interdisciplinarios de crear nuevos conocimientos coinciden en que esen el periodo in-
terbélico —entre 1920 y 1939— cuando pueden encontrarse sus origenes. Ello, sin
duda, sin dejar de lado ni desconocer los esfuerzos previos realizados al respecto pero
también aceptando que, si bien fueron extraordinariamente adelantados para su €po-
ca, constituyeron experiencias a menudo exitosas pero en todo caso aisladas. Los mo-
delos de pensamiento a los que hicimos referencia antes —y que atin perviven en nues-
tras instituciones educativas— fueron construidos en los inicios o en pleno
desenvolvimiento de lo que los historiadores y los economistas llaman «La Revolucién
Industrial», que gestada desde fines del siglo XVI, estallé en todas sus enormes posibi-
lidades durante el siglo siguiente. En textos impecablemente argumentados, como ocurre
con los tres tomos de la «Historia de la tecnologia» de Derry y Williams, entre otros,
advertimos que las revoluciones cientificas se han sucedido ininterrumpidamente des-
de que se sustituy6 al esfuerzo fisico de hombres y animales por la produccién automa-
tizada. La revolucién dela aplicacién de la fuerza del vapor y del carbon como combus-
tible a las calderas para mecanizar la industria textil y luego a los transportes fue la
primera, luego se generaliz6 el uso del motor de combustién interna alimentada con
derivados del petrdleo, mas tarde la electricidad, luego la fusion nuclear, mas cerca de
nosotros las tecnologias de bajo voltaje, la electronica y ahora la robética, la cibernéti-
ca, la inteligencia artificial y la nanotecnologia. Cada una de esas innovaciones produ-
jo, asu vez, la sustitucién de viejos modos de pensar y de actuar por nuevas modalida-
des de intervenir sobre lo social y posibilité la creacién y la recreacién de nuevos
horizontes cientificos.
A partir del periodo a que haciamos referencia —los anos veinte y treinta del siglo
pasado— «cl paradigma de la simplificacién fue sustituido por el paradigma de la com-
plejidad», como decfa Santiago Ramirez, y la monodisciplinariedad —propia del modelo
positivista de factura napoleonica— qued6 puesta entre signos de interrogacién en lo
que respecta a su capacidad para darle respuestas profundas y consistentes tanto a las
necesidades de la expansi6n del pensamiento cientifico como a la creciente demanda
social de innovaciones aplicables al mejoramiento de la calidad de la vida colectiva.
La intervencién interdisciplinaria para el tratamiento cientifico de algtin tema o
de algtin problema tienen ciertas particularidades que contradicen lo que hemos apren-
dido en nuestras universidades. En primer lugar, exige que nos desprendamos de esa
cierta dosis de soberbia y de comodidad intelectual que implica la creencia —de que
desde nuestro punto de vista disciplinario estamos en condiciones de dar respuestas
completas y complejas s6lo a las interrogantes que se inscriben en el campo de refe-
rencia de nuestra especialidad. Exige, por lo tanto, el esfuerzo de asumir la responsa
bilidad de comprender que el conocimiento carece de delimitaciones formales, que
conforma una totalidad gnoseolégica que s6lo ha sido fragmentada siguiendo la in-
dicacién cartesiana —sin duda por demas practica y que ha dado espléndidos resul-
tados— de que lo complejo, para ser entendido, tiene que dividirse en partes simples
y entender que tal parcializacién es, solamente, un recurso metodolégico, un artifi-
cio de la inteligencia para poder penetrar en el conocimiento de la esencia de los
fenémenos y de los procesos.
La practica dela investigaci6n o de la reflexi6n interdisciplinaria nos propone, tam-
bién, que abandonemos el solitario y autosuficiente ejercicio de la indagaci6n perso-
nal, privada, para integrarnos en grupos de trabajo en los cuales nuestras ideas par-
ticulares se confronten, se enriquezcan y se modifiquen gracias a otras aportaciones de
152