Toda pieza dramática, como toda obra literaria, tiene dos planos,
claramente diferenciables pero a la vez en estrecha relación entre sí. Me
estoy refiriendo, de un lado, a su "realidad formal, o estructura" como obra literaria que es, por cuyo motivo está formada de diversos elementos característicos de los que el autor se sirve, aunque los puede alterar a su gusto en cada obra concreta en aras de su intencionalidad, ya sea puramente estética ya de fondo. Y, de otro lado, está "el contenido, el mensaje" que el autor literario nos quiere trasmitir a través de esa estructura aludida. En toda buena obra literaria ambos planos deben ir estrechamente interrelacionados. Veamos primero cómo está construida una tragedia griega convencional. En todos los casos intervienen dos tipos de participantes: los "actores" (personas físicas), que representan miméticamente en la acción teatral el papel de determinados "personajes" (personas de ficción), y normalmente lo hacían de forma recitada –no olvidemos que el texto estaba escrito siempre en verso-; y el "coro", un colectivo que mimetiza igualmente en la ficción escénica a un grupo en relación estrecha con los mencionados personajes (el coro intervenía siempre cantando, y cuando lo hacía de forma recitada, en paralelo a los personajes, la totalidad del coro era sustituido por un miembro individual del conjunto al que llamamos "corifeo") . En la evolución del Teatro griego el coro ocupaba en las primeras etapas un papel central frente a un único personaje-actor; pero progresivamente esta relación se fue desnivelando a favor de este último por una evidente riqueza expresiva, haciendo que aumentaran los personajes y, de rechazo, los actores que los representaban, aunque en época clásica el número de actores no pasó de tres, de forma que en las obras que intervenía un número mayor de personajes, un mismo actor se veía obligado a representar varios papeles. Las tragedias griegas presentaban normalmente un esquema narrativo más o menos común. Solían estar divididas en diferentes partes (algo parecido a las divisiones actuales en escenas o actos), cada una de ellas con una función teatral que cumplir, y entre una y otra parte la acción escénica se detenía, los personajes salían de la escena y entonces el coro entonaba un canto que llamamos "estásimo". Así las cosas, la tragedia solía empezar con Prólogo, una escena recitada en la que uno o varios personajes contaban la historia previa a lo que iba a suceder en la pieza, algo así como el decorado argumental de fondo, de forma que el público se centrase en el tema. Luego venía la llegada del coro en la parte que llamamos Párodos: era el primer momento importante de la acción dramática, puesto que no olvidemos que el coro durante una buena parte del siglo V a. C. era un elemento central; su entrada significaba que en ese momento comenzaba realmente la tragedia. Tras la Párodos venía un período que podríamos denominar "escena del Mensajero": llegaba a la escena un personaje que contaba algo sucedido fuera y que iba a constituirse en el motivo de discusión de la tragedia -no olvidemos que el enfrentamiento de posturas contrarias es la esencia del Teatro-; en definitiva, este período es algo parecido a lo que nosotros llamaremos "planteamiento" en el Teatro occidental como primer momento y previo al "nudo" y al "desenlace". Ya tenemos, pues, el problema presente en el escenario. Luego venía la parte dedicada al debate del problema planteado: es lo que solemos llamar el "agón" de la tragedia, en el que los personajes discuten y contraponen sus planteamientos encontrados. Tras el período agonal se llega a una nueva escena de Mensajero, sólo que ahora de desenlace: las consecuencias derivadas del conflicto han tenido lugar fuera del escenario, y ahora un personaje trae la noticia de lo que ha sucedido. Pues bien, este esquema general el autor puede alterarlo en cada tragedia concreta de variadas formas, siempre en función de su intencionalidad dramática, pero siempre terminamos descubriéndolo debajo de todas las alteraciones posibles. Y el percibir esa estructura general así como las alteraciones específicas nos ayuda a entender mejor cuál sea la intención última del poeta dramático. Y un ejemplo claro es Edipo Rey. Sófocles decide convertir esta tragedia en una pieza casi policíaca: hay que descubrir al asesino de Layo, puesto que esa muerte ha dado lugar una mancilla que está asolando la ciudad; la única solución es descubrir al asesino. Aquí no hay un debate clásico, sino que cada escena es un paso adelante en la investigación. Por ejemplo, la escena siguiente a la Párodos, la de Tiresias, debería ser la típica escena de Mensajero, y en este sentido empieza, pero en un momento dado se tuerce y termina en un enfrentamiento entre el rey y el adivino, que es el primero que abandona al soberano. Y esta va a ser la directriz general de la obra: Edipo es un soberano honesto, pone todo su empeño es solucionar el problema de la ciudad que gobierna, y se esfuerza en llegar hasta el final en el descubrimiento de la verdad, lo que efectivamente conseguirá al final muy a su pesar. Y en este recorrido hasta llegar a la verdad se va viendo abandonado por todos los suyos, lo que pone de manifiesto una idea básica de Sófocles: la soledad del héroe frente a su destino, destino éste que enmarca otra idea central: la pequeñez del hombre frente a la divinidad (Edipo es víctima, sin merecerlo, de un oráculo cruel de Apolo). Y al lado del personaje central vamos viendo intervenir a toda una rica gama de personajes secundarios que van reaccionando de manera muy concreta en relación con la marcha de los acontecimientos-indagación. De esta forma, y determinados por el motivo dramático central, van apareciendo otros grandes temas- reacciones en boca de los restantes personajes: el ansia de poder, el anhelo del dinero, la vacilación ante la divinidad, el pánico ante el horror de la verdad, etc. Hasta aquí hemos puesto el énfasis en la progresión del nudo dramático, en cómo el poeta va creando la progresión y el desarrollo del argumento. Pero debemos seguir profundizando en el análisis y, así, en posteriores relecturas deberemos fijarnos en el papel que en relación con Edipo desempeñan los restantes personajes en la acción dramática. En un tercer nivel están las ideas generales y problemas que subyacen al argumento concreto. En nuestro caso se trata de la inexorabilidad en el cumplimiento de la voluntad de los dioses, expresada en ese oráculo en torno a Edipo. Y se trata, en esta ocasión, de un oráculo ciego, es decir, sin justificación, lo que hace más terrible la pequeñez del hombre ante el destino que los dioses le han asignado por adelantado. Y no pensemos que esta cuestión es algo antiguo, propio de sociedades arcaicas, sino que recordemos que este dilema es el mismo que dio lugar, entre otros motivos, a la escisión de los cristianos en católicos y protestantes en el siglo XVI con la figura de Lutero, y que perdura hasta nuestros días: ¿es el hombre libre para salvarse o condenarse?. Y el planteamiento de esta pregunta del Edipo Rey en la Atenas de Pericles tiene una explicación intelectual. A mediados del siglo V a.C. hay un avance de las posturas racionalistas de la naciente filosofía, el hombre y su racionalidad van ocupando el centro de la explicación del mundo, área que hasta ahora pertenecía al ámbito de los dioses y de la religión; hasta ahora todo se atribuía a la voluntad de los dioses, pero el avance la ciencia va descubriendo que muchas cosas tienen una causa natural y no divina –en estos mismos momentos la medicina hipocrática se da cuenta, por ejemplo, que lo que se llamaba "enfermedad sagrada", como enviada por los dioses, no es más que un desarreglo en los componentes del cuerpo, lo que llamamos "epilepsia"-; que algunas realidades a las que antes se daba una categoría de entes divinos, como el sol, realmente no son más que cuerpos como la Tierra que pisamos. Hay, pues, una creciente desmitificación de lo divino por una parte de la sociedad ateniense. Pero al lado hay otro grupo social, conservador, que sigue aferrado a los viejos valores y que intenta perseguir todo aquello que suene a impiedad, fruto de lo cual será los procesos judiciales contra Anaxágoras y Fidias. Y en este contexto socio- político Sófocles escribe su Edipo Rey, donde queda de manifiesto su visión del poder omnímodo de los dioses.