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SIGNIFICADO Y

DIVERSIDAD
CULTURAL

Eugene A. Nida y
William D. Reyburn
Sociedades Bíblicas Unidas

Sociedades Bíblicas Unidas es una fraternidad mundial de Sociedades Bíblicas nacionales que
sirven en más de 200 países. Su propósito es poner al alcance de cada persona la Biblia completa o
parte de ella, en el idioma que pueda leer y entender, y a un precio que pueda pagar. Sociedades
Bíblicas Unidas distribuye más de 500 millones de Escrituras cada año.

Le invitamos a participar en este ministerio con sus oraciones y ofrendas. La Sociedad Bíblica de su
país, con mucho gusto, le proporcionará más información acerca de sus actividades.

Título original: Meaning Across Cultures publicado por Orbis Books, Maryknoll, New York,
EE.UU. Derechos © 1981 Orbis Books.

Derechos de la versión en español © Sociedades Bíblicas Unidas, 1998 con el permiso de


Orbis Books.

ISBN 1–57697–672–6

Sociedades Bíblicas Unidas


Box 521168
Miami, FL 33152
EE. UU.

Nida, E. A., & Reyburn, W. D. (2000). Significado y diversidad cultural. Miami: Sociedades Bı ́blicas
Unidas.
Página 1. Exportado de Software Bíblico Logos, 9:56 11 de febrero de 2018.
Traducción: Manuel Picado
Composición tipográfica: Jorge R. Arias
Portada: Luis Bravo

Contenido

Introducción

1. ¿Qué es la comunicación?

El modelo de la comunicación

Niveles de significación

El papel de los receptores

El marco de la comunicación

El ruido

El medio y el canal

La labor de las Sociedades Bíblicas Unidas

Las presuposiciones culturales

Los patrones de conducta

La interpretación de eventos

2. Traducir es comunicar

El receptor-fuente

El mensaje

Los medios y canales

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Página 2. Exportado de Software Bíblico Logos, 9:56 11 de febrero de 2018.
Los receptores

Diversos conjuntos de presuposiciones

Marco histórico de la Biblia

Exégesis y hermenéutica

3. La forma del mensaje

Transliteración

Estructuras morfológicas

La estructura sintagmática

Los recursos retóricos

La poesía

El lenguaje figurado

La estructura del discurso

El género literario

La dimensión de la forma

4. El contenido del mensaje

Hechos históricos específicos con significación religiosa

Hechos históricos y patrones generales de conducta sin especial significación religiosa

Referencia figurada o ilustrativa a hechos u objetos

Nombres propios

Nuevos préstamos para particularidades culturales

5. El descubrimiento y el análisis de problemas

Las diferentes bases culturales de los traductores

Actitudes extremas en los ajustes de forma y contenido

Bases de forma y contenido en la lengua fuente

Bases en la cultura de la lengua receptora

Rasgos textuales indicadores de problemas subyacentes

Análisis de la función e importancia de los rasgos textuales

6. El suministro de información adicional

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Objetivos legítimos de una traducción

Tipos de problemas que justifican la información adicional

Notas y adaptaciones textuales inadmisibles en las traducciones bíblicas publicadas por las
Sociedades Bíblicas Unidas

Lugar de la información complementaria

La forma de las notas marginales

Implicaciones de las ayudas marginales en las Escrituras publicadas por las Sociedades
Bíblicas Unidas

Bibliografía

Introducción

Toda comunicación entre culturas diferentes trae consigo problemas de significado. En cualquier
idioma las palabras tienen sentido sólo en relación con las ideas, valores y circunstancias de vidas
humanas concretas.

En español, por ejemplo, podemos decir «Dios perdona», aunque no entendamos lo que las
partículas per y donar tengan que ver con el acto de perdonar. Sin embargo, en una de las lenguas
del centro de Nueva Guinea se puede hablar del perdón de Dios con sólo decir «Dios no cuelga
mandíbulas». Del mismo modo, en nuestra lengua «amamos con el corazón», pero en muchas
lenguas del África Occidental se ama «con el hígado». Por alguna razón nosotros nos referimos a la
laringe como «la nuez de Adán», mientras los uduks del Sudán la denominan «aquello a lo cual le
encanta la cerveza».

En una lengua de Nueva Guinea, cuyos hablantes no conocen las ovejas pero sí valoran mucho
sus bien cuidados cerdos, un traductor de la Biblia propuso sustituir «pastor» por «porquerizo».
Salta a la vista que tal ajuste crearía serios problemas, pues en el contexto bíblico los cerdos se
consideran como animales inmundos.
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Este tipo de adaptación cultural puede descartarse por simplista. Pero, ¿cómo responder al
planteamiento de cierto profesor de teología que sostiene que una traducción de equivalencia
dinámica de la frase del Antiguo Testamento: «Así ha dicho Jehová» debería ser: «Se me acaba de
ocurrir una idea importante»? En ambos casos, la mayoría de los lectores rechazarían
enfáticamente estas sugerencias de adaptación. Pero, ¿por qué se las rechazarían?

Cuando los idiomas en juego pertenecen a una misma familia lingüística y forman parte de
culturas estrechamente relacionadas, como el inglés y el alemán, los problemas no son demasiado
graves. No obstante, debe reconocerse que en inglés no existe un equivalente satisfactorio para el
término Gesundheit, dicho proferido cuando alguien estornuda, o para gute Speise, fórmula con la
que se inician las comidas.

Las dificultades de comprensión aumentan en proporción casi geométrica cuando los idiomas
pertenecen a familias diferentes y suponen diferencias culturales profundas, como en el caso del
inglés y el zulú. Cuando, además, las dos culturas se sitúan en épocas muy distantes, como ocurre
en el caso del español moderno y el hebreo antiguo, las complicaciones llegan a ser enormes.

La comunicación de significados entre culturas requiere siempre ciertos ajustes en la forma del
mensaje, si se pretende que el contenido se transmita con exactitud y fidelidad. Traducir
estrictamente palabra por palabra inevitablemente conduce a deformar el significado del mensaje
de la lengua fuente. Pero, ¿hasta dónde pueden llegar tales adaptaciones?

La tendencia tradicional a conservar muchas de las figuras retóricas y los símbolos culturales
de la vida y los tiempos bíblicos también es fuente de graves errores de interpretación. Esto
sucede sobre todo si las Biblias que contienen tales expresiones carecen de notas marginales o
adaptaciones que ayuden al lector a interpretar las expresiones aparentemente anómalas.

Las dificultades ocasionadas por las diferencias culturales constituyen el problema más grave
para los traductores y han llevado a garrafales errores de interpretación entre los lectores. Por
ejemplo, una traducción literal de Romanos 14.7: «Porque ninguno de nosotros vive para sí, y
ninguno muere para sí» muchos africanos la han interpretado como una confirmación directa de la
eficacia de la magia negra. Entre ellos la muerte casi nunca se considera «natural», sino más bien
como el resultado de la influencia malévola de la brujería.

En muchos casos, los errores de comprensión de un texto bíblico son menos graves por cuanto
no está en juego ningún asunto teológico importante. Por ejemplo, los africanos occidentales
podrían leer en una traducción de la Biblia a su lengua materna que un recaudador de impuestos
«se golpea el pecho» como señal de arrepentimiento. Esto podría parecerles bastante extraño en
vista de que en su propia lengua la expresión «golpearse el pecho» significa «enorgullecerse de los
logros». Para indicar arrepentimiento ellos dicen «golpearse la cabeza».

Este tipo de error de comprensión no es particularmente grave, pero existen muchos otros
casos en que un tratamiento insatisfactorio de algunos de los problemas culturales básicos ha
llevado a confusiones significativas. Durante largos años en cierto idioma se usó un determinado
término como equivalente de «reconciliación». Posteriormente, los misioneros descubrieron que
la práctica cultural a la que se aludía difería de la reconciliación bíblica justamente en un aspecto

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crucial. En esa cultura, el uso de dicho término inmediatamente sugería que la persona que
tomaba la iniciativa del acto reconciliatorio admitía con eso haber tenido la culpa de la ruptura
inicial de las relaciones. Tal expresión entonces resultaba completamente engañosa a la hora de
hablar de lo que Dios ha hecho para reconciliar a los seres humanos con Él.

En el caso de «golpearse el pecho», se podría usar una expresión paralela como «golpearse la
cabeza». Al enfrentar el problema que plantea la traducción de «reconciliación», se debe
encontrar otro vocablo que no implique la culpabilidad de quien tome la iniciativa, o recurrir a una
frase que describa sin ambigüedad los elementos esenciales de la reconciliación. Sin embargo, la
mayoría de los problemas atribuibles a diferencias culturales son mucho más complejos y se
deben a que diferentes culturas asignan valores distintos a unos mismos objetos.

En el Oriente, por ejemplo, el dragón no se ve como un animal amenazante, símbolo de un


siniestro poder diabólico, como lo es en el libro de Apocalipsis. Por el contrario, el dragón es
símbolo de fortuna y buena suerte. ¿Habría que cambiar el símbolo del dragón para ajustarse a los
conceptos orientales? O ¿cómo debería traducirse en Corea «vestiduras blancas» (de los santos),
si para los coreanos el blanco es símbolo de duelo y no de pureza? Más aun, la idea de blanquear
las vestiduras «lavándolas en la sangre del Cordero» resulta casi incomprensible en muchas otras
lenguas. Como trató de explicar una persona de las Filipinas: «La sangre del Cordero no debe
haber sido roja».

Con frecuencia los problemas de interpretación surgen de detalles que, a simple vista, carecen
de importancia. Por ejemplo, una traducción literal de Juan 6.58: «… vuestros padres comieron el
maná, y murieron», podría dar la idea de que el maná estaba envenenado. Asimismo, en Juan 2.4
el término «mujer» que Jesús empleó para dirigirse a María, en algunas lenguas sólo se entendería
como «esposa».

Apocalipsis 3:20 contiene una frase que en algunas lenguas se ha traducido por «tocar a la
puerta». Pero hay pueblos del sudeste de Asia entre los que traducir dicha frase de esa manera
podría dar pie a una interpretación errónea, porque tocando a la puerta es como el amante le
comunica a su chica su deseo de que se encuentre con él en alguna parte. Sin embargo, para los
bazanaki, pueblo del África Oriental, esta misma frase implicaría que Jesús es un ladrón, puesto
que solamente los ladrones tocan a las puertas, para saber si hay alguien en la casa. Las personas
honradas llaman a los de la casa por sus nombres y al hacerlo ellos mismos se identifican.

La mayoría de las personas considerarían estos problemas de traducción como dificultades


menores que pueden superarse con sensatos ajustes de detalle. Así, en lugar de «mujer» en Juan
2.4 se diría «madre» como se ha hecho en algunas traducciones recientes, y en Apocalipsis 3.20 se
emplearía «llamar» en vez de «tocar», tal como se ha hecho en virtualmente todas las
traducciones españolas.

Pero, ¿cómo enfrentar la tesis de algunos estudiosos de la Biblia que afirman que las personas
señaladas en el texto bíblico como «endemoniados» solamente eran «perturbados mentales»?
Algunos eruditos insisten en que el uso que los endemoniados hacen del término «Legión»
(Marcos 5.9) indica que estos sufrían realmente de una severa «crisis de identidad» y que, por
tanto, esto debiera incluirse en el texto. Por su parte, un teólogo alemán propuso recientemente
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que el término Gott (Dios) se sustituyera en la Biblia por Wirklichkeit (realidad). De tal manera, en
Romanos 1.7 leeríamos: «Que la Realidad nuestro Padre y el Señor Jesucristo derramen su gracia y
su paz sobre ustedes». Este tipo proposición resulta inaceptable. Pero, ¿cuáles son los criterios
que permiten demostrar su inaceptabilidad? ¿Qué hace que ciertos ajustes parezcan razonables y
otros no? Si algunos cambios resultan aceptables, ¿por qué no todos los demás? ¿No será
necesario fijar algún límite a los cambios que se pueden hacer?

Si alguien traduce los textos teosóficos hindúes o los discursos de meditación budistas, la
necesidad de reflexionar cuidadosamente sobre las diferencias culturales no es muy grande, pues
esos textos no le dan mucha importancia a la historia. Pero los textos bíblicos sí toman la historia
muy en serio. El ingreso de Dios en la historia, ya sea en la historia de su pueblo o por medio de la
encarnación de su Hijo, constituye el elemento crucial del relato bíblico. Y precisamente por esta
razón el traductor debe interesarse, seria y profundamente, en el problema de los cambios, de
manera que el contenido sea fiel al marco histórico original.

Algunos cambios son claramente necesarios. Por ejemplo, en la transliteración de los nombres
propios es necesario adaptarse a los sonidos de la lengua receptora. No se puede esperar que los
lectores hispanohablantes pronuncien los variados sonidos guturales del hebreo. Es obvio también
que se deberán hacer ciertos ajustes en la forma de las palabras y en las categorías gramaticales.
En el verbo hebreo, el aspecto verbal prevalece sobre el tiempo; es decir, es muy importante
distinguir la acción concebida como completa de la concebida como incompleta, mientras que en
muchas lenguas suele dársele más importancia al tiempo verbal. Es evidente que estas diferencias
exigen algunos ajustes. Asimismo, las largas oraciones características del griego del Nuevo
Testamento deben dividirse en unidades de sentido menores, si el significado original ha de
comunicarse eficazmente en lenguas tales como el español. Igualmente, expresiones como
«entrañas de misericordia», «circuncisión del corazón» y «ceñir los lomos del entendimiento»
necesitan adaptarse si se quiere producir algo más que secuencias confusas de palabras.

En algunas situaciones, quizá sea necesario invertir el contenido de versículos particulares.


Pero, si se puede hacer eso, ¿por qué no cambiar también el orden de los párrafos? Por ejemplo,
¿por qué seguir el orden de la narración de «El hijo pródigo», si la narración sería más eficaz si
comenzara estando el joven en la pocilga y luego se relataran los antecedentes mediante
retrospecciones? ¿Por qué algunos traductores, cuando la nieve no es muy conocida en
determinada cultura, no vacilan en cambiar «blanco como la nieve» por «muy, muy blanco», y, sin
embargo, no aceptan sustituir «la incircuncisión» y «la circuncisión» por «gentiles» y «judíos»
respectivamente, como en Romanos 3.30, aunque el versículo 29 indica claramente que eso es lo
que significa.

En culturas donde no se conoce la práctica del ungimiento, ciertas referencias a este rito
bíblico se traducen mediante términos que significan «comisionar» o «designar para una tarea».
Sin embargo, en sociedades que no practican el sacrificio, los traductores se empeñan en hallar
formas para describir tales usos, a pesar de su extraño significado. ¿Por qué debería distinguirse
entre uno y otro caso?

Numerosos traductores no dudan en sustituir «hienas» por «lobos» en la expresión «lobos


vestidos de ovejas», pero consideran inapropiado que «oveja» se cambie por «cabra», aun cuando
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en la cultura local las cabras sean altamente valoradas y las ovejas se consideren como
despreciables comedoras de basura.

Para solucionar adecuadamente los problemas que enfrentan los traductores, tanto en el
trabajo práctico de obtener soluciones aceptables para las diferencias de contenidos y valores
culturales como en el de fundamentarlas sólidamente, se debe disponer de algo más que una serie
de reglas empíricas que parezcan aceptables y útiles. Solo el análisis exhaustivo de los factores
principales involucrados en la comunicación de mensajes puede proveer el fundamento necesario
de principios y procedimientos de ajuste adecuados. Tal análisis inevitablemente requiere un
examen de la teoría de la comunicación, tal como ésta se aplica en el campo específico de la
traducción. Cualquier economía de esfuerzos que se haga en ese sentido tendería a plantear más
preguntas de las que podría contestar.

¿QUÉ ES LA COMUNICACIÓN?

Para analizar la traducción, debe empezarse con un modelo adecuado de la comunicación.


Mediante ese modelo pueden describirse los factores y las relaciones principales que intervienen
en la comunicación de un mensaje en la lengua fuente. Se requiere algo más complejo que
respuestas prefabricadas a las preguntas: «¿Quién dijo qué a quién en cuáles circunstancias y con
cuáles propósitos?» Este resumen taquigráfico de algunos de los elementos básicos de la exégesis
puede ser de utilidad, pero no es suficiente para un estudio concienzudo de los muchos factores
que complican la comunicación.

El modelo de la comunicación
En cualquier análisis de la traducción, el punto de partida debe ser el acto comunicativo original.
Esto significa que debe comenzarse con los tres elementos esenciales de la comunicación: el
emisor (E), el mensaje (M) y el receptor (R). Mediante un diagrama, esto se representaría así:

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Sin estos tres elementos básicos, simplemente no hay comunicación.

En este capítulo, el énfasis se pondrá en la comunicación dentro de una misma lengua


(«comunicación intralingüística»). En el capítulo tercero, el modelo de la comunicación se ampliará
de modo que incluya la comunicación entre lenguas, es decir, la traducción.

Para comprender un mensaje producido por un emisor, es importante saber todo lo que sea
posible acerca de ese emisor. Inevitablemente, tanto la forma como el contenido del mensaje que
el emisor codifica han sido determinados por muchos factores relativos a su propia personalidad y
experiencia. En términos generales, esta información puede dividirse en dos tipos:

1. Antecedentes generales (v. g., educación, condición social, ocupación, afiliación religiosa).

2. Antecedentes lingüísticos (v. g., lengua materna, lengua de escolarización, formación


literaria, fuentes de alusiones y citas).

Para comprender las citas de las Cartas Paulinas, por ejemplo, es importante saber que la
mayoría de ellas provienen de la Septuaginta antes que del texto hebreo. Esto no significa que
Pablo no conociera bien el texto hebreo, sino que simplemente no dudaba en citar la traducción
griega, sobre todo en aquellos puntos donde ella convenía más a sus propósitos.

Para describir el mensaje es esencial distinguir dos elementos importantes:

1. La forma.

2. El contenido.

La forma consiste en todos aquellos rasgos que van desde los sonidos hasta el plano del
género literario. Muchos de los rasgos formales de cualquier mensaje son obligatorios; es decir,
los impone la naturaleza de la misma lengua, sin que necesariamente el hablante esté consciente
de que forman parte de su mensaje. Estos rasgos incluyen los sonidos representados mediante el
alfabeto, la forma de las palabras, la sintaxis de las oraciones y muchos otros de los rasgos del
discurso (por ejemplo, el uso de la voz activa en oposición a la pasiva o la secuencia de las
cláusulas). Tales rasgos son todos obligatorios puesto que, en gran medida, son determinados por
las exigencias formales de la lengua misma.

No obstante, debe tenerse en cuenta que no todos los rasgos formales son determinados por
la estructura de la lengua. Muchos de ellos son optativos. Tal es el caso del orden de las ideas en el
discurso expositivo, la elección de formas literarias (por ejemplo: parábola, alegoría, proverbio) o
el empleo de mecanismos retóricos (por ejemplo, las preguntas retóricas, el quiasmo, el
paralelismo, el uso de la doble negación para lograr mayor énfasis).

El contenido de cualquier mensaje se deriva principalmente de dos diferentes conjuntos de


relaciones:

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1. La relación entre un símbolo verbal y otro. Este es el «significado formal», que comprende
los niveles sintáctico y retórico.

2. La relación entre los símbolos verbales y los rasgos del mundo no lingüístico. Este es el
«significado referencial».

Cuando hablamos del significado de un mensaje, la mayoría de las veces nos referimos a este
segundo tipo. De hecho, cuando se habla del mensaje bíblico, el término «significado» a menudo
se utiliza en por lo menos dos planos muy diferentes:

1. El sentido inmediato de un determinado pasaje.

2. La significación superior o teológica del mismo.

En consecuencia, el significado de los pasajes referentes a la crucifixión de Jesús se discute a


veces en función de los acontecimientos reales descritos, pero más a menudo en relación con la
resonancia simbólica o metafísica de este hecho decisivo en la «historia de la salvación».

Salvo cuando se indique lo contrario, en este análisis el significado referencial se limita al


primer plano, pues éste es el nivel de significación que resulta primordial para los traductores
bíblicos. Esto no implica desestimar los niveles superiores de la significación. Simplemente se
considera que los niveles superiores son secundarios, en el sentido de que se construyen a partir
del primer nivel.

El primer nivel de significado, el cual consiste tanto en relaciones formales como en relaciones
referenciales, abarca dos aspectos diferentes: el cognoscitivo y el emotivo. El primer aspecto tiene
que ver con la comprensión conceptual de las relaciones entre los símbolos verbales mismos y
entre éstos y los objetos, eventos y abstracciones no lingüísticos (el mundo práctico) que
representan. El aspecto emotivo comprende las maneras mediante las cuales los participantes del
acto comunicativo reaccionan emocionalmente ante las dimensiones formales y referenciales del
mensaje.

Los propios rasgos formales comprenden tanto elementos cognoscitivos como emotivos. Al
reflejar ciertas relaciones lógicas (como causa y efecto, razón y resultado, genérico y específico), el
orden formal de ideas es puramente cognoscitivo, pero el modo en que se dispongan los
elementos formales puede dar lugar a marcadas diferencias en el plano de las reacciones
emotivas. El equilibrio de los versos, la distribución rítmica de las palabras y el paralelismo de
pensamientos pueden tener, independientemente del contenido, una forma muy placentera.
Cuando los aspectos cognoscitivos y emotivos se conjugan de un modo particularmente eficaz
tanto en la forma como en el contenido, puede asegurarse que estamos ante una verdadera
producción literaria, como es el caso en 1 Corintios 13, para citar algún ejemplo.

En el tratamiento del significado referencial, es básico establecer algunas distinciones


importantes en relación con los papeles que desempeñan los participantes. Por ejemplo, el
sentido que un emisor desea transmitir puede formularse como la «intención». Ahora bien, que la
intención sea o no comunicada adecuadamente es otra cosa completamente diferente. Más aun,
un emisor puede haber tenido una intención absolutamente diferente del significado que en

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apariencia posee el mensaje. Esto resulta particularmente cierto en el caso de la ironía, en la cual
la intención manifiesta contrasta deliberadamente con el significado usual de determinado
mensaje. Debe también tenerse en cuenta que jamás dos receptores comprenden un mensaje de
manera idéntica, ni reaccionan ante él de un mismo modo. La comunicación absoluta nunca es
posible, pues no existen dos individuos que compartan completamente un mismo trasfondo
lingüístico y cultural.

Al comparar la intención de un emisor con la interpretación de un receptor, no debe esperarse


la identidad. Sin embargo, por lo general las dos se aproximan lo suficientemente como para que
el proceso sea culturalmente funcional, y eso es, en última instancia, lo que importa.

Junto a la intención del emisor y el sentido percibido por el receptor, algunos analistas del
significado pretenden agregar un tercer factor: la «norma teórica»; se trata de la forma cómo
deberían entender un determinado mensaje los sujetos pertenecientes a un contexto lingüístico y
cultural específico. Algunos analistas prefieren denominar la «norma teórica» con los términos
«significado legal» o «significado ideal».

Otros estudiosos desearían, por su parte, incluir un «significado atemporal», o sea un


significado que no dependería de las condiciones espacio-temporales del entorno cultural del
mensaje. A esta dimensión algunos la han denominado el «significado teológico» y otros el
«significado hermenéutico». Este, sin embargo, es un asunto que nos interesará únicamente
después de haber analizado algo más a fondo los elementos básicos de la comunicación entre
lenguas.

Niveles de significación
Todos los mensajes tienen un primer nivel de significación. Se trata del significado inmediato a
menudo llamado «literal» de un pasaje. Es aquel en el cual la mayoría de las personas pueden
coincidir.

Existen, por supuesto, pasajes ambiguos u obscuros en razón de que no tenemos el trasfondo
necesario para comprender de lo que se está hablando, como es el caso de Marcos 9.49 cuando se
refiere a la necesidad de ser salados con fuego. Hay también ambigüedades intencionales que
ponen de manifiesto el propósito del autor, como cuando el Evangelio de Juan 3.8 relaciona el
Espíritu con el viento mediante el uso del término griego pneuma. Sin embargo, en la mayoría de
los casos de ambigüedad intencional, el contexto señala el juego de palabras.

Rara vez las ambigüedades intencionales pueden reproducirse a la hora de traducir y, en


consecuencia, se hacen necesariamente algunas ayudas marginales si se desea que el lector
comprenda los rasgos formales implicados.

Por otra parte, es necesario identificar aquellas ambigüedades que se derivan de la falta de
comprensión de los propios estudiosos. Esto es preferible hacerlo mediante anotaciones
marginales o listas complementarias, pues tratar de reproducir tales ambigüedades en la
traducción sería injusto para el autor original, quien evidentemente pensaba en uno u otro
significado y de ninguna manera pretendía ser oscuro. Esperar que el lector sin preparación aclare
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tales oscuridades no resulta razonable ni desde el punto de vista del lector ni desde la perspectiva
del autor original.

Además del primer nivel de significación, muchos pasajes bíblicos tienen dos o más niveles
superiores. La esencia misma de la parábola está en contener un nivel primario de sentido es
decir, un relato de lo ocurrido en la historia ilustrativa y un nivel secundario, el cual es justamente
el punto medular de la historia. La historia de «La oveja perdida» (Lucas 15.1–7) no es
simplemente una narración acerca de un pastor que abandonó noventa y nueve ovejas para ir a
buscar una que se le había perdido. Entra en juego aquí un segundo nivel de significación: la
actitud de Dios ante los pecadores. De hecho, este segundo nivel es el verdadero significado de la
historia.

Algunas parábolas pueden tener varios niveles diferentes o revelar múltiples significados en
un nivel superior. La historia del hijo pródigo (Lucas 15.11–32) nos relata algo sobre lo caro que
cuesta el pecado, el egoísmo implícito en estar convencido de la justicia propia, y sobre el
significado del amor sufriente.

Las alegorías son narraciones en las cuales todos o casi todos los detalles particulares poseen
un nivel de significación superior o simbólico. En ellas los niveles dobles de sentido son, por lo
general, completamente evidentes y en muchos casos las relaciones se establecen de modo muy
específico.

En su mayoría, los niveles múltiples de significación se marcan por medio de ciertos rasgos
formales del contexto. Los sentidos simbólicos de las palabras «Adán» y «Eva» hacen pensar que
estos nombres son algo más que simples denominaciones de un hombre y su esposa. La ausencia
de importantes detalles históricos en el relato de Caín y Abel puede también interpretarse como
un indicador de que tales eventos tienen más que un nivel simple de significación.

En ciertos casos, el énfasis particular que se logra mediante repeticiones inesperadas puede
ser portador de sentido. Tal es el caso de Rut, a quien se menciona como moabita o de la tierra de
Moab un total de ocho veces en el corto libro que lleva su nombre. Algunos eruditos han pensado
que este detalle puede ser importante para comprender la intención subyacente en la escritura
del libro: a saber, una defensa de los judíos que se habían casado con moabitas y sufrían las
consecuencias de la censura de Esdras y Nehemías.

En determinadas circunstancias, un nivel primario de interpretación puede resultar


inaceptable para algunas personas al punto de sentirse obligadas a ver únicamente un nivel
superior. Esto ha ocurrido muy a menudo en la interpretación de «El Cantar de los Cantares», libro
en el cual el primer nivel de sentido, el del amor sexual, se alegoriza completamente en favor de la
relación de Cristo con su iglesia.

Incluso también resulta posible percibir algún nivel superior de significado en aquello que no
se dice. Un ejemplo de esto sería el tratamiento detallado que Lucas hace de la vida y el ministerio
de San Pablo, tratamiento cuyo final pareciera quedarse corto respecto de lo que esperaríamos
que fuera el clímax de la historia: la condena y muerte de San Pablo. Sin embargo, tal
procedimiento no se ajustaba obviamente al propósito de Lucas. En ningún lugar de su Evangelio

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ni del Libro de Hechos, Lucas deja ver una condena directa del movimiento cristiano por parte de
las autoridades romanas. El que Lucas haya dado fin a su relato de Pablo indicando que éste
predicaba las Buenas Nuevas «abiertamente y sin impedimento», es decir, omitiendo
completamente cualquier mención de acontecimientos posteriores, puede verse como un gesto
que apunta hacia un nivel superior que no se hace explícito.

Aunque el traductor, a diferencia de los expositores o los predicadores, no tiene que ver de
manera inmediata con los niveles superiores de significación, no puede acometer la traducción de
ningún texto sin tener en cuenta los múltiples niveles de sentido.

El papel de los receptores


No se puede analizar la comunicación de manera completa sin estudiar cuidadosamente el papel
que desempeñan los receptores del mensaje. En primer lugar, es importante conocer sus
antecedentes generales (es decir, procedencia étnica, creencias religiosas, nivel de educación) del
mismo modo que su base lingüística (por ejemplo, lengua materna, cualesquiera lenguas
suplementarias, y, en el caso de la Biblia, la lengua en que las Escrituras existentes se leyeron).
Para los cristianos del siglo primero, para citar un ejemplo, las Escrituras fueron la traducción
griega del Antiguo Testamento, conocida como la Septuaginta.

En ciertos casos, sería muy útil conocer la identidad de algunos receptores. ¿Quién, por
ejemplo, fue Teófilo, aquel a quien Lucas dirigió su Evangelio y el Libro de Hechos? ¿Su nombre,
«amado de Dios», era meramente simbólico? ¿Se trataba de algún oficial de gobierno ante quien
Lucas presentaba su defensa y explicación del cristianismo? ¿Era un cristiano o un pagano? O, ¿es
posible que haya sido quien financiara la publicación de estos libros? Téngase en cuenta que en la
antigüedad era frecuente que los escritos tuvieran una dedicatoria a su editor o benefactor.

El hecho de que no sepamos quién fue Teófilo solamente destaca la importancia de saber en
particular o en general a quién se dirige un mensaje. La razón para querer identificar a los
receptores es que de esta manera se pueden determinar con mayor exactitud las bases que tuvo
el autor para la formulación particular de su mensaje.

Normalmente, los receptores de todo mensaje importante exhiben diferencias en cuanto a


antecedentes, intereses y valores. Incluso existen dos teorías diferentes sobre la identidad de los
receptores de la Epístola a los Gálatas. Pablo se muestra inusualmente explícito en la analogía
entre Sara y Agar, por una parte, y por otra, entre Jerusalén y el Sinaí. Sin embargo, es obvio que,
entre los receptores de la carta, los judaizantes habrían interpretado las analogías de manera
completamente diferente de como lo hizo Pablo. Este, por lo visto, dio por un hecho que todos los
involucrados tendrían algún conocimiento del trasfondo que su ilustración debía al Antiguo
Testamento, pero nunca pudo haber pensado que todos necesariamente concordarían con él.

El modo en que los receptores interpreten un mensaje no depende tanto de su conocimiento


del trasfondo cultural o histórico del mensaje como de la manera en que evalúen ese trasfondo.
Los testigos de Jehová y los bautistas pueden disponer de una información objetiva similar en lo
concerniente a determinados pasajes bíblicos y, sin embargo, al interpretarla de acuerdo con

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estructuras conceptuales diversas, obtienen interpretaciones completamente diferentes. Lo
mismo ocurrió en los primeros años del cristianismo, con los paulinos y los judaizantes.

Por tanto, comprender un mensaje es mucho más que simplemente disponer de cierta
información. El mensaje tiene sentido sólo a la luz de determinadas estructuras englobantes de
pensamiento, las cuales comprenden ante todo las presuposiciones básicas y las creencias de la
cultura o subcultura receptora. Sin embargo, estos factores no pueden ser considerados hasta
tanto no se examine un poco más de cerca el marco del acto comunicativo.

El marco de la comunicación
Ya sea que se trate de mensajes orales o escritos, el marco de la comunicación se compone de tres
factores:

1. Tiempo.

2. Lugar.

3. Papeles de los participantes.

A su vez, los factores temporales se dividen en tres fases:

a. Sucesos previos que pueden influir sobre la naturaleza de la comunicación.

b. El tiempo real de la comunicación.

c. Los sucesos posteriores, incluida cualquier respuesta por parte de los receptores que se
conozca.

La importancia de los sucesos anteriores a la comunicación se destaca de modo negativo en


las dificultades con que topan los estudiosos al tratar de comprender 2 Corintios. Si supiéramos
con exactitud cuáles fueron los sucesos que impulsaron a Pablo a escribir como lo hizo, resultaría
mucho más fácil comprender el mensaje de su carta.

Algunos han creído que sería posible averiguar la respuesta de los receptores originales de las
cartas de San Pablo, examinando las formas en que las interpretaron los Padres de la iglesia. Sin
embargo, la mayoría de los escritos que ellos dejaron corresponden a un período de doscientos o
trescientos años después de escritas las Cartas Paulinas y, por lo demás, en cierta forma ellos
estaban más distantes en el tiempo que nosotros por cuanto hoy disponemos de una enorme
cantidad de datos históricos que no estaban al alcance de los exegetas de los siglos tercero y
cuarto. Lo que necesitamos saber y lo que en muchos casos ignoramos es cómo respondieron en
su tiempo los receptores. La falta de semejante información aminora notablemente nuestra
capacidad de interpretar algunos de los pasajes difíciles del texto bíblico.

El factor lugar se refiere al espacio en el cual sucede la comunicación. En las circunstancias


tradicionales, la comunicación oral implicaría que el emisor y los receptores estuvieran en un
mismo lugar. En nuestros días con frecuencia no es así, pues la radio y la televisión ofrecen
oportunidades inusuales de desplazamiento tanto en el tiempo como en el espacio. Ahora bien, en
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lo que atañe a la comunicación bíblica, el interés de los eruditos se centra en la ubicación del
proceso comunicativo. Esto hace que sean muy importantes para el investigador preguntas como:
¿Se escribió en Éfeso el Evangelio de Juan y, por tanto, refleja un «punto de vista típicamente
efesio» acerca de Jesús?

Los papeles distintivos del emisor y de los receptores también son importantes para
comprender la comunicación. Dado un determinado mensaje, ¿se trata de una relación entre un
maestro y sus alumnos?, ¿entre un jefe y sus subordinados?, ¿entre un solicitante y un
gobernador? ¿o entre un profeta y su pueblo? Existe, pues, una relación recíproca entre el emisor
y el receptor y es importante conocer esa relación para comprender y evaluar tanto el contenido
como la forma.

Conocer los papeles de Pablo y Filemón es vital para comprender el significado de la única
carta estrictamente personal de Pablo. Si tan sólo conociéramos los papeles del emisor y los
receptores del libro de Rut, una buena cantidad de problemas se aclararía casi de inmediato.

El ruido
A fin de comprender ciertos problemas ligados a la comunicación, es necesario reconocer la
existencia del factor ruido, el cual se define como todo aquello que durante el proceso de
transmisión pueda alterar el mensaje. Puede tratarse de ruido físico de carácter externo que
impida a los receptores escuchar adecuadamente, pero puede ser también lo que llamaríamos
ruido psicológico. Un ejemplo de éste podría ser la interferencia en el mensaje a causa de
prejuicios provenientes de lo que la gente piensa que debería haberse dicho. Aparentemente, esto
fue lo que ocurrió cuando Pablo fue llevado ante el Concilio (Hechos 23.1–10). Los fariseos y los
saduceos tenían opiniones tan encontradas que no escucharon ni a Pablo ni se escucharon entre
sí.

Otras formas de ruido psicológico pueden ser la falta de atención y la distracción. Igualmente
es posible considerar la influencia de las formas literarias sobre el mensaje como un tipo de «ruido
literario», pues las propias formas tienden a deformar la unicidad del verdadero acto de
comunicación, al obligarnos a acomodar la infinita variedad de la experiencia a un número
limitado de moldes expresivos.

Los errores derivados del proceso de copiar repetidamente los manuscritos también pueden
considerarse como una forma de «ruido», por cuanto la acumulación de estas modificaciones
puede, con el tiempo, alterar el contenido del mensaje. Sin embargo, los errores accidentales
cometidos por los copistas son relativamente fáciles de notar, pues suelen darse en contextos muy
previsibles: por ejemplo, la omisión de líneas que comienzan o terminan con una misma letra o
palabra, la sustitución de formas mejor conocidas o que calzan mejor en un contexto o la
sustitución de letras por otras que representan sonidos idénticos. Esto último sucedía a menudo
en el caso de manuscritos provenientes de dictado.

Sin embargo, de ninguna manera resulta tan fácil detectar los cambios que introdujeron los
copistas cuando se propusieron «mejorar» el texto. Por ejemplo, cuando modificaron pasajes

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paralelos a fin de que fueran más consecuentes entre sí, cuando suprimieron expresiones o las
alteraron porque les parecían contradictorias con ciertas perspectivas teológicas o cuando
introdujeron elementos que en un texto previo pueden haber sido sólo notas marginales. A
menudo tales expresiones se incorporaron en un manuscrito posterior porque parecían
apropiadas o simplemente porque un copista ulterior dio por hecho que otro precedente las había
omitido, y trató entonces de corregir el error poniendo al margen las palabras omitidas.

Todas las modificaciones hechas por los copistas pueden considerarse como «ruido
psicológico», ya se trate de errores cometidos inconscientemente por distracción o falta de
atención, o de alteraciones que los escribas introdujeron deliberadamente debido a ciertos
prejuicios que tenían relacionados con la consecuencia textual, el contenido teológico o la
fidelidad a la tradición.

Sin embargo, para el erudito bíblico en lo que se refiere al ruido el factor más importante ha
sido la pérdida, ocurrida a través de los siglos, de información acerca del trasfondo cultural de la
Biblia. Los autores originales y sus respectivos receptores compartían más información de fondo,
lo cual aseguraba que el mensaje fuera más significativo. Un alto porcentaje de esos datos
fundamentales se halla hoy fuera de nuestro alcance y, en consecuencia, son numerosos los
pasajes bíblicos que no se pueden comprender cabalmente. No es porque estos pasajes fueran
disparatados u oscuros en el momento de su primera escritura. En verdad no existe indicio de que
algún pasaje bíblico fuera escrito intencionalmente a la manera de oráculos délficos o mensajes
cabalísticos. Los escritores de la Biblia tenían un mensaje y, por lo general, un mensaje de carácter
urgente. De ahí que no se tratara de cultivar la oscuridad o la ambigüedad.

Nuestra falta de información acerca del significado de los textos originales de las Escrituras no
se limita a los datos relativos a los sucesos históricos o a las prácticas culturales. En lo relativo a la
estructura gramatical existen muchos aspectos sutiles que no pueden interpretarse claramente,
pues de las lenguas antiguas no poseemos el conocimiento suficiente para establecer con certeza
cómo se deben interpretar determinadas estructuras lingüísticas. A modo de ilustración, tenemos
el caso de Juan 13.2, donde la estructura nos hace vacilar entre si «el diablo había puesto en el
corazón de Judas la idea de traicionar a Jesús» o si «el diablo había decidido que Judas traicionaría
a Jesús».

Además, hay una buena cantidad de palabras, sobre todo en el Antiguo Testamento, que
aparecen solamente una vez y no se conocen de otra manera. Cuando el contexto no es claro, no
se puede saber su significado con certeza. En algunos casos, palabras afines procedentes de otras
lenguas pueden darnos ciertas pistas, pero siempre es peligroso depender de raíces similares,
pues incluso en el caso de lenguas estrechamente emparentadas pueden darse notables
diferencias de sentido.

El medio y el canal
Dado que los materiales bíblicos se presentan exclusivamente en forma escrita, se tiende a pasar
por alto algunos de los problemas de la comunicación relativos al medio y el canal. El medio es el
código de la comunicación: palabras (dichas o escritas), dibujos, eventos rituales o hechos
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espontáneos que indican amor, odio, gozo o sentimientos afines, etc. El canal es la vía por la cual
se transmite el mensaje: en los tiempos antiguos, palabras habladas o documentos escritos y, en
nuestros días, a menudo la radio y la televisión.

En la Biblia misma existen muchos elementos que reflejan la tradición oral. Esto vale no sólo
para ciertas partes de libros como Génesis, Josué y Jueces, sino también en muchísimos otros
casos que la gente no imagina. Es igualmente válido para el Nuevo Testamento, en el cual muchos
de los relatos sobre Jesús sin duda se transmitieron oralmente por largo tiempo antes de
plasmarse en forma escrita. Puesto que existieron numerosos testigos presenciales de los hechos,
su registro escrito pudo haber parecido completamente innecesario, máxime si se tiene en cuenta
que muchos de los primeros cristianos creían que Jesús regresaría muy pronto para «poner a los
enemigos debajo de sus pies».

Toda una rama de la ciencia bíblica a saber, el análisis literario tiene como objetivo primordial
la reconstrucción de las fuentes más primitivas de los textos bíblicos. Descubrir los supuestos
niveles de tradición, tanto oral como escrita, resulta una tarea compleja y llena de incertidumbres.
Sin embargo, se trata de una labor impostergable si se desea comprender el sentido de numerosos
textos, sobre todo en sus formas más antiguas.

Ante todo, el traductor bíblico tiene que ver con los documentos tal como se ofrecen en su
forma final preparados por uno o varios autores. Esto es lo que el traductor debe traducir. Para
comprender ciertos aspectos del Evangelio de Lucas, es útil estudiar las implicaciones de los
documentos o tradiciones relativas al trasfondo, a los cuales Lucas mismo alude en su introducción
(Lucas 1.1–14). Sin embargo, descubrir la forma en que el propio Lucas interpretó este material es
más importante que saber cómo lo hicieron las fuentes primitivas. Tal orden de problemas lleva al
planteamiento de asuntos que no podremos exponer adecuadamente sino hasta después de
ahondar un poco más en algunas de las implicaciones más amplias de la teoría de la comunicación.

A fin de comprender mejor algunos de los problemas de la comunicación, resulta fundamental


advertir que todo canal presenta ciertas deficiencias básicas. La comunicación escrita es siempre
deficiente en la medida en que no refleja por completo todos los contrastes significativos de la
lengua hablada. Las diferencias en las pausas de final de frase y de curvas de entonación
normalmente marcan límites sintácticos importantes. No obstante, estos rasgos generalmente
faltan en los textos escritos o sólo se marcan de modo imperfecto. Los textos griegos antiguos
carecen de esos contrastes fonológicos, y, lo que es peor aún, las palabras se escribieron juntas,
sin espacio entre ellas.

Los canales de comunicación escrita tienen la ventaja aparente de conservar las formas con
más cuidado que las tradiciones orales, pero los manuscritos tenían que copiarse a mano y las
ediciones eran tan limitadas que si se quería una amplia difusión del mensaje se hacía
indispensable copiar y recopiar repetidas veces. De tal manera, es comprensible que miles de
pequeñas diferencias se deslizaran en la tradición manuscrita de un texto tan extenso como el
Nuevo Testamento.

En virtud de la historia particular del texto, no se presenta la misma riqueza de variantes en el


caso del Antiguo Testamento. Sin embargo, existen unas cinco mil variantes, las cuales repercuten
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significativamente en la interpretación del texto. Además, dado que la variedad de textos no es
tan abundante en comparación con el Nuevo Testamento, del cual la cantidad de manuscritos
resulta sobrecogedora, a menudo es prácticamente imposible determinar con algún grado de
certeza la forma del texto del Antiguo Testamento.

La labor de las Sociedades Bíblicas Unidas


La cuarta edición del Nuevo Testamento Griego, que publicaron las Sociedades Bíblicas Unidas,
contiene varios miles de variantes textuales muy importantes para comprender el texto. Estas se
han clasificado como A, B, C o D, de acuerdo con su grado de confiabilidad. Por su parte, el texto
griego de Nestle-Aland, que incluye idéntico texto crítico, tiene un aparato diferente: Proporciona
una lista completa de las variantes importantes, independientemente de que afecten o no el
significado, pero no las clasifica según su confiabilidad textual.

En cuanto al Antiguo Testamento, un comité para el Proyecto Hebreo del Antiguo Testamento
ocupó diez años en la revisión de más de cinco mil variantes textuales con diferencias significativas
y siguió la clasificación basada en el grado de confiabilidad. El Comité ya publicó los primeros cinco
informes preliminares de sus resultados. El primero de los cinco informes finales se publicó en
1981, primero en francés y posteriormente en inglés. Estos informes contienen todas las
evidencias importantes de los manuscritos hebreos antiguos, las versiones antiguas, las fuentes
rabínicas medievales y los estudios textuales modernos; todo junto con la explicación de los
argumentos que fundaron las decisiones del Comité.

Las presuposiciones culturales


Para los receptores de cualquier mensaje, buena parte del significado referencial descansa sobre
las presuposiciones culturales de una determinada sociedad. Las presuposiciones comprenden las
presunciones subyacentes, las creencias y las ideas compartidas por las personas de modo
general. Rara vez se definen o describen por la sencilla razón de que parecen tan obvias y básicas
que no exigen una formulación verbal.

Como ejemplo, veamos la pregunta que los discípulos le hicieron a Jesús en Juan 9.2: «¿Por
qué nació ciego este hombre? ¿Por el pecado de sus padres o por su propio pecado?» Los
discípulos nunca dudaron que el pecado debía haber sido la causa oculta de tal infortunio: era una
presuposición básica y, en consecuencia, se daba por sentada. Sin duda, la respuesta de Jesús
causó una verdadera conmoción.

De modo similar, en el relato de la creación, el dividir las aguas en superiores e inferiores


respecto al firmamento, claramente se apoya en una visión del mundo que presuponía que había
una cúpula en el cielo, en la cual estaban las estrellas y desde cuyas ventanas la lluvia se
derramaba sobre la tierra.

Las presuposiciones implícitas acerca del mundo y la vida se pueden dividir para efectos
prácticos en cinco clases: 1) presuposiciones acerca de la tierra y los seres vivos, 2) acerca de la

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historia y el destino, 3) acerca de los seres sobrenaturales, 4) acerca de las relaciones
interpersonales, y 5) relativas a la actividad intelectual.

1. La tierra y los seres vivos. Parece claro que la gente de los tiempos bíblicos veían la creación
como algo que había ocurrido en siete períodos de veinticuatro horas cada uno, cosa que les daba
una explicación de la creación menos fantasiosa que la de los mitos babilónicos y les servía para
santificar el séptimo día como período de reposo prescrito religiosamente. Más aun, se creía que
el mundo había sido poblado únicamente por aquellos grupos descendientes de Sem, Cam y Jafet.
Y puesto que tanto en las personas como en los animales, la pérdida de sangre conduce a la
pérdida de la energía vital, se llegó a la conclusión de que «la vida estaba en la sangre» y de este
modo un sacrificio cruento llegó a ser una manera de simbolizar «la vida».

También los seres vivos fueron objeto de clasificación: limpios e inmundos o, lo que es lo
mismo, los que se podían comer y los que no. Las listas de los animales de cada grupo, incluidas las
aves, brindan algunas claves del criterio clasificatorio, tales como los que rumian y los de pezuñas
hendidas. Pero no se halla en tales listas ningún interés por explicar o justificar la distinción. Se
acepta simplemente como uno de los hechos básicos de la naturaleza sin el cual muchas otras
distinciones vitales tendrían poco o ningún sentido.

2. La historia y el destino. Este orden de presuposiciones es importante, no sólo desde la


perspectiva del concepto de «pueblo elegido», sino también en lo que respecta a las ideas de un
futuro reino de Dios, una era de paz y el triunfo de la justicia. Todas estas presuposiciones son
únicas dentro del mundo antiguo.

El concepto de un pacto obligante tomado de la esfera de las relaciones interpersonales, es


uno de los elementos dominantes en el pensamiento del Antiguo Testamento en lo que concierne
a Dios y a su pueblo. Es a la luz de estas presuposiciones que el profeta puede proclamar la
esperanza y la victoria finales, no obstante un futuro inmediato casi sin esperanzas. En razón del
pacto de amor con Dios, en último término su pueblo obtendrá el triunfo, un reino de paz y la
reivindicación de la justicia. Ahora bien, sin las presuposiciones que sostienen tales proclamas de
los profetas, esas palabras habrían sonado vacías o hubieran parecido los sueños propios de un
demente a los oídos del pueblo.

En cuanto al destino último de los seres humanos, la Biblia presenta dos tipos de
presuposiciones aparentemente contradictorias y nunca resueltas de manera explícita. En el
Antiguo Testamento, la muerte y el sepulcro, a veces aludidos como el Seol, se describen como
una morada de seres espirituales que poco a poco se van perdiendo en el olvido. Por su parte, el
Nuevo Testamento dibuja un cuadro completamente diferente del paraíso y la morada celestial,
donde Dios «enjugará las lágrimas de los ojos de todos». En contraste con la recompensa del cielo,
existe un castigo en el infierno (gehena), lugar «donde el gusano nunca muere, ni el fuego se
extingue».

Todo reconocimiento de una revelación progresiva en las Escrituras y, sobre todo, de cualquier
diferencia significativa entre el Antiguo y el Nuevo Testamentos, inevitablemente debe
contemplar ciertas diferencias en las presuposiciones. Esto de ninguna manera invalida la

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inspiración divina; sí significa que la revelación tuvo lugar en el contexto de sucesos reales y
diferentes patrones de conducta y pensamiento.

3. Los seres sobrenaturales. La idea de un Dios personal y soberano reviste en la Biblia un


carácter tan primordial que en ningún lugar del texto se halla una descripción o definición de él. Su
existencia no tiene que probarse. Simplemente, Dios se da por un hecho como la más elemental
presuposición del mundo de los seres sobrenaturales. No obstante, la existencia de otros seres del
mismo orden, tales como ángeles, demonios y el diablo, también constituye un presupuesto
básico. Además, los seres sobrenaturales se conciben dotados de poderes para bendecir y curar,
recompensar la fidelidad y castigar la negligencia. Mediante apariciones, sueños, visiones, o por la
echada de suertes, ellos se comunican con las personas y éstas pueden entrar en contacto con lo
sobrenatural gracias a sus oraciones y, en el contexto del Antiguo Testamento, por medio de los
sacrificios y las ofrendas. Además, determinados objetos, como es el caso del Arca del Pacto,
podían impregnarse de tal poder sobrenatural que únicamente podían tocarlos personas
especialmente consagradas para hacerlo.

Ahora bien, al afirmar que estos sucesos y objetos constituyen presuposiciones culturales
básicas no se juzga sobre su realidad. Simplemente se dieron por sentados y no se cuestionó su
poder. Jesús se refirió a la mujer jorobada a quien había curado en el sábado como «esta mujer,
que es descendiente de Abraham y que Satanás tenía atada con esta enfermedad desde hace
dieciocho años» (Lucas 13.16).

4. Las relaciones interpersonales. En este nivel las presuposiciones suelen ser las más
complejas. El concepto de responsabilidad grupal y, a partir de él, el de culpa colectiva puede
plantear problemas especiales de comprensión. Sin embargo, tal supuesto es necesario, si se
quiere hallar sentido en muchos relatos del Antiguo Testamento, tal como es el caso en la historia
de la culpa de Acán, en la conquista de Hai (Josué 7.1–26).

Otros hechos sociales se basan igualmente en presuposiciones importantes pertenecientes a


las relaciones interpersonales: La aceptación de la esclavitud como institución legal; la dominación
de las esposas por parte de los esposos en materia de divorcio y derechos de propiedad; y la
naturaleza irretractable de la bendición paterna (Génesis 27).

5. La actividad intelectual. Las presuposiciones acerca de la validez de cierto tipo de actividad


intelectual pueden resultar particularmente difíciles de comprender y de apreciar para personas
de una cultura diferente. Por ejemplo, desde el punto de vista bíblico, la verdad no es una
definición abstracta de la realidad o el ser, sino, primordialmente, el pensamiento recto acerca del
comportamiento moral. Así, la sabiduría no es la capacidad intelectual para formular preguntas de
orden filosófico y elaborar sistemas de pensamiento convincentes. Más bien es la capacidad para
decidir con justicia en asuntos morales y humanos.

Dentro del contexto bíblico, los símbolos de la luz y las tinieblas no se ligan con el saber y la
ignorancia, sino con el estar liberado del mal o esclavizado por él. «Conocer» al Señor, el pecado o
la liberación no significa «saber acerca de ellos». Significa vivirlos.

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Pero presuponer la validez de una actividad intelectual dada también implica aceptar ciertos
procedimientos para establecer lo que es verdad. Por ejemplo, para apoyar sus argumentos los
autores del Nuevo Testamento citan pasajes del Antiguo de una manera que sería inaceptable
para los estudiosos de nuestros tiempos. Para ilustrar con un caso, el Evangelio de Mateo (2.15)
cita «de Egipto llamé a mi Hijo» (Oseas 11.1), no obstante que en el contexto original claramente
se hace referencia al pueblo de Israel y no al Mesías. En forma semejante, el Evangelio de Marcos
atribuye a Isaías una cita cuya primera parte en realidad proviene de Malaquías. En la Carta a los
Hebreos (1.7), un pasaje del Antiguo Testamento en el cual Dios hace de los vientos sus ángeles y
de las llamas de fuego sus sirvientes, se cita a la inversa: «[Dios] hace que sus ángeles sean como
vientos y como llamas de fuego sus servidores».

Tales formas de citar el Antiguo Testamento estaban en plena concordancia con los
presupuestos contemporáneos relativos al uso del texto sagrado. Si el manejo del Nuevo
Testamento no se considera a la luz de lo anterior, podrían producirse serias confusiones. Cuando
Pablo puntualiza que el Antiguo Testamento utiliza «simiente» y no «simientes» para referirse a
Cristo (Gálatas 3.16), no debería concluirse que Pablo no estaba al corriente de que en realidad
«simiente» aludía, en este contexto, a «descendientes» o «linaje». Simplemente usaba normas de
referencia escritural completamente aceptables en su tiempo y argumentaba con los judaizantes
de forma que ellos consideraban totalmente válida. Recurrir a las Escrituras de esa manera
descansa sobre presupuestos relativos a las pruebas verbales que, en general, resultan extraños
para quienes poseen presuposiciones modernas en cuanto a cómo se debe citar a los autores.

Estos tipos de presuposiciones, que resultan tan básicos para comprender adecuadamente el
significado de toda comunicación, no existen, sin embargo, en el vacío, aunque en su mayoría
nunca se verbalizan. Siendo fundamentales para moldear la visión del mundo, no necesitan
especificarse; nadie se siente obligado a formular lo que es evidente. Sin embargo, afirmar que las
presuposiciones no se verbalizan no quiere decir que sean racionalizaciones vacías. Todo lo
contrario, en la vida cotidiana de toda cultura tales presuposiciones se ponen de manifiesto tanto
en la repetición de patrones culturales de comportamiento como en las formas en que la gente
entiende e interpreta los acontecimientos.

Los patrones de conducta


Los patrones de conducta son los hechos que se repiten y que son típicos de una sociedad. Es por
medio de tales acciones que se pueden conocer más fácilmente las presuposiciones básicas
relacionadas con la vida y los valores.

La práctica de echar suertes para determinar la inocencia o culpabilidad, el uso del Urim y el
Tumim en la decisión de variados asuntos; el uso de cenizas en las ordalías y la abstinencia sexual
antes de una batalla, son indicadores de presuposiciones significativas acerca de cómo obtener la
guía y ayuda sobrenaturales.

El énfasis en los nombres, la importancia de las bendiciones o maldiciones proferidas y la


creación del mundo a partir de la palabra, revelan toda una presunción acerca del poder del
lenguaje. La importancia del matrimonio por levirato, la virginidad de la novia y el acudir a la
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esclava de la esposa para procrear hijos, que luego se reconocen como si fueran de la propia
esposa, todas estas formas apuntan a ciertos presupuestos acerca de las relaciones
interpersonales en la esfera del matrimonio y el sexo que son completamente extraños para
muchas sociedades modernas. Del mismo modo, los valores simbólicos asignados a las ovejas y
cabras, el tocar los cuernos del altar y el jurar por los «lomos» en realidad, los genitales sugieren
también toda una serie de presunciones diversas acerca del valor de ciertos actos y objetos.

Sin embargo, todavía más importante que reconocer que tales patrones de conducta tienen
presupuestos subyacentes peculiares de la llamada cultura bíblica, es el hecho de que estos
diferentes patrones y sus respectivas presuposiciones forman un todo coherente. Ello no significa
que tengan coherencia desde el punto de vista de un observador externo, sino que dentro de la
estructura de la cual forman parte, tales presupuestos constituyen un conjunto significativo de
relaciones integradas.

La interpretación de eventos
No sólo los conjuntos de patrones de conducta indican con claridad la existencia de presupuestos
suyacentes acerca de la realidad y los valores. Las formas en que se interpretan los eventos son
también señal de factores importantes relacionados con las presuposiciones.

En la época particularmente crucial en que habían sufrido graves derrotas por parte de los
filisteos (1 Samuel 4–5), los israelitas resolvieron llevar el Arca del Pacto a la batalla, pues
confiaban en que tal gesto los protegería de la derrota. Pero a pesar de la presencia del arca, los
israelitas fueron vencidos. Ahora bien, los filisteos fueron de inmediato víctimas de la peste
bubónica e interpretaron el hecho como un castigo del Dios de Israel, por lo que buscaron cómo
aplacarlo y devolvieron el arca junto con algunos ratones de oro y réplicas de los tumores
bubónicos. Las presuposiciones relativas a un «tabú positivo» asociadas con objetos tales como el
arca resultan esenciales para comprender las acciones tanto de los israelitas como de los filisteos.

De modo similar, en la historia de Acán en Hai, la magnitud de la culpa sólo se puede


comprender a la luz de la antigua práctica del herem, la cual consistía en honrar a la divinidad
consagrando todo a la destrucción. Al menos en teoría, cualquier violación de este rito, se
consideraba nada menos que un sacrilegio. Además, el pecado de Acán involucraba a toda su
familia en virtud de los conceptos prevalecientes de culpa colectiva. Por eso el apedreamiento de
Acán y su familia entera fue visto como un castigo cabalmente apropiado para semejante
profanación.

En numerosos casos, la interpretación de eventos no tiene implicaciones tan graves, pero la


comprensión de un hecho puede depender en mucho de ciertas presuposiciones. En Juan 4.27,
para citar un caso, leemos que los discípulos «se quedaron extrañados de que Jesús estuviera
hablando con una mujer». En nuestros días, la mayoría de las personas más bien se extrañarían de
que Jesús no hubiera aprovechado aquella oportunidad para hablar con una mujer que
evidentemente se encontraba en estado de necesidad. Ahora bien, sólo a la luz de la tradición
judía y su insistencia en que «ningún rabí podía hablar con una mujer», puede entenderse
cabalmente la reacción de los discípulos.
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Esta misma historia, sin embargo, puede ser motivo de una interpretación completamente
diferente en sociedades que disponen de otros conjuntos de presupuestos acerca del
comportamiento. En algunos lugares, demandar comida o agua a una mujer, estando a solas con
ella, casi siempre se interpretaría como una petición de relaciones sexuales. En una traducción
dirigida a una sociedad como la anterior, sería imposible, desde luego, cambiar la historia de la
conversación de Jesús con la mujer. Por eso sería de fundamental importancia valerse de una nota
marginal que explique correctamente la intención de Jesús y la subsecuente sorpresa de sus
discípulos.

Los presupuestos culturales, los patrones de conducta que los reflejan y las interpretaciones
que se dan a los objetos y los eventos forman un todo unificado. Es decir, sencillamente no se
puede alterar una parte sin que inmediatamente surjan problemas en otros aspectos del sistema.
Algunas personas, por ejemplo, han sostenido que el endemoniado que gritó que su nombre era
«Legión» sufría en realidad de un complejo de inferioridad y que, por tanto, la traducción de esta
historia debía aclarar este aspecto. Pero si el endemoniado le hubiera contestado a Jesús que
tenía un complejo de inferioridad en vez de decirle que estaba poseído por una «legión», su
explicación hubiera sido anacrónica, por decir lo menos, y poco esperable en una persona tan
demente. Además, un problema todavía más complejo se presentaría al continuar el relato: una
cosa es liberar a un hombre de un complejo de inferioridad y otra muy diferente lanzar tal
complejo a un hato de cerdos.

Que un traductor moderno crea o no en los demonios es indiferente. Lo importante es que los
autores del evangelio tomaban a los demonios muy en serio y que en la traducción es el punto de
vista de ellos el que debe reflejarse y no las presuposiciones nuestras.

Cierto traductor bíblico intentó una vez elaborar una versión del Nuevo Testamento para la
gente rural del sur de los Estados Unidos que carecía de educación formal. En la narración del
nacimiento de Jesús, se afirma que éste había nacido en una choza pues no quedaba lugar en el
hospital. Este tipo de «modernización» del relato inmediatamente trae consigo una transposición
cultural, la cual resta credibilidad a lo que sigue de la historia. Los hospitales sencillamente no
calzan en una tierra donde los camellos y los burros eran los medios de transporte principales. El
escenario histórico de los eventos, las presuposiciones culturales y la interpretación de los hechos
son hilos de un mismo tejido bíblico. Si el traductor corta el hilo en determinado punto, se deshace
todo el tejido. En consecuencia, si se desea hacer alguna transposición cultural a la hora de verter
el mensaje bíblico, es indispensable mantener la coherencia a lo largo de todo el texto.

Justamente eso fue lo que trató de hacer Clarence Jordan en la versión de Cotton Patch, en la
cual Roma se convierte en Washington, Anás y Caifás en copresidentes de la Convención Bautista
del Sur y Jesús no es crucificado sino linchado. Sin embargo, Jordan no fue capaz de mantener la
transposición íntegramente, pues cuando Pablo, de acuerdo con Hechos 27.18, navega hacia
Roma, la historia vuelve a su entorno original en lugar de hacer que el personaje hiciera un rápido
viaje en avión.

Es importante hacer notar que esta versión adaptada culturalmente, aunque excelente en
muchos aspectos, no ha recibido ni la adhesión ni el aprecio de aquellos que se hallan más
cercanos a las transposiciones realizadas desde los puntos de vista social, educativo, económico y
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geográfico. Solamente quienes por razones especiales simpatizan con el punto de vista de Jordan
en cuanto a la iglesia y la sociedad, han sido capaces de apreciar la ironía nada sutil de sus
modernizaciones culturales.

TRADUCIR ES COMUNICAR

Hemos examinado ya los factores que intervienen en la transmisión de un mensaje dentro de un


mismo idioma, y sobre todo en relación con los idiomas bíblicos tomados como fuente. Ahora
debemos analizar cómo se aplica la teoría de la comunicación a los problemas propios de la
traducción. Es decir, la transferencia de un mensaje desde su lengua fuente hasta una lengua
receptora. El modelo de análisis comprenderá los mismos elementos fundamentales anotados
para la comunicación dentro de un mismo idioma: la fuente, el mensaje, los receptores, el entorno
y el marco de referencia de la interpretación.

El receptor-fuente
Los traductores, a quienes se puede considerar como la fuente inmediata de traducciones,
desempeñan siempre un doble papel, puesto que son, a la vez, receptor y fuente. Sin embargo,
son receptores secundarios, a menos que participen en una comunicación original, como sucede
por ejemplo en la llamada interpretación simultánea. Por lo general, deben ser personas que
hablen el idioma receptor como lengua materna y que posean, además, una comprensión cabal
del idioma fuente. La lengua fuente y su contexto cultural, sin embargo, pueden haber sido
aprendidos mediante uno de los llamados «idiomas internacionales» que puede ser o no ser el
propio del traductor.

Más importantes que el dominio de una lengua y su marco cultural de interpretación resultan,
sin embargo, las actitudes de los traductores hacia tales idiomas. Su identificación emotiva con
uno u otro es decisiva. Aquellos traductores que, por ejemplo, aprecian el griego o el hebreo más
que su propia lengua materna tienden a convertirse en traductores bíblicos muy deficientes. De
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modo casi inevitable, se sentirán impulsados a trasponer a su propio idioma algunas de las formas
que aprendieron a valorar en la lengua extranjera.

Por otra parte, a veces el traductor llega a amar tanto la lengua receptora que ha estudiado
especialmente si él fue quien la dotó de forma escrita que llegue a considerarla como su «propia»
lengua. Cuando esto sucede, a menudo quiere «purificarla» de todo préstamo foráneo, o bien
piensa que debe conservar todas sus exóticas diferencias para las generaciones futuras
incorporándolas en las Escrituras.

No es fácil para quien «se enamora» de un idioma ser, al mismo tiempo, completamente
objetivo en cuanto a los puntos fuertes y débiles de ese idioma. Y quede claro que todas las
lenguas tienen puntos fuertes y débiles. Pero para ser objetivos, los traductores necesitan estar
muy al corriente de los recursos literarios del idioma receptor.

El mensaje
Quizá la tarea más dificultosa para cualquier traductor sea la de pensar el mensaje en función del
marco de interpretación del idioma receptor. Habiendo estudiado el mensaje en la lengua fuente,
es casi inevitable que el traductor lo comprenda a la luz del contexto lingüístico-cultural propio de
esa lengua. Pero es justamente eso lo que el receptor común no puede hacer. Puesto que
desconocen la lengua fuente de otra manera la traducción sería innecesaria, los receptores deben
interpretar el mensaje a partir del único marco de interpretación que tienen: a saber, su propia
cultura receptora.

Dado que, al menos hasta cierto punto, los traductores siempre reconocen el problema de la
disparidad entre los idiomas fuente y receptor y sus respectivos conjuntos de valores y
presuposiciones, generalmente se hace algún esfuerzo para corregir lo que podría parecer
obstáculos importantes.

Un tipo de corrección que conduce a muchos errores es el préstamo, o sea la introducción en


la lengua receptora de términos extranjeros que se supone conservarán en esa lengua el mismo
sentido que tienen en la lengua fuente. Sin embargo, tales términos raramente se comportan así.
Las palabras que los traductores mismos toman en préstamo no las incorporadas en otras épocas
y que ya pueden haber sido «naturalizadas» al punto de que muchos receptores no detectarían ya
su condición de préstamo no ingresan a un idioma revestidas de su propio contenido. Más bien
puede decirse que esos vocablos se incorporan a la lengua receptora totalmente desprovistos de
su contenido original. Las palabras adquieren su contenido semántico por medio de su asociación
con ciertos objetos y acontecimientos. De una palabra como éstas, se puede afirmar que es una
palabra «cero», lo cual no equivale a decir que sea nada, sino que posee una ausencia significativa
de algo. Esto implica que inevitablemente se le dará algún contenido, pero no necesariamente el
que tuvo en el idioma del cual proviene. Los primeros misioneros de la Iglesia Católica en América
Latina confiaron en que iban a comunicar el significado de Dios al introducir el término español
«Dios» entre indígenas que habían adorado al sol como la deidad suprema. Sin embargo, aunque
el término «Dios» era un préstamo, entre los indígenas pronto llegó a significar dios-sol, a quien
luego llamaron Tata Dios.
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En uno de los idiomas africanos, los misioneros protestantes insistieron en introducir como
préstamo el término griego pneuma (con la forma de nyuma) para significar «espíritu», a pesar de
que ese idioma poseía numerosos términos equivalentes. Del mismo modo, los católicos tomaron
Espíritu (del latín spiritus) para incorporarlo al mismo idioma local. Pero tanto los catequistas
protestantes como los católicos tuvieron que explicar esos términos por medio de expresiones
indígenas y casualmente ambos lo hicieron por medio de un mismo término local. Al final de
cuentas, nada se había ganado pues las palabras tomadas en préstamo sencillamente se
interpretaron a la luz de las creencias ya existentes.

Con lo anterior no queremos afirmar que los préstamos nunca sean legítimos, sino indicar que
llenarlos de contenido no resulta nada fácil. En general, conviene más recurrir a las frases
descriptivas que a los términos extranjeros tomados en préstamo.

Los medios y canales


Puesto que la fe cristiana, en particular sus modalidades protestantes, se ha expresado
tradicionalmente más que todo en formas verbales, con frecuencia les ha costado a los cristianos
comprender que la comunicación religiosa en otras sociedades puede emplear medios
completamente diferentes.

Son numerosas las religiones en las cuales se dice muy poco acerca de las propias creencias.
De hecho puede no haber declaraciones formalizadas en cuanto a los principios o dogmas de tal o
cual fe. No se instruye a los individuos en materia religiosa; sólo se espera de ellos que practiquen
su religión mediante ofrendas a los antepasados, sacrificios a los dioses del bosque o libaciones
derramadas para honrar a los espíritus del mundo animal. Cada uno aprende gracias a la ejecución
de los ritos y no por ser catequizado. Muchos hindúes, por ejemplo, rechazan el diálogo religioso,
pues lo sienten contrario a la naturaleza misma de la religión, que, según ellos, es algo para
experimentarse más que para discutirse. Sostienen que experimentar es conocer, mientras que
simplemente hablar acerca de las creencias religiosas es perder su verdadero significado.

El énfasis sobre lo catequístico o la función verbal del cristianismo obviamente ha llevado a


que este parezca más una instrucción escolar que un culto de adoración. De ahí que cuando se les
ha preguntado a algunos africanos si son cristianos, hayan agregado a su respuesta negativa esta
acotación: «Es que nosotros no hemos aprendido a leer».

En algunas modalidades del cristianismo es del todo posible saber muchísimo de Dios sin
conocerlo, y ser muy instruido en la fe sin realmente creer. No es que la verbalización de la
experiencia religiosa carezca de importancia, pero hay que admitir que es eminentemente
secundaria. La formulación de doctrinas es únicamente una descripción de la realidad; por sí
misma no es la realidad.

Para la traducción bíblica el problema fundamental consiste en que en muchas culturas la


religión no es primariamente un asunto de discursos verbales, sino una serie de hechos rituales
que «revalidan» la vinculación de los seres humanos con los poderes y realidades sobrenaturales.
En cierto sentido, este es precisamente el fuerte de muchos movimientos pentecostales y

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carismáticos, los cuales hacen énfasis en la experiencia mucho más que en la comprensión
intelectual.

Los problemas relativos al canal son igualmente serios que los concernientes a los medios de
la comunicación. Se hace actualmente gran énfasis en la distribución de la Biblia entre quienes no
pertenecen a la comunidad cristiana y esto es importante y estratégico. Pero encierra un
sinnúmero de obstáculos relacionados con la forma del mensaje mismo. La Biblia originalmente no
se produjo como un mensaje destinado a quienes eran ajenos a la comunidad de la fe. Por el
contrario, fue ante todo un mensaje para quienes ya habían aceptado la fe.

Los libros del Antiguo Testamento fueron escritos originalmente como un registro de la
vinculación de Dios con quienes ya estaban en alianza con él. Si estos libros ganaron un público
lector considerable en el antiguo mundo pagano fue porque contenían un código muy elevado de
valores éticos y morales y porque diferían tan notoriamente de los mitos grecorromanos acerca de
la naturaleza de los dioses. Pero el Antiguo Testamento nunca se concibió como un instrumento
para la evangelización o el proselitismo.

En cuanto al Nuevo Testamento, las Epístolas en particular versan sobre problemas específicos
de las comunidades de fieles, e incluso los Evangelios se escribieron ante todo para consolidar la fe
entre los creyentes. En un segundo plano, estos documentos se redactaron con el fin de apoyar el
testimonio de aquellos que comunicaban su fe a otros. A medida que crecía el número de fieles,
ellos proporcionaron en forma escrita un sustituto del testimonio personal de quienes habían
estado con Jesús pero ya habían muerto.

Aunque las Escrituras fueron concebidas para acompañar el testimonio de la comunidad


creyente, no fueron elaboradas a la manera de «tratados». De hecho, en el mundo antiguo, el
costo de los libros era relativamente tan alto que una amplia distribución del mensaje bíblico,
mediante rollos escritos a mano, era totalmente imposible. Aunque el saber leer y escribir era casi
universal en el mundo antiguo, su uso era mucho más comercial que recreativo y pocas personas
eran lo suficientemente ricas como para tener una biblioteca.

Hoy, sin embargo, las iglesias y las Sociedades Bíblicas se encargan de distribuir las Escrituras,
gracias a ediciones de precios favorables, entre muchas personas que no han tenido con la iglesia
relación directa alguna. La Biblia no es, pues, simplemente un documento confirmatorio que la
iglesia utiliza en su testimonio de viva voz. Es un instrumento de la evangelización, y de hecho se le
ha considerado su «punta de lanza». Todo lo anterior significa, entonces, que las Escrituras se
emplean como un canal totalmente diferente de lo que fueron en su origen. Dado que algunos
desearían que la Biblia llegara ahí donde los misioneros no logran llegar, y dado que incluso
algunos pretenden que el Nuevo Testamento dé lugar por sí mismo a una «iglesia
neotestamentaria», no es de extrañarse que a la Biblia y al traductor se les hayan planteado
nuevas demandas. Algunas personas, por ejemplo, quisieran que el traductor «completara el
texto», añadiendo toda la información relativa al trasfondo bíblico que pueda ser útil para que el
lector moderno comprenda todo lo que comprendía el lector original. Esto equivaldría a producir
una combinación de comentario y traducción muy semejante a los antiguos targúmenes escritos
para el pueblo judío, cuando a muchos de ellos ya les costaba entender el hebreo. Hay quienes
desearían ir todavía más lejos e insisten en que la Biblia sea reescrita, de manera que contenga las
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mismas verdades pero revestidas de un ropaje cultural completamente nuevo. Esto significaría
reinterpretar los contenidos y, al mismo tiempo, adaptar el estilo para adecuarlo a los lectores
modernos.

Sin embargo, la mayoría de las personas rechaza vehementemente la idea de reescribir la


Biblia, tanto por el profundo respeto que les inspira el contexto histórico de la revelación de Dios
como por el gran aprecio que tienen por la integridad de los documentos mismos.

Sí insisten, sin embargo, en que debe darse cierto trasfondo informativo en notas marginales,
de modo que el lector actual pueda comprender los rasgos distintivos del relato bíblico. Se ha
tomado conciencia de la necesidad de hacer ciertos ajustes del texto mismo, pero obviamente
deben señalarse límites al respecto. De otra manera, la traducción dejaría realmente de serlo para
convertirse en comentario. No existe, sin embargo, un acuerdo general relativo a lo que se puede
y debería hacerse para que las Escrituras sean más significativas para las personas de hoy. Las
razones fundamentales por las cuales se necesita hacer algo diferente de lo que se ha venido
haciendo tradicionalmente, tienen que ver en gran medida con la forma, obviamente otra, en que
las Escrituras se usan hoy como un canal de comunicación. Solucionar estos problemas es el
interés primordial de los capítulos finales de este libro.

Los receptores
En toda comunicación original, una fuente competente naturalmente procura prever las formas en
que los receptores responderán al mensaje o lo interpretarán. En otras palabras, la fuente emplea
lo que podríamos llamar «retroalimentación anticipada»; o sea, se trata de percibir por
adelantado la posible reacción de un auditorio ante aquello que se dirá. En consecuencia, el
escritor selecciona, entonces, las palabras y emplea las formas discursivas más eficaces para
transmitir el mensaje.

La retroalimentación anticipada en realidad es el mecanismo que permitió el desarrollo del


estilo retórico conocido técnicamente como «diatriba», un modo de argumentación filosófica que
aborda uno por uno los posibles argumentos de los oponentes e intenta responder a ellos. Dicho
recurso es muy común en las Epístolas Paulinas y sobre todo en la Epístola a los Romanos, en la
cual los argumentos de la oposición frecuentemente se identifican como tales y en algunos casos
incluso se emplea la segunda persona plural para dirigirse a oponentes imaginarios (Romanos 2.1,
17; 3.1; 6.1; 7.1; 9.19).

Aunque en relación con su grupo original de receptores se espera que los autores utilicen
alguna dosis de retroalimentación anticipada, no se puede esperar de ellos que prevean las formas
en que todas las personas en cualquier tiempo y circunstancia reaccionarán ante lo que ellos
dicen. En cierto sentido, son los traductores quienes deben emplear la retroalimentación
anticipada al enviar un mensaje a un auditorio distinto de aquel que tenía en mente el autor. Sin
embargo, los traductores no gozan de la misma libertad del autor original: revisar, reestructurar y
corregir el trabajo original con base en las posibles críticas.

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El traductor debe reflejar fielmente la manera en que el autor original previó los problemas de
comprensión de su propio auditorio, pero, a la vez, puede ayudar a su respectivo auditorio
produciendo un texto que no lo despiste. En consecuencia, al redactar la traducción y al
proporcionar la información suplementaria, el texto debe ser una representación clara y exacta del
mensaje tal como lo comunicó el autor primario. Esto evitará que los receptores del mensaje
traducido obtengan una idea deformada de lo que los receptores originales captaron en él.

El modo en que los receptores de una traducción interpreten la forma y el contenido de un


mensaje depende en gran medida de que comprendan el marco lingüístico-cultural de base. Si
comprenden las presuposiciones y valores, y entienden el significado de los diversos patrones de
conducta, tendrán poca o ninguna dificultad para determinar lo que el mensaje original habrá
significado para los primeros receptores. No obstante, si carecen de esa información y no tienen
fácil acceso a ella, es inevitable que entiendan el mensaje de la traducción de acuerdo con su
propio marco interpretativo, en el cual desempeñarán un papel dominante sus propios valores y
presuposiciones. Si los receptores, por ejemplo, desconocen la antigua práctica según la cual un
hombre podía «casarse con su hermana» (probablemente una referencia a una práctica similar a
la tradición hurrita consistente en adoptar a una esposa como hermana a fin de facilitar la
transferencia de los derechos de propiedad), sólo podrán interpretar la relación de Abraham con
Sara como una relación incestuosa y bien podrían concluir que la esterilidad de ella fue un
merecido castigo divino.

Para la interpretación del mensaje bíblico resulta, sin embargo, más dificultoso el hecho de las
«guerras santas», en las que no sólo los hombres, sino también las mujeres, los niños y aun el
ganado son objeto de exterminio. Tales hechos no solo le resultan repugnantes al llamado mundo
civilizado (aunque el bombardeo de poblaciones civiles constituiría un paralelo moderno), son
igualmente inexplicables para muchos pueblos considerados primitivos, los cuales simplemente no
comprenden por qué no se les perdonaba la vida a las mujeres y los niños para adoptarlos dentro
del grupo tribal y aumentar así la fuerza y el bienestar comunales.

El exterminio del ganado, por su parte, se ve como algo completamente disparatado.

Sin algún conocimiento de las presuposiciones relativas al carácter sagrado del «Sábado»,
muchísimos lectores perderían el punto central de las objeciones que los fariseos hicieron a los
discípulos de Jesús cuando fueron, un sábado, a los campos de trigo y arrancaron las espigas, las
desgranaron y se comieron los granos. Los lectores advierten la naturaleza reprensiva del acto de
«robarse las espigas», pero no comprenden por qué se podía o se debía objetar el hecho de
desgranarlas y comerse los granos.

En las sociedades donde el acto de escupir se usa para conceder una bendición (por ejemplo,
los shiluks en el Sudán), el hecho de que Jesús le escupiera la lengua a un hombre, como parte del
proceso de curarlo de su mudez, es totalmente comprensible; pero en muchas otras culturas dicha
práctica, además de extraña, sería repulsiva.

Los traductores perspicaces advertirán que muchos de los relatos de las Escrituras pueden dar
lugar a interpretaciones equivocadas. Pero, ¿qué pueden hacer? No pueden cambiar la naturaleza
del relato sin dejar de ser fieles al texto, pues justamente son traductores y no el escritor original.
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Algunos han concluido que deben introducir en el texto toda la información útil para dotarlo del
trasfondo que permita la comprensión total de un pasaje, pero hacer tal cosa constituiría una
violación de la autenticidad del acto comunicativo original. Dado que los receptores compartían
con el autor un mismo trasfondo de datos y presuposiciones, ninguna explicación de esta índole
fue necesaria en la comunicación original. Traducir como si los receptores primarios no hubieran
comprendido el mensaje introduciría un elemento anacrónico que resultaría fatal para la
apreciación adecuada de la integridad histórica del mensaje. Del mismo modo, no hacer nada en
cuanto al trasfondo informativo podría ser igualmente desorientador.

Pese a la falta de información adicional, muchos lectores de la Biblia no parecen inquietarse


demasiado por aquello que no comprenden o por lo que consideran contradictorio o
inconsecuente. A muchos se les ha enseñado que la Biblia no puede contener errores y, por tanto,
concluyen que cualquier problema de comprensión debe achacárseles a ellos y no a algún defecto
del texto. De hecho, la mayoría de la gente sencillamente deposita su confianza en alguna persona
considerada como guía competente en tales materias, y presumen que si otros han enfrentado
estos problemas y siguen creyendo, ellos pueden y deben hacer otro tanto.

Si la iglesia posee un «sentido de comunidad» particularmente fuerte, sobre todo si tiene


considerable fuerza social, económica y legal, las personas permanecerán como miembros de la
comunidad, al menos nominal y estadísticamente, no obstante la falta casi total de fe activa. En
cierto sentido, su experiencia religiosa es esquizofrénica, con dos diferentes mundos ideológicos
que no llegan a resolverse y, a menudo, dos formas de conducta que reflejan estas diferencias.

Un acercamiento más satisfactorio a las divergencias y conflictos entre las presuposiciones


bíblicas y las culturas receptoras consiste en comprender el trasfondo de la vida y los tiempos
bíblicos lo suficientemente bien como para poder apreciar la manera en que la revelación divina
nos ha llegado en medio de estas suposiciones culturales e incluso a pesar de ellas. Es sólo
entonces cuando se empieza a comprender algo de los rasgos únicos de la revelación bíblica: la
iniciativa de Dios en la búsqueda de la humanidad, un concepto de la historia que espera el futuro
reino de la justicia, la transformación de los seres humanos por medio del amor y la incomparable
personalidad y ministerio de Jesús.

Pero de la misma manera en que Dios se reveló en la persona del Hijo, quien se despojó de
ciertas prerrogativas divinas, así la revelación de Dios en el registro bíblico puede comprenderse
solamente si se toman en cuenta las limitaciones que imponen los presupuestos y los patrones
culturales del marco lingüístico-cultural. Sin embargo, estas percepciones no son algo que el
traductor pueda verter dentro del texto de las Escrituras; deben adquirirse como resultado de la
enseñanza de la «comunidad creyente». El traductor únicamente puede proveer una cantidad
limitada de ajustes e información suplementaria. Una traducción no sustituye a un comentario
como tampoco un texto de la Escritura equivale a un sermón.

Diversos conjuntos de presuposiciones


En los apartados anteriores hemos hablado de las presuposiciones y valores de una cultura como
si constituyeran un todo unificado y coherente. Sin embargo, de ningún modo es así. Dentro de la
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Biblia misma hay presuposiciones totalmente diferentes: el henoteísmo creencia en un Dios que es
superior a todos los otros dioses propio de ciertas partes del Antiguo Testamento cede lugar al
monoteísmo, que niega la existencia misma de otras divinidades; el sistema sacrificial del Antiguo
Testamento es de plano rechazado en el Nuevo Testamento; la poligamia del Antiguo Testamento
se descarta en el Nuevo. Jesús mismo se refiere a ciertos aspectos de la ley con la frase «oísteis
que fue dicho», y luego procede a dar una interpretación completamente diferente. Fueron
justamente las divergencias de presuposiciones las que suscitaron el primer conflicto dentro de la
iglesia, a saber, la manera en que los gentiles serían admitidos en la comunidad creyente.

La Biblia no refleja sólo diferentes conjuntos de presuposiciones de la vida de la antigua


Palestina, sino que también hace referencia a ciertos presupuestos del antiguo mundo
grecorromano. Los escritos juaninos indican claramente la lucha de la iglesia primitiva contra las
creencias del gnosticismo, basadas en un dualismo primitivo del espíritu y la materia con el cual
buscaron interpretar la encarnación y la resurrección en términos dualistas, admitiendo así la
muerte de Jesús y la resurrección de Cristo.

Pero si estamos dispuestos a reconocer que existen divergencias en las presuposiciones


bíblicas, es aun más necesario comprender que hay conjuntos encontrados de presuposiciones
culturales en la mayoría de las sociedades modernas. Dentro del mundo occidental, por ejemplo,
el «punto de vista científico» se supone que representa el pensamiento del «hombre moderno»,
pero generalmente esto dista mucho de ser la verdad. Tal vez la mayoría de los intelectuales posee
una «visión del mundo científica y secular» que, en términos generales, podría caracterizarse por
ser:

1. Una explicación de la vida basada en la evolución biológica.

2. Una interpretación mecanicista del universo, que no necesita de ninguna «inteligencia


suprema».

3. Una interpretación de la historia cuya esencia se basa en fuerzas puramente humanas


actuantes dentro de ciertos límites ecológicos.

4. Una serie de valores éticos que se han derivado de la naturaleza humana y son, por tanto,
esencialmente humanistas.

Tales puntos de vista se presentan acompañados de un rechazo de los seres sobrenaturales,


un repudio de lo mágico y una falta de interés en las actividades religiosas.

No obstante, para una buena mayoría de las personas del mundo moderno esta visión
científica del mundo es del todo extraña. Pueden haber rechazado la religión organizada, pero de
ninguna manera han abandonado la clarividencia, la astrología, los médiums, las brujas y los
amuletos (patas de conejo, monedas de la suerte e imágenes). Algunos incluso alegan tener una
perspectiva «científica» en ciertos contextos de la vida, pero tienen miedo de que les eche una
maldición una buena persona y en ocasiones buscan sanarse con quienes proclaman «curas
milagrosas». No obstante su adhesión formal a uno u otro sistema de ideas, muchas personas
tienen curiosas combinaciones de creencias y rara vez o nunca tratan de resolver las
contradicciones subyacentes: creen lo que desean creer. En cierto sentido, tratan de «diluir» sus
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riesgos, y parecen estar tan conformes con dudas de segunda mano como lo están con una fe de
segunda mano.

En vista de las importantes divergencias que en cuanto a presuposiciones pueden existir


dentro de una misma sociedad, no es de sorprenderse que haya enormes contrastes entre la
cultura bíblica y las demás culturas mundiales. Podría pensarse que las diferencias resultarían
particularmente marcadas si se comparara la cultura bíblica con la de algunas sociedades actuales
del África Central. En realidad, ambas tendrían mucho en común: la poligamia, la creencia en
milagros, la práctica de bendiciones y maldiciones, la esclavitud, los sistemas para cobrar
venganza, los sacrificios y la comunicación mediante sueños y visiones. Los pastores navajos, por
su parte, encuentran en la Biblia muchos elementos paralelos a su propio sistema de vida: el
cuidado de las ovejas, la liberación de los malos espíritus, la responsabilidad comunitaria, el
discernimiento del clima por medio de la «lectura» del cielo, la predicción de sucesos y la
esperanza del fin de este mundo, luego del cual habrá grandes cambios.

Por provenir de un tiempo y lugar particulares, el extremo occidental de la Creciente Fértil, la


Biblia es, en cierto sentido, el libro religioso más traducible que jamás se haya escrito. Por esa
latitud pasaron más patrones culturales y desde ahí se difundieron más rasgos y valores distintivos
que cualquier otro sitio en la historia del mundo. Si se compararan las peculiaridades culturales de
la Biblia con todas las que existen en las culturas de hoy para lo cual habría que considerar unos
dos mil grupos humanos significativamente diferentes se encontraría que en ciertos aspectos la
Biblia está sorprendentemente más cerca de muchas de ellas que de la cultura tecnológica del
mundo occidental. En tal orden de cosas, es la «cultura occidental» la que resulta anómala. Por
eso, es precisamente en este mundo occidental, y entre el creciente número de personas en otras
latitudes que comparten su visión del mundo, donde las Escrituras se aceptan menos.

El rápido crecimiento en el número de «iglesias autóctonas» es uno de los aspectos


importantes de la evolución del cristianismo que muestran esta diversidad en la perspectiva
cultural. Se estima que sólo en África, en los últimos veinte años, más de quince millones de
personas se han vinculado con las iglesias «independientes» o «separatistas», que en su mayoría
se sienten a gusto con la Biblia, aunque están totalmente marginadas de las instituciones
tradicionales del cristianismo occidental. Espontáneamente, estas personas se identifican con las
Escrituras, pero se sienten fuera de lugar en las iglesias tradicionales de Occidente, las cuales, de
muchas maneras, ya no reflejan «la vida y la fe de la Biblia».

Aunque no es posible enfrentar a cabalidad los problemas del traductor sin tener en cuenta las
numerosas y a menudo notables diferencias entre la cultura bíblica y la de otras sociedades, sería
un error exagerar las divergencias. Como han apuntado con frecuencia los antropólogos, son más
las características que unen a los diferentes pueblos en una humanidad común que las que los
separan en grupos diferenciados. Existen rasgos culturales universales y se repiten
constantemente en los temas bíblicos: el reconocimiento de la reciprocidad y equidad en las
relaciones entre los hombres, la respuesta a la bondad y al amor humanos, la búsqueda del
significado de la vida, el reconocimiento de la amplia capacidad de la naturaleza humana para el
mal y el propio engaño y su necesidad de algo más grande y más importante que ella misma. Son

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estos los aspectos de la Escritura que, a lo largo de centurias y a través de las fronteras culturales,
han atraído a incontables generaciones.

Lo importante del reciente interés del mundo occidental por la Biblia, es el hecho mismo de
que las Escrituras vienen de otra edad y de una cultura lejana. Por mucho tiempo se les ha dicho a
los hombres modernos que sus problemas son el resultado directo de una vida basada en la
tecnología, caracterizada por la urbanización y la industrialización. Sin embargo, muchos están
descubriendo ahora que los personajes retratados en la Biblia tuvieron los mismos problemas y
necesidades que tiene el hombre de hoy: la proclividad a pecar incluso cuando se quiere hacer lo
correcto, el sentimiento de culpa, la necesidad de perdón, el poder para resistir la tentación y el
deseo de amar y ser amado. El hecho de que estas necesidades universales sean ejemplificadas
dentro del contexto de sucesos históricos concretos atinentes a la vida real, es lo que hace que la
Biblia siga viva e interese tanto a personas de tantísimas sociedades.

Marco histórico de la Biblia


Al compararla con documentos claves propios de tradiciones orales de otras religiones, la Biblia
resulta única en su retrato de hechos reales en que participan seres humanos concretos. Mientras
los documentos religiosos del hinduismo se interesan primariamente en las hazañas de los dioses,
el texto bíblico se orienta de modo esencial hacia la actividad de Dios dentro de la historia
humana. En contraste con los tratados religiosos del budismo, centrados mayormente en
principios éticos derivados de la filosofía, y con el Corán, centrado en las exhortaciones y
advertencias del Profeta, la Biblia entierra sus raíces en la historia, puesto que es, en primera
instancia, un recuento de cómo Dios ingresa en la historia para revelar el poder, la voluntad y la
persona divinos. La fe bíblica se arraiga firmemente en los acontecimientos, en un Dios que actúa.

Además, el Dios bíblico se muestra actuando en circunstancias particulares y no simplemente


en formas generalizadas. Por eso, el contexto histórico específico del relato bíblico adquiere
implicaciones teológicas muy importantes y los cristianos han reaccionado casi instintivamente
contra cualquier intento de transponer su contexto cultural e histórico. En cierta ocasión, ante un
intento de trasponer el mensaje bíblico a un marco africano, un jefe tribal comentó: «Si eso fue lo
que en verdad sucedió, ¿por qué nuestros abuelos no nos lo contaron?» El convertir el relato
bíblico en algo demasiado contemporáneo puede, en realidad, destruir algo de su propia
credibilidad.

Desde el punto de vista de la teología bíblica judeocristiana, la entrada de Dios en la historia,


en tiempos y lugares específicos, es a la vez pertinente y crucial. Es obvio, por tanto, que los
hechos registrados en la Biblia no se pueden alterar. No obstante, si el significado de cierto evento
depende de una serie de presuposiciones claramente diferenciadas de las de la cultura receptora,
¿qué puede hacer el traductor a fin de evitar equívocos graves?

No puede, en primer término, esperar una aclaración tal del mensaje que cualquier lector lo
pueda entender totalmente sin referencia alguna a los presupuestos que fundamentan el relato
bíblico. Es decir, el traductor no puede aspirar a una transposición lingüístico-cultural que encaje
completamente dentro del marco interpretativo de la cultura receptora. Proceder así significaría
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sustraerle al mensaje su marco espacio-temporal distintivo. Por lo demás, el propósito del
traductor no es hacer que el mensaje suene como si los hechos que relata hubieran ocurrido hace
algunos años en un pueblo cercano. Antes bien, su objetivo debe ser el de traducir (y aportar junto
con la traducción la información de trasfondo necesaria) de tal modo que los receptores no se
equivoquen al interpretar lo que entendieron los receptores originales.

Ahí donde el mensaje simplemente suene un poco extraño para una cultura receptora
particular, el traductor no debe sentirse en la obligación de hacer ajustes o proveer información
suplementaria. Esa es precisamente la función de los comentarios. Por supuesto, esto no significa
que no se haga nada cuando una traducción da lugar a un texto que podría tener un significado
contrario, conducir a error o carecer de sentido. En tales casos, algo se debe hacer ya sea por
medio de una adaptación en el texto, por llamadas que remitan a alguna fuente informativa o por
notas marginales en la misma página o en un glosario. Cómo y en cuáles circunstancias hay que
recurrir a estos procedimientos es el tema del Capítulo 6.

Se comprende a aquellos traductores deseosos de producir una traducción que sea, al mismo
tiempo, un comentario. Como ya hemos apuntado, este fue el carácter de los targúmenes judíos
primitivos: una mezcla de traducción y comentario. Ellos nacieron de lo que muy bien podría
llamarse un «interés evangelístico», pues muchos judíos no entendían el texto hebreo y
necesitaban algún auxilio para que les resultara pleno de sentido. Es importante anotar, sin
embargo, que los targúmenes resultaron de una utilidad muy limitada y el principio en que se
fundaban no fue seguido por el cristianismo.

La tendencia a «targumenizar» todavía existe entre algunos traductores bíblicos,


especialmente entre los que preparan textos para los pueblos presuntamente «primitivos». Dado
que tales pueblos no están acostumbrados a los libros y a menudo se les considera incapaces de
apreciar o comprender las diferencias entre el texto y las ayudas marginales, se argumenta que
son imprescindibles ciertos ajustes radicales, algunas inclusiones mayores y elementos que
completen el texto.

Como recurso provisional, tal procedimiento puede tener valor cuando se trata de materiales
tentativos y preliminares, pero en general las mismas personas a quienes se destinan dichos textos
acaban pronto repudiándolos, una vez que adquieren mayor conocimiento de las Escrituras y la
forma que ellas tienen en los idiomas internacionales. A menudo, la combinación de traducción y
comentario se rechaza por considerársela otra forma de paternalismo por parte de quienes son
incapaces de ver que incluso las personas consideradas primitivas disponen de la capacidad
intelectual suficiente para hacer distinciones significativas entre el relato bíblico y la información
suplementaria indispensable.

Exégesis y hermenéutica
Puede definirse la exégesis como el proceso de reconstruir el acto comunicativo determinando el
significado o significados que para los participantes en la comunicación haya tenido dicho acto. La
hermenéutica, por su parte, consiste en señalar paralelos entre el mensaje bíblico y los eventos
actuales, así como en determinar el grado de pertinencia actual de aquél y la respuesta apropiada
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del creyente. Tanto la exégesis como la hermenéutica se incluyen dentro de la categoría más
amplia que es la interpretación.

La tarea del erudito bíblico consiste en aclarar los problemas de la exégesis. La del predicador
es ante todo ayudar a las personas a entender la pertinencia del mensaje bíblico en los marcos
lingüístico-culturales de hoy.

Hay quienes han entendido mal la tarea del predicador y sencillamente la han equiparado a la
del exegeta. El origen de esta confusión no es difícil de imaginar, dado lo increíblemente
complicadas que son algunas de las traducciones que se han usado. Ocurrió en cierta ocasión que
los miembros de un comité de traductores pusieron reparos para elaborar una traducción clara de
un determinado pasaje, no obstante estar de acuerdo en cuanto a su significado y a la forma en
que podía ser expresado con eficacia y exactitud en la lengua receptora. Se opusieron a producir
un texto perfectamente claro, dando como razón la siguiente: «¿Y qué tendrían, entonces, que
hacer los pastores?» Resueltas al menos algunas de las dificultades exegéticas, obviamente los
predicadores podrían empezar a predicar, antes que simplemente dedicarse a la exégesis de los
pasajes difíciles.

Los resultados empíricos de los diferentes enfoques hermenéuticos de las Escrituras


dependen, en gran medida, de que se pueda imitar literalmente la práctica cultural bíblica. Hay
prácticas culturales que se pueden imitar hoy en día (por ejemplo, descansar el sétimo día,
abstenerse de comidas «impuras», prohibir que las mujeres hablen en la iglesia, etc.). Muchas
personas efectivamente las imitan creyendo que las prácticas recomendadas en la Biblia deben
conservarse porque, lejos de estar arraigadas en una cultura particular, son válidas para cualquier
cultura, aunque las presuposiciones que les dieron su significado original no tengan vigencia en la
cultura receptora. Cuando tales formas se adoptan como normas para la vida actual, por lo
general se sostiene que también siguen vigentes las presuposiciones correspondientes.

Sin embargo, la mayoría de las personas interpreta las formas culturales bíblicas de una
manera completamente diferente. No tratan de duplicar los rasgos formales, sino de comprender
la relación existente entre las formas culturales bíblicas y las presuposiciones respectivas y se
empeñan en comprender esas relaciones al mismo tiempo que sus significados.

Por ejemplo, cuando algunos de los creyentes tzeltales, en el sur de México, leyeron las
advertencias de Pablo en cuanto a abstenerse del matrimonio para servir a Dios más fielmente,
concluyeron que, al menos para ellos, prevalecía casi lo contrario. Piensan que los jóvenes no
están lo suficientemente maduros para servir al Señor de todo corazón, sino hasta que se casan.
Por tanto, para ellos lo importante de la enseñanza de Pablo no es abstenerse del matrimonio,
sino servir a Dios con plena fidelidad. Esto implicaba para los tzeltales una conducta radicalmente
diferente de la que Pablo les recomendaba a los corintios.

Algunos protestantes se han deleitado citando la admonición de Jesús de que a nadie se le


llame «padre». Han evitado cuidadosamente este tratamiento, sin percatarse de que, dentro de
una comunidad de fe, «reverendo» o «doctor» denotan exactamente el mismo tipo de distinción
de clase o rango. La hermenéutica no se centra primariamente en las formas culturales, sino en las
relaciones de éstas con las presuposiciones que las fundan o deberían fundarlas.
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Cuando las formas bíblicas de conducta no pueden imitarse o podrían resultar impracticables
en el presente, surgen problemas hermenéuticos algo más complejos. No obstante, algunas
personas sostienen que todos los relatos descritos en la Biblia se deben aceptar como acciones
plenamente justificables. Consecuentemente, las hazañas de venganza que Sansón realizó en
contra de sus enemigos se ven como justo desquite antes que la trágica consecuencia de vivir por
la fuerza bruta. Igualmente, muchos interpretan la astucia de Jacob para engañar a su hermano
Esaú como un ejemplo de la guía divina y predestinada más que como una grave falta de justicia
que contribuyó a la enemistad, el odio y el sufrimiento de generaciones. Una hermenéutica
adecuada de las Escrituras sólo puede basarse en las relaciones entre los eventos y las
presuposiciones asociadas a ellos. Tales relaciones hay que considerarlas desde un enfoque
integral del relato bíblico y no desde la estrecha perspectiva de una ventaja momentánea.

Basados en ese tipo de hermenéutica, los predicadores proceden a establecer paralelos con la
vida moderna y no tienen que buscar mucho. Pueden así, ver en la historia del Buen Samaritano
una semejanza con la historia de un agente viajero negro que cuida a un miembro del Ku Klux Klan
gravemente herido en un accidente automovilístico; o la parábola de El Hijo Pródigo puede
sugerirle a un padre que recibe a su hijo «hippi» que regresa a casa adicto a las drogas y con
enfermedades venéreas. La tarea del predicador es guiar a la congregación para que halle
paralelos pertinentes en la vida moderna y descubra cómo se puede vivir el evangelio en la
adoración a Dios y el servicio a los demás.

Algunos teólogos sostienen que el predicador debe abstenerse de hacer la aplicación del texto
bíblico para que los laicos la descubran por sí mismos. Pero si los predicadores se limitan a ser
exegetas, entonces habrán adoptado un papel del todo diferente del de los antiguos profetas,
quienes no vacilaron en declarar cómo podían las personas enmendar injusticias. El ministerio
expositivo de Jesús, ampliamente caracterizado por el uso de parábolas, no deja lugar a dudas en
cuanto a lo que sus seguidores tenían que hacer si deseaban «heredar el reino».

La tarea del predicador es totalmente diferente de la del exegeta. Es también muy diferente
de la del traductor. Para ser eficaz, la hermenéutica tiene que depender de la transposición
lingüística y cultural, pero la exégesis debe limitarse al análisis detallado de la comunicación
original y a proveer una base histórica exacta y significativa para la exposición posterior.

Por su parte, el traductor tiene que proveer el equivalente más cercano y natural del mensaje
en la lengua fuente, de modo que se pueda emplear con eficacia en la tarea de transposición que
los expositores realizan en el idioma receptor.

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LA FORMA DEL MENSAJE

Hay en todo mensaje dos elementos portadores de sentido: la forma y el contenido. Si el


traductor desea comunicar adecuadamente el significado de un texto, ambos aspectos le
resultarán cruciales, pues llevan consigo una serie de rasgos que demandan ajustes o
suplementos.

Los elementos formales comprenden todos aquellos rasgos que van desde la transliteración de
nombres propios hasta el género literario, y su significado es tanto cognoscitivo como emotivo.
Así, por ejemplo, las secuencias lógicas del pensamiento de un discurso, sin consideración de su
contenido, son primordialmente cognoscitivas, pero los modos en que las ideas se ordenen y se
relacionen suscitan reacciones emotivas favorables o desfavorables.

Los rasgos básicos de forma comprenden fundamentalmente las siguientes categorías:

1. Transliteración.

2. Estructuras morfológicas (estructura de las palabras).

3. Estructura sintáctica (combinación de palabras para formar cláusulas y oraciones).

4. Recursos retóricos (por ejemplo: discurso directo o indirecto, preguntas retóricas,


personificación, quiasmo, ironía, hipérbole).

5. Versos métricos (es decir, estructuras poéticas).

6. Lenguaje figurado.

7. Estructura del discurso (esto es, organización del discurso en narración, descripción,
argumento y diálogo).

8. Género literario (por ejemplo: apocalíptico, profético, legislativo, epistolar).

Todos coincidimos en la importancia de hacer ajustes en el significado de ciertas palabras y


frases, pero algunos descuidan casi por completo los problemas de ajuste relativos a rasgos
puramente formales. En apariencia, estos rasgos son portadores de poco o ningún significado, por
lo que se tiende a considerarlos como aspectos más o menos mecánicos de la traducción. Es cierto
que algunos de los llamados niveles inferiores de la estructura (sonidos, clases de palabras y
sintaxis) implican ajustes en gran parte obligatorios, si bien no dejan de producir diferencias sutiles
de sentido; y los llamados niveles superiores de la estructura (por ejemplo: rasgos retóricos,

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estructuras discursivas, géneros literarios) traen consigo un número mayor de elementos
facultativos. Pero es esta precisamente el área donde el traductor se ve confrontado con algunas
de las decisiones más difíciles. Aquí el idioma pone en juego valores importantes que se relacionan
íntimamente con los asuntos de estilo.

Si bien los rasgos formales de la lengua parecen mucho menos importantes que el contenido
del mensaje, tienen, no obstante, un carácter extremadamente significativo. Por eso, deben
examinarse detenidamente para poder hacer un análisis adecuado de las dificultades de
traducción atinentes al contenido, las cuales, por su parte, serán tratadas en el Capítulo 5.

Transliteración
La transliteración de los nombres propios plantea un sinnúmero de problemas, atribuibles, por lo
general, a la naturaleza esencialmente arbitraria de las estructuras fónicas del lenguaje. Lo ideal
sería tomar un nombre propio tal como se pronuncia en el idioma fuente y ajustarlo a la forma
fonológica natural más cercana en el idioma receptor. Esto equivaldría a encontrar las series de
sonidos correspondientes más afines y producirlos en secuencias que no violaran las pautas
normales del idioma receptor.

Rara vez, sin embargo, los nombres propios se han transliterado de manera sistemática. Con
frecuencia, la base ha fluctuado entre dos o más idiomas fuente. Así, para nombres idénticos los
traductores de la Biblia a veces han usado como base el griego y otras veces el hebreo. Otros
traductores han interpuesto el latín, en el cual los nombres griegos y hebreos han sufrido ya
algunos cambios, y muchos otros traductores simplemente han adoptado las formas de los
nombres bíblicos tal como aparecen en ciertos idiomas europeos modernos. Estos últimos, por lo
general, han elegido el idioma colonial propio del área o la lengua materna del misionero.

En muchos casos, la base para transliterar no ha sido la pronunciación de un nombre, sino la


ortografía tradicional y a menudo se ha adoptado un conjunto de reglas totalmente diferentes,
según la familiaridad del nombre. Por ejemplo, los nombres ya en uso, por contactos previos con
misioneros cristianos, se toman en una forma radicalmente modificada o inclusive con la
ortografía artificialmente correcta del idioma oficial. Los nombres extraños, por su parte, se
ajustan completamente a la forma del idioma receptor. Nombres tales como Mateo, Santiago,
Juan y Pedro casi no sufren cambios, pero otros como Josafat, Nabucodonosor y Abimelec se
alteran de modo radical.

En repetidos casos, los traductores se han limitado a un ajuste parcial. Por ejemplo, a veces
han deshecho los grupos consonánticos intolerables por medio de la inserción de vocales o
cambiando algunas de las consonantes de manera que el grupo resulte más pronunciable. Pero
rara vez han cambiado la longitud de los nombres o los han ajustado a los patrones regulares de
secuencia vocálica. En algunos idiomas hay patrones de armonía vocálica que determinan los tipos
de vocales que pueden aparecer en sílabas sucesivas. Es preciso atender a estas «reglas» de
secuencia para que la transliteración suene natural o parezca pronunciable.

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Por otra parte, en algunos idiomas, es totalmente inusitado que los nombres propios posean
más de tres o cuatro sílabas. En consecuencia, algunos nombres bíblicos excesivamente largos se
acortan de acuerdo con los patrones regulares de reducción propios de esos idiomas. No obstante,
algunas personas han sostenido que es del todo innecesario y aun desacertado efectuar esos
ajustes de forma, pues los nombres extranjeros según argumentan deben sonar extraños e
inclusive ser difíciles de pronunciar.

Por otro lado, la mayoría de los hablantes nativos de una lengua receptora se sienten
ofendidos por lo arbitrario y desmañado de muchas transliteraciones. No desean que a los
personajes bíblicos se les llame de una manera impropiamente familiar, como sería el caso de
llamar a Santiago «Santiaguito»; al apóstol Juan, «San Juancho» o al patriarca Jacob, sencillamente
«Cobo». Con todo, el efecto general de conservar las transliteraciones dificultosas, y de inhibir así
la lectura pública de las Escrituras, suele ser completamente negativo. Las personas reaccionan
contra tales formas por considerarlas injustificadamente foráneas, difíciles de pronunciar y
también difíciles de recordar.

En algunas circunstancias, ciertas transliteraciones se objetan en virtud de la hostilidad que


suscitan los hablantes del idioma usado como base. Es el caso de los hablantes del turco, quienes
muestran fuertes reacciones emocionales ante las transliteraciones basadas en el griego.
Preferirían leer transliteraciones basadas en cualquier otro idioma.

Tratar de modificar transliteraciones muy arraigadas resulta excepcionalmente difícil y


riesgoso. A menudo, las personas se llegan a apegar a tales formas y reaccionan emocionalmente
si se les cambia. Cambiar, por ejemplo, María por «Mary» podría constituir para algunos un
verdadero sacrilegio.

Normalmente no hay peligro de que los nombres, una vez transliterados, parezcan demasiado
familiares, pues siempre reflejarán su origen extranjero. Lo importante es que no resulten causa
de tropiezo para la lectura oral y que no sean motivo de vergüenza para quienes no pueden
recordar la manera de pronunciarlos. En una revisión reciente de una versión española de la Biblia,
se cambiaron, al menos en algunos detalles, más de doscientos nombres. Para la mayoría de los
lectores, los cambios han resultado muy positivos, pues ahora pueden leer las Escrituras con
menos temor de pronunciar mal.

Estructuras morfológicas
Las diversas clases de palabras, tales como sustantivos, verbos, adjetivos y adverbios, a menudo
asumen categorías gramaticales: por ejemplo, número (singular y plural), clase o género, caso
(agente, paciente, instrumento, etc.) y los tratamientos honoríficos que se asocian, a menudo, con
los nombres y pronombres. Hay afijos de tiempo (por ejemplo, pasado, presente y futuro); existe
el aspecto (la perspectiva especial desde la cual el hablante ve subjetivamente un suceso:
durativo, iterativo, incoativo, resultativo, etc.) y también existen los modos, que normalmente se
asocian con los verbos. Los adjetivos y los adverbios frecuentemente indican grados de intensidad:
comparativo (más fino que), superlativo (el más fino de) y el absoluto (finísimo).

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Cuando las formas de las palabras son obligatorias (es decir, exigidas por una determinada
construcción sintáctica), al traductor no le queda otro camino que hacer los ajustes necesarios. El
sistema aspectual de los verbos hebreos debe ajustarse al llamado sistema temporal de la mayoría
de los modernos idiomas indoeuropeos. De manera semejante, si se pasa del griego a una típica
lengua de la familia bantú, los tres géneros característicos del primero (masculino, femenino y
neutro) tienen que adaptarse a los doce o más géneros propios de la mayoría de los idiomas de
dicha familia lingüística. Ahora bien, cuando las estructuras morfológicas son más bien facultativas
que obligatorias, la tarea del traductor se hace más compleja, pues en cada caso se verá obligado a
decidir si la introducción de determinadas formas es realmente compatible con el contexto.

Algunos traductores han intentado reproducir sistemáticamente las estructuras de la lengua


fuente, y al proceder de este modo han producido versiones muy desmañadas. La distinción entre
singular y plural normalmente es obligatoria en griego y español, pero es facultativa en algunos
idiomas. De hecho, es frecuente que el afijo marcador de plural se emplee sólo al principio del
discurso y que toda referencia posterior al sustantivo carezca de él. Sin embargo, si el traductor
sigue los patrones del griego o del español y reproduce cada forma plural, el resultado será un
discurso sobrecargado de formas plurales.

La estructura sintagmática
La estructura de la frase incluye lo que tradicionalmente se ha considerado la sintaxis de las
cláusulas y oraciones. Para el traductor constituye una de las principales áreas de ajuste.

Un ajuste particularmente común es el concerniente a la extensión de las oraciones. Romanos


1.1–7, por ejemplo, se debe fraccionar en oraciones más cortas en casi todos los idiomas, pues
este tipo de fórmula epistolar compleja es en extremo rara. La necesidad de traducir mediante
verbos los sustantivos que designan sucesos también exige reformar la sintaxis de las oraciones y,
por su parte, la sustitución de la voz pasiva por la activa inevitablemente conlleva cambios
radicales en la posición de los «satélites» gramaticales ligados al núcleo verbal.

El orden de las oraciones subordinadas también puede ser un factor importante en la


reestructuración, pues en algunos idiomas dichas subordinadas deben ir antes de la principal y en
otros se tiende a colocarlas después de ella. En numerosas lenguas las oraciones subordinadas
pueden ir antes o después de la principal, aunque a menudo se dan leves diferencias de significado
de acuerdo con la posición.

Los problemas de atribución pueden constituir dificultades mayores en algunos idiomas. Como
muestra de esto, piénsese en el caso de Hechos 27.23. En algunos idiomas una traducción literal
de «ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo» podría dar la idea de que
Pablo pertenecía a un ángel y le servía, pues en tales idiomas las frases descriptivas siempre van
unidas a los sustantivos principales —ángel— en este caso y no a los subordinados, como Dios en
el ejemplo mencionado.

Cuando los atributos tienen que reformularse como verbos, el resultado puede ser una
alteración considerable de la forma sintáctica, aunque no del significado. Por ejemplo, «falsos

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profetas» podría traducirse en algunos idiomas como «aquellos que se dicen profetas de Dios,
pero no lo son» o «aquellos que proclaman falsedades en el nombre de Dios»; «falsos cristos»
podría traducirse por «los que fingen ser Cristo».

El tratamiento de la coordinación y la subordinación puede ser particularmente compleja. Por


ejemplo, en Romanos 1.5, «la gracia y el apostolado» en griego es, desde el punto de vista
sintáctico, una estructura coordinada. Pero desde la perpectiva semántica la relación es de
subordinación. En consecuencia, muchas veces se ha traducido por «el privilegio de ser apóstol» o
«la designación de apóstol», en tanto que una frase posterior, «obediencia de fe», aunque
subordinada en la estructura sintáctica, está semánticamente coordinada y de aquí que haya sido
vertida como «fe y obediencia» o «creer y obedecer».

Al discutir tales problemas, muchos traductores insisten en que ciertas construcciones


sintácticas «pueden emplearse» en la lengua receptora. Aunque esto podría ser cierto, es
importante saber en qué medida tales expresiones son naturales y con cuánta frecuencia se dan
en una clase particular de discurso. Si una determinada construcción sintáctica (por ejemplo, la voz
pasiva) aparece en una traducción bíblica con una frecuencia mayor en un 15% a la que podría
tener en otro texto parecido en la lengua receptora, el traductor debe hacer un gran esfuerzo para
reestructurar algunas de las oraciones. En general, una diferencia superior a un 5% debe
considerarse sospechosa; no obstante, dada la extrema dificultad de concordar satisfactoriamente
tipos de discursos, un 15% parece mucho más razonable.

Los recursos retóricos


Una gran cantidad de rasgos de la estructura del lenguaje y del estilo pueden incluirse dentro de
los recursos retóricos: por ejemplo, el paralelismo, el quiasmo, la ironía, la exageración, la
atenuación, el lenguaje figurado, el discurso directo incrustado, la personificación, la pregunta
retórica, la declaración parentética y la exclamación. Bastará una breve discusión de unos pocos
de estos recursos para ilustrar algunos de los problemas básicos.

En el aspecto retórico, la alternancia del discurso directo e indirecto acaso sea uno de los
cambios más frecuentes. En algunos idiomas, el discurso directo es obligatorio de principio a fin, y
por ello una oración como «les encargó que no contaran a nadie lo que habían visto» (Marcos 9.9)
tiene que verterse así: «Él les encargó: “Ustedes no deben contarle a nadie lo que han visto”».

Otras lenguas van un poco más lejos y transforman todo discurso implícito en explícitamente
directo. Así, por ejemplo, «ellos alabaron a Dios» tiene que convertirse mediante la forma directa
en: «Ellos dijeron: Dios es grande». Hay incluso otros idiomas en los que se prefiere
marcadamente el discurso indirecto, y esto significa cambiar un sinnúmero de citas directas por
sus correspondientes indirectas.

Sin embargo, la mayoría de las lenguas emplean tanto el discurso directo como el indirecto y
esto puede ser particularmente útil en el tratamiento de algunas series de citas directas muy
enmarañadas que se encuentran en ciertos pasajes de los escritos de los profetas, en los que
pueden hallarse, por lo menos, cinco diferentes incrustaciones. Alternando con buen tino los

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discursos directo e indirecto, es posible en tales casos establecer las relaciones de un modo mucho
más claro que si se intenta traducir literalmente según la estructura hebrea, la cual, por lo general,
también emplea las citas directas.

Por su parte, las fórmulas epistolares son recursos retóricos que a menudo deben modificarse
a fin de que el lector sepa con exactitud quién le escribe a quién. Pero los ajustes más difíciles son
los que deben hacerse en el caso de las preguntas retóricas. Algunos idiomas utilizan muy poco la
interrogación retórica o, cuando la emplean, exigen una respuesta inmediata.

En Romanos 8.31–35, las preguntas retóricas tienen un marcado acento dramático, pero
vertidas de modo literal, en algunos idiomas resultan completamente fuera de tono. Lo vemos en
el versículo 34, donde a la pregunta «¿Puede alguno, entonces, condenarlos?» le sigue
inmediatamente una oración que comienza con «Cristo Jesús es el que …» El lector tiene que leer
varias palabras más para darse cuenta de que Jesucristo no puede ser el que condena. Esto
despistaría aun más en un idioma que normalmente exigiera responder de inmediato toda
pregunta retórica. Veamos otro caso en el capítulo primero de Hebreos. En este pasaje las
preguntas retóricas son tan complejas e intrincadas (por haberse incluido en ellas citas directas
que no son preguntas) que una buena cantidad de traducciones utilizan la oración declarativa para
poder verterlas.

El uso epistolar de «nosotros» en lugar de «yo» puede inducir a error en algunos idiomas. Por
ello, normalmente debe sustituirse por el singular, siempre y cuando el traductor esté seguro de
que se trata de una referencia a la primera persona singular. Ciertamente, este parece ser el caso
en Romanos 1.5: «Dios me ha dado el privilegio de ser un apóstol».

Como recurso enfático, la doble negación es bastante común en griego, pero cuando se
traduce al inglés debe eliminarse. Si el idioma receptor se asemeja al griego en este aspecto
particular, la doble negación puede aprovecharse en algunas situaciones. No obstante, algunas
expresiones positivo-negativas es mejor traducirlas de otra manera. Por ejemplo, quizá «no
muchos días después» resultaría más natural si se tradujera como «pocos días después», y podría
ser preferible traducir «no pocos» por su equivalente positivo «muchos».

La personificación de objetos inanimados o de eventos puede ocasionar dificultades en ciertos


idiomas. Por ejemplo, «Alzad, oh puertas, vuestras cabezas» (Salmos 24.7); «Alabadle, sol y luna»
(Salmos 148.3); «¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» (1 Corintios 15.55). No obstante, la
mayoría de los idiomas parecen emplear al menos cierto tipo de personificación. En efecto, en
muchas lenguas la personificación es mucho más común que en los textos bíblicos.

Para resolver los problemas planteados por los recursos retóricos, el traductor no debe
limitarse a hacer las adaptaciones formales exigidas por el idioma receptor, pues aunque de esa
manera se consiga que las formas resultantes no desorienten ni sean demasiado confusas, eso es
insuficiente.

Los rasgos retóricos producen cierto impacto en el lector por cuanto no constituyen la forma
usual de decir las cosas; por tanto, contribuyen notablemente al estilo y al valor del discurso. Al
traducirlas, entonces, no se les debe rebajar al nivel de expresiones ordinarias y triviales.

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Si los modelos retóricos de un idioma receptor conducen a perder efecto dramático en
determinado punto, hay que intentar compensar la pérdida en otros puntos del texto o con otros
medios, de manera que la traducción tenga el mismo nivel de dinamicidad y eficacia que el texto
original.

La poesía
Traducir satisfactoriamente la poesía es quizá la tarea más ardua que pueda enfrentar un
traductor. La poesía ofrece rasgos tan distintivos que a menudo se la clasifica como uno de los dos
tipos básicos de discurso, de los cuales el otro es la prosa. Sin embargo, no es que sea
absolutamente distintiva, pues casi todos los tipos de discurso (enseñanza, historia, predicciones,
relatos personales y estados anímicos) pueden trasladarse a una forma poética como poesía
didáctica, épica, profética o lírica.

Lo distintivo de la poesía no es la estructura básica del discurso, sino el carácter de sus versos
en tanto medidos con la acentuación de palabras, la acentuación de frases, el alargamiento de las
vocales, el número de pies poéticos, el número de sílabas y palabras y el paralelismo formal. Los
medios para medir tales versos difieren muchísimo de un idioma a otro, pero siempre se mantiene
algún sistema básico en cuanto a la extensión que generalmente incluye algún tipo de paralelismo
estructurado. La rima, tan común en los idiomas europeos occidentales, es relativamente rara si se
consideran todos los tipos de idiomas y estructuras poéticas que existen.

Aunque la característica de los versos métricos es el elemento más señalado de la poesía, no


constituye en modo alguno su único rasgo distintivo. Normalmente la poesía emplea muchas más
expresiones figuradas que la prosa y un poema, visto como un todo, puede tener más de un nivel
de sentido figurado. La poesía también se inclina al empleo de expresiones nuevas, es
relativamente compacta (es decir, comunica por frase mucho más que la prosa), es de enorme
complejidad en su estructura sintáctica, pero generalmente muestra oraciones y cláusulas más
cortas que las correspondientes al discurso de la prosa. Ninguno de estos rasgos, ni su
combinación, provee un criterio para definir la poesía en contraste con la prosa, pero tomados en
conjunto, en combinaciones y grados diversos, sí sirven muy bien para describir las formas
poéticas.

Sin embargo, lo importante para el traductor es que lo considerado como sumamente poético
en un idioma no necesariamente lo es en otro. Las acusaciones a los enemigos de Israel lanzadas
por los profetas del Antiguo Testamento en forma poética son extremadamente eficaces en
hebreo, pero traducidas al español o a algún otro idioma occidental europeo a menudo carecen de
verdadera calidad poética. Eso se deberá en parte a que los manifiestos, los ultimatums y las
denuncias modernos no se escriben en forma poética, y aunque en hebreo la estructura poética
ayudaba a que las palabras de los profetas parecieran más dignas de los mensajes divinos, no es
posible trasladar esta misma cualidad a muchos otros idiomas.

Aunque la mayoría de los traductores bíblicos han reconocido que las formas y valores
poéticos difieren ampliamente de un idioma a otro, algunos todavía se empeñan en reflejar las
estructuras originales imprimiendo prosa como si fuera poesía por medio de algún tipo de sangría
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poética de los versos. Pero la simple impresión de la prosa como poesía no la convierte en discurso
poético. Cuando los materiales traducidos no poseen los rasgos esenciales de la poesía en el
idioma receptor, no deberían imprimirse como poesía. Si se hiciera, entonces debe respetarse y
seguirse el sistema de ese idioma.

La New English Bible (Nueva Biblia Inglesa) es un notable ejemplo de la falla que hemos
mencionado, pues en ella se usa un sistema de triple sangrado que solo refleja el sistema acentual
de los versos hebreos. No hay relación alguna entre este sistema de acentuación de la poética
hebrea y el tipo normal de sangrado que se utiliza en la poesía inglesa, la cual depende del
paralelismo y la subordinación del pensamiento. El intento de imponer el sistema hebreo de
acentuación sobre un sistema de sangrado inglés resulta a la vez afectado y extraño.

Uno de los rasgos importantes de la poesía hebrea es el paralelismo de los versos, con una
cantidad de variantes que incluye el cruce de rasgos semejantes o correspondientes llamado
quiasmo, el paralelismo positivo y negativo, la correspondencia de estrofas y muchos más. Para el
traductor, las estructuras más problemáticas son los versos completamente paralelos, en los
cuales dos versos dicen esencialmente lo mismo, aunque con palabras diferentes. Si el idioma
receptor no usa tales estructuras de pensamiento, las formas resultantes pueden ser del todo
desorientadoras. En primer lugar, el lector puede pensar que el autor original fue neciamente
repetitivo. A su vez, si las expresiones no parecen ser completamente redundantes, el lector
puede concluir que el autor trataba de decir otra cosa, en vez de percibir que su intención era
recalcar el primer verso por medio de una expresión cabalmente paralela en el siguiente.

En numerosas ocasiones, los traductores han intentado resolver los problemas de paralelismo
completo reduciendo los dos versos a uno. A su vez, para compensar la pérdida del énfasis propio
de los dos versos hebreos, han introducido elementos enfáticos que reflejan de algún modo la
fuerza original. En su traducción de la poesía hebrea, Ronald Knox se propuso eliminar en lo
posible el paralelismo, pues sentía que no armonizaba con el estilo del inglés moderno. Muchos
discutirán si se justifica la eliminación de esa estructura poética, pero todos coincidirán en que
Knox ha salido muy airoso al lograr suprimirlo sin deformar seriamente el énfasis del escrito
fuente.

En virtud del carácter sumamente especializado de los rasgos poéticos de cualquier lengua
fuente, a menudo es imposible trasladar a la lengua receptora incluso unos cuantos de los
elementos más distintivos. Sin embargo, es preciso hacer el máximo esfuerzo para tratar de
compensar la pérdida hasta donde sea posible. Casi inevitablemente, esto conducirá al empleo de
expresiones figuradas en un porcentaje muy superior al que es normal en el discurso no poético
del idioma receptor. Puede igualmente conducir a que se emplee en poesía una cantidad de
figuras discursivas que quizá sean totalmente nuevas y novedosas en el idioma receptor. Por lo
mismo, inevitablemente se tenderá a recargar el canal de comunicación, pero tal recargo es de
esperarse en la poesía, la cual se caracteriza precisamente por ser muy compacta.

Lo que es de particular importancia para el traductor es determinar el «significado» de la


poesía en la cultura receptora. ¿Significa que los contenidos son de algún modo irreales y que el
mensaje no es particularmente urgente, tal como piensan la mayoría de las personas del mundo
angloparlante? ¿La artificialidad de la forma induce al lector a creer que el contenido es
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igualmente artificial? ¿Es el lirismo lo que hace que se aprecie la poesía mientras que se la
menosprecia cuando encierra propósitos didácticos o épicos? Es esencial que el traductor
responda estas preguntas para poder determinar cuáles pasajes bíblicos deberían verterse como
poéticos e imprimirse como tales y cuáles discursos deberían transformarse en un estilo
igualmente eficaz de prosa.

El lenguaje figurado
Bajo este rubro pueden clasificarse todos los sentidos figurados propios de palabras individuales y
frases idiomáticas; es decir, las combinaciones de palabras cuyos significados no pueden deducirse
de los significados de los términos aislados. Muchas veces tales expresiones se clasifican como
«semánticamente exocéntricas», por cuanto el significado del todo es diferente del que daría la
suma del significado de las partes. Puesto que el lenguaje figurado se relaciona íntimamente con
las peculiaridades culturales de una comunidad lingüística, sólo en contadas ocasiones puede
traducirse literalmente.

Lo que nos interesa aquí no es la forma particular en que las expresiones figuradas difieren de
un idioma a otro. Lo importante es que las expresiones figuradas son de uso universal y que en
grados variables se emplean para indicar muchos tipos de experiencias, sobre todo actitudes y
reacciones de carácter psicológico.

Proporcionalmente, el lenguaje figurado es mucho menos frecuente que el lenguaje literal y


de ahí su mayor efecto. Además, por ser tan especializado en su significación y estar ligado de
modo tan estrecho a los rasgos y las actitudes culturales distintivas, su empleo acentúa el valor
emotivo de la comunicación, al hacerla mucho más propia y personal. Ahora bien, dado que
muchas frases idiomáticas provenientes de la lengua fuente no pueden traducirse a la lengua
receptora, la sustitución por giros no figurados inevitablemente trae consigo una pérdida del
efecto característico de aquéllas. Esto resulta especialmente cierto en los pasajes poéticos, en los
cuales el lenguaje figurado es elemento imprescindible.

El traductor sensible, consciente de que se pierde el efecto de muchas expresiones idiomáticas


y significados figurados que no pueden verterse en la lengua receptora, debe intentar compensar
esta pérdida mediante el uso cauteloso de modismos que puedan traducir expresiones no
idiomáticas del texto fuente. Por ejemplo, al traducir «paz» como «reclinarse en el corazón», al
traducir «amar» como «esconder a otro en el corazón» y al reproducir el sentido de «confiar»
como «recostar todo el peso personal sobre», se da alguna posibilidad de compensar, al menos en
cierta medida, la pérdida del efecto original.

El problema de la pérdida de efecto al traducir modismos con expresiones no idiomáticas se


refleja de forma interesante en las reacciones de muchos lectores ante las traducciones del
lenguaje figurado de la Biblia. Cuando se les habla de las expresiones figuradas que otros idiomas
emplean para traducir lo que se expresa en lenguaje literal en español, suelen sorprenderse y se
sienten complacidos de ver que la Biblia puede ser tan expresiva. Ahora bien, cuando descubren
que algunos modismos de las Escrituras casi se pierden en el proceso de traducción (por ejemplo,
«hambre y sed de justicia» en algunas lenguas tiene que convertirse en «desear muchísimo la
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justicia» y «heredar la tierra» se traduce como «recibir lo que Dios ha prometido», mientras «ceñir
los lomos de vuestro entendimiento» suele interpretarse como «prepárense para pensar»), los
lectores sienten que a la Escritura se le está robando algo de su significado. En realidad, no hay
pérdida de significado referencial, sino pérdida de efecto, la cual debe mantenerse en un mínimo.

El problema de la concordancia entre los niveles de efecto es, sin embargo, un problema
totalmente diferente de las complicaciones de traducir el contenido semántico del lenguaje
figurado. El próximo capítulo tendrá como tema central esta serie de dificultades.

La estructura del discurso


Existen cuatro tipos básicamente diferentes de estructuras discursivas: narración, descripción,
argumentación y diálogo.

El discurso narrativo consiste en una serie de hechos y participantes relacionados


temporalmente. El descriptivo es esencialmente un conjunto de características de objetos o
eventos espacialmente relacionados. El argumentativo se constituye de una serie de eventos,
estados o circunstancias relacionadas lógicamente. Por su parte, el diálogo consiste
fundamentalmente en una serie de preguntas y respuestas, o de enunciados y negaciones en las
que las formas relacionadas se condicionan unas a otras de modo intenso.

En los textos verdaderos, por lo general, se observa una combinación de tipos de discurso. Lo
que comienza como narración, a menudo contiene descripción. Así mismo, en la argumentación se
pueden entremezclar tanto lo narrativo como el diálogo. En sentido técnico, este último debe
distinguirse de la «conversación», la cual se presta mucho más para estructurarse como narración,
descripción o argumentación.

El discurso narrativo comienza normalmente con algún tipo de marco espacio-temporal (esto
es, cuándo y dónde ocurrieron el hecho o los hechos) y con la presentación de al menos algunos
de los participantes. La secuencia de los eventos sigue un orden temporal, pero puede haber
«retrospecciones» mediante las cuales el narrador provee de información previa a los lectores.
Pueden presentarse también «anticipaciones», por medio de las cuales el autor informa a los
lectores de algo que ocurrirá o es posible que ocurra posteriormente en la historia.

Aunque es usual que haya una correspondencia relativamente estricta entre el orden
temporal y el lingüístico, es decir que los hechos se describan en orden cronológico, en modo
alguno las retrospecciones son desacostumbradas. En efecto, parecen ser prácticamente
universales en la relación eficaz de historias. No deben considerarse simplemente como una
técnica que le permite a la fuente insertar información que podría haberse olvidado. Por el
contrario, dicho recurso le permite al narrador de la historia comenzar los acontecimientos en un
punto decisivo y, después de haber captado la atención de los oyentes, suplir algunos de los
antecedentes necesarios. El discurso narrativo, por lo general, finaliza con algún tipo de afirmación
sumaria o la resolución de la trama, la cual explica el meollo de la historia.

El discurso descriptivo suele comenzar a partir de un punto y entonces procede a detallar de


manera sistemática las variadas características de algún objeto o suceso. La descripción del
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aspecto de una persona, por ejemplo, no salta del color del pelo al tamaño de los pies y luego al
ancho de los hombros, sino que con frecuencia se inicia por la cabeza y continúa espacialmente
con las otras partes del cuerpo. Otro tipo de orientación descriptiva puede abarcar una serie de
características organizadas según una esfera semántica particular. De este modo, se puede
describir un edificio comenzando por el tipo de construcción, luego el plano de los diferentes
pisos, después el sistema de decoración y así sucesivamente.

El discurso argumentativo, por su parte, puede aparecer a lo largo de cualquier tipo de


relación lógica; por ejemplo, causa-efecto, razón-resultado, propósito-resultado o genérico-
específico. Así, por ejemplo, se puede establecer una proposición general y luego proveer todas
las razones por las que tal afirmación es cierta.

Lo importante de las estructuras discursivas es que ellas en sí mismas son portadoras de


significado, particularmente en cuanto al foco y el énfasis, y sólo raras veces es posible alterar la
estructura discursiva sin cambiar sustancialmente la intención del autor. Algunas personas han
sugerido, por ejemplo, que la historia del Hijo Pródigo sería mucho más eficaz si se comenzara
cuando el joven está cuidando los cerdos como un último recurso para no morirse de hambre. Los
sucesos anteriores se podrían introducir, entonces, mediante retrospecciones y finalmente se
describiría su retorno y la recepción por parte del padre. Si bien para ponerle más vida a la
historia, la adaptación podría justificarse, se violaría gravemente la estructura discursiva empleada
por Lucas.

En verdad, el hijo pródigo no es el personaje central de esta historia, como puede observarse
mediante el cotejo de las tres diferentes historias en el Capítulo 15 del Evangelio de Lucas. Las
figuras centrales son la mujer que pierde la moneda, el pastor que pierde una de sus ovejas y el
padre que pierde a uno de sus hijos. El regocijo de la mujer, el regocijo del pastor y el del padre
constituyen el tema central de estas historias y, como es obvio, el personaje central necesita ser
presentado al puro principio de cada una de ellas. La historia de El Hijo Pródigo es en realidad un
relato acerca del amor de Dios y no acerca de las hazañas de un hijo desobediente.

En Marcos 6.16–18, se presenta un registro de hechos particularmente difícil, el cual


comprende dos retrospecciones mayores y otras menores. Aunque algunos preferirían
reestructurar la historia en un orden puramente cronológico, si se hiciera resultaría muy difícil
destacar lo que preocupaba a Herodes. Este oyó hablar de la predicación y el ministerio de sanidad
de Jesús y concluyó que debía ser Juan, el mismo a quien había decapitado. La ansiedad de
Herodes es lo único que hace pertinente la historia de Juan el Bautista.

En muchos idiomas no es posible, como sí lo es en español, introducir retrospecciones


simplemente por medio del pluscuamperfecto. Quizá sea necesario decir, por ejemplo: «Herodes
dijo esto porque unos meses antes él había mandado hombres para prender a Juan …». La
segunda retrospección mayor se puede introducir con «Herodes echó a Juan en la prisión porque
previamente Juan había dicho que Herodes no debía haberse casado con Herodías, quien antes
había sido la esposa de Felipe, hermano de Herodes …».

En este pasaje del Evangelio de Marcos, la secuencia misma de los sucesos no es tan
importante como la conexión entre razón y resultado. Para Marcos, la significación de esta historia
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reside en el «porqué» de lo sucedido y no en los hechos mismos. En algunos idiomas puede ser
realmente necesario reordenar el pasaje de manera que el orden lingüístico corra parejo con el
orden de la historia; pero si tal cosa se hace, deben marcarse muy claramente los elementos
focales y establecer explícitamente las razones que provocan la acción, a fin de compensar lo que
se pierde por el reordenamiento lingüístico.

Al intentar trasladar de modo sistemático y fiel una secuencia de eventos, puede que se
infieran en el lenguaje receptor relaciones que quizá no existen en el documento fuente. Así, en
una traducción de Marcos 15.37–39, la relación entre el grito doliente exhalado por Jesús, la
ruptura del velo del templo y la afirmación del centurión podría ser mal comprendida. Algunos
podrían imaginar que el centurión mismo vio romperse el velo del templo y que esta fue la razón
por la cual exclamó que Jesús debía ser «el Hijo de Dios». La ausencia de tal conexión se puede
señalar en algunos idiomas mediante una partícula adversativa al inicio del versículo 39; inclusive
en dicho versículo se podría comenzar un nuevo párrafo como recurso para señalar la ruptura.

Hay ciertamente numerosos pasajes de las Escrituras en los que un traductor se vería tentado
a introducir reformas estilísticas. Los múltiples casos en que Pablo emplea anacolutos, es decir,
oraciones que comienzan de una manera y terminan con una estructura diferente, son un ejemplo
de lo dicho. Algunos traductores desearían atenuar el carácter antigramatical de tales expresiones
supliendo las formas apropiadas; sin embargo, el estilo de Pablo, intensamente pleno y
desbordante y en parte caracterizado por esas secuencias antigramaticales, refleja con exactitud el
movimiento espontáneo y complejo de su pensamiento. Las fisuras sintácticas de la estructura
ayudan a mostrar algo de la intensidad emotiva que debe haber conmocionado al apóstol cuando
dictó sus cartas.

La tarea del traductor no es la del corrector. Los traductores no están para mejorar el original,
sino para reflejarlo concienzudamente. En otras palabras, no tratarán, por ejemplo, de aclarar las
relaciones oscuras entre las ideas expresadas en la Primera Epístola de Juan, pues el escritor
mismo no lo hizo. Al traductor no le corresponde refundir el original.

No es difícil normalmente hacer ajustes en el orden de las cláusulas de una oración, pues en
términos generales resulta fácil compensar los cambios de énfasis o foco. Sí es en extremo
problemático alterar la «secuencia de ideas» de un discurso amplio, sin introducir rasgos de
significado que podrían ser del todo ajenos a la intención de la fuente. En el discurso narrativo, es
legítimo hacer algunas modificaciones menores en el orden de los elementos dentro de un
entorno narrativo y se puede justificar la modificación limitada del orden en que aparecen algunos
de los componentes de un mismo episodio, por ejemplo, en un grupo de sucesos muy ligados
dentro de un marco espacio-temporal particular. Introducir modificaciones que vayan mucho más
allá de estos límites siempre es arriesgado.

De modo similar, en el caso del discurso argumentativo se podrían mejorar algunos textos
mediante cambios en el orden en que los conceptos específicos se relacionan con las afirmaciones
genéricas; sin embargo, por lo general, el resultado es alguna deformación de la intención original.
Como muestra de lo anterior, piénsese en el comienzo de Juan 1 en el cual a ciertos traductores
les gustaría introducir «Jesucristo, quien fue llamado el verbo de Dios». No cabe duda de que así el
texto sería mucho más comprensible para algunas personas. Pero deforma seriamente la
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estructura de los primeros dieciocho versículos, los cuales se pensaron cuidadosamente para irnos
llevando poco a poco al clímax, que es la encarnación.

También algunos traductores han pensado que sería mejor incorporar la mayor parte de
Génesis 2 dentro de Génesis 1, para lograr un relato de la creación a primera vista más coherente.
Aunque la propuesta sin duda se apoya en motivos muy loables, deforma los antecedentes
históricos de los documentos y a la vez confunde relatos que reflejan orientaciones teológicas muy
disímiles.

En la tradición secular y particularmente en la actitud de la iglesia hacia las Escrituras, siempre


se ha respetado enormemente la integridad de los documentos fuente. En buena medida, esto
refleja un profundo sentido de responsabilidad hacia el autor original. La tarea del traductor se ha
definido siempre en función de la representación fiel de lo que el autor original quiso decir y no de
lo que el traductor quisiera que hubiera dicho.

Si conociéramos mejor los respectivos patrones de las estructuras discursivas de las lenguas
fuente y las receptoras, estaríamos en mejor disposición para modificar considerablemente la
forma y, a la vez, conservar los valores connotativos y focales. Pero en vista de lo relativamente
restringido del corpus de los textos del Antiguo y Nuevo Testamentos y lo limitado de nuestros
conocimientos de la teoría del discurso y su particular aplicación a los diversos idiomas receptores,
hay mayor probabilidad de que la alteración radical del texto conduzca al error que a una solución
válida. Por otra parte, en comparación con las estructuras más o menos obligatorias de los
sonidos, las palabras y la sintaxis, el plano del discurso ofrece mayor número de estructuras
facultativas. Aunque los valores de las estructuras discursivas correspondientes pueden no ser
idénticos, en su mayoría resultan más o menos equivalentes.

El género literario
Existen en todos los idiomas diversas clases de formas literarias. Algunas de las más comunes son:
cartas, biografías, novelas, ensayos, poesía y narraciones de acontecimientos. En cuanto al texto
bíblico, algunos de los géneros literarios más distintivos se encuentran en los escritos apocalípticos
(por ejemplo: el Apocalipsis y partes sustanciales de Daniel y Ezequiel), los discursos proféticos, los
reglamentos legislativos y las colecciones de proverbios.

En cierto sentido, los Evangelios representan un género literario bastante particular. Aunque
contienen una gran veta de naturaleza biográfica, esencialmente no pertenecen al género. Ante
todo, son documentos apologéticos orientados a convencer a los lectores de la verdad de la
revelación de Dios en Cristo y de ahí que no sigan un orden estricto de desarrollo biográfico ni
intenten dar el tipo de descripción y antecedentes informativos esperables de un tratamiento de
carácter biográfico. Todo su interés se centra en la significación única de Jesucristo como
revelación de Dios y en virtud de tal propósito algunos de los rasgos más familiares de la biografía
humana por ejemplo, las descripciones de la apariencia personal no son pertinentes.

En la medida en que los valores de ciertos géneros literarios difieren de un idioma a otro, no
es de extrañar que algunos hayan pensado que ciertas formas literarias de las Escrituras son

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anticuadas y podrían mejorarse. Por ejemplo, alguien ha recomendado que las Epístolas Paulinas
sean refundidas como ensayos y que la Epístola a los Romanos se reestructure al modo de un
«ensayo legal».

Una reestructuración de Romanos 1.4 dio como resultado la siguiente versión: «Este hombre
Jesús claramente se identificó a sí mismo como Hijo de Dios, nuestro Superior y Administrador,
mediante la manifestación de divina supremacía espiritual, sufriendo voluntariamente la muerte y
demostrando la completa recuperación de la vida». Hay aquí un grave error exegético al
interpretar a Jesús como el agente de su identificación como el Hijo de Dios mediante la
«manifestación de divina supremacía espiritual», cuando en realidad Dios es el agente primario. A
su vez, la traducción de «Señor» por «Superior y Administrador» es totalmente impropia de su
personalidad y «sufriendo voluntariamente la muerte» resulta una adición injustificada.

Lo que es aun más cuestionable en esa traducción es el hecho de fallar seriamente en cuanto a
reflejar el espíritu y el tono de la Epístola a los Romanos.

Esta carta revela un profundo interés personal por la vida espiritual de la comunidad cristiana
de Roma. La pomposidad verbal simplemente nada tiene que ver con el ministerio de Pablo, pues
deliberadamente evitaba las palabras altisonantes y eligió basar sus argumentos en el poder del
Señor crucificado y resucitado. Los traductores no deben aspirar a reescribir el texto, sino a
reproducir el espíritu y el significado del documento original. En su empeño procuran conservar en
lo posible las formas originales, siempre y cuando ello no conduzca a una deformación grave del
contenido.

La dimensión de la forma
La dimensión de la forma alude a las categorías de transliteración, estructuras morfológicas,
estructuras de la frase, recursos retóricos, versos métricos, lenguaje figurado, estructura discursiva
y géneros literarios. Puede considerarse como un continuum que va desde los grupos de rasgos
más obligatorios y formalmente condicionados hasta los más facultativos y menos condicionados.

Cuando alguien se ocupa de niveles como la transliteración, no vacila en hacer adaptaciones


radicales, pues las estructuras son casi por completo arbitrarias y su carga semántica es mínima.
Sin embargo, no se cambia de modo significativo el género literario de una comunicación porque
éste es en sí portador de mucho sentido y tiene muchas más estructuras paralelas en diferentes
idiomas.

En cuanto a las estructuras morfológicas, aquí la necesidad de adaptación se hace menor,


aunque no se vacila, casi, en hacer numerosos ajustes, pues muchos de los cambios morfológicos
son obligatorios y las modificaciones no representan notables alteraciones de significado. Aunque
en grado menor, lo mismo vale para los cambios en la estructura de la frase.

Los rasgos de los mecanismos retóricos, los versos métricos y el lenguaje figurado implican
menos adaptación, pues se intenta conservar en lo posible sus valores formales; es decir, su
impacto. Siempre que se necesiten cambios, se debe poner algún empeño en compensar cualquier
pérdida acudiendo a otros efectos retóricos que correspondan.
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La necesidad y las posibilidades de adaptación se reducen mucho más todavía cuando se
abordan los planos de la estructura discursiva y el género literario. En principio, deben rechazarse
las alteraciones o transposiciones extensas, pues inevitablemente conducen a notables cambios
de sentido y violan las unidades formales más extensas que dan cuerpo al propósito de la
comunicación original. En virtud de los rasgos especiales de la fuente y el idioma receptor, en el
caso de ciertos textos el orden de los rasgos de la dimensión formal puede justificar determinados
cambios. No obstante, el principio fundamental sigue en pie: conforme se va de las estructuras
más restringidas y menos significativas hacia las más inclusivas y cargadas de sentido, va
disminuyendo significativamente el grado en que los cambios formales son aconsejables y
necesarios.

EL CONTENIDO DEL MENSAJE

El contenido de un mensaje es lo que tradicionalmente se ha considerado como su significación.


No obstante, puesto que el significado de cualquier mensaje está íntimamente ligado a los
presupuestos y valores culturales de una sociedad, es necesario estudiar el contenido desde el
punto de vista de cómo las culturas de la lengua fuente y de la lengua receptora interpretan y
evalúan hechos, objetos, abstracciones y relaciones.

Sin embargo, sería erróneo abordar la dimensión del contenido simplemente como otra
manera de hablar del «significado». Como ya se anotó en el capítulo 3, los diversos rasgos
formales de los mensajes también pueden tener diferentes significados. Por supuesto, el
contenido de un mensaje parece estar más estrechamente relacionado con lo que en general se
concibe como «el significado de un enunciado», pero al describir la significación del contenido, no
hablamos sólo de los significados de palabras u oraciones individuales. También nos referimos a
los significados de los eventos y objetos que son elementos integrantes del contenido. En cierta
forma, se trata de un significado en un nivel superior de significación.

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Por ejemplo, el significado literal de Lucas 22.52–54 es que Jesús se negó a luchar contra los
que venían a arrestarlo en el Huerto de Getsemaní o a huir de ellos. Nosotros interpretamos este
hecho esto es, le damos un sentido de nivel superiorcomo la negativa de Jesús al empleo de la
fuerza. Sin embargo, en otras culturas puede que se aplique un conjunto de presuposiciones
completamente diferentes y que se obtengan resultados absolutamente distintos. Entre los
guaicas de Venezuela, para citar un caso, este tipo de comportamiento es prácticamente
inconcebible. Ciertamente, cualquier hombre guaica sería visto como cobarde o falto de juicio si
no se defendiera o cuando menos intentara escapar.

De modo parecido, el que Jesús haya sanado al ciego Bartimeo (Marcos 10.46) nos parece una
maravillosa bendición. Pero un escritor budista interpretó esta historia como una maldición,
argumentando que, después de haber recobrado la vista, aquel hombre fue capaz de ver toda la
fealdad y la miseria de la existencia humana. Sólo un conjunto de presupuestos tan diferente
como el del budismo tradicional, puede hacer posible una interpretación tan distinta del
contenido de nivel superior.

Desde el punto de vista de las dificultades afrontadas por los traductores en el tratamiento de
rasgos culturalmente diferentes, los principales problemas son:

1. Términos cero,

2. hechos u objetos figurados o ilustrativos y

3. hechos y objetos históricos.

La distinción de (2) y (3) resulta muy importante cuando se trabaja con el texto bíblico, puesto
que las Escrituras hacen tanto énfasis en los hechos específicos históricos de Dios. Así, por
ejemplo, la alusión al asno que le habló a Balaam (Números 22.28–30) es muchísimo más
importante como elemento de contenido que la referencia figurada a ese mismo animal en la
descripción de Isacar, cuando en Génesis 49.14 se compara la fuerza de éste con la de un asno.

Por la misma razón, debe concederse un peso diferente a los hechos y objetos que tienen
importancia religiosa especial, en contraste con aquellos de carácter esencialmente mundano. Por
ejemplo, en el mensaje bíblico el sacrificio tiene una importancia mucho mayor que el tipo de
liderazgo comunal basado en un grupo de ancianos que se autoperpetúa.

Con base en estos diferentes tipos de contenido y su peso relativo en el sistema de


prioridades, los principales rasgos del contenido pueden representarse mediante el siguiente
esquema:

1. Acontecimientos históricos específicos con significación religiosa.

2. Acontecimientos históricos y patrones generales de comportamiento sin especial


significación religiosa.

3. Hechos y objetos figurados o ilustrativos.

4. Nombres propios: personas y objetos geográficos.

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5. Préstamos nuevos para singularidades culturales.

En el caso de los rasgos formales abordados en el capítulo 4, parece mejor comenzar con
aquellos en los cuales las modificaciones podrían hacerse más fácilmente y avanzar poco a poco
hacia aquellas estructuras formales que son más difíciles de modificar. Sin embargo, en el caso del
contenido, parece más conveniente iniciar con los rasgos que pueden ser cambiados en menor
medida y luego continuar con los que pueden ser alterados con mayor facilidad.

Hechos historicos especificos con significacion religiosa


Aunque ciertos hechos históricos en las Escrituras podrían originar considerables equívocos por
haber conjuntos de presuposiciones muy diferentes con respecto a su validez y significado, el
traductor no está autorizado para modificar lo que según el texto ha ocurrido. Por ejemplo, el que
Jesús fuera circuncidado al octavo día de su nacimiento, en algunas sociedades se interpreta no
sólo como una manera espantosamente cruel de tratar a un recién nacido, sino también como
algo sin sentido, pues se piensa que tal práctica sólo puede aplicarse a quienes hayan alcanzado la
pubertad. En relación con el culto a la fertilidad, la circuncisión es vista como simbólicamente
pertinente, pero resulta incomprensible en tanto operación que se haga a los infantes.

Aunque los traductores no puedan cambiar los sucesos del relato bíblico, sí deberían
introducir alguna nota marginal que explique el significado de la circuncisión como un rito que
alude a la participación en el pacto de Dios con Israel. Aquí podrían ser de utilidad las referencias
cruzadas a otros pasajes de la Escritura en que se menciona y explica la circuncisión. Por lo demás,
resulta particularmente útil consignar unas pocas palabras explicativas en un índice o glosario.

Lo anterior no significa que toda aparición de la palabra «circuncisión» deba tratarse como
referencia específica al suceso histórico. En algunos contextos, el vocablo alude a «los judíos» y
generalmente así debería traducirse. En otros contextos, una frase como «circuncidado del
corazón» puede verterse como «dispuesto de corazón» o «consagrado de corazón». En estos
contextos, los términos «circuncisión» o «circuncidado» se usan en sentido figurado y no es
obligatorio tratarlos de la misma manera que cuando se refieren a un suceso histórico específico.

Algunas personas pueden ver ciertos eventos específicos como hechos sin particular
significación religiosa, mientras que otras ven en ellos implicaciones religiosas importantes. El que
Jesús hiciera vino en las Bodas de Caná es precisamente ese tipo de evento. Sin embargo, ya sea
que se interprete o no el suceso como una prefiguración de la Eucaristía, lo que importa es
representar con exactitud los detalles del evento.

No se puede, en favor del movimiento pro temperancia, alegar que Jesús hizo «jugo de uva sin
fermentar» en vez de «vino». Los intentos de algunos para sostener que el vino mencionado en el
Nuevo Testamento era simplemente agua caliente vertida sobre pasas no pueden ser
fundamentados por las pruebas lingüísticas, históricas o arqueológicas.

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Unidas.
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Hechos históricos y patrones generales de conducta sin especial
significación religiosa
Además de los numerosos acontecimientos históricos particulares que tienen una significación
religiosa importante, existen múltiples modelos generales de comportamiento que poseen ciertas
implicaciones religiosas. Sin embargo, podrían parecer perversos, irracionales o sin sentido a la luz
de las presuposiciones de algunas culturas receptoras.

Por ejemplo, en algunas sociedades los leprosos no son excluidos de las relaciones
interpersonales normales y, en consecuencia, la exclusión de leprosos mencionada en algunos
relatos bíblicos parece totalmente inhumana. Para que los lectores comprendan algunas de las
reglas concernientes a los leprosos, es importante que se añadan acotaciones marginales o un
glosario que explique el punto de vista de la Biblia.

La «impureza» atribuida a las mujeres en período de menstruación es, del mismo modo,
seriamente cuestionada en sociedades que perciben la menstruación como un símbolo de
fertilidad y no como un signo de «intocabilidad». Igual ocurre con las prohibiciones relativas a los
alimentos. Considerar «impuro» determinado alimento resulta particularmente arbitrario y sin
sentido en sociedades donde las personas han prosperado como consecuencia de comer
precisamente ese alimento.

Consecuentemente con lo anterior, para ayudar al lector a comprender las presuposiciones


subyacentes en la relación bíblica puede hacerse necesaria alguna explicación mediante glosario y
abundantes referencias cruzadas. Pero en ningún caso debería el traductor cambiar el texto a fin
de adecuarlo al punto de vista de la cultura receptora. El traductor debe dar a conocer de un
modo consecuente el punto de vista bíblico, por cuanto éste forma parte del marco cultural total
de la Biblia.

Aunque ciertos sucesos históricos particulares no conciernan a temas importantes del mensaje
bíblico, uno no está autorizado para cambiar el carácter que tales hechos ofrecen en el relato
bíblico. Pese a que Mical se burló de David por haber bailado desnudo delante del Señor (2 Samuel
6.20), no puede alterarse el relato, como quería un traductor, para que diga que lo había hecho en
paños menores.

Quizá alguno quiera cuestionar el hecho de que el asno de Balaam realmente haya hablado.
Sin embargo, ningún traductor fidedigno haría que el pasaje insinuara que si bien Balaam creyó
que su asno había hablado, en realidad no había sido sino la voz de la conciencia.

Algunos acontecimientos históricos parecen tener para nosotros significados obvios, pero para
personas de otras culturas pueden carecer completamente de sentido. Cuando Pilato pidió agua
para lavarse las manos, simbolizaba de esa manera que no se hacía responsable de la muerte de
Jesús. Nosotros captamos de inmediato el simbolismo del acto de Pilato: quitarse la mancha de la
culpa. No obstante, ese acto puede carecer de sentido en otras culturas. En consecuencia, para
aclarar el significado de la acción de Pilato puede que se requiera alguna nota explicativa.

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De manera similar, la práctica de echar suertes, a la cual frecuentemente se hace referencia en
las Escrituras, es completamente desconocida para algunas culturas receptoras y, en tal caso, se
impone algún tipo de explicación marginal.

En algunos casos, los traductores se han mostrado reacios a emplear las descripciones bíblicas
de acontecimientos, pues éstas parecían implicar significados contrarios. Es el caso de la
predicción de Jesús de que vendría «sobre las nubes», la cual puede tener un sentido
completamente diferente en algunas partes del Oriente. Allá solo se asocia con las nubes a los
alborotadores.

De igual manera, en la India algunos traductores han argumentado que sería preferible decir
que Abram mató para los visitantes celestiales una oveja gorda en vez de un ternero. Esto porque
ahí existen prejuicios muy difundidos contra el consumo de carne de res. Sin embargo, no se
puede adaptar culturalmente el texto de esa manera sin correr el riesgo de deformar el relato.

Hay quienes se interesan menos en los acontecimientos del texto bíblico que en hechos que
no están específicamente anotados. Por ejemplo, en Marcos 9.14, el texto dice que los maestros
de la ley discutían con los discípulos. Un editor insistió en que los traductores debían indicar por
qué estaban discutiendo. Más aun, quería saber qué hacían ahí los maestros. Además, puesto que
los discípulos no respondieron a la pregunta de Jesús: «¿Qué están ustedes discutiendo con
ellos?», el editor insistió en que se insertara alguna respuesta.

Estos son, sin embargo, aspectos de los acontecimientos que el escritor decidió omitir del
texto, y un traductor bíblico no está en condiciones de intercalarlos. Volviendo al caso anterior,
obsérvese que, en primer lugar, no sabemos lo que Marcos habría introducido si lo hubiera creído
pertinente. Lo que sí resulta significativo es que evidentemente no consideró esencial para su
propósito incluir esa información y, por tanto, la omitió.

El traductor debe hacer lo mismo que Marcos. En cualquier relación de un suceso existen
siempre numerosos elementos que podrían añadirse, pues jamás ninguna descripción es
completa. La selección es uno de los rasgos esenciales de todo discurso y aunque los traductores
podrían no estar de acuerdo con lo que el autor original consideró digno de registrarse, están
obligados a aceptar las limitaciones de la primera selección. La selección es siempre una
prerrogativa del autor.

Sin embargo, en algunas circunstancias podrían presentarse problemas con la secuencia del
pensamiento, lo cual podría remediarse de manera sucinta sin recurrir a la inserción injustificada
de información adicional. Por ejemplo, Hechos 1.12 y 13 dice que los discípulos, «después de
entrar en Jerusalén, subieron al aposento donde se alojaban». Pero esta afirmación puede parecer
muy confusa en ciertas lenguas, pues implicaría que Jerusalén era una especie de edificio o que la
ciudad era una colección de habitaciones antes que un conjunto de casas. Por eso, resultaría más
natural decir: «Entraron a la ciudad de Jerusalén y subieron a la habitación de una casa donde
vivían». Este tipo de complemento mediante los llamados clasificadores, tales como «ciudad» y
«casa», es algo muy diferente de intercalar información completamente nueva.

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La Parábola del Sembrador es en extremo significativa para muchos orientales. Sin embargo,
resulta absolutamente desconcertante para quienes no estén familiarizados con el método de
siembra al voleo. Ahí donde sólo se conoce la siembra con plantador, parece inconcebible que
alguien intente cultivar algo sobre un sendero o espere que las plantas crezcan si no hay suficiente
profundidad en el suelo. El disparate de tirar semillas en un sendero, sobre terreno rocoso o entre
matorrales espinosos confunde tanto a algunos lectores que no logran captar el significado de la
narración.

Por otra parte, no se puede eliminar el proceso de siembra y sustituirlo por el de plantar. De
este modo, la parábola perdería una parte considerable de su significación. En este pasaje debe
conservarse la siembra al voleo aunque se haga necesario explicar la naturaleza de tal método. En
muchos casos es de gran utilidad disponer de un cuadro que ilustre ese procedimiento. Aunque
esto no siempre logrará persuadir a los receptores de que la práctica descrita en la Biblia es
sensata de todos modos la mayoría piensa que los usos de los extranjeros son raros e ineficaces sí
proporcionará algunas bases para comprender el texto de la parábola.

Para ciertas culturas, podría ser necesario explicar la presencia de «flautistas» o «músicos» en
un funeral (Mateo 9.23), pues hay sociedades en las cuales esto podría significar que los
«dolientes» se alegraban de que la persona hubiera muerto. También podría necesitarse alguna
nota marginal para explicar la importancia de la «puerta» de la ciudad, no como el lugar por donde
se entra y se sale, sino como el centro de los negocios, de las actividades jurídicas y de las
reuniones de ancianos, equivalente en otras culturas a la «plaza de la ciudad».

También, casi siempre se requiere alguna explicación para las referencias al uso de vestidos de
cilicio (una tela áspera) y cenizas como símbolos de duelo. Igualmente, a la prohibición de «cocinar
el cabrito en la leche de su madre» (Deuteronomio 14.21) puede dársele algún sentido explicando
que probablemente aludía a la práctica de un culto a la fertilidad.

Para algunas sociedades, la severa exhortación a que los judíos no se casen con extranjeros es
comprensible, pues son numerosas las sociedades endogámicas, es decir, sociedades en las que se
prohíbe casarse con personas que vengan de otros grupos sociales. Para otros pueblos, estas
rígidas restricciones para casarse con extranjeros que viven en la misma región, pueden requerir
alguna explicación y referencia cruzada.

Cuando una traducción atañe a hechos históricos ya sean eventos específicos o modelos de
comportamiento habituales cuyo significado puede desorientar o confundir, es importante dotar
al texto de algún auxilio marginal que ayude al lector a comprender mejor cómo percibían los
mencionados sucesos los receptores originales del mensaje.

Los traductores no pueden alterar los acontecimientos. Sin embargo, un uso sensato de la
identificación clasificatoria y de información complementaria ya sea en el margen, el índice, el
glosario o mediante las referencias cruzadas, puede proveer algunas bases para una comprensión
más satisfactoria.

Referencia figurada o ilustrativa a hechos u objetos


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En contraste con el tratamiento de acontecimientos históricos reales, la referencia figurada o
ilustrativa a hechos u objetos impone el uso de principios y procedimientos de traducción algo
diferentes. Como se apuntó más arriba, es necesario referirse concretamente a la circuncisión
cuando el texto habla de un sujeto particular que es circuncidado. Pero cuando se trata de un uso
puramente figurado de «circuncisión», se podría cambiar la figura por un equivalente no figurado,
máxime si la figura original no es inteligible en la lengua receptora.

De igual manera, en los pasajes que hablan del derramamiento de sangre en el altar, hay que
emplear el equivalente literal de «sangre». Pero cuando las Escrituras hablan de que el cristiano es
«salvado por su [de Cristo] sangre», puede traducirse «salvado por su muerte» o «salvado por su
muerte sacrificial», pues «sangre» es un sustituto figurado de «muerte». Sin embargo, algunas
personas opinan que el término «sangre», por estar ligado al sistema de sacrificio, posee
connotaciones religiosas tan importantes que debería mantenerse a toda costa. Según ellos,
debería emplearse la expresión «salvado por el hecho de haber derramado Cristo su propia
sangre».

En determinados contextos, pueden presentarse diferencias de opinión significativas respecto


de la naturaleza figurada de ciertos términos. Es el caso de Génesis 1, donde algunos han insistido
en que «día» debe traducirse por «eón» en virtud de la evidencia geológica de nuestro tiempo. No
obstante, traducirlo de esa manera le privaría de sentido a cualquier referencia al «séptimo día».
Relatos como el de Génesis 1 deben tener coherencia interna, aunque en un nivel superior se
desee interpretarlos en términos simbólicos.

Al igual que en el caso de acontecimientos históricos, también podrían presentarse opiniones


divergentes en relación con el alcance simbólico o el significado religioso de ciertos usos figurados.
Por ejemplo, «pasa de mí esta copa» (Lucas 22.42) puede ser comprendido simplemente como
«sálvame de esta experiencia» o «no permitas que pase este sufrimiento». Otras personas, en
cambio, piensan que «copa» es una alusión a la Eucaristía y, por tanto, sienten que el símbolo
debe mantenerse. Si fuera necesario, podría explicarse en una nota al pie o bien en el propio texto
se podría traducir «copa» por «copa de sufrimiento».

Las expresiones usadas en los votos por ejemplo «Te juro por Dios» (2 Samuel 2.27) y «delante
de Dios» (Gálatas 1.20) deben considerarse como expresiones figuradas con significado religioso
especial y su versión en las lenguas receptoras puede diferir bastante. Por ejemplo, en 2 Samuel
2.27, puede ser deseable el empleo de «tan seguro como que Dios vive» o «tan cierto como que
Dios existe», o incluso «prometo ante Dios mismo» o «Dios mismo está escuchando lo que digo y
por eso puedes estar seguro de que es verdad». Esta última traducción también sería apropiada en
Gálatas 1.20, pues Pablo está haciendo una afirmación enfática.

En razón de las diferencias obvias entre las culturas en cuanto a ecología y artefactos, muchas
personas concluyen que la traducción es imposible. ¿Deberían emplearse las imágenes «blanco
como la nieve» o «blanco como la lana» con quienes nunca han vista la nieve o sólo conocen la
lana grisácea o café? El que Jesús haya dicho que no se debe remendar ropa vieja con tela nueva
podría parecer bastante extraño en lugares donde es práctica común. En efecto, la ropa puede
estar tan recubierta de parches que es casi imposible determinar cuál era la tela original del
vestido.
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Sin embargo, la verdad es que los problemas del sentido figurado o ilustrativo no son tan
complejos como parecen, y pueden resolverse de varias maneras, según el grado de paralelismo
formal y funcional entre los respectivos objetos o acciones (esto es, entre las culturas fuente y
receptora) y según el uso común en la lengua receptora.

El primer tipo de adaptación formal implica pasar de la forma o significación más específica a
la más genérica. Por ejemplo, puede ser que en una cultura no haya piedras de molino, pero
siempre puede hablarse de «atarse una pesada piedra al cuello y lanzarse al mar». En el caso de
«blanco como la nieve», puede emplearse una expresión genérica no figurada tal como «muy muy
blanco». La expresión «quitaré yo mi carne con mis dientes» (Job 13.14) puede convertirse en
«estoy dispuesto a arriesgar mi vida». La frase «ceñid los lomos de vuestro entendimiento» (1
Pedro 1.13) puede verterse, por su parte, como «tengan la mente lista para la acción». «Lavarles
los pies a los santos» puede traducirse como «ser hospitalario con los creyentes», aunque en esta
expresión pueda darse el matiz de «humilde servicio». Por supuesto, en Juan 13.5, donde Jesús
lava los pies a sus discípulos, no puede emplearse una expresión tan genérica, pues en este
contexto la referencia se hace a un acontecimiento específico.

En determinados casos, la traducción literal es impracticable en razón de valores simbólicos


especiales asociados con ciertos objetos culturales. Así, por ejemplo, en la cultura balinesa la
víbora es considerada como una serpiente del paraíso y, en consecuencia, «generación de
víboras» (Mateo 3.7, 12.34; 23.33; Lucas 3.7) difícilmente constituiría una censura. Sin embargo,
es viable comunicar el sentido de esta frase mediante la sustitución por un término más genérico;
por ejemplo, «sabandijas».

En algunas circunstancias resulta posible conservar el uso figurado, aun cuando resulte
extraño, si se identifica su función añadiendo alguna expresión genérica. Por ejemplo, «unges mi
cabeza con aceite» (Salmos 23.5), puede traducirse como «me das la bienvenida ungiendo mi
cabeza con aceite». Sin embargo, en otros contextos, «ungir con aceite» puede verterse como
«nombrar» o «encargar», si ese es el significado ahí. No obstante, se puede conservar algo de la
frase original y añadir lo que se llamaría un clasificador definitorio; por ejemplo, «nombrar
poniendo aceite sobre la cabeza».

Otra forma de resolver el problema de las expresiones figuradas que no son comprensibles en
la lengua receptora consiste en variar tales expresiones de metáforas a símiles. En lugar de
«cachorro de león, Judá» (Génesis 49.9), puede decirse «Judá es como un joven león». «Ustedes
son la sal de la tierra» (Mateo 5.13) puede verterse como «Ustedes son como la sal para toda la
humanidad».

Cuando el objeto o evento del texto de la lengua fuente es relativamente similar en forma y
función a un objeto o evento correspondiente de la cultura de la lengua receptora, a menudo se
puede sustituir uno por otro. Por ejemplo, en algunas partes de África, el «banquillo real» es
equivalente a «trono» y «nieve» puede sustituirse por «escarcha». Del mismo modo, en algunos
contextos «lobo» puede traducirse como «chacal» o «animal semejante a la hiena».

En ciertas regiones, de acuerdo con el contexto, «yugo» es equivalente a «mecapal» (una


banda trenzada que se coloca en la frente y se usa para transportar carga pesada), pero en otras
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partes del mundo el equivalente más cercano podría ser «alforjas». Aunque estos términos serían
apropiados como traducción de «yugo» en Mateo 11.29, por supuesto, serían completamente
inadmisibles al hablar de «yugos» en relación con bueyes, en cuyo caso puede requerirse algún
equivalente descriptivo, así como una nota marginal.

Sin embargo, pueden suscitarse numerosos problemas a la hora de hacer ciertas sustituciones.
Si los objetos sólo tienen paralelismo funcional pero carecen de toda semejanza formal, pueden
encontrarse serias objeciones, sobre todo por parte de los receptores más educados, quienes
argüirán que la traducción es incorrecta. Por ejemplo, algunos traductores han utilizado «jabalí»
por «león» y, aunque en ciertos contextos figurados quizá sea aceptable, resulta problemático en
otros. Tal es el caso de Judá en tanto «jabalí» (Génesis 49.9), que suscita la cuestión de los
animales sucios y limpios con todas las asociaciones derivadas.

Cierto traductor sustituyó «oveja» por «caballo» en una traducción dirigida a indígenas de
Canadá que eran amantes de los caballos. Sin embargo, sus colegas misioneros le objetaron
fuertemente su versión y, por su parte, los indígenas la rechazaron de plano por considerarla
paternalista. En regiones donde los camellos son desconocidos, algunos traductores han intentado
sustituirlos por los búfalos de agua. Pero hacer esto en forma consecuente conduce al disparate,
pues resulta difícil imaginar dos animales más disímiles que el camello y el búfalo de agua tanto en
lo concerniente a la forma como en lo relativo al medio. Cuando las formas y las funciones de los
objetos son demasiado divergentes, resulta mucho mejor pasar de la expresión figurada a la no
figurada o introducir términos prestados sobre todo si los mismos términos se necesitan en otros
contextos no figurados y explicarlos luego en un glosario.

Se dan, no obstante, situaciones en las cuales las expresiones figuradas de una lengua tienen
equivalentes figurados en otra. Por ejemplo, la descripción de la enorme riqueza de Judá mediante
la expresión «Lavó en el vino su vestido» (Génesis 49.11) encuentra un paralelo cercano en shilluk:
«lavar sus ropas en aceite». Por supuesto, estas expresiones no deben interpretarse literalmente
ni en hebreo ni en shilluk. Se trata sólo de una forma idiomática de describir la riqueza por medio
de una imagen de consumo aparatoso y derrochador.

La cláusula «crujían los dientes contra él» (Hechos 7.54) en algunas lenguas se entiende
literalmente como «masticarlo». A veces puede encontrarse un modismo paralelo, como en el
yao: «les picaban los dientes», que significa que estaban ansiosos por destruirlo. El modismo
«Desataste mi cilicio» (Salmos 30.11) debe traducirse en la lengua bamileke como «tomaste de mi
mano el bolso de duelo», pues en la sociedad bamileke las mujeres normalmente se cuelgan del
brazo un bolso de rafia para indicar el luto. Esto no significa, sin embargo, que en todos los
contextos «cilicio» pueda traducirse por «bolso de duelo». Simplemente, en algunos contextos
figurados resulta aceptable esta figura paralela.

Hasta cierto punto, la aceptabilidad de figuras retóricas sustitutas depende de la perspectiva


cultural sobre correspondencias literales. Por ejemplo, en balinés no parece haber razón que
impida traducir 2 Timoteo 2.4 como «ningún guerrero lleva una bolsa de mercado», lo cual sería
una versión figurada de una expresión más prosaica: «involucrarse en los asuntos civiles».

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No obstante, en algunas lenguas se presentarían serias dudas en torno a la traducción de
Mateo 23.24 («coláis el mosquito y tragáis el camello») si se tradujera del siguiente modo: «quitáis
la paja, pero dejáis una vaca muerta en la charca». Las dos expresiones son equivalentes
funcionales; sin embargo, cada una representa un conjunto de circunstancias tan heterogéneas
que las personas culturalmente inseguras probablemente sostendrían que el traductor había
distorsionado el mensaje.

Traducir la frase de Job 13.14, «quitaré yo mi carne con mis dientes» como «voy a arriesgar mi
vida» (VP) resulta mucho más aceptable, pues tal versión no parece implicar mayor desviación ni
tampoco depender en exceso de las peculiaridades de la cultura local.

Cuando en determinada sociedad se manifiesta una marcada tendencia hacia lo literal, sobre
todo si esa tendencia ha sido muy reforzada por ciertas formas de enseñanza bíblica, debe
observarse gran prudencia a la hora de introducir figuras sustitutivas. Cuando éstas se emplean
para dar sentido a expresiones que de otra manera serían disparatadas o equívocas, puede ser útil
agregar en el margen una versión literal de la frase en la lengua fuente.

Nombres propios
Podría parecer fuera de lugar hablar de nombres propios en una sección dedicada al contenido,
pues es justamente la falta de contenido lo que caracteriza a los nombres propios. Sin embargo, la
evidente falta de contenido trae consigo numerosos problemas, ya sea a causa de semejanzas
casuales o porque tales términos tengan mayor significación en la lengua original que en la
receptora.

En el préstamo de nombres propios siempre se debe estar alerta ante la posibilidad de que la
forma transliterada se parezca a alguna palabra de la lengua receptora que tenga un significado
completamente inaceptable. Si se diera tal caso, sería preciso hacer algún ligero ajuste en la forma
del nombre a fin de evitar cualquier interpretación errónea.

El traductor debe tener en cuenta que en particular los nombres hebreos con frecuencia
poseen significados connotativos importantes y que, de hecho, a menudo fueron asignados para
conmemorar algún hecho relacionado con el nacimiento de la persona o como una predicción de
su futuro papel. Cuando el sentido de un pasaje depende de la etimología literal de un nombre, es
de particular importancia que se agregue la información suplementaria correspondiente.

En algunos casos, el texto mismo proporciona tales datos, pero es mucho más frecuente que
las relaciones no sean lo suficientemente específicas y las explicaciones textuales deben ser
complementadas con ayudas marginales. Véanse, por ejemplo, las típicas notas marginales a
propósito de Adán, Caín, Abel, Set, Abraham, Jacob, Esaú e Ismael.

Puesto que en ciertas culturas el significado de los nombres es muy evidente y constituye un
rasgo importante, algunos traductores misioneros han llegado a la conclusión de que sería mejor
verter todos los nombres que presuntamente tengan etimologías claras. En consecuencia, en vez
de transliterar Jacob como nombre propio, se emplearía como equivalente un término autóctono
que signifique «estafador». Esta no es, sin embargo, una salida legítima. En primer lugar, se hace
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así una distinción muy tajante entre nombres que tienen etimología y nombres que carecen de
ella. Luego, este procedimiento sugeriría que los personajes bíblicos eran miembros de la sociedad
de la lengua receptora antes que pertenecientes a una cultura completamente diferente. En tercer
plano, el nombre tendría una referencia constante a una relación o a un papel antes que a la
persona particular, lo cual tendería a deformar la función de aquél.

En el caso en que se presenten variantes formales del nombre de una persona o diferentes
nombres para un mismo sujeto, las variantes deberán reproducirse en una sola forma. Por
ejemplo, en hebreo a veces se presenta confusión entre las letras d y r, lo cual trae como resultado
que una misma persona pueda ser llamada al mismo tiempo con un nombre que tiene la d y en
otros contextos con el que tiene la r. Igualmente, aquellos personajes del Antiguo Testamento a
los que se hace referencia en el Nuevo Testamento deberían tener en ambos textos una misma
forma del nombre.

En el tratamiento de los nombres propios de carácter geográfico, puede ser de gran utilidad el
empleo de clasificadores, sobre todo cuando es la primera vez que aparece la palabra. De tal
modo, debe hablarse de «la ciudad de Jerusalén» en vez de simplemente «Jerusalén» o del «río
Jordán» en lugar de sólo «el Jordán». El uso de tales clasificadores no añade ninguna información
al texto. Es sólo un medio de ayudar al nuevo lector a comprender algo del significado de las
palabras vacías.

Con bastante frecuencia es posible traducir la parte genérica de ciertos nombres de lugar y
obtener así el resultado de los clasificadores. Por ejemplo, Kiriat-arba puede verterse como
«ciudad de Arba» y Kiriat-jearim puede verterse como «ciudad de Jearim». En otros casos, resulta
viable traducir un nombre propio, lo cual lo hace aún más significativo. Por ejemplo, Ramatlehi
puede traducirse como «Colina de la Quijada» y Alón-Bacut como «Roble de los Lamentos».

Nuevos préstamos para particularidades culturales


Si se toma en préstamo un término para «camello», es posible añadir un clasificador y obtener la
forma «un animal llamado camello». Inmediatamente, esto señala al lector que se trata de un
animal y en numerosos contextos prácticamente eso es lo que se necesita (por ejemplo, Marcos
1.6). Para todos los nuevos préstamos es fundamental incluir alguna frase descriptiva en el
glosario o índice. En casos como el del «camello» resulta, además, de gran utilidad el empleo de
dibujos.

En el préstamo de palabras como «rubí», «amatista», «topacio» y otros afines, también se


puede emplear clasificadores; por ejemplo, «una piedra preciosa llamada rubí» o «una joya de
rubíes». En un contexto como el de Apocalipsis 21.19–20 es posible traducir «todas las clases de
piedras valiosas» y luego, si la lengua receptora tiene términos suficientemente precisos, usar
designaciones de color. La verdadera forma de los nombres podría ser luego introducida en el
margen, si acaso resultara necesario.

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Al introducir nuevos préstamos, deben siempre tenerse en cuenta los términos ya existentes
en la lengua, ya sean palabras autóctonas u otros préstamos previos de la misma palabra o un
término similar.

En una lengua de Filipinas, para designar al «lobo» se tomó el término español «lobo». Pero,
previamente la palabra española «globo» se había tomado en préstamo y se había transformado
en lobo. Ahora bien, los hablantes de esa lengua podían percibir que la expresión del Nuevo
Testamento «globos cubiertos con piel de ovejas» tenía más sentido que «lobos cubiertos con piel
de ovejas», sobre todo porque lobo en el sentido de «globo» era muy conocido mientras con el
sentido de «lobo» se usaba muy poco.

A fin de evitar los préstamos, algunos traductores han utilizado equivalentes descriptivos. Ellos
pueden resultar de enorme utilidad. Por ejemplo, un «ancla» sería «una pesada pieza de hierro
para impedir el movimiento del barco» y una «tienda de campaña» sería una «vivienda hecha de
tela».

EL DESCUBRIMIENTO Y EL ANÁLISIS DE
PROBLEMAS

Tener conciencia de las dificultades es quizá lo más importante en la búsqueda de soluciones para
los problemas concernientes a la forma y el contenido. La mayor parte de los problemas quedan
sin solución porque los traductores no se dan cuenta cabal de ellos. De hecho, el conocimiento de
la dificultad generalmente significa ya gran parte de su resolución. Sin embargo, darse cuenta de
los problemas de forma y contenido depende en gran medida de la formación de los traductores y
de sus actitudes mentales.

Las diferentes bases culturales de los traductores


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A partir de la conciencia que tengan de las dificultades propias de la traducción, en términos
generales los traductores bíblicos pueden distribuirse en cuatro clases. Ellas comprenden dos
conjuntos de subclases paralelas, de los cuales uno corresponde a los misioneros y el otro a los
nacionales. Como es evidente, cualquier clasificación exhaustiva debería tomar en consideración
las diferencias existentes dentro de cada clase; no obstante, nuestra sumaria clasificación resulta
apropiada al objetivo de llamar la atención hacia ciertos problemas.

Los traductores misioneros difieren mucho unos de otros en cuanto a la sensibilidad que
tengan ante los obstáculos propios de su tarea. Ello depende esencialmente de su grado de
identificación con la lengua y la cultura receptoras y no de su conocimiento de los textos y el
entorno cultural de la lengua fuente, aunque a este respecto también pueden darse diferencias
notables.

Si los traductores misioneros tienden a evaluar en forma negativa al pueblo receptor, tanto en
lo referente a su lengua como en cuanto a su cultura, muy probablemente resultarán ciegos ante
los obstáculos de comunicación, pues tenderán a considerar cualquier cosa autóctona como
«manchada por el pecado» o «poseída por Satanás». En el otro extremo, encontramos algunos
misioneros con una actitud tan romántica ante los rasgos exóticos de la lengua y la cultura en la
cual trabajan que, a todo costo, quieren conservarlo todo.

El traductor misionero que evita la actitud romántica ante la lengua receptora y rechaza el
paternalismo y las apreciaciones negativas tajantes al evaluar la cultura de la lengua receptora, se
hallará en una posición mucho mejor para reconocer los problemas reales de comunicación entre
la lengua fuente y la receptora. De tal manera, tendrá mayor criterio para encontrar soluciones
apropiadas.

Los traductores nacionales también se agrupan en dos clases: los que muestran inseguridad
respecto de su propia lengua, y los que no exhiben tal conducta. Los traductores nacionales que
han sido «enajenados» de su propia cultura, a menudo topan con grandes obstáculos en la
búsqueda de soluciones correctas para los problemas de traducción. Habiendo sido educados casi
exclusivamente en una lengua extranjera y habiendo presumido generalmente la superioridad de
la cultura ligada a ella, este tipo de traductor se inclina a ser incluso más prejuiciado contra la
lengua receptora que la mayoría de los misioneros extranjeros. Puesto que con toda probabilidad
piensan en la lengua extranjera antes que en la propia lengua materna, esos traductores pueden
de manera completamente inconsciente trasladar a su idioma muchas ideas, casi palabra por
palabra, sin advertir que están empleando formas de expresión que no son nada naturales. Más
aún, a menudo les resulta difícil a tales personas aceptar el consejo de aquellos compatriotas que
tienen una limitada educación formal en la lengua extranjera que dominan ellos.

Existen, sin embargo, traductores nacionales que en su juventud pueden haber sido
enajenados de su propia cultura, pero que por una u otra razón invirtieron completamente sus
actitudes, incluso al extremo de percibir su herencia autóctona de una manera tan romántica
como la de ciertos lingüistas aficionados. Estas personas con frecuencia insisten en depurar su
idioma de préstamos y rechazan las expresiones que no coinciden perfectamente con el sistema
nativo de presuposiciones. En consecuencia, les resulta casi imposible traducir la Biblia, pues es
esencial que sean expresadas en la traducción ciertas ideas completamente nuevas. Además, estas
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ideas inevitablemente van en contra de muchos conceptos tradicionales. Normalmente no es
necesario importar palabras nuevas, pero sí hay que introducir ideas novedosas que pueden
encontrar resistencia por parte de algunas personas.

Por otra parte, la mayoría de los traductores nacionales poseen un equilibrio entre
conocimiento y juicio. Su conocimiento de los documentos en la lengua fuente puede ser limitado
y para compensar esta deficiencia necesitan comentarios y libros sobre el acervo bíblico. Por lo
demás, tales traductores podrían recurrir a un misionero que les provea de información
complementaria.

Aunque muchos traductores nacionales tienen un excelente dominio de su propia lengua, a


menudo su conocimiento de ella no es sistemático. Saben qué suena bien, pero es frecuente que
no sepan el porqué. Conocen todas las piezas del rompecabezas cultural, pero nunca han pensado
en juntarlas. De ahí que puede ocurrir que no comprendan todas las consecuencias de algunas
versiones, por cuanto no han reflexionado mucho acerca del cómo y el porqué de sus propios
patrones de vida.

Actitudes extremas en los ajustes de forma y contenido


Existe cierta noción tradicional según la cual únicamente las personas que tienen opiniones
teológicas liberales se inclinarían a amañar el texto bíblico. Por tanto, a fin de garantizar exactitud
y fidelidad a la palabra del Señor, se da por un hecho que los traductores deben provenir de una
tradición teológica conservadora. Aunque tal razonamiento parezca ampliamente justificado, la
situación real es a menudo muy diferente.

Ciertamente, algunos traductores con marcadas tendencias liberales se han tomado la libertad
de transponer secciones del texto bíblico basándose en supuestas divergencias en cuanto a
fuentes y, en algunos casos, no han faltado otros que introdujeran sus propias interpretaciones de
la posesión demoníaca, los milagros y demás fenómenos que ellos consideran contrarios a las
presuposiciones de los tiempos modernos. Sin embargo, personas con posiciones teológicamente
conservadoras también han realizado traducciones con transposiciones radicales del texto, esto
generalmente en aras de lo que ellos estiman como una «mayor consecuencia». Algunos, por
ejemplo, han alterado en determinados puntos la redacción de Marcos con la intención de hacerla
coincidir mejor con Juan y han introducido en el texto explicaciones de fondo que, si bien son
completamente verdaderas, no forman parte del texto original.

La motivación de tales cambios puede haber sido muy loable, pues generalmente se han
hecho con el pretexto de «mejorar el texto» y «hacérselo más inteligible a los nativos». Pero esas
«mejoras» a menudo ponen de manifiesto un concepto bastante superficial de la revelación, y el
afán evangelístico que mueve a hacer el texto más legible con frecuencia nace de la subestimación
de la capacidad de los receptores. Como resultado de lo anterior, los hablantes de la lengua
receptora que tienen algún nivel de educación, muchas veces han llegado a repudiar las
intenciones de los traductores, por considerarlas no otra cosa que un paternalismo nocivo.

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En contraste con la tendencia a ir demasiado lejos a la hora de hacer transposiciones formales
y culturales al texto, algunos traductores no han ido lo suficientemente lejos al efectuar ajustes
legítimos ante los requerimientos de los idiomas receptores. Pero, nuevamente, de esto no han
sido culpables exclusivamente las personas teológicamente conservadoras, como a menudo se ha
insinuado.

Ciertamente algunos traductores con posturas teológicas conservadoras se han creído


obligados a traducir casi palabra por palabra, concediéndole importancia desmesurada a la
«traducción concordante», lo cual ha hecho que sus versiones despisten absolutamente a los
lectores. Sin embargo, del mismo modo algunos traductores liberales también se empeñan en
conservar la forma verbal del texto original. Tales personas sostienen que es fundamental ceñirse
a los rasgos de forma y contenido a fin de conservar el misterio de la lengua, aportar la base de
una «atmósfera litúrgica» y mantener el marco histórico.

Tales traductores parecen más interesados en provocar respuestas emocionales que en


comunicar un mensaje, y en satisfacer ciertas necesidades psicológicas de los adeptos antes que
en estimular a los no creyentes con la pertinencia que en nuestros días tiene la Buena Nueva. Sin
embargo, independientemente del juicio que nos hagamos de ese modo de concebir la traducción,
debemos reconocer que de ninguna manera el literalismo extremo es monopolio de las posiciones
teológicas conservadoras ni la refundición radical del texto es la tendencia dominante dentro del
liberalismo teológico.

Quizá la falta de criterio equilibrado con respecto al grado de adaptación permisible sea
básicamente consecuencia de no haber llevado a cabo el programa de traducción en estrecha
cooperación con alguna comunidad de cristianos. Con demasiada frecuencia los traductores
trabajan aislados de una comunidad de creyentes y sin tener presente los deseos y expectativas de
los posibles receptores. Una traducción producida en tales condiciones luego se publica, y a
menudo se promueve con tácticas de alta presión y el resultado es que los lectores
frecuentemente terminan más confundidos que instruidos.

La tarea primordial del traductor bíblico no es la de trabajar para la iglesia, sino con ella. Pues
como las Escrituras surgieron inicialmente como respuesta a las necesidades de una comunidad de
creyentes, así también la traducción de ellas debe nacer de ese mismo compromiso con la
comunidad e interés por ella.

Bases de forma y contenido en la lengua fuente


Aunque numerosos traductores bíblicos poseen un conocimiento excelente no sólo de las lenguas
del texto original, griego y hebreo, sino también de los respectivos presupuestos y patrones
culturales de comportamiento, existen, sin embargo, muchos otros cuyas bases son bastante
limitadas.

Para quienes no saben pero reconocen su ignorancia, siempre hay esperanza, puesto que
existen numerosos libros auxiliares a disposición de los traductores. Sin embargo, gran parte del
material bibliográfico es algo técnico y los traductores deberán leer bastante antes de obtener la

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información específica que requieren. Por tal razón, se ha llevado a cabo un amplio programa
tendente a la elaboración de manuales de traducción y guías para la lectura de varios libros de la
Biblia.

Para quienes no tienen conocimientos de fondo en materia bíblica, pero creen tenerlos, hay
muy poca esperanza, pues realizan su trabajo con poca o ninguna conciencia de los errores que
introducen en sus traducciones. En gran parte esto se debe a que nunca se han tomado la molestia
de comparar sistemáticamente las presuposiciones bíblicas con las que han asimilado de su propia
herencia religiosa o con las propias de la cultura receptora.

Para los interesados en obtener un conocimiento más amplio de la cultura fuente, existen
básicamente dos tipos de ayudas:

1. Comentarios, que tratan problemas exegéticos de una forma crítica y pormenorizada. (Los
comentarios homiléticos son al respecto de muy poca utilidad).

2. Libros de carácter general como manuales bíblicos, enciclopedias y guías tan útiles como:
Arqueología Bíblica, de Ernest Wright; El Antiguo Israel: su vida e instituciones, de R. de
Vaux; y Arqueología de la Biblia: libro por libro, de Gaalyah Cornfield.

Bases en la cultura de la lengua receptora


Resulta mucho más fácil obtener información pertinente sobre la historia de los tiempos bíblicos
que conseguir la correspondiente a la cultura de la lengua receptora. En virtud de la forma como
los comentarios brindan información generalmente al tratar del pasaje con el cual está más
relacionada, el traductor puede disponer de los datos necesarios para comprender el trasfondo
cultural de un determinado pasaje bíblico. De ninguna manera sucede así en lo que respecta a la
información sobre la cultura de la lengua receptora. Esta información debe recogerse de otras
maneras muy diferentes y tiene que analizarse sistemáticamente antes de aplicarse a problemas
particulares.

En ocasiones podría contarse con la ayuda de colegas nacionales de inteligencia y perspicacia


sobresalientes y con disposición para proveer las informaciones del caso. Sin embargo, esta
situación ideal es absolutamente excepcional. Lo más probable es que los traductores necesiten
estudiar la cultura en alguna forma sistemática y objetiva, pues sólo así podrán recurrir luego en el
momento oportuno a la información necesaria.

Semejante procedimiento podría parecer de rigor para los misioneros, aunque innecesario
para un traductor nacional de quien se espera que conozca su propia cultura. Sin embargo, el
problema es que a menudo los traductores nacionales conocen sólo superficialmente su cultura,
en general porque se han educado lejos de ella. Pero incluso si esos traductores han vivido toda la
vida en su propio medio, su conocimiento de la cultura propia puede ser tan asistemático y
fragmentario que no están en capacidad de percibir fácilmente las diferencias significativas que
hay entre los modelos locales de comportamiento y los mencionados en las Escrituras.

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Por ejemplo, los traductores nacionales pueden estar convencidos de que los niños de origen
incestuoso nunca alcanzan la madurez. Pero la historia de Lot y sus dos hijas, cuyos niños llegaron
a ser los patriarcas de Moab y Amón, no resulta jamás conflictiva para las creencias autóctonas
principalmente porque el marco histórico total del relato bíblico les parece tan distante y ajeno.

De igual manera, los traductores pueden saber que en contraste con los empinados techos
pajizos de su localidad, las viviendas de los tiempos bíblicos eran principalmente de techo plano y
fabricadas de madera, maleza y tierra apisonada. Y sin embargo rara vez se detienen a pensar lo
difícil que es para las personas de la cultura receptora entender la historia de los hombres que
bajaron al paralítico por el techo de la casa donde Jesús estaba viviendo. Asimismo, pueden leer la
historia de las relaciones de Absalón con las concubinas de David sin percatarse de que este relato
puede tener un significado completamente diferente para los miembros de la cultura local.

A fin de poder apreciar las estructuras de una cultura, todo traductor necesita familiarizarse
con algunos de los tratados generales de antropología, en particular los escritos desde una
perspectiva más popular. Al respecto, pueden citarse: Para comprender la antropología: La
historia y Para comprender la antropología: La cultura (Estella: Editorial Verbo Divino), de Jesús
Azcona.

Para evaluar algunas nuevas direcciones de estudio etnográfico, en las cuales se trata a los
indígenas como personas reales y no simplemente como parte de estructuras sociales, puede
leerse The High Valley, de Kenneth E. Read (New York: Charles Scribner’s Sons, 1965).

Si se requieren estudios más amplios y análisis más profundos, se puede realizar alguna
investigación sistemática de la cultura local mediante el seguimiento de revistas profesionales
como Antropológicas, del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional
Autónoma de México, y América Indígena, publicación del Instituto Indigenista Interamericano,
también de México. Sin embargo, nada puede sustituir a la vinculación prolongada con las
personas concretas y la participación en la sociedad local, lo cual significa observar
incansablemente y hacer preguntas inteligentes. No se trata de preguntas tales como «¿Qué
quiere decir eso?» o «¿Por qué hace usted tal cosa?» Mucho más significativas resultan
interrogantes como las siguientes: «¿Cada cuánto hace usted eso?»; «¿Quién más suele hacer
esto?»; «¿Qué ventaja tiene hacer eso?» En todas las averiguaciones de este tipo,
permanentemente hay que distinguir entre las razones reales e ideales del comportamiento y las
presuposiciones reales e ideales que fundamentan las diversas actitudes y valores.

Quizá más importante aún que el conocimiento técnico de una cultura sea una imaginación
atenta que perciba el ridículo en una expresión y pueda descubrir por qué razón las personas ríen
secretamente por algo que se ha dicho. Se debe ser capaz de imaginar cómo van a reaccionar los
sujetos ante una frase como «levante sus ojos». ¿Significará esto levantarlos de una mesa, como
era el caso en una lengua del Oriente Medio, o entornarlos dentro de la cabeza como en una
suerte de trance, cosa que se da en una lengua oriental? ¿La comparación de Isacar con un asno
salvaje (Génesis 49.14) es un cumplido o un insulto? Cuando uno afirma que «El Señor es mi roca»,
¿se trata de una ayuda o de un obstáculo? Y la oración «él ata su pollino a una vid y lava sus
vestidos en vino» (Génesis 49.11), ¿quiere decir que Judá es un mentecato o es tan rico que puede
gastar en una práctica tan inútil?
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A medida que se aprende más acerca de la cultura bíblica y la cultura receptora, y se tiene
oportunidad de estudiar y comparar las semejanzas y las diferencias, va tomando lugar una
evolución muy importante. Al principio, es casi inevitable que uno se sienta impresionado por las
diferencias, pero poco a poco comienza a percibir más y más semejanzas y a descubrir bajo la
superficie de las divergencias muchos rasgos culturales comunes. Estos son en esencia los
universales o tendencias universales de la cultura que posibilitan la comunicación entre personas
que hablan una misma lengua y entre aquellas que hablan lenguas diferentes.

Rasgos textuales indicadores de problemas subyacentes


Cuando uno examina un texto que debe traducirse a otro idioma, se presentan ciertos rasgos que
de manera inmediata apuntan a la existencia de problemas subyacentes, al efecto de reproducir
su significado en una lengua receptora. La serie que va a continuación comprende algunos de los
rasgos más comunes causantes de dificultades:

(1) Frases idiomáticas. En la medida en que reflejan rasgos culturales muy específicos, las
frases idiomáticas son una fuente probable de complicaciones en la traducción. Una expresión
como «sobre Edom echaré mi calzado» (Salmos 60.8) tiene que analizarse cuidadosamente y su
sentido debe determinarse a cabalidad antes de cualquier intento de traducción, pues ella hace
referencia a la posesión de la tierra y no a su rechazo.

(2) Sentidos figurados. Difieren de las frases idiomáticas en que la extensión figurada del
sentido afecta sólo a una palabra dentro de una expresión determinada. Deben ser objeto de
recelo por cuanto ellos también suelen estar íntimamente ligados a peculiaridades culturales. En la
frase «el que siembra para su carne» (Gálatas 6.8), el término «carne» no puede tomarse
literalmente. Alude a los deseos naturales del ser humano.

(3) Objetos inexistentes en la cultura receptora. Palabras como «león», «camello», «mostaza»,
«barco» o «filacteria» identifican objetos que para algunas culturas no son originarios. Eso no
significa que los lectores de la cultura receptora no sepan o no puedan aprender lo que son tales
objetos. Sí significa que a menudo hay que brindarles alguna asistencia, de modo que la
información necesaria pueda transmitirse adecuadamente.

(4) Actividades que podrían parecer extrañas a los miembros de la cultura receptora. Si, por
ejemplo, las prácticas agrícolas de una comunidad han probado durante siglos que el cultivo mixto
es altamente benéfico, puede resultar absolutamente incomprensible que se ordene no sembrar
los campos con mezcla de semillas (Levítico 19.19). Quienes utilizan bueyes para arar
generalmente estarán de acuerdo con que un buey y un burro no podrán arar juntos
(Deuteronomio 22.9). Sin embargo, para los que no estén familiarizados con el uso de animales de
tiro, tal prohibición carece de sentido. Muchas personas encuentran que pisotear el grano usando
bueyes es una práctica dispendiosa, máxime si los bueyes no están abozalados.

(5) Presuposiciones implícitas que sean contrarias a las de la cultura receptora. Las
presuposiciones pertenecientes al tabú (positivo) asociado con el Arca del Pacto pueden ser
contrarias a creencias propias de la cultura receptora.

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(6) Expresiones relativas a las vivencias psicológicas. Las expresiones de «amor», «odio»,
«gozo» y «placer» suelen estar en íntima relación con alguna parte del cuerpo por ejemplo
«corazón», «entrañas» o «riñones» pero en cada caso pueden entrar en juego conjuntos de
asociaciones muy diferentes. En las Escrituras, por ejemplo, el «corazón» es primordialmente el
centro de la percepción intelectual y la conciencia moral, antes que el núcleo de las emociones
como es el caso en la mayoría de las lenguas europeas.

(7) Términos extremadamente genéricos. Términos altamente genéricos que en primera


instancia dependan de categorías conceptuales más que perceptivas por ejemplo, «poder»,
«sabiduría», «conocimiento», «bondad», «maldad», «vida»tienen que ser analizados
concienzudamente para determinar si algunos de los componentes semánticos reflejan conceptos
especiales de la lengua receptora. Por ejemplo, en las Escrituras, «conocimiento», especialmente
en frases como «conocimiento de Dios» y «conocimiento del mal», se refiere a la experiencia más
que a la información.

(8) Formas lingüísticas completamente diferentes de las de la lengua receptora. Rasgos tales
como las preguntas retóricas, el uso de «nosotros» cuando el referente es «yo» y los imperativos
en tercera persona (por ejemplo: «hágase la luz») pueden plantear serias complicaciones en el
trabajo de traducción.

(9) Secuencias de acontecimientos en orden no histórico. Cuando los sucesos narrados en un


texto se dan en un orden no cronológico, el traductor deberá estar atento a dificultades posibles e
incluso probables. Por ejemplo, en Marcos 1.43 el texto dice que Jesús despidió a un leproso,
mientras que el versículo 44 contiene las instrucciones que Jesús le dio antes de que el hombre
saliera.

(10) Estructuras poéticas. Plantean dificultades a la hora de seleccionar formas equivalentes,


pues las de la lengua fuente y las de la receptora casi nunca son iguales. Por otro lado, el hecho de
que las estructuras poéticas se inclinen hacia un alto porcentaje de lenguaje figurado permite
prever aun más complicaciones. También debe tenerse en cuenta el persistente paralelismo que
caracteriza las estructuras poéticas hebreas. Es difícil encontrar estructuras paralelas similares que
no sean equívocas como también lo es compensar la pérdida de énfasis que ocasiona el uso de
otros mecanismos equivalentes.

(11) Unidades mayores del discurso. Los traductores tienden a pasar por alto algunos
elementos importantes propios de las unidades mayores del discurso, como es el caso de los
conectivos (partículas que relacionan un término con sus antecedentes y consecuentes), las
expresiones del entorno (lugar y tiempo) y los indicadores de género literario.

En griego, por ejemplo, la marca que identifica el género de la parábola suele ser el
pronombre indefinido tis, el cual combinado con antropos a menudo se ha traducido
erróneamente como «cierto hombre», aunque debería reestructurarse como «había una vez un
hombre».

Existen muchos otros rasgos textuales que les complican el trabajo a los traductores, pero
estos once tipos son algunos de los más comunes.

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Análisis de la función e importancia de los rasgos textuales
Una cosa es estar atento a las dificultades implícitas en determinados rasgos especiales de forma y
contenido, y otra muy distinta el estar en condiciones de analizar adecuadamente la función e
importancia de tales rasgos. Para descubrir el significado funcional de rasgos formales, el traductor
tiene que ver sobre todo con el «impacto» y la propiedad con respecto al contenido. En verdad las
preguntas retóricas causan más impacto que las simples afirmaciones, pero si la lengua receptora
no emplea preguntas en tales contextos, ¿cómo se podrá lograr un impacto similar? A menudo
esto puede hacerse mediante una oración negativa o afirmativa particularmente enfática. En otras
ocasiones, se puede usar una pregunta retórica negativa precedida de una frase introductoria
apropiada por ejemplo: «Nadie debería preguntar jamás …» seguida de la pregunta. Existen
numerosas formas de resolver estos problemas. Lo importante es que se reconozca la fuerza de la
expresión de la lengua fuente y sobre esta base se determine cuál sería el equivalente más
cercano en la lengua receptora.

A veces, sin embargo, los problemas de forma no son simplemente cuestión de impacto, sino
más bien de propiedad contextual. En este sentido, la poesía es una estructura formal
particularmente delicada. La poesía puede hacer que el tema adquiera carácter trivial, si se
emplea en las denuncias pronunciadas por los profetas. Por otra parte, verter los salmos, como se
hizo en la American Standard Version, de modo que resulten completamente inapropiados para la
lectura en público es sustraerles mucho de su valor intrínseco y original.

Para determinar el impacto y la propiedad de los rasgos formales en el texto de la lengua


fuente, se deben consultar los comentarios analíticos. Es de lamentar, sin embargo, que muchos
de tales comentarios dan por supuestas las cuestiones de forma y se concentran casi
exclusivamente en los problemas de contenido. No obstante, una amplia lectura en este campo
ayudará al traductor a adquirir mayor sensibilidad ante los valores asociados con los rasgos
formales.

También resulta de utilidad leer lo que los traductores profesionales han escrito acerca de la
traducción de obras literarias.Textos clásicos de teoría de la traducción, editado por Miguel Ángel
Vega (Madrid: Ediciones Cátedra, 1994) es muy útil, y Style in Language, editado por Thomas A.
Sebeok (Cambridge: MIT Press, 1960) también puede ser valioso en la provisión de mayor
sensibilidad ante algunas de las dificultades que encierra la traducción literaria. En francés, el libro
La qualité en matière de traduction, editado por E. Cary y R. W. Jumpelt (New York: The McMillan
Company, 1963) es un excelente compendio de puntos de vista sobre la traducción. En alemán, el
volumen Zielprache, escrito por Fritz Güttinger (Zürich: Manesse Verlag, 1963), trata de manera
particularmente eficaz algunos de los asuntos importantes de la traducción literaria. Vea también
la Bibliografía selecta, al final.

Para determinar cuáles son las más apropiadas formas correspondientes en una lengua
receptora, no se puede depender de análisis basados únicamente en rasgos de la lengua fuente.
Más que eso, uno debe basar su juicio sobre ciertos principios esenciales de la traducción, los
cuales se han formulado en libros tales como: La traducción: teoría y práctica, Traducir sin
traicionar y Traducciones bíblicas para el uso popular, todos los cuales dirigen su atención
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principalmente sobre los problemas de encontrar equivalentes satisfactorios en las diversas
lenguas receptoras.

Para las técnicas relativas al estudio del significado del fondo cultural de las Escrituras y a las
posibles reacciones de los receptores pertenecientes a una lengua y cultura diferentes, quizá el
análisis más completo pueda hallarse en Exploring Semantic Structures. En este libro se exponen y
se ilustran pormenorizadamente los diversos procedimientos de análisis.

Para aquel traductor que se interesa ante todo en las dificultades de significado derivadas de
particularidades culturales, y sobre todo de rasgos de contenido que tienen significación simbólica
particular, se puede resumir el procedimiento pertinente como el proceso de determinar aquellos
rasgos del objeto o acontecimiento que sirven para diferenciar ese objeto y ese acontecimiento de
cualesquiera otros semejantes o afines. En otras palabras, se deben establecer los rasgos
«necesarios y suficientes» de todo objeto o acontecimiento, de modo que estos se distingan de
cualesquiera otros.

Por ejemplo, el apretón de manos puede describirse como poseedor de tres componentes
esenciales:

(1) Dos personas extienden una hacia otra la mano derecha. (Generalmente uno de los sujetos
toma la iniciativa del acto.)

(2) Los dos individuos se toman de la mano.

(3) Las manos (y los brazos) se mueven hacia arriba y abajo una o más veces antes de soltarse.

Existen, por supuesto, numerosos rasgos especiales de tal práctica que son pertinentes en
ciertas situaciones. Es usual, por ejemplo, que el sujeto de rango superior sea quien primero
extienda la mano, aunque en la expresión de agradecimiento sea el receptor de los beneficios
quien tome la iniciativa. Las manos pueden estrecharse con firmeza o sólo tocarse ligeramente,
según el grado de intimidad de los sujetos, la frecuencia con que se hayan encontrado y la
formalidad de la ocasión. Por último, el movimiento vertical puede ser vigoroso o suave, la tensión
muscular puede ser mucha o poca y la acción puede prolongarse o concluirse abruptamente,
también según numerosos factores que incluyen el tipo de ocasión, el estado físico y anímico de
los participantes y el sexo de éstos.

No obstante, aun habiendo descrito todos los rasgos formales del apretón de manos, no se
puede decir que se haya tratado el significado cultural del proceso. En efecto, los variados
significados son casi siempre más complejos que los rasgos del acto mismo. Un apretón de manos
puede significar que unos amigos se encuentran luego de un período de ausencia o puede indicar
que dos personas que previamente no se conocían acaban de ser presentadas, en cuyo caso el
movimiento de las manos es mucho menos pronunciado. Un apretón de manos también puede
utilizarse para concluir un trato, expresar agradecimiento por un favor y para despedirse.

Al igual que en el caso de casi todos los sistemas de comunicación, el apretón de manos se
puede dar para transmitir intenciones que no concuerdan con la expresión manifiesta. Por
ejemplo, un anfitrión puede apresurar la partida de un huésped tomando la iniciativa de darle la

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mano. Los especialistas en esta estrategia son los hombres de negocios, quienes la utilizan para
deshacerse de vendedores y solicitantes. Un apretón de manos en tales ocasiones conserva la
apariencia de la cordialidad a la vez que comunica claramente el deseo de que la persona se vaya.
De modo semejante, uno puede exclamar «te queremos tanto» mientras la curva de entonación y
el tono de voz comunican precisamente lo contrario «a saber, «francamente, detestamos tenerte
aquí».

Si se hiciera un estudio pormenorizado de todas las variadas formas del apretón de manos
empleadas en el mundo occidental y de las maneras en que ellas comunican significados, sin duda
los resultados alcanzarían para llenar un libro, dada la enorme complejidad de este patrón
cultural. En otras sociedades, tipos similares de actividades pueden exhibir una complejidad
semejante. Las formas en que los miembros de algunas tribus del África Occidental suenan los
dedos al saludarse transmiten mensajes igualmente complejos. De ahí que no sea aconsejable dar
por sentado que un elemento particular en determinada cultura tiene siempre un solo significado.
En realidad, es muy raro que un patrón de comportamiento ampliamente usado tenga una
significación única.

La circuncisión en realidad tiene numerosos significados diferentes, no obstante que en sí


mismo el acto sea relativamente simple: (1) una intervención quirúrgica (2) consistente en la
eliminación del prepucio. Sin embargo, los significados culturales de esta práctica son muchos y
variados. Para los judíos, simboliza la identificación con el «pueblo de Dios» y tiene, en
consecuencia, implicaciones tanto étnicas como religiosas. La circuncisión era, por ejemplo, un
requisito para el matrimonio con personas de otros pueblos (ver Génesis 34.14–17) y llegó a ser un
factor determinante para simbolizar la relación de una persona con la ley mosaica. La circuncisión
era el símbolo capital para los judaizantes de la iglesia primitiva (ver Gálatas 2.3–5). Sin embargo,
en el mundo occidental, para la mayoría de los no judíos, la circuncisión es sólo un medio de
garantizar mayores condiciones higiénicas, si bien algunas personas que se atienen a lo que dicen
ciertos psiquiatras se inclinan a ver en el asunto numerosos elementos encubiertos de la rivalidad
y conflicto entre padre e hijo.

Por otra parte, en numerosas sociedades, la práctica de la circuncisión constituye un rito de


fertilidad asociado a la madurez sexual y en ellas se convierte en un símbolo de virilidad y de
ingreso en la vida adulta. En tales sociedades, la circuncisión tiene también muchos otros
significados encubiertos, pues está rodeada de enorme discreción, ceremonias especiales y
cambios importantes en el rango y la condición social.

El lavado de pies es un acto que tuvo en los tiempos bíblicos un significado simbólico
considerable, pero prácticamente ha perdido todo sentido en el mundo occidental. La práctica
original consistía en: (1) usar agua (2) para lavar los pies (3) de otro. Normalmente un esclavo del
menor rango era el encargado de ejecutar esta tarea, la cual no era sólo un acto de hospitalidad,
sino que también debe de haber contribuido a mantener limpio el interior de la casa. El lavado de
pies llegó a ser de tal modo el símbolo de la hospitalidad, que en algunos contextos la expresión
misma parece haber perdido al menos algo de su sentido original. Es el caso, por ejemplo, de 1
Timoteo 5.10, pasaje en el cual «mostrado hospitalidad a los creyentes» es una versión más
correcta que «lavado los pies a los creyentes». En algunas iglesias, el lavado de pies se mantiene

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como rito, pero ya no se conservan ni su vigencia cultural ni las presuposiciones asociadas con esta
práctica, por lo que tampoco queda mucho de su significado original.

En el tratamiento de todos los problemas semejantes que atañen al contenido del mensaje,
hay que distinguir cuidadosamente dos niveles de análisis:

1. La determinación de los rasgos que definen con precisión el acontecimiento o el objeto en


estudio.

2. La descripción del significado que un determinado rasgo tiene en la cultura de la lengua


fuente.

No deberá pensarse nunca que el significado se desprenderá automáticamente de los rasgos


de la forma, del mismo modo que tampoco se presume que la significación de una palabra se hará
patente a partir de los sonidos que la constituyen.

La tarea del traductor es mucho más compleja que el simple estudio de los rasgos de
contenido de la lengua fuente que tengan significación simbólica. El traductor también debe
analizar los rasgos de objetos y acontecimientos distintivos de la lengua receptora, a fin de
determinar hasta qué punto las formas y los significados son paralelos. No puede esperarse nunca
que sean idénticos, pero se debe encontrar al menos alguna base funcional común o, en su
defecto, rechazar la correspondencia por inválida e inadecuada.

El traductor no está autorizado para modificar los rasgos esenciales de un objeto o un


acontecimiento, salvo cuando estos puedan usarse en sentidos figurados o ilustrativos, en cuyo
caso se deberá proceder con cautela. La mayor parte de las notas marginales resultan
particularmente importantes en las áreas donde falta correspondencia cultural. Ahora bien, sin un
examen detallado de las diferencias exactas de forma y significado es casi imposible elaborar
ayudas marginales satisfactorias. Para un tratamiento sistemático de los problemas concernientes
a los rasgos distintivos del significado, es recomendable la lectura de Componential Analysis of
Meaning.

EL SUMINISTRO DE INFORMACIÓN
ADICIONAL
Nida, E. A., & Reyburn, W. D. (2000). Significado y diversidad cultural. Miami: Sociedades Bı ́blicas
Unidas.
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Una vez analizados los problemas de traducción surgidos de la falta de correspondencia entre la
forma y el contenido, se impone ahora examinar cómo puede proveerse la información adicional
necesaria. Sin embargo, preguntémonos antes qué es legítimo esperar de una traducción, y cuáles
son los límites a los que se puede llegar al adaptar el texto al idioma y la cultura receptores.

Objetivos legítimos de una traducción


Ante todo, una traducción debe ser el equivalente natural más cercano al mensaje emitido en el
idioma fuente. Esto significa que no puede ser la versión palabra por palabra del original, pues el
resultado sería una grave deformación del mensaje. Por otra parte, esto significa también que una
traducción no puede contener transposiciones lingüísticas y culturales de tal tipo que tergiversen
el marco histórico de la comunicación. En consecuencia, el área lícita de equivalencia de una
traducción debe ubicarse entre estos dos extremos.

Desde el punto de vista negativo, no se puede esperar que la traducción sea comprendida por
una gama de personas más amplia que aquella que fue capaz de comprender el mensaje original.
De hecho, una cantidad relativamente menor comprenderá la traducción, puesto que los
participantes originales de la comunicación fuente y receptores compartían una información
considerable que no está al alcance de los receptores en el segundo idioma. Si incluso algunos de
los receptores originales no entendieron todas las implicaciones del mensaje, con mayor razón no
es dable esperar que el texto de una traducción sea tan explícito que elimine toda falta de
comprensión.

En segundo término, no se puede esperar que cada parte de un texto sea enteramente
comprensible sin referencia al texto total. Desafortunadamente, algunos traductores se muestran
tan ansiosos de que los receptores comprendan en su orden de aparición todos y cada uno de los
versículos, que quieren verter dentro de cada pasaje toda la información que se halla
explícitamente en secciones posteriores de la comunicación. Es preciso tomar como una unidad
cualquier discurso válido y debe esperarse de los receptores en un segundo idioma que deduzcan
el significado en la misma forma que lo hicieron los receptores en el primero, aunque ciertamente
aquéllos necesitarán alguna información más explícita, ya sea incorporada en el texto si está
estructuralmente implícita, o añadida al margen o en apéndice, si es esencial para la comprensión.

En tercer lugar, es un error procurar que la traducción sea más clara de lo que el autor quiso
que fuera el original. Si hay indicios de que el autor original fue deliberadamente oscuro o
ambiguo, entonces la oscuridad o ambigüedad deben mantenerse, quizá con una nota marginal
que explique esa oscuridad o ambigüedad intencionales. Si por otro lado, como suele suceder, la
oscuridad o ambigüedad se deben a limitaciones por parte de los eruditos para comprender lo que
el autor quiso decir, entonces se debería, a fin de hacer justicia al propósito del autor, colocar en
el texto el significado más probable y cualquier alternativa en el margen.

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Desde el punto de vista positivo, puede establecerse que una traducción no debe inducir a
error al lector común y corriente para quien se destina la traducción. Si esto sucede, es evidente
que el traductor ha fallado en una u otra forma. O la traducción misma debe corregirse, si el
problema esencial es una mala interpretación de los componentes semánticos de las expresiones
usadas, o bien se debe proveer al margen la información compensadora o correctiva, si es que el
contenido cultural del texto original se presta al equívoco, desde la perspectiva de las
presuposiciones de la cultura receptora.

Además, una traducción no debería ser una cadena de palabras sin sentido, de las cuales el
lector común y corriente no pueda extraer ningún significado razonable. En tal caso, o la
traducción misma debe ser corregida para reflejar más adecuadamente el significado del original,
o, si el texto original es de suyo totalmente incomprensible, debe entonces indicarse en una nota
marginal la imposibilidad de asignarle con certeza un significado al pasaje.

Como ya se anotó, en Marcos 9.49, por ejemplo, la frase «todos serán salados con fuego» no
tiene sentido lógico y como los mismos eruditos no saben a ciencia cierta qué significa, es
imposible determinar cómo se podría expresar más claramente. Una nota marginal que indique
que la expresión es igualmente enigmática en el texto original, sería lo más recomendable en este
caso.

Más aún, ninguna traducción debe producir en el lector común y corriente el deseo de
rendirse ante la lectura del texto a consecuencia del exceso de aspectos formales. Si el texto está
sobrecargado formalmente, lo cual a menudo resulta del abuso de combinaciones de palabras
raras y dificultosas, debe reestructurarse sistemáticamente de manera que el lector común y
corriente vaya captando el mensaje del texto a un ritmo razonable. Esto no significa, sin embargo,
que el ritmo de comprensión de un libro como la Epístola a los Hebreos deba ser el mismo que el
del Evangelio de Marcos. Tal nivelación de la carga comunicativa indudablemente no sólo viola la
estructura formal del mensaje, sino que sería incompatible con la complejidad del contenido.

Tipos de problemas que justifican la información adicional


De acuerdo con las expectativas legítimas de una traducción satisfactoria, la información adicional
se justifica cuando concurren los siguientes tipos de problemas, de los cuales señalamos sólo los
principales:

1. Divergencias importantes en los textos originales.

2. Interpretaciones del texto significativamente diferentes.

3. Acontecimientos históricos que podrían confundir o carecer de sentido.

4. Eventos ilustrativos.

5. Expresiones figuradas.

6. Objetos que difieran en forma o función.


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7. Expresiones vacías.

Únicamente las variantes textuales importantes deberían anotarse en cualquier texto de las
Escrituras. Se cuentan por miles las variantes menores en los textos hebreos y griegos de las
Escrituras, pero sólo unos pocos cientos de ellas tienen la importancia suficiente para merecer la
inclusión en notas marginales o en algún tipo especial de listas de lecturas alternativas.

La importancia de una variante textual depende de dos factores:

1. El uso tradicional de determinada versión en traducciones de las Escrituras publicadas


previamente (por ejemplo: versiones de la tradición bizantina del Nuevo Testamento
griego) y que, en consecuencia, abundan en traducciones tales como la versión Reina-
Valera.

2. El peso relativo de la evidencia textual.Cuando la prueba textual es aplastante en favor de


uno u otro lado de una variación textual, no es necesario incluir ésta en una lista de
variantes interpretativas, a menos que el pasaje figure prominentemente en una tradición
particular de traducciones. En términos prácticos, esto significa que para el Nuevo
Testamento Griego publicado por las Sociedades Bíblicas Unidas, no es recomendable
introducir notas textuales para las interpretaciones alternativas si la variante escogida está
clasificada como A o B, a menos que la alternativa represente el Textus Receptus y ocupe
un lugar prominente en la tradición de la iglesia.

También deben anotarse como información adicional interpretaciones significativamente


diferentes del texto. La inclusión de tales versiones alternativas no solo constituye un derecho del
lector, sino que también forma parte de la responsabilidad del estudioso. Sería injusto y
desacertado que el traductor se arrogara la última palabra cada vez que se presente un problema
exegético, máxime en vista de que en múltiples casos las interpretaciones alternativas son casi
igualmente válidas.

Al mismo tiempo, es poco realista e induce a confusión al lector común y corriente introducir
todas las interpretaciones alternativas que, a lo largo de los años, han defendido diversos eruditos.
Esto produciría un volumen de notas marginales tan extenso como el texto bíblico mismo. Es
preciso seleccionar las diferencias importantes y éstas no irían, para la Biblia en su conjunto, más
allá de unos trescientos o cuatrocientos pasajes.

Al abordar hechos históricos o culturales que puedan inducir a error o carecer de sentido, se
puede proveer una nota marginal para explicar la pertinencia del evento. En algunas ocasiones
también se podría proporcionar en el texto mismo una expresión identificadora, la cual se
combinaría con la expresión literal original para formar lo que se llamaría un «doblete semántico».

Por ejemplo, si ungir con aceite en tanto símbolo de designación para una tarea especial es
enteramente desconocido, en algunos pasajes se puede emplear, como ya se anotó, una frase
como «designar mediante el derramamiento de aceite sobre la cabeza». La inclusión de
«designar» sirve como expresión genérica para identificar la referencia a la unción, la cual de otro
modo resultaría confusa. En buena cantidad de contextos, sin embargo, la acción de ungir puede

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ser totalmente secundaria a la función de designar y, en tales casos un verbo que indique
«designar para una tarea» quizá sea suficiente.

Toda expresión genérica para denotar una función debería ser sucinta. Una expresión extensa
podría resultar anacrónica, pues sugeriría que el autor original se había visto obligado a proveer
abundantes explicaciones de algo que habría sido perfectamente evidente para sus lectores.

En ciertas áreas del África Occidental, el poner ramas al paso de un jefe o alto oficial
constituye un grave insulto y, en consecuencia, la acción de la multitud que arrojó ramas al paso
de Jesús a su entrada en Jerusalén sería totalmente malentendida, a menos que las Escrituras
tengan alguna explicación, ya sea en el texto o al margen. Sería posible identificar la significación
del suceso añadiendo en el texto un calificador genérico como, por ejemplo, «para honrar a Jesús,
echaron ramas en el camino». Esto, a su vez, podría complementarse al margen con una
explicación más completa.

De manera similar, la sorpresa de los discípulos frente al hecho de que Jesús hablara con la
mujer samaritana, cuando se suponía que ningún rabino debía hablar en público con una mujer, se
podría indicar modificando ligeramente la pregunta que los discípulos no se atrevieron a hacer:
«¿Por qué estás hablando con ella, si eres rabino?» (Juan 4.27). Luego se podrían dar más detalles
en el margen.

En ese mismo relato, la petición de un vaso de agua por parte de Jesús, lo cual en algunos
contextos africanos se interpretaría como una solicitud de relaciones sexuales, resultaría menos
propensa a la mala interpretación si se afirmara en el texto lo siguiente: «Sintiéndose sediento,
Jesús le dijo: Dame agua».

Cuando los hechos históricos se refieren por medio de expresiones idiomáticas, se justifica el
manejo de tales expresiones de la misma forma que cualquier expresión figurada. Viene al caso
mencionar Lucas 13.1 donde la afirmación «aquellos cuya sangre Pilato había mezclado con los
sacrificios de ellos» podría ser entendida por algunos como que Pilato se deleitó sádicamente
mezclando la sangre de sus víctimas humanas con la sangre de los animales sacrificados. El
sentido, por supuesto, es que Pilato ordenó la matanza de las víctimas humanas mientras ellas
ofrecían sacrificios, y este sustituto no figurado podría emplearse en el texto de una traducción.

En ocasiones, los hechos o las situaciones ilustrativas plantean al traductor aun mayor
dificultad que los sucesos reales. Algunos de los hechos o situaciones pueden ser relativamente
sencillos, como es el caso de Génesis 49.12, que habla de Judá como de una persona cuyos «ojos
están inyectados de sangre a causa del beber vino» y cuyos «dientes están blancos de beber
leche» (aunque también es posible interpretar el hebreo como «sus ojos son más oscuros que el
vino y sus dientes más blancos que la leche»). El punto central de esta afirmación no es condenar a
Judá por bebedor o glotón, sino recalcar su prosperidad y, por tanto, la posibilidad de que tuviera
plenitud de vino y leche para beber. Este aspecto del significado se puede indicar en el texto,
introduciendo una frase como «a consecuencia de su prosperidad». Esta misma expresión calza
con el contenido del verso precedente.

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En ocasiones, un acontecimiento ilustrativo puede ser muy complejo, como es el caso del
relato de la mujer que se había casado con siete hermanos, todos los cuales murieron (Mateo
22.25–28). La pregunta planteada por los saduceos era perfectamente lógica en el contexto
bíblico, pero en muchas partes de África preguntar quién sería el esposo de la mujer después de la
resurrección resultaría absolutamente absurdo, pues cualquier mujer que al parecer cause la
muerte de siete esposos sería indudablemente una bruja y ninguno de los siete desearía tener
nada que ver con ella. Por supuesto que no se puede reestructurar este evento ilustrativo, pero sí
se podría proporcionar alguna información adicional de modo que el punto central de la respuesta
de Jesús no se pierda a causa del asombro que algunos podrían experimentar ante la pregunta
aparentemente absurda de los saduceos.

Las expresiones figuradas producen innumerables y serios problemas de ajuste, pero se deben
retener siempre que sea posible. A menudo, por ejemplo, se puede hablar de «honrar de labios» o
bien «amar con el corazón». En muchos idiomas habrá que adaptar ligeramente la expresión
figurada, pero esto no suele ser problemático siempre y cuando los términos correspondan al
mismo campo semántico. De esto son ejemplos: «honrar con la lengua» y «amar con el hígado».
Los ajustes, no obstante, pueden también implicar algunas sustituciones más extensas de las
expresiones figuradas. Por ejemplo, en algunas lenguas quizá sea preferible sustituir la imagen
bíblica del «corazón endurecido» por la de «oídos cerrados» para expresar esta misma actitud
psicológica.

En muchos casos las metáforas se deben convertir en símiles. Por ejemplo, en lugar de «Yo soy
el pan de vida» (Juan 6.35), podría ser mejor «Yo soy como el pan que hace que la gente viva».

Cuando no exista una expresión figurada relacionada, o cuando no sea posible el símil, se hace
necesario utilizar una expresión literal. «Honrar de labios» puede traducirse como «honrar con lo
que dicen». Cuando «sangre» se usa en el sentido figurado estricto de «muerte», como en la
expresión «su sangre sea sobre nosotros» (Mateo 27.25), por lo general, es preciso emplear una
frase literal equivalente; por ejemplo, «nosotros seremos responsables de su muerte». Sin
embargo, en algunos contextos, el término «sangre» se refiere a la sangre de Jesús (como en
Hechos 20.28, Romanos 3.25 y Efesios 2.13), y apunta no sólo a la muerte de Jesús, sino también a
la naturaleza sacrificial de su muerte. Por lo tanto, una frase como «redención por su sangre»
(Efesios 1.7) se expresaría con exactitud si se utilizara «redimidos por su muerte sacrificial» o
«redimidos por su muerte como sacrificio».

Cuando los objetos que se corresponden más estrechamente en los idiomas fuente y receptor
difieren en forma o función, puede ser que se hagan necesarias toda una serie de ajustes textuales
y ciertas explicaciones complementarias, ya sea en el margen del texto, en un índice o en un
glosario.

Cuando los tipos de objetos de dos culturas diferentes son básicamente idénticos, pero tienen
una función del todo diferente, resulta imprescindible efectuar algunas adaptaciones en la
terminología. Una muestra de esto es el caso de muchas banquetas o taburetes del África
Occidental, las cuales tienen la misma forma de los taburetes de la cultura bíblica, pero allá sólo se
usan para sentarse y no para descansar los pies. En realidad, el taburete del rey en varias
sociedades africano-occidentales tiene casi la misma función del cetro en la cultura bíblica. Siendo
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tan diferente la función de los respectivos objetos, es importante hacer algunas adaptaciones al
mencionar un taburete en el texto bíblico. A menudo, eso se logra por medio de una frase
genérica descriptiva, «algo para descansar los pies», pero en otras circunstancias puede
necesitarse el uso de un objeto diferente que tenga idéntica función.

Se hacen necesarios ajustes parecidos cuando las culturas fuente y receptora tienen objetos
fundamentalmente diferentes en forma, pero idénticos en función. Por ejemplo, las piedras que
los indígenas latinoamericanos usan para triturar granos son completamente diferentes en forma
y tamaño de las usadas en los tiempos bíblicos, pero la función es bastante similar como para
permitir la sustitución de la piedra de molino bíblica por el metate latinoamericano. Lo mismo vale
la espada de la Biblia en relación con el machete latinoamericano o el panga africano. Estos son
algo diferentes en forma, pero resultan sustitutos adecuados, pues sirven para herir y matar y
pertenecen al mismo grupo de artefactos.

Cuando no existen en las culturas fuente y receptora objetos que se parezcan tanto en su
forma como en su función, se pueden emplear frases descriptivas que consistan en un término de
nivel genérico evidentemente alto (un clasificador o identificador) combinado con una frase que
describa la forma o explique la función. En áreas, por ejemplo, donde no se conocen los lobos,
algunos traductores han empleado una frase como «fiero perro salvaje» o «fiero animal parecido
al perro». La referencia a «perro» o «animal salvaje» proporciona una especie de clasificador
genérico y «fiero» o «fiero salvaje» indican una característica esencial y distintiva.

En algunos idiomas sencillamente no existe un término para «Dios», en el sentido de un ser


espiritual que creó el mundo o al menos una parte, o de alguien que tiene jurisdicción sobre
algunos aspectos de la creación. No obstante, en muchas lenguas resulta apropiado hablar de Dios
como «Espíritu» y luego puede agregarse a este nombre alguna característica distintiva tal como
«eterno», lo que daría lugar a la frase «Espíritu Eterno», o una función distintiva como «creador»,
lo que daría como resultado la frase «Espíritu Creador».

Dado que pocos idiomas tienen un equivalente para el denario bíblico y habida cuenta de la
fluctuación de los valores monetarios, no es aconsejable emplear unidades monetarias locales, ya
sea que su valor se sustente en el contenido de plata o en el supuesto poder adquisitivo. Podría
ser útil, sin embargo, seguir el ejemplo de muchas traducciones que definen el denario como «una
moneda de valor igual al salario de un día».

Cuando en las culturas fuente y receptora no hay objetos similares en forma o en función,
puede ser necesario recurrir al préstamo. Casi siempre se hace en el caso de nombres propios
tales como fariseos y saduceos, aunque la referencia propia de estos términos deba explicarse en
un glosario.

Como ya hemos anotado, en el préstamo se presentan, sin embargo, algunos obstáculos


serios:

1. La necesidad de llenar dichos términos con un contenido semántico adecuado.

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2. La necesidad de asegurarse de que el término prestado no es idéntico o muy similar a uno
ya existente en el idioma receptor, pues fácilmente se introduciría un principio de
confusión.

Para cada término o frase tomada en préstamo recientemente debe incluirse una explicación
adecuada en un glosario. Del mismo modo, todos los nombres propios importantes provenientes
del préstamo deben identificarse en un índice.

Unos pocos traductores opinan que ningún préstamo debe introducirse en una traducción
hasta tanto no haya sido incorporado totalmente en el idioma receptor. Tal principio casi equivale
a decir que no se puede decir nada en una lengua que no se haya dicho antes. Pero la verdad es
que el lenguaje es precisamente el tipo de código que posibilita la comunicación de conceptos que
son nuevos para un pueblo y no se pueden eliminar conceptos simplemente porque todavía no
estén en uso. De hecho, el propósito de la traducción bíblica es comunicar las Buenas Nuevas, las
cuales de suyo son nuevas.

Un traductor insistió en omitir el uso figurado de la vida y la muerte en varios pasajes porque,
según él, los receptores no empleaban estos conceptos en relación con la nueva vida en Cristo
Jesús. Pero del tema de la vida y la muerte, que se repite numerosas veces, es tan inseparable del
mensaje bíblico que sencillamente no cabe eludir su uso. En este caso, la omisión no sólo violenta
la integridad del texto, sino que priva a los receptores de verdades vitales para el mensaje
cristiano.

Cuando la interpretación de un pasaje depende de algún otro o cuando se le puede ayudar al


lector a comprender un texto remitiéndole a otro, se debe emplear un sistema de referencias
cruzadas apropiado. De igual manera, debe haber referencias a:

1. Todos los pasajes paralelos (conviene colocar tales referencias inmediatamente después
de los títulos de sección).

2. Todas las citas.

3. Todos los pasajes que traten el mismo tema de una manera afín, en cuyo caso las
referencias se deben dar en la página del texto o por medio de un índice o concordancia.

Notas y adaptaciones textuales inadmisibles en las traducciones


bíblicas publicadas por las Sociedades Bíblicas Unidas
Para comprender mejor cuáles tipos de información adicional son legítimos en las traducciones de
las Escrituras publicadas por las Sociedades Bíblicas, es oportuno indicar los cuatro tipos
principales de notas y adaptaciones textuales que no son admisibles:

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Unidas.
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1. Notas de carácter homilético, doctrinal o dogmático, ya sea insertadas en el texto o como
material complementario. Cualquier información de esta naturaleza es perfectamente
aceptable en un comentario, pero no se debe considerar como parte de una publicación
de la Sociedad Bíblica ni como complemento normal de ella.

2. Información complementaria extensa y compleja. En cierta ocasión, una introducción a


Filemón alcanzó una extensión que doblaba la del texto mismo. En principio, la
información adicional relativa a divergencias culturales e históricas (por ejemplo, entre los
textos fuente y receptor) no debe sobrepasar un margen de dos o tres oraciones. Toda
información complementaria debe ser clara y breve.

3. Transposiciones radicales de secciones mayores de un texto, ya sea por razones de estilo o


por supuestas fuentes históricas. Tal reordenamiento del texto no es aconsejable, pues
viola la integridad de la comunicación original y casi inevitablemente ocasiona distorsiones
del significado.

4. Información complementaria en el texto que no se justifique en particular por las


estructuras sintácticas o semánticas. Por supuesto, esa información puede constar en el
margen, en un glosario o en una introducción.

Lugar de la información complementaria


Existe la tendencia a concebir la información complementaria solamente bajo la forma de notas
marginales en la página del texto. En realidad, muchos tipos de información complementaria
pueden ofrecerse mejor en otros lugares:

1. Títulos de sección. Preceden inmediatamente al material al que se refieren y al que ayudan


a identificar. Aparecen siempre en estilo y tamaño diferentes, de modo que no se
confundan con el texto mismo. Dichos títulos no deben ser explicativos sino
identificadores. En la medida de lo posible, su vocabulario se extrae del texto al cual se
refieren.

2. Referencias cruzadas. Se presentan generalmente en tres lugares diferentes: a)


inmediatamente debajo del título de sección, si la referencia es a una cita o pasaje
paralelo; b) al pie de la página, si la referencia es a una cita o pasaje que trate el mismo
asunto de una manera extensa o sumamente significativa y c) en un índice o concordancia
anexo al volumen.

3. Notas marginales. Las notas que expliquen importantes diferencias culturales o históricas
con respecto a eventos específicos deben colocarse al pie de la misma página del pasaje al
cual se refieren y no en un apéndice. También conviene que las notas relativas a las
interpretaciones y traducciones alternativas (es decir, las variantes textuales e
interpretaciones diferentes) aparezcan en la misma página que los textos bíblicos a los
cuales se refieren. Pero también pueden recogerse en un apéndice en forma de listas.

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4. Identificación o explicación de objetos o hechos recurrentes. Las notas que expliquen el
significado de términos cero y el vocabulario técnico deben aparecer en un glosario,
índice, concordancia, tablas (por ejemplo, pesos y medidas) o mapas. En algunos casos,
como en las publicaciones iniciales, puede ser útil marcar con un asterisco (*) los términos
que aparecen en el glosario, pero si éste se prepara adecuadamente para el público
propuesto, sin duda contendrá la mayoría de las palabras, si no todas, que el lector común
y corriente probablemente desea buscar. El glosario es el lugar natural para la explicación
del sentido de los términos cero, vocabulario técnico o prácticas poco usuales que se
describen en la Biblia.

En algunos casos, podría resultar muy útil combinar ciertos rasgos del glosario y del índice. Así
el índice mismo contendría identificaciones de significado. Igualmente, una breve concordancia
puede combinar ciertos rasgos explicativos que normalmente se asocian con el glosario. Los pesos
y las medidas pueden explicarse en un glosario, pero puede ser más fácil tratarlos en una tabla
aparte. Los mapas deben acompañarse con alguna clave, a fin de identificar el mapa y el área del
mapa donde se encuentran los nombres geográficos.

5. Indice. En el caso del Nuevo Testamento o la Biblia, el índice consiste sencillamente en un


listado de los diversos libros. Para muchos lectores esto no resulta de particular utilidad y,
en consecuencia, es casi indispensable que el lector cuente con un índice de materias o
temático para encontrar dónde se tratan los asuntos particulares.

6. Índice de materias. Es esencial para el Nuevo Testamento o toda la Biblia, pues los lectores
deben ser capaces de encontrar las páginas donde se tratan diversas personas, sucesos y
temas. Es sobre todo útil para distinguir personajes diferentes que se llaman igual, para
enlistar diversas parábolas, discursos, acontecimientos y milagros, y para identificar los
pasajes en que se abordan temas importantes como el amor, la gracia, la redención, la
salvación y el arrepentimiento.

7. Introducciones. Idealmente una introducción debería contener informaciones acerca del


autor, el lugar y el tiempo del escrito, el público a quien se destinaba y los principales
temas tratados. Sin embargo, para la mayoría de los libros bíblicos no toda esta
información está disponible y, en consecuencia, no es ni útil ni sensato que una
introducción consista meramente en una discusión de los puntos de vista de varios
eruditos en cuanto a paternidad literaria y fecha. Según esto, las introducciones que se
preparan para el uso de las publicaciones de las Sociedades Bíblicas Unidas contienen
fundamentalmente: a) un resumen del tema o los temas importantes, b) la significación
del libro a la luz de su marco original y c) la pertinencia del mensaje del libro para el lector
moderno. Es evidente que ciertos ajustes son necesarios cuando se trata de públicos
especiales.

La forma de las notas marginales

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Según el asunto que se examine, las notas marginales pueden elaborarse de variadas formas. Las
relacionadas con interpretaciones alternativas (esto es, variantes textuales) pueden contener
expresiones introductorias como «otros manuscritos antiguos dicen …» o «algunos manuscritos
antiguos agregan …» Por lo general, no es recomendable intentar una evaluación de la evidencia
textual en una traducción dirigida al gran público, pues los detalles sobre los manuscritos
resultarían más desorientadores que provechosos.

Es importante, por otro lado, insistir en que se trata de textos manuscritos; por ejemplo:
«algunas viejas copias manuscritas» o «algunas viejas ediciones manuscritas de las Sagradas
Escrituras». Algunos traductores han querido emplear sencillamente «algunas Biblias viejas», pero
esto podría parecer que alude sólo a ejemplares viejos y maltrechos de las Biblias impresas. El
interés de hacer alguna referencia a los manuscritos es proporcionar alguna base para explicar
posteriormente la facilidad con que podían surgir errores cuando los materiales eran copiados a
mano por copistas que tenían que fijar la vista ora en el texto ora en la copia.

Dado que en muchos casos las notas marginales tienen que ver con adiciones típicas del texto
más completo de la tradición del Textus Receptus, es de utilidad recurrir simplemente a los medios
corchetes (la mitad inferior de los corchetes) para incluir tales palabras y disponer de una
explicación en el revés de la portada o en un prefacio que indique que las palabras encerradas en
los medios corchetes no aparecen en algunos de los mejores y más antiguos manuscritos.

En el caso de las interpretaciones alternativas, se puede introducir la variante simplemente


mediante «O …» Cuando las interpretaciones alternativas se acumulan en una lista, lo mejor será
contar con una breve explicación introductoria, tal como: «En el caso de los siguientes pasajes,
también es posible interpretar el griego o el hebreo, según el caso de un modo un tanto diferente
del que se ha dado en el texto de la traducción …» En general, no es prudente ni necesario
intentar explicaciones detalladas de las razones de tales diferencias de interpretación. El lector
común y corriente sólo se interesa en los resultados de la investigación de los eruditos; no le
interesa saber cómo se llegó a esos resultados.

Las notas marginales que tratan la información adicional necesaria para la interpretación
adecuada del texto, en su mayoría son de dos tipos:

1. Identificadoras.

2. Explicativas.

Las primeras son esencialmente definiciones que siguen la fórmula «A es B con los rasgos de
C». Es decir, A representa el término que se identifica o define, B es un sustituto genérico de A, y C
son los atributos específicos que permiten distinguir A de todos los otros objetos o eventos que
podrían clasificarse como B.

Por ejemplo, en la definición descriptiva de los fariseos, se podría afirmar que «los fariseos
fueron una secta o grupo religioso judío que insistió en la observancia estricta de la ley del Antiguo
Testamento y de la tradición asociada con ella». El término fariseos es el elemento A y «grupo

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religioso» es el B, una expresión altamente genérica. Las cualidades «judíos» y la cláusula
pospuesta «que insistieron … con ella» son el elemento C. Esta definición no incluye todo lo que se
sabe sobre los fariseos, pero al efecto puede incluirse una cantidad de referencias bíblicas (por
ejemplo: Mateo 5.20; 16.6; 23.13–27; Hechos 23.6–9).

Por principio, no es necesario ni provechoso incluir demasiada información en una nota


identificadora. Lo que se espera es que el lector pueda comprender las principales características o
rasgos.

De manera similar, se puede tener una nota sobre «camello» la cual diga que «es un animal
doméstico de gran tamaño, usado para el transporte de personas y cosas, sobre todo en áreas
desérticas». En esta definición descriptiva, «camello» es el elemento A, el término «animal» es el B
y las cualidades «de gran tamaño», «doméstico» y «usado para el transporte … en áreas
desérticas» ayudan a distinguirlo de otros animales como el hipopótamo (que no es doméstico), la
oveja (que no es grande) y del caballo (que no se usa especialmente en áreas desérticas). También
podrían mencionarse los camellos diciendo que tienen grandes gibas que les sirven para
almacenar agua, pero podría ser aun mejor mostrar un cuadro de camellos montados o llevando
carga.

En numerosos casos, el valor funcional de algunos objetos puede ser mucho más importante
que su forma o tamaño. El contenido de plata del denario, por ejemplo, equivale
aproximadamente a 35 centavos de dólar, pero su poder adquisitivo era mucho mayor y, como
promedio, se le asignaba el valor de un día de jornada de un trabajador común. En consecuencia,
es mucho mejor definir el denario como una «moneda que era equivalente al salario de un día
para un trabajador común», en vez de dar un equivalente en gramos de plata o el correspondiente
valor de dicho metal en nuestros días.

Las notas marginales concernientes a diferencias culturales e históricas deben ser mucho más
complejas que las simplemente identificadoras. En general, deben incluir la siguiente información:

1. Indicación del significado del objeto o hecho bíblico en función de las presuposiciones y el
sistema de valores existentes en aquella época.

2. Negación de la validez de interpretar el objeto o acontecimiento según el punto de vista


del receptor.

3. Identificación de algunos objetos o hechos equivalentes en la cultura receptora.

Como ya hemos anotado, en el caso de la traducción a un idioma del África Occidental, en el


que el relato de la puesta de ramas al paso de Jesús cuando iba hacia Jerusalén sería gravemente
malentendido, una nota apropiada del siguiente tipo resulta decisiva: «En los tiempos de Jesús,
colocar ramas al paso de un jefe o gobernador visitante era una forma de rendirle honor. No
significaba, en modo alguno, un acto de deshonra. Colocar ramas al paso de Jesús equivaldría a la
costumbre de mucha gente africana según la cual se barre el camino por donde habrá de pasar un
dignatario visitante».

Nida, E. A., & Reyburn, W. D. (2000). Significado y diversidad cultural. Miami: Sociedades Bı ́blicas
Unidas.
Página 84. Exportado de Software Bíblico Logos, 9:56 11 de febrero de 2018.
Cuando un objeto o evento bíblico tiene un significado completamente diferente o contrario al
que tiene en la cultura receptora, a menudo resulta de utilidad definirlo tanto positiva («era una
forma de rendirle honor») como negativamente («no significaba un acto de deshonra»). Una vez
dadas las definiciones negativa y positiva del rasgo bíblico, se puede mencionar una costumbre
local equivalente.

Implicaciones de las ayudas marginales en las Escrituras publicadas


por las Sociedades Bíblicas Unidas
Una pregunta que con frecuencia surge es por qué las Sociedades Bíblicas Unidas fomentan la
introducción de ayudas marginales, si tradicionalmente se les ha reconocido por su insistencia en
publicar las Escrituras «sin notas ni comentarios». Un breve examen de la posición tradicional de
las Sociedades Bíblicas puede, por lo tanto, ser útil para comprender los supuestos actuales al
respecto.

A fin de estimular una distribución y aceptación más amplias de las Escrituras, las Sociedades
Bíblicas han intentado evitar los conflictos interconfesionales mediante la publicación de sus
textos sin notas, sobre todo en los principales idiomas europeos. No obstante, las Sociedades
Bíblicas nunca han dejado de publicar Biblias con ciertos tipos de notas y ayudas marginales, pues
la frase «sin notas ni comentarios» siempre se ha referido a notas doctrinales y dogmáticas. Ello es
absolutamente comprensible, puesto que fue a raíz de estas últimas que surgieron las primeras
controversias.

Las Sociedades Bíblicas han continuado suministrando Escrituras con traducciones e


interpretaciones alternativas, con sistemas de referencia y, a menudo, con resúmenes de capítulos
y titulares. En las áreas donde los rasgos históricos y culturales propios de la Biblia conducen a
equívocos, como ocurre en muchas zonas del Oriente, las Sociedades Bíblicas no vacilan en
proporcionar un número moderado de ayudas marginales destinadas a facilitar a los lectores la
comprensión del significado del texto y la significación cultural de los hechos. Por eso, lo que
ahora hacen y propugnan las Sociedades Bíblicas no representa un cambio de política tan radical
como podría parecer.

Existe hoy una nueva dimensión en la distribución y uso de la Escritura, la cual hace imperativo
poner al alcance del lector común más ayudas adicionales. La Biblia ya no es sólo un libro que se
publique para los miembros de la iglesia. La compran y leen cada vez más personas no cristianas,
quienes no tienen ningún acceso a la ayuda adicional necesaria. En consecuencia, representantes
de las iglesias, y en particular de las que son más activas en el uso y distribución de las Escrituras,
insisten en que el Nuevo Testamento y la Biblia se elaboren con las ayudas complementarias del
caso.

Al mismo tiempo, dirigentes de la Iglesia Católica Romana han reconocido lo valioso y sabio de
cooperar con los protestantes en la traducción, publicación y distribución de las Escrituras.
También han reconocido que los tipos de ayudas marginales provistos por las Sociedades Bíblicas
Unidas son, esencialmente, lo que los católicos también necesitan.

Nida, E. A., & Reyburn, W. D. (2000). Significado y diversidad cultural. Miami: Sociedades Bı ́blicas
Unidas.
Página 85. Exportado de Software Bíblico Logos, 9:56 11 de febrero de 2018.
Por lo tanto, en cabal armonía con estas nuevas circunstancias y sobre la base de su larga
tradición, las Sociedades Bíblicas fomentan con vehemencia la incorporación de ayudas
complementarias adecuadas, diseñadas para que las Escrituras sean más útiles y significativas. Al
mismo tiempo, se cuidan de las «transposiciones» lingüísticas y culturales injustificables y de la
«reinterpretación» del mensaje.

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