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LOS

INCOMPLETOS

Por

Julián Amézquita




Lo que yo creí mío se disuelve y vacila


Marguerite Yourcenar


No lo podrá soportar otra vez, pero debo corregirlo de alguna manera. Debe
dejar hacer eso, pensó su hermana Jacky. Su nombre: Henry, pero lo conocían
como el «Poderoso de Israel», porque era fiel y torturado evangelista. Flaco
casi huesudo, andaba cabizbajo, de mirada esquiva vidriosa. Decían que estaba
tan flaco, porque se masturbaba mucho y esquivaba las miradas por sentirse
culpable. Todo lo que él consideró placentero cedía a lo pernicioso, malo;
cuando tocaba a chicas sin su consentimiento, digamos, cantaba canciones
cristianas alabando a Cristo en las calles, los parques, los malls, etc. Rezar
mucho fue parte rutinaria de su mea culpa para redimir su dolor.
Fue el lorna de los chiquillos quinceañeros. Lo llamaban y le decían: «Ey,
Poderoso ven. Ves esas flacas, están buenotas. Anda mételes la mano hasta el
alma pé». Henry asentía con la cabeza, se entusiasmaba, las miraba fijamente
y corría a manosearlas. Él lo creía muy natural, tal como su padre cuando
estaba borracho, lo manoseaba a él en su –ya lejana– adolescencia y le dijo
cosas al oído: «Qué rico culito tienes, mi amor».
Placer = culpabilidad + sexo = dolor. Parecía una aciaga ecuación sensorial.
Suplicaba una plegaria cada vez que lo hace. ¿Qué hace qué? Se masturbaba
y/o manoseaba a chicas desconocidas en la calle o después de ir al prostíbulo.
Algunas veces a su propia hermana; ya sea a pedido como por los chiquillos o
por iniciativa de propia. Solía rezar el rosario luego de sentir un placer
culposo, rezaba de rodillas frente a una imagen de Cristo crucificado. Su
placer al servicio de la descomposición, y él no sabía muy bien cómo
diferenciarlo o, peor aún, cómo alejarse sin hacerse daño y sentirse
complacido.
Su hermana Jacky se encontraba a su cuidado. Ya que sus padres habían
muerto en un accidente automovilístico mientras regresaban de la sierra sur a
Lima. Ella es de estatura baja, ojerosa, piel clara, con estrías en su vientre, por
lo cual su marido la encontraba menos atractiva de lo que la conoció, pero le
servía como cocinera. No sabía muy bien cómo domesticarlo, hacerlo menos
corpóreo. Él se delataba en su mirada vidriosa y su pulso agitado.
— ¿De dónde vienes tan inquieto?
—De jugar fútbol con mis amigos.
—Ah, sí, ¿no? Ve a bañarte con agua fría y a pedirle al poderoso de Israel
que te perdone. Yo tengo que darle de comer a mi hijo.
Henry, después de bañarse con agua muy fría y frotarse con jabón todo el
cuerpo varías veces, se dirigió sigilosamente a un cuarto muy oscuro sin
ventanas, donde se encontraba la imagen de Jesús en un altar prendida sólo
con una vela casi acabada en el candelero, se desnudó ante la imagen, se puso
de rodillas en el piso, se hallaba repleto de maíz crudo, que le dejaba heridas
en las rodillas por las puntas de éstas, pero creyó que era justo, se lo merecía,
y se puso a rezar el rosario completo, hasta el cansancio de no escuchar su
propia voz. Una hora, suficiente para lastimarse las rodillas, y contenga su
lascivia. Trataba de encontrar en la cara de Jesús algún gesto de piedad, se
recostó en posición fetal, de esa manera pueda sentir las puntas de maíz en
zonas laterales de su cuerpo hasta que se sintió completamente cansado y
adolorido de su penitencia. Lloró en silencio porque él creyó al hacer ruido
significaba pecar más. Cuando no se sentía del todo limpio se echaba restos de
cera derretida al cuerpo, sólo así lograba sentir la purificación, y cumplió su
parte.
Diego es el hijo de Jacky tuvo con Coco (a modo de encontrar alguien que
los mantenga y le dé estabilidad emocional): un chofer de combi, de mediana
estatura, regordete, piel cobriza. Según sus palabras, le gustaban sólo las
blanquiiitas...lo decía pasándose la lengua por los labios como quien se va a
comer un postre. Lo de siempre en sociedad tan prejuiciosa: considerar bueno
por tener tiene la piel más clara.
Coco no terminaba de entender a Henry, lo consideraba, según sus palabras
un cagón. Una infección dentro de sus pieles, un paria. Su vocabulario había
sido tan agresivo como si estuviese ganándose pasajeros a otra combi.
La tierra anuncia una sacudida…algún tipo de lumpen no deja pasar la
ocasión para hacer una escala parasitaria sobresaliente.
— ¡Oe’ Jacky, ¿ya está la comida?! –renegaba Coco, hizo sonar la mesa
con la palma de la mano derecha.
—Sí, Coqui.
—Dile al pajero de tu hermano que baje, aquí no hay empleadas –para
Henry ir desde su cuarto a la cocina era toda una proeza. Inundado en un
ambiente hostil y de suntuosa vulgaridad, utilizaba su silencio como flotador–.
—Y tú ¿sigues acá? (Era Pedro, amigo de Henry y de la familia) –preguntó
Jacky
—Sí, ya estoy de salida. Coordinaba con Henry nuestra reunión en la
parroquia el sábado a las siete de la noche.
Pedro, posiblemente, había sido el mejor amigo de Henry, o, por lo menos,
lo aparentaba, porque compartían inquietudes similares. Sí, Henry sufría de
esquizofrenia intermedia; Pedro no, pero trataba de enmendarle su camino,
éste conocía los pormenores de su vida. Éste era más bien formal, gran
aficionado a los juegos de video, fiel degustador de los tallarines hechos en
casa y, cómo no, de la palabra de Dios.
— ¿Parroquia, parroquia? Ven porno. Eso es lo que hacen esos idiotas con
cara de pavos –intervino su marido Coco.
— ¡No hables así! –Exclamó Jacky–. Es propio de su edad.
— ¿Su edad? A su edad ya tenía tres hijos. –Se refería a una anterior pareja,
y lo decía jactándose.
Su casa se situaba en un barrio de clase media baja, donde el matón es más
considerado y respetado. Del tipo que impone sus insultos a los modales…
como buena parte de Lima es así…
Ver pornografía no es ajeno a la verdad, era el negocio familiar, antes de
aparecer Internet, había sido un negocio de alquiler de videos: drama, humor,
suspenso y (lo hacían llamar) adultos…
Antes de que el negocio se venga abajo y las copias piratas cuesten tan
poco, Coco guardo su arsenal triple x para cuando Jacky no se encontraba tan
dispuesta para el acto sexual, irse de putas en su combi, y regresar a casa
eximido de culpas. Ella no le reprochaba nada, con tal que no falte comida en
la casa, más bien había sido muy sumisa con él, ya que pagaba los
medicamentos de su hermano y la alimentación de su hijo… Una típica familia
disfuncional limeña como tantas otras. Tenían una pequeña tienda de abarrotes
y librería. Más ganaron fotocopiando que otra cosa.
Jacky cuidaba a su hijo como rutina, a su hermano Henry y satisfacer a su
marido eran sus actividades principales.
Henry era como un niño grande. Su mundo había sido jugar fútbol, ir a la
iglesia, leer, descubrir la magia de palabras nuevas y estar en la cuadra con los
palomillas del barrio, que lo calentaban para su diversión. «Mira semejante
mujerona, Poderoso. Ve despacio y la levantas en peso. Vamos hazlo». Le
agradaba tratar de divertir a sus compinches. Prefería complacerlos a estar
solo. Ya después, Dios lo perdona todo: él pedía y el perdón se le concedía.
*
Su hermana Jacky cuando no tenía con quien dejar a su hijo, le pedía a
Henry que no fuera a la iglesia para cuidar a su sobrino, éste accedió por
considerar mejor que cargar la culpa en los ojos y el rencor en los oídos de
poder tocar pero no acariciar: mujeres denegadas.
Se quedó junto a Pedro para jugar videojuegos, ver pornografía, comer
tallarines, tomar gaseosa, y también dar de comer a Dieguito, asimismo
limpiaba la caca de su sobrino. Pedro fue el más responsable de lejos, incluso
le daba de comer en la boca. Claro hay poca gente para establecer conexión
con otra persona de estado endeble tanto física como sicológicamente, y,
encima, ayudarlo todo por su férrea convicción cristiana de que en el futuro
van a ser salvados. Su iglesia era como un club…
Henry tenía pasión por la poesía, aunque no la entendía del todo. Se dejaba
llevar por la atmosfera bella de las palabras, desde luego, no conocía la
mayoría. Lo comentó alguna vez a su hermana, pero a nadie le enseñaba lo
que escribía. Utilizaba su dedo índice al azar para encontrar nuevas palabras
en el diccionario, palabras que les parecía raras: «execrable», «adalid»,
«quimera». Las apuntaba en una libreta y las repetía hasta retenerlas y
aprenderlas, y guardarlas en algún rincón de su memoria. Le servía, también,
para defenderse; a Coco cuando lo subestimaba lo llamaba «gregario», y éste
contestaba contrariado: «Huevadas hablas oe’ idiota», pues no entendía su
significado, Henry no mucho tampoco, pero le sonaba mal, lo intuía.
*
«Yo no lo sé todo pero puedo aprender», decía en una parte de su diario que
lo cogió al azar Jacky. Eso de escribir es como desnudarse, está bien para ti.
Pero leer, de dónde sacas para comprar libros, si tú no trabajas, le dijo. Me
prestan libros viejos, imprimo y así, respondió Henry.
Y a veces dejo de ir donde «esas chicas», agregó, refiriéndose a sus salidas
a los prostíbulos. Y con Pedro vamos a comprar libros viejos, añadió Henry.
—Pero si escribes, ¿quién te va a leer? Es único para gente de plata:
pitucos. Yo no sé mucho de literatura pero sí sé es que de poemas no podrás
vivir jamás en este país. —Pareciese que ser sensible es una noticia exclusiva
sólo para gente que puede pagarla. (¿Por qué se cree que la sensibilidad es al
artista como el buen gusto a los burgueses?)
—Sí, ya sé. Yo tampoco sé mucho, hago lo que se me ocurre hacer sin
muchos planes. Yo no planeo volverme millonario.
Eco de mi voz
Zumbido en tu mutis
Sin sutileza
Eran haykús muy a su manera, o libre, más parecido a un epígrafe, pero
eran suyos, honestos. Se sintió avergonzado, se le sonrojaba la cara al saberse
que leen sus textos, esta vez por su hermana mayor. Daniel mejor conocido
como «Smith» uno de los mayores de su ocasional grupo y de los pocos que
no lo presionaba para manosear chicas, lo apreciaba como a un hermano
menor. Un semivagabundo, pudo saber que Henry se inspiró en un libro de
este tipo de poesía japonesa de Jack Kerouac, es por ello que su métrica no es
igual a la de los japoneses, al igual que su mentor, fueron hechos fuera de
Japón. Pero él trato de hacerlo a la medida original 5-7-5: tres versos, pero los
temas suyos no era la naturaleza, sino algo muy propio que rondaba su cabeza.
Su hermana recito en voz baja esos versos —Ah, sí. Lo leí de tus apuntes.
Es una parte uno de tus poemas, ¿no? –preguntó Jacky delante de Coco.
—Sí… –respondió entretanto pensaba que hacerlo delante del padre del
hijo de ella era como servir comida a alguien que no tiene hambre.
—Recítame…alguno oe’ –Complicó Coco, de pronto, retándolo.
—No tengo ganas, mejor en otro momento. –En realidad, estaba casi
desfalleciendo de la vergüenza y nerviosismo. Imaginarse recitándolo lo hacía
avergonzar más aún.
Tenía esquizofrenia regular; lo suficiente para limitarle bastante la vida.
Pero podía hilvanar ideas, hacer dibujos que le enseñó Daniel, a veces
comportarse como adulto, o aparentarlo, pero no podía trabajar o estudiar
formalmente. A pesar de tener treinta y tantos, tenía mentalidad de
adolescente. Lo que no pudo era controlar sus ataques de lascivia y auto
dañarse golpeándose la cabeza contra la pared y arañarse la cara, masturbarse
tanto hasta producirse una laceración y perder el conocimiento. A veces
pareciese que sería mejor ser una persona sin sexo: un asexuado, –creyó él– ya
que la libido le complicó la existencia; le dio más dolor que placer, acto
seguido de pedir perdón a Dios. Muchas veces pensó en cortarse el falo, y los
muros que caían no hacían resonancia en los oídos de su entorno.
*
Jacky, desesperada, dio vueltas entre sus amigos palomillas, buscó a Pedro,
no lo encontró, salvo a Daniel, fue más fácil que darle un click.
Henry estaba en unos de esos días de libido exacerbado…y ella ya no sabía
cómo detenerlo, pero necesitaba de alguien más: Daniel «Smith» era el
indicado. Inútil quizá pero siempre al servicio de quién más lo solicite; una
manera implícita de buscar una familia.
—Oye, puedo hablar contigo un rato…
—Claro, ¿qué pasa?
—No sé cómo explicártelo. Todos ustedes los hombres tienen necesidades,
¿verdad? –lo decía agarrándose la cabeza y miraba a todos lados para evitar
ser escuchada. Comenzó a hacer mímicas y por cómo lo decía, éste no tardó en
darse cuenta qué es lo que quería realmente.
—Es Henry, ¿verdad? Seguro está con sus ataques…
—Sí. Lo que pasa es que a mí me da pena lo que te voy a pedir. En los
sitios donde van los hombres a curar sus penas, hay chicas que no se saben si
están sanas. Yo…yo… quiero pedirte, por favor, es que lo cuides. Enséñale a
usar bien el condón.
Antes de él, lo acompañaba Pedro, pero ver reportajes dudó si Henry sabía
usarlo.
—Sí, yo sé cómo. Déjamelo a mí.
—Pero, por favor, cuídalo y no se gasten la plata en otra cosa. Está con su
crisis pues…
—Yo lo llevo…Yo te voy a llevar al chongo. Tú no te preocupes, conmigo
no te va a pasar nada. –Henry estuvo ansioso, empilado.
*
—Hola chicos –dijo la mami.
— ¡Hola! –respondieron ambos al unísono.
—Tú otra vez por acá –refiriéndose a Henry.
—Sí doña. Acá el hombre me ha hablado bien de sus chicas lo atienden
bien pues –dijo Daniel.
— ¡Oh, sí! Tu amigo es una máquina. Y tú ¿no te vas a atender?
—Por ahora no. Sólo vine a hacerle la taba a mi compadre.
—Te lo pierdes.
—Pero le quiero pedir un favor: quiero entrar con él a ponerle el condón…
—Eso lo hacen las chicas…
—Es un favor al favor. Yo entro un par de minutos a lo sumo y salgo, ¿está
bien?
—Hummmmmmm, bueno pues. Sólo porque ya es casero.
Henry escogió a una chica de estatura mediana y contextura delgada, con el
cabello teñido a castaño y los labios rosados. « ¿Estás seguro que quieres a
ella?», preguntó Daniel. «Sí, ya me he atendido antes con ella». La señaló y
enseguida se acercó, con su mano derecha tocó el hombro a Henry, frunció
con cuidado el ceño, trataba de expresar consuelo, le preguntó: « ¿Cómo
estás?» Henry respondió afirmativamente con la cabeza. Ella lo llevó a un lado
para negociar precios y qué es lo que quería esta vez. Daniel llegó a escuchar:
«Sí, te voy a dar trato de pareja, mi amor. No te preocupes» –le dijo la
meretriz.
Acto seguido escogieron un cuarto, vieron si alguno estaba limpio y
entraron.
—Espérate hermosa. Debo cumplir una promesa.
— ¿Cuál? Tríos no hago.
—Nada de eso. Prometí ponerle el condón. También es bochornoso para
mí, pero es una promesa.
—A ver…
Entraron los tres a la habitación, la chica lo desnudó, Smith le explicaba
que debe botar el aire del condón para evitar que se acumule y se rompa. Lo
desenrolló con cierto pudor marchito, y para romper el hielo en el momento de
tensión dijo: Ahora a divertirse, ¿sí? Trátamelo bien, por favor.
—Es lo más… no sé… ¿eres su hermano?
—No. Soy su amigo.
—Jajaja. ¿Y les pones el condón a todos tus amigos?
—Digamos que ya aprendí a enseñar. Los dejo.
*
Los cuartos estaban divididos por triplay, cosa que todo lo que hicieron se
escuchó: ellos y todos los demás. Tamborileaba la cama donde permanecía el
poderoso, la división parecía a ratos a punto de venirse abajo. Qué situación
tan embarazosa para Daniel: todos tenían sexo excepto él y la mami, ésta le
preguntaba sobre su edad, ocupación…Típicas preguntas de meretriz que
quiere vivir su beneficio. Él contestó con evasivas y tenues sonrisas.
Finalmente, al cabo de una hora salió Henry sudado semidesnudo en pleno
invierno limeño.
—Tú sí que eres bravo, chico –dijo la mami.
—Claro. Mi amigo es el poderoso… –iba decir de Israel, pero creyó que
aquello lo iba a intimidar y arruinar su rato de placer–.
—Mis chicas no sudan así por nada. Los más callados son los más bravos –
concluyó la mami.
Daniel se acercó para darle indicaciones que se ponga bien la ropa y que no
olvide sus pertenencias, a lo que el poderoso respondía; negó con la cabeza en
silencio.
— ¿Qué tal?, ¿te gustó?
— ¿Cómo? –Respondió distraído Henry–. Ah, sí, sí. Me gustó. Gracias por
traerme.
Luego la misma ecuación: Placer = culpabilidad + sexo = dolor. Su placer
era momentáneo —como casi todos los placeres—. Ya en su casa volvió su
desasosiego por arrechura voraz, ya no tenía dinero y, además, se sentía
culpable porque gozó. Así que se arañó la cara y se dio cabezazos contra la
pared de su cuarto hasta llorar y quedarse dormido. Su hermana sabía que una
chica, digamos, «normal» jamás se fijaría en él, a pesar de no ser tan mal
parecido, porque quizá tiene otras expectativas en la vida. Se le acercaban
chicas e iba todo bien hasta que él empezaba a desvariar y decir palabras de su
peculiar vocabulario, y sin coquetería alguna ni previo aviso, las manoseaba
con fuerza. Le era incontenible su libido.
*
— ¡Es de Henry, no debes leer sus cosas!
—Ahora es poeta ¿el zángano ese? Jajaja –interrumpió Coco mientras
estuvo tocándose el estómago con la mano en círculos, movía la cabeza de un
lado al otro y escupía de costado haciendo ruido.
—Le ayuda a sobrellevar su enfermedad, bah, la vida en general.
—Ese huevón es la mala influencia en esta casa, en algún momento nos va
cagar con sus huevadas, y quién nos ayuda a nosotros –lo decía en un tono
entre odioso y matonesco. Levantó las líneas nasogenianas, mostró los dientes
como un perro rabioso a punto de atacar. Su personalidad es así, su
idiosincrasia también.
*
Coco llegó a casa mientras Henry se encontraba en la iglesia, vino a comer
después de haber hecho dos vueltas en la combi de la línea para la que
trabajaba. La comida no se hallaba lista, Jacky cocinaba y había leído de reojo,
lo cual la distrajo, y apagó la cocina para examinar los poemas de su hermano
y también hojear toda la pornografía que veía. Coco le preguntó:
— ¿Y qué pasó con la comida? ¿Qué tienes en la mano? A ver, déjame ver
–y le arranchó el cuaderno de apuntes–. Otra vez las cojudeces del tarado de tu
hermano. –Y se puso a recitar en voz alta su último poema:
Hallé la niña
Excavaré cicatriz
Regaño senil
—Jajaja. O sea, ¡¿poeta el idiota del pajero de tu hermano?! –dijo haciendo
ruido por toda la casa y riéndose a carcajadas.
Ellos no se percataron que Henry llegaba de la calle, pero ni bien escuchó
que su poema había sido leído por su cuñado, mofándose éste, corrió de su
casa donde los palomillas de su barrio, pero lo vieron llorar y se rieron
imitándolo; los dejo y corrió sin rumbo hasta el día siguiente… (Oh, chiquillo
que no sabes diferenciar el bien del mal, huye lo más lejos posible).
Su hermana lo buscó por los lugares que frecuentaba y entre las personas a
quienes acudía. Nadie sabía nada de él. Le pidió a Coco la acompañe con la
combi, éste aceptó de mala gana. Primero fueron donde Pedro –que ya era
como de la familia– para dejarle encargado a su hijo Diego. En seguida
buscaron en la combi a Daniel, porque pensaba que pudo haber ido al
prostíbulo con él.
*
Al día siguiente llegó a su casa y sólo encontró a Pedro nervioso, Henry le
dijo:
— ¿Qué haces acá?
—Te fueron a buscar y me dijeron que cuide la casa –balbuceó–. Y se
marchó de inmediato.
Henry empezó a buscar a su hermana, creyó que la encontraría a esa hora
en casa. Prefería olvidarse que tiene un hijo con un tipejo como Coco.
Recordó a Dieguito y fue a su cuarto: se hallaba desnudo y con un chorro de
sangre corriéndole por el culito.
De pronto llegó Jacky con el padre de su hijo, lo bombardearon de
preguntas:
— ¿Dónde has estado?
—Por ahí –respondió sin muchas ganas y con olor a licor. Coco olfateó su
tufillo y lo alejó de la cama de su hijo…
— ¿Y qué significa esto? –Indicó con su mano los restos de sangre, notó
que Henry tenía gotas de sangre, porque lo tocó poco antes que ellos. Pero
Coco sin saber bien lo prejuzgó.
¡Haz sido tú, mierda! ¡Tú le hiciste esto a mi hijo! –Señaló el chorro de
sangre de su trasero. Sólo le había limpiado la caca. Comenzó a enardecerse
progresivamente. Empezó a golpear a Henry hasta hacerlo perder el
conocimiento. Jacky trataba de impedirlo, pero ya fue tarde. Su hermana
lloraba y le decía:
— ¡Ya déjalo! ¡Es su naturaleza!, ¡es su naturaleza! ¡Él nació malherido! –
Lo decía para tratar de justificar con resignación–. Pero Coco no paró.
*
En los próximos días Pedro y Daniel fueron a la casa de Henry, a ver cómo
se encontraba después de la paliza.
— ¿Cómo te sientes? –preguntó Daniel.
—Me duele todo el cuerpo, mucho más la cabeza.
—No debiste hacerlo –agregó éste; Pedro hizo silencio ni se inmutó.
—Yo no le hice nada ¡lo juro! Yo lo limpie para darle de comer nomás. Lo
encontré así cuando vine de la calle. Sería incapaz de hacerle daño a un niño.
— ¿Adónde te fuiste a pasar la noche?
—Fui a buscar a la chica con la que me suelo atender. Me hizo preguntas y
me invito a tomar. Luego caminé por el parque hasta amanecer y llegué a casa
–lo dijo decepcionado que su entorno pensara que podría hacer algo así. Y con
una interrogante en su cabeza: entonces ¿quién lo hizo?
—Ese tipo Coco, te puede matar en cualquier momento. Lástima que no me
pueda quedar, pero Pedro sí. Traten de estar tranquilos. Chau.
Coco venía borracho todas las noches y si no fuese por Jacky, hubiese sido
capaz de matarlos. Por ello de noche no pudieron dormir porque se quedaron a
la defensiva. En las mañanas no había casi nadie, salvo Dieguito, así
conciliaban el sueño.
Henry podía reconocer los pasos de cada uno, se encontraba tendido en su
cama: su hermana, caminaba rápido y en zapatillas; su marido, lento y en
sandalias; Pedro, cautelosamente y en zapatos. Podía distinguir los pasos de
cada uno y los diferentes sonidos que emitían.
A la primera mañana que estuvieron solos, Henry medio somnoliento sintió
los pasos como un golpe seco de Pedro, y no le dijo nada, no quería
comunicarse; seguía avergonzado, decepcionado.
Por la tarde sintió más frecuentes los pasos de los zapatos de Pedro que se
perdían en el cuarto de su sobrino. Ahora ya no tenía dudas: Pedro abusaba de
su sobrino Dieguito. A pesar de que estaba somnoliento una vez más. Empezó
a gritar tan fuerte hasta que se inflamó la garganta, como si fuese a romper los
vidrios de las ventanas para alarmar, pero nadie lo escuchó, porque en su casa
sólo estuvieron ellos.
Pedro salió apurado con bragueta abierta del cuarto de Dieguito. Henry no
supo cómo encararlo y enfrentar la situación. Así que decepcionado se fue al
cuarto, donde solía rezar el rosario cada vez que se sentía culpable.
Todo quedó al descubierto. Jacky encontró a Henry que rezaba y sollozaba,
le preguntó el porqué, y éste, hasta tanta insistencia, le contó, balbuceó, la
verdad.
A Pedro lo mató Coco a punta de golpes con un fierro en la cabeza, luego
de dar muchas vueltas para saber quién abusó de su hijo.
Henry vio cómo sangraba hasta perder el conocimiento, y la vida. Fue muy
duro para él.
En esa misma madrugada, asqueado de saber que no podía confiar en nadie,
se dirigió al baño, cogió una hoja de afeitar y se cortó el falo y las muñecas
con mucha rabia, miraba al techo y cerró los ojos para sobrellevar el dolor, se
fue a su cuarto de penitencia sin ventanas, en donde estaba la imagen de Jesús,
a desangrar, nadie se dio cuenta de su partida, en el ínterin se preguntaba sin
llegar a responderse el terror que le infligía los lados más oscuros del ser
humano, moría de a pocos, notó el azul marino intenso del color de la muerte
como nueva instancia. Yacía muerto en el cuarto de oración, sólo lo miraron
fijamente su hermana, abrazándolo, Daniel «Smith» y su marido que contenía
las náuseas y se rascaba el pelo constantemente, se pasaba la mano en círculos
en el estómago y con la boca semiabierta escupió al piso e hizo un sonido
parecido, a medio camino, entre croar los sapos y silbar las serpientes. El lugar
olía a muerte daban ganas de descargar ojos afligidos y al borde del colapso.
A la locura no se llega por la maldad, sino por la miseria extrema.
Velaron a Henry y Pedro juntos porque no tenían plata. Fueron Daniel y un
pequeñísimo grupo de la iglesia. Todos lo lamentaban. Éste parpadeaba muy
rápido, no pudo ver el ataúd de Henry, no pudo mirarlo por última vez a los
ojos –cerrados– él muy bien sabía los porqués; los pocos que lo conocieron
sabían todo lo que él callaba; el cielo es testigo ocasional de su descenso al
infierno de lo que fue su vida.
En el ataúd de Pedro, Jacky le puso una nota que decía: «Descansa en paz
(si es que puedes)».Sollozando.
Daniel «Smith» leyó uno de los manuscritos de Henry:
Mi debilidad
Diva Venus sedujo
Mi bella mutó

Nadie aplaudió. Los presentes sólo bebían licor.



Daniel «Smith»

Daniel «Smith» y Juancho estuvieron recostados en unas camas de un


hospital: Smith por tener tuberculosis multidrogo resistente y Juancho por
haber recibido un impacto de bala en la espalda.
Lo llamaban Smith por ser gran amante del rock y devoto admirador de The
cure Inclusive tenía una banda de punk donde se influenciaba del estilo vocal
de Robert Smith: era la energía descargada sobre el virtuosismo, que él no
tenía sobre más de tres notas.
Hablaban mucho al punto de entibiar una pequeña amistad.
—Yo puedo comprender que uno de derecha hable con tranquilidad acerca
de cómo debe hablar tranquilamente con uno de izquierda y bla bla blá. Claro,
ellos no la sufren todos los días, no los humillan. Lo ven como algo anecdótico
y los tratan con condescendencia: «míralos pobrecitos» –dijo Juancho.
—Hay gente de derecha que tiene posturas de izquierda como el derecho al
aborto, legalización de las drogas y matrimonio homosexual. De esa manera
ganan adeptos, creo. Yo no estoy tan bien enterado como tú Juancho, pero si
no me equivoco todo gira actualmente al capitalismo y hace más vertical
nuestra sociedad de lo que ya es. Es fácil hablar desde la comodidad de tu
hogar, bah, es sólo mi opinión. No me imagino a ninguno de los señores que
hablan por televisión se movilicen en combi. Es como ver en el bus a un
payaso…Hasta te ríes, ¿no? Nosotros los divertimos ridiculizándonos con
nuestra miseria e indignación. Es fácil mirar al pobre desde la mirada del rico
–añadió el amante del rock.
Smith era un joven de mediana estatura y un frondoso cabello largo
azabache; Juancho era pequeño y calvo, de prominente nariz aguileña –de esas
que alguien así resfriado necesitaría de una sábana más que un pañuelo– y de
voz ronca.
Escuchaban música por turnos. Por ahora, Flor de retama y Adiós pueblo
de Ayacucho: todos huaynos de su región, propios de su tierra. Seguidos de
Atmosphere de Joy Division y The cutter de Echo & the Bunnymen. Ambos
escuchaban canciones con las que crecieron y sintieron que los marcaron.
—Los huaynos del sur son más tristes que los del norte, ¿te das cuenta? –
preguntó Juancho (apodado así por sus compañeros revolucionarios).
—Sí, es como el blues de la sierra.
—No –dijo Juancho que negaba con la cabeza. El blues, en realidad, es el
huayno de los gringos. –Rieron.
Smith tenía una banda llamada Carcoma que hacía punk rock, aunque
también escuchaba ritmos más sosegados. Él mismo decía «Uno debe cantar
sus tragedias para digerirlas con ron y retratar a las musas con carboncillo para
que nos acompañen en los momentos flacos».
—Me da asco saber que pertenezco a una sociedad tan enferma. Ahora sólo
me queda ser un inútil servicial. Antes quería ver televisión y escuchar música
todo el día, pero desde que leo los periódicos y más libros se me ha abierto un
nuevo panorama –afirmó el rockero. Recordó con nostalgia a Henry, su pasión
por la literatura y su imposibilidad de ser libre de culpas.
Cambió de canal de la televisión en forma aleatoria, vieron una propaganda
acerca de compra de departamentos: en un parque había una familia junto a un
perro labrador con el sol reluciente. Ella rubia, tanto que parecía nórdica, él
castaño y muy bien parecido, los hijos parecieron salidos de una revista. Todos
sonrientes con sus dentaduras perfectas: retrato de familia. Nada más falso –
dijo Juancho.
—Ese tipo de familia no representa a la mayoría de peruanos ni siquiera el
promedio –señalo Juancho.
—Esa es una realidad más Miraflorina –afirmó el rockero.
*
— ¿Cuándo fue la última vez que te conmoviste por un acontecimiento
social?
—Lloré y mucho por la muerte de los chiquillos del MRTA en la embajada
de Japón en el operativo Chavín de Huantar. Sus armas eran más grandes que
ellos. No estoy a favor de ese movimiento, pero no dejó de causarme
lagrimeos verlos el día anterior vivos y muertos al día posterior; todo muy
rápido; y de sus familias nadie dijo nada. Muchos actuaron bajo presión, pero
eran sólo chiquillos. Tanto se quejaban los políticos por vivir un tiempo como
pobres. ¿No es raro?
—Ajá. Perdóname, cachorro, pero yo sí creo en la revolución armada. ¿Ves
el balazo que tengo en la espalda? Es por participar en una protesta. Ahora
para poder hablar debo tragar mi propia sangre como agua. Eres muy joven
aún. Todo es subjetivo hasta que tu punto de vista convenza y se vuelva en
objetivo para los demás. ¡Larga vida a la lucha armada!, cachorro, quizá algún
día entenderás. La política es la administración de la vida.
— ¡Caray! (Él sin ser muy cultivado, o casi nada, le parecía ver en su
discurso la imitación de sus padres, con sus delirios de grandeza que
sobrepasaban los límites de su arrogancia juvenil. Él había vivido –desde
niño– forma libertina y revelarse a determinada edad del sistema, probar
drogas, dejar de creer en Dios, etcétera…le parecía una secuencia natural de la
vida, nada más, creyó. Abrir los ojos alrededor, y él ya lo había vivido
tempranamente con su propia familia. Esperaba un cambio, sí.
— ¿Por qué crees que hay programas basura? Es para atarantar a la gente,
cachorro. Acaso que un futbolista salga con vedettes ¿es de interés nacional?
No me digas que eres de los que no opinan. ¡Claro, qué fácil quedarse callado,
¿no?! –alzó la voz.
—Oye, ¿y por qué las cosas importantes sólo pasan en USA o el primer
mundo? Debería haber cirugía plástica mental –le respondió con cierta
timidez, y dándose cuenta que pisaba en un lugar inhóspito para su saber.
—Es el imperialismo, cachorro. Acá la clase alta se da la gran vida, pero en
el primer mundo no les alcanzaría la plata; es un nivel mucho más alto. Las
familias de abolengo viven en castillos…muchos emigrantes latinos se van al
primer mundo creyendo que tendrán facilidades para trabajar, quizá recuperar
una pequeña parte de lo que nos fue arrebatado, pero no. Nos miran con recelo
a los que alguna vez estuvimos en Europa. Somos la mano de obra barata; no
nos quejamos, nos pagan menos: negocio redondo para ellos.
*
— ¿Sabes tocar la guitarra? —preguntó Juancho
—No, mucho. Casi nada. Sólo compongo las letras y se podría decir que
canto. Aunque, en realidad, más que nada, grito.
—Yo te enseño; así matamos el tiempo en este lugar.
El rockero aceptó para poder sacar provecho a su estado de reposo.
—Esto es un arpegio.
—Es muy complicado.
—Sí, lo es –dijo Juancho creyendo que ganó un adepto.
—Prefiero el rasgueo. Eso es más rock; le da estridencia a la guitarra.
—Sí, es verdad. Pero eso es fácil.
—Por eso es punk rock pues. Para el alcance de todos.
—A mí me llegó a gustar All tomorrow’s parties de The velvet
Underground & Nico del disco homónimo de 1966.
— ¡Ah!, sabías algo de rock.
—No soy un experto pero me defiendo.
—Jajaja. Sí pues. Es clásica.
—Y después de todo, ¿cuál es tu orientación sociopolítica? De izquierda,
derecha o de los que les importa un pepino su país. –Quería ponerlo entre la
espada y la pared.
—Bueno, que yo sepa no se resumen a tres las opciones; el panorama es
más amplio. Quizá yo sea nihilista o anarquista, ya que no simpatizo con
ninguna.
—Es posible. El anarquismo lo proponía el punk. Es muy rock, muy tú pé.
—Ahora voy a transformar mi respiración en una melodía.
Entra la enfermera, los saluda y conecta las sondas para que sean
alimentados.
— ¡Esto es tan embarazoso, Juancho!
— ¿Podemos ver televisión mientras tanto?
— ¿Ves a la tontería que debemos resignarnos hoy?
—Yo no creo en la resignación.
—Yo tampoco –dijo el rockero sin convicción.
—Entonces no ves mucha televisión…
—Últimamente no, la verdad que no.
— ¿Sabes? Antes las grandes estrellas de cine debían tener un gran
recorrido. Tenían que proyectar su voz desde el escenario hasta la última
butaca, allá en el fondo, se transmitía lo que sentían. Ahora ver la pantalla es
otra experiencia diferente a la que te hablé.
—Muchas caras bonitas, escaza transgresión. Ahora buscan modelos que
sepan actuar, no hay una formación seria previa.
—Eso es global. Mira el periódico de hoy: joven desempleado brasilero
mata a sus padres porque desinflaron su muñeca inflable, a la cual trataba
como una amante. O este otro: travesti peruano viola a una anciana en Buenos
Aires y la deja paralítica.
—El mundo al revés…De locos.
*
—Buen día, Juancho. ¿Qué tal dormiste?
—Buen día, cachorro. No pude dormir, sólo miré el techo.
—Pues, yo tampoco, la verdad.
—Cuéntate algo pé…
—Ya. Es una historia que estuve recordando, y por la cual no pude dormir.
—Dale…
—Se trata de un fan de un grupo llamado Stereolab, que era hermano de un
amigo de mi promoción. A él le gustaba mucho ese grupo, en especial una de
las vocalistas. Bueno, se enteró que iban a dar un concierto en Buenos Aires y
gastó todos sus ahorros para ir a verlos.
— ¿De dónde son?
—Bueno, son músicos ingleses y franceses que hacen post-rock de
principios de los noventas.
—Y ¿cómo los conoció?
—Por amigos: como se hacía antes; de boca en boca. — ¿La globalización
es el nuevo imperialismo? Daba vueltas ésa pregunta en su cabeza sin llegar a
expulsarla por su boca.
» Fue a Buenos Aires acompañado de un amigo suyo. Los esperó en el
hotel y hasta conoció a la cantante que tanto le gustaba, hablaron y fluyó
empatía. Según me contaron, parecían novios, se abrazaron. Hablaban en
spanglish alto porque había mucha gente a su alrededor que pedía autógrafos.
Ella le dijo: «Gracias por haber venido hasta acá. Entonces, ¿nos vemos en el
concierto?». «Uh, ese es el problema. Yo gasté todo lo que tenía para venir a
verte, y ya no me alcanza para la entrada del concierto». «Entiendo, pero eso
no es un problema». Y le regalo dos entradas VIP y after party. De ensueño:
coreó todas las canciones, se vio con ella en el after…, bailaron, le firmó
autógrafos, se tomaron fotos. Al día siguiente estuvo tan feliz regresándose en
ómnibus con su amigo, que no lo podía creer. Cuando llegaban a Lima le dio
un paro cardiaco, pues sufría del corazón, y murió.
— ¿Y cómo te enteraste de toda esa historia?
—Su hermano me la contó. Un final triste pero estimulante, creo.
—hummmmm, sí.
—Ahora te toca a ti contar algo.
—Pues, en los viajes que hice para recaudar fondos para la organización
noté el odio que nos tienen a los latinoamericanos, cómo nos segregaban, etc.
Ahora, yo concluyo que el odio que le tenían otrora a los judíos, hoy lo tienen
contra los de origen latino. Allá somos ciudadanos de tercera categoría. Aquí,
ver que tratan exageradamente bien a los extranjeros sólo por ser blancos, y
nos miran de manera sospechosa a nosotros sólo por ser nacionales, me
indigna. Me jode que miren nuestros billetes con tanta desconfianza como si
todos fueran falsos –afirmaba Juancho moviendo bruscamente el tubo del
respirador artificial.
—A mí lo que me jode es que los gringos que vienen sólo visitan las zonas
bonitas. Entonces todo les parece maravilloso. Claro, si yo fuese a sus países y
visitaría las «zonas bonitas» me llevaría una percepción equivocada de toda la
amplia realidad. Es un gusto exclusivo de los que pueden pagarlo estar
momentáneamente en el infierno, podrían hasta disfrutarlo, ¡total!, después
cada uno vuelve a su cómoda realidad. Es como una temporada en el infierno.
*
—Dime, ¿qué harás cuando todo esto termine? –preguntó Juancho.
—Buscar un lugar al cual llamar hogar, donde no me tiemblen las piernas al
ingresar. No tengo padre, mi madre vive con su amante y yo vivo entre mis
parientes y amigos.
—Puedes unirte a mi grupo…
—No estoy seguro de compartir los mismos ideales. —El universo revelado
en sus inconformes oídos. Gracias, hombre que estás hecho de puros púlpitos
–pensó pero no lo dijo.
—El futuro no tiene que ser una pitonisa…Y ya tienes edad para tomar tus
propias decisiones.
—Tampoco un campo de batalla. Quizá sólo miren con aspereza por
haberte escuchado, por estar en el mismo cuarto.
—Quizá, tal vez, puede ser…Todo tan ¡ambivalente!
—Todo es incierto: la vida…la muerte. El único hecho de estar vivos de
por sí es raro.
—No soy del MRTA ni de Sendero Luminoso. Soy de otro grupo que
piensa llegar al poder por la fuerza, de ser necesario.
— ¿Te refieres a matar?
—Si es necesario, sí. También planeamos secuestrar a cambio que acepten
nuestras demandas.
—Eso es terrorismo…
—No, es justicia social. Siempre hay sacrificios. Yo quiero vivir para
cobrarme todas las revanchas pé.
—Pero ¿no hay otra manera?
—No…
—Yo a tu lado paso por ignorante. Pero algo que te puedo decir es que no
he estudiado Ciencias Políticas, no he pisado la Universidad ni sé si la pisaré.
No sé los tejes y manejes, aunque es evidente que la política es sucia; el
exceso de poder perturba: creo que toda esa gente corrupta que nos gobierna,
en su momento tuvieron sus ideales, pero el poder los corroyó, y te puede
pasar a ti también si tienes exceso de poder. Lo que te puedo decir, sin ser un
erudito, es que matar me parece malo.
—Las revoluciones son así. ¿Conoces alguna donde no corra sangre?
—Sí. Lennon, Mandela, Gandhi, Dalai Lama…
— ¡Bah! ¡Cojudeces! ¡La idiosincrasia latinoamericana es diferente…
Tupac Amaru II, el Che, Fidel, Subcomandante Marcos, Sandino, Zapata…!
—Y si que tuvieses que sacrificar a tus hijos, ¿seguirías?
— ¡Sí, carajo! Siempre debe haber sacrificios. Todo sea por nuestra
Pachamama –el rockero calló.
*
Después de aproximadamente año y medio, Daniel es dado de alta; Juancho
quizá se quede más tiempo.
—Juancho, gracias por enseñarme a tocar un poco la guitarra, a conocer tu
ideología, que no la comparto, pero de la cual aprendí a ver el anverso y
reverso de la realidad. Necesitaba encontrar acordes nuevos que sean capaces
de hacerme renacer. Yo me voy a enfrentar al mundo con mi traje nuevo de mi
nueva personalidad –le dijo al despedirse estirándole la mano para estrecharla.
Juancho le negó la mano, lo miró con aspereza y se volteó de espalda
enseñándole su cicatriz.
Nunca más se vieron.

Detrás de las cortinas


La última vez que las recordó vinieron a su mente escenas que no hubiese
querido que se ocurriesen. Hace mucho tiempo Smith se había prometido dejar
de beber y fumar, pero aquella noche lo hizo. Se fue a un parque cerca de su
casa en el Cono Norte de Lima: bebió pisco y fumó una cajetilla, fue de
madrugada y hacía frío, se pasó solamente acompañado de las bancas, los
árboles, sus lágrimas y todas las negaciones de sus musas. Quizá por ello trató
de ayudar a Henry, porque a pesar de no ser un biempensante promedio, pero
era él, un tipo auténtico. No pudo dormir, se sentía tan pesado parecido a una
resaca, lo cual era recurrente en él, pues tenía insomnio crónico y se cobijaba
en el aparente encanto del licor. Esta vez había una razón más importante que
cualquier otra para no dormir: las mujeres que quiso retratar eran tan bellas,
pero insensibles a su tacto.
Lo mismo le pasó con Mapi, con Natalia y ahora con Claudia. Él quería
inmortalizar la belleza de ellas. Creyó que no entendieron bien, bah. Todos los
inútiles consejos. Y la ecuación: Placer = culpabilidad + sexo = dolor; podría
aplicársele a él también, pero con la variable: Placer = abstinencia + hartazgo
de ostracismo = desesperación y locura.
En su cuarto su cuerpo yacía en el piso rodeado de fotos las fotos de ellas y
de los retratos que les hizo. Quedaba con las manos sucias del carboncillo y
lápiz que utilizó.
La proporción y simetría de las tres eran muy similares: sus lados derechos
con sus izquierdos muy parecidos: Le encantaban de Mapi, su maxilar inferior
y mentón pequeño y partido; Natalia, sus lunares, dientes grandes; Claudia,
sus labios carnosos y rosados y sus ojos tan negros como dos hermosas
aceitunas eclipsadas y grandes como los océanos; coquetos ellos, bordeados
por pestañas largas y gruesas. Todas guardaban un cierto parecido con
Mortisia de los Locos Adams (personaje que admiraba románticamente y que
compartía parecido físico con una vecina que conoció él a los ocho años, la
cual era mucho mayor suyo, le introdujo a la baladas románticas en inglés
como Close to you de Carpenters), canción que fue banda sonora de sus
encuentros en el techo de su casa. Sumamente difícil retratar tanta belleza es
como atrapar un rayo de sol con la mano, pero ya se sentía encandilado y
encaminado. Ella lo miraba como a un hermano menor, él como una musa
inalcanzable: su primer amor platónico, desde entonces idealizó ese tipo de
características en las mujeres que le atraían. (Con ella aprendió a decir «Te
quiero» con mayor fluidez que a su madre, pero sólo por el tiempo que la
conoció): cabellos oscuros contrastaban con una palidez pareja de sus pieles.
Así se comprendía a las vampiras seductoras.
Después de verla a Claudia en el video hablándole hondamente, creyó que
su relación podría llegar a consolidarse, llegar a algo concreto y dejar de ser
tan abstracto. Renegaba por migajas de afecto, quizá sus caminos se podrían
cruzar, pero no, después de los retratos, no. Digamos que eso fue lo último que
podían tolerar Smith recordó que tanta tolerancia puede llegar a convertirse en
indiferencia, y eso no, jamás.
*
Tenía un amigo de origen japonés llamado Aiki, bohemio él, le preguntó «
¿Por qué tan triste?». «Lo que pasa es que por mi tipo de personalidad no
logro acercarme a las chicas que me gustaban en su momento, y las retrataba
para iniciar la conversación. Pero todo terminó en un malentendido. Me siento
devastado». «Cuéntame, quizá pueda ayudarte y aprender algo en el camino»
dijo Aiki.
«Pues, no sé qué puedas aprender de mí, añejo amigo Aiki –estuvo
contrariado–.Digamos, mi nombre es amor a primera vista y mi apellido es
obsesión. Bueno, la última vez que vi a Clau, fue en un video que me hizo
llegar con su amiga Mariana, desde Argentina: la vi con el cabello recogido, la
cara limpia, bailaba y tomaba Fernet. Me dijo: «Gracias por tus detalles, por
todo lo que haces por mí, pero ahora no puedo corresponderte porque,
digamos, tengo el corazón ocupado. Sos un cálido solcito para mí. Te invito a
escuchar Alma de diamante del flaco Spinetta; me recuerda a vos, lo relaciono
contigo y con todo lo que me haces sentir. No deseo tener que echarte de
menos nunca. Besos».
*
Aiki –fue de los pocos que entró a su casi impenetrable mundo privado–
¿Sabes? La primera vez que vi a Mapi, fue en el año 2010, hace algunos
inviernos en la academia, lo recuerdo claramente, porque nos preparábamos
para ingresar a la universidad, sin embargo no ingresamos. Fue la primera
chica a la que retraté. Tenía el cabello castaño oscuro, los ojos grandes y la
piel color capulí. La escuché hablar por primera vez fue cuando compartimos
carpeta: Tenía un acento peculiar.
Hablamos y me dijo: «Soy de Cuzco, vine a probar suerte en la capital. A
ver qué tal me va», se le formaban hoyuelos en las mejillas, tenía los dientes
blanquísimos, los pómulos prominentes como dos melocotones. Formaba una
sonrisa, donde sólo se lograban exponer los dientes del maxilar inferior, los
del superior los cubría sus labios.
Era la más risueña del salón, siempre contaba chistes, no había sido muy
buena en los estudios, aunque sí ingeniosa. Sus notas no le hacían justicia,
debido a su que tenía un problema de concentración.
— ¿Para qué me sirve aprender matemáticas? –me preguntó.
—Bueno, puede servirte para ordenar tu vida. Las matemáticas son
importantes. Si te das cuenta los ingenieros, que necesariamente tienen que ser
buenos en ellas, ganan más, lo cual refleja que nuestra peruanísima sociedad,
valora o quizá sobrevalora el orden, aunque ni siquiera sepan hablar bien
éstos.
—A mí me aturden. Yo quiero ser pintora; no ingeniera. Incluso las
montañas se desmoronan, en fin.
—Yo quiero ser escritor, aunque no creo que estudie literatura. Creo como
el matrimonio, acabaría mi amor por ella, en fin. Estamos entrelazados en este
manicomio llamado vida, todos. Yo quiero escribir, pero no desde la soberbia
académica que sólo entre ellos que se entienden; o sea, alguien que es novato
y quiere involucrarse, no puede porque no fue invitado a la fiesta, es mi
manera de verlos a los altos intelectuales que a veces suelen ser aburridos,
sobre todo en nuestro país. Pero de qué sirve ser culto, inteligente y educado si
tienes el alma carcomida, eres insensible socialmente y corrupto. Esa es
nuestra clase política pues –otra cara más de nuestra sociedad tan heterogénea,
pluricultural y multiétnica–. Si tienen plata, ¿para qué roban más?
Generalmente es la clase de ese estrato la que hace eso: los ladrones de guante
blanco como decía mi abuela.
—Yo no me llevo bien con la vida, señaló ella.
— ¿Ves el cuadro de allá?, apuntó con el dedo.
—Sí, claro. ¿Qué tiene?
— ¿Qué ves en el cuadro?
—Una pistola suicida…
—Puede ser. Yo veo el fin del mundo.
— ¡Un artificio!
— ¿Eh?
—Es que quizá paras encerrado en tus conflictos. —Encogió los hombros
con desgano. Yo tampoco la tengo nada fácil.
*
Solía acompañar a Mapi al paradero a que tome su combi, aunque nunca
supo su dirección exacta.
Recordaba que al momento de ingresar en las mañanas, se dejaban las
tarjetas de identidad a la entrada del local. Ella entró primero, él aguardó un
poco después en fila, así que en pocos segundos le dio vuelta con disimulo a
su tarjeta para que nadie se diera cuenta, y ¡listo!, sabía, por fin, la dirección
de su casa.
No la volvió a ver desde que terminaron las clases, pero ya sabía dónde
vivía, fue en su búsqueda, agazapado entre las tiendas; le intimidaba su
belleza. Su amigo Aiki le ayudó a obtener la copia de su DNI, Él tenía los
contactos…porque su hermana trabajaba en un banco… era cuestión de
ubicarla por orden y apellido, y ya está.
Por primera vez, vi su foto en material impreso a blanco y negro. Su mirada
tranquila pero penetrante, fue ahí donde decidió retratarla. Al comienzo no le
salía muy bien; no era lo suyo.
— ¿Aiki, puedes ayudarme a hacer un retrato?
—Supongo que sí. Pero sería mejor si tú lo haces solo, ¿no crees?
Asintió la cabeza afirmativamente. Así que comenzó a encuadrar, perfilar,
sombrear con toda la buena predisposición y voluntad; ya que las palabras no
le bastaban. Esa vez, su añejo amigo, le comentó que el negro es el color más
puro debido a su imposibilidad de mezclarse con otros colores…no pierde su
color neto, esa era su pureza a diferencia del blanco, que muchos creen es el
más puro.
Hizo el contorno de su rostro, con la regla formó una especie de cruz para
perfilarla mejor. Comenzó dibujándoles los ojos, la nariz, los labios, el
mentón. Acto seguido fue la cabellera. Tenía la foto al lado de la cartulina
donde la retrataba. Finalmente sombrearla lentamente, pero no, salió mal otra
vez.
Verla y que me resulte desfigurada. Eso es mirar a escondidas, mientras ella
no puede verlo. Es como mirar a través de la mirilla de una cerradura y esperar
que entre alguien a una habitación. La expectativa de que ello suceda genera
tanta energía emocional que desencadena un cierto tipo de adicción o morbo y
puede que sea enfermizo. Le hace daño perturbar a los demás, pero no
encontraba otra forma de decir «te quiero», o «te deseo», sin embargo no sabía
cómo hacer para reparar.
Chica que no es su novia, amor que no es correspondido, y así podría
pasársela hasta el infinito, enumeraba los porqués no es correspondido por su
trastorno, trata de disimularlo, pero es en vano; le atraen tanto las personas en
general. Se los imaginó como una gran familia que nunca tuvo.
Se dejó llevar por la alegría ociosa; el trabajo de seducción quedó
finalizado, no quedó mal. Ahora, cómo entregárselos si apenas ha parloteado
con ellas. Es decir, cómo acreditar que tiene las fotos de sus DNI’s, sin que
ellas se lo hayan dado, ¿cómo?
—Las preguntas « ¿cómo?» y « ¿por qué?» son ya están gastadas en tu
situación. Hay que comenzar por la siguiente secuencia. La pregunta sería
« ¿para qué?».
—Me oíste pensar en voz alta, Aiki.
—Bueno, es una forma de decirlo. Casi todo suena a trágico o absurdo en
tu vida.
—Bueno, es lo que me tocó vivir; mi porción de vida. Yo no lo percibo
tanto; es como mirarse al espejo a cada rato, ¿notarías inmediatamente algún
cambio? No lo creo. Quizá de lejos se ve mejor, o cambiado. No sé qué más
decir o hacer. A ellas les cortejan típicos chicos guapos que, digamos, no
tienen que hacer mucho esfuerzo para conquistarlas; yo sí, estoy en clara
desventaja.
—Mejor ve a dormir, luego sal a un parque, que la vida está allá afuera; no
encerrada en un garaje.
Caminaba por el parque, y le vino a la mente Ana, la primera enamoradita
que tuvo, que no le hacía ninguna gracia a su padre que él esté con ella.
Recordó que una tarde vio una película francesa donde los amantes se dieron
un beso francés. Entonces se prometió esa misma noche hacerlo con Ana:
llamó a su casa con una amiga para que hiciera de su interlocutora. Le dijo que
lo espere, que tiene algo nuevo que enseñarle.
Llegó a su casa y estuvieron en su jardín, luego de hablar de diferentes
cosas le preguntó qué es lo que le quería enseñar. «Cierra los ojos», le dijo a
punto de besarla y su padre al quien Smith llamaba el Sr. Matapasión salió
entre las cortinas y le dijo: «sabía que eras tú, ya vas a ver», y con una escoba
lo correteó por el parque. Ese fue el último recuerdo que tuvo de su ex; ahora
que es adulto se preguntó si le iría igual.
*
Siempre se le interponía algo entre lo que quería y lo que deseaba. Aiki le
preguntó:
—Algunas de ellas ¿saben cómo has conseguiste sus DNI’s?
—No, para nada.
—Pues, fíjate: eso tiene pena de cárcel. Imagínate.
—Uh.
Preguntó entre sus amistades que les parecía que alguien que no conoce
muy bien, las retratara. A la mayoría les daba miedo; algunas pocas les parecía
interesante.
Tener terminados los retratos le generaba ansiedad, así que decidió
comenzar entregarlos a las retratadas: primero Natalia. La dirección la tenía en
su documento de identidad, fue a su casa. Vivía al costado de un restaurante,
tenía que hacer tiempo para cruzársela y hacer que parezca de casualidad, y
por fin ella ingresó al lugar.
—Hola. Mi nombre es Daniel.
—Hola. Te conozco de alguna parte –él sintió la extensión de su vergüenza,
que ya era panorama habitual de su vida diaria.
—Sí. Te conocí cuando eras secretaría de la academia; yo me preparaba
para ingresar a la universidad. Mira esto hice para ti –lo dijo dubitativo.
—A ver (y lo abrió). Frunció el ceño, se puso seria y le tocó la mano
mirándole directamente a los ojos. Y ¿cómo estás? –le preguntó.
—Mejor desde que está en tus manos. Le sonrió sin mucho entusiasmo.
— ¿Cómo conseguiste mi foto?
—Tengo buena memoria. Te recuerdo fácilmente. Espero no te hayas
molestado…
—No, no –se fue dándole un beso en la mejilla.
Lo único que le quedó claro es que había sido algo ingenua o quizá no
quería ser cruel con él. Yo creo lo segundo más que lo primero, pero en fin.
Ahora le toca a Mapi, usó casi la misma estrategia que con Natalia:
esperarla cerca a su casa…
—Toma Mapi…
— ¿De dónde sacaste mi foto? –rápidamente se dio cuenta que era la foto
de su DNI, porque estaba de frente sin sonreír, lo cual era muy raro en ella.
—De…de…mi memoria –dijo sin mucha convicción y se dio cuenta.
—No te creo. Yo sé mucho de computación. Esto me parece sospechoso.
Lo pudiste haber bajado de internet, conozco gente que hace esas cosas. Te
podría denunciar… –Pudo ella advertir, por su mirada evasiva y el temblor de
sus labios al hablar, que su vergüenza era autentica.
—No, por favor. Si me denuncias, ¿quién me va a sacar de la cárcel? Allá
adentro violan a los nuevos. Después de cumplir mi condena estaré con alguna
enfermedad venérea terminal y seré una lacra para la sociedad.
—Que te violen, no me importa… –se fue colérica deprisa.
Al poco tiempo conoció a un mariachi borrachito, le dijo si podía hacer una
serenata si le invitaba a beber a él y todo su grupo. Le respondió que no había
problema.
Sabía su fecha de cumpleaños porque estaba en su DNI, fueron en una
camioneta con unos amigos a su casa. Se dijo a sí mismo que: «Si no le hago
siquiera sonreír, debería ir alistando maletas y lubricante».
Los músicos fueron con un par de amigos, llegada la medianoche
comenzaron a entonar clásicas rancheras. Él estuvo a una distancia prudencial
tres cuadras antes, se comunicó con sus amigos por celular, le dijeron que
todos, incluido su pareja, salieron a ver a la calle; ella sonrió y sus amigos le
dijeron que era de parte de él: su sonrisa podría presagiar que no le iba a
denunciar como sospechaba hasta aquel entonces…todos bailaban y
cantaban…Misión cumplida.
Con Claudia le fue más que diferente: empezaron un romance surrealista
que se confirmó cuando fue a la Argentina, todo les causaba risa como
atontados. Se enamoraron, hicieron una ceremonia espiritual en el campo,
tuvieron tres hijos a los que él les enseñaba los nombres de los animales y las
plantas, los cargaban en los hombros… se ensuciaban con barro en carnaval y
se bañaban juntos. Tenían una vida de neohippie, vivían moderadamente bien,
ya que tenían un bar-restaurante… cayó de la cama comenzó a rememorar
todo, se hundió en llanto; recordó que su mamá no quería que tuviese un hijo
suyo y la hizo abortar. La operación le generó una gran infección que se le
generalizó y le hizo perder la vida. Él la acompañó a su muerte abrazado de su
regazo, que tuvieron que recurrir a los de seguridad para que la pueda soltar;
quería tocarla tanto hasta que las huellas digitales de sus manos se borren en
su hipodermis. Finalmente lo hizo: temblaba, besaba sus labios ya pálidos;
lejos de lo que solían ser un carnaval. Nunca pudo dejarse imantar de la
imagen de ella. Se sintió solo en medio de una duna. Descompuesto de pavor.
—Ahora ¿comprendes mi dolor, Aiki? –balbuceaba con voz gangosa,
somnoliento aún y se despertaba lentamente.
—Claro –respondió Aiki. Me recuerdas a un chico del que estuve
enamorado.
— ¿Ah?... Oh, entiendo.
Daniel al verlo entristecido le tocó el hombro con fuerza para que no se
quiebre en llanto. Era la primera vez que lo notó a Aiki indeciso, otrora seguro
de sí mismo; éste intentó abrazarlo y darle un beso en los labios.
— ¿Por qué me esquivas? –preguntó Aiki.
—Lamento no poder corresponderte –afirmó Daniel–. No es mi naturaleza.
No estoy obligado a corresponderte por más que seas mi amigo… ¿Ésa es la
razón por la que me ayudaste con mis romances?
—Porque creí que estaba enamorado de ti. Tómalo como una apología al
amor. Ayudo para que me ayuden; justificar mi existencia, ser útil pues.
Lo último que supo de Aiki es que salía de la mano con Natalia floreándole
acerca de la cultura japonesa, para desquitarse por el desaire de Daniel. A
Mapi ya la había olvidado, y a Claudia todavía no. Bebía pisco, fumaba y
decía: «A ellas, dulzura del espanto». Se eclipsó.
Agazapado en un rincón de su cuarto, recordó a Henry, se fue al parque
cerca de su casa, vio un par de perros en celo en la tarde, se olfateaban sus
genitales: la hembra no se quería dejar penetrar, el macho la seguía, con otros
machos más, para poseerla. Acorralaron a la perrita y entre forcejeos la
penetró con brusquedad (el amante del rock siguió mirando); todo fue muy
violento: la perrita jadeaba de dolor y placer (supuso) y parecía rogar para que
la suelten. El primer perro terminó y extrajo su pene inflamado; ahora él era
quien lloraba: su pene parecía una culebra roja tendida sobre el pasto. Luego le
tocaba el turno al siguiente perro, ya que todos estos, rodearon a la perrita: los
dos perros lloraban de dolor y placer, al parecer, la perrita no andaba bien de
salud, y recordó todas las tribulaciones que pasó hasta hoy. Al día siguiente,
como una tenue parcial luz que se completó cuando encendió su celular. Fue a
su casa, le preguntó a Jacky por sus textos:
— ¡¿Qué chucha quieres, Daniel?! Después de tanto tiempo te apareces así
porque sí.
— ¿Por qué dejas que tu marido te robe tu personalidad y se imponga sobre
ti?
—Coqui no me ha dicho nada.
—Sí, lo ha hecho. Es él quien habla dentro de tu boca. Tú me lo acabas de
decir; así no hablas normalmente.
—De todos modos ya lo quemé todo. Quiero poder olvidar y rehacer mi
vida, y así no me ayudas: por favor, déjanos en paz.
Se retiró decepcionado, se propuso escribir algo en homenaje a Henry. En
sus sueños angustiosos recurrentes provocados por las pastillas que consumía,
éste le decía: « El camino es muy largo y tengo sed». Creyó que se refería al
lugar donde está, que es como una especie de intermedio entre el cielo y el
infierno, se lo creyó como el purgatorio. Mientras se adecuó a lo
sobreentendido, todavía perturbado, recordó que mediante él descubrió la
pasión por la literatura, el gusto por lo híbrido en la vida, y fue determinante
para decidir estudiarla, lo cual no consiguió, pero inició un romance con los
libros que hasta ahora dura. Un rapsoda con poco dinero y semivagabundo.
Para desahogarse escribía su estado de catarsis, o del hombre que quedaba de
él. «Ojalá encuentres un lugar para protegerte de ti mismo, de los demás y tu
camino para tu nuevo hogar de otros placeres que no conociste», pensó.
Quería hacer unos haykús al mejor estilo de las composiciones de Henry las
oiga fuego adentro y para sí mismo: su indomable tristeza. Pero no, nunca
pudo hacerlos. Le pareció que no estaba a la altura, que, quizá, sonaría siútico
y tuvo ganas de amputar sus sueños neorrománticos. Estalló en llanto:
lágrimas, por Henry y Claudia; rabia por perderlo todo. Él cabizbajo, roció
licor a la Pachamama pensando en Juancho. Su corazón era como un
instrumento de repercusión que se rompió mentalmente en sus más secretas
pulsaciones.
Daniel apuraba una certeza acerca de Henry: «No, nunca me llegó a gustar
la adolescencia, tampoco nunca entendí los códigos de los adultos…Hasta el
día de hoy. No sé lo que es. Nunca sabré lo que es».
Luego, salió a correr muy rápido mientras lloraba. Corrió hasta no sentir
sus piernas de cansancio en un intento hambriento de escaparle a la lo locura.

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