenita, sirenita! – Malva gritó.
- Es inútil. Sólo aparece si la llamas por su nombre.
- No conozco cómo se llama. ¿Lo sabes tú Brisa?
- Sí, pero espera. Primero, te diré que es muy vergonzosa y por eso se
esconde. No le gusta que nadie la vea.
- ¿Por qué?
- Sus escamas brillan tanto que produce un color azul en su entorno y
eso le da mucha vergüenza.
- Vergüenza por tener las escamas azuladas... qué raro, ¿no?
- Puede parecértelo Malva pero así es ella.
- ¿Cómo se llama?
- Siltarr – respondió Brisa.
- ¡Siltarr, Siltarr! – llamó con impaciencia Malva.

- ¿Quién me llama?

Malva se echó para atrás porque la marea comenzó a subir.


- No te preocupes, Malva – dijo Brisa – Es Siltarr, que se acerca.

Malva vio en el agua un gran torbellino, toda espuma, que se acercaba


con velocidad.
- ¿Quién es, quién me llama?
- Soy yo, Malva; no te veo Siltarr, sólo veo una espuma azul.
- No quiero que nadie me vea me da vergüenza.
- ¿Por qué sientes vergüenza, Siltarr?
- Tú no lo comprenderías, prefiero no explicártelo.

Malva ya se estaba acostumbrando a hablar a esa voz espumosa y le


dijo muy decidida:
- Entonces, ¿por qué vas llamando:” ven, ven”?
- Porque no es divertido jugar siempre sola y así, me burlo de los que
se acercan a la playa. Unos se asustan y salen corriendo; otros se
acercan a la isla pero entonces, comienzo a hacer remolinos y con
ellos los alejo y los devuelvo a la orilla.
- ¿Por qué no dejas que te vean?
- Porque ya no creen que existan las sirenas, todos piensan que eso es
una fantasía y si alguien cree en ellas, piensa que son como la de los
cuentos, que cantan maravillosas canciones y son unas sirenas
hermosísimas. Yo no soy como esas y me da vergüenza que me vean
y se rían de mí, que piensen que soy una sirena de mentira.
- ¿No eres guapa?
- Soy normal como tú pero con cuerpo de pez y eso en mi mundo es
imperdonable, además no sé cantar y no me gusta hacerlo. Se
desilusionarían al verme porque mi cuerpo es más azul de lo
normal.
- ¿Por qué? – preguntó Malva.
- No lo sé, sólo sé que soy diferente a otras sirenas.
- ¿Y eso te avergüenza?
- No, sólo si se ríen de mí, tengo miedo a que lo hagan.
- ¿Por qué has venido hoy conmigo? – preguntó Malva.
- Tú me has llamado por mi nombre y sólo Brisa, el caballo alado,
conoce cómo me llamo. Creí que era él.
- Sí, él me ha dicho tu nombre; se ha ido a descansar un rato a tu isla,
¿con él no te avergüenzas?
- No, él sabe que hay sirenas y que no todas son iguales.
- ¿Por qué no te vienes con nosotros, Siltarr? Estamos recorriendo los
mundos de colores.
- No Malva, sólo puedo vivir en el mar.
- ¡Qué lástima! Nos divertiríamos tanto los tres. ¡Déjame verte,
Siltarr!
- No soy como las demás – dijo tímidamente Siltarr.
- Ya me lo has dicho, yo quiero conocerte.

Siltarr dejó de moverse y poco a poco la espuma azul fue


desapareciendo y apareció una sirenita muy joven, casi una niña, con el
pelo negro azabache muy corto, el rostro redondo y unos labios rojos y
pequeños. Sólo los ojos eran grandes y azules como el mar. Por lo
demás, era como todas las demás sirenas, torso de niña y cuerpo de
pez.
- ¿Qué te parezco, Malva?
- Una sirena, diferente, pero una sirena.
- Bueno, pues ya me voy, Malva, me alegro de haberte conocido pero
me marcho ya, vuelve cuando quieras y llámame.
- ¿Por qué te vas tan rápido?
- Antes me daba vergüenza y ahora me da mucha pena que te
marches.
Brisa se acercó a ellas y saludó a Siltarr. Después, replegó sus alas y
cuando Malva se subió salió volando con fuerza. Se alejaron del lugar
escuchando a lo lejos: “ven, ven...”

- ¿Volveremos, Brisa?
- Tal vez. Malva, ¿a qué mundo te gustaría ir ahora? – preguntó
Brisa.
- No sé Brisa, cuando nos vamos de uno me da tanta pena que no
tengo ganas de ir a ningún otro.
- Ya lo sé, Malva, yo conozco también eso pero, se va pasando poco a
poco. ¿Qué es lo que más te gustaba en tu mundo, Malva?
- ¡El circo! Cuando venía a la ciudad siempre iba a verlo...
- Ya está, ¡vamos al mundo rojo!.
- ¿Un circo todo rojo? ¿También los animales?
- No, Malva, es rojo porque está lleno de carpas todas rojas y tanto
los acróbatas como los payasos van vestidos de rojo. ¡Mira! Vamos a
ir a ver a Saminotria, que es amigo mío.
- ¿Quién es ese amigo tuyo?
- Saminotra es el payaso llorón.
- No, por favor Brisa, llanto no.
- Se llama así porque no sabe reír pero todos se ríen mucho cuando él
llora.

Malva no parecía muy satisfecha con la explicación que Brisa le daba.


Llegaron a un lugar donde los campos parecían globos a punto de
ascender, todos rojos.

Brisa esta vez estaba muy contento de volver a ver a su amigo. Recordó
que al conocerle le pareció maravillosa su risa. “Qué extraños son los
seres humanos, ahora no puede reír...”

Les salió al paso Bukito, la mascota de Saminotra.


- ¡Cuidado Malva, no te tire Bukito! Es muy bueno, pero tiene tanta
fuerza que al jugar te puede hacer daño, pesa 80 kilos.

El mastín se les acercó corriendo. Al llegar ante ellos movió el rabo


con rapidez.
- ¡Me recuerda! – Brisa estaba entusiasmado.

En esto, apareció Saminotra.


- ¡Buk! ¿Dónde estás, Buk? ¡Cielos! Pero si es Brisa. ¡Hola, viejo
amigo! ¿Cómo estás?

Malva se alejó con Bukito, mientras los dos amigos charlaban


animadamente de sus cosas.
- Ven, Bukito, enséñame todo esto. ¿Sabes? No me sorprende que tu
amo no sepa reír teniéndote a ti de mascota. ¡Qué ojos más tristes
tienes!
Estuvieron recorriendo todas las carpas y las jaulas de los animales, la
de los elefantes, la de los leones, la de la pantera... Pasaron las horas y
ya, al anochecer, volvieron y Saminotra seguía charlando con su amigo
Brisa.

- ¡Ah, estáis aquí! Ven Malva, quiero que conozcas a Saminotra.


- ¡Hola, Malva! ¿Qué te parece el circo?
- Es precioso, debe ser divertidísimo vivir aquí.

Dicho esto, Malva, recordando el apodo de Saminotra, el payaso llorón,


se arrepintió de haber mencionado la diversión.
- Bueno, ya me dirás tú misma si te diviertes cuando veas la función.
– dijo Saminotra.
- ¡Que tarde es! Tengo que pintarme para el espectáculo – casi gritó
el payaso.
- ¿Me dejas que me quede mientras lo haces? – preguntó Malva.
- ¿Quieres ser hoy mi acompañante?
- Sí – respondió rápidamente Malva – ¿qué tengo que hacer?
- Déjame que te pinte el rostro como yo lo hago.

Cuando estuvo pintada se miró al espejo y...


- ¡Oh! Si apenas puedo hacer ningún gesto – dijo tristemente Malva.

El rostro de Malva, tenía 2 franjas blancas debajo de los párpados y


otra que le cubría toda la boca y casi el rostro de lo ancha que era.
- ¡Qué cara más graciosa tengo! Pero no puedo sonreír. Es como una
máscara. ¡Mira lo que me pasa Saminotra!

Saminotra sonrió tristemente.


- Claro que no puedes. Es tanta la pintura que me tengo que poner
para ser un payaso, que es imposible hacer ningún gesto. No te
preocupes, el público no lo notará, se reirá con tu pintura
solamente, y por los esfuerzos que hagas al reír.

Malva estaba disgustada pero tampoco eso podía reflejarse en su cara.


- No quiero salir así, quítame la pintura Saminotria.
- Entonces no serás un payaso, sólo serás una niña.
- Yo no quiero ser un payaso de esta forma.

Malva se lavó la cara y esta vez su cara estaba asustada... - ¡creí que
nunca podría reír!
- No te asustes, es sólo mientras actúas como payaso.
Esa noche asistió mucho público que aplaudía mientras se reía a
carcajadas viendo llorar a Saminotra que no podría reír y lloraba por
no poder hacerlo.

- Brisa, no me gusta el circo.


- Entonces, no te gusta el mundo rojo porque está formado por todos
los circos.
- Pues no me gusta el mundo rojo.
- ¿Y Saminotra?
- Sí, él sí me gusta y también Bukito.
- Ellos dos viven en el mundo rojo - dijo misteriosamente Brisa
– ¿Nos vamos, Malva?
- Sí, pero ahora yo elijo el mundo al que quiero ir.
- ¿Dónde quieres ir?

- Al mundo marrón.
- ¿Por qué allí?
- Porque la tierra es marrón y quiero jugar con ella.
- ¿Estás enfadada?
- Sí Brisa, estoy enfadada con los mayores que se ríen porque
Saminotra no puede reír. Los niños también se reían. Vámonos
Brisa, quiero irme ya.
- Bueno, bueno, ya nos vamos. Te veo lo suficientemente enfadada,
para que conozcas a Escio.
- ¿Quién es ése? – preguntó hoscamente Malva.
- Es un hombre que vive en el mundo marrón y que sólo sabe discutir,
pelearse con los demás.
- Pues en estos momentos me puede resultar agradable conocerlo
porque eso mismo quiero yo: discutir y pelearme con alguien.
Vamos, rápido Brisa. No quiero que se me pasen las ganas de pelea.

De repente Malva vio fuego a los lejos:

- Cuidado, Brisa, no nos quememos.


- No, sólo es Escio, que juega con barro y fuego.
- ¿Como Prometeo? – preguntó Malva.
- Sí, esta un poco loco pero sus trabajos de alfarería son dignos de
ver, además es muy ocurrente.

- ¡Fuera! fuera, que os vais a quemar y estropear mis personajes.

Malva bajó y se encontró con él.


- ¿Por qué está haciendo esto?
- No tengo una razón, pequeña. Y tú, ¿por qué estás aquí? – casi le
gritó – ¿no sabes que es mi terreno?
- Sí Escio, lo sé pero quería conocerle y ver sus personajillos. Siento
haberte censurado al llegar.
- ¿Quieres hacerlos tú? ¿Cómo te llamas?
- Malva. Sí. me apetece mucho, será como la plastilina.
- Más o menos, pero recuerda que según lo hagas así serán y tendrán
el derecho de quejarse ante ti.
- Yo quiero hacerme yo.
- ¿Cómo? – preguntó Escio.
- Sí, sí... una Malva.
- ¿Para qué quieres hacer eso? – preguntó descalificadoramente
Escio.

Malva contestó airada:


- Con las manos moldeamos cómo somos, cómo queremos ser,
¿entiendes?
- No, yo moldeo lo que quiero tener, muchos esclavos que me
obedezcan, pero no me sale.

Internamente sonrió Malva y externamente comentó:


- Lo siento. Yo pienso que sólo está permitido modelarse a uno
mismo.

Mientras hablaba, manoseaba el barro de forma muy decidida y


segura. Escio le irritaba intensamente y no sabía cómo expresarlo sin
ofender. Siguió matizando la imagen y con el resto de barro hizo un
muñeco pequeño y ridículo.
Al finalizar observó la expresión de admiración de su enemigo:
- ¿Esta maravilla eres tú?
- Así me veo yo – respondió Malva – por lo tanto, esa soy yo.
- Y ¿esta repugnante figura?
- Así te veo yo. Vámonos Brisa, que aquí hace mucho calor.

Se subió rauda y velozmente sin que Escio tuviera tiempo para


reaccionar, éste no pudo responder ante la intensa sorpresa.

Brisa preguntó a Malva:


- ¿Dónde quiere que su esclavo la lleve?”
- No te rías de mí, Brisa. ¡Qué hombre! Es indignante su osadía. ¿Por
qué no vamos donde exista alguna persona digna de conocer?
- Pasa de largo Brisa, no me gusta el amarillo.
- Ja, ja ¡Qué supersticiosa eres Malva! Te pasa como a los
actores. Dicen que da mala suerte.
- No, no es por la mala suerte, me recuerda a quienes ponen
la cocina toda amarilla y no me gusta. Son tantas personas y todo
tan amarillo que aborrezco el amarillo por hartura.
- De acuerdo, pero entonces no te puedo presentar a Robin.
Nadie conoce su verdadero nombre pero todos le llaman Robin
porque usa las manos para hacer lo mismo que Robin Hood. Es
saladísimo. Él mismo se justifica por ser algo cortito de inteligencia,
al nacer le dañaron el cerebro. Es de los que ahora llaman
deficientes y no le quieren dar trabajo, por ello vive de lo que sisa y
roba.
- Estoy de acuerdo. Tiene toda la razón para robar. ¿Tiene
familia?
- Sí – respondió Brisa – pero como si no la tuviera porque no
le dan cariño.
- ¿Por qué? Qué tacaños. Quizás robe porque su familia es
tacaña con el cariño. Yo creo que entonces roba por necesidad. ¿No
te parece, Brisa?
- ¡Qué psicóloga eres, Malva! Yo no sé qué creer. ¿Por qué
roban las personas? ¿Tú qué crees Malva? ¿Por qué roban?
- Con certeza no lo sé. Sí he leído mucho sobre ello porque
tengo un hermanito que coge cosas. Yo siempre quería
comprenderle. Él lo pasaba muy mal cada vez que lo hacía, era
como si tuviera un impulso cada vez que pasaba algo en mi casa.
- ¿Qué, por ejemplo? – preguntó Brisa.
- Cuando había poco dinero. Si discutía alguien en casa. Si le
regañaban. No sé, cuando había algo que como yo decía, se sintiera
mendigo por algo, ¿comprendes?
- Explícate mejor Malva – dijo impaciente Brisa.
- ¿Cuándo uno se siente mendigo? Los caballos sois muy
raros, no sentís como los humanos. Nosotros somos mendigos si
pedimos algo que necesitamos y no nos lo dan.
- ¡Eso es capricho, Malva!
- No, Brisa, he dicho que necesitemos, no que deseemos. Si
no me das de comer, enfermo, ¿no? Pues todo lo que se necesite no
es capricho.
- ¿Y qué se necesita?
- Tan ignorante como tú son los padres. No saben qué se
necesita. Igual que tú no lo sabes.
- ¿Tus padres tampoco?
- Tampoco, pero es que ellos estaban tan agobiados por
problemas que no entendían que mi hermanito necesitara algo.
- ¿Y qué necesitaba, Malva?
- Brisa, yo tampoco lo sé pero sí puedo decir lo que yo hacía
mientras nos llevamos muy bien.
- ¿Qué hacías, Malva?
- Cada ratito le guiñaba un ojo muy rápidamente.
- ¿Sólo eso? ¡Qué bobada! ¡Qué raros sois los humanos! Y
con eso, ¿qué pasaba?
- Brisa, yo no sé contestarte, soy pequeña. Sólo sé que a él le
gustaba. Él sonreía con alegría cuando yo lo hacía e incluso a veces
él me hacía otro guiño a mí.
- ¿Qué sentías tú entonces, Malva?
- Yo me sentía como si fuésemos cómplices de algo y al
mismo tiempo como si me dijera: ‘Malva, está muy bien que me
guiñes el ojo, lo haces fenomenal.

Brisa añadió:
Quizás eso sentía tu hermanito cuando tú le guiñabas el ojo.

- No sé, quizás tengas razón, pero yo no sé si es así. Brisa,


ahora soy yo la que quiero bajar a conocer a Robin. ¿Cómo es?
- Muy agradable, simpático, vital, disfruta volando en un
ultraligero. Como está lejos del pueblo donde se sube al avión,
aproximadamente a 60km, va todos los días corriendo como si fuera
un maratón.
Esto contaba Brisa a Malva cuando, de repente, ésta empezó a
contemplar una figura diminuta que corría que se las pelaba.
- Vamos Brisa, baja corriendo que quiero irme con él y subir
en el ultraligero. ¿Puedo?
- Por supuesto Malva. Además, él es simpatiquísimo y
cuentan que muy seductor.
- Entonces, ¿por qué dicen que es retrasado?
- Cuando nos vayamos de aquí hablamos, ¿de acuerdo,
Malva?
- De acuerdo, Brisa.
- ¿Le vas a guiñar el ojo, Malva?
- No sé, aún no lo conozco.
-
Volaban junto a un chaval de la edad de Malva. La cara de sorpresa
de Malva no se hizo esperar.

- Ostras, todo amarillo: traje, calcetines, cabello, cejas, e


incluso costaría poco pensar que también el vello de las axilas y el
pecho. ¡Cuando fuera algo mayor, sería amarillo canario!

Igualmente se sorprendió Robin al ver a Brisa llevando a Malva en


su grupa. Robin paró su carrera y sonriente preguntó:

- ¡Brisa! ¿Vienes a quedarte?


- No, Robin, vengo a que Malva te conozca. Malva, éste es
Robin. Robin, ésta es Malva.

- ¡Hola! ¿Cómo estás, Malva?


- ¡Hola! ¿Cómo estás, Robin?
- Yo estoy muy contento porque estáis aquí, ¿Os quedáis en
mi casa?
- Sí, contestó Brisa, ¿Quieres, Malva?
- Sí, claro que quiero.
- ¿De dónde venís? – preguntó Robin mientras hacía un
gesto de saludo con la mano.

Rápidamente contestó Malva para que no le pisara la respuesta


Brisa, le parecía majo Robin:

- Venimos de otros mundos de colores; de conocer a su gente


y el modo en que viven.
- ¿Cuál te ha gustado más, Malva? – Robin le hizo la
pregunta a ella.

Brisa, respetuosamente, dio un paso atrás para dejar que hablaran a


solas. Ellos no observaron nada. Ambos estaban encantados el uno con
el otro.

- Cada uno me ha gustado por algo: Monsegur, el payaso,


Fes. Todos, excepto el mundo marrón. De ahí salí muy enfadada.
- ¿Por qué Malva?
- Porque era un tirano el que allí vivía. Pero no merece la
pena hablar de él. Hablemos de ti. Cuéntame Robin, ¿cómo vives?
¿Qué te gusta? Cuéntame todo.
Cuando terminó de decir esto, se puso como la grana. Estaba pidiendo
mucho y se notaría su inmenso interés. Él no percibió esto sino todo lo
contrario. ¡Alguien quería que le contase su vida! ¡Qué emocionante!
Empezó a hablar:

- Pues así de repente no sé. No quieren darme trabajo


porque dicen que no soy de fiar.
- ¿Y tienes familia?
- Sí, pero para lo que me sirve...
- ¿Qué significa eso, Robin?
- Que sólo los veo cuando vienen a mi casa y me echan un
rapapolvo.
- ¿Por qué te echan rapapolvos? – preguntó interesada
Malva.

Robin observó su interés y temió que se alejara si comentaba el


verdadero motivo.

- Por cosas de familia, ya sabes.


- No, yo no sé. – replicó Malva.

A pesar de su miedo no se atrevió a mentir y, angustiado, pensando


que perdería esta nueva amiga, respondió:

- Mi familia está empeñada en decir que hurto.


¿Comprendes?

Malva a cien por hora contestó:

- Yo tengo un hermano que por no recibir atenciones coge


cosas o dinero, igual que tú. ¿Es ése tu problema?

A Robin se le cayeron todos los palos del sombrajo. ¡No le importa!


¡Ostras Pedrín, esta chica es genial!

- ¿No te parece mal? – preguntó Robin.


- Ni mal ni bien. Me parece que sólo roban los pobres
porque no tienen. En el fondo tú, como mi hermanillo, sois
mendigos de algo. ¿Qué mendigas tú? – preguntó Malva,
guiñándole un ojo.

Pero Robin no se percató del guiño, sólo de la mendicidad y no le


gustó nada. Peor que ser ladrón.
- Yo no mendigo nada. Yo no soy un mendigo.
- Ya lo sé, pero qué querrías tú, ¿qué necesitas?
- Nada Malva, te equivocas. Yo no necesito nada.
- Por favor, no te ofendas. Soy una nueva amiga. ¿Quieres
que yo te diga lo que parece que necesitas? – preguntó
respetuosamente.
- De acuerdo Malva, dilo.
- Necesitas conocerte para saber qué necesitas, ¿no?
- No, Malva. – y se echó a llorar desoladamente. No quiero
que me veas llorando, Malva.
- Si quieres me voy, pero llorar delante de alguien fortalece –
Malva se sentía triste, no quería dejarle solo porque sus lágrimas le
dolían como propias.

Se pusieron a cuchichear ambos como si de toda la vida se


conociesen. Mientras tanto, Brisa estaba sintiéndose feliz de verlos
juntos. ¡Malva y Robin! Siempre lo pensó, pero aún así, se sentía
sorprendido, gratamente sorprendido. Lo que no sabía Malva es que
de todos los mundos, sólo el mundo amarillo puede salir a otros. Según
algunas teorías, es porque el fuego con cierto color amarillo purifica y
de nuevo resurge de sus cenizas en otro mundo diferente. No puedo
explicarlo más claro porque yo tampoco lo entiendo del todo. Los
caballos somos capaces en el movimiento y la velocidad, sabemos volar
los de mi mundo, pero de comprensión no necesitamos demasiado, sólo
lo más elemental. Aun así, yo soy inteligente y por eso me alegro tanto
de que Malva esté congeniando con Robin.

Mientras Brisa reflexionaba estas cosas, la pareja se encontraba


inmersa en una animada charla profunda y, a la vez, risueña. La
autenticidad. Ello era lo que les estaba uniendo desde un principio.

- Malva, ¿quieres que vaya con vosotros? – preguntó Robin.


- ¿Quieres venir?
- Malva aún tengo que realizar un trabajo. Necesito dejar de
ser mendigo. ¿Te parece mal?
Malva respondió:
- Me parece lo que tú pienses.
- Necesito tiempo para salir de la necesidad, dejando así de
ser mendigo.
- Me alegro por ti y lo siento por mí. Te echaré de menos.
- Cuando salga de la necesidad y entre en el deseo llegaré a ti
a través de las cenizas. ¿Me esperarás, Malva?
- Sí, te esperaré Robin. ¡MI MENDIGO FAFORITO!
Guiñándose un ojo se separaron. Malva volvió junto a Brisa.
- Vamos Brisa, vamos a otro mundo, del que yo no me vaya
habiendo aprehendido su mundo y su gente.
- ¿Vamos solos? – preguntó Brisa.
- Sí, solos... quizás algún día....
De nuevo una lágrima resbalaba por el rostro de Malva, mientras
murmuraba: “¡Qué hermoso es aprehender y, qué dolor, llevar a
alguien aprehendido”.
- Vamos al mundo Verde y podrás conocer a Fes.

- ¿Quién es Fes?
- No voy a decirte nada. Quiero que primero lo conozcas.
- ¿Qué voy a hacer cuando nos separemos? Siempre sabes qué hacer
y a quién visitar.

Llegaban ya a un lugar hermosísimo, montañoso y todo verde, el


verdor se extendía por todo el paisaje. Los valles, salpicados de flores.
- ¿Cómo se llaman las flores?
- Virdrinas. Son traídas directamente de la Antártida.
- ¡Me tomas el pelo!
- No. Si quieres, luego vamos y las ves. Son unas flores que se toman
en infusión y generan esperanza y alegría.
- Entonces, en mi mundo se venderían en las farmacias.
- No, Malva, porque sólo tienen efecto recién cortadas tanto en tu
mundo como en la Antártida y en el mundo verde, donde nos
encontramos.
- Brisa, ¿cómo llegan aquí?
- A través del ensueño y la imaginación. Desde la Antártida, alguien
conoce un personaje de aquí, cierra los ojos, se las imagina y a
través del ensueño, se mueven de un lugar a otro.
- ¿Es magia?
- No, es usar la energía que todos tenemos pero que no utilizamos
porque no imaginamos ni tenemos ensueños.
- ¿No es lo mismo?
- No, la imaginación necesita de la realidad: el ver las flores. El
ensueño es quien pone energía para ir a través de la imaginación y
llegar donde conecta con alguien.
- ¿Cómo logra conectar con alguien que desconoce?
- A través del deseo. En un mundo hay alguien que desea ponerse en
contacto con otro ser humano, y su propio deseo sirve como radar al
sujeto lejano. Este se ve impelido por su deseo, a conectar con su
imaginación y el ensueño.
Seguían hablando así mientras Malva era transportada por los aires,
Brisa llevaba sus alas extendidas.

- Ya llegamos. Malva. ¡Mira allá abajo! ¿Qué ves?


- Brisa, veo un niño jugando con las flores y las flores se mueven de
un lado para otro y... ¡Ahora, se eleva el niño! ¡Está volando! ¿Qué
sucede, Brisa? ¿Estoy loca?
- No Malva, no lo estás. Es Fes, ¡míralo!
- ¡Está desapareciendo, ya no lo veo!
Brisa reía:
- Ja, ja, ja... ¿Me dejas que te lo cuente?
- ¿Me dejas que te lo cuente?
- Sí, hazlo pronto, por favor.
- Fes nació con unos poderes sobrenaturales, se desconoce el motivo y
tanto él como sus padres nunca se preguntaron el por qué,
sencillamente aceptaron esa capacidad.
- ¿Cuál es, Brisa?
- Son 3 poderes: puede volar, puede ser el viento, haciéndose invisible
y el tercero, que tiene diferente al resto de los mortales, es que él
mismo es un imán a las miradas de los demás. Malva, -añadió Brisa-
lo que más me gusta de ti, es esa curiosidad que te permite
desarrollar tanto la inteligencia y el sentido común. Escucha Malva,
lo que aún no sabes es que una vez, cuando era tan pequeño que no
comprendía el peligro, que corría volando sin los límites de la
experiencia, se golpeó con una montaña y perdió la vista.
- ¡Oh! ¡Qué pena! – expresó rápidamente Malva. Ahora comprendo
lo que antes dijiste y no entendí sobre “los límites de la
experiencia”.
- Malva, los seres humanos mayores piensan que los pequeños o sin
experiencia pueden aprender en la vida a través de lo que ellos
dicen .Consecuentemente, se pasan la vida dando normas y órdenes.
- ¡Es verdad! Eso hacen mi padre y mi madre.
- Lo que no llegan a comprender, – continuó Brisa – es que sólo se
aprende o se aprehende, como quieras decirlo, a través de la propia
experiencia. En tu mundo Malva, ¿no utilizáis el verbo ‘vivenciar’?
- Sí, quiere decir que la experiencia está unida a la acción, al
sentimiento y al pensamiento, ¿o no es así?
- Sí, ¿cómo vais los niños a aprender algo sólo por lo que os dicen, si
no lo sentís y acto seguido reflexionáis sobre ello? Si no es así, sólo
repetís e imitáis.
- Pero... ¿cómo podría no haber perdido la vista Fes?
- De ninguna manera, Malva. El mundo personal de cada uno lo
movemos nosotros mismos, no hay determinismo pero ciertas cosas
como las enfermedades que vienen de afuera sí son determinadas
por... no se sabe qué. Los árabes dicen algo muy hermoso de fondo y
que suena bien al oído:
KARMA
ES
KARMA.

- ¿Qué significa, Brisa?


- El Destino es el Destino. Es enigmático y cierto, pero sólo a ciertas
enfermedades. Por lo demás, el cómo vivimos y hasta dónde
llegamos, es propio e individual según nuestras capacidades, deseos
y voluntades.
- Brisa, estás hoy muy filósofo.
- Me hace estarlo Fes. Es ciego, pero yo no conozco un niño más feliz
que él. Ello me vuelve filósofo y me hace pensar que la felicidad es
un don o una capacidad que tienen los seres humanos. Sólo algunos
la saben experimentar y no corresponde en absoluto con la realidad
externa de lo que sucede.
- No lo entiendo, Brisa.
- Es difícil de entender Malva. Bajemos, conoce a Fes y después lo
entenderás.
- Me apetece mucho. ¡Vamos, Brisa!

Bajaron rápidamente. Antes de tocar tierra, brisa planeó para que


Malva fuera acostumbrando los oídos a distintas alturas.

Malva se sintió atraída fuertemente con la curiosidad puesta al servicio


del deseo.

- Hola, soy Malva y ¿tú? Preguntó al tocar tierra.


- Soy Fes. Ya sé quién eres. Hace un rato estuve junto a vosotros pero
no me visteis, lo mismo que yo tampoco os veía.

Sonrió Malva como si Fes pudiera ver.


-¡Qué curioso!- volvió a sonreír de nuevo.
Fes preguntó:
- ¿Qué te parece curioso?
- Como explicas las cosas, o mejor dicho, las dices. Parecería que
nosotros tampoco podemos ver como tú.
- Pues claro, y es exactamente lo que quería decir. Vosotros queríais
verme pero no podíais. Yo también querría pero no puedo. No hay
diferencia.
- Sí la hay – respondió Malva – nosotros sí podemos verte. No quiero
ser cruel, pero es así como te lo digo.
- Escucha Malva, tu voz para mí es quien pone la diferencia entre tus
palabras – que son crueles – y tu tono que está llena de ternura. De
igual forma, la intención de ir en mi busca impidió que pudierais
verme junto a vosotros. Vuestra atención en la arena impidió que
me vierais. Es un problema de selección, sencillo.

Malva estaba casi convencida, pero tenía dudas en la conclusión.


¡Somos como ciegos! Eso es muy fuerte. ¡No! ¡No podía creerlo!
- Por favor, Fes, explícamelo más que sigo sin entenderlo.
- Mira Malva, ¿qué es lo más fácil en esta vida?
- No sé, para mí, sonreír. Como todo me gusta, curioseo, enseguida,
sonrío porque me gusta verlo, tocarlo, entenderlo...
- Ya entiendo tu pensamiento. Ahora procura seguir el mío. A mí lo
que más fácil me resulta es contar cuentos a otros niños. Una vez leí
uno – cuando podía ver – en el que la protagonista contaba cómo
creaba sus propios cuentos junto a los niños, ellos escogían los
personajes y ella narraba una historia con deseos de los
protagonistas. Yo aprehendí de su creatividad y cuando dejé de ver
con los ojos, comencé a contar muchos cuentos. A partir de ese
momento, veo a los niños mejor que ellos mismos. Sólo necesito un
poco de imaginación y un deseo colocado en los personajes.
- Cada vez estoy más liada, Fes. Sigue aclarándome.
- Es sencillo. Yo, como la protagonista de mi cuento preferido,
pregunto a los niños: “¿Qué personaje queréis que tenga el
cuento?” Ellos me indican cuáles: ¡hay muchos, tantos como niños!
El médico, el mago, el malvado, el príncipe, el hada, la princesa, el
asesino, el anciano sabio, la niña triste, el caballo alado. Hay tantos
y tantos como momentos en la vida de un niño. Yo comienzo a
dejarme llevar por la espontaneidad del personaje. ¿Qué hace un
asesino? Matar mucho. ¿Y un hada? Cumplir todos los deseos de
alguien. Aunque no veas, sientes dentro de ti el “¡oh!”, “¡ah!”,
“¡uf!”, “¡Porfa! ¡Porfa!” de los pequeños. Escuchas sus expresiones
de curiosidad, deseos, miedos, sorpresas. Son señales que te indican
por dónde avanzar, cuándo aparece el mago o el asesino y cuándo y
cómo terminar el cuento. Lo único que tienes que hacer seguir sus
indicaciones. Por ejemplo: ¿qué desearía un niño que pone de
personaje un médico? Dime Malva.
- Supongo que curar a alguien.
- Eso pienso yo. Oigo la petición de este personaje, y por el temblor
de su voz imagino si quiere curar a alguien o a sí mismo. Si noto que
es para ayudar a otro, yo lo curo simplemente a través de un médico
en operación peligrosa. Cuando es él el que siente la necesidad de
curarse (la voz es menos trémula) le pongo de relieve lo que no ve de
positivo en la enfermedad.
- ¡Oh! – contestó solamente Malva.
- ¿Ves? ¡Tú has contestado con sorpresa y admiración! Sólo es saber
escuchar.”
- Y... y... si el niño o la persona no oye bien, ¿cómo lo hace?
- ¡Mirando! ¡No sabes cómo gritan las miradas! ¡Haz tú misma la
prueba ante un espejo! Mira y piensa en cosas tristes, alegres,
rabiosas o de miedo. Todo se expresa a través de la mirada, sólo hay
que aprender su código. De esta forma, en el cuento se acaba
cumpliendo el deseo oculto que se expresa con la mirada, la voz o
cualquiera de los sentidos. ¿Tú no lees el lenguaje de las manos?”
Malva, estaba maravillada. ¡Ciego y veía! Lo más maravilloso era:
Ciego y Veía
Sordo y Oía
Cojo y Andaba
- ¡Señor, señor! – exclamó Malva
- ¿A que más o menos estás pensando que internamente todos somos
ricos? –preguntó Fes.
- Sí – murmuró Malva.
- Mira Malva – comenzó Fes – yo tuve un profesor que oía con
dificultad y me enseñó a oír las miradas, es decir a mirar, a leer el
interior de uno mismo. Yo, a mi vez, tuve un alumno que no andaba
bien y su cerebro y su corazón corrían que se las pelaban, parecía
un galgo.
- ¿De qué era tu profe y tú que enseñabas?
- Es igual, mi profe y yo mismo, con nuestra pequeña asignatura
enseñábamos a vivir, es lo único que deberíamos, querríamos y
podríamos aprehender. ¡No te creas, no todo el mundo sabe vivir!
- Tú sí sabes vivir – dijo Malva.
- Porque me sigue fastidiando ser ciego... ¡caramba!
Lo dijo con tanta realidad y tanto sentido del humor que Malva se echó
a reír.

- ¡Ja!...¡Ja!... a mí también me fastidia no volar.


Ahora le tocó a Fes reír estrepitosamente:
- Vuelve a verme algún día Malva.
- Piensa en mí y volveré, no me olvides Fes.
- Te diré un secreto Malva, tu gran preocupación es el temor al
olvido, ¿verdad? El tuyo y el ajeno, ¿no es cierto?
- Es cierto, ¿cómo lo sabes?
- Por dos cosas: por tu deseo de conocer, de saber, por tu curiosidad.
Ello indica deseo de consolidar para que no se escape lo aprendido.
En segundo lugar, no te ha llamado la atención cuando he
pronunciado aprehender. Usamos este verbo los que tememos al
OLVIDO. Adiós Malva, yo he aprehendido este momento en mi
vida.
Malva no pudo contestar, se secó una lágrima mientras intentó no
sollozar. Ella también lo llevaba aprehendido...
Triste y silenciosamente, Malva y Brisa van por esos mundos sin tener
ilusión ni curiosidad por su entorno. A Malva cada vez la cuesta más
separarse del mundo que deja, recordó un libro: “El Principito”, la
historia del zorro...: “y finalmente un día te irás y me quedaré triste y
eso, es domesticar”. Siempre pensó que amistad y domesticar era lo
mismo. Ahora ella estaba triste y el recuerdo le llenaba los ojos de
lágrimas. Ella pensaba: “quizás por eso tengo ganas de llorar, porque
está aprehendido en mi corazón Fes. Supongo que eso será la otra cara
de la moneda. Si no estuviera aprehendido, no tendría ganas de llorar.”

Con estas reflexiones dejó que las lágrimas corrieran por su rostro
serenamente, sintiendo dentro de sí un sabor agridulce, como la
impresión que nos puede dar el arco iris: lluvia y color juntos. Sí, es un
fenómeno de la naturaleza que produce impresión de tristeza y alegría
en un mismo instante, será algo parecido a lo que siente Malva: -“¡Qué
suerte, he conocido! ¡Qué pena, me marcho!”

Malva viajaba, ensimismada, agarrada a Brisa cuyas grandes alas se


batían con suavidad para que Malva pudiera visitar el último mundo
de colores: el blanco.

Cuando Malva entreabrió los ojos, exclamó con sorpresa:


- Brisa, hemos llegado al mundo blanco! ¡Qué hermoso! ¡Es el más
bonito de todos! ¡Qué montañas, qué valles! Es precioso.

Brisa se sintió intensamente feliz al notar la alegría de Malva. No lo


podía expresar, su código se lo prohibía, pero durante el camino a este
nuevo mundo, él percibía la tristeza de Malva. Los caballos, como los
perros, notan el sentir de los humanos, aunque su código no permita
decirlo. Sí, quedan aprehendidos.

- Mira Malva. ¿No invita a bajar por esa ladera tan blanca, por la
nieve?
- Sí, vamos Brisa, esquiemos por la nieve.
- Ja, ja. Yo no puedo esquiar. – dijo Brisa.
- Es verdad, puedes volar pero no esquiar y yo puedo esquiar, pero no
volar como tú y Fes.
- Así es la naturaleza Malva, pura lógica.

Malva no estaba para lógicas. Se echó encima de la nieve y daba


volteretas, feliz.
- Ve a aquella casita que te dan unos esquís. Yo te espero aquí Malva,
este lugar me hace resbalar.
- De acuerdo, como quieras. ¿Conoces a alguien aquí?
- Sí, hace muchísimos años conocí a alguien que estuvo en mi mundo.
- Cómo se llama ella? – preguntó Malva, como siempre llena de
curiosidad.
- Yo vengo del mundo de la fantasía y ella era un hada llamada
Estalibá. Yo creo que es mejor que vayas a por los esquís y cuando
nos vayamos te cuento mi historia, ¿de acuerdo? – preguntó Brisa.
- Vale – respondió Malva, yéndose hacia la casita.

Brisa no quiso hablarle de Estalibá. Le concedería tres deseos y él


pensó que la espontaneidad de Malva sería preferible a que los llevara
pensados. A él, al menos le fue bien de esa forma. El pidió:

1. Poder volar: en su mundo los caballos no vuelan.


2. Encontrar un amigo y encontró a Malva. Ella le llamó y él pudo
acudir.
3. Y, el último, guardado como un as de oros bajo la manga: poder
volver al mundo de la fantasía, su mundo, cuando quisiera. Ya
sabemos que del mundo de la fantasía, mientras no seas llamado
por alguien, no se puede salir. Malva había hecho realidad su
segundo deseo pero ella, alguna vez, querrá volver a su mundo...

Allá, a lo lejos, estaba Malva entrando en la casita. ¡Esquiar, cuánto le


apetecía! No lo había hecho nunca pero se lo había ocultado a Brisa.

- Buenos días señora. – dijo Malva –¿es usted Estalibá?


- Sí – contestó el hada – ¿cómo sabes mi nombre?
- Me lo ha dicho Brisa. – contestó Malva.
- ¡Brisa! Qué alegría. ¿Tú vienes con él?
- Sí.
- ¿No te ha dicho nada de mí?
- Que es usted un hada, ¿no?
- Sí, sí lo soy, pero hay algo más. Por venir con Brisa yo puedo
otorgarte tres deseos. ¿Quieres?

Malva cada vez estaba más sorprendida. ¡Un hada! Pero tan sencilla,
entregando boletos para esquiar, parecía más una dependienta que un
hada. Ahora se enteraba de que podía pedir tres deseos. Tenía que
pensarlos rápido y dijo:
1. Poder volver a mi casa.
2. Poder volver a ver a Brisa y a los que he conocido en el mundo de
colores.
3. Por último, aprender a esquiar en un tiempo mínimo.

- Está bien, ¡que se cumplan tus deseos! – dijo el hada.


- ¿No coloca usted la varita mágica?
- No, la varita mágica ya no se lleva. ¿No usáis vosotros ordenadores?
Pues nosotros también evolucionamos. Ahora damos fuerza al
pensamiento y con él llenamos de energía mágica.
- Pero... ¿sigue siendo mágico? – preguntó tímidamente Malva al
hada tan venida a menos como la que estaba viendo ante sí.
- Bueno... magia magia... no sé qué decirte. No tengo la respuesta.

Malva cada vez estaba más sorprendida. ¡Un hada que no hace magia
y que no sabe la respuesta! Empezó a pensar que no es que fuera un
hada venida a menos, es que sería un hada de tercera o cuarta
categoría.
- Lo que estás pensando no es verdad, Malva.

Malva se asustó:
- Lo siento, no quería pensar eso...
- No pasa nada, seguimos adivinando el pensamiento, aunque yo no
creo que sea exactamente eso, es que nos fijamos en vuestro miedo,
lo demás es fácil. Te preguntabas si yo era de fiar, ¿no?

Malva recordó a Fes:


- Sí, pensaba algo así.

- Bueno, como todo el mundo, nosotras cambiamos. ¿Tú me imaginas


en tu mundo con varita mágica? Ahora nos llaman sanadoras.
Tienen toda una historia sobre nosotras y los chacras o puntos de
energía, pero es lo mismo, somos de la familia porque en tu mundo
han decidido que las hadas y la magia producen no sé qué
moderno... ¡sí!, lo llaman falta de salud mental o algo así de raro.
Hija, no lo entiendo, nosotras decíamos que había brujas, ¡que era
verdad! Pero ahora las llaman patología mental, eso es, ahora me
acuerdo, patología mental. Y todo por no creer en las hadas y en la
magia, que es lo único que se ve y se toca, como tú a mí, y, sin
embargo, consideran real la tristeza que ni se ve ni se toca. Pues no
lo entiendo, habrá sido un brebaje de una bruja, o un hada con poca
experiencia. Mira Malva, nosotras, las hadas, las sanadoras, etc...
ponemos energía en vosotros, y vosotros la usáis como deseáis y eso
es lo que hace miles y millones de años se llamaba milagro y que
nosotras, para no ser tan pomposas, lo llamamos cumplir el deseo.

Por ejemplo, tú quieres aprender a esquiar rápido. Pues te pongo ½ de


energía en tus chacras y tu atención se centrará en aprender y tendrás
vigor físico. Que quieres volver a ver a Brisa y a los que has conocido,
pues eso requiere fortaleza en el pensamiento. En un pis pas los traes
con tus recuerdos. Supongo Malva, que notas cómo la preceptora de
las hadas nos repetía constantemente: “no seáis soberbias, tenemos que
introducirnos en un mundo natural, y ser nosotras naturales”. En fin,
cosas sencillas.

Malva cada vez entendía menos. Podrían existir las hadas como
siempre han existido. Podrían no existir como dicen los incrédulos que
ahora llaman equilibrados. Pero esa la mezcla de Merlín y de
modistilla que va a echar alfileres a San Antonio es lo que le
sorprendía. No entendía nada y lo que es peor, temía romperse la
crisma si bajaba la ladera esquiando.

- ¿Por qué si existe Brisa, no existen las hadas como toda la vida han
existido? ¿Por qué tiene que ser natural lo que no es natural? A
estos mayores no hay quien los entienda. Patología mental, chacras,
fortalecer el pensamiento, 1 kilo de energía. Yo me voy de aquí –
pensaba Malva-. Es graciosa, pero muy extraña. Voy a buscar un
hada como las de siempre. Que vuele junto a mí mientras esquío, no
que me ponga un Kg. de energía y me deje sola. No, me vuelvo con
Brisa y nos vamos. Si encontramos por el camino un hada,
estupendo, si no otra vez será. Hay mucho tiempo y muchas hadas.

Llegó a Brisa y se subió a su grupa:

- Vámonos a casa, Brisa.

Como si le hubieran tomado el pelo, así estaba Malva.


MUNDO DE MALVA

- ¿Qué sucede Malva?


- Que me ha tomado el pelo. Dice que es hada pero no lo es más que
tú o que yo. ¿Vamos a casa Brisa?
- Sí Malva, como tú quieras – ahora era suya la tristeza, pero no dijo
nada, ¿cuándo tendría que decir adiós? De entre todo, lo que más
sentía era separarse de Malva, ¿no le pasaría a ella lo mismo?

Iban los dos en silencio, sin atreverse a entablar conversación por


miedo a entristecer al otro. Al mismo tiempo miraban hacia atrás,
añorando lo que dejaron tras ellos. No se puede decir que realmente lo
hubieran abandonado, pero se sentían como si fuera así.

Recorrieron muchos lugares en el viaje de retorno. Con insistencia


Brisa pasaba a uno y a otro lado del Arco Iris. Lo que al principio
fascinaba a Malva y alegraba a Brisa, ahora se realizaba, como todo
retorno, cansino y triste por la separación.

Por fin llegaron al lago donde se conocieron. Brisa, se posó suavemente


en el suelo y Malva bajó abrazándose tiernamente a su cabeza.

- Te quiero Brisa, lo he pasado fenomenal contigo.


- Yo también - sólo supo responder Brisa.
- Quiero verte pronto, sobre todo, volverte a ver. ¿Qué tengo que
hacer Brisa?
- Fundamentalmente recuerda que cuando ya no creas en las hadas,
yo ya no volveré. No podrás tener la fuerza de traerme.
- ¿Por qué no voy a creer en las hadas si existen? – preguntó Malva.
- No importa, aunque no creas, si crees en mí volveré.
- ¿Qué tendré que hacer?
- Nada importante. Cuando me eches de menos, ven como la primera
vez al lago. Como entonces, siéntate en el banco y observa el agua
recordando lo que hemos realizado juntos. Ya verás cómo al
momento estaré aquí contigo.
- Me alegro – respondió seriamente Malva.
- No me gustaría marcharme sin decirte algo Malva.
- ¿Qué es?
- El motivo de que yo aparezca. ¿Sabes lo que es la fantasía Malva?
- Sí, cuando pienso en ti y tú no estás -contestó tristemente la niña.
- Yo sólo puedo existir en tu fantasía. Si tú no tienes fantasía o en ella
no estoy yo, desaparezco.
- ¿De mi vida?
- Y de la mía, Malva, y de la mía.
- ¡Qué horror! ¿Y qué hacemos?
- No lo sé – respondió Brisa.
- ¿Los mayores tienen fantasía? – preguntó Malva.
- Algunos, la mayoría no. Los adultos tienen la manía de creer que la
fantasía es de niños y de locos. También se la conceden a los artistas,
pero con cierto aire de superioridad, como si les perdonaran la vida,
a pesar de estar un poco locos.
- Ya, entiendo, es como cuando no me tienen en cuenta y dicen: “ya
crecerá”, ¿no es así?
- Exacto – contestó Brisa.
- ¡Ya lo tengo, Brisa! ¡Ya lo tengo!
- ¿Qué es?
- ¡Me haré escritora de cuentos! Empezaré contado todo lo que he
vivido contigo. Cada historia será un mundo y se llamará “El
mundo de los Colores” .Tú estás en todos ellos y así seguiremos
estando juntos.

Tanto era el entusiasmo de Malva que contagió a Brisa:

- Estupendo Malva. Así no nos separaremos indefinidamente. Pero...


¿a ti te gusta escribir?
- ¡Sí! Escribiendo nunca podré olvidar.
- Nunca lo había pensado de esta manera – dijo Brisa.
- Bueno, Brisa. Hay mucho que trabajar.
- Es verdad, hay mucho que trabajar –respondió Brisa.
- Hasta pronto, Brisa. Te veré en el mundo de los colores.
- Hasta pronto, Malva, que tu fantasía prolongue mi realidad.
- Te quiero Brisa, te quiero.
- Te quiero Malva.

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