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1 Bentley, E. (1982). La vida del drama. Barcelona, España. Ed. Paidós Ibérica.
Como bien señala el sociólogo Erving Goffman en La presentación de la persona en la
vida cotidiana, la realidad de los hombres está atravesada por un gran cúmulo de signos que
estos transportan como «vehículos»2. Signos que, implícitamente, claman por el feedback de
sus observadores. Estableciéndose así un complejo entramado de sentidos, en donde los
papeles que los individuos vayan representando a lo largo de las situaciones, escenificaran un
lúdico y dialéctico proceso comunicacional capaz de transformar a su entorno y a ellos
mismos.
Una teatralidad que plantea los numerosos rasgos de la vida social como una
metafórica representación actoral del comportamiento humano. Así, la naturaleza mimética de
las personas genera toda una serie de nociones sobre la totalidad significante del cuerpo y del
objeto en la escena teatral de la cotidianidad. A propósito de la especificidad narrativa
presente en la vida, Roland Barthes reflexiona:
El teatro, entonces, solo es la excusa para comprender algo más elevado: un modelo
que nos permitirá entender la vida social a través de los paralelismos entra la realidad y la
ficción. No obstante, esa vinculación no es un mero recurso retórico para deconstruir y
estudiar la realidad cotidiana. Al contrario, es una eficaz estrategia para aproximarse a la
complejidad presente en las interacciones sociales. Pues, como todo buen proceso, el teatro,
con sus signos y símbolos, encierra para sí un buen número de códigos operantes. Un vaivén
de elementos cotidianos, cercanos y culturalmente correctos o incorrectos, que plantean la
dicotomía de la existencia humana.
3 Barthes, R. (1978). Ensayos Críticos. Barcelona, España. Seix Barral Editores. Pág. 54.
discurrir por el gran escenario de la vida. Frente a este panorama, Lakoff y Johnson en sus
Metáforas de la vida cotidiana dirán que:
Las metáforas tienen implicaciones por medio de las cuales destacan y hacen
coherente ciertos aspectos de nuestra experiencia... Pueden crear realidades,
especialmente realidades sociales. Una metáfora puede así convertirse en guía
para la acción. Estas acciones desde luego se ajustarán a la metáfora. Esto
reforzará a su vez la capacidad de la metáfora de hacer coherente la experiencia.
En este sentido, las metáforas puede ser profecías que se cumplen. 4
En tal sentido, podría decirse que el teatro —como herramienta de análisis— sumariza
una parte esencial del acontecer humano. Y es que no se trata de que la cotidianidad, deba o
no, parecernos dramática. Ésta, precisamente, es vista de esta manera porque deseamos que
así sea y, por lo tanto, en eso se transformará. Un deseo insistente e imperioso por
ficcionalizar nuestra propia vida. Así, anhelamos que cada día sea un drama constituido por
veinticuatro actos. Hasta el mismo rechazo o tedio para con la vida es un drama. Solo por
mencionar un ejemplo, todo caso de suicidio muestra un cariz escénico en el que es posible
distinguir una melancolía, una suerte de desquite e, incluso, un patético acto de
exhibicionismo final. Por tanto, la necesidad de querer quitarle dramatismo al comportamiento
humano, al poner énfasis sobre otros temas, se termina volviendo un recurso dramático. Con
respecto a esto, Bentley afirmará, entonces, que «la carencia de dramatismo es su drama
particular».5
4 Lakoff,G. y Johnson, M. (2004). Metáforas de la vida cotidiana. Madrid, España. Ediciones Cátedra.
Pág. 198.
5 Bentley, E. (1982). La vida del drama. Barcelona, España. Ed. Paidós Ibérica. Pág. 16.
TEATRALIDAD, COMUNICACIÓN E IDENTIDAD
Empero, ese acercamiento parcial del mundo, como parte de las limitaciones
cognitivas que caracterizan al hombre, se vale de una herramienta que es capaz de dotarlo de
sentido y de unir los parches inconexos de su experiencia: el verbo. Con el lenguaje, el
hombre, además de ordenar el rompecabezas de su realidad, tiene la manera —y el poder—
de construir un relato que pueda cambiar o modificar su entorno y el de los demás. Es decir,
todo proceso de relación e interrelación que se establezca a través de la comunicación tiene la
capacidad de producir vínculos con ese otro con el que se intercambian una serie de
mensajes, de signos y de símbolos. Los cuales permitirán, entonces, que se prefigure una
puesta en escena capaz de proyectar una definición de lo que somos, una vez que somos
expuestos a la mirada de un extraño.
De una u otra manera, estas nociones dejan claro una cosa: ambas esferas —
cotidianidad y teatralidad— comparten un flujo que, de cierta forma, contamina sus nichos
particulares. En tal sentido, la nitidez de ambas definiciones va quedando comprometida al
grado tal que confluyen y se adaptan a todas las imágenes que retratan a la vida tal y como
es, en todos los circuitos de la comunicación. Esa dinámica, en palabras de Goffman, es
entendida de la siguiente manera:
6Sibilia, P. (2008). La intimidad como espectáculo. Buenos Aires, Argentina. Ed. Fondo de Cultura
Económica. Pág. 221
otros saber de antemano lo que él espera de ellos y lo que ellos pueden esperar
de él.7
Ahora bien, es conveniente hablar sobre uno de lo hilos principales de esta reflexión: la
trama. Muchos considerarían esta, precisamente, como la correspondencia entre las acciones
y las situaciones en la que se ve envuelto el hombre. Sin embargo, en este contexto, la trama
debe ser entendida como la narración de la cotidianidad con algún «retoque» 8. Esto último,
hace alusión al re-ensamble que el sujeto hace cuando dispone de los sucesos o hechos que
le han ocurrido en la vida, y los ordena de una forma más conveniente para sus objetivos. De
cierta manera, la comunicación se vuelve un principio fundamental en virtud de la cual, los
incidentes de la cotidianidad adquirirán un sentido mucho más satisfactorio.
La trama, por tanto, es ante todo una construcción artificial. Es la expresión resultante
de la intervención del intelecto de la persona —en este caso, de quien se prepara para
interpretar su performance en la cotidianidad—. De ahí que, éste, pueda crear, producir y
dirigir un cosmos de
Tal y como asegura el teórico, al final, todo parece indicar que la concepción del rol
llega a ser una segunda naturaleza y una parte integrante de nuestra personalidad. Las
posibles acepciones para dar cuenta de nuestra identidad se hallan condicionadas, en gran
medida, a las definiciones que el teatro le otorga a la escenificación de un hecho ficcional.
Paradójicamente, en el caso de los individuos, todo esto es tan real que cualquier acción que
decida tomar, repercutirá directamente en su vida. Tal vez, se pudiese considerar a la
teatralidad como ese campo de juegos que nos permite aprender, conocer y experimentar
alternativas que se hallan en
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Bentley, E. (1982). La vida del drama. Barcelona, España. Ed. Paidós Ibérica.
Sibilia, P. (2008). La intimidad como espectáculo. Buenos Aires, Argentina. Ed. Fondo de
Cultura Económica.