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(Estudiad la página 96 del libro de texto, Historia de la filosofía, de J. M. Matos y X. Martí Orriols. Edit.
Vicens Vives).
(Estudiad la página 121 del libro de texto, Historia de la filosofía, de J. M. Matos y X. Martí Orriols. Edit.
Vicens Vives).
El debate fe-razón surge ya en la Patrística y continúa en el siglo XI con la gran disputa entre “dialécticos”
(Gerberto de Aurillac, 945-1003; Berengano de Tours, 1000-1088;Juan Escoto Eriúgena, 810-877) y
“antidialécticos” (Lanfranco de Pavía, 1010-1089; Pedro Damián, 1007-1072). Los dialécticos consideraban
que la razón es muy beneficiosa para la fe y otorgaban la primacía a la razón y al método dialéctico. Los
antidialécticos, en cambio, afirman que la filosofía es nociva para la fe y se oponen a la ayuda de la razón.
Pero son los pensadores escolásticos los que van a desarrollar ese debate más decididamente, influenciados
por la irrupción del pensamiento aristotélico, que llega a ellos por medio de los filósofos musulmanes, sobre
todo Avicena (980─1037) y Averroes (1126─1198).
Centraremos esta polémica en las opiniones de los cinco filósofos que representan las posturas más
marcadas: un Padre de la Iglesia (san Agustín, 354─430), un filósofo musulmán (Averroes), y tres
escolásticos (santo Tomás de Aquino, Duns Scotto, 1266─1308; y Guillermo de Ockham, 1298─1349).
Agustín de Hipona (354-430) no se preocupó de trazar fronteras entre fe y razón, sino que
consideró que ambas tienen como misión el esclarecimiento de la verdad que, como creyente, no podía
considerar otra que la verdad cristiana. Para Agustín la fe y la razón colaboran del siguiente modo:
“Creo para entender, entiendo para creer” es la sentencia que resume su postura.
Averroes
Contra estas dos afirmaciones, y con ellas, contra la teoría de la doble verdad, se levanta entonces un
movimiento que intentará conciliar el mensaje filosófico aristotélico con la doctrina cristiana y que está
representado por san Alberto Magno y su discípulo santo Tomás de Aquino.
a) Hay una clara distinción entre razón y fe. La razón, facultad “natural” del ser humano, carece de
iluminación divina y sólo puede conocer, “de abajo arriba”, a partir de los datos de los sentidos; en
cambio, la fe, un don “sobrenatural” y gratuito, conoce a partir de la Revelación divina, “de arriba
abajo”, y acepta lo que Dios ha revelado. En consecuencia, razón y fe son autónomas.
b) Sostiene que no son divergentes porque entre ellas no puede darse contradicción, dado que tienen un
origen común: la fuente de la verdad (Dios). En consecuencia y en contra del averroísmo latino afirma
que las verdades reveladas por Dios y las descubiertas por la razón no pueden estar en contradicción (la
verdad filosófica no puede contradecir la verdad revelada). O dicho de otra manera: lo que es verdadero
según la sabiduría divina, no puede ser falso según la sabiduría humana.
c) Zona de confluencia entre ambas. Tomás niega la “doble verdad” tal y como la entendía el averroísmo
latino y, dejando a un lado las verdades naturales, que constituyen el ámbito de la ciencia y que se
pueden conocer por la razón (el conocimiento matemático o el de las ciencias naturales), pero que no son
necesarias para la salvación ni tampoco son objeto de la teología, admite dos tipos de verdades:
─ Las que se pueden conocer por la razón como, por ejemplo, la existencia y unidad de Dios, la
inmortalidad del alma, etc., ya demostradas por los filósofos, guiados por la luz natural de la razón.
Algunas de esas verdades, que la razón puede conocer por sí sola, han sido reveladas también por
Dios, ya que, aun siendo necesarias para la salvación, sólo pueden ser conocidas por unos pocos
hombres, y no sin errores o dudas. Estas verdades son llamadas preámbulos de la fe (En este tipo de
verdades hay una zona de confluencia, una zona común entre razón y fe).
─ Las que no se pueden conocer por la razón, porque sobrepasan su capacidad. También son necesarias
para la salvación. Son los artículos de la fe como, por ejemplo, la Encarnación, la Trinidad. Para su
conocimiento es imprescindible la Revelación.
Desde estos ámbitos de la verdad es preciso entender las relaciones entre la fe y la razón (entre la
teología, como saber fundado en la Revelación, y la filosofía, como saber racional). Son relaciones de
autonomía y mutua colaboración. Por tanto, fe y razón se armonizan y complementan: resulta legítimo el
uso de la razón para aquellas verdades que el conocimiento humano puede alcanzar y al mismo tiempo la
fe prolonga la capacidad del conocimiento humano más allá de los límites de nuestra razón. En este
contexto, la filosofía comienza a dejar de ser la criada de la teología (ancilla theologiae), pues la razón
tiene su propio ámbito de aplicación, autónomo, dentro de esa verdad única, al igual que ocurre con la fe.
d) La teología como ciencia “mixta”. La zona de confluencia entre la fe y la razón permite que la teología
utilice los principios de la filosofía, “no porque los necesite sino para mejor explicar lo que en ella se
enseña; y no porque considere a las otras ciencias como superiores, sino que las utiliza como inferiores y
siervas”. Pero los verdaderos principios de la teología son los artículos de la fe, no los principios
filosóficos. Además los artículos de la fe se aceptan sin demostración racional. De hecho, señala santo
Tomás, ninguna ciencia demuestra sus principios, sino que los utiliza para demostrar otras cosas.
La demostración de la existencia de Dios: las vías tomistas (Estudiad las páginas 123 y 124 del libro de
texto, Historia de la filosofía, de 2º de Bchto, de J. M. Bueno Matos y X. Martí Orriols).
El pensamiento del siglo XIV reduce hasta eliminar la zona de confluencia entre razón y fe que
había propuesto Tomás. Ockham (1298-1349) afirmará que la razón y la fe son fuentes distintas con
contenidos distintos. Las proposiciones que Tomás consideraba comunes a ambas son declaradas ahora
indemostrables racionalmente y, por lo tanto, objeto exclusivo de la fe religiosa. El ámbito de la razón queda
reducido y este proceso limitador del alcance de la razón tiene un precedente en Duns Scotto (1266-1308) y
culmina en Ockham
Scotto afirma que la existencia de Dios puede demostrarse y formuló pruebas en este sentido, pero hay
atributos divinos como la omnipotencia, justicia, providencia, etc. que no se pueden demostrar por
procedimientos exclusivamente racionales: pertenecen al ámbito de la fe.
Ockham va más lejos y dirá que no solamente no se pueden demostrar ciertos atributos divinos, sino que la
misma existencia de Dios es indemostrable por la razón.
el conocimiento de Dios por una iluminación especial de Dios en la otra vida (salvo en el caso de la mística),
se trata por lo tanto, de una ética trascendente, religiosa.
La ética tomista incluye la afirmación de la existencia de la ley natural. Según Tomás todo ser natural posee
unas tendencias que derivan de su naturaleza, de su esencia. El ser humano también es un ser natural y, por
lo tanto, de su conocimiento resultan ciertas normas de conducta que están basadas en su misma naturaleza.
Es decir, hay una serie de deberes o mandamientos morales que tienen como fundamento la propia naturaleza
humana y que son descubiertos y expresados por la razón. Esto es la ley natural, que se concreta en que:
1. como substancia, el ser humano tiene una tendencia natural a conservar su propia existencia y, por lo
tanto, el deber moral de conservar su vida;
2. como animal, tiende a procrear, y de ahí surge el deber moral de la pareja de engendrar y educar a los
hijos;
3. como ser racional, tiende a conocer y a vivir en sociedad, de ahí la obligación moral de buscar la verdad
y defender la justicia.
La ley natural supone afirmar una ética universal, dado que la naturaleza humana es común a todos los seres
humanos; evidente, porque las normas son conocidas fácilmente por la razón e inmutable, porque la
naturaleza humana permanece y no se ve afectada por el cambio de las sociedades en el tiempo.
Lo que posibilita que el ser humano descubra la ley natural es el hecho de que esta ley proviene de la razón
divina. El ser humano, dado que es un ser creado, está sometido a la Divina Providencia, que Tomás
denomina ley eterna o ley divina. Hay, pues, una ley eterna o razón que gobierna el mundo, presente en la
mente divina, de donde emana la ley natural que está en los hombres y que es un reflejo o participación de la
ley divina.
La existencia de la ley eterna y de la ley natural no anula la libertad humana lo que permite resolver el
problema del mal, porque si la razón divina gobierna el mundo no es Dios, en último término, responsable
de la existencia del mal. Santo Tomás, siguiendo a san Agustín, relaciona ese problema con el de la libertad
humana: Dios creó al hombre libre de escoger entre el bien y el mal. “Pertenece a la infinita bondad de Dios
permitir los males para de ellos obtener bienes”. El hombre es libre de salvarse o de condenarse y aunque su
naturaleza lo incline hacia el mal, la fuerza de la gracia de Dios lo lleva hacia el bien.
Una última cuestión es como conciliar ley natural con las leyes positivas, esto es, con las normas vigentes
en una sociedad, ya que, aunque la tendencia a vivir en sociedad se proclama en la ley natural, la vida social
sólo es posible desde la imposición de unas normas legales que regulan la convivencia. Estas normas legales
son las que constituyen la ley positiva, el Derecho, que según santo Tomás no puede provenir del capricho
de los gobernantes, sino que es algo exigido por la misma naturaleza. La ley positiva debe ser una
concreción de la ley natural y no puede ir en contra de ella porque la ley positiva prolonga la ley natural al
aclararla o concretarla y, por eso, debe respetarla; la norma es la ley natural.
Es decir, del mismo modo que la filosofía se encuentra subordinada a la teología, la ley positiva debe
subordinarse a la ley natural y, por lo tanto, a la ley divina, lo que supone en la política subordinar el Estado
a la Iglesia; aunque el estado tiene una esfera propia, como en el caso de la razón con respecto a la fe, es un
sirviente de la Iglesia.