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Bloque 1: El hombre frente a sí mismo

Objetivo: Que el joven se reconozca como hijo de Dios para aprender a amar y ser feliz.

Tema 1: ¿Quién soy yo?

Objetivo: Reconocernos para aceptarnos como hijos de Dios.

Resumen: A lo largo de la historia humana es inevitable encontrarse con preguntas, sino


irresolubles, inacabables. ¿Quién soy?, una de esas preguntas de las que ninguno puede sustraerse
y que requieren una dedicación y compromiso personal constantes. El hombre debe hallar el
equilibrio que le dé la seguridad para responder esta cuestión y para eso debe reconocer las
amenazas que circundan y circundarán su vida. Es decir, reconocerse es volver constantemente a
preguntarse y llegar a la cuenta de que la respuesta o respuestas sobre uno mismo, son
inacabables por la profundidad que cada uno posee en su ser y en sus experiencias.

Lineamientos:

1) Persona humana: ser biopsicosocial y espiritual: imagen y semejanza de Dios

Para que el ser humano tenga una visión global de quién es, primero debe responderse qué es,
cuál es su lugar en el mundo y de qué dispone para poder responder a la pregunta de quién soy.

En primer lugar, el ser humano es un ser biológico, es decir, una entidad que cumple funciones
elementales como las de excreción y reproducción, además de poseer en su base más elemental
una cantidad fuerte de instintos. EL hombre debe reconocer en primer lugar que es una animal
entre animales y que, por ende, su ciclo tendrá un fin con la muerte. Pero, ¿por qué está aserción?
Porque el ser humano, envanecido de sí, olvida la débil situación en la que se encuentra, el orgullo
de la razón y del lenguaje le empujan a ser arrogante no solo con toda la creación sino, también,
con su prójimo. El racismo, que en verdad no ha demostrado nada (por ser biológicamente todos
aptos) es una de esas malas consecuencias de no reconocer este primer y elemental nivel de
nuestro ser.

En segundo lugar, y partiendo del primero; las relaciones que establece el hombre con su entorno
natural le condujeron a desarrollar ciertas actitudes mentales. El cerebro humano, donde se
alberga el quid del asunto de nuestra cuestión ha ido evolucionando durante miles de años hasta
configurar diferentes caracteres según las diversas reacciones del hombre con su entorno. El ser
humano es también un ser psicológico y por ende maleable a ciertas influencias de su psique. Otra
de las grandes tareas es ir descubriendo en cada uno de nosotros nuestro carácter, nuestro modo
de ver las cosas ya que pocas veces nos preguntamos por qué sí y por qué no actuamos en
diferentes circunstancias de nuestra vida. Todo eso está regulado por nuestra psicología de la que
pocas o nulas veces tenemos el valor de aceptar, corregir y comprender para entender nuestro
desenvolvimiento en el mundo, pero sobretodo con los demás.
No está de más acotar que la palabra psique significa alma y la ciencia que se dedica a pensar este
aspecto del hombre es la psicología. Según estos términos, dedicarse a lo psicológico implica
dedicarse al alma humana y a toda su geografía, a lo que está configurado en su interioridad y
ordena la exterioridad del mismo en sus negociaciones con los demás.

Subimos a un tercer nivel en el que reconocemos el aspecto social del hombre ya que es difícil, por
no decir imposible, figurarnos hombres y mujeres sin sociedad. Es ella la que nos permite
reconocernos, participar, construir una imagen del mundo. Es gracias a la sociedad, nacida de la
interacción de los hombres, que nace la cultura y sus múltiples manifestaciones. No existe ser
humano asocial y justamente este aspecto que debemos reconocer, apunta a valorar las
circunstancias sociales en las que nacemos (país, idioma, cultura, estrato económico, etc.). De aquí
que nuestra sociedad está construida a partir de varias voluntades, gracias a nuestra capacidad de
comunicación superior (lenguaje). Pisar bien en la sociedad que nos ha tocado vivir como mundo
inmediato es haber superado el tercer nivel del ¿Quién soy?

Haciendo un recuento de los tres niveles elementales, básicos; ningún hombre debe de saltarlos
sino meditarlos con todo el valor que implican porque pertenecen y dan forma a la identidad.
Negarse a alguno de ellos es desfigurar el rostro propio, personal e intransferible. Somos seres
vivos (limitados), con interioridad (psíquicos) y pertenecientes a una comunidad (sociales).

Aquel que rebasa los tres niveles antes mencionados puede ingresar a otra esfera de una manera
correcta, consciente. Esta esfera es la espiritual. Es aquí donde se puede ver más allá, si vale el
término; sin embargo, no es nada de otro mundo, el hecho es que simplemente aquí hay una
sensibilidad refinada en el corazón del hombre; sabe lo que tiene y lo que no, sus posibilidades,
límites y limitaciones; sabe que se equivoca y está dispuesto a corregirse y aceptar críticas, pero
sobretodo sabe que otros seres humanos son iguales a él y que tienen una infinidad para dar y
recibir. Es aquí donde se puede vislumbrar la vocación y la relación que se puede entablar con
Dios. Es aquí donde el hombre puede encontrar refugio ante las tentaciones del mundo de
convertirse en egoísta o disolverse en un mar de rostros aceptando de manera mecánica órdenes
sin reflexionarlas.

Es el hombre espiritual al que aspiramos, al hombre pleno y equilibrado que sabe relacionarse de
manera también plena con el mundo y con los demás, que puede en el bullicio escuchar la voz de
Dios en la intimidad de su ser. El interés nuestros reside en la responsabilidad personal, en ese
inacabable compromiso con nosotros mismo. La practicidad de nuestra propuesta creyente: que
algún día podamos dominar situaciones difíciles y no al revés. Comprender, abrir nuestros brazos y
nuestras manos ante el dolor, la soledad, la duda. Aceptar que nuestra vida es plena siempre en
cuando nos percatemos de esa plenitud que muchas veces es obscurecida y manipulada, sino por
nosotros, por otros.

2) Dignidad del varón y la mujer

Como está claramente estipulada la igualdad entre los seres humanos por sus capacidades y
limitaciones, debemos entender nuestra sociedad ha sido pocas veces justa en esta materia. El
machismo no tiene lugar en una sociedad en la que la mujer y el hombre son seres
complementarios y ninguno debe de prescindir del otro. La misma Biblia en el versículo sobre la
creación de la mujer (Gen 2, 20b-23) lo sostiene al afirmar que ésta sale de la costilla de Adán. No
de la cabeza o los pies, sino del costado del hombre para darle auxilio en la debilidad. Además ella
está a su altura como ningún otro ser creado por Dios.

La dignidad del hombre descansa entonces en la providencia de Dios que invita al hombre desde
su esencia misma a vivir en comunidad para reconocerse a sí mismo. Dios mismo es comunidad en
la Santísima Trinidad, pero llegar a reconocer el amor en esta íntima relación divina implica asumir
el destino compartido que tenemos con todos los seres humanos y con la creación misma.

En todo este recorrido y en la dignidad que tenemos gracias a encontrarnos escritos desde el
Génesis nos puede ayudar a abordar las amenazas a las que nuestra personalidad está sometida
diariamente como son el individualismo y el colectivismo. Muchas veces es inevitable escapar a
ellas sin embargo tener conciencia de ellas es tener la capacidad de evitar sus tentaciones.

En resumidas cuentas el individualismo es el egoísmo más violento y el colectivismo es aquel


movimiento humano que busca disolver en una muchedumbre a la personalidad que tenemos.
Estos dos extremos, en la vida contemporánea son hermanos mellizos puesto que cada uno busca
deformar la conciencia del hombre y hacerle creer en certezas que solo niegan partes vitales de su
existencia y con las que tiene que aprender a convivir para ser mejor

3) Dios y la autoestima del hombre

Dios creó al hombre a imagen y semejanza, el hombre es unidad de cuerpo y alma, es un ser
sexuado y está herido por el pecado. La persona humana creada a imagen de Dios es un ser a la
vez corporal y espiritual, el relato bíblico expresa está realidad con un lenguaje simbólico cuando
afirma que Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida y
resultó el hombre un ser viviente (Gén 2,7). Por tanto el hombre en su totalidad es querido por
Dios.

Lo moral es que la persona, reconociendo su dignidad de criatura de Dios y más aún de hijo
adoptivo de Dios, busque llevar una vida adecuada y plena (santidad), de acuerdo a la voluntad de
Dios expresada en sus mandamientos, lo inmoral es siempre antihumano pues degrada la dignidad
del ser humano, que busca el sentido de su existencia desde lo más profundo de su ser. Hay
quienes creen encontrarlo en una existencia materialista que cumplan sus más anhelados deseos
de bienestar material, incluido el disfrute de placeres de diversas índoles, algunos no encontrando
sentido de sus vidas, se contentan con pasarla bien sin mayores complicaciones, hasta que le
sorprende la muerte, hay quienes no llegando a encontrar un sentido a sus vidas terminan
quitándoselas.
Lectura 1

¿Qué soy?

Cuando te haces esta pregunta y ahondas en lo que significa para ti, tienes la impresión de verte
como un objeto de estudio, con tu físico, tu historia, tu geografía, tu psicología...Eres miles de
millones células organizadas para desarrollarse, eres un supermercado de sensaciones, un se de tu
ambiente..., pero tienes la particularidad de que tu sistema cerebral te permite presentarte a ti
mismo y de decir un “tú o un yo”.

Nadie se parece a ti. Eres único e irrepetible. Eres tú quien debe responder: “ Este tú o este yo,
¿quién es?” Y con tranquilidad llegar a decir: Soy alguien.

Andrés, un joven como tú, dice que no está conforme como es. Esta vida no tienen sentido. Y
cambiando de tercio, una vez salido de su mal momento, afirma que querría dar un sentido a su
vida, realizar algo que merezca la pena en un mundo perdido por el odio, la discordia y la guerra.
Le gustaría encontrar a jóvenes y hacer con ellos algo útil y concreto. Tomarle gusto a la vida.

Otro chico como tú, desconsolado dice: Soy como una hoja muerta que el viento se lleva. Y me
pregunto en esta travesía:¿quién soy?, ¿a dónde voy? Soy un joven errante por las calles del
crepúsculo al alba sin preguntarme nunca las cuestiones fundamentales de mi existencia
Soy un corazón sin amor al que le aburre su entorno y nadie se da cuenta de mi soledad. Este
mundo está loco, padece una locura de desentenderse de mi problemática. Poco a poco me
encierro en estas preguntas que me dan miedo y me horroriza. Tengo miedo. ¿Sabré alguna vez
quién soy?

Si canto o bailo no sé por qué lo hago.

Un joven creyente, por el contrario, sumido en la atmósfera de Dios, dice: Me siento feliz, bailo al
sol, me siento casi divino, grito, alabo y todo lo veo hermoso. El Cristo resucitado que vive en mí,
hace que mi vida tenga una orientación clave para no perderme por la senda que me da la
felicidad. Y ésta no es otra que hacer el bien a mis colegas. Sé que me admiran por mi alegría, por
saber dar razón de mi esperanza y del don gratuito de la fe que he aceptado gustosamente en mi
alma y corazón joven para que no se marchite con zarandajas de consumo al uso.
No soy distinto a los demás. Convivo con ellos. Mas mi modo de actuar se diferencia del de muchos
de ellos porque en todo busco sentirme alegre y con el gozo inmenso que el despeje de esas
preguntas importantes las he resuelto a la luz extraordinaria de mi ser de creyente.

¿Quién soy? ¿Qué hago? Soy un joven que, inserto en esta sociedad concreta, me toca la
responsabilidad de mejorarla y no dejarme arrastrar por las hojas de lo fácil que, en el fondo, no
conducen a ninguna parte. Me siento dichoso porque sé quién soy y lo que hago.

Gracias a Dios.

Fuente: http://es.catholic.net

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