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Diderot, D. (1994) Escritos sobre Arte. Madrid: Siruela.!

1!

Investigaciones filosóficas sobre el origen y la naturaleza de lo Bello


(Fragmentos)

(…)

Bello es un término que aplicamos a infinidad de seres; pero, por mucha diferencia que haya
entre los seres, es preciso o que hagamos una falsa aplicación del término bello o que haya en
todos los seres una cualidad cuyo símbolo sea el término bello.
Ésta cualidad no puede ser del número de las que constituyen su diferencia específica,
porque no habría sino un solo ser bello, o, todo lo más, una sola especie bella de seres.
Pero, entre las cualidades comunes a todos los seres que llamamos bellos, ¿cuál elegiremos
para la cosa cuyo símbolo es el término bello? ¿Cuál? Es evidente, me parece, que no puede ser
sino aquella cuya presencia hace que todos sean bellos, cuya frecuencia o rareza, si es susceptible
de frecuencia y rareza, los hace más o menos bellos, cuya ausencia los hace dejar de ser bellos,
que no puede cambiar de naturaleza sin hacer que cambie lo bello específico y cuya cualidad
contraria convertiría a los más bellos en desagradables y feos; aquella, en una palabra, por la cual
la belleza comienza, aumenta, varía hasta el infinito, declina y desaparece. Ahora bien, no existe
sino la noción de relación capaz de estos efectos.
Así pues, llamo bello fuera de mí a todo lo que contiene en sí algo con que despertar en
mi entendimiento la idea de relación, y bello con relación a mí a todo lo que despierta esa idea.
Cuando digo todo, exceptúo, sin embargo, las cualidades relativas al gusto y al olfato,
aunque dichas cualidades puedan despertar en nosotros la idea de relación, no llamamos bellos a
los objetos en los que residen, cuando sólo los consideramos respecto a esas cualidades. Decimos
una comida excelente, un olor delicioso, pero no una bella comida, un bello olor. Por ello cuando
decimos qué bello rodaballo, qué rosa tan bella, consideramos otras cualidades en la rosa y en el
rodaballo, que no son las relativas a los sentidos del gusto y el olfato.
Cuando digo todo lo que contiene en sí algo con que despertar en mi entendimiento la idea
de relación, o todo lo que despierta esa idea, conviene distinguir las formas que están en los
objetos, y la noción que yo tengo de ellas. Mi entendimiento no pone nada en las cosas y no les
quita nada. Piense yo o no piense en la fachada del Louvre, todas las partes que la componen
siguen teniendo tal o cual forma y tal o cual armonía entre ellas: existieran o no existieran los
hombres, seguiría siendo igual de bella, aunque solamente para posibles seres constituidos de
cuerpo y alma como nosotros; porque, para otros, podría no ser ni bella ni fea, o incluso ser fea.
De lo cual se deduce que, aunque no exista lo bello absoluto, hay dos clases de lo bello respecto a
nosotros, lo bello real y lo bello percibido.
Cuando digo todo lo que despierta en nosotros la idea de relación, no entiendo que, para
llamar bello a un ser, haya que apreciar qué clase de relación es la que predomina en él; no exijo
que aquel que ve un obra arquitectónica sea capaz de asegurar lo que el propio arquitecto puede
ignorar, es decir, que esa parte es a aquélla como tal número es a tal número, o que aquel que oye

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un concierto sepa a veces más de lo que sabe el músico, esto es, que tal sonido es a tal sonido en
la relación de dos a cuatro o de cuatro a cinco. Basta con que perciba y sienta que los elementos
de la arquitectura y que los sonidos de la pieza musical estén relacionados, ya sea entre sí, ya sea
con otros objetos. Son la indeterminación de las relaciones, la facilidad de descubrirlas y el placer
que acompaña su percepción los que han hecho imaginar que lo bello era más un asunto de
sentimiento que de razón. Me atrevo a asegurar que todas las veces que un principio nos resulte
conocido desde las más tierna infancia y que hagamos por costumbre una aplicación fácil y súbita
a los objetos situados fuera de nosotros creemos juzgarlas por sentimientos; pero nos veremos
obligados a confesar nuestro error en todas las ocasiones en que la complicación de las relaciones
y la novedad del objeto interrumpan la aplicación del principio: entonces el placer esperará, para
hacerse sentir, a que el entendimiento haya pronunciado que el objeto es bello. Además el juicio,
en esos casos, casi siempre pertenece a los bello relativo,1 y no a lo bello real.
(…)

Como vemos, hay diversas formas de lo bello relativo, y un tulipán puede ser bello o feo
entre los tulipanes, bello o feo entre las flores, bello o feo entre las plantas, bello o feo entre las
producciones de la naturaleza
¿Qué se entiende cuando se dice a un artista: Imita la bella naturaleza? O no se sabe qué se
le encarga o se le dice; si tienes que pintar una planta y el tema elegido no requiere que sea un
roble o un olmo seco, roto, destrozado, sin una sola rama, toma la más bella de las plantas; si
tienes que pintar un objeto de la naturaleza, y se es indiferente cuál elegir, toma el más bello.
De lo que se deduce:
1. Que el principio de la imitación de la bella naturaleza requiere un estudio muy profundo y
muy amplio de sus producciones en todas las especies.
2. Que aunque se tuviera el conocimiento más perfecto de la naturaleza y de los límites que
ha prescrito en la producción de cada ser, no sería menos cierto que el número de ocasiones en
que lo más bello podría ser utilizado en las artes de imitación sería aquel en que es preciso
preferir lo menos bello, como la unidad al infinito.
3. Que aunque haya realmente un maximun de belleza en cada obra de la naturaleza,
considerado en sí mismo; o, para servirme de un ejemplo, que aunque la rosa más bella que
produce jamás llegue a tener ni la altura ni el tamaño de un roble, no hay ni bello ni feo en sus
producciones, consideradas respectos al empleo que se pueda hacer de ellas en las artes de
imitación.
Según la naturaleza de un ser, según estimule en nosotros la percepción de un mayor número
de relaciones, y según la naturaleza de las relaciones que estimule, es bonito, bello, más bello,
bellísimo; o feo, bajo, pequeño, grande, elevado, sublime, exagerado, burlesco o agradable. Y
habrá que hacer una gran obra y no un artículo de diccionario para entrar en todos los detalles:
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1
Diderot explica que la noción de lo bello relativo se ha entendido en la historia del pensamiento como aquello que
percibimos en los objetos cuando son considerados como imitaciones o imágenes de otros modelos, o en referencia a
objetos semejantes de una especie convenida de antemano.

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nos basta con haber mostrado los principios; abandonamos al lector el cuidado de las
consecuencias y las aplicaciones. Pero podemos asegurarle que, ya coja sus ejemplos de la
naturaleza o los tome de la pintura, la moral, la arquitectura, la música, siempre encontrará que da
el nombre de bello real a todo lo que contiene en sí algo con lo que despertar la idea de relación;
y el nombre de bello relativo a todo lo que despierta relaciones convenientes con las cosas con las
que hay que hacer la comparación.
Me limitaré a poner un ejemplo, tomado de la literatura. Todo el mundo conoce la frase
sublime de la tragedia de Horacio: QUE MUERA. Pregunto a alguien que no conozca la obra de
Corneille, y que no tenga idea alguna de la respuesta del viejo Horacio, lo que piensa de estas
palabras: Que muera. Es evidente que aquel al que interrogo, como no sabe qué significa que
muera, como no puede adivinar si es una frase completa o un fragmento, y como apenas percibe
entre los términos relación gramatical alguna, me responderá que no le parece ni bello ni feo.
Pero si le digo que es la respuesta de un hombre consultado sobre lo que otro tiene que hacer en
un combate, empiezo a descubrir en mi interlocutor una especie de valor que no le deja creer que
siempre sea mejor vivir que morir; y el que muera empieza a interesarle. Si añado que en el
combate está en juego el honor de la patria; que el combatiente es hijo de aquel al que se ha
preguntado; que es el único que le queda; que el joven tenía que enfrentarse a tres enemigos que
ya habían quitado la vida a dos de sus hermanos; que el anciano habla a su hija; que es un
romano; entonces la respuesta que muera, que no era ni bella ni fea, se embellece a medida que
desarrollo sus relaciones con las circunstancias y acaba de ser sublime.
Cambiad las circunstancias y las relaciones, y pasad el que muera del teatro francés a la
escena italiana, y de los labios del viejo Horacio a los de Scapin,2 y el que muera se volverá
burlesco.
Seguid cambiando las circunstancias, y suponed que Scapin esté al servicio de un amo duro,
avaro y huraño y que son atacados en un camino real por tres o cuatro bandoleros. Scapin huye;
su amo se defiende, pero como son muchos, se ve obligado a huir también; entonces acuden a
informar a Scapin de que su amo ha escapado al peligro. "¿Cómo", dirá Scapin sintiéndose
traicionado, así que ha huido? ¡El muy cobarde!". Pero le responderán: "Solo contra tres, ¿qué
quieres que haga?" "Que muera", responderá; y ese que muera será gracioso. Así pues, es
constante que la belleza comienza, aumenta, varía, se debilita y desaparece con las relaciones, tal
como hemos dicho más arriba.
Pero ¿qué entiende usted por una relación?, me preguntarán. ¿Acaso no es cambiar la
acepción de los términos, dar el apelativo de bello a lo que jamás se ha visto como tal? Al
parecer, en nuestra lengua la idea de lo bello va siempre unida a la de grandeza, y sólo se puede
definir lo bello vinculado a su diferencia específica a una cualidad que conviene a infinitud de

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2
Personaje de la comedia de Moliera Los enredos de Scapin estrenada en 1671. Comedia fuertemente influenciada
por la comedia del arte italiana. (Género de teatro popular nacido a mediados del siglo XVI en Italia).

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seres, que no poseen ni grandeza ni sublimidad. Crousaz3 sin duda ha exagerado cuando ha
sobrecargado su definición de lo bello con un número tan grande de caracteres que ha debido
quedar restringida a un número muy pequeño de seres; pero ¿no es caer en el defecto contrario
hacerla tan general que parezca abarcarlos a todos, sin exceptuar siquiera un montón de piedras
informes, tiradas al azar e en borde de una cantera? Todos los objetos, se puede añadir, son
susceptibles de relaciones entre sí, entre sus partes, y con otros seres; no los hay que no puedan
armonizarse, ordenarse, disponerse simétricamente. La perfección es una cualidad que puede
convenir a todos, pero no ocurre lo mismo con la belleza; sólo está en un pequeño número de
objetos.
(…)

La relación en general es una operación del entendimiento que considera ya sea un ser ya sea
una cualidad, en tanto que dicho ser o dicha cualidad supongan la existencia de otro ser o de otra
cualidad. (…) De lo que resulta que, aunque la relación sólo está en nuestro entendimiento, en
cuanto a la percepción, no por ello se basa menos en las cosas; y diré que una cosa contiene en sí
las relaciones reales, siempre que esté llena de cualidades que un ser constituido de cuerpo y alma
como yo no podría considerar sin suponer la existencia o de otros seres o de otras cualidades, ya
sea en la cosa misma, ya sea fuera de ella; y distribuiré las relaciones en reales y percibidas. Pero
hay una tercera clase de relaciones: son las relaciones intelectuales o ficticias, aquellas que el
entendimiento humano parece poner en las cosas. (…)
cuando digo que un ser es bello por las relaciones que advertimos en él, no hablo en
(…)

absoluto de las relaciones intelectuales o ficticias que nuestra imaginación pone en él, sino de las
relaciones reales que en él están, y que nuestro entendimiento advierte con la ayuda de nuestros
sentidos.
En cambio, pretendo que, sean cuales sean las relaciones, son ellas las que constituirán la
belleza, no en el sentido limitado en el que lo bonito es lo opuesto a lo bello, sino en un sentido,
me atrevo a decir, más filosófico y más conforme a la noción de lo bello en general y a la
naturaleza de las lenguas y de las cosas.
(…)

Son los pueblos los que han hecho las lenguas; al filósofo le corresponde descubrir el origen
de las cosas; y resultaría bastante sorprendente que los principios de uno no se hallasen en
contradicción con los usos del otro. Pero el principio de la percepción de las relaciones, aplicado
a la naturaleza de lo bello, ni siquiera tiene aquí tal desventaja; es tan general que difícil que algo
se le escape.
(…) Del
mismo modo es la percepción de las relaciones la que ha dado lugar a la invención
del término bello; y a medida que las relaciones y la mente de los hombres han variado, se han
creado los nombre bonito, bello, encantador, grandioso, sublime, divino y muchísimos más,

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3
Jean Pierre Crousaz (1663-1748) Filósofo y matemático suizo. Entre sus libros académicos, escribió un Tratado de
lo Bello, donde intenta explicar las diferencias subjetivas en las perspectivas estéticas.

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relativos tanto a lo físico como a lo moral. Éstos son los matices de lo bello; pero amplío este
pensamiento y digo:
Cuando se erige que la noción general de lo bello convenga a todos los seres bellos, ¿se
habla de los que llevan este epíteto aquí y ahora, o de los que se llamaron bellos hace cinco mil
años, a tres mil leguas, y que así se les llamará en los siglos venideros; de los que hemos
admirado como tales en la infancia, en la edad madura y en la vejez; de los que son la admiración
de los pueblos civilizados y de los que fascinan a los salvajes? La verdad de esta definición, ¿será
local, particular y momentánea?, ¿o se extenderá a todos los seres, a todos los tiempos, a todos
los hombres y a todos los lugares? Si tomamos partido por lo último, nos acercaremos mucho a
mi principio y no encontraremos otro medio de conciliar entre sí los juicios del niño y del adulto:
del niño que no necesita sino un vestigio de simetría e imitación para admirar y para recrearse;
del adulto, que para impresionarse necesita palacios y obras de inmensa extensión; del salvaje y
del hombre civilizado: del salvaje, encantado ente la visión de un colgante cristal, una sortija de
latón, o un brazalete de quincalla, y del hombre civilizado, que sólo se digna prestar atención a
las obras más perfectas; de los primeros hombres, que prodigaban los nombres de bello,
magnifico, etc., a cabañas, chozas y graneros; y de los hombres de hoy, que han restringido estas
denominaciones a los últimos esfuerzos de la capacidad del hombre.
Situad la belleza en la percepción de las relaciones y tendréis la historia de sus progresos
desde el nacimiento del mundo hasta hoy; elegid como carácter diferencial de lo bello en general
cualquier otra cualidad que os agrade, y, súbitamente, vuestra noción se concentrará en un punto
del espacio y del tiempo.
La percepción de las relaciones es, pues, el fundamento de lo bello; es la percepción de las
relaciones la que las lenguas han designado bajo infinitud de nombres diferentes, los cuales no
indican sino diferentes clases de lo bello.
(…)

Sea lo que sea de todas las causas de diversidad en nuestros juicios, ellos no es razón para
pensar que lo bello real, que consiste en la percepción de las relaciones, sea una quimera; la
aplicación de este principio puede variar hasta el infinito y sus accidentales modificaciones
producir disertaciones y guerras literarias, pero no por ello el principio es menos constante.
Seguramente no hay dos hombres sobre la tierra que perciban exactamente las mismas relaciones
en un mismo objeto y que lo juzguen bello con la misma intensidad; pero si hubiera uno solo al
que no afectaran las relaciones de ningún género, sería un perfecto estúpido, y si solamente fuera
insensible en algunos géneros, el fenómeno aminoraría en él un defecto de economía animal; y
siempre estaríamos alejados del escepticismo, por la condición general del resto de la especie.
Lo bello no siempre es la obra de una causa inteligente: el movimiento establece, ya sea en
un ser considerado individualmente, ya sea entre varios seres comparados entre sí, una multitud
prodigiosa de relaciones sorprendentes. Los archivos de historia natural ofrecen un gran número
de ejemplos. Las relaciones son entonces resultados de combinaciones fortuitas, por lo menos
respecto a nosotros. La naturaleza, en cientos de ocasiones y como si se tratara de un juego, imita

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las producciones del arte; y podríamos preguntar, no digo si aquel filósofo al que una tempestad
lanzó a la playa de una isla desconocida tuvo razón cuando exclamó, al ver varias figuras
geométricas: "Valor, amigos, son pisadas humanas", sino cuántas relaciones habría que observar
en un ser para tener la absoluta certeza de que es la obra de un artista; en qué ocasión un solo
defecto de simetría probaría más que toda una suma de relaciones; cómo son entre sí el tiempo de
la acción de la causa fortuita y las relaciones observadas en los efectos producidos, y si, a
excepción de las obras del Todopoderoso, existen casos en que el número de relaciones jamás se
pueda compensar con el de los impulsos.

Del Artículo "Bello" escrito por Diderot para la Enciclopedia (volumen II, aparecido en noviembre
de 1752)

Denis Diderot
(1713-1784)

Diderot, D. (1994) Escritos sobre Arte. Madrid: Siruela. Pp. 5-33.

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