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En el cristianismo, Dios es a un
tiempo Dios de amor y Dios de
justicia. A muchas personas esto les
crea un conflicto. Creen que un Dios
amoroso no puede ser a la vez un
Dios de juicio. Al igual que a la
mayoría de responsables en una
iglesia, se me ha hecho miles de veces esta pregunta: “¿Cómo puede un Dios
de amor ser también un Dios de ira y enojo? Si es amoroso y perfecto, debería
perdonar y aceptar a todas las personas, en vez de enojarse y mostrar ira”.
La Biblia dice que la ira de Dios tiene su origen en el amor y el deleite que
siente hacia su Creación. El mal y la injusticia es lo que le mueve a ira por ser
agentes de destrucción de esa paz y de esa integridad. Justo es Jehová en todos
sus caminos, y misericordioso en todas sus obras. Jehová guarda a todos los que
le aman, mas destruirá a todos los impíos. (Salmo 145:17–20)
Es en ese punto donde muchos se quejan de que los que crean en un Dios de
juicio no van a dirigirse a sus enemigos con un deseo de reconciliación. Si se
cree en un Dios que castiga a los que hacen el mal, puede que se vea incluso
justificado participar en el castigo. El teólogo de Yale Miroslav Volf, croata de
nacimiento y testigo directo de la violencia desatada en los Balcanes, no ve la
doctrina del juicio divino de esa forma. En palabras suyas:
¿Puede nuestra pasión por la justicia ser honrada de forma tal que no fomente
un deseo de venganza sanguinaria? Volf argumenta en ese sentido que la
mejor solución al problema es creer firmemente en la justicia divina de Dios.
Si no creo en la existencia de un Dios que hará que al final todo esté
bien, empuñaré la espada y me dejaré arrastrar por el torbellino implacable
de la revancha. Tan sólo si estoy seguro que hay un Dios que enderezará todo
lo torcido, saldando toda deuda pendiente, tendré fuerzas para contenerme.
Czeslaw Milosz, poeta polaco galardonado con el Premio Nobel, fue el autor
de un muy notable ensayo titulado El discreto encanto del nihilismo. En sus
páginas trae a la memoria que Marx descalificaba la religión como “el opio del
pueblo” porque la promesa de una vida eterna tras la muerte llevaba a los
pobres y a las clases trabajadoras a soportar con resignación condiciones
sociales injustas. Lo que le llevaba a Milosz a concluir que:
Muchas personas se quejan que el creer en un Dios de juicio nos abocará a una
sociedad todavía más brutal. Milosz ha sido testigo ocular, tanto en el nazismo
como durante el comunismo, que la pérdida de la creencia en un Dios de juicio
desemboca en brutalidad. Si disponemos de libertad para configurar nuestra
vida y moral en la forma que queramos, sin tener en momento alguno que dar
cuenta de nuestros actos, puede fácilmente degenerar en violencia
incontrolada. Volf y Milosz sostienen por igual que la doctrina de un juicio
final por parte de Dios es garantía indispensable para que pueda hacerse
manifiesto el amor y la paz.
[1] Rebecca Pippert, Hope Has Its Reasons (Harper, 1990), Capítulo 4, “What
Kind of God Gets Angry?”.
[2] Miroslav Volf, Exclusion and Embrace: A Theological Exploration of
Identity, Otherness, and Reconciliation (Abingdon, 1996), pp. 303–304.
[3] Volf, Exclusion and Embrace, p. 303.
[4] Czeslaw Milosz, “The Discreet Charm of Nihilism”, New York Review of
Books, 19 Noviembre, 1998.