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LA LINEA DE LA DEMOCRACIA DOCTRINARIA
IRRUPCION Y CRISIS DEL PENSAMIENTO LIBERAL Y CENTRALISTA
“Et fa 20 de junio de 178g fue el mas glorioso para la Francia
y habria sido el principio de Ja felicidad de toda Europa, si un
hombre ambicioso, agitado de tan vehementes pasiones como
dotado de taleritos extraordinarios, no hubiese hecho servir al
engrandecimicnto de sus hermanos Ia sangre de un millén-de
~ hombres derramada por el bien de su patria.” Asi escribia Ma-
tiano Moreno a fines de 1810, revelando el estado de animo
que predominaba por entonces entre los grupos liberales. La_
Reyolucién francesa habia_parecido al principio el triunfo de
‘los ideales de fraternidad y de justicia que | propugnaban Rous-
‘seauy Montesquieu; pero-el"curso de los sucesos obligaba a .
“nitditar serenaménte sobre las ensefianzas recibidas, porque aho-
ra parecia como si el genio francés fuera incapaz de preservar la
dignidad de los principios, Esta circunstancia incité a muchos a
volver la mirada hacia Inglaterra, enCuya estructura Politica
se fabian inspirado-los~doctrinarios franceses del liberalismo, y
“que Miantenia, pesea los embates de Ta Tevolacion primer y de
la reaccién después, cierto equilibrio entre la libertad y la auto-
tidad. En América, el ejemplo inglésfue, en diversas épocas y
spradasal-que oniemts Te etlenioe. Hitica de Jos espiritus mas
prudenies: asi"s¢ explica la desviacién hacia Ta monarquia que
se observé en ciertas graves circunstancias —tendencia en nada
discordante con el sentimiento liberal y democratico— y la
simpatia general que se advirtié por esa nacién, que era, al mis-
mo tiempo, una proteccién y una esperanza para los nacientes
paises de Hispanoamérica.
La conducta de Napoleén, en cambio, movid a la reflexion
sobre el peligro del jacobinismo —en el que se veia la causa tlti-
65/ 66 LA ERA CRIOLLA
L ma de la reaccién— y aconsejé la adopcién de una politica mo-
derada, de la que fueron testimonios las cortes espaiiolas de
Cadiz, en 1812, y los actos de los gobiernos argentinos entre
1810 y 1814. A-partir de ese momento, una ola de reaccién
absolutista y conservadora se alzé sobre Europa y América. La
restauracion de Fernando VII en 1814 parecié el signo premo-
nitorio de la politica de la Santa Alianza y del Congreso de
Viena; en un esfuerzo vigoroso se quiso borrar el pasado inme-
diato, y una guerra sin cuartel se suscité entre cl liberalismo y
el absolutismo. “Creo haber dicho lo bastante —escribia Riva-
davia en 1817— para dar a conocer el nuevo género de guerra
que agitaba a Europa, en que una cuarta o tercera parte de ella
luchaba por los intereses y pretensiones del poder arbitrario y
absoluto contra todo el resto, que, armado de los adelantamien-
tos que en todos los ramos ha adquirido la especie del hombre,
batia con actividad y constancia al fanatismo, a las preocupa-
ciones y los-resabios de todas las vicjas* instituciones.” También
esta guerra contribuyé a fortalecer la posicién de Inglaterra a
los ojos de los paises americanos, porque demostré inequivoca-
mente su poco entusiasmo por la causa del absolutismo, contra-
ria a su propia tradicién politicz, Y cuando Espana recibié el
apoyo de los “Cien mil hijos de San Luis” para restaurar el ab-
solutismo —tras la breve vigencia de la constitucién de 1812,
impuesta después de la sublevacién de Riego—, Inglaterra se
preparé para alejarse de la coalicién absolutista, en tanto que
comprometia su posicién reconociendo la independencia de las
Provincias Unidas.del Rio de fa Plata en 1824. Dos aiios des-
pués, Ja Santa Alianza se desvanecia, huérfana de] apoyo inglés,
y la causa de IZeiviancipacién americana, sellada con la victoria
de Ayacucho, entraba en una nueva etapa, en la cual fueron
menos intensas las repercusiones de la politica curopea.
_. Dentro de_este_cuadro politico ¢
La emancipacién y los pro- ideolégico se produja_cl. movimien-
blemas politico-sociales = SEP.
to revolucionario que Hevé a la in-
dependencia argentina. Un brevisimo~ petioe ‘Taboracion
es BS "invasiones inglesas de1806-1807 hasta los comien-
zos de 18to— clarificé las ideas, dio vigor a la conciencia co-
lectiva y precisé los objectives politicos y sociales de los gruposLA LINEA DE LA DEMOCRACIA DOCTRINARIA 67
criollos; y una brevisima serie de acontecimientos impuso una
solucién revolucionaria en Buenos Aires que modificé de cuajo
la realidad™ Ast quedé“scllada 1a suérfe“de la colectividad con
el movimiento del 25 de mayo de 1810.
“¥ero exe Tapido process se operé por obra de un grupo
circunscrito: la minoria ilustrada y liberal de Buenos Aires. La
situacién creada después de mayo de 1816, en cambio, abrid
una era de convulsién que conmovié a toda la colectividad. A
esa circunstancia se debié, en gran parte, el agitado desarrollo
de los acontecimientos posteriores, con los cuales se operé la
acomodacién del vasto complejo social a la pueva situacién
creada. Porque, en efecto, si la emancipacién ifra_producto de
un cierto estado de conciencia que s€ gestaba subrepticiamente™
durante la era colonial y maduré en los primeros afios del si-
glo xix, fue luego, a su vez, causa de un proceso que renové
radicalmente la estructura social y politica del pais.
Puede decirse que, en cierto sentido, la revolucién emanci-
padora fue tanto una revolucién social como una revolucién
Politica, y acaso por ser antes que nada una revolucién social
originé un complejo y dificil problema politico, cuya solucién
se dilaté a lo largo de medio siglo. Espaiioles peninsulares y
criollos no eran —durante los ultimos tiempos de la Colonia—
dos grupos separados solamente por el origen; cstaban sepa-
rados, sobre todo, por las condiciones sociales;y si es significa-
tivo que el obispo Lué se atreviera a decir en cl momento critico
de_la revolucién que_el_gobiern las_colonias americanas
se quedado un solo espafiol en él”, no es menos’ revelador el
juicio de Comelio Saavedra que, tres afios antes, habia resumi-
do de este modo la situacién espiritual creada con motivo de
la defensa de Buenos Aires contra los ingleses: “Me atrevo a
felicifar a fos americanos, pues a las pruebas que siempre han
dado de valor y lealtad, se ha afiadido esta ultima, que real-
zando el mérito de los que nacimos en Indias, convence a la
.evidencia que sus espiritus no tienen hermandad con el abati-
miento, que no son inferiores a kos europeos espafioles, que en
valor y lealtad a nadie ceden.” Criojlos y_peninsulares son, pues,
dos clases sociales que se sicnten encmigas situacién_en68 LA ERA CRIOLLA
1c se hallan: los privilegios de_la_una determinan la inferio-
ridad_de la otra.
—TLa revolucién es, desde los primeros instantes —cuando, por
los Timites que se fija, no es todavia un movimiento de trascen-
dencia politica— juna_convulsién_social_que desaloja del poder
a los peninsulares para otorgarlo a los criollos. De acuerdo con
@sta idea interpreta Mariano Moreno la reaccion espafiola: “El
gran escollo que no ha podido vencer la resignacién de nuestros
émulos —dice aludiendo a los realistas— ¢s que los hijos del
pais entren al gobierno superior de estas provincias; sorprendi-
dos de una novedad tan extrafia, creen trastornada }a natura-"
leza misma, y empefidndose en sostener nuestro abatimiento
antiguo como un deber de nuestra condicién, provocan la gue-
rra y el exterminio contra unos hombres que han querido aspirar
al mando contra las Ieyes naturales, que lo condenaban a una
perpetua obediencia. He aqui el principio que arrancé al virrey
Abascal la exclamacién contra nosotros, graduandonos hom-
bres destinados por la naturaleza para vegetar en la obscuridad
y abatimiento”.
Esta sensacién de constituir una clase hasta ayer oprimida
y desde entonces triunfante, condiciona la actitud de los criollos
después de mayo de 1810, Ahora pueden dar rienda suelta al
viejo resentimiento y al sordo rencor acumulado durante tanto
tiempo; y este rencor se traducira muy pronto cn una abicrta
hostilidad contra los espafioles, que se proyectara mds tarde en
una acentuada xenofobia: Las leyes cspafiolas seran llamadas
“monumentos de nuestra degradacion”, y_rechazadas, y muy
Pronto se excluira a los extfanjeros de Ja funcién publica Sélo
“ellos, “los-hijos de Ta patria”, poseen ahora indiscutidos dere-
chos en esta tierra que acaban de reconquistar: “Como la natu-
raleza nos habfa criado para grandes cosas, hemos empezado a
obrarlas”, diré Moreno con irritado orgullo. Una nueva con-
_ciencia, pletérica de sobrestimacién de si misma, movera de
aqui en adelante a las minorias y a las masas criollas.
Pero si es ese uniforme sentimiento el que explica la actitud
de las clases liberadas en el momento inicial de la emancipa-
cién, el proceso posterior se explica, en cambio, por la diversidad
qué es facil establecer em la masa criolla, cada uno de cuyos gru-LA LINEA DE LA DEMOCRACIA DGCTRINARIA 69
Pos poseia caracteres psicoldgicos, sociales y econémicos harto
diferentes, en funcién de los ‘cuales reaccioné ante el hecho
consumado de la revolucién. En principio, la masa criolla se
escindia en dos grandes micleos: el grupo urbano porteno —tuyo
pensamiento hallaba_repercusién en algunos otros centros_ lus.
‘trade y los grupos de las campafias, urbangs y Turales, en los
que apuntaban;“a'su vez, profundas diferencias regionales.
—"Europeizante €ilustrado el grupo criollo de Buenos Aires
— a yn pe ee ee
constitula una Minoria"dé considerable influehcia; en cl comer-
~ ~ em eS —
cio_y en las profesiones Tiberales, sobre todo, habian logrado sus
miembros cierto _bienestar_econémico qué les permitia funda-
mentar con solidez su prestigio, y algunos de ellos Hrbian lega-
dora tener fanciones de importanicia en Ia administracion colo-
nial. Desde un punto de vista ideologies, este grupo descendia
de manera directa de Jos liberales espafioles de la época borbé-
nica; ciertamente, algunos de los espititus mds inquictos habian
tomado contacto directo con el pensamiento francés 9, inglés,
estudiandolo-en sus propias fUehtes; pero-si"es facil probar que
Mariano Moreno agregé a su atenta lectura de Jovellanos la de
Juan Jacobo, no seria tampoco dificil advertir que leyé a este
ltimo con los mismos preconceptos con que lo hicieron los pro-
Pios liberales espafioles. Asi cuaj6 en el grupo ilustrado Dortefio
una doctrina liberal de caracteres sui generis, pero tan ofa
damente arraigada que se_manifest6 desde el primer momento:
como un sistema politico ¢ institucional irreductible, que traia
Sonsigo, por obra de Jas Circunstancias, la conviccién de la_ne:
cesaria hegemonia de Buenos_Aires, hogar _propicio deTese_pen-
see . :
Samiento_regenerador; de aqui su posterior choque con los gru-
Aatlento_regencrador; er nO que
pos_criollos del interior, con _ los_que coincidié la minoria portefia
- 9 OE Fi los inpuliee de baasie
en cuanto al ideal emancipador_y a los impulsos_de_transfor-
Tmacié6n social, pero de los que se separé en el campo de Jas reali-
Zagiones politivas= :
En efecto, la’ poblacién del interior, en_su_conjunto, carecia.
de preparacién doctrinaria _y de experiencia politica para asimi-
lar los fandanientes del_sistema institucional que ‘el grupo por-
tefo quiso-immponeren el nuevo estado, Esta masa; preterente-
—~— a
mente se escindia en dos s. que, gcograficamente y
en términos generales, correspondia el uno al litoral, y al inte-
ee70 LA ERA GRIOLLA
rior mediterraneo el otro. Si ¢l_primero estaba mas_cerca de
Buenos Aires por la comunidad de los problemas y aun por la
‘Actitud politica, lo separaba de ella la vieja cuestién de la adua-
na y del régimen~écondmico de los rios; problema que muy.
Wors~un profundo antagonismo entre Buenos Aires
[ET segundo, que, en principio, tenia menos motivos
sdirt@we de hostilidad hacia la antigua capital del virrcinato, cs-
taba, en cambio, ms separado de ella por su ideologia; zona de
influencia del Perd, la regién_ noroeste_y central del _pais repu-
diaba la modernidad que se habia hecho carne en las regiones
Dbiertas a las influencias europeas. Asi, pues, tanto un grupo
provinciano como otro participaban de la misma actitud poten-
cial frente al nucleo_ilustrade de Buenos Aires.
Ni las minorias dirigentes ni las masas de estos grupos pre-
dominantemente rurales posefan experiencia politica ni prepa-
racién doctrinaria; una existencia sencilla —que lindaba con el
primitivismo— caracterizaba a las campaijias argentinas, y slo
modificaba levemente esta situacién uno que otro centro pobla-
do que apenas extendia su infhuencia a su alrededor. Ese primi-
tivismo se manifestaba de modo singular en las formas de la
vida politica, porque tanto la tradicién colonial como Ja_espon-
tAnea organizacién de la _vida rural habian favorecido el a@-
“Grol de un FERINER aoritavi, mais loon el discrecio=
halismo-del"furicionario y ene del amo de’ los campos y los
ganados. Pero el primitivismo se acentuaba aun més en las for-
mas de vida espiritual; ¢]_autoritarismo constituia el nervio de
la educacién suministrada por el clero, el tinico agente édutador
~qie Consei6-14 Colonia y es Secular dominacién espiritual, dog-
“RICE y Hgurosa; conformé una mentalidad reacia a toda clase
de necesidades, que muy pronto se precipité hacia el fanatismo
y la supersticién, Ante la-irrupcién de las ideas liberales, esta
mentalidad reaccioné con toda la fuerza y el vigor de las con-
vicciones ciegas, negandose al examen y_ y repudiando cuanto su-
pusiera libertad de conciencia y libertad de determinacién_po-
Tiitica; y la disidencia con el grupo ilustrado de Buenos Aires no
tardé en estallar a propdsito de las“mas variadas Cucstiones.
“No contribuyo poco a precipitar este antagonismo entre
lox dos sectores de ta masa criolla la aparicién del sentimientoLA LINEA DE LA DEMOCRACIA DOCTRINARIA 7
localista. La Revolucién de Mayo cxalté el sentimiento patrid-
tico; pero mientras Buenos Aires_preconizaba_una_concepcién
nacional dla patria, los grupos del interior manifestaron una
“Wnartada indiférencia por_esa_abstraccién que constituia, a sus
‘Ojos, la nacion todavia indeterminada, y sobrestimaron, en cam-
bio, "su pequera~ patria, “qué penctraba a“ por Sus sentidos ya Ta
que estaban-unidos por la existencia cotidiana. El sentimiento
localista se manifest muy pronto_no sélo en la~défensa7de7 tos
“intereses" locales, sino también en la defensa dela mentalidad
“local’y. las formas de vida_consuetudinatia; y esta amalgama de
pasiones lanz6 a los Grupos rurales contra Bucnos Aircs, sim-
bolo y baliarte de intereses antagonicos, de opiniones Tehova-
doras y"dé una tendéncid ‘firme "ala hegertionta “econOMICa y
politica. Asi germind “una hostiidad, sorda al principio, ablorta
lucgo, entreTa-ciudad™ que habia desatado cl movimiento revo-
lucionario y el resto del pais que debia decidit” su~adheston al
“régimen amparado por aquélla. Buenos Aires “no quiso rero-
nocer éf arraigo y la fortaleza de csa mentalidad; creyé que
bastaba anunciar la buena nueva para que las masas rurales
se entregaran sumisas a quienes dirigian el llamado; pero ta
Tespuesta que obtuvo probé que el pucblo imaginado’ por los
idedlogos de la revolucién cra harto diferente del pueblo de la
realidad nacional. Buenos Aires quiso dominar y educar; pero
el pucblo se cerrd @ sus“clamores-y" respondié ‘Con una Concep-
cién peculiar del movimiento revolucionario.
Poco a poco, el panorama se clarificé y mostré toda su
dramaticidad y todas las dificultades que entrafiaba. La_masa
criolla coincidia con el grupo ilustrado en el sentimiento eman.
cipador y en_el alan grar tacion a la direccién_ del
> rr tee
ais; pero disentia radicaltiente ey cuanw-a-ti organization O-
Jittca, z ., ASS unia y se disgregaba la masa de
los hijos de la patria,
Pese a la cautelosa prudencia de los hombres de Mayo, em-
pefiados en disfrazar sus sentimientos emancipadores con una
fingida Jealtad a la persona del soberano prisionero, la idea de
la independencia emergia de sus palabras y sus actos. Belgrano
afirma en sus memorias que se insinuaba ya en 1808, y si
pocos dias después de la instalacién de la Junta de Gobierno12 LA ERA CRIOLLA
pudo decir Moreno que sus miembros “nada pretenden sino
sostener con dignidad los derechos del rey y de la patria”, una
justa indignacién por las reacciones de los realistas precipité poco
a poco los sentimientos undnimes; los americanos poseian los
mismos derechos que los espafioles a decidir sobre su destino
una vez que el soberano habia desaparecido, y los hombres de
Mayo defendieron Ia justicia de sus pretensiones a constituir un
régimen politico sélo con los “hijos del pais”, con los que “mi-
ran con interés las glorias de su patria”; muy pronto este senti-
miento rasga el velo que Jo oculta, y al finalizar el afio 1810,
Moreno increpard Ileno de ira a los enemigos: “;Creen que los
hijos del pais pueden volver a las cadenas que acaban de rom-
per?” Profunda revolucién social, el movimiento cra emancipa-
dor por su propia indole, porque sdlo la emancipacién podia
traer consigo la exaltacién de la masa criolla, menospreciada y
oprimida hasta entonces.
Pero la emancipacién planteaba con urgencia el problema
de la organizacién del nuevo Estado. Toda la tradicién institu-
cional de la Colonia estaba impregnada de injusticia con respecto
a la clase insubordinada y triunfante, y era menester decidir de
qué manera se estructuraria la nueva nacién para acomodarla
a la nueva realidad social. Aqui sobrevinieron Jas dificultades,
nacidas del conflicto entre los distintos sectores de la masa crio-
lla, divergentes y aun enemigos en cuanto a su experiencia poli-
tica, su formacién doctrinaria, su concepcién de la vida. “Un
pueblo que repentinamente pasa de Ja servidumbre a la libertad
_escribia Bernardo Monteagudo a principios de 1812— est4 en
un préximo peligro de precipitarse en la anarquia y retrogradar
a la esclavitud.” La prediccién del tribuno jacobino se fundaba
en los fenémenos que ya asomaban y en las tendencias encontra-
das entre los grupos actuantes, y muy pronto debia cumplirse. El
problema cra gravisimo y de harto dificil solucién pese a que a
nadie escapaban las consecuencias que el fracaso debia tener.
E! problema era “dar forma nueva a un estado que la tenia
inveterada, arrancar de raiz un orden establecido e introducir
otro, en todo o en la mayor parte diverso, extinguir con un gol-
pe de mano las antiguas habitudes, y aun destruir ciertos prin-
cipios irreconciliables con Jos que deben sentarse para una in-»
- . dugién_de Mayo fue un ‘movimient
rtefio, debido a la iniciativa y a Ta decision de una minoria
ilustrada, entendido este trmmo en el sentido de gue su forma-
LA LINEA DE LA DEMOCRACIA DOCTRINARIA 73
novacién semejante, y-esto cuando las ideas de los que han de-
componer el edificio que se desea levantar chocan infelizmente
entre sf”; as{ lo escribia fray Cayetano Rodriguez en El redac-
tor del congreso de 1816, y con tales caracteristicas se mantuvo
durante medio siglo; pero las dificultades —que se ambicionaba
resolver de una sola vez— sc fueron eliminando Poco a poco, y
al cabo de tan largo plazo aparecieron las doctrinas y las formu-
las de conciliacién, capaces de aunar a la masa criolla, sus inte-
reses, sus aspiraciones, sus formas de vivir y de pensar.
Tan vigorosas como pudicran ser sus
Las tendencias del grupo ancy ee
resonancias en cl interior, la_Revo-
portefio ilustrado
cién_ intelectual se_enraizab: riNcIpios
Exa este grupo el que habia recibido el legado de la poli-
i le Jos Borbones, enriquecido en muchos casos con
lecturas directas de los principales doctrinarios de esa tenden-
cia. Manuel Belgrano, Nicolas Rodriguez Peiia, Juan José Caste-
lli, Martano Moreno algunos otros lo componian al estallar el
me fondo de su doctrina cra
lovimiento revolucionario. Pero si el
hetamente liberal, sus convicciones firmes arraigaban sobre todo.
que el pensamiento_y las_teridencias espontaneas de la vida
itico-soctal habian afianzado en Espafia. Asi fue como se ma-
Reta ae Ae Tec Como en el
aspecto econdémico; Bel; loreno fueron los defensores de
la politica econémice Hheral ea Eee ante Tos ultimos tempos de la
Colonia, ei primero como seeretario_del_consulado de Buenos
Aires y el segundo como al jogado defensor de los bg 2
labradores contra Jos anapalistas Llegado al gobierno, el
= —
rupo ilustrado favorecié el desarrollo del libre comercio y cl es-
En otros aspectos, los principios
lel liberalismo fueron sometidos a ciertas limitaciones, las mis-
mas, en verdad, que en Espajia impusieron el arraigo de las
creencias tradicionales y el respeto al poder monarquico, de
donde precisamente partian Jas innovaciones. Asi fue conside-
yada como un exceso inaceptable la opinion de Rousseau en74 LA ERA CRIOLLA
materia religiosa, y Moreno, cn el prélogo a la edicién que man-
dé hacer del Contrato social, declaraba: ‘Como el autor tuvo
la desgracia de delirar en: materias religiosas, suprimo ¢l ca-
pitulo y principales pasajes donde ha tratado de ellas”; del mis-
mo modo parecié perpetuarse en el cspiritu de estos liberales la
tradicién espafiola del respeto a la autoridad, porque ambos
temas fueron considerados como excepciones por Moreno cuan-
do, en su articulo Sobre la libertad de escribir, afirmaba: “Des-
engafiémonos al fin, que los pueblos yaceran cn el embruteci-
miento mas vergonzoso si no se da una absoluta franquicia y
libertad para hablar en todo asunto que no se oponga en modo
alguno a las verdades santas de nuestra augusta religién y a Tas
dgterminacione: jel "gobierno, siempre. dignas de nuestro mayor
c ich €8 Cicttd que 1a “Asamblea dé ipri-~
rpid la_Inquisicion, subéistié “en alguna medida“la ii A
frente a los problemas del dogma religioso y de la autoridad*
politica —
Podria afirmarse, sabre esta base? que los ‘liberalés portefio?
adoptaron_una actitud moderada. La moderacién, en efecto,
Sreclx ser una dé fas preocupacidnies de Morénoynerviowdé la
anta de Mayo, Cayas ¢ Gpiniones en tal serffido' eran categéricas"y*
repetidas. Per, de seguro, no cra Sta la tendéiicia ‘de su espi=
fitu, sind mas bien cl frito™d@una razonada Sfitntacién -politiza:
En su esencia fue Moreno un jacobino como lo fucron otros
fombres desu grupo —coiito”Chiclana-y “Castelli y luego los
herederos de su poliffca, como Monteagado"¥Alvear. Si “More=
no favorecié la moderacién y se enorgullecié, en las primeras
jornadas, dea serenidad’y ‘miésura de los févolucionarios, muy
pronto, ante los primers signos de Ja reaccién realista,"cedio’ 4
sys impulsos y aconscjé la imposicién por la violencia’ de ‘Tos
principios revolucionarios. {‘Sélo el terror del suplicio puede ser?
vir'de escarmiento a sus cémplices”, decia refiriéndosé a los con-
jurados de’Cérdoba. Y en otro ‘pasajc: “Estan fucra de los tér*
minos de la piedad y de las facultades de la justicia los que ert
la inmensa trascendencia de las medidas y conciertos con que
han conspirado y conmovido la tierra serian el ultimo peligro
al Estado y a la salud publica si no se remediaran cficazmente
y de un mado capaz de atajar el influjo o debilitar sus efectos.”
eeLA LINEA DE LA DEMOCRACIA DOCTRINARIA 75
Acaso aconsejara Ja modcracién la experiencia de los re-
volucionarios francescs, en quienes solian mirarse sus émulos
Portefos; acaso temian la reaccién de los tibios, que podrian
apoyar una reaccién despética, pero mds temian la contrarre-
volucién y la anarquia, de modo que prefiricron Jos arrestos
jacobinos a la moderacién ideal, impropia de las circunstancias.
Esta politica extremista fue seguida con mds ardor por Castelli
como delegado de la Junta cn cl Alto Peri, y fuc retomada
luego por Bernardo Montcagudo, que Ilamaba a la lenidad cri-
men, y aconsejaba, en las paginas de abril de 1812 de Martir o
libre, establecer una dictadura para afirmar fa revolucién.
El tiempo malogré la tendencia jacobina y, en cambio, forzd
. 2 una politica moderada que, muy pronto, se hizo reaccionaria,
La restauracién de Fernando VII, la caida de Napoleén y la
formalizacién de la Santa Alianza contribuycron, por reflejo, a
desplazar a los jacobinos, y concedieron cl primer lugar a los
moderados y aun a Jos reaccionarios. Los Principios y tenden-
cias del grupo ilustrado, sin embargo, quedaron vivos en lo fun-
damental, y aun ‘cuando no fueron seguidos con fidelidad, bas-
taron para contener y mitigar los impulsos de la reaccién.
Arrancaban esos principios de la conviccién arraigada con —
fuerza en el 8rupo porteiio ilustrado de que el caso americano
ofrecia las condiciones éptimas para asegurar un orden politico
republicano. En efecto, la disolucién de la monarquia espafiola
habia retrotrafdo la situacién de la comunidad al estado ante-
rior a Ja delegacién de la soberania, y podia, en consecuencia,
establecerse sobre nuevas bases un pacto social como el que
idealmente imaginaba Juan Jacobo en los cimientos de toda so-
ciedad.
“Pocas veces ha presentado el mundo —-decia Moreno— un
teatro igual al nuestro para formar. una constitucién que haga
felices a los pucblos”; porque crefa que nada quedaba, por la
sola accién del movimiento revolucionario, de la tradicién colo-
nial y de la mentalidad que habia creado en los pueblos. Sobre
esta base, el grupo ilustrado afirmaba categéricamente y con
asenso undnime que la soberania habia vuelto al pueblo y que
tan s6lo por una nueva delegacién de 1a soberania podia vol-
a constituirse el poder politico. Asi, sélo la reunién de un76 LA ERA CRIOLLA
congreso que representase la voluntad popular podia fijar el
destino de la comunidad, y por convocarlo luché cl grupo ilus-
trado, seguro aun cuando sin fundamento—- de que la totali-
dad del pucblo compartia sus puntos de vista tedricos y posefa
suficiente experiencia politica y preparacién doctrinaria para
asegurar una organizacién republicana, asentada sobre institu-
ciones representativas modernas y cficaces.
La concepcién republicana arraigé con rapidez en cl pueblo,
pero los principios de organizacién y la técnica institucional
suponian una experiencia y una preparacién de que el pucblo
carecia. Cargados de doctrinas, los portefios del grupo ilustrado
y algunos adherentes del interior a sus puntos de vista empren-
dicron la difusién de sus ideas y la preparacién del reordena-
miento institucional. Proclamaron el dogma de la igualdad, la
libertad y la seguridad, ideas de que Belgrano sc habia impreg-
nado en Espaiia - -en el scno de los grupos liberales—, y que
defendicron con ardor Moreno y Monteagudo con sélidos argu-
mentos, hasta lograr que cristalizaran en leyes y decrctos, sobre
todo en las memorables disposiciones de la Asamblea de 1813;
hasta los indios, los negros y los csclavos recuperaron, en la
teorja del Estado revolucionario, la plenitud de sus derechos,
concedidos en Ja practica, sin embargo, con la parsimonia a. que
-obligaban los intereses creados. Y cuando sé querian asegurar
estos bienes y se scntaban los fundamentos de los actos del po-
der politico, se afirmaba que “la verdadera soberania de un
pueblo nunca ha consistido sino en la voluntad general del mis-
mo” y, correlativamente, que “el bien general ser4 siempre ¢l
Xinico objeto de nuestros’ desvelos”. Sdlo en cuanto mandatario
de la voluntad general poseia el funcionario, a los ojos de los.
severos patriotas, significacién y autoridad, y sélo para servir el
bien general podia ejercer sus atribuciones. “Todos los que han
sido fieles a sus altos deberes —decia El redactor de la asamblea
de 1813— van a entrar al templo de la fama y a recibir home-
najes publicos de admiracién y gratitud; pero si hay alguno que,
confundiendo el objeto de la voluntad general con el término
de su propio corazén, ha envilecido las primeras magistratu-
ras del orden civil, él sera entregado a los remordimientos de
su conciencia, y Jas tinieblas en que habita el crimen seran enLA LINEA DE LA DEMOCRACIA DOCTRINARIA 77
lo sucesivo su permanente morada.” A csta altisima concepcién
republicana de la funcién publica obedecié la rénuncia de Ma-
tiano Moreno a la secretaria de la Junta, renuncia cuyos térmi-
nos revelan la viva realidad del sentimiento republicano y de-
mocratico. :
Pero para estos hombres del grupo ilustrado de Bucnos Aircs
—a diferencia de los del interior— el sentimiento democrati-
co se manifestaba indisolublemente unido a cicrtos principios
institucionales y a cierta concepcién del pais. Formados en la
frecuentacién del pensamiento politico doctrinario, creian con
“firmeza que sélo una democracia organica y realizada segin
aquellas normas respondia al genuino sentimiento democratico.
Y confundidas las formas con Ia esencia, se opusieron como ene-
migos a los que, coincidiendo en lo Profundo, diferian de ellos
en lo accidental. .
Un sentimiento de clara filiacién iluminista
orientaba. el pensamiento politico del grupo
ilustrado de Buenos Aires: el horror a Ja anar-
quia, a la democracia turbulenta y sin freno. El orden parecia
el mejor atributo de una sociedad racionalmente fundada, y
esta conviccién aparecia abonada en la Practica por la expe- _
riencia politica de Francia, donde Ja exuberancia del sentimien-
to popular habia conducido a la dictadura absolutista, Sélo la ley
y la recta ordenacién institucional parecian solucién apropiada
para impedir que la convulsién social y politica operada en cl
Rio de la Plata degenerara en un caos, y los mas avisados pen-
sadores politicos se esforzaban por sefialar a la reflexién los dos :
peligros que entrafiaba la falta de Principios de gobierno: la
anarquia y el despotismo.
Pero la solucién no estaba al alcance de la mano. ¢Podria
ser el nuevo régimen una mera supervivencia del antiguo? Si
razones de tactica obligaban a Moreno a declarar en cierto mo-
mento que “la forma interior de nuestro gobierno es la misma
que las leyes del reino nos prescriben”, muy pronto, al estudiar
el problema de la futura organizacién de la nacién, debia afir-
mar abiertamente que era necesario revisar los fundamentos del
orden social y politico, Esta tarea, urgente € imprescindible a
sus ojos, debia cristalizar en un sistema ordenado de principios
Los principios ins-
titucionales1B LA ERA CRIOLLA
y disposiciones, porque no bastaban las Ieycs para estructurar
una nueva sociedad; era necesario echar las bases y construir
hasta el coronamiento del edificio; era necesaria, pues, una
constitucién.
Ya en 1810 se plantea este problema decisivo. El grupo por-
tefio ilustrado sosticnc que la constitucién es el objetivo politico
fundamental de la revolucién, y para ella tiene pensadas ya
las Iineas generales. “Toda constitucién que no Ileve et sello
de la voluntad general —escribe Monteagudo en 1812— es ar-
bitraria: no hay razén, no hay pretexto, no hay circunstancia
“que la autorice. Los pueblos son libres y jamas errarn si no se
les corrompe o violenta.” Pero este pensamiento, coincidente
con el de Moreno, Ilevaba implicita la certeza de que ¢l pueblo
no sélo compartia los sentimientos emancipadores y democrati-
cos de la minoria ilustrada, sino también sus opiniones sobre los
esquemas institucionales, Cuando Moreno afirma que sin una
constitucién “es quimérica Ja felicidad que se nos prometa”,
piensa que ¢s necesario elaborarla sobre la base de la experien-
cia histérica y de Ia ciencia politica, para Hegar a saber con segu-
ridad “por qué instituciones adquirieron algunos pucblos un
grado de prosperidad que el transcurso_de muchos siglos no ha
podido borrar de la memoria de los hombres”. Esas institucio-
nes —producto de una elaboracién teérica— deben ser las que
imponga una constitucién que “establezca la honestidad de las
costumbres, la seguridad de las personas, la conservacién de sus
derechos, los deberes del magistrado, las obligaciones del sabdi-
to y los limites de la obediencia”. Y, en principio, el tribuno
scfiala dos ideas fundamentales que deben ser la base de la
ordenacién institucional: la divisin de poderes y el sistema
representativo.
Arraigados cn cl pensamiento liberal, ¢stos dos _principios
parecian indiscutibles y, en efecto, no: fueron negados jamas en
doctrina; pero la realidad opuso a su vigencia obstaculos por
largo tiempo insuperables. La divisién de poderes, en efecto,
chocaba violentamente can los vestigios autoritarios que sobre-
vivian en el espiritu de las masas, de origen colonial unos y
nacidos otros en las formas espontancas de la vida rural; el
sistema representative, a su vez, se tornaba impracticable por‘
LA LINEA ‘DE LA DEMOCRACIA DOCTRINARIA 78
la dispersién de las poblaciones, por la ignorancia general,
por la finura técnica que exigia su recto uso, y de este modo,
los principios constitucionales sostenidos por los grupos ilus-
trados parecieron fantasias de visionarios o manias de doc-
tores.
Acaso en alguna medida lo fueran; pero desde la Revolu-
cién de Mayo hasta la Asamblea de 1813 perscveré el grupo
ilustrado en su labor legislativa y educadora, y logré afirmar
una politica que, aunque en conflicto a veces con la realidad,
constituyé un polo inamovible contra el cual se estrellaron las
fuerzas de la democracia andrquica. Se vilipendiaron las Jeyes,
se violaron sus disposiciones, se criticaron sus principios, pero
alrededor del pensamiento politico que entrafiaban se aglutiné
un sector de la conciencia argentina que, muy luego, debia re-
tornar por sus fueros para imponerlo una vez que las masas
populares y democraticas evolucionaran en la concepcién del
Poder politico, desde las formas turbulentas hacia las orgdnicas.
Sin duda contribuyé mucho a suscitar la resis-
tencia contra estos principios cl hecho de que
provinieran del grupo ilustrado de Buenos Ai-
res. Diversas razones movian contra la antigua capital del virrei-
nato cierto recelo, en parte por los intereses encontrados de di-
versos grupos econdmicos que disentian con respecto a la aduana
y Puerto de Buenos Aires, y en parte por la diferente mentalidad
que conformaba, en el interior mediterranco, la influencia del
Alto Pera. Heredaba el gobierno de Mayo la resistencia que
habjan levantado los hombres del régimen borbénico en los tl-
timos tiempos de la Colonia, y se ordenaban contra él las filas
de los conservadores y de los que juzgaban peligrosa toda nove-
dad; pero, poco a poco, comenzé a formarse una nueva fuerza
contra Buenos Aires con aquellos sectores de la masa criolla
que, coincidiendo en lo fundamental, disentian en las formas
de realizacién. Estos sectores reaccionaban contra el orgullo de
Buenos Aires, contra su afirmativa seguridad en si misma, con-
tra la prepotencia, real o imaginaria, que descubrian en su
actitud. .
Si los poetas cantaban el heroismo de la resistencia contra
los invasores ingleses 9 elevaban retériramente la gloria de la
Nacionalismo y
centralismo“80 LA ERA CRIOLLA
ciudad cuna de Ja emancipacién, réspondiag a’ un séntimiento
auténtico de la colectividad portena:
Calle Esparta su virtud;
su grandeza calle Roma;
7Silencio, que al mundo asoma
la gran capital del sur!
Asi escribia Vicente Lépez y Planes, el mismo que decia en
la Cancién nacional:
Buenos Aires se pone a la frente
de los pueblos de {a inclita unién,
y no hacia sino reflejar un estado de animo que, no por justifi-
cado, irritaba menos a los pueblos del interior, que veian en él
la afirmacién de un derecho a la hegemonia. No se equivoca-
ban. Cuando Juan José Paso sostenia en el Cabildo abierto del
22 de mayo de 1810, que Buenos Aires asumia el papel de
hermana mayor de las provincias del virreinato, insinuaba ya
una, doctrina de la tutoria politica que los hombres de Mayo
consideraron justificada. No discutieron su validez, sino que la
derivaron de los hechos consumados y de las circunstancias de
la realidad, pero su proyeccién sobre el interior asumia carac-
teres de arrogancia que muy pronto comenzé a parecer agra-
viante. ,
El gobierno de la revolucién -quiso desde el primer instante
«ncorporar al movimiento a los pueblos del interior, pero, pese
a sus palabras medidas y a su estudiada generosidad, todo hacia
transparentar que Buenos Aires estaba muy segura de sus de-
rechos a la hegemonia politica. “Estaba reservado a la gran
capital de Buenos Aires —escribia Moreno— dar una leccién
de justicia que no alcanz6 la Peninsula en los momentos de sus
mayores glorias, y este ejemplo de moderacién, al paso que con-
funde a nuestros enemigos, debe inspirar a los pucblos hermanos
la mas profunda confianza en esta ciudad, que miré siempre
con horror la conducta de estas capitales hipécritas que decla-
raron guerra a los tiranos para ocupar la tirania que debia
quedar.vacante con su exterminio.” Asi, garantizaba la man-- .
LA LINEA DE LA DEMOCRACIA DOCTRINARIA 81
sedumbre y la justicia de su conducta, recababa inequivocamen-
te para si el papel de capital y el derecho a ejercer la direccién
en el nuevo Estado a formarse. .
Aparentemente, no habia en el fondo de esta actitud otro
mévil que el de asegurar un régimen centralizado que perpe-
tuara en las manos de los hombres de Buenos Aires el gobierno
del Estado. La realidad cra otra, aunque susceptible de originar
esta opinién. Buenos Aires habia concebido Ja revolucién y 1a
habia realizado, de modo que, en principio, forz4banla las cir-
cunstancias a exigir la direccién de la etapa revolucionaria par-
tiendo de que sélo de esa manera no se desnaturalizaria el
movimiento, Pero cabia a Buenos Aires el honor de haber con-
cebido la revolucién, desde el primer instante, como un movi-
miento nacional, que debia integrarse con la totalidad de los _
pueblos, y ese principio la movia a conservar su tradicional si-
tuacién de cabeza de] Estado para impedir su disgregacién. La
idea de que todo el virrcinato debiera conservarse unido para
constituir una nacién aparccia ya categéricamente expuesta ¢n
Moreno, cuando fustigaba la conducta de Montevideo, rebelada
contra la capital: “La distribucién de provincias y la reciproca
dependencia de los pueblos que las forman —decia en la Orden
del dia de la Junta del 13 de agosto de 1810— es una ley
constitucional del Estado, y el que trate de atacarla es un re-
fractario al pacto solemne con que juré la guarda de la consti-
tucién. ¢Qué seria del orden publico si los pueblos subalternos
pudicsen resolver por si mismos la divisién de aquellas capitales
que el Soberano ha ‘establecido como centro de todas sus rela-
ciones?” Pero ya se veia que la idea de la continuidad de la
nacién estaba inseparablemente unida a la idea del poder poli-
tico centralizado, y este principio se arraigé cada vez mas ante
el espectéculo de la amenazante disgregacién del antiguo vi-
rreinato. En 1813, la Asamblea recogié el principio de Moreno
-y decia El redactor con enérgica indignacién: “;Han podido
ignorar que no pueden salvarse si no son fuertes, que no hay
fuerza sin subordinacién y unidad, y que éstas no .existen en
pueblos desunidos entre si o desorganizados interiormente?”; y
sefialaba que el congreso sc habia reunido, precisamente, “para
daz un centro de unidad a las opiniones y a los recursos dis-82 LA ERA CRIOLLA
Persos de las provincias, que es en lo que consiste nuestra
fuerza -verdadera; y para echar los sélidos cimicntos en que
deben apoyarse la tranquilidad y felicidad futuras de la Na-
cién”.
Esta concepcién de la nacién y del régimen centralizado
como unica forma segura de garantizar su existencia constituye
—con les principios liberales— la plataforma politica de) gru-
po ilustrado de Buenos Aires. Si estos otros principios suscita-
ron resistencia, aquella concepcién provocé una més enérgica
hostilidad, porque en los sectores rurales del litoral y del inte-
rior comenzé a manifestarse el sentimiento patridtico bajo la
forma de un localismo exacerbado. Asi se robustecié el regio-
nalismo determinado en cierto modo por las condiciones geo-
graficas y econémicas, y la nacién, si habia de lograrse a costa
del centralismo, parecié un ideal repudiable. Frente a él se
levanté muy pronto la bandera de la federacién, que el grupo
ilustrado de Buenos Aires rechazé con fundadas razones._Mo-
reno primero y Monteagudo luego, estudiaron a fondo las ra-
zones que, desde su punto de vista, impedian su aplicacién;
pero mas alla de la doctrina, el principio federal resumia una
actitud ante la vida y ante los problemas politicos y sociales, y
crecié y se difundié sin que valieran los argumentos que en su
contra esgrimian los més profundos conocedores dela ciencia
politica. Sin embargo, como eri el caso de los principios politi-
cos de la democracia organica, también el principio de Ja na-
cién centralizada quedé como una bandera irrenunciable, y,
como aquéllos, fue retomado a su hora.
Segura de su capacidad orientadora,
orgullosa de su conducta y convenci-
da de la validez universal “de su doc-
trina politica, Buenos Aires convocé al pueblo de la futura
nacién con que sofiaba para que colaborara en la tarea de
defenderla y constituirla; pero sefialé desde el principio el sis-
tema institucional y las grandes lineas politicas que ‘debian
regirla. Cuando el pucblo comenzé a despertar de su modorra
y acudié al llamado de Buenos Aires, descubrié que estaban
trazadas ya las lincas principales de la estructura politica; pero
descubrié al mismo tiempo que no se acomodaban a’ su situa-
Buenos Aires y la imposi-
cién de sus principiosLA LINEA DE LA DEMOCRACIA DOCTRINARIA 83
cién espiritual y material. Buenos Aires abundaba en estadis-
tas y en doctrinarios; le falté, en cambio, cl politico sagaz y
realista, y su orientacién ideolégica se manifestd inflexible, sin
concesiones y sin elasticidad.
En efecto, los principios que difundié el grupo ilustrado
tenian a sus ojos tal universalidad que no pensé nadie que
pudieran erguirse contra ellos la realidad social y econémica,
por una parte, y los resabios de la mentalidad colonial, por otra.
“Dedicad vuestras meditaciones al conocimiento de nuestras
necesidades”; aconsejaba Moreno a los futuros congresales; pero
a sus ojos no habia otra necesidad que educar al pueblo para
que se convenciera de que en su hermético sistema de princi-
pios se encontraba la mas sana doctrina y la més justa organi-
zacién institucional. Crefan los hombres ilustrados de Buenos
Aires en el pueblo como creia Juan Jacobo; mas no sospecha-
ban la influencia que sobre sus espiritus cjercian las situacio-
nes creadas y no destruidas por el mero colapso politico, y las
ideas inveteradas fundidas en su espiritu con el vigor del auto-
ritarismo dogmatico. Asi creyeron en la eficacia de las pa~
labras, de su buena fe, de su desprendimiento personal; pero
nada pudieron sino consolidar la oposicién irreductible de dos
lineas politicas en el seno de la masa criolla que habia ascen-
dido al primer.plano de la vida publica: la democracia orgé-
nica y doctrinaria,-por una parte, la democracia turbulenta ¢
inorganica, por otra.
Un error nefasto condujo a Bucnos Aires a la violencia*y
al menosprecio frente a los que no se mostraban capaces de
comprender su pensamiento. Convencidos del caracter social
deo-lasevgucién,.tos..hombres -de. Buenos Aires creyeron que
bestaba-con “elevar-el criollaje_y. hacerlo, tomar interés en esta
‘obra —como aconsejaba Moreno a. Chiclana—_y- con apoyar
a.esa clase por medi de Jas armas, alli donde podia ser -pre-
sionada-por lds antiguos.sefiorcs..La axperiencia, demostré.muy
pronto, empero, la ineficacia de estos medios. La Junta de Go-
bierno .resolvié apelar a la més severa violencia para impedir
da—centrarrevolucién. espafiola, y Castelli se mostré inflexible
wen-el.cumplimienta de_las rigidas instrucciones tanto en Ca,
~beza de-Tigre —contra Linicrs— como cn Potosi —contra Céi84 LA ERA CRIOLLA
doba, Nieto y Sanz—; pero muy pronto se convencieron los
hombres de Buenos Aires de que también habia un movimien-
to de resistencia contra sus orientaciones politicas, y decidie-
ron obrar con una energia semejante, que no podia sino enco-
nar los odios. El golpe de estado contra la Junta Conservadora
en noviembre de 1811 y el del 8 de octubre de 1812*contra Jos
elementos reaccionarios del Triunvirato; la categérica oposicién
_ de Moreno a la incorporacién de les diputados del interior a.
la Junta; la politica radical de la Asamblea del afio xin; la
campafia contra el Paraguay y, en fin, el rechazo de los dipu-
tados de Artigas a la Asamblea, todo ello debia preparar un
clima de violencia que se manifesté a partir de 1814. En ese
Momento aparecié, no obstante, el otro fantasma tan temido
desde los primeros dias de la revolucién, y desencadenado,
precisamente, por quienes habian sefialado su peligro: 1a dicta-
dura militar intentada por Alvear y abortada por la enérgica
reaccién de las fuerzas de la democracia anarquica.
A partir de entonces, el grupo ilustrado de Buenos Aires
perdié su clara estructura. Habia llamado al pueblo a Ja revo-
lucién y el pueblo habia acudido, pero insinuaba una concep-
cién de la vida politica que chocaba con la de quienes, Ilenos
de optimismo rousseauniano, lo habian Jlamado. Cada nucleo’
reaccioné a su modo ante este fenédmeno, porque, en cfecto, la
aparicién del pueblo destruyé el. primer esquema de la revo~-
lucién y comenzé a dibujar otro, harto complejo y particu-
larmente incomprensible para estos hombres de Buenos Aires
que estaban aferrados a su primitivo programa y a su sistema
de realizacioncs politicas.
En las _visperas de la revolucién, un emi-
EI Namado del pueblo sarig de los jefes Tmiitares Invite _a_Bel-
grano cierto dia a concurrir a una reunién, “porque era preciso
—qefiere Belgrano en _su Autobiografie— no contar sdlo con la
fuerza sino con los pueblgs, y allt se arbitratian los medio. Cuan-
do oi hablar asi y tratar de contar con Jos pucblos —continia
diciendo—, mi coraz6n se ensanché y risuefas ideas de un_pro-
wvela el estado de animo de los revolucionarios de_Mayo.LA LINEA DE LA DEMOCRACIA DOCTRINARIA | 85
ucblo_constituia_a sus ojos no sélo la fuente de la sobcrania
sino_también una realidad _a la que se ‘adjudicaban_caracteres
ideales, y en la que se veia la_carne del movimient
Era una concepcidn rousseauniana del pueblo, arraigada con fir-
meza_en_¢l_espil lonarios_¢ impenetrable para
Ta_obscrvacion directa,” .
Sin embargo, no faltaban los datos para modificar esta opi-
nién. Moreno sabia —y temia— Jas consecuencias de a igno-
rancia de las masas en materia politica; pero las convicciones
- doctrinarias eran en é1 mas fuertes que las que provenian de la
experiencia, y el optimismo sc manifestaba en una instantanea
correccién de la observacién inmediata. “Felizmente —escribia
en octubre de 1810— se observa cn nuestra gente que, sa-
cudido el antiguo adormccimiento, manifiesta un espiritu noble
dispuesto para grandes cosas, y capaz de cualesquicr sacrificios
que conduzcan a la consolidacién del-bicn general.” Firmes en
esta conviccién, los hombres del grupo ilustrado de .Bucnos
Aires esperaban que el pueblo acudiria al llamado, .no sélo ple-
térico de entusiasmo por Ja causa emancipadora y por los
principios democraticos, sino también dispuesto a comprender
Ja nobleza de los ideales de la Ilustracién y la altisima jerar-
quia de los ideales de la libertad de pensamicnto y autode-
terminacién politica.
Pero se equivocaba préfundamente el grupo ilustrado de
Buenos Aires. E} pueblo del interior acudié a su llamado por-
que, en efecto, compartia los ideales emancipadorés y democrati-
cos y, sobre todo, porque se sentia triunfante en una revolucién
‘que habia abatido a la antigua clase dominante y lo exaltaba a
una situacién de predominio. Mas muchas cosas se oponian
a que compartiera también el pensamiento doctrinario y los
principios institucionales del grupo ilustrado. Se oponia la arrai-
gada mentalidad colonial que lo caracterizaba y se oponia el
sentimiento localista en que se manifesté el patriotismo na-
ciente. La primera se irguié ante el espectaculo del jacobinismo
religioso de Castelli y de los hombres de la Asamblea de 1813
y, en lo politico, ante la finura de los mecanismos instituciona-
.Jas que, inevitablemente, deb{a poner el ejercicio de la: autori-
dad en Jos hombres de mayor ilustracién; el segundo se hizo86 LA ERA CRIOLLA
gada vez més notorio a medida que se torné visible la politica
de Buenos Aires, para la cual la revolucién suponia, inequi;
-vocamente, ¢] mantenimiento de la nacién bajo un régimen,
gentralizado. Frente a estas incompatibilidades, cl pucblo pre-
firié obedecer la, voz, de los caudillos de su clase y su misma
formacién espiritual que surgieron por doquier, y se presté a BR
elevacién de un nuevo autoritarismo que no dejaba de parti-
cipar de ciertos caracteres vagamente democraticos, porque, en
efecto, el caudillo exaltaba los ideales de su pueblo-y Hevaba al
poder la. consigna de’ imponerlos y defenderlos. Asi se satisfacian
Jos anhélos fundamentales del pueblo, y no vacilé éste en negar
su apoyo a aquellas otras formas politicas con que ¢l grupo
ilustrado queria revestir el movimiento.
Frente a este pueblo, que muy pronto puso de manifiesto
estas tendencias coincidentes y discordantes a un tiempo con el
movimiento de Buenos Aires, el grupo ilustrado propugné una
politica indecisa. Acerté cabalmente en el llamado al criollaje
y en el estimulo. del rencor antiespafiol, actitud que aseguré la
franca adhesién del pueblo al movimiento revolucionario en
cuanto movimiento emancipador; mas erré al manifestar su de-
cidida adhesién a los nucleos mas ilustrados de los criollos, por-
que éstos recordaban a las masas‘rurales su antigua condicién
y las inclinaban a aglutinarse alrededor de los mandones de
su propia estirpe; asi fue frecuente que los diputados enviados
a Buenos Aires no merecieran la estimacién de sus pueblos,
porque si solfan elegirlos entre los mas cultos, la voluntad de
los caudillos y del pueblo no se solidarizaba con frecuencia
con las transacciones a que aquéllos legaban por la via del
razonamiento. Politica instintiva, la de este pueblo se mostraba
intransigente y reacia a todo entendimiento.
No procedian de otro modo, ciertamente, los hombres del
grupo ilustrado; tampoco ellos quisieron indagar cudles eran las
ambiciones de los pueblos ni pretendieron encontrar las vias de
transaccién, y la falta resultaba en ellos mas grave por su mayor
capacidad; pero los términos suponian tal antinomia, que no se
facilitaba un acuerdo. Sélo por la educacién politica, por la
difusién del pensamiento doctrinario de la Tlustracién_creyeron
los hombres de Buenos Aires que podian atraer a esa masa ru-LA LINEA DE LA DEMOGRACIA DOCTRINARIA 87
ral ignorante pero firme en sus imprecisos ideales. Dentro de su
grandeza, no deja de ser ingenua ja iniciativa de Moreno de
difundir el Contrato social entre un pueblo que apenas tenia
otra formacién espiritual que la escasisima que le proporcio-
naba el clero rural, si lo habia; pero Moreno tenia una .in-
genua fe en las ensefianzas de las doctrinas del derecho piblico
—que no queria que “continuasen misteriosamente_ reservadas
a diez o doce literatos”— y ensefiaba cn la Gaceta los rudi-
mentos de la doctrina politica liberal para que, desde los
pulpitos, la leyeran y la comentaran los sacerdotes.
“Por esta via se Hegé a una total incomprensién, 0, mejor
atin, a la comprobacién de que habia entre las masas del inte-
rior y el grupo ilustrado de Buenos Aires un: abismo que nadie
se sentia dispuesto a franquear. Los grupos urbanos rurales del
interior se agruparon alrededor de sus caudillos y se encerraron
en si mismos, en tanto que en el seno del grupo ilustrado de
Buenos Aires comenzé a manifestarse una ‘enérgica rcaccién
antipopular a partir de 1814.
Frente a las graves dificultades
que -planteaban los problemas in-
ternos y frente a la certidumbre
de que no seria posible encajar la masa popular dentro de los
esquemas pre-establecidos, el grupo ilustrado de Buenos Aires
comenzé a encerrarse en una actitud cada vez mas hostil al mo-
vimicnto popular. Si las circunstancias locales lo impulsaban a
ello, no pesaba menos en su espiritu el torrente de la politica
reaccionaria que corria por Europa, con la ‘restauracién de Fer-
nando VII en el trono de Espafia y, Juego, con la derrota de
Napoleén y la hegemonia de la Santa Alianza. Estos hechos
provocaron un doble movimiento en el Rio de la Plata. Por una
parte, incité a los moderados a adoptar una politica reacciona-
ria, coincidente, acaso, con sus tendencias espontaneas y repri-
midas antes por la ténica predominante; por otra, incité a todos
a buscar una manera de acomodarse a ‘las circunstancias, ocul-
tando sus sentimientos republicanos para no excitar las iras de
los absolutismos coligados. Asi nacié una corriente reaccionaria
que postulé la monarquia, sin renegar —no debe olvidarse— de
La reaccién antipopular en las
minortas cultas y liberates88 LA ERA CRIOLLA
sus sentimientos democraticos, porque no s¢ concibié nunca sino
bajo cl aspecto de una monarquia limitada y constitucional.
En el 4rea local, fue el predominio creciente de Artigas so-
bre el litoral y Cérdoba lo que conmovié mas a fondo el animo
del grupo portefio ilustrado. Era el triunfo de la democracia
inorganica y’espontanea, cuya sccuela era, a los ojos de aquél,
la dictadura de los mandoncs locales. Esta posibilidad llenaba
de espanto a los hombres que habian sofiado con mantener la
integridad del virrcinato como nacién independiente y asegu-
rar, mediante la ilustrada direccién de Ja capital, un régimen
institucional fundado en el sistema republicanio y democratico;
sélo la anarquia podia esperarse de esa situacién, y el gripo
ilustrado se cuadré ante esa posibilidad: “todo es mejor que la
anarquia”, como dir4 el enviado de Alvear al ministro in-
glés cn Rio de Janeiro; aun la enajenacién de la indepen-
dencia. .
Recogiendo la ,inspiracién que Iegaba dé Europa, un sector
del grupo ilustrado se hizo mon4rquico. El director Alvear cre-
y6 asegurar las conquistas liberalcs poniendo al pais bajo cl pro-
tectorado de Inglaterra, en la que veia —con razén— el nico
baluarte de esos principios frente a la ola reaccionaria que se
ceraia sobre los demas paises europcos; pero su intento no pro-
gresd, porque lo derribé un golpe de estado poco tiempo des-
pués de asumir el poder ¢ iniciar las gestioncs necesarias. La
misma tendencia se manifesté en otros grupos, que buscaron
otras soluciones con la ayuda de emisarios enviados a las distin-
tas cortes europeas, y muy pronto la opinién monarquica parecié
undnime, a juzgar por la t4ctica predominante en el congreso
constituyente que se reunié en Tucuman a principios de 1816.
Sin embargo, no habia que engajfiarse. Faltaban cn el con-
greso los representantes de todas las provincias sometidas a Ja
influcncia del caudillo oriental’ José Gervasio Artigas, que pese
a todo mantenia su fe republicana. Sélo estaban presentes los
delegados de aquellas provincias interiores que manifestaban su
mas calida adhesién a la mentalidad colonial —y que fueron
marcadamente antiliberales— y los, de Buenos Aires, ahora
también desviados de su credo por reaccién contra el movi-
miento de la democracia inorganica. El congreso, en cfecto, seLA LINEA DE LA DEMOGRACIA DOCTRINARIA 89
manifest6 mon4rquico, unitario y antiliberal. El general San
Martin, que preparaba en Cuyo la expedicién libertadora a
Chile, afirmaba que las necesidades de la guerra exigian un
- poder ejecutivo fuerte y que optaba por la monarquia, aun a
riesgo de malograr las conquistas liberales, que podrian plan-
tearse de nuevo en horas menos dificiles; y, ante sus exigencias,
el congreso declaré 1a independencia el g de julio de 1816, por
que San Martin no queria ser un mercenario, sino el jefe del
ejército de una nacién libre; pero: fuera de esto, no acometié el
congreso ningiin acto que empalmara su politica con la tradi-
cién del: grupo ilustrado portefio. -
En efecto, ‘predominaban alli los elementos reaccionarios del
interior, Odiaban la anarquia, pero odiaban mas a Buenos Aires, |
y su politica se guid por estas dos aversiones, de modo que se.
propusicron establecer una monarquia, y pensaron en un miem-
bro de la antigua familia de los Incas y en que era necesario
fijar la capital ‘del Estado en el- Cuzco. Pero las circunstancias
eran demasiado dificiles para dar un paso tan grave, y la inde-
cision de muchos impidié que se Hegara a consumar un he- |
cho que, ademas de ser ineficaz, hubiera agudizado una situa-
cién que todavia parecia tener solucién. Se mantuvo, pues, el
régimen directorial, -y se convino en el nombramiento de Juan
Martin de Pueyrredén, un conservador tibio que parecia conci-
liar los intereses de todos; mas quedé como saldo de las delibe-
“ raciones de Tucuman la evidencia de cudles cran las aspiracio-
nes del interior y cules los temores del antiguo grupo ilustrado
de Buenos Aires. Un decreto del congreso de agosto de 1816 .
reflejaba: fielmente la situacién: “Fin a la revolucién, principio
al orden, reconocimiento, obediencia y respeto a la autoridad
soberana de las provincias y pueblos representados en el con-
greso y a sus determinaciones. Los que promovieren la insu-
rreccién o atentaren contra esta autoridad y tas demas consti-
tuidas 0 que se constituyeren en los pueblos, los que de igual
- modo promovicren u obraren la discordia de unos pueblos a
otros, los que auxiliaren o dieren cooperacién o favor, seran
reputados encmigos del estado y perturbadores del orden y tran-
quilidad pdblica, y castigados con todo el rigor de las penas,
hasta la de muerte y expatriacién conforme a la gravedad de:90 LA ERA CRIOLLA
su crimen, y parte de accién o influjo que tomare.” Era reco-
mendar al futuro director supremo la salvacién de la unidad
nacional, porque “todo era mejor que la anarquia”.
A los ojos de unos y otros reaccionarios —los que lo eran
constitutivamente y los quc empezaban a serlo por horror a la
irrupcién de la democracia inorganica—, la anarquia estaba re-
presentada por el pueblo y, en especial, por las masas del inte-
rior que se presentaban como republicanas hasta la ferocidad
y democraticas hasta la ceguera. Pucyrredén acometié contra
los federales y expatri6 a Manuel Dorrego, representante y ca-
beza dirigente del anico grupo liberal que se mantenfa republi-
caho y defendia el federalismo de Buenos Aires esperando ha-
lar una férmula de conciliacién con cl pueblo. Con los federales
del litoral fue mas enérgico y dio a la guerra civil una violencia
que acentuaba dia a dia la hostilidad entre ambos bandos. La
consecuencia fue la polarizacién de los elementos antagénicos.
Los federales y los unitarios constituyeron dos grupos irreconci-
diables y sus aspiraciones ¢ ideologias comenzaron a perfilarse
cada vez con mayor precisién.
Para hallar una solucién definitiva, los portefios, casi todos
transitoriamente inclinados hacia la reaccién, sélo veian el re-
curso de la fuerza y la implantacién de la monarquia. Asi lo
aconsejaba Rivadavia desde Europa, y asi lo sostenia Pueyrre-
dén, que apresuré las gestiones en-favor del principe de Luca,
mientras instaba al congreso, trasladado de Tucumdn a Buenos
Aires, a que dictara una constitucién unitaria.
La tarea de preparar una constitucién no era facil. Si el
principio director debia ser la creaci6n de un orden legal que
asegurara la autoridad de un gobierno central residente en’ Buc-
nos Aires, la situacién de hecho evidenciaba que tal constitu-
cién tenia que ser utépica y podia considerarse rechazada de
antemano. El congreso lo comprendia asi, y no faltaron espiritus
sensatos que demostraran que no era esa la circunstancia propi-
cia para dictar una constitucién; pero ¢l movimiento antipopu-
lar cra cada vez mas vigoroso en Buenos Aires y encontraba
acogida favorable entre muchos hombres del interior a quiencs
aterraba la creciente autoridad de los caudillos. Asi, triunfé la
iesis constitucional, y se sancioné al fin de 1819 una carta que