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ACTO DE FE Y ADORACIÓN

Creemos, oh Jesús, con nuestra más viva fe, que estás realmente presente, aquí, delante
nuestro, bajo las especies Eucarísticas; Tú, el Verbo eterno del Padre, engendrado
desde todos los siglos y encarnado luego en las entrañas de la Virgen Madre,
Jesucristo Redentor y Rey. Creo, realmente, que estás presente en la verdad inefable
de tu Divinidad y de tu Humanidad.
Jesús, eres el mismo de Belén, el divino Niño que aceptara por nosotros, el
aniquilamiento, la pobreza y la persecución. Eres el Jesús de Nazaret, que por amor a
nosotros, abrazó el ocultamiento, las fatigas y la obediencia. Eres el Divino Maestro,
aquel que vino para enseñarnos las dulces verdades de la fe, a traer el gran
mandamiento del amor: Tu mandamiento. Eres el Salvador Misericordioso, el que te
inclinas sobre todas nuestras miserias con infinita comprensión y conmovedora
bondad, pronto siempre a perdonar, a curar, a renovar. Eres la Víctima Santa,
inmolada para gloria del Padre y bien de todas las almas. Eres el Jesús que por
nosotros sudó sangre en el Huerto de Getsemaní; sufrió la condenación de tribunales
humanos, la dolorosísima flagelación, la cruel y humillante coronación de espinas, el
martirio cruel de la crucifixión. Eres quien quiso agonizar y morir por nosotros. Tú eres
Jesús Resucitado, el vencedor de la muerte, del pecado y del infierno. Quien está
deseoso de comunicarnos los tesoros de la vida divina que posees en toda su
plenitud.

Jesús mío, Te encuentras aquí, presente en la Hostia Consagrada, Santa, con un Corazón
desbordante de ternura, un Corazón que ama infinitamente. En tu Corazón, Jesús,
encontramos el Amor Infinito, la Caridad divina: Dios, principio de vida, existente y
vivificante. ¡Qué dulce es, Dios mío, Trinidad Santísima, adorarte en este Sagrario en
el que ahora estás!
Por ello nos unimos a los Ángeles y Santos quienes, invisibles pero presentes y vigilantes
junto a tu Sagrario, Te adoran incesantemente. Nos unimos, sobre todo, a Tu
Santísima Madre y a los sentimientos de profunda adoración y de intenso amor que
brotaron de su alma desde el primer instante de Tu Encarnación y cuando te llevaba
en su seno inmaculado.
Y mientras te adoramos en este Sagrario, lo hacemos en todos los del mundo y,
especialmente, en aquellos en los cuales estás más abandonado y olvidado. Te
adoramos en cada Hostia Consagrada que existe entre el Cielo y la tierra.
Te adoramos, Dios Padre, porque por medio de Cristo has descendido hasta nuestra
humanidad y porque, por Su Corazón adorable, te has unido tan estrechamente al
hombre, a nosotros, pobres criaturas ingratas. Te adoramos en este templo,
santificado por la presencia siempre actual de tu Ser divino; nos postramos hasta la
nada, en adoración delante de tu Majestad Soberana pero, al mismo tiempo, el amor
nos eleva hasta Ti.
Te adoramos, Dios Padre, y te amamos; el amor y la adoración están totalmente
confundidos y mezclados en nuestra alma, tanto que no sabríamos decir si más
adoramos que amamos o si más amamos que adoramos... Te adoramos porque
encontramos en Ti todo poder y toda santidad, justicia y sabiduría; porque Tú eres
nuestro Creador y mi Dios. Te amamos porque encontramos en Ti toda belleza, toda
bondad, toda ternura y toda misericordia. Te amamos porque nos has hecho el regalo
de un tesoro invalorable.

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Jesús es nuestro tesoro, es nuestro y a cada instante podemos sacar de El gracias a
manos llenas, pues lo encontramos siempre abundante. De El tomamos cuanto
necesitamos para pagar deudas, para remediar nuestras necesidades, encontrar
delicia, ganarnos una corona.
¡Qué don inefable es este Jesús con su Corazón desbordante de ternuras! Un tesoro que
jamás se agota: mientras más sacamos, él más aumenta.
Oh, Dios Padre, tanto has amado a tus criaturas que les diste a tu único Hijo y, para que
la Majestad de tu Verbo no nos infundiese temor y nuestras almas se pudieran dirigir a
El con confianza, lo revestiste de una carne semejante a la nuestra.
Lo has embellecido con las gracias más atrayentes y, sobre todo, le has dado un Corazón
infinitamente perfecto; tanto que debía ser la morada de tus delicias, porque tú divina
plenitud vive en El y la más humilde de las criaturas tiene allí su lugar de privilegio.
Ese adorado Corazón, inmenso como Tú, Dios mío, porque te contiene, es también
nuestra morada, pues nos ama. En El nos encontramos con tu divinidad y, al vernos
en este Sagrado asilo, tu justa ira se aplaca y tu justicia se desarma.
Te adoramos, Dios Padre, por Jesús y en Jesús. Adoramos a Jesús, tu Hijo, quien por Su
Humanidad es nuestro hermano y por Su Divinidad es nuestro Dios. Te amamos por
Jesús y con Jesús. Te amamos por el Corazón de Jesús, que el amor hizo nuestro. Te
amamos en Jesús. Por El te llega nuestro amor, por El podemos alcanzarte y
abrazarte.

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VOCACIÓN AL AMOR

La fe cristiana es ciertamente algo personal. Cada uno de nosotros tiene que ser un
seguidor de Jesucristo, ser el discípulo del Maestro, cuyos ideales iluminan y orientan
nuestra vida. Tener el espíritu de Jesús, el de la gran libertad de los pobres que están
llamados a construir el Reinos de los cielos, tiene que ver con las actitudes personales
del amor sin límites, con todo lo que él implica: servicio, perdón y todo aquello que
Jesús comprendía cuando hablaba de la necesidad de ser perfectos como el Padre
celestial. Sin embargo, la fe cristiana no es cuestión simplemente personal, individual.
Jesús quiso que fuéramos sus seguidores en comunidad. Por eso somos Iglesia.

Señor nuestra vocación es el amor, Tu nos ha llamado a amar y también nos enseña
como amar.

Amar es dar: Tú nos ha dado tu Creación.


Amar es comunicarse: Tú te has ha comunicado en tu Revelación.
Amar es hacerse semejante al amado: Tú te has hecho uno de nosotros en la
Encarnación.
Amar es sacrificarse: Tú nos ha dado tu vida en la Redención.
Amar es obsequiar al amado: Tú nos ha regalado la Salvación.
Amar es acompañar al amado: Tú te has quedado para siempre acompañándonos, en la
Eucaristía.

Dios es amor. Esta es la expresión más alta que podemos decir de Dios y es también la
que más nos permite penetrar en su intimidad. Porque nos descubre que Dios no es
un ser solitario en su inmensidad y eternidad, sino una familia, una comunidad, donde
hay comunicación mutua, entrega recíproca, diálogo eterno, vida que se da.

Y no hay tampoco una expresión más grande sobre el hombre que la que nos enseña
Génesis-capítulo 1, donde se nos dice que el hombre fue creado a imagen y
semejanza de Dios. La imagen de Dios que es el hombre nos ayuda a comprender
mejor lo que somos nosotros. Personas creadas por amor y para el amor, el diálogo
sincero, la entrega generosa, la donación sin reservas. Sin amor el hombre no puede
realizarse como ser personal y la más grande frustración que éste puede experimentar
en su vida es el fracaso en el amor. Pero, sobre todo, el amor distingue al cristiano de
los demás hombres.

Amar a los demás como amamos a Cristo, pero todavía podemos avanzar más.
Amar como Cristo nos ha amado. Hemos subido un peldaño, porque ya no es una medida
humana la que nos sirve para calibrar nuestro amor, sino una realidad que está por
encima de nosotros. Si Jesús no nos hubiese revelado eso, no lo creeríamos, porque
está más allá de nuestra comprensión. Parece inaudito pero así lo ha proclamado el
mismo Jesús. Un mandamiento nuevo les doy que se amen, unos a otros; como yo los
he amado así también ámense mutuamente (Jn13,34). Esta afirmación, a primera
vista, está por encima de nuestras posibilidades. Cristo es Dios, nosotros somos
simples mortales. No podemos ponernos en el mismo plano, pero, si Jesús lo afirma
es porque esto debe estar a nuestro alcance; y lo está porque por el bautismo
comienza en nosotros un proceso de identificación con el Señor que va en aumento.
Como Pablo nosotros deberíamos poder afirmar: Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en
mí (Gal 2,20).

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¿Hemos llegado al más alto grado el amor? ¿Podemos añadir algo más? Sí. Todavía
Jesús nos señala un horizonte infinito, como infinito es Dios en su amor y en su
unidad. Nos estamos acercando a un abismo de grandeza y bondad que está muy
lejos de nuestras capacidades. No podemos leer sin estremecernos estas palabras de
Cristo pronunciadas después de haber hablado de amor a los enemigos: Sean, pues
perfectos, como es perfecto su Padre celestial (Mt 5,48). Esto rompe toda medida y
todo criterio humano.
Amar como se aman las personas de la Trinidad.
Aquí tocamos los linderos de la mística y de la más alta perfección cristiana. Se nos
propone como modelo de unidad la que existe en la Trinidad. El amor hace la unidad
en la Trinidad, cuyo diálogo no se agota, ni su mutua donación se interrumpe.

El día en que nos decidamos a ensayar el amor, después de haber experimentado el


derrumbe de tantas ideologías que prometían un paraíso en la tierra, entonces
podemos esperar un nuevo amanecer para el mundo, una transformación de nuestras
costumbres y relaciones, un surgir de la paz, fruto de la justicia. ¿Será esto posible?
¿No es acaso una utopía más que nos puede ilusionar sin llegar a nada concreto?
Para los hombres es imposible, no para el amor.

† Señor Jesús pastor bueno, que has ofrecido tu vida para que todos tengan
la vida, danos a nosotros, la abundancia de tu vida y haznos capaces de
testimoniarla y de comunicarla a los demás.

† Señor Jesús, concede la abundancia de tu vida a todas las personas


consagradas a ti para el servicio de la iglesia. Hazlos felices en su entrega,
infatigables en su ministerio generosos en su sacrificio. Que su ejemplo
abra otros corazones para escuchar y seguir tu llamado.

† Señor Jesús, da la abundancia de tu vida a las familias cristianas para que


fervorosas en la fe y en el servicio eclesial, favoreciendo así el nacimiento y
el desarrollo de nuevas vocaciones consagradas.

† Señor Jesús, da la abundancia de tu vida a todas la personas de manera


especial a los jóvenes que llamas a tu servicio: ilumínalos en la elección,
ayúdalos en las dificultades, sostenlos en la fidelidad; hazlos dispuestos y
decididos a ofrecer su vida, según tu ejemplo, para que otros tengan vida.
Amen

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CARIDAD Y SERVICIO

“Cuando terminó de lavarles los pies, se puso de nuevo el manto, volvió a la mesa y les
dijo: "¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y
dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, siendo el Señor y el Maestro, les he lavado los pies,
también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Yo les he dado ejemplo, y ustedes
deben hacer como he hecho yo. En verdad les digo: El servidor no es más que su patrón
y el enviado no es más que el que lo envía. Pues bien, ustedes ya saben estas cosas:
¡felices si las ponen en práctica!" Jn13

Amar y servir: ésta es la gran enseñanza del Jueves Santo.

Jesús nos brinda así una enseñanza fundamental, expresa el sentido de todo su misterio
pascual. Ya había dicho: «el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar
su vida como rescate por todos» (Mc 10,45).
La pasión de Jesús es un servicio llevado al extremo, un servicio en el que todo el ser
humano de Jesús se consume, por así decirlo, por nosotros. Esto nos hace
comprender que la Eucaristía es Jesús que se pone a nuestro servicio. El se hace
nuestro alimento, nuestra bebida. No es posible ponerse al servicio de otra persona de
una manera más completa, más perfecta que ésta. Jesús desea mostrarnos
precisamente con toda claridad este sentido en el servicio, porque es esencial para la
vida cristiana. Los cristianos no están hechos para ser servidos, sino para servir y para
vivir en el amor de una manera efectiva.

Son muchos los que necesitan que se les laven los pies, también son muchos los que
necesitan lavar los pies a otros. La caridad se ofrece y se recibe. Aprendemos del
amor de Dios para amarnos los unos a los otros. El verdadero amor viene de Dios y se
aprende en el seno de Dios.
El gesto de caridad, el lavatorio de pies se prolonga y concreta en la donación de la vida.
Su ofrenda es para siempre. La comida es para todos, el servicio y la caridad también.

El amor, el compromiso, la entrega es para siempre y tiene sentido cuando es definitivo.


Nos entregamos día a día para configurarnos con Jesucristo y aprender a ser como él:
verdaderos hijos de Dios. Así nuestra entrega, algún día, necesitará ser completa,
hasta entregarlo todo. Por eso, queremos aprender a darnos, a lavarnos los pies unos
a otros como señal de humildad, de reconocimiento de los demás. Dejarse lavar por el
Señor es descubrir quien es Él de verdad, es reconocer al Hijo de Dios. Así
necesitamos, como los apóstoles, reconocer a quien ha venido a entregarse, y de qué
modo, por todos nosotros.
La Eucaristía que celebramos, la Cena del Señor, la entrega de Jesús adquiere su
profundidad desde ese gesto sencillo que a todos nos cuesta aceptar: el mismo que
viene a lavarnos, es el que se entrega por nosotros, el que permanece para siempre
deseando encontrarse con todos los hermanos.

¡Cuántos en el mundo necesitan que les lavemos los pies! Hoy nosotros también
necesitamos, como hijos de Dios que somos, hacer presente a Jesucristo lavando los
pies desde tantas realidades que grita nuestro mundo: acompañar enfermos, visitar a
los que están en la cárcel, evitar la soledad de los mayores, fortalecer a los que están
desamparados,… Los cristianos que vivimos desde Jesucristo le hacemos presente en
tantos gestos donde Él estaría hoy presente, donde quiere estar cercano desde cada
uno de nosotros.

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Es la caridad cristiana la que nos mueve a vivir reflejando el amor recibido y compartido,
lo que hemos visto y hemos oído lo que permite seguir caminando.
Que en este día la misión de cada uno llegue a realizarse sin ningún tipo de complejos. La
caridad cristiana será el gesto visible del amor que Dios pone en el corazón de sus
hijos.
Aprendamos a amarnos como Dios nos ama y nos enseña en su Hijo Jesús.

La fe es para ser vivida y practicada, no sirve ni alcanza decir "Señor, Señor".


Jesús quiere e invita a sus discípulos a demostrar con gestos y actitudes nuevas el
conocimiento de las cosas de Dios que hay en nuestro corazón. En esto se encuentra
la felicidad, el sentido pleno de la existencia: en vivir para los demás como servidores.

Evidentemente la propuesta de Jesús no tiene nada que ver con el modelo de felicidad
que nos propone la sociedad de nuestros días…

-¿es difícil vivir esto?


-¿por qué?
-¿cómo se puede vivir este mandato del amor a los demás en la vida concreta de todos
los días?

¿Perpetuamos la entrega y el triunfo de Jesús haciendo, junto con él, lo que él hizo,
procediendo como él, con la donación de nosotros mismos?

¿Dedicamos vida totalmente dedicada a servir a los demás, por amor al Padre?

Pidamos al Señor que infunda en nuestro corazón este espíritu de amor y de servicio, que
puede transformar el mundo que nos rodea.

Pidamos a Dios Padre nos enseñe a compartir el perdón y el pan.


Roguemos al Señor, que así como el pan nutre las fuerzas físicas, así nuestro espíritu sea
continuamente nutrido por el espíritu de Jesús, que sabe ser fiel al amor hasta la
muerte.

Roguemos a Dios que nuestra vida según Cristo, sustentada por el pan del Espíritu, sea
como granos de trigo que “mueren” por el sacrificio y la donación, pero multiplican y
transmiten la vida que recibieron.

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LA FAMILIA

La familia en los tiempos modernos, ha sufrido quizá como ninguna otra institución, la
acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y de la
cultura. Muchas familias viven esta situación permaneciendo fieles a los valores que
constituyen el fundamento de la institución familiar. Otras se sienten inciertas y
desanimadas de cara a su cometido, e incluso en estado de duda o de
ignorancia, respecto al significado último de la vida conyugal y familiar: otras en fin a
causa de diferentes situaciones de injusticia se ven impedidas para realizar los
derechos fundamentales.
(Familiaris Consortio 1.)

Escuchemos ahora qué nos dice la Palabra de Dios respecto a la realidad de la


familia: Ef. 5, 2ª.25-32.

“25Vivan en el amor como Cristo los amó, Maridos, amen a sus mujeres como Cristo amó
a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, 26 para santificarla, purificándola mediante
el baño del agua, en virtud de la palabra, 27 y presentársela resplandeciente a sí
mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e
inmaculada. 28Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos.
El que ama a su mujer se ama a sí mismo. 29 Porque nadie aborreció jamás su propia
carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia,
30
pues somos miembros de su Cuerpo. 31 Por eso dejará el hombre a su padre y a su
madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. 32 Gran misterio es
éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia.”

JESUCRISTO, ESPOSO DE LA IGLESIA, Y EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO

La comunión entre Dios y los hombres halla su cumplimiento definitivo en Cristo Jesús, el
Esposo que ama y se da como Salvador de la humanidad, uniéndola a sí como su
cuerpo.
El revela la verdad original del matrimonio, la verdad del principio. Y, liberando al hombre
de la dureza del corazón, lo hace capaz de realizarla plenamente.
Esta revelación alcanza su plenitud definitiva en el don de amor que el Verbo de Dios
hace a la humanidad asumiendo la naturaleza humana, y en el sacrificio que
Jesucristo hace de sí mismo en la cruz por su Esposa, la Iglesia. En este sacrificio se
desvela enteramente el designio que Dios ha impreso en la humanidad del hombre y
de la mujer capaces de amarse como Cristo nos amó.
El amor conyugal alcanza de este modo la plenitud a la que está ordenado, la caridad
conyugal, que es el modo propio y específico con que los esposos participan y están
llamados a vivir la misma caridad de Cristo que se dona sobre la cruz.
En una página justamente famosa, Tertuliano ha acertado la grandeza y belleza de esta
vida conyugal en Cristo: ¿Cómo lograré exponer la felicidad de ese matrimonio que la
Iglesia favorece, que la ofrenda eucarística refuerza, que la bendición sella, que los
ángeles anuncian y que el Padre ratifica?... ¡Qué yugo el de los dos fieles unidos en
una sola esperanza, en un solo propósito, en una sola observancia, en una sola
servidumbre! Ambos son hermanos y los dos sirven juntos; no hay división ni en la
carne ni en el espíritu. Al contrario, son verdaderamente dos en una sola carne, y
donde la carne es única es el espíritu. (Familiaris Consortio 13).

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• ¿Encontramos en Dios trino y uno, el origen y fundamento de toda relación familiar?

• A ejemplo de la Sagrada Familia ¿son nuestras familias, mediante la escucha de tu


palabra, la oración, la comunicación y la ayuda mutua, una comunidad de vida y amor?

• ¿Los jóvenes encuentran en la familia, el apoyo que necesitan para su crecimiento en


el bien, la verdad y el amor?

• ¿Dejamos que la gracia del sacramento del matrimonio, nos fortalezca ante las
debilidades y crisis que a veces atraviesan nuestras familias?

• Somos capaces favoreciendo la institución familiar, reforzando su estabilidad y


mediante el amor y el trabajo, ser los hombres y mujeres nuevos que tanto necesita
nuestro país?

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