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Topalov, Christian, “Post- Scriptum.

De libros y de investigaciones: para un historicismo


reflexivo” (« Des livres et des enquêtes : pour un historicisme réflexif »), in Bernard Lepetit et
Christian Topalov (ed.), en La ville des sciences sociales, Paris : Belin, 2001, p. 307-3131.°

El método utilizado en este trabajo puede sorprender: los estudios no se centran en un problema, una
época, una escuela, ni siquiera en un autor, sino que pone el foco en libros. Tal artificio tenía varios
objetivos. Al detenernos en objetos tan particulares, nos protegíamos de los relatos preconstruidos pues
un libro tiene múltiples dimensiones, es una piedra disponible para muy diversas construcciones pues se
resiste a inscribirse en un único plano o a transformarse en un punto sobre una línea. Los libros son
objetos materiales y ubicados en tanto su observación invita, como lo expresa acertadamente Marie-
Claire Robic, a “salir del libro”. Esa restricción nos conmina además a dar cuenta de lo que éste contiene
en sus páginas: su lenguaje, sus conceptos, sus descripciones del mundo y todo aquello que es posible
discernir en los modos de hacer de los autores que observan, razonan y argumentan. El debate entre
“externalidad” e “internalidad” se ve desde el vamos descalificado dado que los contenidos de ciencia, en
esta instancia, se incorporan al campo de la investigación histórica. Finalmente, los libros son objetos que
se desplazan ininterrumpidamente por la acción de sus autores pero también por la de sus lectores. En
ese sentido, el seguimiento detallado de su recepción, o de sus migraciones y traducciones, permite
formular interrogantes acerca de las modalidades de fabricación y renovación de las tradiciones
académicas, vertiendo “vino nuevo en viejas odres”.

El programa consistió en analizar metódicamente las condiciones de la producción y de la sucesiva


recepción de los libros, resguardándose –y luchando contra- el habitual anacronismo propio de la lectura
de trabajos antiguos. ¿Es posible suponer que un decidido historicismo es capaz de proporcionarnos las
claves del pasado?2 La respuesta está implícita en la pregunta. Los capítulos que acabamos de leer, por
supuesto, solo proponen interpretaciones que son continuación de otras y que, a su vez, no serán las
últimas en la medida que se inscriben en su propio objeto y no pueden aspirar a ningún privilegio. Esa
afirmación no resulta solamente del sentido común o de la modestia, se trata también del correlato de un
historicismo consecuente que debe reconocer el carácter histórico de su propio proceso. Pues no se
puede ignorar la consideración de las intenciones - o de la justificación- del libro que es objeto de la
lectura.

1 Este texto es el post scriptum de una antología, La Ciudad de las ciencias sociales, coordinada por Christian Topalov y Bernard
Lepetit, organizada sobre la base del estudio monográfico sobre 8 libros. Bernard Lepetit et Christian Topalov (ed.),La ville des
sciences sociales, Paris : Belin, 2001, p. 307-313.° (NdelT)
°
Traducción. Dominique Guthman, revisión técnica Alicia Novick. Se trata de la primera versión preliminar.
2 Cfr el artículo seminal de ese debate, George W, Stocking Jr. “On the Limits of “Presentism” and “Historicism” in the Historiography

of the Behavioral Sciences” (1965) in Race, Culture and Evolution: Essays in the History of Anthropology, New York, Free Press, 1968,
p. 1-12.

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Esa lectura es siempre “comprometida”3, a menos que nos eclipse esa ilusión positivista tan presente en
los inicios del historicismo de la historia de las ciencias. La historia, ¿cómo olvidarlo?, se escribe siempre
en tiempo presente. En ese sentido, a lo largo de los precedentes capítulos se pudo observar el particular
involucramiento de cada uno de los autores y yo quisiera aprovechar de la ventaja de aquel que escribe
último para esbozar una descripción de estos distintos tipos de compromisos - derogando así la regla
según la cual no se puede hacer economía de investigación a los efectos de interpretar una
interpretación.

Ciertos autores proponen la puesta a punto de un texto célebre que fue mal comprendido. Es el caso de
Hinnerk Bruhns, quien confronta los innumerables comentarios sobre “Die Stadt” con los resultados de
un estudio erudito que apunta a establecer cuáles pudieron ser los objetivos de Weber cuando escribió
este manuscrito4. En ese sentido, ese trabajo es una toma de posición fuerte dentro del campo de los
estudios weberianos pues se presenta como parte de un proyecto historiográfico más amplio referido a
las ciencias del espíritu en Alemania. Creo que ese enfoque fue también el género adoptado por
Catherine Rhein, a propósito de Wirth, cuya intención fue la de actualizar el álgido contexto de una obra
cuyas dimensiones políticas fueron sepultadas por lecturas por demás académicas.5 Desde otra
modalidad, esa es sin duda la intención principal de mi trabajo sobre Halbwachs, la de retrazar la génesis
del libro a los efectos de despojarlo de las glosas que lo sobrecargan restituyendo así las preguntas y el
programa de su autor.6 El punto de vista de Marie-Claire Robric es más ambicioso: su trabajo sobre
Christaller se inscribe en el proyecto de una historia de los momentos-clave y de las tradiciones
disciplinarias de la geografía. Ella encara el caso evitando tanto la hagiografía del precursor como de la
denuncia del geógrafo nazi.7

Otros autores emprenden una acción rehabilitando una obra injustamente olvidada. Ese es uno de los
aspectos del trabajo de Donatella Calabi, que quiere mostrar la importancia de Poète en la emergencia de
la historia urbana en Francia, subrayando específicamente la originalidad de su método y sus analogías
con las posiciones de los fundadores de las Annales.8 Probablemente las razones de tal aproximación en
el campo de la historia de la arquitectura en Italia, particularmente en la tradición cultivada en el Instituto
de Arquitectura de Venecia a instancias de Tafuri. Dominique Lorrain insiste en recordar que “la

3 A los efectos de retomar la expresión de Loic Blondiaux y Nathalie Richard (“A quoi sert l´histoire des sciences de l´homme?, in C.
Blankaert et. al. L´histoire des sciences de l´homme, Paris, L´Harmattan, 1999. pp. 109-125) que plantean con mucha claridad el
problema que acá se discute, pero lo resuelven, desde mi opinión, diluyendo demasiado una línea rola que aún –y tal vez por mucho
tiempo todavía- necesaria. Ver también la bella reflexión, tal vez también demasiado apaciguadora, de Bertrand Muller (“Histoire des
sciences sociales et régimes d historicité. Tradition, mémoire et histoire”, Communication au colloque: Répresentations discursives du
temps: historiographie et anthropologie”; Laussanne, 7-8 juin 1999)
4 e refiere al Capítulo 2: “La ciudad burguesa y la emergencia del capitalismo moderno. Max Weber: Die Stadt (1913/1914-1921)”,

escrito por Hinnerk Bruhns. (NdelT)


5 Se refiere al Capítulo 4: “El gueto de Louis Wirth: Forma urbana, institución, sistema social. The Ghetto (1928)”, escrito por Catherine

Rhein. (NdelT)
6 Se refiere al Capítulo 1: “Maurice Halbwachs y las ciudades. Les expropiations et le prix des terrains á Paris (1909), escrito por

Christian Topalov. (NdelT)


7 Se refiere al Capítulo 5: “Walter Cristaller y la teoría de los lugares centrales”. Die zentralen Orte in Suddeutschland (1933), escrito

por Marie-Claire Robic. (NdelT)


8 Se refiere al Capítulo 3: “Marcel Poéte: pionero del urbanismo, militante de la historia de las ciudades. Une vie de cité (1924-1931)”,

escrito por Donatella Calabi. (NdelT)


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sociología urbana marxista” de los años setenta había representado un momento de ambición para la
disciplina, a pesar de sus exageraciones y del silencio del cuál es objeto en la actualidad y lo hace con la
distancia que le proporcionan. a la vez. el tiempo transcurrido y su propia posición crítica de la época en
el campo considerado.9

Algunos de los autores también inscriben su encuesta histórica en torno de interrogantes muy actuales
acerca del devenir de su disciplina. Si Paul-André Rosental demuestra interés por Chevalier, no es
porque trata de buscar hoy una inspiración, sino porque se ha propuesto dilucidar las razones de su
fracaso, en correlato del triunfo de una manera de practicar la demografía histórica que él mismo
cuestiona en su propia práctica de investigador.10 Si Isabelle Backouche se interesa en Perrot, es también
porque se interroga acerca del enigma que constituye la disolución de un poderoso modelo de historia
urbana, del cual se reconoce como heredera.11 En suma, nuestras investigaciones no son del todo
desinteresadas.

Ahora bien, ¿qué queda entonces de la reivindicación historicista?, ¿porqué tomarse el trabajo de
investigar acerca de las obras antiguas en vez de apropiárselas mediante otros procedimientos? La
doble cuestión de la especificad y de la utilidad de esta costosa modalidad de aproximación a la historia
de nuestras disciplinas no puede ser soslayada. Quiero aquí proponer algunos elementos de respuesta
que, por supuesto, no comprometen a los otros autores de este libro.

El pasado es un desafío del presente; y el de las disciplinas científicas no es una excepción.


Específicamente, en las ciencias sociales, controlar la historia o la memoria del grupo erudito es un medio
para consolidar una autoridad en su ámbito. El comentario de los trabajos de otros -autores del pasado o
contemporáneos- es, bien se sabe, una actividad constitutiva de los campos disciplinarios: el género se
impuso cuando nacían las ciencias sociales modernas, apoyándose en formas más antiguas –glosa
escolástica, deliberación académica, crítica literaria. Los dispositivos del comentario erudito - en especial
las revistas, informes o jurados de tesis - empiezan a ser estudiados, de igual modo que sus efectos
sobre la formación de las disciplinas12 : afirmación y delimitación del dominio, articulación del mismo en
tendencias o escuelas, implementación de controversias, pero también estado de saberes y de las
cuestiones. Este es otro aspecto del género que aquí nos concierne: el comentario no solo habla de lo
que comenta pues, al mismo tiempo, afirma la autoridad del comentador para comentar. Se instaura así
una doble red: la de los objetos del comentario, que vincula entre sí cosas y autores, muertos y vivos; la
de los comentadores, en un colegio virtual en el que las autoridades se reivindican, se reconocen y se
redistribuyen.

9 Se refiere al Capítulo 5: “Un libro extremo. Manuel Castells y Francis Gordard: Monopolville (1974) escrito por Dominique Lorrain.
(NdelT)
10 Se refiere al Capítulo 6: “El peligroso Paris de Louis Chevallier: un proyecto de historia útil. Classes laborieuses et clases

dangereuses (1958)”, de Paul-André Rosenthal e Isabelle Couzon. (NdelT)


11 Se refiere al Capítulo 8: “En la búsqueda de la historia urbana. Jean Claude Perrot: Génèse d´une ville moderne (1975)”, escrito por

Isabelle Backouche. (NdelT)


12 Ver, por ejemplo, Gérard Noiriel, “Le jugement des pairs. La soutenance de théses au tournant su siécle”, Génèses, nº 5, 1991,

pp.132-147; Bertrand Muller, “Critique bibliographique et stratégie disciplinaire dans la sociologie durkheimienne”, Regards
sociologiques, nº 5, 1993, pp. 9-23.
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En la amplia gama de las tácticas que se juegan en la competencia, en el ámbito de los mundos
eruditos, el control el pasado no es la menos importante, en especial en las ciencias sociales. Sus
modalidades difieren, según la situación de éstas y la posición de los locutores en su seno, tal como
empiezan a mostrarlo los estudios históricos sobre la escritura de las historias de estas ciencias13 .
Algunos tipos parecen destacarse: los constructores de monumentos que se dedican a celebrar a un
fundador reconocido o posible, en vista de reagrupar una comunidad erudita incierta, desgarrada o
amenazada; los guardianes de la tradición que desde el centro de los poderes de una disciplina, apuntan
a estabilizar un discurso sobre los grandes autores asegurándose el monopolio; los diferentes correctores
de agravios que son generalmente los aspirantes situados en los márgenes y que reivindican la revisión
de las historias oficiales: ellos son quienes exhuman los ancestros injustamente olvidados, redescubren
la generación que precede a la que se encuentra al mando, preconizando la “vuelta a los textos”. Estas
diferentes tácticas y posiciones, y aún otras, conciernen tanto las posturas “historicistas” como las
“presentistas” frente a la historia de las disciplinas: las primeras, subrayémoslo, no poseen ningún
privilegio de extraterritorialidad. En lo esencial, en efecto, la historia de las ciencias sociales, aún si puede
constituirse en especialidad, está escrita por quienes practican las disciplinas concernidas.

Si bien el historicismo es una táctica de conquista de la autoridad erudita- probablemente congruente con
posiciones particulares en los campos disciplinarios- presenta, como toda práctica, una especificidad: la
de pretender el control del pasado mostrando que nadie puede controlarlo, que no le pertenece a nadie
puesto que no pertenece al presente. Al afirmar que el mercado del pasado disciplinario está abierto a
todos, el historicismo es liberal. Al exigir la disciplina de la investigación para quienes ingresan, se
esfuerza también por fijar un precio de entrada, pero en una moneda disponible en abundancia. Su primer
argumento entra en colisión con un valor escolástico común: al deshacerse de los anacronismos, efectos
de túnel y mitos de origen, al restituir la obra “en su tiempo”- retórica de manual de literatura-
sencillamente se lee mejor. Restituir las condiciones de la producción de las obras del pasado, es darse
la oportunidad de abordarlas de manera menos instrumental y de redescubrir su frescura, de aprehender
mejor su parte de inconmensurabilidad y sus razones. Examinar sus sucesivas recepciones, es
comprender mejor porqué aún las leemos, cómo han llegado hasta nosotros, cargadas con cuáles
sedimentos.

Por otra parte, es también una posibilidad de retornar a nuestras investigaciones de manera diferente,
con mayor distancia. El historicismo en la historia de las ciencias sociales debe ser doblemente reflexivo:
no tiene derecho a ilusionarse sobre su propio alcance, es también un poderoso medio para desarrollar
una práctica reflexiva de las ciencias sociales hoy en día. En la misma medida que el viajero nunca deja
realmente el lugar del que ha partido, volviendo sin embargo transformado, el desvío por el pasado de su
disciplina, así es concebido, no deja al investigador absolutamente indemne. La diferencia con las
historias “presentistas” es considerable; pues mientras aquellas son confortables ya que siempre
confirman que nuestras preguntas o nuestras respuestas, en contraste estas incomodan con muchas
evidencias supuestas.
13El caso de la estadística a dado lugar a trabajos ejemplares. Cfr. Éric Brian, “Statistique administrative et internationalisme
statistique pendan la seconde moitié du XX siècle”; Histoire et mesure, vol. 4, nº ¾, 1989, pp.201-224; Michel Armatte, “Une discipline
dans tous ses états: La statistique à travers les traités (1800-1914)“; Revue de synthèses, 4ºs. vol. 112, nº 2, 1991, pp.161-206; Alain
Desrosières, “L´Histoire de la statistique comme genre: styles d ecriture et usages sovciaux”, Génèses nº 39, 2000, pp. 121-137.
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La historia de las disciplinas no es, entonces, una especialidad respetable e inocente. Se trata de una
gimnasia del espíritu que la lleva a abordar las prácticas de la ciencia de hoy en día de la misma manera
que las del ayer. Tal como lo señalara Henrika Kuklick, ella “engendra los hábitos del espíritu que
convienen a nuestra iniciativa, nos pone en condición de reconocer los límites de nuestros propios
esquemas”14, invitando a una práctica modesta de las ciencias sociales. Es además un medio para
debilitar uno de los obstáculos más sólidos de la reflexividad: el discurso anacrónico sobre el pasado de
los saberes. Ella orienta la atención de los eruditos hacia nuevos objetos, sugiere nuevas formas de
acción, promete nuevos descubrimientos. Larga sería la lista de los emprendimientos históricos de este
tipo que han cambiado la manera de practicar nuestras ciencias: tanto si se piensa en la historia de las
categorías y de los usos de la estadística, como si se piensa en las prácticas y en las consecuencias de
la antropología, o en la puesta en juego, reglamentada en la historia de las diferencias entre las
representaciones de hoy en día y las de los actores del pasado. Es en este punto donde nos
reencontramos con Bernard Lepetit y que bien puede cerrarse este libro.

14Henrika Kuklick, “Restructuring the Past: Towards an Appreciation of the Social Contexto of Social Science”, Sociological Quarterly,
vol. 21, nº 1, 1980, p. 18
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