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Luis Pérez Infante: Versos de un Exilio.

Como hemos dicho en la parte anterior, no podemos pensar la obra de Pérez Infante
sin su contextualización, sin su vida atravesándola entera. En este sentido, el desenlace
de la Guerra Civil Española marco de modo sustancial la vida del autor, y por transitiva
su obra. Para el estallido del conflicto, el onubense se encontraba en suelo madrileño,
en donde concursaba para la catedra de Filosofía y Letras. Cuando se da el alzamiento
fascista, Pérez Infante se alía en la resistencia pasando a formar parte de la AIDC
[Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura]. Si bien las investigaciones sobre
la vida del autor en cuestión, están casi al punto de confirmar sin lugar a dudas, que las
ideas de orden Socialista o Comunista, eran ya, con anterioridad al estallido de la guerra,
una semilla que venía germinando en Pérez Infante, no es posible encontrar, en la obra
poética del autor rastros de esta ideología en los años de producción anteriores al 1936.

Según parece, la elaboración poética de Luis Pérez Infante, previo al desenlace de a


GCE y por consecuencia, previo de su exilio, era una poética caracterizada por una
“pureza formal y por una visión optimista del mundo, en la línea guilleniana, que en nada
nos permite vislumbrar una posición ideológica cercana a las tesis comunistas” 1. Todo
indica, que a medida que avanza la guerra y el exilio se hace cada vez más complejo, la
postura poética del autor comienza a modificarse, para volverse una poética más
participativa en relación a mostrase opositor al brote fascista. Incluso participara en el II
Congreso de Escritores Antifascistas que se comienza a celebrar en el ayuntamiento de
Valencia el día 14 de julio de 1937, conjunto a otros poetas de su generación. Otro
elemento interesante es que el autor del cual no conocemos su obra, o esta no posee la
disfunción adecuada, fue uno de los participantes activos en las revistas El Mono Azul2

1
MOYA, M. Luis Pérez Infante. Ese poeta Desconocido. Artículo Electrónico disponible en URL:
http://laisladelased.blogspot.com.uy/2015/09/p.html al 12/06/2017.
2
El Mono Azul fue una revista publicada en el bando republicano durante la Guerra Civil Española bajo el auspicio
de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura cuyo primer número salió a la luz el 27 de
agosto de 1936, y que apareció como un folleto en sus inicios.
y Hora de España3. Pero bueno, lo importante aquí es ver, como luego de comenz-ado
el conflicto español e incluso en el exilio, Luis Pérez Infante se mostró a favor de la causa
republicana, defendiendo a ultranza los valores de esta. Tal, el poema “La muerte de
Durruti” es tal vez, el texto más claro en este sentido. Sin embargo, los poemas “A
Madrid”, “Romance al Arzobispo de Burgos” y “La venganza del Castillo” son también
claros ejemplos de cómo Luis Pérez Infante se oponía tajantemente al régimen impuesto
por el general Fr. Franco.

Veamos un ejemplo de esto en La venganza del Castillo:

“Al cabo de cuatro siglos,/ despertó una madrugada / con un despertar de guerra
/ -bandera republicana / izada en un palo al viento / allá en la torre más alta-. / Desde
un trigal, los facciosos / ven la enseña, y una marcha / organizan sobre el pueblo/
castellano de Las Navas.”/ 4.

La venganza del Castillo fue publicado el 24 de septiembre de 1936 se inscribe


dentro de la misma órbita psicológica e ideológica que los poemas mencionados, por lo
que el tono anti fascista va a ser una constante en todos ellos. Se muestra y deja entrever
una literatura opositora, que por intermedio de la construcción de la metáfora literaria, la
utilización de imágenes históricas, o personajes notables que representan a un sector en
particular. En este texto pose apunta a mostrar por intermedio de la representación de la
toma de un Castillo por las tropas fascistas como existe el mundo de la heroicidad, que
esta puesta en el personaje de un campesino. “Lo más interesante del poema es, sin
duda, la estrecha relación que el poeta establece entre los héroes de los viejos romances
castellanos de frontera y la gesta de los campesinos.” 5.

3
Hora de España fue una revista cultural de carácter mensual editada en Valencia (capital de la Segunda República
en el momento) y, posteriormente, en Barcelona, fundada por intelectuales leales a la Segunda República durante
la Guerra Civil Española. Se editaron un total de 23 números, entre enero de 1937 y enero de 1939.
4
PÉREZ INFANTE, L. Poesía Reunida: Luis Pérez Infante. Libro inédito en formato electrónico PDF: Suministrado por
el Dpt. De Letras Modernas. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, UdelaR. Montevideo. 2017. pp.
130.
5
MOYA, M. Luis Pérez Infante. Ese poeta Desconocido. Artículo Electrónico disponible en URL:
http://laisladelased.blogspot.com.uy/2015/09/p.html al 12/06/2017.
Es interesante también la imagen que se construye en el último tramo del Romance
al Arzobispo de Burgos, poema que apareció el 10 de septiembre de 1936 en el número
3 de la revista. En este caso es un poema que se muestra anticlerical estableciendo
como dictamen que la Iglesia a nivel institucional –que va a estar representada en
arzobispo burgalés y su corte de frailes- está íntimamente ligada a los fascistas.

Dice:

/Ya hemos tomado Madrid. / Estoy borracho de júbilo.../ El arzobispo despierta


/ del sueño de un salto brusco/ “¡San Miguel! ¡Un miliciano...! / ¡Piedad! ¡Piedad! Te
aseguro / millones por mientras vivas... / “Ni millones ni trabucos / te salvarán,
arzobispo. / Guárdate el oro. Y te juro / que no entrarás en Madrid / porque
entraremos en Burgos.” 6.

Incluso en este fragmento se deja ver un tono de rebeldía y violencia bastante claro,
‘hemos tomado Madrid’ y es esa toma de Madrid por medio de la fuerza del pueblo, que
llena de júbilo al solado que ahora emprende camino a burgos, en donde también, por
miedo de las armas y la fuerza entraran a chocar con las fuerzas fascistas.

El tercer romance se titula A Madrid y se publicó el 29 de octubre de 1936, en el nº 10


de la revista; en él se habla de la heroica defensa de Madrid en relación a un tema que
entonces era noticia, como era el tratado de no-beligerancia firmado por las potencias
europeas y americanas y al que Pérez Infante se referirá en 1946, ya en Montevideo. El
cuarto romance,

La muerte de Durruti, entronca con la mejor tradición del romancero español y revela el
preciso conocimiento que de él tenía el poeta onubense. Dividido en cuatro partes, es de

6
PÉREZ INFANTE, L. Poesía Reunida: Luis Pérez Infante. Libro inédito en formato electrónico PDF: Suministrado por
el Dpt. De Letras Modernas. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, UdelaR. Montevideo. 2017. pp.
129.
resaltar el tono heroico que impone a estos versos y que sitúan al libertario Buenaventura
Durruti (León, 1896-1937 Madrid) en el plano de los grandes héroes de los cantares de
gesta. No importa que los hechos cantados desplacen a la verdad histórica, pues lo que
interesa al autor es la exaltación patriótica e ideológica del héroe republicano, que desde
el frente de Aragón, corre en auxilio del debilitado frente madrileño, en cuya Ciudad
Universitaria halla la muerte el 19 de noviembre de 1936.

El cuarto y último texto que el onubense diera a El Mono Azul (Nº 21, Madrid, 24 de junio
de 1937) es La voz de los vivos, que se reproduce también en el nº VXII de Hora de
España (Valencia, mayo de 1938), junto a otros tres poemas; el texto se publica apenas
4 días antes de la derrota de Brunete; escrito, a diferencia de los anteriores, en verso
libre, es un canto a la lucha, o más bien a la muerte heroica. Si los poemas precedentes
fueron escritos según las hormas tradicionales del romance y en ellos se advierte el calor
del presente, este poema relaja su tono y prefiere situarse en una reflexión no exenta de
pesadumbre, que será luego la tónica de los Cuatro poemas de Madrid, publicados en
1938. Cuando Infante escribe este texto ya ha perdido parte de su fe en la victoria (sólo
de enero a junio de 1937 el ejército nacional ha tomado ciudades como Málaga o Bilbao
y se bate ya en la madrileña Ciudad Universitaria), y se suceden los bombardeos por los
barrios populares de la capital española. El poema, pues, responde a un cambio
psicológico del autor que comienza a percibir una clara desmoralización ante el futuro de
la guerra, si bien sirve de revulsivo para tratar de atajar esa desmoralización interna. En
sus versos se habla más de desgarro que de exaltación. En todo caso, el poeta cree en
su causa, incluso después de la previsible y puntual derrota. El futuro es, sin ninguna
duda, del hombre que ha sabido mantenerse en pie frente a la barbarie, que ha decidido
luchar (y perder, lo que sublima aún más su posición de héroe que combate a muerte
contra el destino) por los ideales, por la justicia, por la dignidad del hombre. En mayo de
1938, como queda indicado, aparecen otros 4 poemas suyos recogidos bajo el título de
Cuatro poemas de Madrid, en el número XVII de Hora de España, revista que se edita
en Valencia. Los poemas, fechados en Madrid de 1936 a 1937, son: Estos escombros,
La voz de los muertos, La voz de los vivos y A Gerda Taro. El primer poema de este
cuarteto es el titulado Estos escombros; construido en endecasílabos, no da la impresión
de ser un escrito de circunstancias, sino una visión razonada sobre la barbarie y la
resistencia de una ciudad que se niega a doblegar sus rodillas ante el enemigo, por más
que ya se intuya que todo o casi todo está perdido. Habla de una ciudad bombardeada
y sometida a escombros. En realidad este poema es ya un poema del exilio. El objeto de
la lúcida mirada del poeta onubense son los escombros a los que queda reducida la
ciudad, pero unos escombros que, a pesar de todo, devuelven dignidad al paisaje y llegan
a oscurecer en su verdad necesaria a las nubes y los montes. Se diría que es el coraje
y la dignidad los que quedan, desdentados aun, envolviendo, lustrando, gritando casi
desde esas paredes rotas, desde esos cascotes que alguna vez fueron vida y que no
van a volver a ser habitados. Tras el hondo pesimismo del tema, no deja de manifestarse
una manifiesta esperanza. Diríase entonces que la ciudad convertida en escombros,
perdida ya para la causa, es un símbolo inmarcesible de la libertad y los ideales más
nobles. Los quebrantados edificios, pues, aparecen como cicatrices que, por serlo, se
han ganado su sitio en el paisaje y, aún más decisivo, en la conciencia. Nada tiene que
ver, como vemos, esta sublimación de las ruinas con el sentimiento barroco de un
Castiglione o Caro, que ven en ellas la decrepitud del tiempo y lo azaroso y engañoso de
la obra del hombre. No hay aquí nostalgia, ni recreación de un tiempo acaso más
favorable, sino una leve esperanza de que por más que la ciudad esté sometida a la
barbarie, lo que hay bajo ella, la ilusión del pueblo por un futuro más digno y justo,
perdurará más allá de la inminente derrota. La voz de los muertos, el segundo texto de
la tetralogía sigue las pautas del anterior. El primer verso nos pone sin sombra de dudas
en situación: Sí-comienza afirmando-, porque estamos más vivos que nunca / con la vida
gigante del que sabe / morir en pie cuando la Vida ordena. Estamos vivos, viene a decir,
porque estamos allá donde la vida nos ha exigido estar. El poema, como el resto de la
serie, es un canto a la resistencia heroica y a los anónimos hombres que dejan su piel
en pos del ideal. Existe, sí, un tono pesaroso, una intuición de derrota, pero es
precisamente en esta derrota donde el hombre, afianza la fe en su victoria. Pues hay una
victoria militar ya entrevista, que el tiempo se encargará de convertir en cascotes y una
victoria moral que se alía sin duda con los resistentes. Los muertos de hoy, viene a decir,
darán vida mañana y, por tanto, no son inútiles ni su sangre ni su entrega:
El momento está aquí. Y allí la prueba:
la muerte y el mirarla pecho a pecho.
...Y lograréis la libertad del mundo
y la impagable vida de los hombres.

La voz de los vivos, poema ya comentado, es el tercero de la serie y, más que un


contrapunto al anterior poema, parece su continuación. En realidad la estructura de
ambos poemas es la misma, como la misma es la cantidad de sus versos (26), el
arranque y la conclusión. No sería arriesgado afirmar, pues, que son dos variaciones
perfectamente complementarias de un mismo tema. El último de la serie, pero también
el último de los textos españoles que hemos logrado rescatar, es el titulado A Gerda
Taro, muerta en el frente de Brunete. Escrito desde la sincera emoción, el poema rinde
homenaje a la reportera Gerda Taro (Bucarest, 1910-1937 Brunete), compañera del
también fotógrafo Robert Capa. Como en el caso de Durruti, la muerte de la rubia y
animosa búlgara, conmocionó a todos los que seguían la guerra, tanto en España como
en el extranjero, y su muerte llegó a convertirse en un símbolo de la resistencia. Rafael
Alberti en su segunda parte de La arboleda perdida (16), da cuenta detallada de la
conmoción que supuso la desaparición accidental de la fotógrafa búlgara, corresponsal
de Ce soir, en el frente de Brunete y su traslado en un ataúd improvisado, primero hasta
Madrid y luego a París, lugares donde sería recibida como una heroína del anti-fascismo.
Evidentemente, Infante elude consignar la causa de su trágico fin, pues, según es sabido,
la fotógrafa murió de una forma accidental, al ser aplastada por un tanque republicano.
El interés del poema se sitúa en la honda emoción que la muerte de la joven ha producido
en el poeta. Todos estos poemas de la guerra forman un corpus épico-lírico de gran
intensidad, titulado por el propio Infante como Tiempo de epopeya, según nos revela su
compañero García Puertas en el mencionado artículo Con vuelo invulnerable.
Según se desprende del poema dedicado al 90º aniversario del nacimiento de Antonio
Machado, publicado ya a final de su vida, creemos que los últimos días de la guerra los
pasó en la Barcelona acribillada, donde solía visitar al poeta sevillano:
Cuántas veces, maestro,
siempre que alguno más traza un surco, una estela,
cuántas veces, Antonio, tú que fuiste el primero
en abrir con tus pasos de gigante vencido
el camino difícil
de España peregrina,
recuerdo aquellas tardes,
en aquel caserón con pátina y verdines
-cerca el jardín umbrío-
de la muy leal y acribillada Barcelona.

El exilio. Francia. Chile. Uruguay

Tras la derrota republicana, se inicia el éxodo más dramático y cuantioso de la historia


española. Ni siquiera las expulsiones de los moriscos o los judíos en el siglo XVI, pueden
compararse en número o dramatismo con el de la diáspora republicana. Más de medio
millón de exilados cruzan la frontera francesa en condiciones más que precarias. Sólo
entre el 28 de enero y el 5 de febrero de 1939 se contabilizan más de 250.000. Luis Pérez
Infante cruza la frontera el 9 de marzo. Las limitaciones extremas del viaje -el frío, el
hambre, la enfermedad, los bombardeos, el dolor, las heridas..., hacen que muchos
(recordemos una vez más a Machado) perezcan en el camino o apenas traspasada la
línea fronteriza.
El gobierno francés de Léon Blum, insensible o acaso presionado por las fuerzas
reaccionarias, fue amontonando a los exilados en campos de refugiados del Sur de
Francia y en sus colonias norteafricanas, siempre en condiciones lamentables. Infante,
que contrajo la tuberculosis en el campamento tristemente célebre de Saint Cyprien Sur
Plage, donde permaneció hasta finales de aquel gélido marzo. Pero sigamos a Manuel
García Puertas en su artículo citado:“Pasaron a Perpignan y luego a Toulouse, donde
estuvieron a la espera de algún barco de los que Pablo Neruda, por orden de su gobierno,
fletaba para asilar en tierras de América a los refugiados españoles. Por fin, ya iniciada
la Segunda Guerra Mundial pudo tomar plaza en uno de los últimos de esos barcos”.
Antes, Luis Pérez Infante, enfermo, marcha hacia Toulouse y de allí a París, donde se
ve con Rafael Alberti y Pablo Neruda antes de embarcarse en Le Havre rumbo a América.
En Francia, ya enfermo, entrevé la posibilidad de publicar sus poemas. De hecho, con
motivo del 18 cumpleaños de Rafaela de Buen le confía un cuaderno donde aparecen
más de viente poemas, alguno de ellos inéditos. En la dedicatoria Infante escribe: “Ahí
van algunas de mis poesías -casi todas- que podrían entrar en una selección que yo
hiciera, para publicarla, en el momento presente. Con el tiempo estas poesías formarán
parte de varios libros, todos en preparación, casi ninguno terminado, y casi todos,
todavía, sólo vistos imaginativamente, es decir, que falta lo principal, escribirlos”. Los
poemas que forman este cuaderno son:
* Primavera y Flor del camino, de Primeras poesías;
* Poema sin título [“Este lento pasar”] de Tristeza sonreída;
* Sólo tú permaneces, de Secreto Ardor;
* Me falta voz, Estos escombros, Los evacuados, La voz de los muertos, La voz de los
vivos, Batallón Alpino, A las juventudes, Voluntarios de la libertad, El idioma no importa,
de Me falta la voz;
*La verdad en la calle, de La verdad en la calle;
*¡A la sierra!, Andújar-Guadalquivir, Alta roja estrella, de Canciones;
* Entre la muerte y tu amor, de Entre la muerte y tu amor;
* Antonio Coll, La venganza del castillo y La muerte de Durruti, de Romancero de la
Guerra.
Rafaela conserva, además otros cuatro poemas que no se hallan recogidos en el
cuaderno: “En Soller”, “Raquel”, “Las afinidades electivas” y “La voz de la nieve”.

En París se reúne con su novia Rafaela de Buen, a quien había conocido en Toulouse
en abril de aquel mismo año. Es ella la que nos relata que Luis utilizó sus últimos francos
en el regalo de un barco en miniatura para Neruda, en agradecimiento a sus favores.
Ambos, Rafaela y Luis, se enfrentarán a su exilio definitivo ligeros de equipaje.
Ante la situación extrema de los refugiados, que se agravaba con la situación de
preguerra que se vivía en Europa, el gobierno español en el exilio, con Negrín al frente,
acordó con los gobiernos de México y Chile fletar algunos barcos de refugiados hacia
ambos países; entre los más conocidos están el Sinaia, que se dirige a México y el
Winnipeg y el Formosa, que tendrán como destino Chile. Según nos cuenta Neruda, tanto
en Confieso que he vivido, como en el articulario Para nacer he nacido, la partida de los
exilados españoles hacia Chile fue bastante accidentada. El gobierno chileno, con el
Frente Popular recientemente instalado en el poder y Pedro Aguirre de la Cerda como
presidente, convino con el español de Negrín acoger a 2000 de los refugiados. Pablo
Neruda, cónsul en París, fue el encargado de coordinar los embarques, sufragados por
la república española y -¡.!- los cuáqueros norteamericanos. Días antes de la prevista
partida del primero de los barcos (el Winnipeg, un viejo carguero que en sus mejores
tiempos trasportó cacao) se produjo un cambio de parecer en el gobierno chileno y a
punto estuvo de no zarpar, pero a última hora, ante la presión de Neruda, que amenazaba
con poner la situación en manos de la opinión pública de sus país, la cuestión se resolvió
y el Winnipeg, que esperaba en Trompeluop, muy cerca de Burdeos, se fue cargando
con 2078 españoles, entre hombres mujeres y niños, que iban llegando al muelle en
trenes atestados, como nos describe el poeta chileno en el citadoPara nacer he nacido:

Los trenes llegaban de continuo hasta el embarcadero. Las mujeres reconocían a sus
maridos por las ventanillas de los vagones. Habían estado separados desde el fin de la
guerra. Y allí se veían por primera vez frente al barco que los esperaba. Nunca me tocó
presenciar abrazos, sollozos, besos, apretones, carcajadas de dramatismo tan delirante.

Luis Pérez Infante, seriamente enfermo, se embarcó en el Formosa, según sabemos por
el artículo citado de Manuel García Puertas, y luego corroborado Por Rafaela de Buen,
su compañera de viaje, junto a otros 49 exilados, entre los que se encuentran José y
Joaquín Machado, hermanos de Antonio. Según nos refiere Rafaela: “Desde Le Havre
[13 de septiembre], el primer puerto al que llegamos, después de diez días, fue
Casablanca, pero nadie pudo bajar del barco. Después hicimos escala en Dakar, donde
sí pudimos bajar. Y fue interesante, la primera vez que pisé suelo africano (no sé si Luis
ya lo había hecho, creo que no) por la tarde, cuando desde los alminares llamaron a la
oración, pudimos contemplar cientos de personas, en las calles, en la plaza, cumpliendo
su ritual, acostados en el suelo. También el barco se detuvo en Río de Janeiro, pero sólo
pudieron bajar algunas personas que tenían pasaportes "de verdad". Los que teníamos
sólo un documento provisorio no pudimos. Y después ya Montevideo y Buenos Aires” (e-
mail, del 8/2/2010).
De este viaje tenemos un documento excepcional, que es el relato que de él hizo la
propia Rafaela de Buen, titulado “Jueves 14 de diciembre de 1939", de su libro Teselas
para un mosaico, publicado en Santiago de Chile en 2004, por RIL Editores. La travesía
del Formosa tiene caracteres novelescos, pues al avistar Punta del Este (Uruguay) el 13
de diciembre de ese mismo año, el barco fue utilizado como cebo para retener al Graff
Von Spee, un acorazado alemán, que sería autodestruido en las mismas costas
uruguayas ante el acoso de tres buques ingleses. Pero sigamos íntegramente el relato
de Rafaela:

Jueves, 14 de diciembre de 1939

Esta mañana, al entrar al puerto de Montevideo, pasamos a pocos metros de distancia


del acorazado alemán Graf Spee. Hacia su proa veíase claramente la estructura
perforada, un gran hoyo que ahora dejaba pasar la luz, por el camino abierto ayer por un
proyectil. Grandes rasgaduras en la superficie de su blindaje, varios impactos en la línea
de flotación, destruido el puente de mando y uno de sus aviones, desprendida la cola,
dañado su fuselaje. La cubierta llena de marinos (dicen que son más de mil) de blanco
impecable; al pasar nuestro barco, el Formosa, agitaban manos y gorras, saludándonos.
Con alegría, no parecían enemigos. Alguien dijo que ayer, treinta y seis murieron y que
los heridos eran más de sesenta. Hace apenas unas horas debían estar al lado de los
cañones, en medio de las voces de mando, mientras a su lado caía el compañero, el
amigo. Deben haber visto nuestro barco durante el combate con los tres cruceros
británicos: el Exeter, el Achilles y el Ajax, que era nuestra escolta. Ellos estaban en
guerra. Nosotros no. La nuestra ya había terminado.
Ayer por la tarde, estábamos jugando en la cubierta superior cuando la alarma rompió la
paz con su sonido estridente. Creo que nadie se asustó. ¿Cómo asustarse con ese cielo
tan azul, con ese silencio del mar, con esa costa tan cercana, con ese mundo nuevo que
ya se tocaba con las manos? La guerra la habíamos dejado atrás, atrás también esos
primeros días de la travesía, desde Le Havre hasta Casablanca, en un convoy – barcos
chicos y grandes – acompañados por unos buques de guerra que nos pasaban, que nos
esperaban, que nos volvían a pasar, incapaces de ponerse al ritmo, a la velocidad de los
barcos más pequeños. En Casablanca ya nos dejaron solos. Se dijo que no tan solas,
que el Atlántico aun era peligroso, podía haber submarinos acechándonos y nuestro
barco era francés y Francia estaba en guerra.
Los dos cañones de nuestro barco parecían un poco ridículos, quizás eran de la guerra
pasada. ¡Ha habido tantas guerras pasadas! Mientras atravesamos el Atlántico, por
aquello de los submarinos, permanecieron siempre a la vista, igual que las barcas de
salvamento que colgaban de sus soportes, hacia fuera de la cubierta, listas para ser
lanzadas al agua al menor peligro.
Al acercarnos ya a las costas de Brasil, a su verdor inesperado, parece que nos sentimos
seguros: los cañones se taparon con lonas, las barcas volvieron a su lugar de reposo y
las cuerdas con las que las amarraban se iban llenando de nudos.
Me gusta el mar. También le tengo miedo. Soñaré muchas veces que muero en el mar.
Llevo puesta la pulsera de nácar que me compré en le Havre con los francos que me dio
en París mi abuelo, creyendo que en Chile podría necesitarlos. Pero cuando entre con
Lucas [Luís Pérez Infante] a esa tiendecita y compramos el barco que él quiso regalarle
a Neruda, yo vi la pulsera y me enamoré. El nácar viene del mar, el mar está en la infancia
junto al abuelo y la pulsera será mía: él me la regaló sin saberlo. La compré, y entre el
barco y la pulsera, lo gastamos todo. ¿Para qué, el dinero? ¡Éramos jóvenes!
La alarma no paraba. Se añadieron voces. Había que buscar los salvavidas, reunirnos
en nuestros puestos, frente a la barca que se nos asignó en los ejercicios de salvamento.
Tomábamos conciencia. Además del cielo sin nubes, además del sol, se escuchaban los
cañonazos; muy cerca de nosotros y de la costa uruguaya, de la que aún no conocíamos
sus nombres. Punta del Este, Punta Ballena, Piriápolis. No pudimos saber que, desde la
costa, otras personas, sorprendidas como nosotros, también presenciaban el desarrollo
del combate, también miraban el humo de los fogonazos, oían hablar a los cañones,
dejaban de ver por momentos los buques ocultos bajo espesas cortinas de humo.
Poco a poco la información. Que el barco ese que veíamos bastante cerca era un
acorazado alemán, el Graf Spee, que por varios meses navegaba, como corsario, por
estos mares y que había apresado a varios mercantes aliados. Que los otros tres eran
cruceros británicos tratando de darle caza y que debían acercarse peligrosamente a él,
ya que sus cañones eran de menor alcance. Nosotros estábamos más cerca, pero ¿ qué
protección esperar de nuestros débiles cañones?
Apresuradamente se sacaban las lonas que los cubrían, apresuradamente marineros
cortaban con navajas los nudos que ellos mismos hicieron para amarrar las barcas...
Nuevas órdenes. Todos debíamos ir a la parte del barco sin ver al enemigo, creo que a
estribor, era el mandato. Algunos obedecieron: por los niños, por sensatez, por miedo.
Otros seguimos mirando. La curiosidad, la inconciencia tal vez, la incertidumbre de estar
ante algo que no nos estaba destinado contemplar.
El sol desapareció, la oscuridad se encendía con las explosiones, con las llamaradas,
con gritos que no se escuchaban. Después silencio. Tan sólo unos reflectores iluminando
la costa, queriendo encontrar al enemigo que se escapaba, ya cerca de la entrada al Río
de la Plata, puerto seguro ofrecido a su desamparo.
No se parecía a los bombardeos de Barcelona. En realidad, no daba miedo. Sólo
sorpresa, estupor, lejanía. Faltaba el ruido de los aviones y la duda, mientras el ruido se
acerca de si vendrán directo a nosotros. No escuchábamos el silbido de la bomba que
viene cayendo y que mientras silba puedes saber que no ha caído todavía y que quizás,
quizás, todavía puede ser para ti. Y que cuando cae sabes que esta vez no fue pero que
puede haber sido para alguien que conoces y que aún habrá otra más, y otra más.
No sé qué hora es. Esta noche de inesperados resplandores Alejandro no estará de
humor para hablarnos de las estrellas. Será la penúltima noche. El Viernes llegaremos a
Buenos Aires y de ahí, el tren a Santiago. ¿Dónde quedarán los cielos profundos, las
constelaciones. Tauro, las Pléyades, Aldebarán, Orión, y Géminis. El brillo de Sirio, la
emoción contenida al ver, por primera vez, la Cruz del Sur….
Presencia de estrellas que ya no existen… extraños conceptos, años, luz, infinito, la
nada, ¿acaso seremos nosotros sólo un reflejo? ¿cuánto tiempo durará nuestra luz ?
No sé la hora porque hace días tiré mi reloj al fondo del mar. Después de marcar muchas
veces decidió pararse. No puedo saber que aún me quedan muchos relojes que comprar.
Me gustó verlo hundirse y saber que se quedaba en ese mar, ya vacío del tiempo, en el
camino que me conducía a mi nuevo mundo, a una nueva vida. O que me alejaba de mi
nuevo mundo, de una vida que pudo haber sido mía, y que ya no lo sería.

El Formosa atracó no en Chile, como estaba previsto, sino en Buenos Aires el 15 de


diciembre, aunque la expedición de exilados seguiría camino hacia Santiago. En un e-
mail (7 /02/ 2010), Rafaela resume así el periplo argentino: “Los argentinos no nos
trataron muy bien; subieron a bordo policías que nos ficharon a todos, fotografías de
frente y de perfil, formularios con muchas preguntas y la prohibición absoluta de
descender a tierra. Incluso recibí la visita de Jimenez de Asúa, amigo de mi familia, y a
quien mi abuelo había escrito anunciándole mi paso por Buenos Aires y tampoco pude
bajar con él. // Desde Mendoza, si mal no recuerdo, hasta Punta de Vacas o Las Cuevas,
nos trasladamos en varios taxis, que por cierto manejaban por la izquierda, a la usanza
británica. Camino de cordillera, con innumerables curvas. Y después, de nuevo tren,
Estación Mapocho, Santiago”.
La llegada de Luis Pérez Infante a Chile se produjo, pues, en los primeros días de 1940.
Sin pérdida de tiempo es hospitalizado de su enfermedad pulmonar en el centro El Peral,
a las afueras de Santiago, donde pasará sus próximos 18 meses, para incorporarse con
posterioridad al Movimiento Chileno de Apoyo al Pueblo Español y más tarde como
secretario de redacción al periódico La verdad de España.
De Chile pasa a Argentina, país que lo verá deambular durante un breve período, hasta
que a finales de 1946 se instala en Montevideo, reclamado por el PCE, para hacerse
cargo del semanario España Democrática, del que fue director hasta 1956, año en el que
las enfermedades vuelven a minar su salud. En la ciudad oriental, que ya no abandonará,
salvo para pronunciar conferencias sobre el drama del exilio español, desplegará una
indesmallable actividad política y cultural, vinculado tanto al partido, cuanto a La Casa
de España, dirigiendo el CCCL Aniversario de El Quijote. En el semanario España
Democrática, coincide con Rogelio Martínez y Manuel García Puertas, memorias vivas
de nuestro exilio uruguayo y a quienes debemos muchos de los datos de su transtierro.
En Uruguay da clases particulares y consigue volver a montar la compañía teatral La
Tarumba, con la que ponen en marcha, entre otras, la obra La niña Guerrillera, de
Bergamín, exilado en Uruguay por esas fechas. En los últimos años de su vida trabajó
como vendedor de libros para la editorial Aguilar. Como señala el republicano granadino
Manuel García Puertas en la interesantísima nota que antecede al poema Antonio
Machado en el 90º aniversario de su nacimiento, colaboró en la Revista de los Viernes
de El Popular, donde llegó a publicar 5 poemas, cercana ya su muerte; por esta nota
sabemos que tras un largo silencio, en sus últimos años reemprendió su vocación
poética, escribiendo un libro que pensaba titular Las raíces y romances de alba cierta,
que permaneció inédito y del que adelantamos algunas de sus composiciones. Perfila,
además, dos largos poemas: Me mires como me mires y las soleares Saludos a
Bergamín en el exilio. Además escribe un poema dedicado al Che, leído el 23 de febrero
en La Casa de España de Montevideo, junto a Daniel Viglietti. Ésta es, según Puertas,
la última de sus intervenciones públicas. En todo caso, hay que advertir el significativo
silencio que se opera en el poeta andaluz en los primeros años del exilio. Tal silencio hay
que achacarlo, primeramente a la enfermedad pulmonar que padeció en los últimos
momentos de la guerra, agravada por el éxodo y las condiciones lamentables que le
esperaron en Francia, pero una vez establecido en América, Luis Pérez Infante consideró
mucho más importante trabajar para la causa republicana, en la esperanza de que la
dictadura de Franco pudiera caer en cualquier momento, de un día para otro. Sólo
cuando, tras innumerables decepciones, acepta que el retorno de la legalidad
institucional en España es imposible, Luis vuelve a sus escritos. Sus textos uruguayos
denotan su recio compromiso ético y su fidelidad a los principios que le hicieron salir de
España. Sencillez, hermosísimo texto, nos coloca curiosamente en la corriente estética
del purismo juanramoniano.

Su vida, según el testimonio de Rogelio Martínez,estuvo dedicada a la lucha por la


libertad y la democracia, a la poesía, a la familia y a sus amigos uruguayos y españoles.
Casado con la activista y actriz Luisa Cataldo, tuvo una hija, Tania, quien guarda memoria
de su padre, fallecido el 29 de abril de 1968, cuando ya el régimen franquista, tocado de
esclerosis, se disponía a su disolución monárquica.

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