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LA HISTORIA MAGICA

por Van Reenselaer Dey, Frederic

Mucho he fatigado mi cerebro respecto a la cuestión de cuál es la mejor forma de transcribir esta
receta del éxito que he descubierto, y me parece aconsejable darla tal como me llegó a mí; es
decir, si relato parte de la historia de mi vida, se advertirán con claridad las directrices para
mezclar las sustancias que proporcionan el aliño para lograr la perfección del plato.

En vista de que, gracias a mi experiencia, he podido descu brir el único y gran secreto del éxito en
cualquier empresa del mundo, considero acertado, ahora que mis días están contados, beneficiar
a las generaciones venideras con todos los conocimientos que poseo.

No pediré disculpas por el modo en que me expreso, ni por carecer de mérito literario,
excusándose éste, según sé, por sí mismo. Herramientas mucho más pesadas que la pluma han
sido mi legado y, asimismo, el peso de los años me ha paralizado parte de la mano y del cerebro;
sin embargo, puedo contar los hechos, que considero son el fruto que hay dentro de la nuez. ¿Qué
importa la forma en que se rompe la cáscara para obtener la sustancia que ha de utilizarse?

No dudo que usaré, en este relato, expresiones que han permanecido en mi memoria desde mi
más tierna infancia; porque, cuando un hombre alcanza mi edad, parece que percibe los avatares
acaecidos en su juventud con más claridad que los eventos de fechas recientes; tampoco importa
mucho cómo un pensamiento es expresado, si sirve de ayuda y se comprende su significado.

Probablemente sea así; y nacerán hombres, generaciones después de que yo me convierta en


polvo, que vivirán para bendecirme por las palabras que escribo.

Mi padre, por aquel entonces, era un marino que a temprana edad abandonó su vocación y
estableció una plantación en la colonia de Virginia, donde varios años más tarde nacería yo,
acontecimiento que tuvo lugar en 1642; esto ocurrió hará unos cien años.

Mejor habría sido para mi padre si hubiera hecho caso del sabio consejo de mi madre, que era
permanecer en la profesión en la que fue educado, pero no lo hizo, y el buen barco que
capitaneaba fue trocado por las tierras de las que estoy hablando. Aquí empieza la primera lección
que debe aprenderse:

El hombre no debería cerrar los ojos a cualquier valor que exista en la oportunidad que tenga en
sus manos, recordando que un millar de promesas para el futuro no deberían pesar nada en
comparación a la posesión de una simple pieza de plata.

Cuando cumplí diez años, el alma de mi madre voló y, dos años más tarde, mi estimado padre fue
tras ella. Yo, al ser su único vástago, me quedé solo; no obstante, había unos amigos que durante
un tiempo cuidaron de mí; es decir, que me ofrecieron un hogar bajo su techo -de lo cual
disfrutaría durante cinco meses.

De los bienes de mi padre nada heredé; pero, con los conocimientos que adquirí a través de los
años, llegué a la convicción de que los amigos bajo cuyo techo había vivido una temporada lo
defraudaron y, por tanto, también a mí.

Del período que transcurrió desde que tenía doce años y medio hasta que cumplí los veintitrés no
haré una exposición aquí, puesto que aquella época nada tiene que ver con este relato; si bien,
unos años después, al tener en mi posesión la suma de diecisiete guineas, las cuales había
ahorrado de los frutos de mi trabajo, tomé un barco hacia Boston, donde empezaría a trabajar,
primero como tonelero, y después como carpintero de un barco, aunque siempre cuando la nave
ya había atracado, puesto que el mar no se encontraba entre mis deseos.

La Fortuna sonríe en ocasiones a una futura víctima por pura perversidad. Tal fue una de mis
experiencias. Prosperé, y a los veintisiete años era propietario de la tierra en la cual, menos de
cuatro años antes, había trabajado a sueldo. La Fortuna es un jade que uno debe exprimir; no hay
que mimarla. Aquí empieza la segunda lección que debe adquirirse:

La Fortuna es siempre esquiva, y sólo puede retenerse por la fuerza. Tratadla con ternura y os
dejará por un hombre más enérgico. (En eso, creo que no es diferente a otras mujeres que
conozco.) .
Por entonces, el Desastre (que es uno de los heraldos de los espíritus rotos y las resoluciones
perdidas) me hizo una visita. El fuego destruyó mis tierras, no dejándome nada en sus
ennegrecidos caminos, excepto deudas, las cuales yo no podía afrontar. Hablé con mis amistades y
conocidos, buscando ayuda para comenzar de nuevo, pero el fuego, que había quemado mi
solvencia, también parecía haber consumido sus simpatías.

Así que, en un corto período, ocurrió que no sólo lo había perdido todo, sino que además estaba
totalmente endeudado con otros; y por ello me enviaron a prisión. Pude recuperarme de mis
pérdidas, pero no de esta última indignidad, la cual quebró mi voluntad, por lo que quedé
irremediablemente desesperado. Más de un año permanecí detenido en prisión; y cuando salí, ya
no era el mismo hombre feliz e ilusionado que había entrado allí, contento con su suerte y
confiando en el mundo y su gente.

La vida tiene muchos senderos, y de todos ellos la gran mayoría conducen abajo. Algunos se
convierten en precipicios y otros son menos abruptos, pero al final no importa con qué inclinación
se haya fijado el ángulo, pues todos llegan al mismo destino ... el fracaso. Y aquí empieza la tercera
lección:

El fracaso existe tan sólo en el sepulcro. El hombre, mientras vive, no cae en él; siempre puede
dar la vuelta y ascender por el mismo camino por el cual descendió; y puede que encuentre otro
menos abrupto (si bien, de logro más largo), y más adaptable a su condición.

Cuando salí de prisión, estaba sin un penique. No poseía nada en el mundo más allá de las pobres
vestiduras que me cubrían y un bastón que el carcelero me había permitido retener, por no tener
nigún valor. Sin embargo, como era un trabajador habilidoso, rápidamente encontré empleo con
buen salario; no obstante, como había probado las mieles de la riqueza terrenal, me poseyó el
descontento. Me volví malhumorado y perezoso; con lo cual, para animarme y para olvidar las
pérdidas que había soportado, pasaba todas mis noches en la taberna.

No bebí licores en demasía, sólo de vez en cuando (porque siempre había sido casi abstemio),
pero sí reí y canté, y repliqué graciosamente, y bromeé con mis holgazanes compañeros; y aquí
podría incluirse la cuarta lección:
Buscad, camaradas, por entre los diligentes, pues aquellos que sean perezosos destruirán
vuestras energías.

Me producía gran placer, en aquellos tiempos, narrar, a la más mínima provocación, la historia de
mis desgracias, e insultar a los hombres a quienes consideraba que me habían dañado por no
haber acudido en mi ayuda. Además, encontraba un placer infantil en escamotear a mi patrón,
cada día, unos minutos del tiempo que me pagaba; lo cual es más deshonesto que un robo
completo.

Este hábito continuó y creció en mí hasta el día en que desperté, encontrándome no sólo sin
empleo, sino también sin carácter, lo que significaba que no podía esperar conseguir trabajo con
ningún otro patrón en la ciudad de Boston. Fue entonces cuando me consideré un fracasado.
Puedo comparar mi condición de aquel momento con la de un hombre que, descendiendo por la
pendiente de una montaña, pierde su punto de apoyo.

Cuando más fuerte es el resbalón, más rápido desciende. También he oído describir esta
condición con la palabra «Paria» que, según entiendo, se refiere a un hombre que siempre está en
contra del resto del mundo, y el cual piensa que son los demás hombres los que están en su
contra; y aquí empieza la quinta lección:

El Paria y el leproso son lo mismo, puesto que ambos son abominaciones a la vista del hombre,
aunque difieren mucho, pues el primero puede volver a tener una salud perfecta. Éste es
enteramente el resultado de la imaginación; el último tiene la sangre envenenada.

No daré ninguna disertación acerca del deterioro gradual de mis energías. Nunca es conveniente
extenderse mucho en las desgracias (esta frase también es digna de recordar). Será suficiente si
añado que vino el día en que yo no poseía nada con qué comprar comida y vestimentas, y me
encontré convertido en un mendigo, excepto en las raras ocasiones en que podía ganar unos
peniques o, tal vez, un chelín. No pude conseguir un empleo seguro, por lo que mi cuerpo
enflaqueció, y mi espíritu no fue nada más que una sombra de lo que había sido. Mi condición,
por aquellos tiempos, era deplorable; no tanto por mi cuerpo, así sea dicho, como por mi mente,
que se encontraba enferma de muerte. En mi imaginación me veía a mí mismo apartado del
mundo entero, puesto que había descendido realmente al fondo; y aquí comienza la última lección
que debe aprenderse (la cual no pienso explicar en una sola frase, ni en un párrafo, pero necesito
adaptarla al resto de esta historia).

Bien que recuerdo mi despertar, puesto que ocurrió en la noche cuando, realmente, me recobré
de mi sueño. Mi cama era un montón de virutas apiladas en la parte trasera de la tienda de
barriles donde una vez había trabajado a sueldo; mi techo consistía en una pirámide de toneles
bajo la cual me había instalado. La noche era fría y yo estaba helado, si bien, paradójicamente,
había estado soñando con luz y calor, y me saciaba de manjares. Sé que pensaréis, en cuanto
describa el efecto que la visión tuvo sobre mí, que mi mente estaba perturbada. Así es, puesto que
es la esperanza de que las mentes de otros pueden ser igualmente influenciables lo que me
determina a emprender el trabajo de este escrito.

Fue aquel sueño lo que me hizo creer... no, saber... que estaba poseído por dos identidades; y fue
mi mejor yo quien me prestó la ayuda por la que había suplicado en vano a mis conocidos. Había
oído describir este estado con la palabra «dualidad». No obstante, dicha palabra no explica mi
situación. Un doble no puede ser nada más que un doble, y ninguna mitad posee una
individualidad propia. Pero no filosofaré, ya que la filosofía no es nada más que un vestido de gala
para decorar una figura vacía.

Más aún, no fue el sueño en sí mismo lo que me afectó; fue la impresión que me causó y la
influencia que ejerció sobre mí lo que logró mi liberación. En una palabra, fue entonces cuando
llené de coraje a mi otra identidad.

Después de haberme movido con mucha dificultad a través de una tempestad de nieve y viento,
me acerqué a una ventana, miré hacia el interior y vi a aquel otro ser.

Era alegre y saludable; ante él, en el hogar, ardía un fuego de leños; su semblante reflejaba la
consciencia de su propia fuerza; y era física y mentalmente musculoso.

Llamé a la puerta con timidez y él me invitó a entrar. Había una amable sonrisa de burla en sus
ojos cuando me indicó con un gesto que me sentara junto al fuego, pero no pronunció ninguna
palabra de bienvenida; y, una vez me hube calentado, salí de nuevo a luchar contra la tempestad,
y cargué con la vergüenza que el contraste entre nosotros dos me había obligado a aceptar.

Fue entonces cuando desperté; y ahora viene la parte extraña de mi relato, puesto que al
despertar no estaba solo. Había una presencia conmigo, intangible para los demás, tal como
descubrí más adelante, pero real para mí.

La Presencia tenía mi imagen, si bien era impresionantemente distinta. Su frente, sin ser más alta
que la mía, parecía más redonda y llena; sus ojos, claros, directos y rebosantes de ánimo, brillaban
con entusiasmo y resolución; sus labios, barbilla y ... ¡ay!. .. todo el contorno de su cara y figura era
enérgico y determinado.

Era tranquilo, firme y confiaba en sí mismo. Yo estaba encogido, temblaba con nerviosismo, y
temía las sombras intangibles. Cuando la Presencia se marchó, la seguí, y durante todo el día no la
perdí de vista, excepto cuando desaparecía por un rato tras algún portal al que yo no osaba entrar;
en tales lugares, yo esperaba su vuelta con ansiedad y espanto, puesto que no podía menos que
maravillarme de la temeridad de la Presencia (tan igual a mí y, no obstante, tan diferente) por
atreverse a entrar donde mis propios pies temían pisar.

También parecía como si me condujera a propósito a los lugares y a los hombres donde y ante
quienes más temía aparecer; a las oficinas con las que alguna vez negocié; a aquéllos con quienes
había tenido tratos financieros. Durante todo el día perseguí a la Presencia, y por la noche la vi
desaparecer tras los portales de una posada famosa por su alegría y por su buen vivir.

Yo fui a buscar la pirámide de toneles y virutas.

Aquella noche no soñé con el Mejor Yo (así es como lo he designado), aunque cuando desperté de
mi sueño él estaba cerca de mí, siempre mostrando esa tranquila sonrisa de burla amable que de
ninguna manera hubiera podido confundirse por pena o por otro tipo de condolencia. Su
menosprecio me hirió profundamente.
El segundo día no fue distinto del primero, puesto que se trató de una repetición de su
precedente, y de nuevo estuve condenado a aguardar afuera durante las visitas que la Presencia
hizo a lugares de donde gustosamente me habría marchado si hubiera poseído el coraje necesario.

Es el miedo lo que expulsa el alma del cuerpo de un hombre y lo convierte en algo despreciable.
Muchas veces intenté dirigirme a ella, pero las palabras resonaban en mi garganta de un modo
ininteligible y el día acabó como su antecesor.

Esto ocurrió muchos días, uno después del otro, hasta que dejé de contarlos; sin embargo,
descubrí que la constante asociación con la Presencia estaba produciendo un efecto sobre mí; y
una noche, cuando desperté entre los barriles y percibí que estaba conmigo, osé hablar, si bien
con marcada vacilación.-me aventuré a preguntar; y di tal respingo, que quedé deshecho, cuando
oí mi propia voz. La pregunta pareció haber complacido a mi compañero, ya que creí percibir
menos mofa en su sonrisa cuando respondió.

-¿Quién eres?.Yo soy aquello que soy -fue la respuesta-. Soy lo que tú has sido; soy el quién que tú
puedes volver a ser; ¿por qué lo dudas? Soy el hombre hecho a semejanza de Dios que una vez
poseyó tu cuerpo.

En una ocasión vivimos juntos en él, no en armonía, puesto que eso nunca puede ocurrir, ni
siquiera en unidad, ya que eso es imposible, pero como residentes en comunidad que rara vez
peleaban por su completa posesión.

Entonces tú eras insignificante, pero te volviste egoísta y exigente hasta que ya no pude habitar
contigo, y por ello me fui. Hay una entidad-más y una entidadmenos en cada ser humano que nace
en la Tierra.

Cualquiera de éstas que se vea favorecida por la carne se vuelve dominante; entonces, la otra se
inclina a abandonar la habitación, temporalmente o para siempre. Yo soy la entidad-más de ti
mismo; tú eres la entidadmenos. Yo poseo todas las cosas, tú, ninguna. Este cuerpo que hemos
habitado los dos es mío, pero está sucio, y así no quiero vivir en él. Límpialo y tomaré posesión.

-¿Por qué me persigues? -pregunté a continuación a la Presencia.

-Eres tú quien me ha perseguido a mí, y no yo a ti. Puedes existir sin mí por un tiempo, pero tu
camino va descendiendo y al final está la muerte. Ahora que te acercas al término reflexiona
acerca de si sería prudente limpiar tu casa e invitarme a entrar. Apártate, entonces, del cerebro y
la voluntad, y échalos de tu presencia; sólo con esa condición volveré a ocuparlos de nuevo.

-El cerebro ha perdido su poder -dije balbuceando-. La voluntad es débil ahora; ¿puedes
enmendarlos?.

-¡Escucha! --exclamó la Presencia, y se elevó por encima de mí, mientras yo me agachaba de


forma abyecta a sus pies-.

Para la entidad-más de un hombre, todo es posible. El mundo le pertenece, es su propiedad. No le


preocupa nada, no siente ningún temor, nada le frena; no pide privilegios, sino que los exige;
domina y no puede rebajarse; sus peticiones son órdenes; la oposición huye cuando se acerca;
eleva montañas, llena los valles y viaja en un nivel llano en el que se desconocen los tropiezos.

Después de eso, volví a dormirme y, cuando desperté, me pareció estar en un mundo diferente. El

sol brillaba y yo era consciente del gorjeo de los pájaros por encima de mi cabeza. Mi cuerpo, que
el día anterior se hallaba tembloroso e incierto, se había vuelto vigoroso y lleno de energía.

Contemplé la pirámide de barriles, sorprendiéndome por haberla estado utilizando tanto tiempo y
de forma constante, y maravillándome por haber podido pasar la noche anterior bajo su refugio.
Los sucesos de la noche anterior se me presentaron de nuevo, y miré a mi alrededor buscando la
Presencia.

No la pude ver, pero algo más tarde descubrí, agazapada en un rincón lejano a mi lugar de reposo,
una figura pequeña, despreciable y temblorosa, de rostro y figura deforme, y de apariencia sucia y
desaliñada. Se tambaleaba al caminar, y se aproximó a mí lastimosamente; pero yo reí en voz alta
con crueldad. Quizá fue entonces cuando supe que se trataba de la entidadmenos, y que la
entidad-más estaba dentro de mí, aunque no era consciente del todo. Además, tenía prisa por
marcharme; era extraño que no me invadiera ningún pensamiento del día anterior. Pero el ayer se
había ido ... el hoy estaba conmigo y acababa de comenzar.

Tal como una vez había sido mi costumbre diaria, volví mis pasos en dirección a la taberna en la
que con anterioridad había consumido mis días. Saludé alegremente con la cabeza cuando entré, y
sonreí agradecido por los saludos que me devolvieron. Hombres que me habían ignorado durante
meses inclinaron la cabeza con amabilidad cuando pasé ante ellos por la transitada calle. Fui al
lavabo, y de ahí a la mesa de desayuno; más tarde, cuando pasé por el bodegón, me detuve un
momento y dije al patrón:

-Ocuparé la misma habitación que utilizaba anteriormente, si está disponible. Si no lo está, otra
servirá hasta que pueda obtenerla. Entonces salí y corrí a toda prisa hacia la tonelería. Había un
gran carro en el patio y varios hombres lo cargaban con barriles para un envío.

No formulé ninguna pregunta pero, cogiendo varios toneles, me dispuse a arrojarlos a los hombres
que trabajaban a lo alto del cargamento. Cuando aquello terminó, entré en la tienda. Había una
banqueta de trabajo vacante; reconocí su desuso por el revoltijo que había en ella.

Era la misma en la que yo había trabajado. Quitándome el abrigo, limpié enseguida los desechos.
Un momento después, me encontraba sentado, con mi pie en la palanca, cortando duelas.

Una hora más tarde, el capataz entró en la sala y se detuvo sorprendido al verme; ya había un
buen montón de duelas cortadas limpiamente a mi lado, puesto que en aquellos días yo había sido
un excelente trabajador; no hubo ninguno mejor pero, ¡ay de mí! ahora la edad me había
despojado de mi antigua destreza. Respondí a su no pronunciada pregunta con esta breve, pero
comprensible frase:

-He vuelto al trabajo, señor. Asintió con la cabeza y continuó, comprobando el trabajo de los otros
hombres, si bien luego miró de reojo en mi dirección.
Así finaliza la sexta y última lección a aprender, aunque aún hay más qué decir, puesto que desde
ese momento fui un hombre próspero, y en poco tiempo, ya poseía otro astillero, y había
adquirido una gran cantidad de bienes terrenales.

Os ruego que, cuando leáis lo que viene, prestéis mucha atención a las siguientes advertencias,
puesto que de ellas depende la palabra «éxito» y todo lo que ello implica.

Cualquier bien que deseéis será vuestro. Deberéis, empero, extender la mano y tomarlo.

Aprended que el conocimiento del poder dominante que está en vuestro interior significa la
posesión de todas las cosas alcanzables.

No temáis a ningún fantasma, puesto que el miedo va unido a la entidad-menos.

Si tenéis alguna habilidad, utilizadla; el mundo debe aprovecharla y, por tanto, vosotros también.

Sed compañeros diarios y nocturnos de vuestra entidad-más; si hacéis caso de esta advertencia,
no podréis equivocaros.

Recordad que la filosofía es una discusión; el mundo, que os pertenece, es un cúmulo de hechos.
Id, por tanto, y haced lo que sintáis que debéis hacer; no atendáis a ademanes que os tentarían a
apartaros; no pidáis permiso a ningún hombre para actuar.

La entidad-menos pide favores: la entidad-más los otorga. La Fortuna os espera a cada paso que
deis; asidla, amarradla, y conservadla, puesto que es vuestra; os pertenece.

Empezad de nuevo ahora mismo con estos consejos en la cabeza. Alargad la mano y alcanzad la
entidadmás que, quizá, nunca habéis utilizado antes, excepto para grandes emergencias. La vida
es una emergencia de lo más grave.
La entidad-más está siempre a vuestro lado; limpiad vuestro cerebro y fortaleced vuestra
voluntad. Tomará posesión. Os espera.

Empezad esta noche; empezad ahora, en este nuevo día.

Estad siempre en guardia. Cualquiera que sea la entidad que os controla, la otra revolotea a su
lado; tened cuidado, no sea que el mal entre en vosotros, aunque sea por un momento.

Mi tarea está terminada. He escrito la receta del «éxito». Quien la siga, no fracasará. Dondequiera
que yo pueda no haber sido enteramente comprendido, la entidad-más de quien lo lea suplirá la
deficiencia; y es en ese Mejor de Uno donde coloco la carga de impartir a generaciones venideras
el secreto de este bien quetodo-lo-ocupa ... el secreto de ser como sois por dentro.

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