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Publicado en: Nikolas Rose, Inventing our Selves, Cambridge University Press,
1996, Capítulo 1. Traducción: Ángeles López
Fuente: http://www.elseminario.com.ar/biblioteca.htm
Problematizaciones
Cabe preguntarse dónde, cómo y quiénes problematizan los aspectos
del ser humano, en virtud de cuál sistema de juicio y en relación con qué
intereses lo hacen. Para tomar algunos ejemplos pertinentes, se podrían
considerar los modos en que el lenguaje de la constitución y el carácter
llegan a operar en la temática de la caída y degeneración urbana articulada
por psiquiatras, reformistas urbanos y políticos en las últimas décadas del
siglo XIX, o bien los modos en que el vocabulario de la adaptación y la
inadaptación llegan a utilizarse para problematizar la conducta en ámbitos
tan diversos como el lugar de trabajo, el tribunal y la escuela en las
décadas de 1920 y 1930. Plantear el tema de esta forma significa poner
énfasis en la primacía de lo patológico sobre lo normal en la genealogía de
la subjetivación: nuestros vocabularios y técnicas de la persona en general
no han surgido de un campo de reflexión sobre el individuo normal, el
carácter normal, la personalidad normal, la inteligencia normal, sino que la
noción misma de normalidad surgió a partir del interés por las formas de
conducta, pensamiento y expresión consideradas problemáticas o
peligrosas. (Véase Rose, 1985a). Este es un punto a la vez metodológico y
epistemológico: en la genealogía de la subjetivación, el sitio de honor no lo
ocupan los filósofos y sus reflexiones acerca de la naturaleza de la persona,
la voluntad, la conciencia, la moralidad y temas por el estilo, sino más bien
las prácticas cotidianas donde la conducta se volvió problemática para los
demás y para uno mismo, junto con los textos y programas mundanos
(sobre administración del hospicio, tratamiento médico de la mujer,
regímenes aconsejables para la crianza de los niños, nuevas ideas en la
administración del lugar de trabajo, mejoramiento de la autoestima) que
buscan tornar estos problemas intelegibles y, al mismo tiempo, manejables.
(4)
Tecnologías
Preguntémonos qué medios se inventaron para gobernar al ser humano,
para moldear o adaptar su conducta en las direcciones deseadas y cómo
hubo programas que buscaron concretar esto en determinadas formas
técnicas. La noción de tecnología puede parecer antitética a la esfera de lo
humano, en la medida que más de una crítica se funda en el argumento de
la indebida tecnologización de la humanidad. Sin embargo, el hecho de que
nos experimentemos a nosotros mismos como un cierto tipo de persona
(criaturas de la libertad, de las faculdades personales, de la
autorrealización) es el resultado de una variedad de tecnologías del
hombre; tecnologías que toman como objeto los modos de ser humano.(5)
Al decir tecnología nos referimos a todo montaje estructurado por una
racionalidad práctica gobernada por una meta más o menos consciente. Las
tecnologías humanas son ensamblamientos híbridos de conocimientos,
instrumentos, personas, sistemas de juicio, construcciones y espacios
sustentados a nivel programático por ciertos presupuestos y objetivos
respecto de los seres humanos. Se puede considerar la escuela, la prisión,
el asilo como ejemplos de un tipo de tecnologías, que Foucault denomina
disciplinarias, y que operan en términos de una detallada estructuración del
espacio, del tiempo y de las relaciones entre los individuos mediante
procedimientos de vigilancia jerárquica y sanción normalizadora, mediante
intentos de plegar estos juicios a los procedimientos y juicios que utiliza el
individuo para la conducción de su propia conducta (Foucault, 1977; véase
Markus, 1993, para un examen de la forma espacial de tales
ensamblamientos). Un segundo ejemplo de una tecnología móvil y
multivalente es la de la relación pastoral, una relación de guía espiritual
entre una figura de autoridad y un miembro de su grey, que comprenden
técnicas como la confesión y el develamiento de sí, la ejemplaridad y el
disciplinamiento inculcados en la persona a través de una cantidad de
esquemas de autoexamen, autosospecha, autodevelamiento,
autodesciframiento y autocuidado. Al igual que la disciplina, la tecnología
pastoral puede articularse en numerosas formas distintas: en la relación
clérigo-feligrés, terapeuta-paciente, trabajador social-consultante, así como
en la relación del sujeto “educado” consigo mismo. No se deberían
considerar las relaciones de subjetivación disciplinaria y pastoral como
histórica o éticamente opuestas: los regímenes establecidos en la escuela,
el asilo y la prisión abarcan a ambas. Quizás la insistencia en una analítica
de las tecnologías de lo humano sea la característica más distintiva del
abordaje que estoy propugnando. Este análisis no parte de la consideración
de que la tecnologización de la conducta humana sea maligna. Las
tecnologías humanas producen y enmarcan a los seres humanos como un
determinado tipo de ser cuya existencia es a la vez posibilitada y
gobernada por su organización en un campo tecnológico.
Autoridades
Preguntémonos ahora a quién se le confiere o quién reclama la
capacidad de decir la verdad del hombre, su naturaleza y problemas y qué
caracteriza las verdades sobre las personas a las que se les confiere tal
autoridad. ¿Mediante qué aparatos se autorizan estas autoridades:
universidades, aparato legal, iglesias, política? ¿Hasta qué punto la
autoridad de la autoridad descansa en una apelación al saber positivo, a la
sabiduría y la virtud, a la experiencia y el juicio práctico, a la capacidad de
resolver conflictos? ¿Cómo se gobiernan las autoridades mismas: por los
códigos legales, el mercado, los protocolos de la burocracia, la ética
profesional? Interroguemos cuál es la relación entre las autoridades y los
que están sujetos a ellas: el clérigo y el feligrés, el doctor y el paciente, el
gerente y el empleado, el terapeuta y el cliente. En mi opinión, este
hincapié en la heterogeneidad de las autoridades, más que en la
singularidad del “poder”, es el rasgo distintivo de este tipo de genealogías.
Estas genealogías intentan diferenciar las distintas personas, cosas,
dispositivos, asociaciones, modalidades de pensamiento, tipos de juicio que
buscan, reclaman o adquieren autoridad o a los que ésta les es conferida.
Relevan las diferentes configuraciones de autoridad y subjetividad, así
como los distintos vectores de fuerza y contrafuerza que se instalaron y
devinieron posibles. Buscan asimismo explorar la variedad de formas en las
que se ha autorizado a la autoridad, sin reducirlas a una intervención
encubierta del estado o a procesos de iniciativa moral y estudiando
particularmente, en cambio, las relaciones entre las capacidades de las
autoridades y los regímenes de verdad.
Teleologías
Cabe preguntarse por las formas de vida que constituyen las metas, los
ideales o los modelos de las distintas prácticas de trabajo sobre las
personas: el profesional que ejerce su vocación con sabiduría y
desapasionamiento; el viril guerrero que persigue una vida de honor
arriesgando calculadamente su cuerpo; el padre responsable que lleva una
vida de prudencia y moderación; el trabajador que acepta su parte con una
docilidad fundada en la creencia en la inviolabilidad de la autoridad o en
una recompensa en otra vida; la buena esposa que cumple con sus
quehaceres domésticos con callada y modesta eficiencia; el empresario que
se esfuerza por obtener mejoras a largo plazo en su “calidad de vida”; el
amante apasionado y diestro en las artes del placer. ¿Cuáles son los códigos
de conocimiento que fundan estos ideales y a qué valoraciones éticas están
ligados? Contra quienes sugieren que en cada cultura se privilegia un
modelo único de persona, es importante enfatizar la heterogeneidad y la
especificidad de los ideales o modelos de ser persona, desplegados en las
distintas prácticas, y las formas en que se articulan en relación con
problemas y soluciones específicos de la conducta humana. En mi opinión,
sólo desde esta perspectiva se puede identificar la peculiaridad de los
intentos programáticos de instalar un modelo único de individuo como ideal
ético para ámbitos y prácticas distintos. Por ejemplo, las sectas puritanas
estudiadas por Weber hacían intentos originales por asegurar un modelo de
comportamiento individual en términos del yo, de sobriedad, deber y
modestia aplicado a prácticas tan diversas como entretenimientos
populares y labores dentro del hogar (ver Weber, [1905] 1976). En nuestra
propia época, la economía, en la forma de un modelo de racionalidad
económica y elección racional, y la psicología, en la forma de un modelo de
individuo psicológico, han sentado las bases para similares intentos de
unificación de la conducta de vida en torno a un modelo único de
subjetividad correcta. Pero se debe concebir la unificación de la
subjetivación como el objetivo de programas específicos o el presupuesto
de formas de pensar específicas y no como una característica de las
culturas humanas.
Estrategias
Ahora pasemos a inquirir sobre cómo los procedimientos que regulan las
capacidades de las personas se vinculan a objetivos morales, sociales o
políticos más amplios respecto de las características deseables y no
deseables para la población, la mano de obra, la familia y la sociedad.
Resultan de especial importancia en este estudio las divisiones y relaciones
que se establecen entre las modalidades del gobierno de la conducta que
se consideran políticas y aquellas que se ejercen por medio de formas de
autoridad y de aparatos que se consideran no políticas, ya sea el
conocimiento técnico de expertos, el conocimiento jurídico de los
tribunales, el conocimiento organizacional de los ejecutivos o el
conocimiento “natural” de la madre y la familia. Un rasgo típico de las
racionalidades de gobierno que se consideran “liberales” es la simultánea
delimitación de la esfera de lo político por referencia al derecho de otros
ámbitos (siendo el mercado, la sociedad civil y la familia los tres más
comunmente desplegados) y la invención de una variedad de técnicas que
intentarían actuar sobre los sucesos de estos ámbitos sin quebrar su
autonomía. Es por esta razón que los conocimientos y formas de pericia
sobre las características internas de los ámbitos a gobernar, asumen una
especial importancia en las estrategias y programas normativos liberales,
ya que estos ámbitos no se deben “dominar” por medio de la norma, sino
que se deben conocer, comprender y relacionar de tal modo que los
sucesos en el interior de los mismos (productividad y condiciones de
contratación, asociaciones civiles, formas de crianza de los niños y de
organización de las relaciones conyugales y las finanzas del hogar) apoyen
y no se contrapongan a los objetivos políticos.(6) En el caso que estudiamos
aquí, las características de las personas, como esos “individuos libres”
sobre quienes descansa el liberalismo para lograr legitimidad y
funcionalidad políticas, revisten una importancia especial. Bien se podría
decir que el campo estratégico general de todos los programas de gobierno
que se consideran liberales se ha definido por el problema de cómo poder
gobernar individuos libres de modo tal que ejerzan correctamente su
libertad.
Notas
1.- Para evitar confusiones permítaseme señalar que al término subjetivación no se lo
utiliza aquí para implicar dominación por parte de otros ni subordinación a un régimen
de poder extraño. Funciona aquí no como un término al servicio de la “crítica” sino
como un dispositivo de pensamiento crítico: simplemente para designar procesos de
configuración de cierto tipo de sujeto. A lo largo de este capítulo se tornará evidente
que mi argumentación se apoya en el análisis de la subjetivación que hace Michel
Foucault.
2.- Aquí hago alusión a la frase de Michel Maffesoli: “en el corazón de lo real existe
entonces un “irreal” que es irreductible y cuya acción lejos está de ser desdeñable”
(Maffesoli, 1991, p.12).
3.- Es importante comprender esta referencia en su forma reflexiva antes que
sustantiva. En lo que sigue, la frase designa en todo momento esta relación y no
implica ningún “yo” sustantivo como objeto de la relación.
4.- Se trata desde ya de una sobreargumentación. Por otra parte, sería necesario
estudiar los modos en que la reflexión filosófica se organizó alrededor de los
problemas de la patología (recuérdese el funcionamiento de la imagen de la estatua
con las entradas sensoriales escotomizadas en un filósofo sensualista como Condillac)
así como los modos en que la filosofía se inspira y se articula con los problemas del
gobierno de la conducta (en Condillac, ver Rose, 1985a; en Locke, ver Tully, 1993; en
Kant, ver Hunter, 1994).
5.- Recientemente se han esgrimido, en diversos ámbitos, argumentos similares
respecto de la necesidad de analizar al “yo” como tecnológico. Ver especialmente la
discusión en el libro de aparición reciente de Elspeth Probyn (1993). Justamente, lo
que se quiere significar por “tecnológico” a menudo resulta poco claro. Más adelante
en el Capítulo 8, sugiero que es necesario que el análisis de las formas tecnológicas
del gobierno de la subjetividad se desarrolle en términos de la relación entre las
tecnologías del gobierno de la conducta y las técnicas intelectuales, corporales y
éticas que estructuran la relación del ser consigo mismo en distintos momentos y
lugares.
6.- Por supuesto que esto no significa sugerir que el conocimiento y la pericia no
tengan un papel central en los regímenes no liberales de gobierno de la conducta:
basta pensar en el rol de doctores y administradores en la organización de los
programas de exterminio masivo de la Alemania nazi, o el rol de los trabajadores del
partido en las relaciones pastorales de los estados de Europa Oriental antes de su
“democratización”, o bien el papel de la pericia planificadora en los regímenes de
planificación centralizada como el GOSPLAN en la URSS. Sin embargo, las relaciones
entre formas de conocimiento y de práctica consideradas políticas y las que
reinvindican el cuño no político de sus objetos fueron, en cada caso, diferentes.
7.- No es éste el lugar para argumentar este punto, así que se me permitirá
únicamente aseverar que sólo los racionalistas o los creyentes en dios, imaginan que
la “realidad” existe en las formas discursivas disponibles al pensamiento. No es una
cuestión que deba ser abordada reavivando los viejos debates sobre la distinción entre
el conocimiento del mundo natural y del mundo social, se trata simplemente de
aceptar que esto debe ser así a menos que se crea en algún poder trascendental que
ha moldeado el pensamiento humano de tal modo que es homólogo a aquello que
piensa. Tampoco cabe volver sobre el viejo problema de la epistemología que postula
una inefable división entre el pensamiento y su objeto para luego desconcertarse con
cómo uno puede “representar” al otro. Más bien se podría decir, quizás, que el
pensamiento configura lo real, pero no como una “realización” del pensamiento.
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