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a 35.000 marcos anuales (6% del total de 1804), en 1827 ya ascendía a 293.000
marcos, para alcanzar los 586.000 marcos en 1842, cifra que superaba el auge
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colonial de 1804. En otras palabras, una vez el fuego de las armas había cesado
(a pesar de las guerras de caudillos que tuvieron lugar después de las luchas por la
independencia), la minería de plata había crecido hasta lograr un techo productivo
por encima del tope alcanzado durante el período colonial. Tal me-jora no
significaba que las técnicas productivas se hubieran renovado o que los sistemas
laborales fueran entonces más modernos. No; el desarrollo productivo minero de
las décadas de 1830 y 1840 respondió, en buena medida, a las condi-ciones y
características coloniales de este sector productivo nacional.
La minería era, más bien, una actividad productiva de pequeñas
minas, trabajadas por los barreteros y apires, con poco desarrollo de
bienes tecnoló-gicamente avanzados. Así, los barreteros cavaban las
bocaminas con barretas de hierro (de ahí el nombre), mientras que los
apires eran los cargadores que extraían el mineral en bruto de las minas
y los desmontes en bolsas o capachos de cuero. Mariano Eduardo de
Rivero y Ustáriz, un científico y administrador gubernamental peruano,
escribió en 1828, en una “Memoria sobre el rico mi-neral de Pasco”, que
[...] la estracción de metales se hace por muchachos que llaman apires, los que ganan
dos ó tres reales al día; ó también se les paga en metal que es lo más común: esta
estracción es la más penosa por no estar las lumbreras bien construidas, pues muchas
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veces salen gateando, todos llenos de barro y sumamente fatigados…
La realidad social era aun más compleja, pues también estaban los palliris,
repasiris, chanquiris, quimbaleteros, etc., quienes laboraban en la fase metalúrgi-ca de
la actividad minera peruana. Mientras la fase extractiva consistía en cavar túneles o
bocaminas para acceder a las fuentes de mineral (sobre todo de mine-ral de plata), la
fase metalúrgica se centraba en transformar estos minerales en metales de plata o
“plata piña”, llamada así porque los metales obtenidos luego de un proceso de
depuración adquirían la forma de piñas. La fase metalúrgica de la producción minera
tenía lugar en “haciendas de beneficio” o ingenios, los cuales se ubicaban
principalmente en arroyos y ríos, debido a que necesitaban de una fuente de agua para
mover las ruedas de piedra que molían los minera-les en bruto o la piedra mineral. Una
vez molidos, estos pedazos de minerales de plata eran mezclados con mercurio, sal,
magistral y otros componentes en patios donde corría el agua y se apisonaba la masa
mineral. Finalmente, un hor-no de fundición concluía el proceso para obtener el metal de
plata. En la fase
metalúrgica había un mayor uso de bienes de capital, tales como la rueda para moler
minerales, los circos del ingenio construidos de piedra o bien caballos usados para
aplastar la masa mineral aguada y con mercurio, para luego finali-zar con el horno de
fundición (un bien de capital). Tales hornos utilizaban car-bón (siempre que fuera
accesible) o madera, si la había en buena cantidad, pues esta era también crucial para
fortalecer las paredes de los socavones, “ademados con tincas del arbol de la queñua”,
o la bosta de las llamas o taquia.
En 1825, 75 dueños de minas en Hualgayoc controlaban a 939 trabajadores,
de los cuales 539 eran operarios de minas, mientras que 344 eran “operarios de
ingenio”. El resto estaba conformado por 56 pallaquiles, trabajadores indepen-
dientes que también refinaban el mineral, pero con técnicas primitivas. Para 1833,
diecisiete empresas o negocios mineros en Hualgayoc controlaban a 195
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trabajadores, de los cuales 41 eran “operarios de hacienda”. En general, para
1830, se ha calculado la existencia de 440 dueños de minas en el Perú con una
fuerza laboral, fuera en la extracción de minerales o en los ingenios de refinar la
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plata, de unos 18.000 trabajadores mineros.
Cerro de Pasco era el mayor centro productor de plata del país. Hasta
1834, generaba el 54% de toda la plata nacional; mientras que, posteriormente,
duran-te el auge de producción regional en los años 1839-1843, este
porcentaje llegó incluso al 66%. El predominio de Cerro de Pasco sobre el total
de la producción nacional fue constante a lo largo del siglo XIX, aunque
después de la guerra con Chile (1879-1884) esta hegemonía declinó
ligeramente debido al incremen-to de la producción argentífera en la sierra de
Lima y Junín (Casapalca, Yauli, Morococha) y en Arequipa.
Para el período inicial de la república y anterior al boom guanero, cuan-do la
producción minera de plata era la actividad productiva y exportadora más importante del
país, siete centros regionales producían metales de plata destinados a sus respectivas
callanas de fundición. Tales centros eran: i) Pasco y Cerro de Pasco; ii) Lima y sus
áreas de producción en las sierras de Lima y Junín; iii) Trujillo y sus áreas de
producción, desde Pataz y Pallasca hasta Cajamarca y Hualgayoc; iv) Huamanga o
Ayacucho, donde también existía una importante producción de oro; v) Arequipa y sus
centros mineros de Caylloma, Camaná, Condesuyos y otros; vi) Puno, con sus centros
mineros en Carabaya y Lampa; y vii) Tacna, que recibía también la producción minera
de Santa Rosa, Huantajaya y Tarapacá. Entonces, hacia las ciudades de Pasco, Lima,
Trujillo, Ayacucho, Arequipa, Puno y Tacna se dirigían flujos regionales de plata en
[...] una de las características más saltantes de la minería cerreña del siglo
XIX fue la coexistencia de un pequeño núcleo de operarios permanentes al
lado de una masa apreciable de mano de obra eventual que venía y
retornaba del centro mine-ro en un movimiento pendular que se expresó
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en la inestabilidad demográfica de estos asientos.
[...] la isla de Iquique es habitada por indios y negros que se ocupan en sacar la
guana (güano), que es una tierra amarillenta que se cree ser escrementos [sic] de
aves, porque además de tener la hediondez de los Cormoranes (cuervos de mar),
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se han encontrado plumas de aves muy adentro de esta tierra.
asháninka, al este del Cerro de Pasco, en la ceja de selva, cerca de lo que es ac-
tualmente La Merced y, antiguamente, Quimirí. Los asháninkas, anteriormente
conocidos como campas o kampas, se proveían de sal en dicha región; sin em-
bargo, cuando comenzaron sus contactos con misioneros franciscanos e incluso
conquistadores españoles, a mediados del siglo XVII, se pensaba que el Cerro de la
Sal (un lugar crucial para el pueblo y la religiosidad asháninka) también con-tenía
oro. Luego de sucesivas penetraciones de la sociedad colonial en el territo-rio
asháninka y las rebeliones de estos, en especial la de Juan Santos Atahualpa, en la
segunda mitad del siglo XIX, el Cerro de la Sal quedó bajo el control del Estado.
Como ha escrito el antropólogo Stefano Varese, “se le quitaba a la so-ciedad
campa la sal, como antes se habían destruido las herrerías conservadas y
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utilizadas durante siglos”.
La incursión en el valle de Chanchamayo había comenzado desde Tarma
en la sierra central peruana durante el siglo XIX, fruto de la expansión del culti-
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vo del café y de las políticas del presidente Ramón Castilla. Según el
sacerdote franciscano Gabriel Sala, para fines del siglo XIX los asháninkas
“están escasos de sal y casi van perdiendo su uso por la grandísima dificultad
e inconvenientes que tienen al traerla de Chanchamayo, especialmente,
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después de que se ha co-lonizado San Luis de Shuaro y el Perené”.
El negocio de la sal y los depósitos de la misma también tenían lugar en
Huacho, San Blas (en la actual región de Junín) y en Piura. Un método funda-
mental para conservar las carnes y otros productos consistía en salarlas o “po-
nerlas en salmuera”, como se decía entonces. Una vez que se quería consumir
estas carnes o los otros productos salados, se lavaban o dejaban remojar
hasta que perdiesen su condición salada y fuera posible consumirlos o
prepararlos para la cocina. Si no se salaban, los bienes también podían ser
ahumados o se-cados, dejándolos expuestos al sol o a la intemperie.
Las salinas de Chancay o Huacho eran (y son) grandes extensiones de de-
pósitos de sal que ya estaban en producción en el siglo XIX. Otro destino para la sal
era el centro minero de Cerro de Pasco, donde el viajero inglés Tudor es-timó, en
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1825, que se consumían 50.000 quintales de sal anuales. La sal era un insumo
esencial en la transformación del mineral de plata durante su amalgama con el
mercurio. Una “Demostracion del Gasto” de los costos de la producción minera en
Cerro de Pasco calculó, en 1828, que los precios de la sal variaban
estacionalmente, pues “en el verano cuesta 6 reales” por arroba, mientras que