Sunteți pe pagina 1din 87

See

discussions, stats, and author profiles for this publication at: https://www.researchgate.net/publication/269104054

La descomposición de la Ecología

Book · January 2008

CITATIONS READS

0 745

2 authors:

Angel Guerra Santiago Pascual


Spanish National Research Council Spanish National Research Council
376 PUBLICATIONS 5,491 CITATIONS 229 PUBLICATIONS 1,490 CITATIONS

SEE PROFILE SEE PROFILE

Some of the authors of this publication are also working on these related projects:

PhD: A multidisciplinary approach to tackle the problem of the zoonotic parasite Anisakis in fish View
project

CEFAPARQUES View project

All content following this page was uploaded by Angel Guerra on 14 January 2016.

The user has requested enhancement of the downloaded file.


La descomposición de la Ecología
En homenaje a Ramón Margalef
Ángel Guerra y Santiago Pascual

“Creo que la Ecología tradicional se está descomponiendo en un mosaico de hipótesis, unas


interesantes, otras menos, algunas contradictorias e incluso frívolas” (Margalef, 1991. Teoría de los
sistemas ecológicos, Pág. 17)

Índice
Prólogo
1. Introducción
2. Las raíces de la Ecología
3. La Ecología moderna
3.1. La madurez de la Ecología a partir de indicadores bibliométricos
4. La Ecología adjetivada
4.1. Aplicación de un escrutinio para valorar si la adjetivación es emergente
4.1.1. Ecología del comportamiento
4.1.2. Ecología antropológica y Ecología humana
4.1.3. Ecología molecular
4.1.4. Ecología microbiológica
4.2. Innecesidades, desenfoques y frivolidades
4.3. La ecolonización de los sustantivos
5. Ecología y ecologismo: el deconstruccionismo social de la Ecología
5.1. El Principio de precaución
5.1.1 La catástrofe del buque Prestige
5.1.2. Aznalcollar
5.2. El Principio de San Marcos
5.3. La Ecología tal cual la interpreta un conservacionista
5.4. El ecólogo que bajó de las montañas
6. ¿Tendremos que buscar un nombre nuevo para la Ecología?
7. ¿Hace falta un nuevo paradigma en Ecología?
7.1. Desarrollo ulterior del episteme de la Ecología o una nueva visión del dinamismo de
los sistemas naturales
7.2. La información
7.2.1. Racionalidad materializada
7.2.2. Cómo medir y manejar la información
7.3. El organismo como unidad central de la Ecología
7.4. Relaciones entre la Ecología y otras ciencias
7.5. Pautas para conseguir una completa inserción de la Ecología en la sociedad actual
7.6. ¿Sigue la Ecología teórica contemporánea los derroteros señalados para el desarrollo
de su episteme?
8. Bibliografía

1
Prólogo

1. Introducción

A partir de mediados de la década de los sesenta del siglo pasado hemos asistido a una
verdadera inflación en el uso del término «ecología». Y ello se debe a diferentes motivos.
Fueron, a nuestro juicio, los movimientos ecologistas, cuyo origen y composición son
complejos, los que más han influido en la generalización y vulgarización del uso de los
conceptos y de la terminología ecológica. Esto ocurrió no sólo en los medios de comunicación,
sino también en la educación universitaria y en la enseñanza media. Esta tendencia comenzó en
los países anglosajones extendiéndose luego al resto de naciones desarrolladas, volcándose
finalmente, aunque siempre en transformación, a los países en vías de desarrollo.
Esta generalización conllevó una expansión, pero a la par una simplificación, de la
Ecología, principalmente cuando periodistas, sociólogos y políticos comenzaron a emplear
profusamente los conceptos y la terminología ecológica. Ello comportó, en la práctica, una
limitación de la Ecología a temas relacionados con la degradación y conservación del medio
ambiente; sobre todo, al impacto de la actividad humana en el ambiente o sobre el
desequilibrio que la actividad antropogénica produce en Gaia. En cierto sentido se trivializó
tanto que, para el gran público, Ecología es ahora casi sinónimo de limpieza y recuperación del
medio ambiente. Todo lo ecológico devino en una moda, y actualmente no hay disciplina
científica que se precie que no haya incorporado el prefijo «eco», o que no haya añadido a su
nombre original este vocablo «mágico».
Este tipo de tratamientos ha contribuido a difuminar el verdadero concepto de la
Ecología, pero no sólo a difuminarlo sino también a atomizarlo. Por ello, no encaramos
únicamente un proceso de desvanecimiento de perfiles sino además, y ello puede ser todavía
más peligroso, un proceso disgregativo, y no es difícil pasar de la falta de unidad a la pérdida
de contenidos genuinos.
Al margen de las motivaciones y reivindicaciones del movimiento ecologista, muchas
de ellas de gran valor natural y socio-cultural, su metodología y retórica no han sido siempre
impecables. Una de las causas de este hecho es que los que trabajan por hacer realidad un
nuevo ethos en la gestión global de la Naturaleza han tenido dificultades a la hora de establecer
alianzas con los profesionales de la Ecología, despertando en muchas ocasiones suspicacias en
la comunidad científica. Esta falta de alianza estratégica ha permitido la vulgarización
ontológica y epistemológica de la Ecología entre el gran público, y la percepción generalizada

2
de esta ciencia como un movimiento social reivindicativo de la limpieza global y el buen orden
local nacido en la contracultura de los años sesenta, explicitada en el aforismo: piensa
globalmente, actúa localmente. Además, no hay que olvidar que la institucionalización e
instrumentalización política de la Ecología tampoco han sido siempre ejemplares, y, en
ocasiones, se han adoptado medidas no orientadas a la resolución de los problemas, sino más
bien motivadas por razones de trasfondo mediático o presiones sociales de determinados
colectivos. Estos últimos disparates bastante alejados de la racionalidad deontológica que se ha
de presuponer en un informe o proyecto científico-técnico.
Con todo, habría que apuntar que la distancia que separa la denuncia de los problemas
de la Naturaleza con el conocimiento de sus causas (que es la misma que separa al ecologista
del ecólogo, y a la Ecología del ecologismo) requiere ahora de una política flexible de
reconocimiento más que de conocimiento. Es necesario romper este desencantamiento. Hay
que fortalecer y establecer puntos de inflexión donde sea posible el encuentro y la
contrastación entre el escepticismo del mundo académico e investigador y el erotismo de los
agentes sociales. La masa crítica está ahí, quizás la dificultad de este maridaje radique en ser
capaces de encauzar institucionalmente y gestionar políticamente estas iniciativas, pero
siempre distantes del populismo y próximos a la experiencia de una democracia intelectual
participativa (Bronowski, 1978), a través de foros o redes, algunas de las cuales son ya bien
conocidas.
Como científicos, los dos autores nos dedicamos profesionalmente a profundizar e
investigar en la compleja disciplina de la Ecología. Como ciudadanos, ambos no somos ajenos
a la corriente de debates, protestas, reivindicaciones y luchas que hay planteadas en nuestra
sociedad sobre la protección del ambiente. Son numerosas las personas y organizaciones que
vienen a preguntarnos o a recabar nuestro apoyo sobre esas cuestiones. No estamos en absoluto
en desacuerdo con muchas de sus reivindicaciones, y de hecho ambos nos hemos involucrado
en ellas en más de una ocasión. De esta manera, hemos colaborado activamente en trabajos
encaminados a conocer y proteger a los mamíferos marinos de las costas gallegas, amenazados
por algunos peligros. También hemos participando en mesas redondas para la defensa de
determinados ecosistemas, como el de la ría de Vigo, y hemos confeccionado informes
científicos sobre el impacto de vertidos ocasionales y habituales de petróleo sobre hábitats y
especies marinas. Además, hemos reivindicado repetidamente la necesidad de investigaciones
apropiadas para conocer el efecto de una excesiva explotación o de la utilización de ondas
acústicas sobre los ecosistemas y las especies. Por último, y sin ánimo de ser exhaustivos,
hemos cooperado con expertos nacionales en talleres de trabajo donde, un tanto romántica y

3
utópicamente (la utopía siempre es necesaria), se trataba de identificar ecosistemas marinos
ibéricos que convendría acotar y proteger.
Sin embargo, somos también testigos del uso indebido que algunos sectores de la
sociedad hacen de la Ecología. Por ello, en nuestro quehacer en relación con esas actividades, y
no en escasas ocasiones, nos asaltaron deseos de aplicar la enseñanza que se desprende de una
anécdota que protagonizó el profesor Margalef y de la que fue testigo uno de nosotros (AG).
Estaba don Ramón trabajando en la redacción de su manual sobre Ecología, golpeando las
teclas de su vetusta Lexicon 80, hacia comienzos del verano de 1970, cuando entraron en el
departamento un grupo de estudiantes de Biología de la universidad de Barcelona preguntando
por él. Después de obtener su permiso, nuestro testigo los introdujo a su presencia, quedándose
discretamente cerca. El representante del grupo expuso a Margalef el deseo de que apoyase una
actuación colectiva y reivindicativa para proteger un determinado espacio ambiental del
Mediterráneo Catalán que estaba sometido al impacto de una excesiva explotación de origen
humano. Margalef le escuchó atentamente, y luego, con bastante cordialidad, dijo dirigiéndose
a todos: « ¿ustedes han estudiado ya Ecología?» Ante la respuesta negativa del representante y
del colectivo, añadió algo así: « no estoy en contra de la defensa del medio ambiente, pero es
muy conveniente que primero estudien Ecología, y así sabrán los términos correctos en que
plantear sus reivindicaciones. La Naturaleza es muy sabia y da muchas sorpresas».
Este ensayo nace, en primer lugar, con la intención de denunciar la inflación
actualmente existente en el uso del término Ecología, desenmascarando su inutilidad en
muchos casos, y reivindicar la necesidad del uso riguroso de los conceptos ecológicos, además
de mostrar las tendencias actuales a partir de las cuales éstos podrían progresar, ya que como
señaló Margalef (1996): «La Ecología sigue necesitada de un mayor desarrollo científico».
También nos ocuparemos sobre cómo los conceptos ecológicos pueden fecundar otras ciencias
y sobre todo de cómo la Ecología puede integrarse en la sociedad globalizada del siglo XXI.
Como estamos a favor del diálogo entre esta ciencia y los asuntos ambientalistas, trataremos de
seleccionar algunas cuestiones fronterizas y la forma de articularlas, para luego intentar
establecer puentes que impidan que el diálogo entre ecólogos y conservacionistas se convierta
en una mera ilusión. Además, como la Ecología ha seguido un largo camino hasta constituirse
como un auténtico cuerpo doctrinal, dedicaremos el primer capítulo de este trabajo a analizar
las raíces de esta ciencia, pues juzgamos que conocer las ideas germinales es de inestimable
ayuda para comprender la naturaleza de las cosas. Y todo ello considerando al profesor
Margalef como guía de nuestras reflexiones.

4
Descomposición de la Ecología

Relajación Instrumentación

Tiempo
Ciencia Sociedad
Ecología moderna
- Acopio de datos básicos
-Planetaria global

5
Atomización Trivialización

Ecología
tradicional
Agronomía
Estudios forestales Biogeografía
Fisiología
Geobotánica Demografía
Geógrafos y Raíces de la Ecología
Naturalistas

importantes de la deconstrucción de la Ecología hasta llegar a su descomposición actual.


En la figura esquemática se ilustran los principales hitos de la construcción y las causas más
2. Las raíces de la Ecología

Mucha gente está descubriendo que los pueblos de la mayoría de las culturas indígenas
antiguas conocían y trataban a la Naturaleza con profundidad y respeto. Ello se ha logrado a
través de un creciente movimiento intelectual y sentimental que trata de hallar las raíces de los
pueblos. Escenario especialmente palmario en los Estados Unidos de Norteamérica y Canadá,
donde quizá se deba a lo moderno de su erección como naciones independientes, a la
amalgama de razas que componen sus sociedades, y un sentimiento de culpa. Ese conocimiento
era ya, aún sin haber sido definido como tal, verdadera Ecología. Y la armonía y equilibrio
entre el hombre y la Naturaleza una verdadera actitud ecológica. Por ello, puede decirse que las
raíces de la Ecología son tan antiguas como el mismo hombre.
Entendida como el estudio de las complejas relaciones, positivas y negativas, existentes
entre los organismos vivos y su entorno, la Ecología se constituyó como una disciplina
científica o un área especifica de investigación en el siglo XVIII. Fue el biólogo alemán Ernst
H. Haeckel (1834-1919) quien acuñó el término Ecología en 1869. Deriva de la voz griega
Oekologia, cuyo significado etimológico es ciencia o estudio (logos) del lugar donde se vive,
casa o morada (oikos). Sin embargo, el origen del campo de estudio de esta ciencia, que
Haeckel detectó como innombrado e inadecuadamente cubierto por alguna de las disciplinas
científicas particulares que ya tenían nombre, es más antiguo y tiene varias ramificaciones.
La primera de las raíces de la Ecología puede identificarse en los trabajos realizados por
geógrafos y naturalistas para la descripción de la flora y de la fauna. En esta línea podríamos
remontarnos hasta textos del siglo XV, especialmente hasta exploradores españoles de
América, quienes no se contentaron con una mera descripción de las nuevas plantas y animales
que descubrían, sino que se interesaron además por los procesos que explicaban su distribución
y abundancia. Posteriormente, la comparación entre América y Europa continuó siendo
inspiradora para otros grandes naturalistas y exploradores, como el francés George L. Leclerc,
conde de Bufón (1707-1788) y el alemán Alexander von Humbold (1769-1859). Este último
fue el primero en considerar las relaciones entre la vegetación y las condiciones climáticas, la
altitud y la latitud, unos rudimentos que posteriormente dieron lugar a la disciplina conocida
como Geobotánica.
Como ha señalado Margalef (1974), durante un largo periodo el estudio de las
comunidades naturales se centró fundamentalmente en la vegetación (por ej. Carl Linnaeus,
1707-1778). Así, pueden considerarse ecólogos un elenco de botánicos distinguidos durante los
siglos XIX y XX, comenzando por Aimé J. A. Bonpland (1773-1858) y Alphonse A. de

6
Candole (1806-1893), y continuando por el alemán A. W. F. Schimper (1856-1901), el
dinamarqués Johannes E. B. Warming (1841-1924), y los norteamericanos Frederik E.
Clements y Henry C. Cowles (1869-1939) cuyos trabajos sobre la sucesión dominaron la
disciplina durante toda la primera parte del siglo XX. También los rusos Aleksandr F. Rudzky
(1838-1901) y Vyacheslav K. Sukachev, padre de los estudios forestales en la Unión Soviética,
o el francés Josias Braun-Blanquet (1884-1990) son figuras indiscutibles de la Botánica
europea y pioneros de la Ecología, como lo es también Braun-Blanquet, fundador de una
fecunda escuela de Fitosociología localizada en la Station Internationale de Geobotanique
Mediterranéenne et Alpine (SIGMA). Ubicada en Montpellier, esta escuela tuvo una notable
influencia en los botánicos e incipientes ecólogos españoles, principalmente a través de varias
instituciones catalanas muy ligadas a la actividad profesional de Pío Font Quer (1888- 1964),
fundador del Instituto Botánico de Barcelona.
Contribuyó también a forjar la Ecología el estudio de los suelos o Edafología. Se trata
de una disciplina científica relativamente reciente que comenzó a desarrollarse a finales del
siglo XIX con las observaciones del geólogo ruso Vassilievich V. Dokoutchaïev sobre los
suelos de Ucrania y del ingeniero de montes alemán Emile Ramman. El primer mapa sobre los
suelos rusos fue editado en 1900. En él se seguía la clasificación edafológica propuesta por
Dokoutchaïev. Se trata de una clasificación zonal que llegaría a ser de gran trascendencia en
Europa y los Estados Unidos. Ramman publicó en 1902 el primero de una serie de artículos
dedicado a los suelos de Europa occidental. Este primer artículo estaba dedicado a la península
Ibérica y en él se esboza los tipos de suelos ibéricos aplicando los principios de zonalidad
marcados por la escuela rusa. El concepto de la distribución regional que presentan los suelos
resultó muy útil para llegar a su comprensión, lo que contribuyó notablemente en la realización
de mapas edafológicos, así como al desarrollo del cuerpo doctrinal de la Edafología, cuya
comprensión resulta fundamental para la conservación del ambiente. En la primera mitad del
siglo XX, esta ciencia se desarrolló en España de la mano de un grupo de farmacéuticos,
agrónomos y biólogos entre los que destacan Luis de Hoyos Sainz (1868-1951), Juan Dantín
Cereceda (1881-1944), Emilio Huguet del Villar (1871-1951) y José Mª Albareda Herrera
(1902-1966).
Fue durante el siglo XIX cuando se comenzó a acentuar el divorcio entre la Ecología
vegetal y animal, aunque C. K. Sprengel (1750-1816) reconociese el interés de los animales
como agentes de la fecundación de las plantas.
Hacia mediados del siglo XIX se produjo un punto de inflexión en la Biología con la
edición del «Origen de las especies» de Charles Darwin. Después de esa publicación se

7
comenzaron a adoptar los puntos de vista evolucionistas entre los todavía balbucientes estudios
ecológicos, tendiéndose desde entonces a separar lo estrictamente geográfico, en el sentido de
la determinación histórica de las características de las estirpes, y lo puramente «ecológico» o
relativo a los rasgos de adaptación a condiciones ambientales que pueden ser semejantes en
áreas biogeográficamente desconectadas (Margalef, 1974). Alfred R. Wallace (1823-1913) fue
el primero en proponer una «geografía» de los animales, dando lugar al inicio de la
Zoogeografía basada en la evolución. Varios autores coetáneos con Darwin y Wallace
reconocieron que las especies no eran unas independientes de las otras sino que se agrupaban
en poblaciones, y que éstas conformaban comunidades donde convivían plantas y animales.
Contribuyó también notablemente a la incorporación de los puntos de vista evolutivos en la
Biogeografía el naturalista y explorador inglés Herny W. Bates (1825-1892), quien estudió
numerosos aspectos del mimetismo. Margalef (1974) señala como notable que la impregnación
de la Ecología por las ideas evolucionistas se hizo principalmente en el campo de la Zoología,
lo cual, posiblemente, contribuyó a mantener el distanciamiento entre Ecología vegetal y
animal.
La incipiente disciplina de la Biogeografía estaba necesitada de grandes hipótesis
ordenadoras, fundamentalmente de puentes continentales que dieran una explicación coherente
a las distribuciones de flora y fauna terrestres que se observaban. Estas fueron ofrecidas desde
diversos puntos, pero el más relevante se debe a la Teoría de la Traslación o Deriva de los
Continentes propuesta por el geofísico alemán Alfred L. Wegener (1880-1930) en su libro
«Los orígenes de los continentes y de los océanos». Las concepciones de William D. Matthew
(1871-1930) sobre las distribuciones centrífugas alrededor de áreas de climas cambiantes,
expuestas en sus trabajos sobre la Paleontología de los mamíferos terrestres, completaron la
decisiva aportación de Wegener.
Uno de los principales apoyos de la Biogeografía es el estudio de los fósiles. La
Geología experimentó un importante avance con los trabajos del dinamarqués Nicolaus Steno
(1638-1686), primer científico en señalar que la historia de la Tierra estaba escrita en las capas
de sedimento y rocas que ahora contemplamos emergidas, definiendo el concepto de
superposición, según el cual los estratos más viejos en cualquier lugar son los que se
depositaron primero, y, por lo tanto, los más antiguos. Steno y John Ray (1627-1705) fueron
los pioneros en reconocer los fósiles como restos de otrora especies vivas. Los fósiles se
consideraron durante bastantes años principalmente como marcadores de terrenos, y los
cambios en la aparición sucesiva de faunas en las diferentes eras geológicas productos de
grandes catástrofes. Uno de los máximos exponentes del catastrofismo fue Georges Dagobert,

8
barón de Cuvier (1769-1832). Sin embargo, con James Hutton (1726-1797) aparecieron en la
Paleontología los conceptos de actualismo y uniformismo, que se consolidaron con Charles
Lyell (1797-1875). A partir de ellos se consideró que la deposición, elevación y erosión
durante largos periodos era la explicación más plausible de las características de los terrenos
actuales. Por otra parte, los resultados de los trabajos del austriaco Othenio Abel (1875-1945)
fueron la base sólida para considerar que la forma de los fósiles podría proporcionar indicios
apropiados sobre el ambiente en que vivieron y el tipo de vida que llevaron. Asimismo, que los
fósiles podrían interpretarse como testigos de comunidades que funcionaron de manera similar
a las presentes, y que los cambios por ellos experimentados habrían sido consecuencia de
variaciones de parecida naturaleza a las actuales. Todo lo cual son concepciones perfectamente
ecológicas.
Los nuevos descubrimientos realizados durante el siglo XIX por los químicos Antoine-
Laurent de Lavoisier (1743-1794) y Horace-Bénédict de Saussure (1740-1799) fecundaron el
pensamiento de los naturalistas, sobre todo en lo referentes al ciclo del nitrógeno. Igualmente
lo hicieron los estudios científicos de algunos aspectos de la agricultura ligados al
reconocimiento de factores limitantes de la producción o nutrientes inorgánicos u orgánicos
analizados por Justus von Liebig (1803-1873). Después de observar el hecho de que la vida se
desarrolla únicamente dentro de estrictos límites en cada uno de los compartimentos de la
atmósfera, hidrosfera y litosfera, el geólogo austriaco Eduard Suess (1831-1914) propuso el
término «Biosfera», significando con él las condiciones que promueven la vida tales como se
encuentran en nuestro planeta. El geólogo ucraniano Vladimir I. Vernadsky (1863-1944) en su
libro «La Biosfera» describió los principios fundamentales de los ciclos biogeoquímicos,
redefiniendo y ampliando el concepto de Suess, al considerar los elementos abióticos
(minerales, fundamentalmente) en relación con los seres vivos.
Ya hemos indicado como el desarrollo de la Ecología actual debe bastante a estudios
forestales y agronómicos, pero esta benefactora y germinal influencia también se ejerció a
través de trabajos sobre epizootias de diferente naturaleza, y estudios epidemiológicos,
ganaderos y pesqueros. Louis Pasteur (1822-1895), por ejemplo, prestó un enorme servicio a
la Medicina y la Biología con su explicación bacteriológica del fenómeno de la fermentación,
al mismo tiempo que desarrollaba una auténtica labor ecológica, proporcionando nueva luz al
capítulo de la descomposición de la materia orgánica. A Sergueï Winogradsky (1856-1953) se
le considera fundamental en la aplicación de los conceptos ecológicos en la Microbiología. Se
podría alargar indefinidamente la lista de las investigaciones y experiencias realizadas por
agrónomos, silvicultores, zootécnicos y otros especialistas en ciencias prácticas, que han

9
significado casi siempre un mejor conocimiento de algún nuevo aspecto de las interacciones
existentes entre los seres vivos y su entorno, permitiendo que la Ecología pudiera
progresivamente ir fijando el campo de sus propios objetivos, pero esto cae fuera de nuestro
propósito. En el ámbito de las pesquerías, no obstante, hay varios desarrollos que quizá
convenga destacar porque son básicos en dinámica de poblaciones. Nos referimos a los
trabajos de Fedor I. Baranov (1886-1965) y Edgard S. Russell (1887-1954) donde se definen
las bases de esa materia en términos matemáticos, así como el concepto de explotación
excesiva o sobrepesca. Los modelos del matemático italiano Vito Volterra (1860-1940) y del
demógrafo norteamericano Alfred J. Lotka, (1880-1949) son fundamentales para comprender
la interacción entre especies, principalmente las relaciones depredador-presa. Esta metodología
tendrá gran importancia para la integración de los desarrollos matemáticos -fundamentalmente
estadísticos- en la Ecología.
La demografía tiene un entronque natural y fundamental con la Ecología a través del
concepto de población, cuya definición y manejo se remonta a Leonhard Euler (1707-1783) y
Thomas R. Malthus (1766-1834). Las ideas de este último sobre la imposibilidad de mantener
constante cierta tasa de crecimiento de una población humana durante un largo periodo de
tiempo, debido a que la tasa de incremento de los recursos necesarios no crece
acompasadamente a la poblacional, influyeron notablemente en Darwin, y contribuyeron,
además, a expresar que la ocupación de un espacio concreto por una población es un fenómeno
asintótico, es decir, que no rebasa un determinado límite impuesto por la capacidad máxima del
ambiente. La expresión matemática- la curva logística- de esta idea fue generada por el
matemático belga Pierre F. Verhulst (1804-1849) y aplicada en numerosos estudios de
demografía humana por el prolífico y polifacético norteamericano Raymond Pearl
(1879-1940.)
Otro de los afluentes que conformaron el caudaloso río de la Ecología procede de la
añeja disciplina de la Fisiología, desde la cual algunos aspectos fueron de mayor influencia que
otros para la conformación de la Ecología. Así, el desarrollo de los conocimientos sobre la
asimilación del carbono, la utilización de la energía por los vegetales, el estudio de la
respiración, el descubrimiento de los nutrientes como factores limitantes de las plantas y los
ciclos biogeoquímicos de la materia, todos ellos realizados entre mediados del siglo XVIII y
finales del XIX, fueron esenciales para la formulación de los conceptos de producción y de
mutua dependencia de animales y plantas. La Fisiología aportó, además, interesantes
procedimientos analíticos e instrumentación, lo que, junto con el desarrollo de cultivos,
primero vegetales, favoreció el desarrollo de la experimentación bajo condiciones controladas.

10
Ello permitió indagar, entre otras cosas, sobre el efecto de determinados parámetros
ambientales como la luz y la temperatura sobre individuos y poblaciones, y formular algunas
leyes.
Considerando los animales, los estudios fisiológicos que más contribuyeron al
desarrollo de la Ecología están relacionados con la reproducción y el comportamiento. Existe
mucha información ecológica en tratados sobre la historia natural de los animales, como por
ejemplo los de Jonh E. Audubon (1785-1851) o los de Jean H. Fabre (1823-1924). Debido a
que el comportamiento de una especie únicamente se entiende dentro del ambiente en el que
vive, la Etología tuvo especial importancia en el desarrollo de la Ecología, proporcionado una
visión dinámica de los procesos. Cabe citar aquí los antiguos trabajos de Jacques Loeb (1859-
1924), Herbert S. Jennings (1868-1947), y los más modernos de los premios nobeles Niko
Tinbergen (1907-1988), Karl von Frisch (1886-1982) y Konrad Lorenz (1903-1989.)
Las primeras pescas de microorganismos pelágicos marinos fueron realizadas por
Victor Hensen (1835-1924) en la primera mitad del siglo XIX. Los científicos embarcados en
el Challenger quedaron asimismo fuertemente impresionados por la enorme abundancia y
variedad que hallaban constantemente a lo largo de sus rutas, de lo que Hensen bautizó como
plancton (del griego «los que flotan»), reconociendo que se trataba de auténticas comunidades
vegetales y animales, fito y zooplancton respectivamente. Los naturalistas se percataron muy
pronto de que el plancton constituye la comunidad ideal para el estudio de la producción y del
equilibrio de la vida en los mares (Margalef, 1974). Fue en 1877 cuando Karl Möebius propuso
de designación de «biocenosis» en relación a un banco de ostras, introduciendo en su estudio
consideraciones de tipo trófico. Los naturalistas Edward Forbes (1815-1854) y Alexader
Agassiz (1835-1910) imprimieron un ritmo acelerado a los trabajos en el ámbito marino y al
estudio de las diferentes formas de vida en relación con distintos tipos de ambiente.
Una de las características más interesantes de las expediciones oceanográficas
realizadas desde mediados del siglo XIX fue la interdisciplinaridad. A bordo de los barcos se
reunieron especialistas en Meteorología, Hidrografía, naturalistas, marinos expertos, etc., todo
ello contribuyó a un intercambio de ideas y de metodologías muy fecundo para el desarrollo de
la Biología en general y de la Ecología en particular. En ese sentido, la expedición del
Challenger, aunque no fue la primera, si puede considerarse como la más decisiva. John
Murray (1841-1914) acabó de editar en 1896 los 50 volúmenes que recogen las experiencias de
esta expedición, y posteriormente, en colaboración con el oceanógrafo noruego Johan Hjort
(1869-1948), escribió un clásico en la Ecología marina -The Depth of the Ocean- publicado en
Londres en 1912.

11
En el desarrollo de la Oceanografía, además del interés por los recursos pesqueros,
influyeron otras causas, que van desde la experimentación en condiciones confinadas o
acuarios hasta la realización de campañas oceanográficas organizadas tanto por las estaciones
marítimas como por los gobiernos. En este último aspecto, son de primordial importancia las
expediciones realizadas por el príncipe Alberto I de Mónaco y sus colaboradores a bordo del
Hirondelle durante el período comprendido entre 1885 y 1888. En España, Odón de Buen,
Tomás Erize y Enrique Ortiz de Zárate participaron en la expedición científica que realizó la
fragata «Blanca» de la Armada Española en 1885. Esta campaña tuvo una gran influencia para
enfocar a De Buen, fundador del Instituto Español de Oceanografía en 1914, hacia el estudio
del medio marino. Por otra parte, en 1889 se reunió en Oslo el Consejo para la Explotación del
Mar a fin de debatir dos problemas: la explotación de los recursos del Atlántico Norte y los
efectos del medio ambiente sobre ellos. Como consecuencia, en 1902 se creó el Consejo
Internacional para la Exploración el Mar (CIES o ICES), que se considera por bastantes
historiadores como el verdadero inicio de la Biología Pesquera, pero que no deja de ser una
fecha simbólica ya que existen numerosos antecedentes en este campo tanto en países europeos
como norteamericanos (Guerra y Prego, 2003).
A partir de la fundación de la Estación Zoológica de Nápoles en 1872 por Anton Dohrn
(1840-1909), los laboratorios costeros- verdaderos buques de investigación anclados- se
extendieron por un gran número de países de varios continentes, siendo de especial relevancia
para el desarrollo de la Ecología el Laboratoire Arago de Banyuls-sur-Mer, fundado en 1882
por Henri de Lacaze-Duthiers, la Scripps Institution, fundada en 1903 como un laboratorio de
investigación independiente hasta que se incorporó a la Universidad de California en 1912, y la
posterior Woods Hole Oceanographic Institution en la costa atlántica de los EE.UU. La
primera Estación de Biología Marina española se fundó el 20 de mayo de 1886, siendo su
principal promotor y primer director Augusto González de Linares (1845-1904). Su nombre
completo era «Estación Marítima de Zoología y Botánica Experimental» y sus fines eran, en
primer lugar, el estudio y la enseñanza de la fauna y flora de las costas nacionales y mares
adyacentes, incluyendo las cuestiones científicas relacionadas con ellas; luego, la aplicación de
estos conocimientos al desarrollo de las industrias marinas; y finalmente la preparación de
colecciones con destino a los museos y establecimientos de enseñanza (Guerra y Prego, 2003).
Desde el punto de vista bibliográfico, el tratado de Sverdrup, Jonhson y Fleming sobre la
Física, Química y Biología de los océanos, editado en 1942, representa otro hito en la Ecología
marina.

12
El biólogo suizo F. A. Forel publicó el primer trabajo limnológico propiamente dicho
en 1895. Estudió la realidad biológica existente en las zonas lacustres, principalmente en el
lago Lemman. Numerosos autores consideran a Forel como el padre de la Limnología, pero
esta disciplina científica tuvo algunos precedentes. No se puede obviar la labor precursora de
los microscopistas del siglo XVII que habían empezado a descubrir y describir los pequeños
organismos del agua dulce. Así por ejemplo Antoni van Leeuwenhoeck (1632-1723) fue el
primero en observar la estructura del alga Spirogyra mientras escudriñaba el mundo
microscópico descubierto a través de los instrumentos fabricados con su inigualable pericia.
Horace Bénédict de Sausseur (1740–1799) y John Leslie (1766-1832) observaron y explicaron
la estratificación térmica que se observaba en los lagos. Y Louis Agassiz (1807-1873) fue el
pionero de los estudios limnológicos en los EE. UU. Desde un principio, la Ecología de aguas
dulces se apoyó en pequeños laboratorios montados en las orillas de lagos. Anton Fritsch
(1855-1922) estableció en Bohemia la primera estación lacustre en 1888, pero la más
influyente fue la fundada en 1901 por O. Zacharias en Plön (Alemania). A comienzos del siglo
XX, Stephen A. Forbes (1844-1930) aplicó los principios integradores de la naciente Ecología
a los lagos en su obra The lake as a microcosm publicada en 1925, donde las estructuras
lacustres se contemplan como sistemas independientes. Einar C. L. Naumann (1891-1934) y
August F. Thienemann (1882-1960) fueron los primeros en relacionar el ciclo de vida en los
lagos con sus características fisiográficas, aunque este último fue más allá proporcionando un
carácter rigurosamente ecológico a la Limnología y desarrollando de paso la Ecología general
(Margalef, 1974). Naumann y Thienemann clasificaron los lagos de acuerdo con su estatus
trófico, introduciendo los conceptos de «oligo» y «eutrofia». Desde la Universidad de
Wisconsin, la extensa labor de E. A. Birge (1879-1941), junto con la de Chancey Juday (1871-
1944), contribuyó notablemente a desarrollar la síntesis limnológica, tarea en la que es de
justicia nombrar además al austriaco F. Ruttner. Un discípulo de Forbes, C. A. Kofoid (1865-
1947), fue el pionero en estudiar las corrientes fluviales. Por otra parte, J. G. Needham (1900-
1962) dio un nuevo avance al estudio de los lagos. La aparición del tratado Limnology y la
fundación de la escuela de Michigan, ambos debido a Paul S. Welch, significaron el principio
de la consolidación de la Ecología de las aguas dulces en los EE.UU., que acabó por
confirmarse con la fundación de la Sociedad Limnológica Americana en 1936. Una figura
señera que ejerció una incomparable influencia tanto en la Limnología como en la Ecología fue
G. Evelyn Hutchison (1903-1991), fundador de la escuela de Yale. Hutchison fue un
investigador eximio y un gran pedagogo, que ejerció su magisterio a través de sus clases,

13
dirección de tesis, y publicación de un gran número de artículos y libros, entre los que destaca
A Treatise on Limnology, que se considera el inicio y fundamento de la Limnología actual.

3. La Ecología moderna

La primitiva Ecología era fundamentalmente una Autoecología. En ella se analizaban


las influencias del ambiente físico sobre los seres vivientes, sin penetrar suficientemente en el
campo de las comunidades naturales a pesar de los excelentes trabajos de Möebius sobre la
biocenosis, y de las ideas derivadas del desarrollo de la Biogeografía, que trataban de explicar
cómo había podido llegar a colonizarlo.
A nuestro entender, el advenimiento de la Ecología moderna debe centrarse en 1935,
cuando el botánico ingles Arthur G. Tansley (1871-1955) acuñó el término «ecosistema»: el
sistema interactivo que se establece entre la biocenosis, o conjunto de seres vivos, y su biotopo.
El concepto de ecosistema de Tansley, además de evitar ciertos errores de la analogía orgánica
de la que habían abusado algunos naturalistas e incipientes ecólogos, está inspirado en modelos
físicos termodinámicos o en base a flujos de energías. Esta es su formulación original: «la
concepción más fundamental es, así me lo parece, el sistema global (en el sentido de la Física),
incluyendo no sólo el complejo de los organismos, sino también el complejo completo de los
factores físicos, que conforman lo que denominamos ambiente del biota-los factores del hábitat
en su sentido más amplio…No se puede separar a los organismos de su entorno con el que
constituyen un sistema físico único…Se trata de un sistema, que así formado constituye la
unidad básica de la Naturaleza sobre la superficie del planeta…Estos ecosistemas, como
podemos denominarlos, son de múltiples tipos y tamaños».
El ecosistema se ha convertido en el eje principal sobre el que pivota la organización
de la Ecología moderna, que devino en la ciencia de los ecosistemas. Para la Ecología
contemporánea, los organismos se agrupan y clasifican de acuerdo a cómo obtienen, procesan
y consumen la energía, cuya fuente principal es el sol, pero que puede proceder de otras
fuentes, como es el caso de los ecosistemas basados en la quimiosíntesis. La transformación de
la energía se rige por las leyes de la termodinámica. El flujo de la energía a través del
ecosistema constituye las redes tróficas, donde cada organismo encuentra su ubicación. La
configuración espacio-temporal del ecosistema es un aspecto importante de análisis, su
autoorganización o transformación en el tiempo, inducida por factores naturales o espurios-
como la contaminación antropogénica- da lugar a las sucesiones. La interpretación de las
sucesiones puede considerarse como un proceso de acumulación de información, donde la
historia y las innovaciones cabrían enfocarse como procedimientos de tanteo y acierto, es decir,

14
como un juego, y como tal regido por determinadas reglas, cuya teoría y desarrollo matemático
se conocen cada vez mejor.
El desarrollo de la Ecología moderna en los EE. UU no puede desligarse de la figura de
Eugene P. Odum (1913-2002). Su libro de texto Fundamentals of Ecology, escrito en
colaboración con su hermano Howard T. Odum (1924–2002), publicado por primera vez en
1953 y del que existen numerosas reediciones, formó a más de una generación de biólogos y
ecólogos. Odum adoptó y desarrolló el concepto de ecosistema, utilizando también los aspectos
trofo-dinámicos en Ecología, derivados de las publicaciones de Raymond L. Lindeman (1915-
1942), un malogrado discípulo de Hutchinson. Además, con E. Odum, la Ecología se despojó
de ciertos tufos de organicismo que arrastraba de anteriores concepciones, constituyéndose en
una auténtica e independiente disciplina científica, lo que para bastantes biólogos era
inconcebible. Aunque Odum quiso sobre todo influir en los conocimientos básicos que recibían
los estudiantes universitarios de Biología, y no deseó ningún papel histórico como promotor
del ambientalismo tal y como hoy lo conocemos, su dedicatoria en su libro Ecology (1963)
expresa que su padre le había inspirado a «ambicionar lograr las relaciones más armoniosas
posibles entre el hombre y la Naturaleza», ello influyó en su concepción de que la tierra es un
conjunto entrelazado y armonioso de ecosistemas, que es una de las claves del movimiento
ambientalista. Odum fue, sin embargo, un pensador y un educador independiente, que
bastantes veces criticó con elegancia y cierta condescendencia los lemas de los fantasiosos
conceptos de ese movimiento. Por otra parte, fue de los primeros en emplear el título de
Ecología -sin adjetivo- en un libro de texto, superando así la distinción entre Ecología animal y
vegetal.
La otra figura señera de la Ecología contemporánea es Ramón Margalef López (1919-
2004.)

Ría de Vigo, 1953. Los Drs. García del Cid (al fondo) y Margalef

15
Como acertadamente ha señalado Cáceres (2004): «pocos científicos españoles de la
segunda mitad del siglo XX han sido tan profusamente citados por sus colegas, y no sólo por
sus aportaciones al estudio del medio natural sino por el fecundo magisterio ejercido sobre
generaciones de estudiantes e investigadores en todo el mundo. Sus tratados «Ecología» (1974)
y «Limnología» (1983) son dos clásicos imprescindibles en numerosas universidades de varios
países. Margalef fue el precursor de la ciencia ecológica en España y el inaugurador de la
primera cátedra de Ecología de nuestro país, abierta en 1967 por la Universidad de Barcelona».
En su libro «De la biosfera a la antroposfera. Introducción a la Ecología», Josep
Peñuelas (1988) recuerda cómo conoció al maestro de tantas generaciones: «En 1978 iniciaba
mi cuarto curso de licenciatura cuando llegó al aula el profesor de Ecología, un personaje entre
descuidado, travieso y sabio llamado Margalef y dijo: «La Ecología, asignatura que vamos a
estudiar este curso, es, como se ha dicho alguna vez, aquello que le queda a la biología cuando
todo lo importante ha recibido ya algún nombre». Aunque sus palabras suenan a chiste no
dejan de ser un verdadero intento de descripción de la disciplina, que como ciencia de síntesis
comprende conocimientos y herramientas de las más variadas disciplinas». «El profesor
Margalef, continúa Cáceres, fue un pionero al insertar la Ecología en el ámbito de la moderna
teoría de sistemas, entender que su objeto de estudio eran los niveles superiores de
organización biológica y emplear la física teórica o los modelos matemáticos para enfocar
asuntos como la dinámica de poblaciones. Cuando en 1967 llegó a la Cátedra de Barcelona,
Margalef ya era un científico de prestigio internacional, autor de numerosísimos trabajos
publicados mientras trabajaba en el Instituto de Investigaciones Pesqueras del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), y de obras emblemáticas como «La teoría de
la información en Ecología» (1957) o Perspectives in Ecological Theory (1968), donde se
resume un curso magistral dictado en la Universidad de Chicago. En correspondencia con el
éxito de sus publicaciones y libros, vino también el reconocimiento de los premios. Entre los
muchos que recibió figuran el Huntsman de Ciencias Marinas de 1984, algo así como el Nobel
de la especialidad, y el Nacional de Medio Ambiente, de 1984. El auge de los movimientos de
defensa de la Naturaleza ha hecho que los conceptos de Ecología y de ecologismo se mezclen,
cuando, como reza un viejo dicho, tengan que ver lo mismo que la Sociología con el
socialismo. Margalef distinguió claramente la distancia que va de la ciencia al activismo
proteccionista, pero no fue ajeno a los excesos del desarrollo».
El profesor Margalef nunca olvidó que trataba con organismos vivos y por ello
enfatizaba siempre que era pertinente la necesidad de conocer bien las especies que los

16
constituyen, es decir, insistía en la necesidad de formarse en Sistemática y Taxonomía.
Tampoco trató nunca a los organismos vivos como partículas inanimadas, aplicándoles
ciegamente los principios de la Física, como desgraciadamente hacen ahora algunos profesores
de la asignatura. Y mantuvo también un sano escepticismo ante la fuerte tendencia hacia la
formulación de modelos formales, consistentes en relaciones matematizadas de intrincadas
redes de fenómenos, porque, «aunque sean la única forma de manejar situaciones muy
complicadas y de probar hipótesis de base, no son enteramente satisfactorios para reflejar la
complejidad de los ecosistemas» (Margalef, 1974.)
En el libro «Teoría de los sistemas ecológicos», donde Margalef (1991) intenta por
tercera vez dar una imagen de su interpretación de la Biosfera, hay una serie de reflexiones
que resumen su visión -agridulce- sobre la situación actual de la Ecología: «Hoy en día buena
parte de la Ecología tradicional está quedando casi aplastada entre dos versiones más poderosas
de la misma ciencia: por una parte, el acopio de datos básicos, en pequeños proyectos de
investigación, encuentra cierta facilidad tanto en su financiamiento como para la publicación
de los resultados. Por otra parte, asistimos al desarrollo de una Ecología planetaria global,
motivada por temas como el efecto invernadero, la destrucción de la Amazonía, el agujero en
la cubierta de ozono, o los vertidos de petróleo, promocionados por entidades con muchos
recursos, como son necesarios para organizar la vigilancia del planeta. Creo que la Ecología
tradicional se está descomponiendo en un mosaico de hipótesis, unas interesantes, otras menos,
algunas contradictorias e incluso frívolas. Mientras que la mayor parte de las ciencias han
pretendido ahondar en sus fundamentos, la Ecología se ha poblado de conceptos, hipótesis,
raramente teorías, que suelen conservarse desconectadas unas de otras. Un ecólogo a la antigua
lamenta tanto la falta de superestructura teórica común, como la progresiva desvalorización del
punto de vista naturalista».
Y añadía: «Actualmente, la Ecología goza de gran predicamento en los medios de
comunicación y en la propaganda política. Los resultados son mixtos: no vale aquello de que,
bien o mal, lo importante es salir en los periódicos. Mucho esfuerzo y dinero se han invertido
en estudios ambientales de calidad muy dudosa y cuyos resultados, además- no sabemos si hay
que añadir afortunadamente- suelen permanecer archivados. Es difícil conseguir un
seguimiento regular de todos los cambios, después de haberse hecho una evaluación inicial del
impacto ambiental. Probablemente la Ecología no ha sabido sacar provecho del maná que le ha
caído del cielo, por lo que a los cultivadores de la ciencia les alcanza una considerable
responsabilidad. Conviene aceptar plenamente todas las presiones sociales y comprender que
los problemas específicos de la humanidad piden integrarse en una visión ecológica más

17
general. Sin ir más lejos, la percepción del límite superior en un proceso de crecimiento,
aunque haya sido torcidamente interpretado en la práctica de los modelos matemáticos, es
importante como señal para desencadenar procesos de regulación o de retroalimentación en
general. Las nociones de energía exosomática y de artefactos exosomáticos, estrechamente
relacionados con la organización del espacio, sin ser privativos de la especie humana, son las
que convierten a dicha especie en un factor fundamental de organización-o desorganización-de
la Biosfera».
Uno puede legítimamente preguntarse: ¿qué está solicitando aquí Margalef realmente?
Pues a juzgar por la amplitud y profundidad de sus últimos pensamientos cuando encaraba el
desarrollo de la teoría ecológica, bien parece que estaba clamando por una nueva cosmovisión
científica, o al menos por una visión tan global de la Biosfera que abarcase el mayor número de
niveles naturales posibles, desde el microfísico hasta el orgánico. Nuestro querido profesor,
tratando, y consiguiendo en alguna medida, de asociar los conocimientos modernos que ponen
a nuestra disposición la Termodinámica lejos del equilibrio (Prigogine, 1954; Prigogine y
Nicolis, 1977), las Teorías Sinergética (Haken, 1978), de Catástrofes (Thom, 1979) y del Caos,
que conectan varios campos científicos y una gran variedad de fenómenos a todos los niveles
naturales, intentó llevar a la Ecología las teorías morfogenéticas más actuales, que tienen muy
en consideración el almacenamiento, codificación, descodificación, transmisión e integración
de la información. Sus últimas reflexiones publicadas nos hacen vislumbrar que algunas de sus
preguntas básicas eran del tipo: ¿cómo pueden surgir nuevas formas de orden a partir de
estados más desordenados? ¿Por qué hay modelos y pautas que se repiten a todos los niveles en
la Naturaleza? ¿En qué consiste la auto-organización que se observa en todo el proceso del
modelado natural? ¿Se da algún tipo de creatividad en los procesos naturales? En suma,
pensamos que en su honrada búsqueda se planteó cuestiones lindantes con la Filosofía de la
Naturaleza.
Se podrían traer aquí a colación otros muchos nombres, como Robert H. Mac Arthur,
Robert May o Edward O. Wilson, que han contribuido notablemente a conseguir la madurez de
la Ecología, pero pensamos que con esas dos figuras señeras ya es suficiente para nuestro
propósito.
Lo que se expone en el siguiente apartado es fruto de en una sugerencia de Margalef
(1974), quien indicó que uno de los indicios de la mayoría de edad de la Ecología como ciencia
propia se manifiesta con la aparición de revistas con este nombre.

18
3.1. La madurez de la Ecología a partir de indicadores bibliométricos

Según la información disponible en el portal ISI Web of Knowledge, el epígrafe


«Ecología/Ambiente» ocupa el decimotercer lugar en la lista de disciplinas científicas más
proliferas en el número de artículos publicados anualmente (209.578). El promedio de citas por
publicación se sitúa en torno a ocho, existiendo revistas cuyo índice de impacto es
relativamente alto (13), como Trends in Ecology and Evolution.
Campos como la Medicina, la Química, la Biología Molecular, la Genética, la Física, la
Inmunología, la Ingeniería o la Psicología están por delante de la Ecología por el interés que
suscitan entre la comunidad científica internacional. Pero la Ecología se sitúa por encima de
otras disciplinas como la Farmacología, la Ciencia de los Materiales, las Ciencias Agrícolas, la
Economía, la Informática o las Ciencias Sociales.
En 2006, España ocupaba el noveno lugar entre el centenar de países con producción
científica en el ámbito de las Ciencias Ambientales y Ecología, con más de siete mil
publicaciones y cincuenta mil citas. Países como Estados Unidos, Inglaterra, Canadá,
Alemania, Australia, Francia, Suecia u Holanda aventajaban a España, cuyos investigadores
producían por delante de países como Japón, Italia, Rusia o Noruega.
Existen actualmente 146 revistas en los campos de Ecología y Ambiente. La Ecología
utilizada como sustantivo, es decir, los vocablos «ecología», «ambiente» o «ecosistema»
aparecen en el 90% de los títulos de las revistas, mientras que la Ecología utilizada como
adjetivo aparece en aproximadamente el 10% de los títulos de las revistas.
De estos datos puede concluirse que la adjetivación de la Ecología es más profusa que
la «ecolonización» de los sustantivos en la comunidad científica, justo al contrario de lo que
sucede entre el gran público. En la comunidad científica, la Ecología se emplea de forma
redundante como epíteto para adjetivar la Ciencia o la Biología, pero de forma emergente para
adjetivar la Toxicología, la Microbiología, la Geografía, la Epidemiología o la Tecnología.
Entre las publicaciones científicas, la adjetivación de la Ecología ha introducido nuevas
mezclas, como Ecología marina, Ecología terrestre, Ecología molecular, Ecología química,
Ecología funcional, o Ecología microbiana. Finalmente, también se han producido
redundancias como Ecología microbiana y Microbiología ambiental, que sólo se justifican por
un corporativismo mal entendido.
A juzgar por los indicadores bibliométricos, por ejemplo el número de citas en la
disciplina, el interés de la comunidad científica por las ideas clave de la Ecología moderna se

19
centra actualmente en conceptos englobados en corpus teóricos interrelacionados, como
biodiversidad-conservación o contaminación, y en la comprensión de la estructura, función,
evolución y productividad de los ecosistemas.
El manejo de los dos primeros grupos (biodiversidad-conservación y contaminación)
requiere de un conocimiento lo más amplio posible de los ecosistemas en los que se producen
dichos eventos, y, por ello, el concepto de ecosistema continúa ocupando una posición central.
Ello implica que cualquier evaluación ecológica requiera ineludiblemente la comprensión de la
estructura, función y evolución del ecosistema objeto de dicha valoración. Cualquier
interpretación que describa pero ignore el conocimiento del ecosistema carecerá de rigor
axiológico desde el punto de vista científico, y se situará más próxima a la intencionalidad que
a la denuncia.
Un análisis del ámbito que abarcan las revistas científicas actuales de Ecología y
Ciencias Ambientales (CCA) nos ofrece una visión del fenómeno de la descomposición de la
Ecología, al mismo tiempo que nos permite tomar el pulso y conocer el ideario de la Ecología
contemporánea en la comunidad científica internacional. Percepción que podemos resumir en
cinco grandes ideas:
1. Relevancia editorial. Existe una nueva estrategia en la edición de publicaciones científicas
internacionales en ambos ámbitos, de tal modo que unas pocas editoriales (por ej. Elsevier,
Taylor & Francis, Blackwell, ACS o Wiley) concentran la práctica totalidad de las revistas de
impacto. El papel histórico de las sociedades internacionales ha disminuido muy
significativamente, aunque todavía están presentes en la gestión editorial bajo el epígrafe
«publicado en representación de», como es el caso de las Sociedades Ecológicas
Internacionales o las de algunos países (así: Oikos, Journal of Evolutionary Biology,
Environmental Microbiology, Conservation Biology, Ecological Research, Ecological
Management & Restoration, Ecological Economics, o Ecography). Por otra parte, algunos
organismos públicos de investigación de ámbito nacional también publican algunos títulos,
como es el caso de Ecology Letters editado por el Centre National de la Recherche
Scientifique o de Scientia Marina por el CSIC. Mención aparte merece la British Ecological
Society, que publica un buen número de títulos (por ej. Functional Ecology, Journal of Animal
Ecology, Journal of Applied Ecology o Journal of Ecology). Es también frecuente que algunas
revistas clásicas en el área hayan cambiado de título o de filosofía para reinventarse en sus
contenidos o adaptarse a nuevas estrategias editoriales.
2. Atomización y aparición de nuevas revistas. En la última década se ha multiplicado el
número de publicaciones periódicas en Ecología y CCA como consecuencia de un doble

20
fenómeno en la política editorial. Por una parte, una moderna atomización debida a la
especialización en temas concretos o relativos a localismos (The African Journal of Ecology
y Austral Ecology), persistencia de reduccionismos a ciertos ecosistemas (Marine Ecology
Progress Series y Landscape Ecology), o emergencia de nuevas disciplinas (Ecological
Informatics y Ecological Economics). Por otra parte, han surgido bastantes revistas con una
filosofía basada en la transdisciplinaridad y el sinteticismo, que abordan, entremezclan e
integran desde la investigación pura hasta la aplicada, desde el estudio experimental al teórico,
desde el genoma al ecosistema. Tal es el caso, por ejemplo, de Ecological Complexity,
Ecosystem Health, Ecological Informatics o Trends in Ecology and Evolution. Otras revistas
ofrecen trabajos donde se combinan procesos naturales y sociales en una doble escala espacio-
temporal (Ecosystems y Ecological Engineering.)
3. Apertura metodológica y conceptual. La práctica totalidad de las publicaciones ha tratado
de romper el aislamiento conceptual y metodológico de la Ecología descriptiva clásica,
estableciendo diálogos conceptuales con otras disciplinas, y, sobre todo, importando nuevas
herramientas metodológicas para el análisis de sistemas. Este es el caso, por ejemplo, de
Environmental Modelling & Software, Remote Sensing of Environment, Molecular Ecology o
Environmental & Molecular Mutagenesis. Todo ello al servicio de una nueva filosofía que
vincule la Autoecología y la Sinecología en un mismo marco teórico.
4. Desarrollo de la episteme. La interdisciplinaridad ha propiciado que emerjan y se acuñen
nuevas ideas que favorecen el desarrollo de los conocimientos propios de la Ecología.
Conceptos como ecotecnología, ecología sintética, genómica ecológica funcional, ecología
computacional o ecología del estrés son ejemplos de nuevas aportaciones.
5. Amplitud de la audiencia. La transdisciplinaridad y la integración han facilitado ampliar la
audiencia de las revistas a otros sectores científicos y profesionales, desde los matemáticos
hasta los gestores y políticos, pasando por meteorólogos y biofísicos, por ejemplo.
Todo lo expuesto muestra que, al menos desde el punto de vista editorial, la Ecología
ha alcanzado su mayoría de edad.

4. La Ecología adjetivada

El encuentro interdisciplinario que se produce dentro de la Ecología, dada la vastedad


del campo de estudio, hace necesario describir problemas, delimitar materias, y especificar
técnicas, es decir, adjetivar o predicar para indicar el ámbito de intervención. De esta forma,
Ecología acuática, terrestre o fisiológica son ejemplos de nombres que expresan el encuentro

21
entre la Ecología y otros aspectos, ya sean hábitats o disciplinas científicas. Lo cierto es que
con la Ecología nos hallamos en presencia de problemas muy complejos, y en un ámbito donde
convergen varias disciplinas científicas y medios instrumentales por un lado, y sistemas de
valores por el otro. Por ello se hace necesario adjetivar. Esta necesidad es objetiva, pero
hacerlo correctamente no es tarea fácil. Adjetivar es un primer paso para aprender a escribir ya
que constituye una buena parte de la construcción de una idea. Sin embargo, como
acertadamente señaló Bioy Casares: «la adjetivación donde no ayuda mata». De todos los tipos
de adjetivos existentes los que interesan aquí son los calificativos y determinativos.
La adjetivación de la Ecología, como la «ecolonización» de cualquier sustantivo, es un
problema de enfoque definido en consideraciones de escala y complejidad. Lo de la escala no
tiene que ver con la inveterada discusión entre una ciencia atomizada o multidisciplinar en un
modelo ciclístico. Ambas visiones, la de micro y macroescala, son complementarias y no
antagónicas, y no debería plantear a priori un problema a la hora de adjetivar la Ecología o
«ecolonizar» un sustantivo. Sin embargo, la complejidad sí, es decir, si la suma de sustantivo y
adjetivo no es emergente (el todo es más que la suma de las partes), carece entonces de interés
epistemológico.
«Cuando un conjunto de conocimientos aspira a que se le reconozca como ciencia
propia, define el nivel de referencia que le interesa de entre el continuo de estructuras
naturales. En Ecología, quizás el nivel de referencia más conspicuo sea el ecosistema, formado
por individuos vivos discontinuos, junto con los materiales que resultan de su actividad y que
van desde moléculas hasta grandes estructuras físicas, así como la matriz o entorno físico en
que están incluidos y donde se desenvuelve su actividad. Aparte de alguna definición del tipo
de la dada, la delimitación de cualquier ciencia -en nuestro caso la Ecología- suele incluir
también referencias a opiniones diversas sobre la manera de aumentar los conocimientos, con
una colección más o menos variada de recetas para hacer experimentos y observaciones»
(Margalef, 1991.)
Aplicando estos criterios, hay delimitaciones de la Ecología, dadas normalmente por
adjetivos determinativos, que no son tautologías. Así ocurre por ejemplo con Ecología de aguas
continentales o Limnología, Ecología marina, Ecología descriptiva o Ecología trófica.
En otros casos, sin embargo, convendrá analizar detenidamente el contenido de la
disciplina resultante con objeto de comprobar si se cumplen los requisitos referidos
anteriormente, es decir, si se producen fragmentaciones y epítetos innecesarios. Se trata, por lo
tanto, de realizar un escrutinio para conocer si estamos o no ante una disciplina científica
emergente, con un nivel de referencia bien definido y apropiado, y con criterios claros sobre

22
cómo aumentar sus conocimientos a partir de métodos de observación o experimentales
adecuados. Circunscribiremos aquí este escrutinio a algunas materias con objeto de mostrar
cómo se debe aplicar, pero, obviamente, el juego no se agota con estas manos.

4.1. Aplicación de un escrutinio para valorar si una adjetivación es emergente

4.1.1. Ecología del comportamiento

La Ecología del comportamiento (EC) procede de la Etología y se aplica al estudio de


las bases ecológicas y evolutivas del comportamiento animal y las pautas que hacen posible
que éste se adapte a su ambiente, tanto intrínseco como extrínseco.
¿Es la EC una disciplina emergente? ¿Se añade algo a la Ecología o a la Etología de
manera que la mezcla resultante de ambas disciplinas sea mayor que la suma de las partes?
Los expertos en EC identifican cuatro causas del comportamiento que se agrupan en
dos grandes tipos: últimas y próximas. Las que constituye el primer grupo son las
contingencias filogenéticas que contribuyen al desarrollo del comportamiento. El segundo
grupo está conformado por la significación adaptativa. Los condicionamientos filogenéticos
son generalmente factores que deberían frenar que ciertos linajes desarrollasen determinados
comportamientos o rasgos morfológicos. Mientras que la significación adaptativa equivale a
preguntarse por qué un carácter es bueno en un determinado contexto evolutivo.
Considerando dichas causas, parece claro que las implicaciones de la teoría
neodarwinista de la evolución aplicada al comportamiento se enriquece al relacionarse con
conceptos ecológicos como la relación depredador-presa. Pero el proceso es biunívoco, y la
Ecología también sale beneficiada de esta simbiosis. Por lo tanto, la Ecología del
comportamiento puede considerarse una disciplina emergente.
¿Define la EC el nivel de referencia que le interesa de manera clara y apropiada de
entre el continuo de estructuras naturales? De nuevo la respuesta es afirmativa, ya que, a
nuestro entender, el nivel de referencia es el individuo dentro de los ecosistemas en una
relación espacio-temporal cambiante.
¿Tiene la EC criterios claros sobre cómo aumentar sus conocimientos y métodos
apropiados para ello? La EC ha incorporado un conjunto de técnicas que ha tomado prestadas
de la Teoría de la Optimización. La optimización es un concepto que estipula estrategias que
ofrecen el mayor beneficio a un animal dado considerando todos los factores y limitaciones
diferentes con los que se enfrenta. Uno de los caminos más sencillos para llegar a una solución

23
óptima viene dado por el análisis del binomio coste-beneficio. Considerando las ventajas de un
comportamiento determinado y su precio, puede comprobarse fácilmente que si éste sobrepasa
el beneficio que se obtiene, dicho comportamiento no se desarrollará y viceversa. Es aquí
donde deviene importante el concepto de la compensación entre los riegos y las ganancias. Ello
porque raramente compensará a un animal invertir de forma maximalista en un tipo específico
de comportamiento.
Otras de las metodologías que se aplican en la EC proceden de la Teoría Económica de
los Juegos, que destacó después de la publicación del libro Evolution and the Theory of Games
de John Maynard Smith en 1982. La teoría evolutiva del juego afirma que únicamente se
mantendrán en una población aquellas estrategias que no puedan ser invadidas por ninguna
otra. Por ello, el comportamiento de un animal no está gobernado únicamente por lo que
constituya para él una estrategia óptima, sino también por las estrategias que adopten los demás
individuos de la población a la que pertenece.
Tanto los procesos de optimización como la teoría de juegos tienen una amplia panoplia
de métodos y técnicas para aumentar los conocimientos, y por ello la respuesta a nuestro
escrutinio es nuevamente aseverativa: la EC cuenta con criterios claros sobre cómo aumentar
sus conocimientos y métodos apropiados para ello.

4.1.2. Ecología antropológica y Ecología humana

Hay otras dos adjetivaciones de la Ecología que interesa considerar ahora, se trata de la
Ecología antropológica y la Ecología humana.
El objetivo de la Ecología antropológica (EA) es estudiar las complejas relaciones
biunívocas existentes entre los seres humanos y su medio ambiente. La EA investiga las vías
seguidas por una población para configurar el ambiente, así como las formas subsiguientes
según las cuales esas relaciones configuran la vida social, económica y política de dicha
población (Salzman y Attwood, 1996.) Las manifestaciones más tempranas de la EA intentaron
proporcionar una explicación materialista de la sociedad humana y de la cultura como
productos de la adaptación a unas condiciones ambientales concretas, basados en la teoría
darviniana de la lucha por la existencia (Seymour-Smith, 1986.) Aquellos individuos con
características más favorables, producidas por pequeñas mutaciones, serían los que mayor
probabilidad tendrán de sobrevivir dentro de un ambiente específico. Sería pues el ambiente el
que dictaminaría rígidamente si un carácter concreto es favorable o no. Por ambiente se
entendían las relaciones entre los seres vivos, incluidos los humanos, y las condiciones

24
abióticas (el clima por ejemplo) y bióticas que les rodeasen, es decir, el ecosistema donde la
población se desarrolla. Y esto cae bajo el campo de estudio de la Ecología.
Posteriormente, varios autores preconizaron que el ambiente no podía explicar por sí
solo las realidades humanas observables, y nació un determinismo moderado o la Ecología
cultural de Steward (Milton 1997.) Tanto el determinismo ambiental estricto como la Ecología
cultural perdieron fuerza dentro de los estudios de Antropología, surgiendo nuevos conceptos y
enfoques en las dos décadas más recientes (Salzman y Attwood, 1996.)
Una disciplina como la EA es particularmente relevante en la actualidad,
principalmente debido a la situación amenazada de muchos ecosistemas y del ambiente general
de nuestro planeta. Los conocimientos que genera tienen capacidad potencial para informar e
instruir a los seres humanos sobre cómo enfocar la explotación de los recursos de forma
sostenible, y defender la diversidad biológica y cultural. Los conceptos principales que utiliza
la EA son ecológicos; así por ejemplo el de «capacidad de carga de un sistema».
Aplicando el escrutinio cabe preguntarse en primer lugar: ¿Se ha beneficiado la EA del
desarrollo teórico y práctico de la Ecología? A juzgar por los planteamientos teóricos de la EA,
la respuesta es, a nuestro parecer, negativa. En este juicio coincidimos con Moran (1990),
quien criticó dicha aproximación porque se daba al ecosistema todas las propiedades de un
organismo biológico. Esa tendencia conducía inexorablemente a la confección de modelos
ignorantes del transcurso del tiempo y los cambios estructurales, olvidando, además, la
creatividad del individuo y sobrevalorando la estabilidad de los ecosistemas.
A continuación habría que preguntarse: ¿qué añade la EA a la Ecología? Pues
sencillamente nada en especial. Y ello porque los principios y técnicas demográficas que
utiliza la EA son propios de la dinámica de poblaciones general que se usa en Ecología.
La EA ha utilizado diferentes metodologías a lo largo de su desarrollo: a) en la Ecología
cultural se trataba inicialmente de identificar la tecnología empleada por las poblaciones en el
uso de los recursos, de forma que se pudiesen identificar modelos o pautas de comportamiento
definidos por su uso, y, finalmente, extender el conocimiento adquirido sobre esas conductas a
cómo afectaba a otras características culturales (Milton 1997); b) la aproximación ecosistémica
tenía muy en consideración los flujos energéticos entre diferentes niveles del mismo; y c)
considerar a la vez tendencias ambientales, tecnológicas, sociales y organizativas propias de la
mente humana (Netting, 1996). Esta exposición nos conduce a certificar que la EA carece de
métodos propios para aumentar sus conocimientos, y que todo lo cobijado bajo esa
denominación puede perfectamente considerarse como Antropología.

25
En relación con el binomio Ecología humana (EH), quizá convenga comenzar su
tratamiento con una cita de Margalef (1974): «Los cambios que acontecen en el ecosistema se
pueden mirar como una circulación de materia y energía, pero también evaluarlos en unidades
discontinuas, reales, los individuos. La actividad del ecosistema aparece así expresable por una
sucesión de nacimientos y muertes en cada una de las especies que lo constituyen y las
variaciones más insignificantes en las respectivas tasas corresponden a cambios substanciales
en la composición de los ecosistemas enteros. Es natural que este aspecto interesase primero en
relación con la demografía humana. El hombre lleva registros de nacimientos y muertes desde
hace muchos siglos y, por otra parte, la práctica de los seguros de vida, considerablemente
antiguos también, requería conocer algunos datos sobre las regularidades de la distribución de
las probabilidades de muerte. Su expresión matemática es obvia, Leonard Euler (1707-1783) se
ocupó, y no fue el primero, de aspectos matemáticos de la demografía humana».
Los estudios demográficos humanos modernos se mueven en tres niveles: 1º)
analizando las tasas de nacimientos y muertes dentro de una población, 2º) interpretando las
interacciones entre poblaciones; y 3º) explicando las comunidades que comparten un mismo
ambiente, pero ello adscrito a un punto de vista evolutivo en los cambios organizativos
sociales. Las organizaciones sociales actuales descienden de otras anteriores, y la tasa de
cambio poblacional en las formas organizativas es generalmente lenta y continua. A diferencia
de lo que ocurre en la evolución de otros seres vivos, la selección natural en las organizaciones
sociales no tiende necesariamente a la optimización. Estos puntos de vista, que constituyen la
base de lo que se entiende actualmente por EH, comenzaron a fraguarse hacia 1920 a partir del
estudio de los cambios en la sucesión de la vegetación en la ciudad de Chicago. El libro
Human Ecology - A Theory of Community Structure de A. H. Hawley publicado en 1950 y el
de G. A. Theodorson Studies in Human Ecology editado en 1961 consolidaron esta disciplina,
que se convirtió en un campo de estudio independiente hacia comienzos de los años setenta. A
partir de aquí, se marcó el primer reconocimiento de que los seres humanos éramos un factor
importante en la alteración del ambiente de nuestro planeta, creciendo la influencia de la
Ecología sobre disciplinas como la Economía, la Arquitectura, el Urbanismo, o la Medicina.
A nuestro juicio, y después de lo expuesto, ambos adjetivos-«antropológico» y
«humano»- sólo se justifican por las particulares características del hombre y la mujer, sin
parangón entre los seres vivos. Pero ambas adjetivaciones de la Ecología nos parecen
innecesarias tanto desde el punto de vista metodológico como desde el punto de vista
conceptual, pudiéndose englobar sin demasiadas dificultades teóricas dentro de la Ecología del
comportamiento o de la Antropología.

26
4.1.3. Ecología molecular

Esta adjetivación de la Ecología es el resultado de añadir al sustantivo un adjetivo


determinado por una técnica. Para entender su significado lo más operativo sea quizá examinar
los tópicos de la revista científica Molecular Ecology. Esa revista acepta manuscritos donde se
utilicen las técnicas de genética molecular para enfocar cuestiones secuenciales en Ecología,
evolución, comportamiento y conservación. Por otra parte, advierte que no se trata de una
publicación sobre aspectos sistemáticos o taxonómicos, sino más bien sobre estudios que
empleen marcadores neutrales para inferir sobre los procesos ecológicos y evolutivos o
examinar genes ecológicamente importantes así como sus productos directos. Las áreas de
interés de esta revista son: la estructura poblacional, la Biogeografía filogenética, las
estrategias reproductoras, los métodos analíticos del desarrollo, la biodiversidad microbiana, la
teoría genética poblacional, la dinámica evolutiva, las interacciones ecológicas, las
adaptaciones moleculares y la genómica ambiental, la teoría genética poblacional y el impacto
de organismos genéticamente modificados.
A nuestro entender, no se trata de una disciplina emergente ya que el adjetivo no añade
algo sustantivo a la Ecología de manera que la resultante sea mayor que la suma de las partes.
Antes al contrario, el sustantivo adjetivado- conceptualmente muy amplio- se reduce a sólo
aquello que pueda inferirse de él a partir de dicha técnica. En otras palabras, se disgrega la
Ecología al reducirla a un formalismo metodológico por sobrevaloración de la técnica.
Por otra parte, bastantes de los tópicos aceptables para esa revista son pura Genética,
nada más y nada menos. ¿A qué viene por tanto adjetivar de ese modo la Ecología? ¿Qué
sentido tiene incluso editar una revista tan estricta en lo referente a la técnica para conseguir
los resultados? A nuestro juicio, el imperativo comercial, basada en el beneficio de la
conjunción de dos vocablos que están de moda, ha primado en exceso.

4.1.4. Ecología microbiológica

Los artículos originales aceptables para la revista que lleva este nombre en inglés
(Microbiological Ecology) son aquellos que versan sobre aspectos de la Ecología de toda clase
de microrganismos de ambientes terrestres, acuáticos o aéreos naturales o en ambientes
gestionados artificialmente. Concediendo que sea lícito, e incluso oportuno, que la
Microbiología pueda dividirse en una subdisciplina donde las consideraciones ecológicas
tengan especial relevancia, aplicando los criterios del escrutinio anteriormente utilizado, el uso

27
del término ambiental nos parece más acertado que el ecológico. Así lo han considerado
también los editores de la revista Environmental Microbiology, cuyos objetivos son
prácticamente los mismos que los de la anterior.
Sería muy interesante y revelador pararse a realizar una comparación bibliométrica
entre esas dos revistas, ambas pertenecientes a diferentes y poderosas editoriales
multinacionales y multidisciplinares, pero ese trabajo cae fuera de nuestros objetivos. No
obstante, cabe preguntarse ¿no será ecológicamente insostenible mantener tantas publicaciones
redundantes?, aunque si se sirven únicamente en formato on-line no representerían un
incremento de la ya elevada tasa anual de tala árboles para, entre otras cosas, fabricar el papel.

4.2. Innecesidades, desenfoques y frivolidades

Actualmente hay un amplio y cada vez más arraigado consenso a la hora de sostener
que la explotación de los recursos pesqueros debe considerarse sobre la base de una visión de
ecosistema marino, es decir, contemplar el recurso objetivo de la pesca como un elemento
dentro del ecosistema y no de forma aislada. Esta visión ecosistémica de la actividad pesquera
contrasta con la visión monoespecífica de hace unas dos décadas, donde únicamente se
valoraba o medía el impacto de la captura comercial en la propia población sujeto de
explotación, sin tener en cuenta a los demás elementos del ecosistema marino. Hay quienes han
denominado a esta tendencia Ecología pesquera (EP).
Dicha propensión ha conformado una amplia y gran expectación sobre la posibilidad de
que una aproximación ecológica a la gestión de los recursos marinos pudiera resolver los
intereses divergentes de aquellos que desean obtener beneficios de las pesquerías, y de los que
quieren conservar las comunidades marinas. Considerando este escenario, la Ecología estaría
llamada a construir un puente entre los objetivos de los sectores conservacionista, extractivo y
comercial. No obstante, y por diferentes motivos, no parece que la divergencia de intereses sea
un problema que esa ciencia pueda resolver a corto plazo. Una de las mayores dificultades
estriba en que cada sector pondera de manera diferente sus propios objetivos. Pero desde el
punto de vista de la Ecología, el problema fundamental estriba en que todavía carecemos de las
leyes apropiadas, o incluso de las hipótesis adecuadas, para relacionar diversidad,
productividad y flexibilidad o estabilidad del ecosistema, y, por lo tanto, estamos privados de
criterios científicos básicos para ponderar cada objetivo individual, lo que se agrava cuando
tratamos de relacionarlos (Steele, 2006.)

28
Las relaciones entre diversidad, productividad y estabilidad o flexibilidad plantean
problemas fundamentales en Ecología, que están mejor resueltos en la Ecología terrestre que
en la marina, incluso aunque estas interacciones sean tan críticas para la gestión de los océanos
como lo son para la tierra, y, desde luego, fundamentales para la ciencia (Steele y Collie, 2005)
Las incertidumbres conceptuales de la Ecología en los aspectos referidos están todavía
por resolver. Si tuviésemos conceptos válidos para relacionar diversidad, productividad y
flexibilidad en los ecosistemas marinos podríamos contar con una base sólida para definir
estrategias de gestión. En suma, la administración de los recursos marinos explotados basada
en el ecosistema, que es una denominación más adecuada de este enfoque que la de EP, es un
ideal valioso y debe considerarse un objetivo a largo plazo. Sin embargo, pretender resolver
problemas urgentes relativos a la conservación, la regulación pesquera o la maricultura bajo
esa rúbrica es distorsionar tanto los objetivos científicos como los de la propia gestión (Steele,
2006)
El punto de vista expresado anteriormente, un tanto pesimista, contrasta sin embargo
con opciones operativas adoptadas por otros investigadores en ese campo científico. Así,
Pitcher et al. (2005) han desarrollado una estrategia de gestión para los ecosistemas marinos
basada en el modelado del ecosistema global, a la que denominan «Retroceder para ir hacia el
futuro» (Back-to-the-Future o BTF). Este enfoque táctico proporciona una aproximación
integrativa de la estrategia de gestión de los ecosistemas marinos con principios de decisión
basados en la Ecología restaurativa, y en una comprensión del los procesos que acontecen en
esos ecosistemas a la luz de los hallazgos procedentes de la Ecología terrestre. La BTF emplea
los desarrollos recientes en el modelado simulativo del ecosistema considerado como un todo,
lo que permite el análisis de las incertidumbres, la sintonización de las estimas de la biomasa
presente en el pasado, y sus respuestas ante cambios climáticos. La BFP incluye métodos
novedosos para reconstruir y describir el pasado de los ecosistemas, a partir de los cuales
comprender cómo afectaron a aquella situación original las perturbaciones causadas por las
causas naturales o la explotación, incluyendo también en los análisis factores socio-
económicos, que están intrínsecamente ligados a esta actividad.
Sin embargo, a nuestro juicio, este retroceso para recrear el ecosistema primigenio
adolece de un grave problema y es que «en los sistemas abiertos y disipativos, que lo son
todos, y especialmente si son muy complicados, la probabilidad de reproducir una situación
pasada es prácticamente nula» (Margalef, 1991.)
No es infrecuente encontrarse con adjetivaciones que son una disgregación innecesaria
de una disciplina amplia, bien estructurada y perfectamente capaz de albergar en su seno, sin

29
necesidad de determinaciones, enfoques o puntos de vista que enfatizan el estudio en cuestión
relacionado con factores o cuestiones ambientales. Este es el caso, a nuestro entender, de la
Ecología industrial, la Ecología urbana, o la Ecología de la reproducción. Esta disgregación
sólo parece justificable por un deseo de singularización de los propios investigadores, y es muy
posible que, pasada la moda actual, todo quede en nada y se vuelva a la unidad.
En algunos casos, la adjetivación de la Ecología produce auténticos desenfoques, como
ocurre con la Ecología cristiana donde se produce un reduccionismo de la religión a un
ambientalismo espiritualista, y donde el objetivo último de la Ecología se contempla como el
bienestar del hombre. Este también es el caso de la Ecología profunda donde una filosofía
ambientalista se convierte en una cuasireligión, y cuyos seguidores se consideran depositarios
de una misión salvadora que cumplir en el mundo. En general, los defensores de este tipo de
manifestaciones están cargados de romanticismo, buena voluntad, misticismo y altruismo, pero
las doctrinas subyacentes sólo tocan de forma tangencial a la verdadera Ecología.
Por otra parte, hay adjetivaciones de la Ecología que son sencillamente frivolidades
como Ecología sinfónica, Ecología de la reconciliación o Ecología de la salud, tres acepciones
que pueden encontrarse en las páginas de la «red». Quizá únicamente sean útiles para definir
movimientos locales o internacionales, a menudo muy entusiastas, activos, y con unos
objetivos comunes, donde se mezclan el Yoga, la Astrología, y el Dao con planteamientos y
practicas espirituales relacionadas con filosofías más o menos holísticas.

4.3. La «ecolonización» de los sustantivos

En este apartado se plantea cuándo y por qué sería pertinente que la Ecología adjetivase
a un sustantivo. En el cuadro que se expone a continuación se muestran varios ejemplos,
seleccionados de la red, de ecolonización de algunos sustantivos, así como una valoración y las
razones de la misma, juzgada con el principio de si el binomio emergente es mayor que sus
partes y aporta un valor nuevo, claro y coherente.

Denominación Valor. Motivo Propuesta


Amenaza ecológica + Indica que lo es para el ecosistema
Defensa ecológica _ Defensa relativa a la Ecología (propia de los ecólogos.)
Defensa de la naturaleza o del ambiente, lo propio de los conservacionistas

Etiqueta ecológica + Intuitivo, aporta algo nuevo y útil


Reserva ecológica _ Empleo incorrecto Reserva de
la naturaleza

30
Agricultura ecológica _ Empleo incorrecto Agricultura
natural
o biológica

Refrigeración ecológica _ Empleo incorrecto

Filosofía ecológica _ Empleo incorrecto; reduccionismo innecesario

Educación ecológica _ Empleo incorrecto Educación


ambiental
Medicina ecológica _ Modismo Medicina
naturista
Urbanismo ecológico _ Modismo Urbanismo
ambiental

Cerámica ecológica _ Modismo Cerámica


natural
Química ecológica _ Modismo Química
ambiental

El empleo del término «ambiental», cuyo significando es lo que rodea a algo, es decir,
las condiciones físicas, biológicas o sociales de un lugar, de una reunión, de una colectividad o
de una época, es, a nuestro juicio, más apropiado que el término «ecológico». Sin embargo, no
está lo suficientemente extendido en España. Por el contrario, en numerosos países de
Hispanoamérica su uso es bastante común. Ambientalismo o conservacionismo son dos
términos equivalentes a ecologismo, pero a nuestro parecer más idóneos para designar a los
movimientos sociopolíticos que, con matices muy diversos, propugnan la promoción de la
defensa, conservación y recuperación de la naturaleza, considerando a los seres humanos
insertos en ella. Esto, fundamentalmente porque usando ecologismo es relativamente fácil
deslizarse hacia el empleo de la Ecología para identificar posturas ambientalistas. Permítasenos
dar un ejemplo: cuando una persona expresa públicamente que «las emisiones de tal industria
empeoran la Ecología de nuestra ciudad», lo cual se puede leer con relativa frecuencia en
algunos medios de comunicación, está diciendo realmente que «las emisiones de tal industria
empeoran la ciencia que versa sobre las relaciones entre factores bióticos y abióticos dentro del
ecosistema», lo que resulta verdadera una aberración lingüística.

5. Ecología y ecologismo: el deconstruccionismo social de la Ecología

Uno de las fuentes más importantes de desencuentro entre la Ecología y el ecologismo


reside en el uso y abuso de las palabras. Estamos asistiendo a una permanente y creciente
arbitrariedad en el empleo del vocablo ecología y de los conceptos de esta ciencia en lo que
podríamos denominar un ecologismo ecologista poco ecológico. Este juego alodóxico de

31
palabras (una alodoxia es un cambio de significado en la carga semántica de los vocablos en el
sentido definido por Pierre Bourdieu) tiene mucho que ver con el hecho que la Ecología está
siendo ocupada por ciudadanos que hablan en su nombre pero carecen de la preparación
necesaria para ello. Se trata de profesionales que han rescatado del ámbito disciplinar o
académico bastantes ideas y términos propios de esa ciencia para reivindicar una nueva visión
del mundo, una novedosa ideología ligada a una nueva razón ecologista no siempre ecológica.
Sin embargo, este cambio, que algunos han bautizado como nuevo paradigma
(ecológico) frente al viejo paradigma tecnológico de la sociedad moderna, amenaza en muchas
ocasiones el núcleo epistémico de la Ecología, hasta el punto que Margalef temía que no
resistiría una deconstrucción social a la que está sometida. Que la Ecología se deconstruya, es
decir, que se desmonte su construcción intelectual como disciplina mediante un análisis
profundo que muestre sus contradicciones y ambigüedades, parece incluso deseable como un
ejercicio permanente y necesario de autocrítica. Una auditoria interna que favorezca la
aparición de nuevos paradigmas que ayuden a fortalecer el andamiaje epistémico de la
Ecología será siempre beneficiosa. Sin embargo, aunque la deconstrucción sea saludable, el
deconstruccionismo es una amenaza. Los ecologistas apartados de la Ecología practican y
fomentan, la mayoría de las veces sin saberlo, un deconstruccionismo de indeseables
consecuencias. Ejercen un juego alodóxico que sostiene la imposibilidad de fijar el significado
y significante de la Ecología, como consecuencia de las múltiples interpretaciones de la misma
a cada nueva lectura que se hace de ella.
¿Cuáles son las pautas para deshacer este desencuentro de indeseables consecuencias?
Existen dos principios que pueden ser útiles para evitar y combatir el deconstruccionismo
social de la Ecología: el de Precaución y el de San Marcos.

5.1. El Principio de Precaución

El derecho internacional comenzó a referirse de forma explícita al Principio de


Precaución con la declaración ministerial de la IIa Conferencia Internacional sobre la
protección del Mar del Norte, en 1987. En realidad, este principio surgió en Alemania en los
años 70 con el nombre de Vorsorgeprinzip. Desde entonces se integró en la Declaración de Río
en 1992 tras la Cumbre de la Tierra organizada por las Naciones Unidas, y en él se ha basado
el compromiso de la comunidad internacional a favor de la prevención medioambiental. El
principio de Precaución entró en el derecho comunitario con el Tratado de Maastricht de 1992
(Art. 130R). El derecho francés lo reconoció formalmente en 1995 a través de una ley para

32
reforzar la protección del medio ambiente, que lo definía como el principio «según el cual la
ausencia de certezas, teniendo en cuenta los conocimientos científicos y técnicos del momento,
no debe retrasar la adopción de medidas efectivas y adecuadas de cara a prevenir el riesgo de
daños graves e irreversibles en el medio ambiente, con un coste económico razonable».
Según explican Godard y colaboradores (2000), las implicaciones operativas de este
principio siguen siendo objeto de debates. Algunos grupos ecologistas y Organizaciones no
Gubernamentales (ONGs) lo equiparan a una regla imperativa de abstención: «ante la duda,
abstente». Según ellos, la ausencia de certeza científica sobre la inocuidad de un producto, una
técnica o actividad obligaría a las autoridades a no autorizarlos o a prohibirlos. En realidad,
esta concepción no corresponde ni a la intención del legislador, ni a los textos, y no es
defendible. La ausencia total de riesgo no puede erigirse como norma general. La mayoría de
las situaciones de decisión conllevan que haya que arbitrar entre diferentes riesgos. La
inversión del valor de prueba también contradice la concepción moderna de la ciencia, que
reconoce la existencia de incertidumbres radicales.
Según la Comisión Europea, puede invocarse el principio de precaución cuando se
hayan detectado los efectos potencialmente peligrosos de un fenómeno, de un producto o de un
procedimiento mediante una evaluación científica y objetiva que, por su parte, no permite
determinar el riesgo con certeza suficiente. Así pues, el recurso al principio está incluido en el
ámbito general del análisis de riesgos, el cual abarca, además de la determinación de los
mismos, su gestión y comunicación, principalmente en el marco de la toma de decisiones. La
Comisión subraya que el objetivo del principio de precaución es evitar el riesgo, no detener el
progreso. Por ello, este principio sólo puede invocarse en la hipótesis de un riesgo potencial
que en ningún caso pueda justificar una toma de decisión arbitraria.
La catástrofe del petrolero «Prestige» es un ejemplo claro de las graves consecuencias
de la ausencia del principio de precaución en la sociedad postmoderna actual. Pero sobre todo
ilustra extraordinariamente bien los excesos de individuos, colectivos o instituciones que no
asumen la diferencia entre producto y procedimiento. Que un producto sea una amenaza
potencial para un ecosistema no significa que debamos eliminarlo si el balance entre costes y
beneficios (incluidos los sociales) es el adecuado. Sin embargo, un producto inocuo (por
ejemplo el agua o los alimentos) si puede ser una amenaza para un ecosistema o una población
si el procedimiento no es el correcto (por ejemplo, establecer un parque de cultivo de bivalvos
con especies alóctonas en la desembocadura de un río, o ingerir alimentos en exceso). El
accidente del «Prestige» refleja maravillosamente bien que las consecuencias de un mal

33
procedimientos son mucho más arriesgadas que las del más peligroso o más inocuo de los
productos.

5.1.1. La catástrofe del «Prestige»

No vamos a entrar en la historia del suceso de la catástrofe provocada por el buque


«Prestige», una de las crisis ambientales más graves de nuestro país, sin duda potenciada por el
eco mediático y la presión sociopolítica que acompañaron a este accidente. En general, lo que
aconteció en aguas gallegas a finales de 2002 es bien conocido por todos. Si querríamos, sin
embargo, revisitar algunas valoraciones del siniestro, en las que el Consejo Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC) jugó un papel destacado y que se recogen en un excelente
libro editado recientemente por Figueras (2005.)

Hundimiento del «Prestige» y grupos de voluntarios limpiando las costas gallegas

La lección que el vertido de fuel-oil pesado M-100 ha dejado impresa en nuestra


percepción de las agresiones sobre los ecosistemas marinos se puede pronunciar más alta pero
no más claramente: la preservación de la biodiversidad y el desarrollo sostenible de los
ecosistemas pasa por el mantenimiento de la salud de los mismos, lo que requiere de redes de
conocimiento bien estructuradas y coordinadas, que se apoyen en estructuras de investigación y
desarrollo con políticas de financiación adecuadas. El accidente del «Prestige» nos ha enseñado
que sólo una sociedad basada en el conocimiento puede hacer frente con la solvencia necesaria
a la multitud de amenazas ambientales, que requieren de actuaciones multidisciplinares y
multisectoriales. De hecho, frente al tono marcadamente político y reactivo de las actuaciones
iniciales encargadas al Comité Científico Asesor (CCA) (por ej., el mandato único de
neutralizar el vertido), el CCA propuso muchas más actuaciones a medida que los análisis y
valoraciones así lo iban permitiendo, todas ellas proactivas, y encaminadas a analizar las
posibles soluciones del problema que tuvieran un carácter más definitivo. A grandes rasgos

34
estas propuestas fueron las siguientes (Figueras, 2005): creación de un grupo de Oceanografía
Operacional para el seguimiento y predicción de las trayectorias de los vertidos, constitución
de un operativo de seguimiento analítico de las manchas de fuel-oil, análisis de la acumulación
de fuel-oil a media profundidad y en fondos marinos, estudio de la sismicidad y calidad de los
fondos en la zona de los pecios, estudio de la corrosión de los restos hundidos, desarrollo de un
modelo térmico de los tanques con su carga de fuel-oil, análisis primario de la posibilidad de
emplear métodos de biorremediación para la eliminación del fuel-oil, informe sobre la limpieza
de zonas rocosas, y diseño de un Programa de Intervención Científica (PIC) sobre la catástrofe.
Cuatro años después del «Prestige» la lectura parece obvia:
1. Las amenazas y agresiones ambientales requieren, como apunta Figueras, «una
estrategia de precaución y prevención por encima de la de reacción. Un plan de
actuación con el beneplácito de políticas a la altura de la sociedad moderna actual».
Hay que recordar que la intervención científica se produjo días después del accidente,
ya que el CCA para el «Prestige» no se creó hasta tres semanas después del
hundimiento del petrolero.
2. La solución a los problemas medioambientales requiere de redes y estructuras de
conocimiento organizadas. Por su capacidad, competencia, excelencia, independencia,
rigor, pluralidad y transparencia, es necesaria la participación de la comunidad
científica en dichas redes. Esta labor es una responsabilidad gubernamental, pero la
comunidad científica debe asimismo trabajar para unificar criterios, identificar
liderazgos y capacidades ante situaciones en las que la sociedad demande su concurso.
3. La responsabilidad es compartida: por un lado es necesaria la gestión de políticas de
precaución, prevención y solución de catástrofes medioambientales, lo que concierne al
Estado. «El conocimiento no se improvisa » afirma Tintoré, uno de los autores del
citado trabajo. Por ello es necesario reforzar las estructuras de conocimiento con
recursos financieros y humanos que apoyen de forma estructural una investigación de
calidad. Por otro lado, el retorno social de los resultados de la investigación también
requiere de una conciencia social de aceptación del importante papel de las estructuras
de conocimiento en la toma de decisiones de carácter socio-político.
Las tres conclusiones: estrategias de precaución-prevención, redes y estructuras de
conocimiento organizadas, y responsabilidad compartida, nos sitúan nuevamente en el debate
Ecología-ecologismo, ecólogo-conservacionista. Ambos pares dialécticos, el disciplinar y el
reactivo, no son contrapuestos e incluso pueden y deben ser complementarios. Pero en este
caso si parece que no estamos ante el viejo dilema del huevo y la gallina, sino del carro y los

35
bueyes. Únicamente desde un profundo conocimiento de la Ecología, abierto al resto de
disciplinas científicas, las denuncias y soluciones a las agresiones ambientales pueden tildarse
de racionales y razonables desde un punto de vista científico, ético y socio-político. Por eso
nosotros defendemos con firmeza la actitud de un paso al frente del ecólogo. Porque
entendemos que en la sociedad actual es perentorio que la Ecología se anteponga al
ambientalismo, y que, a su vez, el ambientalista tome la mano extendida del ecólogo. Ello
requiere de una mayor sociabilización del saber científico por parte del investigador y del
compromiso social de las instituciones científicas, pero también de una mayor valorización
socio-política del saber científico. Sólo entonces se consumará de facto este matrimonio
muchas veces mal avenido entre ecólogos y ecologistas, ente puristas y belicistas defensores
del medioambiente, entre la ciencia y la sociedad en la que ésta se desarrolla. Mientras el acto
no se consume es preciso que se adopte el principio de precaución como la regla de juego
universal, como la moneda de cambio en el discurso entre ecólogos y conservacionistas.
Creemos que se trata de un conflicto fácilmente soluble aplicando el concepto de
«MAgisterios que No se Superponen» (MANs) desarrollado por S.J. Gould (2004) en el caso
concreto de dos ámbitos, el ecológico y el conservacionista, que poseen igual valor y nivel
necesario. Por ello, el principio de precaución no es más que la puesta en práctica de un respeto
mutuo entre los defensores de los valores medioambientales y los del saber-hacer científico. El
ecólogo ha de respetar los fines y hasta a veces los medios que impulsan el espíritu del
conservacionista. El ecólogo ha de compartir incluso el espíritu de la sociedad civil que, a
través de la llamada marea blanca articulada en cientos de grupos de voluntarios, logró frenar
el empuje del negro chapapote en el desastre del «Prestige». Pero es también imperativo que el
ecologismo y la sociedad civil asuman que no hay atajos, y que el conocimiento científico debe
presidir los argumentos que validen sus acciones. Sin embargo, todos sabemos que ambas
partes no siempre respetan este principio, y los excesos son muchos y variados.
En el principio de precaución, ecólogo y ambientalista deberían plantearse tres acuerdos
tácitos: en primer lugar, la obligación de reflexionar antes de actuar; en segundo, que las
respuestas a las intervenciones del otro sean siempre proporcionadas; y en tercer término,
promover puntos de equilibrio y encuentro entre ambos discursos. El principio de precaución
es un procedimiento justo por cuanto desbalancea la evidencia, es decir, no pone todo el peso
de la decisión en la garantía epistémica del saber científico, sino que también pondera el valor
de la denuncia y la defensa de los valores ambientales, lo que permite encarar los problemas
aún en ausencia de una total certidumbre científica. En el espacio que dibuja el principio de
precaución ambos discursos son válidos. Es decir, la evidencia científica de la Ecología no

36
tiene por qué convertirse en el imperativo categórico que dirija una acción ecologista, pero, al
mismo tiempo, ésta requiere de la evidencia científica como prueba de cargo o descargo de los
argumentos que cimientan sus actuaciones.

5.1.2. Aznalcóllar

El principio de precaución puede analizarse también en el caso de la ruptura de la presa


de la mina de Aznalcóllar ocurrida el 25 de abril de 1998. Se vertieron entonces millones de
metros cúbicos de lodos y aguas tóxicas al rio Guadiamar, afectando al Parque Nacional de
Doñana y al estuario del Guadalquivir. Aquella catástrofe ecológica dejó kilómetros de cauces
y miles de hectáreas contaminadas y toneladas de animales muertos.

Dos instantáneas del accidente de Aznalcóllar

A lo largo de estos ocho años, la Comisión de expertos del CSIC en relación a la


emergencia ecológica ocurrida en la zona de influencia de Doñana, ha ido elaborando varios
informes científicos sobre las graves consecuencias ecológicas del vertido tóxico, así como de
las actuaciones para la restauración ambiental del ecosistema (Aznalcóllar, 1998-2001.)
La historia de Aznalcóllar ofrece una lección que podemos resumir en tres ideas:
1. Ausencia del principio de precaución. Desde la entrada en funcionamiento de la mina en
1980, varias asociaciones ambientalistas o conservacionistas denunciaron numerosas veces
ante las instituciones implicadas en la gestión y conservación de Doñana las irregularidades y
el riesgo de la presencia de un enorme y creciente depósito de siete millones de metros
cúbicos de aguas y lodos tóxicos aguas arriba de la zona húmeda y la ZEPA (Zona de Especial
Protección para las Aves) más importante de la Unión Europea. Amenaza de rotura y de
filtraciones que, a juicio de esas asociaciones, sigue vigente. Ello considerando que todavía no
se ha sellado completamente la balsa, ni se ha procedido a la inactivación de los residuos
mineros, restauración de la corta y las escombreras. A esto hay que añadir el hecho de que,
tras el accidente, se produjo una descoordinación institucional inicial, íntimamente vinculada a

37
la gestión política de un desastre ecológico en ausencia de planes de emergencia y de
coordinación científico-técnica. En este sentido, vuelve a cobrar vigencia el viejo tópico de
«nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena». Habría sido más sencillo y rentable haber
empleado los millones de euros de los fondos públicos que han costado la limpieza de los
vertidos en elaborar estrategias para evitar la catástrofe, por ejemplo creando corredores
verdes, o bien minimizar los riegos de accidente con adecuados planes de contingencia. Este
asunto es más grave en un espacio natural como Doñana, cuya protección comparten hasta
cinco figuras jurídico-administrativas (Junta de Andalucía, Ayuntamientos, Ministerio de
Medio Ambiente, CSIC y Universidades y Comisión Europea). La ausencia del principio de
precaución en la política ambiental es la razón de que llueva sobre mojado.
2. La solución a los problemas ecológicos es multidisciplinar. En los informes emitidos por el
CSIC se hace hincapié en que «...para solucionar los distintos aspectos del problema hay que
situarse en las interfases entre disciplinas tradicionalmente bien establecidas tales como la
Microbiología, la Geología, la Geoquímica, la Botánica, la Ecología, la Biotecnología y la
Genética Molecular» (sic). En otras palabras, las amenazas y los problemas que afectan a los
ecosistemas son intrincados, y requieren soluciones complejas. Este argumento refuerza la
idea de que el núcleo central de la episteme de la Ecología es el ecosistema, y que éste ha de
abordarse manejando con rigor los préstamos metodológicos de otras disciplinas, pero
integrando e interpretando todos ellos en una visión sintética.
3. Desencuentro axiológico en la visión de los ecosistemas. El accidente de Aznalcóllar puso
de nuevo de manifiesto el viejo debate entre conservacionistas y urbanistas; entre los
defensores del falso discurso de la protección de los patos y los mezquinos valedores de la
explotación económica (turística, agrícola, industrial, inmobiliaria,...) a secas. En realidad,
antes y después del accidente, ambos pares fueron excluyentes, reflejando el profundo
desencuentro axiológico en la visión, vivencia y desarrollo sostenible de los ecosistemas, y lo
que es más grave, del desconocimiento de los mismos.

5.2. El Principio de San Marcos

El deconstruccionismo social de la Ecología tiene su explicación más sencilla en el


principio de San Marcos. Un principio acuñado por el sociólogo norteamericano Robert
Merton (1973) y al que recurrió el profesor Margalef en repetidas ocasiones. Según este
principio, basado en el célebre pasaje de la Biblia…«porque al que tiene se le dará, y al que no
tiene, aun lo que tiene se le quitará... » (Mc. 4, 25), cuando dos sistemas con distinto grado de

38
complejidad interaccionan, la información fluye en el sentido de incrementar más la
organización del más complejo. La idea central de Merton se ha aplicado brillantemente como
argumento para explicar las evidencias científicas de muchas y variadas disciplinas, incluida la
biodiversidad de los ecosistemas, y explica igualmente bien esta especie de vampirismo
alodóxico al que se aludía anteriormente, y que caracteriza el ideario y práctica del ecologismo
poco ecológico. El principio de San Marcos explica cómo la balanza de la relación simbiótica
entre ecólogos y conservacionistas, Ecología y ecologismo, se inclina hacia éste último a
medida que el deconstruccionismo social de la Ecología avanza. Y esto es así porque el «ismo»
social es más complejo y diverso que el logos que sustenta la Ecología.
Siguiendo el mismo principio, si fuésemos capaces de direccionar las inercias y
dinámicas de ese frágil equilibrio hacia el otro lado de la balanza, es decir, hacia el
reconocimiento social de los conceptos, principios y valores de la Ecología, entonces sería
posible adrizar el barco y escorarlo en el rumbo adecuado. Otra vez estamos ante ese debate
abierto entre Ciencia-Tecnología-Sociedad (CTS), y en la tramoya institucional que lo sustenta.
Por eso estamos convencidos de que el deconstruccionismo de la Ecología es una impostura
intelectual que el ecólogo debe combatir desde dentro, abriendo sus horizontes disciplinares, y
sociabilizando sus estructuras de conocimiento. Sólo entonces el ecólogo bajará del altar, y el
conservacionista belicoso saldrá de las trincheras. Sólo así la guerra habrá finalizado.

5.3. La Ecología tal cual la interpreta un conservacionista

Actualmente, Ecología, conservacionismo, ambientalismo, ecologismo, y problemas


ecológicos son términos intercambiables que se mezclan en el lenguaje cotidiano, de manera
que ocupan un lugar en el sentir común de la gente. Además, son parte integrante ineludible de
los programas de los partidos políticos y del discurso de muchos profesionales. Sin embargo, la
Ecología, que es la biofísica de los ecosistemas, está bastante alejada del conservacionismo o
ecologismo, interpretado como una «Ecología sin demasiadas preocupaciones» (Margalef,
1992). Así es efectivamente, puesto que el conservacionista muestra con demasiada frecuencia
una gran laxitud en lo referente al conjunto de las preocupaciones ontológicas y metodológicas
del ecólogo.
Hay un tipo de ecologistas que propone un único organismo -Gaia- al que se considera
una entidad compleja abarcando la biosfera, la atmósfera, los océanos y la tierra, y que
constituye en su totalidad un sistema cibernético o retroalimentado que busca un entorno físico
y químico óptimo para la vida en el planeta. Esta teoría se basa en la idea de que la biomasa

39
autorregula las condiciones del planeta para hacer su entorno físico-químico más hospitalario
con las especies que conforman la vida. La hipótesis Gaia define esta hospitalidad como una
completa homeostasis (Lovelock, 1979; 2006). Un modelo sencillo que suele usarse para
ilustrar la hipótesis Gaia es la simulación «El mundo de las margaritas» (Watson y Lovelock,
1983.) Uno de los aspectos más sorprendentes de las simulaciones por ordenador de ese
modelo es que cuanto mayor es el número de especies que se introducen en un planeta, que
orbita un sol cuya temperatura está aumentando lentamente, mayor es la mejoría de los efectos
sobre el mismo, es decir, que la regulación de la temperatura prospera. El modelo del mundo
de las margaritas ha tenido gran cantidad de críticas, principalmente porque el sistema que
preconiza tiene escaso parecido con la Tierra, necesita una tasa de defunción al efecto para
poder mantener la homeostasis, y no aclara la distinción entre los fenómenos que ocurren a las
especies y los que acontecen a los individuos. Sus ideas, sin embargo, cimentaron la noción de
que la biodiversidad es valiosa e iniciaron la tendencia a favor de su conservación.
Alrededor de esta posición, que niega al hombre algún derecho sobre la Naturaleza y lo
ubican al mismo nivel y con todas las consecuencias que el resto de los seres vivos, se han
desarrollado movimientos ambientalistas bastante radicales y poco proclives a aceptar críticas
externas. Para éstos, los humanos deben estar alejados por completo del uso de productos y
artefactos no naturales, vivir en comunidades pequeñas, sin matar animales para comer, y
mostrar un respeto cuasisagrado por todos los integrantes del ecosistema.
Entre esta extrema y mística utopía y el utilitarismo más radicalmente esquilmador de
los recursos naturales se ha desarrollado un movimiento sociopolítico moderado que defiende
la protección, la gestión sostenible y la restauración del ambiente. Este tipo de
conservacionistas apoyan generalmente la necesidad de un cambio social con reformas de
orden público, y modificaciones profundas en el comportamiento de los individuos, gobiernos
y empresas. Este movimiento va unido a un compromiso por mantener la salud de los
ecosistemas naturales, y al reconocimiento de la humanidad como parte integrante de los
mimos. Este tipo de conservacionistas piensa que las raíces de la crisis medioambiental que se
ensaña con nuestro planeta recaen en el rápido aumento de la población mundial. Incremento
que conlleva una creciente demanda de recursos y energía. Demanda que ejerce una presión
creciente en los sistemas naturales, impelida principalmente por la miopía intelectual, la
avaricia y la irresponsabilidad de la humanidad industrializada (Frers, 2005.)
El movimiento conservacionista moderado está representado por una gama de ONGs,
que abarcan desde unos ámbitos geográficos mundiales y objetivos globales hasta niveles

40
locales e intereses muy focalizados. Algunas son permanentes, mientras que otras son
temporales, pero la mayoría se han labrado un importante lugar en la opinión pública.
Con el transcurso del tiempo, y por diferentes circunstancias, varias de esas
organizaciones han adquirido rango internacional. Entre ellas se pueden citar a WWW/Adena,
Greenpeace, Oceana, Conservation Internacional y Amigos de la Tierra. Todas ellas han sido
capaces de obtener un saneado y alto grado de financiación, procedente de distintas fuentes,
pero especialmente de sus propios afiliados. Extraer generalizaciones aplicables a conjuntos
heterogéneos como son estas organizaciones es difícil, sin embargo, en lo referente a la
cualificación académica y profesional de sus miembros puede afirmarse que algunos poseen
título universitario y están «liberados», es decir cobran un salario de la propia organización,
pero que una amplia mayoría está constituida por voluntarios jóvenes, licenciados o no, que
colaboran con una buena dosis de romanticismo. También se observa que, salvo honrosas
excepciones, sus miembros están bastante ayunos de doctrina ecológica rigurosa, la cual quizá
estudiaron pero que no se han preocupado de actualizar. Ello sobre todo porque sus actividades
reivindicativas o sus trabajos de campo les dejan muy poco tiempo para estudiar. En la mayoría
de los casos, para estos conservacionistas la Ecología queda restringida a la defensa de algunas
especies emblemáticas en peligro y de algunos ecosistemas, principalmente de las agresiones
que les infringe la especie humana.
También es muy complicado tratar de generalizar en lo referente al pensamiento de los
miembros de estas asociaciones porque sus posiciones no son homogéneas. Una fracción
importante de ellos no se limita a la defensa del ambiente de forma pacífica, sino que adoptan
actitudes belicosas. Por otra parte, no es infrecuente que junto a la defensa del ambiente se den
actitudes reivindicativas de lo que consideran derechos civiles inalienables, como el pacifismo,
o la equiparación legal y moral entre los seres hombres y los grandes simios.
En los últimos años, a medida que su poder aumentaba y sus ingresos eran mayores,
hemos asistido a divisiones y enfrentamientos en el seno de varias de esas organizaciones, la
mayoría de ellos relacionados con el reparto del poder y del dinero. Este escenario deja
bastante en entredicho el romanticismo roussoniano inicial de muchos de sus componentes, que
abarcaba la utopía de la igualdad entre todos los integrantes, un reparto equitativo de los
ingresos, y un gobierno absolutamente democrático, limpio y transparente.
Los grupos conservacionistas generalmente presentan la realidad y severidad de las
agresiones que está sufriendo la Biosfera a nivel mundial como una situación catastrófica que
tiende a empeorar. También consideran que están siendo provocadas por una especie joven que
se tiene por superior a las demás. Y por otra parte, suelen centrar el eje de las políticas

41
ambientales exclusivamente en la lucha por la conservación del mundo natural. Estas
posiciones no están exentas de críticas (por ejemplo Oderberg, 2000 y Lomborg, 2003.)
Algunas de estas reprobaciones están más fundamentadas que otras. Entre las menos cabe
señalar lo referente al desenfoque de ciertos problemas y a la interpretación precipitada y poco
rigurosa de datos científicos relativos al binomio demografía-prosperidad, donde la mayoría
son decididamente partidarios de un trasnochado maltusianismo. También el dogmatismo y la
ideologización apriorística de muchos de sus miembros, que impide, en bastantes ocasiones, el
debate sobre bases ecológicas precisas; por ejemplo, en lo referente a la sobrevaloración de los
aspectos negativos del progreso o el uso de la energía atómica. Por último, el rechazo que estos
movimientos muestran por el liberalismo, la sociedad industrial, y muchos aspectos de la
cultura occidental, adjudicándose la exclusividad de la preocupación por el deterioro del
ambiente, que puede obstaculizar incluso en inicio de un verdadero diálogo.
Por otra parte, el tema de la conservación no siempre se plantea de forma adecuada,
principalmente cuando se generaliza impropiamente o se absolutiza. Por ejemplo, atendiendo a
la biodiversidad es cierto que la acción del hombre ha provocado la extinción de algunas
especies, pero también ha contribuido a la expansión de otras. «La historia de la humanidad
constituye un gigantesco experimento de rejuvenecimiento de toda la Biosfera y por esto no se
le puede encontrar muchas notas negativas, si se contempla el proceso desde un punto de vista
general» (Margalef, 1974.)
El conservacionismo apoya la creación de reservas y parques naturales. Algunos
piensan que esto es la panacea para el problema de la protección de la Naturaleza, pero estos
espacios protegidos, muchas veces pintorescamente caracterizados en lo referente a sus
dimensiones óptimas, fronteras u otras características, sólo son realmente útiles si se ha
considerado la organización general de todo el territorio donde están ubicados, porque uno de
los aspectos más importantes de la conservación es la organización espacial del paisaje, tanto
terrestre como marino. No obstante, estos espacios, sobre todo si están bien gestionados, son
muy útiles desde diferentes perspectivas, uno de las cuales es la educación ambiental de los
ciudadanos, que quizá sea el problema básico de la conservación de la Naturaleza.
Un ejemplo relativamente reciente lo constituye la creación del Parque Natural de Cabo
de Gata-Nijar. Un grupo de biólogos de las Universidades de Málaga y Autónoma de Madrid, y
del Museo Nacional de Ciencias Naturales, financiados por la Comisión Asesora de
Investigación Científica y Técnica y la Caja de Ahorros de Almería, y la Consejería de
Educación y Ciencia de la Junta de Andalucía, estudiaron la flora y la fauna marinas del
Parque, contribuyendo decisivamente con sus informes y gestiones a la erección del mismo en

42
1987. Las actividades educativas que se realizan desde instalaciones dentro del parque, las
publicaciones científicas y divulgativas de este grupo de investigadores, y su tesón para vencer
las dificultades, constituyen una pauta de cómo se deben hacer las cosas en estos casos (véase
García Raso et al., 1992.)
No se puede negar que el ambientalismo ha jugado, y juega, un papel descollante en la
sociedad como guardián del manejo del ambiente y la conservación de la diversidad biológica.
Asimismo, que lucha para que el uso de los recursos naturales renovables sea sostenible, por la
reducción de la contaminación, el crecimiento de las energías no convencionales, el consumo
de productos procedentes de la agricultura natural o biológica, el desarrollo de una medicina
naturista, el reciclaje de los residuos familiares, y por la educación ambiental. Sin embargo,
como acertadamente ha señalado Frers (2005), uno de los problemas básicos de este amplio
movimiento es que muchas veces ha pretendido erigirse en una nueva ideología o en un nuevo
paradigma, y es difícil pensar que sea ni una cosa ni la otra, ya que carece de la necesaria
amplitud como para ser una ideología, es decir, una forma de mirar globalmente el futuro del
mundo. Ello, en primer lugar, porque no cuenta con buena parte de los sectores que promueven
el desarrollo social y económico y sólo se concentra en uno: el ambiente. Pero también porque
no siempre se enfoca adecuadamente la gestión y la conservación de los ecosistemas, pues se
trata de curar síntomas, cuando lo verdaderamente importante es enmendar procesos.
Por otra parte, el conservacionismo tampoco es un nuevo paradigma, si es que los
paradigmas se pueden construir voluntariamente Y ello porque no involucra todos los aspectos
del saber, sino sólo aquellos relacionados con la sociedad y el ambiente, y cuando lo hace no
siempre manifiesta una comprensión profunda de los procesos naturales. Es el caso, por
ejemplo, de defender la consecución del «climax» en la sucesión ecológica de un ecosistema
dado manteniendo un cierto grado de explotación. Esto es ilusorio. También es el caso de
cuando se plantean acciones conservativas en ecosistemas con un moderado grado de
explotación y muy heterogéneos para conseguir una total conservación de los mismos. Ahí, lo
más conveniente sería no intervenir. También lo es cuando, para evitar los pesticidas en
agricultura, se plantean determinados tipos de luchas biológicas sin comprobar antes si los
organismos o sustancias químicas naturales a utilizar están o no programados por la vida en ese
ecosistema, pues en caso negativo producirán disfunciones irreparables. En definitiva, los
dilemas que se plantean en el binomio conservación- explotación son frecuentes y no siempre
de fácil solución.
Las ideas del ambientalismo son tal vez el embrión de una nueva forma de ver las
cosas, que requiere todavía mucha elaboración, debate y acuerdos para constituirse en un saber

43
estructurado, sobre todo, como ya se ha expuesto, es imperativo que asuma con mayor
frecuencia y rigor que el conocimiento científico, y en este contexto más propiamente el
ecológico, debe presidir los argumentos que validen sus acciones. Resulta bastante alentador y
positivo en ese sentido la acción que está llevando a cabo WWW/ADENA con el proyecto
Propuesta de Red Representativa de Áreas Marinas Protegidas en España (Marcos, 2005.) Al
iniciarse este trabajo pionero, la sección española de esta organización conservacionista
internacional quiso contar con el asesoramiento, desinteresado, de un grupo de cerca de 25
expertos en el medio marino procedentes de universidades e institutos de investigación de todo
el país. Después de varias reuniones de trabajo, celebradas en un ambiente reconfortante
intelectual y humanamente, la propuesta ha sido presentada en sociedad, donde ha tenido una
magnífica acogida. El enfoque general de esta propuesta no podía ser otro que el
verdaderamente ecológico, es decir, tratar de conservar los ecosistemas. Queda todavía
bastante tramo por recorrer hasta que esta iniciativa impregne a las Administraciones Públicas
en todos sus niveles territoriales y a la sociedad en general, de manera que la protección
efectiva de los océanos vaya convirtiéndose en una realidad, pero este es un paso muy
importante.

5.4. El ecólogo que bajó de las montañas

Lo que nos preocupa como ecólogos y como personas interesadas por el papel que
juega la Ecología en la sociedad es que la transmisión de los datos científicos y de los
resultados se haga de la manera más fiable posible. Expresado de otra forma, lo que nos
interesa es avecinar al público al calor que proporciona todo encuentro con el núcleo
conceptual de una disciplina científica madura, que crece normalmente por añadidura de
pequeñas aportaciones, aunque esporádicamente experimente notables saltos cualitativos
debidos a intervenciones geniales tanto en el campo teórico como experimental. A partir de
aquí, nos importa que la opinión pública pueda formarse sus propios criterios, con los que
poder opinar y elegir. Esto principalmente porque muchas de las cuestiones de que trata la
Ecología deben traducirse en decisiones a diferentes niveles sociales. A nivel personal se
traducirá al menos en un voto. A nivel profesional puede sustanciarse, además, en consejos,
que deberían servir de guía para la toma de decisiones políticas.

44
WWW/ADENA, en colaboración con un grupo importante de ecólogos expertos, ha
presentado (2006) una propuesta pionera para crear una Propuesta de Red Representativa de
Áreas Marinas Protegidas en España, con objeto de preservar los ecosistemas más importantes.
Esta iniciativa impulsaría el desarrollo de una red viable para el 2010, que cubriría, al menos,
el 10 % de las aguas españolas.

45
No ignoramos que lo ambicioso del proyecto contrasta con la menesterosidad de los
autores y con la anchura y fuerza de la corriente que lleva actualmente la riada de la moda del
ambientalismo Nuestro propósito es escribir un tanteo o aproximación que pretende
sencillamente marcar unas rutas de comprensión y unas pistas de actuación para ayudar al
inquisitivo lector de nuestro siglo a ganar en nitidez en torno a la Ecología.

Un asunto muy importante en esta tarea es el lenguaje. De su precisión dependen cosas


importantes. Los métodos, fenómenos, hipótesis y teorías ecológicas pueden describirse y
divulgarse a través de un lenguaje sin rigor, lo que proporciona una visión incompleta o
errónea de lo que se describe. Es pues necesario utilizar un lenguaje preciso para describir esas
materias. En primer término, deben tenerlo los propios ecólogos cuando intervienen en la
divulgación y el debate público. Pero también es exigible a los periodistas. Se necesita una
adecuada formación humanista- al menos saber expresarse con corrección- entre los ecólogos
y, en caso contrario, se precisa una adecuada formación científica en el ámbito del periodismo.
Buena formación en ambos casos, que debe alcanzarse primero en la enseñanza primaria y
secundaria, completándose en la universitaria. Ya decía Ortega en su «Misión de la
Universidad» que todo buen universitario debía recibir información básica a cierto nivel sobre
los principales resultados en cinco campos del conocimiento: la imagen física del universo, su
imagen biológica, la idea de lo social, el sentido de la evolución histórica y la filosofía. Estos
son los ingredientes básicos de la cultura superior. Entre otras cosas, deben existir planes de
enseñanza que recojan, pronto y con rigor, los avances teóricos y prácticos de la Ecología, y
más foros donde se debatan temas capitales para nuestra civilización como la contaminación, la
crisis del petróleo, las energías alternativas, el problema del agua, la importancia de conservar
la biodiversidad, o el cambio climático. Nuestra vida, pero sobre todo la de nuestros hijos, está,
y lo estará más todavía, enormemente influida por la aplicación práctica de numerosos
principios de la Ecología, como lo está por la Informática y la Biotecnología.
Hace ya tiempo que dejamos de vivir en la época del despotismo ilustrado, donde
únicamente ilustres personajes, con tiempo y dinero, se dedicaban al cultivo de las ciencias,
ejerciendo luego su influencia en las grandes masas incultas. Actualmente la ciencia se ha
democratizado, y la comunidad científica no puede quedarse encerrada en su torre de marfil,
aislada y contemplándose el ombligo. Los científicos debemos bajar de la montaña, y los
ecólogos debemos hacerlo quizá más aprisa que otros, porque muchos temas que tratan tienen
verdadera importancia social. Además de tratar de encontrar los vehículos adecuados para
convencer de que lo que hacemos es realmente importante, debemos estar abiertos a los

46
interrogantes que se urden dentro de la sociedad. Una de las primeras consecuencias de esta
postura debería ser una mejor valoración de las tareas de divulgación y de formación en los
currículos. Pero otra, e indudablemente muy importante, sería un mayor apoyo y mejor
patronazgo a la divulgación científica por parte de las entidades públicas y privadas. Causa
estupor comprobar frecuentemente que, al menos para bastantes sectores de nuestro país,
únicamente son manifestaciones culturales aquellas relacionadas con el arte, la historia o
disciplinas similares.
Hablando de formación, dos experiencias concretas. Ambos autores, y otros miembros
de nuestro grupo de investigación (ECOBIOMAR), hemos trabajado, en mayor o menor grado
de colaboración, con la «Coordinadora para el Estudio de los Mamíferos Marinos» (CEMMA)
desde 1991. Se trata de una ONG bastante extensa, compuesta por miembros de toda Galicia,
con nueve grupos de trabajo, que está llenando muy dignamente un espacio desatendido por las
Administraciones Públicas, e incluso por las propias universidades y centros públicos de
investigación. La CEMMA está constituida por miembros de muy diversa formación, también
biólogos y veterinarios, y es una amalgama de grupos ambientalistas, algunos de los cuales
tienen claras actitudes reivindicativas, no exentas, en determinados casos, de connotaciones
políticas independentistas. En nuestra colaboración como profesionales de la Ecología
tratamos, desde el primer momento, de dar contenido y altura científica a sus miembros. Se
consiguieron varios proyectos de investigación, subvencionados por la Comisión
Interministerial de Ciencia y Tecnología y por la Unión Europea, en los que además de nuestro
grupo de investigación, colaboraron instituciones científicas de otros países europeos.
Apoyados por el presidente de la CEMMA y otros miembros licenciados muy activos,
se influyó en el rigor científico y la precisión del lenguaje de las notas de prensa, y se
proyectaron dos tesis doctorales y dos tesinas de licenciatura. Las dos primeras ya han sido
defendidas con éxito, las dos últimas están retrasadas porque la actividad diaria desborda todas
las previsiones. Se organizaron talleres de trabajo, y se potenció la asistencia a congresos
presentando en ellos comunicaciones científicas. Procuramos, en definitiva, introducir criterios
profesionales y un cabal sentido científico. Creemos que ese objetivo se consiguió en bastante
grado, como lo prueban, entre otras cosas, las publicaciones realizadas en revistas de impacto.
De ese bajar a la arena de los ecólogos surgieron también cursos y conferencias, y un
magnífico y fructífero intercambio de ideas entre los voluntarios de la ONG, ocupados sobre
todo en la atención de los múltiples varamientos anuales de mamíferos marinos que ocurren en
nuestras, y los ecólogos. También se rompieron barreras corporativistas como la existente entre
veterinarios y biólogos cuando de la atención y recuperación de animales se trata. Así, en unas

47
conferencias dictadas en la Facultad de Veterinaria de León, organizadas por la CEMMA, las
cuales habían atraído a numerosos estudiantes, se apreciaba cierta expectación y algunas
reticencias: “¿A ver que nos van a contar estos biólogos sobre los mamíferos marinos a
nosotros, futuros veterinarios? Luego todo fueron preguntas y felicitaciones. También los
médicos se acercaron a nosotros, viniendo a trabajar en nuestras instalaciones sobre técnicas
para el diagnóstico de patologías en delfines. Los miembros de ECOBIOMAR nunca quisimos
participar en las asambleas de la CEMMA, pero estábamos ahí, en el lugar que pensábamos
nos correspondía, y aprendimos enormemente de la experiencia y sabiduría de los componentes
de esa organización. Hubo también que lidiar con los numerosos y espinosos problemas que
genera de una actividad no reglada y desordenada por su misma naturaleza (la aleatoriedad de
los varamientos) en un instituto como el nuestro, donde, por otra parte, se carece de las
instalaciones adecuadas para realizar necropsias a grandes animales, que en muchas ocasiones
estaban en relativamente avanzado estado de putrefacción. Pero quizá lo más interesante es que
los ecólogos profesionales servimos de introductores, paraguas y argamasa para gozar, primero
de un convenio de la Consellería de Medio Ambiente de la Xunta de Galicia, que permitió
primero limar asperezas, y a la postre demostrar a la Administración que se podía fiar de la
CEMMA, porque la mayoría de sus miembros actúan con criterios profesionales.
Otra experiencia en la que los participantes salimos beneficiados mutuamente está
relacionada con la colaboración entre ECOBIOMAR y la Coordinadora para el Estudio y
Protección de las Especies Marinas (CEPESMA), con sede en Luarca. Esta cooperación
comenzó a mediados de los noventa con motivo de nuestro mutuo interés por la investigación y
protección de los mamíferos marinos. ¿Quién iba a pensar entonces que esa relación pondría al
descubierto uno de los filones más importantes a nivel mundial para el estudio bioecológico de
los calamares gigantes? Pues así fue. El 9 de diciembre de 1999 un ejemplar de 148 Kg. fue
capturado accidentalmente por una pareja de arrastreros lucenses mientras pescaba bacaladilla
entre 270 y 550 m de profundidad. El calamar lo compró un pescadero en la lonja de Avilés y
lo expuso en su puesto en el mercado. De allí lo rescató Luís Laria, presidente de CEPESMA,
quien lo congeló y nos avisó del acontecimiento. El 25 de enero de 2000 íbamos bastante
excitados camino de Luarca en el vehículo todo terreno de nuestro Instituto. Desafiando al frío
reinante, disecamos el animal al aire libre en el patio del colegio del Padre Galo, rodeados de
los alumnos del colegio, curiosos y periodistas.
Gracias al interés de Luís y de otros miembros de CEPESMA, y con la colaboración
económica de CAJASTUR, el ejemplar quedó reconstruido, fijado y depositado en una urna en
el Aula del Mar de Luarca. Se iniciaba así una colección de calamares gigantes que, con el

48
tiempo, ha llegado a ser la más importante del mundo. Esa fue la veta que nos condujo a
descubrir que esos enormes cefalópodos eran bien conocidos en Asturias, donde los pescadores
y otras gentes del mar les habían dado el nombre vernáculo de «peludines», debido a su
tendencia a pelarse después de ser capturados. En la búsqueda histórica que iniciamos entonces
se encontraron registros de muchos años atrás en Asturias y Galicia, remontándose hasta vivos
recuerdos de pescadores en los años cincuenta. Algunos de los encuentros entre asturianos y
Architeuthis quedaron registrados por escrito. En el número 140 de la «Hoja del Mar» se
encuentra la cita de un ejemplar de 140 Kg. recogido en noviembre de 1979, y en el libro
«Asturias desde el Mar» (1986), escrito por el ovetense Jesús Ángel Ortea, aparece la
fotografía de un calamar gigante, de buen tamaño a juzgar por la comparación con sus hijos
que aparecen en la ilustración, descargado en la lonja de Avilés en septiembre de 1982. Luego
se hallaron citas consecutivas procedentes de la región occidental asturiana y nororiental
gallega, cerrándose con ellas el arco de tiempo comprendido entre mediados y finales del siglo
XX.
A partir de aquella hembra, bautizada por los niños del colegio Padre Galo como
«Archi», las llamadas de Laria y nuestras visitas a Luarca para disecar y estudiar los
ejemplares se han sucedido ininterrumpidamente hasta ahora. Además de especimenes de
Architeuthis, tanto machos como hembras, hemos podido estudiar cuatro Taningia danae, otro
calamar que alcanza grandes dimensiones, y que mora también en el caladero de pesca de
Carrandi. Pese a que estos calamares no son comestibles y que por lo tanto carecen de interés
pesquero, su estudio, además de interés científico y divulgativo, tiene importancia por su
potencial aplicación en numerosos campos de la Biomedicina y Farmacología. No sólo los
especialistas sienten una creciente fascinación por estos gigantes marinos, sino también el gran
público. De esta forma, las páginas webs sobre este tema son muy visitadas y los museos
ofrecen elevadas cantidades de dinero por la adquisición de ejemplares para sus exposiciones.
Desde 1996 se viene realizando un esfuerzo plurinacional en el que han colaborado científicos,
tecnólogos, expertos en filmación, barcos y submarinos con objeto de obtener las primeras
imágenes de un calamar gigante vivo en su medio natural.
En la disección de la hembra capturada en Asturias en enero de 2000, junto a los
miembros de ECOBIOMAR y CEPESMA, se encontraban dos miembros de la productora de
documentales TRANGLOBE FILMS, que pronto advirtieron la importancia de estos hallazgos;
el Kraken estaba a nuestras puertas constituyendo un auténtico reto tanto para la ciencia como
para la industria de documentales sobre Naturaleza. De ahí nació un proyecto científico-

49
divulgativo enteramente español cuyo objetivo era obtener, por primera vez, imágenes de un
calamar gigante en su entorno natural.
El Proyecto Kraken se planteó como una serie de expediciones semejantes a los grandes
viajes de descubrimiento del siglo XIX. Viajes de revelación destinados a abrir una brecha en
los inexplorados ambientes marinos que nos proporcionasen una información nueva, capaz de
explicarnos viejos mitos marinos. Nuestro proyecto nacía como una iniciativa en amistosa
competencia con los esfuerzos efectuados por las expediciones norteamericanas realizadas
desde 1996 en Nueva Zelanda y las Azores con la misma finalidad. La ventaja que teníamos
sobre ellos era que la zona donde se encuentra Architeuthis en el Cantábrico queda a pocas
millas de la costa asturiana, donde Gijón ofrecía magníficas prestaciones como puerto base. La
desventaja estribaba en los tres años de adelanto que nos llevaban y en la relativa facilidad con
que ellos podían obtener fondos para sufragar sus expediciones. España, en cuestiones de
patrocinio, no es como los Estados Unidos. En nuestro país se necesita una ley de mecenazgo
más efectiva, ya que una buena legislación en ese sentido favorece el desarrollo de las ideas y
la aplicación de los resultados. Sin embargo, todos nos pusimos a buscar financiación con
entusiasmo. En esa tarea nos llevamos bastantes decepciones y algunas alegrías. Pensábamos,
quizá ingenuamente, que la idea sería entendida con prontitud, especialmente por las
autoridades e instancias sociales asturianas, pero, pese a los esfuerzos, no fue así en todos los
casos. A excepción de CEPESMA, de las autoridades del puerto de Gijón, de la Armada
española y del actual Director General de Pesca del Principado, que estuvieron a nuestro lado
desde el primer momento, encontramos poco eco y demasiadas puertas cerradas.
A la postre, el proyecto salió adelante y se realizaron dos campañas en busca del
Kraken, ambas a comienzos del otoño de 2001 y 2002. Con los equipos diseñados
específicamente para estas expediciones se organizó una exitosa exposición en el Museo
Nacional de Ciencias Naturales (CSIC, Madrid). El material examinado en los últimos cinco
años sirvió para publicar varios trabajos científicos en revistas internacionales. El 1 de marzo
de 2004, la segunda cadena de Televisión Española, proyectó el documental «Proyecto
KRAKEN, en busca del calamar gigante», que se está actualmente distribuyendo entre varias
cadenas de televisión nacionales y extranjeras. Confiamos en poder continuar la sana
competencia con nuestros colegas norteamericanos y australianos.
Aunque parte de lo aprendido sobre el calamar gigante se ha publicado en revistas
científicas, se ha presentado en congresos internacionales, y se ha divulgado en la prensa
especializada y diaria, pronto comprendimos la necesidad de recoger en un libro todo lo que
habíamos estudiado y aprendido sobre estos cefalópodos, principalmente para intentar difundir

50
el conocimiento adquirido entre el publico en general. El libro «Enigmas de la ciencia: el
calamar gigante» es una realidad desde abril de 2006. Escrito con rigor científico pero con un
marcado carácter divulgativo ofrece a los lectores un texto en el que se recogen los
conocimientos más actuales sobre la leyenda, Biología y Ecología de los calamares gigantes.
Todo ello con la esperanzada pretensión de que el interés por estos emblemáticos animales
contribuya a que se profundice en la protección del ambiente y las especies marinas; que la
investigación marina se tome más en serio en España; y por último, que la ciencia penetre más
profundamente en el tejido social de nuestro país.

6. ¿Tendremos que buscar un nombre nuevo para la Ecología?

El artículo publicado por Mark Westoby en 1997 nos servirá en este caso como guía
para una serie de reflexiones sobre el aspecto enunciado. Ateniéndose a una definición
académica, la Ecología es la rama de la Biología y por lo tanto una ciencia. Sin embargo, en
bastantes librerías los textos sobre Ecología se encuentran ubicados en las estanterías dedicadas
a la Religión o al Esoterismo. Si uno se define a sí mismo como un ecólogo en una
conversación que transcurra fuera de un departamento de Biología, puede ser tomado como un
activista. Algunas veces parece que lo más sencillo sería autodenominarse biólogo de
poblaciones o botánico, en vez de tener que argumentar sobre lo que significa ser un ecólogo.
Cualquiera que sea la definición que den de Ecología los libros de texto, la Ecología es una de
esas palabras que se han escapado del contexto académico y que somos incapaces de
devolverla a su sitio.
En una mesa redonda mantenida por un futurólogo, un ecólogo teórico de poblaciones,
y un filósofo de la religión con objeto de examinar lo que el público en general entiende por
Ecología, Uddeberg, Fagerstöm y Jeffner analizaron los resultados de una encuesta realizada
sobre una muestra de personas estratificada de acuerdo con los principios usuales de la
investigación social. Se recibieron 973 respuestas, y a la vez se contó con la información
proporcionada por entrevistas personales más profundas a 26 personas de la sociedad sueca. Lo
primero que se comprobó fue la existencia de un conjunto de actitudes y creencias que eran
amplia y firmemente mantenidas, con independencia de la edad, género y ocupación de los
entrevistados.
Las creencias clave sobre la organización de los ecosistemas fueron que existe un
«equilibrio de la Naturaleza» que no debería ser interferido por los humanos, y que cada
especie tiene una función diferente en la misma. En la mente del público estas ideas sobre el

51
funcionamiento real de la Naturaleza estaban íntimamente entremezcladas con actitudes
morales. En una entrevista realizada a una mujer de mediana edad trabajadora en una industria
metalúrgica se decía textualmente: «Hay un cierto equilibrio en la Naturaleza, y hay un lugar
para cada especies; hay una razón para su existencia y nosotros no tenemos el derecho de
exterminarla. Si una especie no forma parte del equilibrio ecológico, desaparecerá por sí
misma, y no porque nosotros interfiramos…» Las creencias fácticas en la diferente función de
cada especie, y la actitud moral de que cada especie debe ser conservada, fluyó a través de
valores espirituales y estéticos en la mayoría de las personas entrevistadas, una de las cuales
señalaba: «Cuando estoy en un bosque me siento como si estuviese en un templo…Me relajo,
me lleno de paz y me tranquilizo». Uddenberg y sus colaboradores resumen todo ello
indicando que la Ecología, tal y como es percibida por el ciudadano de a pie, satisface la
necesidad humana de organizar e interpretar el mundo, y al mismo tiempo ayuda a alcanzar
posiciones morales: «Ha asumido la función de una filosofía de la vida o de una religión laica».
Los autores de este trabajo señalan, además, que las ideas del público general sobre la
Ecología son diferentes de las que tienen los expertos en la materia. La mayoría de los
investigadores conocen bien que los cambios, fluctuaciones y aleatoriedades son fenómenos
generalizados en la Naturaleza. Conocen también que las especies están distribuidas de forma
individual, y que por lo tanto sólo con mucha dificultad puede darse el caso de que todas o la
mayoría de las interacciones entre especies sean obligatorias e insustituibles. El equilibrio, y
cada especie con sus propias y diferentes funciones en el ecosistema, no son principios que un
investigador moderno en Ecología pueda invocar, al menos que lo haga con calificaciones muy
cuidadosas.
La segunda diferencia principal entre ambos grupos de personas es que los profesores
han enseñado que es ilógico deducir «deber ser por ser», es decir, la norma a partir de la
sustancia. Refiriéndose a esta conexión, Uddenberg y colaboradores indican que la
discrepancia entre los objetivos científicos perseguidos por los ecólogos y la concepción
popular del asunto se debe a que la Ecología no tiene un significado unívoco. Problemas
parecidos ocurren por ejemplo en la Física donde la experiencia de una persona corriente sobre
conceptos como espacio o tiempo difiere de las actitudes relativistas que son usuales en los
profesionales. Pero, y este es el problema crucial, ninguna otra disciplina científica (quizá a
excepción de la Psicología) es utilizada por la gente corriente para satisfacer el deseo de
tomarla como una normativa que les sirva de guía, como ocurre actualmente con la Ecología.
¿Cómo debería encarase el problema de la divergencia existente entre la definición
académica de la Ecología y la concepción que tiene el público general de que se trata de una

52
filosofía de la vida o de una cuasireligión, que conecta interpretaciones de cómo funcionan los
ecosistemas con imperativos morales y significados espirituales?
Hay bastantes estudiantes que se apuntan a clases de Ecología con la esperanza de que
éstas les proporcionen un conocimiento real sobre cómo funciona la Biosfera, pero a la vez
desean que les ofrezcan también ciertas luces intelectuales adicionales. Es decir, por una parte
esperan recibir conocimientos científicos ciertos, pero por otra anhelan acoger ciertas
iluminaciones con dimensiones morales y espirituales, que no pueden ofrecerles clases sobre
ingeniería eléctrica o gramática china, por ejemplo. De este modo, se produce una tensión entre
una parte importante de la expectativa de los estudiantes y el deseo del profesor por inspirar en
ellos los principios de la asignatura y en lo qué consiste la tarea investigadora, donde los
valores más necesarios son la honestidad, la consistencia de la evidencia, la lógica rigurosa
para deducir conclusiones, y una actitud crítica casi universal. Algunos estudiantes aprenderán
esos valores, pero otros quedarán defraudados porque dichas enseñanzas no llenaron su deseo
de luz sobre aspectos muy vitales de su existencia.
¿Qué postura debería tomarse para tratar de paliar la tensión existente entre lo que los
profesores y el público general entienden por Ecología y su reflejo en las expectativas de los
estudiantes? Una opción sería aceptar que el término ecología ha escapado del control
académico y que prevalecerá el significado que le da el público general como fruto inevitable
de la evolución del lenguaje. Un ecólogo podría entonces adoptar diferentes expresiones para
definir su actividad, por ejemplo podría optar por decir que estudia, trabaja y enseña Biología
de poblaciones, Biogeoquímica, o cualquier otro tipo de terminología más o menos apropiada.
Se trata de una opción defensiva, pero al menos tendría el mérito de reducir las interpretaciones
incorrectas.
¿Existe una opción que se acople con el deseo del público general hacia una religión
laica? Si el equilibrio y la irremplazabilidad de las especies no constituyen generalizaciones
aceptables para la Biosfera, ¿existen otros conocimientos generales a partir de los cuales
pudieran surgir principios éticos y estéticos? Wilson (1989) acuñó el término «Biofilia», que
viene a significar el respeto y el afecto que sentimos por la llamativa diversificación de los
seres vivos, considerados como vehículos del ADN, y la necesidad de los humanos por
interactuar con otras especies a favor del bienestar de la propia salud mental. Sin embargo, la
controvertida hipótesis de este autor, según la cual los seres humanos habrían evolucionado
como criaturas profundamente inmersas en los entresijos de la naturaleza, y que por ello tienen
una afinidad con ella indeleblemente impresa en su genotipo, no deja de ser una idea emotiva
sobre el amor innato que los hombres sentimos hacia los seres vivos. Una noción que tiene

53
aplicación práctica en las terapias para enfermedades mentales basadas en el contacto con
determinados animales, escenas de la naturaleza o aventuras naturalistas, pero escasa
repercusión para el propósito de hallar un sustituto científico adecuado al término ecológico. Y
fuera de este intento, no conocemos otras generalizaciones científicamente defendibles que
conecten con las inquietudes éticas y estéticas de todo ser humano.
Estar a la defensiva y claudicar aceptando que el término ecología ha sido vaciado
indefectiblemente de su contenido original y debe ser abandonado por los profesionales de esta
disciplina nos parece un camino equivocado. Estamos más de acuerdo en que parte de la
solución a este problema debe encontrarse por el camino que propusieron Uddenberg y
colaboradores. Esta vía consiste en explicar claramente al público que es erróneo ligar la
ciencia y la moralidad: «necesita enfatizarse repetidamente que la actividad científica no tiene
intención de producir normativas de conducta». Y por ello, que nadie debe esperar de la
Ecología, como de ninguna rama de las ciencias experimentales, principios espirituales y
normativas morales. Esta afirmación es importante y tenerla siempre presente, aplicarla y
explicarla con el mejor lenguaje del que seamos capaces y en el mayor número de foros posible
llevaría a impedir que se planteasen problemas ficticios.
Abrazar los principios ético-estéticos de conceptos como la Biofilia nos parece loable
pero insuficiente para dar sentido pleno a la vida de un ser humano. Por otra parte, juzgamos
cobardía renegar de la Ecología, y opinamos que corresponde a los ecólogos tratar por todos
los medios disponibles que los conceptos de esta disciplina se usen y se divulguen con el
mayor rigor posible. Quizá lo que deberíamos hacer es pasar a la ofensiva tratando de sustituir
el empleo de la Ecología como adjetivo en la mayoría de los casos. Utilizar los vocablos
ambiental, ambientalismo o conservacionismo, como ya se expuso, puede ser una solución.
Sin embargo, tal vez haya también en la confusión existente un problema de enfoque no
completamente desligado del origen de la palabra Ecología. «Uno no debería echar en mala
parte el uso y abuso que se hace del término ecología si piensa en determinadas circunstancias
que acompañaron al nacimiento de esa palabra, y abonaron el terreno para toda suerte de
confusiones» (Margalef, 1992). Este maestro de ecólogos expresó en muchas ocasiones su
querencia hacia la orientación de Victor Hensen enfrentada con la de Ernst Haeckel. Hensen,
apasionado del estudio del plancton marino, tenía una mirada holista de la Naturaleza; del
bosque marino, mientras que la visión de Haeckel era más reduccionista, centrándose en los
árboles del bosque. Margalef reconoció siempre en la complementariedad y necesidad de
ambas perspectivas. Quizás este problema de enfoque haya contribuido a la laxitud o
vulgarización del vocablo ecología. Se trata de un problema íntimamente ligado a la

54
«blandura» epistemológica que se atribuye a esta disciplina científica, consecuencia a su vez
del alto grado de complejidad de los ecosistemas, en cuya evolución inciden un amplio número
y variedad de fuentes de incertidumbre. En ese sentido, toda contribución a fortalecer la
epistemología de la Ecología ayudará a un mejor y más preciso empleo de la misma.

7. ¿Hace falta un nuevo paradigma en Ecología?

El concepto de paradigma es deudor de Kuhn (1962). Según este autor, el avance de la


ciencia se produce por la alternancia sucesiva de periodos tranquilos y revolucionarios. Los
primeros son épocas conservadoras durante las cuales se produce una acumulación de
conocimientos. Los segundos son periodos de ruptura, de cambio de paradigma, que supone la
introducción y admisión de nuevas teorías, que sustituyen en todo o en parte a las antiguas. Por
lo tanto, el auténtico progreso de la ciencia no sería exactamente gradual sino discontinuo,
provocado por la aparición de nuevos paradigmas.
Un paradigma es una realización científica universalmente reconocida que, durante un
cierto tiempo, proporciona modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica. El
paradigma unifica diversas especialidades científicas y guía sus investigaciones, es decir,
orienta la investigación y determina el marco en el cual se interpretan los resultados. Cuando
surgen anomalías que no pueden ser interpretadas por el paradigma, éste entra en crisis. En
buena lógica, ese paradigma debería ser abandonado y sustituido por otro. Sin embargo, como
ha observado Kuhn (1962), no es infrecuente que se convierta entonces en un dogma para
muchos científicos, y haya entonces demasiada y sospechosa reticencia para abandonarlo,
principalmente si no hay un recambio apropiado.
En 1963 Margalef publicó On certain unifying principles in Ecology, considerado por la
comunidad científica internacional uno de los diez artículos más importantes del siglo XX en
Ciencias Biológicas (Barret y Mabry, 2002), por cuanto supuso un hito referencial en el
conocimiento científico de la Ecología y la Biología de la Conservación. Años más tarde,
Margalef (1996) consideraba: «La verdad es que la Ecología, como ciencia, continúa siendo
débil y, en círculos intelectuales, no saldría beneficiada por un tratamiento deconstructivo, es
decir, de una crítica más o menos razonada, con frecuencia mordaz y destructiva». En estos,
como en los demás trabajos, Margalef nunca habló de que hiciese falta un nuevo paradigma en
Ecología.
¿Qué quería decir cuando hablaba de la debilidad de esta ciencia? Quizás lo menos
arriesgado sea afirmar que la disciplina carece todavía de una teoría lo suficientemente sólida

55
como para proponer hipótesis y correlacionar distintos hechos experimentales utilizando todas
las herramientas que proveen la Matemática, la Física, la Química, la Informática y la Ecología
experimental para elaborar modelos, es decir, una teoría o un principio racional que trate de
enhebrar esos hechos y darles un sentido. Teoría que sí existe en ciencias más antiguas y
«duras», como la Física o la Química.
Además de esta carencia, Margalef (1991) advirtió de que «convendría aceptar
plenamente todas las presiones sociales y comprender que los problemas específicos de la
humanidad piden integrarse en una visión ecológica más general. Sin ir más lejos, la
percepción del límite superior en un proceso de crecimiento, aunque haya sido torcidamente
interpretado en la práctica de los modelos matemáticos, es importante como señal para
desencadenar procesos de regulación o de retroalimentación en general. Las nociones de
energía exosomática y de artefactos exosomáticos, estrechamente relacionados con la
organización del espacio, sin ser privativos de la especie humana, son las que convierten a
dicha especie en un factor fundamental de organización-o desorganización-de la Biosfera».
Como se expuso en capítulo tercero, Margalef ofreció por tres veces (1968, 1980, 1991)
una visión tan global de la Biosfera que abarca desde el nivel microfísico hasta el orgánico,
asociando en ellos conocimientos propios de diferentes disciplinas científicas. En ellos
Margalef no muestra ninguna duda sobre la validez del paradigma por antonomasia de la
Biología de nuestro tiempo, que es la teoría neodarvinista o sintética de la evolución
(Dobzhanski, 1937). Sin embargo, sus ideas en relación con la selección natural son diferentes
a las de Darwin, pues para Margalef (1986) la selección se produce a todos los niveles,
mientras que para Darwin son los organismos individuales sobre los que finalmente actúa la
selección. Como quiera que ese paradigma haya impregnado todo el desarrollo de la Biología
moderna, su crisis - si la hay- también habría afectando a la Ecología, y quizá ese podría ser
uno de los motivos de la debilidad de esta disciplina.
Que ese paradigma está en crisis parece evidente a juzgar por el creciente número de
voces de científicos de reconocido prestigio que están reclamando su sustitución. Hay
demasiadas anomalías que es incapaz de explicar, y ello en diferentes campos de investigación:
matemático-estadístico (por ej. Morhead y Kapham, 1967); paleontológico (Eldredge y Gould,
1972; Gould y Eldredge, 1977); genético (Kimura, 1983); infodinámico y sinergético (Brooks
y Wiley, 1986; Salthe, 1993; Kauffman, 1993); observacio-experimental (Grassé, 1977);
biosemiótico (Hoffmeyer, 1991); filosófico (Popper, 1974); etc. Hay, sin embargo, mucha
inercia negativa para abandonarlo, sobre todo porque no se ha encontrado un sustituto
adecuado, aunque exista algún «herético» candidato (Behe, 1996; Alonso, 2004.) Abordar la

56
crisis de ese paradigma central de la Biología es un tema que se sale del propósito de este
ensayo, aunque, necesariamente, trataremos alguno de sus aspectos.
Por más que no parezca menester reclamar un nuevo paradigma para la Ecología,
muchos ecólogos, al igual que Margalef, hemos ido adquiriendo gradualmente mayor
conciencia de la necesidad de nuevos enfoques y desarrollos de su cuerpo doctrinal o episteme.
Estos puntos de vista originales son esenciales para alcanzar el aspecto más interno de la
realidad y para llegar a constituir una fuente de integración y de significado. Por motivos de
claridad, abordaremos esta espinosa materia considerando tres niveles: en primer lugar el de la
propia Ecología, luego el de ésta en relación con otras ciencias, y, por último, la integración de
la Ecología en la sociedad.

7.1. Desarrollo ulterior de la episteme de la Ecología o una nueva visión del


dinamismo de los sistemas

Como la Ecología es la ciencia que versa sobre la biología de los ecosistemas, donde
primero hemos de acudir para profundizar en sus fundamentos es en lo que se conoce por
sistema. Siguiendo a Margalef (1991), «un sistema es un conjunto de componentes que
pertenecen a un número de tipos, que se nos manifiestan como prácticamente finito, pero que
en realidad está siempre abierto a la posibilidad de encontrar algún representante de una nueva
clase o tipo».
Por otra parte, aunque el número de interacciones (intercambios de materia y energía)
entre esos componentes parezca limitado, existe la posibilidad- que se da de hecho-de que el
sistema pueda eventualmente tender hacia un estado menor o mayor de orden, y en este último
caso puedan emerger nuevas formas de organización. Esto, que acontece a nivel físico y
químico, es todavía más evidente a nivel biológico. De tal manera, que puede afirmarse que
toda la naturaleza muestra la existencia de un dinamismo tendencial natural cuyo despliegue
produce sistemas naturales que son totalidades reales y no una mera adición de sus partes
(Prigogine, 1980).
La importancia de la Termodinámica no lineal para la comprensión del funcionamiento
de la Biosfera ha sido tratada por Margalef en repetidas ocasiones, una ellas fue en 1996: «La
vida acopla y combina dos dispositivos o mecanismos: el que proporciona energía y el que la
utiliza para aumentar la información, complicarse la vida y escribir la historia. En términos
abstractos, éste parece ser el acoplamiento fundamental en el mecanismo de la vida y, de

57
manera más general, de lo que se denominan sistemas disipativos-autopoyéticos: así se va
generando complejidad a partir de la enorme reserva de entropía negativa del Universo».
Los conceptos combinados de la Termodinámica no lineal y de la Sinergética (Haken,
1978) muestran «que los sistemas naturales poseen un dinamismo que se despliega de acuerdo
con pautas y produce nuevas pautas estructurales. Subrayan la importancia de muchas formas
de acción natural cooperativa que conducen a diferentes tipos de orden y organización. Y
subrayan también la unidad de la naturaleza, ya que muestran la conexión que existe entre sus
diferentes niveles». Por otra parte, los sistemas caóticos no muestran una total
impredictibilidad. Efectivamente, existe un orden subyacente en los «aparentemente» más
desordenados e impredecibles de los comportamientos naturales (Torres, 2006). Esto porque si
la naturaleza tuviese una absoluta carencia de orden imposibilitaría «pensarla» científicamente,
y, además, porque la total impredictibilidad no es real, sino que, incluso en el caos, hay un
conjunto de nuevas clases de tendencias, las cuales, aunque todavía no se conozcan bien,
proporcionan ideas más fructíferas para explicar cómo se comporta la materia desde el nivel
físico al biológico que las propias del viejo determinismo. En definitiva, lo que está surgiendo
cada vez con mayor fuerza, y ya es admitido por una amplia mayoría de científicos, es un
concepto de materia diferente al clásico, donde ésta «no puede conceptualizarse como algo
pasivo e inerte, sino más bien como algo que posee un dinamismo interno en todos los niveles
naturales… y donde sus componentes se comportan de modo cooperativo» (Artigas, 1999.)
Hablar de un dinamismo no caótico es hacerlo de «configuraciones» a nivel espacial y de
«ritmos» al temporal. Y, de hecho, mucha de la actividad científica a todos los niveles se
concentra en el estudio de ambas realidades, así como de sus entrelazamientos. Se trata de
estudios que conllevan a modelizaciones más o menos acertadas. Y los modelos tienen siempre
una característica de predictibilidad que ordinariamente reproducen el tipo general
preexistente, pero también pueden predecir pautas nuevas si se varían las condiciones iniciales,
lo cual hace referencia a la realización de ciertas potencialidades, que, a su vez, pueden
considerarse como tendencias. La «veracidad» de un modelo depende de numerosos factores,
pero uno muy importante es la complejidad del sistema que modela. Así, los modelos trabajan
mejor en el nivel físico que en el químico, y en éste que en el biológico (seres vivos) o el
ecológico (seres vivos más condiciones ambientales), que son sistemas holísticos, es decir,
donde sus elementos constituyen una totalidad unitaria y no meramente un conjunto parcial de
agregaciones.
Las reflexiones anteriores sobre la modelización nos conducen de la mano hacia el
concepto de auto-organización. No resulta fácil explicar este concepto. Quizá el mejor punto de

58
partida sea comenzar diciendo que los biólogos, y los ecólogos en particular, tenemos la
evidencia de que los seres vivos se organizan y de que en cualquier sistema se pueden
reconocer gradientes de organización: «es como si unos componentes estuvieran más abiertos a
la entrada de energía y compartieran cierta indeterminación con los sucesos elementales, y allí
el tiempo tiene menos sentido, mientras que en el otro polo de la organización ésta se muestra
más tenaz y parece que, en su persistencia, escape del tiempo y procure hacerse independiente
del mismo. Esta polaridad estructural-evolutiva se encarna en muchas asociaciones funcionales
de la Biosfera: sistemas fluidos-sistemas sólidos, atmósfera-hidrosfera, depredador-presa,
explotación-madurez (…) damos por supuesta cierta flexibilidad y elasticidad internas, que
permiten, además, en sistemas «superiores» (nosotros por supuesto), el autorreconocimiento y
la supervivencia del sistema en presencia del error, que probablemente presupone cierta
capacidad para olvidar» (Margalef, 1991.)
Donde el proceso de auto-organización se advierte más fácilmente es en las teorías de la
evolución. La explicación de todo el proceso evolutivo parece reclamar la existencia de
«principios de construcción» espontáneos que permitan explicar la formación de pautas
naturales. «No nos dejemos extraviar. La noción de proceso hacia un motivo, diseño o pattern
final, permanece muy robusta» (Margalef, 1991.). En otras palabras, «la ingente cantidad de
pasos que han sido necesarios para llegar a los niveles de organización más complejos ha sido
producida porque los pasos básicos ya contenían las potencialidades necesarias para la
formación de los pasos siguientes. Además, este proceso no puede reducirse a una afortunada
suma de sucesos históricos: ha producido resultados muy sofisticados que existen y actúan en
la actualidad. De hecho, podemos decir que uno de los resultados más notables del progreso
científico contemporáneo ha sido que hemos comenzado a saber cómo actúa la organización
natural, y esto se puede resumir en una palabra: información» (Artigas, 1999.)
Muy probablemente sea por aquí por donde se deba avanzar tanto para encontrar un
sustituto apropiado al actual paradigma de la Biología moderna, como para dar mayor solidez y
consistencia al cuerpo doctrinal de la Ecología.

7.2. La información

Ya se comentó anteriormente que el mecanismo de la vida puede explicarse, en términos


abstractos, por el acoplamiento y combinación de dos procesos: el que proporciona energía y el
que la utiliza para aumentar la información, complicarse la vida y escribir la historia. La vida
gasta energía (acrecienta la entropía, que, en sentido figurado, va a parar al cesto de los papeles

59
del Universo) y aumenta en información, expresada en mensajes, dispositivos y programas que
enriquecen una vida propia o tienden un puente hacia el futuro, y la información constituye la
sangre o esencia de los sistemas. El sistema genético (ADN) es el vehículo de la información
relativa a la especie, mientras que el sistema nervioso lo es del organismo individual.
Estos conceptos, que parecen tan abstractos, son, sin embargo, bastante sugerentes y
operativos.

7.2.1. Racionalidad materializada (Artigas, 1999)

Actualmente, hay ejemplos muy ilustrativos de cómo la información natural se


almacena, codifica y descodifica, se transmite e integrada tanto a nivel molecular, como
celular, tisular, orgánico, individual y colectivo. En todas estas situaciones se ponen de
manifiesto algunos procesos cooperativos, que se deben tener muy en cuenta en los procesos de
auto-organización natural. No obstante, puede hablarse igualmente de información en otros
ámbitos además del biológico. Ello porque también en los seres inanimados existe un conjunto
de potencialidades que se despliegan de modos bien definidos según sean las circunstancias
reinantes.
Analicemos la siguiente lista secuencial de estados físicos y biológicos a la luz de la
información: «Gas -líquido -sólido amorfo -cristal periódico -ADN - célula - organismo vivo».
Entre el gas y el cristal hay una progresiva disminución de la entropía y aumento del
orden topológico. El cristal periódico o repetitivo se caracteriza por su baja entropía y alto
orden. Pero asimismo tiene bajos grados de libertad dinámicos, ya que ni se mueve ni tiene
metabolismo. Entre el cristal periódico y el ADN hay una diferencia notable: el ADN puede
ser un cristal, pero la asimetría de sus átomos de carbono y su aperiodicidad facilitan que pueda
ser informático, que muestre información, signos y significado, los cuales no existen en el caso
de un cristal clásico.
A nivel celular, los trabajos de Linder y Gilman (1992) pusieron de manifiesto que
«receptores celulares de muy diversos tipos captan e interpretan las instrucciones de hormonas
y de otros mensajeros extracelulares mediante la excitación de una u otra «proteína G».
Adosadas a la superficie interna de la membrana celular, este tipo de proteínas actúan, a su vez,
sobre intermediarios ligados igualmente a ellas, que se denominan efectores. A menudo, el
efector es una enzima que convierte la molécula de un precursor inactivo en un segundo
mensajero activo; éste se difunde por el citoplasma y puede transportar una señal más allá de
los límites que marca la membrana. El segundo mensajero desencadena una cascada de

60
reacciones moleculares que finaliza en un cambio funcional de la célula; por ejemplo, que
comience a segregar una determinada hormona o liberar glucosa al medio». También a este
nivel se transmiten señales e instrucciones a través de mensajeros, y los procesos que ocurren
son muy específicos y están coordinados, es decir, se maneja información. Para estos autores
«resulta indudable que la membrana celular es un cuadro de mando de gran complejidad, que
recibe una diversidad de signos, valora su fuerza relativa y los transmite a segundos mensajeros
que aseguran la reacción adecuada de la célula en un entorno cambiante..., es decir, la
membrana celular puede mezclar señales diversas, o redirigir señales similares por vías
diferentes, y ello según las necesidades de la célula». De nuevo está presente la información, y
en este caso de «unas moléculas-las proteínas G-que son polifacéticas y que alojadas en la
membrana celular coordinan las respuestas celulares ante las numerosas señales procedentes
del exterior» (Linder y Gilman ,1992.)
«Lo que acontece a nivel molecular y celular es extrapolable a otros ámbitos de la
naturaleza y de la ciencia, y términos como los empleados, que son propios de la información,
responden a una necesidad de explicar de algún modo unos procesos que nada tienen de
misteriosos. Pero, en cualquier caso, resulta llamativo que, cuando intentan explicar sus
descubrimientos, los científicos se vean acuciados por la necesidad de utilizar un lenguaje lleno
de significado que recuerdan las acciones inteligentes (...) De hecho, me atrevería a decir que la
información natural puede denominarse «racionalidad materializada», porque contiene
instrucciones que se almacenan en estructuras materiales y se despliegan mediante procesos
naturales, y esas instrucciones sirven de base para la construcción de resultados muy
sofisticados a través de métodos igualmente sofisticados (....), muchísimos fenómenos
naturales se desarrollan como si hubiesen sido planeados. La información puede ser
considerada como una de las explicaciones más importantes de muchos fenómenos naturales
sutiles (...) Ahora, la información proporciona una explicación clara de la preexistencia de un
plan que hace innecesaria la existencia de algo semejante al resultado final. Al mismo tiempo,
explica cómo se produce el resultado. Si el concepto de información se encuentra
estrechamente relacionado con el concepto de potencialidad, también se relaciona con el de
plan. En algunos casos, el plan es tan específico que, si se dan las circunstancias externas
necesarias, se producirá el resultado: tal es el caso del desarrollo de los vivientes. En muchos
otros casos, las potencialidades son mucho más abiertas. En general podemos decir que
vivimos en un mundo estructurado en niveles de complejidad emergente que siempre está
abierto a la aparición de novedades» (Artigas, 1999.)

61
7.2.2. ¿Cómo medir y manejar la información?

La información es pues un concepto importante a muchos niveles, pero «se hurta a ser
medida» (Margalef, 1991.) Algunos de los desarrollos de la Teoría General de Sistemas (TGS),
dentro de la cual se desplegaron varias tendencias entre las que destacan la Cibernética
(Wiener, 1948), la Teoría de la Información (Shannon y Weaver, 1949) y la Dinámica de
Sistemas (Forrester, 1961), ofrecen planteamientos y metodologías muy sugerentes para la
Ecología, algunos de ellos utilizados frecuentemente.
La información es una moneda de cambio crucial para los animales tanto desde una
perspectiva evolutiva como etológica. El comportamiento adaptativo depende de la precisión
de la estima de parámetros ecológicamente relevantes; cuanto mejor informado esté un
individuo mejor puede desarrollar y ajustar su comportamiento para hacer frente a las
demandas del mundo cambiante en el que vive.
Dall et al., (2005) enfocaron un reciente trabajo en el floreciente interés por el impacto
de la incertidumbre ecológica sobre la adaptación, y los medios por los que ésta puede
reducirse reuniendo información, tanto a partir de fuentes «pasivas» como «reactivas». Esos
autores concluyen que la información manejada por los animales es clave para el desarrollo de
su comportamiento adaptativo. Por ello, su análisis es central en una Biología basada en el
organismo. Sin embargo, los ecólogos que tratan sobre temas evolutivos y etológicos no suelen
adoptar conceptos de información consistentes y rigurosos, dejando de aplicar marcos
explícitos para generar hipótesis informacionales sobre la adaptación y el comportamiento
animal. La Teoría Estadística de la Decisión (TED) ofrece tal marco para solventar problemas
específicos que ocurren de forma natural, y se ajusta magníficamente a las tradiciones
intelectuales de la Ecología evolutiva y etológica. Su énfasis sobre cómo se utiliza la
información contrasta agudamente con las ideas sobre la información basada en medidas de la
ambigüedad (por ej. la entropía de Shannon-Weaver), que producen con frecuencia la
impresión de que su reducción es valiosa en sí misma. No obstante, se puede fácilmente
incorporar elementos cuantitativos a tal aproximación dentro de la TED (por ej. usando el bit
como la unidad de información muestreada). Por ello, Dall y colaboradores piensan que la
TED representa el marco ideal para generar hipótesis verificables sobre el uso de la
información por los animales, hipótesis que son explícitas, cuantitativas y no comprometidas,
lo cual es fundamental para cualquier empresa científica.

62
Estamos por lo tanto ante dos hechos destacables para nuestros propósitos. En primer
lugar, la existencia de técnicas estadísticas que permiten generar y verificar hipótesis sobre el
manejo de la información por los seres vivos, y en segundo término, el énfasis sobre el
organismo como unidad central de la Biología, y por ende de la Ecología.

7.3. El organismo como unidad central de la Ecología

La Biología ha caído en un reduccionismo que conduce a desconocer, e incluso


despreciar, el organismo como un todo. A pesar de la indudable aportación de las
herramientas moleculares en la Sistemática y Taxonomía de los organismos vivos, con
excesiva frecuencia y superficialidad se trabaja como si bastase el conocimiento cientos o
miles pares de bases del ADN de uno o varios genes de varias especies, sin considerar otros
caracteres, para inferir «seguras» relaciones filogenéticas entre los organismos. Se han
cometido demasiados errores por desconsideración de su morfología, anatomía y etología, que
son resultado de un largo proceso adaptativo a condiciones bióticas y abióticas.
A este respecto viene aquí a colación relatar lo acontecido en el congreso trianual del
Cephalopod International Advisory Coucil celebrado en Cuidad del Cabo en 1997. Un joven e
intrépido genético norteamericano presentó una comunicación sobre las relaciones
filogenéticas entre numerosas familias de cefalópodos. Había secuenciado dos genes en más de
90 especies. Los diferentes árboles genealógicos que presentó allí eran, a la luz de los
conocimientos de la Morfología, Anatomía, Biología y Ecología de las especies, muy
desafortunados y por completo desenfocados. Al terminar su exposición se abrió el coloquio.
El primero en preguntar fue el profesor ruso Kir Nesis, reconocido experto mundial en
Biología marina, y especialmente en Teutología o ciencia que estudia los cefalópodos.
Sorprendido de las filogenias halladas preguntó cómo y dónde había conseguido las muestras.
La repuesta del joven investigador fue que de una pequeña cantidad de tejido de los ejemplares
depositados en diferentes museos de los EE.UU.
- ¿Y se fijó usted en otros caracteres de esos ejemplares? ¿Conoce usted algo sobre su
biología?, preguntó Kir.
- Pues no, la verdad- fue la contestación.
Lo que vino a continuación fue una breve y contundente exposición de Nesis sobre la validez
de los caracteres moleculares, la necesidad de considerar los caracteres sistemáticos
tradicionales en Taxonomía, así como la necesidad de aproximaciones integradoras para
resolver muchos de los problemas que se plantean en este campo y la evolución. Esa breve

63
disertación dio lugar a un artículo extenso sobre el tema publicado en 1998. No es difícil
hallar citas con similares puntos de vista expresados por Margalef entre las cuales hemos
escogido una de su libro de 1968: «La propaganda en contra de la Taxonomía clásica y fiable
ha sido muy efectiva; hoy en día es, lamentablemente, muy difícil encontrar a alguien capaz
de identificar los organismos. La Taxonomía es necesaria, incluso a escala macroscópica, no
solamente para el cálculo de la diversidad, sino también para el estudio de la similitud entre
distintas muestras de ecosistemas obtenidas con métodos diferentes».
La Ecología tampoco se ha librado de la influencia del reduccionismo, pero aquí la
tendencia es a simplificarlo todo tanto que los organismos individuales pasan a ser
considerados como partículas inertes. Lo que nos parece fundamental es la vuelta a la
consideración del organismo como punto central y básico de las Ciencias de la Vida. Pensamos
que, en parte, a esto se refería Margalef cuando insistía en que había que «revalorizar el punto
de vista naturalista» en el ulterior desarrollo de la episteme de la Ecología. Él actuó siempre
así: practicando y enseñando que lo primero y básico era identificar correctamente qué especies
componen una determinada biocenosis, impulsando los estudios de Sistemática y Taxonomía,
quejándose del abandono en que habían caído últimamente, y dando importancia a los rasgos
morfo-anatómicos particulares de cada especie, puesto que ofrecen una inestimable
información para comprender su papel en el ecosistema. Trató siempre de comprender cómo se
comportaba cada organismo, considerado como un todo, ante determinadas condiciones
ambientales y en presencia de congéneres o de otras especies, haciendo real aquello de que
«buena parte de la Ecología puede considerarse Fisiología al aire libre» (Margalef, 1974.)
Las teorías resumen la ciencia en el sentido de que nos dicen qué medir cuando deseamos
probar una hipótesis, y nos ayudan a estudiar mejor la Naturaleza. Sin embargo, los organismos
considerados en sí mismos integran la Genética, la Morfología, la Fisiología y la Etología, y
son las unidades de las poblaciones, comunidades y ecosistemas. Lo que ambicionan los
biólogos es conocer los organismos, su diversificación y sus relaciones con el ambiente y no
teorías y experimentos per se.
Por otra parte, el descubrimiento de nuevos organismos e información sobre ellos
reajusta los ciclos de investigación de las hipótesis examinando lo que está escondido y
haciendo progresar la Ciencia. Greene (2005), en el trabajo del que proceden las ideas
anteriormente expuestas, arguye que los recientes desacuerdos sobre el destino de la Historia
Natural son más aparentes que reales y no deberían distraernos en la tarea de seleccionar y
enfocar los temas realmente importantes para el avance de la Ciencia. En concreto, la
conservación de la biodiversidad requiere un conocimiento factual de organismos particulares.

64
Sin embargo, conocemos poco o nada sobre la mayoría de las especies, y la diversidad y
riqueza de los organismos y de las estrategias vitales que hay en la Naturaleza tiene con
frecuencia muy poco peso en los programas de educación sobre Biología, a cualquier nivel que
se analicen. En consecuencia, el autor urge a que aquellos a los que concierne especialmente la
enseñanza y la conservación soliciten que se incremente la financiación y el apoyo curricular
de lo que clásicamente se define como Historia Natural, que considera-y en ello coincidimos-
fundamental para mucha de las facetas aplicadas de la Biología en general, y de la Ecología en
particular.
Considerar el organismo como un todo, ese sería el objetivo. Identificarlo y clasificarlo
dentro de un sistema no se hace únicamente por la necesidad que tenemos de ordenar las cosas
porque así son más abarcables, sino porque, además, significa conocer al individuo tipo de una
especie con sus características principales. Como ha señalado Vecchione et al., (2000): «para
controlar la biodiversidad a cualquier nivel se precisa una correcta identificación de los
organismos. Por otra parte, si es necesario tomar decisiones sobre la conservación de una
especie, entonces se precisa también conocer sus relaciones interespecíficas con objeto de
determinar la singularidad de las mismas. En otras palabras, si una especie en cuestión es el
único representante vivo de una línea evolutiva divergente, o si es un miembro de un complejo
de especies muy similares y relacionadas entre sí. Proteger al celacanto es más importante que
proteger una especie relativamente común del Atlántico Norte. Se puede argüir que todas las
especies deben recibir el mismo tratamiento y que el hombre no debería asignar más
importancia a unas especies que a otras para su conservación. Sin embargo, entre la
información que genera la sistemática está inferir sobre las relaciones evolutivas. Cual es el
peso que esta información se merece deberá ser parte del proceso para la toma de decisiones
sobre el manejo de los recursos naturales. Se caería en un error asignando arbitrariamente un
valor nulo a la singularidad evolutiva antes de que los gestores tomen sus decisiones».

65
ECOSISTEMA E3 ECOSISTEMA E2

Complejidad ECOSISTEMA E1
Abundancia y riqueza de Juegos vitales
especies. Distribución

66
espacio-temporal

Demografía e
Interacciones. La comunidad
Estrategias tróficas: Planteamiento
depredador-presa,
La población
huésped-parásito Interindividual

Guiones vitales e Teoría Estadística


Interacciones: Decisión
estrategias
El organismo
reproductivas
Análisis estructural
Intraindividual Sistemática y
Sistemas y Taxonomía
adaptaciones ADN y Sistema
nervioso
El Ambiente
La información

En el diagrama se recoge la idea del organismo como base de todo el planteamiento de la Ecología
Considerar al organismo como un todo es parte, como ya se dijo, de lo que
Margalef denominaba «volver al naturalismo», pero esa idea no se agota con ese enfoque. Un
naturalista es un individuo con interés por la Historia Natural considerada como ciencia de la
naturaleza sin divisiones, es decir, abarcando la Botánica, la Zoología, la Geografía, la
Geología y hasta la Meteorología. Las concepciones de los naturalistas tendían a tener alcance
y consecuencias globales. Sin embargo, la Biología se ha atomizado debido al desarrollo de
diferentes disciplinas desgajadas del tronco central y ya son muy pocos los que miran la
Naturaleza desde una perspectiva global. Esta desintegración ha ocurrido incluso a nivel del
organismo. El proceso es parecido al experimentado por la Medicina, donde la especialización
en los itinerarios profesionales ha llevado a cada vez sea menos corriente que los alumnos
elijan seguir la vía del médico generalista o internista, hasta hace no muchos años bastante más
frecuente y prestigiada que en la actualidad (López Piñeiro, 2000.) El incremento de
especialidades es por una parte una necesidad y conlleva ciertos beneficios, pero por otra
acarrea algunas pérdidas y entre ellas la mayor es frustrar la percepción del conjunto: en ambos
casos, la Biología y la Medicina, del organismo como un todo.

7. 4. Relaciones entre la Ecología y otras ciencias.

«La Ecología es una ciencia de síntesis, que combina materiales de distintas disciplinas
con puntos de vista propios» (Margalef, 1974), por ello, y como se vio al tratar de sus raíces,
ha recibido el aporte enriquecedor de otras ciencias. Sin embargo, esos puntos de vista propios
son tan feraces que, paulatinamente, han sido asumidos por otras materias y actualmente está
de moda todo lo ecológico. No está de más felicitarnos por la pujanza de la Ecología que,
considerando otras ramas de la Biología, es un retoño joven, pero tampoco está de más cribar
la cosecha para separar el grano de la paja. La característica del cedazo para realizar esta criba
ya se expuso y pueden resumirse de la forma siguiente: si la disciplina resultante de la
fecundación entre la Ecología y cualquier otra materia es emergente, entonces tiene interés
epistemológico y deberá conservarse; de lo contrario, deberá rechazarse.
En este apartado en absoluto perseguimos adentrarnos en el profuso campo de cómo la
Ecología debe relacionarse con todo tipo de ciencias con las que se vincula actualmente.
Nuestra contribución es mucho más modesta. Pretendemos trazar unos rasgos de lo que supone
el camino que debe seguir un ecólogo ante esta circunstancia. Se trata de un tanteo o
aproximación, que desearíamos fuese útil no sólo para el especialista sino también para el
lector instruido del siglo XXI. Y para ello, como otras veces, tomaremos como ejemplo la
conducta de Ramón Margalef.

67
Invitado a dar una conferencia dentro de un seminario organizado por J. M. Naredo y F.
Pane sobre «Economía, Ecología y sostenibilidad en la sociedad actual», Margalef (1998)
eligió el título de «El marco ecológico para iluminar la sociedad actual». Lo primero que hizo
el conferenciante fue reconocer que: «a pesar del prefijo común eco, no resulta fácil construir
puentes eficaces entre las ciencias que llevan los nombre de Ecología y Economía». A renglón
seguido, expuso cómo iba a abordar esta difícil tarea: «Mi contribución a la presente discusión
sólo puede partir del campo ecológico…». Y esta nos parece la perspectiva más fructífera y
operativa. Veamos un ejemplo: Considera Margalef que un aspecto importante de la evolución
de las sociedades humanas es «la apropiación del entorno». Para él, la apropiación del entorno
tiene forma de una utilización de energías y recursos materiales exosomáticos. Esos materiales,
pasando o no por la vía del metabolismo biológico ordinario, contribuyen desde una posición
periférica a la conservación y evolución de las poblaciones y de las especies. A su juicio, esa
propiedad no es únicamente característica de la humanidad, sino que también la comparten,
aunque en menor grado, las plantas vasculares terrestres, los corales y los insectos sociales, por
ejemplo. Y en todos los casos, los materiales utilizados por esos sistemas biológicos, como
mucílagos, madera u otras substancias, son comparables a los empleados por los seres humanos
para construir casas, canalizaciones, carreteras y ciudades. «La humanidad, tanto por su
capacidad para la construcción y manipulación de objetos, instrumentos diversos y máquinas,
como por una amplia utilización de energías no metabólicas propias, ha iniciado una vía de
evolución propia, que se caracteriza por una intensa reorganización de su entorno natural, que
hoy en día muchos consideraríamos excesiva. Implica ya una inversión de la topología del
mismo paisaje, que está teniendo consecuencias profundas». En estas condensadas frases, el
autor manifiesta una característica ecológica asociable a la especie humana, que resulta común
y útil para enfocar tanto el estudio de sus poblaciones como el de diferentes sociedades de
otros seres vivos: «existe una buena correlación positiva entre el metabolismo externo (energía
invertida en transporte, climatización, iluminación, etc.) y el producto interior bruto como se
calcula en economía» (Margalef, 1983.)
Sin olvidar que hay aspectos como la transmisión cultural que son típicos y exclusivos
de la especie humana pero no por ello excluidos de enfoques ecológicos, Margalef va
enfocando numerosos problemas candentes de las sociedades humanas actuales, como la
contaminación, el agotamiento de recursos, los límites de la energía asequible y riesgos, el
dinero, la desigualdad entre grupos sociales y los problemas fronterizos, aplicando los
principios de la episteme ecológica, es decir. los mecanismos y procesos naturales de la
Biosfera, donde contempla al hombre como un elemento más aunque singular, contraponiendo

68
en algunas ocasiones las ideas y actitudes de los desarrollistas frente a las de los
conservacionistas, principalmente en todo lo relativo a lo que considera «un verosímil
escenario futuro: el océano mundial como vertedero».
En definitiva, la tendencia hacia el desarrollo de la episteme de la Ecología a este nivel
consistiría en una adecuada, profunda y prudente aplicación de la considerable información que
se tiene actualmente- aunque sin dejar de profundizar en ella- de los mecanismos naturales que
ocurren en la Biosfera a los problemas que plantean otras ciencias, inclusive las que hacen
referencia a la especie humana. Esto porque «la acción de la humanidad no se sale del
funcionamiento normal y esperable de la Biosfera» (Margalef, 1996.) Se trata, nada más y nada
menos, de trasladar los conocimientos ecológicos a otras ciencias, pero para ello hace falta
saber mucha Ecología, y aquel que no disponga de este bagaje debería optar por un prudente
silencio.

7.5. Pautas para conseguir una completa inserción de la Ecología en la sociedad actual.

La Ecología no sólo precisa de una perspectiva integradora del creciente número de


especialidades, sino además de una conexión rigurosa con la sociedad y la cultura. La Ecología
y la temática ambiental, o «conciencia verde» como algunos la han denominado, representan
temas de libre circulación en nuestra época; lugares comunes que abarcan no sólo los
ambientes académicos sino también las ideologías de moda y las charlas de café. Y cuando un
tema es tan ampliamente comentado y debatido experimenta un desgaste y una confusión tales
que puede ocurrir que, al cabo, nadie recuerde su significado primigenio.
Es importante por tanto remachar, y lo haremos con palabras de Ros (1999), que «una
cosa es la Ecología y otra el ecologismo; o si se quiere el conservacionismo o cualquiera de las
denominaciones más o menos en boga. La primera es una doctrina científica que nos explica el
tipo de relaciones que hay entre los seres vivos del planeta y como éstos dependen del medio
ambiente (y el medio de ellos); el segundo es la manifestación social del sentir colectivo ante
de tantas y tantas maléficas acciones del hombre sobre su entorno. Está claro que se necesita
una base ecológica para conocer el mal que puede producir la descarga de un producto tóxico
en un río, pero aquí se acaba toda relación. Como tampoco hay relación, necesariamente, entre
la Economía en tanto que disciplina científica y la reclamación sindical de un convenio
colectivo más justo, por ejemplo. Cabe recordar aquí la frase de hizo famosa el profesor
Ramón Margalef, con la que quería delimitar bien los campos de la ciencia y del movimiento
reivindicativo: El ecologismo es a la Ecología lo que el socialismo a la Sociología (Margalef,

69
1983.)» La simplificación de las propuestas ecológicas y su identificación con visiones
catastrofistas puede convertir la crisis ecológica, que actualmente afecta a numerosos
ecosistemas de todo el globo, en un campo de militancia más que en motivo de reflexión. Y
reflexionar es lo que precisamos sobre todo.
Una consideración seria del tema ha llevado a replantearse incluso los límites de las
bondades de la ciencia y la tecnología, y, por ello, a una crisis en la valoración de algunos de
los principios fundamentales donde se apoya el pensamiento occidental. Esto ha acontecido,
entre otras razones, por haberse constatado que nuestra civilización, basada en criterios de
productividad a ultranza, necesita plantearse muy seriamente su interdependencia ecológica a
fin de evitar caminar hacia desastres mayores de los ya producidos. Pero sin llegar a tantas
profundidades, la reflexión de la que queremos dejar constancia aquí es la necesidad de que los
principios fundamentales de la Ecología- bien perfilados, sintetizados y modernizados- calen
en la sociedad, de manera que, cuando se entre en el campo de la praxis, se tomen decisiones
sabias. Algunos han considerado que eso es crear una nueva forma de ciencia que denominan
Ecosofía (Panikkar, 1994), pero dicha tendencia está impregnada de teorías filosóficas y de un
cierto misticismo holista, cuyo tratamiento rebasa el ámbito de nuestros propósitos. Lo que nos
interesa ahora es señalar que es «sabio» aquel que no sólo conoce las cosas, sino el que sabe
ordenarlas con vistas a su fin último actuando con prudencia. Para ello se precisa información
y sensatez. Siendo, además, necesarias ciertas dosis de flexibilidad mental que permitan
comprender la singularidad de cada intervención, ya que las condiciones concretas que
concurran en cada caso difícilmente serán iguales.
Siguiendo pues las dos líneas de fuerza aquí explicitadas-la teoría de la información y la
visión organística- los ecólogos deberemos esforzarnos por ofrecer planteamientos integrados y
plurifuncionales, sabiendo que actualmente las aproximaciones sectoriales son insuficientes
dada la magnitud, interconexión y globalidad de la gestión de los ecosistemas. Este
planteamiento precisa de tres tipos de información (Ayesu et al., 1999). En primer lugar,
información básica y realista sobre los ecosistemas, incluyendo datos cuantitativos sobre el
valor económico y la condición de los bienes y servicios que se derivan de él, particularmente
de aquellos que tienen menos interés mercantil; en segundo término, se debe poner en manos
de los sectores públicos y privados el conocimiento de cómo la producción de bienes y
servicios en ecosistemas específicos responderán a cambios biofísicos; y por ultimo, se deben
desarrollar modelos regionales integrados que incorporen variables biofísicas, económicas y
tecnológicas para poder proporcionar a los responsables de la toma de decisiones una mayor
comprensión de las consecuencias de las diferentes opciones de gestión. Esto requiere una

70
recolección de datos fiables a varios niveles y escalas, principalmente porque la aplicación de
los modelos globales debe tener muy en consideración las particularidades locales. Además,
para ser eficaces se precisa de una planificación cuidadosa y de programas de acción adaptados
a la diversidad espacial de los ecosistemas. Por otra parte, debido a la variabilidad temporal de
los mismos, la planificación debe revisarse temporalmente, para lo que, entre otras cosas, se
necesita que la recogida de datos sea precisa y extendida en el tiempo. La solución verdadera a
los grandes problemas de gestión de los ecosistemas es mucho más eficaz cuando se cuenta con
series de datos recopiladas durante largos periodos. Se comprende que mantener una
recolección de datos de este tipo excede la capacidad y vida de un solo científico, por ello, esto
sólo puede abordarse desde instituciones idóneas, que conciban y mantengan los programas al
abrigo de los frecuentes, y muchas veces veleidosos, cambios organizativos que sufre la
Administración. Como señalaron Guerra y Sánchez Lizaso (1998), «otra de las dificultades
humanas se relaciona con la exactitud y la precisión del trabajo profesional del personal que
recoge esos datos. La anotación diaria y prolongada de los mismos es una tarea repetitiva y
poco atractiva, sobre todo si se desconoce su sentido e importancia. Por otra parte,
aparentemente no sucede nada malo si se hace de forma descuidada o errónea. Nada más lejos
de la realidad: la introducción de inexactitudes, y no digamos nada de datos inventados, tiene
una tremenda repercusión, muchas veces cuando ya es imposible su rectificación. Todo ello
supone que las tareas de muestreo, además de ser primero diseñadas con esmero, deben ser
luego dirigidas y desarrolladas por personal cualificado, bien documentado, consciente de su
responsabilidad y conocedor de la importancia de su tarea. Y aún dándose esas condiciones, la
fiabilidad de los datos de partida debe controlarse periódicamente. Sin este bagaje sería ilusoria
la solución de los grandes problemas que plantea una adecuada gestión de los ecosistemas. Es
particularmente importante, además, que los planteamientos se tomen siempre con total
independencia de los gobiernos a todos los niveles, evitándose de esta manera el problema de
los intereses particulares».
Actualmente, cuando el interés por el diseño y el desarrollo de redes de información
interactivas, así como de modelos y de paquetes informáticos es creciente, y se ha demostrado
que el conocimiento puede y debe ponerse a disposición de «todos», un objetivo ideal referido
al campo de la información sería investigar sobre nuevas soluciones para acercar la episteme
de la Ecología, en sus vertientes básica y aplicada, al mayor número de personas y sectores
posibles, en el mejor lenguaje concebible, y con las mejores garantías de circulación. Pero para
tomar decisiones sabias no basta únicamente con ese tipo de información, sino que haría falta
además integrar en el sistema la información procedente de otros contextos, como el

71
conservacionista, el económico y el social. De esta forma, se conseguiría que el problema
pudiese contemplarse desde todas las perspectivas posibles. Probablemente, esto requiera el
desarrollo de aproximaciones unificadoras e innovadoras capaces de manejar numerosos y
diversos aspectos, incluyendo novedades tecnológicas y semánticas en la propia arquitectura de
la red, así como diseños originales para la incorporación de datos y el manejo de la
información para que todo lo necesario esté disponible en tiempo real, y no dejando los
problemas enquistarse por decursos lentos.
La cuestión de actuar con o sin sensatez una vez analizada la información es más
complejo y está ligado a los valores éticos y morales de cada individuo y a su libertad. Se trata
de un aspecto de la formación de la personalidad que, alejándose de proyectos uniformadores y
autoritarios, puede abordarse a través de la enseñanza a diferentes niveles, también el
universitario. En todos ellos la técnica del estudio colectivo de casos prácticos reales y la toma
de decisiones, convenientemente guiada por un maestro, puede ser de gran eficacia.
En definitiva, la tendencia hacia el desarrollo de la Ecología a este nivel consistiría en
una adecuada conjunción entre información compartida y educación ambiental.
Insistiremos un poco más en estas ideas porque nos parecen importantes. Normalmente,
la aplicación de una estrategia para la gestión integrada de cualquier ecosistema es bastante
compleja, principalmente porque, además de los problemas estrictamente ecológicos, existen
conflictos e incompatibilidades entre los usos de diferentes sectores, que es preciso detectar y
solucionar. Los ecólogos debemos aprender a movilizar nuestros conocimientos para que sean
catalizadores eficaces y herramientas útiles en ese sentido. Una de las primeras consecuencias
de este planteamiento es que la presentación de nuestros conocimientos debe realizarse con un
leguaje que permita el diálogo intercultural entre especialistas en ecosistemas, ambientalistas,
usuarios, expertos de la Administración y aquellos sobre los que recae la responsabilidad de
tomar las decisiones, es decir, que nuestro discurso sea inteligible a distintos niveles.
La experiencia confirma que la mayoría de los conflictos y problemas que se observan
en la aplicación de programas de gestión integrada de los ecosistemas, además de fallos de los
procedimientos, la planificación y las instituciones, se deben en muchos casos al
desconocimiento de la importancia estratégica desde los puntos de vista social y económico de
una gestión sostenible. Es difícil convencer a todos los sectores implicados de la bondad de una
gestión integral de cualquier ecosistema con argumentos teóricos. Por ello, una medida de
mínima prudencia es comenzar con programas de demostración a una escala manejable,
normalmente de reducidas dimensiones. La finalidad de estas actuaciones debe ser tratar de
demostrar la hipótesis de que el desarrollo sostenible de un determinado ecosistema, donde

72
haya usos y costumbres arraigados, es viable, beneficiosa desde un punto de vista ambiental,
económicamente rentable y socialmente equitativa. Además de una perspectiva amplia sobre
los principios rectores del funcionamiento de ese tipo de ecosistemas, ello requiere un
conocimiento concreto y profundo de las condiciones específicas de la zona donde se desea
implantar el proyecto, trabajar en sintonía con los procesos naturales, actuar ajustándose al
Principio de Precaución, de manera que se prevenga todo posible daño sin esperar a tener la
seguridad de que éste se produzca, y una planificación participativa de todos los sectores
interesados. Este último aspecto se engloba en una filosofía de diálogo donde la gestión
integrada se considera favorecedora del establecimiento de sistemas democráticos, del
desarrollo de mecanismos que faciliten el compromiso de individuos y organizaciones a todos
los niveles sociales, y de una coordinación efectiva entre todos los sectores y niveles
administrativos tanto en la toma de decisiones como en la ejecución y control de las mismas.
Se trata pues de un proceso dinámico, continuo e iterativo que puede considerarse
pluridisciplinar con todo rigor, ya que se abarcan desde los aspectos más teóricos de la
Ecología hasta la formulación de la legislación pertinente y la sensibilización pública a través
de canales de formación e informativos. Claro está que las aptitudes y la actitud de cada uno le
llevan a colocarse en la posición donde se siente más cómodo y comprueba que sus esfuerzos
rinden más.

7.6. ¿Sigue la Ecología teórica contemporánea los derroteros señalados para el desarrollo
de su episteme?

Las pautas propuestas para conseguir un desarrollo más «duro» e integrado del cuerpo
doctrinal teórico de la Ecología son, en síntesis, las siguientes:
1) Una atención más profunda y formalizada hacia los procesos que acontecen en los
«sistemas autopoyéticos», que son aquellos con capacidad para controlar su propio desarrollo
(Varela et al., 1974). Estos sistemas se conocen también como «cibernéticos» por su capacidad
de control autónomo, dependientes de la existencia de procesos de retroalimentación negativa.
Los mismos que también se denominan «sistemas disipativos» porque la conservación del
orden (información) en su seno, y todavía más su ampliación, requiere disipación permanente
de energía.

73
Un concepto maltratado Inserción social
Fecundar otras ciencias
Adjetivaciones no emergentes
Redes compartidas de información
Ecolonizaciones incorrectas
Planteamientos integradores y
Uso alodóxico del término
pluridisciplinares
Educación ambiental

Una disciplina madura


con una episteme blanda

Desarrollo episteme
Teoría General de Sistemas
Auto-organización---Información
El organismo
Deconstruccionismo y
desinserción social
Defensa del concepto
Rigor en su uso
Impregnación del Ambientalismo
o Conservacionismo con Ecología

Descomposición de la Ecología

Esta figura ilustra sobre los principales motivos de la descomposición de la Ecología y las acciones a realizar
para su rehabilitación.

2) Un reconocimiento y formalización de las «configuraciones» a nivel espacial y de los


«ritmos» a nivel temporal que existen en la autoorganización y complejización espontánea de
cualquier sistema, sobre todo de los biológicos.
3) La consideración de que la información es un elemento esencial para la comprensión
de los sistemas biológicos. El ADN es la estructura que maneja la información relativa a la
especie, mientras que los signos empleados por los organismos vivos (químicos, visuales y
acústicos) son procesados por su sistema nervioso sensu lato.
4) La consideración de que el elemento central del ecosistema es el organismo. Ello
conlleva, en primer lugar, la necesidad de una precisa identificación taxonómica de las especies
que componen las biocenosis. En segundo término, conocer sus principales sistemas y
adaptaciones. En tercer lugar, comprender sus guiones vitales, demografía, organización social,
y relaciones interespecíficas. Y, por último, conocer lo mejor posible la complejidad del
ecosistema, entre otros en los aspectos de abundancia y riqueza de especies, distribución
espacio-temporal, estabilidad y fragilidad de las redes tróficas, vías de intercambio de energía,
y relación entre la productividad y las tasas de intercambio.
5) Conseguir una adecuada, profunda y prudente aplicación de la considerable
información con que se cuenta actualmente, aunque sin dejar de profundizar en ella, de los

74
mecanismos y procesos naturales que ocurren en la Biosfera a los problemas que plantean otras
ciencias, inclusive las que se refieren a la especie humana.
6) Aplicar planteamientos y planificaciones integradas y plurifuncionales: a)
consiguiendo una información básica y realista del ecosistema, a ser posible en forma de series
históricas fiables y largas, incluyendo datos sobre el valor económico y la condición de los
bienes y servicios que se derivan de él; b) poniendo en manos de los sectores públicos y
privados el conocimiento de cómo responderán la producción de bienes y servicios en
ecosistemas específicos a los cambios biofísicos; c) favoreciendo el diálogo, quizás a través de
redes informáticas interactivas eficaces, entre todos los sectores implicados en la gestión
integral de los recursos y los ecosistemas; d) generando modelos regionales integrados
(condiciones biofísicas, tecnológicas y económicas) para proporcionar herramientas útiles en la
toma de decisiones para la gestión del ecosistema; y e) potenciando la educación ambiental.
En lo relativo a la ciencia de la autoorganización espontánea (Sinergética), fenómeno
que sólo puede ocurrir en sistemas complejos en desequilibrio, tanto su creador, Hermann
Haken, como su escuela son fundamentalmente alemanes. Sus resultados y conclusiones
aparecen generalmente en libros y revistas de difusión limitada y poco frecuentados por los
ecólogos, que muestran una desmesurada dependencia del mundo angloamericano. Todos ellos
trabajan en un campo de investigación interdisciplinar que trata de la cooperación espontánea
de subsistemas dentro de un sistema. Este enfoque es muy interesante puesto que se trata de de
estudiar las propiedades macroscópicas «ordenadas» de los sistemas complejos que no
aparecen inicialmente pero sí como consecuencia de la cooperación entre las partes. De esa
colaboración surgen nuevas estructuras que pueden ser espaciales, temporales y funcionales.
En lo referente a las aproximaciones funcionales y evolutivas para el análisis de la
información sensorial (Biosemiótica), a juzgar por los lugares donde tuvieron lugar cinco de
las últimas reuniones internacionales (2001-2004) y las nacionalidades de sus participantes,
este planteamiento está prácticamente restringido a Europa oriental y algunos países del norte
de Europa, pero está poco extendido en países de origen sajón. Por otra parte, los científicos
que cultivan este campo (por ej., Hoffmeyer, Kull, Sebock, Rocha y Emmeche) no publican
generalmente en las revistas relativas a Ecología.
A pesar del papel histórico importante que ha jugado la Cibernética, se trata de una
disciplina científica que no ha llegado a consolidarse de forma autónoma. Sus representantes
son relativamente escasos y no están bien organizados. Y, actualmente, hay muy pocos
programas y proyectos académicos en desarrollo. Ello se debe en parte a su intrínseca
complejidad y elevado grado de abstracción, pero también a que muchos potenciales

75
cultivadores de esta ciencia se dedican a campos aplicados y tecnológicos como la inteligencia
artificial, la ingeniería de control, la robótica o las redes informáticas. No obstante, la
Cibernética teórica es tema de estudio de algunos grupos, como por ejemplo los que
constituyen el proyecto Principia Cibernética, que trata de integrar esta ciencia y la teoría
evolutiva. También lo es de muchos miembros de la American Society for Cybernetics, que se
dedica sobre todo a la comprensión de los sistemas sociales. Existen además otros programas
relacionados con los sistemas autopoyéticos, pero casi siempre interesados por aplicaciones en
las ciencias de gestión y la terapia psicológica. Algunos centros, que están diseminados
principalmente por Europa central y oriental, se dedican a estudiar determinadas aplicaciones
en Biología, pero son muy escasos. Además, algunos investigadores han logrado progresos
significativos en la construcción de la Teoría Semiótica aplicada a la información, pero su
difusión es bastante limitada. Finalmente, hay una serie de autores que se cuestionan los límites
del mecanismo y formalismo del modelado interdisciplinar en particular y de la ciencia en
general, es decir, de los límites y validez última de los modelos computacionales para explicar
la complejidad del mundo, sobre todo del biológico (Heylighen y Joslyn, 2001.)
Quizá donde se encuentre un planteamiento más próximo a la aplicación de los
conceptos apuntados anteriormente sea en los proyectos que tratan de la Vida Artificial, donde
se estudia la vida como un fenómeno universal, del cual, por el momento, solo se conoce un
ejemplo, la vida en la Tierra. Estos proyectos se encuadran dentro de las Ciencias de la
Complejidad, que estudian los fenómenos subyacentes y comunes a todos los sistemas
complejos, como ecosistemas, economías y culturas, modelizándolos mediante la interacción
de elementos simples. El principal centro de investigación de ambas temáticas es el Instituto de
Santa Fe para el Estudio de los Sistemas Complejos en los Estados Unidos de Norteamérica.
Pero cuando uno analiza las herramientas que emplean sus investigadores (redes neuronales,
algoritmos genéticos, autómatas celulares, lógica difusa o borrosa), así como el contenido de
los proyectos, libros y artículos que rodean a esta disciplina, le parece estar saliéndose del
ámbito de la Ecología, que quizá tenga el problema de la claridad en la definición de sus
propios límites. Para Margalef, dichos confines eran tremendamente laxos moviéndose con
notoria facilidad por todos estos campos, tratando de conjugarlos en sus intentos por explicar el
funcionamiento de la Biosfera. Desafortunadamente, no vemos una figura capaz de hacer lo
mismo en nuestros días. Incluso, quizá, no sea ni posible, ni conveniente. Sin embargo, lo que
se vislumbra muy oportuno y necesario es la relación de estos conocimientos con la episteme
de la Ecología. Para ello, sería muy deseable, oportuno, y tal vez hasta fructífero, organizar

76
reuniones interdisciplinares periódicas como plataformas para intentar la aproximación e
integración de estos puntos de vista. Sin embargo el clima no parece demasiado propicio.
En la reunión de la Sociedad Americana de Oceanografía y Limnología (ASLO)
celebrada el verano de 2005 en Santiago de Compostela, donde participaron más de 2200
investigadores de todo el mundo, tuvo lugar una sesión plenaria titulada «La Limnología y la
Oceanografía a través de los ojos de Ramón Margalef: El legado de un visionario». La
conferencia fue pronunciada por David W. Schidler de la Universidad de Alberta (Canadá).
Fue una emotiva sesión sobre el «sabio de Barcelona», donde se pasó revista a sus logros como
científico y a su calidad como persona. En días sucesivos tuvo lugar, además, un seminario
organizado por Marta Estrada y Dolors Planas en homenaje a Margalef. El título de este evento
fue: Understanding the plumbing of the Biosphere: Theory and observations in aquatic systems
(Homage to Ramon Margalef). Fue una reunión muy concurrida donde intervinimos muchos
discípulos y admiradores del maestro. Sin embargo, ninguna de las 28 comunicaciones
presentadas abordó la relación de la Ecología con las temáticas anteriormente expuestas.
Además, al poco de finalizar la conferencia plenaria, Planas nos comentó que a muchos de los
directivos de ASLO (principalmente norteamericanos) no les había agradado la intervención de
Schidler. Y ello por dos motivos, creía ella. En primer lugar, porque se había referido en
exceso a la persona del homenajeado y no a sus teorías o visiones de la Biosfera. Y en segundo
término, porque éstas habían penetrado poco en el positivista, pragmático y dominante mundo
de la investigación anglosajona en Ecología, a excepción quizá de algunas universidades
canadienses. Y es que en las publicaciones científicas de Margalef cabe distinguir dos grupos:
1) sus trabajos empíricos, en no escasas ocasiones para testar sus originales y operativas
hipótesis, que son muy numerosos e influyentes y han tenido una acogida favorable y un
seguimiento bastante generalizado, y 2) sus síntesis teóricas o «visones de la Biosfera», muy
atractivas y brillantes pero que no han tenido la misma aceptación, lo que quizá se deba a su
pluridisciplinaridad- no siempre al alcance de todas las mentes-, pero sobre todo a lo
dificultoso de desarrollar planteamientos experimentales rigurosos a partir de ellas, al menos
por el momento.
Revisando los títulos y contenidos de las más de 2000 comunicaciones y paneles
presentados en esa reunión internacional (ASLO Conference Program, 2005) no se encuentra
síntoma alguno de que esos planteamientos y aproximaciones visionarias se estén cultivando
por alguien y en alguna parte de los países allí representados. La perspectiva que se saca de ese
análisis es que la mayoría de las presentaciones son resultados de trabajos experimentales de
corta o larga escala. Por otra parte, en lo que se podría considerar «Teoría ecológica» la

77
revisión indica que los temas tratados apenas difieren de los expuestos en el libro editado por
Roughgarden y colaboradores en 1989, es decir, interacciones entre el individuo y la
población, interacciones entre la población y la comunidad, modelos matemáticos de sistemas,
problemas de jerarquía y escala, redes tróficas, sistemas hospedador-parásito, coevolución
ecológica, gestión de recursos y conservación de especies en peligro. Quizá lo más interesante
desde el punto de vista teórico sea el uso y desarrollo de algunos modelos matemáticos, pero en
ese intento las aproximaciones suelen basarse en un principio excesivamente simplista, y con el
que estamos en desacuerdo: «la biología no ecológica es también no matemática»
(Roughgarden, 1998.)
Una prueba de la importancia actual de los modelos matemáticos en el desarrollo del
cuerpo doctrinal de la Ecología se puede obtener, por ejemplo, analizando el contenido del
curso internacional organizado por la Universidad de Valencia en colaboración con las
Sociedad Española de Ecología Terrestre y la Ibérica de Limnología del 22 al 29 de Noviembre
de 2006. El profesor fue el Dr. Sven E. JØrgensen editor de la revista Ecological Modelling y
catedrático de Química Ambiental en la Real Escuela de Farmacia de Copenhague. Las clases
versaron sobre modelos aplicables a diferentes situaciones y ecosistemas. Una de las sesiones
trató sobre el desarrollo de nuevos enfoques como los Modelos Difusos o Borrosos (Fuzzy
Models), que plantean bastantes aspectos cibernéticos en el manejo de la complejidad, así
como modelos basados en las Teorías de Catástrofes y del Caos. Los principios de esta última
se han aplicado en ámbitos tan dispares como la Geología, la Economía o la Medicina. Siendo
en esta última (TC) donde quizá se hayan producido los desarrollos más significativos,
principalmente en el análisis de las enfermedades cardíacas, la epidemiología, y la actividad
cerebral. Algunos investigadores han sugerido que la dinámica caótica del cerebro es una vía
que éste tiene para procesar globalmente la información que recoge de su entorno. Sin
embargo, la TC, que para algunos investigadores constituye un nuevo paradigma matemático,
está todavía inmadura y no se tiene claro todo lo que puede dar se sí (Torres, 2006.)
El ejemplo de los Modelos Difusos no deja de ser un caso limitado de lo que debería ser
la integración de los planteamientos «visionarios» de Margalef, y apuntados en las primeras
acotaciones de este apartado, para conseguir un desarrollo más profundo y novedoso de la
episteme ecológica. La lejanía entre dichos planteamientos y el transcurrir del desarrollo del
núcleo más prolífico de la Ecología contemporánea pude quizás quedar de manifiesto
analizando el editorial titulado «La complejidad Ecológica Desenmarañada» (Ecological
complexity untangled) de un número reciente de Nature (julio, 2006.) En este editorial
únicamente se plantea como tarea fundamental la elaboración de mapas de las redes tróficas,

78
con la transferencia de materia y energía entre diferentes niveles. Se ha comprobado que dichas
redes tróficas son muchas veces son extremadamente complejas, pero no por ello
incomprensibles. Y que una necesidad perentoria es dar respuesta a la paradoja: «la teoría
predice que las redes complejas deberían ser frágiles, sin embargo, la complejidad evoluciona y
persiste». La inteligibilidad de esas redes, afirma el autor, se consigue analizando los factores
que influyen sobre la fragilidad y la persistencia de los ecosistemas, lo cual no sólo tiene
implicaciones teóricas sino también prácticas en la conservación de los mismos ante diferentes
impactos. El camino a seguir es estudiar la biodiversidad de los ecosistemas e identificar las
pautas recurrentes que explican las redes tróficas reales, en especial los canales energéticos que
acoplan- rápida o lentamente- los diferentes niveles tróficos, así como su productividad y tasas
de renovación. En este planteamiento, las intervenciones humanas se contemplan como
acciones que generalmente erosionan las estructuras que proporcionan estabilidad al sistema.
Como la materia de estudio es compleja, el editorial finaliza con un comentario en el que se
reclama la necesidad de crear y reconocer grupos puridisciplinares de expertos internacionales
capaces de asesorar a los políticos en la toma de decisiones.
Cambiando ahora de coordenadas y refiriéndonos a las estructuras que manejan y
transfieren la información mediante la reproducción, primero están los ácidos nucleicos. A la
par, y también posteriormente a los grandes hitos en la identificación y comprensión del ADN,
«un aspecto determinante para la constitución de la Biología molecular ha sido el enfoque
«informacionista» procedente del ambiente en torno a la Medicina cuántica, en especial de la
corriente que planteó el estudio de cuestiones biológicas para aclarar leyes de la Física, cuyo
manifiesto fue el libro « ¿Qué es la vida? » de Edwin Schrödinger (1947). Dicho enfoque ha
supuesto la aplicación del concepto cibernético de «sistema» regulado por la transmisión de
«información». Este concepto, hoy utilizado en las más diversas áreas científicas, suponía una
importante novedad cualitativa en la trayectoria del pensamiento biomédico, por lo que al
principio encontró la resistencia de numerosos bioquímicos y bastantes biólogos dedicados a la
investigación estructural. Sin embargo, ha acabado convirtiéndose en la noción básica de todo
este campo científico» (López Piñeiro, 2000.)
Se están haciendo muchos esfuerzos, gastando grandes cantidades de dinero, y logrando
importantes avances para obtener un conocimiento más profundo de cómo funciona el ADN.
Asimismo, el denuedo no es inferior de cara a conocer el genoma de numerosas especies,
principalmente la humana. Considerando el organismo y su ambiente esto es mucho pero es
poco. Lo más interesante sería correlacionar las proteínas con sus genes, y estudiar el conjunto
completo de proteínas que se pueden obtener de un genoma, que es el objetivo de la

79
Proteómica. Hoy en día, la Proteómica se ha aplicado fundamentalmente a tres tipos de
estudios: a) la microcaracterización sistemática de proteínas, con el objetivo de abordar la
identificación a gran escala de los componentes de un proteoma; b) La identificación de los
componentes del proteoma que sufren alteraciones en sus niveles de expresión a consecuencia
de alteraciones fisiopatológicas o inducidas por agentes externos (Proteómica de Expresión
Diferencial); y c) la caracterización de las interacciones subcelulares existentes entre la
proteínas y la determinación de los componentes de complejos macromoleculares (Proteómica
de Mapa Celular). Como se puede apreciar, todos ellos son objetivos novedosos, muy
interesantes, y potencialmente aplicables al conocimiento de cómo un organismo determinado
actúa, a nivel molecular, en determinados ambientes. Esto, aunque en un sentido amplio, puede
considerarse Ecología. Objetivos interesantes y prometedores, pero todavía incipientes, sobre
todo si se considera su aplicabilidad a los planteamientos ecológicos. Quizá una metodología
apropiada para lograr avanzar en este punto de vista sería plantear y desarrollar proyectos
pluridisciplinares con objeto de estudiar, desde perspectivas diferentes, cómo funcionan
microcosmos relativamente sencillos, por ejemplo el formado por una o dos algas, un fitófago
y larvas de una única especie de pez.
El manejo de la información a nivel individual se realiza a través de su sistema
nervioso. Vienen aquí a colación algunas observaciones de Guerra (2006) al considerar la
estrategia evolutiva seguida por los cefalópodos, que quizás sean los invertebrados con el
sistema nervioso más complejo y desarrollado (Nixon y Young, 2003). Después de analizar
diferentes tipos de adaptaciones de estos moluscos, al referirse al su sistema nervioso, Guerra
señala que: «además, su considerable cerebralización, el importante desarrollo de varios
sistemas sensoriales y de complejas pautas de comportamiento les hacían más aptos para
defenderse mejor de los teleósteos, que eran, y siguen siendo, sus más directos depredadores.
No obstante, cada uno de estos dos grupos, los cefalópodos y los peces o, para hablar con
mayor propiedad, sus más primitivos antecesores, partían de tipos de organización muy
diferentes, en aquellos propios de invertebrados y en éstos de vertebrados. El linaje de los
cefalópodos conduciría a un callejón evolutivo sin salida, mientras que el de los primitivos
vertebrados sería de un gran éxito, ya que de su tronco partieron las ramas que dieron lugar a
los anfibios, reptiles, aves y mamíferos, capaces de salir de los océanos y conquistar la tierra
firme. Seguir esta línea de razonamiento nos llevaría muy lejos y no es este el momento
oportuno para desarrollarla, pero muy probablemente se pueda hablar de éxito, o de progreso,
si los procesos evolutivos se contemplan desde la perspectiva de una gradual mejora en el
almacenamiento y manejo de la información, sobre la base somática de sistemas nerviosos

80
cada vez más eficaces y complejos». En definitiva, el planteamiento del organismo como
elemento central de los ecosistemas requiere, entre otras cosas, estudiar en profundidad las
implicaciones ecológicas de su comportamiento, que depende fundamentalmente del tipo de
información que recibe a través de sus órganos sensoriales, de la organización de su cerebro, y
de la naturaleza de sus efectores.
Actualmente, la mayoría de los estudios etológicos van en línea de la denominada
Ecología del Comportamiento (Behavioural Ecology). Hay cada vez más pormenorizados
estudios sobre la anatomía comparada del sistema nervioso, elegantes experimentos sobre
neurobiología y fisiología sensorial, y observaciones en el medio natural a todos los niveles
taxonómicos. Sin embargo, llegar a comprender cómo un cerebro discrimina y procesa la
información que recibe del entorno, controla las estructuras efectoras, y sus «decisiones»
afectan a las relaciones del organismo con el medio, sus congéneres, y otras especies, lo que es
Ecología, es una tarea bastante complicada. Quizá, como se apuntó anteriormente, a ello ayude
la aplicación de los principios de la Teoría del Caos. Pero nos parece todavía de mayor interés
intentar hallar las vías para aplicar en este ámbito natural los principios y las técnicas utilizadas
en el desarrollo de hardwares y softwares para computadoras cada vez más capaces y
sofisticadas. Sin embargo, las cosas se complican todavía más cuando se trata de comprender
cómo se transfiere la información dentro de un ecosistema, y cómo este aspecto acontece en
una sucesión ecológica.
Siguiendo las pautas expuestas al comienzo de este capítulo, corresponde ahora tratar lo
referente a la aplicación de planteamientos y planificaciones integradas y plurifuncionales.
Como es evidente que con mucha frecuencia bastante difícil convencer a todos los sectores
implicados sobre la bondad de una gestión integral de cualquier ecosistema con argumentos
teóricos, una medida de mínima prudencia consiste en comenzar con programas de
demostración a una escala manejable, normalmente de reducidas dimensiones. Esto con el fin
de aceptar, o rechazar, la hipótesis de que el desarrollo sostenible de un determinado
ecosistema, donde haya usos y costumbres arraigados, es viable y beneficiosa desde un punto
de vista ambiental, así como económicamente rentable y socialmente equitativo. Hay
abundantes ejemplos de este prudente planteamiento a nivel mundial, aunque,
desafortunadamente, éstos son todavía escasos en España.
Los planteamientos teóricos y prácticos de una Ecología integrada en la sociedad están
siendo profunda y ampliamente tratados en la actualidad y su ritmo es creciente, lo que se
puede apreciar por ejemplo revisando los artículos publicados en la revista Ecology and
Society. A journal of integrative science for resilience and sustainability.

81
Por último, en lo que concierne a la educación ambiental, afortunadamente es mucho lo
que se ha hecho y se continúa haciendo desde diferentes ámbitos, que abarcan muy distintos
niveles de la enseñaza. Sin embargo, la mayor parte de la carga recae en las asociaciones
conservacionistas. Una muestra de ello es, por ejemplo, la constatación de que en nuestro país
hay muy pocas universidades o centros de investigación donde existan líneas de investigación
encaminadas al estudio y conservación de los mamíferos marinos, donde se incluyen
numerosas especies amenazadas o vulnerables, y que este trabajo recaiga principalmente sobre
organizaciones no gubernamentales de ámbito local o nacional. Es una pena que esto sea así,
ya que se trata de unos animales emblemáticos a través de los cuales es bastante fácil llegar a
tratar temas sobre la conservación de los recursos y la preservación de la salud de los
ecosistemas marinos, interesando no sólo a los ámbitos académicos sino también al gran
público.
Existen pues evidencias de que la Ecología Teórica contemporánea camina hacia un
desarrollo más cuajado de su episteme, pero los pasos son lentos y es mucho lo que todavía
queda por recorrer.

82
8. Bibliografía

Alonso, C. J. 2004. El evolucionismo y otros mitos. La crisis del paradigma darwinista.


EUNSA, 448 pp.
Artigas, M. 1999. La mente del Universo. Colección Filosófica, nº 143. EUNSA, Pamplona.
Ayensu,E., Daniel van R. Claasen, Mark Collins, Andrew Dearing, Louise Fresco, Madhav
Gadgil, Habiba Gitay, Gisbert Glaser, Calestous Juma, John Krebs, Roberto Lenton, Jane
Lubchenco, Jeffrey A. McNeely, Harold A. Mooney, Per Pinstrup-Andersen, Mario
Ramos, Peter Raven, Walter V. Reid, Cristian Samper, José Sarukhán, Peter Schei, José
Galízia Tundisi, Robert T. Watson, Xu Guanhua, A. H. Zakri. 1999. International
Ecosystem Assessment. Science, 286 (5540): 685-686.
Aznalcóllar. 1998-2001. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Coto de Doñana.
Accidente de Aznalcóllar (http://www.csic.es/hispano/coto/aznalco.htm.)
Barrett, G. W., and K. E. Mabry. 2002. Twentieth-century classic books and benchmark
publications in biology. BioScience 52: 282-285
Behe, M.J. 1996. Darwin’s Black Box. Nelson, London.
Bertalanffy, L. Von. 1968. Teoría General de Sistemas. Fondo de Cultura Económica,
Colombia, 311 pp.
Bronowski, J. 1978. The Origins of Knowledge and Imagination. Silliman Memorial Lectures.
New Haven, Conn.: Yale University Press.
Brooks, D. and Wiley, E.O. 1986. Evolution as entropy: Toward a unified Theory of Biology.
Chicago University Press.
Cáceres, P. 2004. Ramón Margalef, pionero de la Ecología en España. El Mundo.es. Martes,
25 de mayo de 2004.
Dall, R.X.S., Giraldeau, L-A, Olsson, O., McNamara, J.M and Stephens, D.W. 2005.
Information and its use by animals in evolutionary ecology. Trends in Ecology and
Evolution, 20 (4): 187-193.
Eldredge, N and Gould, S.J. 1972. Punctuate Equilibrium: An alternative to philetic
gradualism. Models in Paleobiology. Freeman. San Francisco: 82-115.
Figueras, A. (ed.). 2005. Las lecciones de la catástrofe del Prestige. Biblioteca de Ciencias 23,
CSIC, Madrid, 184 pp.
Ford, A. 1999. Modeling the Environment. Island Press. U.S.A: 402 pp.
Forrester, J. W. 1961. Industrial dynamics. The MIT Press Massachusetts Institute of
Technology and John Wiley & Sons, Inc., USA.
Frers, C. 2005. ¿El Ambientalismo, o ecologismo, como un nuevo paradigma?
http://www.ecojoven.com/tres/01/ambientalismo.html
García Raso, E., Luque, A. A., Templado, J., Salas, C., Jergueta, E., Moreno, D. y Calvo, M.
1992. Fauna y Flora marinas del Parque Natural de Cabo de Gata-Nijar. Editado por los
propios autores, Madrid: 288pp.
Godard, O., Gouyon P-H, Henry C., Lagadec P. (2000) Le principe de précaution différents cas
de figure et différents points de vue. Revue d'Economie du Développement, Vol. 1-2,
juillet, pp. 175-186.
Gould, S.J. and Eldredge, N. 1977. Punctuated equilibria; the tempo and mode of evolution
reconsidered. Paleobiology, 3(2): 115-151
Gould, S. J. 2004. Ciencia versus religión. Un falso conflicto. Ed. Crítica, Colección
Drakontos, Barcelona: 232.
Grassé, P-P. 1977. La evolución de lo viviente. Hermann-Blume. Madrid.

83
Greene, H.W. 2005. Organisms in nature as a central focus for biology. Trends in Ecology and
Evolution, 20 (1): 23-27.
Guerra, A. y Sánchez Lizaso, J.L. 1998. Fundamentos de explotación de recursos vivos
marinos. Ed. Acribia. Zaragoza: 249 pp.
Guerra, A. 2006. Estrategia evolutiva de los cefalópodos. Investigación y Ciencia, nº 355: 50-
59.
Guerra, A. y R. Prego. 2003. El Instituto de Investigaciones Pesqueras. Tres décadas de
historia de la investigación marina española. Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, Madrid. Colección: Estudios sobre la ciencia, nº 33: 341 pp.
Guerra, A., A. F. González, F. Rocha, J. Gracia y L. Laria. 2006. Enigmas de la Ciencia: El
calamar gigante. Guerra A. et al. (eds.). Instituto de Investigaciones Marinas (CSIC, Vigo):
313 págs., 86 figs., AN INTRODUCTION
Haken, H. 1978. Synergetics. An Introduction. Nonequilibrium Phase-Transitions of Shelf-
organization in Physics, Chemistry and Biology. Springer-Verlag, Berlin -New York
Heylighen, F. and Joslyn, C. 2001. Cybernetics and Second-Order Cybernetics. In: R.A.
Meyers (ed.), Encyclopedia of Physical Science & Technology (3rd ed.), Academic Press,
New York.
Hoffmeyer, J. 1991. Biosemiotic: Towards a new synthesis in Biology. European Journal for
Semiotic Studies, 9(2): 355-376.
Kauffman, S. A. 1993. The origins of order. Self-organisaion and selection in Evolution.
Oxford University Press.
Kimura, M. 1983. The neutral theory of molecular evolution. Cambridge University.
Massachusetts. USA.
Kuhn, T.S. 1962. The Structure of Scientific Revolutions. University of Chicago Press.
Linder, M.E. y Gilman, A.G., Proteínas G. Investigación y Ciencia, nº 192, septiembre de
1992: 20-28.
Lomborg, B. 2003. El ecologista escéptico. Espasa-Calpe, Barcelona.
López Piñeiro, J.Mª. 2000. Breve historia de la medicina. Alianza Editorial, Madrid.
Lovelock, J. 1979. Gaia: A New Look at Life on Earth. 3ª ed., Oxford University Press.
Lovelock, J. 2006. The Revenge of Gaia: Why the Earth Is Fighting Back - and How We Can
Still Save Humanity. Santa Barbara (California): Allen Lane.
Marcos, P. 2005. Conservando nuestros paraísos marinos. Propuesta de Red Representativa
de Áreas Marinas Protegidas en España. WWW/ADENA, 24 pp.
Margalef, R. 1957. La teoría de la información en Ecología. Memorias de la Real Academia de
Ciencias y Artes de Barcelona, XXXII (13). Barcelona.
Margalef, R. 1963. On certain unifying principles in Ecology. American Naturalist, 97:357-74.
Margalef, R. 1968. Perspectives in Ecological Theory. Chicago University Press, 111 pp.
(Traducción de Editorial Blume, 1978)
Margalef, R. 1974. Ecología. Editorial Omega, Barcelona: 951 pp.
Margalef, R. 1980. La Biosfera entre la termodinámica y el juego. Editorial Omega. Barcelona,
236 pp.
Margalef, R. 1983a. Limnología. Editorial Omega, Barcelona, 1010 pp.
Margalef, 1983b. La ciencia ecológica y los problemas ambientales, técnicos, sociales y
humanos. En: Diez años después de Estocolmo. H. Echechuri ed. 21-87. CIFCA. Madrid.
Margalef, R. 1986. Variaciones sobre el tema de la selección natural. Exploración, selección y
decisión en sistemas de baja energía. En: Proceso al azar. Ed. Tusquets, Barcelona.
Margalef, R. 1991. La teoría de los sistemas ecológicos. Publicacions de la Universitat de
Barcelona, 289 pp.
Margalef, R. 1992. Planeta azul, planeta verde. Biblioteca Scientific American. Prensa
Científica, Barcelona, 265 pp.

84
Margalef, R. 1996. Una Ecología renovada a la medida de nuestros problemas. Fundación
César Manrique. Servicio de Publicaciones. Lanzarote: 7-41.
Margalef, R. 1998. El marco ecológico para iluminar la sociedad actual. En: Naredo, J. M. &
Pane, F. (eds.) Economía, Ecología y sostenibilidad en la sociedad actual. Siglo XXI
Editores, Madrid: 51-66.
Milton, K. 1997. Ecologies: Anthropology, Culture and the Environment. Electronic document.
http://web7.searchbank.com.
Merton, R.K. 1973. The sociology of Science. Chicago: Chicago University Press.
Moran, E. F. 1990. The Ecosystem Approach in Anthropology. Ann Arbor, University of
Michigan Press.
Morhead, P.S and Kapham, M.M. (comp.) 1967. Matematical challenges to the Neo-
Darwinian interpretation of evolution. Winster Institute Press, Philadelphia. USA.
Nature, 2006. Editor's Summary. Ecological complexity untangled, Vol. 442, No 7100.
Nesis, K.N. 1998. Biodiversity and Systematics in cephalopods: unsolved problems require and
integrate approach. South African Journal of Marine Science, 20: 165-173.
Netting, R. Mc. C. 1996. Cultural Ecology. In: Encyclopedia of Cultural Anthropology. Four
Volumes. David Levinson and Melvin Ember, eds. Pp. 267-271. New York: Henry Holt.
Nixon, M and Young J.Z. 2003. The brains and lives of cephalopods. Oxford University Press,
392 pp.
Oderberg, D.S. 2000. Applied Ethics: A Non-Consequentialist Approach. Oxford. Blackwel,
248 pp.
Panikkar, R. 1994. Ecosofía: para una espiritualidad de la tierra. Madrid, San Pablo, D.L.
Peñuelas, J. 1988. The la biosfera a la antroposfera. Una introducción a la Ecologia.
Barcanova Editorial. Temas Universitarios, Barcelona, 300 pp.
Pitcher, T.J., C.H. Ainsworth, E.A. Buchary, W. L.Cheung, R. Forrest, N. Haggan, H. Lozano,
T. Morato and L. Morissette. 2005. Strategy management of marine ecosystems using
whole-ecosystem simulation modelling: The “Back-to-the-Future” policy approach: 199-
258. In: Levner, E. I. Linkov and J.M: Proth (Eds.). Strategic Management of Marine
Ecosystems. NATO Science Series, vol. 50, 313 pp.
Popper, K.R. 1974. The philosophy of Karl Popper. Schilpp, P.A. (ed.). La Salle, Open Court,
Illinois, USA, Vol. VI.
Prigogine, I. 1954. Introduction to Thermodynamics of Irreversible Processes. Charles C.
Thomas Publisher, American Lecture Series.
Prigogine, I. 1980. From Being to Becoming: Time and Complexity in the Physical Sciences
W.H.Freeman / Company: San Francisco.
Prigogine, I and Nicolis, G. 1977. Self-Organization in Non-Equilibrium Systems: From
dissipative structures to order through fluctuations. J. Wiley & Sons, New York
Ros, J. 1999. Proposicions, il.luminadors i insensates. Reflexions sobre ciència. Editorial
Empúries. Barcelona: 303 pp.
Roughgarden, J., May, R.M and Levin, S.A (eds.) 1989. Perspectives in Ecological Theory.
Princeton University Press.
Roughgarden, J. 1998. Primer on Ecological Theory. Prentice-Hall, Upper Saddle River, New
Jersey, 450 pp.
Salzman, P. C. and D. W. Attwood. 1996. Ecological Anthropology. En: Encyclopedia of
Social and Cultural Anthropology. Alan Barnard and Jonathan Spencer, eds. London:
Routledge: 169-172.
Salthe, S.1993. Development and Evolution: Complexity and Change in Biology. Cambridge,
Mass./London, MIT Press.
Shannon, C.and Weaver, W. 1949. The mathematical Theory of Communication, Urbana, The
University of Illinois Press.

85
Schrödinger, E. 1947 ¿Qué es la vida? Traducción de Greta Mayena de la primera edición
inglesa publicada en 1944. Espasa Calpe, Buenos Aires.
Steele, J.H. 2006. Are there eco-metrics for fisheries? Fisheries Research, 77: 1-3.
Steele, J.H and Collie, J.S. 2005. Functional diversity and unstability in coastal ecosystems.
The Sea. Vol. 13. Harvard University Press, Cambridge. USA: 785-820.
Seymour-Smith, Ch. 1986. Dictionary of Anthropology. Boston: G. K. Hall and Company.
Thom. R. 1979. Théorie des catastrophes et biologie. Blackwell Munksgaard.
Tansley, A. 1935. The use and abuse of vegetation concepts and terms. Ecology, 16: 284-307.
Torres, N.V. 2006. Fenomenología caótica en sistemas biológicos. TecnoCiencia, Nº5: 9.
Varela, Francisco J., Maturana, H. R. and Uribe, R. 1974. Autopoiesis: The organization of
living systems, its characterization and a model. BioSystems 5:187-196.
Vecchione, M., Mickevich, Fauchald, Collete B.B., Williams, A.B., Munroe, T.A and Young
R.E. 2000. Importante of assessing taxonomic adequacy in determining fishing effects on
marine biodiversity. ICES Journal of Marine Science, 57: 677-681.
Watson, A.J., and J.E. Lovelock, 1983, Biological homeostasis of the global environment: the
parable of Daisyworld. Tellus, 35B, 286-289.
Westoby, M. 1997. What does’ecology’ mean. Tree, 12 (4): 166.
Wiener, N. 1948. Cybernetics or Control and Communication in the Animal and the Machine
2nd ed. Cambridge, MA: MIT Press.
Wilson, E.O. 1989. Biofília. Fondo de Cultura Económica. México, 283 pp. (Traducción
española del original inglés de 1984.)

86

View publication stats

S-ar putea să vă placă și