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IVAN ILLICH
Ocotepec (Morelos, México), 1978.
Índice General
IVAN ILLICH
, Ocotepec, Morelos, enero de 1978.
Introducción
Durante estos próximos años intento trabajar en un epílogo a la era industrial. Quiero
delinear el contorno de las mutaciones que afectan al lenguaje, al derecho, a los mitos y
a los ritos, en esta época en que se condicionan los hombres y los productos. Quiero
trazar un cuadro del ocaso del modo de producción industrial y de la metamorfosis de
las profesiones que él engendra y alimenta. Sobre todo quiero mostrar lo siguiente: las
dos terceras partes de la humanidad pueden aún evitar el atravesar por la era industrial si
eligen, desde ahora, un modo de producción basado en un equilibrio posindustrial, ese
mismo contra el cual las naciones superindustrializadas se verán acorraladas por la
amenaza del caos. Con miras a ese trabajo y en preparación al mismo presento este
manifiesto a la atención y la crítica del público. En este sentido hace ya varios años que
sigo una investigación crítica sobre el monopolio del modo industrial de producción y
sobre la posibilidad de definir conceptualmente otros modos de producción
posindustrial. Al principio centré mi análisis en la instrumentación educativa; en los
resultados publicados en La sociedad desescolarizada (ILLICH, 1971), quedaron
establecidos los puntos siguientes:
4.1 La desmitificación
Por encima de todo, el debate político está congelado por un engaño respecto a la
ciencia. La palabra ha venido a significar una empresa institucional en vez de una
actividad personal; la solución de un rompecabezas en vez del despliegue imprevisible
de la creatividad humana. La ciencia es actualmente una agencia de servicios fantasmas
y omnipresente, que produce mejor saber, igual que la medicina produce mejor salud. El
daño causado por este contrasentido en la naturaleza del saber es aún más radical que el
mal hecho por la mercantilización de la educación, de la salud y de la movilidad. La
falsedad de la mejor salud corrompe el cuerpo social, pues cada uno se preocupa cada
vez menos de la calidad del ambiente, de la higiene, de su modo de vida o de su propia
capacidad de cuidar a los demás. La institucionalización del saber conduce a una
degradación global más profunda, pues determina la estructura común de los otros
productos. En una sociedad que se define por el consumo del saber, la creatividad es
mutilada y la imaginación se atrofia.
Las reglas del sentido común que permitían a los hombres conjugar y compartir sus
experiencias se destruyen. El consumidor-usuario tiene necesidad de su dosis de saber
garantizado, cuidadosamente acondicionado. Encuentra su seguridad en la certidumbre
de leer el mismo periódico que su vecino, de mirar la misma emisión televisiva que su
patrón. Se contenta con tener acceso al mismo grifo del saber que su superior, antes que
tratar de instaurar la igualdad de condiciones que darían a su palabra el mismo peso que
tiene la del patrón. La dependencia, en todas partes aceptada como un hecho, en
relación al saber altamente calificado, producido por la ciencia, la técnica y la política,
erosiona la confianza tradicional en la veracidad del testigo y despoja de su sentido las
principales formas en que los hombres pueden intercambiar sus propias certidumbres.
Hasta en los tribunales, el experto rivaliza en importancia con los testigos. El experto es
casi admitido como testigo patentado, se olvida que su declaración no representa sino lo
que se oye decir: es la opinión de una profesión.
Lo que un pueblo puede tolerar queda fuera del alcance de todo experimento.
Se puede decir lo que será de un grupo de hombres particulares dentro de una situación
extrema: prisioneros, náufragos o conejos de indias. Pero esto no puede servir para
determinar el grado de sufrimiento y frustración que una sociedad dada aceptaría sufrir
a causa de la instrumentación forjada por ella misma.
En esta misma época, y en forma análoga, la industria comenzó a competir con los otros
modos de producción.
Notas
[1]: N. del E.: La transcripción aquí presentada se refiere a la edición de Joaquín Mortiz
/ Planeta; México, 1985.
La presente edición se ha realizado a partir de la que se puede encontrar en la página de
Ivan Illich en español, http://www.ivanillich.org.
[2]: «Awteritas secundum quod est virtus non excludit omnes delectationes, sed
superfluas et inordinatas: unde videtur pertinere ad affabilitatem, quam philosophus,
lib. 4 Ethic Cap. Vl `amicitiam' nominat, vel ad eutrapelldiln sive jocunditatem.» (Santo
Tomás: Summa Thelogica, IIa IIae, q. 168, art. 4, ad 3m).
[3]: N. del Ed.: Titulado «La osura (anacronismo)» en la edición impresa de Barral
Editores, Barcelona, 1974.