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El conflicto de la(s)
identidad(es) y el debate de la
representación
La relación entre la historia del arte y la
crisis de lo político en una teoría crítica de
la cultura
I
Las imágenes espaciales son Es posible que el concepto de identi-
los sueños de la sociedad. dad sea uno de los más resbaladizos, con-
Dondequiera que se descifre fusos, contradictorios e incómodos con-
alguna imagen espacial, ceptos inventados por la modernidad oc-
se presenta la base de la cidental (puesto que, para empezar, es un
realidad social. invento, es moderno y es occidental). Efec-
Sigfried Kracauer tivamente, sólo la así llamada modernidad
–a la que además habría que calificar: la
modernidad burguesa – requirió de ese
concepto para dotar de contenido “inte-
rior”, en principio, a otro de sus inventos,
fundamental desde el punto de vista teó-
rico-ideológico: el de la figura del indivi-
duo. Figura que constituye la base filosó-
fica, política y económica de toda la cons-
trucción social de la burguesía europea a
partir del Renacimiento, y cuya expresión
metafísica máxima articula al ego
cogitans cartesiano del siglo XVII con el
sujeto trascendental kantiano del XVIII. Por
supuesto, esta imagen dominante de la
modernidad, apoyada en la “identidad”
individual, no es la única posible. Hay una
imagen crítica de la modernidad, contra-
puesta desde el propio interior de esa mis-
ma modernidad europea, y ejemplarmen-
te expresada por el pensamiento de Marx,
Nietzsche o Freud, que cuestionan impla-
cablemente ese universalismo de la iden-
tidad individual, ese esencialismo del Su-
jeto moderno. Semejante cuestionamien-
to supone una imagen colectiva y fractu-
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1 El carácter “colectivo” del Sujeto en Marx no necesita mayor argumentación: la subjetividad que “hace historia” es la de las
clases. En el caso de Nietzsche y Freud, ese carácter es más difícil, pero no imposible, de demostrar: en el primero, el
“aristocratismo” espiritual del Superhombre tiene una dimensión plural, y no necesariamente “individualista”. En el segundo,
está claro por lo menos a partir de la Psicología de las Masas que el Inconsciente es “transubjetivo”; la idea de un Inconsciente
propio de cada “individuo” es una deformación psicologista que nada tiene que ver con el psicoanálisis.
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ño, el lapsus , el acto fallido; y, desde lue- ciertas ideas de Ernst Kantorowicz en su
go, de la obra de arte o literaria. Y es por famoso estudio sobre Los Dos Cuerpos del
eso que Lacan, leyendo a la letra a Freud, Rey2 , explica que en la Edad Media eu-
puede afirmar la paradoja de que la ver- ropea el término representatio empezó
dad tiene estructura de ficción. por designar a las efigies escultóricas,
Todo lo anterior, pues, no tenía otra normalmente hechas de madera, que
finalidad que la de ejemplificar las vaci- acompañaban en la procesión fúnebre al
laciones de la relación entre la noción de féretro del rey muerto. En tanto se des-
“identidad” (incluso en su sentido colec- conocían las modernas técnicas de con-
tivo, que en la moderna cultura occiden- servación del cadáver, el cuerpo del ilus-
tal, como hemos visto, fue transportado tre fallecido era por supuesto estricta-
desde el campo del individuo: ya volve- mente inmostrable: su estado putrefac-
remos sobre este tema) y la de “repre- to y repugnante hubiera producido un
sentación”, como efecto imaginario y efecto visual de extrema decadencia del
como mecanismo de construcción de la Poder real; o habría que decir, quizá, de
identidad. Es el momento, ahora, de pro- decadencia de lo real del Poder, trans-
fundizar en este último concepto, ensa- formado en una pulpa informe y asque-
yando algunas analogías sin duda discu- rosa, indigna de respeto y veneración.
tibles y arriesgadas, pero que podrían La lógica de la representatio, entonces,
resultar asimismo productivas. en tanto representación simbólica inco-
rruptible del Rey, al mismo tiempo susti-
tuye y es el cuerpo del Poder. Y lo hace con
II toda la ambigüedad del desplazamiento
llamado “metonímico”, en el cual la ima-
En efecto, en los últimos tiempos nos gen “re-presentante” hace presente al
hemos acostumbrado a hablar de una objeto “representado” precisamente por su
profunda crisis, que algunos califican de propia ausencia, en el sentido de que esta
terminal, en lo que se suele llamar el “sis- ausencia de lo “representado” –o su estric-
tema de representación”. Cuando habla- ta “inmostrabilidad”, su obscenidad – es
mos así estamos hablando, por supuesto, la propia condición de existencia del “re-
de la crisis de la política, incluso de la cri- presentante”. O, en otras y más simples
sis de lo político, en el más amplio senti- palabras: la propia condición de posibili-
do de la palabra. Pero el término “repre- dad de la existencia de la representación
sentación” tiene el ambiguo y polisémico es la eliminación visual del objeto; allí don-
interés de ser un concepto que no perte- de está la representación, por definición
nece sólo al discurso de la política –al sale de la escena el objeto representado. Y
menos en su sentido moderno- sino tam- sin embargo, al mismo tiempo, la existen-
bién al discurso de la estética, de la teoría cia virtual del objeto “invisible” es el de-
del arte o la filosofía de las formas simbó- terminante último de la representación. En
licas en general. ¿Podemos aprovecharnos toda representación, por lo tanto, se pone
de esa riqueza semántica para intentar, en juego una paradójica dialéctica entre
a mero título de balbuceante hipótesis, presencia y ausencia. O, para decirlo con
una suerte de articulación no reduccionis- un célebre título de Merleau-Ponty, entre
ta entre esos campos discursivos, basada lo visible y lo invisible; donde lo invisible es
en el concepto de “representación” y su parte constitutiva de lo visible, así como
crisis actual? en la música los silencios son parte consti-
Para ensayar esa búsqueda es nece- tutiva de la articulación de los sonidos.
sario hacer un breve rodeo histórico. Pero, por supuesto, no se trata de cualquier
Carlo Guinzburg, retomando a su vez invisibilidad ni de cualquier silencio: si lo
2 Cfr. Guinzburg, Carlo: “Representación”, en Ojazos de Madera, Barcelona, Península, 2001, y Kantorowicz, Ernst: Los Dos
Cuerpos del Rey, Madrid, Alianza, 1985.
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visible está determinado por lo invisible, acepten el mandato del gobierno colo-
lo contrario es igualmente cierto; lo visible nial; pero tampoco con el objetivo prin-
produce lo invisible como una determina- cipal de eliminar un símbolo vergonzan-
ción concreta y específica de invisibilidad, te de la opresión femenina: esto ya ha
del mismo modo en que la nota musical sido plenamente comprendido. Las mu-
significa de modo específico al silencio jeres del FLN se quitan el velo para ha-
que la antecede o la sigue. cerse menos sospechosas, menos miste-
En determinadas circunstancias his- riosas a los ojos del ocupante –que aho-
tóricas y sociales, este juego de visibili- ra cree haber “quebrado” esa resistencia
dad / invisibilidad puede ser producido cultural- y así poder circular libremente,
con objetivos político-ideológicos bien llevando en sus bolsos y carteras occiden-
precisos, y ciertamente no sólo al servi- tales los panfletos de propaganda o las
cio del poder, sino por el contrario, al ser- armas de la resistencia.
vicio de una reconstrucción de las repre- Esta es la estrategia que en otra parte
sentaciones e identidades colectivas con hemos llamado de intermitencia dialéc-
fines de resistencia a la opresión. Los tica4 . Como corresponde a toda dialécti-
ejemplos abundan: entre ellos, es para- ca, es una lógica que se despliega en tres
digmático el ya clásico análisis que hace momentos: en el primero, la ausencia del
Frantz Fanon de la función del velo entre rostro sigue siendo el síntoma y la afir-
las mujeres argelinas del FLN (Frente de mación de un dominio, una subordina-
Liberación Nacional) en la lucha ción o una exclusión “bárbara”. En un
anticolonial a principios de la década del segundo momento, esa misma ausencia,
´603 . Fanon explica que los funcionarios inversamente, es la negación determina-
coloniales franceses estaban verdadera- da de esa exclusión: la mujer hace sen-
mente obsesionados por convencer a las tir al “civilizado” ocupante colonial la pre-
mujeres de que se quitaran el velo, invo- sencia insoportable e inquietante de su
cando razones “progresistas” y hasta de ausencia. En un tercer momento, el de la
“emancipación femenina”. Pero la verda- negación de la negación, la reaparición
dera razón, interpreta Fanon, es que ellos del rostro –que, paradójicamente, hace
perciben perfectamente que –bajo las pasar a la mujer argelina al anonimato,
condiciones de la ocupación colonial- ese al menos para el invasor- es el desplaza-
velo que para los occidentales ilustrados miento (o, mejor: la inversión en lo con-
fue siempre símbolo del sometimiento trario) del ocultamiento de los instrumen-
de la mujer, es ahora resignificado como tos de liberación. Se ve aquí, pues, cómo
índice de resistencia cultural: los con- la alternancia entre presencia y ausen-
quistadores, dice Fanon, sienten que esa cia de las representaciones de lo civiliza-
persistencia en el ocultamiento del ros- do y lo bárbaro es resignificada
tro equivale a una fortaleza que no pue- críticamente como una política de “lle-
de ser conquistada; la mujer argelina nado” de los vacíos de representación.
puede mirar a sus nuevos amos sin ser Pero esa política se monta sobre la lógica
mirada por ellos. Hay allí una “desapari- constitutiva de la que hablábamos más
ción” de la imagen, de la representación, arriba, a saber: la de que el “representan-
que permite que ese cuerpo no pueda ser te” supone, al menos en principio, la des-
simbólicamente violado por el escruti- aparición de lo representado.
nio permanente del opresor. Lo que conecta al representante con
Pero en una segunda etapa, con la lo representado es, así, una infinita leja-
lucha anticolonial ya avanzada, el FLN nía entre ambos: es la percepción de dos
hace que sus mujeres, en efecto, se qui- mundos que nunca podrían coexistir en
ten el velo. No, evidentemente, porque el mismo espacio, y cuya relación consis-
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5 Benjamin, Walter: “La obra de arte en la época de su reproducción técnica”, en Discursos Interrumpidos, Madrid, Taurus, 1978.
6 Panofsky, Erwin: Renacimiento y renacimientos en el Arte Occidental, Madrid, Alianza, 1973.
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pezar un siglo y medio antes: por ejem- ma época que instituye a la representa-
plo, con la conquista de América y los de- ción con su pretendidamente pleno va-
bates entre Bartolomé de las Casas, Fran- lor de realidad, es la época de constitu-
cisco Vitoria, Ginés de Sepúlveda y mu- ción del Estado Moderno (occidental),
chos otros sobre el estatuto de “humani- que –una vez cumplida su etapa de tran-
dad” de esos Otros súbitamente incorpo- sición con mayor o menor grado de ab-
rados a (o “violados” por) la modernidad solutismo- consagra la forma de gobier-
europea. Ya no tendríamos allí entonces no llamada “representativa”, y el sistema
esa representación cartesiana que funda político correspondiente. Es también
la subjetividad moderna sobre el imposible, entonces, sustraerse a la ten-
solipsismo autoengendrado del sujeto tación de la analogía: “constitutivamen-
monádico –y que se traslada fácilmente te”, como se suele decir, el sistema repre-
al mito de autoengendramiento de los sentativo produce el efecto imaginario
Estados y naciones de la Europa moder- de suprimir la diferencia representante
na-, sino una representación estrictamen- / representado, diferencia “objetiva” sin
te dialógica (para decirlo con el célebre la cual, paradójicamente, el propio con-
concepto de Bakhtin), atravesada por el cepto de “representación” carece abso-
conflicto permanente e inestable implí- lutamente de sentido. Pero es que esa es,
cito en el “diálogo” de los sujetos colecti- justamente, la eficacia del Mito: de esa
vos y las culturas: una representación que, “máquina de eliminar la Historia”, como
mutatis mutandis y paradójicamente, la llama Lévi-Strauss, que permite “resol-
estaría mucho más cerca de la represen- ver”, en el plano de lo imaginario, los con-
tación freudiana (y, a su manera, flictos que no se pueden resolver en el
marxiana) de la subjetividad moderna, plano de lo real. ¿Y será ocioso recordar
que de la pacífica autorreflexividad y que, para el mismo Lévi-Strauss, la “má-
autorreferencialidad (por no decir quina mítica” por excelencia, en la socie-
“autoeroticidad”) del Yo cartesiano –o, al dad occidental moderna, es la ideología
menos, de la vulgata ideológicamente in- política? 9 .
teresada que del Yo cartesiano se ha ter- Y sin embargo, en determinadas con-
minado imponiendo-. diciones justamente históricas, la máqui-
Una representación dialógica y na mítica funciona, tal vez durante siglos.
“descentrada” que parece estar paradóji- ¿Cómo se podría negar el inmenso “pro-
camente preanunciada en la “excentrici- greso” que significó, en la historia políti-
dad”, por ejemplo, del Barroco; paradóji- ca y social de occidente, la institucionali-
camente, decimos, porque como es sabi- zación del sistema representativo? Las
do, el impulso ideológico que está por de- ventajas de ese efecto imaginario de su-
trás de la representación barroca es –di- presión de la diferencia representante /
cho en términos clásicos- “reaccionaria”, representado –cuya “base material”,
ya que está estrechamente vinculado al como ya hemos también adelantado, es
movimiento de la Contrarreforma. Y sin el paralelo entre la abstracción del “equi-
embargo, no sería la primera vez en la his- valente general” de las mercancías y el
toria que una reacción contra el presente “equivalente general” de la ciudadanía
que pretende volver al pasado permita universal, según lo postulaba Marx–, son
entrever las potencialidades del futuro. indudables. Pero no necesariamente
Transformación ideológica, decíamos eternas: podría llegar el momento en que
antes. Y también, claro está, política. una dialéctica negativa10 , inherente a la
Puesto que –como ya lo adelantamos más propia lógica de las transformaciones del
arriba- es imposible olvidar que esta mis- sistema, corrompiera la eficacia de ese
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efecto imaginario, y pusiera de manifies- da” del mundo por la cual hasta las gue-
to el carácter estructuralmente imposi- rras más atroces, injustas y sangrientas
ble de la noción moderna de represen- pudieron reducirse a un colorido espec-
tación, al menos en su versión dominan- táculo televisivo detrás del cual parecía
te de sustitución o equivalencia entre no haber nada, un inmenso vacío en el
representante y representado, sacando que los objetos, y sobre todo los cuerpos
a la luz esa distancia insalvable, esa di- destrozados por las bombas, quedaban
ferencia irreductible entre los dos térmi- ya no sólo discretamente fuera de la vis-
nos de la ecuación que la Edad Media –o ta en el ataúd de contenido inmostrable,
el modo de producción feudal, si se lo sino desplazados al infinito, a una dis-
quiere llamar así- ni siquiera se plantea- tancia inaccesible en la que se pierde
ba como problema, puesto que la para siempre la relación conflictiva, sí, tal
representatio no hacía más que confir- vez imposible, pero relación al fin, entre
mar y reforzar sin disimulos la diferen- la imagen y el objeto. ¿Será por eso que
cia inconmensurable, sin equivalencia nunca vimos, ni siquiera en imágenes, los
posible ni imaginable, entre el dominan- cuerpos muertos en la Guerra del Golfo,
te y el dominado, entre el amo y el sier- en las Torres Gemelas o en Afganistán?
vo, entre el poder y el no-poder. Es como si se hubiera realizado perver-
Es sólo en la Edad Moderna –o en el samente la profecía hegeliana del “fin del
modo de producción “burgués”, si se pre- arte”, o la vocación vanguardista de vol-
fiere la denominación- que puede des- ver a fusionar el arte con la vida. Perver-
nudarse el conflicto de las “equivalencias samente, decimos, porque desde luego
generales”, el conflicto de las represen- no es que el arte –como pretendía Hegel-
taciones, dado que sólo ese modo de pro- haya sido “realizado” y “superado” por el
ducción puede hacer entrar en crisis lo pensamiento crítico-filosófico, ni que la
que él mismo ha generado. Es sólo en él vida –como pretendían las vanguardias-
que podría suceder, por ejemplo, que la se haya transformado en un escándalo
pérdida o la corrupción simbólica del estético productor de permanentes sor-
“equivalente general” licuado por el presas, sino que arte y vida se elimina-
corralito arrastrara una paralela pérdida ron mutuamente incluso en el estimulan-
y corrupción simbólica del “equivalente te conflicto que los enfrentaba, que que-
general” del sistema representativo, ins- dó disuelto en un mundo de pura repre-
talando nuevamente la percepción de sentación alienada y alienante.
aquella distancia infinita, de aquella di- Y esto tuvo su correlato en el plano de
ferencia insorteable, entre lo represen- la economía y en el de la política. En la
tante y lo representado. Sabemos que, economía, la transformación de la lógica
antes de esto, como modo inconsciente productiva del capitalismo industrial clá-
de maquillar esa crisis, la eliminación –y sico en la lógica parasitaria de la espe-
ya no sólo la sustitución- del objeto por culación financiera mundial –es decir, en
parte de la representación, fue llevada a un capitalismo soportado por la pura
sus consecuencias extremas por eso que magia de las representaciones sin base
dio en llamarse la “postmodernidad”, en material- también nos hizo olvidar que
la cual la dominación de las fuerzas pro- detrás de esa representación desmate-
ductivas y reproductivas de las nuevas rializada de un dinero que viajaba sin
tecnologías representacionales –de los fronteras a través de las imágenes
medios de comunicación de masas a la computarizadas de la Bolsa mundial,
web, por etiquetarlas rápidamente- nos había países, sociedades, continentes
hicieron pasar de la identificación en- enteros que se derrumbaban en el abis-
tre lo representante y lo representado, mo de la miseria y la desesperanza. En la
característica de la modernidad, a la li- política, la desmaterialización de la de-
quidación lisa y llana de lo representa- mocracia “representativa” formal tam-
do, a una desmaterialización “globaliza- bién aumentó al infinito su distancia con
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