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Discurso de Juan Pablo II a los participantes del Simposio Internacional

sobre “Fe cristiana y teoría de la evolución”.

Viernes 26-4-1985

Señoras y señores:

En este período pascual en que festejamos con gran alegría el misterio de la


Resurrección de Jesucristo entre los muertos, veo apropiada la ocasión para saludar a los
participantes del Simposio Científico Internacional aquí presentes, los que están
reunidos en estos días en Roma para debatir el importante tema “Fe cristiana y Teoría de
la Evolución”. Mi saludo particular va a ellos, eminentísimo Card. Ratzinger, Prefecto
de la Congregación para la Doctrina de la Fe, a sus colaboradores, a los consultores de
Su dicasterio, los cuales participan en el trabajo de estos días.

Mi saludo cordial igualmente se dirige a los profesores Robert Spaemann y Reinhard


Löw y sus colaboradores de la primera Cátedra de filosofía en la Universidad Ludwig-
Maximilian de Munich. De ellos ha partido la iniciativa para esta Conferencia de
científicos, de cuyo feliz desarrollo fueron uds. responsables de primera mano. De
hecho ya han demostrado su capacidad en este sentido en los dos anteriores coloquios
sobre "evolución y libertad" y "la teoría de la evolución y la conciencia humana a través
del mundo de la ciencia". Habéis logrado obtener la adhesión de varios expertos
distinguidos de las diversas disciplinas filosóficas y teológicas, a los que doy
igualmente la bienvenida.

El concepto polivalente y considerado bajo el punto de vista filosófico de "evolución"


se está desarrollando más en el sentido de un amplio paradigma del conocimiento y del
presente. Pretende integrar física, biología, antropología, ética y Sociología en una
lógica de la explicación científica. El paradigma de la evolución se desarrolla, en última
instancia, a través de una literatura creciente, para convertirse en una especie de
concepción cerrada del mundo, una "imagen de mundo evolucionario".

Esta concepción del mundo difiere de la imagen del mundo materialista, que se propagó
en la vuelta del siglo, para un desarrollo grande y una gran capacidad para integrar
dimensiones aparentemente inconmensurables. Mientras el materialismo tradicional
trataba de desenmascarar como una ilusión la conciencia moral y religiosa del hombre y
a veces combatiéndola activamente, el evolucionismo biológico se siente lo
suficientemente fuerte para motivar esta conciencia operativamente, con las ventajas de
la selección vinculadas a ella, e integrarla en su concepto general.

La consecuencia práctica es que los partidarios de esta concepción del mundo


evolucionario han impuesto una nueva definición de las relaciones con la religión, que
difiere considerablemente de la del pasado más reciente y del más remoto.

En cuanto a los aspectos puramente naturalistas de la cuestión, ya mi predecesor


inolvidable papa Pio XII llamó la atención en 1950, en su encíclica Humani generis,
sobre el hecho de que el debate sobre el modelo explicativo de la "evolución" no está
obstaculizado por la fe, si esta discusión está en el contexto del método natural y sus
posibilidades.
Él señala los límites del ámbito de aplicación de este método cuando afirma que el
Magisterio de la iglesia no prohíbe "que de conformidad con el estado actual de la
ciencia y teología, sea objeto de investigaciones y debates, de parte de especialistas
competentes en ambos campos, la doctrina de la evolución, en cuanto realice
investigaciones sobre el origen del cuerpo humano, que provendría de la materia
orgánica existente (la fe católica nos obliga a creer que las almas fueron creadas
inmediatamente por Dios).

Sin embargo, esto debe hacerse de tal manera que las razones de las dos opiniones, a
saber en favor y opuesta a la evolución, son ponderadas y juzgadas con la seriedad
necesaria, la moderación y la medida "(cf. Denz.-s. 3896). En base a estas
consideraciones de mi predecesor, no crean obstáculos a una fe rectamente comprendida
en la creación o evolución, o una enseñanza comprendida acertadamente de la
evolución: la evolución presupone de hecho la creación; la creación surge a la luz de la
evolución como un advenimiento que se extiende en el tiempo-como una “creatio
continua "-en que Dios se hace visible a los ojos del creyente como Creador del cielo y
la tierra.

La cuestión del justo límite y de la recta coordinación de las diferentes áreas del
conocimiento humano, que se encuentran en el corazón de la citada afirmación de la
encíclica Humani generis, también ha adquirido nuevas dimensiones a través de la
nueva "imagen evolutiva". En su vasta pretensión ya no es sólo el origen del hombre,
sino, en la acepción más extendida, se trata de reconducir todos los fenómenos
espirituales incluyendo la moral y la religión al modelo-base de la "evolución" a partir
del cual son al mismo tiempo circunscriptas sus funciones y sus límites.

Semejante uso funcional de la fe cristiana debe golpear al hombre y modificarlo en su


interior. He aquí por qué el pensamiento que se basa en la fe no puede despreocuparse
de esta concepción del mundo evolutiva, que va mucho más allá de sus fundamentos
naturales. El problema central de la fe es siempre la búsqueda de la verdad. Debemos
por lo tanto, preguntarnos, qué contenido de verdad y, posiblemente, qué lugar debe ser
atribuido a las teorías científicas que deben apoyar y motivar la filosofía, a menudo
presentada para el público en general, que se inserta en el conocimiento naturalista o se
desarrolla como resultado de ella.

Es evidente que no puede resolverse este problema grave y urgente sin filosofía. Es
precisamente la filosofía la que debe proporcionar una mirada crítica sobre la manera en
que se adquieren los resultados e hipótesis, y diferenciar de las extrapolaciones
ideológicas la relación entre las teorías y las reclamaciones individuales, la naturaleza
de las afirmaciones naturalistas y su alcance, en particular el contenido de dichas
aserciones.

Por estas razones saludo este simposio en el cual científicos competentes y eruditos-
particularmente filósofos y teólogos de diferentes orientaciones y diferentes
especializaciones-han querido dedicarse a este trabajo con la intención de identificar
con precisión los problemas, y por el conocimiento de las cuestiones, elaborar las
respuestas correctas.

En última instancia, se trata de la comprensión del hombre, que sin duda no se puede
separar de la cuestión de Dios. Según un dicho profundo de Romano Guardini, incluye
sólo comprende al hombre quien conoce a Dios. En realidad es sólo desde esta
perspectiva más amplia que sale a la luz la verdadera grandeza del hombre, resulta
evidente que él está en lo más profundo: un ser querido y amado por su Creador, cuya
grandeza inalienable es la capacidad de decir "tú" a Dios.

En este espíritu imparto de todo corazòn la bendición apostólica a todos ustedes por su
trabajo.

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