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La neuroarquitectura es una ciencia amable y reciente que busca entender, a

través de la neurociencia, cómo el espacio afecta a la mente humana. Gracias a


ella sabemos por ejemplo que las capacidades cognitivas de los ancianos en las
residencias mejoran un 20% subiendo la potencia de la luz, o que los enfermos se
recuperan antes si los hospitales tienen vistas a un parque.

https://www.clarin.com/arquitectura/neuroarquitectura-ciencia-entender-espacio-
afecta_0_BkHabaOvml.html

¿Alguna vez te has preguntado por qué en ciertos espacios tiendes a sumergirte
en ciertos estados de ánimo? ¿Por qué hay cuartos de tu propia casa que facilitan
tu concentración mientras que otros simplemente parecieran invitarte a la
dispersión? ¿Sabías que tu mente podría estar siendo influenciada, justo en este
momento, por el espacio físico que te rodea mientras lees este artículo?

Históricamente la relación entre la mente y los espacios arquitectónicos ha sido


contemplada en diversas culturas y bajo distintos fines. Por un lado tenemos la
distribución de los recintos sagrados, adherida a premisas de numerología y magia
para incentivar prácticas místicas y alojar complejos ritos iniciáticos, o la
enteoarquitectura, filosofía que propone el uso del espacio para inducir estados
alterados de conciencia. En otro ejemplo, está la arquitectura panóptica, propia de
las prisiones, y la cual está diseñada para facilitar una permanente vigilancia (y la
sensación de estar siempre vigilado). En pocas palabras el ser humano se ha
percatado del influjo que una cierta disposición del espacio tiene sobre la psique, y
que si esta variable se contempla intencionalmente al momento de construir un
inmueble, pueden conseguirse resultados específicos.

En décadas recientes esta noción psicoarquitectónica se ha alimentado de


propuestas como el diseño biofílico y modelos similares, que contemplan los
efectos anímicos y psicosociales que un determinado inmueble tiene sobre la
mente humana. Sin embargo, de acuerdo con el arquitecto y sociólogo John
Zeizel, el siguiente reto para ‘el arte de los espacios’ es intimar con el cerebro,
entender cómo funciona y el por qué hay espacios que favorecen ciertos estados
de ánimo. “La calidad del ambiente construido puede afectar el desempeño del
cerebro” adviertela arquitecta Alison Whitelaw.

Si bien este concepto de neuroarquitectura no es nuevo, lo cierto es que tampoco


ha logrado consolidarse plenamente como una corriente. La Academia de
Neurociencias para la Arquitectura (ANFA), fundada hace una década, confía en
que ahora la ciencia del cerebro está en posibilidad de generar un parteaguas en
el desarrollo arquitectónico. Y según el actual contexto, que incluye un creciente
interés de inversionistas por financiar estudios y desarrollar proyectos en este
campo, durante la próxima década bien podría consagrarse como una tendencia
decisiva en nuestra futura relación con los espacios.

En los próximos ocho años seguramente veremos reafirmarse algunos preceptos


arquitectónicos, entre ellos la tecnosustentabilidad, la simplificación, sofisticación y
economización del espacio (y del costo de construcción), y la exploración
estructural del movimiento (inmuebles con flexibilidad inédita). Sin embargo, creo
que pocas potenciales tendencias resultan tan intrigantes en este campo como la
neuroarquitectura.

Con la vertiginosa transformación de los aspectos más importantes de la


existencia humana, pulsos evolutivos desdoblados en áreas tan disímiles como la
espiritualidad y la economía, el arte, la comunicación y la tecnología, parece que
estamos en un momento óptimo para encarar esta seductora posibilidad:
replantear el diálogo entre nuestra mente y el espacio físico que habitamos. En
caso de lograrlo, en unos cuantos años podríamos estar programando recintos
que faciliten ciertas funciones cognitivas, favoreciendo así la recuperación de la
salud (en el caso de lugares dedicados a la sanación), el aprendizaje y
concentración (dentro de escuelas y academias), la creatividad (en talleres
artísticos) y la psiconaútica (dentro de espacios re-creacionales).

Pero mientras esto sucede, no puedo más que recomendarte que observes y
especules sobre el impacto que tus diversos espacios cotidianos inducen en tu
mente –un recordatorio a practicar la mejor técnica de detección de tendencias a
la que tenemos acceso, la simple observación–.

http://pijamasurf.com/2013/08/neuro-arquitectura-la-convivencia-entre-los-
espacios-fisicos-y-nuestra-mente/

¿Por qué enseñar a los estudiantes en clases amplias, con grandes ventanales y
luz natural es mejor y produce más rendimiento que la enseñanza impartida en
clases angostas y pobremente iluminadas? ¿En qué medida los colegios, los
institutos de enseñanza media o las universidades, que se han construido y se
están construyendo en las grandes ciudades, modelan la forma de ser y pensar de
aquellos que se están formando? ¿Es posible que la arquitectura de los colegios
no responda hoy a lo que de verdad requiere el proceso cognitivo y emocional
para aprender y memorizar, acorde a los códigos del cerebro humano y verdadera
naturaleza humana y sean, además, potenciadores de agresión, insatisfacción y
depresión? ¿Hasta qué punto vivir constreñido en el espacio de un aula, lejos de
las grandes extensiones de tierra con horizontes abiertos o montañas, árboles, de
suelos alfombrados de verde o secos matojos no ha alterado los códigos básicos
del aprendizaje y la memoria? Todas estas son preguntas actuales, persistentes,
que inciden en la concepción de una nueva neuroeducación.

Hace bastante tiempo que sabemos que los habitantes de grandes ciudades
tienen unas tasas altas de ansiedad y neurosis, de estrés crónico y, desde luego,
de enfermedades mentales, entre las que sobresalen la depresión y la
esquizofrenia.

Es más, hoy sabemos, por estudios de resonancia magnética nuclear, que dichas
personas tienen una actividad aumentada de varias áreas del cerebro emocional,
entra ellas, y en particular, la amígdala, ese detector constante de miedos, peligros
y dolores, pero también de la corteza cingulada, que focaliza la atención y forma
parte de la organización de toda conducta emocional. Lo que si sabemos es que,
en su origen, estas dos áreas del cerebro, junto a muchas otras, son generadoras
de la cascada de mecanismos que organizan las respuestas al estrés cada vez
que una persona siente que se invade su espacio mínimo personal. Y todo esto
está ya entronizado, de modo inconsciente, en los cerebros del ser humano actual.
¿Hasta qué punto esto no incide en la intimidad familiar e influye en el niño y su
educación? ¿Acaso todo ello no conforma un marco de percepciones y emociones
que envuelve un cerebro en formación? De lo que no cabe la menor duda es de
que toda percepción genera una reacción emocional sutil o brusca y aguda, de
bueno o malo, de atractivo o rechazo, de acercamiento o huída, de desagrado o
belleza, y de esta percepción, aguda o continuada, de ese marco cotidiano, no
está ausente el edificio, las paredes del aula, el aula misma y los espacios de
recreo del colegio.

Y es de este modo que para los arquitectos del proyecto y la construcción de los
colegios, o de cualquier otro edificio donde se enseña, empiezan a pesar
considerandos importantes, como que los edificios que construyen no sólo
deberían tener exquisita razón y cálculo en su diseño y construcción, sino también
emoción y sentimiento en grado sublime y, desde luego, su impacto sobre el
funcionamiento específico de un cerebro que aprende y memoriza. La nueva
neuroarquitectura estudia perspectivas inéditas con las que poder romper tiempos
y espacios “a secas” para reconvertirlos en tiempos y espacios "humanos", en
espacios de un nuevo orden y complejidad que obedezcan y potencien la
expresión y el funcionamiento de los códigos que el cerebro trae al nacimiento.

Con ello se espera establecer un nuevo diálogo con el entorno, creando en los
colegios formas innovadoras que hagan sentirse a los niños con más bienestar
mientras aprenden, memorizan y cambian, se conforman y construyen sus
cerebros. Porque es cierto que el cerebro se remodela constantemente, ya lo
hemos señalado, en los espacios que los arquitectos construyen y más si estos
son colegios. Y a esto apunta la Academia de Neurociencias para el estudio de la
arquitectura en Estados Unidos, que ha reunido arquitectos y neurocientíficos para
"entre discusiones y tormentas cerebrales" poder concebir hoy nuevos modos de
construir. Sin duda, esto debería tener una enorme repercusión para la
neuroeducación.

Se trata de nuevos edificios en los que, aún siendo importante y fundamental su


diseño arquitectónico, vayan más allá de sus paredes y se contemple la luz, la
temperatura y el ruido que tanto influyen en el rendimiento mental, porque este se
deteriora si las personas no se sienten a gusto donde están o hay estímulos en el
entorno que los distraen o, en general, si las condiciones no son las adecuadas
para la realización de una actividad mental determinada. Y, sin duda, esto es
esencial en el caso del colegio.

Pero controlar el nivel de luz, utilizar luz natural, mantener la temperatura y la


humedad adecuada de la clase y los niveles de ruido puede resultar muy complejo
y depende en gran medida de la idoneidad de cada niño, dándose el caso de que
para algunos muy poco ruido pueda ser soporífero o situaciones en que la
intensidad de luz adecuada para otros puede hacer difícil a lectura o la escritura
para otros pocos. Y esto es todavía mas crítico en la clase de alumnos de primaria
(con cerebros envueltos en esa vorágine de crecimiento sináptico), para los que
las fuentes de luz, el diseño de las ventanas o los flujos de aire pueden ser
particularmente influyentes. Y todavía más allá, considerar los entornos del colegio
donde se sigue educando y aprendiendo, y no debería ser lo mismo hacerlo en
patios con paredes grises y cementadas o en espacios amplios, verdes y
húmedos.

Y permítanme un añadido, que no deja de tener interés mirando a ese casi


inmediato futuro que son los próximos 50 años. Me refiero a algunas reflexiones
recientes acerca de la profusa construcción de rascacielos en el mundo y esa
tendencia de las arquitecturas "hacia arriba" en las grandes ciudades, que encaja
con esa otra tendencia que predice que las poblaciones de seres humanos vivirán
en las grandes ciudades. Precisamente, los estudios de las Naciones Unidas ya
adelantan que, de los más de 9.000 millones de seres humanos que posiblemente
habiten la tierra en el año 2050, mas de 6.000 vivirán en ciudades, es decir, dos de
cada tres seres humanos nacidos en los próximos 30 años. Esto es lo que ha
llevado a muchos arquitectos a justificar, basándose en la sostenibilidad de las
ciudades, la difícil comunicación social, los transportes, así como la seguridad,
salubridad, agua, alimentos y energía, que el futuro de estas grandes ciudades
solo será posible si se construyen “hacia arriba” y no en horizontal, es decir, a vivir
en futuros rascacielos.

Pero ¿es posible hacer esto sin antes conocer en profundidad la fisiología del
cerebro humano y sus códigos neuronales de funcionamiento? ¿Está el cerebro
humano, millones de años viviendo y construyendo su naturaleza a pie de tierra
firme, viendo, oliendo y tocando verdes, nieves y hielos, diseñado para vivir dos
terceras partes de su vida en el aire, por encima de las nubes y en permanente
visión de azules infinitos? ¿Podría ser este desconocimiento el origen de nuevas
patologías, nunca antes conocidas, en un cerebro en desarrollo? ¿Podría, en
relación especifica con la enseñanza en los niños, violar los códigos heredados a
lo largo de millones de años a ir en detrimento, pues, de la enseñanza y ese
mismo aprendizaje? Esto ha llevado recientemente a considerar si esta civilización
occidental, la más adelantada en tantas cosas, no estará malinterpretando la
relación del hombre con un nuevo macroambiente que afecte al crecimiento y al
envejecimiento, los sentimientos y los pensamientos, el aprendizaje y hasta la
memoria ancestral de los seres humanas. Qué duda cabe que son estas
preguntas y estas dudas las que han llevado a muchos arquitectos a un renovado
interés en su trabajo y a considerar, ayudando a los neurocientíficos, encontrar
nuevos niveles de exploración de la mente humana.

https://www.archdaily.mx/mx/02-339688/neuroarquitectura-y-educacion-
aprendiendo-con-mucha-luz

Somos conscientes de las nuevas necesidades educativas en los tiempos


actuales. Buscar alternativas curriculares, metodológicas o vinculadas a la
evaluación resulta imprescindible para atender de forma adecuada la diversidad
del alumnado. Como lo es plantearse cuál ha de ser el rol del profesorado y del
alumnado en una educación en pleno siglo XXI. Relacionado con esto último, la
neurociencia ha demostrado la incidencia directa de las emociones en el
aprendizaje. Pero si importante resulta el clima emocional en el aula, también lo es
el entorno físico en el que se da el aprendizaje porque afecta a nuestro cerebro.
La arquitectura, el diseño y las condiciones físicas de los espacios en los centros
escolares son más importantes de lo que creíamos en el proceso de innovación
educativa (ver figura 1). Y pueden vinculares a otros factores críticos en la
transformación educativa, como los metodológicos. Como dice Rosan Bosch: “El
objetivo no es crear espacios bonitos, sino que contribuyan al cambio”.

En nuestro cerebro existen neuronas específicas que identifican la situación en un


entorno particular y, junto a estas, otras que nos permiten crear una imagen
mental de los alrededores y que constituyen una especie de GPS cerebral. Los
patrones de organización de algunas de estas neuronas pueden verse
influenciados por la forma del espacio externo. Y si el contexto en el que nos
desenvolvemos tiene una incidencia en la esfera neuronal, también parece tenerlo
en el nivel cognitivo, emocional o conductual. A continuación analizamos algunos
factores que pueden afectar a estos procesos.
Mobiliario
Según las investigaciones realizadas por Nair (2016), el diseño adecuado de un
edificio escolar es aquel que le dota de un aspecto variable en función de las
necesidades educativas de los estudiantes. Ello requiere la existencia de distintos
espacios de aprendizaje como estudios, talleres o laboratorios que faciliten tanto el
trabajo individual como el cooperativo, e incluso una enseñanza más formal en
algunos momentos, pero siempre desde una perspectiva interdisciplinar.
Difícilmente la tradicional distribución de sillas y mesas en filas y columnas
orientadas hacia el profesor van a promover el trabajo cooperativo (qué bueno
también que existan espacios en los que pueda cooperar el profesorado; ver figura
2) y, en definitiva, un aprendizaje en el que el alumnado sea un protagonista activo
del mismo. Para ello resulta imprescindible disponer del necesario mobiliario móvil.
Esta movilidad no se limita al entorno propio de aprendizaje (qué bueno
cambiarlos con frecuencia). Por ejemplo, y en consonancia con lo que sabemos
sobre los beneficios cognitivos asociados al movimiento, se ha comprobado que el
uso de escritorios de pie conlleva mejoras en pruebas que miden el
funcionamiento ejecutivo del alumnado, como en el caso de la memoria de trabajo
(Mehta et al., 2016). Y, por supuesto, constituyen una estupenda forma de
combatir los comportamientos sedentarios durante la jornada escolar.

Iluminación
Las aulas que posibilitan vistas externas y están iluminadas de forma adecuada
con luz natural pueden incidir positivamente en el bienestar físico y emocional del
alumnado, e incluso favorecer su concentración en las tareas. En un estudio en el
que participaron más de 21 000 estudiantes, aquellos que estudiaron con mayor
iluminación obtuvieron, respecto a los alumnos que estudiaron en condiciones
lumínicas más pobres, unos resultados un 20 % por encima de ellos en
matemáticas, y un 26 % por encima en pruebas lectoras (Heschong Mahone
Group, 1999; ver figura 3).
Los mismos investigadores corroboraron también los efectos negativos sobre el
aprendizaje, derivados del deslumbramiento en las aulas que no disponían de
persianas o filtros adecuados. Para cumplir las condiciones de buena iluminación
sin deslumbramiento, son muy útiles las ventanas grandes que no reciban
directamente la luz solar, lo cual ocurre, en el hemisferio norte, cuando están
orientadas hacia cualquier dirección que no sea el sur. Y si los alumnos realizan
las tareas académicas en aulas con ventanas abiertas que dan a espacios verdes,
mejora su atención ejecutiva mientras las hacen (Li y Sullivan, 2016; ver figura 4).

Temperatura, ventilación y sonido


Nuestro cerebro es muy sensible a la temperatura y ello puede repercutir tanto a
nivel cognitivo como emocional. Por ejemplo, las investigaciones de Lewinski
(2015) sugieren que un rango de temperatura que podría favorecer el aprendizaje
estaría entre los 20 ºC y los 23 ºC, aproximadamente, y que la humedad relativa
debería rondar el 50 %. Relacionado con esto, se ha constatado una mejora en los
resultados de pruebas numéricas y lingüísticas realizadas por estudiantes
preadolescentes cuando se reduce la temperatura de 25 ºC a 20 ºC y se
incrementa la ventilación (Wargocki y Wyon, 2007). Y resultados muy parecidos a
estos se han obtenido en un estudio más reciente (Haverinen y Shaughnessy,
2015; ver figura 5).

En lo referente a la ventilación, sabemos que la mejora de la calidad del aire


interior puede reducir ostensiblemente los efectos del asma que afecta a tantos
millones de niños en el mundo (Mau, 2010). Y más sabiendo que pasan muchas
horas diarias en espacios interiores. En un estudio longitudinal en el que han
participado 2618 niños de 39 escuelas de Barcelona, se ha constatado que la
contaminación del aire procedente del tráfico puede perjudicar el correcto
desarrollo cognitivo de los niños (Basagaña et al., 2016).
En cuanto a las cuestiones sonoras, es evidente que el ruido puede afectar el
desempeño en las tareas del alumnado. Por ejemplo, se ha comprobado que en el
caso de los más pequeños puede perjudicar los procesos de atención visual,
escritura o lectura, debido a su falta de desarrollo ejecutivo. En cuanto a los
adolescentes, recuerdan peor la información cuando están expuestos a niveles
sonoros que simulan situaciones cotidianas (Ferguson et al., 2013). Ello sugiere la
necesidad de disponer de entornos de aprendizaje específicos (ver figura 6), tal
como comentábamos al inicio. Sin olvidar que el sonido puede modularse variando
la altura de los techos, utilizando paneles acústicos, moquetas, etc.
Color y decoración
Los estudios sobre el color en los entornos de aprendizaje revelan su incidencia
sobre las personas que permanecen en ellos. Por ejemplo, a nivel emocional.
Colores fuertes, como el rojo, suelen afectar en mayor grado a personas
introvertidas o a las que tienen un estado de ánimo negativo (Kúller et al., 2009).
En el contexto concreto del aula, parece que una combinación de paredes blancas
o claras con accesorios (muebles, pantallas, pósteres, etc.) de colores brillantes
puede estimular el aprendizaje (ver figura 7). En la práctica, siempre podemos
utilizar tonos alegres en distintos elementos del aula para mejorar la estética y
fomentar un trabajo más creativo, aunque la elección del color no solo dependerá
de las necesidades de las tareas sino también de la edad del alumnado. En el
caso de los más pequeños, los colores primarios pueden resultar excesivamente
estimulantes (se pueden dejar para escaleras o pasillos). En lo referente a la
decoración general del aula, parece que los efectos más beneficios se producen
cuando existe un nivel de estimulación intermedio entre una decoración excesiva y
una nula (Barret et al., 2017).
La escuela del siglo XXI
Está claro que la escuela del siglo XXI ha de poder cubrir las necesidades
educativas y sociales actuales. En consonancia con lo que plantea Nair (2016), un
centro educativo bien diseñado cumple cuatro criterios imprescindibles:

• Es acogedor. El diseño del edificio condiciona el comportamiento de los


estudiantes.

• Es versátil. Más allá de la creación de espacios flexibles, el centro escolar ha de


proporcionar ambientes capaces de atender la diversidad del alumnado.

• Facilita múltiples escenarios educativos. Es muy importante que en la escuela


existan zonas que permitan una amplia variedad de tareas educativas, incluso
zonas comunes de uso flexible.

• Traslada mensajes positivos. El diseño del espacio educativo ha de favorecer la


creación de climas emocionales positivos, algo que resulta necesario en el
aprendizaje.

Qué importante resulta que las aulas puedan convertirse en espacios


multidisciplinares abiertos que garanticen diferentes tipos de tareas y faciliten un
aprendizaje activo en el que la incorporación de los recursos digitales, la
cooperación y la vinculación al mundo real (ver figura 8) sean componentes
esenciales. Y que puedan integrarse con naturalidad la educación física, la
emocional, la artística y la científica, disciplinas tradicionalmente consideradas
como antagónicas pero cuya vinculación resulta necesaria en una educación
integral de la persona. Cuando se produce este proceso cooperativo a todos los
niveles, que está en consonancia con los códigos de funcionamiento de nuestro
cerebro, se estimula la curiosidad, la creatividad y el aprendizaje de todo el
alumnado, mejorando así su sentido de pertenencia y bienestar. Y es que la
arquitectura de los espacios de aprendizaje deja huella en la arquitectura de
nuestro cerebro.
Jesús C. Guillén

https://escuelaconcerebro.wordpress.com/tag/neuroarquitectura/

Nuestro cerebro es muy caprichoso, pero la Neuroarquitectura le dara todo


aquello que desea.

El Homo Sapiens tal y como lo conocemos lleva miles de años adaptándose al


medio terrestre para sobrevivir, como hicieron sus antecesores. El cerebro
humano, pues, lleva tres millones de años conformado para adaptarse a la vida en
el aire libre de la sabana. Pero en pocos centenares de años la vida de los seres
humanos se ha visto enormemente modificada. Del aire libre a la ciudad, ahora
vivimos, nos educamos y trabajamos en pequeños espacios diseñados para ser
eficientes. Damos por hecho que hemos evolucionado como especie y como
sociedad, pero no tenemos en cuenta que nuestro cerebro no ha tenido tiempo
(unos millones de años) para adaptarse a esta nueva forma de vida.

De esta obviedad y del reciente y fructífero estudio del cerebro humano han
nacido disciplinas científicas que estudian las “respuestas” del cerebro humano a
diferentes estímulos, como por ejemplo los estímulos de marketing, estudiados en
el neuromarketing, o los estímulos de los espacios arquitectónicos, estudiados
por la reciente disciplina llamada neuroarquitectura.

Pese a que tiene una corta vida, esta disciplina es la evolución de la relación
históricamente estudiada entre la mente y la arquitectura: Des de la distribución de
los templos religiosos hasta el diseño panóptico de las prisiones (diseñadas para
vigilar y sentirse vigilado). En las últimas décadas han surgido modelos afines a
esta relación mente-arquitectura, como el diseño biofílico, que tienen en cuenta
los efectos psicosociales y anímicos que un espacio arquitectónico o inmueble
tiene sobre la mente humana.
Siguiendo estos modelos de estudio, la neuroarquitectura nace como una
disciplina emergente que pretende comprender cómo el hábitat en el que vivimos
afecta a nuestra salud física y mental, nuestro estado de ánimo y nuestro
comportamiento. Nacida en Estados Unidos, esta disciplina se consolidó
oficialmente en 2003 con la fundación de la Academia de Neurociencias para la
Arquitectura (ANFA) en San Diego (California), que tiene como objetivo
“investigar cómo debe ser el diseño del espacio en el siglo XXI para mejorar
nuestro bienestar, aumentar el rendimiento y reducir el estrés y la fatiga de las
ciudades.”

Está demostrado por estudios realizados con Resonancia Magnética Nuclear que
los habitantes de grandes ciudades presentan altas tasas de ansiedad, estrés
crónico, neurosis y enfermedades mentales como la esquizofrenia o la depresión.
Esto se debe a la aumentada actividad de varias áreas del cerebro como la
amígdala o la corteza cingulada, que controlan entre otras funciones los miedos,
peligros y dolores, así como la focalización de la atención.

Por otra parte, sabemos que los humanos fabricamos más oxitocina y serotonina
(asociadas al disfrute y la relajación) si nos encontramos en un entorno agradable,
por lo tanto resulta evidente que el diseño de los espacios influye en nuestro
estado emocional y comportamiento.

Recientes avances científicos han demostrado además que “determinados


espacios ayudan en la edad adulta a la producción de nuevas células
nerviosas (neuronas)”. Las investigaciones actuales se centran en los efectos
de los diferentes entornos: la relación entre los espacios amplios y el pensamiento
creativo, la relación de la naturaleza con la estimulación de la concentración o con
la curación de personas enfermas o el impacto de los edificios y muebles con
ángulos rectos y afilados sobre la amígdala, estructura cerebral implicada en
procesos de defensa y agresión del cerebro.

De los hallazgos que resulten de estas investigaciones actuales nacerá lo que


muchos estudios anticipan como “el nuevo Renacimiento de las ciencias del
diseño y la arquitectura”. A través de controlar variables implicadas como por
ejemplo el nivel de luz, la utilización de luz natural, el nivel de temperatura y de
humedad, los colores y texturas o la sonoridad del espacio se conseguirán nuevos
entornos diseñados para facilitar ciertas funciones cognitivas.

Escuelas y academias que faciliten el aprendizaje y la concentración, como ya


estudia la disciplina llamada neuroeducación; hospitales y residencias que
favorezcan la recuperación de la salud o talleres y espacios de trabajo que
favorezcan la creatividad son algunos de los muchos entornos cotidianos que
podrán cambiar en un futuro próximo para mejorar nuestro bienestar y
rendimiento. Hasta entonces, seguiremos atentos y conscientes de lo mucho que
nos queda por mejorar.

Así pues, estamos ante un cambio de paradigma no sólo en cuanto a arquitectura


o marketing, sino ante cómo entendemos nuestro día a día. Gracias a la
neurociencia en pocos años quizá seremos capaces de readaptar la rápida
evolución a la que nos hemos visto sometidos como seres humanos hacia un
entorno “brain-friendly”: espacios de trabajo para concentrarse y rendir más,
escuelas diseñadas para aprender, nuevos métodos de aprendizaje y trabajo más
eficientes y, lo que es más importante, una sociedad que sea consciente de cómo
funciona su cerebro y que pueda aprovechar este conocimiento para vivir mejor,
ser mejor y, sobretodo, más feliz.

http://generacionmarketing.com/neuroarquitectura/

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