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FERRATER MORA, José. Diccionario de Filosofía. Tomo III.

Pag: 2309-2312

MATEMÁTICA. Los pitagóricos consideraban la matemática como la ciencia. Esto es


comprensible si se piensa que la matemática era para ellos la ciencia de los números y
de las figuras geométricas consideradas a su vez como la esencia de la realidad. Estas
concepciones pitagóricas ejercieron gran influencia, especialmente en el mundo
antiguo y durante el Renacimiento. Pocos autores las han mantenido en la época
moderna, pero pueden rastrearse trazas de la importancia central adquirida por la
matemática en los ideales científicos panmatematizantes, los cuales, según Meyerson,
constituyen una de las varias posibles filosofías de la ciencia.
La filosofía ha considerado siempre la matemática como uno de los objetos
principales de sus investigaciones. Éstas han sido llevadas a cabo dentro de la
lógica, de la teoría del conocimiento y de la metafísica hasta que se ha constituido
una disciplina especial, la filosofía de la matemática, que ha tenido por misión
formular con la mayor claridad posible los problemas básicos (los «problemas de
fundamentación») concernientes a dicha ciencia. De estos problemas
consideraremos aquí los siguientes: 1) El contenido de la matemática; 2) la
naturaleza de los entes matemáticos; 3) los fundamentos de la matemática; 4) la
relación entre la matemática y las demás ciencias; 5) la relación entre la matemática
y la realidad.
El problema del contenido de la matemática concierne menos a la filosofía que a la
propia matemática. Puede resolverse en buena parte mostrando las cuestiones de
que se ocupa la matemática, los métodos que usa y las ramas en que se divide.
Suponiendo conocidos en lo esencial estos aspectos, no es menester aquí referirnos a
ellos con detalle. Observaremos sólo que la idea –predominante durante mucho
tiempo– según la cual la matemática es la ciencia de la cantidad, no puede
mantenerse. En efecto, hay disciplinas matemáticas, como la topología, que no se
ocupan de la cantidad. Por este motivo se ha intentado encontrar un concepto más
general para definir el contenido de la matemática: es el concepto de orden.
Sobre la naturaleza de los entes matemáticos hay muchas discusiones, aun
tomando la expresión ‘entes matemáticos’ en un sentido neutral, equivalente a
‘aquello de que se ocupa la matemática’. Entre las posiciones adoptadas sobre
este problema mencionaremos siete: a) el realismo; b) el conceptualismo; c) el
nominalismo; d) el apriorismo; e) el empirismo; f) el objetivismo, y g) el
«existencialismo». Señalaremos brevemente en qué consiste cada una de ellas.
Las posiciones a), b) y c) consideran el problema de la naturaleza de los entes
matemáticos de acuerdo con la teoría de los universales. Suponen, en efecto, que tales
entes son ideas generales cuyo status ontológico debe determinarse. Según la posición
a), los entes matemáticos existen antes de las cosas; tienen, pues, una realidad metafísica
(u ontológica). Por eso tal posición es llamada también platonismo, aunque debe
tenerse presente que no coincide con la doctrina del propio Platón el cual consideraba
con frecuencia que los entes matemáticos son análogos a las ideas, mas no se
confunden con las ideas: son intermediarios entre la realidad sensible y la inteligible.
Según la posición b), los entes matemáticos tienen existencia solamente en tanto que
poseen fundamento en la realidad, fundamentum in re; son, pues, conceptos, pero no
meras producciones de nuestra mente. Según la posición c), los entes matemáticos son
solamente nombres, adoptados por convención y aplicables a la realidad por cuanto
son en sí mismos vacíos de contenido.
Las posiciones d) y e) consideran el problema en cuestión desde el punto de vista del
origen de nuestros conceptos matemáticos. Según la posición d), los entes
matemáticos son concepciones innatas, completamente independientes de la
experiencia, aunque aplicables a ella. Según la posición e), los entes matemáticos son
obtenidos por medio de abstracciones efectuadas a partir de la experiencia; son, por
así decirlo, idealizaciones máximas de nuestras percepciones sensibles.
Las posiciones f) y g) consideran de nuevo el problema desde el punto de vista
ontológico, pero sin comprometerse a adoptar al respecto (por difícil que ello sea)
una teoría de los universales. Según la posición f), los entes matemáticos no existen,
sino que «subsisten» o «consisten», su modo de ser es el del objeto ideal. Según la
posición g), hay que distinguir entre el pensamiento matemático y el objeto del
pensamiento matemático. La atención preponderante hacia el primero da origen a un
formalismo, la atención preponderante hacia el último permite sostener una
fundamentación existencial del intuicionismo. La posición f) ha sido defendida, entre
otros, por Meinong. La posición g), por Oskar Becker, siguiendo algunas
indicaciones de Heidegger.
La fundamentación de la matemática ha dado origen también a muchas
discusiones de las que han surgido tres posiciones ya clásicas: el logicismo, el
formalismo y el intuicionismo. Para el logicismo, desarrollado por Frege y luego
por Peano, Russell y Whitehead, la matemática se reduce a la lógica. Para el
formalismo, defendido por David Hilbert, la matemática puede formalizarse por
completo; el método adecuado a tal efecto consiste en probar la no contradicción de
las teorías matemáticas y de todos los sistemas logísticos apropiados a ellas. Para el
intuicionismo, defendido, entre otros, por L. E. J. Brouwer y Arend Heyting, puede
hablarse de entes matemáticos solamente si podemos construirlos mentalmente. Cada
una de estas posiciones choca con dificultades peculiares: el logicismo encuentra muy
difícil situar toda la matemática dentro del marco de la lógica; el formalismo –
calificado también de axiomatismo– topa con los obstáculos derivados de las
consecuencias de la prueba de Gödel; el intuicionismo se ve precisado a cercenar
una buena parte de las teorías matemáticas de sus construcciones, sobre todo
cuando, adoptando la doctrina de G. F. C. Griss, concibe que hay entes matemáticos
solamente cuando son efectivamente construidos mentalmente. Cada una de estas
posiciones, por otro lado, ha alcanzado grandes triunfos y ha impulsado grandemente
el progreso en matemática. No puede predecirse qué teoría triunfará definitivamente:
lo más probable es que haya que mantener las partes más fecundas de cada una de
ellas. Debe observarse que en todas estas teorías, incluyendo la intuicionista, se
tiende a la formalización máxima de las operaciones matemáticas; es un error, por
lo tanto, interpretar ciertos resultados de la matemática contemporánea como un
apartamiento de esta vía.
La cuestión de la relación entre la matemática y las demás ciencias es muy compleja.
En todo caso, se han manifestado al respecto muy diversas opiniones. Para
algunos, la matemática es la lengua universal de todas las ciencias. Si algunas se
resisten a la llamado «matematización» es simplemente o porque están poco
desarrolladas o porque las matemáticas usadas no son, o no son todavía,
suficientemente ricas y flexibles. Para otros, la matemática se aplica a las ciencias
en grado decreciente de intensidad desde la física, completamente, o casi
completamente matematizada, hasta la historia, donde la matemática desempeña un
papel modesto o nulo. Parece no encontrarse nadie para quien la matemática pueda
resultar perniciosa, inclusive para ciencias ya altamente matematizadas.
Sin embargo, ésta es la opinión de J. Schwartz, que, por su carácter polémico,
procederemos a resumir.
Según dicho autor, «en su relación con la ciencia, la matemática depende de un
esfuerzo intelectual llevado a cabo fuera de la matemática para la especificación de la
aproximación que la matemática va a toma literalmente». El matemático tiene que
considerar situaciones bien definidas (o convertir cualesquiera situaciones dadas en
situaciones bien definidas, séanlo o no de hecho para los físicos y, a fortiori, para los
demás hombres de ciencia). «El matemático convierte en axiomas –y toma tales
axiomas literalmente– lo que para el hombre de ciencia son supuestos teóricos».
Ello puede llevar a considerar tales supuestos teóricos como axiomas científicos;
cuando tal sucede, la matemática resulta perniciosa, porque introduce una confusión.
Conviene, pues, concluye Schwartz, no confundir lo que dice el físico con una
interpretación literal de las fórmulas matemáticas de que se vale. Ejemplo de tal
situación es la ecuación de Schrödinger para el átomo de hidrógeno. Esta ecuación «no
es una descripción literalmente correcta del átomo, sino una aproximación a una
ecuación algo más correcta que tenga en cuenta el spin, el diapolo magnético y los
efectos relativistas; ecuación que es a la vez una aproximación mal comprendida a un
conjunto infinito de ecuaciones cuánticas relativas al campo».
Al respecto debe observarse que aunque, en efecto, la matemática –o una
interpretación literal de una ecuación matemática– pueda resultar perniciosa para el
buen entendimiento de ciertos procesos físicos, no es necesario que resulte
perniciosa; además, debe tenerse en cuenta que no pocos importantes resultados
físicos (incluyendo algunos obtenidos por el citado Schwartz) han sido posibles gracias
a desarrollos matemáticos.
Lo que puede ocurrir –y ocurre a veces– es que la cuantificación de ciertos
resultados, expresable matemáticamente, produzca la ilusión de que se conoce algo
que sigue siendo desconocido. Dos ejemplos al respecto son el índice de inteligencia y
el índice que expresa el producto nacional bruto. Cada uno de estos índices es expresado
mediante un número. Pero el índice de inteligencia expresa una gran diversidad de
capacidades y el índice que expresa el producto nacional bruto es el resumen de una
cantidad de factores y relaciones económicas. Ahora bien, las confusiones que pueden
producir y los errores a que pueden dar lugar tales índices, no se deben a la
cuantificación, y a las correspondientes expresiones matemáticas, sino a un uso
defectuoso , o incompleto, de «números».
Lo más plausible en el problema de la relación entre la matemática y la ciencia –o las
ciencias– es adoptar el punto de vista de que la matemática es definible de algún
modo como un lenguaje y que, por consiguiente, su relación con otras ciencias
consiste, a la postre, en la relación que exista, o pueda existir, entre el lenguaje
matemático y el de otras ciencias.
El problema llamado a veces «relación de la matemática con la realidad» es en gran
parte reducible al anterior; en efecto, preguntar en qué medida pueden, o deben,
usarse las matemáticas en otras ciencias equivale a preguntar en qué medida las
matemáticas pueden, o deben, usarse para describir, resumir o precisar los
conocimientos que forman el contenido de las demás ciencias. Sin embargo, algunas
veces se ha considerado este problema separadamente, o bien se ha considerado el
problema en toda su generalidad en cuanto problema de qué tipo de verdad pueden
expresar las matemáticas. Dos citas al respecto son iluminativas. Una procede de
Henri Poincaré y reza: «La posibilidad misma de la ciencia matemática parece una
contradicción insoluble. Si esta ciencia sólo es deductiva, ¿de dónde le viene este
perfecto rigor que nadie piensa poner en duda? Si, por el contrario, todas las
proposiciones que enuncia pueden deducirse unas de otras por medio de las reglas de
la lógica formal, ¿cómo no se reduce la matemática a una tautología inmensa?». Aun-
que esta cita parece referirse exclusivamente a la cuestión de la naturaleza de las
proposiciones matemáticas, envuelve el problema de «la relación de la matemática
con la realidad» por cuanto se refiere, cuando menos implícitamente, a la cuestión de
la fuente del rigor y certeza de las proposiciones matemáticas. Este rigor y esta
certeza se transfieren a los fenómenos mismos descritos matemáticamente. La otra
cita procede de Einstein y dice: «En la medida en que las proposiciones
matemáticas se refieren a la realidad, no son ciertas; y en la medida en que son
ciertas, no son reales». Con ello se plantean dificultades que parecen insuperables.
Varias soluciones han sido propuestas para resolverlas. He aquí algunas: (I) la
matemática puede aplicarse a la realidad, porque ella misma no dice nada: es como un
marco vacío dentro del cual cabe todo; (II) la matemática puede aplicarse a la realidad,
porque resulta empíricamente de un examen de lo real; (III) la matemática puede
aplicarse a la realidad, porque como suponía Kant, los juicios matemáticos son juicios
sintéticos a priori; (IV) la matemática puede aplicarse a la realidad, porque ésta es de
índole matemática. La solución (I) es un extremo formalismo; la solución (II), un
empirismo; la solución (III), un apriorismo trascendental; la solución (IV), una forma
de pitagorismo. Terminamos de este modo por el mismo tema con que habíamos
iniciado este artículo: el tema de la naturaleza matemática de lo real.

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