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- Pink floyd
Este es un poema que perfectamente se puede analizar del principio hacia el final. Esto por
su cualidad de ir rebelando información a esquelas. Y es que todo el poema cobra sentido
en el brindis. El brindis que forma, de alguna manera, parte de una tradición que conjuga la
conflagración de los hombres ante una mesa. El brindis que pasa desde la Ilíada hasta los
poetas malditos y desembarca en esta ciudad del alba, al recordar a aquella muchacha ebria.
El brindis que nos habla de Bajtin, del carnaval donde puede hablarse de las cosas que hay
que callar, de una fuga en esta olla de presión que somos los seres humanos.
El título ya habla de un evento conflictivo. Aún en estos nuestros días, mis amigos se
escandalizan si les digo que pretendo a una muchacha a la que conocí embriagándonos. Y
es que la muchacha ebria es un contraejemplo. La muchacha que debiera guardarse en casa,
guardar su pudor y ahogar sus gritos de rabia y melancolía en la solemnidad de la iglesia o
entre una madeja de estambre.
Una mujer construida sobre el fétido olor de las bocas cuando beben, sobre sueños
marchitos, sobre tatuajes (El tatuaje aquí parece símbolo de rebeldía o decadencia), sobre
tuberculosis, sobre su dormido sexo de orquídea martirizada. En este juego de contrastes
entre la ternura de una mujer hecha casi de porcelana y la aspereza de los secretos
habitantes de la noche, hace de la chica ebria un personaje extremadamente humano. La
chica ebria nace de un choque de arquetipos y se erige como un ser casi palpable. Huerta
culmina el poema de forma magistral, porque finalmente, la muchacha ebria conmueve y se
queda en la memoria:
“Este tierno recuerdo siempre será una lámpara frente a mis ojos,
una fecha sangrienta y abatida.