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DEODORO Y EL PASAMONTAÑAS

Cien años de la Reforma Universitaria. Sería lindo poder decir: “un fantasma recorre
Córdoba…”, pero en Córdoba el espectro de la Reforma y el de Deodoro están ausentes. Al
menos, la conmemoración del Centenario en el momento de máxIma expresión del
conservadurismo cordobés -el mismo contra el que se alzaron los reformistas en 1918-, nos
da la oportunidad de una tarea: ser justos con alguien cuyo pensamiento corre el riesgo de
una monumental malversación. Deodoro fue muchas cosas pero jamás un conservador. Fue
antiimperialista, anticapitalista, anticlarical, antirracista, antifascista, creador del primer
organismo de derechos humanos, defensor de presos políticos, indigenista, obrerista,
latinoamericanista, socialista; un militante continuo (generador de muchas instituciones
políticas contra los poderes fácticos de su tiempo). Despreció con toda su alma a la clase
dominante, a la vulgaridad de los ricos, a la oligarquía… No es una herencia intelectual
irrelevante cuando en la Argentina han vuelto los encarcelamientos políticos, la persecución
de las comunidades originarias, el racismo social y cultural, la represión de militantes, el
desdén hacia los pueblos latinoamericanos, las relaciones carnales con los poderosos del
mundo y el capitalismo más predador y depredador que pudiéramos haber imaginado.

Pero además: la Reforma no fue un mero episodio retórico, respetuoso de las formas y de la
autoridad –“democrático” en el sentido más anémico que suele adjudicársele a la palabra,
como equivalente de “respeto de la ley”. Fue un hecho violento y una reivindicación de la
violencia. Puede no gustarnos la violencia (a mí, por ejemplo, no me gusta), pero el
alzamiento estudiantil de 1918 lo fue. ¿Por qué reivindicamos un hecho de hace cien años
que fue cualquier cosa menos pacífico, “tolerante”, “respetuoso”, “pluralista” y demás
conceptos que suelen pronunciarse en las homilías republicanistas? ¿Es necesario ocultar su
naturaleza y presentarlo como lo que no fue para que tal reivindicación sea posible?

Si solo nos atenemos a sus palabras (tantas veces invocado y tan pocas veces leído), el
Manifiesto dice: “La rebeldía estalla ahora en Córdoba y es violenta, porque aquí los
tiranos se habían ensoberbecido y porque era necesario borrar para siempre el recuerdo de
los contra-revolucionarios de Mayo”. Y también: “Los actos de violencia, de los cuales nos
responsabilizamos íntegramente, se cumplían como en el ejercicio de puras ideas…”. Pocos
meses más tarde, en un discurso en El Ateneo de Buenos Aires, Deodoro autointerpreta el
espíritu de la Reforma como sigue: “[los estudiantes] fueron contra la universidad, contra la
Iglesia, contra la familia, contra la propiedad y contra el Estado. Había estallado la
revolución en las conciencias, una verdadera revolución... Una revolución se encausa en las
grandes corrientes de la vida. Por eso la Iglesia, la familia, la propiedad y el Estado
debieron replegarse, tocados en su injusticia”. ¿La crítica de la propiedad privada en el
centro del ideario reformista? ¿La revolución en el corazón de la Reforma?¿Qué hacemos
con esto? ¿Lo tomamos en serio? La Reforma Universitaria no fue sustantivamente un
hecho puramente universitario que buscaba reformar planes de estudio (cosa que también,
por supuesto, fue). Sino sobre todo un acontecimiento emancipatorio orientado por la
justicia social que buscaba subvertir los valores (y no solo) de una sociedad injusta -y que
tomó una de sus mayores inspiraciones en la Revolución Rusa. Los protagonistas de la
Reforma estaban muy lejos del “reformismo” (de igual modo que Marx dijo alguna vez
“solo sé que no soy marxista”, Deodoro hubiera podido decir “yo no soy reformista” –de
hecho en la década del 30 lo dijo claramente: “no habrá reforma universitaria hasta tanto no
haya reforma social”).

¿Qué es tomarse en serio la Reforma? ¿Una megacolación en la que se entregarán miles de


títulos es la mejor manera de conmemorar una experiencia de rebeldía que se alzó contra la
Universidad como “fábrica de títulos”? ¿Es la mejor manera de recordar al autor del
Manifiesto Liminar, quien siendo Consejero egresado de su Facultad propuso la
eliminación del Doctorado en Derecho con ironía formidable (“Todas las soluciones parten
de que el doctorado es una institución seria. Yo pienso, en cambio, que debe ser suprimida.
El ‘doctor’ es una cosa sin significación vital alguna, muerto que está insepulto, asunto que
no atañe en realidad a la cultura. Se llega a ser doctor como se llega a ser mayor de edad:
sin que el interesado pueda evitarlo”)?

Todas estas tribulaciones para llegar a un objeto. En diciembre último, la artista María
Cristina Roca (nieta de Deodoro) intervino con un pasamontañas una cabeza de su abuelo
realizada hace muchos años por el escultor español Emiliano Barral, y la expuso en el
Museo Genaro Pérez. En mi opinión, esa imagen logra restituirle a Deodoro Roca lo que le
era más propio y una persistente operación de negacionismo cultural se empecina en
sustraerle.

A veces el arte alcanza a mostrar verdades de manera más contundente que cualquier
trabajoso resguardo intelectual de las herencias.

Autor: Diego Tatían

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