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Estado Absolutista
Destinatarios: alumnos de 2º año de la escuela secundaria (entre 14 y 15 años)
Fundamentación:
Como parte de la Unidad (unidad 2 del diseño curricular de 2º año), desarrollaremos las
transformaciones políticas, sociales y económicas de Europa Occidental entre el siglo XVI y
mediados del siglo XVIII. Estas transformaciones se inscriben en la conformación de los Estados
Absolutistas, la crisis del siglo XVII y la proto-industrialización y las resistencias campesinas y
burguesas. La crisis del siglo XIV, al debilitar el poder feudal, favoreció no sólo la consolidación
territorial de los reinos, sino también el fortalecimiento del poder de los reyes, poder que tendió
cada vez más hacia el modelo de la monarquía absoluta. Según este modelo, que se afianzó en los
siglos XVI y XVII, el poder del rey debía situarse en la cúspide de la sociedad, sin ninguna otra
instancia a la que se pudiera apelar. El funcionamiento del Estado absolutista necesitaba organizar
los impuestos, el aparato burocrático, los ejércitos y la diplomacia. De allí las innovaciones
institucionales que comenzaron a registrarse desde comienzos del siglo XVI. Como señala Perry
Anderson, los estados absolutistas eran “máquinas construidas para el campo de batalla”. La
implantación del Estado absolutista implicó en última instancia una valla al ascenso de la
burguesía y la contención de las sublevaciones campesinas. Mientras en Francia el poder del
Monarca salió fortalecido, en Inglaterra luego de la Gloriosa Revolución (1688) se estableció la
Declaración de Derechos y una Monarquía Limitada.
Estrategia metodológica:
1
Recursos:
Bibliografía:
Actividad:
Se proyectaran algunos fragmentos de la película “La pasión del Rey” y con un fragmento
del discurso de Luis XIV al Parlamento de Paris, se les propondrá a los estudiantes que
realicen las siguientes actividades:
1) Compara las escenas de la película “La pasión del Rey” con la fuente histórica citada y enumera
las características de la monarquía absoluta que has encontrado.
4) Lee los textos "El Príncipe" (Publicado en 1532), y “Política según la Sagrada Escrituras”, analiza
cada postura y relaciónalo con el modelo absolutista francés.
“Un príncipe no debe entonces tener otro objeto ni pensamiento ni preocuparse de cosa alguna fuera del arte de la
guerra y lo que a su orden y disciplina corresponde, pues es lo único que compete a quien manda (…). En lo que atañe a
la acción debe, además de ejercitar y tener bien organizadas sus tropas, dedicarse constantemente a la caza, con el
objeto de acostumbrar el cuerpo a la fatiga y de conocer a la naturaleza de los terrenos (…).
En cuanto al ejercicio de la mente el príncipe debe estudiar la Historia, examinar las acciones de los hombres ilustres, ver
cómo se han conducido en la guerra, analizar el porqué de sus victorias y derrotas para evitar éstas y tratar de lograr
aquellas (…).
Por lo cual es necesario que todo príncipe que quiera mantenerse aprenda a no ser bueno. Por lo tanto, un príncipe no
debe preocuparse porque lo acusen de cruel, siempre y cuando su crueldad tenga por objeto el mantener unidos y fieles
a los súbditos; porque con pocos castigos ejemplares será más clemente que aquellos que, por excesiva clemencia,
dejan multiplicar los desórdenes, causa de matanzas y saqueos que perjudican a toda una población (…).
Surge de esto una cuestión si vale más ser amado que temido o temido que amado. Nada mejor que ser ambas cosas a
la vez; pero puesto que es difícil reunirlas y que siempre ha de faltar una, declaro que es más seguro ser temido que
amado (…). Los hombres tiene menos cuidado en ofender a uno que se haga amar que a uno que se haga temer, porque
el amor es un vínculo de gratitud que los hombres perversos por naturaleza, rompen cada vez que pueden beneficiarse;
pero el temor es miedo al castigo que no se pierde nunca (…).
Conviene que el príncipe se transforme en zorro y en león, (…) hay que ser zorro para conocer las trampas y león para
espantar a los lobos. (…) El que mejor ha sabido ser zorro, ha triunfado. Pero hay que saber disfrazarse bien y ser hábil
en fingir y disimular. Los hombres son tan simples y de tal manera obedecen a las necesidades del momento, que aquel
que engaña encontrará siempre quien se deje engañar (…)
No es necesario que un príncipe tenga todas las virtudes (…) y hasta me atreveré a decir esto: Que al tenerlas y
practicarlas siempre es perjudicial, y el aparentar tenerlas es útil. Está bien mostrarse piadoso, fiel, humano, recto y
religioso y asimismo serlo efectivamente, pero se debe estar dispuesto a irse al otro extremo si ello fuera necesario. Un
príncipe (…) a menudo, para conservarse en el poder, se ve arrastrado a obrar contra la fe, la caridad, la humanidad y la
religión. Es preciso que tenga una inteligencia capaz de adaptarse a todas las circunstancias (…).
Trate pues un príncipe vencer y conservar el Estado, que los medios siempre serán honorables y loados por todos,
porque el vulgo se deja engañar por las apariencias y por el éxito (…).
Y un príncipe debe temer dos cosas: en el interior, que se le subleven los súbditos; en el exterior, que lo ataquen las
potencias extranjeras (…). Los Estados bien organizados y los príncipes sabios siempre han procurado no exasperar a los
nobles y, a la vez, tener satisfecho y contento al pueblo. Este es uno de los puntos a que más debe atender un príncipe.”
No existe forma de gobierno, ni institución humana alguna que no presente inconvenientes; de tal suerte que se
debe seguir con el mismo tipo de gobierno al que un largo tiempo de vivencia ha acostumbrado al pueblo. Este es el
motivo por el cual Dios toma bajo su protección a todos los gobiernos legítimos, sea cual sea la forma que hayan
adoptado; aquél que emprende la acción de derrocarlos, no es tan sólo un enemigo público, sino también un enemigo
de Dios (…)
Únicamente al Príncipe incumbe velar por el bienestar del pueblo; éste es el primer artículo y el fundamento sobre
el que se basan todos los demás, a él competen los decretos y las ordenanzas, él compete otorgar las marcas de
distinción; no puede existir poder alguno que no dependa de él; ni asamblea alguna que exista si no es contando con su
visto bueno.
3
Así es cómo a favor del bienestar de un Estado, se deposita en una misma mano todo el poder. El desperdigar dicho
poder es dividir el Estado; es darse al traste con la paz pública, es dar paso al advenimiento de dos amos, en contra de
ese oráculo del Evangelio: “Nadie puede servir a dos amos a la vez (…).
Por su condición, el Príncipe es el amo del pueblo; su grandeza y su propio y lógico interés se basan en que el pueblo
sea conservado (…).
La majestad es la imagen de la grandeza de Dios reflejada en la persona del príncipe. Dios es infinito. Dios lo es todo.
El Príncipe, en tanto que tal, no es considerado como un hombre particular, es un personaje público, todo el Estado está
en él y la voluntad del pueblo está contenida en la suya. De la misma forma que en Dios se juntan toda perfección y toda
virtud, todo el poderío de los particulares está contenido en la persona del Príncipe.
¡Cuánta grandeza que un solo hombre pueda reunir tanta! El poder de Dios se hace sentir en un cerrar y abrir de
ojos de una extremidad a otra del mundo; el poder real actúa simultáneamente en todo el reino. El poder real tiene
entre sus manos todo el reino, de igual forma que Dios tiene entre las suyas el mundo entero.
Que Dios retire su mano y el mundo volverá a la nada, que la autoridad del Príncipe deje de hacerse sentir en el
reino, y todo se abismará en la mayor confusión.
Parémonos a contemplar al Príncipe en su gabinete de trabajo. De ahí emanan las órdenes que hacen ir de concierto
a los magistrados y a los soldados, a las provincias y a los ejércitos por mar y por tierra. Es la imagen de Dios quien,
sentado en su trono en lo más alto de los cielos, guía con mano fuerte toda la naturaleza.
2. Dios establece a los reyes como ministros suyos y reina por medio de ellos sobre los pueblos.
5. Los reyes deben respetar a su propia potestad y emplearla solamente en el bien Público.