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Hacia una nueva teoría del Estado

y sus consecuencias sociales

Bob Jessop

Compiladores
Alberto Supelano Sarmiento
Jorge Iván Bula

7
Siglo del Hombre Editores

Universidad Nacional de Colombia


Jessop, Bob
Crisis del Estado de Bienestar: hacia una nueva teoría del Estado y sus consecuencias
sociales/Bob Jessop; traductor Alberto Supelano Sarmiento; compiladores Alberto
Supelano Sarmiento y Jorge Iván Bula. - Santa Fe de Bogotá: Siglo del Hombre Editores,
Universidad Nacional de Colombia, 1999.
214 pp; 21 cm. - (Biblioteca Universitaria. Ciencias Sociales y Humanidades. Econo­
mía Política)

ISBN 958-665-022-7

1. Teoría del Estado 2. Economía Política I. Supelano, Alberto, tr. II. Bula,
Jorge Iván, comp. III. Tít. IV. Serie
320.1 cd 19 ed.
AGJ0017
CEP-Biblioteca Luis Ángel Arango

La presente edición, 1999


© Bob Jessop
© de la traducción,
Alberto Supelano Sarmiento

© Facultad de Derecho y Ciencias Políticas


Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas,
Universidad Nacional de Colombia,
Santa Fe de Bogotá, D. C.,
Tel. 3165000

© Siglo del Hombre Editores


Cra. 32 Na 25-46
Santa Fe de Bogotá, D. C.
Tel. 3377700
3377666
Fax. 3377665
siglohom@openway.com.co

Diseño de colección y portada


Mauricio Meló González
design@mauriciomelo.com

ISBN: 958-665-027-8

Panamericana Formas e Impresos


Calle 65 N2 94-72
Santa Fe de Bogotá
Impreso en Colombia - Printed in Colombia
ÍNDICE

P ró lo go ........................................................................... 9

FORDISMO Y POSTFORDISMO:
UNA REFORMULACIÓN CRÍTICA

Los cuatro niveles del fordism o.............. ................. 19


Estructura y estrategia en el análisis del fordismo 29
Problemas del concepto de ford ism o........................ 30
La transición al postfordism o................................... 40
Problemas del postfordism o...................................... 49

¿HACIA UN ESTADO DE TRABAJO


SCHUMPETERIANO?
Observaciones preliminares sobre
Id economía política postfordista

El perfil de las cuatro afirm aciones......................... 64


Cambios en la economía global y funciones
del Estado como contexto y c a u s a ....................... 69 )
Algo más sobre el Estado de 7^
Trabajo Schum peteriano..................................... Vv74
El “vaciamiento” y el desarrollo del ETS ..................80
El postfordismo y el E T S ...........................................84
Estrategias alternativas del ETS ..............................87
DESARROLLOS RECIENTES
EN LA TEORÍA DEL ESTADO
Enfoques, problemas y agendas

El legado m arxista................................................... 100


La segunda o lea d a ................................................... 102
Dos nuevas direcciones de investigación............... 120
¿Una agenda p o sib le?............................................... 122

REGULACIÓN, GOVERNANCE Y POSTFORDISMO


¿Perspectivas alternativas sobre el cambio
político y económico?

Antecedentes teóricos de la regulación


y de la g ove m a n ce................................................ 137
Antecedentes meta-teóricos del trabajo sobre
regulación y la govem a n ce................................. 144
Diferencias básicas entre los análisis
de la regulación y de la govem a nce..................... 150
Fordismo y postfordism o.......................................... 158
Problemas en torno de la cuestión
regulación-gouerriarice.......................................... 164

LA CIUDAD EMPRESARIAL: ¿REINVENCIÓN DE LAS


LOCALIDADES, REDISEÑO DE LA GOVERNANCE
ECONÓMICA O REESTRUCTURACIÓN DEL CAPITAL?

Aspectos teóricos prelim inares.................................. 179


La narración de la ciudad/región em presarial......... 182
Trazando la aparición de la ciudad em presarial.... 185
El rediseño de la govem ance u rb a n a .....................188
La explicación del auge (¿y la caída?)
de la ciudad em presarial....................................194

índice an alítico........................................ ...............207


PRÓLOGO

Detrás de la globalización resuena un antiguo clamor: ¡El


Estado ha muerto, viva el Estado! En efecto, las tendencias
y las presiones ocasionadas por las transformaciones que
hoy ocurren a escalas internacional, regional, nacional y
local parecen evidenciar lo que algunos autores denominan
“la crisis del Estado-nación”. Los procesos económicos y
políticos supranacionales —expresión que para algunos es
el emblema de la globalización— y el viraje hacia la descen­
tralización, que también tiende a globalizarse, ejercen pre­
siones sobre el Estado, desde arriba y desde abajo, que ha­
cen dudar de su pertinencia y aun de su permanencia tem­
poral y espacial como instrumento de regulación social.
El margen de acción de los gobiernos para el manejo
macroeconómico es cada vez más reducido. Las decisiones
de otros gobiernos o de entidades multilaterales afectan sus
economías y obligan a introducir ajustes para adaptarlas a
los cambios provenientes del entorno.
El margen de decisión se restringe aún más cuando un
país participa en procesos de integración con otros países
de su misma área geográfica o incluso —como se observa en
la actualidad— con países de otras regiones. Esa participa­
ción impone diversos compromisos en materia de política
com ercial y en el manejo de algunas variables ma-
croeconómicas que pueden afectar al sector externo de la
economía (tasas de cambio, niveles de inflación, tasas de
interés, déficits fiscales). En ciertos casos, como ocurre en la
Unión Europea, determinan la política social y la política
monetaria, dos áreas que hasta hace poco formaban parte de
la soberanía de los Estados.
Por su parte, la descentralización ha dado lugar a una
doble dinámica: la globalización de lo local y la localiza­
ción de lo global. Las localidades buscan traspasar las
fronteras nacionales a la vez que experimentan los efec­
tos de la globalización. Las economías locales se deste
rritorializan a medida que deben adaptarse a las
transformaciones que ocurren en otras partes del plane­
ta, y las tradiciones y los productos locales se exportan a
todos los rincones de la tierra.
Como resultado de este doble proceso, muchas decisio­
nes que se adoptaban en los niveles centrales del Estado se
han transferido en gran medida a las localidades (provin­
cias, departam entos o municipios). Los mecanismos
cuasiautomáticos de transferencia presupuestal desde el
centro hacia las regiones y la delegación o el traslado de
funciones que antes ejercían los gobiernos centrales son
algunas de las manifestaciones de este proceso.
También han surgido nuevas formas de enfrentar los pro­
blemas de las localidades, como las redes conformadas por
organizaciones provenientes de la sociedad civil, que en apa­
riencia tienen autonomía frente al Estado y harían irrele­
vante su presencia, dado que tienen sus propias fuentes de
financiamiento. Son las llamadas Organizaciones No Gu­
bernamentales (ong ) nacionales e internacionales.
Las redes de ong y de movimientos sociales, los procesos
de integración y la interdependencia creciente de los fenó­
menos económicos a escala mundial son factores que refle­
jan la crisis del Estado-nación. Una crisis que parece estar
relacionada con la crisis económica que desató los cambios
que hoy percibimos, más o menos nítidamente, en los pro­
cesos de trabajo, en las formas de organización industrial,
en los mecanismos de gestión macroeconómica y, en suma,
en las acciones de los agentes que intervienen en la econo­
mía. En consonancia, también han ocurrido cambios en las
formas de regulación social y política y se ha producido una
modificación de los paradigmas que influyen en el compor­
tamiento de los actores en las diferentes esferas de la socie­
dad. Algunos autores, entre ellos Bob Jessop, consideran que
esta crisis es, en esencia, una crisis del modelo de acumula­
ción fordista.
Esta crisis del Estado-nación o, más precisamente, del Esta­
do como instrumento de regulación social no ha tocado fon­
do y quizás es una simple ilusión; en este caso, habría, más
bien, una redefinición de la forma del Estado, de lo que Jessop
llama la forma-Estado cuando trata de explicar el proceso
mediante el que “la forma problematiza la función”. Es decir,
el proceso de reconfiguración del Estado y de su relación con
una serie de funciones distintas de las que tradicionalmente
se le atribuyeron durante el período de la hegemonía keynesiana
propia del régimen de acumulación fordista.
La discusión de este tema es aún más relevante por cuan­
to las agencias multilaterales parecen haber dado un giro de
180 grados: se les había visto (o percibido) defender al mer­
cado como el mecanismo de regulación, por excelencia, de
los intercambios económicos entre los agentes, pero además
como forma de regulación social en general; alentaban un
Estado relegado a las simples funciones de lo que Gramsci
llamaba el “Estado gendarme”, dedicado en lo fundamental a
las labores de justicia y orden, y a las de garantizar un entor­
no sano para el funcionamiento de los mecanismos de mer­
cado; es decir, lo que durante las dos últimas décadas mu­
chos denominaron el “Estado minimalista”. Hoy se encuen­
tra que, en su último informe, el de 1997, el Banco Mundial
reclama y casi reivindica la importancia del Estado como me­
canismo de regulación económica y social, sin duda bajo una
fuerte y coherente articulación con el mercado.
Giro, por demás, paradójico, pues la nueva aproximación
de esta agencia deja sin piso las críticas y los supuestos
enfoques alternativos que suscitaron las medidas promovi­
das por ella y por el Fondo Monetario Internacional en las
políticas económicas adoptadas, en particular, por los paí­
ses en desarrollo.
En efecto, la nueva agenda involucra problemas como la
democratización del Estado a través de mecanismos de par­
ticipación democrática y de transparencia1, la participación
de organizaciones no gubernamentales, la cooperación in­
ternacional y un aspecto de la mayor relevancia, esto es, el

1 Mecanismos que permitan exigir responsabilidad a las agencias del Estado,


ligados al concepto de accountability.
reconocimiento de los problemas institucionales que impiden
(o posibilitan) un buen funcionamiento del Estado e incluso
de los mecanismos de mercado. Por supuesto, no se abando­
nan las viejas preocupaciones de estabilidad macroeconómica
y de eficiencia en la asignación de recursos, ni las ya asimi­
ladas de la agenda internacional, como los problemas am­
bientales. Paradoja, porque en este nuevo enfoque el Banco
Mundial parece alinearse en la discusión que por largo tiem­
po han mantenido autores marxistas en tomo de la relación
entre Estado y mercado; en ella, ciertas corrientes recono­
cen la necesaria articulación de los dos agentes en el proce­
so de asignación de recursos, apreciación recogida de ma­
nera amplia por las teorías del desarrollo centradas en el
ser humano {human centred development theories).
Este viraje puede ser interpretado como una evidencia de
la breve existencia del neoliberalismo como alternativa a la
crisis, tanto de su discurso y de su lectura de la crisis, como
de sus propuestas de política económica y social que pre­
tenden modelar el mundo real. De ser así, el auge y la deca­
dencia del neoliberalismo sempresentaron en un período in­
ferior al que tuvo la hegemonía keynesiana.
Otros verán en estos cambios la fuerza de los hechos que
obliga a reconocer que más allá de las teorías de los libros
de texto hay una realidad que se impone. Según ellos, no
pueden pasarse por alto las formas institucionales y su gé­
nesis en el momento de formular medidas de política econó­
mica conducentes a favorecer nn determinado desarrollo
económico y social de los países.
Y también habrá quienes lean en este “nuevo” enfoque del
Banco Mundial una reelaboración discursiva que sólo reitera
sus principios eficientistas en el manejo del Estado y de la
economía, más allá de toda consideración ética concerniente
a problemas de equidad y distribución de las riquezas.
El reciente trabajo del Banco suscitará, sin duda, muchas
más lecturas. Lo que pone de relieve, en todo caso, es que el
problema del papel del Estado y las reflexiones sobre el mis­
mo tienen aún un largo trecho por recorrer. Estamos lejos de
comprender y aprehender todas las dimensiones de los cam­
bios que en materia de mecanismos de regulación social han
acompañado lo que más o menos de manera consensual se
conoce como la flexibilización o el régimen de acumulación
postfordista. Jessop reconoce de alguna manera esa situa­
ción. El propósito de los trabajos que se recopilan en esta
edición es entregar algunos elementos de juicio y vías de
aproximación acerca dentales transformaciones.
Estado minimalista, Estado neoliberal, Estado corporati-
vista, Estado regulador, son caracterizaciones en las que se
centra el debate sobre el tipo de Estado que está emergiendo
con los nuevos cambios en el régimen de acumulación. Sin
embargo, aún se requiere un gran trabajo intelectual e
investigativo para comprender mejor la forma de Estado que
se dibuja sobre los escombros del Estado de Bienestar; y,
sobre todo, para poder imaginar formas de Estado que per­
mitan incorporar a los actores sociales secularmente exclui­
dos de los beneficios de la modernidad, “las clases subalter­
nas de la sociedad”, al decir de Gramsci, las supeditadas a
los destinos demarcados por las clases hegemónicas.

LOS TRABAJOS DE BOB JESSOP

La colección de ensayos que aquí se presenta es parte de la


prolífica producción de uno de los autores más reconocidos
en el ámbito académico como especialista en Teoría del Es­
tado. La sola mención de.l^ producción intelectual del pro­
fesor Jessop sobre el tema del Estado sería una tarea exten­
sa y dispendiosa, y dejaría de lado otros estudios colatera­
les que cubren una amplia gama de aspectos relacionados
con el funcionamiento de la sociedad capitalista. La reseña
de toda su obra es una tarea aún más compleja.
Los trabajos que aquí se presentan abordan dos proble­
máticas distintas aunque ligadas estrechamente: las trans­
formaciones recientes <iel sistema capitalista, tema que
Jessop aborda intentando entender y explicar las diferentes
lógicas y características del régimen de acumulación
postfordista, y los problemas que plantean el estudio y la
caracterización del Estado capitalista, área en la que se ocupa
de entender las nuevas formas de regulación correspondien­
tes al nuevo régimen de acumulación.
El nivel de abstracción es distinto en cada uno de los
ensayos. Algunos se sitúan en una dimensión teórica y
discursiva; otros, que reflejan un esfuerzo de sistematiza­
ción empírica, intentan sintetizar algunas tendencias ob­
servadas y observables en la dinámica de los procesos de
globalización y en las nuevas formas de organización de los
aparatos productivos de las sociedades industriales en par­
ticular, y del sistema capitalista en general.
En “Fordismo y postfordismo: una reformulación críti­
ca”, Jessop trata de hacer una construcción ideal-típica, a
la manera weberiana, de los elementos característicos de
cada uno de estos modelos de acumulación; para ello iden­
tifica cuatro niveles de análisis: el proceso de trabajo, el
régimen de acumulación, el modo de regulación y lo que se
podría denominar el “modo de societalización”.
Para elaborar esa construcción ideal, Jessop analiza los
elementos de la producción capitalista ligados a la forma
valor (la forma moneda y la forma salario) y los elementos
relacionados con las formas distintas del valor (los aspectos
institucionales) que acompañan a las modificaciones de los
primeros y que les son consustanciales. El profesor Jessop
no se limita a construir un tipo ideal de cada una de estas
formas de acumulación del capital; también intenta enten­
derlos como momentos estructurales y estratégicos del pro­
ceso de acumulación y, además, problematiza cada uno de
los niveles de análisis desde los que aborda la construcción
de cada modelo, contrastándolos con la forma que estos ti­
pos ideales revisten en los procesos históricos reales.
Aunque el autor no logra definir precisa y totalmente las
características del postfordismo (y tampoco las del fordismo),
tiene el gran mérito de organizar la discusión en torno de
los elementos esenciales que permiten identificar los aspec­
tos novedosos que surgen después de la crisis del Estado de
Bienestar.
En su artículo “¿Hacia un Estado de trabajo schumpete­
riano? Observaciones preliminares sobre la economía polí­
tica postfordista”, la reflexión es más depurada y madura;
su esfuerzo se dirige a establecer las diferencias entre el
Estado de Bienestar que caracterizó al modo social de regu­
lación del régimen fordista de acumulación y lo que podría
llegar a ser la nueva forma de regulación social del régimen
postfordista de acumulación, a la que define como un “Es­
tado de Trabajo Schumpeteriano”.
Al categorizar de esa manera el tipo de Estado que puede
emerger como forma de regulación, Jessop busca respon­
der una pregunta: ¿cuál sería el mejor marco de regulación
para una forma de acumulación basada en los procesos de
flexibilización que hoy se consideran característicos de la
acumulación postfordista? Para responderla, el autor desa­
rrolla una elaboración teórica que parte de cuatro presu­
puestos básicos:
1. La tendencia existente a pasar de un Estado de Bienestar
Keynesiano a un Estado de Trabajo Schumpeteriano;
2. El vaciamiento de los Estados-naciones de las sociedades
capitalistas avanzadas desde tres direcciones: desde abajo,
desde arriba y hacia fuera;
3. La conexión entre esas tendencias y la transición del
fordismo al postfordismo;
4. La presunción de que el Estado de Trabajo Schumpete­
riano “vaciado” es el mejor marco de regulación posible para
el postfordismo.
En su búsqueda de una definición del nuevo tipo de Es­
tado basada en las tendencias observables de la economía
internacional y en las transformaciones de algunos Estados
de Europa y del Sudeste Asiático, el profesor Jessop pone
de presente las distintas estrategias que se articulan en el
proceso conflictivo y contradictorio de conformación de este
nuevo modo de regulación. Proceso en que convergen dis­
cursos y prácticas neoliberales, neocorporatistas y neoesta­
tistas, y cuya dilucidación puede contribuir a una mejor
comprensión de los cambios aparentes en el discurso del
Banco Mundial sobre el papel del Estado.
El artículo “Desarrollos recientes en la teoría del Estado.
Enfoques, problemas y agendas” presenta una revisión de
trabajos previos sobre el tema2 y ofrece una visión actuali­
zada del amplio espectro de perspectivas teóricas que abor­
dan de una u otra forma el problema del Estado en las so­
ciedades capitalistas. En esta revisión, que incluye los de­
sarrollos de las teorías marxistas y los estudios centrados
en el Estado, la perspectiva foucaultiana, las interpretacio­
nes feministas y los análisis del discurso, Jessop pone de
relieve las dificultades de cada uno de esos enfoques para
lograr una comprensión integral del problema del Estado; a
la vez, los pone en diálogo y destaca los aportes de cada uno
de ellos.
Una conclusión importante de este artículo es que las re­
flexiones acerca del Estado deben considerarlo como un com­
ponente más de la sociedad y no como una entidad que sin­
tetiza en sí misma todo el ordenamiento societal. Además de

2 Véase, Bob J e s s o p , “Teorías recientes sobre el Estado capitalista”, en: Mauricio


A r c h il a , comp., La crítica marxista del Estado capitalista: del Estado-instru­
mento a laforma-Estado. Bogotá, c in e p , 1980, y Bob J e s s o p , State Theory. Putting
the Capitalist State in its Place. Cambridge, Polity Press, 1990.
combinar las diversas perspectivas teóricas, este trabajo abre
muchas opciones para desarrollos posteriores de la concep-
tualización del Estado que permitan involucrar dos referen­
tes básicos: las formas históricas que ha adoptado el Estado
capitalista y la fortaleza o debilidad de la presencia y de las
acciones del Estado.
“Regulación, govemance y postfordismo: ¿perspectivas al­
ternativas sobre el cambio económico y político?” es un tra­
bajo teórico con un nivel de abstracción similar al del ante­
rior. En este ensayo se traza un paralelo, desde el punto de
vista de la génesis histórica y de sus objetos de estudio,
entre dos perspectivas teóricas que abordan el problema de
las crisis: la escuela francesa de la regulación y las teorías
norteamericanas de la govemance (término que tiene un al­
cance mayor que los de “gobierno” y “gobemabilidad”). Me­
diante la articulación de esas dos perspectivas, Jessop em­
prende el análisis de la transición dél período fordista al
postfordista con el fin de entender y explicar las transfor­
maciones económicas y políticas que permiten diferenciar a
estos dos regímenes de acumulación. Para ello combina la
perspectiva macrosocial que ofrece la teoría de la regula­
ción con la perspectiva de los mismos actores sociales, a
través del análisis de sus estrategias en materia de
gobemabilidad, tema de particular interés para las teorías
de la govemance. En este artículo, Jessop busca destacar
los aportes de estas últimas que pueden ser aprovechados
por la escuela de la regulación para ampliar y afinar el estu­
dio teórico y empírico de las transformaciones que caracte­
rizan a esta transición. Una vez más, su reflexión muestra
que “la forma problematiza la función” a través de la selec­
ción estratégica de los mecanismos de regulación social que
los actores sociales pueden escoger entre la diversa gama
de posibilidades.
En “La ciudad empresarial: ¿reinvención de las localida­
des, rediseño de la govemance económica o reestructuración
del capital?” se exponen los problemas de la globalización y
de la flexibilización que para Jessop son una expresión del
régimen de acumulación postfordista en el nivel de lo local.
En el contexto de la lógica schumpeteriana de la innovación
—que ya había abordado en su trabajo anterior para com­
pararla con la lógica del Estado Keynesiano—, el profesor
Jessop muestra cómo se ha entrado en una nueva dinámica
en la que diversas formas de capitalismo compiten a escala
global, y que las ciudades hacen lecturas de sí mismas tra­
tando de encontrar su posición dentro de esa dinámica. Tam­
bién muestra cómo se articulan las estrategias y los discur­
sos en ese proceso, particularmente en el ámbito económi­
co, y argumenta que las narrativas acerca de la ciudad em­
presarial están ligadas a las nuevas formas de regulación y
a los mecanismos de gobemabilidad y govemance en cuan­
to formas de imaginar el nuevo ordenamiento económico.
Aquí es posible observar de nuevo las presiones que se ejer­
cen sobre el Estado desde la intemacionalización y desde la
localización, dos procesos que el autor intenta sintetizar con
un nuevo término: la interlocalización.
Los trabajos del profesor Bob Jessop que conforman este
libro son un aporte importante para la comprensión de la
perspectiva regulacionista de la que él es un reconocido ex­
ponente. Y en nuestro medio son de gran interés, puesto
que, con muy contadas excepciones, esta perspectiva ha sido
poco desarrollada para analizar nuestra propia realidad.
Además, constituyen una contribución invaluable para abor­
dar los problemas institucionales y, en consecuencia, para
construir un pensamiento institucionalista alternativo al
institucionalismo neoclásico que viene ganando espacio en
nuestros círculos académicos e intelectuales. La perspecti­
va regulacionista involucra rupturas importantes frente a
la corriente principal, propone elementos significativos para
entender las recientes transformaciones a escala mundial y
ofrece herramientas de análisis que son más adecuadas para
captar la complejidad de nuestra realidad contemporánea.

J orge Iván B ula


Profesor Asistente
Facultad de Ciencias Económicas
Universidad Nacional de Colombia
FORDISMO Y POSTFORlUSMO:
UNA REFORMULACIÓN CRTSSSA1

Los términos “fordismo” y “postfordismo” se han vulgarizado a


medida que han ingresado en el lenguaje cotidiano; esto redu­
ce su utilidad para la comprensión teórica y el análisis empíri­
co, y genera muchas confusiones y controversias. Este artícu­
lo reelabora críticamente la terminología convencional del
fordismo y del postfordismo, estableciendo cuatro niveles ana­
líticos. También muestra que hay una asimetría analítica fun­
damental entre los dos términos y sugiere utilizar en forma
más cuidadosa y crítica la noción de postfordismo.

LOS CUATRO NIVELES DEL FORDISMO

El concepto de “fordismo” fue popularizado en los Estados


Unidos por el mismo Henry Ford y en los años veinte ya era
parte de la conciencia científica social y popular norteameri­
cana y europea. Ya en ese tiempo tenía distintos matices y
desde entonces éstos se han vuelto perturbadoramente
diversos. Podemos introducir cierto orden en esta confu­

1 Este artículo se benefició de las discusiones con Simón Bromley, Simón Clarke,
Benjamin Coiiat, Richard Hyman, Klaus Nielsen, Ove Kai Pedersen y Dick Walker.
Las lecturas en las que está basado se realizaron casi en su totalidad cuando el autor
tenía una beca de investigación personal del ESCR; el artículo se terminó en el Center
for Organization and Management (eos) de Copenhague con apoyo del Danish Social
Science Research Council. El autor agradece a las tres entidades por su apoyo.
sión distinguiendo cuatro niveles del fordismo: el proceso
de trabajo, el régimen de acumulación y sus modos de re­
gulación y societalización.
1. Como tipo específico de proceso de trabajo capitalista, el tér­
mino “fordismo” designa la configuración particular de la divi­
sión técnica y social del trabajo característica de la fabricación
de grandes series de bienes estandarizados. La producción en
serie fordista se basa en una división técnica del trabajo organi­
zada en forma tayloiista, su fase de producción inmediata está
sometida a pasos mecánicos mediante técnicas de línea de en­
samblaje, y en conjunto está organizada sobre el principio rec­
tor de la oferta según el cual la producción debe ser continua y
asegurar economías de escala a largo plazo. La línea de ensam­
blaje explota principalmente el trabajo semicalificado del traba­
jador masivo, pero también se emplean otros tipos de trabajado­
res (artesanos o trabajadores manuales no calificados, capata­
ces, ingenieros, diseñadores, etc.). Además, idealmente, el
fordismo implica el control sistemático, por parte de una misma
empresa, de todas las fases de acumulación, desde la produc­
ción de materias primas hasta el mercadeo [S ie g e l , 1988, 5].
Esta compleja división técnica del trabajo a veces se asocia a
una división regional compleja dentro de o entre espacios eco­
nómicos nacionales: en el fordismo tardío, por ejemplo, “la inge­
niería y la actividad de concepción se pueden encontrar en la
región I, la producción calificada en la región II y la producción
no calificada en la región III” [L ip ie t z , 1982, 37]. En consecuen­
cia, el predominio de la producción en serie en una empresa o
sector dados no excluye otros procesos de trabajo o tipos de
trabajadores. De hecho, los somete a su propia lógica, pues el
predominio de la producción en serie significa que, en virtud de
su impacto sobre la productividad y el crecimiento de la pro­
ductividad, ésta es la principal fuente de dinamismo en una
empresa o sector, y que se organizarán otros procesos y activi­
dades para apoyarla, mejorarla o complementarla2. Este nivel
de análisis es esencialmente microeconómico.

2 Carlota Pérez considera que la producción en serie fordista y las industrias de


proceso continuo son las industrias-soporte del cuarto ciclo de Kondratieff;
sus ramas motrices eran las que se dedicaban a la producción del petróleo
barato y de los materiales intensivos en energía utilizados en la producción
fordista; esto indujo el crecimiento de los sectores complementarios [P é r e z ,
1983, 362-363, 369],
2. Como régimen de acumulación, es decir, como régimen
macroeconómico que sostiene la reproducción ampliada, el
fordismo implica un círculo virtuoso de crecimiento basado en
la producción en serie y el consumo masivo. Muchos estudios
suponen que el régimen fordista y su reproducción son
autocéntricos, es decir, qúe el circuito del capital está circuns­
crito principalmente a las fronteras nacionales. Bajo estos su­
puestos, el círculo virtuoso del fordismo involucra un aumen­
to de la productividad basado en las economías de escala de la
producción en serie, un aumento de los ingresos ligado a la
productividad, una demanda masiva creciente debida al au­
mento de salarios, unos beneficios crecientes basados en la
plena utilización de la capacidad, una inversión creciente en
equipo y técnicas mejoradas de producción en serie, y un au­
mento ulterior de la productividad. La aparente armonía entre
las etapas de este círculo virtuoso no garantiza su realización.
Por ello, algunos analistas señalan el papel de diversos márge­
nes de flexibilidad3, o “estabilizadores estructurales”, que ayu­
dan a mantener el círculo virtuoso a pesar de las inevitables
tendencias a las inestabilidades y las desproporciones [B o y e r
y C o r ia t , 1986]. Otros señalan que esas mismas virtudes re­
quieren satisfacer al menos dos proporcionalidades básicas:
a) La productividad creciente del sector I (el sector de bienes
de capital) debe compensar la creciente composición técnica
del capital para que la relación capital producto no se
incremente y deprima los beneficios4; b) Las tasas de creci­
miento en el consumo de los asalariados y la productividad
del sector II (el sector de bienes de consumo) deben moverse
en un rango similar, para contrarrestar las tendencias a una
crisis de subconsumo debida a una demanda insuficiente y a
una compresión de los beneficios inducida por los salarios
[L ip ie t z , 1982, 1985].

3 El fordismo hoy parece ser muy rígido debido a que su crisis general ha
erosionado estas fuentes micro y macroeconómicas de flexibilidad. Entre las
fuentes micro se encuentran los despidos, el trabajo a destajo (short time
working) y las horas extras, el out-sourcing, las variaciones en el nivel de
inventarios, la conmutación entre mercados doméstico y externo; las fuentes
macro más importantes son las políticas contracíclicas de manejo de la de­
manda y los efectos estabilizadores de los gastos en bienestar.
4 La composición técnica del capital se refiere a la relación entre capital fijo y
capital circulante; más específicamente a la relación entre medios de produc­
ción, insumos materiales, productos en proceso y fuerza de trabajo.
Para que se presente este modo de crecimiento no es ne­
cesario que en toda empresa o rama de la producción deban
predominar las técnicas fordistas, siempre que los sectores
líderes sean fordistas. En efecto, para que la producción
encuentre un mercado masivo debe ajustarse el crecimien­
to de la producción de otros tipos de bienes (acero, petróleo,
ferrocarriles, vivienda familiar y electricidad) y servicios
(como la venta al detai, el crédito de consumo y el mante­
nimiento de los bienes durables). Así, algunos autores ha­
blan del predominio de un “complejo auto-industrial” para
indicar que otros sectores de la producción complementan
la producción en serie del sector de automotores [P érez ,
1983, 369]. Sin embargo, pese a esos refinamientos, el tra­
bajo sobre el régimen de acumulación fordista está firme­
mente enraizado en el análisis económico. Para considerar
sus bases institucionales y organizacionales debemos pa­
sar a un tercer nivel analítico.
3. El fordismo también se puede entender como un modo de
regulación, es decir, como un conjunto de normas, institu­
ciones, formas de organización, redes sociales y pautas de
conducta que sostienen y “guían” el régimen de acumula­
ción fordista y promueven la compatibilidad entre las deci­
siones descentralizadas de los agentes económicos a pesar
del carácter conflictivo de las relaciones sociales capitalis­
tas [L ip i e t z , 1985, 121]. El fordismo puede especificarse
mediante las formas que asumen los diferentes momentos
del circuito del capital, mediante los medios con que se pro­
ducen estas formas y mediante su articulación con las de­
más. Se pueden examinar, entonces, los rasgos caracterís­
ticos de la relación salarial fordista (el perfil de calificación
del trabajador colectivo, la organización de los mercados de
trabajo y el carácter de la negociación salarial, la naturale­
za de la forma salario y el equilibrio entre reproducción pri­
vada y colectiva de la fuerza de trabajo); la empresa fordista
(su organización interna, la fuente de beneficios de la em­
presa, las formas de competencia y otros vínculos entre
empresas, así como los vínculos con el capital bancario); y
los vínculos entre el circuito de capital y el Estado (las for­
mas de la intervención estatal en diferentes momentos del
circuito del capital). Este tercer nivel de análisis implica un
análisis meso-económico institucionalmente orientado del
circuito del capital que establece un vínculo de rango medio
entre el proceso de trabajo y las características básicas de
la reproducción macroeconómica y que debe ser definido cui­
dadosamente para cada momento del fordismo:
a) La relación salarial gira alrededor del papel fundamental
del trabajo semicalificado en grandes plantas o estableci­
mientos5; la administración reconoce la validez de los sindi­
catos para la negociación salarial, y los sindicatos, a su vez,
conceden a la administración el derecho de controlar el pro­
ceso de trabajo y la estrategia corporativa; los salarios se
indexan con el crecimiento de la productividad y de los pre­
cios y se vuelven rígidos a la baja pese a las fluctuaciones
en la demanda de trabajo; se difunden la negociación colec­
tiva y la legislación sobre salario mínimo, lo cual aumenta
los salarios de los empleados en los sectores no fordistas y,
por tanto, mantiene las proporcionalidades y la demanda; y
los beneficios indexados del bienestar, financiados con im­
puestos progresivos, extienden las normas de consumo
masivo a los económicamente inactivos. Incluso en un régi­
men fordista ampliamente autocéntrico, este patrón es com­
patible con mercados de trabajo duales y/o empresas o sec­
tores no sindicalizados, siempre que haya una demanda
social global adecuada para los bienes producidos en serie.
b) La empresa fordista típica ideal es un gran establecimiento
donde la propiedad y el control están separados. Tiene una
organización característica —divisiones múltiples, descen­
tralizadas y orientadas al mercado —, supervisada por una
junta central que tiene a su cargo la planeación de alto ni­
vel. Este esquema se inició en la General Motors y se convir­
tió en la norma para otras grandes empresas industriales
de los Estados Unidos en los años veinte y treinta. Por otra
parte, la producción en serie a menudo estuvo asociada a
trusts y carteles. La principal fuente de beneficios de la em­
presa en el fordismo es la plusvalía relativa, basada en me­
joras continuas de la productividad y economías de escala.
Las firmas que están a la vanguardia del proceso fordista y
de la innovación de productos también pueden obtener “ren­
tas tecnológicas”. En ambos casos, la principal forma de
competencia capitalista es monopolista más que liberal. En
vez de participar en un sistema de precios flexibles, donde

5 Es sintomático que el “día de cinco dólares” de Ford se haya introducido para


detener la alta rotación de personal y las tasas de ausentismo entre los traba­
jadores de sus líneas de ensamblaje.
los precios varían con la demanda, las firmas están compro­
metidas en una fijación de precios basada en un margen so­
bre costos, en un comportamiento de liderazgo de precios y
en la competencia a través de la publicidad.
c) La moneda tiene un carácter fiduciario y nacional y no
el de un dinero-mercancía internacional; el crédito priva­
do es proporcionado por un sistema bancario organizado
jerárquicamente y supervisado por un banco central; el
crédito de consumo es un factor importante en la capaci­
dad de las familias para comprar vivienda y artículos de
consumo durables y, por tanto, para sostener la demanda;
y las políticas de crédito del Estado tienen metas de deman­
da agregada y pleno empleo.
d) El capital comercial juega un papel clave en el estableci­
miento de los vínculos entre los productores en serie y la
demanda masiva a través de la publicidad masiva, la venta al
detai masiva (minoristas de múltiples ramas, supermerca­
dos, ventas por correo), el crédito masivo (contratos salaria­
les, compra a plazos, financiación hipotecaria), la investiga­
ción del consumidor, etc. Los medios de comunicación masi­
va desempeñan un papel esencial en la difusión de las nor­
mas de consumo masivo [B eniger , 1986]. El mercadeo tam­
bién necesita realimentarse con el diseño (aun a expensas de
una búsqueda estricta de la lógica de la producción en serie
mecanizada) para estimular la diferenciación marginal del
producto, los cambios de estilo anuales, etc. El diseño se con­
vierte, entonces, en un factor esencial para vincular la pro­
ducción en serie con el consumo masivo [S parke, 1986, xxi].
e) El Estado fordista es un Estado de Bienestar Keynesiano
que cumple dos funciones básicas en la promoción del círcu­
lo virtuoso del fordismo. Maneja la demanda agregada de tal
modo que las inversiones intensivas en capital —relativamente
rígidas— de las empresas fordistas funcionan cerca de la plena
capacidad productiva, y las empresas tienen suficiente con­
fianza para emprender actividades extensas y costosas de
investigación y desarrollo, así como la capacidad de hacer
enormes inversiones de capital posteriores involucradas en
la producción en serie compleja6; y generaliza las normas de
consumo masivo, de modo que la mayoría de los ciudadanos

6 Galbraith analiza este hecho en The New Industrial State [1967], obra que
anticipó muchos de los estudios posteriores sobre el régimen fordista.
pueden participar en la prosperidad generada por las eco­
nomías de escala crecientes. Allí donde la última función
sólo involucra una provisión limitada del Estado para el
consumo colectivo, el Estado debe asegurar niveles de de­
manda adecuados a través de la transferencia de ingre­
sos. Es probable que la intervención sea más intensa cuan­
do el fordismo alcanza el predominio y en sus años de
decadencia.
El análisis del modo de regulación se ocupa de la econo­
mía en su sentido integral, es decir, del contexto social donde
ocurre la reproducción económica ampliada7. Este análisis
identifica las condiciones institucionales y organizacionales
que aseguran el fordismo como régimen de acumulación na­
cional y es especialmente útil para definir las peculiaridades
de diferentes regímenes fordistas; pero dicho análisis no debe
divorciarse del trabajo sobre la dinámica más general del ca­
pitalismo, puesto que esta última define las tendencias y
contratendencias básicas, las contradicciones estructurales,
los dilemas estratégicos y las restricciones globales que ine­
vitablemente dan forma a los regímenes de regulación, difi­
cultades que encuentran una solución provisional, parcial e
inestable en estos últimos, y su presencia continua y des­
igual desarrollo erosionan eventualmente cualquier solución
institucional y organizacional dada. En suma, aunque este
nivel es característico del fordismo en tanto régimen de acu­
mulación, no puede entenderse adecuadamente sin conside­
rar la forma en que los modos de regulación modifican y sin
embargo permanecen sujetos a las leyes generales de la acu­
mulación de capital.
Otros analistas consideran el fordismo en términos de su
impacto social global; van más allá de su base micro-eco­
nómica, de sus precondiciones institucionales a nivel
mesoeconómico y de sus efectos macroeconómicos para exa­
minar sus repercüsiones generales sobre otros órdenes
institucionales (como el sistema político o la vida cultural) y
otros ejes de la organización social (como sus patrones es­
paciales). Esas preocupaciones incluyen no sólo el impacto

7 El término “economía integral” es análogo al concepto de “Estado integral” de


Gramsci, es decir, el Estado en su sentido inclúyente, definido como “Estado
= sociedad política + sociedad civil”. De este modo, podemos definir una eco­
nomía integral como “un régimen de acumulación + un modo de regulación”
[ver también J e s s o p , 1990b],
directo del fordismo sino también sus efectos indirectos.
Entre estos últimos se pueden examinar, por ejemplo, las
medidas adoptadas para afrontar sus efectos adversos sobre
la cohesión social y la integración institucional. La investiga­
ción permanente de estos efectos y de sus repercusiones ul­
teriores no tiene límites inherentes. Por tanto, se puede estu­
diar el impacto de los gastos crecientes en bienestar social
sobre el proceso de trabajo y el empleo, la estructura de la
demanda, la dinámica de las relaciones entre los gobiernos
central y local o la aparición de movimientos sociales orien­
tados a los temas del bienestar. Con estos efectos directos e
indirectos llegamos al cuarto nivel del análisis.
4. Considerado como modo general de societalización, es
decir, como patrón de integración institucional y de cohe­
sión social, el fordismo desplaza aún más las relaciones
sociales hacia una “sociedad salarial” masiva donde la vasta
mayoría de la población depende de un salario individual
o social para satisfacer sus necesidades desde el nacimiento
hasta la muerte [ A g l ie t t a y B r e n d e r , 1984]. Esto contrasta
con el período prefordista, cuando los trabajadores eran
incorporados al capitalismo principalmente como produc­
tores y satisfacían sus necesidades de consumo con mer­
cancías inferiores o mediante canales de subsistencia.
El fordismo promueve dos tendencias de consumo com­
plementarias: primera, el creciente consumo privado, por
parte de hogares familiares de tipo nuclear, de mercancías
estandarizadas y producidas en serie; y segunda, la pro­
ducción de bienes y servicios colectivos estandarizados por
un Estado burocrático. La primera tendencia está ligada
al mercadeo estratégico de mercancías ideológicas (auto­
móviles, televisores, lavadoras, neveras, turismo masivo),
cuyo consumo individualizado se convierte en un meca­
nismo de auto-normalización permanente a medida que
los consumidores adoptan el “estilo de vida americano”
[H a u g , 1986; L ü s c h e r , 1986; y W o l f , 1987]. La segunda
tendencia refleja la socialización creciente de la reproduc­
ción social de la fuerza de trabajo así como los esfuerzos
para administrar los costos individuales y sociales del
modelo fordista [ J e s s o p , 1986].
Por tanto, además del papel del Estado en actividades
tales como la educación general y el adiestramiento voca-
cional, el seguro de desempleo y de vejez, la atención médi­
ca o la provisión de vivienda, éste también se ocupa a me­
nudo de los efectos del fordismo en la demanda (o de las
formas fordistas de modernización), como la caída drástica
de la población rural, la destrucción del medio tradicional
de la clase trabajadora, la privatización de la vida familiar,
la despoblación del centro de las ciudades o el impacto am­
biental y social del transporte motorizado. Un efecto impor­
tante del fordismo en este campo fue la expansión del Esta­
do local como vehículo para socializar el consumo, enfren­
tar los efectos colaterales del modo fordista de crecimiento y
manejar sus crisis locales, independientemente de que la
acumulación local fuera fordista o no. Estrechamente liga­
do a esta expansión, hubo un crecimiento de las nuevas
clases medias (incluyendo los empleados estatales) que ser­
vían a la expansión fordista y/o sufrían algunas de sus re­
percusiones sociales. A su vez, este crecimiento llevó a la
crisis en la medida en que esos servicios eran menos sensi­
bles a los aumentos de productividad de las técnicas
fordistas.
Otra dimensión de la societalización es su patrón espacial.
El fordismo implica el crecimiento de las regiones industria­
les nodales que comprenden grandes áreas metropolitanas
rodeadas por redes de ciudades industriales pequeñas. Es­
tas regiones fueron dominadas por las empresas fordistas
líderes y sus proveedores mediante la extracción de materias
primas y la migración de trabajo extranjero, a una escala
creciente, del resto del mundo, y la producción de bienes
masivos para los mercados extranjeros [H arvey , 1989, 132;
Storper y S cott, 1988, 10]. A medida que el régimen fordista
se desarrolló, las empresas localizaron actividades, origina­
ron ofertas y buscaron mercados a una escala cada vez más
global. La vida urbana también asumió características
fordistas, como puede verse en la suburbanización (especial­
mente en Estados Unidos) y en la reaparición de la alta den­
sidad urbana basada en las técnicas de construcción indus­
triales (especialmente en Europa) [F lorida y K enney, 1987;
H arvey , 1989]. También existió una “política de localización”
[politics of place] centrada en “una representación consumista
de la vida urbana reflejada en los ideales de la familia nu­
clear, la vivienda suburbana y el automóvil de propiedad pri­
vada” [Storper y S cott, 1988, 30].
Algo que se encuentra un tanto alejado de su lógica eco­
nómica son las formas específicas de vida política asociadas
al fordismo. La intervención del Estado fue reorganizada,
por una parte para facilitar el modo fordista de regulación a
través de la programación económica y social y la creciente
discreción administrativa, y por otra parte para ampliar el
papel del Estado local en el consumo masivo y el bienestar
social. Las formas de representación y las bases sociales del
Estado también fueron modificadas. Así, los sindicatos y
las asociaciones empresariales jugaron un papel clave en el
manejo económico y la negociación política del bienestar
social; y cuando los partidos de gobierno aceptaron el com­
promiso fordista entre el capital y el trabajo, tendieron a
convertirse en partidos del pueblo, policlasistas. En Europa
Noroccidental, este patrón estuvo ligado estrechamente al
predominio de partidos socialdemócratas o de trabajado­
res, pero, en otras partes, regímenes con partidos de gobier­
no más conservadores impulsaron políticas similares [H irsch
y R oth , 1986; R oobeek, 1987].
Hasta ahora no hemos cuestionado el supuesto común
de que el régimen de acumulación fordista, sea autóctono o
no, tiene un carácter autocéntrico, al menos esencialmente.
Pero las economías pequeñas y abiertas (como Dinamarca,
Suecia, Austria o Canadá) se encaminaron realmente hacia
una sociedad de consumo masivo después de 1945, ocu­
pando nichos no fordistas crecientes de un sistema produc­
tivo supranacional emergente. En suma, bajo el fordismo
global no todas las economías fueron fordistas en todos sus
aspectos. Por el contrario, en una división del trabajo global
cuya dinámica era determinada principalmente por los sec­
tores fordistas líderes de las economías líderes, el éxito eco­
nómico podía lograrse al menos en dos formas; una, las eco­
nomías nacionales podían asumir una dinámica principal­
mente fordista, con un crecimiento basado ampliamente en
la expansión del mercado interno; o dos, podían ocupar uno
o más nichos que les permitían disfrutar de estándares cre­
cientes de consumo masivo basados en la demanda creciente
de exportaciones y de beneficios en pequeños sectores no
fordistas (bienes de capital en tandas pequeñas, bienes de
consumo de lujo, bienes agrícolas, servicios navales o fi­
nancieros y materias primas). Sin embargo, donde la eco­
nomía no es principalmente fordista, su modo de crecimiento
debe complementar la lógica fordista dominante y, en esta
forma, aún puede incorporarse a la dinámica de crecimien­
to fordista en vez de ser excluida (cada vez más) de ella.
Junto a^tos diferentes niveles del fordismo también pode­
mos distinguir sus momentos estructurales y estratégicos.
Los primeros se refieren a la organización real del nivel en
cuestión; los últimos a las perspectivas y discursos estraté­
gicos que predominan realmente en ese nivel. La estructura
es el legado de un proceso histórico complejo y a menudo
incorpora importantes contradicciones estructurales; la es­
trategia puede ser de corto plazo o efímera e incluye objeti­
vos y medios irracionales. En realidad, las estructuras rara
vez tienen una relación simple e inequívoca con una estra­
tegia única y a menudo prueban ser recalcitrantes, en el
corto plazo, a los intentos de recomponerlas. A la inversa,
aunque las estrategias tengan un carácter orgánico y de largo
plazo, puede ser que aún no estén incorporadas institucio­
nalmente en estructuras ni constituyan “nuevos mundos
de trabajo” en la conciencia práctica8. Las nuevas concep­
ciones del trabajo surgen usualmente antes de su tiempo y
se vuelven hegemónicas y se incorporan en las prácticas de
sentido común sólo a través de prácticas históricas comple­
jas. Eso mismo ocurre con los regímenes de acumulación y
los modos de regulación. Además, por supuesto, muchas
estrategias son “irracionales”, arbitrarias y voluntaristas,
de modo que tarde o temprano fracasan si no se modifican9.
Esto sugiere que debemos establecer si la era fordista impli­
có realmente el predominio de estructuras fordistas o si es­
tuvo marcada por la hegemonía o el predominio de estrate­
gias fordistas que prestaron coherencia y dirección a lo que
de otro modo habrían sido, más bien, cambios económicos,
políticos y sociales apenas iniciados y desconectados. ¿Es
esencial pero difícil separar el mito fordista de la realidad
fordista?
En efecto, el hecho de que los conceptos fordistas fueran a
menudo hegemónicos aunque la organización y la dinámica
de las economías nacionales fueran frecuentemente menos cla­
ramente fordistas es problemático. La historia de muchas eco­
nomías nacionales antes y después de la Segunda Guerra

8 Ver E l a m y B o r j e s o n [1990] para un análisis de la forma en que los discursos


y estrategias “reformulan” el mundo del trabajo en Suecia.
9 Para buenos estudios ilustrativos de estos puntos, ver E l a m y B o r j e s o n [1989],
J e n s o n [1990], K r is t e n s e n [ 1990] y W il l ia m s , H a s l a m , W a r d l o w y W il l ia m s [ 1986].
Mundial puede escribirse en términos de los sucesivos
intentos de imponer principios fordistas a economías no
fordistas. Esto produjo algunas economías híbridas in­
teresantes que colocaron a las economías nacionales en
condiciones muy diferentes para explotar las oportuni­
dades postfordistas. La vitalidad de la “Tercera Italia” es
citada con mucha frecuencia, aunque su realidad y per­
tinencia son también muy criticadas. Existen también
muchas preguntas más generales acerca del valor heurístico
del debate global sobre el fordismo y el postfordismo. En
efecto, como sugieren los comentarios siguientes, existe
el riesgo de caer en una discusión meramente taxonómica10.
Si bien el debate puede aclarar algunos de los temas en
disputa acerca del fordismo, no profundiza nuestra com­
prensión de la dinámica del crecimiento de la postgue­
rra, de los orígenes o de la naturaleza de las crisis que
surgieron a mediados de los años sesenta, o la forma de
salir de las crisis. Por ello, debemos ir más allá de la
taxonomía para considerar los mecanismos causales y
las conexiones involucradas en los diferentes enfoques
del fordismo.

P r o b le m a s d e l c o n c e p t o d e f o r d i s m o 11

E l proceso de trabajo

La difusión del fordismo a la Henry Ford fue en realidad


bastante limitada y nunca se completó del todo en las plan­
tas norteamericanas de Ford, para no mencionar las de
Europa. De hecho, hay dos críticas muy comunes: 1) Sólo
una pequeña parte de la producción manufacturera se pro­
duce en condiciones fordistas; 2) Sólo una pequeña propor­
ción de la fuerza se emplea en la manufactura fordista.
Ambas son válidas, incluso para los años dorados del fordismo,
y reflejan, en parte, límites operacionales fundamentales de
las técnicas de línea de ensamblaje en el caso de los proce­

10 Richard Hyman me comentó esta preocupación que discuto más adelante.


11 Ya existen muchas otras críticas a este concepto pero son muy pocas las que
primero establecen las distinciones necesarias entre los niveles posibles del
fordismo y entre sus aspectos estructurales y estratégicos. Para algunas críti­
cas representativas desde perspectivas diferentes, ver F o s t e r [1988], H ir s t y
Z e it l in [1990], S a y e r [1989] y W il l ia m s etal. [1987],
sos de flujo continuo y automatizado de la producción
minorista, o de la producción en pequeñas tandas, o in­
cluso de la de altos volúmenes de bienes cuya composi­
ción y nivel de demanda son demasiado variados para ju s­
tificar el uso de técnicas de producto específicas. Esto
significa que el potencial del fordismo depende del peso
de sectores específicos y de la naturaleza de sus produc­
tos. Por tanto, antes de juzgar la utilidad del fordismo
para entender el proceso de trabajo en una economía dada,
debemos examinar su perfil industrial y su desempeño
competitivo. Su fuerza explicativa debe ponerse en duda
en el caso de una economía administrada para competir
con éxito en los sectores supuestamente fordistas sin que
ella misma sea fordista. Su utilidad debe ser confirmada
donde el fracaso para adoptar técnicas fordistas está vin­
culado con la decadencia manufacturera en competencia
abierta. La combinación británica del “fordismo defectuo­
so” y la continua decadencia económica podría adecuarse
al modelo fordista. Así sucede con la capacidad de Ale­
mania Occidental para lograr un éxito exportador perma­
nente en un fuerte sector de bienes de capital y en secto­
res de bienes de consumo durable con alto valor agrega­
do. Pero Japón plantea problemas. Sayer sostiene, en efec­
to, que “aunque Japón tiene formas de organización que
no es equivocado describir como formas ‘de especializa-
ción flexible’, también tiene otras características que no
se pueden subsumir dentro de las versiones occidentales
del fordismo o del postfordismo” [S a y e r , 1989, 667].
La difusión limitada del fordismo también refleja cier­
tos límites sociales que lo hacen impracticable o inacep­
table así sea aplicable, puesto que las instituciones del
mercado de trabajo y las tradiciones sociales existentes
pueden impedir o bloquear la penetración del fordismo
aun en el caso del sector fordista “clásico”, el de los auto­
móviles. Varios estudios recientes muestran que la pro­
ducción en serie fordista ha sido bloqueada aquí por fac­
tores tales como la estructura de habilidades, las capaci­
dades empresariales, el tamaño del mercado, las condi­
ciones del mercado de trabajo y la organización sindical
[ T o l l i d a y y Z e i t l i n , 1987].
También debemos preguntarnos si los estudios sobre el
proceso de trabajo fordista se han ocupado excesivamente
de la manufactura o, dentro de este sector, de los bienes
durables en general o solamente de los automóviles y los
camiones12, puesto que éstos desvían la atención del creci­
miento que, desde 1945, ha sido generado por otros sectores
(como la industria aeroespacial, la petroquímica y los mate­
riales sintéticos) y sesgan los estudios sobre producción en
serie hacia algunos sectores manufactureros quizá atípicos.
Una definición menos restrictiva de la producción en serie
fordista permite encontrarla en otros sectores. Definido como
la producción de bienes o servicios estandarizados mediante
una división técnica del trabajo taylorizada, el uso de ma­
quinaria de dedicación exclusiva y el énfasis en las econo­
mías de escala13, por ejemplo, el fordismo se presenta en
sectores que van de los criaderos avícolas a la recolección
de impuestos, de las ventas minoristas masivas a la incine­
ración masiva, de los tests de inteligencia de elección múlti­
ple al interés masivo por el cuidado del cuerpo, de las comi­
das rápidas al transporte masivo (sobre la agricultura nor­
teamericana, ver K e n n e y et al. [ 1988], y sobre la agricultura
en general, K a m p p e t e r [ 1986]; sobre el trabajo de oficinas,
B e n ig e r [1986, 432]).
Con respecto al proceso de trabajo, entonces, el fordismo
puede definirse en distintas formas. Esto no es descriptivamente
nocivo, siempre que cada definición sea más o menos precisa
y las diversas definiciones se distingan con claridad14. Pero en
la explicación causal se presentan problemas, debido a que
las definiciones más incluyentes implican diferentes cadenas
de argumentos y/o causación con respecto a las definiciones
menos incluyentes. Aquí también es esencial la claridad. Puesto
que para cada definición —dados ciertos supuestos sobre la
relación capital-trabaj o y las formas de la competencia capita­
lista— se pueden ofrecer argumentos acerca de la dinámica
del conflicto de clase en la empresa y/o el curso de la acumu­

12 Kaplinsky defiende esta concentración del interés en la industria automovilís­


tica con base en que, “primero, es la mayor fuente individual de empleo indus­
trial y, segundo, desde las primeras décadas del siglo XX ha establecido el
patrón para el desarrollo de la forma dominante del proceso de trabajo que
posteriormente se ha difundido a otros sectores manufactureros” [K a p l in s k y ,
1988, 452],
13 Lipietz [1982] sugiere una definición aún más general del fordismo, como un
sistema que involucra “esencialmente la taylorización más la mecanización”.
14 Algunas dificultades de la literatura fordista provienen del fracaso para satis­
facer estos criterios: y muchas críticas contra esta literatura se basan en una
combinación innecesaria de las diferentes definiciones posibles.
lación de capital. También se necesita un conjunto más com­
plejo de distinciones que no residualice todo el conjunto de
relaciones del proceso de trabajo sino apenas un pequeño
subconjunto. Incluso la dicotomía entre “producción flexible”
y “producción en serie”, con sus dos términos positivos, no es
mucho mejor. Una tipología multivalorativa ofrecería múlti­
ples descripciones y explicaciones.

R égim en de acum ulación

Para poner la carreta histórica antes del caballo conceptual,


debemos preguntar si hubo siquiera un régimen fordista de
acumulación y cómo se lo puede identificar. Subrayar el círculo
virtuoso de la producción en serie y del consumo masivo en
una economía nacional autocéntrica significa que pocas eco­
nomías pueden ser consideradas fordistas. Sólo la economía
norteamericana tuvo el alcance continental y la gama de re­
cursos necesarios para ser virtualmente autosuficiente y de­
sarrollar algo parecido a un verdadero régimen fordista de
acumulación. En estos términos, quizá sea mejor sostener que
el fordismo aparece principalmente a escala local o regional en
forma de distritos industriales fordistas o a escala pan-regio­
nal o supranacional en forma de circuitos de capital fordistas15.
Dentro de las fronteras nacionales pueden encontrarse econo­
mías regionales fordistas, bolsas de especialización flexible y
otros regímenes locales, lo cual plantea problemas acerca de
su papel en el modo de crecimiento nacional y de su inserción
dentro del modo de regulación dominante. Surge una compli­
cación adicional debido a que las economías capitalistas avan­
zadas estuvieron significativamente involucradas en el comer­
cio externo desde la formación del fordismo, pasando por su
apogeo hasta sus años de decadencia. Esto es válido, por enci­
ma de todo, para las economías abiertas pequeñas. En conse­
cuencia, cualesquiera que sean las virtudes de un régimen
fordista ideal, típico y autocéntrico, el ideal y la realidad esta­
ban a menudo demasiado alejados.
La idea de un régimen de acumulación fordista puede ser
rescatada si se acepta que su círculo virtuoso no necesita
pasar realmente por la unión estrecha entre producción en

15 Es claro que tales argumentos requieren cambios en la definición del fordismo


como régimen de acumulación, aunque sean cambios diferentes en cada caso.
serie y consumo masivo dentro de las economías naciona­
les, sino que se puede lograr allí donde el dinamismo de
una economía nacional tenga los rasgos siguientes: debe
basarse en la acumulación intensiva en uno o más sectores
líderes, en un aumento de la productividad debido a econo­
mías de escala u otras fuentes de plusvalía relativa, en un
aumento de los salarios indexado con los aumentos de pro­
ductividad o rentabilidad, en un crecimiento correspondiente
del consumo masivo, en la rápida expansión doméstica de
bienes de consumo masivo y/o de los diversos bienes o ser­
vicios necesarios para disfrutarlos y, para cerrar el cir­
cuito, en unos ingresos por exportaciones suficientes para
financiar la importación de bienes de consumo masivo y
otros insumos necesarios para mantener el círculo vir­
tuoso en operación. Por tanto, una economía nacional
dada no necesita producir por sí misma complejos bie­
nes de consumo durable masivos en la medida en que
genere los ingresos por exportaciones suficientes para
financiar su importación y tenga un modo de regulación
que generalice las normas de consumo masivo y la de­
manda efectiva. Aun así, la dinámica económica global
podría diferir de la de otros tipos de regímenes, por ejem­
plo, de aquellos regímenes basados en la acumulación
extensiva y la regulación de la competencia o en la acu­
mulación intensiva sin consumo masivo, puesto que el
consumo masivo sigue requiriendo una infraestructura
de apoyo y sectores de servicios complementarios y esto
puede modificar los patrones sectoriales y de ocupación.
Esta forma de analizar los regímenes de acumulación
fordistas implica algunas maniobras teóricas complejas con
implicaciones algo ambivalentes para la utilidad del fordismo
como concepto. En términos positivos, descarta el análisis
de las economías nacionales o regionales en aislamiento y
pone en el centro las complementariedades entre los dife­
rentes regímenes de acumulación nacionales, lo cual impi­
de suponer que el fordismo surgió a través de la simple di­
fusión del modelo de los Estados Unidos y exige dar mayor
atención a sus diferentes modos de regulación. También
destaca la necesidad de examinar la forma en que los regí­
menes internacionales (o modos de regulación internacio­
nal) sirvieron para bloquear la explotación ulterior de las
periferias dependientes y estimular el comercio entre las
economías metropolitanas. En términos negativos, nos lle­
va a preguntar si los estudios sobre el fordismo implican
algo más que envasar los viejos modelos de crecimiento en
nuevos recipientes terminológicos. A veces parece que una
explicación de tipo Kaldor-Verdoom (que subraya los efec­
tos virtuosos de un paso de la agricultura de baja producti­
vidad a la manufactura de alta productividad y/o los efec­
tos potenciales autorreforzadores del rápido crecimiento de
la productividad y del producto) ha sido reempacada y ven­
dida (en algunos casos erróneamente) como fordismo16. Si
se mantiene este tipo de explicación, la clave del crecimien­
to del consumo masivo sería el aumento de los ingresos
masivos provenientes de la rápida expansión económica más
que la producción en serie como tal. A su vez, esto dirige la
atención hacia las condiciones generales del crecimiento
económico de la postguerra. Quizá el fordismo pueda, en­
tonces, ser replanteado como una estrategia de acumula­
ción o un mito organizador que da forma y coherencia al
crecimiento económico. Pero esto llevaría a enfatizar las
cuestiones estratégicas más que a describir la dinámica de
crecimiento real. El origen y la difusión de las ideas, proyec­
tos y estrategias fordistas seguirían siendo campos de in­
vestigación importantes pero no deberían confundirse con
los modos reales de crecimiento en las diferentes economías
de postguerra. Igualmente importantes serían los estudios
de las fuerzas directrices reales del crecimiento, y la compa­
ración del papel de los gastos militares17, del gasto de bien­
estar keynesiano, etc.
Aquí es valioso tener una perspectiva histórica más amplia
que muestre el desarrollo experimental y accidental del para­
digma fordista dominante. Pues cuando la historia del fordismo
se reduce a la consolidación doméstica del estilo americano y
su difusión, se ignoran los intentos de desarrollar modelos de
fordismo alternativos del período de entreguerras. Los
paradigmas taylorista y fordista fueron significativos en la
Unión Soviética, por ejemplo; y, expresados en diversos pro­

16 Buena parte de la obra de Boyer es inspirada en modelos kaldorianos, por


ejemplo, B o y e r y P e t it [1981] o B o y e r y R a l l e [1987]. Otros regulacionistas
parisinos también utilizan modelos que son similares, se basan en o desarro­
llan argumentos de tipo Kaldor-Verdoom.
17 Mike Davis criticó la obra pionera de Aglietta sobre el fordismo norteamerica­
no por ignorar los “ 1,6 trillones de dólares dedicados permanentemente a la
economía de armamentos desde 1946” [citado en: F o s t e r , 1988, 28].
yectos productivistas, tecnocráticos y futuristas, también
disfrutaron de amplia simpatía, especialmente en Europa
Occidental, “donde se consideró que el gobierno represen­
tativo no funcionaba bien” [M aier , 1970, 29]. El nazismo y
el fascismo dieron al taylorismo y al fordismo un lustre po­
lítico característico. Propusieron una “racionalización”, a
cargo del Estado, de toda la vida económica y social como
preludio para ganar mercados masivos en otras partes a
través de acuerdos comerciales bilaterales y/o la fuerza de
las armas18. Como economía continental, rica en recursos y
en expansión, Estados Unidos podía adoptar una posición
aislacionista y buscar un crecimiento autocéntrico: las au­
toridades alemanas e italianas pensaron que sus economías
debían mirar hacia afuera para realizar el potencial de la
racionalización fordista [S iegel , 1988]. Sin embargo, la fas­
cinación europea con el estilo americano y el fordismo fue
erosionada por la Gran Depresión y sólo revivió después de
la victoria de los aliados que, a su vez, erosionó la fe en las
políticas de bloques, como el Grossraumwirtschaft nazi o la
Esfera de Coprosperidad Asiática del Japón. Esto contribu­
yó a que los Estados Unidos hegemonizaran la reconstruc­
ción de la postguerra y afirmaran las virtudes del fordismo
y del estilo de vida americano. En la promoción de su propio
modelo del fordismo, los Estados Unidos tenían, por su­
puesto, la ventaja del predominio económico y militar. Esto
permitió que influyeran en la reforma institucional de Ale­
mania Occidental y del Japón y establecieran regímenes in­
ternacionales que estimulaban la acumulación fordista, prin­
cipalmente a través de la instalación de un régimen petrole­
ro internacional que garantizaba ofertas cada vez más bara­
tas y abundantes de una fuente de energía esencial para la
expansión fordista [B romley, 1990]. En consecuencia, aun
aceptando que el régimen de crecimiento anterior a la post­
guerra fue principalmente autocéntrico, se necesitaron di­
versas condiciones internacionales favorables para que ocu­
rriera este despegue doméstico.

18 Pueden hallarse algunos paralelos entre el New Deal de los Estados Unidos y
el Nuevo Orden Nazi como formas de Estado de Bienestar Internacional: don­
de el Volksempfaenger (radio), la Volkswagen y el Autobahn desempeñaban
funciones equivalentes a las de los bienes de consumo durable de las familias,
del modelo T y de las autopistas de los Estados Unidos [R o o b e e k , 1987, 134],
El problema aquí es la amplia variación de los modos de
regulación compatibles con el fordismo considerado como
régimen de acumulación. El fordismo metropolitano se ha
presentado junto con las más variadas instituciones de
mercado de trabajo. El trabajador fordista masivo y los sin­
dicatos masivos no fueron siempre las fuerzas pivotes de
las relaciones industriales y la negociación colectiva. La for­
ma M (o compañía de divisiones sloanista) se enraizó prin­
cipalmente en Europa a finales de los sesenta más que du­
rante el despegue del fordismo [F r a n k o , 1974]; y las formas
de empresa japonesas están lejos de ser sloanistas [S a y e r ,
1989]. Muchas economías europeas y japonesas mantuvie­
ron una pequeña burguesía numerosa y políticamente sig­
nificativa en el sector comercial mucho después de que se
experimentara un cambio hacia las ventas minoristas de
carácter masivo. A la inversa, el consumo masivo surgió a
finales del siglo diecinueve tanto en Gran Bretaña como en
Estados Unidos [B e n ig e r , 1986; y T e d l o w , 1990]. Además,
el fordismo metropolitano se asocia con formas liberales,
corporativas y dirigistas de régimen político. La administra­
ción keynesiana de la demanda se desarrolló mucho des­
pués en la mayoría de los países y se aplicó en forma poco
efectiva en casi todas las economías. Por otra parte, la se­
cuencia y el patrón de los desarrollos del Estado de Bienes­
tar asumieron formas muy diferentes en todas las econo­
mías capitalistas avanzadas.
En consecuencia, más que insistir en una configuración
institucional particular que comprenda el modo fordista de
regulación, debe buscarse una familia de semejanzas. Pue­
den discernirse algunos patrones: un vínculo entre salarios y
productividad; la difusión de la negociación colectiva; la com­
petencia monopolista; el papel creciente del crédito estatal
en la inversión y el consumo; el compromiso estatal en la
generalización de las normas de consumo masivo dentro de
grupos significativos, como los campesinos en Japón y los
granjeros en Estados Unidos y Europa; el creciente ejército
de empleados estatales y de receptores del bienestar, etc.
Existe también una creciente preocupación estratégica en las
economías de escala, la productividad, la planeación, la ges­
tión del crecimiento, etc., que afectan la vida social y política
así como las formas de actividad económica.
Él modo fordista de regulación, si existe o existió, ha sido
tan variado que sus consecuencias para la societalización
también varían ampliamente. Además, puesto que los pun­
tos de partida para la expansión fordista fueron diferentes y
las estructuras sociopolíticas e institucionales son difíciles
de transferir entre sociedades, se pueden encontrar “fordis-
mos nacionales” bastante diferentes. Pero no siempre es claro
qué tanto se deben estas diferencias a una lógica fordista
genérica que funciona en circunstancias diversas o a que
las diferencias estructurales preexistentes modifican fun­
damentalmente la lógica genérica para producir diferen­
tes modos de crecimiento. Esto nos lleva a otra cuestión,
a saber, la periodización.

Periodización

Puesto que cada uno de los elementos del fordismo tiene su


propia prehistoria y muchos elementos sobrevivieron después
de la época fordista, surge la pregunta crucial acerca de la
iniciación exacta de esta época. Si no hay discontinuidad o
ruptura a medida que el proceso de trabajo, los regímenes de
acumulación, los modos de acumulación o las estructuras
sociales evolucionan, ¿es justificable hablar de una época
fordista? Aun si aceptamos que la producción en serie esta­
blece una diferencia, ésta no puede ser la innovación clave
para explicar el crecimiento de la postguerra. La investiga­
ción sobre los ciclos largos revela que han ocurrido más pe­
ríodos de expansión de los que cabría esperar por el simple
contraste entre regímenes prefordistas y fordistas. Esto tam­
bién sugiere que el crecimiento de la postguerra estuvo basa­
do ante todo en la energía abundante y barata, en los petro-
químicos, en los materiales sintéticos, en otras industrias de
proceso y en la aviación, así como en la producción de bienes
de consumo durables. De otro lado, podríamos preguntar si
la línea divisoria en la transición al postfordismo es la deca­
dencia de la línea de ensamblaje fordista (o incluso de la pro­
ducción en serie en su conjunto) o la penetración de la
microelectrónica en un rango creciente de actividades econó­
micas (incluyendo la producción en serie). Sin respuestas sa­
tisfactorias a estas preguntas, las discusiones sobre el
fordismo y el postfordismo tienen poco sentido.
Pero las respuestas satisfactorias no pueden encontrarse
en la génesis de los elementos individuales del fordismo (cual­
quiera que sea la definición de éste) sino en las discontinuidades
de su articulación global. Por tanto, tratamos de identificar
nuevas configuraciones que han adquirido una dinámica emer­
gente y característica como resultado de esta articulación. Aquí
surgen al menos dos problemas. En primer lugar, debe hacer­
se mucho esfuerzo para rastrear la larga gestación de un fenó­
meno de vida más bien corta, puesto que el auge del fordismo
no cubre ni siquiera todos los treinta años del boom de la post­
guerra19. En segundo lugar, el despegue del crecimiento fordista
parece depender de una serie grande de eventos casuales, donde
el fin de la Segunda Guerra Mundial sólo proporciona un pun­
to de referencia conveniente pero estereotípico para las
periodizaciones posteriores.
Mi conclusión personal es que ninguna discusión seria
del fordismo como fase distinta de la expansión capitalista
puede realizarse tomando como eje el modo de regulación.
Los análisis del proceso de trabajo son demasiado limita­
dos; especialmente porque hay problemas reales para pre­
cisar el significado estricto del proceso de trabajo fordista.
El énfasis en el régimen de acumulación fordista es socava­
do por el carácter problemático de las pretensiones acerca
del autocentrismo y del círculo virtuoso de crecimiento ba­
lanceado generado por la producción en serie y el consumo
masivo. Pero el énfasis en la societalización, es decir, en las
ramificaciones y repercusiones del fordismo sobre el patrón
de integración institucional y de cohesión social, supone lo
que no se puede suponer: que ya hay acuerdo en la forma de
definir el fordismo. Mediante un proceso de eliminación se lo
puede definir en términos de un modo específico de regula­
ción o rechazarlo como concepto carente de utilidad. Muchos
críticos apoyarían la segunda alternativa, aunque haya ar­
gumentos razonables en favor de la primera. En consecuen­
cia, recomiendo que el fordismo se defina en términos del
núcleo de un modo de regulación cuyas características míni­
mas comprenden: una relación salarial donde los salarios se
indexan con el crecimiento de la productividad y la inflación;

19 Siegel explica el abandono del fascismo en términos de “un procedimiento que


reduce a una mera fase preparatoria cerca de dos tercios de los sesenta años
desde el comienzo de la época fordista en los años veinte” [1988, 4],
el Estado juega un papel clave en la administración de la
demanda; y las políticas del Estado ayudan a generalizar las
normas de consumo masivo. Trabajando con esta definición
básica se pueden examinar las precondiciones económicas
del modo de regulación fordista en modos de crecimiento (o
regímenes de acumulación nacionales y su inserción en la
economía mundial) y formas de organización del proceso de
trabajo específicas; se puede examinar la crisis del fordismo
en términos de cambios en el circuito de capital y/o de las
modalidades de lucha de clases, los cuales ayudan a erosio­
nar la efectividad del modo fordista de regulación mismo, así
como en términos de la dinámica característica, sui generis,
de este modo de regulación; se pueden examinar los intentos
de mantener este modo de regulación frente a sus crisis y su
fracaso eventual; y se pueden examinar sus precondiciones y
efectos más amplios en la organización del Estado, la econo­
mía y la sociedad civil. En cada caso hay que estar atentos a
las variaciones nacionales entre los diversos modos de creci­
miento y regulación así como al patrón cambiante de comple-
mentariedades y tensiones entre ellos.

LA TRANSICIÓN AL POSTFORDISMO

¿Qué conclusiones se pueden extraer del interés en el


postfordismo? Una explicación adecuada debe considerarlo
en forma semejante al fordismo; distinguiendo sus diferen­
tes niveles y adoptando el mismo espíritu crítico. Sin em­
bargo, en la turbulencia económica actual, incluso sus ras­
gos genéricos son inciertos. La asimetría entre el fordismo y
el postfordismo a este respecto es sugerida incluso por el
prefijo cronológico de este último término. Se debe, enton­
ces, tener cuidado. Si ese prefijo contiene realmente mucha
información, términos tales como “post-liberalismo” o in­
cluso “pre-postfordismo” dirían mucho acerca del fordismo20.
No obstante, incluso una especificación detallada de las dis­
tintas dimensiones del postfordismo deja muchas cosas sin
responder. Por tanto, una condición mínima para hablar de

20 Este argumento fue planteado por Haug [1986], quien señala que parte de la
teorización postfordista también se refiere a las continuidades, al reforzamiento
de tendencias y así sucesivamente; haciendo ambiguo lo que se incluye dentro
del concepto de postfordismo.
postfordismo sería la de mostrar por qué éste surgió des­
pués de la era fordista. De otro modo deberíamos hablar de
una variante de no fordismo21.
Si el prefijo contiene un significado real en vez de servir
sólo como un indicador cronológico afín al uso francés del
“aprés-Jordisme” (literalmente, “después del fordismo”), de­
ben aducirse argumentos adicionales. Puede razonarse a lo
largo de una o de las dos líneas siguientes: mostrar que el
postfordismo surgió de tendencias originadas dentro del
fordismo pero que establece una ruptura con éste; y/o mos­
trar que el conjunto de elementos viejos y nuevos del
postfordismo resuelve o desplaza una o más de las con­
tradicciones y crisis que debilitaron decisivamente al
fordismo22. Si se dice que el postfordismo surgió del
fordismo, también deben demostrarse las principales
discontinuidades: de otro modo sería mejor hablar de alto
fordismo, fordismo tardío o neofordismo23. Alternativa­
mente, se puede justificar el concepto mostrando que el
postfordismo resuelve o desplaza las contradicciones y
tendencias a la crisis características del fordismo. Esto
no implica que el postfordismo carezca de sus propias
contradicciones y tendencias a la crisis. Éstas pueden
darse por sentadas; pero la partícula “post” aún tendría
sentido si este nuevo régimen superara de algún modo (o
se sostuviera que puede hacerlo) los problemas típicos
de la era fordista24.

21 Una vez más, el modelo japonés plantea problemas: si el futuro postfordista


fue liderado por el Japón y si Japón carece de un pasado fordista, ¿qué signi­
fica el concepto de postfordismo cuando se aplica al Japón?
22 Esto presupone estar de acuerdo sobre la crisis del fordismo; bien sea como
proceso de trabajo, como régimen de acumulación, como modo de regulación
o como modo de societalización.
23 Muchos de los primeros comentarios sobre la crisis del fordismo sólo previe­
ron un movimiento del fordismo al neofordismo: de acuerdo con Kenney y
Florida, éste implica “el uso de nuevas tecnologías para generar una renova­
ción económica dentro del contexto general de las instituciones y relaciones
sociales fordistas” [K e n n e y y F l o r id a , 1988, 147]. Los ejemplos típicos son el
estudio pionero de Aglietta sobre el fordismo norteamericano [1979] y los co­
mentarios de Palloix sobre el proceso de trabajo neofordista [1976].
24 Ésta parece ser la línea de Kaplinsky cuando escribe que “actualmente existe un
general reconocimiento de que hay alternativas para el sistema fordista, amplia­
mente reconocidas como más productivas”. Una razón para que el JIT se desa­
rrollara como alternativa fue la pequeña escala del antiguo mercado japonés de
automóviles y la necesidad de mantener bajos costos de inventario [1988, 455],
Los análisis serios del postfordismo deben ir más allá de
señalar que éste aparece después del fordismo y mostrar
cómo se relaciona con las tendencias de desarrollo y las cri­
sis específicas del fordismo. Hacer esto no sería lo mismo
que probar que el postfordismo es la mejor rúbrica para
explorar y explicar los actuales cambios de las economías
avanzadas o de la economía mundial capitalista como un
todo. Sin embargo, esto también se supone demasiado a
menudo en las perspectivas postfordistas, algunas de las
cuales simplemente ignoran otras bases de periodización
que no intentan justificarse [B r o m l e y , 1988].
Aparte de estos problemas conceptuales básicos, hay sóli­
das razones empíricas para dudar del postfordismo. Es claro
que hay muchos puntos de partida y trayectorias diferentes
hacia el postfordismo y que la evidencia es contradictoria,
incompleta o provisional, especialmente en relación con los
regímenes de acumulación y el modo de regulación o de
societalización postfordistas. Incluso el hecho de determinar
si el nuevo paradigma hegemónico será el modelo americano,
el japonés o el alemán, corre el riesgo de marginar otrás posi­
bilidades. Éstas incluyen una pax trilateralis emergente ba­
sada en una división del trabajo global tripolar o en una va­
riedad de paradigmas basados en elementos extraídos de cada
modelo y adaptados a las circunstancias locales25.
Frente a dichas dificultades, más vale maña que fuerza.
Pero, como recuerda Marx, “hic Rhodus, hic salta”. Después
de haber escrito otros trabajos sobre el postfordismo y te­
niendo tiempo para revisar lo que he dicho, también tengo
que dar un salto. Usando como trampolín el supuesto bási­
co de que el régimen de acumulación postfordista se basará
en el predominio de la producción flexible en combinación
con consumos diferenciados y no estandarizados, especifi­
caré los diversos niveles del postfordismo.
1. En tanto proceso de trabajo, el postfordismo puede
definirse como un proceso de producción flexible, es decir,
basado en máquinas o sistemas flexibles y una fuerza de
trabajo adecuadamente flexible. Su hardware esencial es la

25 Retomando al proceso de trabajo en la Industria de automóviles, por ejemplo,


debemos señalar que un estudio sugiere que la industria británica se acerca
al modelo alemán mientras que la industria norteamericana se acerca al mo­
delo japonés [J ü r g e n s et a l , 1988, 12].
microelectrónica basada en tecnologías de información y
comunicación. Éstas son relevantes para el “trabajo manual
y el trabajo no manual, para empresas pequeñas, medianas
y grandes, a nivel corporativo, de división y de sitio de tra­
bajo, para los gerentes y para los sindicatos, y asi sucesiva­
mente” [C lark , 1989, 6]. También se pueden utilizar para
“seleccionar, controlar y proporcionar una retroalimenta-
ción inmediata en una amplia gama de operaciones huma­
nas y de maquinaria. Cuando se ligan a los sistemas de
telecomunicaciones basados en la electrónica, estas tecno­
logías de ‘tiempo real’ también pueden establecer mejores
vínculos y flujos de información a través del espacio, inte­
grando las actividades entre departamentos y sitios de tra­
bajo, y entre individuos y organi-estaciones de diferentes
países” [C lark , 1989, 6]. Esto permitiría una especializa-
ción flexible nueva y mejorada de firmas pequeñas o redes de
productores aun en la producción de tandas pequeñas y, de
hecho, fuera de las manufacturas puede producir la flexibili­
dad en la producción de muchos tipos de servicios en los
sectores público y privado y en el llamado “tercer sector”. De
modo que el alcance del proceso de trabajo postfordista para
modelar la dinámica del sistema económico emergente es
mucho mayor del que pudo tener el fordismo. En algunas
áreas postfordistas se verá una extensión adicional del
taylorismo (por ejemplo, un menor grado de trabajo de ofici­
na y algunos aspectos del diseño) o su intensificación ulte­
rior (por ejemplo, las manufacturas duras [sweated manu-
facturing] o trabajo de ensamblaje). Por otra parte, puede
haber una convergencia bilateral hacia una producción
diversificada de calidad desde la producción en serie y la
producción artesanal [Streeck , 1987].
Este patrón puede denominarse postfordista en la medi­
da en que surge del proceso de trabajo fordista y/o se con­
sidera que responde a la crisis del fordismo. Aunque no se
niega la validez parcial del primer vínculo, es más fácil de­
fender el último. El hecho de subrayar que el postfordismo
surgió del proceso de trabajo fordista dificulta su diferen­
ciación con respecto al neofordismo y, como el postfordismo
se puede aplicar a ramas que previamente no estaban orga­
nizadas sobre líneas fordistas, surgen dudas adicionales
sobre la validez del prefijo. Sin embargo, al mirar cómo evo­
luciona el postfordismo en respuesta a la crisis del fordismo,
podemos incluir innovaciones de proceso y de producto que
surgieron por fuera de cualquier contexto inmediato de
fordismo. Aquí pueden incluirse los complejos de especiali-
zación flexible que han coexistido largamente con la pro­
ducción en serie fordista y ahora parecen haber ganado un
nuevo plazo de vida en términos materiales e ideológicos,
así como el papel clave de las nuevas tecnologías (micro-
electrónica, biotecnología y nuevos materiales) para supe­
rar algunos de los problemas del control fordista. Para apro­
vechar estas fuentes de flexibilidad nuevas o recargadas,
los capitalistas esperan superar la alienación o resistencia
del trabajador masivo, la decadente calidad de los produc­
tos, el estancamiento relativo del taylorismo y de la produc­
ción en serie, la amenaza competitiva de los productores,
con bajos costos, de la “periferia fordista” o “taylorismo san­
griento” del Tercer Mundo, y la saturación relativa de los
mercados de bienes estandarizados producidos en serie;
también esperan satisfacer la demanda creciente de pro­
ductos más diferenciados con medidas que quiebren los
costos crecientes de los sectores de servicios no fordistas
(especialmente en el sector público) y fomenten la producti­
vidad en otros sectores manufactureros. Las nuevas tecno­
logías también pueden contribuir a resolver problemas más
generales del fordismo tales como el uso excesivo de petró­
leo, energía y materias primas y su efecto nocivo sobre el
ambiente natural y artificial [R o o b e e k , 1987].
2. Como modo de crecimiento macroeconómico estable, cual­
quier círculo virtuoso postfordista reflejará la nueva forma
dominante del proceso de trabajo así como los cambios en
las relaciones económicas internacionales. Un régimen de
acumulación postfordista nacional típico e ideal tendrá la
dinámica siguiente: se basará en la producción flexible; en
una productividad creciente basada en las economías de
alcance; en el aumento de ingresos de los trabajadores cali­
ficados polivalentes y de la clase de servicios; en una de­
manda creciente de bienes y servicios diferenciados favore­
cida por el creciente elemento discrecional de estos ingre­
sos; en los crecientes beneficios provenientes de rentas tec­
nológicas; en la plena utilización de la capacidad; en la
reinversión en equipos y técnicas de producción más flexi­
bles; y en nuevos conjuntos de productos, así como en un
impulso adicional a las economías de alcance. Comparado
con el régimen de acumulación fordista típico ideal, el creci­
miento postfordista no necesita generalizar los salarios cre­
cientes de los trabajadores de los sectores nodales hacia
otros trabajadores y a los económicamente inactivos. Ade­
más, en tanto que la expansión fordista se basó amplia­
mente en un mercado doméstico creciente y los modos
postfordistas estarán más orientados hacia la demanda mun­
dial, la competencia global puede limitar el alcance de la
prosperidad general y estimular la polarización de los in­
gresos causada por el mercado.
Una solución posible a este último problema consistiría
en que el keynesianismo internacional administre la deman­
da global y generalice las normas de consumo elevado junto
con políticas de oferta más locales para mejorar la compe­
titividad estructural de los sistemas productivos compro­
metidos en la carrera de modernización postfordista. Ha­
bría otra solución de tipo más “extensivo”: reintegrar el blo­
que soviético y la China comunista en un mercado mundial
único para generar demanda a través de la descomposición
de las relaciones —originada por la crisis— de la produc­
ción estatal socialista y de nuevas formas de comercio Este-
Oeste.
Junto al surgimiento de procesos de trabajo auténticamente
postfordistas y de su organización alrededor de ellos, este nuevo
régimen de acumulación puede ser considerado como
postfordista siempre que resuelva (o se afirme que lo hará) las
tendencias a la crisis de su predecesor fordista, entre ellas el
agotamiento relativo del potencial de crecimiento proveniente
de la expansión de la producción en serie, la saturación relati­
va de los mercados de bienes de consumo durables y la ruptu­
ra del círculo virtuoso de acumulación fordista debido a la
intemacionalización y a los problemas que ésta impuso a la
regulación nacional. A estos respectos, el postfordismo trans­
forma la producción en serie y va más allá de ella, segmenta
los viejos mercados y abre otros nuevos, y está menos limitado
por las condiciones de demanda nacionales.
3. Como modo de regulación, el postfordismo implicará el
compromiso de introducir innovaciones y flexibilidades en
el lado de la demanda en cada una de las principales áreas
de regulación. Dadas las incertidumbres actuales acerca de
este aspecto, sólo daré una breve y tentativa explicación de
algunas de sus posibles características,
a. La relación salarial postfordista puede implicar una re­
composición fundamental del trabajador colectivo (con una
tendencia hacia la polarización entre trabajadores califica­
dos polivalentes y trabajadores no calificados, en contraste
con la tendencia fordista hacia la homogeneización en tomo
del trabajador masivo “semicalificado”); la organización de
los mercados de trabajo internos y externos alrededor de
diferentes formas de flexibilidad (funciones y habilidades,
duración y forma del contrato de trabajo, paquete salarial,
etc.); el paso a la negociación colectiva a nivel de empresas o
de plantas; y nuevas formas de salario social. Las estrate­
gias de relaciones industriales pueden centrarse en la inte­
gración de los trabajadores nodales dentro de la empresa y
en la movilización de la inteligencia de producción de los
trabajadores, disolviendo la distinción taylorista entre con­
cepción y ejecución. También puede haber una intensifica­
ción de la marginalización y la inseguridad de los trabajado­
res de la periferia. Éstos serán pobremente remunerados, es­
tarán desorganizados y serán reclutados entre los gmpos
sociales políticamente marginales, como las minorías étnicas,
los migrantes rural-urbanos y los inmigrantes ilegales,
b. El sistema de empresa postfordista puede experimentar
un cambio desde la primacía de la estructura corporativa
de tipo jerárquico, numerosa [well-staffed], burocrática y
sloanista, hacia formas de organización más planas, menos
numerosas y más flexibles. Las nuevas formas de organiza­
ción entre la jerarquía y el mercado se harán mas importan­
tes en la administración de las interdependencias estratégi­
cas dentro y entre las empresas para responder más rápi­
damente a los cambios de la demanda. Se acudirá a una
mayor utilización de consultores externos, de especialistas
y de subcontratistas así como de círculos rotativos de tra­
bajo y de una mayor competencia interna; las empresas tam­
bién se volcarán a los joint ventares, al licénciamiento o con­
tratación de tecnología, a las alianzas estratégicas, a la co­
laboración en investigación y desarrollo, a las sociedades de
diseño, etc. Los beneficios de la empresa dependerán de la
capacidad para concebir sistemas de producción flexibles
que aceleren los procesos y la innovación de productos; la
búsqueda de rentas tecnológicas basadas en la innovación
continua de procesos y productos; y las economías de al­
cance. La competencia se centrará en factores distintos de
los precios, tales como la calidad mejorada y el desempeño
de los productos individuales, la capacidad para responder
a los clientes sobre pedido, y la rápida respuesta a los cam­
bios en las condiciones del mercado. Algunos comentaris­
tas también esperan una polarización entre las firmas
transnacionales gigantes que ofrecen una amplia gama de
bienes y servicios en campos multifacéticos de competencia
tecnológica y una multiplicidad de empresas pequeñas (pero
a menudo transnacionales) que buscan nichos específicos
en mercados globales u otro tipo de mercados. Otros predi­
cen una nueva jerarquía de relaciones industrial-financie-
ras, donde la cúspide será ocupada por jugadores globales
con alto valor agregado y mercados de productos en expan­
sión y por los bancos internacionales orientados a satisfa­
cer las necesidades de las firmas transnacionales [G r o u ,
1984; A m in y R o b i n s , 1990].
c. Según las tendencias actuales, la forma dinero estará
dominada por el crédito bancario privado, sin raíces, que
circula intemacionalmente; se desarrollarán formas más
flexibles de crédito ligadas a una gama creciente de instru­
mentos financieros; el crédito estatal estará sometido a lí­
mites fijados por la lógica del dinero internacional y de los
mercados de dinero. Se debate ampliamente acerca de la
sostenibilidad de estas tendencias.
d. Con el énfasis cada vez mayor en las formas de consumo
diferenciado, el capital comercial será reorganizado para
crear y servir mercados crecientemente segmentados. El
hipermercado, el centro comercial y la boutique se citan a
menudo como formas arquetípicas de las formas de consu­
mo postfordistas en comparación con el supermercado y las
tiendas de departamentos.
e. La intervención del Estado se desplazará de la preocupa­
ción fordista por la administración de la demanda nacional
a través de medidas keynesianas y de Estado de Bienestar,
pues el carácter irreversiblemente internacional del post­
fordismo tiene la consecuencia paradójica de reforzar el pa­
pel del Estado en la promoción de la competencia, no tanto
de las empresas individuales o de las firmas líderes nacio­
nales sino del sistema productivo global y de sus soportes
socio-políticos. Si esto reduce el papel del Estado en la ad­
ministración de la demanda nacional, también incrementa
su papel en la reestructuración constante y continua del
lado de la oferta [K u n d ig , 1984, 60]. La política de bienestar
también se integrará estrechamente a este proceso de rees­
tructuración. Además, dado que los Estados-naciones indi­
viduales pueden carecer de los medios para organizar la com­
petencia, esto implica un papel mayor de los Estados conti­
nentales o pan-regionales (como la Comunidad Europea).
Durante la transición al postfordismo, este fenómeno impli­
ca no solamente el retroceso [roll back] de las fronteras
fordistas del Estado sino también el avance de las fronteras
de un nuevo tipo de Estado. El mundo postfordista será
estructurado por la interacción de rivalidades nacionales o
regionales en la carrera por la modernización social y la di­
námica de un sistema de producción global.
Consideradas globalmente, estas formas constituyen un
conjunto de prácticas reguladoras que también parecen
surgir de las tendencias inherentes al fordismo y resolver al
menos algunas de sus tendencias a la crisis. Algunas de
estas nuevas formas estructurales y prácticas reguladoras
se desarrollaron a partir de los intentos de manejar la crisis
del fordismo, y otras, de los intentos por escapar a ella; al­
gunas son ante todo defensivas y otras ofensivas. Entre los
problemas que contribuyen a resolver pueden mencionar­
se: el colapso de las políticas de ingresos fordistas y la crisis
de las instituciones del mercado de trabajo fordista; la con­
tradicción entre las formas de salario fordistas y la necesi­
dad postfordista de promover la autonomía responsable; el
costo creciente de la investigación y el desarrollo; el cambio
rápido y el acortamiento de los ciclos de vida del producto;
los mayores riesgos de fallas del mercado; la dificultad en la
disponibilidad de tecnologías que permiten una mayor inte­
gración de las tareas; y la implementación de una comuni­
cación entre divisiones más fácil,, etc. Políticamente, las
nuevas formas de intervención del Estado responden al es­
tancamiento keynesiano, a la crisis fiscal del Estado, al
menor crecimiento de la productividad del Estado de Bien­
estar en comparación con el sector privado, a las rigideces y
disfunciones de la administración y la planeación burocrá­
ticas, a la creciente resistencia que presentan las fuerzas
clasistas y los nuevos movimientos sociales contra las for­
mas y los efectos del Estado fordista, etc.
4. El modo de societalización postfordista es especialmente
incierto porque, en contraste con el predominio del modelo
norteamericano durante la postguerra, hoy existe una fuer­
te competencia entre los modelos japonés, germano occi­
dental y norteamericano. Al menos podemos describir los
efectos de la societalización como una transición desigual
hacia el postfordismo. Ya existen signos claros de reorgani­
zación en la división espacial del trabajo y entre sistemas
nacionales, pues la producción flexible parece estar evitan­
do los viejos centros de producción fordistas y se localiza
usualmente en las extensiones suburbanas de las áreas
metropolitanas fordistas, en áreas internas relativamente
no industrializadas y, al menos en los servicios, en los dis­
tritos comerciales centrales [S t o r p e r y S c o t t , 1988]. Estos
nuevos lugares de producción son rearticulados dentro del
circuito global del capital y sólo sus nodos centrales (el me­
dio primario de la innovación) pueden funcionar como po­
los integrados, aglomerados y autogeneradores de crecimien­
to; otros lugares se volverán cada vez más fragmentados y
se están localizando en puntos más bajos de la jerarquía
global [A m in y R o b i n s , 1990].

PROBLEMAS DEL POSTFORDISMO

Existe el riesgo de que la construcción de un modelo o para­


digma del postfordismo estimule el análisis teleológico y/o
funcionalista. En el peor de los casos, esto implica suponer
que está en marcha una transición inevitable y predetermi­
nada del fordismo hacia el postfordismo, impulsada por la
lógica cambiante de las fuerzas productivas y de las presio­
nes competitivas impuestas por las fuerzas capitalistas más
fuertes. Aquí, las falacias teóricas son bien conocidas pues­
to que existe un amplio margen para que las fuerzas socia­
les resistan y modelen las innovaciones técnicas y sociales.
Aunque evitemos la teleología, nos podemos enredar en el
funcionalismo. Aquí el riesgo es que, habiendo construido
un paradigma del postfordismo, luego consideremos todas
las cosas en términos de su papel para hacer avanzar (o
bloquear) la transición al postfordismo. Pero, si aún no po­
demos decir cuál será la forma final de un proceso de traba­
jo, un régimen de acumulación o un modo de regulación
postfordistas, es temerario y falaz sostener que ciertas es­
tructuras o estrategias específicas resultan ser funcionales
o disfuncionales para la transición. Esto ayuda a explicar la
asimetría fundamental entre los conceptos de fordismo y
postfordismo.

E l proceso postfordista de trabajo

Ignoremos las numerosas limitaciones científicas, técnicas


y financieras que hacen impracticable la fábrica totalmente
automatizada y examinemos los cambios más generales
hacia la flexibilidad de la manufactura26. Éstos pueden adop­
tar dos formas principales: estática y dinámica [C oriat ,
1990]. La primera depende de la capacidad de la empresa
para ajustar, “instantáneamente”, su combinación de pro­
ductos a las fluctuaciones de la demanda y, por tanto, ope­
rar a su capacidad instalada o cerca de ella. Esto sólo es
efectivo donde los bienes producidos tienen una vida corta
o se vuelven obsoletos rápidamente, de modo que las econo­
mías de escala son limitadas: de lo contrario, una empresa
grande equipada con maquinaria flexible superaría a las
empresas pequeñas o medianas [C oriat , 1990, 157-159,
163]. Por contraste, la flexibilidad dinámica opera en un
horizonte de tiempo más largo e implica “líneas de produc­
ción capaces de evolucionar rápidamente, en respuesta a
los cambios en la ingeniería de procesos o productos” [C oriat,
1990, 167]. Esto es ideal para los nuevos productos con
demanda creciente y para los productos con volúmenes de
demanda estables pero con cambios periódicos en las ca­
racterísticas que se ofrecen o demandan [C oriat, 1990, 169;
y E lam , de próxima publicación]. Situada aún más allá del
alcance de la especialización flexible se halla la producción
de bienes de inversión grandes y masivos, tales como los
sistemas públicos de conmutación y telecomunicaciones
[Sayer , 1989, 675]. Éstos se pueden beneficiar de la inte­
gración por computador de diferentes fases de la produc­
ción, pero su manufactura real estará más allá del alcance
de las empresas pequeñas o medianas aunque estén orga­
nizadas flexiblemente en distritos industriales. No obstan­
te, los cambios que ocurren en el proceso de trabajo, aun­
que tengan un alcance limitado y a menudo sólo se realicen
parcialmente, parecen implicar desviaciones importantes con
respecto a la práctica fordista. Aunque no se justifique ha­
blar de un régimen de acumulación o de un modo de regu­
lación postfordista, la evidencia indica ciertas tendencias
auténticamente postfordistas en el proceso de trabajo. El
problema real es entender su significado con respecto a otras
tendencias y explicaciones alternativas.

26 “Los sistemas de manufactura flexible son todavía demasiado costosos para


las empresas pequeñas y exigen que las empresas que los utilizan arrojen
mayores volúmenes y mayor variedad de productos de los que puede absorber
el mercado” [S a y e r , 1989, 673; citando a S c h o n b e r g e r , 1987].
E l régim en de acum ulación

Aún es demasiado pronto para definir el régimen de acumu­


lación en unos términos que sean puramente abstractos. Esto
es especialmente cierto dados los cambios complejos y aún
inciertos que han ocurrido en Europa del Este y la Unión
Soviética así como el continuo desarrollo de la Comunidad
Europea y sus asociados. En relación con los rápidos cam­
bios que se han presentado bajo la égida de las empresas
transnacionales, ellos hacen prever fácilmente que no habrá
un retomo al statu quo ante-fordista y hacen difícil de prever
las formas precisas de cualquier régimen nuevo.

M odo de regulación

Puesto que los objetos y los modos de regulación se relacio­


nan mutuamente, sería aventurado prever las principales
líneas de cualquiera de los modos futuros de regulación
postfordistas. Los objetos de regulación no se constituyen
completamente antes de las luchas en torno de su regula­
ción sino que se constituyen parcialmente en y a través de
esas luchas [J e s s o p , 1990a]. Los descubrimientos de opor­
tunidades y la experimentación por ensayo y error también
desempeñan un papel importante en la consolidación de los
modos de regulación. Dada la incertidumbre acerca de los
elementos de los regímenes de acumulación postfordistas,
su articulación dentro de momentos duraderos de un modo
de regulación postfordista estable es doblemente incierta.
Esto explica los conflictos sobre algunos aspectos claves del
postfordismo: la flexibilización de la relación salarial; el sig­
nificado, alcance e importancia de la especialización flexi­
ble; la naturaleza y el significado de los distritos industria­
les; y la relevancia de las empresas flexibles pequeñas en
muchas áreas de producción que aún son cruciales. Tam­
bién se debate mucho acerca de si el sistema monetario in­
ternacional se ha vuelto demasiado flexible para su propia
conveniencia, para no mencionar la del capital productivo.
Las estrategias de nichos de mercado a menudo terminan
sepultando a sus protagonistas. Y, aunque parece haber un
“vaciamiento” de los Estados-naciones a medida que las fun­
ciones se transfieren hacia arriba —a cuerpos supra o
transnacionales — y hacia abajo —a nuevas formas de Esta­
do local o regional—, las formas del Estado y la intervención
del Estado para promover y administrar la transición hacia
un futuro postfordista incierto son demasiadas y muy va­
riadas para hacer una buena predicción. Tampoco es claro
el grado en que los cambios actuales en las formas y funcio­
nes del Estado obedecen a la transición al postfordismo y
cuántos de ellos son el resultado de otras tendencias, dile­
mas y contradicciones.

Societalización

Aún no ha aparecido un régimen de acumulación postfordista


viable y compatible con un modo de regulación postfordista,
si ello es posible. Esto sugiere que la discusión de la
societalización postfordista debe limitarse a tres áreas de in­
vestigación: a) En qué forma los cambios en el proceso de
trabajo afectan las relaciones de clase y género y otras rela­
ciones sociales; b) Los problemas sociales debidos a la crisis
del fordismo y la búsqueda de alternativas; y c) Los procesos
políticos involucrados en esta búsqueda. A lo sumo podemos
describir algunas de las formas sociales involucradas en la
transición al postfordismo pero igualmente en la transición a
otras formas estructurales. También es demasiado pronto
para hablar de un modo postfordista de societalización.

Periodización

Con respecto al proceso de trabajo podemos plantear una


periodización similar a la que se encuentra en las explica­
ciones del fordismo. La pregunta que se plantea es si la in­
tegración de la producción a través de computadores desde
el diseño hasta el mercado constituye realmente una ruptu­
ra fundamental en la organización industrial o si otros cam­
bios son más importantes. Esto es especialmente proble­
mático puesto que es claro que hay un papel para la pro­
ducción masiva en muchas áreas de producción. En cam­
bio, en Occidente hoy se han adoptado muchas soluciones
japonesas (como la producción JIT, realmente originada en
los años cuarenta y cincuenta, antes de la crisis del fordismo)
[Sayer , 1989, 670], Esto no impide insertarlas en un siste­
ma productivo postfordista pero se requiere un análisis más
matizado y equilibrado para mostrar exactamente lo que es
nuevo y/o “post” en este sistema.
De esta revisión pueden extraerse muy pocos resultados
sustanciales. Esto obedece principalmente a la materia pri­
ma intelectual sobre la que se ha trabajado: la distinción
entre fordismo y postfordismo. Por tanto, mis conclusiones
se limitan a reflexiones metodológicas e incluyen pocos co­
mentarios esenciales. Sugiero, en particular, que esta dis­
tinción entraña tres principales fuentes de confusión: a) El
fracaso para diferenciar entre los posibles sitios donde pue­
den desarrollarse el fordismo y el postfordismo; b) El fraca­
so para distinguir entre la afirmación estratégica o retórica
de uno u otro aspecto del fordismo o del postfordismo y su
real inserción dentro de las características estructurales es­
pecíficas de una formación social; y c) El fracaso para reco­
nocer la asimetría básica entre los conceptos de fordismo y
postfordismo, el cual se debe al cierre de la época fordista y
la incertidumbre futura del postfordismo.
Dicho esto, en caso de usar uno y otro conceptos, yo pre­
fiero el de fordismo. En parte, porque refleja la oportunidad
de que la desaparición de la era fordista permita estudiar la
transición al fordismo y las regularidades en, y a través de,
diferentes áreas de fordismo consolidado. El término
“fordismo” sirve como concepto heurístico cuando se esta­
blece la especificidad histórica de formaciones particulares
y, por tanto, como régimen de acumulación; es útil para
definir las tendencias básicas, las contratendencias y las
formas de crisis del capitalismo de postguerra. Sin embar­
go, aun así ha sido necesario cualificar significativamente
la naturaleza y el significado del fordismo, proporcionando
definiciones más bien laxas de su materialización a diferen­
tes niveles y/o admitiendo una multitud de subtipos o de
formas híbridas. Esto es lo que suscita lamentaciones acer­
ca de la abrumadora furia taxonómica tanto en historias
detalladas como en análisis causales dinámicos de las ten­
dencias y las contratendencias. Por muy justificadas que
sean estas lamentaciones en algunos casos, parece conve­
niente utilizar la noción de fordismo como parte de un siste­
ma conceptual más amplio.
Estos problemas se acentúan al analizar el postfordismo.
Es difícil definir un régimen de acumulación o un modo de
societalización postfordista coherente como tipo ideal o como
construcción heurística. También existen dudas reales acer­
ca de que la posible trayectoria del capitalismo lleve a un
futuro postfordista. Deben satisfacerse condiciones teóri­
cas y empíricas específicas antes de que se pueda hablar
razonablemente de postfordismo. Además, aunque se
abandonase este concepto en favor de otro que carezca de
un prefijo cronológico (como “acumulación flexib le”,
“fujitsuismo” o “spathkapitalismus”)27, aún subsisten bue­
nas razones para dudar de que éste describa adecuadamente
el futuro del capitalismo, pues ese futuro estará determina­
do por la lucha de clases y la competencia capitalista en
todas sus formas así como por fuerzas enraizadas en otros
órdenes institucionales; también dependerá crecientemente
de fuerzas globales más que de fuerzas confinadas a los
Estados-naciones particulares o a los sistemas productivos
plurinacionales. Inevitablemente, esto suscita problemas
tanto para quienes tratan de encontrar soluciones a los pro­
blemas del fordismo como para quienes tratan de estudiar­
los. El debate sólo ha comenzado y yo apenas he tratado de
presentar algunas guías conceptuales y algunas reflexiones
esenciales para ayudar a orientarlo.

27 La noción de “spathkapitalismus”, un juego de palabras con el concepto de


“spütkapitalísmus” (“capitalismo tardío”), se refiere a Lothar Spáth, presiden­
te-ministro demócrata-cristiano modemizador de Baden-Wurtemberg y nota­
ble defensor del futuro postfordista para Alemania Occidental.
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¿HACIA UN ESTADO DE TRABAJO SCHUMPETERIANO?*
Observaciones preliminares sobre la economía
política postfordista

Se acepta ampliamente que los regímenes de Estado de Bien­


estar keynesianos que surgieron durante el largo auge de la
postguerra se encuentran en estado terminal; pero hay
mucho menos consenso acerca de cuál será el sucesor de
esos regímenes. Aunque este tema es demasiado extenso
para cubrirlo en detalle, quiero presentar tres afirmaciones
generales y algo especulativas sobre los cambios actuales.
1. Se está produciendo un cambio tendencial desde el Esta­
do de Bienestar Keynesiano (allí donde éste se estableció)
hacia un Estado de Trabajo Schumpeteriano; 2. Los Esta­
dos nacionales de las economías capitalistas avanzadas es­
tán sometidos a un triple y desigual proceso de “vaciamien­
to” {uneven three-way “hollowing-out”); 3. Esas dos tenden­
cias están asociadas a la transición, en las economías oc­
cidentales, del fordismo al postfordismo. Aunque claramente
ligadas a la misma dinámica económica global propuesta en

* Tomado de “Towards a Schumpeterian Workfare State?”, publicado en la re­


vista Studies in Political Economy (40, primavera de 1993). Ésta es una versión
revisada y abreviada de un artículo presentado en la Octava Conferencia de
Europeístas (Chicago, 26-28 de marzo de 1992). El autor agradece los comen­
tarios de Bill Carroll, Des King, Colin Hay, Jane Jenson, Rianne Mahon, Klaus
Nielsen, Leo Panitch, Sum Ngai-Ling y David Wolfe. Con la condensación del
artículo se eliminaron muchas referencias y ejemplos ilustrativos (nota del
traductor).
la tercera afirmación, las dos primeras pueden considerarse,
no obstante, independientemente. A la inversa, esas tres afir­
maciones pueden condensarse en un aforismo audaz: el Es­
tado de Trabajo Schumpeteriano “vaciado” (“hollowed-out”
schumpeterian workfare state) proporciona el mejor armazón
político posible para el postfordismo. Los supuestos e ideas
básicos implícitos en estas cuatro afirmaciones se sintetizan
en la primera sección de este artículo. Las secciones poste­
riores contextualizan los cambios tendenciales, esbozan los
mecanismos que los generan y enuncian las tres variantes
típico-ideales del régimen emergente. Este trabajo teórico tam­
bién permite concretar las afirmaciones iniciales y sugerir
cómo pueden utilizarse en investigaciones posteriores.

El p e r f il d e l a s c u a t r o a f ir m a c io n e s

Este artículo busca introducir algunas inquietudes teóricas


sobre el Estado en la teoría de la regulación antes que intro­
ducir conceptos regulacionistas en los análisis del Estado.
El artículo parte de la idea de que, puesto que la actividad
económica está incorporada en la sociedad y es regulada
socialmente, una explicación adecuada de la economía debe
adoptar un enfoque integral. Por tanto, el siguiente análisis
se ocupa de la reproducción económica y social ampliada
del capitalismo o, parafraseando a Gramsci, de la “econo­
mía en su sentido inclusivo”1. A su vez, ésta comprende por
definición “un régimen de acumulación + un modo de regu­
lación social”. El Estado es una importante fuerza estructu­
ral y estratégica a este respecto y sus principales roles son
asegurar la reproducción ampliada y la regulación del capi­
talismo2. Aquí son particularmente importantes dos funcio­

1 Aquí se hace referencia al análisis gramsciano de “lo stato integrale” (el Estado en
su sentido incluyente) en términos de “sociedad política + sociedad civil” [Gramsci,
1971]. En Jessop [en prensa] se compara la teoría del Estado de Gramsci con el
enfoque de “economía integral” implícito en la teoría de la regulación.
2 Las formas, funciones y actividades del Estado no pueden reducirse al papel
de regular la economía en su sentido inclusivo. Si se considera al Estado
desde un punto de vista de economía integral, su explicación es necesaria­
mente parcial, igual que un enfoque político integral de la economía produce
una explicación parcial de esta última. En el caso de Gramsci, por ejemplo,
ésta se limita a asegurar el núcleo económico decisivo de un bloque histórico
(para comentarios adicionales, ver Jessop, 1992a).
nes: primera, ayudar a garantizar las condiciones para la
valorización del capital y, segunda, ayudar a garantizar las
condiciones para la reproducción de la fuerza de trabajo.
Estas dos funciones son incorporadas, de hecho, en las de­
finiciones de Estado de Bienestar Keynesiano y Estado de
Trabajo Schumpeteriano. Así, mientras que los términos
“keynesiano” y “ schumpeteriano” de cada concepto se refie­
ren a la formas de intervención económica del Estac’o ca­
racterísticas de un modo de regulación social dado, los tér­
minos “bienestar” y “de trabajo” se refieren a la forma espe­
cífica de intervención social que favorece el Estado. Desde el
punto de vista de economía integral aquí esbozado, es pro­
bable que el Estado de Bienestar Keynesiano (o EBK) y el
Estado de Trabajo Schumpeteriano (o ETS) correspondan a
regímenes de acumulación diferentes. Espero demostrar que,
mientras que el primero era un elemento “integral” de la
reproducción ampliada del fordismo, el último puede llegar
a ser igualmente “integral” para su régimen sucesor que
aún está en proceso de surgimiento3. Antes de continuar,
quiero sintetizar las cuatro presunciones mencionadas.

El Estado de Trabajo Schumpeteriano

La primera afirmación —que está en marcha un cambio


tendencial desde el EBK al ETS— descansa en dos nociones
ampliamente aceptadas: que el EBK fue un soporte estruc­
tural clave del largo auge de la postguerra, y que desde en­
tonces éste ha entrado en crisis junto con el régimen de
acumulación al que viene asociado. En términos abstrac­
tos, los distintos objetivos del EBK con respecto a la repro­
ducción económica y social fueron promover el pleno em­
pleo en una economía nacional relativamente cerrada, prin­
cipalmente a través del manejo de la demanda, y generali­
zar las normas del consumo de masas, a través de los dere­
chos al bienestar y de nuevas formas de consumo colectivo.
Naturalmente, las formas concretas del EBK y los medios
específicos para alcanzar esos objetivos variaron según fue­
ra el caso. No obstante, cuando la crisis del EBK se extendió

3 Soy muy consciente de las dificultades que implica el uso de términos tales
como “fordismo” y, aún más seriamente, “postfordismo”; no obstante, para
ciertos propósitos, éstos pueden desempeñar un papel teórico real o tener
alguna relevancia empírica real (ver Jessop, 1992b).
y los esfuerzos para restaurar las condiciones de la postguerra
a través de la austeridad económica y el recorte social fracasa­
ron, el énfasis se desplazó a los intentos de reestructurar y
reorientar el Estado a la luz de percepciones significativamente
distintas de las condiciones que llevan a la expansión econó­
mica. Lo que está surgiendo, en forma vacilante y desigual,
de estos intentos es un nuevo régimen que podría denomi­
narse, aunque no en forma muy elegante, Estado de Trabajo
Schumpeteriano4. En términos abstractos, sus objetivos eco­
nómicos y sociales pueden sintetizarse en la promoción de
innovaciones de productos, de procesos organizacionales y
de mercados; el mejoramiento de la competitividad estructu­
ral de las economías abiertas, principalmente mediante la
intervención en el lado de la oferta; y la subordinación de la
política social a las exigencias de flexibilidad del mercado de
trabajo y de competitividad estructural. Aunque los rasgos
distintivos del ETS se perciben más claramente cuando se
contrasta con el EBK, es importante señalar que la aparición
del ETS no depende de la presencia de un EBK más o menos
propenso a la crisis. Aunque este desarrollo puede ser típico
de los casos europeos, hay importantes ejemplos del Este
Asiático que no se ajustan a este patrón. Por cierto, hoy en
día estos últimos a menudo se consideran como modelos para
resolver la crisis en Occidente.

El “vaciamiento” del Estado nacional

En cada uno de los centros de la tríada de regiones confor­


mada por Norteamérica, la Comunidad Europea y Asia del
Este, el Estado nacional está sujeto a diversos cambios que
llevan a su “vaciamiento”. Esto no significa que el Estado
nacional haya perdido toda importancia. Lejos de ello, sigue
siendo esencial como lugar institucional y entramado
discursivo para las luchas políticas; incluso aún mantiene
buena parte de su soberanía, aunque principalmente como
ficción jurídica que se reproduce mediante el reconocimien­
to mutuo en la comunidad política internacional. Al mismo
tiempo, su capacidad para ejercer el poder aun dentro de

4 Por lo menos en opinión de A. Cochrane [1992], En un artículo anterior, yo


simplemente lo llamaba Estado de Bienestar Postfordista, pero este término
carece de especificidad formal y funcional (ver Jessop, 1991).
sus fronteras nacionales se está volviendo cada vez más li­
mitada debido a un triple y complejo desplazamiento de los
poderes —hacia arriba, hacia abajo y, en alguna medida,
hacia afuera—: algunas capacidades del Estado son trans­
feridas a cuerpos pan-regionales, plurinacionales o inter­
nacionales; otras son devueltas a los niveles regionales o
locales dentro del Estado nacional; y otras son asumidas
por redes horizontales de poder emergentes —regionales o
locales— que pasan por alto a los Estados centrales y unen
regiones o localidades de diversas sociedades. Estos cam­
bios también están asociados al desvanecimiento de las fron­
teras del Estado y a su creciente compromiso en estrategias
de orientación social descentralizada antes que en la coor­
dinación centralizada de carácter imperativo. Además, aun­
que estos cambios surgen a veces como productos coyuntu-
rales de crisis administrativas de corto plazo o de la varia­
ción de estrategias, también responden a cambios estruc­
turales de largo plazo en la economía global. Aquí no sólo
está en juego una serie de cambios formales o tácticos sino
también la rearticulación práctica de las capacidades políti­
cas, pues la pérdida tendencial de la autonomía del Estado
nacional crea la necesidad de coordinación supranacional y
el espacio para el resurgimiento subnacional. Obviamente,
la combinación precisa de las tres principales formas de “va­
ciamiento” varía con el régimen económico y político exis­
tente, las restricciones estructurales que enfrenta y el cam­
biante equilibrio de fuerzas.

D el fo rd is m o al postfordismo

La coherencia general de estos cambios a través de una


amplia gama de regímenes económicos y políticos sugiere
que está operando algo más que meras condiciones econó­
micas y políticas fortuitas o locales. Por esto, la tercera pre­
sunción afirma que esos cambios están estrechamente re­
lacionados y fundados en un conjunto de procesos que a
menudo, y quizá engaños ámente, se caracterizan como la
transición del fordismo al postfordismo. Esta caracteriza­
ción ha ayudado a contextualizar y modelar las respuestas
a la crisis del EBK, pero oscurece la complejidad real de los
cambios agrupados bajos esa caracterización, así como los
problemas que surgen cuando se busca una solución
comprehensiva. Por tanto, se necesita examinar más de cerca
los cambios involucrados. Además de lo que puede llamarse
un cambio de paradigma tecno-económico del fordismo al
postfordismo, también deben examinarse factores tales como
el surgimiento de nuevas tecnologías, el acelerado ritmo de
intemacionalización y los cambios básicos en las formas re­
gionales de las economías global y nacional. Esas cuatro ten­
dencias están estrechamente relacionadas; en su conjunto,
socavan la efectividad del EBK como fuerza de regulación
económica y política (ver el acápite “Cambios en la economía
global y funciones del Estado como contexto y causa”) y fijan
los parámetros dentro de los cuales deben buscarse las solu­
ciones para la crisis del orden económico de la postguerra.

¿El mejor armazón político posible?

Esto lleva a la cuarta y más audaz afirmación, a saber, que


el ETS “vaciado” puede ser considerado como el mejor ar­
mazón político posible para el postfordismo. Hay un riesgo
obvio en esta metáfora: puede suscitar la idea errónea de
que el Estado sólo es un armazón político protector dentro
del cual puede germinar tranquilamente una semilla eco­
nómica. Un punto de vista económico integral, con su aten­
ción explícita al acoplamiento estructural y a la coevolución
contingente de regímenes de acumulación y modos de regu­
lación social5, excluye esa interpretación pero abre la posi­
bilidad de justificar dicha afirmación por tres vías: a) De­
mostrando que aspectos principales de los regímenes de EBK
estaban estructuralmente acoplados al crecimiento dinámico
del fordismo atlántico6 y que la transición al ETS ayuda a

5 El acoplamiento estructural ocurre cuando dos o más sistemas operativamente


autónomos pero interdependientes coexisten en el mismo ambiente y reaccio­
nan a los cambios del ambiente y a las reacciones del otro; así interrelacionados,
también coevolucionan en forma parcialmente contingente y en forma par­
cialmente dependiente de la trayectoria (para mayor información sobre estos
conceptos, ver Jessop, 1992a, pp. 327-339).
6 En este contexto, sigo a analistas tales como Van der Pijl [ 1984], que consideran
el fordismo como un régimen de acumulación cuya dinámica de crecimiento se
basaba en la difusión del paradigma industrial de los Estados Unidos hacia el
noroccidente europeo. Debería agregar que varias economías no fordistas, cuya
dinámica de crecimiento probó ser complementaria a la del régimen fordista
dominante, también pudieron ampliarse significativamente durante el largo auge
de la postguerra (éstas incluyen la canadiense y varias europeas). En ambos
contextos hubo un surgimiento tendencia! del modo de regulación social tipo
Estado de Bienestar Keynesiano (ver E sp in g-A n dersen ,19 85).
resolver las principales tendencias a la crisis del fordismo at­
lántico y/o de sus regímenes de EBK asociados, haciendo po­
sible una nueva oleada de acumulación; b) Demostrando que
los rasgos distintivos del cambiante ETS corresponden en as­
pectos cruciales al emergente crecimiento dinámico de la nue­
va economía global y contribuyen significativamente a la
modelación global de esta dinámica, considerada desde un
punto de vista integral; y c) Demostrando que los espacios
económicos más competitivos en este orden emergente real­
mente han liderado esta forma de Estado y, por tanto, han
ganado un estatus paradigmático y ejemplar para reestructu­
rar los esfuerzos en otras partes. Estas tres líneas de análisis
pueden dar credibilidad a la afirmación (ahora ya redefinida,
menos metafórica) de que el ETS “vaciado” está peculiarmente
bien adaptado para promover y consolidar (y no sólo para
encapsular) el orden económico “integral” postfordista aún en
evolución, con todo lo que esto implica para los perdedores y
para los que se benefician de este proceso. A continuación se
intenta hacer esta triple demostración experimental.

CAMBIOS EN LA ECONOMÍA GLOBAL


Y FUNCIONES DEL ESTADO COMO CONTEXTO Y CAUSA

Esta sección sitúa las cuatro afirmaciones arriba plantea­


das en su contexto económico general —global, en efecto—,
señalando las implicaciones de las tendencias menciona­
das para las funciones “económicas integrales” del Estado
capitalista. Está muy lejos de mi intención afirmar que los
Estados siempre pueden desarrollar (sin tocar las que ya
tienen) las habilidades para reorganizarse a sí mismos y
cumplir con éxito esas nuevas funciones. No pretendo su­
gerir que un régimen de acumulación postfordista con un
modo de regulación adecuado siempre esté libre de proble­
mas. Por el contrario, quiero subrayar la magnitud de la
tarea que enfrentan los Estados para adaptarse a las nue­
vas condiciones. Además, una vez se presta atención a los
regímenes específicos, se pueden (y se deberían) realizar
estudios detallados de los inevitables dilemas, contradic­
ciones, costos y tendencias a la crisis involucrados en las
respuestas específicas a estas diversas tendencias. Sin em­
bargo, antes de revisar las posibles respuestas, mostraré
algunas importantes implicaciones de la actual reestructu­
ración económica.
La primera tendencia básica es el surgimiento de nuevas
tecnologías nodales (core technologies) como fuerzas moti-
vadoras y portadoras de expansión económica. Estas tecnolo­
gías están creando nuevos conjuntos de sectores industriales
y, a través de la fertilización cruzada y/o su incorporación
dentro de los sectores tradicionales, contribuyendo a ampliar
la gama de productos. El dominio de estas tecnologías es esen­
cial para el crecimiento continuado y la competitividad estruc­
tural. Pero muchas de ellas son tan intensivas en conocimien­
to y capital que su desarrollo exige una extensa colaboración
(especialmente en las etapas precompetitivas) entre diversos
intereses (empresas, institutos de enseñanza superior, labo­
ratorios de investigación públicos y privados, empresas de ca­
pital de riesgo, entidades de financiación pública, etc.). Este
hecho es reconocido no sólo en muchas economías capitalis­
tas avanzadas sino también en muchos países recientemente
industrializados (NICs). En efecto, dadas las crecientes presio­
nes competitivas de los NICs en productos de bajo costo, baja
tecnología e incluso alta tecnología simple, las economías ca­
pitalistas avanzadas deben avanzar en la jerarquía tecnológi­
ca y especializarse en las nuevas tecnologías centrales para
mantener el empleo y el crecimiento. Aquí los Estados tienen
un papel clave en la promoción de capacidades innovadoras,
competencia técnica y transferencia de tecnología para que
muchas firmas y sectores se beneficien de las nuevas oportu­
nidades tecnológicas creadas por las actividades de investiga­
ción y desarrollo emprendidas en secciones específicas de la
economía [C hesnais, 1986; y S igurdson, 1990]. Además de las
áreas de intervención u orientación específicas, el Estado debe
comprometerse cada vez más en la promoción de sistemas na­
cionales y regionales de innovación efectivos. Y, dadas las pre­
siones presupuéstales y fiscales que surgen cuando sus eco­
nomías nacionales se vuelven más abiertas, los Estados de­
ben superar los esfuerzos vanos de apoyo industrial para man­
tener sectores decadentes que no cambian, destinar recursos
crecientes a la promoción de los denominados sectores “na­
cientes” {“sunrise” sectors) y/o reestructurar los denominados
sectores “decadentes” {“sunset” sectors) para que puedan uti­
lizar los nuevos procesos, actualizar los productos existentes
y lanzar otros nuevos. En todos los casos, la acción del Esta­
do es esencial para orientar el desarrollo de las tecnologías
centrales y ampliar su utilización a fin de promover la com­
petitividad.
En segundo lugar, a medida que la internacionalización
de los flujos monetarios y reales avanza aceleradamente,
involucrando un mayor número de firmas, mercados y paí­
ses, los Estados ya no pueden actuar como si las economías
nacionales fueran virtualmente cerradas y como si su diná­
mica de crecimiento fuera autocéntrica. De un lado, las ten­
dencias a la internacionalización (y el papel líder de las cor­
poraciones multinacionales y de los cuerpos transnacionales
a su cabeza) hacen que las empresas puedan escapar al
control nacional y que las políticas económicas nacionales
ya no funcionen adecuadamente. En particular, muchos
instrumentos de política macroeconómica asociados al EBK
pierden su eficacia con la internacionalización creciente y,
entonces, deben ser remplazados o reforzados con otras me­
didas en caso de que se pretenda lograr objetivos políticos
de postguerra, tales como el pleno empleo, el crecimiento
económico, la estabilidad de precios y una balanza de pagos
sana. De no ser así, el problema pasa a ser cómo manejar la
inserción de la economía nacional en la economía global
para lograr algún beneficio neto de la internacionalización.
Por cierto, las economías abiertas pequeñas ya enfrentaron
este problema durante el auge de la postguerra; ahora, in­
cluso las economías más grandes y antes relativamente ce­
rradas han sido absorbidas dentro de los circuitos globales
de capital a través de una combinación variable de apertura
y penetración, lo cual ayuda a explicar la paradoja de que, a
medida que los Estados pierden control sobre la economía
nacional como objeto de gestión económica deben involucrarse
en el manejo del proceso de internacionalización, con lo cual
socavan aún más la autonomía económica nacional. Ese
manejo no sólo implica prever los intereses de las multina­
cionales con sede local sino también crear condiciones favo­
rables para la inversión externa. En ambos casos, debe pres­
tarse atención al impacto global sobre la competitividad tec­
nológica y económica de la nación. Además, los Estados
deben involucrarse en la redefinición de la estructura inter­
nacional dentro de la cual se desarrolla ese proceso econó­
mico. Entre otros objetivos de política, aquí pueden men­
cionarse: el establecimiento de nuevas formas legales para
la cooperación entre naciones y las alianzas estratégicas; el
restablecimiento de la regulación de los sistemas de dinero
y crédito internacionales; la promoción de la transferencia
de tecnología; el manejo de las disputas comerciales, la de­
finición de un nuevo régimen internacional de propiedad
intelectual; y el desarrollo de nuevas formas de regulación
de la migración de trabajadores.
En tercer lugar, hay un cambio de paradigma desde un
modelo fordista de crecimiento —basado en la producción
masiva, las economías de escala y el consumo de masas—
hacia un paradigma orientado a la producción flexible, la
innovación, las economías de alcance, las rentas de innova­
ción y unos patrones de consumo que cambian y se diferen­
cian más rápidamente. Lo que hoy está a la orden del día en
la competencia internacional es la habilidad para cambiar
rápida y fácilmente entre productos y procesos innovadores,
de modo que cada nuevo producto ofrezca mejores cualida­
des funcionales y una mayor eficiencia en la producción. Ya
no se trata de competir a través de economías de escala en
la producción de bienes y servicios estandarizados que usan
sistemas de producción específicos, sino de competir a tra­
vés de la capacidad para introducir sistemas de manufac­
tura o de entrega flexibles y explotar las economías de al­
cance resultantes. Este cambio tiene importantes impli­
caciones para las estrategias empresariales y sectoriales,
aun allí donde el fordismo no era dominante en sectores o
economías nacionales dadas. Por cierto, este cambio pro­
porciona un mejor esquema interpretativo para entender la
actual crisis y dar alguna coherencia a la búsqueda de ca­
minos para salir de la crisis. Éste es el contexto en que la
transición al paradigma tecno-económico postfordista lleva
a reorientar las principales funciones económicas del Esta­
do, pues la combinación de la tendencia fordista a la
intemacionalización con el énfasis postfordista en la pro­
ducción flexible induce a quienes toman decisiones a cen­
trarse en el problema del lado de la oferta de la competitividad
internacional y a subordinar la política de bienestar a las
exigencias de flexibilidad: éste es el cambio del EBK al ETS.
Al identificar este cambio no afirmo que la “abigarrada di­
versidad” de los regímenes políticos desaparecerá con la tran­
sición al postfordismo, aunque parezca estar surgiendo esa
tendencia general tanto en el discurso oficial como en los
cambios defacto en las formas de intervención del Estado.
En cuarto lugar, la jerarquía macroeconómica global se
está redefiniendo con una conciencia creciente de la impor­
tancia central de tres polos supranacionales de crecimien­
to, que se basan en las hegemonías regionales de los Esta­
dos Unidos, Japón y Alemania, y se reflejan en los intentos
de crear un Área Norteamericana de Libre Comercio, un
Espacio Económico Europeo y una Comunidad Económica
del Pacífico Asiático. Ya hay una importante base material
para estos desarrollos con la creciente intensidad del co­
mercio interno de cada bloque. No obstante, el aparente­
mente inevitable surgimiento de esta “tríada de poder” en­
frenta tres importantes contratendencias: la creciente
interpenetración de esos mismos tres poderes, los cambios
en las jerarquías nacionales dentro de cada región de la tríada
y el resurgimiento gradual de economías regionales dentro
de las economías nacionales. Lo que vemos realmente es
una remodelación de la jerarquía de regiones en todas las
escalas espaciales, desde las “regiones mundiales” (tríadas),
pasando por las regiones internacionales y los Estados-na-
ciones hasta las regiones y localidades de cada Estado
[Taylor , 1991]. Las empresas y los bancos transnacionales
son los principales actores en este proceso de remodelación,
pero, como se señaló antes, a menudo éstos son ayudados y
respaldados por los Estados nacionales. Sin embargo, a
medida que se despliegue este proceso complejo y contra­
dictorio, los Estados también tendrán que asumir las innu­
merables repercusiones domésticas del proceso de reestruc­
turación global, lo cual exige reposicionar los Estados den­
tro del sistema internacional así como reestructurar y re­
orientar las entidades del Estado en cada país. No obstante,
el “vaciamiento” del Estado nacional así generado adquiere
una marcada dimensión regional a medida que los aparatos
del Estado a diferentes niveles buscan ir más allá de la sim­
ple reacción y adoptar un papel proactivo {proactive role).
Esto, a su vez, indica la necesidad de claras estrategias de
alianzas entre Estados a diferentes escalas regionales para
conformar las bases de la supervivencia económica y políti­
ca a medida que éstas se vuelven imperativas para la
competitividad estructural. La naturaleza de esas alianzas
variará con la posición de las economías involucradas den­
tro de la jerarquía internacional. Así, mientras que una eco­
nomía abierta pequeña puede buscar una integración más
estrecha con el poder económico dominante en su polo de
crecimiento triádico inmediato, ese poder dominante puede
buscar no solamente atraer selectivamente a las economías
vecinas dentro de su órbita económica estratégica sino, tam­
bién, entrar en alianzas con otros poderes dominantes de la
tríada. Sin embargo, en este nivel de análisis no se puede
determinar con precisión cómo funcionarán estas estrate­
gias, en tanto ello depende del cambiante equilibrio de fuer­
zas y de los diversos modos de cálculo estratégico. Lo cual,
a su vez, afectará fundamentalmente las diversas formas
que adopte el “vaciamiento”.

Alg o m ás so bre
e l E s t a d o d e T r a b a j o S c h u m p e t e r ia n o

Al sugerir el término “Estado de Trabajo Schumpeteriano” para


la forma de Estado emergente, he escogido deliberadamente
un término que contraste tan nítidamente como sea posible
con el Estado de Bienestar Keynesiano. En muchos casos, por
supuesto, la oposición será menos marcada. Aun así, este con­
traste puede justificarse por razones críticas y heurísticas. Mu­
chos comentaristas sugieren que el keynesianismo interna­
cional puede restaurar las condiciones para la expansión glo­
bal y/o que el Estado de Bienestar es un logro histórico irre­
versible7. Mi propósito es mostrar que aunque el Estado ca­
pitalista tiene el compromiso de asegurar las condiciones para
la reproducción económica y social, este compromiso no exi­
ge adoptar la forma de un EBK. Por cierto, la actual reestruc­
turación de la acumulación de capital en su sentido inclu­
yente parece exigir una ruptura con el EBK. El hecho de que
algunos Estados no sean capaces de efectuar los cambios
necesarios sólo quitaría peso a esta presunción si pueden
competir exitosamente en la nueva economía global mante­
niendo esta forma anterior.
No obstante, para evitar malentendidos, debo hacer dos
comentarios sobre esa definición. Primero, al hablar de
“schumpeterianismo” para caracterizar el nuevo papel del
Estado en la reproducción económica, no quiero sugerir que
Schumpeter abogara por el ETS en toda su complejidad y
variedad ni, por supuesto, que Keynes abogara por el EBK.
En ambos casos tratamos con autores de un conjunto de

7 Así, Thembom y Roebroek [ 1986] analizan las variantes formas del Estado de
Bienestar y luego lo declaran irreversible (bajo condiciones democráticas); sus
argumentos dependen de una ecuación simple entre programas de mayor
gasto público y Estado de Bienestar tout court. (Sobre el keynesianismo inter­
nacional puede verse, por ejemplo, P io r e y S a b e l, 1985).
obras emblemáticas: Keynes fue citado a menudo para jus­
tificar el creciente interés por el posible papel del Estado en
el mantenimiento del pleno empleo; Schumpeter está sien­
do redescubierto como teórico de la fuerza motivadora de la
innovación en ciclos largos. Por tanto, el contraste entre ellos
no es tan específico como el contraste entre el interés en la
demanda y en la oferta, ya que el interés de Schumpeter por
esta última difiere notablemente del que le concedían Hayek,
Friedman o Laffer. En su análisis de la dinámica del creci­
miento capitalista, lo esencial era la oferta de innovaciones
antes que las implicaciones de la libertad, el dinero o la
tributación sobre la oferta, y esta competitividad estructu­
ral orientada por la innovación es lo que se está volviendo
esencial para el desempeño exitoso de las funciones econó­
micas del Estado capitalista contemporáneo. En forma se­
mejante, al adoptar el término “workfare” para identificar
un segundo aspecto clave de la forma de Estado emergente,
no pretendo que una precondición para mantener el bien­
estar de las personas físicamente capaces sea trabajar,
reconvertirse o demostrar la disposición a hacerlo. Por el
contrario, quiero destacar una importante reorientación de
la política social: el abandono de las preocupaciones
redistributivas basadas en la ampliación de los derechos al
bienestar en un Estado-nación en favor de unos intereses
más productivistas y ahorradores de costos en una econo­
mía abierta. A este respecto, el significado más usual de
workfare es el caso especial, neoliberal, de la tendencia más
general de la reorganización del papel del Estado para pro­
mover la reproducción social. Por el momento, quiero con­
centrarme en las tendencias generales y aplazar la revisión
de sus diversas variantes.
Los rasgos específicos del ETS son el interés en promover
la innovación y la competitividad estructural en el campo
de la política económica, y el interés en promover la flexibi­
lidad y la competitividad en el campo de la política social.
Naturalmente, el ETS también expresa otros intereses y des­
empeña otras funciones típicas de los Estados capitalistas,
pero la combinación de estos dos intereses gemelos, junto
con sus implicaciones para el funcionamiento global del
Estado, es lo que lo diferencia de otros regímenes capitalis­
tas. Ambos se vuelven parte integral de su estrategia de acu­
mulación y también se reflejan en los proyectos del Estado
y en los proyectos hegemónicos con los cuales está asocia­
do. Así, aunque la mayoría de los Estados capitalistas avan­
zados tienen alguna forma de política de innovaciones, el
ETS se caracteriza por su interés consciente, explícito y es­
tratégico en la promoción de innovaciones y por su amplia
interpretación de los factores que llevan a la innovación
exitosa. Del mismo modo, aunque muchos Estados capita­
listas avanzados tienen alguna forma de política de compe­
tencia, el ETS se distingue por su interés consciente, explí­
cito y estratégico en las diversas y variadas condiciones que
producen la competitividad estructural en economías abier­
tas. En términos similares, volviendo a la política social del
ETS, aunque el interés en el entrenamiento y el funciona­
miento del mercado de trabajo ha sido un rasgo duradero
del compromiso estatal con la reproducción social de la fuer­
za de trabajo, ahora se da mayor peso a la flexibilidad y ésta
ha adquirido nuevas connotaciones en ambos campos. Com­
plementando estos nuevos intereses estratégicos de la polí­
tica económica y social, otros objetivos de política anterio­
res se han desatendido e incluso se han rechazado. Así,
mientras que el EBK se empeñaba en asegurar el pleno
empleo, el ETS desatiende este objetivo en favor de la pro­
moción de la competitividad estructural. Análogamente,
mientras que el EBK buscaba extender los derechos socia­
les a sus ciudadanos, el ETS se interesa en suministrar ser­
vicios de bienestar que beneficien los negocios, con el resul­
tado de que las necesidades individuales pasan a ocupar
un lugar subordinado.
En el análisis anterior está implícito el supuesto operativo
de que el ascenso del ETS se refleja en cambios de discurso
económico, de modos de cálculo y de conceptos estratégicos,
y es reforzado por esos cambios. Tales cambios son un im­
portante correlato de la reestructuración y reorientación del
Estado nacional en el período actual, y constituyen un im­
portante vínculo mediador entre los cambios estructurales
de la economía global y la transformación del Estado, pro­
porcionando un esquema interpretativo dentro del cual co­
bran sentido esos cambios, las crisis que a menudo los acom­
pañan y las repuestas adecuadas para enfrentarlos. Dos
cambios discursivo-estratégicos muy dicientes en la transi­
ción del EBK al ETS son el menor interés en la “productivi­
dad” y en la “planeación” y el énfasis en la “flexibilidad” y el
“ empresarialismo ”. La articulación de estos dos cambios
discursivo-estratégicos dentro de nuevas estrategias de acu­
mulación —proyectos de Estado y proyectos hegemónicos—
y su capacidad para movilizar el apoyo y entregar políticas
estatales efectivas contribuyen a modelar la reestructura­
ción y reorientación del Estado contemporáneo y a producir
diferentes regímenes de regulación (ver el acápite “Estrate­
gias alternativas del ETS”); y es precisamente la necesidad
de esa mediación (igual que, por ejemplo, la variabilidad en
las capacidades del Estado) la que asegura que la consoli­
dación exitosa de un ETS esté lejos de ser automática.
Veamos ahora cómo se reflejan las funciones económicas
y sociales respectivas del EBK y del ETS en dos importantes
características estructurales (en tanto opuestas a las discur-
sivo-estratégicas) de los dos regímenes, que conciernen a la
articulación de las formas dinero, salario y Estado. Las for­
mas dinero y salario incorporan las contradicciones estruc­
turales del capital como relación social y, por tanto, dan
lugar a dilemas estratégicos. En la forma dinero esto se ex­
presa en el hecho de que el dinero puede circular como
moneda nacional y como moneda internacional. En el caso
de la forma salario, hay una contradicción entre su función
como costo para el capital y su función como fuente de de­
manda. Estas contradicciones se reflejan de modos muy
diferentes en los regímenes de Bienestar Keynesiano y de
Trabajo Schumpeteriano.
En primer lugar, mientras que en el EBK el dinero fun­
ciona principalmente como moneda nacional y su circula­
ción dentro de la economía nacional está controlada por el
Estado nacional, esta posición es amenazada en el ETS por
los crecientes flujos de capital financiero a través de las fron­
teras y sus adversas implicaciones para el control moneta­
rio por parte de los Estados nacionales8. Por cierto, la crisis
de la moneda nacional es un importante factor que contri­
buye a la crisis del Estado de Bienestar Keynesiano. El re­
conocimiento de la vulnerabilidad económica nacional ante
los masivos y volátiles movimientos de dinero es central para
el Estado de Trabajo Schumpeteriano, puesto que si la forta­

8 Aquí existe una contratendencia: la formación de bloques monetarios en cada


uno de los polos de crecimiento de la tríada. El ejemplo más obvio es la Unión
Monetaria de la Comunidad Europea, donde el marco alemán se convierte de
Jacto en el estándar monetario; el dólar de los Estados Unidos es crucial en el
Área de Libre Comercio de Norteamérica y el yen juega un papel clave (junto
con el dólar) en el Este Asiático.
leza de la moneda nacional depende cada vez más de la fuer­
za competitiva de la economía nacional en una economía
mundial cada vez más abierta, la intervención económica debe
tomar entonces cada vez más la forma de desarrollos orienta­
dos por la oferta, en vez de tratar, en vano, de manejar el lado
de la demanda. Este hecho, a su vez, refuerza la necesidad
de gastar para satisfacer las necesidades productivas y com­
petitivas, aun en el antiguo Estado de Bienestar.
En segundo lugar, mientras que en el EBK el salario fun­
cionó principalmente como fuente de demanda, en el ETS
éste se considera principalmente como un costo de produc­
ción. En el EBK, el crecimiento de los salarios servía a los
intereses del capital logrando la plena utilización de la ca­
pacidad productiva en una economía cerrada donde predo­
minaba la producción masiva. Siempre que los salarios y la
productividad del sector de bienes de consumo variaran en
un rango semejante, se compensaría cualquier tendencia a
una crisis de subconsumo debida a una demanda insufi­
ciente o a una reducción de los beneficios inducida por los
salarios [L i p ie t z , 1982]9. El EBK contribuyó a este resultado
legitimando la negociación colectiva, generalizando las nor­
mas de consumo masivo y comprometiéndose en un mane­
jo contracíclico de la demanda. Pero la internacionalización
creciente que acompaña las etapas finales del fordismo trans­
forma esta situación: el salario se ve cada vez más como un
costo de producción. Donde se ve como un costo fijo (por
ejemplo, en las fuerzas de trabajo nodales —core workforce—
de Japón y Alemania), puede estimular la innovación y el
reentrenamiento a fin de mantener una estrategia de acu­
mulación con altos salarios y alto crecimiento. A la inversa,
donde se considera como un costo variable (como en los
casos británico y estadounidense distintamente organiza­
dos), el “cortoplacismo” y el “despida y contrate” {“hire-and-
Jire”) pueden suscitar la esperanza de que la flexibilidad
neoliberal ayude a mantener la competitividad. Estos co­
mentarios subrayan la necesidad de discutir las variantes
del ETS, lo cual se hará en la sección pertinente.

9 Lipietz también señala la necesidad de satisfacer otra proporcionalidad para


mantener el círculo virtuoso de la acumulación fordista: que el incremento de
productividad en el sector de bienes de capital compense la creciente compo­
sición técnica del capital a fin de que la relación capital-producto no aumente
y reduzca los beneficios.
Permítanme terminar con dos advertencias más sustan­
ciales10. La primera es que al identificar el ETS con la inter­
vención de la oferta, no pretendo afirmar que éste pueda
ignorar, sin riesgos, el lado de la demanda. Es muy claro
que la duración de la crisis del fordismo y la actual transi­
ción al postfordismo están asociadas a prpblemas del lado
de la demanda. Los excesivos déficits presupuéstales, las
políticas monetarias excesivamente restrictivas y los frecuen­
tes y enormes desequilibrios de la cuenta corriente han ge­
nerado serios impedimentos para el surgimiento de una
nueva y duradera oleada de expansión económica. Pero es­
tos problemas se acentúan por las tendencias antes señala­
das y exigen soluciones internacionales tanto como nacio­
nales: eso se refleja en los llamados a un keynesianismo
internacional y en los esfuerzos nacionales para manejar
estos problemas de demanda mediante la reestructuración
de la política social en concordancia con los principios del
workfare. El creciente carácter internacional de estos pro­
blemas de demanda refuerza el proceso de “vaciamiento”
antes mencionado, y éste, a su vez, crea espacios para la
creciente intervención de la oferta por parte del Estado. Y la
segunda advertencia es que, inversamente, el hecho de de­
signar la forma Estado de postguerra como “keynesiano”
parecería ignorar sus contribuciones a la oferta de innova­
ciones tecnológicas a través del creciente apoyo a la ciencia,
los fondos masivos para enseñanza superior y, a menudo,
el enorme apoyo a la investigación y el desarrollo militares.
Pero aquí también es importante recalcar que las cuatro
tendencias globales ya señaladas transforman fundamen­
talmente la relación entre tales políticas de demanda y de
oferta. Mientras que las políticas de oferta del EBK eran
modeladas por el paradigma fordista con su énfasis en las
economías de escala, la gran ciencia y el aumento de la pro­
ductividad, las políticas de oferta del ETS se orientan a la
innovación permanente, a las economías de alcance y a la
competitividad estructural. Esto da un premio mucho ma­
yor a la gestión autorreflexiva del sistema nacional de inno­
vación y ala capacidad de aprendizaje institucional con res­
pecto al que era típico en el EBK fordista.

10 Agradezco a David Wolfe por señalarme los peligros de un enfoque unilateral


del EBK y del ETS en relación con el aspecto central de la intervención estatal.
Otro aspecto clave del desarrollo del ETS es la sujeción del
Estado nacional a una serie de cambios complejos que llevan
a su “vaciamiento”. Este término recuerda intencionalmente
las “empresas vacías” {“hollow corporations”), es decir, las
transnacionales que ubican su sede central en un país y rea­
lizan sus operaciones principalmente en otros países. Por
analogía, la metáfora del “Estado vacío” {“hollow state”) pre­
tende indicar dos tendencias: primera, que el Estado nacio­
nal mantiene muchas de sus funciones de dirección central,
incluyendo los atavíos de la autoridad ejecutiva central y de
la soberanía nacional así como los discursos que lo sostie­
nen; y segunda, que sus capacidades para traducir su auto­
ridad y soberanía en un control efectivo están limitadas por
un complejo desplazamiento de poderes. Los cambios resul­
tantes en la articulación formal y en la autonomía operacio-
nal de los Estados nacionales tienen importantes repercu­
siones sobre las formas de representación e intervención, las
jerarquías internas, las bases sociales y los proyectos del Es­
tado a todos los niveles de la organización estatal.
Una primera repercusión es que el papel de los sistemas
estatales supranacionales está aumentando. Las entidades
internacionales, transnacionales y pan-regionales no son
nuevas y tienen una larga historia. Lo que hoy es importan­
te es su aumento numérico, la ampliación de su alcance
territorial y su adquisición de importantes nuevas funcio­
nes. Esto refleja el gradual surgimiento de una sociedad
mundial enraizada en un creciente número de sistemas fun­
cionales globales (económicos, científicos, legales, políticos,
militares) y en el mayor reconocimiento del alcance global
de nuevos y viejos riesgos. Esta expansión funcional es no­
toriamente evidente en el interés que despliegan los cuer­
pos supranacionales por fomentar la competitividad estruc­
tural dentro de los territorios en que se mueven, el cual va
más allá del interés por manejar las relaciones monetarias
internacionales, la inversión extranjera o el comercio para
abarcar una amplia gama de factores del lado de la oferta,
de naturaleza económica y extraeconómica.
Este cambio es particularmente claro en la Comunidad
Europea, donde, después de varios intentos relativamente
poco eficaces para concertar el manejo de la crisis en diver­
sas industrias decadentes a finales de los sesenta y comien-
zos de los setenta, la atención se ha dirigido a fom entar la
oferta de nuevos productos y procesos, pretendiendo, por
encima de todo, lograr la com petitividad estructural. La
Com isión Europea intenta crear una clase de sectores in­
tensivos en investigación y desarrollo que puedan com petir
mundialmente, con alto valor agregado y elevado crecimiento,
no sólo estableciendo las bases para el surgim iento de
euroempresas sino tam bién estim ulando alianzas estraté­
gicas de varios tipos. Las áreas claves objeto de interven­
ción incluyen las tecnologías inform ática y manufacturera,
las telecom unicaciones, la biotecnología, los nuevos m ate­
riales y la ciencia y la tecnología marinas. El objetivo de la
Com isión a este respecto es estim ular la cooperación entre
empresas, laboratorios y universidades de toda Europa para
desarrollar nuevas tecnologías y nuevos productos que sa­
tisfagan las necesidades existentes o potenciales del m erca­
do [E uropean C omission, 1986]. Tales políticas pueden tener
importantes efectos “multiplicadores” e “inhibidores” en los
niveles nacional, regional y local. Pueden tener un significati­
vo efecto de demostración y promover el aprendizaje tecnológi­
co e institucional en toda la Comunidad, especialmente donde
hay Estados sensibles, fondos utilizables y socios capaces a
los niveles más bajos. Pero pueden absorber o eclipsar las ini­
ciativas de estos niveles, o fracasar debido a que allí no existen
las “correas de transmisión” adecuadas. Además, las políticas
de la Comisión Europea pueden fracasar porque están sesgadas
contra “los proyectos más diversificados, de m enor escala y
sociálmente orientados que se adaptarían m ejor a las con­
diciones locales” [T ómmel , 1987, 379-380]. En síntesis, la
coordinación a través de los territorios parece necesaria para
el éxito de estas políticas del ETS. Sin ella, las políticas de
nivel inferior fácilmente pueden llevar a una implementación
desastrosa y las políticas del nivel superior, a un “m ercan­
tilismo m unicipal” dilapidador e ineficaz [Y oung , 1986; y
F osler , 1988].
La segunda repercusión de los cambios en el papel del
Estado es que, junto al aumento de los aparatos estatales
internacionales, se observa un papel más fuerte del Estado
local. Esto refleja la creciente internacionalización así como
el retroceso del Estado-nación, puesto que la globalización
significa que “la economía local sólo puede verse como un
nodo dentro de una red económica global que carece de una
existencia significativa fuera de este contexto” [A min y R obins,
1990]11. Durante la era fordista, los Estados locales opera­
ron como extensiones del Estado de Bienestar Keynesiano
central y la política regional se orientó principalm ente a la
(re)localización de la industria con el interés de difundir el
pleno empleo y reducir las presiones inflacionarias debidas
a recalentam ientos localizados. Dichos Estados proporcio­
naron la infraestructura local para apoyar la producción
m asiva fordista, prom over el consum o colectivo y las políti­
cas de bienestar locales y, en algunos casos (especialmente
cuando se extendió la crisis del fordismo), ofrecer subsidios
en un esfuerzo para com petir con los demás para atraer
nuevos empleos o im pedir la pérdida de los empleos exis­
tentes. Sin embargo, tras la crisis fordista, las actividades
económicas locales dan m ayor énfasis a la regeneración eco­
nóm ica y a la competitividad. La preocupación central es
“cómo pueden las instituciones estatales modelar las eco­
nomías regionales para hacerlas más competitivas en la
nueva economía m undial” [F osler , 1988, 5]. Hay un cre­
ciente interés en las políticas del m ercado de trabajo regio­
nal, la educación y el entrenam iento, la transferencia de
tecnología, el capital de riesgo local, los centros de innova­
ción, los parques científicos y similares. Esto llevó a que
Van Hoogstraten sugiriera que el Estado, “aunque m altre­
cho a nivel nacional debido a su compromiso fordista con el
manejo de la crisis, parece haber resurgido de las cenizas a
los niveles regional y local” [Van H oogstraten, 1983, 17]12.
A su vez, esto se liga a la reorganización del Estado local
a medida que surgen nuevas formas de asociación local para
orientar y promover el desarrollo de los recursos locales. La
regeneración económica implica mucho más que una solu­
ción técnica y exige la acción coordinada en áreas tales como
las políticas de educación, entrenamiento y provisión de in­
fraestructura, la disponibilidad de capital de riesgo, la polí­
tica cultural, etc. A su vez, esto lleva a la incorporación de
sindicatos locales, cámaras locales de comercio, capital de
riesgo local, entidades educativas locales, centros locales
de investigación, y también de los Estados locales. Esta ten­
dencia se ve reforzada por la incapacidad del Estado central
para ejecutar programas suficientemente diferenciados y

11 V e r M o r a le s y Q uandt, 1992.
12 V er, ta m b ié n , M o u la e r t , S w y n g ed o u w y W ils o n , 1988.
sensibles para afrontar los problemas específicos de las lo­
calidades particulares. Por consiguiente, éste devuelve esas
tareas a los Estados locales y les proporciona apoyo y re­
cursos [D y s o n , 1989, 118]. Las explicaciones más optimis­
tas de esta tendencia consideran que lleva a una confedera­
ción —para crear empleos y compartir riesgos locales— de
los Estados locales basados en economías regionales fuer­
tes que se dan apoyo recíproco en la actual lucha para man­
tener un horizonte competitivo [S a b e l , 1989]. Pero los esce­
narios más pesimistas anticipan una polarización creciente
en las localidades así como un incremento de las desigual­
dades regionales.
La tercera repercusión consiste en que hay una creciente
vinculación entre los Estados locales, fenómeno estrecha­
mente relacionado con los dos cambios anteriores. Por cier­
to, Dyson afirma que “uno de los desarrollos políticos más
interesantes desde los años setenta ha sido el desplazamiento
errático pero gradual de un número creciente de autorida­
des locales desde una identificación de su papel en térmi­
nos puramente nacionales hacia un nuevo interés en las
relaciones transnacionales” [D y s o n , 1989, 1]. En Europa,
esto implica el establecimiento de vínculos verticales con
las instituciones de la Comunidad Europea, especialmente
la Comisión Europea, y de vínculos directos entre autorida­
des locales y regionales de los Estados miembros. La bús­
queda de apoyo a través de las fronteras se ve reforzada a
medida que el Estado central se empeña en una estrategia
más neoliberal. Pero tambijén puede observarse en otros
países13: se perciben tendencias similares en el Este Asiáti­
co (con notables vínculos entre Hong Kong, Macao y Guang-
dong, y en el llamado “triángulo de crecimiento”, conforma­
do por Singapur, Johor y Riau); aunque esta tercera ten­
dencia es menos marcada en Norteamérica (pese a que la
city empresarial y el Estado local han experimentado una
notoria expansión). Pero los ejemplos más notables se ob­
servan en la expansión de la cooperación transfronteriza de
ciudades eslabonadas a lo largo de la frontera entre Esta­
dos Unidos y México. Incluso en los mismos Estados Uni­
dos, la ampliación de los vínculos subnacionales entre paí­
ses es tal, que, por ejemplo, Duchacek habla de la difusión

13 Ver los estudios citados en D yson , 1989.


de la “soberanía perforada” a medida que los países se ha­
cen más abiertos a los contactos trans-soberanos a nivel
local y regional [D uchacek , L atouche y S tevenson , 1988].

EL POSTFORDISMO Y EL ETS

El concepto de postfordismo sólo puede aplicarse con senti­


do si hay continuidades y discontinuidades en el desarrollo
del régimen de acumulación y su modo de regulación so­
cial: sin continuidades, no puede decirse que el nuevo siste­
ma sea postfordista; sin discontinuidades, puede no ser
postfordista. En este contexto, se puede considerar que las
continuidades son mediadas a través de las crisis del
fordismo y que las discontinuidades son introducidas por
los cambios estructurales y/o estratégicos que pueden re­
solver, por un tiempo relativamente largo, las crisis de los
modos fordistas de crecimiento y regulación y/o crear las
condiciones para el éxito de la acumulación y la regulación
no fordistas. Por tanto, se puede considerar que el ETS es
postfordista en la medida en que resuelve (o se empeña en
resolver) directa o indirectamente las tendencias a la crisis
de la acumulación fordista y/o del EBK como una de sus
principales formas de regulación; también en la medida en
que su surgimiento (por la razón que sea) ayuda a modelar
y consolidar la dinámica de la economía global emergente y,
por tanto, estimula la renovación y la re-regulación del ca­
pitalismo después de su período fordista; y, por último, en
la medida en que su supuesta contribución a la competitividad
de algunas economías (así nunca fueran realmente fordistas)
lleva a que adquieran un estatus paradigmático en otras par­
tes, como clave para la regeneración y/o la re-regulación de
una dinámica de crecimiento capitalista.
El ETS parece satisfacer en alguna medida esos tres cri­
terios potenciales. No pretendo que el ETS pueda resolver
todas las tendencias a la crisis del fordismo, dirigir por sí
solo el surgimiento y consolidación del postfordismo o ex­
cluir del todo a los demás paradigmas estratégicos. De he­
cho, el concepto de modo social de regulación implica que
también se necesitarían otros cambios en la forma del sala­
rio, la organización corporativa, las formas de competencia,
los sistemas de innovación, etc., para resolver las crisis fun­
damentales de los regímenes de acumulación. Así mismo,
con respecto al momento estratégico de la reestructuración
y la re-regulación, hay pocos límites para el funcionamiento
del imaginario económico y político. No obstante, la rees­
tructuración y la reorientación del sistema estatal tienen
que jugar un papel importante en la modelación de la tran­
sición del fordismo al postfordismo, directamente y a través
de sus repercusiones sobre las transformaciones en otras
esferas reguladoras.
Antes de considerar las posibles razones para describir el
ETS como postfordista, consideremos algunas tendencias a
la crisis relevantes en el caso del modelo fordista de creci­
miento: el agotamiento gradual (y siempre relativo) del cre­
cimiento potencial que provenía de la difusión de la produc­
ción masiva hacia otras ramas; la relativa saturación de los
mercados de bienes de consumo durables; la ruptura del
círculo virtuoso de la acumulación fordista a través de la
internacionalización; las crecientes incoherencia e inefica­
cia del manejo económico nacional a medida que las econo­
mías se vuelven más abiertas; el impacto estanflacionario
del EBK sobre la dinámica del crecimiento fordista (espe­
cialmente donde la intervención económica del Estado tam­
bién se interesa en mantener el empleo de los sectores de­
cadentes); una crisis fiscal creciente debida a la expansión
en cadena de los gastos de consumo social; y la aparición de
una crisis de la seguridad social debida a la expansión del
empleo parcial, temporal y discontinuo a expensas de la nor­
ma fordista de empleo de tiempo completo. Puede decirse
que el surgimiento de un régimen de acumulación postfor­
dista responde, de diversos modos, a estas tendencias a la
crisis: transforma la producción masiva y va más allá de
ella; segmenta los viejos mercados y abre otros nuevos; está
menos restringido por las condiciones de demanda nacio­
nales pero hace nuevas exigencias a los sistemas de innova­
ción regionales y nacionales; remplaza la planeación macro­
económica en las economías autocéntricas por la flexibilidad
del lado de la oferta en respuesta a la turbulencia internacio­
nal; ofrece nuevos medios para regenerar las viejas indus­
trias así como para remplazarías; promete nuevas formas de
organización del consumo social para reducir costos y hacer­
lo más funcional para los negocios; y puede explotar aún
más la fragmentación y polarización de la fuerza de trabajo
generada por la crisis del fordismo.
Esta explicación lleva a preguntar si los rasgos caracte­
rísticos del ETS se adecúan a la dinámica de los regímenes
de acumulación postfordistas. Parece justificarse una res­
puesta afirmativa si sólo se tienen en cuenta los términos
de la definición, puesto que dada la evidente crisis del EBK
que acompaña a la crisis del fordismo, un ETS consolidado,
tal como se define aquí, claramente se desempeñaría mejor.
Se compromete a intervenir el lado de la oferta para promo­
ver la innovación permanente y mejorar la competitividad
estructural; y va más allá del simple recorte del bienestar
social para reestructurarlo y subordinarlo a las fuerzas del
mercado. Una respuesta menos tautológica debe esperar a
que se especifiquen las variantes del ETB y se analice empí­
ricamente su viabilidad en coyunturas específicas.
Un segundo enfoque de la correspondencia entre el ETS y
el nuevo orden global consiste en relacionar las cuatro ten­
dencias económicas antes mencionadas. La orientación es­
tratégica del ETS hacia la innovación toma en cuenta las enor­
mes ramificaciones de las nuevas tecnologías; su interés en
la competitividad estructural reconoce los términos y condi­
ciones cambiantes de la competencia internacional así como
su creciente importancia; su reestructuración y reorientación
de la reproducción social hacia la flexibilidad y la reducción
reflejan la conciencia del giro hacia el paradigma postfordista
así como el impacto de la intemacionalización sobre las fun­
ciones primarias del dinero y los salarios; y su complejo “va­
ciamiento” refleja la compleja dialéctica entre globalización y
regionalización. En suma, para todas las cuatro tendencias,
un ETS “vaciado” puede ayudar a modelar y consolidar los
rasgos claves del nuevo régimen de acumulación a una esca­
la mundial. Este enfoque debe aceptarse por su capacidad
persuasiva hasta tanto no se examine adecuadamente la efec­
tividad de los regímenes de ETS específicos (y de los modos
alternativos de regulación social del orden global emergente).
Sin embargo, para el propósito actual es más promisorio
un tercer enfoque, puesto que su fuerza persuasiva depen­
de del desempeño anterior más que de los posibles futuros
postfordistas. Tal enfoque implicaría demostrar que aque­
llas economías que crecieron más rápidamente durante la
crisis global del fordismo y se convirtieron en modelos para
las que están en crisis han avanzado especialmente en el
desarrollo de regímenes de ETS. Entre los ejemplos más
notables pueden mencionarse Japón, Alemania, Corea del
Sur, Taiwán, Brasil, la Tercera Italia y algunas de las econo­
mías regionales más exitosas que de otro modo serían pro­
pensas a la crisis. Aunque fuera erróneo incluir literalmen­
te a todas estas economías regionales y/o nacionales en la
categoría de postfordistas (porque nunca fueron verdadera­
mente fordistas), su creciente papel como ejemplos de tra­
yectorias alternativas (y aparentemente exitosas) para los
regímenes fordistas en crisis indica que tienen un estatus
postfordista paradigmático.

ESTRATEGIAS ALTERNATIVAS DEL ETS

Las diversas tendencias económicas y políticas antes seña­


ladas pueden ser (y a menudo están) integradas y expresa­
das en discursos bastante distintos, y estar asociadas a con­
clusiones estratégicas opuestas cuando las diversas fuer­
zas buscan dar sentido a las tendencias y contratendencias
conflictivas que operan en la nueva economía global. En los
cambios actuales hay una gran improvisación y una exten­
sa sucesión de ensayos y errores, y aún no ha surgido cla­
ramente una pauta dominante. Sin embargo, para fines
heurísticos, se pueden plantear tres formas ideales típicas:
neoliberal, neocorporativa y neoestatista. Al usar el prefijo
“neo” para identificarlas, quiero enfatizar que todas ellas
implican importantes discontinuidades con los regímenes
de EBK liberales, corporativos y estatistas asociados al
fordismo; y al identificarlas como tipos ideales, quiero su­
brayar que no es probable que se encuentren en forma pura.
Las combinaciones estratégicas particulares que se obser­
ven en los casos particulares dependerán de los legados
institucionales, los equilibrios de las fuerzas políticas y las
cambiantes coyunturas económicas y políticas en que se
han seguido las diferentes estrategias.
El neoliberalismo está interesado en promover una tran­
sición guiada por el mercado hacia el nuevo régimen econó­
mico. Para el sector público, esto significa privatización, li-
beralización e imposición de criterios comerciales en el sec­
tor estatal que aún queda; para el sector privado, esto signi­
fica desregulación y un nuevo esquema legal y político que
proporcione apoyo pasivo a las soluciones de mercado. Esto
se refleja en el favorecimiento por parte del Estado de mer­
cados de trabajo “despida y contrate” (“hire-and firé ”), de
tiempo flexible y salarios flexibles; en un aumento de los
gastos tributarios dirigido por iniciativas privadas basadas
en subsidios fiscales para actividades económicas favoreci­
das; en las medidas para transformar el Estado de Bienestar
en un medio para apoyar y subsidiar los bajos salarios así
como para mejorar el poder disciplinario de las medidas y pro­
gramas de seguridad social; y en la reorientación más general
de la política económica y social hacia las necesidades del sec­
tor privado. Estas medidas se conjugan con la reprobación de
la asociación social y el apoyo a las prerrogativas empresaria­
les, a las fuerzas del mercado y a un Estado fuerte. El neoli-
beralismo también implica un enfoque cosmopolita que acoge
la intemacionalización del espacio económico doméstico tanto
en la forma de inversión hacia dentro y hacia afuera como en
los llamados a la liberalización del comercio y la inversión in­
ternacionales dentro de los bloques regionales y más en gene­
ral. Se espera que la innovación siga espontáneamente a la
liberación de los espíritus animales de los empresarios indivi­
duales cuando saquen ventaja de los incentivos en el nuevo
ambiente guiado por el mercado y de la promoción más gene­
ral de una cultura empresarial por parte del gobierno. A su
vez, la competitividad nacional es entendida como el efecto
agregado de la competitividad microeconómica de las empre­
sas individuales. De modo que el Estado tiene poco interés
en mantener un conjunto suficientemente profundo y cohe­
rente de competencias económicas básicas para la economía
doméstica y los sistemas nacionales o regionales de innova­
ción adecuados para sentar las bases de la competitividad
estructural. En este contexto, se espera que los aparatos es­
tatales locales e internacionales actúen como puntos de apo­
yo para el enfoque guiado por el mercado de la innovación y
del worltfare. Aunque a veces se ha dicho que el neoliberalismo
implica un regreso al libre mercado y al Estado liberal, eso
no es realmente factible en las condiciones actuales. Por tan­
to, el neoliberalismo implica someter las empresas medianas
y pequeñas a nuevas formas de competencia monopolística a
escala global. Además, aunque los Estados nacional y local
adopten un papel de laissezfaire con la esperanza de generar
una cultura empresarial, aún deben demostrar la fortaleza
suficiente para desmantelar y remplazar el viejo modo de re­
gulación social y resistir las subsiguientes presiones políti­
cas para lograr formas de intervención ad hoc y conseguir
ventajas económicas o políticas de corto plazo. Éstas no son
tareas fáciles.
El neocorporativismo confía en la institucionalización de
un enfoque de negociación continua y concertada de las
estrategias, las decisiones económicas y la conducta de los
agentes económicos. Basadas en el entendimiento autorre-
flexivo de los vínculos entre sus propios intereses económi­
cos privados y la importancia de los acuerdos colectivos para
la estabilidad de la economía socialmente incorporada y so­
cialmente regulada, las fuerzas económicas comprometidas
en el neocorporativismo se esfuerzan por equilibrar la com­
petencia y la cooperación. Sin embargo, bajo la influencia de
las cuatro tendencias antes señaladas, este sistema se dife­
rencia del corporativismo fordista basado en el predominio
de la producción en serie y los sindicatos masivos y en la
primacía del pleno empleo y la estanflación como preocupa­
ciones económicas. Así, el alcance de los ordenamientos
corporativistas refleja la diversidad de las comunidades y re­
des políticas relevantes para un modo de crecimiento orien­
tado a la innovación, así como la creciente heterogeneidad de
las fuerzas laborales y los mercados de trabajo. Los ordena­
mientos corporativistas en un ETS emergente también se
orientan más directa y explícitamente a la importancia crucial
de la innovación y de la competitividad estructural. Éstos
pueden extenderse más allá de las asociaciones de negocios
y los sindicatos de trabajadores para incluir a las comunida­
des políticas que representan a distintos sistemas funciona­
les (por ejemplo, la ciencia, la salud y la educación); y la
implementación de políticas se hará cada vez más flexible
con la extensión de la “autorregulación regulada” y de los
intereses privados del gobierno, de modo que haya menos
cbmpromiso directo del Estado en el manejo del “lado de la
oferta” y más énfasis en las políticas industriales privadas.
Los ordenamientos corporativistas también pueden volverse
más selectivos (por ejemplo, excluyendo algunos intereses
industriales anteriormente atrincherados y a los trabajado­
res periféricos o marginales, integrando algunos sectores na­
cientes y dando mayor peso a los trabajadores de los nodos
[core workers]); y, reflejando la mayor flexibilidad y descen­
tralización de los rasgos claves de la economía postfordista,
los centros de gravedad neocorporativistas se desplazarán
hacia el micronivel de las empresas y las localidades a ex­
pensas de la concertación macroeconómica centralizada. Esto
no es incompatible con los vínculos neocorporativistas que
conectan a las empresas o localidades en diferentes espacios
económicos nacionales y pasan por alto al gobierno central.
Bien sea al nivel local, al nacional o al supranacional, el Es­
tado está tan comprometido con esas estrategias neocor-
porativistas como con los enfoques neoliberal o neoestatista.
Sin embargo, sus recursos y acciones son utilizados para
respaldar o apoyar las decisiones logradas a través de la
negociación corporativista más que para promover la falta
de responsabilidad neoliberal o las iniciativas neoestatistas
autónomas y proactivas. Y esto significa, a su vez, que la
docilidad ante las políticas estatales es voluntaria o depen­
de de acciones adoptadas por organizaciones corporativistas,
autorreguladas, dotadas de un estatus público.
El neoestatismo implica un enfoque —orientado por el mer­
cado pero patrocinado por el Estado— de la reorganización
económica en la que el Estado interviene para orientar el de­
sarrollo de las fuerzas del mercado. Hace esto a través del
despliegue de sus poderes de coordinación obligatoria, de sus
propios recursos y actividades económicas y de sus propias
bases de conocimiento e inteligencia organizacional. Sin em­
bargo, al desplegar estos diversos recursos en apoyo de una
estrategia de acumulación nacional, tiene plena conciencia
de la naturaleza cambiante de la competencia internacional,
lo que implica una combinación de desmercantilización, fle­
xibilidad patrocinada por el Estado y otras actividades del
Estado encaminadas a garantizar la eficiencia dinámica de
un núcleo productivo. Esto se refleja en una política estruc­
tural activa en que el Estado fija los objetivos estratégicos
relacionados con nuevas tecnologías, transferencia tecnoló­
gica, sistemas de innovación e infraestructura y otros facto­
res que afectan la competitividad estructural global de la
economía. También favorece una política activa en el mer­
cado de trabajo para reentrenar la fuerza laboral y estimu­
lar un mercado de trabajo flexible en habilidades en vez de
flexible en precios; interviene directa y abiertamente con sus
propios recursos económicos y políticos para reestructurar
las industrias en decadencia y promover los sectores na­
cientes; y se compromete en una gama de estrategias para
guiar la sociedad, basado en su propia inteligencia estraté­
gica y sus propios recursos económicos, para promover ob­
jetivos específicos mediante la acción concertada con diver­
sas comunidades políticas que abarcan intereses públicos,
mixtos y privados. Estas actividades buscan elevar la eco­
nomía doméstica en la jerarquía tecnológica creando y man­
teniendo una base productiva coherente y competitiva, y
adelantando una estrategia de especialización flexible en
sectores de alta tecnología específicos. Aunque el Estado
central mantiene un papel estratégico clave en estas áreas,
también permite y estimula actividades paralelas y com­
plementarias en los niveles regional y/o local. Pero su de­
seo de proteger las competencias tecnológicas y económi­
cas nodales de su base productiva viene a menudo asocia­
do con el neomercantilismo a nivel supranacional.
Es cierto que pueden com binarse elementos de estas es­
trategias, como puede verse en todos los niveles de inter­
vención política. En la Com unidad Europea, por ejemplo,
encontramos: a) La estrategia de m ercado único, que tiene
como prem isa un enfoque neoliberal de la com petitividad,
creando un amplio m ercado europeo mediante la liberaliza-
ción, la desregulación y la intem acionalización; b) Una es­
trategia neoestatista en la cual la Com isión Europea coordi­
na las redes que unen diferentes niveles de gobierno de di­
ferentes Estados, así como agencias semipúblicas y priva­
das que abarcan instituciones educativas, institutos de in ­
vestigación, empresas y bancos, con el fin de prom over nu e­
vas tecnologías, transferencia de tecnología, etc.; y c) Una
estrategia neocorporativista orientada a una Carta Social
{Social Charter) que im pida el dumping social y, por tanto,
que apuntale los intentos de reentrenar y readiestrar a los
trabajadores en la búsqueda de un trabajo más flexible y
responsable [Pekrin, 1988; y G r a h l y Teague, 1991]. Puede
ser que estos enfoques no sean compatibles; la Comisión Eu­
ropea ha sostenido incluso (no sin insinuar una razón espe­
cial y una argucia política) que los elementos neoliberales de
su estrategia para la competitividad estructural pueden ser
considerados como sus elementos catalizadores, y que sus
elem entos neoestatistas son sus aceleradores [European
Comission, 1991, 23]14. Esto sugiere también que algunos
aspectos del proyecto neocorporativista pueden ser vistos
como prerrequisitos del ajuste estructural y de la compe-
titividad estructural en la medida en que promueven la cohe­
sión económica y social.
También se encuentran diferentes estrategias dentro de
cada Estado europeo. El thatcherismo implica claramente
el predominio de la estrategia neoliberal, pero no ha recha­

14 Los nombres asociados a estos elementos son míos. El Boletín de la Comisión


Europea simplemente enuncia una lista de políticas y describe sus papeles
respectivos.
zado totalmente otras estrategias. Así, los programas del
gobierno central (reconocidamente de pequeña escala) han
sido orientados a la transferencia de tecnología y a la inves­
tigación en tecnologías genéricas; y, no obstante la velada
hostilidad hacia el corporativismo tripartito y la agrupación
social a nivel nacional, han promovido el corporativismo
empresarial y un “nuevo realismo” entre los trabajadores.
Además, aunque el gobierno central ha estado en retroceso,
ha habido una proliferación real de iniciativas de desarrollo
económico local dentro de las líneas del ETS. Bajo autorida­
des locales de inclinación laborista, estas iniciativas han
seguido a menudo líneas neocorporativistas o neoestatistas;
mientras que las autoridades conservadoras se han inclina­
do más al neoliberalismo o al neocorporativismo sin traba­
jadores organizados. En otros Estados europeos y otras re­
giones de la tríada también pueden encontrarse diversas
combinaciones de estrategias.
A menudo hay buenas razones para esta variedad, sobre
todo en las diferentes condiciones locales que se entienden
mejor cuanto más cerca se está del terreno. Pero la compe­
titividad económica global de la nación exige que el gobier­
no central coordine y apoye estos esfuerzos, puesto que la
efectiva “descentralización territorial requiere una adecua­
da asignación de las responsabilidades entre autoridades
comunitarias, regionales y nacionales así como una ade­
cuada coordinación de sus acciones” [P errin , 1988, 422].
Esto es especialmente importante allí donde las iniciativas
económicas implican no sólo diferentes estratos del gobier­
no sino también asociaciones de negocios y entidades pri­
vadas, y es esencial para establecer nuevos ordenamientos
institucionales y asignar roles específicos y competencias
complementarias entre diferentes escalas espaciales y tipos
de actores y, por tanto, para asegurar que la línea estratégi­
ca dominante se traduzca en una acción efectiva [Fox, 1986;
P errin , 1988; y Kawashima y S tóhr , 1988].

C o m e n t a r io s f in a l e s

Este artículo ha cubierto mucho terreno moviéndose a ele­


vados niveles de abstracción teórica, generalidad y tipologías
ideales. Se requiere más trabajo para que los argumentos
sean más concretos y complejos y, por tanto, para especifi­
car la naturaleza del ETS en casos particulares. A su vez,
esto implica transformar conceptos ya introducidos a ma­
yores niveles de abstracción y simplicidad. En comentarios
anteriores sobre la teoría de la regulación, ya se han dado
algunos lincamientos metodológicos para hacerlo [J essop ,
1990]. Sin embargo, en vez de continuar ese ejercicio en
estos comentarios finales, volveré a presentar los argumen­
tos claves a la luz de los esfuerzos de concretización y espe­
cificación hechos en secciones anteriores.
En primer lugar, he sostenido que el paradigma político
del Estado de Bienestar Keynesiano y su forma de Estado
asociada están en decadencia terminal [J essop , 1991]; la he
vinculado no sólo con la crisis del régimen de acumulación
fordista de mediados de los setenta, con la que frecuente­
mente se ha asociado el EBK, sino también con la reestruc­
turación más general de la economía mundial que ha veni­
do ganando terreno desde mediados de los setenta. Tam­
bién he mostrado que el siguiente paradigma político y su
forma de Estado pueden describirse útilmente como un Es­
tado de Trabajo Schumpeteriano. Además, mientras que el
EBK se organizó típicamente como un Estado nacional con
relés locales, el ETS está asumiendo una forma “vacía”, más
dispersa. Adicionalmente, he sugerido por qué ésta puede
ser la forma de Estado general más adecuada para un modo
postfordista de crecimiento en la economía global que está
emergiendo.
En segundo lugar, independientemente de la fuerza de
las presunciones sobre la actual transición del EBK al ETS
“vaciado”, he tratado de explicar por qué pienso que el sur­
gimiento de este último es cada vez más evidente a través de
la economía mundial. He relacionado este surgimiento con
cuatro tendencias de la economía global, las cuales deben
incluirse para ofrecer una explicación plausible: el cambio
de paradigma del fordismo al postfordismo, por ejemplo, ig­
nora los desarrollos tecnológicos que inducen a un rol
schumpeteriano del Estado; así mismo, el postfordismo y
las nuevas tecnologías, sin la creciente intemacionalización,
serían insuficientes para explicar el creciente énfasis en la
competitividad estructural y la residualización del bienes­
tar; la regionalización agrega una dimensión adicional a la
económica y a la política. Aún debe hacerse mucho esfuerzo
para explorar la interacción entre estos factores y sus
implicaciones para la transformación del Estado. Un traba­
jo más detallado sobre los modos de crecimiento y los mo­
dos de adhesión a la economía global sería de gran ayuda
para saber cuáles serán las formas más probables que asu­
ma el ETS15.
Pese a su carácter preliminar y algo especulativo, hay al
menos tres problemas potenciales en esta línea de análisis
que no se debe dejar de mencionar: la naturaleza teórica
precisa de los argumentos utilizados en defensa de la tesis
del ETS, los peligros de operar con una oposición dualista
simple entre el EBK y el ETS y la cuestión del alcance empí­
rico y práctico real del argumento en su conjunto.
Primero, mi análisis puede ser acusado de funcionalismo,
de reduccionismo capital-teórico o de estructuralismo (o de
los tres). Sin embargo, lo que hay aquí es un experimento
mental suscitado por la observación de algunas tendencias
generales. Trato de teorizar la forma del Estado adecuada
para un futuro régimen de acumulación postfordista, a un
alto nivel de abstracción. Este tipo de explicaciones tienden
a ser funcionalistas, capital-teóricas y estructuralistas. Sin
embargo, cuando el análisis se haga más concreto y com­
plejo, debería ser posible redefinir los términos de la argu­
mentación; se podrían examinar varias cuestiones: el aco­
plamiento estructural entre cada modo de crecimiento y su
régimen político distintivo y los problemas que éste crea; las
complejidades de la relación capitalista en cada tipo de ré­
gimen y sus implicaciones para las formas de la lucha eco­
nómica y política en torno de la resolución de la crisis; la
dependencia de la trayectoria para salir de la crisis que sur­
ge en esas luchas y a través de ellas; e incluso los proble­
mas que surgen cuando el pre-ETS carece de las capacida­
des para manejar la transición16.
Segundo, puesto que mi análisis ha operado principal­
mente en términos de un contraste global entre el EBK y el
ETS, podría afirmarse que éste subsume demasiadas cosas
dentro de un conjunto de conceptos dualistas. Sin embar­
go, mi intención no es adoptar un enfoque “subsuncionista”,
y he intentado indicar las variantes de cada forma de régi­
men regulador así como el alcance limitado de cada una.
En trabajos posteriores sería interesante explorar otras for­

15 Un buen ejemplo de cómo puede hacerse este trabajo se encuentra en: K itc h e lt,
1991.
16 Sobre el caso británico, ver, por ejemplo: Jessop, 1992c.
mas de articulación entre los papeles económico y social del
Estado en relación con los diferentes modos de acumula­
ción y otros aspectos de los modos de regulación social.
Finalmente, también podría decirse que el EBK no fue
universal en las economías capitalistas avanzadas de post­
guerra. Esto es particularmente claro para las economías
europeas que descubrieron nichos complementarios, no
fordistas, en la economía global emergente y para las eco­
nomías del Este Asiático orientadas a la exportación que no
pasaron por el EBK y desarrollaron regímenes de worltfare
orientados hacia el lado de la oferta. Pero es interesante
señalar que las economías europeas con nichos no fordistas
a menudo fueron obligadas, en una etapa anterior, a adop­
tar una política más rigurosamente orientada a la oferta y a
manejar sus regímenes de bienestar con una atención ma­
yor a los problemas de competitividad de lo que ocurrió en
las economías fordistas de Europa y Norteamérica. En este
sentido, éstas prefiguraron el ETS en aspectos cruciales.
Esto es aún más obvio en el caso del Este Asiático, puesto
que Japón, los cuatro tigres asiáticos y los NICs de tercera
fila del Pacific Rim deben en parte su notable éxito econó­
mico a su capacidad para pasar por alto (por varias razo­
nes) los intereses del EBK en favor de estrategias de acu­
mulación que daban prioridad al lado de la oferta. A su vez,
el gran éxito de la vía japonesa está reforzando ahora las
presiones sobre los otros dos polos triádicos de crecimiento
para abandonar el EBK en favor de estrategias de worbfare
schumpeterianas. Pese a que Marx señaló que “la compe­
tencia hace que las leyes inmanentes de la producción capi­
talista sean percibidas por cada individuo capitalista como
leyes coercitivas externas” [1867, 555], las economías indi­
viduales con sus sistemas de innovación pueden ser confor­
madas para que perciban estas leyes a través de la compe­
tencia schumpeteriana. Éste es el mecanismo clave que me
lleva a creer que seremos testigos de una continua consoli­
dación del ETS “vaciado” en las economías capitalistas
exitosas. Los espacios económicos que fracasen en una for­
ma o en otra para hacer esta transición descenderán en la
jerarquía global de espacios económicos y serán marginados.
Esto no excluye que haya luchas sobre las formas futuras del
ETS postfordista: incluso las hace aún más imperativas.
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DESARROLLOS RECIENTES
EN LA TEORÍA DEL ESTADO
Enfoques, problemas y agendas

Después de una primera e importante reanimación del inte­


rés teórico por el Estado, a mediados de los sesenta, a fina­
les de los setenta se presentó una renovación del mismo,
que aún se mantiene1. La primera fue liderada por marxis-
tas preocupados por la forma y las funciones generales del
Estado capitalista, mientras las feministas marxistas, que
intentaban extender esas ideas al Estado capitalista patriar­
cal, jugaron un papel esencial2. La segunda incluye más
corrientes teóricas y temas sustanciales, y tiende a ser más
institucionalista. Entre las corrientes más importantes es­
tán el neoestatismo, la teoría foucaultiana, el feminismo y
el análisis del discurso; entre los temas más discutidos se
incluyen las variaciones históricas de la ausencia, fortaleza
y debilidad de los Estados, y los futuros respectivos del Es­
tado-nación y del Estado de Bienestar. Por razones de bre­
vedad, este artículo omite muchas controversias específicas
de los primeros debates y, en su primera parte, sólo revisa
el legado general de la polémica marxista, lo cual permite

1 Este ensayo se benefició de los comentarios de Colín Hay y Sum Ngai-Ling; la


responsabilidad final es del autor.
2 Para útiles revisiones de la teorización marxista, ver: Jessop, 1977; C arnoy,
1984; C la r k e , 1990; y A l t v a t e r y H o ffm a n , 1990. Y sobre el feminismo mar­
xista, ver: M ahon, 1992; y B u rstyn , 1983.
hacer una crítica más detallada de los principales argumen­
tos de la segunda reanimación teórica. Concluye con una
posible agenda para la investigación sobre el Estado.

EL LEGADO MARXISTA

La reanimación de la teoría del Estado liderada por los mar-


xistas decayó a finales de los setenta, bajo el peso de una
plétora de premisas teóricas opuestas y del excesivo énfasis
en una teorización abstracta que ignoraba la variabilidad his­
tórica de los regímenes políticos. Con sólo unas pocas y nota­
bles excepciones, las contribuciones individuales al debate
marxista del Estado se perdieron en las brumas del tiempo;
pero algunos de los mejores analistas formularon dos enfo­
ques básicos relevantes para un círculo teórico más amplio.
Aunque éstos no se expresaron con las mismas palabras,
había una clara convergencia en los conceptos centrales im­
plícitos; su significación general es el tema de esta sección.
En primer lugar, pasando del análisis de la función al
análisis de la forma, los teóricos marxistas del Estado des­
cubrieron que la forma amenaza la función; buena parte de
su trabajo inicial se dedicó a derivar la forma necesaria del
Estado a partir de las diversas funciones que supuestamente
debía realizar en nombre del capital. Vista en esos térmi­
nos, la forma debe seguir a la función; pero los trabajos
posteriores se dedicaron a estudiar cómo la forma básica
del Estado minaba su funcionalidad para la acumulación
de capital y la dominación política de clase. Así entendida,
la disfunción también podía seguir a la forma, pues la sepa­
ración institucional del Estado con respecto a la economía,
un rasgo característico de las sociedades capitalistas, pro­
mueve diferentes (y potencialmente contradictorias) lógicas
institucionales y modos de cálculo en la economía y el Esta­
do [H irsch , 1976; O ffe , 1984; P oulantzas, 1978; R euten y
W illiams , 1989]; nada garantiza que los resultados políticos
satisfagan las necesidades del capital. Esta conclusión avi­
vó el trabajo sobre las contradicciones estructurales, los di­
lemas estratégicos y el desarrollo dependiente (es decir, his­
tóricamente condicionado) de la trayectoria de las formas
específicas del Estado; este trabajo produjo explicaciones
más detalladas de la compleja interacción entre luchas so­
ciales e institucionales antes que una teorización abstracta
y a menudo esencialista.
En segundo lugar, los marxistas abandonaron gradual­
mente la visión del aparato de Estado como cosa o sujeto
simple y comenzaron a analizar el poder del Estado como
una relación social compleja. Algunos de los primeros traba­
jos veían al Estado nada más que como un instrumento neu­
tral de dominación de clase; otros adoptaron una visión más
estructuralista, según la cual el Estado estaba obligado a
satisfacer los intereses capitalistas sin importar quiénes lo
controlaban, y otros vieron en el Estado a una especie de
sujeto calculador racional, un capitalista colectivo ideal, ca­
paz de identificar y realizar los intereses del capital en gene­
ral contra los intereses de los capitales individuales. Ningu­
na de estas visiones resultó satisfactoria3, y gradualmente
aparecieron estudios sobre la selectividad estructural de los
diferentes Estados y los factores que determinaban sus ca­
pacidades estratégicas. Por selectividad estructural designa­
ban los medios con que el Estado, como conjunto de institu­
ciones, ejercía un impacto específico y diferencial sobre la
capacidad de las diversas fuerzas políticas para realizar sus
intereses y estrategias particulares mediante el acceso y el
control de ciertas capacidades estatales, las cuales siempre
dependen, para sus efectos, de vínculos con fuerzas y pode­
res que están más allá del Estado4. También se prestó más
atención a la variabilidad, organización y ejercicio de estas
capacidades, y se dio más énfasis a la naturaleza relacional
del poder del Estado y a su capacidad para proyectar su po­
der sobre campos sociales que van más allá de sus propias
fronteras institucionales. Este enfoque también produjo es­
tudios más complejos de las luchas, instituciones y capaci­
dades políticas.
Gramsci es casi el único teórico marxista de la primera
etapa que aún disfruta de amplia aceptación crítica en los
años noventa5. No es casual que Gramsci haya estudiado
las modalidades concretas del poder del Estado en vez de
teorizar el Estado capitalista en general; analizó el Estado

3 Cajrnoy, [1 9 8 4 ], J essop [1 9 7 7 , 1990], O f f e [1 9 7 2 ] y P o u la n tza s [1 9 7 8 ] presen­


tan diversas críticas a estas posiciones.
4 Sobre este concepto, ver especialmente: O f f e , 1972; y P o u la n tza s , 1978.
5 Por supuesto, sé que Gramsci murió en 1937. Pero sus importantes contribu­
ciones a la teoría del Estado sólo alcanzaron una amplia audiencia (especial­
mente fuera de Italia) durante los setenta y luego desempeñaron un papel
vital en el resurgimiento del interés por el Estado.
en su sentido integral (es decir, “sociedad política + socie­
dad civil”) y mostró que en la sociedad burguesa su poder
descansa en la “hegemonía acorazada por la coerción”
[G ram sci, 1971]. Además, en vez de tratar las institucio­
nes y aparatos específicos como instrumentos técnicos
de gobierno, se interesó en sus fundamentos sociales y
subrayó que sus funciones y efectos son moldeados por
sus vínculos con el sistema económico y la sociedad civil.
Junto al carácter incompleto y tentativo de su enfoque,
esto lo hizo compatible con otras corrientes teóricas, en­
tre ellas la teoría del discurso, el feminismo, el análisis
foucaultiano y el postmodernismo [G olding , 1992; S m art ,
1986; y H olub , 1992]. Naturalmente, así se mantiene la
vitalidad de su obra.
Una fuente más reciente de interés en la teoría marxista
del Estado es menos directa: la contribución de la teoría de la
regulación a la economía política. Esta escuela de pensamiento
surgió a finales de los setenta y se hizo notoria en los ochen­
ta. En este sentido, es adecuado considerarla como parte de
la segunda oleada de interés en la teoría del Estado. Su
(re)descubrimiento básico fue el de que las economías están
socialmente incorporadas y son reguladas socialmente
{socially embedded and social regulated). De aquí sólo había
que dar un paso —más difícil para unos que para otros—
para entender que el sistema estatal tiene que jugar un papel
clave en la regulación-reproducción de la acumulación de
capital, lo cual abrió el camino para análisis más concretos y
complejos de la contribución del Estado a la modelación, el
sostenimiento y el deterioro de los regímenes de acumula­
ción y modos de crecimiento específicos. Éste es uno de los
principales temas de la segunda y la tercera generaciones de
la teoría de la regulación [H áusler y H irsch , 1987; J enson,
1990; J essop, 1992; N oel, 1988; y T heret, 1992].

La segunda oleada ,

La corriente teórica particular que quizá más influyó en la


segunda etapa fue el movimiento (muy popular en Estados
Unidos) para “traer de vuelta al Estado”, como variable ex­
plicativa esencial para el análisis social. Pero este movimiento
no pasó sin críticas, pues, junto a la persistente influencia
de Gramsci y al variable impacto de otras corrientes
neomarxistas, tuvo una seria competencia de otros enfo­
ques muy distintos. Primero, la obra de Foucault y sus se­
guidores sobre la organización disciplinaria de la sociedad,
la microfísica del poder y las cambiantes formas de gobier­
no; un enfoque cuyos efectos van contra el neoestatismo,
pues tienden a excluir al Estado de una consideración teó­
rica; segundo, el desarrollo de una crítica feminista a la teo­
ría machista del Estado, enfoque que suscitó varias pre­
guntas, entre ellas la de si las feministas (y otros grupos)
necesitan realmente una teoría del Estado; tercero, el cre­
ciente interés en los discursos y las prácticas que constitu­
yen el Estado, un enfoque que oscila entre deconstruir y
reconstruir el Estado como objeto teórico. Esta lista no es
exhaustiva pero sí es suficiente para ilustrar la gama de
posiciones existentes en la etapa actual.

Enfoques centrados en el Estado

Las llamadas para “traer de vuelta al Estado” provenían de


científicos sociales que pretendían que los enfoques del Es­
tado predominantes en la postguerra estaban demasiado
“centrados en la sociedad”. Sostenían que esos enfoques in­
tentaban explicar la forma, las funciones y el impacto del
Estado por factores enraizados en la organización, las nece­
sidades o los intereses de la sociedad. Así, el marxismo fue
acusado de reduccionismo económico por su énfasis en las
relaciones base-superestructura y en la lucha de clases; el
pluralismo fue acusado de reducir la competencia por el
poder del Estado a los grupos de interés y a los movimien­
tos enraizados en la sociedad civil y, por tanto, de ignorar el
papel y los intereses de los administradores del Estado; y el
estructural-funcionalismo fue criticado por suponer que el
desarrollo y el funcionamiento del Estado o del sistema po­
lítico estaban determinados por las exigencias funcionales
de la sociedad en su conjunto. Según los teóricos “centra­
dos en el Estado”, tales enfoques ponían la carreta delante
del caballo. Sostenían, además, que las actividades y el im­
pacto del Estado se explican fácilmente por sus caracterís­
ticas específicas como órgano administrativo o represivo o
por las propiedades específicas del sistema político, el cual
incluye al Estado. Los factores sociales, cuando no eran irre­
levantes, eran secundarios; y su impacto en los asuntos del
Estado siempre era filtrado por el sistema político y el Esta­
do mismo.
En su versión más programática, el enfoque estatista de­
fiende un retorno a teóricos clásicos como Maquiavelo,
Clausewitz, Tocqueville, Weber o Hintze6. Pero, en la práctica,
quienes siguen el paradigma estatista muestran poco interés
en tales pensadores (para no hablar de su desconocimiento),
con la parcial excepción de Weber7; pareciera que muchas ve­
ces sólo los citan para legitimar el neoestatismo, vinculándolo
a una larga tradición de pensamiento centrado en el Estado.
En todo caso, el interés real del trabajo centrado en el Estado
es el estudio detallado de casos de construcción del Estado, de
definición de políticas y de su implementación.
En este contexto, sobresalen seis temas: 1) La posición
geopolítica de los Estados modernos en el sistema interna­
cional de Estados-naciones y sus implicaciones para la ló­
gica de la acción del Estado; 2) La dinámica de la organiza­
ción militar y el impacto de lo militar en el desarrollo global
del Estado; 3) Los poderes administrativos específicos del
Estado moderno, sobre todo los que provienen de sus capa­
cidades para producir y reforzar colectivamente decisiones
obligatorias en una sociedad centralmente organizada y
territorialmente limitada; 4) El papel del Estado como fac­
tor especial en la modelación de instituciones, la formación
de grupos y la articulación de intereses, capacidades políti­
cas, ideas y demandas que van más allá del Estado; aspecto
que a veces se denomina “tocquevilliano”; 5) Las patologías
propias del gobierno y del sistema político, como la corrup­
ción, el soborno y las fallas del Estado; 6) Los intereses y
capacidades propios de los “administradores del Estado”
(funcionarios de carrera, políticos, etc.), que se oponen a los
de otras fuerzas sociales. Los diversos teóricos “centrados
en el Estado” enfatizan distintos factores o combinaciones
de factores, pero comparten las principales conclusiones:
hay presiones y procesos políticos específicos que modelan
la forma y las funciones del Estado; éstos procesos le otor­
gan una autonomía importante y real para enfrentar pre­
siones y fuerzas que surgen de la sociedad más amplia y,
por tanto, le dan una centralidad única e irremplazable en

6 Como se verá más adelante, no es casual que todos estos pensadores sean
varones.
7 Aunque su obra puede interpretarse de modo diferente; es citada, por ejem­
plo, para mostrar que el Estado no existe sino que es un uso reflexivo de ideas
para aumentar la legitimidad de una élite dirigente [M e lo s s i, 1990],
la vida nacional y en el orden internacional. En síntesis, el
Estado es una fuerza por derecho propio y no sirve a la eco­
nomía o ala sociedad civil [K rasner, 1978; N ordlinger, 1981;
S kocpol , 1979; y Stepan , 1985].
El enfoque centrado en el Estado lleva a que sus teóricos
planteen “una visión radicalmente distinta” de la autono­
mía del Estado. Los marxistas entendían la autonomía del
Estado como su capacidad para promover los intereses co­
lectivos del capital a largo plazo, incluso contra los intere­
ses de capitalistas particulares. Los neoestatistas rechazan
esta explicación de clase o capital-teórica y sugieren que el
Estado ejerce su autonomía por derecho propio y busca sus
intereses propios y específicos. En este contexto, enfatizan
la capacidad de los administradores del Estado para ejercer
el poder independientemente de las fuerzas no estatales (y
aun a pesar de su resistencia), sobre todo donde hay un
conjunto pluralista de fuerzas sociales que les proporciona
un espacio real de maniobra; y enfatizan también la funda-
mentación de esta capacidad en los poderes “infraestruc-
turales” del Estado, es decir, en la capacidad del Estado
para penetrar, supervisar, mantener el orden y disciplinar las
sociedades modernas a través de sus propias capacidades
especializadas [Dandeker, 1990; G iddens, 1985; M ann , 1983;
N ordlinger, 1981; y S kocpol, 1985]. Además, los neoestatistas
sostienen que la autonomía del Estado no es un rasgo es­
tructural fijo de todos y cada uno de los sistemas de go­
bierno, sino que difiere entre Estados, entre áreas de polí­
tica y a través del tiempo. Esto se debe, en parte, a los
límites externos sobre el alcance de la acción autónoma
del Estado y, en parte, a las variaciones en la capacidad y
disposición de los administradores del Estado para empe­
ñarse en una estrategia independiente de los actores no
estatales.
Una variante de la teorización centrada en el Estado es la
teoría del Estado centrada en la guerra. Un creciente núme­
ro de teóricos se ha dedicado a recobrar la dimensión mili­
tar de la teoría del Estado y a criticar su omisión por otras
escuelas, ya sea por el exagerado interés de los marxistas
en la lucha de clases o por la errónea creencia de los soció­
logos en la lógica pacífica inherente al industrialismo. Se­
gún los teóricos centrados en la guerra, su enfoque no tiene
un interés arqueológico sino que es relevante para los Esta­
dos modernos. Señalan que la guerra ha dado forma al siglo
xx, que los Estados se preparan continuamente para la gue­
rra y han aumentado sus capacidades militares y de vigi­
lancia, y que las guerras civiles (o totales) tienen repercu­
siones en el Estado y en la sociedad [S haw , 1991].
En este contexto, el Estado es un aparato para hacer la
guerra y reprimir: debe defender su integridad territorial
contra otras fuerzas y mantener la cohesión social dentro
de su propio territorio, recurriendo a la coerción cuando
sea necesario. Por tanto, el Estado es en primera instancia
el sostén del poder militar en un mundo donde hay otros
Estados -naciones, más que una comunidad política en la
que pueden realizarse los derechos de ciudadanía [G iddens ,
1985]. Para algunos teóricos centrados en la guerra, el Es­
tado plenamente conformado no sólo es un aparato militar
represivo sino que el mismo proceso de formación del Esta­
do está estrechamente ligado a la guerra, puesto que, como
Tilly señala enérgicamente, las guerras hacen Estados y los
Estados hacen guerras. Esta afirmación va más allá de la
afirmación trivial de que los Estados se forjan al calor de la
guerra (ya sea en la victoria o en la derrota); también impli­
ca que el hecho de hacer la guerra puede inducir a la cen­
tralización política, estimular el desarrollo de un sistema de
tributación moderno y generar otros rasgos de un Estado
moderno. Además, una vez que surge el Estado (a través de
la guerra o de la preparación para la guerra), muchos as­
pectos claves de la forma y de las funciones del Estado es­
tán determinados principalmente por el interés en la defen­
sa externa y la pacificación interna [M ann , 1985 y 1987;
T illy , 1973; D andeker , 1990; y S haw , 1991].
Al neoestatismo se han opuesto cinco líneas principales
de crítica8. En primer lugar, se ha dicho que ese enfoque no
es novedoso y que todos sus temas básicos se encuentran
en los enfoques “centrados en la sociedad” [D omhoff , 1987;
y A lmond , 1988]. En segundo lugar, se ha dicho que el
neoestatismo es unilateral porque se centra en la política
del Estado y de los partidos a expensas de las fuerzas políti­
cas que están fuera y más allá del Estado. En particular, que
sustituye “las formaciones sociales (como las de clase, géne­

8 En mi anterior crítica al neoestatismo [J essop , 1 9 9 0 ] sólo mencioné cuatro


de ellas; la quinta, que aquí se menciona en segundo lugar, es igualmente
importante.
ro o raza) por los políticas, la política de masas por la de
élites y la lucha social por el conflicto político” {G ordon, 1990,
181]. En tercer lugar, algunos críticos pretenden haber iden­
tificado inconsistencias empíricas en varios estudios
“estatistas” claves así como explicaciones incompletas y erró­
neas de estudios que se citan para dar credibilidad al enfo­
que estatista [Cammack , 1989, 1990; y M itchell, 1991]. En
cuarto lugar, se han hecho acusaciones de mala fe política.
Así, Binder sostiene que el neoestatismo implica que los ad­
ministradores del Estado políticamente autónomos pueden
actuar como agentes efectivos de modernización y reforma
social y que deberían ser alentados para actuar de ese modo;
en apoyo de esta acusación, señala que no existe ningún es­
tudio de caso neoestatista que muestre los nocivos efectos
del dominio autoritario o autocrático [B inder, 1988].
Finalmente —y quizá es la línea crítica que apunta a lo
más grave— el neoestatismo descansa en una falacia teórica
fundamental. Supone que hay fronteras claras y nítidas en­
tre aparato de Estado y sociedad, administradores del Esta­
do y fuerzas sociales, y poder estatal y poder social. Esto
implica que el Estado (o el sistema político) y la sociedad son
mutuamente excluyentes y autodeterminados, que se pue­
den estudiar aisladamente y que los análisis resultantes se
pueden yuxtaponer para dar una explicación completa. Esto
reifica y convierte en absoluto lo que en realidad son pro­
piedades emergentes, parciales, inestables y variables; y ex­
cluye lógicas híbridas como el corporativismo o las redes
políticas, las divisiones entre administradores del Estado
debidas a los vínculos entre órganos del Estado y otras esfe­
ras sociales, y muchas otras formas de intersección entre
Estado y sociedad [A tkinson y C oleman , 1992; P oulantzas,
1974; y J essop , 1990]. Si se rechaza ese supuesto, se di­
suelve la distinción entre enfoques centrados en el Estado y
enfoques centrados en la sociedad. Esto, a su vez, invalida
no sólo la presunción extrema de que el aparato de Estado
debe tratarse como la variable independiente en la explica­
ción de los eventos sociales y políticos, sino también preten­
siones menos neoestatistas tales como el valor heurístico de
combar el palo en la otra dirección o, alternativamente, de
combinar las explicaciones centradas en el Estado y en la
sociedad para completar el cuadro [J essop , 1990].
Esto no excluye, por supuesto, el análisis teórico del Esta­
do; significa, más bien, que la teoría del Estado no puede
darse por supuesta, pues la misma existencia del Estado es
problemática. Así, Mitchell concluye su crítica del neoes­
tatismo con un llamado a estudiar “el proceso detallado de la
organización espacial, el ordenamiento temporal, la especifi­
cación funcional y la supervisión y vigilancia, que crean la
apariencia de un mundo esencialmente dividido entre Estado
y sociedad” [1991, 95, itálicas mías]. Esta división es concep­
tualmente anterior a cualquier influencia posible del Estado
sobre la sociedad o de la sociedad sobre el Estado; y es una
división que siempre se produce a través de prácticas en
ambos lados de la línea divisoria entre Estado y sociedad
[Jessop, 1990]. Este punto se retoma en las conclusiones pero
permite acercarse a la obra de Foucault.

Enfoques foucaultianos

Si los teóricos centrados en el Estado esperan lograr que el


Estado regrese del frío, podría decirse que el objetivo últi­
mo de Foucault es echarlo al tarro de la basura, puesto
que entrelazó sus investigaciones históricas sobre el cono­
cimiento, el poder y la disciplina con un ataque teórico
permanente a las visiones liberal y marxista de la sobera­
nía, el derecho y el Estado. Más en general, su obra tiene
importantes implicaciones para todos los teóricos del Es­
tado porque lleva a dudar seriamente de su preocupación
por el Estado, ya sea como una variable independiente,
interviniente o dependiente. Por cierto, Foucault compara
su rechazo de los intentos de construir una teoría del Es­
tado con el rechazo a comer un alimento que no se puede
digerir [G ordon , 1991, 4],
Este intento de autoconservación teórica se basa en tres
argumentos. Primero, Foucault sostenía que la teoría del
Estado es esencialista porque intenta explicar la naturaleza
y el poder del Estado en términos de sus propiedades inhe­
rentes, dadas de antemano, cuando debería, en cambio,
explicar el funcionamiento y el desarrollo del Estado como
el resultado contingente de prácticas específicas no necesa­
riamente localizadas dentro del Estado mismo ni orienta­
das abiertamente hacia el Estado. Segundo, afirmaba que
la teoría del Estado mantiene las nociones medievales de
una soberanía centralizada y monárquica y de un poder ju-
rídico-político unificado. En vez de esas nociones, Foucault
subrayaba las tremendas dispersión y multiplicidad de las
instituciones y prácticas involucradas en el ejercicio del poder
del Estado e insistía en que muchas de ellas son de natura­
leza extrajurídica. Tercero, sostenía que los teóricos del Es­
tado se preocupan por las formas de la soberanía política y
del poder legal en la cúspide de los aparatos del Estado, los
discursos que legitiman el poder en el centro y el alcance de
la soberanía estatal dentro de la sociedad. En contraste,
Foucault abogaba por un enfoque ascendente, desde abajo,
que procediera a partir de las formas difusas de las relacio­
nes de poder en los numerosos y diversos lugares, locales y
regionales, donde se determinan realmente la identidad y la
conducta de los agentes sociales. Se interesaba en la micro-
física del poder, las prácticas reales de subyugación, no en
las estrategias macropolíticas que guían los intentos de do­
minación, pues el poder del Estado no se deriva del control
de algunos recursos materiales sustantivos, propios del
Estado, sino que es el resultado emergente y provisional de
la interrelación estratégica y compleja de diversas fuerzas
sociales dentro y más allá del Estado. El poder es disperso,
implica la movilización activa de los individuos y no una
búsqueda pasiva de metas, y puede ser colonizado y articu­
lado en discursos, estrategias e instituciones bastante dife­
rentes. En suma, el poder no se concentra en el Estado, es
ubicuo e inmanente a toda relación social [F oucault , 1975,
1980].
Eso no significa que Foucault rechazara todo interés en
la macrofísica del poder estatal, lejos de ello. En efecto, en­
tre quienes se identifican más de cerca con el giro lingüísti­
co y el postestructuralismo, Foucault es excepcional por su
interés en el Estado [P ringle y W atson , 1992, 56]. Pero no lo
identificaba con la soberanía estatal del discurso jurídico-
político; su discurso era más personal y potente: el Estado
era el lugar de la habilidad política y la racionalidad guber­
namental. Estudió, entonces, cómo surgieron diversos regí­
menes políticos mediante cambios en la “gobemabilidad”
{govemmentality). Lo que interesaba a Foucault era el arte
del gobierno, una diestra práctica discursiva en la que las
capacidades del Estado se usan reflexivamente para vigilar
la población y, con la pmdencia debida, para amoldarla a
los proyectos específicos del Estado. En el origen del Estado
foucaultiano estaba la razón de Estado, una racionalidad
política autónoma, separada de la religión y la moral [G ordon,
1991, 9]. Esa racionalidad, a su vez, podía ligarse a dife­
rentes modos de cálculo político o diversos proyectos de
Estado, como los que se asocian al “Estado gendarme”, al
gobierno social o al Estado de Bienestar [G o r d o n , 1991,
26-27]. Dentro de estas racionalidades gubernamentales o
proyectos de Estado, y a través de ellas, los lugares de po­
der locales o regionales eran colonizados y articulados en
torno de mecanismos y formas de dominación global más
generales, y luego sostenidos por todo el sistema estatal.
Foucault también insistió en la necesidad de explorar las
conexiones entre estas formas de micropoder y los meca-
. nismos de producción de conocimiento, bien fuese para la
vigilancia, la formación y acumulación de conocimientos
sobre los individuos o su constitución como tipos de suje­
tos específicos.
La obra de Foucault ha inspirado muchos estudios sobre
el Estado y el poder del Estado que generalmente se ocupan
de políticas o aparatos políticos específicos o de discursos y
estrategias políticas particulares [R o s e y M il l e r , 1990]. Al­
gunos han intentado desarrollar una explicación general de
la esencia del Estado con base en las perspectivas foucaul-
tianas9. Por ejemplo, Giddens ve en la vigilancia una de las
cuatro agrupaciones institucionales claves de la sociedad
moderna que convergen en el Estado-nación, además del
industrialismo, el capitalismo y el militarismo. A medida
que progresan las técnicas de vigilancia, el control se ex­
tiende cada vez más, en el tiempo y en el espacio, y aumen­
tan las capacidades del Estado para la pacificación interna
y las operaciones militares externas. El control del Estado
moderno es diferente del control de la comunidad local y de
la intervención armada del Estado tradicional. Sus medios
de control y castigo son la policía, el derecho codificado y el
encarcelamiento; éstos, a su vez, están ligados al predomi­
nio de las relaciones de intercambio en la producción, al
control civil sobre los militares y a la ampliación de la ciu­
dadanía. Una interesante consecuencia de estos cambios es
que el Estado moderno recurre menos a la violencia para
controlar a la población; la vigilancia y la normalización dis­
ciplinaria realizan buena parte de la tarea de regularizar las
actividades en el tiempo y en el espacio [G id d e n s , 1985, 183-

9 Para una crítica de las pretensiones foucaultianas de Giddens, ver: B oyne,


1991.
192]. Estas ideas son desarrolladas por Dandeker, quien
presenta una tipología de los Estados basada en los meca­
nismos de vigilancia y los intereses que satisfacen [Dandeker,
1990].
Entender la obras de Foucault es casi tan complicado
como descifrar las notas de Gramsci, pues Foucault nun­
ca codificó su trabajo y sus opiniones tendían a cambiar
en cada monografía. No obstante, para nuestros propósi­
tos, debe tenerse en cuenta que después de atacar las
visiones ortodoxas del Estado y las relaciones de poder
su interés se centró en el papel de los discursos políticos
y del arte de gobernar en el surgimiento y la transforma­
ción del Estado moderno. Con sus ideas sobre la ubicui­
dad de las relaciones de poder, la asociación entre poder
y conocimiento y la gobernabilidad, Foucault ofrece un
importante correctivo teórico y práctico a los análisis más
unilaterales y esencialistas de la teoría marxista del Es­
tado y ala tendencia a presuponer el Estado propia del neo-
estatismo. Pero su obra es todavía vulnerable a la crítica
de que tiende a reducir el poder a una técnica universal
(sea la vigilancia del panóptico o la normalización disci­
plinaria) y a ignorar el modo en que las relaciones
patriarcales y de clase modelan el Estado y el ejercicio
más general del poder, así como la importancia perma­
nente del derecho, de la violencia constitucionalizada y
de la burocracia en el funcionamiento del Estado moder­
no [P oulantzas , 1978]. Además, aunque tenga el mérito
de prestar atención a la ubicuidad del poder, su obra poco
menciona las bases de la resistencia (salvo un supuesto
espíritu de revuelta plebeyo). Y, aunque Foucault después
reexaminó el Estado y el arte de gobernar, los estudios
foucaultianos aún tienden a ignorar el complejo carácter
estratégico y estructural del Estado. Éstos poco se intere­
san en las condiciones organizacionales que hacen posi­
ble, así sea a medias, que un Estado emprenda acciones
efectivas; al mismo tiempo, muestran escaso interés en
las diversas limitaciones de las capacidades de los Esta­
dos, aun de los mejor dotados. Ambas cuestiones exigen
ocuparse de factores institucionales y organizacionales
que rebasan los conceptos y supuestos típicos del foucaul-
tianismo.
Es un lugar común decir que el feminismo carece de una
sólida teoría del Estado [M ac K innon , 1983; y C onnell, 1990].
Las feministas han desarrollado sus propias teorías de gé­
nero y de la “generización” de las relaciones sociales, pero
cuando se interesan en el Estado sus ideas sobre su natu­
raleza y forma general son importadas desde fuera. Esta
observación no pretende subvalorar las sólidas críticas fe­
ministas a la teoría política ni menospreciar sus importan­
tes explicaciones de aspectos de género particulares rela­
cionados con el funcionamiento y el impacto de los Estados.
Por el contrario, busca mostrar las dificultades para elabo­
rar explicaciones propiamente feministas de la forma y las
funciones generales del Estado.
Además, no todas las feministas aceptarían que el femi­
nismo necesita, intelectual o políticamente, dicha teoría.
Así, Alien sostiene que las feministas deberían dedicarse a
desarrollar conceptos ajustados a una agenda teórica y
política feminista, y rechazar las teorías del Estado exis­
tentes “con [sus] definiciones, parámetros y objetivos ana­
líticos derivados de posiciones políticas distintas del femi­
nismo” [A llen , 1990, 21]. En este contexto, convoca a las
feministas para que se centren en categorías tales como el
control policial, el derecho, la cultura médica, la cultura
burocrática, el crimen organizado, el fraternalismo, el
paternalismo, la misoginia, la subjetividad, el cuerpo, la
sexualidad, los hombres, la violencia, el poder, el placer,
etc., que se relacionan más directamente con los intereses
políticos feministas [A llen , 1990, 28]. En otros casos, lo
que suscita el rechazo de las teorías existentes no es tanto
su significado irrelevante como su “sesgo masculino” ma­
ligno o, peor aún, su carácter falocrático y su efecto para­
lizante sobre el pensamiento y la movilización feministas
[M ac K innon , 1983, 1986]. Pero otras feministas llaman a
sus hermanas para que teoricen las complejidades del po­
der del Estado justamente a causa de su difundido impac­
to sobre las relaciones de género. Así, Brown afirma que
las feministas necesitan analizar el Estado porque es esen­
cial para muchos temas de las mujeres y porque muchas
mujeres son dependientes del Estado [B rown , 1992, 7; y
F ranzway et a l, 1989, 12-13]. Pero, en vez de una teoría
única, válida para todo propósito, incapaz de captar la com­
plejidad estratégica real del Estado, sus discursos y tecno­
logías de poder, Brown sugiere desarrollar enfoques basa­
dos en diversas teorías del Estado, que capten los distin­
tos rostros que el Estado presenta a las mujeres10.
Las feministas empezaron a abordar el Estado con un
intento de matrimonio entre feminismo y marxismo [M a h o n ,
1991; y P r in g l e y W a t s o n , 1992]. Este intento fue una co­
rriente importante dentro del resurgimiento de la teoría del
Estado en los setenta y se caracterizó por el intento de injer­
tar una teoría de la reproducción o patriarquía en los análi­
sis marxistas de la producción, a fin de mostrar que la
patriarquía era funcional para el capitalismo y que la su­
pervivencia de este sistema dependía de formas sociales es­
pecíficas de reproducción de la fuerza de trabajo y de las
relaciones de género, así como de relaciones sociales de pro­
ducción particulares [ M c I n t o s h , 1978; y E is e n s t e in , 1981].
Durante algún tiempo, el enfoque dominante en la teorización
feminista del Estado fue, de hecho, el feminismo marxista
[P r in g l e y W a t s o n , 1992]. Quizá por esta razón los esfuer­
zos para desarrollar una teoría feminista del Estado adop­
taron a menudo métodos de construcción teórica similares
a los de la teorización marxista más general. Así, se pueden
distinguir tres formas principales de vincular los intereses
feministas con el Estado: los métodos de suhsunción, deri­
vación y articulación.
Algunas teorías feministas radicales simplemente subsu-
men todos los Estados dentro de la categoría envolvente de
dominación patriarcal: cualesquiera que sean sus diferen­
cias, todos los Estados son expresiones de la patriarquía o
falocracia y, por tanto, deben ser impugnados. Esta argu­
mentación asimila el Estado a la patriarquía en general o
identifica mecanismos de género específicos en el Estado.
Para algunas feministas, la patriarquía está difundida por
toda la sociedad, y el Estado sólo es otra institución que
trata a hombres y mujeres en forma desigual, adopta el punto
de vista masculino y sirve y refuerza los intereses de los
hombres en tanto sexo. Por tanto, el Estado sólo es un lugar

10 Brown identifica cuatro rostros: a) Jurídico-legislativo o liberal (un tema ade­


cuado para la jurisprudencia feminista); b) Capitalista: derechos de propiedad
y capitalismo; c) Prerrogativo: poder arbitrario legítimo que define al Estado
como tal (policía, ejército, seguridad); y d) Burocrático [B r o w n , 1992, 13-14].
más de dominación masculina sobre las mujeres; en el me­
jor de los casos, sirve a la “patriarquía general” [M ies , 1986,
26]. En sus versiones más complejas, ese enfoque ve al Es­
tado como una forma peculiar de dominación patriarcal o
falocrática con efectos determinados (y específicos) sobre las
relaciones de género; de modo que genera relaciones de po­
der particulares a través de la selectividad, las capacidades
y las necesidades estratégicas patriarcales11. Sin embargo,
en tanto consideran que la patriarquía define el núcleo del
Estado y que todo lo demás carece de importancia, estas
visiones son subsuncionistas12.
Otras feministas intentan derivar la forma y las funcio­
nes del Estado patriarcal de los imperativos de la reproduc­
ción (y no de la producción), de las cambios en las formas
de dominación patriarcal o de la naturaleza del modo de
producción “doméstico”. Estos trabajos tienen el mismo tipo
de problemas teóricos que el debate de la derivación mar­
xista, es decir, el supuesto de que la forma sigue necesaria­
mente a la función, y la consiguiente negación de cualquier
autonomía o contingencia real del Estado. En algunos ca­
sos, esto se traduce simplemente en una versión feminista
del economicismo. En otros, en una versión más elaborada
del subsuncionismo que define totalmente los mecanismos
que garantizan el carácter patriarcal del Estado13.
Otros trabajos analizan la articulación contingente de las
formas patriarcales y capitalistas de dominación que se cris­
talizan en el Estado. Las mejores obras en este campo confir­
man la importancia del método de articulación: muestran que
las relaciones patriarcales y de género producen diferencias
en el Estado, sin prejuzgar la forma y los efectos de estas dife­
rencias. En otras palabras, “el reconocimiento de la existencia
de desigualdades de género no implica automáticamente que
todos los Estados capitalistas se comprometen en la repro­
ducción de esa desigualdad en la misma forma o en el mismo
grado” [Jenson, 1986, 10; y Brenner y Laslett, 1991]. Este

11 La posición de MacKinnon es ambivalente: para ella, el derecho es patriarcal


porque ignora el género y los mismos intereses de género están dados de
antemano [M a c K in n o n , 1983].
12 Para las críticas a las primeras teorías feministas del Estado, ver: A l l e n , 1990,
26-27; A n th ia s y Y u r a l -D a v is , 1989, 6; C o n n e l l , 1990, 516-517; y P r in g l e y
W a t s o n , 1992, 62-63.
13 Críticas a esta posición se encuentran en: J e n s o n , 1986.
enfoque también revela la importancia de las diferencias entre
mujeres y entre grupos de género, y es un importante correc­
tivo a las formas extremas del fundamentalismo de género.
Las mejores obras académicas feministas sobre la teoría
del Estado tienen profundas implicaciones, pues arrojan du­
das sobre supuestos claves de buena parte del trabajo de
índole masculina. En primer término, es un lugar común
decir que el Estado moderno reclama el monopolio legítimo
sobre los medios de coerción. Las feministas critican esta vi­
sión convencional porque los hombres consiguen ejercer la
violencia contra las mujeres (e incluso matarlas) dentro de
la familia y, mediante hechos, amenazas o el miedo a la
violación, vejar a las mujeres en los espacios públicos. Esto
sugiere que la ortodoxia asocia la separación de la coerción
al sistema de la producción (la explotación toma la forma de
intercambio, y la dictadura la forma de democracia14) y a la
centralización del poder públicamente organizado más que
al ejercicio de la coerción parental o patriarcal en la familia
sobre mujeres y niños. Aun así, las feministas deben agre­
gar que esta legitimación racional-legal de la coerción del
Estado es justamente la forma pública que asume la violen­
cia masculina y que es utilizada realmente para apoyar su
expresión privada dentro de la familia y la sociedad civil.
Este último punto lleva a una segunda contribución esen­
cial de la teorización feminista: su crítica a la distinción jurí­
dica entre “público” y “privado”. Esta distinción no sólo sirve
para oscurecer las relaciones de clase (como dicen los mar­
xistas) sino también, y quizá más fundamentalmente, para
ocultar un mecanismo básico de la dominación masculina.
Así, mientras que los marxistas sugieren que el ascenso del
Estado liberal burgués y la consiguiente separación entre
ciudadano público e individuo privado se basan en el desa­
rrollo del capitalismo, las feministas los ven como el pro­
ducto del ordenamiento patriarcal del Estado burgués
[E is e n s t e in , 1981]. Mientras que los marxistas tienden a
equiparar la esfera pública con el Estado y la esfera privada
con la propiedad privada, el intercambio y los derechos in­
dividuales, las feministas tienen a equiparar la primera con
el Estado y la sociedad civil y la segunda con la esfera do­
méstica y el supuesto lugar de las mujeres en el orden “natu­

14 Esta expresiva afirmación proviene de Moore [1957].


ral” de la reproducción. Los hombres y las mujeres tienen
ubicaciones diferenciales en las esferas pública y privada:
en efecto, las mujeres han sido excluidas históricamente
de la esfera pública y han estado subordinadas a los hom­
bres en la privada. Incluso la independencia de los hom­
bres como ciudadanos y trabajadores es una premisa para
que las mujeres los cuiden en el hogar [P ateman , 1989a,
120, 123; y 1989b, 203]. Además, donde las mujeres tie­
nen plenos derechos de ciudadanía, su persistente opre­
sión y subyugación en la esfera privada obstaculiza el ejer­
cicio y disfrute de estos derechos [S iim , 1988, 163]15. Por
tanto, la distinción entre “público” y “privado” no sólo es
política sino que la misma organización de la esfera “priva­
da” tiene importantes implicaciones para la selectividad
estratégica del Estado.
Una tercera área de crítica feminista se centra en los vín­
culos entre guerra, masculinidad y Estado. En términos ge­
nerales, como señala Connell, “el Estado arma a los hom ­
bres y desarma a las m ujeres” [Connell, 1987, 26; y Elshtain,
1987]. En su caso más extremo, esta crítica incluye concep­
tos tales como “sado-Estado” [Daly, 1984], la idea de que el
aparato m ilitar es una simple expresión de la agresividad y
la destructividad m asculinas o la opinión de que el m ilita­
rismo y el im perialism o son expresiones violentas del culto
a la m asculinidad [Fernbach, 1981]. Lloyd afirma que “la
masculinidad de la ciudadanía y la m asculinidad de la gue­
rra han estado conceptualm ente ligadas en el pensam iento
Occidental” [1986, 64]. Explicaciones históricas más m ati­
zadas m uestran que la legitim idad del Estado se estructura
en térm inos de la m asculinidad: m ientras que el anden
régime se organizaba alrededor de nociones tales como el
honor personal y familiar, el patronazgo y el orgullo militar,
el Estado m oderno se basa en ideas de racionalidad, cálcu­
lo, orden, jerarquía, códigos y redes m asculinas informales
[Landes, 1988; Connell, 1990, 521; y sobre las burocracias
modernas, públicas o privadas, ver: Ferguson, 1984].
Los autores no feministas pueden adoptar tres posicio­
nes generales sobre la obra feminista: a) Considerarla total­

15 Las feministas usualmente critican los efectos opresivos de la separación en­


tre público y privado; pero Elshtain [1981] sostiene que las mujeres que par­
ticipan en la vida pública deben sacrificar los valores maternales enraizados
en la vida familiar.
mente irrelevante; b) Aceptarla como un complemento más
o menos importante a las contribuciones básicas de otras
explicaciones; o c) Saludarla como un desafío fundamental
al saber recibido. La primera posición es insostenible, pues
—como sugiere la segunda posición— la investigación femi­
nista demuestra que las teorías restantes ignoran o margi­
nan aspectos esenciales de la forma y las funciones del Es­
tado y brindan nuevos ejemplos acerca de cómo la forma
problematiza la función y crea contradicciones, dilemas y
conflictos específicos. Esto es válido no sólo para el marxis­
mo convencional y los enfoques neoestatistas, sino también
para los recientes análisis en la línea de Foucault (para apre­
ciaciones feministas críticas de este último, ver: M a r t in , 1982;
y S a w a c k i , 1991). Además, de acuerdo con la tercera posi­
ción, parte de la investigación feminista revela fallas bási­
cas de gran parte de la teorización de sesgo masculino. Por
tanto, una explicación adecuada de la complejidad estraté­
gica del Estado debe incluir las percepciones feministas cla­
ves sobre la naturaleza de género de la selectividad y las
capacidades estructurales del Estado para la acción, así
como su papel esencial en la reproducción de los patrones
específicos de las relaciones de género.

Análisis del discurso y teoría del Estado sin Estado

La lectura de algunos recientes trabajos analíticos del dis­


curso lleva fácilmente a creer que el mayor secreto de todos
los secretos oficiales es el hecho de que el Estado no existe16,
sino que es una ilusión: un producto del imaginario político.
Su aparición depende de la aceptación de los discursos es­
tatales; el Estado aparece en la escena política porque las
fuerzas que orientan sus acciones hacia el “Estado” actúan
como si éste existiera. Pero, puesto que no hay un discurso
común del Estado (a lo sumo hay un discurso dominante o
hegemónico) y diferentes fuerzas políticas orientan su ac­
ción en tiempos diferentes con diversas ideas del Estado, es
evidente que el Estado es, en el mejor de los casos, un fenó­
meno polivalente y policontextual que cambia de forma y
apariencia con las fuerzas políticas que actúan hacia él y las
circunstancias en que lo hacen. Esta idea aparentemente

16 Esto se sugiere, por ejemplo, en A b r a m s [1988, 77],


herética ha sido propuesta desde diversas perspectivas y
los siguientes párrafos las ilustrarán con tres ejemplos dife­
rentes.
1. Al revisar los intentos de los marxistas y de otras co­
rrientes por definir el Estado como una entidad, un agen­
te, una función o una relación política material distinta,
Abrams señala que esos intentos sólo crean dificultades, y
sugiere abandonar el Estado como objeto material de es­
tudio, pues el conjunto institucional que abarca al gobier­
no puede estudiarse sin recurrir al concepto de Estado, y
la “idea de Estado” puede estudiarse, a su vez, como la
(errónea) representación colectiva de las sociedades capi­
talistas que sirve para enmascarar la verdadera naturale­
za de la práctica política [A brams , 1988]. Los teóricos de
los sistemas políticos condenan a menudo los pantanos
conceptuales y los insulsos debates que acompañan a la
teorización del Estado [Easton , 1981]. Pero la posición de
Abrams es, a la vez, más positiva y más negativa porque
considera que la “idea de Estado” desempeña un papel cons­
titutivo en la modelación y el enmascaramiento de la do­
minación política. A su vez, este papel exige un análisis
histórico de la “revolución cultural” (o transformaciones
ideológicas) involucrada cuando se transforman los siste­
mas de Estado [C orrigan y Sayer , 1985].
2. Melossi hace un planteamiento similar: aboga por una
“teoría del Estado sin Estado”, es decir, por el reconoci­
miento de que el Estado es un concepto jurídico, una idea
que permite que las personas hagan el Estado, para dotar­
se a sí mismas y a las demás de razones y fundamentos
para sus propias acciones. Como tal, ésta puede ser usada
reflexivamente por muy diversos tipos de funcionarios para
crear un vocabulario de motivos para sus (in)acciones y
explicar la unidad del Estado en una sociedad civil dividi­
da y desigual [M elossí, 1990, 2, 6, 150]. Esto implica, a su
vez, que la autonomía del Estado no debería considerarse
como una propiedad reificada de un Estado reificado; por
el contrario, varía con el grado de autonomía con que las
élites se ven dotadas a sí mismas en lugares específicos y
momentos particulares [M elossi, 1990, 128; y W atso n ,
1990, 7).
3. Una idea similar —la de que el “Estado” es una simple
autodescripción o modelo interno del sistema político— ha
sido planteada desde perspectivas teóricas muy diferentes
por los teóricos de los sistemas autopoiéticos17. La carac­
terística esencial de los sistemas autopoiéticos es su radical
autonomía operacional, que surge de su capacidad para de­
terminar sus propios códigos y programas operacionales y
para reproducirse (o transformarse) a sí mismos a pesar de
los intentos de control desde afuera y de otras influencias
perturbadoras de su medio ambiente. Uno de esos sistemas
es la economía moderna como sistema de pagos auto-organi­
zado (así como los marxistas plantean la autovalorización
del capital). Otros dos sistemas de este tipo son el sistema
legal (el sistema autocontenido y automodificante asociado
con las decisiones legales obligatorias) y el sistema político
(un circuito de poder que une a gobernantes y gobernados y
produce decisiones obligatorias para todos los participan­
tes). Puesto que el poder circula continuamente a través del
sistema político, es erróneo reificar el Estado tratándolo como
si fuera una entidad distinta con sus propios poderes y re­
cursos. Ciertamente, la dinámica centrífuga de las socieda­
des modernas funcionalmente diferenciadas significa que el
Estado ya no puede desempeñar el papel de orden superior
{superorcLinate role) que le atribuía la antigua teoría política
moderna. Es mejor entenderlo como el medio por el cual los
participantes simplifican los problemas de la acción política,
polarizándolos alrededor de la cuestión del gobierno y la opo­
sición. Y la política, a su vez, debería verse como un sistema
más de una sociedad policéntrica, esencialmente anárqui­
ca. Ni la política ni el “Estado” son de orden superior o sobe­
ranos; por el contrario, son medios para ofrecer a la socie­
dad decisiones legítimas y obligatorias sobre los bienes co­
lectivos. Éstos incluyen la seguridad interna y externa (en
que el poder infraestructural para asegurar este bien colec­
tivo se basa en la violencia organizada); la seguridad econó­
mica y social (en que el gobierno juega un papel clave para
controlar los recurs'os fiscales y financieros); y, más recien­
temente, la seguridad tecnológica y ecológica (en que las
capacidades infraestructurales se basan en el conocimiento
' organizado colectivamente). Cada una de estas tres formas
de seguridad corresponde a proyectos políticos y formas de

17 Es imposible dar una explicación adecuada de los sistemas autopoiéticos en


este artículo; introducciones al tema se encuentran en L uhm ann [ 1989] y J essop
[1990].
intervención particulares. Así, la política contemporánea se
ocupa ante todo de cómo “guiar” mejor los demás sistemas
funcionales sin intervenir directa e infructuosamente en su
funcionamiento. Se ha dicho que esto se logra mejor defi­
niendo los parámetros dentro de los que deben funcionar,
produciendo conocimientos sobre las consecuencias exter­
nas no buscadas de sus acciones y procurando construir
consensos sobre los proyectos sociales18.
En los tres casos se observa un rechazo a la reificación
del Estado, combinado con un intento de teorizar el papel
de la idea de Estado en el funcionamiento del sistema polí­
tico y de la sociedad más amplia. Este papel es definido
como mistificación, automotivación o autodescripción, pero,
independientemente de la definición, los discursos sobre el
Estado juegan un papel constitutivo clave en la modelación
del Estado como conjunto complejo de relaciones políticas
ligadas a la sociedad como un todo. Este enfoque contrasta
marcadamente con la reificación de la distinción entre so­
ciedad y Estado que propone la teorización centrada en el
Estado. También ofrece una mirada diferente del rechazo
foucaultiano a las explicaciones ortodoxas del Estado, acla­
rando la función de esas explicaciones dentro del sistema po­
lítico. Y, al menos en relación con la teorización autopoiética,
ofrece razones adicionales, basadas en la teoría de siste­
mas, para objetar que el Estado moderno es una autoridad
superior y soberana colocada por encima de la sociedad y a
la cual controla desde fuera. En las conclusiones explora­
mos con más detalle las implicaciones de esta teorización
“sin Estado” del Estado.

DOS NUEVAS DIRECCCIONES DE INVESTIGACIÓN

La investigación básica sobre el Estado ha experimentado


un explosivo crecimiento en los años recientes y es imposi­
ble revisar siquiera una pequeña fracción de la literatura.
Pero merecen mencionarse dos temas que han atraído con­
siderable atención desde diversas perspectivas y que pue­
den ser un útil punto de confrontación entre los enfoques

18 Ver: L u h m a n , 1989; T e u b n e r , 1989; y, más Importante en este contexto, W ill k e ,


1992. Sobre las capacidades y el conocimiento del Estado ver: W a g n e r , 1989;
y W it tr o c k , 1989.
teóricos antes mencionados: la variabilidad histórica de la
existencia (o inexistencia) del Estado y la fuerza o debilidad
relativa de los Estados. Ninguno de ellos puede entenderse
sin superar el tipo de teorización abstracta que caracterizó
las primeras etapas del redescubrimiento del Estado, y am­
bos plantean un tipo de problemas teóricos y empíricos que
sólo puede descifrar una estructura teórica sofisticada y bien
desarrollada.
El primer tema, el interés en la ausencia de Estado, ha
sido suscitado por la creciente insatisfacción con el carác­
ter abstracto de gran parte de la teoría del Estado (especial­
mente con su supuesto de un Estado ubicuo, unificado y
soberano) y por el creciente interés en la variabilidad histó­
rica de los Estados reales. Esto ha llevado a que algunos
teóricos traten el Estado como una variable conceptual y
estudien la presencia diferencial de la idea de Estado [N ettl ,
1969; D yson , 1982; y M elossi, 1990], y a que otros analicen
la presencia diferencial del Estado como forma política es­
pecífica; así, Badie y Birnbaum distinguen entre el centro
político necesario para cualquier división social del trabajo
com pleja y el Estado como uno de los posibles loci
institucionales de ese centro. Los rasgos propios del Estado
son su fuerte diferenciación estructural, su autonomía, su
universalismo y su solidez institucional. Francia es el Esta­
do arquetípico de una sociedad centralizada; Gran Bretaña
tiene un centro político pero no un Estado; Suiza no tiene
Estado ni centro y Alemania tiene Estado pero no centro
[B adie y B irnbaum , 1983]. Estos enfoques deberían ser bien
recibidos porque historizan la idea de Estado y destacan la
variedad de sus formas institucionales. Un creciente núme­
ro de estudios ha explorado estas cuestiones a todas las
escalas, desde la local hasta la internacional, prestando gran
atención a la variación al meso-nivel.
Y respecto del segundo tema, si la ausencia de Estado
como variable atañe a la institucionalización del Estado como
tal, el interés en la fortaleza o debilidad del Estado atañe a
los factores que contribuyen a la fortaleza del Estado. Ésta
puede interpretarse de dos maneras: internamente, se re­
fiere a las capacidades del Estado para ejercer la autoridad
sobre la sociedad; externamente, se refiere al poder del Es­
tado dentro de la comunidad internacional de Estados
[H andel , 1990]. Esta preocupación se liga a menudo con el
interés en la capacidad del Estado para penetrar y organi­
zar el resto de la sociedad, y es especialmente marcada en los
trabajos recientes sobre los Estados depredadores y en desa­
rrollo {developmental state). Mientras que el Estado depreda­
dor es esencialmente parasitario con respecto a la economía
y la sociedad civil, el Estado en desarrollo es capaz de desa­
rrollarse por sí mismo. Mientras que el Estado depredador
posee una buena dosis de poder despótico, los Estados en
desarrollo mantienen un equilibrio entre el poder despótico y
el poder infraestructural, y lo manejan en formas que se
adecúan al mercado [Castells , 1992; E vans , 1985; J ohnson,
1987; y L evi, 1988]. Un problema de esta literatura es que
hace un marcado contraste entre Estados fuertes y débiles;
además, existen diversas interpretaciones acerca de la forta­
leza (o la debilidad), que dificultan un análisis coherente19.
Más seriamente, parte de esta literatura corre el riesgo de ser
tautológica en la medida en que la fortaleza se define exclusi­
vamente en términos de los resultados [Lauridsen , 1991;
M igdal, 1988]. Una posible solución consiste en permitir una
mayor variabilidad en las capacidades del Estado por área de
política a través del tiempo y en coyunturas específicas; ésta,
a su vez, exige un enfoque “estratégico-relacional”, como se
verá en la próxima sección.

¿U n a a g e n d a p o s ib l e ?

La teorización reciente del Estado es más variada de lo que


era en los setenta, aunque las corrientes antes mencionadas
parecen haber seguido una trayectoria o curva de aprendiza­
je similar a la que recorrió el debate marxista. Este último,
originado en una crítica a las supuestas ilusiones reformistas
de las explicaciones socialdemócratas y pluralistas del Esta­
do e interesado en mostrar por qué el Estado en una socie­
dad capitalista era necesariamente un Estado capitalista,
luego se vio forzado a reconocer cada vez más la contingen­
cia de las formas y regímenes del Estado y la variación de
sus capacidades y su desempeño. Esto, a su vez, alentó el
abandono de la teorización altamente abstracta con su clau­

19 Se ha afirmado que los Estados son fuertes porque hay un amplio sector
público, un gobierno autoritario, un fuerte apoyo de la sociedad, una sociedad
civil débil y gelatinosa, burocracias cohesivas, una política intervencionista o
poder para limitar las interferencias externas [L a u r id s e n , 1991, 117],
sura prematura de muchos problemas importantes y llevó
el análisis a niveles institucionales más concretos. Este én­
fasis en la contingencia ayuda a explicar el desarrollo de las
dos percepciones mencionadas en la primera sección, a sa­
ber, que la forma problematiza la función y que el Estado es
un conjunto institucional que tiene una selectividad estruc­
tural y unas capacidades estratégicas variables.
Otras corrientes aquí analizadas tienen problemas simi­
lares, especialmente las teorías feministas del Estado, que
muestran un creciente interés en la “generización” estraté­
gicamente selectiva del Estado y su acople estructural con
otros órdenes institucionales de la sociedad. Y, a un nivel
más práctico, las feministas han descubierto algunos de los
problemas que implica trabajar en y contra el Estado de
género [C onnell, 1991; W atson , 1990]. Así mismo, a pesar
de su inclinación a reificar la distinción entre sociedad y
Estado, la teorización centrada en el Estado ha subrayado
la diferencia que los regímenes específicos producen en la
naturaleza y el impacto del proceso político. Además, aun­
que los análisis foucaultianos han mostrado menos interés
en las propiedades estructurales más abstractas del Esta­
do, han sido muy sensibles al papel constitutivo de las prác­
ticas políticas y del arte de gobernar en la modelación de los
regímenes y sus capacidades para gobernar [G ordon, 1991].
Por otra parte, la teoría autopoiética, después de reducir
inicialmente el Estado a poco más que una autodescripción
del sistema político, recientemente ha dado énfasis a la va­
riabilidad de sus capacidades infraestructurales, a la rela­
ción problemática entre su radical autonomía operacional y
la interdependencia sistémica de los diferentes órdenes
institucionales y al papel “irónico” del discurso político en
la orientación de la evolución social [W illke , 1992]20. A la
inversa, se mantiene y perdura la debilidad de la investiga­
ción estrictamente analítica del discurso sobre el Estado, la
cual carece del aparato conceptual para entender la selecti­
vidad estructural del sistema estatal o la variabilidad de las
capacidades y debilidades del Estado [J essop , 1990]. En sín­
tesis, no obstante el debido reconocimiento de las diferen­
cias entre los enfoques teóricos aquí revisados, es posible

20 Irónico en el sentido rortyano de compromiso político consciente de su propia


contingencia y probable alteración futura; ver: W il l k e , 1992.
identificar una notoria convergencia sobre un pequeño y sig­
nificativo conjunto de temas basados en la creciente aten­
ción a la contingencia de los aparatos y el poder del Estado21.
Al identificar y analizar estos temas, también se puede iden­
tificar una agenda de investigación provechosa para una ter­
cera generación de teorizaciones sobre el Estado. Este ejerci­
cio no pretende excluir agendas alternativas ni prejuzgar los
resultados de la siguiente ronda de debates. Sin embargo, el
hecho de señalar áreas de convergencia y divergencia puede
servir para aclarar las cuestiones teóricas críticas y los te­
mas de investigación que pueden ayudar a resolver las dis­
putas entre los diferentes enfoques.
En primer lugar, todos estos enfoques parecen concordar
en que es necesario destronar al Estado de su posición supe­
rior dentro de la sociedad y considerarlo simplemente como
un ordenamiento institucional entre otros más. Los marxis­
tas ya no lo consideran como un capitalista colectivo ideal;
los neoestatistas ya no lo ven como un sujeto legal soberano;
ha sido deconstruido por los foucaultianos; las feministas ya
no lo conciben simplemente como el patriarca general; y los
analistas del discurso así como los teóricos de la autopoiesis
consideran que se constituye, sea irónicamente o no, a tra­
vés de prácticas discursivas contingentes o comunicativas.
En suma, el Estado se percibe como un sistema emergente,
parcial, inestable e interdependiente de otros sistemas en un
orden social complejo. Esto amplía el campo de contingencia
del Estado y de sus operaciones e implica la necesidad de
una investigación más concreta, históricamente específica,
institucionalmente sensible y orientada a la acción. Todas
las escuelas teóricas mencionadas se preocupan, en formas
diversas, por elaborar tales análisis. Estas preocupaciones
también animan el creciente número de investigaciones bá­
sicas sobre la ausencia de Estado y la relativa fortaleza (o
debilidad) de los regímenes políticos particulares. Todo esto
indica un importante avance general en la flexibilización de
los discursos que equiparan el Estado a una simple cosa o

21 Ya había identificado estos temas en mi libro State Theory [1990]. Es claro que
existe el peligro de leer las demás trayectorias teóricas en términos de esta
convergencia pero, con las precauciones debidas, parece que los temas si­
guientes se difunden e informan cada vez más la investigación actual sobre el
Estado.
sujeto y no pueden considerar su variabilidad como una
relación social compleja dentro de formaciones sociales
dadas.
En efecto, los poderes y capacidades estructurales del
Estado no pueden entenderse concentrándose únicamente
en el Estado, y éste debe ser analizado en un contexto “es-
tratégico-relacional” [B e r t r a m s e n et a l, 1990]. En virtud de
su selectividad estructural y sus capacidades estratégicas
siempre específicas, sus poderes siempre serán condiciona­
les o relaciónales. Su realización depende de los vínculos
estructurales entre el Estado y el sistema político que lo
abarca, de los vínculos estratégicos entre los administrado­
res del Estado y otras fuerzas políticas, y de la compleja red
de interdependencias y redes sociales que unen al Estado y
al sistema político con su entorno general. Es en este punto
donde el neoestatismo muestra su debilidad, debido a su
tendencia a reificar la distinción entre Estado y sociedad, y
donde los trabajos de análisis del discurso a menudo igno­
ran las condiciones estructurales, profundamente enraizadas
y extradiscursivas, que determinan la efectividad del poder
del Estado. Aunque los demás enfoques tendrían pocas difi­
cultades para suscribir este tema.
Finalmente, esto sugiere que una teoría del Estado ade­
cuada sólo puede producirse como parte de una teoría mas
amplia de la sociedad. Aunque los neoestatistas rechazan
por principio el enfoque centrado en la sociedad con base
en argumentos relacionados con la sociedad en un sentido
más amplio, ambos enfoques revelan la lógica y los intere­
ses propios del Estado y estudian las condiciones para su
autonomía y efectividad. Los estudios foucaultianos, femi­
nistas y de análisis del discurso se orientan aún más clara­
mente hacia objetivos más amplios: Foucault parte de una
microfísica del poder socialmente dispersa, el feminismo se
interesa en las relaciones de género y la teoría del Estado sin
Estado parte de la constitución discursiva del Estado. Los
trabajos marxistas recientes también continúan, por supues­
to, asociando el Estado con el capitalismo y la anatomía de
la sociedad civil. Sin embargo, es precisamente aquí donde
se encuentran muchos de los problemas no resueltos de la
teoría del Estado, pues éste es el lugar de una paradoja: por
un lado, es un conjunto institucional entre otros dentro de
una formación social y, por otro, tiene a su cargo la respon­
sabilidad global de mantener la cohesión de la formación
social de la cual forma parte. Su posición paradójica como
parte y conjunto de la sociedad significa que las diversas
fuerzas sociales lo llaman continuamente a resolver los pro­
blemas de la sociedad y que igualmente es obligado conti­
nuamente a mostrar “la falla del Estado”, pues muchos pro­
blemas de la sociedad están por fuera de su control e inclu­
so pueden ser agravados por su intervención. Muchas de
las diferencias entre las teorías del Estado aquí estudiadas
tienen su raíz en los enfoques opuestos sobre los diversos
momentos estructurales y estratégicos de estas paradojas.
Intentar entender la lógica global (o, quizá, la ilógica) de
esta paradoja puede ser la mejor vía para resolver algunas
de estas diferencias así como para proporcionar un análisis
más comprensivo del carácter estratégico-relacional del Es­
tado en una formación social policéntrica.
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¿Perspectivas alternativas sobre el cambio
político y económico?

El presente artículo compara y evalúa dos enfoques genera­


les recientes que son cada vez más populares en economía
política comparativa e histórica: el enfoque de la regulación
y las teorías de la govemance1. Esta revisión se justifica al
menos por cuatro razones. La primera y más inmediata es
la estrecha conexión entre la supuesta transición del
fordismo a un régimen de acumulación postfordista y el
desarrollo de nuevas formas económicas y políticas de
govemance2. La segunda, aun sin esta conexión directa y
explícitamente derivada, es que el enfoque de la regulación
y las teorías de la govemance parecen tener en común sufi­
cientes (meta)suposiciones teóricas que ameritan una com­

1 El presente artículo surge de un proyecto de investigación sobre la govemance


local financiado por el Economic and Social Research Council, e s r c , beca
número L311-253032. Estoy especialmente agradecido con Colín Hay, Gordon
MacLeod, Joe Painter, Jamie Peck, RodRhodes, GerryStoker, Ngai-Ling Sum,
Gunther Teubner, Adam Tickell, John Urry y Helmut Willke por discusiones
anteriores y comentarios pertinentes que contribuyeron a moldear la presente
argumentación. Me adhiero a los descargos habituales.
2 Esta conexión es especialmente clara en el actual programa de investigación
multidisciplinaria y multiproyecto sobre la govemance local financiado por el
e src de Gran Bretaña. Una explicación útil de algunas ideas implícitas en este
proyecto, que sugiere algunos vínculos interesantes entre el postfordismo y la
nueva govemance local, puede encontrarse en Stoker [1989],
paración sistemática. La tercera, que además de varios pa­
ralelos implícitos y convergencias (a veces conscientes) en­
tre sus aparatos teóricos, ambas perspectivas comparten
intereses prácticos o sustanciales en una amplia gama de
tópicos3. Y la cuarta es que, como sabe cualquiera que haya
tratado de entender las complejidades del enfoque de la re­
gulación o de las teorías de la govemance, ambos paradigmas
tienen serias dificultades. De modo que es válido preguntar
si esas dificultades se atenúan, subsisten sin cambios o se
magnifican cuando se intenta combinar los dos paradigmas
en una explicación más general de los cambios económicos
y políticos actuales.
Estas cuatro motivaciones se reflejan en la argumentación
del presente artículo. Primero se revisan brevemente los an­
tecedentes conceptuales del actual interés en la regulación y
la govemance. Luego se consideran los (meta)supuestos teóri­
cos básicos y los conceptos nucleares de los dos paradigmas.
Esto permite identificar los principales paralelos y conver­
gencias e identificar las áreas donde hay diferencias impor­
tantes de enfoque teórico o sustantivo. Sugiero que algunas
de esas diferencias están ligadas a la naturaleza relativa­
mente “pre-teórica” y ecléctica del trabajo sobre la govemance-,
o, por lo menos, al alcance más ancho de los estudios sobre
la govemance y, por tanto, a la mayor heterogeneidad de
sus diversos objetos teóricos en comparación con los que se
examinan en el enfoque de la regulación. Esto permite, a su
vez, exponer algunos de los problemas de los primeros in­
tentos de combinar los conceptos y los argumentos referen­
tes a la govemance y la regulación en la investigación sobre
la govemance local. Por razones de espacio y dada la temá­
tica específica de las contribuciones en este campo, me abs­
tengo de tratar la govemance y la regulación en regímenes
nacionales e internacionales (para lo que remito a J e s s o p
[1995]). No obstante, este artículo concluye en una vena
optimista con algunas sugerencias para avanzar en los te­
rrenos empírico y teórico en una forma que sea pertinente

3 Para mencionar solamente unos pocos temas ilustrativos: las repercusiones y


la naturaleza contradictoria de la globalización y la regionalización de la eco­
nomía mundial; la transformación de las economías locales y del Estado local;
la naturaleza cambiante de la forma corporativa y el desarrollo de regímenes
internacionales en un orden mundial post-hegemónico.
para una amplia gama de cuestiones referentes a la regula­
ción y la govemance.

ANTECEDENTES TEÓRICOS
DE LA REGULACIÓN Y DE LA GOVERNANCE

Es esencial diferenciar entre palabras y conceptos. Esto es


particularmente válido en el caso de la regulación y la
govemance. En términos etimológicos, las palabras “regu­
lación” y “govemance” tienen una larga vida que se remonta
al latín medieval y aún más atrás4. Sin embargo, mientras
que “regulación” ha ganado amplia aceptación en diversos
contextos, “govemance” cayó en desuso y fue desplazada
por “gobierno”. Esto se refleja ahora en una paradoja. Mien­
tras que el renacimiento de “govemance” muestra sugesti­
vamente un importante cambio de paradigma en el análisis
político (y económico), el mantenimiento de la palabra “re­
gulación” ha oscurecido parcialmente un importante cam­
bio paradigmático en el análisis económico (y político). Por
tanto, aunque las palabras “regulación” y “govemance” tie­
nen historias antiguas y pasados no uniformes, ambas han
llegado a ser conceptos importantes para narrar y analizar
el mundo contemporáneo.
El nuevo concepto de regulación entró al mundo de habla
inglesa a finales de los setenta y comienzos de los ochenta a
través de la obra de la escuela parisina de la regulación
[A g l ie t t a , 1979; B o y e r , 1990; B o y e r y S a il l a r d , 1994; L ip ie t z ,
1988; y J e s s o p , 1990a]. La polisemia del término inglés in­
dujo a que mucha gente confundiera, al menos inicialmen­
te, el nuevo concepto con la idea más familiar de regulación
jurídico-política, que corresponde mejor a la palabra fran­
cesa “réglementation”. En efecto, “regulación” podía haber
sido traducida mejor —y menos mecánicamente — como “re-
gularización” o “normatización”5. Por tanto, aunque ya exis­

4 Sus raíces son la regulatlo latina clásica y la gubemanüa latina medieval,


respectivamente, y sus etimologías se refieren a mandar-haciendo y dirigien­
do, y piloteando o guiando, respectivamente.
5 Las normas pertinentes en este contexto son las normas de producción y las
normas de consumo, para las cuales el objetivo de la regulación es asegurar
su compatibilidad dentro de un régimen determinado de acumulación (ver,
especialmente: A g l ie t t a , 1979). La adecuación de la regularización o la
normatización también es señalada por los vínculos cercanos que algunos
te una abundante literatura económica, legal y política so­
bre la coordinación y el control obligatorio de las activida­
des económicas, la teoría de la regulación definitivamente
no debería ser vista como una adición a este campo espe­
cializado sino a la problemática más general de la economía
evolutiva o institucionalista6. Del mismo modo, aunque los
primeros usos registrados de “govemance” se remontan al
siglo xiv y se refieren principalmente a la acción o manera
de gobernar, guiar o determinar la conducta, sólo hasta hace
dos décadas ha habido un renacimiento en el interés teóri­
co y práctico sostenido y explícito en la govemance en con­
traste con el gobierno. En suma, en lo que atañe al mundo
de habla inglesa, el renovado y reciente interés en la regula­
ción y la govemance se remonta a mediados de los setenta.
Este desarrollo tiene motivaciones teóricas y prácticas.
Por un lado, proviene aparentemente del descontento cre­
ciente con los diversos enfoques dominantes en las ciencias
sociales convencionalmente considerados como corriente
principal de cada disciplina. Esto es válido tanto para el
enfoque de la regulación como para la investigación sobre
la govemance. Y, por otro lado, estos nuevos intereses coin­
ciden aparentemente, también en ambos casos, con nuevos
problemas (o, al menos, nuevas maneras de constituir
discursivamente los problemas) en una gama creciente de
fenómenos a muchas escalas sociales diferentes7.
Con frecuencia se olvida que el trabajo francés sobre la
regulación8surgió en parte como oposición a la obsesión de
los economistas neoclásicos por la tendencia orientada por el
mercado hacia el equilibrio general, un proceso que supues­

tratadistas encuentran entre el enfoque de la regulación y el reciente trabajo


institucionalista francés sobre la “economía de las convenciones”, con su
marcado énfasis en la comprensión hermenéutica de la racionalidad limitada
de la acción económica basada en reglas institucionales socialmente incorpo­
radas y la diversidad macroeconómica [F a v e r e a u , 1994; O r l é a n , 1994; y S alais
y S t o r p e r , 1993].
6 El enfoque de la regulación está afiliado a la “vieja” economía institucional y
evolutiva [M j ís e t , 1985] así como al marxismo clásico [B o y e r , 1990; L ip ie t z ,
1985] y al énfasis polanyiano más general en el carácter socialmente incorpo­
rado y socialmente regulado de las actividades económicas [P o la n yi , 1944].
7 Sobre la constitución discursiva de problemas, ver: J e n s o n , 1990; H a y , 1995;
y J e s s o p , 1982 y 1990b.
8 Esto es válido para la escuela parisina hoy dominante y para la menos famosa
escuela de Grenoble. Sobre estas escuelas, ver: J e s s o p , 1990a.
tamente fluye del intercambio económico desincorporado
entre actores económicos racionales preconstituidos. Su
popularidad posterior ciertamente tiene mucho que ver con
el rechazo de la distinción, dada por supuesto, entre lo eco­
nómico y lo extraeconómico y con el creciente interés en lo
que en otra parte he llamado “economía integral”, es decir,
la naturaleza socialmente incorporada y socialmente regu­
larizada de las actividades, organizaciones e instituciones
económicas [J e s s o p , 1990b, 6; y 1992a, 233-234]. Además,
entre los marxistas que se adhirieron al enfoque de la regu­
lación, este interés fue reforzado por una reacción paralela
contra la explicación althusseriano-estructuralista de la
auto-reproducción impersonal y cuasi-automática de un
modo de producción determinado. Contra esta reducción
estructuralista particular del papel de los agentes al de meros
impulsores (o apoyos) de la reproducción capitalista, los
primeros teóricos de la regulación dieron por sentado el papel
clave de la lucha de clases en la modelación de la dinámica
de la acumulación de capital. Sin embargo, en vez de cele­
brar en forma simplista los instintos militantes de clase o
de explicar los orígenes genéricos de la lucha de clases o de
las tendencias a la crisis, los regulacionistas se preocupa­
ron por los medios en que las formas estructurales o institu­
cionales particulares delimitan las formas y la intensidad
de la lucha de clases durante períodos de tiempo más o
menos largos. Los regulacionistas insistieron, entonces, en
la naturaleza socialmente incorporada y socialmente regu­
larizada de la lucha de clases. Pero no sostuvieron, como
sugieren algunos de sus críticos marxistas más vehemen­
tes9, que esa regularización eliminaría los fundamentos de
la lucha de clases de la naturaleza antagónica del capital
como relación social. Por el contrario, se interesaban en las
formas cambiantes de esa lucha y en su impacto sobre la
acumulación de capital.
Aunque los estudios de la govemance tienen raíces teóri­
cas mucho más diversas, también surgieron a menudo en
reacción a las insuficiencias percibidas de los paradigmas
teóricos anteriores. En términos muy generales, puede de­
cirse que los diversos enfoques de la govemance comparten

9 Entre esos críticos se puede mencionar a Bonefeld, Clarke y Holloway. Para


una respuesta a tales críticos, ver: J e s s o p , 1988.
el rechazo de la trinidad conceptual mercado-firma-sociedad
civil que ha tendido a dominar la corriente principal de análi­
sis de las sociedades modernas. En economía institucionalista
y en el análisis de los costos de transacción, por ejemplo, ha
habido un interés creciente en formas de coordinación eco­
nómica que no constituyen mercados puros ni jerarquías
corporativas unitarias (sobre la distinción mercado-jerar­
quía en este contexto, ver: C o a s e , 1937; y W il l ia m s o n , 1975
y 1985]. Esto se refleja en estudios sobre una creciente gama
de mecanismos económicos de govemance (como la contra­
tación correlativa, los “mercados organizados” en grupos de
empresas, clanes, redes, asociaciones comerciales y alian­
zas estratégicas) que coordinan las actividades económicas
en otras formas [C a m p b e l l et a l , 1991; G r a b h e r , 1993; Ho-
l l in g s w o r t h et al., 1994b; S a l a is y S t o r p e r , 1993; S t o r p e r ,
1993; y T e u b n e r , 1993]. Así mismo, en el campo de las rela­
ciones internacionales, ha habido una reacción creciente
contra la distinción realista convencional entre la jerarquía
política doméstica organizada bajo el predominio de un Es­
tado soberano y la anarquía internacional formada a través
de las relaciones interestatales [B u l l , 1977]10. Esto se ha
reflejado en el creciente interés por una gama cada vez ma­
yor de regímenes internacionales, formas de coordinación
internacional que aparentemente atenúan la anarquía in­
ternacional pero que supuestamente pasan por alto al Es-
tado-nación11. Es interesante que esos regímenes a veces
sean descritos como regímenes que implican “govemance
sin gobierno” [R o s e n a u y C z e m p ie l , 1992]. Ha habido un cam­
bio análogo entre los científicos políticos, pues expresan una
insatisfacción creciente con la distinción rígida entre lo pú­
blico y lo privado en los análisis centrados en el Estado de
la política y su explicación —de arriba hacia abajo— del
ejercicio de poder estatal. Esto se ha reflejado en el crecien­
te interés por el papel de diversas formas de coordinación
política que no sólo atraviesan la división convencional en­

10 Esto es especialmente marcado en el trabajo de Waltz, cuyo análogo para el


sistema internacional es un mercado [sic] donde los equilibrios de poder equi­
libran automáticamente las relaciones entre unidades funcionalmente equi­
valentes [W a l t z , 1979],
11 Ver especialmente las contribuciones sobre transnacionales o regímenes in­
ternacionales en el diario Organización Internacional.
tre lo público y lo privado sino que también involucran “je ­
rarquías enmarañadas”, redes paralelas de poder u otras
formas de interdependencia compleja entre niveles del go­
bierno o esferas funcionales diferentes. Esta reorientación a
menudo se expresa en términos de un cambio de un interés
estrecho por el gobierno a un interés amplio por una amplia
gama de mecanismos políticos govemance sin presuponer
que éstos se anclan principalmente en el Estado soberano.
Además, al subrayar el papel creciente de las asociaciones,
la auto-regulación regulada, el gobierno de interés privado,
etc., tales intereses desafían la idea de que la sociedad civil
es el lugar residual de la comunidad y/o el campo del indi­
vidualismo burgués por excelencia. Un cuarto ejemplo, más
heterodoxo que los otros ejemplos citados anteriormente,
puede encontrarse en la obra de los teóricos foucaultianos.
Inspirado en el rechazo de Foucault al análisis de arriba
hacia abajo del poder del Estado y/o en la presunción, dada
por supuesto, del burgués individual, hay un creciente in­
terés en cómo la intersección de tecnologías de poder espe­
cíficas y las llamadas “tecnologías del sí mismo” sirven para
producir, codificar o coordinar formas específicas de
normatización disciplinaria a través de mecanismos de go­
bierno o de govemance [B urchell et al., 1992; D e a n , 1994;
y, especialmente, H unt y W ickham , 1994]12.
El paralelo entre regulación y govemance aparece espe­
cialmente claro en la siguiente observación de Scharpf. Aun­
que escribe sobre los mecanismos de govemance, el acertijo
que identifica es parecido al que plantearon los teóricos de la
regulación de la primera generación. Así, mientras que estos
últimos se preocuparon por la improbabilidad de la acumu­
lación continua en el capitalismo a pesar de sus diversas
contradicciones, conflictos y dilemas, Scharpf escribe:

Considerando el estado actual de la teoría, parece que no es tanto


el creciente desorden en todas partes lo que debe ser explicado
como el grado realmente existente, a pesar de todo, de acuerdos y

12 Soy consciente de que la mayoría de foucaultianos sigue a Foucault cuando


escribe sobre gubemamentalidad y gubemamentalización. Pero el concepto
inglés de govemance en economía industrial y ciencia política a menudo se
traduce al francés como “gouvemement”-, además, hay importantes paralelos
en la forma como foucaultianos y no foucaultianos desarrollan estos térmi­
nos.
expectativas, intra e inter-organizacionales, intra e inter-sectoria-
les, e intra e internacionales, con respecto a la seguridad mutua.
Es claro que más allá de los límites del mercado puro, del Estado
jerárquico y de los discursos libertad-dominación, hay más —y más
efectivos— mecanismos de coordinación que la ciencia hasta ahora
ha considerado empíricamente y conceptualizado teóricamente
[S c h a rp f, 1993, 57].

Y si los teóricos de la regulación introdujeron el modo


social de regulación económica para resolver su aparente
improbabilidad, Scharpf introduce las formas de govemance
en red para explicar su propio resultado aparentemente
improbable.
Al destacar la explosión del interés en el enfoque de la re­
gulación y las teorías de la govemance desde los años seten­
ta, sería bastante erróneo inferir que esos paradigmas no tie­
nen ninguna prehistoria y ningún competidor actual. Des­
pués de todo, si la regulación y la govemance no se reducen
a meras palabras, debe reconocerse que los conceptos a los
que corresponden también pueden haberse presentado en
otros términos. En este contexto, la prehistoria del enfoque
de la regulación puede remontarse, con seguridad, hasta los
primeros trabajos sobre economía institucional y economía
evolutiva. Así mismo, aunque este enfoque es hoy popular
en una gama amplia de disciplinas de las ciencias sociales,
hay otras escuelas que se interesan en la compleja incorpo­
ración social de las actividades económicas. Las teorías de
la govemance tienen obvios precursores en la economía
institucional, en los trabajos sobre el arte de gobernar y la
diplomacia, en la investigación sobre redes corporativistas y
comunidades políticas, y en el interés en la “pólice” o bienes­
tar13. Y, aunque la idea de “govemance” haya ganado amplia
aceptación en la corriente principal de las ciencias sociales,
no ha desplazado de ninguna manera otras investigaciones
sobre coordinación económica, política o social.

13 Pólice, policey o polizei se refieren a la govemance de la conducta en formas


que permitan que quienes tienen a su cargo los “asuntos de Estado” produz­
can un “estado de los negocios” ordenado en un territorio estatal determina­
do. Ésta es una cuestión muy debatida en las primeras doctrinas del arte de
gobernar y, más recientemente, tratada en el trabajo de Foucault sobre la
gubemamentalidad.
Dadas esas prehistorias teóricas y alternativas teóricas
actuales, es válido preguntarse qué otros factores pueden estar
detrás del interés reciente en la regulación y la govemance.
Aquí seguramente se debería considerar la fuerte dimensión
práctica de estos cambios de paradigma, puesto que es bien
conocido que el surgimiento de la teoría de regulación está
estrechamente relacionado con la crisis del fordismo atlánti­
co y la búsqueda de un nuevo modo social de regulación eco­
nómica. En este contexto, el enfoque de la regulación ofrece
una poderosa narrativa14por, y a través de, la cual entender
la crisis económica continua y estructurar posibles solucio­
nes a esa crisis (ver, particularm ente, los artículos de Peck y
T ic k ell [1995] y de Hay [1995]). No ha dejado de advertirse
que la actual fascinación por la naturaleza y la dinámica de
la govemance se liga estrechamente al fracaso de muchos
mecanismos de coordinación que se daban por supuestos en
el mundo de la postguerra. Aquí se podrían mencionar la
amenaza competitiva al capitalismo anglo-americano plan­
teada por otros modelos de capitalismo (el europeo continen­
tal o el asiático oriental); la crisis de la hegemonía estadouni­
dense en un orden de Postguerra Fría y la persistente bús­
queda de soluciones post-hegemónicas y “post-Estado na­
cional” a los problemas globales; la crisis del Estado Nacio­
nal de Bienestar Keynesiano de la postguerra y sus modos
típicos de coordinación económica y política, incluyendo el
macro-corporativismo tripartito y la erupción de la política
de identidad y los nuevos movimientos sociales que amena­
zan las formas establecidas de dominación social y política.
Es en estas circunstancias que aparece el interés en la
govemance corporativa y la competitividad nacional; también
el interés en el manejo de los nuevos (o nuevamente defini­
dos) peligros económicos, militares, demográficos y ambien­
tales y otras amenazas a la seguridad global; en la “buena”
govemance de las políticas del Tercer Mundo, cuyos autori­
tarismo y corrupción ya no pueden defenderse simplemente
como algo preferible al dominio comunista totalitario15; en la

14 Para una explicación reciente y significativa de la narratividad de orden so­


cial, ver: S o m e r s , 1994.
15 Esto es especialmente claro en el interés por la govemance en África, el cual
ha sido promovido por el Banco Mundial, entre otras agencias internaciona­
les; ver: G h a i , 1993; H y d e n , 1992; yLEFTW iCH, 1994.
compensación del fracaso de la toma de decisiones jerárqui­
ca y la planeación “de arriba hacia abajo” en un ambiente
turbulento marcado por una compleja interdependencia; y
en resolver la crisis disciplinaria de una supuesta depen­
dencia que induce al “Estado de Bienestar” instituyendo
nuevas formas de “auto-disciplina regulada” en una “socie­
dad empresarial”. Más generalmente, el descubrimiento aca­
démico de las redes y la govemance coincide con los cam­
bios económicos que han hecho que los grandes negocios y
el gobierno grande parezcan ineficaces como medios de or­
ganización económica y política. En suma, sean suscitados
por una percepción creciente de los problemas de la corriente
principal de las disciplinas de las ciencias sociales o por los
problemas para mantener los regímenes disciplinarios (y
otros) de postguerra, hay notorios paralelos entre las críti­
cas respectivas y las soluciones ofrecidas por el enfoque de
la regulación y las teorías de la govemance. Ambos cambios
proporcionan un buen ejemplo de los vínculos estrechos y
mutuamente constitutivos entre el discurso académico, la
práctica política y las realidades cambiantes16.

A n t e c e d e n t e s m e t a -t e ó r ic o s
DEL TRABAJO SOBRE LA REGULACIÓN Y LA GOVERNANCE

Los comentarios precedentes sugieren cierto paralelismo en­


tre el interés en la regulación y el interés en la govemance. El
nexo entre dichos intereses no se limita, sin embargo, a de­
sarrollos paralelos dentro de paradigmas separados, pues
diversos teóricos de la regulación han mostrado interés en la
teoría de la govemance, sea de pasada o con un compromiso
más sostenido e intenso. Del mismo modo, algunos teóricos
de la govemance económica o política y/o de los regímenes
internacionales emergentes han mostrado interés en la teo­
ría de regulación y su análisis del (y la crisis del) fordismo.
Comentaré brevemente cada una de estas tres conexiones.

16 Atkinson y Coleman señalan que “las redes y las comunidades son las res­
puestas conceptuales naturales a los límites de los mercados y a los
ordenamientos jerárquicos, a la enorme expansión de los tipos de actores
sociales involucrados en el diseño de políticas y a la dispersión de recursos
políticos especializados” [1992, 162], Este comentario vincula claramente los
problemas teóricos a los prácticos e ilustra nítidamente la argumentación
más general que se desarrolla en este texto.
Un destacado regulacionista ha sugerido que la gover-
nance es el equivalente paradigmático estadounidense del
enfoque francés de la regulación [Lipietz, 1993, 8]. Esto va
demasiado lejos. Pero hay buenas razones para aceptar el
paralelo que él (y un coautor) ha señalado entre la noción
regulacionista de “modo local de regulación” y la noción
convencionalista17de “mode de gouvernement” (modo de
govemance) tal como se desarrolla en el trabajo reciente sobre
mundos regionales de producción en contraste [Benko y
Lipietz, 1994]. En efecto, estos autores sugirieron antes que
la govemance designa “todas las formas de regulación que
no son del mercado ni del Estado: es la sociedad civil menos
el mercado [...] más la sociedad política local”18. Si estos
teóricos sólo han señalado los paralelos, Boyer, el decano
del enfoque parisino, ha participado recientemente en la
investigación sobre la govemance sectorial [Boyer, 1991 y
1994a; y Swyngedouw y M oulaert, 1992]19. De particular
interés es su reconocimiento de que, mientras que las teo­
rías de la govemance económica son especialmente útiles
en el análisis de la govemance sectorial, es en el análisis de
los estilos nacionales de regulación que se encuentra la con­
tribución distintiva del enfoque de la regulación [Boyer,
1991, 29-41].
Viceversa, algunos teóricos estadounidenses del neo-cor-
porativismo y/o teóricos de la govemance industrial han
mostrado recientemente un verdadero interés en el enfoque
de la regulación [Campbell et a l, 1991]. De interés particu­
lar han sido las cuestiones de los modos locales de regula­
ción económica y/o de la dinámica implícita en la transfor­

17 Sobre el convencionalismo, ver la nota 5 anterior y las referencias allí citadas.


18 Esta definición es la que se cita en G il l y y P e c q u e u r [1994, 305].
19 Además de señalar las diversas semejanzas entre el enfoque de la regulación y
las teorías de la govemance en su enfoque interdisciplinario y sus visiones con­
vergentes sobre las transformaciones de las economías capitalistas avanzadas,
Boyer agrega que “la govemance económica y el modo de regulación son con­
ceptos gemelos” [1991, 3-4]. En este contexto, define un modo de regulación
como “todo proceso dinámico de adaptación de la producción y la demanda
social que resulta de una conjunción de ajustes económicos, ligada a una con­
figuración determinada de relaciones, formas de organización y estructuras
sociales” [1991, 4], y repite la idea de govemance propuesta por Hollingsworth
et al., a saber, “la totalidad de arreglos institucionales, reglas y agentes que
elaboran las reglas que coordinan y regulan las transacciones dentro y entre las
fronteras de los sectores económicos” [C a m pb e ll etal., 1991, 4].
maCión de los mecanismos de govemance y sus raíces en la
crisis del fordismo, los cambios en la dinámica económica
local-regional-nacional-global y la transición al postfordismo.
De hecho, Hollingsworth y sus colegas han sugerido que un
“modo de regulación” puede definirse en términos de la
mezcla específica de formas diferentes de govem ance
[H ollingsworth et a l , 1994a, 9]20. En un comentario sobre
la regulación, también agregan que “el proceso de ajustar la
producción y la demanda social involucra necesariamente
una gama diversa y amplia de instituciones de govemance,
no sólo aquéllas que fijan los salarios y las normas de pro­
ducción” [H ollingsworth et al., 1994a].
Por otra parte, en el campo de la govemance política, di­
versos com entaristas han encontrado importantes conexio­
nes entre la reestructuración del Estado local (especialmente
el supuesto cambio del gobierno a la govemance) y la crisis
del modo social fordista de regulación económica [C ochrane ,
1991 y 1992; E sser y H irsch , 1989; H arvey , 1989; Painter ,
1991; y Stoker , 1989]. Este aspecto se discute con más de­
talle en la sección 6. Argum entos análogos se han plantea­
do en relación con la reestructuración del Estado nacional y
supranacional y la transform ación de los regím enes inter­
nacionales (para una discusión de la literatura y las ten ­
dencias a este respecto, ver: J essop , 1993 y 1995).
Sin embargo, sean paralelos o convergentes, no se debe­
ría considerar que los cambios paradigmáticos concurren­
tes, la superposición teórica o los préstamos recíprocos son
una demostración auto-evidente de una relación simple entre
la regulación y la govemance. El hecho de que haya esa
relación es uno de los puntos básicos que se analizan en el
presente artículo. En consecuencia, señalaré ahora dos se­
mejanzas meta-teóricas que pueden ayudar a explicar el
paralelismo y la convergencia. Estas semejanzas se refieren
a los momentos estructurales y estratégicos de la regula­
ción y la govemance. Con respecto al análisis estructural, el
desarrollo de la teoría de sistemas ha sido particularmente

20 Un argumento similar, con respecto a los “sistemas de negocios” en el Este


Asiático, es desarrollado por Richard Whitley, quien identifica tres sistemas
de negocios con base en la configuración diferencial del mercado, la jerarquía
y las relaciones sociales preindustriales: el kaisha japonés, el chaebol
surcoreano y el sistema de empresa familiar chino [W h itl e y , 1992].
influyente; y, sobre las cuestiones de identidad, agencia y
estrategia, se puede advertir la influencia de los desarrollos
en las explicaciones del discurso (y de la narratividad) y en
la comprensión de la dialéctica estructura-agencia (o
estructuración). También hay algunos vínculos interesan­
tes entre esas influencias, pues la nueva teoría de sistemas
se inclina hacia explicaciones constructivistas de la auto-
organización de los sistemas sociales, y obviamente hay fuer­
tes elementos constructivistas en las explicaciones analíti­
cas del discurso acerca de la forma como las organizacio­
nes y otras fuerzas sociales, además de los individuos, lle­
gan a desarrollar identidades, intereses y estrategias espe­
cíficas. Trataré cada momento en su debida oportunidad.
Una primera semejanza estaría dada en el creciente inte­
rés en la auto-organización y la auto-reproducción de siste­
mas complejos en ambientes turbulentos. Éstas son cuestio­
nes para las cuales la teoría neoclásica del equilibrio en eco­
nomía, las nociones de mercado y jerarquía en economía
institucional, la dicotomía Estado-anarquía en relaciones in­
ternacionales, la distinción “público-privado” en ciencia polí­
tica, el estructural-funcionalismo en política comparativa y
las explicaciones de arriba hacia abajo (o katascopic) del po­
der están, todas, de diversas maneras, mal adaptadas21. El
interés teórico por los sistemas con auto-regulación comple­
ja fue evidente en los trabajos de la primera generación de
regulacionistas y ha reaparecido recientemente. El ambiente
intelectual que da forma al regulacionismo francés incluye el
interés en la auto-organización (ver los trabajos de Lemontowicz,
Morin y Prigogine). Lipietz encontró paralelos entre la regula­
ción y nociones biológicas tales como autopoiesis y homeóstasis
[Lipietz, 1985]. Mientras que la autopoiesis se refiere a la auto-
producción de sus propios elementos y su propia organiza­
ción mediante el funcionamiento interno de los sistemas, la
homeóstasis implica la contribución colectiva de formas es­
tructurales interdependientes a la estabilización (económi­
ca). Otros regulacionistas citaban la explicación dada por
Marx del papel de las crisis como un mecanismo de direc­
ción que reimpone forzosamente la unidad del circuito de
capital. Más recientemente, Delorme ha ligado la regulación

21 S o b r e la s lim ita c io n e s d e l e s tr u c tu r a l-fu n c io n a lis m o y e l m a y o r in te ré s en la


govemance en p o lític a c o m p a ra tiv a , v e r: H yden, 1992, 20.
a conceptos pertinentes para la auto-organización de siste­
mas complejos y ha señalado los problemas introducidos
por esa complejidad en el análisis de la auto-organización
[1995].
También ha habido una fuerte influencia de la teoría de
sistemas en los estudios de la govemance realizados en la
Europa continental. Esto ha llevado no solamente al recha­
zo de toda explicación estructural-funcional de la relación
entre sistemas sociales, donde la operación de un (subsis­
tema se explica en términos de sus funciones para otro
(sub)sistema o para el sistema en su conjunto; sino tam­
bién al rechazo de un modelo insumo-producto, en que el
funcionamiento de cualquier sistema determinado puede
explicarse por cambios externos (incluyendo los intentos de
controlar desde afuera, por ejemplo, a un Estado soberano).
En cambio, hay un fuerte interés en dos aspectos: la auto-
organización de sistemas involucrados, en primera instan­
cia, en su propia auto-reproducción más que en su impacto
sobre otros sistemas; y los problemas relacionados con la
“conducción” externa (gobierno, guía, administración) y/o
la coordinación estratégica de sistemas complejos que son
resistentes a la intervención directa o la administración de
arriba hacia abajo pero que, sin embargo, coexisten y
coevolucionan en formas complejas con otros sistemas con
los cuales son recíprocamente interdependientes. Esos in­
tereses meta-teóricos fueron inicialmente menos marcados
en el trabajo anglo-americano sobre la govemance, el cual
al comienzo se interesó principalmente en los problemas
más sustanciales del diseño de políticas efectivas o en las
cuestiones del (neo)corporativismo. Sin embargo, a medida
que los estudiosos anglo-americanos de la govemance han
pasado de la crítica y la solución de problemas a una
teorización sui generis, el interés teórico por los sistemas
también ha sido incluido en sus agendas de investigación.
Y una segunda semejanza, con respecto al momento sub­
jetivo de la regulación y el de la govemance, es que hay en
ambos un creciente interés en la constitución de la identi­
dad, los intereses y la acción. Los primeros trabajos regu­
lacionistas sobre el fordismo se interesaron en la manera en
que los trabajadores y los consumidores habían sido trans­
formados a través de las luchas en tomo de nuevas normas
de producción y consumo y del desarrollo consiguiente de
un modo nuevo de societalización. Esos intereses han re­
aparecido fuertemente en los estudios del fordismo en crisis
y del postfordismo, especialmente en la sugerente y original
obra de Jenson [1989, 1990 y 1993]. La obra de Foucault
constituye una importante intersección entre el trabajo so­
bre la regulación y el de la govemance por su interés en las
tecnologías del sí mismo en el “Estado de Bienestar” [R ose ,
1992]. Otros trabajos sobre la govemance han examinado
la auto-organización de las organizaciones, la constitución
de identidades organizacionales, las modalidades de coor­
dinación de relaciones inter-organizacionales (que, por de­
finición, excluyen la organización o la jerarquía) y las cues­
tiones de la inteligencia y el aprendizaje organizacional (en­
tre las revisiones útiles del trabajo en esta área se incluyen
las contribuciones de K ooiman [1993], K ickert [1993], M arín
[1990], Marín y M ayntz [1991], M atzner [1994], M ayntz [1993],
S charpf [1994] y T eubner [1992, 1993]).
Estas influencias se alimentan de un argumento paralelo
en los trabajos regulacionista y gubemamentalista, puesto
que así como el trabajo teórico sobre la regulación implica
que los objetos de la regulación no preexisten plenamente
al proceso de regulación22, los teóricos de la govemance es­
tán empezando a reconocer que “los objetos de la govemance
sólo se conocen mediante los intentos de gobernarlos” [Hunt
y Wickham, 1994, 78]23. En otras palabras, los procesos de
regulación o govemance constituyen los objetos que llegan
a ser regulados o gobernados por, y a través de, un tipo de
auto-organización autorreferencial. Una de las implicaciones
es que, parafraseando a Marx sobre la producción, así como
no hay regulación en general ni regulación general, no hay
govemance en general ni govemance general. En cambio,
sólo existe regulación particular y la totalidad de la regula­

22 En un artículo anterior sobre la teoría de la regulación, sugerí que “los objetos


de la regulación no preceden, y no pueden preceder, a la regulación en su
plena identidad históricamente constituida [...] excepto en un sentido muy
débil, no puede decirse realmente que los objetos de la regulación preexistan
a la regulación. A lo sumo, pueden existir como una serie de elementos, de
subconjuntos diferentes que pueden articularse en formas diferentes para
producir conjuntos diferentes, cada uno con su propia unidad y estabilidad
relativas” [J e s s o p , 1990, 186], Ver, también: T h é r e t [1992],
23 Por ejemplo, Campbell etal. [1991, 9], en su trabajo sobre la govemance sec­
torial, señalan que los “sectores se construyen socialmente mediante la auto-
organización y/o mediante la política pública de modo que pueden adminis­
trarse efectivamente”.
ción, govemance particular y la totalidad de la govemance
[M a r x , 1857, 99; y J e s s o p , 1990a, 186]. En el mundo real
sólo hay objetos definidos de regulación que son conforma­
dos por, y a través de, modos definidos de regulación; y ob­
jetos definidos de govemance que son modelados por, y a
través de, modos definidos de govemance. Lo cual destaca,
a su vez, la necesidad de estudiar las diversas y múltiples
luchas en tomo de la constitución de tales objetos y los fra­
casos o incompletudes necesarias de su regularización o
gubernamentalización, así como la importancia de exami­
nar los ciclos de regularización y govemance (los cuales se
tratan más adelante).

D if e r e n c ia s b á s ic a s e n t r e
LOS ANÁLISIS DE LA REGULACIÓN Y DE LA GOVERNANCE

Sería bastante erróneo, por supuesto, inferir de estas se­


mejanzas y paralelos epistemológicos y metodológicos, que
el enfoque de la regulación y la teoría de la govemance
tienen exactamente el mismo objeto teórico general. Por
tanto, el enfoque de la regulación y la teoría de la gover-
nance no deben verse como simples sustitutos o equiva­
lentes funcionales en los análisis teóricos, la investiga­
ción empírica o los juicios prácticos. Esto puede demos­
trarse haciendo referencia a la clase de objetos que exa­
minan los teóricos de la regulación y los estudiosos de la
govemance. Consideremos primero el enfoque de la regu­
lación.
El teórico pionero de la regulación, Michel Aglietta, seña­
ló que la economía marxista y la economía neoclásica han
tenido un interés semejante en la relación entre la repro­
ducción simple (o repetición) y la ruptura (cambio o trans­
formación cualitativa) [ A g l ie t t a , 1979, 11-12]. En el caso
marxista, esto se reflejó en el excesivo interés por el papel
de la forma valor para garantizar el circuito de capital; y, en
el caso neoclásico, en el interés excesivo por el papel del
mecanismo de precios en la consecución del equilibrio. En
ambos casos, esto ocurrió mediante la omisión de otros
mecanismos que contribuyen a garantizar la estabilización
relativa del capitalismo o de las economías de mercado. Lo
cual podría ser replanteado para sugerir que los análisis
teóricos marxistas del valor y los análisis neoclásicos de los
precios se han interesado principalmente en el modo eco­
nómico de regulación económica y en la ruptura de las
formas de regulación dirigidas por el mercado. En contraste,
Aglietta buscaba desarrollar “una teoría de la regulación
social (como) una alternativa global a la teoría del equili­
brio general” [ A g l ie t t a , 1979, 13]. Aglietta rechazó la idea
de que la reproducción de las relaciones económicas
involucra “modos de coordinación entre el comportamien­
to predeterminado e inalterable de los sujetos [económi­
cos]”; y propuso estudiar la regulación en términos de “la
transformación de las relaciones sociales a medida que se
crean nuevas formas, económicas y no económicas, que se
organizan en estructuras a la vez que reproducen una es­
tructura determinante, el modo de producción” [ A g l ie t t a ,
1979, 13, 16].
Eliminando las ambigüedades del concepto regulacionista
de “modo de regulación”, se puede decir que, mientras que
Aglietta se interesó inicialmente en los modos económico y
social de regulación económica, los regulacionistas se han
interesado, creciente y unilateralmente, en el modo social
de regulación económica. En este contexto, por supuesto, el
término “social” funciona principalmente como lo “distinto”
del modo económico (mediado por el mercado) de regula­
ción económica. Ésta es una categoría sumamente hetero­
génea y, aunque se identifiquen sus distintas dimensiones,
funciona principalmente como una heurística para estudiar
la naturaleza socialmente incorporada y socialmente regu­
larizada de las actividades económicas. Entre otros factores
que los regulacionistas han mencionado frecuentemente a
este respecto se pueden mencionar: la regulación legal de la
relación salarial, la articulación del capital industrial y fi­
nanciero, las formas cambiantes de la organización corpo­
rativa, los modos de cálculo económico, el papel del Estado,
los modos de societalización y los regímenes internaciona­
les. En este sentidtí, se podrían multiplicar fácilmente los
modos de regulación económica de conformidad con el nú­
mero de modalidades de la llamada regulación extra-econó­
mica de la relación capital.
Esta aclaración debería alertarnos sobre la necesidad de
distinguir entre la modalidad de regulación y el objeto de
esa operación, en vez de confundirlos. En este contexto, tam­
bién se pueden sacar lecciones valiosas del análisis de las
teorías de la govemance. Es particularmente tentador suge­
rir que lo “distinto” de la govemance es el gobierno [qua
Estado o jerarquía organizacional)24. Así, las teorías de la
govemance se ocupan principalmente de una gama amplia
de modos “sociales” de coordinación social más que de los
modos de organización social estrictamente políticos (orga­
nizados en forma soberana, jurídico-política, burocrática o,
por lo menos, jerárquica). En este contexto, la coordinación
social se refiere a las formas en que las agencias sociales
dispares pero interdependientes se coordinan para lograr
objetivos sociales específicos (económicos, políticos, etc.). En
estos términos, el campo general de los estudios sobre la
govemance podría ser definido como el campo de resolución
de problemas (para)políticos (en el sentido de problemas de
búsqueda colectiva de objetivos o realización de propósitos
colectivos) en, y a través de, configuraciones específicas de
instituciones, organizaciones y prácticas gubernamentales
(jerárquicas) y extragubemamentales (no jerárquicas). Es
cierto que hay intentos de generalizar el fenómeno de la
govemance aún más allá, para cubrir la totalidad de inten­
tos de dirigir, administrar o controlar cualquier fenómeno
[H u n t y W ic k h a m , 1994]. Sin embargo, aunque éstos son más
ambiciosos que otros estudios de la govemance y, por tan­
to, revelan algunas características esenciales de la govemance
que de otro modo serían pasadas por alto, no son nada re­
presentativos de la generalidad de tales estudios.

D if e r e n c ia s t e ó r ic a s y s u s t a n t iv a s e v e n t u a l e s

Aparte de estas diferencias básicas en el enfoque global, que


tienen sus raíces en la genealogía específicamente marxista
del enfoque de la regulación y en los antecedentes más
eclécticos del enfoque de la govemance, hay otras diferen­
cias teóricas y sustantivas entre esos dos paradigmas tal
como se han desarrollado en las dos últimas décadas. En
algunos casos hay diferencias totalmente fortuitas, debidas
a las diversas formas en que tienden a ser aplicados más
que a diferencias inherentes a la naturaleza de ambos
paradigmas; y, en la medida en que sean fortuitas, pueden

24 Ésta es ciertamente la visión de Benko y Lipietz citada antes. Hollingsworth et


al. sugieren que la govemance excluye el Estado (el cual, no obstante, juega
un papel clave para organizar la govemance y facilitar —o bloquear— los cam­
bios en la govemance).
ayudar a identificar puntos de convergencia futura entre el
regulacionismo y las teorías de la govemance.
La primera es que, pese a la existencia de diversas escue­
las, la teoría de la regulación ha logrado una coherencia teó­
rica mayor que las teorías de la govemance. Esto puede rela­
cionarse, a su vez, con la mayor coherencia de los objetos
teóricos que estudian los regulacionistas y con la naturaleza
progresiva del paradigma de investigación regulacionista
[B o y e r y S a il l a r d , 1994]. Pero mientras que su enfoque se
unificó alrededor de una problemática común originada en
el interés de explicar por qué el capitalismo puede mante­
nerse estable a largo plazo, a pesar de su tendencia a la
crisis genérica y estructuralmente inscrita, desde entonces
ha desarrollado una serie de temas claves en una forma
bien orientada. Aunque hay cierto margen de desacuerdo
sobre cómo se puede interpretar mejor el modo social de
regulación económica y cómo se relaciona con el modo eco­
nómico de regulación económica, hay por lo menos un am­
plio consenso sobre la conexión de los objetos básicos de la
regulación con la relación capital en su sentido económico
integral. Así, aunque los regulacionistas examinen el proce­
so de trabajo, la regulación sectorial, los regímenes regionales
de acumulación, los regímenes políticos, la societalización25,
los sistemas productivos plurinacionales o los regímenes in­
ternacionales, es evidente que tienen las mismas preocupa­
ciones económicas generales (ver, respectivamente: C o r ia t
[1990], S w y n g e d o u w y M o u l a e r t [1992], J e s s o p [1993],
H ir s c h y R o t h [1985], D e B e r n is [1988], y M is t r a l [1986]).
Por contraste, la teoría de la govemance tiende a permane­
cer en la etapa de crítica pre-teórica: es mucho más claro
contra qué está la noción de govemance que en favor de
qué. En términos teóricos, la govemance comprende la “otra”
modalidad (o conjunto de modalidades) para una gama
amplia de paradigmas o conceptos dominantes en las ciencias
sociales. En consecuencia, mientras que los regulacionistas
trabajan en una problemática relativamente bien definida,
los teóricos de la govemance operan dentro de diversas pro­
blemáticas, a menudo dispersas y fragmentadas; lo cual se
refleja en la proliferación de tipologías de mecanismos de

25 La societalización puede definirse brevemente como el patrón de integración


institucional y de cohesión social que caracteriza a una formación social.
govemance construidos para propósitos diferentes y en
amplio margen de desacuerdo (a menudo implícito) acerca
de qué incluir y qué excluir en el concepto global (ejemplos
vividos de tipologías diferentes pueden encontrarse en
C a m p b e l l et al. [1991], G r a b h e r [1993], K it s c h e l t [1991],
K o o im a n [1993], T h o m p s o n et al. [1991]).
Es pertinente señalar aquí que la cuestión de la govemance
se relaciona con mayor frecuencia y más directamente con la
solución de problemas y la gestión de la crisis, en diversas
áreas, que con el enfoque de la regulación. Aunque esto pue­
de tener efectos saludables en diversos campos, también tie­
ne el riesgo de caer en un “eclecticismo fluctuante”26cuando
se trabaja dentro y contra viejos paradigmas en una multipli­
cidad de terrenos. El riesgo de eclecticismo se refuerza en
algunos casos por el interés de los teóricos de la govemance
en cuestiones de diseño institucional, lo que contrasta con
los análisis expost y más estructuralistas a los que se incli­
nan muchos teóricos de la regulación. A su vez, esto ha
llevado a que algunos teóricos de la govemance se centren
más en la toma de decisiones colectiva o en el logro de objeti­
vos específicos que en problemas determinados (social y
discursivamente constituidos). En este sentido, los teóricos
de la govemance tienden a ser más propensos a los análisis
instrumentalistas que los regulacionistas. Estos últimos,
especialmente los teóricos de la primera y la segunda ge­
neraciones, estuvieron más interesados en el problema gene­
ral de los microfundamentos de la expansión macroeconómica
estable y en las causas de las crisis económicas estructura­
les. Sólo más recientemente han mostrado mucho interés en
el diseño institucional y aun aquí tienden a subrayar la plu­
ralidad (hasta ahora no resuelta) de escenarios.
La segunda diferencia radica en que, aunque el enfoque
de la regulación ha sido aplicado a una amplia gama de
fenómenos económicos integrales, sus fortalezas principa­
les y sus contribuciones más características se hallan en el
campo de la macroeconomía. Esto no implica que adopte
una perspectiva macroeconómica estrecha: su poder
heurístico y explicativo consiste, sobre todo, en su interés
por la regularización de los ordenamientos macroeconómicos

26 Este Ingenioso término fue acuñado por Robert Delorme al criticar los enfo­
ques alternativos de la economía política de la complejidad [D e l o r m e , 1995].
(regímenes de acumulación), en los diversos tipos de cri­
sis económica y en la naturaleza y el papel de los modos
sociales de regulación económica en la estabilización eco­
nómica, la gestión de la crisis y la transición entre regí­
menes de acumulación. Además, mientras que todos los
teóricos de la regulación evitan las explicaciones ideológi­
cas de los modos sociales de regulación económica y mu­
chos rechazan las explicaciones funcionalistas ex post,
hay un fuerte énfasis en las complementariedades institu­
cionales emergentes en los niveles más bajos que mantie­
nen un régimen de acumulación, cuyo carácter a menudo
se da por sentado (especialmente en los estudios históri­
cos más que en los prospectivos)27. En este sentido, los
regulacionistas tienden a adoptar un enfoque de arriba
hacia abajo para el análisis económico integral. En con­
traste, las teorías de la govemance se centran más en los
niveles micro o meso y, cuando se ocupan de los enlaces
micro-macro, tienden a adoptar una explicación de abajo
hacia arriba {anascopic). Así, la noción de govemance en
el análisis económico tuvo su origen en la economía in­
dustrial, con el trabajo sobre modos de coordinación eco­
nómica dentro y entre firmas; y desde entonces se ha apli­
cado a los sistemas productivos regionales en espacios
económicos particulares y, en una escala mayor, a la to­
talidad de ordenamientos institucionales, reglas y agen­
tes involucrados en la coordinación y regulación de las
transacciones dentro y entre las fronteras de un sector
económico [G i l l y y P e c q u e u r , 1994]28. Hasta ahora no ha
habido un interés verdadero en la coordinación social o
política (o govemance) de los diversos modos de govemance
económica que permita entender sus interrelaciones a una
escala mayor (por ejemplo, nacional o supranacional). En
cambio, al centrarse en conjuntos específicos de interrela­
ciones organizacionales, las teorías de la govemance im­
plican que el nivel macro está marcado por una serie de
sistemas de govemance híbridos, ingobernados {ungover-
ned; y quizá intrínsecámente ingobernables) que evolu­

27 Esta tendencia es criticada lúcidamente en P e c k y T ic k e ll (1995).


28 El enfoque último y más amplio es identificado por Campbell et al. en la intro­
ducción a su antología de estudios sobre la govemance [1991, 5, 8].
cionan ciegamente29. Ese mismo tipo de patrones se en­
cuentra en ciencia política, relaciones internacionales, eco­
nomía política internacional y análisis foucaultianos, aun­
que en otras y diferentes escalas sociales y espaciales. To­
dos se ocupan normalmente de regímenes específicos de
govemance interesados en objetos específicos de govemance,
y tienden a descuidar la govemance de los regímenes de
govemance. La principal excepción atañe al surgimiento de
las cuestiones generales de diseño constitucional (por opo­
sición a las institucionales); por ejemplo, las reglas del jue­
go que deben regir la formación de los regímenes de govemance
y/o dirigir contextualmente las que de otro modo serían accio­
nes autónomas de jugadores claves en situaciones específicas
de govemance.
La tercera diferencia es que, a pesar de su énfasis en la
incorporación social, la teoría de la regulación, casi por de­
finición, tiene una orientación (macro)económica, y tiende a
centrarse en las complementariedades institucionales que
aseguran la regularización de los regímenes de acumula­
ción. En este contexto, se puede mencionar la bien conoci­
da lista regulacionista de los cinco complejos institucionales
o conjuntos estructurales que en reunidos constituyen un
modo (social) de regulación (económica): la relación sala­
rial, la forma dinero, la competencia, el Estado y los regíme­
nes internacionales [B o y e r , 1990]. Además, al examinar el
espacio, el enfoque de la regulación lo considera principal­
mente como un espacio económico de acumulación que debe
ser regularizado y coordinado. En contraste, las teorías de
la govemance tienden a tener un alcance más meso-político
o, más en general, inter-organizacional. En consecuencia,
tienden a estudiar sectores, localidades o áreas funcionales
específicos en lugar de sistemas más globales (economías,
territorios nacionales, sociedades); y, además, tienden a cen­
trarse en la forma en que las organizaciones se relacionan

29 Puede haber sólidas razones ontológicas, epistemológicas y metodológicas para


este olvido de la “macro-govemance”, puesto que términos tales como micro,
meso y macro son construidos discursivamente (por participantes o por ob­
servadores) y, lejos de constituir a la biosfera como un objeto de macro-
govemance, siempre sería posible postular algún macro-objeto de orden ma­
yor para la govemance o la regulación [W ic k h a m , 1987]. Además, puede pen­
sarse que el hecho de sugerir que el nivel macro es en principio gobernable
implica que hay un sujeto-patrón capaz de lograr dicha govemance.
entre sí mediante reglas del juego que ellas mismas pueden
contribuir a conformar. Las teorías más estrictamente polí­
ticas de la govemance consideran el espacio como un terri­
torio (con su población de individuos y sus ecosistemas
organizacionales) que debe ser dirigido como un espacio
amplio y funcionalmente definido dentro del horizonte de
una form ación social que m antiene la necesidad de
govemance. Ya se señaló que este enfoque amplio ayuda a
explicar el mayor eclecticismo de la teoría de la govemance
en términos de la heterogeneidad de los objetos de govemance
y sus mecanismos de govemance respectivos.
La cuarta diferencia es que, a pesar de los anteriores co­
mentarios sobre la lucha de clases, es claro que los regula-
cionistas tienden a veces a ignorar los sujetos, confundiendo
la pretensión de que la regulación es un proceso sin un sujeto
y con la creencia en que la regulación ocurre sin sujetos. Esto
se refleja en una explicación teórica, de forma y función, de la
estabilización macroeconómica que requeriría una especifica­
ción más detallada antes de que pueda llegar a orientarse al
sujeto y ala acción. Esta visión se refuerza cuando se conside­
ran sus excepciones principales: la influencia de la teoría eco­
nómica de las convenciones y las ideas de Bourdieu sobre los
campos de fuerza y los “Yiabitus” en niveles más micro de aná­
lisis de la regulación [B o u r d ie u , 1977]. La teoría económica de
convenciones se ocupa directamente de las normas y las re­
glas que rigen las relaciones económicas como relaciones so­
ciales. Y los “habiius” se ocupan del acervo básico de conoci­
mientos adquiridos por los individuos a partir de su incorpo­
ración, dependiente de la trayectoria, en una serie específica
de medios sociales y contextos culturales, que forman y diri­
gen sus expectativas y, por tanto, se convierten en medios de
reproducción y regularización social30. Por el contrario, la teo­
ría de la govemance se centra específicamente en los proble­
mas de coordinación de los sujetos, especialmente en relación
con la coordinación y la negociación inter-organizacional. Esto
se refleja en sus vínculos más amplios y directos con el análi­
sis de los costos de transacción, la teoría de la elección racio­
nal, la teoría de juegos y otros enfoques del análisis social orien­
tados a la acción.

30 Para una crítica de la pertinencia del concepto de “habitus” en la teoría de


regulación, ver, especialmente: D e m ir o v ic [1992],
Estas diferencias básicas son contingentes más que in­
herentes a los conceptos nucleares del enfoque de la
govemance y de las teorías de la regulación; reflejan la tra­
yectoria del desarrollo teórico y de los intereses empíricos
particulares de sus protagonistas respectivos. Esta conclu­
sión se ve reforzada por la convergencia antes señalada en­
tre los analistas de la govemance y la regulación cuando se
encuentran en un terreno empírico común; lo cual sugiere
que no hay buenas razones teóricas para que las diferen­
cias sustantivas continúen signando el trabajo futuro sobre
la regulación y la govemance.
De hecho, puede haber sólidas razones teóricas para com­
binar las dos nociones o paradigmas cuando se tratan temas
específicos. Existen diversas posibilidades: pueden conside­
rarse como enfoques semánticamente diferentes pero
conceptualmente idénticos con una cobertura exactamente
igual [L ip ie t z , 1993, 8]; como enfoques conceptuales equiva­
lentes que son, sin embargo, relevantes en dominios analíti­
cos diferentes (por ejemplo, economía integral versus política
integral); como conceptos super y subordinados dentro de
una jerarquía abstracto-concreto (por ejemplo, govemance
como concepto abstracto y regulación como su concretización
en la esfera económica); como conceptos más o menos
abarcadores, respectivamente, a lo largo de un continuum
general-particular (por ejemplo, la visión de Benko y Lipietz
acerca de la govemance local como una categoría heterogénea
residual dentro del enfoque de la regulación); o como enfo­
ques conceptuales no equivalentes pero posiblemente com­
plementarios relevantes en esferas diferentes (por ejemplo,
pensar que la regulación pertenece a formas estructurales y
la govemance a relaciones inter-organizacionales). Sería erró­
neo (aunque fuera factible) decidir que una de estas posibili­
dades sea adoptada por todos los comentaristas con la ex­
clusión de las demás. Sin embargo, la conciencia de la am­
plia gama de posibilidades debería prevenir contra movimien­
tos demasiado fáciles entre los argumentos acerca de la re­
gulación y los referentes a la govemance.

F o r d is m o y p o s t - f o r d is m o

La necesidad de esa precaución puede observarse en los


intentos de utilizar el enfoque de la regulación para descri­
bir y explicar los cambios en la govemance local en térmi­
nos de la transición del Estado fordista a un Estado su­
puestamente postfordista (central y/o local). Estos cambios
políticos se interpretan en términos relativamente unitarios
(a expensas, como señalan Painter y Goodwin [1995], de
ignorar su desarrollo desigual); y se explican principalmen­
te en términos de un cambio en el modo dominante de cre­
cimiento económico (a expensas, como señala Hay [1995],
de ignorar la mediación discursiva de los fracasos, la crisis
y los cambios económicos). El peligro del economicismo (así
sea un “economicismo integral”) en este contexto debería
ser obvio. De modo que no es sorprendente que hasta ahora
no haya ninguna explicación regulacionista adecuada de la
transformación estructural y/o de la reorientación estratégica
del Estado local. A lo sumo, se dispone de contextualizaciones
regulacionistas más o menos plausibles de estos cambios.
Sin embargo, por detallado que sea el análisis de ese con­
texto estratégico, por sí mismo no puede ofrecer una expli­
cación adecuada para la acción estratégica. Para ello se re­
queriría, además, por lo menos una explicación de las capa­
cidades estratégicas de los actores (individuales y/o colecti­
vos) para responder a los problemas económicos, de las estra­
tegias que ellos tratan de perseguir y de la relación entre estas
capacidades y estrategias y las de otros actores relevantes en
ese contexto. Esto sugiere, a su vez, que una forma de vincular
los intereses regulacionistas y “gubemamentalistas” consis­
te en realizar análisis más centrados en la mediación
institucional, organizacional y discursiva de la regulariza-
ción económica. Pues, aunque el enfoque de la regulación
ha identificado importantes formas estructurales o regíme­
nes amplios (como el Estado Nacional de Bienestar Keyne-
siano) que juegan un papel esencial para asegurar las con­
diciones extra-económicas de la acumulación de capital, ha
tendido a ignorar la m anera general como la forma
problematiza la función y las formas particulares de selecti­
vidad estratégica (incluyendo las capacidades estratégicas
diferenciales) de las formas específicas de coordinación. En
este sentido, el enfoque de la regulación puede beneficiarse
de una atención más directa a las contribuciones de las teo­
rías de la govemance. De hecho, sin considerar los proble­
mas del diseño institucional y de la coordinación inter-
organizacional, así como la constitución discursiva de los
objetos de regulación y de las estrategias de regularización,
el enfoque de la regulación puede fracasar para profundizar
sus conocimientos básicos sobre el carácter socialmente in­
corporado y socialmente regularizado de las actividades eco­
nómicas31.
Por contraste, las teorías de la transformación de la
govemance local tienden a distinguir una gama más amplia
de regímenes políticos (de ninguna manera reducibles a la
oposición fordista versus postfordista) y a subrayar la diná­
mica más directamente política que impulsa los cambios de
régimen, lo cual parece ser mucho más adecuado para ex­
plicar los cambios en la articulación del gobierno y la gover-
nance. Se podría examinar, entonces, la forma como los ac­
tores políticos (ampliamente concebidos) perciben el fraca­
so de las formas establecidas de govemance y/o una emer­
gente “crisis” de govemance y cómo ello se traduce en de­
mandas de regímenes de govemance nuevos y/o reestruc­
turados. Esto a su vez puede conducir a un proceso de in­
novación orientado a resolver los problemas percibidos de
govemance en un ambiente más o menos turbulento; y pue­
den surgir nuevas formas de govemance a condición de que
los problemas de acción colectiva se resuelvan mediante una
(o más) de las soluciones encontradas y lleguen a ser parte
de los nuevos patrones de conducta (ver el modelo sugerido
por C a m p b e l l y L in d b e r g [1991]). Los nuevos mecanismos
de govemance, como las nuevas formas estructurales de
regulación, surgen de un proceso de búsqueda, basado en
el ensayo y el error, que opera mediante variación, selección
y retención evolutiva. Es en este contexto que las cuestio­
nes de selectividad estratégica y las capacidades estratégicas
son tan cruciales y que debe prestarse atención a la adecua­
ción material y discursiva de las respuestas propuestas.
Al presentar el argumento en estos términos, he separado
deliberadamente las ideas de re-regularización y de “regu-
bemamentalización”. Al diferenciar las lógicas de la regula­
ción y de la govemance, puede plantearse un problema teóri­
co fundamental que es a la vez práctico: ¿en qué medida y en
qué formas las soluciones a los problemas de “govemance”

31 No debería pensarse que esto implica una explicación voluntarista de la regu­


lación: la regulación es un proceso sin un sujeto, en el sentido de que los
modos de regulación específicos son siempre emergentes, efectos evolutivos
de una multiplicidad de acciones en contextos específicos y estratégicamente
selectivos.
específicos pueden relacionarse con las soluciones a los pro­
blemas de “regulación” específicos? Si se acepta que la regu­
lación y la govemance no son conceptualmente idénticas y
que en realidad se refieren a objetos, procesos y prácticas
diferentes, no hay razón para prever cuáles intentos de re-
regularizar un objeto económico (integral) resuelven los pro­
blemas de gobemabilidad política (integral), o viceversa. Esto
también indica posibles dilemas, conflictos y contradiccio­
nes esenciales entre una respuesta a la crisis política y eco­
nómica que se orienta más a resolver los problemas de la
acumulación y una que se orienta más a las cuestiones de
gobemabilidad (para)política. El hecho de que una solución
a los problemas de govemance pueda ligarse a nuevos mo­
dos de regulación depende de qué tanta expresión tengan
los intereses económicos (integrales) en la construcción
discursiva del problema de la govemance y aseguren una
base social entre los actores políticos empeñados en resol­
ver este problema. De la misma manera, el hecho de que un
modo de govemance emergente se vincule posteriormente a
un nuevo modo de regulación depende de la naturaleza del
acoplamiento estructural entre procesos políticos y econó­
micos, es decir, de la adecuación del modo de govemance a
los problemas económicos integrales y a los problemas de
gobemabilidad. En este sentido, aunque los problemas de
la regulación sirven de contexto para identificar y resolver
los problemas de govemance, no pueden ser reflejados di­
rectamente en el comportamiento de solución de problemas
que conduce al nuevo modo de govemance (para una discu­
sión de este problema, con referencia especial a las lógicas
de acumulación en competencia y a la ventaja partidista del
thatcherismo, ver: J e s s o p [1994b]; una perspectiva alterna­
tiva sobre el fracaso del neoliberalismo como proyecto polí­
tico para resolver las crisis de la regulación se encuentra en
el artículo de P e c k y T ic k e l l [1995]).
En suma, el hecho de examinar una crisis económica y
política específica en términos de un enfoque regulacionista
o de govemance puede implicar algo más que una cuestión
de preferencia; también depende de la constmcción del pro­
blema mismo por las fuerzas sociales, de la primacía relati­
va concedida a los diferentes ejes de la societalización y del
resultado de la competencia entre las estrategias orienta­
das a esos ejes alternativos. El hecho de que los problemas
de govemance política adquieran prioridad con respecto a
la solución de los problemas económicos y, por tanto, mo­
delen la transformación de la govemance local, por ejemplo,
podría tener grandes repercusiones sobre la capacidad de
la economía local para competir en las economías nacional,
europea y global. Un problema interesante que aún no se ha
investigado suficientemente es el de si las soluciones a los
problemas de regulación y govemance pueden implementarse
en tándem y luego ser acopladas estructuralmente, así como
las condiciones que lo hagan posible.
Ese acoplamiento es posible, tal como lo ilustra (hasta
ahora) la articulación de los mecanismos de govemance y
de gobierno que contribuyeron a la regulación del fordismo
atlántico de la postguerra y aseguraron un funcionamiento
del Estado nacional de postguerra relativamente libre de
crisis.
En los discursos contemporáneos sobre la crisis de la
política urbana y las economías locales también se encuen­
tran intentos de abordar la cuestión de las formas apropia­
das de articulación de regulación y la govemance. Esto pue­
de ilustrarse con un artículo reciente de Fosler, un asesor
de desarrollo económico local estadounidense, quien se re­
fiere, como muchos otros, al paradigma del desarrollo eco­
nómico local emergente que enfatiza el papel de un sector
privado revitalizado y orientado por el mercado para garan­
tizar el crecimiento económico con una dinámica de creci­
miento schumpeteriana. Aunque también señala que esto
requiere el desarrollo de instituciones que modelen y ejecu­
ten las responsabilidades del Estado a este respecto. Afir­
ma, entonces, que:

Las nuevas capacidades institucionales incluyen una reorientación


conceptual del papel económico de la govemance, la capacidad para
generar y aplicar conocimientos a través de una amplia gama de
áreas de política, el diseño de nuevos mecanismos y enfoques de
liderazgo y toma de decisiones, el rediseño de sistemas y estrategias
para conseguir resultados y la creación de medios más efectivos para
evaluar la responsabilidad y el desempeño. [F o s l e r , 1992, 4]

Fosler también señala que esta gama de nuevas responsabi­


lidades estatales no puede ser cumplida a satisfacción por una
agencia estatal única, que se necesitan diversas agencias, y que
tampoco puede ser cumplida únicamente por el Estado. Por el
contrario, la reorientación estratégica del Estado requiere dos
condiciones: a) Que la govemance, como instrumento de des­
empeño económico, combine una visión estratégica de arriba
hacia abajo y a largo plazo con una acción de abajo hacia arriba
dirigida por el mercado y orientada al desempeño; y b) Que se
desarrollen una nueva generación de inteligencia organizacional
y nuevos mecanismos de coordinación organizacional y agen­
cias que reflejen las características del mercado y proporcionen
medios efectivos de evaluación de la calidad del desempeño y de
la responsabilidad. Lo que se requiere, en suma, es una estrate­
gia de cambio institucional [F o s l e r , 1992, 9-13].
Esta argumentación es un ejemplo del creciente interés
en vincular la regulación con la govemance. En ella se des­
taca el cambio de la centralidad del gobierno a formas de
govemance más descentralizadas a los niveles local, nacio­
nal e internacional, en el intento de re-regularizar la rela­
ción capital. Esto implica una reorganización funcional de
las actividades del Estado en el sistema político más am­
plio, caracterizada por un alejamiento de la primacía, dada
por supuesta, de los aparatos estatales oficiales (típicamen­
te nacionales) hacia la necesidad, también dada por supues­
ta, de formas (y niveles) bastante diversas de asociación entre
organizaciones oficiales, paraestatales y no gubernamenta­
les para el manejo de las relaciones económicas y sociales32,
pues este razonamiento también implica un cambio de la
organización política jerárquica de arriba hacia abajo, que
es una característica formal de los Estados soberanos, al
énfasis en la promoción y orientación de la auto-organiza-
ción de las relaciones inter-organizacionales. Dentro de esta
gama en expansión de redes, asociaciones y otros modelos
de govemance política y económica, los aparatos oficiales se
mantendrán a lo sumo como el primas inter pares. Pero,
aunque la moneda y la ley públicas aún sigan siendo im­
portantes para mantener su funcionamiento, para su éxito
también serán esenciales otros recursos (como el dinero, el

32 Antes de la expansión del Estado en el siglo xx, había diversas formas de


asociación entre el Estado y las entidades no estatales. Pero es posible que
hubiese dos principales diferencias con la situación postfordista: a) El Estado
tenía una forma relativamente jerárquica en comparación con el Estado
postfordista más plano y más pequeño; y b) Había menos énfasis en la asocia­
ción (ciertamente a nivel discursivo) y una tendencia mayor a dar por senta­
das una mutua indiferencia y una división del trabajo entre el Estado y la
sociedad civil.
conocimiento o la pericia privados). En este sentido, la par­
ticipación del Estado tenderá a ser menos jerárquica, me­
nos centralizada y menos dirigista.

PROBLEMAS EN TORNO
DE LA CUESTIÓN REGULACIÓN-GOVERNANCE

Es en este contexto que se puede entender la difundida fas­


cinación por la auto-organización de las relaciones inter-
organizacionales y la continua experimentación con formas
alternativas de govemance, sean re-descubiertas o recién
inventadas. La defensa más general de este cambio en la
jerarquía del gobierno y en el intercambio puro de mercado
puede hacerse en términos de la ventaja evolutiva de la lógi­
ca auto-organizadora de las relaciones inter-organizacionales33,
donde una pluralidad de organizaciones autónomas pero
interdependientes que controlan recursos importantes nece­
sitan coordinar sus acciones para producir un resultado con­
junto que se considera mutuamente benéfico.
Una solución a este problema consiste en organizar la
govemance alrededor de la representación de actores (organiza­
ciones) que puedan representar la auto-reproducción y la auto-
regulación de los intereses de diferentes sistemas, así como el
interés propio de los actores específicos de esos sistemas. Esto
se vuelve especialmente agudo cuando se tiene en cuenta la
dispersión de las soluciones de govemance y la necesidad de
construir capacidades macro-organizacionales adecuadas
para tratar una amplia gama de cambios estructurales a
nivel interorganizacional sin socavar la coherencia y la inte­
gridad del Estado (nacional). Por otra parte, además de las
dificultades para hallar soluciones colectivas a los proble­
mas de regulación individuales (es decir, a los problemas de
reproducción y regulación económica), surge la cuestión de
la coherencia global del régimen de acumulación y de su
modo social de regulación económica. Existe una gran ten­
sión entre estas dos formas de coherencia, pese a que las
soluciones individuales de govemance también sean ade­
cuadas para un problema de regulación específico (y vice­
versa), especialmente cuando la escala territorial y la lógica

33 Esta ventaja evolutiva debería entenderse en términos schumpeterianos: ca­


pacidad para innovar y aprender en un ambiente cambiante.
global de la govemance y la regulación son diferentes. Esto
plantea problemas de negociación intersistémica o de coor­
dinación estratégica a escalas distintas de las de los proble­
mas de govemance individuales; y ése es el problema de
meta-govemance o govemance de la jerarquía en la sombra
y plantea problemas de diseño constitucional. También acla­
ra los méritos relativos de las soluciones neoliberales,
neocorporativistas y neoestatistas a la crisis de la regula­
ción fordista, en la medida en que éstas se relacionan
diferencialmente con la solución de los problemas de
govemance planteados (o reforzados) por esa crisis.
Hay un problema más fundamental que no ha sido abor­
dado plenamente en los trabajos recientes sobre la regula­
ción y la govemance (aunque debe consultarse la contribu­
ción de P e c k y T ic k e l l [1995]), a saber, en qué medida la
forma problematiza la función. La creciente obsesión por
los mecanismos de govemance como solución para las fa­
llas del mercado o las fallas del Estado no debería llevar a
ignorar las fallas de la govemance. No se debería pensar
que la govemance es necesariamente una solución más efi­
ciente que los mercados o los Estados para los problemas
de coordinación política o económica. Otra implicación es
que el creciente interés en los mecanismos de govemance
puede ser una etapa específica de un ciclo establecido de
modos de diseño de políticas [O f f e , 1975]34. Sin embargo,
Offe advierte que, puesto que todos y cada uno de los modos
de diseños de políticas estatales es propenso al fracaso, debe
aceptarse que un Estado estable es imposible o que éste es
posible sólo si tiene capacidad para cambiar flexiblemente
los modos de diseño de políticas a medida que las fallas y
las contradicciones del modo dominante (o la mezcla de di­
seños de política prevaleciente) se hacen más evidentes y
amenazan la racionalidad y la legitimidad del Estado. Esto
sugiere que la supervivencia a largo plazo del Estado de­
pende de las cualidades organizacionales específicas del
Estado, incluyendo lo que se puede denominar “la articula­

34 Ideas similares fueron propuestas por Marx [1843] y Polanyi [1944], entre
otros. Más recientemente, Schmitter se ha referido a la continuidad dinástica
del corporativismo, la cual se extingue y resucita periódicamente [S c h m i i t e r ,
1989, 72], Por su parte, Cox ha señalado una reversión de la desregulación a
la re-regulación en la actual era neoliberal [Cox, 1993],
ción del gobierno y la govemance”. Podría esgrimirse un ar­
gumento similar para el caso de los ciclos políticos dentro
de formas de organización de mercado o estructura de
govemance industrial35.
Esto sugiere que la actual expansión de las redes a expen­
sas de los mercados y las jerarquías, y de la govemance a
expensas del gobierno, pueden ser algo más que una etapa
específica de una sucesión regular de modos dominantes de
diseño de políticas. En este sentido, lo que hoy se experimen­
ta realmente es la discontinuidad en la continuidad: la osci­
lación dentro de un ciclo político repetido. Una explicación
alternativa sería que, por diversas razones, ha habido un cam­
bio en el centro institucional de gravedad (o “atractor
institucional”) en tomo del cual funcionan los ciclos políticos
debido a cambios cualitativos en los problemas básicos que
deben abordar las actuales políticas de regularización o
gobemalización. Aquí habría continuidad en la discontinui­
dad: el renacimiento de mecanismos familiares de govemance
para propósitos cualitativamente nuevos. Si hay una impor­
tante transición del fordismo al postfordismo (vinculada, ade­
más, a las nuevas tecnologías, la intemacionalización y la
regionalización), entonces puede estar operándose ese cam­
bio a largo plazo. Las mismas posibilidades son indicadas
por la crisis del Estado nacional, con una proliferación de
problemas fronterizos y multifacéticos que ya no pueden ser
coordinados dentro de la jerarquía del Estado nacional o
mediante la anarquía neorrealista del mercado [Jessop, 1995].
Aquí también puede preverse que la expansión de las redes
y/o de la govemance es síntoma de un cambio cualitativo
más que un simple cambio pendular dentro de un ciclo polí­
tico. Sin embargo, en vez de prejuzgar esta cuestión, es más
importante reconocer que puede haber diversas posibilida­
des dependientes de la trayectoria.

COMENTARIOS FINALES

Este artículo se ha dedicado a aclarar la relación teórica


entre el enfoque de la regulación y los trabajos sobre la
govemance en términos metodológicos y sustantivos. En

35 Markusen sugiere un ciclo de govemance tecnológicamente orientado que pa­


rece ser paralelo al ciclo de producto [M a r k u s e n , 1985].
consecuencia, su naturaleza es abstracta y no puede sustituir
los análisis empíricos de los patrones específicos de regula­
ción y de govemance en contextos particulares. Éste es un
componente importante del proyecto de investigación sobre la
regulación y la govemance local que actualmente llevan a cabo
Jessop y Hay. Sin embargo, espero haber mostrado que hay
fuertes semejanzas meta-teóricas entre los dos enfoques des­
de el punto de vista de su común interés en la dependencia de
la trayectoria y en la relación constitutiva entre modos de
gouerriarice-regulación y objetos de gouemance-regulación. Las
teorías de la regulación y las teorías de la govemance no tie­
nen un carácter teleológico ni están comprometidas con argu­
mentos funcionalistas expost, puesto que ambas implican que
es por, y a través de, la govemance (o la regulación) que los
objetos elementales a los que prestan atención se transforman
mediante una articulación compleja en momentos específicos
dentro de un modo determinado de govemance (o de regula­
ción)36. Además, profundizando esta noción de articulación,
debe señalarse que los mismos modos de regulación y/o de
govemance pueden configurarse dentro de proyectos econó­
micos o políticos diferentes. Así, la asociación puede ser una
característica importante en la re-regularización de una eco­
nomía en crisis o una característica básica de la reguber-
namentalización de un régimen político en crisis. A veces
habrá una coincidencia (temporal) de intereses entre las fuer­
zas económicas o políticas que llaman a la asociación; pero
ésta puede ser seguida de luchas por “instrumentalizar” la
asociación con fines económicos o políticos. En términos simi­
lares, así no sean directamente el centro de la lucha, las ex­
pectativas o inserciones contradictorias pueden llevar a con­
tradicciones en el funcionamiento de los mecanismos de
govemance. Pienso que esas luchas son especialmente claras
en el caso de Gran Bretaña (ver, por ejemplo: P e c k y T ic k e l l ,
1995) y que la primacía de lo político significa que la estrategia
neoliberal inicialmente desfavorable ha sido debilitada poste­
riormente por su subversión para propósitos políticos [J e s s o p ,
1994a]. Por esta razón, si no hubiera otras, es de especial im­
portancia evitar pensar que hay un ecuación simple entre re­
gulación y govemance.

36 Sobre la distinción entre elemento y momento en este contexto, ver: J esso p,


1990a; y, más en general, L a c l a u y M o u f f e , 1985.
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W r ig h t , M., “Policy Community, Policy Network, and
Comparative Industrial Policies”. Political Studies, 36, 4
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LA CIUDAD EMPRESARIAL: ¿REINVENCIÓN DE LAS
LOCALIDADES, REDISEÑO DE LA GOVERNANCE
ECONÓMICA O REESTRUCTURACIÓN DEL CAPITAL?

Las formas, las funciones y los mecanismos políticos de es­


trategia económica local y regional más importantes de las
sociedades occidentales capitalistas avanzadas han sufrido
cambios sustanciales en las dos últimas décadas1. Ha habi­
do modificaciones importantes en el papel de las ciudades
como sujetos, sitios y pilares de reestructuración económi­
ca y del logro de la competitividad estructural. Estos cam­
bios se reflejan en el interés y el énfasis crecientes en el
“Estado de Competencia”2 a nivel nacional (y, al menos en
Europa, supranacional) y en la “ciudad empresarial” a los
niveles local y regional. El rasgo característico de los “Esta­
dos de Competencia” y de las “ciudades empresariales” es
su autoimagen de compromiso activo en el fomento de la
competitividad de sus economías respectivas ante la inten­

1 El presente artículo se produjo en el curso de un proyecto de investigación del


Economic and Social Research Council, e s r c , sobre la govemance local, beca
número L311253032. En su redacción, me beneficié de las discusiones con
colegas de la Universidad de Lancaster, entre ellos Ufuk Cakmakci, Colin
Hay, Dawn Jones, John Roberts, Andrew Sayer, Ngai-Ling Sum y John Urry,
y con otros participantes en el programa de la e s r c sobre la govemance local.
Las demás influencias pueden discernirse en las referencias. Me adhiero a los
descargos habituales.
2 Término introducido por C e r n y [1990] y difundido desde entonces en alemán
(Wettbewerbsstaat).
sa competencia internacional (y, para las regiones y las ciu­
dades, inter e intrarregional)3. Hay muchas visiones sobre
la dinámica de esa competencia, de las fuentes de ventaja
competitiva de países, regiones y ciudades, y de las estrate­
gias apropiadas para lograr esa ventaja. También hay va­
riantes —dentro y entre países, regiones y ciudades— sobre
el ritmo y las causas de los cambios de interpretación y de
política.
Este artículo no analiza casos específicos4, no ofrece una
tipología de las estrategias “empresariales” y no revisa las
concepciones sobre competitividad correspondientes. En
cambio, examina cuatro aspectos generales de los cam­
bios recientes que afectan a las ciudades: a) La reinvención
de la economía local y de su Estado por, y a través de, los
discursos dirigidos a la “ciudad empresarial”; b) El nexo
entre esta reinvención y el rediseño de los mecanismos
de govemance urbana; c) Los vínculos entre estas dos
prácticas-cum-procesos, estrechamente ligadas, y las su­
puestas tendencias a la globalización y la triadización de
la economía capitalista y al predominio de la geoeconomía
sobre la geopolítica; y d) El contexto estructural general
donde se presentan estas modificaciones interrelacionadas
del papel económico global de las ciudades.
Por supuesto, hay una vasta literatura sobre estos cam­
bios, escrita por académicos e investigadores, por comenta­
ristas políticos, administradores estatales, legisladores y
consultores gerenciales. Esto muestra que entre discursos
sociales científicos y populares hay un vínculo de alimenta­
ción recíproca: la retórica y los intereses políticos modelan
la agenda y la presentación de la investigación en ciencia

3 En otra parte analizo este fenómeno en términos de la transición del régimen


de bienestar keynesiano al régimen de trabajo schumpeteriano (Schumpeterian
workfare regime; J e s s o p , 1993 y 1994). Desarrollo el análisis actual en térmi­
nos de “ciudades empresariales” porque esta idea ha penetrado en las explica­
ciones populares y, por tanto, se asocia fácilmente con los problemas de las
formaciones narrativas y discursivas.
4 Inicialmente, se pensó incluir ejemplos de caso y comentarios más generales
sobre Gran Bretaña, pero las limitaciones editoriales no lo hicieron posible.
Los resultados de mi investigación sobre la govemance local en el Thames
Gateway y en el Greater Manchester, patrocinada por el e s r c , se publicarán en
otra parte. Para comentarios más generales sobre el fracaso de la govemance
en Gran Bretaña, ver: J e s s o p , 1994a y 1994b.
social, y la investigación en ciencia social ingresa a la esfera
del diseño de políticas. Nociones tales como producción en
serie, especialización flexible, postfordismo, cultura empre­
sarial, aprendizaje social, ambiente innovador, ciudad em­
presarial, competencia del Estado, competitividad estruc­
tural, asociación, govemance o redes, circulan libremente
en los dominios científico y político, y a menudo son valida­
das prima facie por esa misma circulación estructurada
selectivamente. Consultores académicos empresariales, pe­
riodistas populares, tanques de pensamiento {think tanks),
entidades de investigación y de capacitación como in l o g o v ,
y entidades oficiales como la Audit Commission desempe­
ñan un papel clave. Mi propósito no es reforzar diagnósticos
que se validan a sí mismos (aunque no se cumplan por sí
mismos)5sino revisar los antecedentes de los discursos aca­
démicos y populares sobre el desarrollo económico. Primero
trato los aspectos discursivos de estos cambios; luego los
relaciono con las tensiones y contradicciones materiales de
las formas de regulación y/o govemance económica exis­
tentes que sirven de caja de resonancia para los nuevos dis­
cursos; por último, muestro la credibilidad aparente de di­
chas narrativas, aunque esto no significa que sean verda­
deras (así estén asociadas a “efectos verdaderos”) ni que los
cambios en la govemance basados en ellas tengan éxito. De
hecho, la producción de discursos de govemance local a veces
parece ser, al menos en Gran Bretaña, sólo un sustituto
ineficaz promovido por el gobierno central para desviar la
atención de sus propios fracasos políticos.

A spectos t e ó r ic o s p r e l im in a r e s

Mi visión de las diversas cuestiones mencionadas en la in­


troducción se basa en tres corrientes teóricas: la visión fran­
cesa de la regulación, la teoría neogramsciana del Estado y
el análisis crítico del discurso. De modo que considero la
economía en un sentido incluyente, es decir, como un con­
junto de instituciones, organizaciones, fuerzas sociales y
actividades socialmente incorporadas, socialmente regula­

5 Algunos críticos podrían afirmar, sin embargo, que mi trabajo anterior sobre
el Estado de Trabajo Schumpeteriano seguramente reflejaba, si no contribuía
directamente, a este proceso.
das y estratégicamente selectivas6, organizadas alrededor de
(o al menos involucradas en) la autovalorización del capital
por, y a través de, la regulación. Esta visión tiene im portan­
tes implicaciones para el análisis de la competitividad en tanto
desplaza la atención de la ventaja comparativa a la competi­
tiva y am p lía ra d ica lm en te los fa ctores econ óm icos y
extraeconómicos relevantes para esta última. Con esto se
extiende el alcance de la capacidad empresarial, en tanto se
aplica a las ciudades y a las empresas [B enko y L ipietz, 1994;
B est , 1990; Castells y H all , 1993; P orter, 1994; y Sabel ,
1989]. El Estado tam bién se considera “en su sentido inclu­
yente” (o, como dijo Gramsci, “sociedad política + sociedad
civil”). Para los propósitos actuales, éste puede redefinirse
como un conjunto de instituciones, organizaciones, fuerzas
sociales y actividades socialmente incorporadas, socialmen­
te reguladas y estratégicamente selectivas, involucradas en
la realización de la “voluntad colectiva” de una comunidad
política imaginada7. Dos importantes implicaciones teóricas
de este enfoque son sus énfasis en las fronteras problemáti­
cas del aparato estatal y en la dependencia del poder estatal
de fuerzas que están más allá del Estado en su sentido estre­
cho. Esto sugiere que la esfera política puede considerarse
como el dominio donde se hacen intentos para (re)definir la
“voluntad colectiva” y (re)articular los diversos mecanismos y
prácticas de gobierno y govemance en aras de aquellos pro­
yectos que se juzgan convenientes para realizarla.
Desde el punto de vista analítico del discurso, subrayo el
papel constitutivo del discurso de todas las relaciones so-

6 En contraste con un contexto teórico del Estado, en el contexto teórico


regulacionista la selectividad estratégica se refiere al impacto diferencial de
los aspectos estructurales nucleares (incluidos los espacio-temporales) de un
proceso de trabajo, un régimen de acumulación o un modo de regulación
sobre la capacidad relativa de fuerzas particulares organizadas en formas
específicas para buscar exitosamente una estrategia económica particular en
un horizonte de tiempo y un espacio económico determinados, actuando solas
o en combinación con otras fuerzas frente a la competencia, la rivalidad o la
oposición de otras fuerzas. Se sostiene que los aspectos estructurales de las
actividades económicas socialmente incorporadas y socialmente regulariza­
das privilegiarán ciertas fuerzas, estrategias, perspectivas de tiempo y espacio
y planes de juego sobre otros (acerca del Estado, ver: J e s s o p , 1990, 260 y ss.).
7 Remito al trabajo de Benedict Anderson sobre la nación como una “comuni­
dad imaginada” [A n d e r s o n , 1991]; los Estados, las regiones y las ciudades
también pueden ser considerados como “entidades imaginadas”.
cíales vivientes. Esto tiene implicaciones obvias para la
reinvención de los espacios económicos y la govemance lo­
cal. Así como los Estados nacionales pueden verse como
una forma específica de comunidad política imaginada, “la
economía nacional” es sólo un espacio imaginado posible
de las actividades económicas. En consecuencia, en vez de
buscar criterios objetivos para identificar las fronteras ne­
cesarias de un espacio económico (a la escala funcional o
territorial que sea), es más fructífero considerar esta cues­
tión desde el punto de vista de la constitución imaginaria de
la economía. Ésta incluye su construcción discursiva como
objeto específico (de análisis, regulación, gobernación, con­
quista y otras prácticas), con fronteras, condiciones econó­
micas y extraeconómicas de existencia definidas, agentes
económicos típicos y apostadores extraeconómicos, y una
dinámica global [D a l y , 1993; J e s s o p , 1982; y Ba r n é s y
L e d u b u r , 1991]. Esas construcciones discursivas son dis­
cutibles y su eficacia es siempre fortuita; en efecto, las eco­
nomías pueden tener geometrías variables y fronteras múl­
tiples, y pueden distinguirse (o “figurarse” o simplemente
“reflejarse”) en discursos diferentes para propósitos y efec­
tos diferentes8. Las luchas para constituir a las economías
específicas como sujetos, sitios y pilares de competencia
implican usualmente la manipulación del poder y del cono­
cimiento. De hecho, tales intentos de redefinición son, en sí
mismos, ejemplos de actividad “empresarial” en un sentido
amplio, en la medida en que implican “nuevas combinacio­
nes” de factores económicos y extraeconómicos que se apo­
yan en la competitividad urbana y regional. Esas innovacio­
nes pueden buscar ventajas competitivas dinámicas (o fuer­
tes) para una ciudad (o región) o alguna ventaja competitiva
estática (o débil)9. Las primeras comprenden las innovacio­
nes sociales, políticas y económicas tendientes a mejorar

8 Por ejemplo, hay diferencias notorias entre un sitio de mercado positivo y uno
negativo, dependiendo de que el objetivo sea atraer inversión privada hacia el
interior o movilizar fondos públicos para la regeneración urbana.
9 Uso aquí la distinción entre competencia “fuerte” y competencia “débil” pro­
puesta por Cox: la primera se refiere a los intentos de suma potencialmente
positiva de mejorar la competitividad estructural de una región mediante la
innovación; la segunda se refiere a los intentos de suma cero de asegurar la
reasignación de los recursos existentes a expensas de otras regiones. Mien­
tras que la competencia débil es socialmente desincorporada, la competencia
fuerte implica la territorialización de la actividad económica [Cox, 1995, 218].
la productividad y otras condiciones de competitividad es­
tructural10; las segundas incluyen modificaciones de las
medidas reguladoras formales y sustantivas, medidas
facilitadoras o de apoyo encaminadas a captar inversiones
móviles (una carrera desreguladora a fondo)11, así como sim­
ples medidas para crear imagen con el mismo propósito
{boosterism)12. Esas actividades también ilustran la activi­
dad “empresarial” en un sentido más estrecho: pues las
empresas de consultoría y los profesionales dedicados a ella
se han entregado a la planimetría discursiva {discursive
mapping) de regiones y a la producción de estrategias eco­
nómicas urbanas y regionales para clientes de los sectores
público y privado. Tales intentos son especialmente impor­
tantes, como se muestra más adelante, cuando el descon­
tento político y económico abre oportunidades para nuevos
proyectos económicos.

L A NARRACIÓN DE LA CIUDAD/REGIÓN EMPRESARIAL

Una reciente observación de Margaret Somers provee una


útil vía de acceso para entender los cambios en las estrate­
gias económicas urbanas y regionales. En un artículo sobre
la narratividad ontológica {ontological narrativity) afirma que
“mediante la narratividad llegamos a saber, entender y dar
sentido al mundo social, y es a través de las narraciones y la
narrativa como constituimos nuestras identidades sociales
[...] todos nosotros llegamos a ser lo que somos (aunque efí­
meros, múltiples y cambiantes) siendo ubicados o ubicándo­
nos por nosotros mismos (usualmente en forma inconscien­
te) en narrativas sociales que rara vez elaboramos por noso­
tros mismos” [S omers, 1994, 606; ver también W hite, 1987].
Desde esta perspectiva, el consenso actual sobre la necesi­
dad de algún tipo de ciudad “empresarial” puede interpretarse
como un producto de narrativas públicas convergentes so­
bre la naturaleza de los cambios económicos y políticos cla­

10 Sobre la competitividad estructural, ver: C h e s n a is , 1985; y otros documentos


de la o c d e .
11 Estos términos se definen en; J e s s o p , 1982, 245-255.
12 La capacidad empresarial, según Schumpeter, uno de los pensadores
emblemáticos del actual período capitalista, implica “nuevas combinaciones”
para crear nuevas oportunidades de negocio.
ves que afectan a Norteamérica y la Europa de la postgue­
rra; narrativas que han sido combinadas en forma convin­
cente (pero no necesariamente en forma intencional) para
consolidar un conjunto limitado aunque ampliamente acep­
tado de diagnósticos y prescripciones para las dificultades
políticas y económicas que hoy enfrentan naciones, regio­
nes y ciudades. Como todas las narrativas, éstas tienen tres
elementos básicos: a) Una apropiación selectiva de fuerzas
y eventos pasados; b) Una sucesión temporal con un co­
mienzo, un medio y un final; y c) Una graficación relacional
de los eventos y las fuerzas y una estructura elevada que
permite extraer algunas lecciones causales y morales [E wick
y S ilbey , 1995, 200]. Aparecen, entonces, narraciones se­
lectivas de fuerzas y eventos pasados que ofrecen una expli­
cación específica de los problemas políticos, sociales y eco­
nómicos actuales, cuya solución requiere hoy cambios de­
cisivos en los propósitos, la organización y el lanzamiento
de estrategias económicas centradas en los niveles urbano
y regional e inspiradas por algún tipo de espíritu empresa­
rial. La ciudad o región empresarial ha sido construida me­
diante la intersección de una gama amplia de narrativas
económicas, políticas y socioculturales que buscan dar sig­
nificado a las dificultades actuales interpretándolas en tér­
minos de los fracasos pasados y las posibilidades futuras. A
menudo, estas narrativas están conectadas a otros discur­
sos complementarios (de forma narrativa o no narrativa) que
también se movilizan para contextualizar estos cambios y
reforzar los llamados a la acción. En este sentido, aunque la
aparición de la ciudad o región empresarial como tema, si­
tio y pilar de la competitividad económica no esté prescrita
en la dinámica global de capitalismo, no ha sido un mero
accidente o un descubrimiento casual: ha sido construida
por, y a través de, narrativas públicas.
El atractivo de esas narrativas depende de su resonancia
con (y, por tanto, de su capacidad para reinterpretar y mo­
vilizar) las narrativas personales (y aun las narrativas com­
partidas) de categorías (o grupos) significativas de aquellos
que han sido afectados por el desarrollo eventual del orden
económico y político de postguerra. Para unos, estas narra­
tivas personales se refieren a la exclusión económica y so­
cial y a experiencias de fallas indeseables del mercado o del
Estado; otros pueden haber experimentado un éxito econó­
mico y social insólito que atribuyen a su talento empresa­
rial, su capacidad para correr riesgos, su flexibilidad o su
superación personal. Esas experiencias constituyen un im­
portante campo de intervención discursiva para los “empre­
sarios políticos” en las esferas pública y privada. La eficacia
de estas narrativas públicas para promover prácticas de
gobernalización {govemmentalizing) o regularización que
apoyan la ciudad “empresarial” depende, a su vez, de sus
nexos con formaciones culturales e institucionales más
amplias, que, en palabras de Somers, constituyen “una red
de interlocución” [1994; 614]. En este contexto, juegan un
papel central los discursos sobre la cultura empresarial, la
sociedad empresarial, el ambiente de innovación, las redes,
las alianzas estratégicas, las asociaciones, la govemance,
etc.; y su credibilidad global depende de metanarrativas que
revelan vínculos entre una amplia gama de interacciones,
organizaciones e instituciones y que contribuyen a enten­
der épocas enteras [S omers , 1994, 619]. Las metanarrativas
geoeconómicas de la crisis del fordismo y la globalización-
triadización juegan aquí un papel clave, igual que las na­
rrativas geopolíticas sobre el fin de la Guerra Fría, del des­
plome del comunismo y de las amenazas económicas a la
supervivencia nacional provenientes del Este Asiático.
Dada la interconexión entre m etanarrativas e historias
personales y su m ediación por narrativas institu cionales,
“la ciudad em presarial” h a resultado trazada en form a v e ­
rosím il y hoy se privilegia com o una respuesta. En efecto,
como m uestran E isenschitz y Gough [1993], hay una n o­
toria convergencia entre diferentes corrientes políticas de
Gran Bretaña en to m o de iniciativas locales de desarrollo
económ ico endógeno {“bootstraps”). Es necesario señalar
que estas iniciativas no son necesariam ente neoliberales
en la form a o el contenido, pues recom iendan diversas es­
trategias em presariales alternativas: ju n to a las iniciativas
orientadas a la propiedad, o m ás en general, al mercado,
dom inadas por intereses privados, tam bién se pueden en­
contrar estrategias m ás neocorporativas y neoestatistas o
estructuras de govemance basadas en la comunidad, que
siguen dependiendo más o m enos estrecham ente del éxito
de las fuerzas del m ercado. En otras partes pueden obser­
varse tendencias similares [E isinger , 1988; Ettlinger , 1994;
F osler , 1988; Gaffikin y W arf , 1993; H irsch et a l , 1991;
L eitner , 1989; K eating , 1993; M ayer , 1994; P reteceille ,
1990; P rzeworski, 1986; S tewart y S toker , 1989; y S tóhr ,
1989 y 1990]. A su vez, la capacidad de persuasión de esta
respuesta genérica se asocia estrechamente con la consti­
tución discursiva paralela de lugares específicos de activi­
dad económica como unidades de gestión económica, re­
gulación, o govemance “naturales” (de sentido común, da­
das por sentado). Durante los años del boom de la post­
guerra, hubo una tendencia a considerar que esta unidad
era la economía nacional; más recientemente, las visiones
de la “naturalidad” (naturalness) se bifurcaron en la direc­
ción de las economías globales y locales, sintetizadas pos­
teriormente en algunos contextos estratégicos en la idea
de “globalización”.
El hecho de que estas metanarrativas institucionales ten­
gan una resonancia tan poderosa en la actualidad no signi­
fica, por supuesto, que deban aceptarse sin beneficio de
inventario. Todas las narrativas son selectivas, toman algu­
nos argumentos y los combinan de modos específicos. De
modo que es importante estar atentos a lo que el discurso
oficial deja de lado o silencia, reprime o suprime, y al hecho
de que los paradigmas particulares de estrategia o de políti­
ca o los modos de racionalidad económica o gubernamental
moldean esas estrategias por, y a través de, su propia selec­
tividad discursiva y su articulación con la selectividad es­
tratégica estructuralmente inscrita de los regímenes econó­
micos y políticos específicos (sobre la selectividad discursiva,
ver: H a y , 1996; y sobre la selectividad estratégica, J essop ,
1990). También es importante ver qué hace que algunas
narrativas sean más plausibles que otras y qué continuida­
des más profundas puede haber entre períodos aparente­
mente discontinuos cuando se narran desde paradigmas
diferentes.

TRAZANDO LA APARICIÓN DE LA CIUDAD EMPRESARIAL

Las narrativas son constelaciones de relaciones (partes conecta­


das) incorporadas en el tiempo y el espacio, constituidas por trazos
causales [...] El trazo es lo que permite distinguir entre narrativas,
de un lado, y crónicas o anales, de otro lado. De hecho, el trazo es lo
que permite construir una red o configuración significativa de rela­
ciones. [S o m e r s , 1994, 616-617]

El surgimiento de la “ciudad empresarial” ha sido traza­


do diversamente, aunque predominan dos paradigmas: el
geoeconómico y el geopolítico, donde el primero es el princi­
pal [A ltvater , 1994; L uttwak , 1990; y S um , 1996].
Entre los temas claves de la metanarrativa geoeconómica
se cuentan la globalización y la internacionalización, la
aparición de nuevas tecnologías, la crisis del modo de cre­
cimiento de la postguerra (fordismo atlántico, etc.) y sus
políticas regionales y estrategias de polos de crecimiento
asociadas, la amenaza competitiva proveniente de las eco­
nomías de Asia Oriental y la creciente importancia de pro­
blemas ecológicos cuyo alcance no coincide exactamente
con las fronteras nacionales. Se dice que esos factores
ecológicos, tecnológicos y económicos socavan las fronte­
ras del Estado nacional y las vuelven anacrónicas. Las
metas principales de la política económica de postguerra
(pleno empleo, precios estables, crecimiento económico y
una balanza de pagos sostenible) ya no son proporciona­
das por y a través del Estado nacional. A su vez, esto
erosiona la capacidad del Estado nacional para proveer
un bienestar social redistributivo y limitar el grado de
exclusión social. En este sentido, el régimen económico y
político de la postguerra ha fracasado y, para que las
ciudades y las regiones escapen a las consecuencias de
este fracaso, es esencial modificar las estrategias eco­
nómicas, las instituciones económicas, los modos de
govemance y la forma del Estado13. Tales narrativas lle­
van, ínter alia, al descubrimiento de la ciudad empresarial
como un nuevo fenómeno o desiderátum.
Los temas claves acerca de la “competencia del Estado” y
la “ciudad empresarial” en lasónetanarrativas geopolíticas
recientes incluyen el fin de la Guerra Fría, el consiguiente
desplome del comunismo, la llegada del Siglo del Pacífico,
las supuestas amenazas a la cohesión social y política plan­
teadas por los “refugiados económicos” y quienes buscan
asilo, y la aparición de las llamadas identidades “tribales”

13 Los mecanismos a través de los cuales esto ha sucedido no son claros. Podría
haber ocurrido mediante el efecto multiplicador de eventos micro sobre las
tendencias evolutivas en una coyuntura marcada por una indeterminación
decisiva (subdeterminación) y/o mediante intervenciones decisivas en un pe­
ríodo de crisis. Por crisis entiendo un momento en el desarrollo de un sistema
en que una intervención intencional y decisiva de los agentes (esté localizada
dentro o afuera del sistema) puede establecer una diferencia importante para
la estructura o desempeño de ese sistema.
no coextensivas con las fronteras de los Estados nacio­
nales. Se dice que el fin del régimen de seguridad bipolar
atenúa la necesidad de que los Estados nacionales se
alineen con una u otra superpotencia nuclear y de que
subordinen sus demás intereses a la seguridad militar.
Sin embargo, como esta última necesidad ha llegado a
ser menos urgente, se considera que las cuestiones eco­
nómicas, tecnológicas y ecológicas son más importantes
para el interés nacional. La lucha entre el capitalismo y
el comunismo como sistemas mundiales en competencia
es remplazada por la lucha entre versiones alternativas
del capitalismo. En este contexto, la competencia entre
Estados nacionales se redefine en favor de cuestiones
económicas y tecnológicas civiles más que en favor de
intereses militares, y los discursos sobre la seguridad se
reorientan hacia los riesgos ambientales, el desarrollo
sostenible y el control de los flujos de migración transna­
cionales. Todo esto se refleja en la reorientación de la políti­
ca exterior hacia temas ecológicos, económicos y tecnológi­
cos, así como a la importancia creciente de los temas exter­
nos en muchos campos de la política doméstica. Además,
una vez se degrada el papel tradicional de la soberanía del
Estado nacional en la defensa externa, muchas de sus de­
más funciones también se desplazan a otros niveles políti­
cos. Dados estos cambios en la geopolítica y la importancia
creciente de la geoeconomía, se dice que, para muchos pro­
pósitos, el “Estado región” [O h m a e , 1991] y/o el “territorio
transnacional” [S a s s e n , 1994] llegan a ser más importantes
que el Estado nacional [ H o r s m a n y M a r s h a l l , 1994; y
K e n n e d y , 1993].
Tanto a nivel individual como en conjunto, estas meta-
narrativas geoeconómicas y geopolíticas parecen llevar a
que el Estado nacional de la postguerra sea relativamen­
te redundante e ineficaz en términos económicos, y a le­
gitimar el interés cada vez mayor en la lógica de los mer­
cados internacionales a expensas de otras cuestiones.
De este modo, los síntomas de la crisis del modo de cre­
cimiento fordista atlántico socavan el estatus indiscuti­
ble de la economía nacional como objeto clave del mane­
jo económico en los Estados Unidos, el Canadá y la Eu­
ropa Noroccidental de la postguerra. Este modo de creci­
miento se ha fragmentado y reestructurado bajo el im­
pacto de la intemacionalización, el cambio técnico y los cam­
bios de paradigma, llevando a que algunas partes se inte­
gren cada vez más dentro de espacios económ icos
transnacionales y a que otras sufran una exclusión, in­
cluso de la economía nacional, que las lleva a su involu­
ción y decadencia. Políticamente, el final del sistema de
seguridad bipolar libera a los movimientos regionales para
que disputen la primacía del Estado nacional y afirmen
otras prioridades. Esto lleva a que los gobiernos centrales
desarrollen políticas económicas que buscan reducir el
atractivo de los movimientos devolucionistas o secesio­
nistas; políticas que incluyen iniciativas de desarrollo eco­
nómico regional o local tendientes a la regeneración eco­
nómica y a la creación de redes económicas de seguridad
dentro de los límites de la crisis fiscal del Estado. En
ambos respectos, según la afirmación hoy clásica de Da­
niel Bell, el Estado-nación es demasiado pequeño para
resolver los grandes problemas y demasiado grande para
resolver los problemas pequeños, frente al mundo moder­
no [B e l l , 1987]. Ya no es tan obvio que éste sea el actor
principal e indiscutible en la política internacional o do­
méstica. Este hecho induce, a su vez, no sólo la expan­
sión de formas de gobierno supranacionales y subnacio-
nales sino también la búsqueda de nuevas formas de
govemance capaces de resolver los problemas asociados
a las soluciones de mercado puro o a las soluciones jerár­
quicas y burocráticas. Estos paradigmas políticos y eco­
nómicos se relacionan estrechamente y comparten el in­
terés de incluir el surgimiento de la “ciudad empresarial”
en un contexto de cambio económico y político (in tern a­
cional más amplio.

E L REDISEÑO DE LA GOVERNANCE URBANA

La búsqueda de nuevas formas de govemance económica


de los nuevos regímenes urbanos es inteligible en este
contexto. En la actualidad muchas de las propuestas en­
caminadas a crear la región o ciudad empresarial care­
cen de los mecanismos necesarios para asegurar su
implementación efectiva. Demasiado a menudo su prin­
cipal (si no la única) existencia material asume formas
tales como propuestas de esbozos de planes, acuerdos
no obligatorios, tratados formales, informes de consulto­
res, folletos elegantes, conferencias, reuniones o semina­
rios más o menos regulares, intercambios culturales, bases
de datos y centros de información. En este sentido, éstas se
parecen mucho a los foros o redes políticas que contribuyen
a construir contactos formales e informales, facilitar los vín­
culos comerciales, promocionar el turismo, aprobar la polí­
tica sobre “know how”, transferir tecnología y abordar algu­
nos problemas ambientales en pequeña escala. Pero por sí
mismas no pueden satisfacer los diversos prerrequisitos fi­
nancieros y organizacionales necesarios para un desarrollo
económico urbano o regional concertado, y por ello se nece­
sitan nuevas formas de govemance.
El creciente reconocimiento de estos problemas está li­
gado estrechamente a los continuos intentos de ensayo y
error por encontrar nuevas y más apropiadas formas de
articulación de la regulación y la govemance en respuesta
a la crisis de los anteriores modelos de política urbana y
de economías locales. Esta cuestión puede ilustrarse con
un artículo reciente de Fosler, asesor de desarrollo econó­
mico local estadounidense, que se refiere, como muchos
otros, al paradigma del desarrollo económico local emer­
gente que enfatiza el papel de un sector privado revitalizado
y orientado por el mercado para garantizar el crecimiento
económico con una dinámica de crecimiento schum-
peteriana. Aunque también señala que esto requiere el de­
sarrollo de instituciones que modelen y ejecuten las res­
ponsabilidades del Estado a este respecto. Afirma Fosler,
entonces:

Las nuevas capacidades institucionales incluyen una reorientación


conceptual del papel económico de la govemance, la capacidad
para generar y aplicar conocimientos a través de una amplia gama
de áreas de política, el diseño de nuevos mecanismos y enfoques
de liderazgo y toma de decisiones, el rediseño de sistemas y es­
trategias para conseguir resultados y la creación de medios más
efectivos para evaluar la responsabilidad y el desempeño. [F o s l e r ,
1992, 4]

Fosler también señala que esta gama de nuevas respon­


sabilidades estatales no puede ser cumplida a satisfac­
ción por una agencia estatal única; que se necesitan di­
versas agencias; y que tampoco puede ser cumplida úni­
camente por el Estado. Por el contrario, la reorientación es­
tratégica del Estado requiere dos condiciones: a) Que la
govemance, como instrumento de desempeño económico,
combine una visión estratégica de arriba hacia abajo y a
largo plazo con una acción de abajo hacia arriba dirigida
por el mercado y orientada al desempeño; y b) Que se desa­
rrollen una nueva generación de inteligencia organizacional
y nuevos mecanismos de coordinación organizacional y agen­
cias que reflejen las características del mercado y propor­
cionen medios efectivos de evaluación de la calidad del des­
empeño y de la responsabilidad. Lo que se requiere, en suma,
es una estrategia de cambio institucional [F osler , 1992, 9-
13]. Estos argumentos ilustran bastante bien el amplio con­
senso que ha surgido en tomo de la necesidad de nuevos
arreglos institucionales. Pero aún no se ha resuelto qué for­
mas precisas de “reinvención” y/o reestmcturación del go­
bierno local se requieren para efectuar este cambio en la
govemance (sobre la reinvención, ver: O sborne y G aebler,
1993; y sobre la reestructuración, L ogan y Swanstrom , 1990).
En los comentarios finales se analizan algunos de los proble­
mas suscitados por el rediseño de la govemance económica.

CONTEXTUALIZACIÓN DE LAS NARRATIVAS

La pérdida de presupuestos sobre la naturaleza de la eco­


nomía nacional y del Estado nacional se refleja en tres cam­
bios que a menudo se identifican con la organización de las
actividades económicas del Estado nacional: a) El paso de
medidas de redistribución económica y social nacionalmente
determinadas, localmente sustituidas y orientadas al bien­
estar y a una intervención amplia —(supra)nacionalmente
facilitada y localmente determinada — del lado de la oferta
en la economía local y regional en su sentido más incluyen­
te, socialmente incorporado y socialmente regulado; b) Un
cambio en los mecanismos de govemance económica, desde
la bifurcación del mercado y el Estado típica de la postgue­
rra hasta nuevas formas de coordinación política basadas
en redes que cmzan y cortan las anteriores fronteras “pri­
vado-público” e involucran jugadores económicos claves de
las economías locales y regionales, así como también de las
economías nacionales y, cada vez más, internacionales; y c)
El paso consiguiente de un paradigma político supuesta­
mente fordista, keynesiano y de bienestar a otro que enfatiza
la flexibilidad, la innovación y la capacidad empresarial.
Estos cambios, en su combinación en los niveles regional o
local, son los que a menudo se condensan en el discutible
concepto de “ciudad empresarial”. A continuación los anali­
zo con más detalle, destacando su importancia para la na­
turaleza cambiante de ciudades y regiones.
Primero, hay una tendencia general hacia la desna­
cionalización de la existencia del Estado. Esta tendencia es­
tructural se refleja empíricamente en el “vaciamiento” del
aparato estatal nacional mediante la reorganización territo­
rial y funcional de las antiguas y nuevas capacidades del
Estado a los niveles subnacional, nacional, supranacional y
translocal. Un aspecto de esa reorganización es la pérdida
parcial, de jure, de la soberanía de los Estados nacionales
en ciertos campos a medida que los poderes de diseño de
políticas se trasnsfieren hacia arriba, a cuerpos supranacio-
nales, y sus reglas y decisiones se vuelven obligatorias para
los Estados nacionales. Esta tendencia es especialmente
clara en la Unión Europea pero también es visible en el naf­
ta y otros bloques regionales organizados intergubemamen-
talmente. Otro aspecto es la descentralización de la autori­
dad a niveles subordinados de organización territorial y el
desarrollo de diseños de políticas transnacionales y a la vez
interlocales.
Las ciudades o regiones empresariales son importantes,
en este contexto, de dos formas analíticamente distintas.
De un lado, hay un mayor papel de los Estados regionales
o locales en el desarrollo económico y, del otro, en el desa­
rrollo de vínculos transnacionales entre autoridades regio­
nales o locales, que incluyen lo que a veces se llama “para-
diplomacia” [D ommergues , 1992] o política “interméstica”
{“intermestic”) [D uchacek , 1984]. Puesto que el primer as­
pecto se trata ampliamente en la literatura académica, me
centraré en el segundo. Las ciudades y las regiones están
ahora comprometidas en sus propias formas de política
económica exterior en campos tan diversos como la políti­
ca industrial, la investigación y el desarrollo, la transfe­
rencia de tecnología, el desarrollo del mercado y del turis­
mo, los mercados de trabajo, etc. Esas actividades satisfa­
cen el criterio schumpeteriano de “actividad empresarial”
en la medida en que buscan “nuevas combinaciones” para
obtener ventajas competitivas fuertes y/o débiles. En Eu­
ropa, las autoridades y las agencias involucradas operan
supranacionalmente a nivel de la Unión Europea, así como
transnacionalmente, a menudo pasando por alto a su Esta­
do nacional, con lo cual refuerzan la tendencia al “vacia­
miento”. Al tratar de reforzar su influencia política en estos
aspectos, también buscan desarrollar una masa crítica de
agencias diversas involucradas en la descentralización eco­
nómica a diferentes niveles administrativos: la ciudad, la
red de ciudades, el área administrativa, la región, el Estado
y el nivel de la Unión Europea [D o m m e r g u e s , 1992, 11-12].
La misma Comisión Europea ha cultivado desde hace algún
tiempo los vínculos con las autoridades locales o regionales
y con las agencias de govemance para aumentar su propio
poder frente a los gobiernos nacionales. También promueve
la formación y consolidación de regiones específicas (inclu­
yendo regiones fronterizas internas, “regiones virtuales”
basadas en intereses similares más que en la contigüidad, y
regiones que se extienden más allá de la Unión Europea,
hasta Europa Oriental y Central) mediante sus propias in­
tervenciones directas y su promoción de asociaciones terri­
toriales y funcionales [M u r p h y , 1993; sobre las regiones
virtuales, ver: B o is ie r , 1994]. Esto puede verse en la estra­
tegia de una “Europa de regiones” en la medida en que la
Comunidad Europea se alia realm ente con regiones
subnacionales para identificar posibles espacios económi­
cos y políticos para un nuevo ordenamiento político basado
en la subsidiariedad (subsidiarity) más que en la soberanía.
Aunque los fondos disponibles para esas actividades patro­
cinadas por la Comunidad Europea son pequeños en com­
paración con los recursos nacionales (para no compararlos
con la magnitud de los problemas involucrados), tienen una
gran im portancia sim bólica y ejercen un importante
apalancamiento político (si no económico) [T ó m m e l , 1992].
Segundo, hay una tendencia general hacia la desestati-
zación de los regímenes políticos. Esta tendencia estruc­
tural se refleja empíricamente en el paso del gobierno a
la govemance en diversas escalas territoriales y a través
de diversos dominios funcionales. No debe pensarse que
esta afirmación significa que los gobiernos no confiaron
anteriormente en otras agencias para ayudar a conseguir
los objetivos estatales o proyectar el poder estatal más allá
del aparato formal del Estado; lo que está en juego, más
bien, es el reordenamiento de la relación entre gobierno y
govemance dentro del sistema político global y, en conjunto
con la primera tendencia, mejores mecanismos de gover-
nance transterritoriales e internacionales en los n ive­
les local y regional. Por tanto, esta tendencia implica un
desplazamiento del papel central de los aparatos estatales
oficiales: de asegurar los proyectos económicos y sociales
patrocinados por el Estado y la hegemonía política al énfa­
sis en diversas formas de asociación entre organizaciones
gubernamentales, paragubemamentales y no gubernamen­
tales, en las que los aparatos estatales son usualmente poco
más que primus interpares. Aunque esta tendencia implica
una pérdida de autonomía decisional y operacional de los
aparatos estatales (en el nivel que sea), también puede au­
mentar su capacidad para proyectar el poder del Estado y
lograr objetivos estatales movilizando el conocimiento y los
recursos de poder de los socios no gubernamentales o los
apostadores influyentes.
Esta tendencia es evidente no sólo en los niveles nacional
e internacional sino también en la reestructuración de la
govemance local o regional. Por ejemplo, hoy somos testigos
del desarrollo de nuevos papeles de la autoridad local en
Gran Bretaña en la promoción de “productos conjuntos” del
desarrollo económ ico endógeno basado en la mayor
competitividad estructural, al mismo tiempo que se presen­
ta una proliferación de agencias con propósitos especiales y
una separación creciente entre la comisión y la provisión de
servicios locales [C l a r k e y S t e w a r t , 1994, 164-165]. Así
mismo, pasando de los arreglos institucionales a aspectos
más sustanciales de política local o “govemance de la co­
munidad”, se observa que el Estado local en Gran Bretaña y
en otras partes tiende a convertirse en socio, facilitador y
árbitro de consorcios público-privados, coaliciones de cre­
cimiento, etc., y que, por consiguiente, pierde su papel de
coordinación global de, y en nombre de, los intereses comu­
nitarios locales. Por ejemplo, los sindicatos locales, las cá­
maras de comercio locales, el capital de riesgo local, las en­
tidades educativas locales, los centros de investigación lo­
cales y los Estados locales pueden llegar a acuerdos para
regenerar la economía local.
Tercero, hay una tendencia general hacia la interna-
cionalización del Estado nacional y sus subgobiemos. Es­
ta tendencia aparentemente paradójica se refiere a la cre­
ciente importancia estratégica del contexto internacional
de la acción del Estado doméstico y a la expansión del
campo de acción del Estado nacional para propósitos do­
mésticos que incluyen una extensa gama de factores y pro­
cesos extraterritoriales o transnacionales. Esto implica, en
suma, un cambio en el balance global de las orientaciones
estratégicas del Estado, que se refleja empíricamente en el
campo de la política económica y social; por ejemplo, se re­
fleja en la medida en que el objeto principal de la interven­
ción económica y social del Estado nacional pasa del des­
empeño doméstico bien balanceado de la “economía nacio­
nal” a su “competitividad internacional” global, entendida
en términos económicos integrales, como puede verse en el
cambio tendencial desde la preocupación keynesiana por el
bienestar de los estados nacionales europeos de postguerra
hasta los intereses de workfare schumpeterianos menos cen­
trados en el Estado del régimen político “post-nacional” emer­
gente. Estos intereses se reflejan en las diversas políticas
tendientes a promover la innovación permanente, una cul­
tura empresarial y la flexibilidad del mercado de trabajo,
así como a subordinar, más generalmente, la política social
a los imperativos percibidos de la competencia internacio­
nal. Debe recalcarse que el neoliberalismo es sólo una ma­
nifestación empírica de esta tendencia.
Aunque esta tendencia es muy clara en la transforma­
ción del Estado nacional, también es válida para los Esta­
dos locales, puesto que éstos también deben tener en cuen­
ta el cambiante contexto internacional de sus actividades
económicas. Esto se refleja, ínter alia, en el intento de com­
binar desarrollo económico endógeno con inversión hacia
adentro, así como en el compromiso de promover la expor­
tación y/o las actividades de sustitución de importaciones
en una economía internacional continuamente cambiante.
Además, por supuesto, las rivalidades intra e internacio­
nales están asociadas a la competencia interlocal por la
inversión interna, el readiestramiento, etc.

LA EXPLICACIÓN DEL AUGE


(¿ Y LA CAÍDA?) DE LA CIUDAD EMPRESARIAL

Es claro que al contextualizar la reinvención de la ciudad


y el rediseño de la govemance urbana, he empezado a
preparar una narrativa alternativa. La presente sección
ofrece una explicación más general del auge discursivo
de la ciudad empresarial y, señalando los factores ignora­
dos o ausentes en sus narrativas y discursos de legitima­
ción, también busca contribuir a una explicación de los lí­
mites (y, por tanto, de la posible caída) de la nueva estrate­
gia “empresarial”.
Aunque por mucho tiempo la mayoría de las economías
nacionales estuvieron organizadas alrededor de economías
urbanas importantes14y se integraron en sistemas pro­
ductivos plurinacionales15 (como el sistema colonial o el
fordismo atlántico), las diversas economías urbanas y
plurinacionales asociadas al fordismo atlántico fueron
administradas principalmente dentro del Estado nacio­
nal y por el Estado nacional. En consecuencia, como ob­
jeto de administración política, el complejo campo de las
relaciones económicas fue manejado como si estuviese
dividido en una serie de economías nacionales relativa­
mente cerradas. El carácter de las políticas regional y
urbana era princip almente redistributivo, de arriba ha­
cia abajo, y éstas buscaban igualar las condiciones so­
ciales y económicas dentro de esas economías naciona­
les [C h is h o l m , 1990; y S t ó h r , 1989]. Así mismo, la política
económica internacional se orientó a la cooperación para
garantizar el fácil funcionamiento de las economías nacio­
nales. En este sentido, el Estado nacional puede distinguir­
se de las formas precedentes: Estado mercantilista o liberal
constitucional o imperialista, y de las formas estatales ac­
tualmente emergentes que se orientan a la administración
de economías regionales recientemente redescubiertas o
recién formadas en diversas escalas, sub y supranacionales,
incluyendo los vínculos interfronterizos localizados. En todo
caso, la construcción de la economía nacional y de su Esta­
do nacional asociado debería verse como un momento his­
tórico específico de la cambiante dinámica de la “reproduc­
ción-regulación” económica.
Sin embargo, con la expansión continua del fordismo at­
lántico y la emergencia de las economías asiáticas orienta­
les, se hizo más difícil lograr los objetivos económicos na­
cionales oficiales del Estado de Bienestar Keynesiano na­
cional de la postguerra. Estos objetivos se definieron usual­
mente como pleno empleo, precios estables, crecimiento eco­

14 Esta presunción fue destacada particularmente por Jane Jacobs en su traba­


jo sobre las ciudades y la riqueza de las naciones [1984],
15 Esta presunción se asocia particularmente con la escuela de la regulación de
Grenoble, especialmente con el trabajo de De Bemis [1988].
nómico y una balanza de pagos manejable. Entre las res­
puestas a esas dificultades hubo un resurgimiento del pro­
teccionismo para defender la economía nacional (o, al me­
nos, los llamados sectores “decadentes” [ “sunset” sectors] y
sus empleos correspondientes) y/o intentos de delimitar un
espacio económico más amplio dentro del cual podía reno­
varse la “reproducción-desregulación” (con frecuencia e ini­
cialmente, en un contexto político neoliberal amplio). Aun­
que el proteccionismo mantuvo la economía nacional como
objeto principal de la gestión económica, la cooperación
supranacional socavó su estatus indiscutible a este respec­
to. Esta última tendencia se reforzó en la medida en que se
consideró cada vez más que las economías locales y regio­
nales tenían problemas específicos propios que no podían
resolverse con políticas macroeconómicas nacionales ni con
políticas meso o microeconómicas impuestas de modo uni­
forme. Esto alentó las demandas de políticas urbanas y re­
gionales diseñadas y formuladas específicamente para ser
implementadas desde abajo, con o sin el patrocinio o la
facilitación nacional o supranacional.
La forma del Estado nacional asociada al fordismo at­
lántico también ha entrado en crisis. El Estado soberano
ha sido cuestionado por el desarrollo de un “gobierno
grande”, supuestamente sobrecargado, por una crisis de
legitimidad a medida que el Estado ya no parece capaz
de garantizar el pleno empleo y el crecimiento económi­
co, y por la aparición de una crisis fiscal que amenaza
erosionar el Estado de Bienestar. Estas tendencias a la
crisis fueron agravadas por los conflictos crecientes en­
tre Estados locales y gobierno central y por la crisis de
los regímenes internacionales organizados bajo la hege­
monía estadounidense, que se tradujo en una menor ca­
pacidad para asegurar las condiciones de un eficaz desem­
peño económico y político de los Estados nacionales. Tam­
bién hubo una crisis de las formas de representación políti­
ca basadas en “partidos de gobierno”, “sindicalismo nego­
ciador” y asociaciones de capitalistas, y aparecieron “nue­
vos movimientos sociales” que desafiaban la lógica indus­
trial del fordismo atlántico y la lógica estatista del bienestar
keynesiano y favorecían formas alternativas de organización
política y económica y una sociedad civil antiburocrática,
autónoma y politizada. Estos y otros cambios (sobre los cua­
les puede verse, por ejemplo: J e s s o p , 1995) han contribuido
a crear las condiciones políticas para el surgimiento de la
ciudad o región “empresarial”. En algunos casos éste ha
sido favorecido por el mismo gobierno central como un me­
canismo para desplazar la crisis y desviar la atención de
sus propios fracasos; en otros casos, se ha optado por una
vía de “más mercado y menos Estado” mediante el patroci­
nio de asociaciones público-privadas descentralizadas.
En suma, dejando de lado por el momento las cuestiones
de la narrativa y el discurso, es en este contexto institucional
que se puede comprender la difundida fascinación con la
auto-organización de las relaciones inter-organizacionales
y la continua experimentación de formas alternativas de
govemance, bien sean redescubiertas o recién inventadas.
La defensa más general de este cambio en la jerarquía del
gobierno y en el intercambio puro de mercado puede hacer­
se en términos de la ventaja evolutiva de la lógica auto-or-
ganizadora de las relaciones inter-organizacionales16, en las
que una pluralidad de organizaciones autónomas pero
interdependientes que controlan recursos importantes nece­
sitan coordinar sus acciones para producir un resultado con­
junto que se considera mutuamente benéfico. La complejidad
de los problemas de regeneración económica en un ambiente
turbulento significa que las soluciones de mercado y las solu­
ciones formales, legal-racionales, se consideran inadecuadas.
Al mencionar estos cambios, sostengo que la actual ex­
pansión de las redes en detrimento de los mercados y las
jerarquías, y de la govemance a expensas del gobierno, es más
que una etapa específica de una sucesión regular de modos
dominantes de diseño de políticas. Ha habido un cambio en el
centro institucional de gravedad (o “atractor institucional”) en
tomo del cual funcionan los ciclos políticos, debido a cambios
cualitativos en los problemas básicos que deben abordar las
actuales políticas de regularización o gobemalización. No obs­
tante, dada la importante transición del fordismo al
postfordismo (vinculada, además, a las nuevas tecnologías, la
intemacionalización y la regionalización), hay una creciente
importancia del nivel micro de govemance y del lado de la ofer­
ta. Tendencias análogas son suscitadas por la crisis del Esta­
do nacional, con una proliferación de problemas fronterizos y

16 Esta ventaja evolutiva debería entenderse en términos schumpeterianos: ca­


pacidad para innovar y aprender en un ambiente cambiante.
multifacéticos que ya no pueden no ser coordinados dentro de
la jerarquía del Estado nacional o mediante la anarquía
neorrealista del mercado [J e s s o p , 1995]. En ambos campos se
puede identificar cierta continuidad en la discontinuidad: los
mecanismos familiares de govemance se están reviviendo para
propósitos cualitativamente nuevos.
En resumen, aún subsiste un papel político central
para el Estado nacional; pero este papel ha sido redefinido
como resultado de la rearticulación más general de los
niveles de organización política y económica locales, re­
gionales, nacionales y supranacionales. Excepto que (o
hasta que) la organización política supranacional adquiera
no sólo facultades gubernamentales sino también cierta
medida de legitimidad democrática popular, el Estado
nacional seguirá siendo un factor político clave como ins­
tancia superior de la responsabilidad política democráti­
ca y también jugará un papel clave en organizar la auto-
organización de las relaciones inter-organizacionales. La
forma como cumpla estos papeles políticos genéricos no
dependerá solamente de la cambiante matriz institucional
y de los cambios en el balance de fuerzas a medida que
avanza la globalización, la triadización, la regionalización
y el resurgimiento de la govemance local.

COMENTARIOS FINALES

El enfoque teórico que se ha usado aquí se asocia a dos


presunciones relacionadas: primera, que hay un vínculo
estrecho entre estrategias económicas y discursos eco­
nómicos, puesto que sólo por, y a través de la mediación de
estos últimos se identifican los problemas, se diseñan las
políticas y se resuelven las crisis; segunda, que un elemen­
to esencial de la regularización de las actividades económi­
cas dentro de un régimen de acumulación determinado es
un modo efectivo de meta-govemance, es decir, una articu­
lación específica de los mecanismos de govemance y de go­
bierno capaz de re-regularizar los aspectos funcionales y
territoriales de la economía figurada en cuestión. Sugiero
que es en este contexto teórico donde empiezan a entender­
se dos hechos inseparables: a) Que la ciudad está siendo re­
figurada o re-representada como una entidad cultural, polí­
tica y económica que de algún modo busca comprometerse
en actividades empresariales; y b) Que esta refiguración está
ligada al rediseño de los mecanismos de govemance que
incluyen a la ciudad, puesto que ésta es una parte impor­
tante de la representación y de la auto-identificación de la
ciudad empresarial que entra activamente en asociaciones
público-privadas, promueve redes, prioriza el crecimiento
económico, etc. Esto es evidente en la amplia gama de ma­
terial auto-presentacional emitido por las ciudades y las
agencias involucradas en su govemance. Por lo tanto, en
vez de ser explicaciones excluyentes de lo que está suce­
diendo en la ciudad contemporánea, sostengo que el rediseño
de la govemance es una parte integral de la re-figuración de
la ciudad. Pero esto también implica que el fracaso de esas
formas rediseñadas de govemance tiene consecuencias ad­
versas para la imagen de la “ciudad empresarial”17.
Esto puede verse en los esfuerzos por rediseñar la
govemance en Gran Bretaña. Estos han fallado al menos
por dos razones principales: a) La insuficiencia de los
mecanismos de govemance escogidos para abordar los
problemas específicos que inciden en la crisis de la eco­
nomía británica en general y en las crisis regionales o
locales en particular; y b) El fracaso para articular esos
nuevos mecanismos dentro de un sistema global de meta-
govemance, es decir, en una combinación adecuada de
gobierno y de govemance que pueda asumir las funciones
políticas genéricas continuas del Estado nacional, esto es, el
mantenimiento de la cohesión social en una sociedad dividi­
da en clases, razas y géneros [P o u la n tz a s , 1973]. Por supues­
to, dichos problemas no son desconocidos en otras partes,
aunque, no obstante, son especialmente agudos en Gran Bre­
taña, puesto que los regímenes de Thatcher y de Major han
tenido más éxito en desincorporar las fuerzas emergentes del
mercado de su restringido establecimiento social de la post­
guerra que en reincorporarlo en una estructura orgánica e
institucional que contribuya a re-regularizar la acumulación.
En consecuencia, ni los mecanismos económicos de
govemance ni las funciones políticas genéricas del Estado
nacional funcionan bien en la actualidad. Esto se refleja en
el fracaso de las asociaciones para regenerar la economía
británica (en últimas, ha sido otra política fracasada —la de­

17 Éste es justamente el tipo de fracaso que actualmente se halla detrás del


malestar de la economía política urbana de Gran Bretaña.
valuación— la que ha proporcionado la base principal de la
recuperación económica, al tiempo que el crecimiento orien­
tado a las exportaciones ha moderado el factor benéfico) y en
las profundas divisiones dentro del Partido Conservador so­
bre la cuestión de la soberanía nacional frente a Europa y,
desde luego, sobre el papel de las regiones en el Reino Unido
mismo. Pero para profundizar estos temas se requeriría por
lo menos de otro artículo.
Las tendencias actuales en las estrategias de desarro­
llo económico local y de govemance local en Gran Breta­
ña sugieren que no se dispone de fondos centrales ni de
coordinación central. Los gobiernos de Thatcher y de
Major han tratado de limitar los fondos públicos inverti­
dos en el desarrollo económico regional o local y han fra­
casado notoriamente para asegurar una estructura apro­
piada de meta-govemance que compense la creciente frag­
mentación de la govemance comunitaria [C l a r k e y S t e w a r t ,
1994, 167]. En particular, pese a la retórica de la des­
centralización y de la libertad de elección, hay un énfasis
marcado en los modelos nacionales y en la uniformidad
que se opone al énfasis en el ajuste flexible a las necesi­
dades locales, así como a la insistencia en la necesidad
de un ajuste flexible en respuesta a los cambios econó­
micos turbulentos. Estos problemas pueden resumirse
en términos de una importante debilidad del actual enfo­
que del sector público del Reino Unido acerca del desa­
rrollo económico local: “La falta de una estructura nacional,
la inadecuada integración de las estructuras de desarrollo
económico regional y local, y la justificación de un nivel lo­
calmente determinado de intervención económica que no se
oponga a los intereses económicos nacionales” [ B o v a ir d ,
1992, 356].
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ÍNDICE ANALÍTICO

A B

Acción: Balanza de pagos, 71, 186, 196


colectiva, 160 Bienes:
Actores: capital, de, 21, 31
políticos, 160, 161 consumo, de, 21, 28,
Acumulación: 34, 36
estrategias de, 76-77 Bienes y servicios:
extensiva, 33 producción de, 26, 72
fordista, 22, 28, 33, Bienestar:
36, 39, 78 social, 26, 28, 86, 186
intensiva, 33-34 Biotecnología, 44, 81
Agentes sociales, 109 Brasil, 86
Alemania, 31, 36, 121 Burocracia, 111, 116, 121
Aparato:
Estado, de, 101, 107-108 C
militar represivo, 106
Área Norteamericana de Libre Canadá, 28, 187
Comercio, 73 Capacidad empresarial, 180,
Arte de gobernar, 142-143 182, 190
Asia del Este, 66 Capital:
Austria, 28 acumulación de, 33-36, 139
Auto-organización, 147-1*50, autovalorización del, 119,
198-199 180
Autocentrismo, 39 circuito del, 21-22
Autoridad, 84, 121, 191-193 circuitos globales de, 71
Automotores: riesgo, de, 70, 82, 193
sector de, 22 valorización del, 65,
Autopoiesis, 125, 148 autovalorización del, 119, 180
Auto-regulación, 141, 147 Capitalismo:
Autoritarismo, 143 reproducción económica y
social ampliada del, 64 Coordinación:
Centro político, 121 inter-organizacional, 159
Ciudad empresarial, 16, organizacional, 163, 190
177-206 social, 152, 155
Ciudadanía: Corea del Sur, 86
ampliación de la, 110 Corporativismo:
Clausewitz, Carlos de, 104 empresarial, 92
Cohesión social, 26, 152-153 Corrupción, 104, 143
Coerción parental Crecimiento:
o patriarcal, 115 modelo fordista de, 72, 85
Comercio: potencial, 85
interno, 73 Crédito:
Comisión Europea, 81, 83, consumo, de, 22, 24
84, 90-92 masivo, 24
Competencia: privado, 24
internacional, 72, 178, 194 Crisis fiscal, 48, 85, 188, 196
Competitividad: Cuenta corriente:
económica, 92, 183 desequilibrios de la, 79
estructural, 73-76, 88-92, Cultura:
177-179, 181, 182 burocrática, 112
internacional, 72, 194 empresarial, 88, 90,
nacional, 88, 143 179, 184, 194
tecnológica, 71
Comunidad Económica del D
Pacífico Asiático, 73
Comunidad Económica Demanda:
Europea, 66, 77, 80-81, agregada, 24
83, 91, 192, 193 global, 45
Comunidad política Desarrollo:
imaginada, 180, 181 sostenible, 187
Comunidad política Desestatización, 191
internacional, 66 D esnacionalización, 190
Comunismo, 184, 186 Desregulación, 87, 92,
Consumo: 165, 196
colectivo, 25, 65, 82 Dinamarca, 28
diferenciado, 47 Dinero, 24, 47, 75, 77
masivo, 21, 24, 25, Discurso:
33-34, 40, 65-66 análisis del, 15, 99,
normas de, 34-40, 137 125, 178
patrones de, 72 económico, 76
social, 85 teoría del, 102
Control: Diseño:
policial, 112 constitucional, 156, 165
institucional, 154, 159 Esfera:
políticas, de, 148, 165, doméstica, 115
166, 179 privada, 115, 116
Dominación: pública, 115
clase, de, 101 Especialización flexible, 31,
política, 100, 118 33, 44, 51, 90, 179
Estado:
E administradores del, 103-
108, 127
ausencia de, 121
Economía(s): autonomía del, 67, 105, 118
abierta, 73, 75 control del, 110
constitución imaginaria debilidad del, 121
de la, 181 forma del, 11, 94, 196
evolutiva, 138, 142 fortaleza del, 121
global, 67-69, 71, 74, funciones del, 52, 68, 69,
76, 84, 88, 95 104, 106, 115, 117
institucionalista, 140 gendarme, 11, 110
integral, 25, 64, 65, integral, 25
139, 158 local, 27, 28, 51,
local, 10, 81, 162, 82, 83
178, 190, 193 papel del, 12, 15, 26,
moderna, 120 28, 47, 75, 76, 81, 104, 152
nacional, 33, 34, 65, política del, 106
71, 72, 78, 181, 185, -teoría gramsciana del, 64
195, 196 teoría machista del, 103
política, 7, 14, 102, 135, vacío, 80
154, 156, 199 Estado capitalista, 13, 15,
Económica: 16, 69, 74, 99, 101, 124
austeridad, 66 Estado de Bienestar
expansión, 35, 66, 70, 79 Keynesiano, 15, 24, 63-78,
Economicismo, 114, 159 93, 196
Empleo: Estado de Competencia, 177
temporal, 85 Estado de Trabajo
tiempo* completo, de, 85 Schumpeteriano, 15, 63-78,
Empresa(s): 95, 179
fordista, 22, 23 Estado liberal burgués, 115
industriales, 23 Estado moderno, 104, 106,
transnacionales, 51 111, 112, 115, 116, 120
vacías, 80 Estado-nación, 9-11, 81,
Empresarialismo, 76 99, 110
Empresarios: Estado sin Estado, 118-119, 125
políticos, 184 Estados depredadores, 122
Estados en desarrollo, 122 relaciones de, 113, 114,
Estilo de vida americano, 26, 36 117, 125
Estrategias: teorías de, 112
empresariales, 72, 184 Geoeconomía, 178, 187
políticas, 110 Geopolítica, 104, 178,
Estructuralismo, 94, 109 184, 187, 188
Euroempresas, 81 Globalización, 9-10, 86,
184, 199
F Gobemabilidad, 16, 17, 109,
111, 161
Falocracia, 113 Gobierno:
Fascismo, 36, 39 social, 110
Feminismo: Govemance, 135-176
marxista, 99, 112-115 económica, 144-145, 155,
Flexibilidad, 21, 43-46, 51, 72 177, 179, 188-190
Ford, Henry, 19, 23, 30 local, 135, 136, 158-162,
Fordismo: 192-193
atlántico, 69, 143, 162, sectorial, 145, 149
186, 195, 196 urbana, 188-190
crisis del, 40-48, 54, 79, Gramsci, Antonio, 64, 101-102
82, 84, 86 Gran Bretaña, 38, 121, 135,
defectuoso, 31 167, 178, 179, 184, 193,
Fordista: 194, 199, 200
modo de regulación, 40 Grupos de interés, 103
Formaciones sociales, 106, 125 Guerra, 105-106, 116
Foucault, Michel, 108-111, Guerra Fría, 143, 184, 186
141, 149
Fratemalismo, 112 H
Fuerza de trabajo:
reproducción colectiva de la, 22 Homeóstasis, 147
reproducción privada de la, 22
reproducción social de la, 26, 76 I
Fuerzas:
sociales, 125-126 Identidad, 147
Fujitsuismo, 54 Imaginario político, 117
Funcionalismo, 49, 94, Imperialismo, 116
103, 147, 147 Importaciones:
sustitución de, 194
G Industrias:
decadentes, 80
Género: Industrialismo, 105, 110
desigualdades de, 114 Innovación(es):
mecanismos de, 113 promoción de, 66, 76
sociales, 181 Mercancías:
Inteligencia organizacional, 90, ideológicas, 26
163, 190 Meta-gouemance, 165, 198,
Intemacionalización: 199, 200
flujos monetarios, de los, 71 Metanarrativas, 184-186
Inversión: geoeconómicas, 184
externa, 71 institucionales, 185
extranjera, 80 Microelectrónica, 38, 42
Inversiones: Micropoder, 110
móviles, 182 Militarismo, 110, 116
Misoginia, 112
J Modernización, 26, 45,
48, 107
Japón, Moneda, 14, 24, 77, 163
31, 36, 37, 41, 73, 78, 86, 95 internacional, 77
Jerarquías: nacional, 77
corporativas unitarias, 140 Movimientos sociales, 10, 26,
enmarañadas, 141 48, 143, 196
Multinacionales, 71
K
N
Keynes, John Maynard, 15,
16, 24, 74-75, 93, 202 NAFTA, 191
Keynesianismo: Narración, 182
internacional, 45, 74, 79 Narrativas, 182, 187
geopolíticas, 184
L institucionales, 184
personales, 184
Libre mercado, 88 públicas, 183, 184
Línea de ensamblaje, 20, 30, 38 sociales, 182
Lucha de clases, Narratividad:
40, 54, 103, 105, 139, 157 ontológica, 182
Nazismo, 36
M Negociación:
colectiva, 23, 37, 46, 78
Manufactura: salarial, 22, 23
flexibilización de la, 42-43 Neocorporativismo, 89, 92
Maquiavelo, Nicolás, 104 Neoestatismo, 90, 99, 103,
Masculinidad: 104, 106, 107, 125
culto a la, 116 Neofordismo, 41, 43
Mercadeo, 20, 24, 26 Neoliberalismo, 12, 87, 88,
Mercado: 92, 161, 194
interno, 28 Neomercantilismo, 91
N ormalización: Post-liberalismo, 40
disciplinaria, 110 Postmodemismo, 102
Norteamérica, 66, 77, 83, Práctica:
95, 183 política, 118, 144
Precios:
O estabilidad de, 71
Privatización, 27, 87
Oferta: Producción:
intervención de la, 79 costo de, 78
Organización militar, 104 en serie, 20-24, 31-34,
39-45, 89, 179
P flexible, 33, 42, 44,
48, 72
Países recientemente masiva, 52, 72, 78, 82, 85
industrializados, 70 Productividad, 20-23, 27, 34,
Partidos: 35, 37, 39, 44
gobierno, de, 28, 196 Propiedad privada, 27, 115
Patemalismo, 112 Proteccionismo, 195-196
Patriarquía, 113, 114 Proyectos:
Planeación: sociales, 120
macroeconómica, 85 Publicidad masiva, 24
Pluralismo, 103
Plusvalía relativa, 23, 34 R
Poder(es):
desplazamiento de, 80 Racionalidad, 109, 116, 138,
despótico, 122 165, 185
estatal, 107, 109, 140, económica, 185
180, 192 gubernamental, 109
infraestructural, 119, 122 Razón de Estado, 109
jurídico-político, 108 Re-regularización, 160, 167
legal, 108 Redes:
local, 109 económicas de seguridad, 188
microfísica del, 103, 125 políticas, 89, 107, 189
militar, 106 sociales, 22, 125
social, 107, 125 Reestructuración económica,
Policía, 110, 113 69, 177
Política(s): Reforma social, 107
bienestar, de, 82 Región(es):
económica, 12, 75, 76, empresarial, 182, 183
88, 186, 191, 194, 195 industriales nodales, 27
local, 145, 193 virtuales, 192
macroeconómica, 71 Regionalización, 86, 93, 136,
social, 10, 66, 76, 80, 194 166, 197, 198
Regulación: 135-176 Seguridad:
económica, 11, 68, 142, crisis de la, 85
143, 145, 146, 151, económica, 119
153, 155, 164 interna, 119
modo económico de, 150, social, 85, 88
153 tecnológica, 119
modo local de, 145 Selectividad:
modo social de, 14, 84, discursiva, 185
142, 143, 151, 153, 164 estratégica, 116, 160, 180, 185
objetos de, 51, 159 estructural, 101, 123, 125
social, 64, 65, 68, 84, 88 Sexualidad, 112
teoría de la, 16, 64, 93, 102, Sindicatos, 23, 28, 37, 43,
138, 149, 151, 153, 156 82, 89, 193
Relación(es): masivos, 37, 89
económicas, 44, 151, 157, Sistema(s):
163, 195 complejos, 147, 148
salarial, 22, 23, 39, 45, 51, de gobierno, 105
151, 156 económico, 43, 102
sociales, 22, 26, 41, 52, estatal, 85, 102, 110, 123
112, 113, 146, 151, 157, 180 estatales supranacionales, 80
Repres entación: legal, 119
colectiva, 118 político, 25, 103, 104,
política, 196 107, 118, 119, 120, 123,
Reproducción: 125, 163, 192
económica ampliada, 25 sociales, 147, 148
social, 26, 75, 86 teoría de, 120, 146, 147
Soberanía:
S centralizada, 108
estatal, 108, 109
Salario(s), 21, 23, 34, 37, nacional, 80, 200
39, 44, 78, 86, 88, 146 perforada, 84
aumento de, 21 política, 108
forma del, 84 Sociedad:
individual, 26 burguesa, 102
mínimo, 23 civil, 64, 196
social, 46 empresarial, 144, 184
Schumpeter, Joseph-Alexis, 74, organización disciplinaria
182 de la, 103
Sector(es): política, 25, 64, 102,
estatal, 87 145, 180
manufactureros, 32 Societalización, 20-27, 38, 48,
privado, 48, 87, 162, 189 52, 148, 151, 153, 161
público, 44, 87, 122, 200 Spathkapitalismus, 54
Subconsumo, 21, 78 U
crisis de, 21, 78
Subjetividad, 112 Unión Soviética, 35, 51
Subsuncionismo, 114
Suecia, 28, 29, 57 V

T Valor:
forma, 14, 150
Taiwán, 85 Ventajas competitivas:
Thatcherismo, 91, 161 dinámicas, 181
Taylorismo, 36, 43, 44 estáticas, 181
Técnicas: Vigilancia:
fordistas, 21, 27, 31 técnicas de, 110
Tecno-económico: Violencia:
paradigma, 68, 72 constitucionalizada, 111
Tecnología(s): masculina, 115
centrales, 70 Voluntad colectiva, 180
marina, 81
nodales, 70 W
transferencia de, 70, 71, 82,
91, 92, 191 Weber, Max, 104
Tercer Mundo, 44, 143 Workfare, 63, 75, 79, 88, 95,
Territorio: 178, 194, 203
transnacional, 187
Tocqueville, Alexis de, 104
Trabajador(es):
colectivo, 22, 45
masivo, 20, 44, 45
nodales, 46
periferia, de la, 46
Trabajo:
división técnica del, 20, 32
fuerza de, 21, 22, 27, 42,
65, 76, 85
mercado de, 31, 37, 48, 66,
76, 82, 90, 194
proceso de, 14, 20, 23,
26, 38-44, 50-52, 153, 180
semicalificado, 20, 23
Triadización, 178, 184, 198
Turismo, 26, 189, 191

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