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14 abr
La vida de los santos son copias humanas de un original divino, por eso todas
tienen tanta semejanza. En Amparito Mahiques se deja traslucir el fulgor de
la vida sobrenatural dentro del molde sencillo y corriente de una colegiala
modelo de la Pureza de María.
Y en 1922 escribía:
La llamada definitiva
Se la hizo el Señor un año más tarde, durante los Ejercicios Espirituales que
practicó en el Colegio en marzo de 1924. “Verdaderamente –dice la
Superiora de entonces- que llamó mucho la atención a todos la postura de
Mahiques, lo muy atenta que estaba a las horas que se pasó arrodillada
delante del Sagrario en estos célebres Ejercicios. En ellos fue cuando la hirió
el Señor.” (Arnau, F. ‘Una colegiala modelo’. Valencia, 1931).
Afortunadamente el fervoroso sacerdote secular que se los dirigía, y al que
ella eligió y reconoció desde entonces como Padre Espiritual de su alma, le
aconsejó que escribiera el diario de sus luces y propósitos, en cuyas páginas,
como en clichés fotográficos, se conservan día a día y acto por acto todos los
pasos que fue dando por la senda del bien. Por razones obvias de espacio no
podemos reproducir aquí todos sus pensamientos, pero valgan algunos pocos
ejemplos para darnos cuenta de la vida interior de esta Colegiala Modelo:
“El que yerra un camino debe retroceder tan pronto se dé cuenta de ello, pues
de lo contrario hallará muy pronto el precipicio y estaría en peligro de caer
en él para siempre. ¡Cuánto bien me ha impresionado esto!…Quiero hacer
una aplicación. Conozco que he errado el camino, sí, he errado; pero Jesús,
que es tan bueno, me ha concedido luz en estos días para que, conociendo
más claramente mi error, me decida con mayores ánimos a retroceder, esto
es, a dejar todas aquellas ocasiones que puedan apartarme de mi fin. ¿Qué
debo hacer, pues? Examinar mi vida pasada y corregir todo aquello que
conozca que está mal hecho”.
En el segundo día escribe: “Durante el desayuno hemos leído ‘Aromas de
virtud’ (de Santa Gema). Lo que más me ha llamado la atención ha sido una
de las máximas que decía: ‘Quien ama a Dios, debe hablar poco y padecer
mucho’. Ciertamente es hermosa. Yo quiero demostrar mi amor a Jesús
padeciendo mucho. Sí, Jesús, amo la cruz, quiero vivir siempre abrazada a
ella; quiero, como Santa Teresa, ‘o padecer o morir’. Después, en la
meditación del triduo, reflexiona así: Yo he pecado más de una vez, y basta
un solo pecado mortal para merecer el infierno. Pero Jesús me ha amado más
que a otras almas, ha esperado mi arrepentimiento, ha conmovido mi
corazón, me ha hecho ver la fealdad de tan gran monstruo, y una vez
conocida no puedo menos que detestarlo”.
Y continuaba diciendo:
Y el Señor le hizo caso, aceptó sus deseos y, aunque dejó que Amparito
terminase sus estudios de normalista, apenas salió del Colegio para vivir
consagrada a Dios, en medio del mundo, le plugo trasplantarla a las moradas
eternas del Padre. Y para que fuese mejor preparada el Señor permitió que
pudiese hacer los últimos ejercicios espirituales como premio a su recién
terminada carrera de maestra. Los hizo en Agullent, aunque no fueron
dictados por su Director Espiritual, como ella esperaba, acontecimiento que
le provocó tristeza y sufrimiento, aunque lo supo ofrecer por el bien de su
alma.
Amparito había presentido repetidas veces que moriría joven, tal era su
deseo. Al regresar de sus últimos ejercicios en Agullent pasó por Onteniente
para visitar a las madres de la Pureza y se sincera así con la superiora: “Yo
no sé lo que Jesús quiere de mí, ni pienso nada: siento muchos deseos de que
me lleve pronto con Él, porque temo cansarme de serle fiel y echarlo todo a
rodar”.