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Universidad Nacional de Colombia - Facultad de Ciencias Humanas.

Maestría en Historia

Seminario de teórico I: historia social y variantes, profesor Mauricio Archila

Sergio Daniel Riveros Castañeda

Reseña Nº 10: Eley, Geoff (2008) Una línea torcida: de la historia cultural a la historia de la sociedad. Publicaciones
de la Universitat de Valencia, Valencia.

Sobre el autor

Geoff Eley nació en 1949. Es historiador nacido en el Reino Unido. Su formación inició en el Balliol College, de
Oxford, recibiéndose de doctor en la Universidad de Suxxes en 1974. Ha sido profesor en la Universidad de
Michigan, en el departamento de Historia desde 1979, además del Departamento de Estudios Alemanes a partir de
1997. Sus trabajos iniciales giraron en torno al nacionalismo radical de la Alemania imperial y el posterior fascismo,
hasta llegar a reflexiones teóricas y metodológicas sobre la historiografía y la historia de la izquierda política en
Europa. Dentro de sus publicaciones más relevantes se encuentran: Nazismo como fascismo: violencia, ideología y el
fundamento del consentimiento en Alemania 1930-1945 (2013); El futuro de la clase en la historia: ¿qué queda de lo
social? (2007); Una línea torcida: de la historia cultural a la historia de la sociedad (2005); Forjando la
democracia: la historia de la izquierda en Europa, 1850-2000 (2002) entre otros.

Resumen del texto.

El primer capítulo del libro Convirtiéndome en historiador: un prefacio personal es una extensión más amplia del
inicio del texto. Allí mencionará su vínculo con todo el ambiente cultural e intelectual británico que se forjó desde los
años precedentes a la Segunda Guerra Mundial y hasta la eclosión de 1968, que influyó sobre la mayor parte de países
europeos. En una narración de idas y vueltas, comenta su paso por el Balliol College, a donde llegó con una carencia
de capital cultural profunda, en sus esfuerzos por convertirse en historiador. Lo realmente relevante es el tránsito que
hizo para solventar estas cuestiones, que dentro de su estrategia narrativa, implica un conocimiento del universo
intelectual de la época.

Además de ello, evoca dentro del contexto del ‘68’ el papel de la política y su relación con la historia, como
catalizador del vínculo que forja un oficio del historiador y produce las pasiones propias de tal labor. En ese sentido,
mencionará el lugar de Marx como una primera curiosidad intelectual que se verá profundizada en el descubrimiento
de E.P. Thompson y The Making... A partir de ello consigue retratar –con la propia experiencia– el impacto de
algunos rasgos de la historia intelectual contemporánea en el pensamiento y práctica de los historiadores. Esto último
servirá para dar un sentido a la historia más allá de hacerla simple instrumento o espejo, planteando que la historia es
inseparable de la política, tomando está última una connotación ética, a modo de compromiso.

Es a través de esta situación donde se describen las transformaciones que se evidencian al interior de la disciplina
histórica, donde hay una vehemente renovación de métodos, metodologías y reflexiones que opacan los lazos
ortodoxos y rígidos de la historia. En cierto sentido sugiere que ese contexto de rupturas epistemológicas que supuso
1968, abrió las puertas en universidades e institutos para la incorporación de reflexiones que se encontraban ausentes,
como fue el caso del género y el feminismo, en principal medida. Ahora bien, como parte de esa apertura intelectual
que se dio en la historiografía, en Oxford, pero en general en el mundo de habla inglesa, tiene tres pilares: i) los
Historiadores Marxistas Británicos; ii) el impacto de las ciencias sociales; iii) la Escuela de los Annales. Para Eley,
también serán las fuentes transversales de la historia social, que aspiró, en este contexto, buscar la explicación de
cómo y por qué cambian o no las sociedades.

Finalmente expondrá dos cuestiones cruciales. Por un lado, la utilidad de la historia para cuestionar el discurso social
y político. A partir de eso, plantea que el mundo además de contener una posibilidad de ser conocido, es factible que
sea transformado en un sentido de invención o imaginación, aunque la chance concreta o real todavía no sea
inminente. Por otro lado, arguye que en este periodo existió una ambición de la historia a través de dos oleadas de
innovación: la historia social y la Nueva historia cultural. Allí aparecían cuestionamientos de las lógicas del poder que
ocultaban historias y sujetos, para lo cual la emergencia de estos enfoques implicó una renovación.
Optimismo es el segundo capítulo, que tiene como punto de inicio la mención sobre el marxismo como punta de lanza
de las ciencias sociales, y en específico la historia, durante las décadas del sesenta y setenta, producto de la efusividad
política post-68. La referencia principal de este periodo fueron los historiadores marxistas británicos, que saltaron a la
vista a través de la propuesta de debates relevantes para la historiografía como era el cuestionamiento del binomio
base-superestructura, la relación entre la cultura y lo social, la idea de la totalidad como apuesta investigativa de la
sociedad. Sobre todo el primer dilema mencionado supuso un interrogante: ¿cómo entender la sociedad y cómo
transformarla? Inicialmente, la dicotomía supuso una tara en el avance de la renovación, siendo un contexto donde el
estructuralismo tenía profundo impacto, en detrimento de otro tipo de consideraciones que no estuvieran ligadas a la
noción de determinación en última instancia por la estructura económica.

Luego hará un breve barrido sobre los antecedentes intelectuales la relación entre cultura y estudios culturales,
catalogándolos a estos últimos como una mixtura entre la rebeldía de la cultura popular y la teoría francesa, alemana e
inglesa. A partir de allí evocará de nuevo a Marx, tomando de su obra aspectos que se vinculan más a la filosofía, la
cultura y la estética, antes que a la economía política. Allí emergen reflexiones en torno al pensador alemán afiliadas
al humanismo socialista o a conceptualizaciones de sus obras que se ligan a la libertad o la alienación. Además
establecerá un vínculo directo con la obra de Raymond Williams, que para él representará una vertiente que anida la
alta teoría con la cultura popular, lo que supone una inspiración para la época en términos de la elaboración de teorías
heterodoxas y flexibles. Finalmente mencionará a Antonio Gramsci como un complemento de lo anterior, entendiendo
que sobre este impacto intelectual el marxismo se desprendía de las lecturas sustentadas en el binomio base-
superestructura y se tornaría más cultural.

Punto sustancial de este capítulo será el desarrollo de lo mencionado en la primera parte, al hablar de las tres fuentes
de la historia social. Sobre los Historiadores Marxistas Británicos dirá que su papel fue clave en la consolidación de la
historia social, especialmente en torno a la historia del trabajo y el estudio de la protesta popular, que se encarnaba en
las figuras de E.P. Thompson, Eric Hobsbawm y George Rudé. Según Eley, uno de sus aspectos relevantes es la
conexión acontecimientos-fuerzas sociales subyacentes, que se sintetizaría en la idea de la historia desde abajo y hacia
arriba. Cinco elementos serían la virtud del ideario intelectual que tenía el consejo editorial: i) Internacionalismo; ii)
Estudio comparativo de las sociedades dentro de un esquema argumentativo de cambio histórico; iii) Promoción de la
indivisibilidad del conocimiento a través de la colaboración interdisciplinar; iv) La historia social de la mano de la
economía; y v) Compromiso con el diálogo y debate que enriqueciera la cultura intelectual de la disciplina.

Frente a la Escuela de Annales se encaminará a plantear, en primer lugar, el aporte que produce la noción de Histoire
totale, como programa y proyecto de investigación. Según Eley, ocupan un papel relevante en la edificación de la
historia social, ya que dotaron elementos para el surgimiento de una tradición acumulativa de debate colectivo,
investigaciones, formación y publicaciones. También menciona el aporte transversal de la interdisciplinaridad con la
historia como núcleo. Es por medio de estas cuestiones que sugerirá que no puede existir una demarcación entre
historia social británica y Escuela de los Annales. Y luego, con respecto a la última de las fuentes, será la Ciencia
Social Histórica la que cobre valor, aduciendo el carácter siempre abierto del descubrimiento intelectual, el sentido de
la experimentación y el ensayo y la disposición exploratoria. Lo que él ubica es una ampliación de la frontera
temática, debido al vínculo entre disciplinas y la multiplicidad de problemas que emergían de esos relacionamientos.

La parte final está dedicada a E.P. Thompson, principalmente por el papel de The making… en los terrenos de la
cultura, las experiencias y la resistencia política de la clase obrera. Su intención es mostrar un lado complejo del
historiador británico, donde lo enmarca en una disputa constante contra las versiones gradualistas de la historia en
Gran Bretaña, que tenían un tono descafeinado de lo social. El propósito de Thompson, para Eley, es manifiestamente
anti-reduccionista, atacando al economicismo, el determinismo y las teorías estáticas de la clase, dando prelación al
lugar de la agencia colectiva sobre cualquier otra cosa. Frente a Thompson valorará con efusividad el desentierro de la
existencia de una tradición revolucionaria y de democracia radical en el siglo XVIII; el reclamo de tradiciones
culturales racionales para la izquierda, en autores como William Blake; la apertura de un camino hacia las
complejidades de la historia cultural; el rechazo del modelo base-superestructura, aduciendo una imbricación entre
cultura y economía, entre otras cosas.

La siguiente parte del libro es Desilusión refiere principalmente a la conexión de Eley con la historiografía tanto
alemana como británica, haciendo énfasis en las transformaciones internas que tuvo la historia social bajo autores
como Hans-Ulrich Wheler y Jurgen Kocka, proponiendo articulaciones teóricas que tienen sus cimientos en Marx y
Weber. Existe una crítica del desarrollo que existe en Alemania y Eley toma distancia, referenciando esta experiencia
como poco genuina, en un sentido de proyecto intelectual y político alrededor de lo popular. Acto seguido hará una
referencia al panorama político y académico de Gran Bretaña luego de la década de los setenta, planteando que las
condiciones políticas y sociales habían impactado profundamente el desarrollo de la historia social, por vía del triunfo
neo-conservador. Para ello retomará simbólicamente a Tim Mason como figura emblemática de la crisis que sufrió la
historia social, que tuvo obstáculos serios para retomar los postulados del materialismo a la hora de explicar realidades
sociales tan complejas como el nazismo.

El cuarto capítulo Reflexión es una extendida mención al papel que ha tenido el influjo del giro cultural, que llegó a
imbricarse con consideraciones en torno al feminismo, las cuestiones de raza y racismo, colonialismo y
poscolonialismo. Si se quiere, el capítulo contiene los puntos cruciales donde aparece una distinción entre historia
cultural y social, que hasta el momento Eley había ido construyendo narrativamente como aunadas entre sí. Según él,
la ruptura se establece luego de un debate intelectual entre estructuralistas y culturalistas, lo que supuso la emergencia
de los incipientes estudios culturales, como expresión de ruptura, y paradójicamente, hibridación entre ambos
enfoques.

Además de la influencia que tienen los estudios de género, en términos epistemológicos y por qué no, políticos, Eley
acude a Michel Foucault como pilar de la reflexión que elaborará la historia cultural, articulado a la historia de las
mentalidades que emergía a partir de la tercera escuela de Annales, retomando parte del legado de los fundadores
Bloch y Febvre; también, como parte constitutiva del programa intelectual de los estudios culturales y la historia
cultural se encontrarán los estudios literarios, el cine, los medios de comunicación y la reflexión sobre el auge
tecnológico occidental, que se situaban en un punto nodal como era la reestructuración del capitalismo.

Eloy plantea dos cuestiones fundamentales como conclusión del capítulo. Por un lado enuncia el valor que ha tenido
el rescate de la memoria por parte de los estudios culturales, diferenciándose de las múltiples interpretaciones que
ligaban la memoria a una simple condición de nostalgia en el tiempo histórico presente. En segundo lugar, la aparición
de variedad de temas que propone la historia cultural, que no acusa rigidez y en cambio hace una apertura hacia la
interdisciplinariedad y la especialización temática. A partir de esta cuestión se produce una revaloración de la crítica
de archivos y fuentes, que a su vez implica que sobre temas ya trabajados incluso haya una renovación en los
interrogantes e interpretaciones. Finalmente hará una breve mención en torno a Carolyn Steedman a través de su
trabajo como arquetípico de la síntesis que produce la historia cultural y la historia social, rompiendo los límites
supuestos entre cultura y sociedad.

Comentario

Aunque en términos generales el texto resulta satisfactorio con respecto al objetivo de retratar, a través de un
importante contenido de experiencia subjetiva, el tránsito intelectual desde la historia social hacia la historia
intelectual, hay un punto que no termina de quedar lo suficientemente claro. Si bien es inobjetable la idea de una
necesaria interdisciplinariedad, como parte de los programas mismos que nacieron en Annales y desde los marxistas
británicos, parece ser que la transición, mediada por el giro cultural-lingüístico de los sesentas y setentas, generó una
apertura incontrolable de tematizaciones, digamos, en exceso especializadas. Si bien Eley advierte que eso es un
inconveniente, su postura no termina de solidificarse, incluso con su apelación a la búsqueda de una historia social
que explique la totalidad. El riesgo de la híper-especialización temática es que diluye las preguntas en torno a
consideraciones políticas, y por ende, mengua las interpretaciones y explicaciones que sobre la realidad se efectúan. A
partir de ello, la historia cultural, aún con su legado de la historia social, pareciera tener una tendencia a explicar
diversidad de aspectos de la sociedad, en efecto nacidos en preocupaciones por lo social, pero que sin
entrecruzamientos dinámicos, no permiten abordar esa totalidad tan necesaria. En una palabra, con el programa de la
historia social, con la interdisciplinariedad, incluyendo historias ocultas, la historia cultural puede explicarlo todo,
pero difícilmente sea factible transformarlo, porque la clave es de comprensión en exceso específica.

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