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Aristóteles, a diferencia de sus predecesores, postula una versión diferente del hombre en la

que distingue un rasgo muy importante que marcó la definición de hombre para la posteridad.
Ésta versión parte de un modo de actuar del hombre que también se encuentra en los
seres animados, a saber, el "alma", esta la define como la entidad definitoria, esto es, la
esencia de tal tipo de cuerpo.1
Con esto refiere Aristóteles a que el principio que anima a todo ser que tiene
movimiento es el alma, la cual como forma, es decir, principio de individuación, se asienta
en una materia determinada que gracias a ella posee vitalidad.
Hay que distinguir entonces entre las diferentes almas, las cuales son, vegetativa,
sensitiva e intelectiva. La vegetativa es el principio más elemental de la vida, el principio que
gobierna y regula las actividades biológicas. La sensitiva es la que posee la facultad en
potencia de recibir sensaciones a través de receptores que interactúan con la realidad. Por
último, la intelectiva es la que posee la capacidad y potencia de conocer las formas puras2.
Si bien, el hombre posee las tres tipos de alma aristotélica, las que le dan mayor realce
a su distinción con otros seres son la sensitiva e intelectiva, ya que en la sensitiva se
encuentran los sentidos externos, mientras que en la intelectiva los internos.

1
Aristóteles. Acerca del alma I. Gredos. Madrid. 1978. 412b, p. 169.
22
Giovani, Reale, Darío Antiseri. Historia del pensamiento filosófico y científico. Tomo I. p. 182.

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