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INAH - SEP
Pinturas espirituales.
Identidad y agencia en el paisaje relacional
de los cazadores, recolectores y pescadores
del centro-oeste de Sonora
TESIS
PRESENTA
SILVINA ANDREA VIGLIANI
MEXICO, D.F.
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Resumen
La propuesta se fundamenta así en tres pasos básicos: 1) la revisión crítica de las categorías
y conceptos a utilizar, en este caso relativos a cuestiones tales como adscripción identitaria
e individuo, cuerpo, persona y agencia, cultura/naturaleza y paisaje, entre otros. Esto se
hace a través de un análisis crítico de la tradición intelectual occidental y tiene como fin
evitar volcar el dualismo cartesiano y sustantivismo ontológico al estudio del pasado; 2) la
investigación de estudios etnográficos tanto de la zona de estudio y zonas cercanas como de
otras regiones con el fin de conocer, evaluar y familiarizarse con formas de Ser-ahí más
cercanas al trasfondo ontológico de los grupos que estudiamos, y particularmente asociado
a los conceptos y categorías mencionados; y 3) la aplicación de los presupuestos teóricos
relativos, en esta tesis, a la arqueología del paisaje y a la teoría de agencia, los cuales
ofrecen las herramientas necesarias para abordar la temática desde el enfoque ontológico
propuesto en el marco de la práctica arqueológica. Estos tres pasos no son necesariamente
sucesivos sino que están entrelazados y se retroalimentan mutuamente.
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enfoque, las pinturas rupestres dejan de ser consideradas como elementos fijos y pasivos,
representaciones materiales de significados inmateriales, para ser concebidas como
entidades activas y dinámicas involucradas en una red de relaciones en cuyos contextos de
interacción tienen injerencia. Dado que las pinturas y las personas no interaccionan en el
vacío sino en contextos y lugares particulares, es que abordé su estudio en el marco de la
arqueología del paisaje desde un enfoque fenomenológico. Esta postura no solo diluye la
dicotomía cultura-naturaleza sino también evita el distanciamiento ontológico de las
posturas espaciales tradicionales.
INDICE
Agradecimientos
Capítulos:
I. Introducción
III. Antecedentes
1. Etnohistoria y Etnografía
a. Características generales de los grupos Seri o Comca’ac
2. Estudios arqueológicos
a. Aspectos generales de la arqueología de la costa central
b. La arqueología tierra adentro: Sierra Libre
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1. Identidad
o a) Rastreando la identidad
o b) Naciones en busca de su pasado
o c) Cultura, etnia y nación
o d) Arqueologías de las identidades
o e) Cuestión de escala
2. Agencia
o a) La historia de la agencia y la agencia de la historia
La “persona” en Occidente
Ser o No ser humanista: la modernidad cuestionada
o b) Personhood y la ontología relacional
La humanidad compartida
Relaciones en perspectiva
o c) Cuerpo, persona e identidades relacionales
Corporalidad e identidad
El parentesco: descendencia genealógica o intercambio relacional
La transmisión de sustancias y la “fabricación” del género
o d) La agencia de las cosas
El poder de actuar: materialidad y personhood en las ontologías Indígenas
Algunas consideraciones seris
3. Paisaje
o a) Cultura y naturaleza: ¿dualismo insuperable o dicotomía revisitada?
o b) Paisaje: origen y paradigmas
o c) El paisaje en arqueología
La fenomenología del paisaje
La hermenéutica del paisaje
La etnografía del paisaje
o d) La agencia del paisaje y la personeidad de las cosas
La interacción semiótica y la comunicación a través del umwelt y del
lebenswelt
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VII. Campo y contexto
1. Imágenes en contexto
o a) El lugar en la roca, el paisaje en el lugar
2. El entramado de la caguama
IX. Conclusiones
X. Referencias bibliográficas
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INDICE DE ILUSTRACIONES
Capitulo II
Capitulo III
Mapa 4: Costa Central de Sonora en los siglos XVII y XVIII. Misiones y Presidios
Figura 1: Representación del soldado de cuera del siglo XVIII
Capitulo V
Capitulo VI
Capitulo VII
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Mapa 7: Sitios registrados en el cañón del Abolio 264
Tabla 15: Tipos de motivos presentes en Abolio 1
Tabla 16: Tipos de motivos presentes en Abolio 2
Tabla 17: Tipos de motivos presentes en Abolio 6
Tabla 18: Tipos de motivos presentes en Abolio 7
Tabla 19: Tipos de motivos presentes en Abolio 3
Tabla 20: Tipos de motivos presentes en Abolio 13
Tabla 21: Tipos de motivos presentes en Abolio 8
Tabla 22: Tipos de motivos presentes en Abolio 9
Tabla 23: Tipos de motivos presentes en Abolio 10
Tabla 24: Tipos de motivos presentes en Abolio 11
Tabla 25: Tipos de motivos presentes en Abolio 12
Tabla 26: Tipos de motivos presentes en Abolio 5
Tabla 27: Tipos de motivos presentes en Abolio 14
Tabla 28: Tipos de motivos presentes en Abolio 4
Mapa 8: Punta Chueca, Isla Tiburón y Sierra Libre
Mapa 9: Sitios registrados en la Isla Tiburón
Tabla 29: Tipos de motivos presentes en Isla Tiburón 1
Tabla 30: Entorno, contexto y motivos en el arte rupestre de las zonas de estudio
Capitulo VIII
AGRADECIMIENTOS
Esta tesis es el resultado del esfuerzo y la dedicación académica que requiere el grado, pero
también de experiencias compartidas, reflexiones y vivencias personales que se funden en
muchas de las ideas volcadas aquí. Guía y origen de interrogantes y propuestas de estudio,
tales experiencias son parte de un entramado que disuelve cualquier idea rígida de
“objetividad científica”. Es así que esta tesis es a la vez muchas personas.
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Mi “vida mexicana” ha sido parte integral de esta tesis (me pregunto cuán distinta hubiera
sido si la hacía en otra parte). Quiero agradecer en especial a Stanislaw Iwaniszewski por su
amistad y su siempre buena disposición para debatir cualquier cosa -la mayoría de las veces
con agradable ironía pero siempre con sapiencia. Lo dije para la tesis de maestría y lo
vuelvo a repetir, “Esta tesis no sería lo que es si no fuera por su capacidad intelectual,
didáctica y profesional para transmitir conocimiento”. Y junto al maestro están, por
supuesto, mis compañeros y amigos del doctorado: Julio Amador, José Luis Punzo, Víctor
Arribalzaga, Lucero Gutiérrez, Paty Castillo, Araceli Rivera y Rafael Zimbrón. A ellos, mi
reconocimiento y amistad por compartir tantas jornadas agradables dentro y fuera del salón.
No puedo dejar de mencionar a quienes ya han trascendido el ámbito académico: a Agustín,
por tu verdadera y sincera amistad; a Enrico, porque me encanta como nos entendemos en
nuestras profundas y filosóficas pláticas; a Roberto, porque nunca dejaste de estar.
Quiero dedicar un agradecimiento especial a María Isabel Hernández Llosas por ser, en
primer lugar, la “culpable” de mi inocente visita a México allá por noviembre de 2002 (la
“culpa” de mi permanencia aquí ya cae sobre mis hombros), pero fundamentalmente por ser
quien me inició en el maravilloso mundo del arte rupestre estando aún en la Argentina, y
por su permanente apoyo hasta el día de hoy, como parte del jurado de mi tesis doctoral. Al
resto del jurado: Blas Castellón, Sergio Suárez, Luis Arturo Jiménez, Carlos Viramontes y
Carlo Bonfiglioli, además de Stanislaw Iwaniszewski, mi más sincero agradecimiento por
la lectura y evaluación de este trabajo.
Quiero expresar mi eterna gratitud a la familia López del Rancho La Pintada, Sonora, por
haberme cobijado, orientado, transportado y alimentado en los días y noches que pasé allí
con motivo de esta investigación. En especial a Soledad y a Juan por las largas charlas, el
delicioso café y las incomparables quesadillas y guisados que supieron brindarme en cada
momento. Sin su apoyo constante y desinteresado este trabajo no hubiera sido posible.
Esta tesis –y la supervivencia misma de quien suscribe- fue realizada gracias al aporte
económico de la Beca Doctoral CONACYT, así como al financiamiento otorgado por
National Geographic Society en colaboración con el Waitt Institute for Discovery.
Asimismo, debo agradecer al “Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e
Innovación Tecnológica de la Universidad Nacional Autónoma de México (PAPIIT),
proyecto IN402310, por el apoyo otorgado en el marco del seminario “La Humanidad
compartida. Procesos de identificación y diferenciación ontológica en el México de ayer y
de hoy”.
Los errores y desaciertos en los que pude haber incurrido son absoluta responsabilidad de
mi persona.
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I. INTRODUCCION
¿Por qué la gente del pasado pintaba la roca? ¿Por qué pintaban en tal o cual lugar y no en
otro? ¿Quiénes o qué cosas estaban involucradas en el acto de pintar la roca? ¿Qué hay en
las figuras, y en el lugar en donde fueron pintadas, que nos hable de la gente que las
realizó? ¿Qué subyace a las pinturas rupestres? ¿Qué mundo encierran? Estos interrogantes
se podrían resumir en uno muy simple: ¿Qué hay más allá de lo evidente?
Esto me condujo, en primera instancia, a indagarme acerca de nosotros mismos, esto es, a
analizar las categorías y conceptos propios de la tradición intelectual occidental. Se trata de
categorías y conceptos que por sernos familiares nos permiten “describir” con cierta
facilidad una realidad social que siendo ajena a la cultura occidental pretendemos explicar.
Sin embargo, este tipo de apropiación conceptual no solo niega la enorme diversidad
cultural y ontológica de la humanidad sino que, durante mucho tiempo, tendió a destinar a
las sociedades no occidentales y pre-modernas “a ocupar un estadio inferior de desarrollo
respecto a Occidente”. Para entender la manera en que los grupos del pasado se concebían
a si mismos y al mundo que les rodeaba -humanos, animales, lugares o cosas- sin hacerlo
desde categorías y conceptos ajenos a ellos, era necesario hacer un ejercicio deconstructivo
de nuestros propios parámetros ontológicos. Hacer una revisión critica de los conceptos a
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utilizar permite ver con mayor claridad que nuestra forma de ser en el mundo es solo una
más en la historia de la humanidad. Con ello es posible apreciar el gran potencial que tiene
para la arqueología –como para la antropología, la filosofía o la historia- adentrarse en el
estudio de los objetos a partir de las diversas formas de ser en el mundo.
Así, para analizar al objeto arqueológico desde su propio horizonte debía indagar primero
en la manera en que nosotros (investigadores occidentales de la modernidad tardía)
entendemos al objeto. Por default, esta búsqueda conduce a indagar no solo en la manera
en que nosotros nos entendemos a nosotros mismos (como personas, como humanos, como
individuos, como sujetos), sino también a analizar la forma en que nos relacionamos con el
mundo de los objetos. Así, era fundamental entender que el discurso epistemológico
articulado por Descartes en la Europa del siglo xvii había marcado el camino para el
surgimiento sin precedentes de una condición de alienación.
De este modo, conceptos tales como mente y cuerpo, sujeto y objeto, cultura y naturaleza,
significado y materia fueron adoptando el sentido de categorías binarias y opuestas, al
tiempo que fundaban las bases del pensamiento moderno. De más esta decir que muchas de
las interpretaciones que siguen el sentido común de la modernidad de manera acrítica
tienden a mantener una distinción a priori entre personas y cosas, materia y significado,
representación y realidad. En estos casos, se asume que las personas en el pasado se
concebían a sí mismas como lo hacemos nosotros, esto es, como individuos autónomos,
limitados por un cuerpo físico e indivisible y beneficiados por una mente racional que los
separaba del resto del reino animal. Al mismo tiempo, queda implícito que los significados
solo pueden ser abstracciones, ideas que circulan alrededor de un material previamente
desprovisto de significado. Desde esta lógica, el significado puede estar adherido, impuesto
o inscrito en la cosa, pero siempre será distinto a la cosa misma.
Ahora bien, al advertir que el dualismo ontológico no es universal y que, por cierto, tiene
pocos años de existencia, la pregunta formulada más arriba, esto es, ¿qué hay más allá de
lo evidente?, toma otra connotación; ahora, “lo evidente” refiere a nuestro horizonte y lo
“más allá” a un horizonte que al menos no es nuestro. En otras palabras, si las cosas que
estudiamos no pueden ser entendidas directamente de la manera en que nosotros lo
hacemos, cómo podemos acceder a ellas. De esto se deriva que si las sociedades que
estudiamos no vivieron la Ilustración, ni el humanismo filosófico, ni la Revolución
Francesa, ni han tenido a un Descartes, a un Hobbes o a un Darwin entre sus filas, entonces
tampoco podemos asumir el mismo tipo de relación sujeto-objeto, ni que objeto y sujeto
existan como tales. Este tipo de cuestionamientos apenas está siendo considerado en la
investigación arqueológica.
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poder de curar o que los animales hablaban con el cazador para permitirle o no ser cazados,
o que tales cantos eran el habla de los espíritus trasmitidos a los iniciados, no estaban
inventando cosas o haciendo “interpretaciones imaginativas de la realidad” sino que
estaban hablando desde otros parámetros ontológicos, y por lo tanto era necesario empezar
a escucharlos. El mundo de las cosas –artefactos, animales, lugares, palabras, astros, rocas-
comenzaba a tomar la palabra y a mostrar también su subjetividad y agencia.
Uno de los problemas para explicar este tipo de fenómeno -conocido como animismo- ha
sido sin embargo, la forma de cuestionarse acerca de ellos. Cuando uno se pregunta ¿por
qué los grupos tienden a impregnar a los objetos materiales de propiedades no materiales?
(espirituales, por ejemplo), lo que hace es seguir separando lo material de lo inmaterial.
Más bien, diría Holbraad [2009] habría que considerar que sea cual sea la cosa animada, es
posible que ésta no sea ciertamente un “objeto material”, y que por ende tampoco esté
impregnada de “propiedades inmateriales”. En este sentido, el punto de partida sería tratar
al significado y a la cosa como una sola identidad, en donde el significado no es
“adherido” a la cosa sino que es idéntica a ella [Henare et.al., 2007: 3-4].
En este libro analizaré diversos estudios etnográficos cuya meta principal es indagar en la
subjetividad de las “cosas” desde esta alternativa ontológica en donde objeto y significado
son una y la misma cosa. Como se verá a lo largo del trabajo, la subjetividad (definida
también como espiritualidad, agencia, alma, intencionalidad, poder, personeidad, etc.) no
refiere aquí a algo adherido o agregado al objeto, sino a la cosa misma en tanto actante [v.
Latour, 2008]. Abordar el estudio de las cosas desde esta alternativa me llevó a indagar en
la teoría de la agencia, pero de una agencia revisitada.
Así, más que explicar o interpretar el fenómeno animista, el análisis ontológico nos invita a
la tarea de conceptualizarlo. En este sentido, no trataré de descifrar el significado de las
pinturas rupestres sino de conceptualizarlas en el marco de una ontología relacional. En
efecto, la mayoría de los autores inmersos en este “vuelco ontológico” se alinean con
tendencias anti-Cartesianas con el fin de superar el dualismo y sustantivismo ontológico
que caracteriza a la modernidad. El enfoque relacional abordado aquí implica que todas las
entidades en el mundo (organismos y cosas) están en un continuo hacerse, esto es, que las
identidades y propiedades de las entidades se definen a través de las relaciones que
entablan.
Desde este enfoque, las pinturas rupestres dejan de ser consideradas como elementos fijos
y pasivos, representaciones materiales de significados inmateriales, para ser concebidas
como entidades activas y dinámicas involucradas en una red de relaciones en cuyos
contextos de interacción tienen injerencia. Dado que las pinturas y las personas no
interaccionan en el vacío sino en contextos y lugares particulares, es que abordé su estudio
en el marco de la arqueología del paisaje. El enfoque relacional con el que pretendía tratar
al estudio del paisaje me llevó naturalmente hacia la fenomenología, esto es, a considerar
el movimiento del cuerpo en el entorno. Esta postura no solo diluye la dicotomía cultura-
naturaleza sino también evita el distanciamiento ontológico de las posturas espaciales
tradicionales.
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De este modo, la arqueología del paisaje desde la fenomenología (hermenéutica) y la teoría
de la agencia (revisitada) me sirvieron como heurísticas para plantear el estudio de las
cosas desde un trasfondo ontológico relacional. La pregunta obligada sería entonces la
siguiente: si la fenomenología y la teoría de la agencia surgen del pensamiento occidental,
¿cómo podemos utilizarlas para estudiar otras ontologías? ¿no terminamos imponiendo la
tradición intelectual occidental por sobre los casos nativos? La respuesta es relativa
dependiendo de cómo se manejan tales aproximaciones en cuanto a adoptar o no una
postura crítica frente a ellas, algo que discutiré a lo largo de este trabajo.
Habiendo introducido al tema, pasaré a hacer una descripción sumaria de los capítulos que
componen este trabajo. En el siguiente capítulo, capítulo ii, haré una presentación general
de la región de estudio enfatizando principalmente en las características ambientales de la
desértica planicie costera para luego centrarme en la Sierra Libre, área principal del
presente estudio. Esto se verá complementado con el capítulo iii. En este capítulo
recorreré brevemente la interesante historia de la región empezando por los primeros
contactos de los grupos nativos con los europeos a través de los que nos aporta la
información etnohistórica. Asimismo, describiré las principales características de los
grupos seris o comca’ac a partir de los estudios etnográficos realizados a lo largo del siglo
xx.
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estos enfoques se despliega en el siguiente capítulo.
El capítulo v comprende así tres sectores, el primero está dedicado a la identidad y con
ello a una revisión de los conceptos y categorías con los que se suele trabajar en
arqueología. A continuación, me centro en los estudios sobre la agencia, en las distintas
posiciones que ha habido desde los inicios de esta propuesta teórica, en su vinculación con
la noción de persona y cuerpo a través de la revisión de diversos casos etnográficos y en la
incorporación de las “cosas” como entidades activas. La tercera sección de este capítulo
esta dedicada a la arqueología del paisaje. Allí haré una revisión crítica de las principales
posturas antes de proponer un esquema de análisis que incorpore la acción comunicativa.
En el capítulo vi ingreso al mundo del arte rupestre, iniciando por un breve recorrido de
las distintas posturas con las que se lo ha estudiado, para posteriormente presentar las
estrategias y herramientas analíticas que se seguirán en esta investigación. Al final de este
capítulo presento una síntesis descriptiva del arte rupestre de las zonas de estudio. Esto me
da pie para pasar al siguiente capítulo, el capítulo vii, dedicado específicamente al trabajo
de campo. En este capítulo hago una descripción sitio por sitio con especial hincapié en las
características del arte rupestre, del lugar y del entorno que rodea a cada uno. El análisis y
la discusión de la información registrada en campo forman parte del capítulo viii. En este
capítulo se analizan las observaciones realizadas en campo a partir de los elementos
conceptuales discutidos en los capítulos anteriores y enlazados dentro de la propuesta
metodológica que se presenta en esta obra. Finalmente, el capítulo ix corresponde a las
conclusiones del trabajo.
El actual estado de Sonora posee un medio ambiente variado determinado, entre otros
factores, por la topografía, los sistemas fluviales, la vegetación y la temperatura. Desde el
punto de vista geográfico se extiende hacia el oeste una gran planicie costera más ancha al
norte que al sur y con características de ambiente desértico. Hacia el este, en cambio, la
altura va en aumento hasta llegar a la Sierra Madre Occidental con condiciones climáticas
diferentes, esto es mayor cantidad de lluvia y una vegetación más densa y alta.
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Mapa 1: Planicie central de Sonora
En la porción norte de la costa central el paisaje esta dominado por la Sierra Seri, una
cadena montañosa que corre paralela a la costa. Varios macizos montañosos más pequeños,
generalmente de origen volcánico, salpican la línea de la costa. Al norte, y al oeste de la
Sierra Seri, se destaca el Cerro Tepopa, mientras que al sur sobresalen la Sierra Prieta o
Sierra Libre–área de la presente investigación- y el Cerro San Nicolás, adyacentes a Bahía
Kino y Cerro Tastiota. Al este de la Sierra Seri se abre el Desierto Encinas, una extensa
planicie aluvial que se extiende al interior de Sonora. Al sur del Desierto Encinas, entre
Bahía Kino y Estero Tastiota se extiende otra planicie aluvial denominada Llanos de San
Juan Bautista, caracterizada por un suelo muy fino que se vuelve barroso durante la
temporada de lluvias. Hasta mediados del siglo xx el área estaba dominada por bosques
bajos de mezquite. Además del mezquite destacan densos parches de cardón (Pachycereus)
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y de sahuaro (Carnegiea). De acuerdo a Felger y Moser [1985: 99], esta zona fue
probablemente la mayor productora de recursos terrestres de la región seri. A pocos
kilómetros al este se extiende la Sierra Libre o Sierra Prieta.
Aridez y precipitación
La aridez del medio está íntimamente relacionada con un bajo índice de precipitación
anual. El patrón de precipitación esta caracterizado por su estacionalidad, con una media
anual baja y una marcada fluctuación en la pluviosidad tanto estacional como anual. Las
lluvias de verano se dan principalmente entre julio y septiembre coincidiendo en gran parte
con la época de temperaturas más elevadas, lo que da por resultado un excesivo rango de
evaporación. En pocas palabras, todas las aguas que corren terminan siendo absorbidas por
las secas arenas de las planicies, o bien se evaporan por las altas temperaturas. Por tal
motivo, los arroyos permanecen secos la mayor parte del año, y el agua es muy escasa
especialmente en los meses de abril y mayo. Con relación al río Sonora, el Padre Adamo
Gilg decía en 1692 que “el río que cruza este país tiene algo raro, pues en varios sitios,
especialmente en el verano desaparece en la tierra para aparecer después de un tiempo otra
vez”, siendo ésta una buena descripción del curso final del río Sonora que se va perdiendo
en el desierto costero [Montané, 1996: 153]. Debido a estas características ambientales, las
lluvias de invierno resultan más beneficiosas ya que al tener temperaturas más bajas la
evaporación es menor [Bowen, 1976: 14-18]. De este modo, durante la estación húmeda de
invierno y en menor medida en el verano, las vías fluviales de las sierras son ocupadas por
veloces torrentes que recorren largas distancias por las planicies. En cambio, durante las
sequías normales, los torrentes se reducen a arroyuelos o a extensos arenales.
De acuerdo a McGee [1980 (1898): 45], la inclinación natural hacia el sudoeste como
consecuencia del levantamiento de la Sierra Madre y de las Rocallosas meridionales, ha
fortalecido las corrientes que fluyen hacia el sur y paralizado las que corren hacia el norte y
este.
Fuentes de agua
Las playas o lagos secos acumulan agua durante las lluvias de verano y por lo tanto deben
haber sido fuentes de agua significativas tanto para humanos como para animales. Una de
las más importantes es Playa Noriega, el lugar preferido para la caza por los actuales
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grupos seri. Pero las fuentes de agua más importantes para estos grupos han sido las tinajas
y los manantiales. Las primeras son depresiones en la roca madre que sirven para captar el
agua de lluvia, y pueden estar lo suficientemente protegidas como para ser permanentes,
aunque la mayoría conserva el agua por periodos cortos de tiempo. Los manantiales
aparecen dispersos a lo largo de la costa central, y aunque pueden ser permanentes la
mayoría son intermitentes [Bowen, 1976].
Flora y fauna
De acuerdo a Felger y Moser [1985], los seris actuales tienen nombres para muchas de las
plantas y animales de su territorio. Respecto a las plantas, los autores registraron 427
nombres seri y aseguran que, dependiendo de la región en donde vive, una persona o grupo
puede conocer los nombres de 350 a 400 plantas. Sin embargo, dado que los 427 nombres
seri de plantas representan aproximadamente 411 especies botánicas, es posible, de
acuerdo a los autores, que los seris tiendan a sobrediferenciar a las plantas y probablemente
también a los animales, especialmente a los más importantes como la tortuga marina, el
venado y ciertas choyas, aunque también es probable que reconozcan micro-razas o
poblaciones desconocidas para los biólogos [Felger y Moser, 1985: 61].
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La fauna característica de la región también es muy variada, y al igual que la flora, se trata
de especies adaptadas a las condiciones del riguroso clima desértico. Entre éstas los seris
utilizaban un amplio rango de mamíferos y reptiles como alimento, desde el venado cola
blanca y bura, jabalí, borrego cimarrón, conejos, liebres, roedores y aves, hasta varias
subespecies de iguanas y la tortuga del desierto. El potencial marino es enorme en recursos
alimenticios, destacando especialmente la caguama o tortuga marina, los moluscos, el trigo
marino, las aves y los mamíferos. Estos recursos son generalmente abundantes durante
todo el año siendo un excelente complemento de los recursos terrestres. Las caguamas o
tortugas marinas constituían la parte más importante de la dieta seri. Estos grupos conocían
y explotaban las cinco especies de tortuga marina que habitan en las costas del Pacífico,
con un acento fundamental hacia las tortugas verdes o cara prieta (Chelonia mydas), de las
cuales distinguían ocho tipos diferentes [Felger y Moser, 1985: 47].
Finalmente, el golfo de California añade una dimensión muy importante de flora y fauna a
la costa central. Además de los mamíferos marinos y las aves, el golfo provee una gran
diversidad de peces y tiburones, moluscos y crustáceos. Muchos de estos organismos
habitan en la zona intermareal donde son fácilmente accesibles al ser humano. Así por
ejemplo, la vasta presencia de concheros o concentraciones de conchas marianas a lo largo
del litoral de la costa central, señala la importancia que los moluscos representaban en la
dieta de estos grupos [Bowen, 1976: 87]. Por tal motivo, el golfo de California es
considerado como un ecosistema de gran importancia por su enorme diversidad ecológica
y ha sido fundamental para la subsistencia de los grupos humanos.
Rodeando la carretera que une a Guaymas con Hermosillo existe una serie de elevaciones o
sierras formadas por rocas ígneas. Estas elevaciones alcanzan alturas de poco más de 1000
metros sobre el nivel del mar, aunque rápidamente decrecen hasta alcanzar una altura
promedio de 300 metros. El área de estudio, cañón del Tetabejo y cañón del Abolio, se
ubica en el sector nor-noroeste de la Sierra Libre, también conocida como Sierra Prieta o
Cerro Prieto, distante aproximadamente 50 km de la costa a la altura del estero Tastiota, y
única vía natural a través de la cadena montañosa que se extiende de Hermosillo a
Guaymas (Mapa 2).
La Sierra Libre, como las otras sierras de la región, es de origen volcánico. En su interior
existen grandes yacimientos de basalto negro, opalita y obsidiana lo que habría sido un
importante atractivo para cualquier grupo humano [Robles, 1974]. Asimismo, es posible
ubicar una gran cantidad de tinajas o depresiones en la roca en donde se junta el agua de
lluvia, y las cuales se llenan durante las lluvias torrenciales de verano y se recuperan con
las “equipatas” de invierno. Las tinajas suelen formarse en profundas hendiduras o grietas
en el cerro lo que hace que en la mayoría de los casos aparezcan rodeadas por altos
paredones.
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fierro, torote, rama blanca, jito, guayacanes, zacate, etc. La disponibilidad de agua y
consecuentemente de recursos vegetales y animales, además de la presencia de importantes
fuentes de materia prima lítica, habrían sido de vital importancia para los grupos que se
movilizaron por esta parte de la planicie costera.
Mapa 2: Sierra Libre, también conocida como Sierra Prieta o Cerro Prieto
Este macizo montañoso fue descrito por Juan Nentuig en 1764 en El rudo ensayo al hacer
referencia al principal refugio de los seris durante las incursiones militares mexicanas:
“ Su principal abrigo es el famoso Cerro Prieto , al poniente de San José de los Pimas, 12
leguas; y 12 casi al sur de Pitic; y del mar, como 14 leguas al oriente; y de la boca del río
Yaqui, al norte, 30 leguas. Dicho cerro es un agregado de muchos cerros que hacen un
conjunto de una fortaleza, casi incontrastable, con innumerables cortaduras que hizo
naturaleza por medio de unos cajones o barrancas profundísimas, que no se pueden pasar a
caballo para dar alcance al enemigo, aunque éste vaya vencido, sino por muchas vueltas y
rodeos; y entretanto ya el seri se halla remontado en alturas y picachos inexpugnables.”
[1977: 81]
A continuación, refiere a algunos de los cañones del Cerro Prieto en donde los seris se
guarecían:
“ Los cajones más nombrados, dejando otros de menos nombre; son: el del Cossari , que
mira para el oriente; el de Rodríguez , para nordoeste, el Cajón Grande , a nornoroeste; el
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de la Palma, casi al norte; el de Cara Pintada , al norueste; el de Otates , al uesnorueste; el
de la Nopalera , al poniente; el de las Avispas , al uestsudueste; la Ciénaga , al sudueste.”
[1977: 81]
El aquí citado cajón de Otates corresponde al cañón del Tetabejo, mientras que el de la
Nopalera refiere al cañón del Abolio. Las evidencias de ocupación poscolonial
especialmente en el Tetabejo se manifiestan, en parte, en la presencia de numerosas
pinturas rupestres que representan particularmente jinetes a caballo y ganado vacuno. Por
su parte, el cajón de Cara Pintada corresponde al cañón de La Pintada, ubicado
inmediatamente al norte del Tetabejo y el cual ha recibido mayor atención por sus
magníficas pinturas rupestres. En el capítulo siguiente relativo a los antecedentes de
investigación en el área haré referencia a los estudios que se han realizado en ese sector de
la sierra.
Mapa 3: Extracto del “Mapa de la frontera del Virreinato de Nueva España nuevamente
construido por el ingeniero don Nicolás de Lafora”, 1771 [tomado de Hers et.al 2000].
III. ANTECEDENTES
1. Etnohistoria y Etnografía
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calidad de estos grupos nómadas aunque es muy poca la información que dichas fuentes
proporcionan. Sin embargo, se sabe que estos cazadores, recolectores y pescadores no eran
un solo grupo unificado como se los conoce hoy en día bajo el nombre de seris, sino varias
bandas diferenciadas.
A fines del siglo xvi los jesuitas se dirigen al noroeste de México y para las primeras
décadas del siglo xvii ya están en el desierto de Sonora. Los intentos de los jesuitas para
lograr la sedentarización de estos grupos fueron prácticamente infructuosos. Recién en
1679 logran establecer entre los Tepocas la Misión de Nuestra Señora de Pópulo, en las
cercanías de Horcasitas, a cargo del misionero jesuita Juan Fernández, quien poco tiempo
después es removido y la misión abandonada. Años más tarde, en 1688, se estableció el
padre Adamo Gilg para congregar nuevamente en Nuestra Señora de Pópulo a un grupo
seri. La carta que el misionero escribe a sus superiores en 1692 es una de las primeras
fuentes de información sobre los seris. Si bien esta carta es en realidad un resumen de las
frustraciones e intentos fallidos para establecer y hacer permanente la misión del Pópulo,
da una visión general de estos grupos documentando por primera vez algunas de sus
costumbres, creencias y comportamientos.
Además de la falta de apoyo de los soldados a las misiones, los problemas que debían
enfrentar los misioneros para congregar y adoctrinar a los seris no eran pocos. Entre ellos,
Mirafuentes destaca la inclinación general de los seris reducidos a desertar frecuentemente
de los pueblos para volver a sus antiguos dominios; una de las causas más visibles de ello
era la preferencia que concedían a los alimentos que obtenían de la caza y la recolección
por sobre los productos agrícolas. Al respecto, comenta el padre Adamo Gilg que “uno de
mis indios me dijo que estos alimentos [en referencia a lo que ellos cazan y recolectan] son
puros, en cambio los que comen los europeos son malos, particularmente la carne de ovejas
20
y todos los alimentos condimentados” [Montané, 1996: 158].
Otro de los problemas que afectaban a las misiones eran los conflictos interétnicos e
intergrupales de la región, los cuales tendieron a multiplicarse conforme avanzaba la
dominación colonial en la región [Mirafuentes, 2000]. Ya desde finales del siglo xvii, las
diferentes bandas seris se dedicaron a hostilizar a los grupos sedentarios circunvecinos que
se iban incorporando a los establecimientos misionales fundados a los largo de los ríos
Yaqui, Sonora y San Miguel. Aislados del resto de la población nativa por esos
establecimientos, los seris tendieron a adquirir por medio del robo lo que antes obtenían
del intercambio. Tales acciones de robo, atraco o pillaje causaban, a menudo, estragos en
los ranchos y en los asentamientos de los españoles. Éstos no tardaban en responder con
persecuciones y represalias militares.
21
Mapa 4: Costa Central de Sonora en los siglos xvii y xviii . Misiones y Presidios
Hacia el 1700 se inician las hostilidades contra los seris de manera sistemática, lo que lleva
paulatinamente a la disminución numérica del grupo, así como a su mayor dispersión por
toda la costa central. En abril de 1750 seis padres jesuitas junto con el Gobernador de la
provincia firmaron un documento donde declaraban oficialmente el fracaso en la
conversión de los seris. Esto dio pie a una serie de campañas militares de exterminio contra
los seris, especialmente en la Isla Tiburón, a lo que estos grupos respondieron con un
violento ciclo de vendettas e incursiones a las rancherías establecidas dentro de su
territorio. En este contexto, y poco antes de la expulsión de los padres de la Compañía de
Jesús de las provincias de la Nueva España, los seris y los militares europeos estuvieron
enfrascados en una guerra abierta. En el periodo comprendido entre 1750 y 1770 la guerra
de exterminio encabezada por Parilla los obliga a refugiarse en la Sierra Prieta, desde
donde mantuvieron en jaque a la provincia de Sonora asaltando las diligencias que
transitaban en la ruta Pitic (Hermosillo) – Guaymas. Al mando del coronel Domingo
Elizondo, los soldados de la expedición pasaron más de tres años a caballo para conseguir
una paz relativa, lo que no se consiguió sin dificultad. El proceso de pacificación tomó más
de veinte años y requirió la más grande movilización militar llevada a cabo en la historia
de la Sonora colonial. Al decir de Thomas Sheridan, el prolongado conflicto entre
españoles y seris no se debió a la falta de familiaridad entre ellos, por el contrario,
españoles y seris entendieron muy bien que eran demasiado distintos, y simplemente
fallaron en acordar cual debía ser la forma apropiada de comportarse [Sheridan, 1999 en
Bowen, 2000: 445].
La primera mitad del siglo xix, marcada por las guerras yaquis y la independencia
mexicana, no implicó cambios significativos por lo que las relaciones entre seris y
mexicanos continuaron alternándose entre momentos de treguas difíciles de sostener y
periodos de mutua violencia. Durante este tiempo, los seris se vieron obligados a
replegarse cada vez más hacia el inhóspito desierto con el fin de aislarse de blancos y
mestizos.
Hacia mediados del siglo xix, los rancheros mexicanos comienzan a invadir la zona
costera. En 1844 Pascual Encinas estableció el rancho Costa Rica en el área conocida
como Siete Cerros. En un principio intentó establecer relaciones con los seris acampados
en las cercanías del rancho para utilizarlos como mano de obra. Sin embargo, dado que el
ganado de Encinas bebía en los mismos aguajes y se alimentaba en algunos de los terrenos
en donde los seris cazaban y recolectaban, no tardaron en ser incorporados a la dieta de
éstos. Además de ello, los seris siguieron incursionando ocasionalmente en su rancho para
tomar cualquier cosa que les fuera útil ya que consideraban que éste estaba dentro de su
territorio. Ante estos hechos Encinas les declaró la guerra, conocida como “las guerras de
Encinas”. Se cree que entre mediados de los 50 y mediados de los 60 del siglo xix los
Encinas acabaron con la mitad de la población seri. Para ese entonces había muy pocos
seris para sostener la organización de bandas por lo que muchos de los sobrevivientes se
unieron en un único grupo denominándose a sí mismos Comca’ac.
Pocos años después de estos hechos, específicamente en 1894 y 1895, el etnólogo William
22
McGee visita Sonora y escribe su extensa monografía sobre los seris como producto de dos
cortas temporadas en el área, convirtiéndose en el primer estudio etnológico de estos
grupos. Si bien se le ha cuestionado el hecho de que nunca estuvo en contacto con los seris
en su propio territorio sino con un grupo marginal asentado en los alrededores del Rancho
Costa Rica, y de que sus principales informantes tenían largo tiempo viviendo entre los
rancheros del área, su obra ofrece valiosa información acerca de su cultura material, su
medio ambiente, sus patrones de producción y de consumo, sus descripciones lingüísticas,
etc.
En las primeras décadas del siglo xx la población seri, que había quedado replegada en la
zona costera y la Isla Tiburón, siguió viviendo de la caza, la recolección y la pesca.
Durante este tiempo se siguieron sucediendo esporádicos incidentes de violencia con los
pescadores mexicanos que empezaban a aparecer en el área. A finales de la década del 30
la economía seri había comenzado a girar hacia la pesca comercial y las relaciones con los
mexicanos empezaban gradualmente a estabilizarse.
Fue en 1930 cuando el antropólogo Alfred Kroeber visita el área y publica un año más
tarde su monografía The Seri [Kroeber, 1931]. En ella presenta algunos aspectos
relacionados a su tradición histórica, formas de subsistencia y tecnología, así como
cuestiones relacionadas a la mitología y religión, chamanismo, tabúes, juegos, danzas,
cantos, calendario y astronomía. Sostiene que los seris no son una tribu sino el remanente
consolidado de una serie de grupos dialectalmente distintos. Tales dialectos sin embargo,
provienen del Yumano, procedente de California y Baja California, a diferencia de sus
vecinos inmediatos –Cahita, Pima, Opata, etc- cuyas lenguas pertenecen a la línea Uto
Aztecas. Asimismo, rebate algunas de las ideas propuestas por McGee, especialmente en lo
referente a los sistemas de parentesco y a la supuesta matrilinealidad, planteando que más
bien se trata de grupos con linajes patrilineales.
Entre los años 1955 y 1956 realiza su trabajo de campo el antropólogo William Griffen, de
la Escuela de Estudios Inter-americanos, del cual resulta su trabajo Notes on Seri indian
culture. Sonora, México, publicado en 1959. Dado que durante la década del 50 los
contactos con mexicanos y extranjeros se habían intensificado, tanto su trabajo como el de
Kroeber resultan de vital importancia. 1 Por aquellos años la tradición oral aún recordaba
los nombres de siete bandas. Si bien los seris ya estaban replegados hasta la costa y la Isla
Tiburón, la gente de mayor edad relataba cómo aquellas bandas se desplazaban tierra
adentro hasta la zona de Pitic (Hermosillo). En su monografía el autor trata temas sobre la
tecnología y cultura material, la organización social y económica, así como la recreación y
la religión. En este último aspecto introduce elementos importantes acerca de las prácticas
de iniciación chamánica y su relación con las danzas y cantos seris, así como de su
mitología. Asimismo, describe el sistema de intercambio amak, en el que cada familia tiene
una especie de sponsor destinado al desarrollo de ciertas prácticas rituales consideradas
peligrosas por la presencia de las fuerzas espirituales. Su trabajo resulta ser un aporte
sumamente importante acerca de los seris de mediados del siglo xx.
En los años cincuenta, el control ejercido por los mexicanos sobre la industria pesquera del
Desemboque, 2 se caracterizó por las constantes injusticias y negociaciones desventajosas
23
cometidas contra los seris, lo que intensificó la crisis alimentaria, sanitaria y laboral. Sin
embargo, una crisis de otro tipo llegaría para sacudir los cimientos de la cultura seri: “El
embate misional tanto del Instituto Lingüístico de Verano como del Comité de la Sociedad
de Amigos y el de la Iglesia Apostólica de la Fe en Cristo Jesús, dentro de un entorno
económico enrarecido y fracturado por la crisis de la posguerra, sentó las condiciones
necesarias para lograr aquello que siete décadas de esfuerzos misionales jesuitas no
consiguieron tres siglos atrás: la evangelización de los seris” [Rentaría, 2006: 70].
Es así que en 1951 llegan al corazón del territorio seri, Edward y Mary Beck Moser, una
joven pareja provenientes del Instituto Lingüístico de Verano, quienes viven por más de 25
años entre los seris. La pareja se avocó a la difícil tarea de comprender la compleja
fonología y estructura de la lengua comca’ac o cmique iitom. En la medida en que el
conocimiento y dominio de la lengua les fue permitiendo a los Moser acceder a la
intimidad de las dinámicas sociales, comenzaron a desarrollar una vasta obra a la luz de
dos vertientes. Por un lado, realizaron extensos estudios sobre aspectos de la cultura seri a
los que nadie hasta el momento había podido acceder. Tales estudios resultaron en la
publicación de un gran número de trabajos antropológicos sobre la cultura y la
etnobotánica seri, así como del diccionario seri-español. Por otro lado iniciaron un proceso
interno de convencimiento y conversión entre los seris que contrataron para la
investigación de la lengua, en donde los pasajes del nuevo testamento resultaron ser el
principal material del trabajo [Rentaría, 2006: 73-74]. La posterior aparición de otros dos
grupos protestantes –mencionados más arriba- terminó por apuntalar el desarrollo de la
misión de fe. Si bien Griffen fue testigo de las profundas influencias que empezaban a
llegar a la comunidad seri por parte de la Iglesia Protestante, fue el antropólogo William
Smith quien más sostuvo una distancia crítica de los procesos que se empezaban a perfilar.
3
Más allá de la labor evangélica de los Moser, su producción científica es invaluable. Uno
de sus trabajos más importantes y referencia obligada para cualquier investigador
interesado en estos grupos, refiere al estudio de las bandas seri, publicado por Edward
Moser en 1963 (traducido al español en 1976). Gracias al amplio conocimiento de su
lengua, logra definir la existencia de al menos seis bandas históricas las cuales en conjunto
ocupaban, antes de la desintegración social del siglo xix, el área comprendida entre los
alrededores de Empalme y Guaymas al sur, hasta Puerto Libertad en el norte, así como las
islas de Tiburón y San Esteban. Cada una de estas bandas tenía un dialecto y una
territorialidad diferente, aunque éstos deben haber sido permeables y la pertenencia a una
banda flexible y fluida. Además de su larga experiencia en campo, utiliza los informes de
McGee, de Kroeber y de Griffen, aunque sostiene que los últimos dos autores ofrecen
datos más amplios y más exactos. Las seis bandas descritas por Moser son las siguientes:
Banda I: Xíca Hái Ic Cóii (“los que viven hacia el verdadero viento”): Se los menciona
comúnmente como los Tepocas o Salineros. Habitaban un área comprendida entre Puerto
Lobos y Cabo Tepopa, y hacia el interior hasta el río San Ignacio, no obstante llegaron a
establecer campamentos hasta el río Colorado.
Banda II: Xíca Xnái Ic Cóii (“los que viven hacia el viento del sur”): Conocido
24
generalmente como Tastioteño, este grupo se movía por la costa desde Guaymas hasta
Bahía Kino. Es probable que algunos miembros de este grupo se hubieran integrado a la
misión de Belén junto con Pimas y Yaquis. Dentro de este grupo estarían considerados los
Guaymas y Upanguaymas, que fueron otras denominaciones que recibieron quienes
colindaban con los Cahitas.
Banda III: Taheöjc Comcáac (”la gente de la Isla Tiburón”): Esta banda de la designa con
el nombre de Seri o Tiburones. Ocupaban la costa este de la isla Tiburón y la franja costera
adyacente al canal del Infiernillo. Fueron quienes tuvieron mayor contacto con los
europeos.
Banda IV: Heno Comcáac (“la gente del desierto”): Vivían en el interior de la Isla Tiburón
y dependían principalmente de los recursos terrestres aunque ocasionalmente visitaban la
costa.
Banda V: Xnaa Motat (“los que vienen de la dirección del viento del sur”): Habitaron en
torno a los extensos manglares de la costa, en las inmediaciones de Punta Sargento. Es
probable que estos grupos vinieran de algún lugar situado al sur de Guaymas.
Banda VI: Xica Hast Ano Coíi (“los que viven en las montañas”): habitaron en la Isla San
Esteban y en el suroeste de la Isla Tiburón, y fueron los que estuvieron en condiciones de
mayor aislamiento.
Moser señala la presencia de subdivisiones o ihizitim, para tres de las seis bandas (bandas i,
iii y vi), así como diversos movimientos que éstas hacían a lo largo de su territorio. De
acuerdo al autor, la estructura social de las bandas solo podía entenderse con relación a sus
subdivisiones. Estas ihizitim tenían nombres propios, estaban basadas en una descendencia
patrilineal, tenían una residencia patrilocal y estaban asociadas a áreas especificas de
recursos. Asimismo, sostiene que las contiendas internas fueron un factor de importancia
para el establecimiento del sistema de bandas, mientras que las contiendas externas fueron
el factor determinante para su colapso [Moser, 1976]. Para el caso que me ocupa en esta
investigación, rescato la subdivisión 15 de la banda iii. Ésta ocupó el área que
posteriormente fue Villa de Seris, al sur de Hermosillo (actualmente es parte de la ciudad),
aunque con el crecimiento de esta ciudad debieron volver a la Isla Tiburón.
Durante las décadas del setenta y ochenta, Richard Felger y Mary Beck Moser recopilan y
publican en una serie de artículos los conocimientos etnobotánicos de estos grupos,
dándonos a conocer el enorme potencial alimenticio, especialmente vegetal, que existe en
la desértica costa del centro de Sonora, al tiempo que aportan importante información
acerca del uso medicinal de plantas y animales, pigmentos, adornos y vestimenta, etc. El
profundo conocimiento de la flora y fauna local, de sus nombres y utilidades y de los
contextos de participación les permite a los autores indagar en las dimensiones simbólicas
y rituales de ese mundo no humano. Tales conocimientos culminan con una de las obras
más extensas y profundas sobre la cultura y la etnobotánica seri: People of the Desert and
Sea. Ethnobotany of the Seri Indians, publicado en 1985.
25
Numerosos investigadores, nacionales y extranjeros, han visitado a la comunidad seri
desde entonces. Sin embargo, los trabajos de McGee, de Kroeber, de Griffen y de los
Moser siguen siendo las principales referencias, como lo son los aportes de Thomas Bowen
en arqueología, a quien me referiré en la sección correspondiente. A continuación
mencionaré los rasgos más generales de estos grupos.
Normalmente, se asume que el hábitat tradicional de los seris, incluso desde antes de la
llegada de los españoles, era la desértica planicie costera de Sonora, entre Guaymas al sur
y la desembocadura del río Concepción al norte. Hacia el interior las opiniones varían
proponiendo que ocupaban una reducida área adyacente a la costa [McGee, 1980 (1898):
17], o que llegaban hasta Siete Cerros [Kroeber, 1931: 5], Pitic –Hermosillo- [Griffen,
1959: 1], Horcasitas [Nolasco, 1967: 130], o Villa de Seris [Moser, 1976], mientras que
hacia el oeste, además de la costa, todos coinciden en que ocuparon las islas cercanas de
Tiburón y San Esteban. Actualmente se reconoce que su territorio se extendía desde la
desembocadura del río Yaqui, al sur, hasta la del río Concepción al norte. Por el este
alcanzaba las márgenes del río San Miguel, y por el oeste la costa, incluyendo la Isla
Tiburón. Al parecer, la Isla San Esteban fue ocupada tardíamente, empujado por la presión
de los españoles y luego del gobierno mexicano [Bowen, 2000].
Para comenzar con la pesca, ésta se realizaba en los manglares que yacen a lo largo de
varias partes del litoral, donde atrapaban todo tipo de peces y jaibas, así como mar adentro,
donde arponeaban desde sus pequeñas balsas de carrizo, peces, leones marinos y sobre
todo tortugas marinas. El alimento más destacado de la dieta seri era la caguama o tortuga
marina la cual abunda en todo el golfo de California. Los seris conocían y explotaban la
cinco especies de tortuga marina que habitan en la región con especial énfasis en las
tortugas verdes o cariprietas (Chelonia mydas), de las cuales distinguían ocho tipos
26
diferentes de acuerdo a la edad. Sobre el tema de las tortugas marinas profundizaremos
más adelante. Finalmente, los moluscos y crustáceos estaban también presentes en la dieta
de los seris. Las aves acuáticas ocupaban un lugar importante entre las presas seri
preferidas, siendo el ave más destacada el pelícano. De acuerdo a McGee, la caza del
pelícano era un proceso colectivo muy bien organizado.
Respecto a la fauna terrestre se cazaban venados bura y cola blanca, antílopes, borregos y
jabalíes, y se recolectaban tortugas del desierto, liebres, serpientes, lagartos, varias especies
de roedores, insectos y pájaros incluyendo halcones y lechuzas. De acuerdo a Felger y
Moser, los seris utilizaban más de 94 especies de plantas como alimento incluyendo el
trigo de mar (zostera marina). No obstante, uno de los principales recursos correspondía al
fruto más característico de los desiertos, la tuna. Ésta se da en todos los cactus de la región
como la pitahaya, el saguaro, la saguesa, la cina y el nopal. Si bien pueden hallarse tunas a
lo largo de todo el año, la cosecha normal tenía lugar a mediados del verano, poco antes de
la temporada húmeda de julio-agosto y duraba algunas semanas.
La familia extensa era el centro de la vida social seri. El complejo sistema de parentesco,
con más de sesenta términos distintivos, una fuerte tendencia a términos recíprocos y
términos que sirven para diferenciar grupos de edad especialmente si son del mismo sexo,
ha dado pie a plantear una estrecha afinidad con los sistemas yumanos de California
[Kroeber, 1931: 9]. Asimismo, existían costumbres de intercambio de obligaciones que
estaban asociadas con el sistema de parentesco. Cada persona tenía la obligación de
compartir tanto bienes materiales como comida. Cuando estaban disponibles, estos bienes
debían ser compartidos con miembros específicos de la familia extensa, quienes estaban
obligados a devolver el tipo opuesto de bienes. Al respecto, cuenta el padre Gilg que “uno
regala todo lo que tiene a un amigo, lo cual ellos consideran un gesto muy importante y les
gusta contarlo. En cambio una persona ahorrativa la desprecian” [Montané, 1996: 157].
Actualmente, el matrimonio entre los seris es monógamo, aunque alguna vez incluyó la
poligamia, al menos durante las mayores hostilidades del siglo xix [Felger y Moser 1985:
6]. De acuerdo a la mayoría de los autores la residencia es patrilineal.
Otro aspecto interesante relativo a las interacciones sociales era el sistema amák. Este
consistía de “diversos roles que eran puestos en práctica en ciertos contextos donde podía
haber peligro sobrenatural” [Griffen, 1859: 42]. Cada familia tenía otra familia que era su
amák, y aparentemente era heredado por línea paterna. Los deberes de la familia amák
consistían especialmente en hacerse cargo de las fiestas de pubertad y de los entierros. En
27
el caso de estos últimos, el amák pintaba sus manos en negro o blanco para evitar los
peligros que implicaba tocar el cuerpo del difunto. Las posesiones más personales del
muerto se enterraban con él, y su casa y su balsa eran quemadas. El resto se convertían en
propiedad del amák quien estaba obligado a devolver el equivalente a la familia del
difunto. Este intercambio eliminaba el poder espiritual que contaminaba las posesiones del
difunto desde el momento en que éste moría [ibid.: 43-44], mientras que el nombre del
difunto se dejaba de pronunciar [Kroeber, 1931]. De acuerdo a McGee, los muertos eran
enterrados con sus posesiones personales y cubiertos con piedras; mientras que tierra
adentro se le agregaban además plantas espinosas. Para el padre Adamo Gilg, en cambio,
los cuerpos eran colocados en los árboles y cubiertos con ramas [Montané, 1996: 155].
Las fiestas ceremoniales o encuentros sociales servían para celebrar una diversidad de
eventos. De acuerdo a Felger y Moser, estos eventos no estaban calendarizados ni eran
previsibles, con el fin de evitar una gran concentración de gente en determinado lugar. 4 En
sus fiestas solían ejecutar danzas y cantos de guerra, de la naturaleza, de nacimiento y otras
relacionadas con los ritos de paso, principalmente con la pubertad. Tales cantos eran
obtenidos de las entidades espirituales con las que se comunicaba el iniciado y eran
consideradas como el habla de los espíritus (más adelante ahondaré al respecto). A lo largo
del siglo xx fueron desapareciendo los rituales asociados al nacimiento, así como el que
celebraba la pubertad entre los hombres. Probablemente, sus últimas derrotas y la invasión
a la isla Tiburón terminaron con la antigua danza de guerra que alimentaba sus espíritus
guerreros [Aguilar, 1999].
Tanto hombres como mujeres usaban pintura facial y corporal y solían tatuarse la cara.
Respeto a esto último, señala Adamo Gilg que los seris “punzan a los niños no únicamente
las orejas y el tabique nasal, sino también las mejillas y la boca con espinas, para que
cuando se acaben de sanar las heridas se queden puntos negros en las cicatrices que sirven
como decoración” [Montané, 1996: 154]. Con relación a la pintura, dice Gilg “Decoran el
cuerpo con toda clase de colores”, y pintan “las mejillas de azul o con la sangre de
animales silvestres” [Ibid. 1996: 155-156]. Si bien en la actualidad la pintura facial parece
tener un sentido puramente estético, en la antigüedad debió haber tenido algún significado
social o ritual importante [Nolasco, 1967]. Al respecto, cabe destacar que la mayoría de los
autores coinciden en afirmar la presencia de personajes asociados al chamanismo [McGee,
1980; Kroeber 1931; Griffen, 1959; Moser y White, 1968; Felger y Moser, 1985; entre
otros]. De acuerdo a Kroeber, la iniciación chamánica tenía lugar en “una cueva en la
montaña” en la cual el iniciado “pintaba un signo o marca en la pared para que se abriera y
él entrara. El espíritu de adentro […], puede ayudarlo o no, si lo hace, golpea al hombre y
entra en su cuerpo. A través de ello el chaman puede curar, [ya que el espíritu dentro suyo
le permitía] ver la causa de la enfermedad en el cuerpo del paciente. El espíritu no es
visible a otros ni puede hablar a través del cuerpo del chaman [Kroeber, 1931: 13]. Al
parecer, aún en la actualidad, ésta es una práctica accesible a cualquier miembro de la
comunidad. Cada persona que desee tener una visión debe seguir un patrón generalizado,
que consiste en estar solo, en ayunas y lejos del campamento. La visión se puede buscar en
una cueva pero también en un círculo de piedras (vision quest), en una choza de ocotillo
construida en la playa, o en el desierto y debe durar cuatro días [Felger y Moser, 1985;
Kroeber 1931].
28
Finalmente, antes de pasar al próximo apartado cabe señalar que la arqueología de la costa
central de Sonora se ha caracterizado por el uso intensivo de la analogía etnográfica, en
tanto que se considera a los actuales Comca’ac como la población superviviente de los que
habitaron este espacio en tiempos prehispánicos [Villalpando, 1992]. Al respecto, se asume
que antes de la llegada de los europeos, el área estaba habitada por grupos cazadores
recolectores que se distinguían claramente del resto de los antiguos pobladores de Sonora,
tanto en el sentido lingüístico como en el modo de vida. Si bien se reconoce que el modo
de vida de los grupos actuales ha sufrido modificaciones con el tiempo, la información
etnohistórica y etnográfica ha constituido un punto de partida y de apoyo de suma
importancia para la interpretación arqueológica de la costa central [Villalpando, 1989].
Vale como ejemplo la extensa monografía, rica en elementos descriptivos, que nos
proporciona McGee mediante la cual nos acerca a la enorme diversidad de materiales
utilizados por estos grupos. Sabemos por ejemplo, que la tortuga no solo proporcionaba la
carne como alimento sino que algunos de sus huesos servían como herramientas, su
caparazón se usaba para cubrir la vivienda, como escudo improvisado, bandeja o cántaro
de urgencia. El pelícano servía como alimento pero también como el principal material
utilizado para la vestimenta y otros menesteres. Las mandíbulas de ave, las espinas y
huesos de pescado y las espinas de cactus eran utilizados como perforadores; los dientes y
cuernos de animales eran empleados como raspadores y, mediante algún proceso, como
elementos cortantes, al igual que las astillas de caña; las conchas marinas tenían una gran
cantidad de aplicaciones, como recipientes de todo tipo, cucharones, o como elementos
para raspar pieles, cañas y tallos, cortar tejidos animales y vegetales, cavar tumbas y pozos,
etc. Los guijarros de playa constituían otro de los elementos de gran utilidad ya que servían
para romper o aplastar conchas y huesos, desgarrar pieles, cortar tendones, moler o triturar
semillas, desarraigar cañas, tronchar árboles y ramas, clavar estacas, y para múltiples fines
asociados a la fabricación de flechas, balsas y jacales [McGee, 1980 (1898)]. A
continuación presentaré los estudios arqueológicos realizados en el área.
2. Estudios arqueológicos
Pocas regiones del noroeste de México y sudoeste de Estados Unidos han recibido tan poca
investigación arqueológica como la costa central de Sonora. Tradicionalmente se conocía a
los sitios de esta costa como depósitos de concha sobre dunas o paleodunas que
presentaban una cerámica dura muy fina, conocida como cáscara de huevo (Tiburón Lisa),
y algunas figurillas de arcilla. La información etnohistórica y etnográfica ofrecía algunos
elementos descriptivos de la cultura material de los grupos que habitaron el área desde la
época de contacto. Sin embargo, se desconocía la asociación entre cultura material y
grupos vivos, la profundidad temporal de éstos últimos, o lo que es más importante, la
dinámica del cambio social y cultural.
Recién a partir de la década del sesenta del siglo xx el área comienza a ser investigada,
especialmente por arqueólogos extranjeros: en 1964 se realiza un recorrido informal por la
zona de Guaymas, lo que lleva a Thomas Bowen a interesarse por la arqueología de la
región. Un año más tarde se une al equipo de William Wesley de la Universidad de
Arizona, quien dirigirá el primer proyecto de investigación sistemática para la costa central
de Sonora. Finalmente, las investigaciones realizadas entre los años 1966 y 1967
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concluyeron en la tesis doctoral de Thomas Bowen, publicada en 1976, siendo uno de los
trabajos más completos sobre la arqueología de la costa central de Sonora.
Bowen [1976: 14], define a la “costa central” como el área arqueológica que abarca tanto
la estrecha franja de la costa sonorense -desde río San Ignacio, cerca del Desemboque de
los seri al norte, hasta Punta San Antonio cerca de Guaymas al sur- como a las islas del
Tiburón y San Esteban. En este sentido, costa central refiere a un área cultural más que
natural, y está definida por la distribución de restos arqueológicos característicos siendo el
elemento más diagnóstico la cerámica Tiburón Lisa [Ibid.]. Si bien los límites que esta área
tiene tierra adentro son difíciles de precisar, sostiene que podrían ubicarse a unos 20 km
gracias a la existencia de algunos sitios con material diagnóstico. Las investigaciones
posteriores han demostrado la presencia de materiales de este tipo mucho más tierra
adentro, llegando incluso hasta Horcasitas por lo que algunos autores sostienen que los
límites al interior fueron variables a través del tiempo [Villalpando 1985]. Al respecto, se
ha incluido a la zona de La Pintada en la Sierra Libre como parte de la Tradición Costa
Central [Contreras, 2007].
En el año 1979 comienza el Proyecto arqueológico Isla San Esteban del cual resulta la
tesis de licenciatura de Elisa Villalpando, así como numerosos artículos aportando
importante información acerca del patrón de subsistencia y asentamiento de estos grupos
costeros.
Si bien hacia las sierras intermedias los trabajos son aún más escasos, hay que destacar que
uno de los más tempranos para toda la región de la planicie costera, tiene lugar justamente
en el área de nuestro interés: el cañón del Tetabejo en la Sierra Libre. Allí mismo, en el año
1956 Walter Taylor excava la cueva del Tetabejo. Sin embargo, lamentablemente no solo
no deja informe en el INAH ni publica los resultados de sus trabajos, sino que además
traslada todo el material de excavación a Estados Unidos, material que por supuesto nunca
regresa. Por tal motivo, solo contamos con el inventario de hallazgos y con escasas
referencias de parte de terceros acerca de sus trabajos en el cañón del Tetabejo. Más tarde,
en el año 1982, Manuel Robles publica un análisis interpretativo de un panel de pinturas
rupestres, de origen claramente poscontacto, plasmadas en un pequeño refugio rocoso
ubicado a la derecha de la entrada a este cañón.
Muy cerca del Tetabejo en la misma Sierra Libre se encuentra el cañón de La Pintada. Para
éste contamos con un poco más de información empezando por el importante trabajo que
en 1961 realizara Miguel Messmacher [1981]. Este investigador desarrolla por primera vez
un estudio sistemático de la gráfica rupestre del sitio La Pintada, lo que dará lugar a su
tesis de maestría. Años más tarde, Manuel Robles junto con un grupo de aficionados a la
arqueología, recorren el área de La Pintada y recolectan material para el Museo Regional
de la Universidad de Sonora aunque aparentemente no dejan ningún reporte escrito de
estas actividades. En el año 1977, Braniff y Quijada realizan un catálogo de sitios
arqueológicos de Sonora en donde registran a La Pintada como SON:0:5:1 [Braniff y
Quijada, 1978].
30
Contreras. El mismo tiene por finalidad tanto la investigación arqueológica del área como
la puesta en práctica de un plan de manejo que permita su protección y conservación dado
que es uno de los sitios más visitados por el turismo.
Las primeras ocupaciones en el área son difíciles de establecer. Al respecto, se cuenta con
evidencias tempranas asociadas a las puntas de tipo Clovis en algunos sitios a lo largo del
río Sonora y del río Matape, en la bahía de Guaymas y en el estero de Tastiota (ver Mapa
1), mientras que en la Sierra Libre se halló un fragmento de este tipo de punta [Robles
Ortiz, 1974]. De igual modo, la ocupación precerámica en la costa central es difícil de
determinar. En muchos de los sitios arqueológicos los depósitos culturales no son
significativamente profundos y es muy probable que los materiales asociados con una
ocupación precerámica se encuentren mezclados con las evidencias de ocupaciones
posteriores [Villalpando, 1992].
En cambio, se considera que la primer cerámica conocida para el área, la Tiburón Lisa, esta
estrechamente relacionada con la cerámica Yumana (Tizon Brown Ware y Lower
Colorado Buff Ware), lo que la estaría ubicando cronológicamente entre 700 y 800 dC
[Bowen, 1976: 91]. Uno de los aspectos que caracteriza a la cerámica Tiburón Lisa,
conocida también como “cáscara de huevo” es la extrema delgadez de sus paredes y el uso
de arena como desgrasante. Además de la cerámica, otro de los materiales que podrían
ofrecer una base cronológica para la presencia de cerámica son los fragmentos de
brazaletes de Glycymeris, ya que piezas muy similares se encuentran en Snakedown entre
el 700 y el 1100 dC, de la región Hohokam [ibid.] y en el norte de Sonora, asociado a lo
que se conoce como Tradición Trincheras. Otro tipo de evidencia que manifiesta contactos
con estos últimos es la presencia de cerámica Trincheras en varios sitios de la costa central
y de las islas [Villalpando, 1992].
El periodo colonial o histórico de la costa central se caracteriza entre otras cosas por un
cambio en la manufactura de cerámica. En este caso, los productores empiezan a utilizar
desgrasante orgánico, especialmente estiércol de caballo o conejo, lo que hace una
cerámica más burda, menos delgada y menos resistente. Más allá de la presencia de los
elementos mencionados es difícil establecer una cronología relativamente precisa, ya que
el resto de los materiales culturales que suelen aparecer en los distintos sitios son muy
semejantes.
31
sobre dunas o paleodunas, con diversos materiales culturales dispersos por el lugar como
cantos rodados sin modificar, lascas, desechos líticos y cerámica fragmentada. Asimismo,
se han hallado metates y manos de moler, morteros, puntas de proyectil y otras
herramientas líticas, y ornamentos en concha como brazaletes, cuentas de collar y
pendientes. De acuerdo a Bowen, los sitios registrados unos 20 km tierra adentro, en
particular los del sector conocido como Playa Noriega, tienen características similares a los
de la costa aunque la presencia de concha es mucho más escasa [1976: 23].
Los estudios arqueológicos realizados en el área de Sierra Libre son, como se dijo más
arriba, realmente escasos. Dentro de esta área, el sitio más conocido es La Pintada debido a
las características del cañón, escarpado y estrecho, y a la presencia de una gran diversidad
de pinturas rupestres. Estas se distribuyen por todo el cañón aunque se concentran
especialmente en dos sectores: asociadas a una tinaja en la parte superior del cañón, y
sobre un paredón sumamente abrupto y de difícil acceso que mira hacia el oeste. Se
destacan una enorme variedad de figuras antropomorfas, zoomorfas y abstractas. Entre las
primeras existen formas naturalistas y esquemáticas, algunas con diseños internos, aisladas
o en grupo, con o sin tocado y a veces portando objetos como armas o emblemas. Las
32
figuras zoomorfas parecen representar venados, reptiles, aves y suelen estar representadas
de manera naturalista. Asimismo, existe una enorme diversidad de figuras geométricas y/o
abstractas, improntas de mano, etc. Finalmente, existen representaciones poscontacto,
caracterizadas generalmente por la figura del jinete a caballo. Las diferencias en estilo y
técnica de ejecución así como la frecuente superposición de las pinturas han permitido
suponer que el lugar fue utilizado en diversas épocas [Messmacher, 1981; Contreras y
Quijada, 1999].
Entre los escasos antecedentes que existen en este sentido para el área, están los recorridos
realizados por el Arizona State Museum en la década del sesenta cerca de La Pintada
donde registran algunos fragmentos de cerámica Tiburón Lisa, además de fragmentos de lo
que podría ser cerámica Pima. Del material recolectado por Manuel Robles y un grupo de
aficionados en los alrededores de La Pintada en 1971, conocemos la escueta referencia que
hace Thomas Bowen en su obra sobre la arqueología de la costa central. Este material
incluye concha, cuentas, figurillas de cerámica del estilo de la costa central, puntas de
proyectil, cerámica incisa de la costa central y pipas de piedra [Bowen, 1976: 51].
Finalmente, Contreras [2007] nos informa acerca de la presencia de cerámica Tiburón Lisa
y Seri Histórica, lítica tallada, fragmentos de concha y morteros fijos. Asimismo, nos
indica que la concentración de materiales arqueológicos en el área permite suponer la
presencia de diversos campamentos estacionales.
A unos 5 km en línea recta al sur del sitio La Pintada se ubica el área de interés de nuestro
estudio, el cañón del Tetabejo. Además de la información etnográfica ya mencionada, las
primeras referencias sobre la arqueología de este sector provienen de mediados del siglo
pasado cuando Walter Taylor excava la cueva del Tetabejo. Como se dijo más arriba,
Taylor no publica los resultados de estas investigaciones por lo que solo contamos con el
inventario de los materiales que aparece en los registros del Smithsonian, así como algunas
referencias que hacen otros investigadores. En el primer caso cabe aclarar que las notas y
registros de la excavación que realizara Taylor en la cueva del Tetabejo solo pueden
consultarse apersonándose en los Archivos del Instituto Smithsoniano en Washington DC,
aunque sí es posible acceder vía internet al inventario de sus archivos. Lamentablemente,
en el inventario solo se enumera la lista de hallazgos sin especificarse ni describirse cada
uno de ellos, salvo en el caso de las puntas de proyectil, que solo menciona el tipo, y en el
caso del material lítico, que lo describe someramente. Entre los materiales recuperados en
la cueva del Tetabejo y registrados en el inventario mencionado se destacan los siguientes:
artefactos en madera, artefactos en hueso, material botánico, artefactos en fibra, cerámica,
33
manos, metates, puntas de proyectil tipo La Palma, Pintada, Escalante, San Luis y Tejunco,
herramientas bifaciales y unifaciales, choppers, núcleos, hachas, perforadores y
ornamentos (no especifica). Llama la atención la ausencia de concha, material que sí se ha
registrado en La Pintada a escasos cinco kilómetros.
Respecto a las referencias provenientes de terceros, Bowen señala que, según lo que le
reportara Taylor en “comunicación personal”, los depósitos culturales de la cueva eran
superficiales y la diferenciación estratigráfica era poco clara. No obstante, registra
cerámica Tiburón Lisa tanto en asociación con cerámica Trincheras como también en las
capas superiores e inferiores a aquella [Bowen, 1976: 66]. Por su parte, David Phillips
[1989], haciendo referencia a los informes de Taylor, agrega que la cueva del Tetabejo era
un área habitacional además de lugar de entierro. Asimismo, sostiene que la información
del Tetabejo permite suponer que en épocas prehispánicas toda la planicie costera era
territorio seri [Ibid.: 387-388]. Lamentablemente, no he podido acceder aún a las notas,
registros, planos, dibujos y fotografías de la excavación de Taylor.
El otro trabajo efectuado en el cañón del Tetabejo corresponde a Manuel Robles Ortiz,
quien en 1982 publica el “Análisis de pictografías tardías del Tetabejo, Sonora”. El mismo
comprende el análisis de pinturas rupestres ubicadas en un pequeño refugio a la derecha
del camino de entrada al cañón. Robles describe un conjunto de quince figuras realizadas
en rojo, blanco y negro, principalmente antropomorfas portando lanzas o espadas, a veces
con sombrero y por lo general montando a caballo. La representación de las figuras,
especialmente de sus vestimentas, le permite a Robles identificarlas con los famosos
“soldados de cuera” de fines del siglo XVIII (figura1).
Figura 1: Representación del soldado de cuera del siglo XVIII. A la derecha, figuras
descritas por Robles [sitio Tetabejo 3]
El cuadro se completa con varias cruces, líneas quebradas, círculos y venados [Robles
34
Ortiz, 1982: 43]. Respecto a las cueras, 5 señala que la expedición del Coronel Domingo
Elizondo es la única conocida en el cañón del Tetabejo que utilizara tan exclusiva prenda,
por lo que sitúa cronológicamente a las pinturas entre 1768 y 1771. Extrañamente, el autor
no menciona la cueva del Tetabejo excavada por Taylor, ubicada a unos 500 metros del
refugio y que también contiene una cantidad considerable de pinturas rupestres en su
interior. 6
NOTAS
1 Una de las influencias más importantes y drásticas fue el arribo de la Iglesia Evangelista
Protestante [v. Rentaría, 2006].
3 Es de destacar que las referencias al trabajo de Smith han sido omitidas en la mayor parte
de las obras antropológicas relacionadas a los seris, debido en parte a su aislamiento
académico, pero también a su postura crítica al proceso de evangelización de los Moser
[Rentaría, 2006].
35
histórica con el subsecuente repliegue de los grupos hacia la costa desértica.
5 Las cueras eran unas especies de armaduras confeccionadas con seis u ocho capas de
pieles de venado bien curtidas y unidas en sus bordes por una fuerte costura, que le servían
a los soldados contra las flechas de los bárbaros [Pfefferkorn en Robles Ortiz, 1982].
6 Tampoco sabemos si Taylor las menciona ya que no hemos tenido acceso a sus notas.
Las investigaciones arqueológicas en el estado de Sonora son bastante escasas con relación
a otros estados de la república mexicana. Esto se debe en parte a que la atención de la
arqueología mexicana se ha centrado en estudiar sitios con arquitectura tanto para
magnificar la “capacidad tecnológica y civilizada” del pasado prehispánico como para
realzar la identidad nacional mexicana. Sonora no es la excepción a esta tendencia ya que
la mayoría de los proyectos arqueológicos se concentran en el norte y este del estado,
asociado con el fenómeno Trincheras y Casas Grande y a partir de ello con el complejo
cultural Hohokam y el Gran Sudoeste.
36
Por otro lado, hay que destacar la manera en que se ha tendido a abordar el estudio de
cazadores recolectores. En primer lugar, los cazadores recolectores no son sociedades
cerradas e internamente indiferenciadas, sino que engloban una diversidad de colectivos
sociales distintos, complejos y dinámicos. En este sentido, hablar de grupos cazadores
recolectores implica simplemente referirse a un conjunto de sociedades agrupadas en la
misma categoría debido a que presentan similitudes en cuanto a sus economías y técnicas
de subsistencia. Existe un amplio debate respecto a esta denominación ya que la misma
asume que grupos tan diferentes y ampliamente separados unos de otros como los
Aborígenes Australianos y los Inuit [Eskimo] puedan ser perfectamente comparados
[Testart, 1988]. Sin embargo, hay grupos con bases económicas similares que presentan
construcciones sociales muy diferentes y complejas teniendo que ver más con el parentesco
y el simbolismo que con lo económico. Es decir, la diversidad existente entre los cazadores
recolectores no queda necesariamente reflejada en el aspecto tecno-económico. Más bien,
si algo relfleja este aspecto es una inquietud propia de la modernidad.
2. Objetivos de la investigación
Interrogarnos acerca de las distintas formas de expresión que pueden tener los pueblos es
cuestionarnos acerca de la diversidad social y cultural de los grupos humanos, pero
también y sobre todo es sumergirnos en las diversas formas de Ser-Humano. Esto nos lleva
a hacer una mirada diferente de la problemática de la diversidad social y cultural, una que
considere los parámetros más profundos de toda sociedad humana, parámetros desde los
37
cuales cada colectivo social se construye a sí mismo al tiempo que los reinventa: la noción
(ontológica) del ser y del mundo.
Los estudios de identidad parten de un supuesto básico: en todas las sociedades humanas
existen mecanismos a partir de los cuales las personas y los grupos se reconocen a sí
mismos y se diferencian de los demás. Estos mecanismos contribuyen a la producción,
negociación y transformación de las identidades grupales y personales y, como tal, forman
parte de la dinámica que caracteriza a todas las construcciones sociales.
Si la antropología como disciplina nace a finales del siglo XIX para conocer al Otro-
exótico que iba conquistando, lo hizo a partir de un Sí-mismo. En términos de los estudios
de identidad, la antropología clásica comenzó a conocer al “Otro-exótico” a partir de lo
que lo diferenciaba y lo asemejaba con el Si-mismo. Este proceso, por supuesto, fue
filtrándose en la identidad de la sociedad occidental y moderna al tiempo que la ubicaba en
el pedestal de la “civilización”. Es por ello que la antropología desde sus inicios fue
construyendo la identidad del “Otro” pero también su propia identidad [por definición, la
occidental] desde un status quo idealizado, bastante conveniente y a veces poco
cuestionado.
En este trabajo, se plantea entender esa Diversidad no solo desde las distintas formas de
expresión de cada pueblo, sino fundamentalmente desde las distintas formas de ser y de
conocer, de identificarse y de construir su mundo, de relacionarse y de comunicarse. En
otras palabras, se plantea indagar en la diversidad humana desde formas de Ser-ahí
diferentes.
Este punto será fundamental a lo largo de esta investigación. Salvo los casos que estudia la
arqueología histórica o la arqueología industrial, entre otras, la mayoría de las sociedades
que estudian los arqueólogos se insertan en formas de ser y de conocer el mundo que no
coinciden necesariamente con los parámetros occidentales y modernos de los académicos.
Los marcos conceptuales que representan nuestra forma de percibir la realidad pueden
contener un orden de racionalidad y de lógica radicalmente diferente al de los grupos que
estudiamos. En este sentido, tomar conciencia de los fundamentos filosóficos en que se
basa el pensamiento occidental es fundamental para evitar trasladar nuestras categorías a
38
contextos socioculturales ajenos, distorsionando con ello la comprensión del pasado y de
nosotros mismos.
La noción de cuerpo y persona ha sido un tema de interés antropológico desde hace años
(considérese, por ejemplo, “Las técnicas del cuerpo” de Marcel Mauss publicado en 1936).
En este marco, la etnografía nos ha permitido ver la existencia de diferentes formas de
entender el cuerpo y de concebir a la persona, particularmente en sociedades donde el
paradigma cartesiano que separa cuerpo, mente y alma nunca tuvo cabida. En estos casos,
la condición de persona suele no limitarse al humano, así como la noción de cuerpo
tampoco se restringe necesariamente a la propiedad biológica. De este modo, la acción, la
intencionalidad o la capacidad de modificar un estado de cosas (la agencia, tal como se la
propuso desde la sociología) no se limita a la especie humana. En arqueología la aplicación
de la teoría de agencia a sociedades del pasado requiere entender primero quién o qué pudo
ser agente desde sus propios parámetros ontológicos ya que esta capacidad pudo estar
condensada en otros restos materiales y/o formas del paisaje. La etnografía nos aporta
abundante información acerca de la constitución anímica de las cosas y con ello de la
noción de cuerpo y persona.
39
cuerpo y persona ofrecen la posibilidad de tener una visión más activa del “entorno” o
“medio ambiente”. Esto implica dejar de lado el dualismo ontológico propio de la
modernidad que separa al mundo de la naturaleza del mundo de la cultura, para partir de un
enfoque relacional, esto es, aquel que considera que las cosas están en proceso de hacerse
en virtud de sus relaciones. Desde este enfoque, es posible construir un análisis que tome
en cuenta a las “cosas del entorno” como entidades potencialmente activas en el devenir de
una sociedad.
E. Desarrollar una propuesta metodológica a partir de la cual interpretar las prácticas y los
mecanismos sociales por los cuales los cazadores recolectores construían y negociaban sus
identidades grupales y personales.
F. Analizar, identificar y definir los distintos grupos estilísticos del arte rupestre presentes
en el sector noroeste de la Sierra Libre.
H. Establecer una secuencia relativa de la gráfica rupestre que sirva como marco
comparativo para la región.
Este objetivo constituye el tema rector de esta investigación por lo que reúne y requiere de
todos los pasos previos. Por lo general, el arte rupestre es considerado como la
representación gráfica de algo, sean animales, humanos o fosfenos. Esto implica que la
40
figura sea vista como algo que en realidad no es, y por lo tanto como una entidad estática e
inanimada. En este caso, se intenta ver en el arte rupestre algo más que la representación
de otra cosa. La noción de agencia en el marco de una ontología relacional (o animista),
permite analizar el papel activo de las cosas, por ejemplo de las pinturas, en la
conformacion y negociación de las identidades.
Con esta propuesta se intenta llamar la atención hacia aspectos tradicionalmente negados o
subestimados por la investigación arqueológica. A lo largo de este trabajo intentaré
demostrar que mediante la aplicación crítica de determinadas herramientas teóricas y
conceptuales es posible aproximarnos al trasfondo ontológico de los grupos del pasado que
estudiamos, lo que a la postre permitirá interpretar la evidencia arqueológica desde
parámetros cosmovisionales más cercanos a esos grupos, valorando las diversas formas de
ser-ahi.
NOTAS
7 Al respecto, debemos reconocer el trabajo de Edward Moser [1976] acerca de las bandas
seri en el que identifica y analiza la desintegración social ocasionada por las guerras contra
el estado mexicano. Sin embargo, se trata de un estudio lingüístico a partir de la tradición
oral y no de un estudio arqueológico.
V. FUNDAMENTOS TEÓRICOS Y
METODOLÓGICOS
1. Identidad
La identidad es hoy en día un tema “de moda” dentro de las ciencias sociales y las
humanidades, aún a pesar de que, o bien debido a que, no exista una definición clara de lo
que es la identidad. Lo que sí existe es el reconocimiento de la complejidad del término y
de sus implicaciones. En otras palabras, reconocer la complejidad del tema es clave para
comenzar un estudio sobre las identidades. Esta complejidad refiere no solo a la definición
y categorización de las identidades, sino también a la manera en que concebimos sus
múltiples interrelaciones [Insoll, 2007: 14].
¿Por qué la identidad es hoy un tema de moda? Por lo general, las cuestiones sobre
identidad aparecen en tiempos de cambio social y político. La destrucción de los patrones
socioculturales existentes y los cambios en las relaciones de poder llevan a la reevaluación
y a la representación de identidades en la medida en que surgen nuevas comunidades
[Jones y Graves-Brown, 1996]. Tales procesos son evidentes en el contexto de los cambios
41
sociales y políticos que tuvieron lugar en Europa hacia finales del siglo xx: la caída del
bloque comunista, la reunificación de Alemania, el fin de la guerra fría, el resurgimiento de
movimientos étnicos y nacionalistas, los procesos de integración en Europa, etc.
Los periodos de cambios sociales y políticos han sido a menudo contextos de “invención
de tradiciones” [Hobsbawm y Ranger 1983, en Jones y Graves-Brown, 1996: 1], en donde
las viejas historias son re-evaluadas y re-escritas. Las etno-historias permiten autentificar y
legitimar los reclamos de autodeterminación y/o sucesión de los grupos culturales [ibid.],
por lo que el discurso acerca del pasado se vuelve central en la construcción de las
identidades. En este sentido, las disciplinas que tratan con el pasado, incluyendo la
arqueología, son también productores de tales discursos o al menos ofrecen la materia
prima para su probable manipulación identitaria. Es por ello necesario considerar no solo la
representación arqueológica del pasado y su apropiación por parte de grupos de identidad,
sino también los procesos implicados en la construcción de la identidad cultural y su
conceptualización en las ciencias humanas con el fin de dirigir de manera crítica y auto-
crítica las construcciones arqueológicas de las identidades del pasado.
Para la arqueología, por ejemplo, la atribución de una identidad cultural a los restos
materiales del pasado ha sido uno de los elementos más influyentes en la historia de la
disciplina. Este interés en las culturas arqueológicas y su identificación cultural comienza a
surgir desde el nacionalismo romántico del siglo xix en Europa y manifiesta un intento por
mostrar la larga historia de los pueblos y los estado-nación que entonces estaban
emergiendo como importantes entidades políticas [Shennan, 1994; Jones, 1997; Meskell,
2002]. Autores como Morgan, Kossinna y Childe, incentivados por la reformulación de las
fronteras nacionales, los movimientos de la diáspora y las tensiones étnicas en el siglo xx
europeo fueron sus principales exponentes [Shennan, 1994; Jones, 1997; Meskell, 2002].
En este contexto, los grupos étnicos y nacionales eran considerados como entidades
internamente homogéneas, con una historia continua que se distinguían entre sí por sus
42
rasgos culturales, lingüísticos y raciales. Bajo esta premisa, la arqueología asumía la
responsabilidad de correlacionar culturas arqueológicas con pueblos prehistóricos, y con
ello aportaba la base para la construcción de un pasado formado por entidades estáticas y
de límites definidos, es decir,el reflejo de los pueblos y naciones contemporáneos. Desde
esta aproximación (histórico-cultural), los arqueólogos fueron trazando los orígenes, los
movimientos y las historias de muchos pueblos.
Las interpretaciones arqueológicas del pasado desde una visión “moderna” del mundo, esto
es de un mundo dividido en pueblos concebidos como entidades monolíticas, estáticas, de
límites territoriales definidos, con una lengua y una cultura en común, deben ser
cuestionadas. Seguramente, muchos arqueólogos consideren a éste un tema ya superado,
especialmente a partir de los presupuestos teóricos y metodológicos propuestos por la
arqueología procesual. Sin embargo, es evidente que las construcciones “modernas” –e
incluso “posmodernas”- del pasado siguen permeando la práctica arqueológica.
Los marcos conceptuales a través de los cuales se ordena el mundo sufren constantes
transformaciones; no obstante, en cada tiempo-espacio dado, tienden a moldear la manera
en que lo comprendemos. Lo mismo ocurre con la forma de entender la relación entre la
cultura material y la identidad. En este sentido, debemos tener presente que la ideología
nacionalista y la formación de los estados-nación del siglo xix, junto con el surgimiento de
las ciencias sociales han dado forma a nuestros conceptos de identidad.
43
naturaleza dinámica, contextual e históricamente contingente de los conceptos que
utilizamos, en este caso ‘identidad’, así como de la interdependencia de los procesos
académicos, sociales y políticos que están implicados en la conceptualización de los
mismos.
Rastreando la identidad
La palabra identidad viene de la raíz latina idem, que significa “lo mismo”, y evoca un
principio de duración y continuidad, por lo general, en términos esencialistas [Rowland,
2007: 61]. Sin embargo, más allá de la raíz, el término “identidad” es relativamente
reciente, 10 lo que ha llevado a situar el concepto dentro del contexto de la modernidad y
especialmente asociado a la idea de individualidad [Insoll, 2007: 3]. La forma de
organización política característica de la modernidad ha sido el estado-nación, es decir, una
población con una identidad nacional, un territorio delimitado y una administración estatal.
Fue recién hacia finales del sigo xvi cuando la soberanía empezó a estar asociada con el
gobierno -como aquello que se encarga de la administración de la gente y de los recursos.
El gobernante ya no personificaba el poder soberano característico de la Edad Media quien
ejercía el poder sobre la vida y la muerte de los sujetos, sino más bien representaba a una
nación. Este proceso implicó una relación más estrecha entre el gobernante y la población,
lo que estuvo asociado con la sensación de que la voluntad del pueblo era un elemento
significativo en un gobierno [Thomas, 2004: 97]. Como parte de un estado-nación el sujeto
se volvía ciudadano, lo que significaba comportarse ya no de acuerdo a los dictados de un
soberano sino a un código instituido de leyes. Este tipo de ciudadanía está estrechamente
relacionado a la noción occidental de individualidad, para la cual el ciudadano es un agente
político autónomo [ibid.: 98].
Los estados-nación, que comenzaron a desarrollarse en el siglo xvi y xvii, combinaron una
comunidad nacional limitada territorialmente con una aparato del estado que incluía
instituciones y agencias dedicadas principalmente al mantenimiento del orden social.
Ahora bien, de acuerdo a Thomas [2004], los estados-nación más tempranos como
Inglaterra, Francia, Suiza y Holanda se dieron antes de que existiera cualquier sentimiento
o conjunto de creencias que pudieran definirse como “nacionalismo”. Para este autor, los
estados-nación europeos fueron el crisol del nacionalismo más que su producto 11 [Thomas,
2004: 98]. Además, sostiene, estos estados-nación más tempranos se desarrollaron a partir
de dominios monárquicos previos, por lo que deben distinguirse de los estados étnicos que
surgieron en el siglo xix, ya que por lo general éstos fueron creados a partir de luchas
independentistas iniciadas por los grupos que estaban bajo el poder de los imperios
mayores. Sea como sea, la formación de los estados-nación trajo consigo, por un lado una
mayor importancia otorgada a los individuos, pero por otro una mayor consolidación de la
autoridad centralizada en el gobierno estatal que estaba cada vez más implicada en el
mantenimiento de la estabilidad y el orden.
La inestabilidad política en la Europa de los siglos xvi y xvii coincidió con la revolución
científica. Esta coincidencia resultó en la convicción de que la sociedad podía ser
transformada por la acción humana a partir de líneas más racionales: si la naturaleza podía
44
ser reducida a sus elementos constituyentes, lo que posibilitaba ser entendida y controlada,
entonces el estado podía ser rediseñado y reconstruido [Thomas, 2004:99]. La aplicación
de la ciencia a las relaciones humanas resultaba en una visión de la sociedad como
compuesta por elementos distintivos por lo que podía ser entendida en una forma
relativamente abstracta y generalizada. En otras palabras, ésta podía ser descompuesta en
una serie de instituciones separadas, y sobre todo, el sujeto humano individual empezaba a
verse como la unidad más básica de análisis social. La emergencia de este tipo de “física
social” está particularmente asociada a Thomas Hobbes (1588-1679) y a John Locke
(1632-1704).
Para los siglos xvii y xviii, los seres humanos individuales eran vistos como átomos
indivisibles a partir de los cuales se creaba la esfera social, de modo que las relaciones
sociales eran secundarias a la existencia individual de los sujetos humanos. En otras
palabras, los seres humanos podían existir independientemente [lo que se asociaba a su vez
con el humanismo filosófico de entonces], antes de entrar en relaciones sociales con otros
individuos. Esto se combinaba a veces con la posibilidad de tener una identidad esencial
(racial, étnica o nacional) que precedía su articulación política. Esta idea de individuos
independientes y autónomos fue la base para la creación del estado como un contrato
social, es decir, como un tipo de acuerdo contractual llevado a cabo por individuos libres y
autónomos.
Una de las versiones más influyentes sobre la teoría del contrato social fue la elaborada por
Thomas Hobbes en 1651. Hobbes decía que la sumisión a la regla del rey debía ser el
criterio para pertenecer a una sociedad, con lo que buscaba la unificación del cuerpo
político. Solo el soberano estaba en la posición de tomar decisiones las cuales
representaban la voluntad general de la población. El soberano creado por el contrato no es
más que el representante de la multitud [Latour, 2007]. En este caso, más que una
‘multitud’, los participantes del contrato eran un ‘pueblo’ con una sola voluntad. Por su
parte, Rousseau coincidía con Hobbes en ver al estado como una construcción artificial que
se derivaba del uso voluntario de la razón humana, pero difería en el hecho de que la
libertad del individuo fuera entregada al soberano. Para Rousseau cada ciudadano retenía
su libertad individual, por lo que el contrato tomaba la forma de un acuerdo entre sujetos
autónomos que reconocían el derecho a la libertad de cada uno. En este caso, en el que el
individuo es parte de un todo, la voluntad general guiaba a la acción individual ya que “no
se puede ofender a uno de sus miembros sin atacar a la colectividad y menos aún ofender
al cuerpo sin que sus miembros se resientan” [Rousseau, en Valenzuela Arce, 2004: 22].
45
comunidad política. Sin embargo, los estados-nación tempranos debieron hacer uso de una
serie de recursos que les garantizara una identidad propia. En estos casos, el pasado jugó
un papel crucial en la construcción de la identidad y de su legitimación política. Los
estados-nación se reconocían entonces como un pueblo con un territorio, una cultura
compartida y una tradición histórica o mítica que relataba sus orígenes. Si bien esos mitos
e identificaciones podían ser de dudosa autenticidad –por lo general seguían una lógica
común: la de un relato histórico, lineal, con un mito de origen y una edad de oro- la
formación del estado generalmente producía su reificación 12 [Jones y Graves-Brown,
1996; Thomas, 2004]. Hacia finales del siglo xviii esas identidades nacionales tenían un
carácter fundacional, es decir, eran reconocidas como la esencia del estado y por lo tanto
legitimaban su independencia. Esta identidad nacional fue la precondición del surgimiento
del nacionalismo como una perspectiva política coherente.
46
toda sociedad humana, la manera en cómo la heterogeneidad se homogeneiza en la
construcción de los estándares de civilización plantea problemas para todo sistema
simbólico. La homogeneización [en cambio] es siempre un proceso político” [Fernández
de Rota, 2005: 58]. La cuestión se centra entonces en la manera en cómo los estados-
nación y los nacionalismos hacen cultura (y no al revés), y en la intensidad y en los medios
por los cuales los Estados o ciertos movimientos nacionalistas persiguen la
homogeneización, homogeneización que influyó también en la concepción y formación de
subdivisiones étnicas compactas [ibid. 2005: 59]. De este modo, será necesario revisar la
manera en que los estados-nación han hecho su pasado.
En la era medieval la legitimidad política estaba dada por la descendencia dinástica del
monarca por lo que el único pasado significativo para las monarquías europeas era la
genealogía, es decir la línea hereditaria que iba edificando el linaje del gobernante. Pero
una vez que la soberanía tomó la forma de gobierno, y que el orden político empezó a estar
fundado en la voluntad del pueblo, lo que tenía que legitimarse era la autenticidad de las
comunidades. Tan pronto se identificó al estado-nación como una entidad política natural,
el pasado de cada nación comenzó a ser reconocido como la fuente de esa autenticidad.
La arqueología no fue la única disciplina que toma fuerza con los nacionalismos. En este
contexto, con el mundo convertido en un mosaico de naciones, distintas disciplinas
sociales e históricas cobraron un fuerte impulso. La filología alcanzará un papel prioritario
al tener que dilucidar ramas y familias lingüísticas que justifiquen la elaboración de un
mapa cuyos países se correspondan con unidades de lenguaje. La historia, además de la
47
arqueología, brindará secuencias e interpretaciones que seleccionan y explican los
elementos más idóneos para mostrar la autenticidad de la nación, y la etnografía se
encargará de describir las costumbres rurales ancestrales, expresiones del alma de un
pueblo. La antropología física brindará más tarde nuevas posibilidades con el concepto de
raza vinculado al de lengua y cultura, otorgando así un componente definitorio de mayor
radicalidad categórica. Todas estas disciplinas eran entendidas bajo el prisma de una
concepción historicista, en donde la tradición era capaz de mantener incólume una forma
de vida humana, convirtiéndola en perenne [Fernández de Rota, 2005: 8].
En la concepción dominante del siglo xix, “la cultura” era entendida en singular como la
manifestación de una manera de vivir típica de la especie humana en contraposición con el
comportamiento animal. Se trataba de estudiar la humanidad como un todo a partir de la
definición de rasgos que caracterizaban a los grandes periodos de la evolución cultural,
rasgos que agrupaban fenómenos en categorías válidas universalmente. 14 En contraste, los
etnógrafos tradicionales preferían hablar de una pluralidad de culturas, con el fin de
definir la cultura de un pueblo, fundamento y justificación de una nación, a partir de un
conjunto de rasgos propios. Método comparativo y universalismo antropológico frente al
localismo regional o nacional [Fernández de Rota, 2005].
48
de los ejes que presidirá la transformación del concepto de cultura, lo que en antropología
cultural vendrá de la mano de Boas en Norteamérica, y de Malinowski en Gran Bretaña.
Frente al universalismo imperante de finales del siglo xix, Boas propone el estudio de las
culturas particulares. Insiste en que los artefactos sean agrupados no por la categoría del
momento histórico de invención, sino por unidad sociocultural bajo el supuesto de que el
arte y el estilo de vida de un pueblo solo pueden ser comprendidos mediante el análisis de
sus producciones consideradas en su conjunto. Cada cultura es, para Boas, “un universo
separado de ideas y costumbres compartidas”. Por su parte, Malinowski protagonizará el
desarrollo del funcionalismo que se expande a partir de la Antropología Social británica.
La cultura es considerada como un universo limitado de ideas y costumbres compartidas, y
la sociedad es entendida como un universo limitado de estructuras sociales que se auto-
reproducen. La sociedad y la cultura ligada a ella aparecen como una unidad
supraorgánica. Esta propuesta estará enmarcada por una noción radical de la diversidad
cultural. Para Malinowski las relaciones entre los elementos es la clave de su explicación,
lo que implica que cada una de las instituciones sociales y sus características definitorias
pueden ser entendidas por la funcionalidad que llevan a cabo en el conjunto. Esto significa
que dentro de cada cultura habrá una coherencia interna. Para llegar a ella, sin embargo,
será necesario un largo trabajo de campo; es decir, el antropólogo deberá “encerrarse” en la
cultura que estudiará y éstas deberán estar lo más aisladas posibles. En síntesis, la
comprensión de la diversidad cultural en que se centra la antropología en los inicios del
siglo xx estará basada en la presentación de culturas entendidas como compartimentos
aislados, con características compartidas por sus miembros [Fernández de Rota, 2005], en
el marco de una noción estática.
La arqueología, al igual que la antropología, tendía a tratar con “totalidades” lo que se veía
reflejado en la necesidad de identificar pueblos y culturas en el registro material. Para
Montelius, quien había refinado el sistema de clasificación y de tipología de artefactos
desarrollada en el siglo xix, la variación de la cultura material a través del tiempo permitía
establecer una serie de periodos. Kossinna en cambio, enfatizaba la distribución geográfica
de los tipos de artefactos. La fusión de estas dos escuelas de pensamiento derivó en el
paradigma histórico-cultural, que posibilitaba que las entidades conocidas como culturas
fueran definidas sobre la base de la organización de conjuntos artefactuales [Thomas,
2004: 111]. Esto implicaba que los patrones de variación espacial y temporal de los restos
materiales correspondían a diferentes modos de vida, lo que resultaba en entidades
llamadas “culturas” arqueológicas. Estas culturas arqueológicas eran equivalentes a
pueblos específicos, grupos étnicos, tribus y/o razas.
49
de la cultura material se interpretaba en función del grado de interacción entre individuos o
grupos: a mayor homogeneidad, contactos más regulares; a mayor discontinuidad, mayor
distancia social y/o física. Los cambios graduales en la cultura material respondían a
cambios internos en las normas culturales prescritas; mientras que los cambios rápidos eran
explicados a partir de influencias externas tales como difusión, migración o conquista
[Jones, 2007: 45].
Ahora bien, al organizar los materiales en tiempo y espacio e identificarlos como culturas,
se estaban empleando un conjunto de supuestos modernos. En primer lugar, el sistema de
clasificación descansaba en la noción de que los seres humanos elaboraban y
perfeccionaban su tecnología a lo largo del tiempo por medio del intelecto. En otras
palabras, el desarrollo de la cultura material a través del tiempo reflejaba el surgimiento
gradual de la racionalidad humana, y por lo tanto respondía al mismo proceso por el cual
Hobbes y Locke habían imaginado a la sociedad civil emergiendo del estado de naturaleza
[Thomas, 2004: 111]. Pero también la cultura material expresaba el carácter esencial de un
pueblo, es decir, sus ideas, creencias y normas compartidas permitían identificar a un
pueblo. La relación uniforme entre identidad étnica, fronteras políticas y expresión
cultural, que se había dado con los estados-nación europeos, estaba siendo impuesta al
pasado.
A pesar de que la arqueología siguió rumbos distintos en diferentes regiones y países, esta
aproximación histórico-cultural –que reconoce a Gordon Childe como uno de sus máximos
exponentes- ha sido el marco dominante en todo el mundo durante el siglo xx. Si bien ha
sido eclipsada por otras propuestas teóricas -concretamente, la Arqueología Procesual y
Postprocesual-, aún retiene mucho de su influencia, ya que éstas siguen dependiendo de la
evidencia material, misma que es descripta y clasificada sobre la base de una epistemología
esencialmente histórico-cultural. 15
Este tipo de planteamientos se condensarán en la obra Los grupos étnicos y sus fronteras.
La organización social de la diferencia cultural de Fredrik Barth, publicada en 1969. La
propuesta de Barth implica mirar la identidad étnica como una característica de la acción
50
social más que como una expresión de la cultura. Desde esta perspectiva, “el foco de la
investigación es el límite étnico que define al grupo y no el contenido cultural que
encierra” [Barth, 1976 (1969): 17]. Poner la atención en los límites implica reconocer que
los grupos étnicos no existen en aislamiento sino que se producen y reproducen a través de
la interacción social y dentro de circunstancias históricas concretas, lo que indica que las
identidades son más situacionales que esenciales.
El giro de los años sesenta en el estudio de la identidad supuso desplazar la atención del
polo cultural al polo de las dinámicas sociales que organizaban la cultura. De este modo, la
visión esencialista o primordialista que consideraba que la identidad étnica era el resultado
de la búsqueda de sus raíces, lo que a su vez era manifestado a través de los rasgos
culturales, fue reemplazada por una visión instrumentalista siendo ésta la aproximación
dominante en los años setenta y ochenta. De acuerdo a esta postura, los grupos étnicos
resultaban de la búsqueda de intereses comunes, por lo que se enfatizaban las dimensiones
políticas y económicas de la etnicidad. En este sentido, se dio un quiebre entre cultura y
etnicidad, de modo que los estudios se comenzaron a centrar en los aspectos
organizacionales de la segunda, mientras que se daban por sentado las diferencias
culturales sobre las cuales aquella se basaba. Así, mientras la identidad era considerada
como una herramienta que permitía generar sentimientos de adhesión que fortalecieran al
grupo, la cultura era reducida a un conjunto de símbolos manipulados en virtud de los
intereses del grupo.
En arqueología, la década del sesenta significó también un giro teórico importante, el cual
partía, principalmente, del rechazo al enfoque normativo y particularista de la escuela
histórico-cultural. Sin embargo, este cambio, representado por la Arqueología Procesual,
no siguió el camino de la antropología sino que buscó el apoyo de los enfoques
materialistas como la ecología cultural, el marxismo o la teoría de sistemas. Preocupada
por las relaciones socio-económicas –estrategias de subsistencia, patrón de asentamiento,
etc.-, la arqueología procesual considera a la sociedad como un sistema dinámico
compuesto por subsistemas funcionalmente integrados, y entiende a la cultura como un
51
sistema extrasomático de adaptación al medio. Para este enfoque, la gente queda relegada a
un segundo plano bajo el supuesto de que siempre ha sido igual; en otras palabras, la gente
del pasado sentía, vivía y experimentaba el mundo de la misma manera en que lo hacemos
nosotros. 16 Hacia finales de los años ochenta las corrientes posprocesuales comenzaron a
marcar la diferencia.
Algunos autores ubican los primeros rasgos de etnicidad concretamente durante el periodo
colonial al clasificar como separadas a las poblaciones colonizadas [v. MacEachern, 1998;
de Heusch, 2000; Jones, 1996; entre otros]. Otros en cambio, sostienen que podría hablarse
de etnicidad en el contexto de las primeras sociedades estatales. En esta línea, Shennan
señala que los procesos de creación de la identidad étnica toman fuerza en situaciones en
que formas pre-existentes de identidad –por ejemplo, el parentesco- fueron destruidas; y
este hecho, según el autor, es visto generalmente como un factor clave en el origen de los
estados. Fuera de las sociedades estatales y de sus esferas de influencia la formulación de
intereses colectivos es un fenómeno mucho más situacional [v. Shennan, 1994: 14-17].
MacEachern tiene sus dudas acerca de que la etnicidad sea un mecanismo válido para las
sociedades premodernas. Sostiene que la construcción de unidades étnicas no es un acto
intrínseco de la cultura humana sino que es una creación ideológica concientemente
armada, cuyo origen se encuentra en las relaciones de dominación de unos pueblos por
otros más poderosos, y eso ocurre durante el colonialismo europeo [MacEachern 1998: 9].
Para Gellner, la etnicidad es un fenómeno que comienza a darse recién con el comienzo de
52
las sociedades industrializadas [Gellner, 1988].
El hecho es que si, como afirman muchos especialistas, la arqueología nace como
disciplina a la par y a raíz de los nacionalismos, y si éstos abogaban por la existencia de
unidades culturales discretas e internamente homogéneas enraizadas –y legitimadas- en
una edad de oro pretérita, es lógico suponer (o incluso admitir) que el fundamento y meta
de la arqueología haya sido justamente el des-cubrimiento de tales entidades. En efecto, la
identificación étnica ha sido, explícita o implícitamente, la tendencia de la arqueología en
su búsqueda por conocer a los grupos cuyos restos materiales estudia. Tal tendencia ha
estado basada en el criterio de “totalidades”, es decir, en la existencia de entidades o
categorías discretas de gente, lo que iba en consonancia con la búsqueda de
homogeneización y de la “formación de subdivisiones étnicas compactas” de los estados-
nación.
Sin embargo, desde los años sesenta en adelante las posiciones han sido más críticas, lo
que puede verse claramente en el desarrollo de los enfoques instrumentalista y
constructivista. A partir de ello vemos que, lejos de ser algo estático, continuo y
homogéneo, la etnicidad es un fenómeno mucho más complejo, dinámico y contestado,
que debe ser analizado en su propio contexto histórico. De acuerdo a Meskell [2002], los
trabajos arqueológicos más convincentes sobre etnicidad vienen justamente de contextos
históricos y etnohistóricos. El riesgo que acarrean los estudios sobre identidad étnica en
arqueología es la extrapolación al pasado de los problemas actuales sobre origen,
legitimidad, propiedad y derechos, especialmente si están vinculados con territorialidad.
Este enredo, dice Meskell, ha señalado a la etnicidad como “un vector peligroso de
diferencia” [Meskell, 2002: 287]. En los últimos años, algunos investigadores se han
desplazado desde el tema de la etnicidad hacia la arqueología de las comunidades [Canuto
y Yaeger, 2000], como una perspectiva más localizada de identidad. De igual modo, se ha
enfatizado el estudio de otras categorías identitarias como la edad y el género.
53
Arqueología de las identidades
La identidad refiere a las formas en que los individuos y los grupos se distinguen de otros
individuos y grupos sobre la base de la percepción de las diferencias y similitudes –físicas,
sociales, psicológicas, etc. En este sentido, la identidad opera a partir de dos mecanismos,
lo que nos asemeja y lo que nos diferencia, y esto se da en el contexto de la interacción
social y en un plano discursivo [Hernando, 2002]. Las identidades se construyen de manera
múltiple ya que giran alrededor de múltiples prácticas las cuales están siempre en proceso.
Hoy se admite que cada uno de nosotros tenemos diversas identidades sociales que están
en constante negociación y que organizan nuestras relaciones con otros individuos y
grupos dentro de nuestro mundo social. Meskell [2001] sostiene que la formación de la
identidad opera en dos niveles. El nivel social, en el cual las identidades son definidas por
asociaciones formales; y al nivel individual, donde una persona experimenta muchos
aspectos de la identidad dentro de una sola subjetividad a lo largo de su trayectoria de vida.
El nivel individual es más contingente e inmediato y opera a frecuencias mayores, mientras
que las categorías sociales toman más tiempo en reformularse. Tanto el nivel individual
como el social operan de una manera recursiva.
Ahora bien, debemos considerar que las identidades no siempre ni en todo contexto pueden
ser escogidas –como en la secular democracia occidental- sino que suelen más bien ser
adscriptas y por tanto relacionales. Así, es posible que las mismas categorías identitarias
que reconocemos en sociedades actuales hayan existido en el pasado, tal es el caso por
ejemplo, del género, la edad, o el parentesco. Sin embargo, la manera en que éstas se
manifestaron, reprodujeron o resignificaron pudieron variar enormemente, siendo
encubiertas o resaltadas, bienvenidas o rechazadas, reproducidas o transformadas. Es por
ello que los estudios sobre identidad se interesan por las múltiples dimensiones de lo
identitario y particularmente por los mecanismos sociales mediante los cuales los
individuos y los grupos producen, reproducen y transforman sus identidades.
Esta claro que en cuestiones de identidad la norma es la variedad más que la uniformidad,
lo que nos lleva a la necesidad de deconstruir las rígidas taxonomías occidentales dentro de
las cuales tendemos a ubicar a la gente del pasado. Solo a través de la revisión de aquellos
dominios que vemos como naturales o prediscursivos podremos aproximarnos a una
arqueología de la diferencia [Meskell, 2001]. Las categorías identitarias son parte de
sistemas simbólicos y solo pueden ser entendidos en relación a las prácticas y contextos
culturales específicos. En este sentido, hay una dimensión ética que debemos tener en
cuenta cuando exploramos la arqueología de las identidades. La solución está lejos de ser
universal. Más bien, la arqueología de las identidades debe trabajar caso por caso, a partir
de una deconstrucción y reconstrucción ontológica y dentro de un marco hermenéutico
[Insoll, 2007]. Esto no quiere decir, por ejemplo, que nuestros cuerpos solo estén
constituidos socialmente, también la materia, la fisicalidad del cuerpo juega un papel
importante, ya que es a partir del mismo que nos movemos en el espacio y nos
relacionamos, nos identificamos y nos diferenciamos en nuestro mundo-de-la-vida.
54
experiencia, diversidad diacrónica y diferencia social. Muchos de los primeros estudios
partieron de las nociones foucaltianas acerca de la inscripción corporal, es decir, la
marcación literal de la sociedad sobre el cuerpo del individuo. De este modo, los pares
básicos izquierdo/derecho, adelante/atrás, arriba/abajo, etc, sirven como conceptos que
permiten ordenar el mundo social. Posteriormente, las filosofías corporales y feministas
llevaron a una lectura más contextual de la personificación, tanto individual como cultural.
Actualmente se considera que la identidad y la experiencia están profundamente
implicadas y fundamentadas en la materialidad del cuerpo [Meskell, 2001]. En este
sentido, la identidad es irreducible, es decir, no puede ser explicada fuera de la experiencia
corporal, de la agencia y del discurso político. Esto significa a su vez que la experiencia
compartida en el mundo físico concreto, en el entorno en que se vive, forma parte también
del proceso de construcción identitaria, tema al que volveré en el apartado sobre
arqueología del paisaje.
55
aspecto biológico ya que la dimensión cultural en la que se dan los términos y las prácticas
varían ampliamente de sociedad en sociedad. En el antiguo Egipto, por ejemplo, el sistema
de parentesco incorporaba a grupos de la nobleza que no tenían relaciones de sangre
[Meskell, 2001: 202]. Entre los actuales pápago que habitan el norte de México, en
cambio, es tan importante reconstruir su genealogía como establecer vínculos con sus
antepasados al reinventar constantemente sus tradiciones 17 [Salas Quintanal, 2004].
Incluso nuestras propias nociones de parentesco están siendo desafiadas por dos poderosos
dominios: las nuevas tecnologías de reproducción y los cambios en las relaciones de
género y sexualidad.
Cuestión de escala
El tipo de identidad que se buscaba o que se creía necesario recuperar, era aquella que
representara al conjunto compartido de normas y valores, y a partir del cual el individuo
podía identificarse, esto es, la identidad de un pueblo, la identidad étnica. Dentro de esta
unidad, la ‘sociedad’ aparecía como esencial para la humanidad ya que era la existencia del
grupo social la que determinaba la conducta de sus miembros. La sociedad parecía tener
así, una existencia que no solo se extendía más allá de la vida de los agentes individuales,
sino que existía fuera del agente que actuaba sobre ella. Desde esta perspectiva la cultura
estaba socialmente determinada. A partir de la década del sesenta comenzó a haber una
crítica activa respecto a la visión de la sociedad como un sistema cerrado, resistente al
cambio y estructurado por una jerarquía arraigada en el poder, y empezó a prevalecer la
idea de que las poblaciones humanas, más que una totalidad cohesiva, eran una
multiplicidad de grupos, organizaciones y colectividades entrelazadas. Después de los años
setenta, la discusión de estos tópicos derivó en el debate estructura-agencia.
En arqueología las cosas tomaron un poco más de tiempo. Aquí también se cuestionó que
la sociedad fuera considerada como una entidad estática y se criticó la tendencia de tratar
la variabilidad cultural como representativa de las normas conductuales las cuales, se
decía, estaban socialmente determinadas. Sin embargo, no se cuestionó a la sociedad como
categoría de análisis. Así, la Nueva Arqueología, que surge en la década del sesenta, lo que
hizo fue distinguir al estilo, como una forma de hacer las cosas, de la función, como
aquello para lo cual la cosa está hecha, dando prioridad explicativa a la segunda. Con ello
la sociedad era considerada como un sistema dinámico compuesto por subsistemas
funcionalmente integrados. De este modo, el sistema social en un medioambiente
particular y con sus propios mecanismos internos, seguía siendo la principal unidad de
análisis [Barrett 2001: 146]. Años más tarde, precisamente en 1982, Ian Hodder publica
Symbolic and Structural Archaeology en cuya introducción critica duramente al
funcionalismo ecológico de la Nueva Arqueología. Entre sus críticas cuestiona la
separación que se había introducido entre función y cultura, y con ello la falta de énfasis en
la creatividad individual y la intencionalidad 18 [Thomas, 2007: 215]. A partir de ello se
comienza a abogar por la introducción del individuo dentro de la teoría social.
56
Ciertamente, las reflexiones acerca de los límites y posibilidades que tienen los individuos
dentro de la sociedad han estado a la vanguardia del pensamiento filosófico durante siglos.
Sin embargo, no es sino hasta la última parte del siglo xx cuando empieza a darse en las
ciencias sociales un giro en la unidad de análisis. A partir de entonces el interés por la
relación entre estructura y agencia, sociedad e individuo, ha pasado a ocupar una posición
central en muchas de las investigaciones llevadas a cabo en las ciencias sociales [Dornan,
2002].
2. Agencia
57
toca experimentar a un individuo a lo largo de su vida. Al decir esto parecería dejar de lado
la intencionalidad consciente del agente para modificar el status quo [Dornan, 2002]. En
cambio, define el habitus como un sistema socialmente constituido de estructuras
cognitivas y motivacionales en el que se definen, de manera inconsciente e involuntaria,
los intereses de los agentes. En la medida que éstas son asimiladas por el sujeto, el habitus
es cambiante y no estático. La naturaleza real de las desigualdades estructurales existentes
está, según el autor, fuera del alcance de la conciencia, y por lo tanto no pueden ser tocadas
por un acto voluntario y deliberado [ibid.]. Esta subestimación de la intencionalidad
consciente del agente ha sido criticada por numerosos investigadores, no obstante la Teoría
de la Práctica y el concepto de habitus han sido un parteaguas en las ciencias sociales por
su enorme contribución y sigue siendo aplicada en numerosas investigaciones dentro de las
disciplinas sociales.
Del mismo modo, muchos investigadores han sido atraídos por la Teoría de Estructuración
de Giddens [1995 (1984)]. Esta teoría emplea el continuum tiempo-espacio como un marco
dentro del cual pueden observarse las acciones estructuradas de los agentes humanos
reproduciendo las formas institucionalizadas del sistema social. Según este enfoque, toda
acción humana es llevada a cabo por agentes concientes que construyen el mundo social a
través de su acción y al mismo tiempo tales acciones están condicionadas o restringidas por
el mundo social creado por ellos. Giddens, a diferencia de Bourdieu, no ve a la acción
individual como determinada por estructuras inconscientemente internalizadas. En cambio,
sostiene que las prácticas sociales son mutables y que en cada instancia de la práctica hay
lugar para la creatividad y la innovación. Asimismo, cree que cada individuo sabe cómo
actuar dado que tiene “conciencia práctica”, es decir que tiene un conocimiento no-
discursivo, pero conciente, de las instituciones sociales que le permite monitorear
reflexivamente su conducta. Con esto, difiere de Bourdieu quien equipara el hábito con la
acción inconsciente. Más que decir que las prácticas son producidas por el habitus que esta
determinado por las experiencias previas, Giddens sostiene que las estructuras solo existen
a partir de la conducta reproducida de los actores con intenciones e intereses definidos. En
otras palabras, los individuos son potencialmente activos en la estructuración del mundo
dentro del cual ellos funcionan. Sin embargo, si bien considera la intencionalidad de la
práctica, esto es, la capacidad de los agentes para hacer y modificar las cosas, no incluye
los aspectos desordenados y emotivos de la intencionalidad humana. A pesar de ello, la
Teoría de la Estructuración ha actuado como la base fundacional de las teorías de agencia
más recientes [Dornan, 2002].
58
Robb, 2000]. Por teoría antropológica parecían entender al evolucionismo social
combinado con conceptos de la adaptación ecológica, sobreestimando al sistema en
detrimento del agente. Así, mientras la cultura era conceptualizada como un sistema auto-
regulado e internamente integrado, los individuos eran considerados como las partes
constitutivas más pequeñas de sistemas mayores los cuales tenían su propia dinámica y
seguían su propia lógica, y a lo que los individuos no podían influenciar [Knapp y van
Dommelen, 2008]. Aquellos arqueólogos que se interesaron por los roles sociales de los
individuos tendían a asumir la existencia de actores políticos motivados por una ambición
común de poder, la idea del actor racional (ver más adelante).
En los años 80, comenzó a tomar forma un interés explícito en el tema de la agencia desde
diversos enfoques teóricos (entre ellos, marxistas, estructuralistas, arqueólogos simbólicos
y feministas). De acuerdo a Dobres y Robb [2000], entre los años 80 y 90, el interés por la
agencia se centró en cuatro líneas. La primera refería al género, especialmente a las
dinámicas en las que se constituía el género en la antigüedad, así como a aquellos aspectos
relativos a la naturaleza, generalmente androcéntrica, de la práctica arqueológica. Una
segunda línea de debate concernía a la variación de la cultura material, en particular, a la
cuestión del estilo. Así, lo que había sido por décadas explicado desde argumentos
relativos a la forma-función, comenzó a girar hacia aspectos que tenían que ver con el
contexto de la práctica. En otras palabras, la variabilidad en la cultura material podía
responder no solo al contexto sino también a la “persona” social. En tercer lugar, hubo
arqueólogos que comenzaron a conectar la agencia y la cultura material mediante otros
puentes teóricos, especialmente a través de la fenomenología y de la teoría de
estructuración de Giddens. Estos enfoques permitían centrarse en la construcción social de
las subjetividades del actor dentro de un ambiente construido. Finalmente, otra línea se
orientó hacia los estudios de la desigualdad social centrándose en las estrategias de poder y
prestigio que llevarían al cambio social a gran escala. Un ejemplo clásico ha sido el del
forrajero quien, compitiendo por un status personal, había adoptado las prácticas agrícolas
[v. Ibid. 2000: 8].
En términos generales, las teorías de agencia proponen que ni los individuos sociales ni la
totalidad social pueden ser explicados sin analizar los vínculos entre ellos. Es decir, hay
una relación recursiva y dinámica entre estructura y agencia en donde la acción humana
crea y reproduce la estructura. Sin embargo, uno de los principales problemas en la
aplicación de las teorías de agencia a la arqueología ha sido la falta de consistencia en la
definición tanto de estructura como de agencia. En muchos casos se asume que agencia
refiere a la acción del agente, lo que lleva a ubicar la unidad de análisis al plano del
individuo, mientras que estructura se lo asocia con sociedad. En estos términos, se asume
que estructura y agencia son entidades diferentes y opuestas, pero sobre todo entidades
absolutas y con límites definidos 19 [Gillespie, 2001; Thomas, 2007]. De este modo, se
traslada al pasado el dualismo entre individuos y sociedad, y con ello la noción humanista
de un sujeto personificado que existe antes de su incorporación al campo social [Thomas,
2007].
Para Dobres y Robb, habría un acuerdo general al decir que la agencia, más que la acción
misma, es una “cualidad socialmente significativa de acción”. Esta afirmación, si bien útil,
59
es lo suficientemente amplia como para interpretar a la agencia en términos muy generales
–lo que termina por no aportar nada- o bien de manera demasiado ecléctica [Dobres y
Robb, 2000]. Ciertamente, la noción de agencia ha sido definida de muy diversas formas al
punto de que a veces se contradicen unas con otras. En esos casos es difícil escoger qué
aspecto de la agencia es más relevante. De acuerdo a Dobres y Robb, entre los años 80 y
90, se ha tratado a la agencia como: la replicación de las estructuras cognitivas
inconscientes; la reproducción social de las relaciones de poder a través de las acciones
culturales; la resistencia o desafío de las estructuras de poder a través de la acción directa o
indirecta, colectiva o individual; la constitución de la subjetividad individual a través de
relaciones de poder difusas; la constitución del individuo como una entidad psicológica; la
experiencia de la acción individual en la creación de su historia de vida; la imposición de
forma sobre la cultura material vía la actividad creativa socialmente situada; un proceso de
compromiso intersubjetivo con el mundo material y social; la creación de distinciones
formales y sociales a través de la actividad expresiva; el desarrollo exitoso del
conocimiento y las habilidades tecnológicas tanto discursivas como no discursivas; la
estrategia llevada a cabo para lograr las metas propuestas de un actor racional; la estrategia
llevada a cabo para lograr una meta de acuerdo con una idea culturalmente construida de
personhood [Dobres y Robb, 2000: 9].
Siguiendo a estos autores, tendríamos dos opciones para tratar el problema de la agencia.
Por un lado, seguir una “estrategia ecléctica”, lo que implicaría reconocer que la agencia
opera de diferentes maneras y que, en una situación dada, la contradicción entre sus
diferentes dimensiones es mucho más propia e interesante que la concordancia. Si bien es
una postura que evita reducir el uso del término a unos pocos atributos, también es una
estrategia que tiende a sobre generalizar su uso al punto de volverse poco explicativo y
prácticamente inútil. Además por supuesto, de que puede resultar más una evasión del
problema que una resolución del mismo. Otra alternativa sería, de acuerdo a los autores
mencionados, hacer una definición más restringida de agencia que pudiera ser relevante a
la cuestión particular bajo estudio. En este caso, si bien daría mayor utilidad explicativa al
término, se corre el riesgo de reducir la noción de agencia a unas pocas cualidades
pudiendo dejar de lado aquello que la hace útil, interesante y relevante para entender
situaciones sociales reales [Dobres y Robb, 2000]. No hay, para los autores, una respuesta
sencilla a cual de las opciones deberíamos seguir.
En términos generales podríamos decir que la agencia remite a la capacidad de actuar pero
también a algún tipo de cambio o transformación como resultado de la acción. Es
posiblemente en este sentido que se dice que la agencia es una “cualidad socialmente
significativa de acción más que una mera acción” [Dobres y Robb, 2000: 8; Moore, 2000:
260]. El problema es que puede haber muchos agentes con capacidad de actuar cuyas
acciones, en un contexto dado, no tengan ningún resultado significativo para el grupo. En
otras palabras, la capacidad de actuar o la acción misma no siempre es “socialmente
significativa” sino tan solo una mera acción. ¿Estamos entonces frente a un actor que no
produce agencia? La respuesta dependerá de cómo entendamos el concepto de agencia. Y
esto, más que definirlo por una lista de atributos es necesario revisarlo en el marco de la
teoría. En este sentido, creo que el problema sigue siendo pensar a la agencia en términos
opuestos a la estructura, es decir, hay agencia cuando hay alguna transformación en la
60
estructura. 20 Pero además, la vinculación de agencia con agente tiende a producir actores
sociales que siempre están eligiendo o actuando activamente cuando se enfrentan a nuevas
situaciones, siendo así actores “perennemente sobre-activos o hiper-activos” [Moore, 2000:
260]. En realidad, la misma etiqueta “Teoría de la Agencia” lleva implícita la dicotomía
frente a la estructura (de hecho, no podemos disolver una dicotomía si seguimos utilizando
uno de los dos términos). En este sentido, el concepto de habitus ha sido muy útil. Aquí, el
cambio es inmanente al habitus en la medida que experiencias nuevas se integran a
experiencias anteriores produciendo siempre estructuras estructurantes y estructuradas de
la experiencia; esto nos lleva a entender al habitus como un continuo hacerse.
Esta preocupación surge cuando se empezó a observar que la mayor parte de los estudios
de agencia en arqueología tendían a hablar en términos de las intenciones de los actores, lo
que parecería asumir que la racionalidad pragmática era la motivación dominante y
universal para la acción [Gillespie, 2001]. Esta noción no solo contradice a las teorías más
recientes de agencia las cuales ven a los actores ya no como personas omniscientes,
prácticas y con libre voluntad, sino como gente imperfecta y a menudo imprácticas; sino
que descarta a la literatura etnográfica que demuestra la enorme variación que existe en
conceptos tales como persona, si-mismo o motivación [ibid.]. Aquellas aplicaciones –la del
actor racional y práctico- parten de un supuesto no cuestionado acerca del agente y, por
extensión, de la agencia. En otras palabras, dan por sentado que existe una sola forma de
ser humano: la nuestra, esto es, la de un individuo consciente de sí mismo, auto-contenido
en el cuerpo y moralmente autónomo, capaz de actuar de manera pragmática y racional. No
obstante, resulta anacrónico y etnocéntrico que esta concepción, característica de la
sociedad occidental y moderna, sea aplicada al pasado distante. Más que darlo por sentado
debemos reconocer que esta concepción, basada en la idea de una naturaleza fija y
universal del ser humano, se origina en el humanismo filosófico, y está ligada a la noción
de ser humano como “animal racional”, es decir, como una criatura “natural” a la que se le
agregó algo más: la Razón. Bajo este razonamiento, si la humanidad es “dual”, y la
naturaleza es universal y fija, lo que debe hacer la antropología entonces es indagar en las
diversas manifestaciones culturales. El problema es que esta noción de individuo, más que
una categoría analítica universal, es un tipo cultural y particular de persona que surge como
parte del desarrollo de la modernidad. En efecto, un rasgo prominente de la tradición
intelectual occidental ha sido mantener a humanos y no-humanos separados al construir un
conjunto interrelacionado de dicotomías, cada una de las cuales corre a lo largo de
diferentes ejes de oposición dualista. De este modo, la dicotomía entre humanidad y
61
animalidad se dio a la par de otras tales como sujeto y objeto, persona y cosa, mente y
cuerpo, intencionalidad e instinto, y sobre todo, cultura y naturaleza [Ingold, 2000: 41].
Estos dualismos jerárquicamente ordenados y surgidos de la metafísica cartesiana hace
más de tres siglos, han tenido un potente impacto en la manera en que pensamos acerca de
nosotros mismos en relación a animales, plantas, lugares y cosas no humanas. Para evitar
tales dicotomías, abordaré el tema de la agencia desde un marco mucho más inclusivo y
fundamentalmente como un elemento introductorio a la temática del paisaje, a tratar en el
próximo apartado.
La “persona” en Occidente
Por su parte, la doctrina cristiana relativa a la “encarnación del Verbo”, afirmaba que la
Sabiduría eterna había penetrado dentro del mundo y de la historia tornándose ser humano,
es decir humanizándose, lo que daría un giro antropológico al pensamiento filosófico. Esta
nueva dignidad del ser humano encontraría su expresión en la noción de persona, y al
mismo tiempo acentuaba la importancia de la relación tanto externa o inter-humana, como
interna o de intimidad [Garagalza, 2006:197]. Esta interioridad fue explícitamente
teorizada por San Agustín, quien mantenía que los seres humanos viven en un mundo
físico pero comparten con Dios la cualidad inmaterial, trascendental y eterna del alma. De
este modo, los seres humanos tienen una existencia dual: el “hombre exterior”,
caracterizado por tener un cuerpo, tal como los animales; y el “hombre interior”, relativo a
la posesión de un alma y al que se puede acceder a través de la introspección [Thomas,
2004:128].
62
La interioridad agustiniana y la preocupación cristiana sobre la renuncia voluntaria al
pecado contribuyeron a la identificación de los seres humanos como agentes morales. Esto
fue elaborado al comienzo de la modernidad por dos movimientos opuestos: el
Renacimiento y la Reforma Protestante. Esta última rechazaba al clero como el
intermediario entre la persona laica y Dios. El principio sostenido por Lutero era que solo
la escritura de la Biblia, y no la Iglesia, era la depositaria de las verdades de la fe. Por su
parte, el movimiento renacentista se construía alrededor de la libre voluntad y la razón, por
lo que otro aspecto de individualidad comenzaba a ser celebrado: la particularidad y la
distintividad de la identidad personal [Thomas, 2004]. En este contexto, el impulso
racionalista que animaba la secularización del texto sagrado partía del prejuicio dominante
de la Ilustración, según la cual “los modernos son superiores a los antiguos y la razón es
tanto más eficaz cuanto más autónoma, por lo que la tradición pierde, en fin, su valor”
[Ferraris, 2005: 57].
Descartes veía que para llegar a la certeza del conocimiento había que dudar de todo
incluyendo de su cuerpo y de su propia existencia en el mundo. Esto lo lleva a la
conclusión de que él era una mente, una cosa pensante [res cogitas] porque su capacidad
de pensar era lo único de lo cual no podía dudar, y porque dudar es ya una forma de
pensar. Por lo tanto, al interrogante de si podía dudar de su cuerpo y de su existencia en el
mundo, concluye que él podía existir sin ellos: “Yo soy una sustancia cuya esencia o
naturaleza es solamente pensar, lo cual no requiere de ningún lugar, ni depende de ninguna
cosa material para existir… el alma por lo que yo soy lo que soy –es enteramente distinta
63
del cuerpo” [Descartes, 1988 en Willerslev, 2007: 14]. Descartes proponía entonces que la
mente separaba a los seres humanos del resto del mundo natural. Esto implicaba que cada
persona estaba compuesta de una parte física, caracterizada por su extensión espacial, y
una parte incorpórea o metafísica, caracterizada por el pensamiento. La mente era donde se
asentaba la razón, mientras que el cuerpo era el lugar físico en donde estaba la mente y el
alma, la cual guardaba cierto valor espiritual. 24 El alma es puro pensamiento, una mente
pensante que se rige por leyes lógicas que están impresas en la mente desde el nacimiento.
La mente entonces, posee cualidades que los seres humanos comparten con Dios: libertad,
voluntad, conciencia [Bordo, 1987 en Fowler, 2004: 12]. Ahora bien, para incrementar el
conocimiento el individuo no solo debía estar dotado de razón sino que además debía
poder usarla libremente; así, la libertad de elección iba a identificarse con la autonomía del
individuo, y tanto la libre voluntad como la autonomía se convertirían en uno de los temas
centrales de la filosofía moderna.
La noción elemental del cuerpo como contenedor de la mente y el alma, fue empalmada
con la concepción mecánica del cuerpo y de sus propiedades internas propuesta por
Thomas Hobbes -lo que iba a la par de la “física social” con la que explicaba a la sociedad.
Este filósofo veía al cuerpo como una máquina completamente determinada por su
estructura, es decir, por su composición física, su anatomía y su química. El determinismo
mecánico de Hobbes reducía el carácter de la persona a algo biológicamente innato,
gobernado por la materia y la forma del cuerpo. Con ello hacía tabla rasa de cualquier
llamado a entidades sobrenaturales superiores a la autoridad civil [Latour, 2007: 40, la
cursiva es mía]. Los atributos de la personalidad, que en el mundo medieval estaban
estrechamente asociados a eventos o lugares impregnados de poderes espirituales,
aparecían ahora, al igual que el ser, contenidos en el cuerpo, y dictados por un conjunto de
necesidades que eran transmitidas a través del material genético. En otras palabras, las
capacidades comenzaron a ser acreditadas solamente a la agencia humana. Así, en la
64
medida que la persona se alienaba del mundo natural, de los eventos asociados a los
lugares, y de afecciones o condiciones espirituales, se convertía en un ser cada vez más
indivisible [Fowler, 2004]. El individuo era ahora concebido como una entidad separada
del mundo: los sentidos, el cuerpo y el alma ya no dependían de eventos cosmológicos,
sino que estaban sujetos a la voluntad del individuo. 25 Así, durante la Revolución
Industrial, mientras la máquina como tecnología social parecía ser primordial para entender
a la sociedad, ésta se daba a la par del desarrollo de la concepción mecánica del cuerpo.
Finalmente, la teoría evolutiva de Darwin, publicada en 1859, llevó a una interpretación
revolucionaria de los organismos dando pie al desarrollo de ideas sobre genética [Fowler,
2004: 105].
Ahora bien, si tomamos en cuenta que ser un individuo es un modo de existencia humana
que ha prevalecido en Occidente durante los últimos quinientos o seiscientos años, también
debemos considerar que individualismo refiere a un discurso que celebra y valora al
individuo y como tal es un fenómeno mucho más reciente [Thomas, 2004]. Si bien la
palabra fue utilizada por primera vez en Francia en el periodo inmediatamente posterior a
la Revolución de 1789, el desarrollo del individualismo se dio a comienzos del siglo xix y
estuvo conectado con el Romanticismo Alemán. A partir de entonces, la forma de
individualidad celebrada por el individualismo ha cambiado a lo largo del tiempo, mientras
que la tendencia de ver a la persona como una entidad indivisible y limitada en su cuerpo
físico se ha ido equiparando con la idea de individualidad [Fowler, 2004:16]. Con el
individualismo, entonces, se ha dado por sentado que todas las personas –entendidas como
entidades únicas e indivisibles- son individuos –entendidos como seres libres y autónomos-
que actúan por motivaciones propias, y por lo tanto que la persona como individuo es el
motor para la agencia. Es por ello que en arqueología, bajo el argumento de que la
individualidad era un rasgo universal de la condición humana, las primeras aplicaciones de
la agencia derivaron en propuestas como la del “ bigman aggrandizer ”.
65
Nadie es realmente un individuo.
Nadie tiene realmente una identidad consciente que precede su corporalidad física, su lugar
en el mundo, su existencia junto a otros seres humanos, y la adquisición de un lenguaje y
de conceptos con los cuales piensa. En su crítica a la modernidad, Latour sostiene que a
menudo se define a ésta por el humanismo, ya sea para saludar el nacimiento del hombre o
para anunciar su muerte. Sin embargo, dice Latour, esta misma definición es moderna –y
asimétrica- ya que olvida el nacimiento conjunto de la “no humanidad”, el de las cosas, de
los objetos, de los animales, de los lugares, de los discursos y de los dioses. La modernidad
viene de la creación conjunta de esos dominios, luego del ocultamiento de ese nacimiento
conjunto y del tratamiento por separado de los mismos [Latour, 2007: 33]. Es debido a este
“tratamiento por separado” al que estamos acostumbrados, que el cuerpo humano es
presentado, en primer lugar, desde su naturaleza apriorística, es decir, universal y
compartida por toda la humanidad, mientras que “la cultura es luego estampada en su
superficie como un rasgo secundario” [Thomas, 2007: 214]. De acuerdo a Thomas, el
humanismo sigue dominando nuestra comprensión del cuerpo humano al presentarlo como
compuesto por dominios ontológicos diferentes. Un claro ejemplo de ello es la distinción
hecha en la década del 60 y 70 por el movimiento feminista entre “sexo” y “género”.
Mientras el primero es la verdad biológica acerca de la diferencia corporal, el segundo es
considerado como su interpretación cultural, y por lo tanto el único que puede variar
culturalmente. El problema es que mientras la antropología siga universalizando la idea de
que la naturaleza del cuerpo esta fija en la biología, y de que el carácter de su materialidad
es incuestionable, seguirá trasladando el dualismo mente/cuerpo a pueblos con formas
diferentes de entender el mundo [ Ibid. ]. En alusión a la versión cartesiana, Ingold
comenta que en sociedades cazadoras recolectoras es desde su condición de personas
enteras y no desde unas mentes sin cuerpo que los seres humanos se comprometen unos
con otros e incluso con seres no humanos. Esto lo hacen desde su condición de seres en el
mundo y no como mentes que, excluidas de una realidad dada, encuentran un
predicamento común acerca del sentido de aquella [Ingold, 2000:47].
Tampoco se trata de ver al cuerpo como una construcción puramente social o puramente
discursiva –nadie podrá decir que el cuerpo humano es inmaterial antes de ser nombrado, o
inexistente antes de entrar en una relación social. Estos supuestos seguirían manteniendo la
dicotomía ontológica que separa la materia del significado. Contrario a ello, Heidegger
sostiene que no existe ser trascendental ya que n o podemos hablar del ser sin el mundo, ni
del mundo sin el ser [ Heidegger, 1953:62]. Ser es en sí mismo habitar y habitamos en la
medida que somos. 26 Este sujeto como Ser-ahí, como ente inmerso en el mundo, implica
que la objetividad y, por lo tanto, la separación entre sujeto y objeto ha sido una ilusión
desde el principio [Latour, 2007]. Vivimos en un mundo físico pero no accedemos a él en
su pura materialidad a través de entradas sensoriales; más bien la “materialización es el
proceso por el cual el mundo se nos revela de manera inteligible” por lo que lenguaje,
cultura y sociedad son integrales a este proceso [Thomas, 2007; 2004]. Latour sostiene que
nada es totalmente natural, ni totalmente social ni totalmente discursivo. El problema es
que, para la modernidad, “la epistemología, las ciencias sociales, las ciencias del texto,
cada una tiene su propia casa, pero a condición de ser distintas”, por lo que, según el autor,
“es evidente que nuestra vida intelectual está muy mal hecha” [Latour, 2007: 20].
66
Desde fines del siglo xix y a lo largo del siglo xx ha habido una fuerte tendencia filosófica
contraria al humanismo y que estuvo en concordancia con las críticas hacia la modernidad.
Pensadores como Nietzsche, Heidegger, Lacan, Foucault, Derrida, entre otros, han sido
parte, de una u otra manera, de esta tendencia. Desde los diversos enfoques, se rechaza la
idea de que el pensamiento y el lenguaje estuvieran fuera del mundo material, y se plantea
que no existe un espacio metafísico separado del mundo en donde aquellos fenómenos se
dan: el pensamiento no está encerrado en un reino mental separado, ni el lenguaje se ocupa
meramente de describir cosas [Thomas, 2007]. El punto es que no podemos conocer a la
cosa en sí misma, sino solo a través del acto de la interpretación. Es decir, el lenguaje
“‘interpreta’ la realidad, en la medida en que dice ‘algo de algo’. […] la enunciación es una
captura de lo real por medio de expresiones significantes, y no un extracto de supuestas
impresiones provenientes de las cosas mismas” [Ricoeur, 2008:10]. El mundo material esta
articulado por el pensamiento y el lenguaje. Esto implica que no nos enfrentamos con la
cosa material desnuda para luego vestirla con significado, sino que ella se nos revela en
una manera inteligible. De este modo, cosa y significado son los mismo, constituyen una
sola identidad [Henare et.al., 2007].
67
mismos. Si la noción de persona es relacional, tendremos que explorar las relaciones que
fueron forjando a cada humanidad –si cabe ese término-, más que presumir que el
individuo trascendental estuvo siempre en el centro de todo. En este sentido, la etnografía
ofrece numerosa evidencia de comunidades para quienes la Individualidad, tal como
nosotros la concebimos, es absolutamente incomprensible. Más adelante veremos que en
sociedades tradicionales no occidentales o premodernas, la noción de persona se construye
y se fija a partir de las relaciones. Aquí, lo relacional tiene una prioridad conceptual
mucho mayor que la integridad del sujeto o del cuerpo. 27 Así, más que un ente autónomo
que actúa por motivaciones propias, la cualidad emergente del sujeto humano se hace
evidente en la interacción social, la gente actúa en su capacidad de persona internalizando
la estructura en la medida en que se compromete en acciones para reproducirla y
transformarla [Gillespie, 2001. 75]. La agencia entonces, debe ser entendida en términos
relacionales: uno siempre actúa en relación al otro, y aquellos intereses [más que los
propios] son vistos como la causa de nuestras acciones [Strathern, 1988 en Thomas,
2007:215].
68
gente, en las estrategias que se utilizan para negociar esas motivaciones, y en las
identidades producidas por esa interacción social [Fowler, 2004]. Así, dentro de cualquier
contexto en el que se desarrollan prácticas sociales existen tendencias específicas creadas y
reproducidas por las personas involucradas en tales prácticas. Estas tendencias generan
diferentes modos de ser persona. En nuestra sociedad, el modo de ser persona más
representativo es, como se dijo, la individualidad y la indivisibilidad. En sociedades
tradicionales no modernas suele destacarse otro modo de ser persona, definido por Marilyn
Strathern como dividual.
Por su parte, la permeabilidad, refiere a la persona dividual que es permeada por sustancias
cuyas cualidades influyen la composición interna de la persona. Pero, a diferencia de la
anterior, no hay partes que sean realmente separables de la persona, es decir, las sustancias
no son objetivadas como partes específicas de la persona y por lo tanto cambiantes, sino
69
que son fijas. En este sentido, el cuerpo es considerado como un todo integral pero sus
bordes son permeables y las sustancias y la energía fluye a través y entre ellos. En India,
por ejemplo, cada sustancia tiene un género, un significado y un efecto que son fijos: tratar
con sustancias calientes acentúa la masculinidad, mientras que tratar con sustancias frías
acentúa la feminidad. De este modo, es en la transacción y manipulación de las sustancias
donde se genera la identidad personal [Busby, 1997]. En la medida en que estas formas de
dividualidad, en tanto mecanismos sociales, se van reproduciendo a través de las prácticas
cotidianas, también se van perpetuando o negociando determinadas tendencias de ser
persona.
En la noción dividual de persona las sustancias con cualidades generativas circulan no solo
entre los cuerpos humanos sino también pueden encontrarse en lugares, objetos, plantas y
animales. Las relaciones dividuales entonces no solo ligan a los seres humanos entre sí
sino que reúnen a todos los elementos del cosmos dentro de la persona. De este modo, el
sentido de comunidad puede incluir tanto a seres humanos como a entidades no humanas
con las que habitualmente se vinculan en un mismo colectivo social [Ingold, 2000]. Dichas
entidades pueden tener conciencia, subjetividad y lenguaje y por tanto la capacidad de
influir en los acontecimientos lo que los hace agentes potenciales de la práctica social. A
continuación veremos la manera en que la antropología ha definido a estas formas
ontológicas de ver y entender el mundo.
La humanidad compartida
70
Decía más arriba que, de acuerdo a la conceptualización moderna, el ser humano es visto
como una criatura biológica a la que le fue adherida una mente, un alma, y una
comprensión de sí mismo como ser único. Según este supuesto, la mente es donde esta la
razón, el alma el aspecto perdurable de la persona con cierto valor espiritual, y el cuerpo el
lugar físico en donde se ubican la mente y el alma. Al atribuir todas las capacidades a la
agencia humana alienándose cada vez más del mundo externo el ser humano se hizo cada
vez más indivisible. Así, aunque humanos y animales sean físicamente lo mismo, esto es,
máquinas, ambos son completamente diferentes respecto a la mente. A los animales les
falta la cosa que hace a los humanos distintos de ser meras máquinas, esto es la mente, y
dado que mente y alma son absolutamente inseparables, entonces tampoco tienen alma
[Descartes, 1984 en Willerslev, 2007: 14]. De este modo, vemos que en la
conceptualización moderna existe una continuidad biológica con el resto del mundo natural
y una discontinuidad espiritual con el mismo, es decir, la esencia racional y espiritual fue
“agregada” solo a los humanos y esto los hace únicos y diferentes de los demás.
71
creencias es Animismo. El término animismo fue introducido por Taylor en 1871 como una
forma de caracterizar a las formas más simples de creencias religiosas: la “creencia en
seres espirituales”. Esta visión, propuesta a la luz del evolucionismo del siglo xix,
argumentaba que debido al desarrollo inadecuado de un razonamiento científico, la gente
“primitiva” intentaba explicar el mundo al adscribir personalidad y vida no solo al hombre
y a las bestias sino también a las cosas [Willerslev, 2007: 15]. De manera similar, se
asociaba el animismo a los estadios infantiles del ser humano. De acuerdo a Willerslev, la
expresión “adscribir” reduce las ideas indígenas acerca de las personas no-humanas a la
categoría de “error”, y este supuesto error implantado en el discurso indígena ha sido la
cruz del término. Ciertamente, animismo es un término que hasta el día de hoy muchos
antropólogos usan con precaución. La razón de ello, sugiere Descola, es porque recuerda
los antiguos debates de la antropología sobre la cuestión del origen de las religiones y las
supuestas diferencias entre el pensamiento primitivo y el pensamiento científico [Descola,
2004: 31], pero también se debe al temor implícito a prestar atención a un aspecto
aparentemente irracional de la vida de las sociedades arcaicas. En otras palabras, los
antropólogos han tendido a dar poca credibilidad a relatos que difieren radicalmente de lo
que nosotros podemos considerar como “normal”. Al comienzo de la disciplina, tales
relatos eran considerados o bien como la muestra de una racionalidad primitiva, o bien
como fantasías o engaños. En años más recientes, el tema del animismo se ha visto
revitalizado aunque desde una perspectiva más cercana a la visión indígena y con una
mayor aceptación de sus propios discursos. Esta revitalización estuvo asociada a una
reformulación de sus parámetros básicos en donde el foco original, sustentado en el
aspecto religioso, se fue moviendo hacia el aspecto relacional con el mundo no humano,
mismo que tampoco ha estado exento de debate [v. Bird-David, 1999]. Una de las
consecuencias de este vuelco ha sido la cuestión concerniente a la persona, es decir, qué es
una persona, y por tanto al debate acerca de la oposición entre personas y cosas [Alberti y
Bray, 2009].
A partir de entonces se ha definido al animismo como una ontología que postula el carácter
social de las relaciones entre humanos y no-humanos [Descola, 2001; 2003; 2004], como
una “epistemología relacional” en donde el conocimiento del mundo se centra
principalmente en las relaciones que se entablan con el entorno [Bird-David, 1999]; como
una ontología del habitar, en donde existe un compromiso activo, práctico y perceptual
entre las diversas entidades que lo habitan [Ingold, 2000]; o como la capacidad de
comunicación a partir de la existencia de relaciones ecosemióticas entre humanos y no-
humanos [Hornborg, 2001a; 2001b; 2006].
De acuerdo a Descola, los sistemas animistas son aquellos que utilizan categorías sociales
para organizar, en términos conceptuales, las relaciones entre los humanos y las entidades
no humanas [Descola, 2001: 107-108]. Así, en el animismo suele concebirse a los animales
y las plantas, los astros y las rocas como personas dotadas de cierta entidad anímica que les
permite comunicarse con los humanos, y es en razón de esta esencia interna común que se
dice que los no-humanos llevan una existencia social idéntica a la de los humanos
[Descola, 2003: 40]. Así por ejemplo, para los Ashuar de las selvas orientales del sur de
Ecuador y norte de Perú, la mayor parte de las plantas, de los animales, de los astros y de
los truenos son personas [aents] dotados de un alma o esencia propia (wakan) y de una
72
vida autónoma con afectos y emociones humanas por lo que poseen una personalidad
singular y la posibilidad de comunicarse con los humanos. Sin embargo, solo los humanos
son “personas completas” ya que su apariencia está plenamente conforme con su esencia.
Para estos grupos, la distinción entre la caza y la horticultura implica dos modos de
“socialización” diferentes. Por un lado, las mujeres cuidan las plantas cultivadas como a
parientes consanguíneos, y por otro, los hombres encantan a las presas como a parientes
afines. En este sentido, destaca el autor, la referencia que comparten la mayoría de los
seres animados es aquí la humanidad como condición, y no el hombre como especie [Ibid.:
40]. Esta postura tiende a definir una continuidad de tipo sociocéntrica entre naturaleza y
cultura basada en la atribución de disposiciones humanas y características sociales a los
seres naturales.
73
[Ibid.: 113]. La energía entonces, es transmitida y generada a través de las relaciones que
se entablan entre los humanos y entre todas las entidades que pueblan el cosmos. La
relación entre todas estas entidades es dialógica, y por lo tanto el status del ser es
negociable, lo que implica que ninguna forma es permanente. En otras palabras, el diálogo
entre humanos y no humanos involucra la adopción del punto de vista del otro
convirtiéndose temporalmente en el ‘otro’ con relación a su propio grupo. Es en los
sistemas animistas, entonces, donde los chamanes aparecen como los mediadores
necesarios entre las distintas interfases [ibid.: 114].
Por su parte, Hornborg [2001a; 2001b; 2006] sigue la línea de la ecosemiotica, la que es
retomada de la teoría ecológica del significado propuesta por Jacob von Uexküll en la
primera mitad del siglo xx. Uexküll sostiene que el medioambiente es un mundo subjetivo
al que denomina Umwelt. De acuerdo a esta teoría, los organismos vivos [incluyendo las
células] responden como sujetos, es decir, responden a signos. Cada organismo en su
ecosistema vive en su propio mundo subjetivo, o Umwelt, el cual es definido a partir de la
interacción práctica con su entorno. Debido a las diferencias entre los organismos, esto es,
a sus diferentes necesidades, capacidades y perspectivas, habrá tantas clases de Umwelt
como especies u organismos haya, lo que implica que cada organismo crea activamente su
“mundo alrededor” por medio de interacciones repetidas con su entorno. El factor central
de esta teoría es que la interacción de los organismos con sus ecosistemas presupone un
intercambio e interpretación de signos, por lo que cada Umwelt, es un mundo de naturaleza
semiótica. De acuerdo a Uexküll, la cuestión del significado es fundamental para todos los
seres vivientes. En este sentido, dice Hornborg, las relaciones ecológicas se basan en el
significado; son semióticas, y la interacción ecológica presupone precisamente esa
pluralidad de mundos subjetivos. En síntesis, en la teoría del Umwelt cada especie de
organismo crea su propio “mundo alrededor” en virtud de su interacción práctica y del
intercambio de signos con los demás componentes de su entorno, lo que lo hace ser un
mundo subjetivo. Por lo mismo, cada organismo es tratado como sujeto con capacidad de
agencia. En este sentido, sostiene Hornborg, decir que la tendencia humana a animar las
cosas se genera en las “capacidades cognitivas basadas socialmente” es restringir el campo
de visión. Más bien, habría que pensar que el desarrollo de las capacidades cognitivas para
interactuar con interlocutores no predecibles puede haberse generado también porque las
relaciones ecológicas son fundamentalmente comunicativas [1999]. En otras palabras, más
que decir que el animismo es la proyección de las relaciones sociales humanas sobre la
naturaleza, habría que ver si no son las relaciones semióticas entre los organismos las que
están en la base de todo. Más adelante retomaré este punto.
74
en Hornborg, 2001b] observa que los estudios sobre cazadores recolectores suelen
mencionar que estos grupos representan “la relación entre los humanos y la naturaleza […]
en términos de relaciones personales, en un marco sujeto a sujeto y no sujeto a objeto”. La
aplicación de metáforas sociales a prácticas de subsistencia no está limitada a los cazadores
recolectores sino que parece ser un aspecto omnipresente en la subsistencia de sociedades
premodernas [Hornborg, 2001b: 72] en donde el ciclo de vida humano es equiparado al
crecimiento de plantas y árboles. 31 De este modo, las ideas de regeneración y renacimiento
o de existencia cíclica conectan las sustancias humanas con la regeneración social y la
fertilidad de la tierra a partir de un esquema metafórico [Fowler, 2004: 106-109].
Sin embargo, el calificativo de metáfora ha sido puesto entre paréntesis por algunos
investigadores ya que la noción de “metáfora” o de “modelación social de la naturaleza”
escapa al reduccionismo evolucionista solo para caer en el dualismo cultura-naturaleza
[Ingold, 2000]. Esto es porque la noción de metáfora supone una distinción previa entre un
dominio en el que las relaciones sociales son constitutivas y literales (el mundo social de
los humanos) y otro en el que aquellas son representacionales y metafóricas (el mundo
natural de plantas y animales) [Willerslev, 2007: 2]. En otras palabras, la idea de que
humanos y animales están relacionados por una socialidad común depende
contradictoriamente de una discontinuidad ontológica anterior [Viveiros de Castro, 2004:
48]. En efecto, en muchos casos los paralelos que podrían observarse entre los ciclos de
vida de la gente y de las cosas no son en sí mismas metáforas. Más bien, plantas, animales
y otras entidades no humanas pueden ser conceptualizados como integrados a un sistema
holístico que hace que la composición del cuerpo sea inteligible a través de sus
interrelaciones con objetos o sustancias externas por medio del intercambio y del consumo
[Fowler, 2004: 109-110]. En este sentido, todos los elementos del cosmos pueden estar
conectados por el mismo patrón de transformaciones que liga cuerpos humanos, sustancias,
objetos, lugares, animales y plantas. Se trata más bien de una misma lógica aplicada a las
relaciones en todas las escalas y a través de todas las entidades.
Relaciones en perspectiva
La noción de “cualidad perspectiva” fue propuesta inicialmente por Kaj Århem para los
Makuna del noroeste amazónico, noción que posteriormente retoma y redefine Eduardo
Viveiros de Castro para denominarlo Perspectivismo [Viveiros de Castro, 1996]. Esta
propuesta fue motivada por las abundantes referencias en la etnografía amazónica a una
concepción indígena según la cual el modo en que los seres humanos ven a los animales y
a otras subjetividades que pueblan el universo, esto es, dioses, espíritus, muertos, plantas,
fenómenos meteorológicos, accidentes geográficos, objetos e instrumentos, es
radicalmente distinto al modo en que esos seres ven a los humanos y se ven a sí mismos.
75
Así, por ejemplo, los animales depredadores y los espíritus ven a los humanos como
animales de presa, mientras que los animales de presa ven a los humanos como espíritus o
como animales depredadores. Los animales y espíritus nos ven a nosotros como no-
humanos y a sí mismos como humanos. Ellos se aprehenden como humanos cuando están
en sus propias casas o aldeas y consideran sus propios hábitos y características como una
especie de cultura. Ven su alimento como alimento humano, de la misma manera que los
jaguares ven a la sangre como cerveza de mandioca, los muertos ven a los grillos como
peces, etc. Esta concepción, en la que los animales u otras entidades no-humanas se ven
como personas, está casi siempre asociada a la idea de que la forma material de cada
especie es un envoltorio, una “ropa”, que esconde una forma interna humana. Esta forma
interna es el espíritu del animal, que no es más que una intencionalidad o subjetividad
formalmente idéntica a la conciencia humana, y por lo general visible solo a los ojos de la
propia especie o de ciertos seres transespecíficos como los chamanes. De este modo, habría
en términos generales, una distinción entre una esencia antropomorfa de tipo espiritual,
común a los seres animados, y una apariencia corporal variable, propia de cada especie.
Esta apariencia no sería un atributo fijo sino una “ropa” intercambiable y desechable. Esta
noción de ropa es una de las expresiones privilegiadas de la metamorfosis [Viveiros de
Castro, 1996; 2004]. Cabe destacar que las concepciones perspectivistas no solo han sido
consignadas en varias etnografías sudamericanas y norteamericanas (Esquimales,
Koyukon, Cree, Ojibwa, Kwakiutl), incluyendo el norte de México, sino también en Asia y
Melanesia (Tshimshian, Haida, Yukaghirs, Chewong, Batik, Kaluli).
Una de las objeciones que Viveiros de Castro le hace al animismo definido por Descola,
refiere justamente al “modelo ‘sociocéntrico’ donde las categorías y relaciones intra-
humanas son usadas para trazar mapas del universo” [Viveiros de Castro, 2004: 47]. Si el
animismo consiste en atribuir a los animales las mismas facultades sensibles de los
hombres y una misma forma de subjetividad, es decir, si los animales son “esencialmente”
humanos, ¿cuál es entonces la diferencia entre los humanos y los animales? Si los animales
son gente, ¿por qué no nos ven como gente? Y, por otro lado, si el animismo es un modo
de objetivación de la naturaleza en el que el dualismo cultura/naturaleza no está en vigor,
¿qué hacer con las abundantes indicaciones de la existencia de esta oposición en las
ontologías sudamericanas? [Ibid.]. Para Viveiros de Castro como para otros investigadores,
existen datos que permiten plantear que la dicotomía Cultura/Naturaleza es muy operativa
no solo entre los grupos amazónicos sino también entre los indígenas mexicanos. Sin
embargo, el dominio en el cual opera esta dicotomía no depende de cualidades sustantivas
sino relacionales (cruce de miradas; sujetos en perspectiva). De este modo, más que saber
si los nativos le atribuyen cualidades humanas a tal o cual animal, planta u otro tipo de ser,
lo importante es entender en qué condiciones y con cuáles modalidades esto se aplica
[Bonfiglioli, 2010]. Para Viveiros de Castro, quien rechaza la antropología monista
propuesta por Descola, es necesario reformular tal dicotomía ajustándola a las distintas
realidades etnográficas, y esto debe hacerse ya no desde un sustantivismo analítico sino
desde un enfoque de tipo relacional.
76
interpenetran, sumergidos en un mismo medio pre-subjetivo y pre-objetivo; un medio cuyo
fin es, como lo destacara Levi-Strauss, la diferenciación entre cultura y naturaleza. Las
narraciones míticas están pobladas de seres cuya forma, nombre y comportamiento
mezclan inextricablemente atributos humanos y no humanos, en un contexto común de
intercomunicabilidad [Viveiros de Castro, 2004:41]. Así, los mitos cuentan cómo, en el
principio, todos eran humanos pero luego algunos perdieron esa condición y se
convirtieron en animales. En pocas palabras, para los grupos amazónicos la condición
original común de los humanos y animales no es la animalidad sino la humanidad [Ibid.,
1996:117]. Por tanto, humanos y no humanos comparten esencias internas idénticas pero
materialidades diferentes. Al perder su forma humana, estos seres conservaron algunos
atributos como la conciencia -de la que el sueño es su manifestación más directa. Tales
corporalidades distintivas, a menudo descritos como “ropa”, y los consecuentes limitantes
físicas y sensoriales, hacen que humanos y no humanos tengan perspectivas diferentes.
En este sentido, lo que diferencia a las especies de personas descansa en sus cuerpos, base
de sus perspectivas particulares. El alma, que es formalmente idéntica a través de las
especies, percibe la misma cosa en todo lugar, por lo que la diferencia debe venir de la
especificidad de los cuerpos. Aquí es donde radica la diferencia: los animales ven de la
misma forma que nosotros cosas distintas de lo que nosotros vemos porque sus cuerpos son
diferentes de los nuestros. En otras palabras, todos los seres ven el mundo de la misma
manera, lo que cambia es el mundo que ellos ven. Los animales utilizan las mismas
categorías y valores que los humanos. Sus mundos, como el nuestro, giran en torno a la
caza y la pesca, a la cocina y a las bebidas fermentadas, a los rituales de iniciación, a los
chamanes, a los espíritus, etc. [Viveiros de Castro, 2004]. Por lo mismo, los diferentes
cuerpos que generan diferentes puntos de vista, no refieren solo a diferencias fisiológicas
sino también a diferencias relativas a un conjunto de maneras o modos de ser que
constituyen un habitus –qué come, cómo se mueve, cómo se comunica, dónde vive, si es
gregario o solitario, etc.. De este modo, entre la subjetividad formal de las almas y la
materialidad sustancial de los organismos, existe el cuerpo como haz de inclinaciones y
capacidades que constituye el origen de las perspectivas. Así, a diferencia del Naturalismo,
en donde el espíritu es nuestro gran diferenciador y el cuerpo nuestro gran integrador; en el
Perspectivismo, el cuerpo, que no es sustancia material sino inclinación activa, es lo que
diferencia, mientras que el espíritu, que no es sustancia inmaterial sino forma reflexiva, es
lo que integra. De este modo, el Perspectivismo es tanto multinaturalismo como
relacionismo [Viveiros de Castro, 2004: 55-57].
Cabe destacar que, para la Amazonia, “las auto-designaciones colectivas del tipo ‘gente’
significan ‘personas’ y no ‘miembros de la mismas especie’, y son pronombres personales
que expresan el punto de vista del sujeto hablante y no nombres propiamente dichos. Decir
que animales y espíritus son gente equivale a decir que son personas; es atribuir a los no-
humanos las capacidades de intencionalidad y de acción consciente –agencia- gracias a las
cuales pueden ocupar la posición enunciativa de sujeto. Tales capacidades están
cosificadas en el alma o espíritu de los cuales esos no-humanos están dotados. Es sujeto
quien tiene alma, y tiene alma quien es capaz de un punto de vista. Las almas o
subjetividades amerindias, humanas o no-humanas, son pues categorías relativas”
[Viveiros de Castro, 2004: 51]. De este modo, todo ser que ocupa el punto de vista de
77
referencia, estando en posición de sujeto, se aprehende como perteneciente a la humanidad.
Para el autor, la forma corporal humana y la cultura, esto es, los esquemas de percepción y
acción encorporados en disposiciones específicas, son atributos pronominales. Es decir,
son el modo mediante el cual todo agente se aprehende y no atributos literales y
constitutivos de la especie humana proyectados metafóricamente sobre los no-humanos.
Estos atributos son inmanentes al punto de vista y se mueven con él. Finalmente, los
animales u otros entes dotados de alma no son sujetos porque son humanos disfrazados,
sino son humanos porque son sujetos potenciales, es decir agentes. La Cultura entonces, es
la naturaleza del sujeto: es la forma por la cual todo agente experimenta su propia
naturaleza [Ibid.].
Ahora bien, para Viveiros el animal parece ser el prototipo extra-humano del Otro,
señalando que “la espiritualización de plantas, meteoros e instrumentos tal vez se pudiera
considerar secundaria a la espiritualización de los animales o derivada de ella” [Viveiros
de Castro, 2004: 42]. No obstante, agrega, aunque solo en una nota al pie, que “en las
culturas de la Amazonía occidental, en especial en las que consumen alucinógenos, la
personificación de las plantas parece ser al menos tan relevante como la de los animales y
que, en áreas como el Alto Xingú, la espiritualización de los instrumentos desempeña una
función cosmológica de primer plano” [Viveiros de Castro, 2004: nota 14]. A la luz de las
nuevas investigaciones en la Amazonia se está demostrando que las nociones animistas y
perspectivistas también abarcan el mundo de las ‘cosas’, término que refiere no solo a los
artefactos –objetos hechos por dioses y humanos, incluyendo imágenes, canciones,
nombres y diseños- sino también a objetos y fenómenos naturales que son considerados
centrales en la vida humana y la reproducción [Santos-Granero, 2009a]. De este modo, los
objetos más que ser derivativos o secundarios pueden llegar a ocupar un rol primordial en
las “cosmologías construccionistas amerindias y en las anatomías compuestas” [ibid.].
78
artefactos- se convirtieron en animales cuando un niño abrió la calabaza que contenía la
noche: el niño se convirtió en un urutaú, un pájaro que llora en las noches; las flechas
venenosas se transformaron en venenosas serpientes, el canasto en jaguar, etc. Finalmente,
el mito dice que todos los animales están hechos de gente, lo que sugiere que tales objetos
tienen el status de sujetos [Miller, 2009]. Esto implica que las formas de vida no son
resultado de una creación ex nihilo (como lo sería para la cosmología Judeocristiana), sino
producto de la transformación de cosas preexistentes.
Esta capacidad de transformación deriva del carácter compuesto de todas las formas de
vida. Como lo describe Santos-Granero, en la Amazonia, “los humanos están hechos de
artefactos o de plantas y peces; los animales están hechos de peces y de una variedad de
artefactos; las plantas están hechas de animales y artefactos; los diseños están hechos del
lenguaje de los espíritus, las flautas están hechas de los frutos, de las aves y de los
animales del bosque; los cantos están hechos de la respiración de las divinidades o del
humo de sus cigarros” [2009a: 22]. Este carácter transformacional hace que los cuerpos
sean altamente inestables. Así, por ejemplo, el espíritu de un animal puede robar los
ornamentos personales de un ser humano y con ello inducir el cambio de perspectiva y la
transformación de la persona en el animal que le robó [Miller, 2009]. En este sentido, todos
los seres tienen la posibilidad de imponer su punto de vista a los otros en virtud de su
carácter compuesto.
Para comenzar cabe mencionar la anécdota antillana citada por Levi-Strauss en la que hace
referencia a la extrañeza que tanto europeos como americanos tenían respecto al “Otro”
pocos años después del descubrimiento del continente. Allí señala que “en una isla vecina
[Puerto Rico, según el testimonio de Oviedo], los indios se esmeraban en capturar blancos
y hacerlos perecer por inmersión; después durante semanas montaban guardia junto a los
ahogados para saber si estaban o no sometidos a la putrefacción” [Lévi-Strauss, 1976: 61-
62]. La explicación que da el autor en 1955 (fecha de la primera edición del Tristes
Trópicos, la de 1976 es la tercera edición), es que “los blancos invocaban las ciencias
sociales, mientras que los indios confiaban más en las ciencias naturales; y en tanto que los
blancos proclamaban que los indios eran bestias, éstos se conformaban con sospechar que
los primeros eran dioses” [Ibid.]. En el tiempo en que Lévi-Strauss escribía estas líneas,
nos dice Viveiros de Castro, la estrategia para hacer valer la plena humanidad de los
salvajes y hacerlos indistinguibles de nosotros, era mostrar que ellos hacían las mismas
79
distinciones que nosotros. Es decir, los indígenas, igual que los invasores europeos,
consideraban que solo el grupo al que pertenecían encarnaba la humanidad; los extranjeros
estaban del otro lado de la frontera que separa a los humanos de los animales y espíritus.
De esta manera, ellos también distinguían la cultura de la naturaleza; y esta distinción
finalmente los hacía humanos.
Aunque a veces hablan de tres almas, la concepción general entre los yukaghirs es que la
persona tiene solo un ayibii o alma. Ésta vive en la estructura ósea de la persona pero
puede dividirse y moverse a diferentes partes y productos del cuerpo. El corazón, la cabeza
y la sombra están entre sus ubicaciones preferidas, lo que hace que la gente hable de tres
almas: la cabeza-ayibii, el corazón-ayibii, y la sombra-ayibii. Sin embargo, el ayibii puede
en principio estar en todas las partes y órganos del cuerpo. De este modo, el ayibii se
individualiza en diferentes agentes o “personas”, cada una de las cuales toma su carácter
específico de la parte del cuerpo o de los órganos que habita. Así, “cada parte animada u
órgano del cuerpo es considerada como un tipo de persona dentro de la persona. No
obstante, el ayibii es originalmente uno solo y puede reunirse a sí mismo en un todo
completo y actuar como una sola persona” [Willerslev, 2007: 60]. En este sentido, el ser es
considerado, al menos ocasionalmente, como dividual y partible.
80
Ahora bien, para los yukaghirs todo el mundo está animado, es decir, todas las cosas tienen
ayibii, pero no todas las cosas son personas. Animales, árboles y ríos son “gente como
nosotros” porque se mueven, crecen y respiran, pero éstos son diferentes de otros objetos
inanimados como las rocas, los esquíes y los productos alimenticios los cuales, sostienen,
están vivos pero son inmóviles. Es decir, las cosas que están estáticas no son gente porque
solo tienen un alma, la sombra-ayibii, mientras que las cosas que están activas son
personas porque tienen las otras almas: el corazón-ayibii, que hace a las cosas “moverse” y
“crecer”, y la cabeza-ayibii, que les permite “respirar”. Finalmente, dicen, “solo las cosas
que pueden moverse vienen a nosotros [en sueños] y nos dan regalos”, lo que implica que
los cazadores solo entablan relaciones sociales del tipo “compartir” con entidades
animadas consideradas personas [Willerslev, 2007]. Es interesante notar que la categoría
de persona incluye también a entidades espirituales tales como los espíritus-guías de los
animales, los espíritus caníbales que comen almas humanas [abasylar] y muchos otros.
Estos seres no pueden ser percibidos con la vista pero sí pueden aparecer como olor,
sonido o simplemente feeling. De este modo, cuerpo y olor son parte importante de la
noción yukaghirs de personhood ya que determinan el tipo de especie con la que están
tratando. Así por ejemplo, el espíritu de una enfermedad puede manifestarse por su fuerte
olor. Cuando una persona muere su cuerpo contamina a sus parientes con su olor, lo que
para los hombres significa que no podrán cazar por un año ya que el olor del muerto
espantará a las presas [Ibid.: 79].
En este sentido, el alma o ayibii (una de ellas o parte de ella) es lo que integra a todas las
cosas, mientras que es la capacidad de “moverse, crecer y respirar” lo que diferencia,
capacidades que están inmersas en una corporalidad provistas de corazón-ayibii y cabeza-
ayibii y que permiten un punto de vista. Dice Viveiros “Es sujeto quien tiene alma, y tiene
alma quien es capaz de un punto de vista”. Para el caso de los yukaghirs es probable que
solo las cosas que están activas, es decir, que puedan “moverse, crecer y respirar” sean
capaces de tener un punto de vista y por lo tanto ser consideradas como personas. Pero
¿qué hay de las otras cosas que también tienen alma, la referida como sombra-ayibii?
Probablemente, la respuesta esta en la misma palabra. Ayibii significa literalmente sombra
en la lengua yukaghirs, igual que la sombra que da una roca [Willerslev, 2007: 57]. Si bien
usan ocasionalmente la palabra rusa dusha (alma) en lugar de su propia palabra ayibii, la
noción de “alma” para estos grupos no tiene una existencia inmaterial –como el “alma”
cristiana- sino que está en gran parte envestida de fisicalidad. De este modo, podríamos
decir que cualquier cosa que tiene (da) sombra está viva, aunque no todas ellas tienen la
capacidad de moverse y de tener un punto de vista.
Un caso diferente parece ser el de los yoreme (mayos y yaquis) de Sonora. Aquí, el cuerpo,
denominado takaa, es el componente material del ser humano, y es el primer vínculo social
por medio del cual se da el reconocimiento del ser individual y el que marca la diferencia
con el otro. El lugar más importante del takaa es el corazón o jiapsi. Este, a su vez, es la
residencia principal del alma, designada también con el nombre de jiapsii o wepul jiapsi,
que significa el “aire de la vida”, es decir, el soplo o aliento que Dios le dio a cada yoeme
desde la creación, y que se mantiene con el aire que se respira día a día. El wepul jiapsi o
alma es la fuerza del corazón, lo que proporciona entendimiento y razón; posee la
capacidad de salir durante el sueño dejando el cuerpo en reposo, pero cuando lo abandona
81
definitivamente, éste perece. Sin embargo, al morir el cuerpo, el alma continúa existiendo
por lo que tiene una existencia trascendente [Olavarría et.al., 2009]. De este modo, si bien
la vida del takaa depende del aire, del agua y de los alimentos, la fuerza vital no podría
prevalecer sin la presencia de la entidad espiritual que anima el cuerpo y además lo dota de
personalidad.
Como decía arriba, el wepul jiapsi tiene la capacidad de salir del takaa de manera
temporal. Durante el viaje el wepul jiapsi se alimenta de aire y adquiere mayor fuerza pero
siempre corre el riesgo de ser devorado por un animal cazador o atrapado por un hechicero
provocando enfermedad o muerte. Los dones, la gracia y la protección son adquiridos
durante los sueños, pero para esto el wepul jiapsi es puesto a prueba por los seres del
monte o yoania, quienes le otorgarán aquello a cambio del wepul jiapsi. Este también
puede ser atrapado durante el día en lo que es conocido como susto o encanto, y se debe a
las salidas repentinas de la entidad anímica. Esto sucede por lo general cuando la persona
camina por el monte en donde habitan espíritus que se transforman en animales, aves o
árboles y aprovechan la salida del alma para apoderarse del cuerpo. Cuando esto ocurre,
solamente el curandero puede despojar el espíritu extraño y llamar al wepul jiapsi para que
regrese al cuerpo [Aguilar et.al., 2009].
Para los yoreme, todo ser humano tiene solamente un alma; sin embargo, en el cuerpo de
las personas virtuosas o con dones especiales como brujos, curanderos danzantes y
músicos, habita otra entidad llamada sea takaa o flor del cuerpo, la cual dota de ciertas
cualidades a la persona que lo posee, por lo que también se dice que tienen dos espíritus y
un don competente que Dios les dio. El sea takaa es descrito como “un viento” que se
encuentra principalmente en la cabeza (a diferencia del wepul jiapsi o alma que esta en el
corazón) y tiene la capacidad de salir del cuerpo en cualquier momento. Este presenta la
misma forma del cuerpo del poseedor por lo que es denominado “el otro yo”. Esta
conceptualización tanto del wepul jiapsii como del sea takaa indicaría la existencia, dentro
de la persona, de entidades con capacidad de agencia, las cuales no solo tienen cierta
libertad de movimiento –salir y entrar al cuerpo- sino que además pueden interactuar con
otras entidades del monte, según lo cual puede afectar al poseedor.
Se dice que los surem (antiguos yaquis) poseían sea takaa, pero ahora esta entidad está
reservada solo para aquellos que tienen poderes relacionados con el yoania, es decir, el
hogar precristiano de los yaquis [Olavarría, 2007; Olavarría et.al., 2009]. La historia mítica
del pueblo yaqui es la del pueblo Suré. Sus habitantes, los surem, hoy día son hormigas 33 y
otros habitantes de la sierra asociados al mundo subterráneo, con quienes se activa la
comunicación durante el ritual a través de diversos medios, uno de los cuales consiste en su
representación iconográfica y cinética. A su vez, existe una continuidad en la sustancia
corporal de los antiguos yaquis y los actuales. Esta relación se observa entre la casa de las
hormigas, juuki, que literalmente significa casa de hoyo u hormiguero, y el ombligo
humano, siiku, en el cual se encuentra el genio o carácter de la persona. Cuando un niño
nace, la partera o persona que le corta el cordón umbilical le transmite su forma de ser y,
cuando la madre lleva el cordón umbilical al juuki y éste es comido por las hormigas, -
quienes son muy fuertes de ser- sabrán a quien pertenece y evitarán hacerle daño. Esto
resulta significativo ya que para los yaqui, el cuerpo debe mantener su unidad y sus partes
82
desprendibles no deben quedar dispersas (en el sentido de desconocer su ubicación). Así, la
placenta es enterrada en el monte, los dientes de leche son arrojados por los niños hacia el
oriente, y el cabello y las uñas son guardados en bolsitas de algodón para luego ser
depositadas en el ataúd como parte del propio difunto [Olavarria, 2007: 21]. Cuando una
persona muere, el ciclo de vida todavía no se acaba ya que al cabo de un año, el alma
recorre sus pasos para visitar los lugares que conoció en vida y recoger su cabello, sus
dientes, sus uñas y su placenta. Por lo mismo, la amputación resulta impensable “porque
esa parte del cuerpo va a quedar depositada en otro lugar y su cuerpo va a quedar en otra
parte y pues nadie sabe donde va a quedar enterrado” [Olavarria, 2007].
El yoania es a su vez donde moran las entidades del monte. Este remite a la Sierra de
Bacatebe, pero también a un ámbito asociado con las históricas rebeliones yaquis, así como
a las propiedades esotéricas de la iniciación de los danzantes y músicos del venado, del
Pascola y de los curanderos. Incursionar en él puede significar para cualquier persona
obtener un peligroso encanto, ya que “existen animales que conocen los pensamientos y
tienen la facultad de posesionarse de las personas” [Olavarría et.al 2009: 592]. Al respecto,
sostiene una de las curanderas yaqui entrevistadas por las autoras que:
“ El monte es una virtud, dicen que todo vive, el árbol escucha, entiende todo, entonces
también los animalitos, los pajaritos, el conejo son videntes, saben el futuro y el pasado y
por ejemplo si una muchacha se acuerda de su novio […] entonces el animal ese sabe el
pensamiento de esa persona y se convierte en el novio…” [Olavarría et.al., 2009: 592].
Además de los peligros de incursionar en el yoania, también es posible recibir un don. Esto
ocurre para quien posea la sewa o flor de la tierra. Se trata de una piedra alargada de color
negro que se encuentra en las vísceras del venado recién cazado, y que al poseerla se
adquieren las cualidades del curandero, del danzante o del músico. De este modo, el talento
de estos personajes puede provenir también del don otorgado por el venado en su calidad
de amo de la flor o sewa. Es conocida la importancia que el venado tiene para los yaqui así
como su cualidad de persona, ya que
“ el venado dicen que es una muchacha muy guapa […] son unas
muchachas altas, grandotas, se reúnen ahí [en un túnel muy grande en la
sierra de Bacatebe], delgaditas, bonitas, unas muchachas con unos ojones así
mira, preciosas las muchachas, muy bonitas, son venados pues que se
forman ahí, y ahí te dan el don” [Olavarría, 2007: 27-28].
Por otro lado, sostienen que algunas plantas tienen persona por haber recibido de Dios la
misma sustancia que otorgó a los yoreme [Olavarría, 2007: 19], como la albahaca, la ruda,
bambú, té de limón y otras plantas medicinales. Lo mismo ocurre con algunos animales
como el gallo y la gallina [ibid.].
De este modo, es posible observar, primero, la cualidad anímica otorgada al monte así
como a las plantas y animales, los cuales pueden afectar al desprevenido pero también
83
pueden favorecerlo a través de las manos del curandero. Finalmente, dice Olavarría, “el
propio cuerpo… [es] un locus a través de cuyas propiedades, productos, partes y fluidos es
capaz de entablar relaciones con otros humanos (por vía de la copulación, la alianza y la
filiación), con los animales y las plantas (por la vía de la alimentación y la curación), con
otros planos del universo (por la vía del ritual)” [Ibid. 2007: 22]. La metamorfosis que
observamos en el venado como en otros animales del monte es una característica del
animismo o perspectivismo. Esta concepción esta asociada a la idea de que la forma
material de cada especie es un envoltorio [o ropa] que esconde una forma interna humana.
En Chihuahua, los rarámuri consideran a la persona como constituida por tres elementos: la
entidad anímica, la entidad física y las relaciones sociales desarrolladas a lo largo de su
vida [Fujigaki 2005]. Desde el punto de vista mítico, el cuerpo de los rarámuri se creó por
la combinación de tierra y agua, es decir barro. Éste requirió del aliento o soplo de Dios
para obtener vida. Es en esta figura de barro o entidad física, denominada repokára, donde
habitará el aliento divino o entidad anímica, denominada alewá [Ibid.].
El lugar más importante del cuerpo es el pecho, también designado como repokára. Es allí
donde reside la entidad anímica pero también donde se produce la sangre y la respiración,
dos procesos fundamentales para la vida y que, lejos de ser opuestas, conforman una
unidad. Así, el aliento es simultáneamente una manifestación anímica y el resultado de un
proceso corporal [Aguilar y Martínez, 2009]. La entidad anímica, asociada al aliento y
respiración de Dios, contiene la fuerza vital divina que permite que la vida exista. Por
tanto, aquello que da vida a un rarámuri existe antes de que éste nazca y prevalece después
de su muerte.
Esta entidad anímica o alewá tiene la capacidad de salir y entrar del cuerpo, es decir, de
fragmentarse, lo cual se relaciona con la capacidad de viajar, de caminar, de volar
[Fujigaki, 2005]. Recordemos que el alewá proviene del soplo divino mediante el cual
Dios da la vida a los rarámuri. Así, “el alewá puede ser definida como la entidad anímica
que junto con el cuerpo permiten la vida, es de cualidad etérea y se manifiesta en la
respiración” [Aguilar y Martínez, 2009: 564]. Una expresión de esto se da en ciertos
rituales de curación donde el owiruame (doctor o chamán) sopla su aliento en la boca del
paciente o en los puntos afectados por la enfermedad. De este modo, existe una afinidad
entre la entidad anímica y el aliento, viéndose reflejado en el uso de los mismos términos
para referirse a ambos conceptos. La descripción de los muertos o chuíki permite
ejemplificar esto, ya que “cuando alguien muere se oye un silbido a lo lejos, cuando se
aparecen los muertos se escucha otra vez ese silbido. Un chuíki es como el viento, por ello
pueden volar y viajar con más facilidad por los lugares que conoció en vida” [Guillén y
Martínez, 2005: 136].
Esta similitud entre alewá y aliento, entre la vida y la posesión de alma, puede verse
también en la consideración anímica que hacen de plantas y animales. Así, a algunos
árboles como pinos y encinos se les atribuye una entidad anímica por poseer corazón y
silbar, cantar o tocar el violín. De igual modo, cabe la siguiente cita:
“ Pues yo creo que todos los árboles tienen alma porque si no tuvieran alma,
84
pues no florecer í an, no volver í an a retoñar. El pino tiene alma porque a
veces, cuando andas en el monte, cuando vas sola caminando, se escuchan
voces, dicen que son los pinos [Guill é n y Mart í nez, 2005: 138].
Para Bennett y Zingg [1978 en ibid.], “todos los seres que respiran tienen alma, que son del
mismo tipo en el caso de los animales y los hombres. Las de los pájaros son casi iguales
pese a que, en realidad, más bien silban que cantan […] Los peces poseen otra clase de
alma, parecida al agua, ya que ésta es para ellos lo que el aire para un animal terrestre”. De
este modo, de acuerdo a Guillén y Martínez, todos los seres vivos respiran y en
consecuencia poseen una entidad anímica distinta a la de los humanos pero con un origen
común.
Las salidas del cuerpo del alewá pueden ser “permanentes y totales”, lo que sucede al
momento de la muerte, o “temporales y parciales”, lo que ocurre en la vigilia y en el sueño.
En estos casos el alma se fragmentará y el segmento más débil o pequeño se quedará en el
corazón. En la vigilia el alewá puede salir cuando está en contacto con espacios
desconocidos o acuáticos, o con determinados seres, especialmente seres del agua –especie
de dueños de los aguajes-, serpientes y espíritus de difuntos. En el sueño el alewá sale del
repokára mientras éste duerme. Los sueños son fundamentales para los rarámuri, ya que a
través de ellos explican gran parte de los sucesos de la vida cotidiana y ritual, no obstante
todo estado onírico es potencialmente peligroso para el alma. Tanto en el sueño como en la
vigilia el alewá puede ser raptado o dañado por diversos seres ya que su posesión implica
adquirir de alguna manera la fuerza vital que éstos poseen, resultando así en un tipo de
transmisión de energía y fuerza. Así, por ejemplo, para explicar la brujería remiten al acto
de comer o devorar las almas o los cuerpos a través de la captura del alma [Aguilar y
Martínez, 2009].
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Corporalidad e identidad
La expresión “estoy haciendo” es utilizada por los yawalapiti para explicar las
acciones de un hombre en ciertos momentos cruciales de la producción de
nuevas identidades. Así, la concepción, la pubertad, y la ceremonia de los
muertos son momentos cruciales en donde se producen nuevas identidades,
pasajes críticos del ciclo vital tanto social como ontológico: acceso a la vida,
capacidad de reproducirla y fin de la vida. Sin embargo, estos tres momentos no
son vistos por los yawalapiti como “naturales” e independientes de la intervención
humana, sino como momentos de fabricación de un nuevo papel social por medio
de la tecnología del cuerpo, lo que implica que el cuerpo es cuerpo humano a
partir de una fabricación cultural. La tecnología de elaboración del cuerpo se
ejerce por medio de intervenciones en los canales de contacto entre el cuerpo y el
mundo. Se trata de una noción dividual de persona en donde la manipulación de
sustancias, debiendo entrar o salir del cuerpo, colaboran para el crecimiento o
fortalecimiento del mismo. Así, por ejemplo, la producción de un hijo exige un
gasto continuo de semen, lo que es visto como un esfuerzo y un trabajo que
debilita al hombre. De manera similar, la retención de sangre –que debe salir y
que queda retenida en la barriga de los padres de un recién nacido-, debilita a la
persona, por lo que es necesario tomar eméticos vegetales o practicarse la
escarificación para poder eliminarla 34 [Viveiros de Castro, 1979].
86
sustancias no solo refieren a los fluidos corporales, alimentos, etc, sino también,
dependiendo del contexto o situación, a palabras, cantos y esencias espirituales o
almas. En otras palabras, pueden referir a una infinidad de “cosas” que poseen la
capacidad de actuar e incidir en la constitución de la persona.
En la Amazonia hay “múltiples formas de ser una cosa” la mayoría de las cuales
son susceptibles de algún tipo de subjetivación: ítems ceremoniales, parafernalia
chamánica, ornamentos personales, canciones, nombres, imágenes,
herramientas y armas, utensilios de cocina, accesorios para dormir, pertrechos
para el bebe, fenómenos atmosféricos, formaciones geológicas, minerales y
rocas, así como documentos personales y un amplio rango de objetos industriales
recientemente incorporados como armas de fuego, linternas e incluso aviones.
Estos objetos difieren de otros no solo en la manera en que han sido subjetivados
sino también en el grado de animismo y agencia que poseen para estos grupos
[Santos-Granero, 2009a; 2009b]. En otras palabras, no todas las cosas tienen la
misma capacidad para actuar o para incidir en algo, y es en función de esta
diferente personeidad que tengan injerencia en la transformación corporal y
finalmente en la expresión de la identidad social.
87
En la tradición occidental los primeros esquemas de árboles genealógicos vienen
de la imaginería bíblica. Allí, la familia aparece representada en la prolongación
de muchas ramas que irradian de un tronco, y en cuyas raíces, firmemente
plantadas en la tierra, se encuentra Adán. Con el desarrollo de la antropología
física el hombre ya no es visto como una creación, sino como una evolución
filogenética, la cual también es representada con forma de árbol. Aquí, los
ancestros más tempranos del hombre son ubicados en la raíz de la historia.
Posteriormente, el denominado “método genealógico” reemplaza a la imagen del
árbol por una geometría abstracta, dendrítica, de puntos y líneas, donde cada
punto representa a una persona y cada línea a una conexión genealógica. Este
método sostiene que los elementos esenciales de la persona están dados en
virtud de su conexión genealógica, independientemente de los contextos
situacionales de la actividad humana [Ingold, 2000].
De acuerdo al modelo genealógico, dice Ingold, lo que una persona recibe como
descendencia se divide en dos componentes: la sustancia material y la memoria
cultural. Lo primero correspondería al “tipo” de sangre, referido técnicamente al
parentesco consanguíneo. Esto implica que las personas representan cierta
apariencia, temperamento y mentalidad en virtud de su linaje, y que estas
características pasan a sucesivas generaciones sin ser afectadas por las
circunstancias de su experiencia de vida. El segundo componente, la memoria
cultural, reconoce a la cultura como un corpus de conocimiento tradicional
trasmitido como legado del pasado y que es expresado más que generado en el
contexto de la vida cotidiana. Es decir, la gente no comparte una tradición cultural
por estar involucrados en prácticas sociales compartidas sino porque es un
conocimiento que llega a ellos por línea de descendencia [Ingold, 2000: 138].
Para muchas sociedades tradicionales, en cambio, las sustancias generativas no
son transmitidas biológicamente sino intercambiadas entre las diferentes
entidades que pueblan el mundo. Para comprender este proceso es necesario
considerar un modelo relacional.
Para este modelo se ha propuesto, en lugar del árbol genealógico, la figura del
rizoma -racimo denso y enredado de filamentos entrelazados en donde cualquier
punto puede conectarse con cualquier otro [Deleuze y Guattari, 1988]. Esta
imagen permite pensar en las relaciones y en la transmisión de sustancias ya no
desde la linealidad estática y descontextualizada del modelo genealógico, sino
desde la concepción de un mundo en movimiento, donde cada parte es la
representación de la totalidad de sus relaciones [Ingold, 2000: 140]. Desde esta
perspectiva, la idea de ancestro ya no será el resultado de la transmisión de
atributos a través de líneas genealógicas, sino la de relaciones de alimentación,
cuidado y afecto en un espacio sin tiempo.
De acuerdo a Ingold, entre los cazadores recolectores los ancestros pueden estar
representados no solo por humanos que vivieron en el pasado, sino también por
espíritus que habitan el paisaje, por seres míticos no humanos, o por aquellos
seres que crearon el mundo. En el primer caso, los ancestros pueden
88
manifestarse a través de alguna modificación del paisaje que realizaron cuando
vivían como mortales, como por ejemplo, “el árbol de frutos que plantó el
ancestro” [Ingold, 2000: 140]. En otros casos, los ancestros pueden estar
eternamente presentes en el paisaje. Cuando los cazadores yukagirts entran al
bosque se dirigen a los espíritus de los ríos y de los lugares donde van a cazar
como “padres” y “madres” o “abuelos” y “abuelas”; y se refieren a ellos mismos
como “hijos” o “nietos” de los espíritus. Ellos dirán, por ejemplo, “Abuelo, tus hijos
están hambrientos y pobres. Aliméntanos como nos has alimentado antes”
[Willerslev, 2007: 42]. De manera similar, los pigmeos mbuti se refieren al bosque
que los rodea como “Padre” y “Madre”, ya que según dicen, “les provee comida,
calor, refugio y ropa, igual que sus padres”, y además “como sus padres [el
bosque] les da afecto” [Turnbull, 1965: 19 en Ingold, 2000: 43]. Los nayaka de
Tamil Nadu, sur de India, se refieren a los espíritus que habitan las colinas, los
ríos, y las rocas en el bosque del mismo modo que a los espíritus de sus
antepasados inmediatos, es decir, como dod appa (“gran padre”) y dod awa (“gran
madre”) [Bird-David, 1990 en Ingold, 2000: 140], ya que los espíritus que habitan
el bosque contribuyen con los seres humanos de la misma manera que lo hacen
los padres humanos, esto es, dándoles comida, orientación y seguridad. Por su
parte, los ojibwa de Berens River, Manitoba, refieren al sol, a los cuatro vientos y
al “maestro” de varias especies de animales como “nuestros abuelos”, ya que los
consideran como “entidades vivas que han existido desde tiempos inmemoriales”
y que tienen una existencia paralela a los humanos comunes. Estos “abuelos” son
ancestros porque estaban allí antes que ellos y los guían a través del mundo,
pero, a diferencia del concepto genealógico, no descienden de ellos [Ingold, 2000:
141]. En síntesis, los vínculos consanguíneos no son los únicos ni los más
importantes entre los cazadores recolectores, ya que estos grupos también
tienden a construir vínculos parentales con espíritus, animales, objetos u otras
entidades no humanas con los que se relacionan en su habitar cotidiano. Así, las
sustancias, la energía y el conocimiento pueden obtenerse de otras fuentes,
además de la que aporta la comunidad humana, y pueden ser transmitidas de
formas diferentes a la que se da por la reproducción biológica.
89
La transmisión de sustancias y la “fabricación” del género
Respecto a las cualidades transmitidas por las sustancias, Fowler [2004] sostiene
que a veces los efectos que produce una sustancia y el género de la misma
pueden estar fijados en un material, mientras que en otros las cualidades y sus
efectos son aspectos negociables. La activación de las cualidades es
absolutamente contextual, lo que implica que la conceptualización de un objeto
como objeto o como sustancia depende del contexto de la práctica. Así, por
ejemplo, en Melanesia las personas son consideradas como un mosaico de
partes [dividuales y partibles], algunas de estas partes pueden tener género
masculino y otras femenino. Es decir, el género de las personas no es evidente
sino que se construye a partir de su performance, esto es, tiene que ver con lo
que las personas hacen (o cómo lo hacen) más que con lo que son. Por lo tanto
los atributos de género no pueden ser conocidos con anticipación, sino que deben
ser expresados a través de la manipulación exitosa de sus relaciones [Busby,
1997]. Así, cualquier sustancia, cosa o persona puede revelarse en un contexto
como masculino y en otros como femenino, dependiendo de cómo es activado.
Por ejemplo, ciertos objetos como la flauta, son considerados como pene o seno,
o como pene o matriz, dependiendo de cómo son activados en su contexto de uso
[Fowler, 2004]. La noción de que el cuerpo esta compuesto de partes masculinas
y partes femeninas le permite a Strathern conceptualizar a la persona melanesia
como cross-sex. Para los melanesios entonces, el género de una persona no es
estable ni obvio, y es por eso que depende de su performance [ibid.].
90
cuales están indicadas por los genitales. De este modo, la identidad de género es
inmanente al cuerpo. Sin embargo, las sustancias pueden ser socialmente
manipuladas por lo que el género de cada persona no es completamente fijo sino
que depende del control de las sustancias. Es decir que hombres y mujeres se
distinguen por sus cuerpos pero también por la capacidad de procrear, lo que
implica que ambos géneros quedan más claramente especificados a través de la
relación marital [Busby, 1997]. Vemos entonces, que en muchas sociedades el
género no es algo permanente, sino que es el resultado de estrategias sociales en
acción.
De acuerdo al autor, las agencias son aquellas que hacen algo, es decir, que
inciden de alguna manera en un estado de cosas. En este sentido, si hay agencia
debe haber una acción. La acción no es, para Latour, simplemente algo que hace
alguien, sino “un nodo, un nudo y un conglomerado de muchos conjuntos
sorprendentes de agencias” [2008: 70], lo que implica que en la acción entran en
juego, no necesariamente un actor sino muchas entidades. “El actor, [entonces],
no es la fuente de la acción sino el blanco móvil de una enorme cantidad de
entidades que convergen hacia él” [2008: 73]. A este entramado le denomina
Teoría del Actor-Red (TAR), misma que posteriormente será rebautizada como
Ontología del Actante-Rizoma.
91
Ahora bien, a lo que realiza la acción, dice el autor, siempre se lo provee de
alguna forma o figura, agregando que “es esencial comprender que existen
muchas figuras [además] de las antropomórficas” [Latour, 2008: 83]. Es así que
introduce el concepto de actante, los cuales pueden ser tanto ideomorfos,
tecnomorfos, biomorfos, o la misma encarnación del actante en un individuo. En
este sentido, si lo actores no son solamente humanos, entonces “cualquier cosa
que modifica con su incidencia un estado de cosas es […] un actante” [ibid.: 106],
y puede ser tan real como social y discursivo a la vez –un martillo que ”golpea” el
clavo, un cuchillo que “corta” la carne, un canasto que “carga” las provisiones, una
baranda que “evita” las caídas, un cronograma que “ordena” las actividades, un
cerrojo que “cierra” la puerta, un financiamiento que “permite” investigar, etc.
¿Acaso esos verbos no designan acciones? [ibid.: 106]. ¿Será lo mismo, en todo
caso, clavar un clavo sin un martillo, cortar la carne sin un cuchillo, cargar
provisiones sin un canasto, ordenar las actividades sin un cronograma o investigar
sin financiamiento? Seguramente que no.
Latour cuestiona que la agencia esté restringida solo a los humanos “con
intenciones” –aunque al decirlo asume que la intencionalidad solo viene de
aquellos. En su crítica a la sociología contemporánea, sostiene que “si la acción
esta limitada a priori a lo que los humanos ‘con intenciones’ y ‘con significado’
hacen, es difícil ver cómo un martillo, un canasto, un cerrojo, [un cuchillo o una
baranda] pudieran actuar”. Podrían existir, dice el autor, “en el dominio de las
relaciones ‘materiales y causales’, pero no en el dominio ‘reflexivo y simbólico’ de
las relaciones sociales”. En cambio, al definir al actante como cualquier cosa que
modifica con su incidencia un estado de cosas, las preguntas que deben
plantearse sobre cualquier agente son simplemente las siguientes: ¿Incide de
algún modo en el curso de la acción de otro agente o no? ¿Hay alguna prueba
que permita que alguien detecte esta incidencia?” [2008: 106].
Esto no significa por supuesto, que los actantes “determinen” la acción, es decir,
que los canastos “causen” la búsqueda de provisiones o que los martillos
“impongan” golpear el clavo (aunque a veces sí, por ejemplo cuando un
financiamiento impulsa el desarrollo de una investigación). En este sentido, no les
atribuye intencionalidad a los objetos aunque reconoce que “podrían existir
muchos matices metafísicos entre la plena causalidad y la mera inexistencia”. Sin
embargo, sostiene que “además de ‘determinar’ y servir como ‘telón de fondo de
la acción humana’, las cosas podrían autorizar, permitir, dar los recursos, alentar,
sugerir, influir, bloquear, hacer posible, prohibir, etc.” Aclara, a su vez, que ésta
“no es la afirmación vacía de que son los objetos los que hacen las cosas ‘en
lugar de’ los actores humanos: dice simplemente que ninguna ciencia de lo social
puede iniciarse si no explora primero la cuestión de quién y qué participa en la
acción, aunque signifique permitir que se incorporen elementos […] no humanos”
[Latour, 2008: 107].
92
con “uno de los numerosos movimientos que han apelado a lo ‘concreto’ del
individuo humano con su acción significativa, interactuante e intencional”.
Sostiene que, inspirados en la fenomenología, estos movimientos no pueden
“imaginar una metafísica en la que habría otras agencias reales que aquellos
humanos con intenciones”. En una nota al pie agrega que los fenomenólogos
enfatizan demasiado las fuentes humanas en relación con la capacidad de
agencia”, aunque, “esto no significa que debamos privarnos del rico vocabulario
descriptivo de la fenomenología, [sino] simplemente que tenemos que hacerlo
extensivo a las entidades ‘no intencionales’” [Latour, 2008: 92-93]. En pocas
palabras, al rechazar la distinción entre humano y no humano para explicar la
agencia, deja de lado cualidades como la intencionalidad y la acción significativa.
Para la arqueología, en cambio, la cosa puede ser útil si planteamos tal simetría
como punto de arranque y trasfondo teórico. En tal caso, y a diferencia del
dualismo y la objetivación, “una epistemología monista [como la de Latour]
destacaría el arraigo, la autorregulación y la autonomía local” [Descola y Pálsson,
2001: 13]. En otras palabras, al partir del principio de simetría, el concepto de
actante nos permite ubicar a las personas, los lugares y las cosas al mismo nivel y
compartiendo la misma ontología, lo que nos dará la posibilidad –a diferencia de
otras teorías- de hablar de agencia sin necesidad de distinguir entre humanos y
93
no humanos. En este sentido, entiendo que, cuando hablamos de agencia, no
debemos asumir “de entrada” que ésta conlleva atributos tales como
intencionalidad o conciencia. Sin embargo, no todo lo que para el arqueólogo es
actante pudo ser agencia en el pasado. Aunque sí agentes potenciales. ¿Cómo
discernir entre aquello que tuvo incidencia en un estado de cosas y aquello que
no? Dado que la agencia existe en una relación asociativa con otras entidades, en
un contexto y en un tiempo espacio particular, y encorporada en alguna forma o
figura -materia, palabra, sustancia-, la potencialidad de la cosa debe ser activada
a partir de, o en función de, determinados atributos que hicieron que fuera eso y
no otra cosa la fuente de la agencia. En este sentido, creo que, si queremos
hablar de agencia desde las ontologías relacionales, debemos estar abiertos a la
posibilidad de que ciertos atributos de la condición humana pudieron estar
implícitos de una u otra manera en la activación de la misma. En síntesis,
considero que la Teoría del Actor Red (o del Actante Rizoma) de Latour provee un
trasfondo teórico y punto de arranque sumamente apropiado para el estudio de la
agencia de las cosas en el marco de un enfoque relacional. No obstante, para
responder a la pregunta formulada líneas arriba será necesario ir más allá -o más
acá-, y aproximarnos a la subjetividad de las cosas desde las propias realidades
etnográficas.
94
resultado y/o el instrumento de la agencia social [Gell, 1998: 15]. El razonamiento
de Gell es el siguiente: un ‘signo natural’ como el humo no es visto como el
resultado de una agencia social sino de una proceso natural, la combustión; pero
si el humo es visto como el índice de ‘fuego prendido por agentes humanos’
entonces hay una abducción de la agencia y el humo se convierte en un índice
artefactual [ibid.].
Gell distingue entonces entre “agentes primarios”, esto es, seres intencionales
que se diferencian de las meras cosas y artefactos; y “agentes secundarios”, es
decir cualquier tipo de artefacto u objeto a través de los cuales los agentes
primarios distribuyen su agencia en su entorno causal (causal milieu) haciéndola
efectiva. Sin embargo, aclara Gell, decir que los artefactos son agentes
secundarios no significa que no sean agentes [ibid.: 20]. En síntesis, esta
distinción, que parece demasiado categórica cuando el tema en cuestión es la
agencia de los objetos, Gell la resuelve al introducir el concepto de “personeidad
distribuida” (distributed personhood). Esta noción implica que todas las partes de
la persona no están físicamente adheridas sino distribuidas en tiempo y espacio.
95
Es decir, la persona no está solo donde su cuerpo está, sino en muchos lugares y
tiempos simultáneamente [ibid.: 20, 106]. Al respecto, menciona el caso de las
minas anti-personales. No podemos decir que éstas fueran “agentes de
destrucción” sino “instrumentos de destrucción”, en cuanto que la responsabilidad
moral del acto es del soldado que puso la mina, quien pudo haber actuado
diferente, y no de la mina, la cual no podía evitar explotar una vez que la pisaran.
96
abducción de la agencia resultará, en todo caso, un poco más especulativa, en
tanto que implica la acción subjetiva de la cosa. Además, debemos tener en
cuenta que ambos conceptos vienen de epistemologías diferentes. No obstante,
creo que más que ser incompatibles puede llegar a ser conceptos
complementarios. Si recordamos bien, el concepto de actante nos permitía ubicar
a las personas, los lugares y las cosas al mismo nivel y compartiendo la misma
ontología, lo que posibilitaba hablar de agencia sin tener que restringirnos a los
“humanos”. Sin embargo, dado que no todo lo que para el arqueólogo es actante
pudo ser agente en el pasado, es necesario dejar a un lado el universalismo y
aproximarnos más a las ontologías indígenas. Es aquí donde la noción de
abducción de la agencia puede ayudarnos a descifrar la subjetivación y la agencia
de las cosas –o actantes- en los casos que estudiamos.
97
blancos de quienes replicaban objetos ligados a la liturgia cristiana. A su vez, hay
objetos que fueron subjetivados a través del contacto directo con el alma o
vitalidad de la persona que los posee. Esta subjetivación o animación
(ensoulment) de las cosas ocurre frecuentemente con muchas posesiones
personales las cuales se convierten en una extensión del cuerpo del poseedor.
Finalmente, hay objetos simples, es decir, objetos que nunca fueron sujetos y que
tienen pocas chances de ser subjetivados –aunque esta es siempre una
posibilidad [Santos-Granero, 2009a; 2009b].
Esto último no solo ocurre con los objetos, ya que incluso puede haber seres
animados que carecen de alma o de personeidad, siendo también una
característica de las ontologías animistas o perspectivistas. Entre las plantas del
huerto que cuidan las mujeres Ashuar, “un buen numero de plantas no tienen
alma y existen de manera común bajo la especie de lo vegetal” [Descola, 1996:
272]. Para los yukaghirs de Siberia, por ejemplo, todas las cosas –humanos,
animales y objetos inanimados- tienen ayibii, es decir, alma o esencia vital. Sin
embargo, no todo lo que tiene alma es considerado persona, y tampoco el status
de persona es adscrito de la misma manera a todos los seres animados
[Willerslev, 2007]. Algunos de los rituales realizados en el área andina están
compuestos de un conjunto de elementos –el sami o esencia de las hojas de
coca, el apu o montaña, la ofrenda o coca, las illas o figurillas que actúan como
intermediarios, y el fin del ritual que puede estar destinado al cultivo, al ganado o
a la casa. Aunque todos estos elementos poseen energía vital o ánimo, cada uno
ocupa diferentes posiciones en la jerarquía social de la entidades animadas
[Sillar, 2009: 372]. Esto implica que, si bien todos los seres pueden estar
subjetivados o disponer de cierta entidad anímica no todos tienen el mismo poder
o la misma capacidad de actuar o de incidir. En este sentido, los objetos -o bien
podríamos decir actantes-, difieren entre sí no solo por la forma en que se
originaron o subjetivaron sino también por el grado de agencia y de animacidad
que poseen. De este modo, si bien la ontología multinaturalista plantea que todos
los seres difieren en términos de sus cuerpos, pero comparten una misma esencia
vital o anímica, ésta sustancia integradora tampoco es tan genérica ¿Qué es lo
que los hace diferentes?
Uno de los aspectos relevantes que hace diferentes a los seres existentes es la
capacidad de comunicación. Para los Ashuar del alto Amazonas, por ejemplo, la
mayor parte de las plantas, de los animales, de los astros y de los truenos son
personas (aents) dotadas de un alma o esencia propia [wakan] y de una vida
autónoma. Sin embargo, dice Descola, existen diversas modalidades según la
cual estos grupos conciben la espiritualidad de aquellos. “En el seno de un vasto
continuum”, señala el autor, “existen fronteras internas delimitadas por diferencias
en las maneras de comunicar. Es según la posibilidad o imposibilidad que tienen
de instaurar una relación de intercambio de mensajes que todos los seres de la
naturaleza, inclusive los hombres, se encuentran repartidos en categorías”
[Descola 1996: 138]. Para los Ashuar, esta capacidad de comunicación depende
de la disponibilidad de wakan o alma así como de la fuerza o poder del wakan de
98
cada especie. Por ejemplo, los astros son personas de comportamiento previsible
pero sobre los que los humanos no pueden influir. En cambio, con los truenos hay
un vínculo más estrecho ya que cada hombre esta provisto de un trueno personal
cuya función es prevenirlo cuando está en peligro de muerte. Sin embargo, es un
vínculo involuntario y no hay intercambio de información. Las relaciones que se
entablan entre los humanos, los animales y las plantas son, en cambio, mucho
más cercanas. 38 En estos casos la intersubjetividad se expresa mediante el
discurso del alma a través de cantos mágicos (anents), los cuales se cree, tocan
directamente el corazón de aquellos a quienes van dirigidos y están destinados a
influir sobre el curso de las cosas [Descola, 1996]. Para los pueblos del área
andina de Bolivia y Perú solamente los humanos tienen “alma”, pero tanto los
humanos como otras entidades, entre ellas: la alpaca, el maíz, los illas (pequeñas
figurillas) pueden tener “ánimo”, la energía vital que anima la vida. Para esta
gente es el ánimo lo que ofrece el sentido vital para la percepción y la
comunicación, no el alma. Al respecto, sostienen que es posible reconocer el
alma separada del ánimo de una persona muerta debido a la incapacidad de la
primera de percibir o interactuar con el vivo [Sillar, 2009: 369].
Ahora bien, así como no todos los actantes son agentes, no todos los agentes
99
implican voluntad e intencionalidad. Mientras a algunos objetos se les atribuye la
posesión de alguna esencia vital poderosa y autónoma, a otros se les acredita
formas más débiles de subjetividad o incluso ninguna. En otras palabras, no todos
los objetos son considerados animados o subjetivados de la misma manera. Estos
estados de subjetividad dependen por lo general de la cantidad o calidad de la
sustancia anímica que se cree poseen. Así, objetos que carecen de alma o que
poseen algún tipo de sustancia anímica pero no en la cantidad o calidad suficiente
para actuar por sí mismos requerirán de la intervención humana para activar esa
agencia, por lo que podrían ser descritos como “agentes secundarios” [Santos-
Granero, 2009a]. Dado que el agente no existe como entidad aislada sino como
parte de una estructura estructurante y estructurada, no podemos identificar al
mismo de antemano sino solo dentro de su red de relaciones y en sus propios
parámetros ontológicos. De este modo, vemos que la agencia o las capacidades
del ser –sea cual sea éste- solamente pueden ser activadas y/o reconocidas a
través de la interacción con los demás.
Algunos objetos, por ejemplo, pueden no ser producto del trabajo humano sino de
una agencia sobrenatural, por lo que encarnan los poderes y afectos de sus
hacedores sobrenaturales. Éstos, sin embargo, deben ser activados a través de la
intervención humana. Tal es el caso de las pipas de los Yanesha amazónicos,
cuya subjetividad y poder generativo, derivado del dios creador, solo puede ser
activado por medio de ofrendas de cerveza de mandioca, coca y tabaco [Santos
Granero, 2009b]. Otros objetos de origen sobrenatural, como las piedras de
curación de los Runa, poseen alma autónoma y por tanto intencionalidad y
agencia; no obstante su subjetividad logra una completa expresión solo cuando es
activada por el chamán. De este modo, solo cuando el chamán consigue entablar
una amistad con una piedra particular, ésta se convierte en ayudante activo del
chamán dentro del contexto de las sesiones de curación [ibid. 2009a]. El objeto,
entonces, se vuelve subjetivado a partir de la apropiación de una agencia
preexistente. En estos casos el trasfondo mitológico es una vía fundamental para
aproximarse a la “biografía” de los objetos.
Por otro lado, puede haber objetos que carecen de sustancia anímica autónoma
pero que han sido subjetivados a través del contacto personal. Aquí, la
subjetivación se produce en la forma de una gradual difusión de la sustancia
anímica del poseedor a sus posesiones más personales, lo que las convierte en
parte de su propio cuerpo. Esta parece ser una noción muy extendida en las
ontologías indígenas, y se asocia al proceso de des-subjetivación de las cosas,
esto es, de la destrucción o entierro de las posesiones personales cuando la
persona muere. Si esto no ocurre, el alma de la persona muerta podría perdurar
en los objetos que fueron parte constitutiva de su ser con el peligro de aparecerse
a los vivos y llevar sus almas. Estas formas de des-subjetivación no refieren a otra
cosa más que a volver objeto al sujeto, es decir, a convertir al objeto “subjetivado”
en una cosa inanimada. Tales operaciones pueden darse también cuando objetos
personales o con poder ritual van a ser transferidos a otra persona. En estas
situaciones los objetos son desprovistos de su subjetividad para prevenir que sea
100
utilizado en contra del dador o bien para evitar dañar a quien lo recibe. De no ser
así el nuevo poseedor podría resultar perjudicado. Así, por ejemplo, antes de
pasar los tubos de tabaco u otros artefactos chamánicos a otra persona, los
Yanesha los someten a un proceso de limpieza; e incluso algunos objetos pueden
ser mutilados antes de ponerlos en circulación [Santos-Granero, 2009a]. De este
modo, vemos que, en términos de personhood, los limites de la persona no están
fijos en el cuerpo ya que, sea por contacto o por apropiación, ciertos objetos
personales se convertirán en parte de su cuerpo –lo que Fowler denomina
“persona partible”, y Gell, aunque desde otro enfoque, “persona distribuida”. En
este sentido, podría decirse que los cuerpos son relacionales y la subjetividad
comunal.
101
recuperar el alma perdida de una persona enferma o del moribundo. En estos
grupos, el ritual chamánico moviliza una combinación de sonidos musicales y
acciones corporales para transformar relaciones subjetivas tales como el miedo a
la muerte, la enfermedad, la mala suerte, el conflicto o la ira, en materialidades
sensibles, audibles, visibles y tangibles. Así, por ejemplo, al soplar el humo del
tabaco sobre la cabeza del paciente, el chamán hace que el sonido de exhalación
se haga visible en la forma de nube de humo que además puede ser olida e
incluso tocada. En este sentido, las canciones chamánicas “materializan lo oculto”
[Hill, 2009]. Entre los cashinahua, por otro lado, el poder esta relacionado a la
capacidad de transformación, una capacidad dotada por seres espirituales
denominados yuxin. Los yuxin son seres en búsqueda de forma y por tanto son
capaces de producir imágenes animadas en la gente. Se trata de imágenes
poderosas ya que pueden causar cambios en la forma del cuerpo llegando incluso
a adoptar otros cuerpos, lo que ocurre en algunos casos de enfermedad y
especialmente en la muerte. La transformación de los cuerpos es también central
en los ritos de paso cashinahua, en los cuales los cuerpos son pintados,
modelados y endurecidos, es decir, son “fabricados”. Los diseños entonces
juegan un rol central y activo en el proceso de transformación visual y corporal, en
tanto que son concebidos como “el lenguaje de los yuxin” [Lagrou, 2009].
Al comienzo no había tierra ni vida. Hant Caai, “aquel que hizo la tierra”, creó a
algunos animales terrestres y marinos y les pidió que trajeran un poco de arena
del fondo del mar. Luego de que varios animales lo intentaron sin éxito le llegó el
102
turno a la gran caguama (Chelonia mydas), 39 quien trajo un poco de arena en sus
aletas con lo que Hant Caai creó la tierra. Como la tierra recién creada estaba
húmeda, la mandó quemar para que se secase más rápido. Luego, Hant Caai
hizo crecer el primer árbol, que fue el torote prieto (Bursera hindsiana), y luego al
hombre y a la mujer que eran gigantes. Los seris distinguen dos tipos de gigantes:
los Hant ihiyaxi comcáac “la gente del borde del mundo”, de los que saben muy
poco, y los Xica coosyatom “los que cantan las cosas” de los cuales descienden.
Dado que la tierra era plana, y por tanto no había montañas ni dunas de arena,
era común que ocurrieran inundaciones. Para evitar estas catástrofes Hant Caai
entonó un canto para que se formaran las montañas, los cerros y las dunas. La
última fue una gran inundación que llegó a cubrir hasta la montaña más alta por lo
que desaparecieron todos los gigantes convirtiéndose éstos en rocas, plantas y
animales como la biznaga (Ferrocactus wislizenii), el cirio (Fouquieria columnaris),
o el coyote. Otras versiones indican que los gigantes murieron por apostar
demasiado en el juego, o que algunos se fueron casando con los seris. Luego del
paso de los gigantes, apareció un nuevo personaje, Hant Hasoóma, “aquel que da
sombra a la tierra”, quien era un ser pequeño, gordo y sucio, y de quien se dice
creó al primer seri, además de ser señalado como el principal espíritu del desierto
y dueño de todos los animales salvajes [Felger y Moser, 1985: 100-102].
Como muchos otros aspectos de la cultura seri, existen diferentes versiones del
mito de origen. El que acabamos de leer, está basado en parte en las notas de
campo de Edward Moser, quien pasó más de veinte años entre los seris, y
presenta los elementos más comunes de la mitología de origen [Felger y Moser,
1985]. Esto nos ayudará a aproximarnos al contexto ontológico primordial que
estructura y es estructurado por la subjetividad de las cosas, lo que a su vez será
una guía para entender no solo el grado de vitalidad y de agencia de las “cosas”
que participan en cada contexto particular, sino también la capacidad que las
mismas tienen de incidir en el mundo de la vida seri.
Para los seris, cualquier entidad viva es definida con la categoría quiisax, “tener
vida”, término que se deriva del sustantivo ihiisax, que literalmente significa “su
aliento”. Ihiisax, por tanto, es el término con el que designan a todas las potencias
espirituales que habitan el mundo seri, así como al espíritu o aliento que habita en
cada ser humano. Estas potencias espirituales son concebidas como conciencias
individuales similares a las de los humanos, que carecen de corporalidad tangible
pero que poseen de igual modo la capacidad de afectar su entorno. Sin embargo,
el impacto de los espíritus en los fenómenos del mundo es radicalmente distinto al
de los humanos, lo que ha llevado a los seris a intentar controlar dicha capacidad,
a la que nombran como “poder espiritual”. La obtención y control de este poder
espiritual –esto es, de la capacidad de los espíritus de afectar los fenómenos del
mundo- es explicado por los seris como la utilización de un recurso más dentro de
los existentes en su medio ambiente. En este sentido, el poder es algo ya dado
que debe ser inducido dentro de contextos específicos. De acuerdo a Hine, las
referencias al mundo espiritual están ricamente enlazadas al mundo profano. Así,
dice el autor, la analogía favorita relativa a la búsqueda de visiones es la de
103
“comprar objetos en una tienda” [Hine 2000: 593]. En ambos casos, adquirir el
producto más valioso requiere realizar el mayor esfuerzo. En otras palabras, para
poder hacer uso de ese recurso espiritual, aquellos que lo deseen, deben pasar
por un proceso ritual que denominan Heecot coom, y que refiere a la búsqueda de
poder espiritual [Rentaría, 2006; Hine, 2000]. Para los seris, cualquier cosa que
exista u ocurra, sea material o inmaterial es susceptible de ser articulada a otra,
independientemente del dominio existencial de la cosa, lo que acarreará una
afectación en el estado original. Para los seris, entonces, “todo acontecimiento
comunica algo”, por lo que el objetivo central de una búsqueda de poder es
“funcional y lingüístico”. Es decir, no se trata de poseer la vida o el ánimo de un
fenómeno -su genio-, sino de obtener una capacidad articuladora a través de la
cual incidir y manipular las distintas potencias que coexisten en el universo [Hine,
2000: 593, 594].
104
unidas a una melodía, 41 sino que constituían un todo indivisible que eran
revelados por los espíritus a los iniciados.
Entre los diferentes géneros están: los cantos de los gigantes (Icóosyat), las
cuales construían una narrativa en torno a la vida de los gigantes que
antecedieron a los seris; los cantos de victoria (Iquimóoni), que eran transmitidos
por el espíritu del enemigo muerto al guerrero vencedor y, para que el espíritu no
le hiciera daño, debían cantarse cuatro veces mientras danzaban alrededor de la
cabellera y de las posesiones personales del muerto; los cantos de luto (Icóoha)
eran cantados para despedir al muerto mientras era sepultado; los cantos con
peligro (Hacátol coicóos) eran aquellos que resultaban de la búsqueda de poder
espiritual aunque también podían provenir de un sueño. Estos cantos, que eran
transmitidos por los espíritus a los iniciados, le otorgaban a éste conocimiento y
habilidades especiales para curar, para calmar al mar embravecido, para tener
suerte en el juego o en la caza, para evitar el peligro que podía causar el espíritu
del enemigo muerto, para maldecir a alguien, para evitar que el espíritu de la
tortuga de siete filos 42 recién capturada afectara al pescador, entre otras muchas
cosas. Los cantos de la naturaleza (Xepe an coicóos, hehe an coicóos) eran
muchas veces obtenidos por medio de un proceso ritual por lo que formarían
parte de los Hacátol coicóos o cantos con peligro y se cantaban para invocar los
poderes del espíritu de la planta, de un animal, del desierto o del mar. Así por
ejemplo, los cantos de tiburones proveían bravura, los de ballena resistencia al
trabajo pesado, los de tortugas marinas suerte en su captura, los de pelicanos
vista penetrante, etc [Griffen, 1959: 16-17; Bowen y Moser, 1970: 192-197;
Astorga et.al, 1998: 501-503]. Las zaaj ihahóosit eran otro tipo de cantos que los
haaco cama cantaban a las cuevas para que éstas se abrieran y dieran salida a
los espíritus [Astorga et.al, 1998: 504]. Cada canción pertenecía así a un haaco
cama particular en tanto que la iniciación o búsqueda de poder espiritual era una
actividad altamente individual [Griffen, 1959; Felger y Moser, 1985].
La música, especialmente la vocal, sigue constituyendo para los seris una parte
fundamental de su vida cotidiana no solo como pasatiempo sino también y sobre
todo como mecanismo de integración social y de formación de identidades. Sin
embargo, como hemos visto, no solo los ziix quiisax (humanos) cantan. El
siguiente canto proviene de una pequeña raíz que duerme durante las sequias en
el subsuelo del desierto. Cuando llegan las lluvias, esta raíz, llamada Xoyat
florece en tonos amarillos. Las flores azules a las que Xoyat se refiere son de otra
raíz llamada mahyan. El canto
Hehe yapxöt coil ano hamíticol Estamos entre las flores azules
Hehe yapxöt coil ano hamíticol Estamos entre las flores azules
105
Ano hamíticol Estamos entre ellas
Yapxöt coox Cali iti yomásol El lago seco está amarillo de flores
Para los seris, entonces, cualquier cosa que tenga aliento (ihiisax) puede
comunicarse a través de los cantos [Rentería, 2006]. Y, como dice Hine, “muchos
de los cantos están en la persona de animales, objetos o lugares” [Hine, 2000:
589]. Así, creados a partir del habla de los espíritus, los cantos tradicionales seris
constituyen un claro ejemplo de materialización de lo oculto, esto es, del poder
espiritual en tanto recurso existente.
Hine sostiene que dentro del esquema establecido con relación a la manipulación
del poder existe por lo general una posición intermedia entre quien lo practica y
sus efectos. Este intermediario suele ser el centro de atención del practicante –el
iniciado o el Haaco cama- y frecuentemente la fuente de sus percepciones. Las
pequeñas figurillas talladas en madera, llamadas icocmolca, son importantes
intermediarias en las transacciones espirituales [Hine, 2000: 596]. Con relación a
esto último prefiero seguir a Latour para hablar no de “intermediarios” –en tanto
vehículo- sino de “mediadores” –en tanto traductor 43 con capacidad de incidir en
el estado de cosas [Latour, 2008: 60-67]. En este caso, los icocmolca pueden
constituir otro ejemplo de objetivación o materialización del poder espiritual. Los
icocmolca, como se dijo, son pequeñas figurillas talladas en madera,
generalmente torote prieto, 44 que eran fundamentales para los rituales de
curación. Estas figurillas eran creadas dentro del proceso de búsqueda de poder
espiritual y “muchos de ellos representan a los Ziix Heecot cmique o ‘cosa-
desierto-hombre’ [es decir, a los espíritus del desierto] que son poseídos por el
chamán” [Moser y White, 1968: 151]. De acuerdo a Moser y White, la persona que
confeccionaba estas figurillas:
“ obtiene su espíritu en una cueva donde recibe las visiones después de haber
ayunado cuatro días. En la cuarta noche de búsqueda, cuando la persona recibe
la visión, ve a varios espíritus salir de las paredes de la cueva. Ellos están
elegantemente vestidos y se acercan flotando en el aire. Algunos de ellos tienen
una sola pierna [o cola]. Se dice que algunos espíritus entran al cuerpo del
iniciado y se quedan allí hasta su muerte. Mientras vive, el chamán controla a los
espíritus y los usa para curar, proteger o maldecir a otra gente” [Moser y White,
1968: 151].
“ son como gente pequeña, hablan y caminan como la gente y siempre salen
cantando de la cueva. Ellos enseñan el arte de curar –uno representa al enfermo
mientras otro realiza el tratamiento de cura– y el aspirante aprende
inmediatamente de su ejemplo. Ellos también le enseñan canciones necesarias
106
para curar” [Griffen, 1959: 51].
107
la articulación de los recursos espirituales existentes en el medio con el fin de
restablecer la salud del paciente. Ahora bien, no todas estas formas en las que se
manifiesta el aire en movimiento (murmullo, silbido, canto, zumbido, soplo) tienen
el mismo grado de autonomía y agencia. Sin embargo, todas son diferentes
formas de objetivación de aquello ya dado, es decir, de ese recurso ya existente.
De todos ellos, los cantos aparecen como los artefactos más poderosos. Sin
embargo, aunque surgidos de una agencia sobrenatural, deben ser activados por
el Haaco caama, lo que los ubicaría en la forma de agente secundario.
108
peligrosos poderes sobrenaturales que estos objetos poseían. El ámak a su vez,
le devolvía otros bienes “seguros” en compensación por los objetos del botín
[Griffen, 1959: 43]. Al mismo tiempo, los seris entonaban cantos de victoria
(iquimóoni) mientras danzaban alrededor de las prendas del enemigo muerto para
evitar que su espíritu persiguiera y dañara a su asesino [Astorga et.al., 1998].
Aquí también, tanto el sistema ámak como los cantos y danzas de la victoria
buscaban des-subjetivar las pertenencias del enemigo muerto.
109
gama de temas, estilos y significados personales conocidos tan solo por aquel
que lo había tallado [Renteria, 2006: 113]. Cuando se capturaba una tortuga laúd
o de siete filos se celebraba una fiesta para evitar la mala suerte, para lo cual se
pintaban líneas en zigzag y puntos en su caparazón; si ésta moría se comían su
carne y se limpiaban y pintaban sus huesos con los mismos diseños. La presencia
de estos diseños en los huesos y otras partes de ciertos animales grandes, como
la caguama de siete filos o el venado, indicaba una suerte de acuerdo o control
sobre sus poderosos espíritus [Moser y White, 1968: 111]. Según Xavier [1945/46:
19], algunos diseños –que no describe- eran pintados sobre el rostro para
protegerse de ciertos peligros como “los malos sueños, o la ‘gente pequeña’ que
vive en las montañas y cuyas flechas invisibles causan enfermedad y dolor”. De
igual modo, hay diseños curativos como la realización de un cuadrado en cada
mejilla de un niño para calmar el insomnio y el llanto [ibid.]. Otros diseños
prescriptos por el haaco cama a una mujer para asegurar la buena salud de su
futuro niño corresponde a una cruz y dos líneas horizontales en la parte alta de
cada pecho; a su vez, pintar una cruz sobre el área afectada de un paciente le
aliviará el dolor [Moser y White, 1968: 145]. Para tratar con el poderoso espíritu
del cactus senita, una persona puede pintar cruces de pintura mezclada con el
jugo del cactus para evitar una enfermedad, ya que su Icor, el espíritu de la
planta, es extremadamente poderoso [Felger y Moser, 1985: 273]. Al regresar de
alguna batalla se pintaban puntos blancos en la frente de los participantes de la
danza de la victoria con lo que quedaban listos para la posesión espiritual [Griffen,
1959: 49].
Al parecer, el lugar donde era realizado el trazo era tan importante como el trazo
mismo. De acuerdo a Hine, el signo era ubicado en el lugar donde se esperaba
que ocurriera algo, con lo que el sentido del lugar tenía una importancia
fundamental en el desempeño de la manipulación del poder espiritual. Los
ejemplos ilustran cómo la aplicación de ciertos signos en un objeto o en una parte
del cuerpo buscaba controlar un espíritu existente en dichas entidades o bien
atraer a un espíritu no presente. Otro ejemplo nos lo da Santo Blanco, uno de los
informantes de los Coolidges, quien decía que “una cueva sagrada era abierta por
el espíritu que pintaba una cruz en la cara de la roca” [Coolidges, 1939 en Hine,
2000: 595]. Recordemos a Kroeber [1931: 13] cuando, al referirse a la iniciación
chamánica que tenía lugar en “una cueva en la montaña”, dice que el iniciado
“pintaba un signo o marca en la pared para que se abriera y él entrara. El espíritu
de adentro […], puede ayudarlo o no, si lo hace, golpea al hombre y entra en su
cuerpo. A través de ello el chaman puede curar”. Esto me introduce en la
importante participación de las cuevas en el terreno de la comunicación espiritual.
Como decía mas arriba, la búsqueda del poder espiritual podía realizarse en un
círculo de piedras en lo alto de un cerro, en el interior de una cueva, en una
ramada a la orilla del mar, o incluso caminando por la playa. Cualquiera de estos
escenarios constituye un lugar liminal, un “punto de encuentro adecuado para la
compaginación con el horizonte de los espíritus” [Renteria, 2006: 150]. Sin
embargo, las cuevas constituían los lugares por excelencia para la realización del
110
Heecot coom. Cabe destacar que la tradición oral seri ha conservado el registro
de aquellas cuevas o parajes habitados por los espíritus más poderosos en los
cuales personajes históricos o héroes míticos adquirieron sus poderes
sobrenaturales [ibid.: 151]. De este modo, cuando alguien aspiraba a realizar el
Heecot coom, “primero debía asegurarse usar una cueva que fuera conocida por
ser buena para ese propósito” [Griffen, 1959: 50]. Si quería mejorar sus
habilidades en la caza del venado, por ejemplo, se dirigía a aquella cueva
“conocida por sus poderes milagrosos, y si realizaba los rituales apropiados de
manera correcta, el venado se le aparecía y le enseñaba canciones que le
permitirían incrementar sus proezas en la caza del venado” [ibid.: 16-17].
Los cantos, otra vez, constituyen una importante fuente de información, en este
caso, acerca de la subjetividad de las cuevas. De acuerdo al excelente trabajo de
Hine, quien analiza cinco cantos seris registrados por el autor entre 1973 y 1980,
existe en algunos Hacátol cöicoos o cantos con peligro, un elemento lingüístico
que unifica dos o más presencias dentro de una misma canción. Este elemento
corresponde al verbo ‘decir’ en tercera persona del singular, y conforma la frase:
tee, “él dijo”, lo que señala la presencia de una identidad adicional, convirtiendo al
texto precedente en una cita. Tee, “él dijo”, se posiciona entonces como una voz
mediadora que articula no solo dos o más entidades sino también sus diferentes
ámbitos existenciales –recordemos que los seris consideran que el canto
espiritual es el habla de los espíritus. De acuerdo a los seris, la voz tee pertenece
a zaaj ak ya, literalmente, “el dueño de la cueva” o “el jefe”. Zaaj ak ya, es un
espíritu capaz de gobernar una cueva y el territorio que le rodea; es entonces zaaj
ak ya quien articula las diferentes entidades por medio del canto [Hine, 2000:
598]. En el siguiente canto, que corresponde a un canto de la naturaleza o canto
de mar, zaaj ak ya relata lo que la tortuga le dijo:
De acuerdo a la explicación de los seris, “el jefe sabe lo que la tortuga dice. Él escucha y
lo repite”. De este modo, dice Hine, la tortuga no solo demuestra sino también obtiene el
111
poder espiritual -el poder como recurso. La tortuga, siguiendo un camino milagroso, es un
conducto del poder, y tanto ella como “el jefe” o “dueño de la cueva” son mediadores en
el transporte del poder del cielo al iniciado [Hine, 2000: 598].
Hant hipcom siml iti coocapii De todas las biznagas que crecen en esta tierra
La tercera línea refiere a las nubes. El sonido de la tierra, llamado hant iinoj, es un
zumbido suave y continuo provocado por las biznagas. Este sonido era importante
para los espíritus ya que ellos lo empleaban en el uso del poder [Felger y Moser,
1985: 173]. Aún cuando el haaco cama omitió señalar su presencia con la
partícula tee, su figura permanece latente [Renteria, 2006: 134]. El siguiente
corresponde a un Hacátol cöicoos o cantos con peligro y aquí volvemos a ver la
cita que zaaj ak ya, es decir “el jefe” o “dueño de la cueva”, hace al enunciar la
voz de otras presencias en la cueva:
Zaak hihyaa hokax kwike En mi cueva hay una persona en la forma de nube
Ipka kosaj zaaj anokom Una suave lluvia esta cayendo dentro de la cueva
zaak hihyaa iyat hokat kwike En mi cueva hay una persona en la forma de nube
112
zaaj hihyaa hakoxoma tee En mi cueva hay un haaco cama, él dijo
Para sintetizar lo visto hasta aquí, quisiera resaltar dos cosas: la subjetividad de
las cosas en el mundo seri corresponden básicamente a la apropiación de un
poder existente, apropiación que implica la manipulación o el control del mismo
mediante su inducción en los contextos específicos. En tal sentido, podríamos
hablar de una agencia secundaria (en términos de Gell) en el marco de un mundo
poblado de actantes, es decir, cualquier “objeto” es susceptible de ser subjetivado
ya que, tal como dice Hine [2000: 596], “la presencia o ausencia [del poder
espiritual en un objeto] es una cuestión de grado”. La aplicación o el trazo de
ciertos símbolos en el lugar correspondiente constituye uno de los medios más
utilizados para formalizar y controlar dicho poder en los objetos poderosos, o bien
para atraer los poderes espirituales allí donde sean requeridos. Para hacer uso de
estas habilidades, cualquier hombre o mujer seri soltero puede buscar la
comunicación con ese poder espiritual. Las cuevas son, por lo que vimos, los
lugares más importantes para la articulación y comunicación de las potencias
espirituales durante el proceso de heecot coom. Si esta búsqueda tiene éxito tales
potencias confluirán en el iniciado o haaco cama otorgándole el conocimiento y
las habilidades especiales a través de los cantos, es decir, del habla de los
espíritus. Ahora bien, de acuerdo a las referencias citadas, no todas las cuevas
son iguales, ya que solo algunas de ellas “son conocidas por sus poderes
milagrosos”. Esa “capacidad” que tienen ciertas cuevas, cuyo conocimiento es
trasmitido a través de la tradición oral, responde básicamente a la experiencia de
113
haaco cama muy poderosos (Coyote Iguana era considerado como un
poderosísimo haaco cama) en tales lugares. De este modo, podemos decir que el
lugar tiene -en la figura del “dueño de la cueva”- agencia e intencionalidad cuya
autonomía existe atemporalmente. Sin embargo, como en los casos anteriores,
esa agencia debe ser activada a través del proceso de heecot coom que el
iniciado pone en práctica y que concluye con la materialización de esa agencia en
los cantos espirituales.
Finalmente, como hemos podido ver, para entender la agencia del paisaje no
basta con identificar qué entidades no humanas tienen o le son asignados
atributos humanos, sino analizar el grado de agencia o subjetividad que las
diversas entidades u objetos tienen para actuar e incidir en cada contexto dado.
En otras palabras, el énfasis debería ser puesto no tanto en la existencia o no de
una esencia humana en las cosas sino en las diferentes capacidades que las
cosas tienen, dentro de una red de relaciones, para la acción-en-el-mundo.
3. Paisaje
¿Cómo concebir eso que nos rodea? Como espacio, como lugar, como lo que nos
identifica, como lo que nos diferencia, como un medio físico, como algo pensado,
como algo vivido… Detrás de esta pregunta, y de sus respuestas, está lo que en
antropología ha sido tema de debate desde hace más de cincuenta años, esto es,
la dicotomía cultura y naturaleza. Para los materialistas, la naturaleza era un
determinante básico de la acción social por lo que importaban modelos de las
ciencias naturales para dar fundamentos más sólidos a las ciencias sociales. Así,
por ejemplo, la ecología cultural, la sociobiología y algunas corrientes de la
antropología marxista consideraban al comportamiento humano, las instituciones
sociales y muchos rasgos culturales específicos como respuestas a las
limitaciones ambientales o genéticas [Descola y Pálsson, 2001]. De ese modo, se
prestaba poca atención a la manera en que las sociedades no occidentales
conceptualizaban su entorno y se relacionaban con él. Para la antropología
estructuralista o simbólica, por otro lado, la oposición cultura – naturaleza ha sido
el dispositivo analítico mediante el cual se daba sentido a mitos, rituales, sistemas
de clasificación, simbolismos del cuerpo y de la comida, etc., que implican una
discriminación conceptual entre cualidades sensibles, propiedades tangibles y
atributos definitorios [Ibid.]. De acuerdo a Descola y Pálsson, si bien tanto la
antropología estructural como la antropología simbólica destacaba un aspecto
particular de la polaridad –la naturaleza conforma la cultura, 47 la cultura impone
significado a la naturaleza-, 48 ambas daban por sentada la dicotomía y
compartían la misma concepción universalista de la naturaleza. En definitiva,
tanto el materialismo como el estructuralismo y simbolismo permanecían dentro
del dualismo ontológico, ya sea desde el objetivismo o desde el relativismo.
114
parte de una relación. Al ubicarse desde una postura descontextualizada y
desinteresada de cualquier aspiración política, la producción moderna de
conocimiento supone un abandono de toda responsabilidad –aunque no sea así
realmente. A su vez, su contraparte, esto es, el “relativismo”, al asumir cierta
forma de solipsismo, desencanto e indiferencia, tampoco se presta mejor en
términos de responsabilidad. Esto es así porque ambas epistemologías fueron
generadas dentro de la misma dicotomía sujeto-objeto. La primera toma al objeto
representado como punto de partida, mientras que la segunda toma como inicio al
sujeto construido, pero ninguna ha tomado en cuenta su recursividad. Vemos
entonces que la división entre ciencias naturales y ciencias sociales, entre
realismo y constructivismo, es una proyección de este esquema dualista propio de
la modernidad [Hornborg, 2006: 27-28].
115
epistemológica que la ciencia moderna nunca ha podido cumplir a cabalidad. Esta
toma de conciencia acerca de la artificialidad del paradigma dualista ha sido
estimulada por la atención prestada al propio proceso científico. Pero ahora ha
llegado a un mayor público en la medida en que el desarrollo de biotecnologías ha
desencadenado una preocupación creciente acerca de las consecuencias
ambientales, filosóficas y éticas de formas de vida producidas en masa por
métodos “no naturales” [Descola y Pálsson, 2001].
Los estudios sobre la evolución biológica constituyen otra fuente a partir de la cual
se ha cuestionado al paradigma dualista. En las teorías de Mendel y Darwin, los
organismos aparecen como pasivos, solamente gobernados por los genes y por
las presiones selectivas a través de un proceso mecánico de adaptación. Sin
embargo, dicen Descola y Pálsson [2001], los modelos evolutivos dominantes
derivados de la llamada “nueva síntesis” de las teorías de Mendel y Darwin
contradicen cada vez más los hechos de la biología. Nuevos modelos evolutivos
destacan que los organismos tienen el poder de conformar su propio desarrollo,
es decir, son sujetos de las fuerzas evolutivas. Esto implica que las relaciones
entre los organismos y sus ambientes son recíprocas y no de sentido único. Así,
en el mismo proceso de relacionarse con el medio ambiente, los organismos
construyen sus propios nichos [Ibid.: 15]. En esta línea, se ha propuesto que los
ecosistemas están constituidos no solo por el flujo de materia y energía sino
también por el flujo de signos. Esta aproximación, denominada Ecosemiotica
[Hornborg, 2001a; 2001b; Nöth 1998] parte del supuesto de que la interacción de
los organismos en los ecosistemas implica el intercambio y la interpretación de
signos. Así, por ejemplo, el águila arpía del bosque amazónico está equipada no
solo de un profundo sentido de la vista sino también de una tendencia a
responder a cierto tipo de movimiento en el follaje que resultan de la actividad de
los monos. Si el águila no tuviera esta capacidad de interpretar tales signos, dice
Hornborg, no mantendría su posición en la cima de la cadena alimenticia del
Amazonas. De igual modo, los monos han respondido filogenéticamente al
desarrollar una extremada atención a los signos del águila. Lo mismo ocurre con
cada organismo de un ecosistema [Hornborg, 2001b]. Otro claro ejemplo es el
116
signo emitido por la serpiente de cascabel o Crotalus. Esta serpiente avisa por
medio del cascabel si estamos demasiado cerca, un signo ante el cual puede ser
mortal hacer caso omiso [Junco y Vigliani, en prensa]. Desde esta perspectiva es
posible concebir a cada organismo como sujeto con capacidad de agencia.
Partiendo de esta base, tanto los organismos humanos como los no humanos son
parcialmente biofísicos y parcialmente simbólicos. De este modo, dice Hornborg,
la naturaleza y la cultura no son dominios o esencias mutuamente exclusivas sino
“sedimentaciones de procesos semióticos a diferentes niveles de integración”
[2001b: 126].
El término paisaje surge a finales del siglo xvi cuando los primeros artistas
holandeses del paisaje comenzaron a pintar escenas rurales que hacían
117
referencia a las condiciones de vida cambiantes que se iban gestando. Estas
pinturas representaban al medio físico en la forma de un territorio campestre,
considerado como sinónimo de salvaje o rústico y asociado a la comunidad
campesina, y al mismo tiempo marcaban una clara contraposición con la sociedad
citadina que por entonces se estaba desarrollando. En este sentido, la palabra fue
introducida “como un término técnico de los pintores” que iba paralela a la idea de
contemplar. El observador, al situarse frente al cuadro, se separaba de la imagen
misma a través de la perspectiva.
Ahora bien, mientras la palabra entró a la lengua inglesa como una importación
holandesa, landschap, al igual que su raíz alemana landschaft, significaba una
unidad de ocupación humana o una jurisdicción, y al mismo tiempo, representaba
cualquier cosa que podía ser objeto de contemplación. De este modo, la tensión
entre la noción de paisaje como una pintura vista en perspectiva, analizada o
valorada desde lo estético, y la noción de paisaje como un contexto del habitar o
morar, ha estado siempre presente en los estudios sobre paisaje y ha sido
obviamente legada a la arqueología [David y Thomas, 2008].
Vinculado a esta perspectiva empírica pero sobre todo a la noción euclidiana del
espacio estaba la representación de la tierra a través de la cartografía. La
realización de mapas ha estado tradicionalmente preservada a grupos de elite y,
en este sentido, representan una tecnología de poder y conocimiento que,
enmascarada bajo un status de objetividad, hacen al mundo manipulable. Como
otras manifestaciones relativas al aspecto visual en occidente, la cartografía
marca una distancia con el mundo que representa, lo que lleva a la manipulación
de éste y con ello a su deshumanización. Esto implica que el espacio es neutral,
transferible y separable del espacio mismo, representación que resulta de la
dicotomía sujeto-objeto y de la consideración del espacio como algo natural,
universal y objetivo. Al respecto, los mapas han jugado un rol importante en la
118
promoción y construcción de las identidades nacionales, al marcar una relación
entre la tierra y la comunidad, y fueron profundamente influyentes en la formación
de la arqueología histórico-cultural.
El paisaje en arqueología
Lo que se conoce como Arqueología del Paisaje ha sufrido variantes desde sus
inicios. De acuerdo a David y Thomas [2008], las primeras referencias pueden
encontrarse en la década del 70, aunque es hacia mediados y fines de los 80
cuando el término se comenzó a usar ya no como el espacio que rodeaba al sitio,
sino como objeto de investigación. Hacia finales de los 70 e inicios de los 80, las
temáticas estaban relacionadas a la distribución de los sitios en el entorno, a las
estrategias económicas y sus dinámicas interregionales, a los determinantes
económicos de los patrones de asentamiento, a los impactos ambientales y las
limitaciones en la producción agrícola, etc. Estos trabajos buscaban entender la
relación hombre-ambiente en términos de estrategias de asentamiento-
subsistencia, sea económica y/o adaptativa, y se utilizaba invariablemente el
término arqueología ambiental o ecológica en lugar de arqueología del paisaje.
Esto, que podría traducirse en un interés por la forma en que la gente ocupaba y
usaba los lugares en el pasado, derivó en el refinamiento de metodologías de
campo y en los análisis estadísticos realizados, ahora si, dentro de escalas
regionales bien definidas. Entre las nuevas aplicaciones metodológicas destacan
la simulación y los modelos preditivos, la tafonomía, la geoarqueología, la
paleoecología, etc. En este contexto, surgieron escuelas interesadas en los
patrones espaciales de asentamientos y del material arqueológico en el paisaje
tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido [David y Thomas, 2008].
119
paleoecológicas. Esto permitió alcanzar registros de gran detalle en cuanto al uso
del espacio, lográndose importantes avances en este aspecto.
120
acuerdo al autor, la alternativa para el estudio de la dimensión simbólica ha sido
propuesta por la fenomenología. Sin embargo, dice Criado Boado, ésta supone
una aproximación “subjetiva y subjetivizante”, por lo que propone un extenso
análisis estructural dado que evita tanto “las metodologías objetivistas hipotético-
deductivas de la Nueva Arqueología, como las subjetivistas del circulo
hermenéutico vigentes en la Arqueología Postprocesual” [Ibid.: 13]. El
procedimiento de análisis consiste en:
121
status de mediar entre el mundo interno y el externo y por lo tanto entre mente y
materialidad. Una concepción que, como ya vimos, se deriva de la separación
ontológica entre mente y cuerpo y, con ello, de la idea de que las impresiones
sensoriales del mundo físico se transferían a la mente, transformadas en
representaciones. En segundo lugar, cuestiona la práctica interpretativa de la
fenomenología por ser “subjetiva y subjetivizante” pero escoge la visibilidad. Sin
descartar la importancia que la visión puede tener para el desenvolvimiento del
ser humano en el mundo, es claro que conocemos e identificamos el mundo en el
que vivimos a partir de nuestra inmersión corporal y sensorial, y no solamente a
través de una visión objetivada de la realidad externa. Por tal motivo, la
arqueología fenomenológica comenzó a llamar la atención sobre los otros
sentidos, tales como el sonido, el olfato y el tacto (ver más adelante). En tercer
lugar, la clasificación de lo que es considerado físico, social o simbólico es
arbitraria y, culturalmente hablando, propia de la modernidad. Si consideramos
que los organismos humanos y no humanos son tanto biofísicos como simbólicos,
y que en términos de las ontologías animistas es posible y real la comunicación
social entre ellos, entonces la distinción entre dimensiones físicas, sociales y
simbólicas estaría restringiendo -y por qué no, distorsionando- el análisis de
paisajes conformados desde ontologías premodernas. Por otro lado, su definición
y metodología no permite entender la temporalidad del paisaje, en tanto patrón de
ritmos y resonancias [Ingold, 2000], ni abordar el aspecto contextual y activo del
mismo.
122
registrados por Marlett y Moser [2000] entre los Seris de la costa central de
Sonora:
Cocázjc It Iihom: isla pequeña al norte de la isla San Lorenzo. Lit., 'donde están
las víboras de cascabel'.
Cof Imócl Hax: lugar. Lit., 'donde hay agua dulce debajo del árbol San Juanico'.
Haas Poot Hax: lugar donde se encuentra agua dulce. Lit., 'agua del mezquite
joven'.
Hamcáaxat Iti Ihíih: cerro en la isla Tiburón. Lit., 'donde estaba el humo'.
Hant Hasítyax Quih Iyat: campamento en la isla Tiburón. Lit., 'punta de tierra
rayada [por la erosión]'.
Hasla Quih An Ihafíto: lugar cerca de El Desemboque. Lit., 'donde se jaló la oreja'.
Hast Hapé: campamento en la isla Tiburón. Lit., 'cerro que se oye'. [En este lugar,
se cazaban los venados por medio de gritos.]
Honc Quih Iti Yaapj: tepetate al norte de la Isla Patos. Lit., 'donde la gaviota se
atragantó'.
Icoquéeezoj: Punta Santa Rosa. De coquéeenim 'mover aquí y allá'. [Cuando uno
viajaba desde el sur hacia el norte en balsa, comúnmente se cruzaba aquí la tierra
123
para ahorrar tiempo en el mar. El nombre se refiere a la acción necesaria para
mover la panga por tierra.]
Iime Cooxp: lugar en el mar en que se cazaban caguamas. Lit., 'hogar blanco'.
Moosni Oofija: médano grande en el mar. Lit., 'lo que las caguamas circundan'.
Queet Iyat: lugar. Lit., 'punta de los que niegan'. [Aquí se oyen los ecos.]
Slootxöla Iime: lugar en la isla Tiburón. Lit., 'donde están los espíritus malignos'.
Xapáat Iti Yaii: campamento cerca de Guaymas. Lit., 'donde están los lobos
marinos'.
Xapóo Yaii: lugar al norte de Puerto Libertad. Lit., 'donde están los lobos marinos'.
Como podemos ver, los topónimos seri se derivan en muchos casos de una
acción, de una descripción del lugar, o de algún acontecimiento que se relaciona
con ese lugar. En cambio, no se encuentran nombres propios como topónimos -es
decir, lugares que lleven nombres como Ciudad Juárez, Washington o Morelia, a
pesar de que hay personajes sobresalientes en la historia seri [Marlett y Moser,
2000]. Estos vocablos no solo incluyen a los arboles, al cerro, al agua o a los
animales, sino también a las acciones, a la memoria y a la identidad. A propósito,
el término “naturaleza” no ha sido identificado en su lengua [ibid.]. El paisaje
entonces concierne a la relación de la gente con los lugares.
Los lugares no son entidades vacías, es decir, no son bloques de tierra a los que
se les agregó un significado simbólico, ni son “recortes” de una totalidad. Antes
que nada, el lugar es un concepto relacional y como tal involucra al todo en un
nexo particular dentro de él [Ingold, 2000]. El carácter de cada lugar viene de las
historias, de la estructura y de las relaciones que allí se tejen; ya que es desde el
contexto relacional que entrelaza a las personas con el mundo en su continuo
habitar que cada lugar traza su propio sentido [Augé, 2000; Ingold, 2000]. De
acuerdo a Augé, un lugar “es al mismo tiempo principio de sentido para aquellos
que lo habitan y principio de inteligibilidad para aquel que lo observa” [2000:58].
Así, los lugares estarán incorporados en la memoria personal y colectiva; lo que
124
hace que “las biografías personales, las identidades sociales y la biografía del
lugar sean [aspectos] íntimamente conectados” [Tilley, 1994:27]. Para los seris,
por ejemplo, hay decenas de topónimos que refieren al “lugar en el mar donde se
cazaban caguamas”. Sin embargo, todos los nombres son distintos, es decir, no
hay dos lugares iguales ya que no están separados la actividad del lugar. Desde
los inicios de la década del noventa del siglo pasado estas nociones llevaron a
algunos autores a abordar el estudio de paisaje desde perspectivas
fenomenológicas.
125
comprensión era epistemológico (como lo pretendía Dilthey al suponer que las
ciencias del espíritu requerían de un método tan objetivo como el de las ciencias
naturales).
Era necesario entonces salir del círculo encantado de la problemática del sujeto y
el objeto e interrogarse por el ser, algo que será fundamental en el trabajo de
Heidegger a partir de su obra Ser y Tiempo. Para interrogarse por el ser en
general Heidegger plantea la necesidad de interrogarse primero por el ser “ahí” de
todo ser, es decir, por el Dasein. Las determinaciones del ser del Dasein, dice
Heidegger, deben ser vistas y comprendidas a priori sobre la base de la
constitución del ser que él denomina ser-en-el-mundo. El punto de vista adecuado
para la analítica del Dasein consiste en la interpretación de esta estructura. La
expresión compuesta ser-en-el-mundo indica, en su forma misma, un fenómeno
unitario [Heidegger, 1953: 62]. Heidegger se inscribe así en el plano de una
ontología del ser finito, en el que el “comprender no es ya un modo de
conocimiento sino más bien un modo de ser, el modo de ser del ser que existe al
comprender” [Ricoeur, 2008: 15]. La hermenéutica asume entonces un valor
ontológico y una primacía que la hace llegar “más acá” de la distinción entre
ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu. De este modo, se pasa de una
fenomenología fundada en el ser trascendental y puro, a una filosofía fundada en
la hermenéutica de lo factual, de lo concreto –lo que excluye el carácter
contingente de una epoché, de una puesta entre paréntesis del mundo tal como lo
pretendía la reducción fenomenológica [Ferraris, 2005].
126
de ser”. Así, principalmente con Heidegger, pero también con el último Husserl, la
fenomenología como epistemología de la interpretación va a ser sustituida por la
hermenéutica como ontología de la comprensión [Ferraris, 2005; Ricoeur, 2008].
Para Sartre, los seres humanos “están ahí”, existen como realidades que carecen
de una esencia predefinida, lo que dependerá exclusivamente de su modo de
existir. En este sentido, “la existencia precede a la esencia”. Sartre distingue en el
mundo dos tipos de realidades o entes, los que son "en-sí", y los que son "para-
sí". Entre estos últimos se encuentran los seres humanos, en cuanto son
conscientes de su propio ser. Los demás seres simplemente son. “Nuestra
esencia, aquello que nos definirá, es lo que construiremos nosotros mismos
mediante nuestros actos”, que son ineludibles: no actuar es un acto en sí mismo,
puesto que nuestra libertad no es algo que pueda ser dejado de lado: ser es ser
libres en situación, ser es ser-para, ser como proyecto. 52 La idea central de que la
vida consciente comienza en la esfera de lo propio, caracterizado por un
solipsismo o una auto-centralidad ha sido duramente cuestionada.
127
percepción como fundamento de la racionalidad, el valor y la existencia. Para
Merleau-Ponty, la percepción tiene una dimensión activa en la medida en que
representa una apertura primordial al mundo de la vida. Así, desarrolla la tesis
según la cual "toda conciencia es conciencia perceptiva". Se trata pues de una
noción concreta, fisiológica, basada en lo real del cuerpo humano. De este modo,
su propuesta fenomenológica estará fundada en la fisicalidad y en la existencia
material del cuerpo humano en el mundo. El cuerpo es, según Merleau-Ponty,
constituyente tanto de la apertura perceptiva al mundo como de la "creación" de
ese mundo. En este sentido, “nuestro propio cuerpo está en el mundo como el
corazón esta en el organismo: mantiene el espectáculo visible constantemente
vivo, respira vida y lo sostiene internamente [Merleau-Ponty, 1962 en Tilley,
2004]. A su vez, la primacía de la percepción significa la primacía de la
experiencia en la medida en que la percepción presenta una dimensión activa y
constitutiva.
128
su utilidad como herramientas de reconocimiento), sino “desde abajo”, desde el
mismo paisaje que experimentó la gente en el pasado. Esta diferencia no solo se
vio en la práctica de campo sino que también significó un necesario quiebre en
cuanto al trasfondo conceptual y ontológico del quehacer arqueológico. Al
respecto, Ingold [2000] propone hablar de la Perspectiva del Construir o Building
Perspective para referirse a los enfoques materialistas y/o cognitivistas los cuales,
enraizados en una filosofía cartesiana, conciben un mundo en donde la realidad
empírica es completamente independiente y anterior a cualquier grado de
participación humana. Vinculado a ello está la clásica distinción hecha entre el
ambiente real, que es independiente de los sentidos, y el ambiente percibido , que
es reconstruido en la mente a través del sistema cognitivo. Un claro ejemplo de
esto es la distinción entre espacio y lugar en donde, según la postura del
construir, los humanos otorgan significado a los espacios convirti é ndolos en
lugares significativos y distintivos. Lo mismo ocurre entre etic y emic, o entre
operacional y cognitivo. El punto de partida es una separación imaginada entre
quien percibe y el mundo, de manera que quien percibe tiene que reconstruir el
mundo en la mente antes de cualquier compromiso significativo con él [Ingold,
2000; Thomas, 2008] . Esta separación lleva implícita la búsqueda de ese límite
en preguntas tales como ¿cuál fue la construcción más temprana? [Ingold, 2000:
182] o ¿cuál fue la primera expresión simbólica? –lo que remite a la idea de que la
cultura es “un marco simbólico arbitrario construido sobre la superficie de la
realidad” [Ingold, 1995 en Thomas, 2001]. La perspectiva del construir combina
entonces, la dicotomía cultura/naturaleza con una forma de cognitivismo en donde
los seres humanos construyen mundos simbólicos internos distintos de la realidad
[Thomas, 2008].
129
sino que somos parte del mundo, tanto como el mundo es parte de nosotros. Es
decir, la gente no lleva sus ideas o representaciones mentales al mundo, sino más
bien es el mundo el hogar de sus pensamientos. Si el ser y el mundo se fusionan
en el acto del habitar, no podemos saber donde termina uno y comienza el otro.
Esto implica que la presencia intencional del agente que percibe, como estar-en-
el-mundo, debe ser también una presencia encorporada [Ingold, 2000].
130
gusto actúan simultáneamente. Mientras el gusto implica mayor intimidad e
interioridad, y el tacto una relación de contacto, la posibilidad de oler, oír y ver no
requiere necesariamente de un contacto corporal, aunque es la visión la que nos
da la relación más “distanciada” con respecto al cuerpo. Se ha discutido el hecho
de que en distintas culturas existen jerarquías diferentes de los sentidos. Así,
mientras en la cultura occidental la visión domina por sobre los otros sentidos, en
sociedades no occidentales o premodernas sentidos tales como el olfato o el oido
pudieron haber sido más dominantes que la visión –piénsese en ambientes
selváticos donde la visión es muy limitada. Sin embargo, dice Tilley, definir si una
cultura es más visual y otra más olfativa resulta en una simplificación poco útil. La
percepción involucra el uso simultáneo de los sentidos. Experimentamos el
mundo a través de formas de sinestesia en donde la visión, el oido, el olfato y el
tacto se funden unos en otros. No obstante, y dependiendo del contexto o la
práctica que se está llevando a cabo, un sentido puede ser más significativo que
otro. La experiencia sensorial es así una totalidad [Tilley, 2004; 2008a].
131
hecho de que los lugares cambian de acuerdo a los ritmos naturales como la
sucesión de las estaciones, las horas del día o las cualidades de luz y sombra,
elementos fundamentales que rodean y afectan tanto a la gente como al paisaje.
Sin descartar el significado de los lugares y los paisajes, Tilley resalta el hecho de
que é stos también hacen cosas y tienen efectos experienciales en las personas,
por lo que ambos aspectos están íntimamente vinculados. El significado que los
lugares tienen y los efectos emocionales y kinest é sicos que ellos producen en
relación con el cuerpo posiblemente estarán relacionados porque tanto el
significado como la actividad existen a través del cuerpo y de la mente. De
acuerdo al autor, “dado que nuestra mente y pensamientos están encorporados,
la manera en que pensamos está profundamente estructurada por el tipo de
cuerpo y por el aparato sensorial que poseemos” [Tilley, 2008a: 275].
132
cabe destacar las limitaciones que la fenomenología presenta en tanto
experiencia sensorial, como metodología para la arqueología. Para Tilley, el
hecho de compartir un cuerpo humano biológicamente similar con la gente del
pasado hace que nuestras percepciones del paisaje nos permitan aproximarnos a
la concepción que aquellos tenían del mismo [2008a: 272]. El problema es que el
status de observador individual, independiente y corporalmente individible –como
el del arqueólogo- pudo no existir en el pasado. En el intento por entender la vida
de la gente del pasado en su Ser-ahí, los estudios fenomenológicos se han
centrado a menudo en la interpretación del cuerpo y en la reconstrucción de las
vidas individuales. En este sentido, ha habido una tendencia a conceptualizar a la
persona como un estado de ser singular, individual y limitada dentro de su cuerpo.
Ya he tratado el tema de que la condición de ser persona o personhood es una
noción definida culturalmente. Así como las personas pueden ser concebidas
como seres individuales, conscientes de sí mismos y con límites corporales
definidos, también pueden ser reconocidas como seres múltiples formados a
través de las relaciones con otros, estar constituidos de diferentes aspectos y
extenderse por todo el mundo material. Ya vimos como los yukaghirs de Siberia,
por ejemplo, llevan adelante luchas existenciales por controlar sus propios
cuerpos: a veces el yukaghir es una persona cuya mente consciente coexiste con
múltiples agentes corporales que tienen sus propias intenciones, y a veces puede
reunirse a sí mismo en un todo completo y actuar como una sola persona
[Willerslev, 2007: 60-63]. Ya vimos también cómo la subjetivación de ciertas
posesiones personales hace que éstas constituyan partes “externas” o
extensiones del propio cuerpo.
Como vimos en el capitulo anterior, el cuerpo humano puede ser concebido como
una combinación de sustancias, las cuales pueden ser identificadas con
elementos en el paisaje. Dado que estas sustancias con cualidades generativas
no solo circulan entre los cuerpos humanos sino que también pueden encontrarse
en lugares, objetos, plantas y animales, cualquier tipo de percepción de las
mismas puede afectar la composición de la persona, algo que nosotros desde
nuestra noción de cuerpo y de persona no podremos experimentar. Así por
ejemplo, si los cuerpos están constituidos de “humores” que pueden existir en
distintos lugares, un cambio en la proporción de los humores afectará el carácter,
el ánimo o incluso el género de la persona [Fowler, 2004; 2008]. El contacto con
133
una sustancia caliente o fría, por ejemplo, altera el género de la persona en la
India acentuando la masculinidad o la feminidad; percibir determinado olor puede
significar para el cazador yukaghirs la presencia del espíritu-guía de un animal o
del espíritu de una enfermedad lo que puede afectar su condición de cazador;
para los yaqui incursionar en el monte o yoania puede significarle a la persona
perder su wepul jiapsi el cual podrá quedar en poder de los seres del monte
alterando su salud; entre los rarámuri el alewá puede salir del cuerpo cuando la
persona está en contacto con espacios acuáticos y los seres del agua que allí
habitan afectando también su condición; para los seris, entonar algún Hacátol
cöicoos o cantos con peligro, fuera de contexto puede acarrear la enfermedad o
incluso la muerte. 55 Tales experiencias perceptivas difícilmente sean percibidas
por el investigador occidental.
Las experiencias sensoriales –lo que escucho, lo que huelo, lo que veo, lo que
toco- están cargadas de agencia, una agencia que tenemos que reconocer a
través de estudios de personhood. El estudio fenomenológico que no considere la
manera en que se valoraba o negociaba el valor del cuerpo y de las cosas y
lugares en el pasado solo registrará la experiencia del paisaje a través de un
entendimiento occidental y contemporáneo de la materialidad. Es necesario
entonces combinar los estudios de paisaje y de personhood para poder entender
la relación entre ellos [Fowler 2008]. En otras palabras, para entender cómo la
experiencia de alguien era generada en su inmersión corporal con los lugares
específicos debemos considerar también de qué manera la noción de persona -y
de cuerpo- estaba culturalmente impregnada de compromisos o de relaciones con
el paisaje como un todo. Si seguimos proyectando la idea de que el cuerpo
134
humano es único y universal y que luego, como un agregado, diferimos en lo
cultural seguiremos universalizando nuestro dualismo mente/cuerpo. Lo mismo
ocurre con la noción de paisaje: si seguimos pensando que el paisaje es el mismo
para todos y que solo difiere en la forma de significarlo, seguiremos pensando en
el paisaje desde la separación naturaleza/cultura.
135
relacionados que gradualmente se van revelando a través de las actividades y de
las interacciones cotidianas de la gente, a través de la cercanía y afinidad que las
personas van desarrollando por los lugares, y a través de eventos, festividades,
calamidades y sorpresas que marcan a otros puntos como lugares que serán
recordados o incorporados en sus historias. Los lugares a lo largo de los cuales
se hilvanan las historias de vida de la gente, les permite dar cuenta de su propia
identidad. De este modo, nuestras biografías personales se ven acentuadas a
partir de actos localizados [2001:173]. Este movimiento biográfico en el paisaje no
se acaba necesariamente en la persona, ya que el uso continuo de ciertos lugares
a través del tiempo nos puede hablar de conexiones históricamente constituidas
entre los miembros de una comunidad.
136
normalmente desarrolladas por un grupo de personas trabajando juntas. Estas
actividades mutuamente entrelazadas existen no solo como actividades en sí
mismas sino como interactividad, la cual no debe ser confinada solo a los seres
humanos sino al conjunto de agentes o entidades con los que se interactúa, sean
animadas o inanimadas. El conjunto de actividades o tareas genera ritmos que
son inherentes a la experiencia misma del habitar. De acuerdo a Ingold, en la vida
social no existe un solo ciclo rítmico sino un complejo entrelazado de muchos
ciclos concurrentes que conforman la temporalidad del paisaje. Ésta consiste en
el desarrollo de un patrón de resonancias en donde los ritmos de las actividades
humanas resuenan no solo con los ritmos de otros seres vivos –plantas,
animales- sino también con la totalidad de los fenómenos rítmicos –los ciclos del
día y la noche, de las estaciones, los vientos, las mareas, etc-. La recurrencia
periódica de eventos tales como rituales, festividades y ceremonias públicas,
tiende a separar un presente de otro. Al actuar como marcadores temporales
estas actividades están tan integradas al paisaje como lo está cualquier marcador
físico del espacio [Ingold, 2000: 196]. Así, cualquier actividad conducida en el
presente está situada y es comprendida en relación a sucesos pasados los cuales
están manifiestos o son recordados por el paisaje mismo. En este sentido, la
gente habita el pasado pero también, agrega Thomas, habita el futuro en el
sentido del habitar de las acciones localizadas proyectadas más allá del ahora.
Habitar, entonces, es lo que pasa cuando tradiciones de prácticas se encuentran
a s í mismas en casa en el paisaje [Thomas, 2008: 305].
137
medio alternativo para estudiar paisajes concebidos como una disposición de
materia inerte. Para Thomas, no se trata de imaginar un terreno físico como
plataforma pre-interpretativa y pre-establecida sobre la cual se construye un
paisaje vivido e interpretado, sino de idear un constructo analítico el cual, extraído
del paisaje vivido y experimentado en el presente, permita aproximarnos al
paisaje pasado a través de procesos de reducción conceptual [Thomas, 2008:
305]. Thomas refiere a este proceso como una empresa interpretativa que busca
desarrollar una comprensión holística del paisaje pasado en el presente, análoga
a la comprensión que la misma gente del pasado habría desarrollado. En cierta
forma, nos invita a considerar el asunto ya no desde la primacía de la percepción
de un tipo de paisaje dado por sentado, sino desde una conceptualización
diferente de paisaje, un paisaje que no está antes de la percepción –ni la
percepción antes que el paisaje- sino como un trasfondo relacional en donde
paisaje y experiencia están entrelazados.
138
un paso en el intento por entender ese pasado, un intento que requiere de la
interpretación. “El trabajo mismo de la interpretación revela un propósito profundo,
el de vencer una distancia, un alejamiento cultural […] e incorporar así su sentido
a la comprensión presente” [Ricoeur, 2008: 10]. De este modo, la hermenéutica
nos permite aproximarnos a otras formas de Ser-ahí, en tanto que implica la
comprensión en el interior de la estructura ontológica del ser.
De acuerdo a Ricoeur [2008], “la interpretación tiene una historia, y esa historia es
un segmento de la tradición misma; siempre se interpreta desde algún lugar […].
Así, el tiempo de la interpretación pertenece, en cierta forma, al tiempo de la
tradición” [Ricoeur, 2008: 31]. Para evitar interpretar desde nuestra “tradición”, esa
historicidad requiere ser destruida. La destrucción significa para Heidegger,
considerar profundamente todos los prejuicios y presupuestos trasmitidos así
como el trasfondo filosófico que los guía. Una fenomenología hermenéutica es por
consiguiente, una deconstrucción de la ontología [Ferraris, 2005, la cursiva es
mía]. Este principio es fundamental en la obra de Thomas, y es muy probable que
se refiera a ello cuando habla de procesos de “reducción conceptual” como parte
de una empresa interpretativa. Al respecto, debo mencionar entre otros textos, su
libro Archaeology and Modernity, publicado en 2004, en donde hace un profundo
análisis historiográfico de la modernidad y su incidencia en la arqueología,
resultando en un interesante trabajo deconstructivo de nuestra ontología. La idea
es que este tipo de trabajo le permita al arqueólogo ser lo más consciente posible
de ese “trasfondo compuesto de habilidades, entendimientos y prácticas” que,
como sujeto de la modernidad, tiene incorporado cuando vaya a interpretar a los
grupos del pasado. En otras palabras, se trata de evitar transferir nuestros
prejuicios y presupuestos a las interpretaciones que hacemos del pasado para así
intentar acercarnos a su propio trasfondo relacional. 56
Ahora bien, una vez hecho tal ejercicio analítico deconstructivo, la pregunta es
¿cómo podemos llegar a comprender el paisaje desde el interior de la estructura
ontológica de la gente que lo vivió? En otras palabras, podremos alejarnos -en
cierta medida, nunca totalmente- de nuestros propios presupuestos, pero cómo
podremos acercarnos a aquellos parámetros ontológicos extraños a nosotros. Al
respecto, Thomas solamente menciona la necesidad de contraponer los aportes
de la fenomenología con información proveniente de otros campos de la
antropología, pero no va más allá. Sin embargo, considero que este punto merece
mayor explicitación. Como vimos en el capitulo anterior, diferentes formas y
entidades del paisaje pueden ser entendidos no solo como actantes sino como
agentes involucrados en una relación intersubjetiva, reflejando así una noción de
comunidad mucho más extensa que la conformada por la especie humana. Los
casos etnográficos analizados, como muchos otros, nos están mostrando la
existencia reiterada de paisajes vivos y subjetivados. Por tal motivo, creo que la
información etnográfica local relativa al paisaje y a la noción de cuerpo y persona
es tan importante para el estudio arqueológico del paisaje como lo es hacerlo
dentro de un marco interpretativo hermenéutico.
139
La etnografía del paisaje
140
etnografía local la asociación simbólica de cuevas y refugios con la matriz, y de
los picos de las montañas con el pene. Esto le permite al autor entrelazar la
ubicación de estos sitios con un paisaje cargado de simbolismo de género
[Whitley, 1998].
La etnografía seri no ha sido ajena a este descuido. Sin embargo, como he venido
tratando el tema hasta aquí, considero que el paisaje es inseparable de quien
percibe, actúa e interactúa, el cual a su vez es parte de una red de relaciones
cuya trama está ontológicamente entrelazada. Esto implica que, aunque a primera
vista la etnografía nos aporte pocos datos relativos al paisaje –que generalmente
está asociado a la noción de territorio o medio ambiente– en realidad tenemos
una abundante información que, desde el enfoque desarrollado aquí, es parte
constitutiva del paisaje (particularmente en cuanto al trasfondo ontológico). Me
refiero a la personeidad de objetos, imágenes, cantos o lugares expuesto en el
apartado sobre “La agencia de las cosas”. En este sentido, la agencia del paisaje
y la personeidad son una y la misma cosa. Sin embargo, la arqueología del
paisaje requiere ir más allá en tanto que el paisaje concierne, de alguna manera,
a la relación de la gente con los lugares; y ciertamente, el tratamiento que el
etnógrafo hace sobre los lugares del paisaje suele ser diferente y más acotado a
aquel que refiere a la relación del hombre con las plantas, animales, espíritus, y
últimamente objetos.
Un elemento que ha sido trascendental en cuanto al arraigo del ser seri con su
tierra corresponde al entierro de la placenta del recién nacido [Moser, 1970a;
Felger y Moser, 1985]. En efecto, cuando un bebé nacía, su placenta era lavada
con cenizas con el fin de hacer fuerte al niño. Luego, la abuela materna iba al
desierto y enterraba la placenta en la base de un cactus gigante, o a veces
plantaba un cardón o una cholla en su lugar [Moser, 1970a; Hills 2000]. Con
relación a esto, Nabhan sostiene que se extraían algunos cactus jóvenes o
plantas de torote del Ihizitim o campo ancestral de los abuelos para ser
trasplantados al lugar del entierro de la placenta, en un acto simbólico que
conectaba al niño con aquel lugar. El ihizitim “era literalmente el lugar donde uno
estaba vinculado a su tierra y a la familia extensa de sus ancestros […] Es el lugar
donde uno es criado por grupos de familias nucleares interrelacionadas, quienes
compartían el uso de los mismos aguajes y zonas de recolección” [Nabhan, 2003
en Renteria, 2006]. Esta relación con el lugar de entierro de la placenta se
mantenía durante toda la vida e implicaba el punto inicial de anclaje del sujeto al
mundo. En este sentido, dice Mary Moser, “la mayoría de los adultos desconocen
141
donde nacieron pero cada uno sabe el área en general donde esta enterrada su
placenta” [Moser, 1970a: 205]. El entierro de la placenta constituía un mecanismo
de integración a una determinada esfera de vínculos colectivos donde, en
términos de identidad, todo seri encontraba su principio. Las palabras hant haxp
m-ihiip “lugar/tiempo [conmemorado] nacimiento” hacen referencia al lugar en el
cual la placenta de un recién nacido era enterrada, cubierta con hierbas y cenizas
y marcado por un gran cactus [Renteria, 2006]. De este modo, si bien los lugares
de entierro de la placenta no tenían necesariamente una referencia geográfica fija
-bastaba con alejarse del campamento y enterrarla bajo un gran cactus-, éstos
estaban perfectamente integrados al “paisaje” de su propietario, siendo así
fundamentales en la biografía de cada ser seri.
La importancia de este lugar en el paisaje seri ha sido destacada por Hine y Hills
[2000]. En los años setenta realizaron el proyecto Seri concepts of place, en el
cual le solicitaban a los adultos seris que realizaran “un mapa o dibujo de su
terreno”. En éstos aparecían representados los lugares de nacimiento (no lo
distinguen del lugar de entierro de la placenta), sus campamentos, sus zonas de
recursos (fauna, flora y fuentes de agua), cuevas y círculos de piedra, entre otras
cosas. Los autores concluyeron que el lugar de nacimiento era el factor más
consistente con el cual los seris identificaban “su terreno”, y que la residencia
actual tenía claramente menor incidencia en su identificación [Hine y Hills, 2000].
Al igual que Nabhan, asocian el entierro de la placenta a la ihiztim. Estas
unidades correspondían a las subdivisiones de cada banda, se basaban en una
descendencia patrilineal y compartían una residencia patrilocal y áreas
específicas de recursos. Hills sugiere que grupos de entre 50 y 280 individuos
podrían vivir en áreas de 17 a 70 millas cuadradas dependiendo de la diversidad y
abundancia de los recursos. Este rango corresponde con la superficie
representada en los mapas. De este modo, Hine y Hills sugieren que, dado la
coincidencia entre la primacía del lugar de nacimiento, el tamaño del área y la
localización de recursos, tales mapas estarían basados en esta forma, ya en
desuso, de organización socio-territorial. 57
Moser decía, ya en los sesentas, que “aunque la esencia del sistema de bandas
ha dejado de ser una realidad, el concepto de propiedad de la tierra perdura
todavía. Un joven seri puede elegir incorporarse a la ihizitim de su padre o a la de
su madre […] él recibe una posesión del área por herencia. Recuerdan los seris
que en tiempos remotos, la posesión de un cerro tenía especial importancia” […]
A veces, cuando una persona esta próxima a morirse, pide ser llevada a su
ihizitim para ser enterrado en su tierra” [Moser, 1976: 45]. La propiedad de la
tierra por parte de las bandas ya había sido destacada por Griffen [1959]. Dicho
autor sostiene a su vez que pequeñas áreas o puntos geográficos suelen
pertenecer a familias específicas. Así, por ejemplo, “una de las cuevas conocida
por ser útil para la adquisición de poderes chamánicos sobrenaturales fue
reportada como perteneciente a Juan Mata [muerto], y ahora es reclamada por el
hijo y el nieto de éste” [Griffen, 1959: 47-48]. Aunque creo que debemos relativizar
un poco el término de “propiedad”, tanto este hecho como el entierro de la
142
placenta nos están hablando de una forma de relacionarse con determinados
lugares, relación que bien puede expresar mecanismos de identidad de cada
familia extensa o ihizitim, pero también, y al mismo tiempo, revelar formas de
intersubjetividad entre y con entidades que salen de la esfera humana.
“… se le apareció Satanás a una mujer vieja y le ordenó llevar a todos los seris a
cierto lugar en el cual se encuentra hoy día la misión del Santo Apóstol Thaddaei
[…] La vieja, jinete de la escoba, cubría todo el territorio y logró reunir un numero
grande de infieles paganos en cierto día en el sitio. Ellos se entretenían con saltos
y bailes hasta la tarde, cuando de una roca cercana apareció un jovencito vestido
de rojo con una cara radiante, el cual les dijo algo en voz baja a la oreja. E
inmediatamente regresó a su roca la que se abrió y lo tragó otra vez” [Montané,
1996: 147].
Más allá de la evidente traducción que hace Gilg –y los conversos que le relataron
lo sucedido- de los espíritus con Satanás, cabe señalar algunas cosas. Por un
lado, la costumbre de construir una misión en un lugar de importancia espiritual
“pagana” era muy común en una empresa evangelizadora y demostraba con ello
el poder del cristianismo. A respecto, señala Gilg líneas más abajo, que “logré
convencer a los Tepokas, los que todavía pertenecen al pueblo de Sera, 58 de salir
del desierto y fundar un nuevo pueblo justamente en el sitio donde anteriormente
aparecía el diablo en tiempos pasados”. Estas citas demuestran la importancia
que tenían tales lugares en cuanto a la presencia de potencias espirituales. Es de
señalar también la realización de danzas a las que probablemente se refiere
cuando dice que se entretenían con saltos y bailes. Por otro lado, la aparición de
un jovencito vestido de rojo que, luego de decirles algo al oído, “regresó a su roca
la que se abrió y lo tragó otra vez”, parece referir a la idea de que los espíritus
salen de la cueva o de las paredes de la cueva. El hecho de que se contactara
con una “mujer vieja” no seria extraño ya que los espíritus pueden manifestarse
no solo mediante el Heecot coom (aunque es el que da más prestigio), sino
también a través de sueños y con la vejez -la caracterización de la mujer como
“jinete de la escoba” es una clara alusión a las brujas, propias de las leyendas
europeas. Finalmente, si bien el lugar que menciona Gilg no está caracterizado
topográficamente (solo menciona la roca), es probable que la constante para el
encuentro o búsqueda del poder espiritual haya sido la situación liminal del lugar,
es decir, cualquier contexto (tiempo/espacio) en donde fuera factible la
143
articulación de distintos dominios.
Dado que para los seris todo acontecimiento comunica algo, un factor
fundamental que estructura y es estructurado por el paisaje es la capacidad de
comunicación de las diversas entidades que lo componen, entre los que están,
claro está, los humanos. Esto implica que los lugares se van revelando de
acuerdo al grado de comunicación y agencia que tengan no solo en contextos o
situaciones liminales como la búsqueda del poder, la curación, 59 o incluso la
manifestación del espíritu de un lugar a través de un sueño, sino también por su
origen, 60 y en el transcurso de sus prácticas cotidianas. Ahora bien, si la elección
de los mejores lugares para llevar a cabo un heecot coom -así como para cazar,
recolectar plantas, conseguir agua u obtener leña-, se hace principalmente a partir
de experiencias previas de otros iniciados, es porque estas experiencias son
comunicadas. El hecho de que sean comunicadas implica que se conviertan en
144
elementos compartidos con otros individuos y trasciendan, con ello, la experiencia
inmediata de los actores (en la que se basa la fenomenología), lo que hace que
se vuelvan potencialmente accesibles a su interpretación [Iwaniszewski, 2001:
220].
Cabe recordar que una de las premisas de este trabajo es analizar la incidencia
de las pinturas rupestres-lugar en la formación y negociación de las identidades
individuales y sociales desde su propio trasfondo ontológico. Los estudios de
agencia, y en particular la agencia de las cosas, nos permitieron entender el papel
activo de las entidades no humanas del paisaje así como identificar el rol
fundamental que tiene la acción comunicativa en esta dinámica. A partir de ello,
propongo definir dos dimensiones de comunicabilidad. Por un lado, aquel
trasfondo ontológico relacional que permite y requiere la articulación entre
entidades humanas y no humanas; esta articulación implica alguna forma de
comunicación entre las mismas para que tal articulación tenga incidencia en un
estado de cosas. Por otro lado, estas actitudes relacionales –que constituyen la
matriz ontológica de sistemas animistas y perspectivistas- deben ser compartidas
por los miembros de un grupo para que formen parte de los procesos de
reproducción cultural, integración social y socialización. Se trata pues de una
dimensión comunicativa a nivel inter-específico y una dimensión comunicativa a
nivel intra-específico. Ambas dimensiones no solo son mutuamente dependientes
sino que constituyen el entramado práctico de un paisaje relacional. Lo anterior lo
expondré a partir de dos conceptos: umwelt o mundo alrededor y lebenswelt o
145
mundo de la vida.
El concepto de umwelt, propuesto por Jakob von Uexküll a principios del siglo xx,
dio pie a la ecosemiótica surgida ya hacia finales del siglo. La ecosemiótica es el
estudio de las interrelaciones semióticas entre los organismos y sus ambientes,
de lo que se deduce que el centro de interés no está en el homo semioticus sino
en los organismos semioticus [Nöth, 1998]. Si bien representa una aproximación
teórica a la ecología humana, la ecosemiótica puede ser aplicada a diversas
disciplinas siendo una de sus metas trascender las dicotomías conceptuales
cartesianas tales como cultura/naturaleza, mental/material, etc. Su principal
fundamento es que los ecosistemas están constituidos no solo por flujos de
materia y energía sino también por flujos de signos. En este sentido, rechaza la
noción convencional de naturaleza como un fenómeno principalmente material
opuesto a la noción de sociedad como un fenómeno principalmente comunicativo.
Más bien, la ecosemiótica concibe a la naturaleza y a la sociedad como sistemas
interconectados y simultáneamente materiales y comunicativos [Hornborg,
2001b].
146
primeros: signos sensoriales y signos lingüísticos. 61 Cada uno es prerrequisito
para el siguiente, lo que significa en este caso que los signos lingüísticos estarán
mediados por órganos sensoriales. En primer lugar, dice Hornborg, los humanos,
al igual que los animales, están equipados para trasmitir y recibir señales
sensoriales (visuales, auditivas, táctiles, olfatorias y gustativas), lo que da lugar a
sistemas de comunicación pre o extra-lingüísticos entre organismos humanos y
no humanos. En efecto, a lo largo de milenios, la mayor parte de la interacción
entre humanos y no humanos ha estado mediada por innumerables sensaciones
del ojo, el oído, la nariz, la lengua y la piel –fundamentales, por ejemplo, para el
desempeño del cazador-, de lo cual solo una parte ha estado reflejada en
categorías lingüísticas. Tales flujos de signos sensoriales son lo que constituye la
inmersión corporal en el mundo proclamada por los fenomenólogos con sus
nociones del habitar y ser-en-el-mundo. En la medida en que los miembros de un
grupo reproducen miméticamente y comparten patrones convencionales de
emisión y recepción de tales signos, están construyendo y reproduciendo
patrones culturales de comunicación con su entorno no humano. Así por ejemplo,
los cazadores amahuaca de Perú saben perfectamente no solo como obtener
información de los sonidos, movimientos, aromas, excrementos, marcas de
dientes, huellas, trozos de frutas, hojas caídas, ramas rotas, etc, sino también
cómo disfrazar sus propios colores y aromas, e imitar el sonido de un animal y
hacer que el mismo les responda. De este modo, los sistemas de signos
sensoriales son potentes ingredientes en la relación humano-ambiente lo que los
hace susceptible de inscribirse en el paisaje. De acuerdo a Hornborg [2001b], la
dieta y otras preferencias culturales de generaciones pasadas de grupos
amazónicos han dejado un registro tangible en el paisaje en la forma, por ejemplo,
de berbechos, con una incidencia mucho más alta de especies alimenticias.
Ahora bien, como vimos, esta actitud de interacción sensorial se extiende también
a “objetos inertes” como artefactos, rocas o lugares, para los cuales la
ecosemiótica parece, y solo parece, no cubrir. 62 En realidad, si partimos de la
noción de actantes, cualquier ideomorfo, tecnomorfo, biomorfo o antropomorfo
inmerso en una red de relaciones tiene el potencial de incidir en un estado de
cosas. Si a esto le sumamos la noción de índice y de abducción de la agencia
propuesta por Gell entonces la posibilidad de que ocurra un “intercambio e
interpretación de signos” con “objetos inertes” se vuelve absolutamente real.
Finalmente, si vemos a las cosas desde su cualidad relacional y no sustantiva
podremos entender el por qué una roca a veces es simplemente una roca y a
veces un ser vivo. Para los nakaya, del sur de la India, algunas piedras son
Devaru porque “vienen hacia” y “saltan sobre”, mientras otras no son Devaru sino
simplemente piedras 63 [Bird-David, 1999: 74]. Cuando Hallowell le preguntó a un
hombre ojibwa, del norte de Canadá, si “todas las piedras que vemos aquí están
vivas”, el hombre, luego de pensarlo un rato le respondió que “No, pero algunas
si”. Al parecer, las piedras vivas son aquellas que “se mueven” y “abren la boca”
hacia los ojibwa [Hallowell, 1960 en ibid.1999 74-75]. Si bien algunas de estas
actitudes pueden estar codificadas en palabras, es evidente que los sentimientos
expresados en tales relaciones representan un nivel sensorial de experiencia
147
difícil de describir y que se trasmite básicamente a través de la práctica mimética
cotidiana. La práctica social es así un proceso cultural que condiciona a los seres
humanos a responder de cierta manera a signos particulares. De este modo, los
signos sensoriales juegan un importante rol en las relaciones con el entorno y por
milenios han sido ingredientes activos en la transformación de los ecosistemas
[Hornborg, 2001b].
148
sensoriales y lingüísticos entre los seres humanos y su entorno, que pueden estar
en la base de las ontologías relacionales y que, por lo mismo, refiere a los
umwelten de grupos indígenas tradicionales. A este umwelt, Deely propuso
llamarlo lebenswelt o mundo-de-la-vida, un concepto desarrollado inicialmente por
Husserl y retomado por otros fenomenólogos [Deely, 2004: 22]. Ciertamente, las
relaciones subjetivas –sensoriales y lingüísticas- que conforman un “mundo
alrededor” constituyen para esos grupos una realidad que les es familiar en virtud
de experiencias ya interpretadas, es decir, de ese mundo-de-la-vida (ver más
adelante). Sin embargo, si bien he hablado de interacción y/o formas particulares
de comunicación, aún no he hablado formalmente de comunicación. Por tal
motivo, seguiré a Habermas [2002] quien, desde el concepto de lebenswelt,
desarrolla la teoría de la acción comunicativa con lo que evita los problemas de la
fenomenología. Este enfoque permite abordar las formas de interacción
tradicionales que acabamos de ver dentro de un marco constitutivo de la sociedad
y de las identidades sociales e individuales. Solo a partir de ello podremos ver a
las formas y entidades del paisaje como sujetos vivos y activos enlazados a
través de prácticas cotidianas de interacción, cuya inacabada urdimbre configura
el paisaje.
149
trasfondo y a partir del cual se actúa comunicativamente, se debe también a la
seguridad que dan al actor las solidaridades acreditadas y las competencias
probadas. De este modo, tanto las tradiciones culturales, como las solidaridades
de los grupos integrados a través de valores y normas, y las competencias de los
individuos socializados, penetran en la acción comunicativa. Al permanecer en la
fenomenología trascendental, Schütz y Luckmann no aprehenden las estructuras
del mundo de la vida recurriendo a las estructuras de la intersubjetividad
lingüísticamente generadas sino al reflejo de esas estructuras en las vivencias
subjetivas de un actor solitario [2002: 185]. Por lo tanto, dice Habermas, es
necesario corregir la reducción culturalista del concepto.
150
sociales y que por ello estarán involucrados en la historia narrativa de los
colectivos. Los colectivos sólo mantienen su identidad en la medida en que las
representaciones que de su mundo de la vida se hacen sus miembros, se solapen
suficientemente, condensándose en convicciones de fondo aproblemáticas [2000:
193-194].
151
mientras que aquellas que se narren y se compartan con las experiencias de otros
participantes en la acción comunicativa se convertirán en convicciones de fondo
aproblemáticas (figura 2). Si bien la experiencia narrativa de la acción
comunicativa solo se da entre los seres humanos, ésta incorpora la experiencia
comunicativa- sensorial y lingüística- propia del umwelt, configurando así el
entramado de un paisaje vivo y activo que incorpora algo más que seres
humanos. Los seres interactuantes, es decir, aquellas entidades o actantes con
algún grado de agencia y personeidad -entre los que están los seres humanos-
que confluyan en prácticas repetidas y compartidas de interacción (ubicadas en la
intersección de la figura 2) contribuyen a través de las mismas a la renovación del
acervo cultural, a la integración social y a la socialización de sistemas animistas o
perspectivistas. Considero que una de estas prácticas corresponde al trazo de
diseños en las paredes rocosas, lo que veremos en el próximo capítulo.
Actantes :
Humanos, animales, plantas,
Lugares, cantos, imágenes,
Cosas, aerófonos…
Prácticas de interacción:
Búsqueda del poder espiritual
Prácticas de curación
Obtención del alimento
Ceremonias…
152
parte del entramado ontológico compartido. Finalmente, el paisaje se renueva,
confirma o modifica continuamente a través de procesos de interpretación,
interacción social y socialización. Si consideramos que la cualidad constitutiva del
mundo animista o perspectivista no es tanto la intersubjetividad sino la
agencividad [Ingold, 2000: 47], entonces ambas dimensiones de comunicabilidad
quedan solapadas en un mismo plano, al que concibo como paisaje relacional. 64
Desde este enfoque se intenta abordar al paisaje desde un marco más integrativo
en donde las entidades y las formas del paisaje, enlazados a través de prácticas
cotidianas de interacción, cumplen un rol activo y dinámico en la integración social
y en la identidad de los grupos, y en cuya urdimbre inacabada se va configurando
el paisaje.
NOTAS
153
siga aplicando el método clasificatorio y tipológico de la escuela histórico-cultural
como una heurística neutral, se seguirá asumiendo implícitamente la existencia en
el pasado de normas culturales y de prácticas sociales homogéneas y
delimitadas, a imagen y semejanza de los estados-nación modernos [Jones,
2007; Thomas, 2004].
16 Así, una vez que “se inicia la historia del hombre, su historia es ya la historia
de la nación y de las naciones. La mente se proyecta en el espacio de la
Geografía Universal y en el tiempo histórico a través del molde organizativo de las
naciones-estado” [Fernández de Rota, 2005: 9].
17 Dado que su territorio quedó dividido con Estados Unidos, los pápago pueden
cruzar la frontera internacional sin visa ni pasaporte y por lo tanto gozar de las
mayores ventajas que tienen del lado norteamericano. Esta situación ha generado
un interés creciente por “ser pápago”, con lo cual el gobierno de la comunidad
asentado en Arizona ha invitado a las familias a construir sus genealogías –a
través de estudios de adn-, debiendo poseer como mínimo un cuarto de su
sangre. Sin embargo, señala Salas Quintanal, frente a las dificultades que esto
acarrea, los sitios sagrados emergen como la posibilidad de crear una identidad
colectiva perdida en la historia. Los pápago reconocen tres tipos de sitios
sagrados: los entierros, los cerros y montañas, y los sitios que conservan
manifestaciones rupestres. El rasgo común de estos lugares es que en ellos
pueden establecerse vínculos con los antepasados, y tanto los pápago del lado de
Estados Unidos como los del lado mexicano reconocen este hecho [Salas
Quintanal, 2004].
154
[Thomas 2004:127-128].
23 El sujeto ya no es aquel que está “bajo” la autoridad del gobernante, sino que
constituye la base a partir de la cual se construye el mundo
28 También las palabras o las esencias espirituales son parte de las sustancias
intercambiadas.
31 En Bali, por ejemplo, las sustancias de las palmeras son comparables con las
diferentes sustancias corporales, esto hace que durante ciertos rituales se
depositen cocos rellenos con sustancias humanas como la placenta del recién
nacido o las cenizas de la cremación [Fowler, 2004: 109].
155
33 Cabe destacar que la mitología y ritualidad de los yoreme está plagada de
elementos cristianos. Así por ejemplo, es el propio Jesús [considerado como
personaje autóctono, héroe cultural equiparable al Hermano Mayor del norte]
quien condena a los surem a vivir bajo tierra por haberse ocultado de él, con lo
que funda la naturaleza inframundana y ctónia representada por los surem en
forma de hormiga, y convirtiéndose así en una humanidad paralela respeto a la
cual los yoreme deben mostrar cierta conducta y observar determinados rituales
[Olavarría et.al., 2009: 578].
35 El mismo Latour, en una nota al pie sostiene que el uso de la expresión no-
humanos implica un preconcepto antropocéntrico [2008: 107-108]. Ciertamente,
no podemos hablar de antropocentrismo en el animismo indígena ya que si una
legión de seres diferentes a los humanos son “humanos” entonces nosotros, los
humanos, no somos tan especiales. Pero si tal vez podremos hablar de
humanidad. Para Viveiros de Castro, si la condición común a humanos y animales
es la humanidad y no la animalidad es porque humanidad es el nombre de la
forma general de Sujeto [2004: 52]. Recordemos aquí que estamos hablando de
humanidad como condición, y no del hombre como especie.
39 En otras versiones del mito de origen es la caguama de siete filos la que logra
sacar arena del fondo marino con la que el señor del viento forma la tierra [Luque
y Robles, 2006: 232, 236].
156
40 Haaco cama o “casa-aquel que habita” es un término que deriva de Heecot
Cama, “desierto-aquel que habita”, y ha sido muchas veces traducido como
chamán.
46 Al respecto, cabe recordar la última frase que canta la pequeña raíz: “El viento
nos toca y ronca suavemente”, lo que puede estar refiriendo a esa posibilidad de
comunicación que caracteriza a un mundo animado.
157
exhibición de los resultados y efectos de la acción humana dentro del presente
social y con pretensiones de permanencia).
52 Información tomada de
http://www.webdianoia.com/contemporanea/sartre/sartre_filo.htm y
53 Información tomada de
http://www.virtual.unal.edu.co/cursos/sedes/manizales/4050041/lecciones/Capitulo
%203/merleau.htm y http://es.wikipedia.org/wiki/Maurice_Merleau-Ponty
[Consultada el 24 de octubre de 2010]
55 Los cantos con peligro entran al dominio público solo cuando el haaco cama
que los originó se haya muerto, ya que el poder de los mismos y por tanto su
peligro se han ido [Bowen y Moser, 1970].
58 Los Tepokas o Tepocas eran una de las bandas seris. Sere, refiere a seri.
158
59 “Cuando una persona se encontraba gravemente enferma, las figuras eran
llevadas a una cueva donde los espíritus habitan. Existen muchas cuevas tanto en
la tierra firme como en la isla Tiburón que son utilizadas, y en donde en ocasiones
el curandero le canta a los santos (icocmolca) por una curación […] Esto los hace
realmente fuertes para curar” [Xavier, 1941 en Felger y Moser, 1985: 239].
60 De acuerdo al mito de origen, un grupo de gigantes que iba hacia la sierra que
hay entre Desemboque y Puerto Libertad fue alcanzada por la inundación lo que
los convirtió en cirios (Fouquieria columnaris). Los más altos eran hombres y los
más bajos y anchos eran mujeres embarazadas. En otra versión, quienes se
convirtieron en cirios fueron la gente de Tastiota. La inundación los alcanzó
cuando ya habían pasado la cresta de la sierra y estaban descendiendo, razón
por la cual los cirios están en la cara norte de la sierra [Felger y Moser, 1985:
172].
62 El prefijo “eco” semiotica parece remitirse solo a los seres vivos, lo que es
formalmente cierto en tanto que se trata de una aproximación a la ecología
humana. Sin embargo, no debemos olvidar que la condición de “ser vivo” para la
ontología occidental es mucho más acotada que para otras ontologías indígenas
en donde el principio del intercambio e interpretación de signos es aplicable a
otros existentes además de a humanos, plantas y animales. Deely [2004] coincide
en que “la acción de los signos puede trazarse incluso al reino inorgánico anterior
y aparte del advenimiento de los organismos” por lo que los objetos también
pueden ser considerados en la teoría del Umwelt.
Entre los restos materiales legados del pasado, el arte rupestre es considerado como
evidencia tangible de la expresión simbólica de los pueblos del pasado y como vía para
analizar los distintos dominios de la misma, sean ideológicos, sociales o tecnológicos. El
arte rupestre tiene, para los arqueólogos, una ventaja con el resto de los materiales debido a
que lo encontramos in situ, es decir en el mismo lugar en el que fue creado y utilizado. Esta
característica del arte rupestre permite el estudio de las representaciones en términos de sus
parámetros físicos originales, estos es, las características de las paredes en las que se ha
pintado o grabado, incluyendo el relieve de las superficies y la elección de sus paneles, la
ubicación de las figuras dentro de la cueva y su relación con la topografía circundante
[Clottes y Lewis-Williams, 1996:61-62]. En este sentido, la relación de las figuras con la
roca, la cueva y el lugar es fundamental para la interpretación del arte rupestre, no obstante
ser ésta una preocupación que aparecerá tardíamente entre los estudiosos del tema.
Desde que se descubrieran las primeras manifestaciones gráficas del paleolítico europeo, su
estudio ha sido abordado desde muy diversas perspectivas. Hasta no hace mucho tiempo,
éste se reducía al análisis de los signos en sí mismos, aislados del contexto de ejecución y
participación. Esta visión, representada por la noción del arte por el arte, resultaba de la
idea de que en épocas de abundancia y de relativa estabilidad, los cazadores recolectores
disponían de suficiente tiempo libre como para decorar las paredes de las cuevas por puro
placer estético. Esta mirada asumía una vinculación conceptual directa entre tales
manifestaciones y las obras de arte renacentista. La propuesta del arte por el arte fue
radicalmente modificada con los aportes de la etnología, concretamente de la magia y la
religión.
160
casos los animales eran “imágenes de la realidad” [ibid.]. Uno de los principales
cuestionamientos que se le hicieron a esta propuesta consistía en que si la magia simpática
explicaba el arte paleolítico, los restos faunísticos hallados en las excavaciones de las
cuevas paleolíticas debían pertenecer a las mismas especies representadas. Y ello no
siempre ocurría de esa manera.
Sobre la base de la postura reinante relativa a los sistemas de creencias primitivos, los
investigadores comenzaban a percibir similitudes entre los principales elementos
representados en el arte paleolítico -donde los animales eran centrales- y los sistemas de
creencias totémicos de los Aborígenes Australianos. En el totemismo, cada grupo o sector
social se apropia de la imagen de cierta planta o animal y la utiliza como emblema
exclusivo. En este sentido entonces, el arte totémico referiría a la creación y uso de
imágenes convencionalizadas asociadas a algún tipo de membrecía. Los críticos de esta
propuesta notaban que algunos animales aparecían heridos con lanzas lo cual sería
incompatible con el respeto que se le otorgaría a un tótem. A su vez, si las imágenes
correspondían a un clan, se esperaría encontrar cierta homogeneidad centrada alrededor de
un animal particular en el arte de cada cueva [Clottes y Lewis-Williams, 1996: 66].
Hacia la década del cincuenta, los estudios del arte rupestre reciben un fuerte impulso desde
la corriente estructuralista de Annette Lamming-Emperaire y André Leroi-Gourhan. Estos
autores proponían que las figuras representadas en una cueva no habían sido pintadas al
azar sino que respondían a composiciones preconcebidas. Sostenían que tales
composiciones obedecían a una disposición esencialmente dual o binaria, en las cuales
ciertas representaciones de animales, o incluso de elementos abstractos, se repetían de a
pares. En consecuencia, las representaciones pictóricas respondían a una lógica binaria
asociada a la pareja macho-hembra y al simbolismo sexual o de la fecundidad. A su vez,
consideraban que la cueva misma desempeñaba un rol central en la percepción de la gente y
en la manera en que ésta era usada –no era lo mismo pintar en la entrada de la cueva que en
la profundidad de la misma, en un lugar central e iluminado o en las áreas más oscuras del
recinto.
Partiendo de las observaciones etnográficas que Yellen y Lee realizaron entre los !Kung
San de Sudáfrica, Margaret Conkey desarrolló, comenzando los 80, un marco teórico que
vinculaba la forma y estructura de los conjuntos de representaciones rupestres con las
agregaciones de las sociedades de bandas. La autora sugería que el arte rupestre de los
sitios de agregación, donde se agrupaban bandas emparentadas, estaría caracterizado por
161
una mayor diversidad de elementos de diseño y de principios estructurales que aquellos
sitios dispersos utilizados por grupos pequeños para sus prácticas de subsistencia. En este
sentido, concluía Conkey, las actividades que contribuirían o que incluso serían centrales
para la agregación de bandas serían tanto rituales como culturales [Ross y Davidson, 2006].
Por aquel tiempo ya existían propuestas que asociaban el arte rupestre a la práctica
chamánica. Weston La Barre y Joan Halifax entre otros, habían sugerido que ciertas
pinturas de Lascaux, Les Trois-Freres, y otros sitios representaban a chamanes y sus
espíritus auxiliares. Otros autores como Neol Smith, sostenía que las pinturas y grabados
eran “fuerzas vitales” asociadas con algún tipo de chamanismo [Clottes y Lewis-Williams,
1996: 79]. En términos generales, la propuesta del arte chamánico parte del supuesto de que
las representaciones gráficas se vinculan a sistemas de creencia que involucraban la
interacción individual con el mundo sobrenatural a través del trance, por lo que las
imágenes representadas serían el resultado de experiencias alucinatorias. Así, por ejemplo,
la presencia de ciertos animales podían ser interpretados como vehículos o guías que
conducían al chamán al mundo de los espíritus.
Hacia finales de los ochenta, las interpretaciones chamánicas que venían proponiéndose
años atrás derivaron en el Modelo Neuropsicológico desarrollado por Lewis Williams y
Thomas Dowson. Se trata de un modelo de aplicación universal por la sencilla razón de que
todos los seres humanos compartimos el mismo sistema neurológico y neuroquímico. El
modelo describe la forma de las imágenes que resultan del trance y, a partir de ello, ofrece
un rango de imágenes y características que puede ser utilizado para evaluar la posibilidad
de que las figuras rupestres sean resultado de experiencias visionarias. Además del dominio
neuropsicológico, el modelo considera como vía de análisis paralela a la etnología con el
fin de evaluar la expresión específica de esos universales.
El arte rupestre ofrece entonces un registro directo de determinadas prácticas realizadas por
la gente del pasado acerca de la forma en que aquellas personas veían y experimentaban su
mundo. Si bien parte importante de la investigación relativa al arte rupestre puede centrarse
en la reconstrucción de la cadena operativa, es decir, detección de las materias primas
utilizadas, ubicación de las fuentes de aprovisionamiento, etc., el principal atractivo de su
estudio ha sido y seguirá siendo descifrar su sentido, lo que implica sumergirse en la
percepción humana y en la cosmovisión de los grupos que lo realizaron. Sin embargo, por
más preciso y sistemático que sea el registro de una imagen –forma, color, dimensiones,
etc-, siempre será un medio débil de interpretación [Chippindale y Nash, 2004: 1]. Y como
hemos visto, gran parte de las propuestas tienden a considerar a la imagen como el único
elemento “cultural” y por lo tanto como el objeto por excelencia a ser descifrado o
decodificado.
Es así que hacia comienzos de la década del noventa, numerosos investigadores comienzan
a incorporar a los estudios del arte rupestre algunos aspectos que no habían sido
considerados en las propuestas anteriores, como es la noción de paisaje. En este sentido, un
conjunto de imágenes en la roca ya no es el fin en sí mismo de un estudio, sino que
comienza a ser visto como una marca especial del paisaje, ya que “es la red más extensa de
lugares la que finalmente definirá su carácter especial” [Bradley, 2002]. Como vimos en el
capitulo anterior, existen diferentes nociones acerca de los que es paisaje en arqueología, lo
que se combina también con las distintas posturas relativas al arte rupestre. Por tal motivo,
las investigaciones que conjugan arte rupestre y paisaje han tomado diversas direcciones.
Entre éstas destaca la interpretación del arte rupestre como un modo de apropiación del
espacio, o como modo de marcación de puntos liminales.
2. Estrategia analítica
165
Niveles de análisis
Los motivos pueden clasificarse según dos grandes clases de atributos: los referidos a la
morfología de la representación y los que corresponden a los procesos de manufactura.
Respecto a la morfología se puede dividir en dos tipos:
166
A partir de esta clasificación de los atributos es posible confeccionar tipologías de motivos,
lo que permitirá posteriormente efectuar una descripción analítica. En este sentido, los
motivos están configurados en base a:
Estos factores pueden ser utilizados como criterios para establecer o definir estilos. Un
estilo refiere a una amplia gama de elecciones como la forma, la técnica y el tratamiento de
la figura, el tipo de roca, el espacio dentro del sitio, los colores y el lugar en el paisaje.
Puede responder a la acción de diferentes personas que interactúan dentro de un grupo
social y comparten un conjunto de elecciones, o bien a la expresión de una sola persona. A
su vez, puede ocurrir que determinados motivos aparezcan asociados de manera recurrente
conformando temas. Un tema refiere a la recurrencia de motivos similares que se dan en
una región dada [Gradin, 1978]. Éstos, sin embargo, no responden necesariamente a un
mismo estilo, ya que un tema puede ser representado a partir de distintas elecciones.
Aquí se consideró el análisis del contexto en dos dimensiones, por un lado, a la relación de
las imágenes entre sí, y por otro, al contexto mismo como lugar. En el caso de las
representaciones rupestres, la evaluación del contexto se refiere:
1. A la relación espacial que tiene cada motivo con los demás y a su ubicación sobre el
soporte.
2. A la relación entre los demás motivos con los que se comparten semejanzas
formales, técnicas y de intensidad tonal y/o pátina, lo que permite inferir una
relativa sincronía de ejecución y finalmente determinar motivos y conjuntos de
motivos, y
3. A la posibilidad de efectuar asociaciones entre estos conjuntos de motivos y otra
evidencia material del sitio.
167
La determinación de estos contextos implica la observación de elementos asociados a los
procesos de manufactura, como son, por ejemplo, la elección del soporte y sus
características particulares (rugosidad, grietas, oquedades, etc., o preparación intencional
del soporte); así como el emplazamiento especifico dentro del sitio (pared, techo, etc.) que
puede estar vinculado a la existencia de agrupaciones de motivos o a su aislamiento. Los
modos de ejecución de los mismos, tanto en lo que refiere a las técnicas empleadas y a los
instrumentos utilizados como a las características especificas de su configuración, son
también elementos a observar en el análisis del contexto y que ayudan a establecer estilos.
De manera similar, la observación del tono o intensidad tonal de un conjunto de motivos -
atendiendo a los procesos de transformación que pudieran haberlos afectado
diferencialmente- permitirán inferir, en su caso, una relativa sincronía de ejecución.
Finalmente, es de destacar la posibilidad de “reutilización” a partir del repintado o
regrabado, o de la utilización de partes de antiguas figuras para realizar nuevos motivos,
por lo que es imprescindible ajustar la observación [Hernández Llosas, 1985].
Respecto al análisis contextual del lugar, es necesario considerar primero los procesos de
transformación que pudieron afectar a los restos arqueológicos, sean estos factores
naturales como culturales. Asimismo, para identificar las propiedades que nos informen
acerca del tipo de práctica presente en el lugar, parto de un análisis contextual [Barrett,
1987/88] que comprende cuatro variables o componentes analíticos:
1. El tiempo y la frecuencia temporal en que el lugar era ocupado para una práctica
particular
2. el espacio ocupado por los actores involucrados en la práctica en cuestión,
3. los recursos culturales, o evidencia material, que informan acerca de la práctica
social, y
4. las transformaciones que se dan en la evidencia material, el espacio ocupado y la
frecuencia temporal a medida que el lugar es reutilizado.65
1. Visibilidad alta: cuando los motivos se ven a una distancia máxima de 15 metros.
Esto se combina con una superficie de observación y circulación amplia, con buenas
condiciones de luz y con un tamaño apropiado de los motivos.
168
2. Visibilidad media: la distancia máxima a la que se ven los motivos es de 10 metros.
Aquí, el espacio puede ser amplio pero la visibilidad de los motivos puede estar
limitada por el tipo de soporte o ubicación así como por su tamaño.
3. Visibilidad baja: los motivos no pueden verse con tanta facilidad debido a su
ubicación en espacios pequeños o escondidos, a la falta de una iluminación
adecuada o al tamaño de las pinturas. La distancia máxima es de 5 metros.
4. Visibilidad muy baja: cuando las posiciones que se requieren adoptar para observar
los motivos es muy limitada debido a la ubicación. La falta de luz y el tamaño
pequeño de los motivos pueden también combinarse para dar una muy baja
visibilidad. La distancia máxima ronda el metro [Carden, 2009].
Este nivel de análisis se centra fundamentalmente en todo aquello que rodea al sitio, lo que
implica considerar, en primer lugar, tanto la naturaleza del sitio (paredón, abrigo, cueva),
como la asociación del mismo con accidentes naturales y formas particulares del terreno, la
relación espacial con fuentes de agua u otros recursos, la orientación, etc. Lo denomino
análisis del entorno para diferenciarlo del análisis del paisaje en tanto que éste último
implica, como lo desarrollé en el capitulo anterior, un análisis más integral e interpretativo
que supera el mero registro en campo. No obstante, utilizo las metodologías de campo
normalmente asignadas a la arqueología del paisaje, como son las condiciones de
visibilidad y accesibilidad. Como vimos, uno de los elementos más destacados en este tipo
de análisis ha sido la visibilidad al considerar a ésta como una propiedad observable en la
evidencia arqueológica que permite definir la actitud cultural hacia el espacio a través de la
manera en que se ven (o no) los efectos de la acción social sobre él [Criado Boado, 1993].
Sin embargo, como ya fue referido, la fenomenología ha llamado la atención acerca de las
cualidades multisensoriales de nuestra experiencia del paisaje en tanto que la visión, el
oído, el tacto, el olfato y el gusto actúan simultáneamente. Por tal motivo, para el análisis
del entorno se tomaron en cuenta los siguientes elementos entre los cuales se consigna el
análisis fenomenológico:
169
5. Registro sonoro desde el sitio tomando en cuenta la presencia de eco o resonancia
(claridad del sonido) así como el sonido ambiente (viento, agua, vegetación, mar,
etc.).
6. Registro táctil desde el sitio tomando en cuenta la incidencia del sol y la sombra en
relación al frio y calor así como a la exposición al viento y la lluvia, y en su caso, a
la nieve o al hielo.
7. Registro del olfato tomando en cuenta la cercanía del mar o de alguna especie
vegetal particular.
Este tipo de análisis implica el registro sistemático de ciertas características y efectos del
entorno, algunas de las cuales tendemos a percibirlas de manera inconsciente (y aún
haciéndolas conscientes a través de este registro cabe la sospecha de una probable –segura-
atrofia de tales sentidos en comparación a la gente que vive y vivía en la zona). Al respecto,
cabe destacar que la inmersión corporal en el mundo que proclama la fenomenología no
implica necesariamente la “conciencia” de lo percibido, aunque el trabajo del
fenomenólogo si lo requiere.66 Finalmente, estas características, convertidas en variables, se
ordenarán y combinarán entre sí con el objetivo de detectar patrones.
Para el trabajo de campo se diseñaron cédulas de registro que incorporan los lineamientos
mencionados arriba. Estas son: cédulas para el registro de sitio; cédulas para el registro del
entorno; cédulas para el registro del material arqueológico de superficie; cédulas para el
registro de la grafica rupestre; y cédulas para el registro detallado de motivos. Las mismas
se adjuntan al final de este apartado
En la Cédula para el registro de sitio se consignó la ubicación con gps y una evaluación
general del sitio en donde se consideró: tipo de sitio (campamento en cueva, campamento al
aire libre, arte rupestre, concentración de material en superficie, etc.), condiciones
ambientales generales como ubicación en la topografía (llano, pie de monte, cerro, mesa,
cueva, abrigo, etc.), fuente de agua más cercana, orientación, pendiente, suelo, asociación
con otros vestigios arqueológicos y con el entorno natural, etc.; y finalmente se incluye un
croquis del sitio. En la Cédula para el registro del entorno se consideraron, como se dijo, las
condiciones de visibilidad y tránsito, las condiciones de espacio para la performance, las
condiciones de visibilidad del arte rupestre y la intervisibilidad con otros elementos del
paisaje, así como aspectos relativos al oído, al tacto y al olfato del entorno. Dado que no se
recolectó el material arqueológico de superficie, el registro detallado del mismo se llevó a
cabo en campo mediante las Cédulas para el registro del material arqueológico de
superficie, correspondientes a los distintos tipos de materiales: lítica, cerámica, materiales
170
orgánicos (concha, hueso, fibra, madera) y miscelánea (vidrio, metal). En el caso de la lítica
se consignaron: desechos de talla, artefactos (tallados, pulidos) y puntas de proyectil,
resaltando los atributos generales y particulares de cada uno y la materia prima. Para la
cerámica se registró: presencia de decoración, acabado de superficie, grosor, características
de la pasta, forma, tamaño, parte de la pieza, y probable adscripción cultural. Con respecto
al material orgánico se incluyó tipo de material, tamaño, estado de conservación, técnica de
elaboración, etc. Para las misceláneas se consignó tipo de material y una descripción
general del mismo.
La Cédula para el registro de la gráfica rupestre incluye el análisis general del arte rupestre
del sitio. Dado que en la zona de estudio solo hay pinturas, las cedulas de registro fueron
diseñadas específicamente para éste tipo de manufactura. Se utilizó una cédula por sitio en
la cual el motivo fue, a efectos de la descripción y cuantificación, la unidad básica de
análisis. En ésta se consignan aspectos relativos a la manufactura y morfología presentes en
el sitio, así como la asociación contextual de los motivos entre si y en-el-lugar. Asimismo,
se evalúa la semejanza entre motivos, el estado de conservación y la temporalidad relativa
atendiendo a la intensidad tonal y a la posibilidad de superposición. Para el análisis de
motivos particulares se utilizaron cédulas secundarias a la cédula general del sitio, o Cédula
para el registro detallado de motivos, en las cuales se consignaron los elementos relativos a
las características del motivo (simple, compuesto, color, técnica, morfología, etc.), y a su
asociación contextual con el resto de los motivos, con el soporte y con el espacio
circundante. Finalmente se realizó el registro gráfico y fotográfico de los mismos.
Registro gráfico
La cédula para el registro de sitio incluye el croquis del mismo, el cual fue realizado tanto
de planta como de perfil, con escala aproximada, y a mano alzada. Por su parte, la cédula
del entorno incorpora el registro gráfico y fotográfico así como video general tanto del sitio
como del horizonte o visual que rodea al mismo. Con relación al registro del arte rupestre,
un aspecto importante, además del llenado de cédulas, es el dibujo directo de cada uno de
los motivos observados en el sitio así como la fotografía y el video. Esto último se realizó
por motivo, por conjunto o asociación espacial y por ubicación dentro del sitio. El material
arqueológico de superficie fue dibujado y fotografiado en el lugar. Finalmente, se llevó a
cabo el procesamiento de las imágenes del arte rupestre con el programa DStretch.
171
CÉDULA DE SITIO
Ref. Cédula:
Geoglifo
Otro Interpretación:
Informante
2. 1. Tipo de clima:
172
Tipo de suelo: Tipo de roca:
2. 3. Hidrología: Río permanente Río intermitente Río Seco Laguna: Ojo de agua: Arroyo
permanente
3. 4. Observaciones
VER FICHAS
173
3. El arte rupestre en el área de estudio: introducción a un rizoma
La investigación se centró en los cañones del Tetabejo y del Abolio de la Sierra Libre y en
un sector de la Isla Tiburón frente a Punta Chueca. En total se registraron 29 sitios de los
cuales 26 contienen arte rupestre (11 en Tetabejo, 14 en Abolio y 1 en la Isla Tiburón),
siendo en todos los casos pintura. A partir del análisis de los sitios registrados, sabemos que
el tamaño máximo de las pinturas no va más allá de los 30 o 35 cm, aunque por lo general
no superan los 20 o 25 cm. Con relación a los colores, el negro y el rojo son los más
extendidos en tiempo y espacio y suelen aparecer en la mayoría de los temas y a través de
diferentes estilos. El anaranjado tiene una presencia bastante amplia aunque menor a los
anteriores, mientras que el uso del rosado y el amarillo fue muy escaso. El blanco aparece
de manera regular aunque su uso se dio solo en ciertos estilos.
1. Línea de círculos: este tipo de motivo suele aparecer en una línea de cuatro a ocho
círculos. Las diferencias de estilo son difíciles de definir. Es posible que se ubiquen
en épocas tardías o históricas dado que suelen superponerse a motivos previos,
algunos de los cuales son posteriores al contacto.
2. Zigzags: se incluye también la variante en línea ondulada. Aparecen como motivos
simples o compuestos por dos o más formas similares y paralelas.
3. Insectos: este tipo de motivo reúne formas que podrían asociarse a insectos aunque
no siempre es posible identificarlos como tales. En algunos casos presentan lo que
podría señalarse como cuerpo, patas y cabeza. La designación de “insectos” no
necesariamente indica que las figuras representen insectos sino solo que pueden
identificarse como motivos figurativos a veces semejantes a ellos, a veces
indefinidos. Este tipo de motivo aparece representado en diferentes colores, técnicas
y tratamientos.
4. Caguamas: al igual que el anterior, este tipo de motivo reúne una gran diversidad de
estilos. En este caso, el denominador común es la forma triangular del cuerpo,
aunque en algunos casos es distinguible por sus aletas. La forma y la postura de la
cabeza así como de las aletas superiores y posteriores, incluyendo la presencia o
ausencia de dedos, varía considerablemente siendo uno de los principales
indicadores de las variantes estilísticas. Dentro de este tipo de motivo es de destacar
un probable proceso de estilización hacia la forma más antropomorfizada de la
caguama, lo cual será tratado más adelante.
174
5. Antropomorfos: reúne una cantidad de formas muy diversas de representaciones
“humanas”. Dentro de esta diversidad sobresale un estilo muy bien definido debido
a la alta sistematicidad en su configuración, que he denominado “antropomorfo
geométrico”.67 Más allá de este estilo, que suele aparecer en grandes conjuntos, la
mayoría de las representaciones antropomórficas pueden aparecer como motivos
simples o como motivos compuestos, es decir, dos o más antropomorfos. Cuando se
presentan en asociación con otro tipo de motivo (p.e. zoomorfo) ya conforman un
tema [ver tema 9 y 10].
6. Personaje: en esta categoría reuní motivos que se presentan como antropomorfos,
zoomorfos o fitomorfos aunque no sean claramente ningunos de ellos. Se trata de
motivos que no solo pueden presentar rasgos animales o de plantas sino incluso
atributos o formas que no tienen correlato con algo, por nosotros, reconocible y no
obstante estar antropomorfizados (postura bípeda, miembros superiores e
inferiores). Si bien gran parte de las caguamas podrían entrar en este grupo, preferí
reunir solo a aquellas figuras que no tematizan ni a caguamas (que merecen ser
tratadas aparte) ni a humanos.
7. Zoomorfos: este grupo reúne motivos que representan a mamíferos (7a), reptiles
(7b), fauna marina (7c) y otros (7d). Salvo los casos que cito a continuación, suelen
aparecer como motivos simples y aislados, y de estilos muy variados. La fauna
marina, si bien poco común (no incluyo a la caguama), aparece como motivo simple
pero también como motivo compuesto reuniendo lo que parecen ser distintas
especies. De los cuatro subgrupos, solo los mamíferos suelen aparecer asociados a
humanos; en esos casos conforman un tema (tema 9 o 10). Cuando los mamíferos se
presentan en grupo pero sin asociación con humanos, constituyen también otro tema
(tema 8).
8. Manadas: se trata de aquellos motivos compuestos conformados por un conjunto de
animales de la misma especie (caballos o venados) sin presencia de humanos. En
este grupo, las variantes estilísticas se reducen a dos o tres formas de pintar
destacándose el color negro y el trazo fino. Por lo mismo, si bien caballos y venados
componen motivos separados, suelen compartir los mismos estilos e incluso los
mismos paneles. En este sentido, la representación de manadas se ubica en una
época post-contacto. Este tipo de motivo puede constituir un tema.
9. Jinetes a caballo: este grupo reúne a aquellas figuras en las que humano y caballo
están unidos en una sola motivo, pudiendo darse como motivo simple o compuesto,
esto es, dos o más jinetes a caballo. Si bien la diversidad de estilos es un poco más
amplia que en el tipo de motivo anterior, sobresale el “trazo fino pintura plana y/o
lineal” en negro, en blanco y naranja, y en menor medida en rojo, y el “trazo grueso
pintura plana” en blanco. Cuando esta figura se presenta asociado a otros animales
corresponde al tema 10.
10. Humanos y animales: este tema suele representar escenas de arreo (de ganado
vacuno o bovino guiados por un hombre a pie o a caballo), de caza (generalmente
de venado con arma de fuego o con arco y flecha) y de pesca (desde una
embarcación). Corresponden a diferentes temporalidades y presentan variantes
estilísticas. Destacan sin embargo, dos formas de pintar las cuales coinciden con las
representaciones más tardías (arreo y caza con arma de fuego). Estas son el “trazo
fino pintura plana y/o lineal” en negro y en menor medida en naranja, y el “trazo
grueso pintura blanca” en blanco y en menor medida en negro. Sobresalen las
175
escenas de arreo por la cantidad de elementos que componen cada motivo. Las
escenas de arreo pueden constituir un tema.
11. Venado macho: puede ocurrir que en las manadas de venados (tema 8) sobresalga
uno o más machos solo por sus cornamentas. Sin embargo, en algunos casos la
representación del venado macho es más grande que los animales que le rodean,
mientras que en otros, solo se representa la cabeza con sus cornamentas en una
dimensión también sobresaliente. Suelen asociarse a motivos y paneles históricos y
a los estilos identificados para los temas postcontacto.
12. Manos: en todos los casos registrados se presentan en positivo. Dentro de este tipo
de motivo identifiqué cinco estilos diferentes, de los cuales solo uno no presenta
diseño interior. Este último parece ser un estilo tardío pudiendo ser incluso histórico
dado que suele aparecer superpuesto a otros motivos y generalmente se da en color
blanco o naranja. Los otros cuatro que presentan diseño interior, podrían estar
ubicados entre los estilos más tempranos de la región ya que generalmente están por
debajo de otras figuras. Se presentan principalmente en color negro y en rojo. A
veces se presentan en conjuntos muy numerosos y a veces más reducidos, sin
embargo, en cada caso suele tratarse de la misma mano, lo que reflejaría el acto de
una sola persona haciendo un motivo compuesto.
13. Líneas o conjuntos de puntos: Tanto las líneas como los conjuntos de puntos
presentan variantes en su representación así como en el color. Las líneas suelen
aparecer simples aunque en algunos casos llegan a formar figuras. Los conjuntos de
puntos pueden aparecer solos o superpuestos intencionalmente a otros motivos.
14. Formas geométricas: reúne una gran variedad de formas y estilos entre los que
destacan: 14a) las líneas paralelas rectas de trazo fino; 14b) formas adiamantadas,
rectangulares o triangulares, simétricas, de trazo fino y color naranja o rojo; 14c)
formas de “V” paralelas o sueltas en trazo fino; 14d) formas cuadrangulares o
rectangulares con diseños geométricos en su interior y trazo grueso, monocromos,
bicromos o policromos; 14e) formas irregulares de trazo fino y color negro; 14f)
diseños geométricos generalmente simétricos de trazo fino a grueso y color blanco;
y 14g) otros, entre los cuales hay diversas formas circulares abstractas diseñadas en
distintos estilos, o bien combinaciones de formas difíciles de agrupar. Salvo el
último, el resto parecen pertenecer a épocas tardías e históricas.
15. Artefactos: incluye la cruz cristiana (solo presente en un sitio) y formas semejantes
a la flecha, el arpón, la red y la panga o embarcación. No se cuentan aquí aquellos
artefactos que aparecen en una escena (tema 10) sino los que se representan solos.
No es un tipo de motivo muy extendido.
16. Dedazos: se trata de trazos realizados con los dedos en forma de líneas paralelas,
continuas o discontinuas. Algunas veces están cerradas en algunos de sus extremos
por otro trazo. Se presentan principalmente en negro, naranja y rojo y obviamente
en trazo grueso.
176
Por el momento, podemos ver que hay tipos de motivos que atraviesan distintas
temporalidades mientras que otros corresponden claramente a épocas posteriores al
contacto.68 La mayoría de los motivos se ven atravesados por diferentes estilos o formas de
pintar. Aquellos tipos de motivos que parecen ser más prolongados en el tiempo (p.e.
caguamas, antropomorfos, zoomorfos) tienen, por lógica, mayor diversidad de estilos
mientras que aquellos que se concentran en periodos más cortos de tiempo, manifiestan
formas de pintar más sistematizadas, lo que ocurre particularmente con los temas históricos
(p.e. jinetes a caballo, manadas). Hay tipos de motivos que no tienen una connotación
temporal definida, como los círculos, zigzags, formas geométricas y puntos. No obstante,
por superposición y asociación contextual es posible en algunos casos otorgarles una
temporalidad relativa. Así, por ejemplo, la línea de círculos parece ser, por superposición,
tardía e histórica (sitios Tb2; Tb4 2da tinaja; Ab4), los zigzags por asociación contextual
parecen corresponder a la misma época (Tb3; Tb4 2do nivel; Ab4). Las formas geométricas
presentan variaciones estilísticas y contextuales, pudiendo pertenecer a distintas épocas.
Esto podría ocurrir especialmente con los motivos agrupados en 14g. En cambio, por
asociación contextual y superposición, podemos suponer que el 14b es tardío (Tb1; Ab1;
Ab2; Ab12); el 14c comparte paneles con motivos probablemente tardíos (Tb8; Ab1; Ab2;
Ab4) así como históricos (Tb2); el 14d parece ser, por asociación contextual, tardío o
histórico (Tb1; Tb4 2da tinaja; Ab4); el 14e aparece asociado a paneles relativamente
tardíos, sin una clara presencia del periodo histórico (Ab1; Ab2; Ab12), y a la misma
temporalidad o anterior parece corresponder el 14f (Ab6; Ab10).
Con las líneas o conjuntos de puntos sucede algo similar, esto es, que el mismo tipo de
motivo no ofrece indicios acerca de su temporalidad sino solo a partir de su asociación
contextual y/o superposición. En primer lugar, cabe destacar que en todos los casos la
técnica se reduce al uso del dedo para pintar puntos. Las líneas de puntos aparecen solas, en
color rojo o blanco, y sin una asociación clara que indique temporalidad salvo en un caso
en el que se le superpone una figura adiamantada (Tb1); los conjuntos de puntos se dan con
mayor frecuencia (Tb1; Tb9; Ab1; Ab2; Ab12), suelen presentarse solos (Tb1; Ab1; Ab2;
Ab12) o asociados a otras figuras (Tb9; Ab1; Ab2?), en color rojo, blanco, negro o naranja.
En ninguno de los casos aparecen asociados a figuras o paneles claramente históricos
aunque si probablemente tardíos. Finalmente, se da la superposición de puntos, blancos o
naranjas, sobre motivos previos (Tb1; Tb2; Tb4 2do nivel). En estos casos, solo el naranja
se superpone a un motivo histórico. Es de destacar un estilo poco extendido de motivos
figurativos o abstractos realizados en color negro, pintura plana, con punteado blanco (Tb1;
Tb2). Aquí el blanco es parte del motivo y no una superposición.
En el caso de las caguamas (Tb1; Tb4 2da tinaja; Tb9; Tb12; Tb13; Ab1; Ab2; Ab7; Ab9;
Ab13; IT), los antropomorfos (Tb3; Tb4; Tb8; Tb9; Tb10; Ab1; Ab2; Ab5; Ab7) y
posiblemente los zoomorfos (Tb1; Tb2; Tb3; Tb4; Tb9; Tb10; Ab1; Ab4; Ab6; Ab9; Ab11;
Ab12), las variantes estilísticas así como la extensión temporal se incrementa. En la
morfología de las caguamas encontramos variaciones en la forma y postura de la cabeza, en
la presencia o no de dedos, en el cuerpo (plano, delineado o con diseño interior) y en la
posición de las aletas superiores e inferiores. En la técnica la gran mayoría fueron hechos
con trazo mediano a grueso (usando el dedo o algún tipo de hisopo para pintar) aunque
también se encuentran realizados en trazo fino; y en cuanto al tratamiento, se recurrió
básicamente al delineado (con línea continua) y a la pintura plana. Las caguamas suelen
177
aparecer como motivos simples, que es donde se presentan las mayores variantes, pero
también pueden conformar motivos compuestos o incluso motivos compuestos
compartidos. En cualquiera de los dos últimos casos, las variantes estilísticas se reducen
principalmente a las que presentan diseño interior o pintura plana. Cabe destacar que el
negro es el color más utilizado para la representación de este tipo de motivo a través de los
distintos estilos, luego le siguen el blanco y el rojo. La temporalidad es difícil de definir
aunque es muy probable que tengan raigambre prehispánica. Por otro lado, es posible que
tanto la presencia de dedos como la cara de perfil y tal vez el diseño corporal sean
elementos que correspondan a épocas tardías.
Con relación a los zoomorfos, salvo los caballos (o venados que repiten el estilo de
aquellos) el resto parece corresponder a épocas prehispánicas ya que no presenta asociación
contextual con figuras o paneles históricos. Su representación es aún menor que la de los
antropomorfos.
178
179
Lámina 1: Tipos de motivos más recurrentes en el arte rupestre de las zonas de estudio
180
Manadas Zoomorfos Personajes Antropomorfos
181
Dedazos Artefactos Formas Puntos Manos
geométricas
182
Venado macho Humanos y animales Jinetes a
caballo
183
NOTAS
184
radiocarbónicos, como para poder visualizar las transformaciones de los recursos culturales,
del uso del espacio y de la frecuencia temporal, es decir del tipo de práctica que se habrían
dado a lo largo del tiempo. Sin embargo, para este trabajo no fue posible aplicar este tipo de
metodologías.
67 En el cañón de La Pintada, al norte del Tetabejo, se define a este tipo de motivo como
“antropomorfo trípode” [Contreras et.al, 2009].
185
VII. CAMPO Y CONTEXTO
En este capitulo haré una descripción de los sitios registrados en las temporadas de campo
de noviembre 2008 (cañón del Tetabejo), abril 2009 (cañón del Tetabejo) y noviembre
2009 (cañón del Abolio e Isla Tiburón).69 A partir de ello, discutiré aspectos relativos a los
motivos y estilos del arte rupestre presentes en cada uno de los sitios analizados en su
relación con el contexto y el entorno. Este análisis me permitirá establecer cierta cronología
relativa de algunos de los estilos y tipos de motivos o temas definidos en el capitulo
anterior.
Por otra parte, y teniendo en cuenta que un estilo implica una serie de elecciones entre las
cuales está la elección de un soporte y un lugar para pintar, intentaré identificar las
asociaciones (tipo de motivo/estilo-contexto-entorno) que pudieran estar entrelazadas en la
configuración de los paisajes en torno a la práctica de pintar las paredes de la sierra.
186
1. Áreas de estudio: descripción y análisis
La técnica de recorrido que se empleó en el cañón del Tetabejo fue la cobertura total
entendiendo a ésta como el recorrido sistemático de bloques grandes y continuos de terreno
[Kowalewski y Fish, 1991], dado que es la escala más apropiada para llevar a cabo un
estudio desde la noción de paisaje y que la extensión del cañón es limitada. Además, las
características semidesérticas de la región propuesta ofrecen una buena visibilidad para la
puesta en práctica de este tipo de recorrido [Kowalewski y Fish, 1991; McManamon,
1981]. El sector inferior del cañón del Tetabejo corresponde a las primeras estribaciones de
baja altura y amplio cauce, hasta el estrechamiento del mismo y la imponente elevación de
los paredones. El sector superior corresponde a la sección del cañón que comienza desde
este estrechamiento en adelante. Cabe recordar que los puntos más altos de la sierra apenas
superan los 1000 msnm, aunque los sitios registrados no alcanzan una altura superior a los
400 msnm aproximadamente (Mapa 6). Lamentablemente no he podido recorrer la parte
alta de la sierra, aunque de acuerdo a los rancheros de la zona, más arriba de los cañones no
habría ya sitios con pinturas.
187
Mapa 6: Sitios registrados en el Cañón del Tetabejo
Tetabejo 5 -Tb5-
188
y cuarzo, y dos fragmentos de mano. Asimismo, se registraron tres fragmentos de concha y
cinco fragmentos de material cerámico. La cueva presenta depósito aunque bastante
revuelto, cenizas y techo ahumado. En términos generales y dado la ubicación y la
excelente visibilidad de la entrada al cañón, el muro de piedras y el material cerámico (a
confirmar), podríamos estar frente a un sitio de uso histórico, posiblemente contemporáneo
a los enfrentamientos de grupos indígenas con los españoles.
Tetabejo 8 -Tb8-
Esta cueva esta ubicada en el mismo cerrito que Tetabejo 1 pero en su extremo
noroeste (Tb1 está en su parte sureste), y por lo tanto disfruta de una excelente vista de todo
el cañón del Tetabejo hasta la misma entrada, e incluso con Tb5 con el que mantiene
intervisibilidad. La fuente de agua más cercana está a poco menos de un kilometro
aproximadamente, aunque antiguamente podría haber estado más cerca dependiendo de la
estación. La brisa es suave y recibe luz durante el día. La cueva mide 33 metros de boca por
7 metros de fondo y un aproximado de 3.50 de alto, lo que la constituye en un espacio de
dimensiones considerables para la región, además de presentar una superficie lo
suficientemente regular como para ofrecer hospitalidad. Si bien tienen una hermosa vista y
ofrece un lugar espacioso y confortable, no presenta las mejores condiciones de refugio
(considérese el ancho de boca y la relativa poca profundidad). Entre el material
arqueológico en superficie destacan desechos y artefactos en basalto y obsidiana, así como
tiestos aparentemente históricos y algunos fragmentos de concha. Con relación a las
pinturas rupestres, solo observamos siete motivos, tres de los cuales están agrupados y el
resto dispersos. Se trata de dos motivos compuestos de antropomorfos (en este caso
geométricos), que suman siete figuras o elementos, un zoomorfo (venado), una forma
geométrica en “V” (14c) y tres formas indefinidas (no cuantificadas).
189
n° 7 1 1 9
figura
s
% 78 11 11 100
Tetabejo 1 -Tb1-
Esta cueva, también conocida como Cueva del Tetabejo, Cueva del Cementerio o
Cueva del Cerrito, esta ubicada sobre el faldeo sur de este pequeño cerro; mide 40 metros
de boca por 18 de fondo y unos 6 de alto en su parte más externa. La facilidad de acceso así
como la reconocida presencia de pinturas rupestres en su interior han favorecido la visita de
lugareños y extraños. Respecto al material observado, podemos destacar la presencia de
metates, lascas de basalto, cuarzo y obsidiana y algunos fragmentos de cerámica, hueso y
concha. Cabe recordar que esta cueva fue excavada por Walter Taylor en 1956, por lo que,
sabemos, había mucho más material arqueológico del que observamos hoy día. A diferencia
de Tb8, esta cueva presenta mayor cantidad no solo de pinturas en sus paredes sino también
de material arqueológico en superficie. La cueva mira hacia el sur-sureste, esto es, hacia el
interior del cañón, allí donde éste se estrecha y sus paredes se elevan. La distancia a la
tinaja más cercana (Tb4) es de unos 700 metros, aunque pudo haber recibido agua de los
arroyuelos estacionales que anteriormente llegaban hasta aquí. Las condiciones ambientales
del entorno son amables, con una suave brisa y luz solar por la mañana y la tarde en
distintos sectores de la cueva.
Las pinturas están distribuidas en toda la cueva con mayor concentración en los
sectores derecho e izquierdo y una mayor dispersión en el centro. Hay una gran diversidad
de tipos de motivos y estilos entre los que sobresalen formas geométricas, antropomorfos
(no vimos antropomorfos geométricos), caguamas, personajes, jinetes a caballo, escenas de
arreo, entre otros. Éstos últimos se concentran en el sector derecho de la cueva casi en la
parte externa. Las caguamas se presentan particularmente en color negro delineado grueso
y a veces pintura plana. Se dan dos casos de motivos compuestos compartidos, uno de los
cuales parece representar una escena. En este caso las caguamas presentan diseño interior y
dedos en sus aletas. Además de éstas, se registraron caguamas como motivos simples, en
color negro pero también en rojo o anaranjado.
190
1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11.Vena 12. 13. 14.formas 15. 16. Total
Círcul Zigza Insect caguam antrop persona zoomor manad Jinete Aso do mano punt geométric artefac dedaz es
os g os as o. je fo as sa c. macho s os as to os
caball H/A
o
n° 4 1 9 12 13 6 1 2 3 9 21 2 83
motiv
os
% 5 1 11 14 16 7 1 2 4 11 26 2 100
n° 13 2 11 35 18 6 1 4 14 9 21 2 136
figura
s
% 10 1.5 8 26 13 4 1 3 10 7 15 1.5 100
Tetabejo 1 parece haber sido un lugar sucesivamente utilizado a lo largo del tiempo,
por diversos grupos y para diferentes propósitos en tanto que concentra una gran diversidad
de motivos y estilos.
Tetabejo 11 -Tb11-
Las pinturas parecen representar al menos dos eventos de realización. Uno de ellos,
el primero, se caracteriza por motivos compuestos figurativos de tipo histórico: jinetes a
caballo, caballos solos, ganado, venado macho, en color negro y pintura plana. El segundo,
realizado en color blanco, pintura plana, se superpone al anterior y consiste en un
antropomorfo y ganado asociado. Por su parte, en delineado grueso negro hay otro motivo,
en este caso geométrico aparentemente abstracto. La exposición directa al sol de la tarde
hace que la intensidad tonal sea bastante baja.
191
1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10.Aso 11.Vena 12. 13. 14.formas 15. 16. Total
Círcul Zigza Insect caguam antrop persona zoomor manad Jinete c. H/A do man punt geométric artefac dedaz es
os g os as o. je fo as sa macho os os as to os
caball
o
n° 2 3 1 1 7
motiv
os
% 29 43 14 14 100
n° 12 15 1 8 36
figura
s
% 33 42 3 22 100
Tetabejo 2 -Tb2-
Se trata de una cueva ubicada sobre una ladera bastante abrupta (la misma que
Tb11) lo que hace que su acceso sea algo dificultoso. No obstante la vista que se tiene
desde allí es excelente, alcanzándose a divisar Tetabejo 1, a escasos 300 metros, así como
todo el valle del cañón hasta la entrada misma a más de 3 km al oeste. La cueva mide 18
metros de boca, 11 de fondo y 4 de alto aproximadamente. Las características abruptas del
terreno han dificultado la deposición de sedimento dentro de la cueva por lo que el piso de
la misma presenta al descubierto la superficie irregular de la roca madre. Debido a la altura
el viento sopla un poco más fuerte y el eco también se hizo escuchar. No presenta
condiciones para la habitación.
192
1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10.Aso 11.Vena 12. 13. 14.formas 15. 16. Total
Círcul Zigza Insect caguam antrop persona zoomor manad Jinete c. H/A do man punt geométric artefac dedaz es
os g os as o. je fo as sa macho os os as to os
caball
o
n° 2 1 1 2 1 3 3 1 2 7 23
motiv
os
% 9 4 4 9 4 13 13 4 9 31 100
n° 8 1 1 2 1 5 7 1 2 7 35
figura
s
% 22 3 3 6 3 14 20 3 6 20 100
Tetabejo 10 -Tb10-
En una de las abruptas laderas que comienzan a marcar la elevación del cañón, y
específicamente en una especie de rincón, está Tetabejo 10. Se trata de un enorme reliz que
mira al nor-noroeste y que, por estar bastante elevado, presenta una buena visibilidad de
Tb1, a menos de 500 metros, así como de todo el cañón hacia la entrada. Si bien es posible
llegar caminando al paredón, el acceso a las pinturas no resulta tan fácil. Podría decirse que
el sitio está bastante oculto, tanto por la ubicación como por la vegetación relativamente
densa que le rodea.
Las pinturas se agrupan en dos pequeños sectores del reliz, separados 10 metros
entre sí, y a unos tres o cuatro metros del piso cada uno. Esta elevación no es mucha pero sí
requiere de cierta habilidad para trepar y para realizar las pinturas, obligando a un buen
equilibrio y a trabajar en posición muy incómoda. De hecho en ambos sectores solo cabe
una persona para pintar el espacio inmediato. Debido a la inclinación levemente hacia
arriba de los sectores donde están realizadas las pinturas, las condiciones atmosféricas han
afectado la conservación de las mismas, especialmente las del sector izquierdo.
193
n° 1 3 1 3 1 1 4 14
motiv
os
% 7 21 7 21 7 7 30 100
n° 6 3 2 3 3 1 4 22
figura
s
% 27 14 9 14 14 4 18 100
Dando la vuelta sobre esta misma ladera hacia el este, llegamos a la parte del cañón
que comienza a estrecharse y a elevarse. Allí, a pocos metros se encuentra Tetabejo 3
Tetabejo 3 -Tb3-
Este sitio ya había sido registrado por Manuel Robles Ortiz [1982]. Se trata de un pequeño
sector con pinturas realizadas en la parte más baja del paredón que mira al este-noreste.
Esta en relación directa con el fondo del cañón y el cauce del arroyo, lo que hace que el
acceso sea muy sencillo. En esta parte, el ancho del cañón no supera los 100 metros.
Debido a la ubicación, la visibilidad aquí es muy limitada, en parte por lo estrecho del
cañón y lo alto de las paredes y en parte por la densa vegetación.
En este caso las pinturas parecen estar asociadas a una gran grieta que atraviesa el paredón.
Los primeros elementos que saltan a la vista son las figuras descritas por Robles (jinetes a
caballo en vivos colores blanco y anaranjado) y que parecen conformar un motivo
compuesto compartido, de factura claramente postcontacto y en buen estado de
conservación. Robles las interpreta como los soldados de cuera que durante el siglo xviii
enfrentaron a los grupos indígenas que se refugiaban en esta sierra.
Además de estas figuras, es posible observar otros motivos cuya forma, color y
técnica son diferentes y que aparecen no solo más deslucidos que los anteriores, sino que
además éstos se le superponen en algunos casos. Esto permite suponer una temporalidad
anterior a aquellos, como es el caso de algunos zoomorfos de color negro pintura plana. Sin
embargo, la representación de lo que parecen ser indios a caballo, también en color negro,
pintura plana, y bastante deslucidos, sugiere que algunos de ellos aunque anteriores a los
“caballos de cuera” serían posteriores al contacto. A pesar de la leve inclinación que la
pared presenta en este sector, las condiciones atmosféricas y el paso del tiempo fueron
afectando la conservación de algunas de las pinturas, lo que hace resaltar aún más a los
“caballos de cuera”.
194
1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11.Vena 12. 13. 14.formas 15. 16. Total
Círcul Zigza Insect caguam antrop persona zoomor manad Jinete Aso do mano punt geométric artefac dedaz es
os g os as o. je fo as sa c. macho s os as to os
caball H/A
o
n° 1 1 10 3 1 5 4 1 26
motiv
os
% 4 4 38 12 4 19 15 4 100
n° 1 1 14 10 2 5 4 1 38
figura
s
% 3 3 37 26 5 13 10 3 100
Tetabejo 12 -Tb12-
Siguiendo por la misma ladera donde se ubican Tb11 y Tb2, pero a la vuelta y adentrándose
cada vez más en la parte estrecha del cañón esta Tb12. Se trata de un abrigo rocoso que se
divide en dos niveles. El nivel inferior mide 15 metros de boca, 2.5 de fondo y 3.5 de alto,
mientras que el nivel superior tiene 22 metros de boca, 7 de fondo y 3 de alto. En ambos
casos miran al sur. El segundo nivel es mucho más espacioso que el primero y debido a que
esta a cota más alta, tiene buena visibilidad hacia el interior del cañón (limitada por la
altura y las curvas del mismo). Desde allí se alcanza a ver Tb7 a unos 400 metros al sur,
muy cerca de la tinaja (Tb4). Las condiciones para la habitación, sin embargo, no habrían
sido las apropiadas. Al primer nivel se accede ascendiendo por la ladera del cerro hasta
toparse con el frente rocoso. En este sector detectamos cuatro motivos, dos de ellos
indefinidos mientras que los otros dos parecen representar caguamas, aunque diferentes en
cada caso: una pequeña, de color naranja, y la otra en color negro, pintura plana.
Para llegar al nivel de arriba es necesario trepar unos cinco metros de roca bastante
empinada pero accesible con un poco de habilidad. En un sector sobre el fondo del abrigo
hay una gran roca desprendida del techo que forma un angosto pasillo (de no más de dos
metros) entre ella y la pared. Las únicas dos pinturas detectadas en este nivel están a ambos
lados del pasillo y consisten en dos caballos: uno con jinete y montura cuyas espuelas
parecen sobredimensionadas, y que “entra” al pasillo; y del otro lado, un caballo
(aparentemente sin jinete ni montura) que “sale” del pasillo. Ambos representan un motivo
compuesto figurativo realizado en color beige y pintura plana. En ninguno de los dos
niveles se encontró material en superficie.
195
o
n° 2 1 3
motiv
os
% 67 33 100
n° 2 2 4
figura
s
% 50 50 100
Tetabejo 4 -Tb4-
En un sector estrecho y abrupto del cañón existe una tinaja formada por una gran
hendidura en la roca, lo que hace que parezca estar rodeada por un imponente paredón de
más de 30 metros de altura. Esta hendidura, en realidad, esconde a lo largo de sus más de
30 metros, otras tres tinajas que en línea vertical conducen el agua hacia la primera de la
que se forma un arroyo estacional. De las cuatro tinajas conectadas, tres tienen pinturas: la
primera, a la que se accede caminando por el cauce del arroyo (“Tb4, 1° tinaja”); la
segunda, unos 15 metros arriba de la primera, y a la que accedimos desde ésta por una
escalera ya que nos fue imposible encontrar otra forma “natural” de llegar (“Tb4, 2°
tinaja”); la tercera, a la que tuvimos que descender por una cuerda unos 15 metros desde la
cuarta tinaja, ya que también nos fue imposible encontrar la forma en la que habrían
accedido las personas que realizaron las pinturas (“Tb4, 3° tinaja”), y la cuarta tinaja, a la
que se accede fácilmente dando vuelta al cerro, pero que carece de pinturas y/o de material
arqueológico. Un último sector con pinturas dentro de este gran sitio lo constituye un
pequeño abrigo que se forma sobre uno de los paredones, aproximadamente 16 metros
arriba de la 1° tinaja, y a la que se accede por un estrecho refilón del cerro (“Tb4, 2°
nivel”).
Tb4, 1° Tinaja
En este sector el cañón es estrecho y elevado, lo que hace que la vegetación se presente con
bastante mayor densidad y altura que en sectores más abiertos. Esto hace que el clima aquí
sea fresco todo el año ya que apenas recibe la luz del sol. En este sentido, la visibilidad es
bastante limitada haciendo de este lugar un espacio relativamente cerrado: la entrada de la
tinaja mide aproximadamente 14 metros de ancho. El acceso a esta tinaja es fácil ya que
solo se debe caminar por el cauce, no así las demás tinajas. Dado el mayor encajonamiento
del lugar, el canto de las aves resuena hacia arriba; asimismo, cuando llueve y las tinajas se
llenan, el agua que cae de la tinaja de arriba “levanta mucho viento y todos los árboles y las
plantas se sacuden muy fuerte”. Esta misma descripción, dada en este caso por Juan López,
196
dueño del rancho La Pintada, me la dio Ramiro Bejarano, del rancho Los Pocitos en el
cañón del Abolio para referirse a la tinaja de ese cañón. La abertura de la tinaja de Tb4 esta
orientada al oeste.
Tb4, 2° Tinaja
El acceso a esta tinaja habría requerido de mucha destreza por parte de quien lo
hubiera hecho, dado lo empinado del paredón. Las pinturas se concentran en una pequeña
covachita a un costado de la tinaja propiamente dicha (la cual está absolutamente oculta),
197
aunque en ésta también hay unas cuantas pinturas. En esta pequeña covacha, que mira al
oeste y mide unos dos por tres metros, hay una gran concentración y superposición de
pinturas de distintas épocas. Cabe aclarar que la exposición al agua y al sol (que recibe
entre las 12 y las 4pm) ha deteriorado el estado de muchas de las pinturas, por lo que una
gran cantidad son indiferenciadas. Se trata de un espacio cerrado, de muy difícil acceso y
poco visible desde abajo, aunque algunas pinturas llegan a divisarse. En época de lluvia
sería realmente peligroso su acceso ya que esta justo antes de la caída del agua, aunque la
conexión con el agua y el viento habría sido destacada. La visibilidad del entorno es
bastante limitada aunque mejor que la primera tinaja: el horizonte está a unos 100 metros
en línea recta y corresponde a la otra pared del cañón.
Tb4, 3° Tinaja
Al igual que en el caso anterior, el acceso a esta tinaja habría requerido de una gran
destreza. Esta tinaja, tan oculta como la segunda, esta absolutamente rodeada del paredón a
excepción de una apertura que mira al nor-noroeste. Se trata de un espacio cerrado y
privado, además de fresco ya que nunca recibe la luz directa del sol. Aquí, las pinturas se
concentran a un costado y parecen representar pocos eventos de realización, tanto por la
falta de superposición como por la gran similitud en cuanto a técnica, tratamiento, forma,
colores utilizados e intensidad tonal. El estilo pictórico es diferente a los anteriores y se
198
representa particularmente a través de motivos compuestos formados por jinetes a caballo,
caballos solos, ganado, dos manadas de venados en las que hay tres venados macho,72
escenas de arreo, etc. En la mayoría de los casos la técnica es pintura plana o lineal de color
negro, aunque también aparece el blanco.
Tb4, 2° Nivel
El acceso a este sector no es difícil si se ubica, rodeando el cerro, el refilón que conduce
hasta el pequeño abrigo. Se trata de un acceso no visible, lo que hace del lugar un espacio
cerrado ya que, salvo ese acceso, está rodeado de pared y precipicio. Desde allí cae el
paredón unos dieciséis metros hasta el sector A de la 1° tinaja por lo que apenas se observa
el sector B enfrente. El abrigo mira al sur-suroeste haciendo que la visión tope con la pared
del cañón. En este caso no recibe directamente el agua de las tinajas aunque si tiene una
excelente visual de ésta. El abrigo mide unos 7 metros de boca, por 4 de fondo y 3.5 de
alto.
199
1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11.Vena 12. 13. 14.formas 15. 16. Total
Círcul Zigza Insect caguam antrop persona zoomor manad Jinete Aso do mano punt geométric artefac dedaz es
os g os as o. je fo as sa c. macho s os as to os
caball H/A
o
n° 2 1 4 4 1 1 2 1 16
motiv
os
% 12.5 6.25 25 25 6.25 6.25 12.5 6.25 100
n° 2 1 4 9 1 1 4 1 23
figura
s
% 9 4.5 17 39 4.5 4.5 17 4.5 100
En términos generales, podemos decir que las tinajas de Tetabejo 4 fueron utilizadas
por distintos grupos y en diferentes épocas siendo en este sentido un evidente polo de
atracción tanto por el agua como elemento vital, como por lo que la tinaja significaría en
términos de la agencia del lugar. En este sentido, la época de lluvias habría estado marcada
no solo por la mayor cantidad de agua sino también por la “presencia” del viento, de su
sonido y del movimiento de la vegetación.
Tetabejo 7 -Tb7-
Se trata de una cueva ubicada a cota bastante alta, sobre la misma ladera empinada
que conduce a la cuarta tinaja de Tetabejo 4, es decir, a aquella por la cual hay que rodear
el cerro. Esta cueva carece de pinturas rupestres, sin embargo, se hallaron unos pocos
fragmentos de cerámica que podría ser tardía. Desde esta cueva se ve perfectamente Tb12
así como Tb1 e incluso más allá, hacia la entrada al cañón. La gente del Rancho La Pintada
me comentó que antes había en esta cueva mucho más material cerámico (según ellos
perteneciente a los yaquis). Teniendo en cuenta los acontecimientos históricos que tuvieron
lugar en esta sierra, es probable que la cueva haya sido aprovechada debido a su ubicación
estratégica de protección y visibilidad.
Tetabejo 6 -Tb6-
Conocida en la zona como Piedra Agujereada, este sitio se ubica sobre el mismo cauce del
arroyo, que en esta parte del cañón ya es bastante estrecho (50 metros aprox.). Se trata de
un enorme bloque de piedra recostado sobre el paredón izquierdo del cañón lo que forma
una especie de túnel de aproximadamente 15 metros de largo, por debajo del cual pasa el
cauce del arroyo. Esto indica que en época de lluvia el agua atraviesa, seguramente con
fuerza, al gran abrigo de un extremo al otro. El ancho de este túnel o abrigo llega a los ocho
metros pero el cauce solo ocupa una parte, por lo que hay espacio suficiente para estar
dentro aún si corriera el agua. La boca principal mide 8 metros y mira hacia el oeste. Se
accede fácilmente caminando por el cauce seco del cañón, la visibilidad del entorno esta
200
limitada por la vegetación aunque más allá de ésta solo se ve la cima de los cerros de
enfrente, a unos 80 metros en línea recta. Se trata de un lugar que recibe pocas horas de sol.
El sonido del viento se hace sentir aquí, especialmente cuando corre por el cañón y se
encajona dentro de este túnel. Algo similar habría ocurrido en época de lluvias cuando el
agua correría con más fuerza por este lugar (recordemos que las condiciones ambientales
eran ligeramente más húmedas). Cabe destacar que en este mismo lugar hay muchas rocas
de gran tamaño que forman covachas y túneles, sin embargo solo en la que describo se
hallaron pinturas.
Las pinturas detectadas en esta Piedra Agujereada suman seis motivos, uno de los
cuales corresponde a tres líneas onduladas paralelas en rojo y negro, y los otros a formas
geométricas realizados en color naranja, todos en delineado grueso. Se ubican a la derecha,
en lo que correspondería al techo inclinado formado por el gran bloque de piedra.
Tetabejo 9 -Tb9-
Se trata de un pequeño abrigo de 7 metros de boca por 3.5 de fondo y 1.5 de alto ubicado a
escasos metros del cauce del arroyo. En la zona suelen referirse a este sitio como las
pinturas del Chelate, por la cercanía que tiene con la tinaja del Chelate (en donde también
hay pinturas –Tb13). Para acceder a este sitio basta caminar por el cauce del arroyo,
atravesar Tb6 y continuar por el mismo cauce curso arriba unos 500 metros más. La
vegetación sigue siendo un poco más densa y alta que en las zonas más abiertas, lo que se
acentúa en la temporada de lluvias. Por lo mismo, la visibilidad del entorno es limitada, y
solo se divisa el contorno de la sierra a unos 200 metros de distancia. El abrigo mira hacia
el oeste-noroeste y está a unos 7 metros del cauce del arroyo del cual mantiene una
elevación de aproximadamente 1.5 metros, por lo que estimo que rara vez pueda ser
alcanzado por el agua. La brisa es suave probablemente debido a que el cañón recibe aquí
cañadas tributarias haciendo del mismo un espacio menos encajonado. Por la orientación
del abrigo, el sol aparece al mediodía aunque se esconde a las pocas horas tras la sierra.
201
Las pinturas están realizadas sobre el respaldo inclinado del abrigo, en tanto que
pared-de-fondo y techo conforman un mismo plano. Si no fuera por la vegetación, las
pinturas podrían ser claramente visibles desde una distancia considerable ya que se utilizó
en su amplia mayoría pintura blanca sobre el fondo naturalmente negro de la roca. Este
contraste de colores le da una originalidad y una belleza incomparable. A esto se le suma
una buena conservación general del sitio. Dominan los motivos figurativos, especialmente
zoomorfos, y dentro de este grupo sobresale la representación de las caguamas en sus más
diversas formas. En este sentido, podríamos decir que aquí es donde mayor densidad y
diversidad de caguamas hay con relación al resto de los sitios visitados. Además de este
tipo de figuras, observamos lo que parece ser fauna marina y un par de venados, uno de
ellos formando un motivo compuesto junto a un antropomorfo que parece sostener un arco
y apuntarle con la flecha. Asimismo, hay improntas de manos en color blanco y naranja que
se superponen a algunas de las figuras antes mencionadas por lo que serían más tardías. Y
finalmente, llama la atención un círculo concéntrico (dos círculos unidos por pintura plana)
del cual salen “rayos”, que está espacialmente asociado a otro círculo concéntrico (cuatro
círculos), en este caso realizado con línea punteada, muy borrada en su parte inferior, uno
de cuyos puntos se superpone a un venado. La primera figura se expresa en una mayor
intensidad tonal por lo que no formarían un mismo motivo. Otro motivo interesante es uno
conformado por 11 caguamas en actitud dinámica como si de danzar se tratara. Hay una
ausencia de motivos claramente históricos.
Tetabejo 13 -Tb13-
Adentrándose cada vez más por el cañón llegamos a la tinaja conocida como Tinaja del
Chelate. Se trata de una profunda y estrecha hendidura en la roca, de aproximadamente 30
metros de largo por 4 metros de ancho máximo, y cuyos paredones se elevan arriba de los
15 metros. Las pinturas fueron localizadas en la parte baja y a la cual se accede fácilmente
caminando por el cauce del arroyo. Sin embargo, esta tinaja, como la de Tb4, no es visible
202
hasta que uno se aproxima a ellas debido tanto a las enormes rocas como a la vegetación
más alta y densa de estas partes del cañón. Por este motivo, la visibilidad del entorno desde
la entrada de la tinaja es limitada topándose con la ladera de enfrente a escasos 50 metros,
mientras que la luz directa del sol solo se percibe al mediodía. No obstante, la visibilidad
del entorno desde el lugar donde están las pinturas (especialmente el sector izquierdo) se
limita a la pared de enfrente a escasos tres metros. Podría decirse que esta tinaja, cuya
entrada mira al noroeste, es un espacio cerrado. Desconozco si hay otras tinajas más arriba
de las cuales pudiera recibir agua en la temporada de lluvias; no obstante, es seguro que se
trata de una tinaja visiblemente más pequeña que las de Tb4 (el reservorio de Tb13 tiene
una superficie aproximada de 16 m2, mientras que solo la 1° tinaja de Tb4 supera los 100
m2, la 2° y 3° tinaja son mayores, mientras que la 4° tinaja es muy pequeña y carece de
pinturas). De recibir menos agua, el efecto sonoro y ventoso habría sido menor que en Tb4.
Por lo demás, la brisa y el silencio se imponen.
Se detectaron dos sectores con pinturas, diferentes entre sí en cuanto a técnica, tratamiento
y temática. En el sector izquierdo definí ocho motivos, cuatro caguamas realizadas con
diferentes técnica y tratamiento, dos zigzag enfrentados que conforman un motivo
compuesto, un insecto, un grupo de venados y un motivo geométrico. Estas pinturas están
realizadas a unos tres o cuatro metros de altura lo que habría requerido treparse a alguien o
a algo, pero al mismo tiempo las mantiene alejadas del agua, y son claramente visibles una
vez que se está dentro de la tinaja.
Las pinturas del sector derecho están más cerca de la entrada de la tinaja por lo que no
habrían sido afectadas directamente por el agua (aunque si indirectamente). A diferencias
de las anteriores, están a no más de un metro del piso y quedan ocultas por una gran roca,
por lo que solo son visibles al aproximarse y asomarse tras la misma. En este caso se trata
de una manada de venados que mira hacia el interior de la tinaja y entre los que hay un
venado macho y probablemente un caballo, hacia el costado se observa otro zoomorfo y
una caguama. Salvo ésta última, el resto fue realizado en color negro y pintura plana, en un
estilo que se asemeja a aquel característico de los motivos históricos especialmente de Tb4.
Aquí, más que en el sector izquierdo, las pinturas han sido afectadas por la salinidad. Este
es el punto más lejano al que me he adentrado en el cañón. De hecho, la tinaja del Chelate
marca un salto brusco hacia la parte alta de la sierra. No obstante, el ascenso natural no es
por aquí.
203
figura
s
% 8 4 21 4 55 4 4 100
***
En términos generales (ver tabla 30), se observa en el cañón del Tetabejo una mayor
concentración de sitios con representaciones posteriores al contacto alrededor del punto en
donde el cañón se estrecha (Tb1, Tb2, Tb10, Tb11, Tb3, Tb12), lo que resultaría lógico por
la posibilidad de refugio y en su caso, contraataque que este sector ofrecería a los grupos
que huían de españoles y mexicanos. Más allá de este punto la presencia del tipo de
representaciones mencionadas decae. A su vez, es de destacar que los sitios que manifiestan
una clara presencia de la época histórica, presentan una mejor visibilidad de las vías de
circulación (Tb5, Tb2, Tb10, Tb11, Tb12, Tb7) tanto por la ubicación como por la mayor
altura a la que están. Una clara excepción a esto es lo que ocurre en el 2° nivel y 2° y 3°
tinaja de Tb4, especialmente la última en donde prima fuertemente lo oculto y lo privado.
Otra excepción es Tb3. Más allá de éstos, la mayor visibilidad de los sitios históricos
contrasta con aquellos en donde la mayoría de las pinturas no reflejan esta época.
La cueva del cerrito o Tb1 tiene evidencia de haber sido utilizada a lo largo del tiempo
incluyendo la época de contacto, además de haber servido como habitación al menos en
época tardía e histórica -pero muy probablemente en diversos momentos de su historia. Se
trata de un espacio abierto, de fácil acceso y óptimo para la habitación en el que se
aprovecharon todos los espacios pétreos para pintar por lo que prácticamente no hay
superposición. Esta cueva le da literalmente la espalda a la entrada del cañón pero en
cambio apunta hacia el interior del mismo, allí donde éste se estrecha. A partir de este
punto, el siguiente lugar en donde se concentran las pinturas anteriores al contacto es en la
1° y 2° tinaja de Tb4. Por superposición, intensidad tonal, técnica, tratamiento y colores
utilizados, es posible sugerir para ambas tinajas, pero principalmente para la primera, una
reutilización prolongada del sitio. Ambos lugares, sin embargo, son bastante diferentes a la
cueva de Tb1, tanto en relación a los motivos y estilos presentes como al contexto y al
entorno.
Los sitios de Tb6 y Tb9, si bien cercanos en el espacio y por tanto similares en cuanto a
contexto y entorno, tienen estilos y temáticas completamente diferentes entre sí. El contexto
que se nos presenta en Tb6 es particular tanto por el lugar elegido como por las pinturas, las
cuales parecen ser el resultado de no más de dos eventos. Muy diferente es Tb9. Aquí, la
representación de la caguama es protagonista no solo en el espacio del pequeño abrigo sino
también en el tiempo haciendo de este lugar un verdadero sitio temático. Al respecto, datos
como la superposición, la asociación contextual, la diversidad estilística y la intensidad
tonal permiten sugerir un prolongado uso pictórico de este lugar. Por su parte, la tinaja del
204
Chelate o Tb13 comparte el mismo tipo de contexto y entorno con Tb4, en tanto que ambas
son tinajas, pero carece completamente de la riqueza pictórica y temática de aquella, algo
que podría estar vinculado a la menor capacidad hídrica.
Finalmente, si algo comparten los sitios cuya preponderancia de tipos de motivos y estilos
corresponde a épocas prehispánicas (1° y 2° tinaja Tb4, Tb6, Tb9, sector izquierdo de
Tb13) es la baja visibilidad del entorno –a diferencia de los sitios con mayoría de temas
históricos (Tb2, Tb10, Tb11, Tb12, Tb5, Tb7). Esto a su vez, se combina con una baja a
muy baja visibilidad de las pinturas; esto es que las pinturas solo pueden verse desde cerca
–máximo 5 metros. Esta tendencia esta marcada básicamente por dos razones, por un lado,
el tamaño pequeño de las figuras –promedio 25 cm-, y por otro, el espacio generalmente
reducido de los sitios (salvo excepciones como Tb1). Esto permite descartar en principio la
idea de que las pinturas fungieran como marcadores territoriales o de propiedad de los
recursos. En segundo lugar, quedaría descartada la posibilidad de que estuvieran insertas en
prácticas grupales numerosas dado que, por lo general, no son lugares muy espaciosos y
que las pinturas son pequeñas. Más bien podría tratarse de grupos pequeños o directamente
de individuales actuando solos. Otro aspecto que comparten los sitios con preponderancia
de pinturas prehispánicas es la relación directa con el agua y probablemente con el viento,
manifestándose éste en sonido y en movimiento. La cueva de Tb1 constituye una
particularidad, tanto por el contexto más espacioso como por el entorno más abierto y
visible, pero principalmente por el uso habitacional de este lugar; mas no así por sus
pinturas cuya diversidad de motivos y estilos son compartidos con el resto de los sitios
incluyendo los históricos.
Con relación a los sitios con una clara presencia histórica, distingo dos grupos. Por un lado,
están aquellos sitios que tienen una buena visibilidad del entorno y particularmente de las
vías de circulación dentro del cañón (Tb2, Tb10, Tb11, Tb12, Tb7) y fuera del mismo
(Tb5), tengan o no pinturas (para el caso de Tb5 y tb7). Cuando hay pinturas, la visibilidad
de las mismas es, al igual que las prehispánicas, de baja a muy baja. Por otro lado, están los
sitios en donde tanto la visibilidad del entorno como de las pinturas es muy baja
caracterizándose más bien por lo oculto y lo privado (2° nivel y 2° y 3° tinaja de Tb4;
sector derecho de Tb13; y con reservas Tb3). Esta baja visibilidad de las pinturas asociada a
una espacialidad limitada y en su caso, a la dificultad de acceso, indicaría para ambos
grupos, al igual que para las prehispánicas, un contexto de producción y uso de las mismas
que no va más allá del grupo pequeño o del individuo. En este caso, solo el primer grupo no
mantiene una relación directa con el agua.
Finalmente, podríamos decir que más allá de la diversidad estilística, temática, cronológica
y contextual de los sitios analizados, el denominador común es la baja visibilidad de las
pinturas, la relación personal de las mismas con su hacedor y, a excepción de las
mencionadas, la probable vinculación con fenómenos como el agua y el viento.
205
De acuerdo a la descripción que hace Juan Nentuig en 1764 [Nentuig, 1977: 81], este cañón
podría corresponder al cajón de la Nopalera, ubicado al sur del de Otates (Tetabejo) y que
también habría servido como refugio para seris y pimas durante el siglo xviii [Mirafuentes,
1987]. A diferencia del cañón del Tetabejo, la disponibilidad de agua es aquí más escasa,
llegándose a percibir principalmente por la vegetación más rala. No obstante, si
consideramos que las condiciones ambientales eran ligeramente más húmedas es probable
que este factor no haya sido un impedimento para incursionar en el mismo aunque si tal vez
haya sido un factor que marcara la diferencia. La configuración del cañón del Abolio
difiere del anterior en cuanto que el estrechamiento del mismo se da de manera gradual a
medida que uno se va adentrando y no de manera abrupta como en el Tetabejo. Aquí las
evidencias de ocupación aparecen desde las primeras estribaciones del cañón (Mapa 7).
Abolio 1 –Ab1-
Se trata de una cueva de aproximadamente 20 metros de boca por 9 metros de fondo y unos
4 metros de alto que mira al nor-noreste. La ladera comienza inmediatamente luego de la
206
línea de goteo. Se ubica a poca distancia de la entrada del cañón, sobre la ladera sur de las
primeras estribaciones del mismo. La cueva es fácilmente accesible, presenta cierta
protección otorgada por el cerro mismo y, según me han informado, existe una pequeña
tinaja a unos 300 metros de distancia. Estas características permiten suponer cierta
hospitalidad dentro de este entorno desértico. Cabe mencionar que la cueva no presenta
depósito sino solo la roca madre al descubierto, lo que me permitió observar la presencia de
cuatro morteros y nada de material arqueológico en superficie a excepción de un metate.
Dado que está en un pequeño rincón que forma la misma ladera del cerro, no se ve la
entrada al cañón sino solo la ladera baja de enfrente a unos 500 metros de distancia. Se trata
de un espacio socialmente abierto y visible desde el centro del cañón a lo largo del cual
sopla una suave brisa que atenúa el sol de la mañana.
207
Abolio 2 -Ab2-
A dos kilómetros de la entrada, allí donde el cañón hace una gran curva, hay sobre la ladera
sur un pequeño abrigo naturalmente cavado en la roca madre que presenta arte rupestre.
Este abrigo mide aproximadamente 8 metros de boca por 4 de fondo y 5 de alto, mira al
nor-noroeste y carece de fuente de agua alguna en las inmediaciones, estando la más
cercana a 1.5 km (cerca de Ab1). Para acceder al abrigo hay que trepar unos cuatro metros
por la roca madre. Esta posición por encima del nivel del piso hace al abrigo bastante
visible desde afuera, mas no así las pinturas por su tamaño pequeño. Desde el sitio, la
visibilidad del entorno, si bien amplia, se limita a la ladera y cañada de enfrente a unos 300
a 400 metros de distancia. La suave brisa apenas se escucha en el movimiento de las hojas.
Recibe un poco de sol en la tarde. Al igual que Ab1, observamos en el interior del abrigo
tres morteros y ausencia total de material en superficie.
Las pinturas se distribuyen por todo el abrigo y en una pequeña oquedad externa
hacia la izquierda. Uno de los estilos que más llaman la atención en este sitio es el 14e
correspondiente a las formas geométricas (formas abstractas en delineado fino negro),
principalmente por la frecuencia con que aparece aquí en comparación al resto de los sitios
registrados pero también por la rareza de sus formas. De manera similar a lo que ocurre con
el estilo 14b en Ab1, aquí el estilo 14e es usado además para motivos figurativos como es el
caso de los dos insectos. Por otro lado, destaca un motivo compuesto de 12 caguamas, tres
de las cuales presentan dedos en sus extremidades, siendo el resto, pequeñas y
esquemáticas. También aquí hay dos conjuntos de puntos en el techo.
A muy pocos metros siguiendo sobre la misma curva que hace el cañón y en la misma
ladera hay dos sitios muy cercanos entre si: Abolio 6 y Abolio 7.
Abolio 6 -Ab6-
208
Este sitio designa a un conjunto de pinturas rupestres agrupadas en torno a una serie de
salientes rocosas escalonadas y a las cuales se accede caminando por el llano. Este frente
rocoso mira hacia el oeste aunque no es posible ver la entrada al cañón por las curvas del
terreno. La visibilidad desde el sitio alcanza hasta la ladera y cañada de enfrente, a unos
200 metros y hacia adentro del cañón del Abolio. La fuente de agua más cercana está a más
de un kilómetro de distancia. Las pinturas están realizadas a baja altura lo que las hace
fácilmente accesibles y visibles al aproximarse al sitio, salvo el zoomorfo el cual fue
realizado a unos cinco metros desde el llano lo que obliga a escalar por la roca.
Abolio 7 –Ab7-
Se encuentra a menos de 100 metros de Ab2 y a escasos metros de Abolio 6, sin embargo el
estilo de los motivos así como las características del lugar muestran ciertas particularidades
por lo que decidí darle una designación aparte. En este caso se trata de un pequeño abrigo o
covacha de aproximadamente 3.4 metros de boca, 2.5 de fondo y apenas 0.5 de alto. Se
eleva del suelo unos tres metros de altura aunque su acceso es relativamente fácil escalando
la roca. Desde la entrada, orientada al noroeste, se tiene una visibilidad clara de la ladera y
cañada de enfrente, a unos 200 metros, y del interior del cañón del Abolio, no así de la
209
entrada del mismo. Al igual que los casos anteriores, el silencio es momentáneamente
interrumpido por la suave brisa que corre suave por el fondo del cañón.
Dado lo pequeño de la covacha las pinturas están en su mayoría en la parte frontal del techo
de la misma. Se detectaron cinco motivos (más uno indefinido), en su mayoría figurativos.
Las pinturas se realizaron con el dedo -salvo un motivo en el que parece haberse utilizado
algún tipo de hisopo-, con un tratamiento lineal y/o plano y en color siempre negro. Un
motivo consiste de una caguama esquemática asociada a dos líneas onduladas. Otro de los
motivos consta de dos figuras una de las cuales presenta dedos en sus extremidades. Por la
forma triangular del cuerpo de estas figuras bien podrían se catalogadas como caguamas,
aunque tanto el cuerpo como las extremidades están muy elongadas por lo que también
podrían ser designadas como antropomorfos (aquí es donde más queda de manifiesto la
dificultad de establecer y de trabajar con categorías que siempre van a ser arbitrarias).
Sobre la base de lo ya conocido, me quedo con la forma triangular del cuerpo y las ubico
como caguamas, aunque ya discutiremos el por qué de tal fusión. Debido a la falta de
superposición y a una intensidad tonal pareja, es probable que se hayan realizado de manera
más o menos contemporánea, aunque presentan diferentes estilos.
Abolio 3 -Ab3-
210
A 200 metros de Ab7 y sobre la misma ladera, observamos un frente rocoso con unas pocas
pinturas en el extremo inferior derecho. El frente rocoso, de aproximadamente 20 metros de
frente por unos 15 de alto, mira al este y se enfrenta a la ladera de suaves formas y baja
altura que se funde con la cañada. El acceso al frente rocoso, que no es nada conspicuo en
el entorno circundante, es sumamente fácil y no se halló material en superficie. La fuente
de agua más cercana se ubica a casi dos kilómetros de distancia.
Las pinturas ocupan un pequeño sector de una saliente rocosa de no más de dos metros de
alto por uno de ancho. Se definieron 6 motivos, todos correspondientes al tipo de motivo 16
realizados en delineado grueso y color naranja y parecen haber sido consecuencia de uno o
dos eventos consecutivos.
Cabe destacar que los últimos cuatro sitios mencionados (Ab2, Ab6, Ab7 y Ab3), cercanos
entre sí, miran hacia la ladera de enfrente la cual, al ser de baja altura y suaves formas no
deja distinguir claramente la presencia de una cañada que desde el norte desemboca en el
cañón del Abolio. De acuerdo a la carta topográfica, esta cañada conduce directamente al
cañón del Tetabejo, aunque lamentablemente no hemos tenido la oportunidad de recorrerla.
Finalmente, a partir de este punto, el cañón del Abolio comienza a torcer hacia el sur
abriéndose en una suerte de valle. En el centro de este valle se encuentra el rancho Los
Pocitos. A espaldas de este rancho, sobre la ladera sur, esta el sitio Abolio 13.
Abolio 13 –Ab13-
211
y pedregoso. Debido a que era casi de noche cuando visitamos la cueva no nos fue posible
divisar material arqueológico en superficie, aunque el guía me aseguró que no había nada.
La fuente de agua más cercana está a unos 500 metros dentro del cañón principal.
Se definieron solo cuatro motivos, todos realizados con la misma técnica (dedo),
igual tratamiento (lineal, plano) y mismo color (naranja) lo que hace posible que haya sido
realizado por una misma persona o en un mismo evento (como en muchos otros sitios hay
un par de manchas indefinidas que no fueron contabilizadas pero que están en el mismo
tono). Los motivos corresponden a marcas de dedos, dos formas geométricas y una
caguama. En este caso, el caparazón es más redondeado pero sus extremidades parecen más
aletas que patas. Si bien podrían conformar un motivo compuesto, en la tabla los ubico por
separado ya que no entran dentro de ningún tipo de motivo compuesto o tema definido,
aunque si podrían serlo.
Cruzando por primera vez a la ladera de enfrente, a unos 300 metros de distancia en
línea recta hacia el este, está el sitio Abolio 8
Abolio 8 –Ab8-
212
Se trata de un gran paredón ubicado sobre la ladera de enfrente respecto de la ubicación de
los sitios antes mencionados. En la parte baja de un sector del paredón, que mira al oeste,
observamos un conjunto de pinturas bastante deslucidas dado que reciben todo el sol de la
tarde. Este sector se asocia a una gran hendidura del paredón. Del otro lado de la misma, a
una distancia de aproximadamente 15 metros, detectamos dos pinturas más que fueron
incorporadas como parte de este sitio. Dado que está al nivel del piso, la visibilidad por
encima de la vegetación se limita a la ladera de enfrente.
En primer lugar se observan motivos lineales en naranja, semejantes a los de Ab3 y Ab6, es
decir marcas de dedos sin un diseño claro. Estos fueron realizados con línea continua y con
línea cortada. Uno de estos se superpone a un antropomorfo geométrico lo que nos indicaría
una temporalidad posterior a éstos. Una impronta de mano color naranja y sin marcas
internas acompaña a este conjunto (estilo 12a). A dos antropomorfos geométricos casi
imperceptibles (fueron detectados gracias a Dstretch) se le superponen otro motivo
abstracto. Es de notar que tanto éste último como la impronta de mano y los motivos
lineales comparten mismo color (naranja), tonalidad e intensidad por lo que podrían formar
un motivo compuesto (nuevamente, en la tabla los cuantifico por separado). Esto es
interesante en la medida que si la impronta de mano en color naranja y sin diseño tiene una
temporalidad tardía o histórica -como lo sugiere lo visto en el Tetabejo, donde se superpone
a motivos más tempranos- entonces, los diseños realizados con dedazos que se repiten en
Ab6, Ab7 y Ab3, podrían ser también tardíos o incluso históricos.
A muy pocos metros de Ab8, girando sobre la misma ladera y a cota media se ubica el sitio
Abolio 9, conocido localmente como Las Arreyanas.
Abolio 9 –Ab9-
213
Se trata de una cueva de 10 metros de profundidad y 24 metros de boca en cuyo centro y de
forma visible se concentran cinco motivos pictóricos. En todo el sector y en ladera –que
comienza luego de la línea de goteo- observamos material arqueológico en superficie:
lascas de basalto, fragmentos de concha y cerámica, un metate y dos manos de molienda.
Dado que la cueva está a media ladera de una pequeña cañada, denominada localmente
como Las Arreyanas, su boca mira hacia el sur, es decir hacia el interior del cañón y hacia
una serie de cañadas que se suceden una tras otra. Debido a la ubicación a cota más alta, el
viento se hace sentir más que en los sitios de abajo. Es de destacar la buena visibilidad que
hay desde este punto ya que se tiene un perfecto dominio visual de las entradas de las
cañadas mencionadas, la mayoría de las cuales concentran agua y pinturas rupestres
asociadas. Cerca de aquí hay una pequeña tinaja.
En la cueva de las Arreyanas, las pinturas están casi en el centro en lugar visible
aunque están bastante deterioradas debido a la roca deleznable. Se trataría al parecer de
diferentes eventos de pintura por las diferencias en técnicas, tratamiento y color. En primer
lugar llama la atención una figura tipo caguama que muestra una de las extremidades curva
(la otra esta borrada) y con tres dedos y una cola larga (las caguamas con una cola en lugar
de aletas posteriores son bastante frecuentes). La forma elongada del cuerpo triangular se
asemeja a la registrada en Ab7, y al igual que aquella, está realizada en delineado grueso,
pintura plana, color negro. Otra posible caguama solo presenta sus extremidades
posteriores. Asimismo, es de destacar unas líneas en naranja tipo dedazo similar a los
presentes en Ab3, Ab6. Los otros motivos corresponden a una línea ondulada en negro, a
una figura geométrica en delineado fino rojo y a una figura tipo insecto en delineado grueso
blanco de muy baja intensidad.
De acuerdo a Ramiro Bejarano, el guía en esta ocasión, si se sigue cañada arriba se puede
acceder al cañón del Tetabejo así como a la cañada contigua a La Arreyana denominada El
Salto, en donde también registramos pinturas rupestres (Ab10).
214
Abolio 10 –Ab10-
El Salto es una estrecha cañada que culmina con un gran salto de agua (presente solo en
época de lluvias) de aproximadamente 20 metros. Tanto la humedad pero sobre todo la
profunda sombra que durante todo el año ocupa el fondo de esta cañada hacen que la
vegetación sea alta y abundante y el ambiente fresco y denso, en marcado contraste con el
clima de la región. Dado que no es una tinaja propiamente dicha en tanto que no hay una
depresión en la roca que la contenga, el agua llega a durar dos o tres días y fluye por el
cauce hasta perderse por evaporación y escurrimiento. Debido a la vegetación más alta y
densa que en el centro del cañón, la fricción de las hojas movidas por el viento hace sentir
la presencia de éste. Por lo mismo, podemos imaginar la fuerza del viento en la vegetación
durante los días de lluvias. Aunque su accesibilidad es relativamente fácil, se trata de un
lugar bastante oculto y cerrado. Su visibilidad se limita al mismo espacio cerrado, de unos
15 metros de ancho por unos 20 de largo cercado por el paredón que enmarca al salto y por
la vegetación.
Las pinturas están concentradas en un pequeño sector (de 3 metros por 5 de alto
aproximadamente) del paredón izquierdo que mira hacia el suroeste. Entre las pinturas
destacan un conjunto de improntas de mano en color negro, algunas de las cuales tienen
diseños internos (estilo 12c). A éstas se le superponen motivos geométricos en color
blanco. Entre éstos hay dos motivos geométricos formados cada uno por dos figuras
realizadas en color blanco con técnica de dedo. Otros diseños pequeños, lineales, en color
blanco y en delineado fino y con mayor intensidad tonal, también se superponen a las
manos. Hacia la izquierda hay otros motivos en color negro uno de los cuales parece del
tipo insecto ya que tiene una extremidad con tres dedos.
Saliendo de El Salto y continuando por la misma ladera hacia el sur, llegamos a la siguiente
cañada, conocida como La Venadita.
215
Abolio 11 –Ab11-
La Venadita es una pequeña tinaja que recibe agua de otra tinaja más arriba en un tiro que
no supera los siete metros de altura. Solo encontramos pinturas en la de abajo, a la que se
accede fácilmente y desde la cual se forma un pequeño arroyo en temporada de lluvia. La
visibilidad aquí se limita al espacio de la tinaja (de unos 15 por 15 metros
aproximadamente) enmarcado por los grandes paredones y por la vegetación que crece en
la misma cañada. No obstante, a diferencia del sitio anterior, ni la vegetación ni las paredes
son tan cerradas. En este lugar, al igual que en Ab10, el viento se siente en el movimiento
de las hojas y probablemente con más fuerza durante la temporada de lluvia.
Observamos dos sectores con pinturas, las más visibles y accesibles se ubican en la
pared de la izquierda que mira hacia el sudeste y parecen corresponder a un mismo evento
dado la similitud en el color e intensidad tonal y al delineado grueso. Se trata de cinco
figuras posiblemente fauna marina. El otro sector está a unos metros de allí pero a mayor
altura por lo que habría sido una tarea riesgosa para quien los realizó ya que tuvo que
escalar y pintar desde una posición muy incómoda y peligrosa. Aquí hay un rectángulo
concéntrico en color blanco y una figura aparentemente antropomorfa muy esquemática,
también blanca.
Abolio 12 -Ab12-
216
cayendo en bloques lo que hace que algunas de las pinturas estén en riesgo de desaparecer.
El acceso al sitio se realiza fácilmente por el llano mientras que la visibilidad es abierta
hacia los alrededores, especialmente hacia el suroeste, aunque está bastante limitada por la
vegetación del fondo de la cañada. Este morrito es visible desde Abolio 9.
Abolio 5 –Ab5-
Tomando la cañada que conduce a la tinaja (Ab4) pero a pocos metros del morrito anterior
hay una cueva de unos 15 metros de largo por 7 de profundidad aunque la mayor parte es
de baja altura. La boca de la cueva, conocida como la Cueva de la Nana, mira hacia el
sudoeste y es fácilmente accesible por el llano o cauce seco del cañón que en esta parte ya
es bastante estrecho. La cueva presenta un segundo nivel en donde también encontramos
unas pocas pinturas, cuyo acceso es más dificultoso ya que es necesario escalar. La
visibilidad se ve limitada a la vegetación del fondo del cañón a través de la cual y
217
dependiendo de la estación, es posible ver las colinas más atrás, a unos 100 metros de
distancia.
Detectamos tres sectores con pinturas aunque muy pocas en cada caso. En la parte
inferior observamos cinco motivos que podrían corresponder a cuatro eventos de
realización. Dos de ellos presentan las mismas características que los motivos compuestos
de Tb3 en donde se representan los denominados “soldados de cuera”. Uno de los motivos
corresponde a un caballo con jinete caracterizado por tener un trazo fino en color naranja
(en Tb3 suelen estar combinado con el color blanco); y el otro es una sola línea blanca con
puntos naranjas con las mismas características que el anterior. El caballo aparece asociado a
una línea interceptada por otra (¿cruz?) en delineado naranja. Los otros motivos son: un
trazo grueso en rojo, una figura curva que asemeja una canoa, en color blanco, pintura
plana, y un motivo geométrico con diseños interiores en color negro delineado fino (estilo
14e). En el segundo nivel, se registró un motivo compuesto conformado por tres
antropomorfos geométricos entre los que se distingue claramente el personaje de en medio
por carecer de cabeza y ostentar un delineado más trabajado. En el mismo nivel, pero a
unos metros a la derecha hay una línea de puntos blancos.
Abolio 14 –Ab14-
A unos 50 metros de Ab5 se llega a un reliz o paredón bastante derrumbado que mira al
noreste y en el que solo sobrevive una pintura muy particular. Se trata de una figura circular
subdividida en cuatro partes por dos líneas internas que se cruzan. El motivo, no visto hasta
el momento en la zona, fue realizado en rojo y blanco. En este caso la ubico dentro de las
formas geométricas como forma circular (14g). De acuerdo a Abel Bejarano, del rancho
Los Pocitos, anteriormente había más pinturas en este paredón, entre las que destacaban
improntas de mano.
218
Tabla 27: Tipos de motivos presentes en Abolio 14
Se continúa por la misma cañada hasta llegar al inicio de la misma donde hay una tinaja
con pinturas en sus paredes: Abolio 4.
Abolio 4 -Ab4-
Como la mayoría de las tinajas de esta zona, la tinaja del Abolio está rodeada al este, oeste
y sur, por altos paredones desde donde cae el agua y forma el arroyuelo que desciende hasta
encontrarse con el cauce principal del cañón. Sin embargo, a diferencia de Ab10 y Ab11,
así como de las tinajas visitadas en el cañón del Tetabejo, tanto la altura y densidad de la
vegetación como la imponencia de los paredones son relativamente menores,
probablemente debido a que no está tan encerrada como aquellas. No obstante, Abel
Bejarano López del rancho Los Pocitos, me volvió a describir la fuerza del viento que
produce el agua cuando cae a la tinaja durante la temporada de lluvia. Lamentablemente no
he podido visitar la sierra en esta época para corroborar y registrar tal afirmación pero es
posible imaginarlo. De acuerdo a Bejarano, esta tinaja conserva agua todo el año (en el mes
de abril aún conservaba agua).
La entrada a la tinaja mira al norte y tiene un ancho de 15 metros por unos 20 metros de
fondo y 15 metros de alto. A la tinaja se accede fácilmente caminando por el cauce del
arroyo. La visibilidad del entorno desde la tinaja se limita a las laderas de la cañada que la
escoltan, a no más de 100 metros. La mayor concentración y superposición de pinturas se
halla en la pared suroeste de la tinaja, es decir, en la del fondo. Dado que al momento de mi
visita la tinaja se hallaba con bastante agua, no me fue posible acercarme a las pinturas y
solo las pude registrar desde lejos. Además de las del fondo, también existen unas pocas
pinturas tanto a la izquierda como a la derecha. Aunque estas últimas no pudieron ser
registradas por ser casi imperceptibles, las primeras sí.
219
En el sector izquierdo se observan improntas de mano con diseño interior (12b), de
color principalmente rojo pero también negro, un zigzag blanco al que se le superpone una
hilera de círculos rojos. Asimismo, detectamos líneas quebradas en forma de V, líneas
interceptadas, etc., y un motivo figurativo, aparentemente venado. En este sector, justo
debajo de las pinturas, hay dos morteros tallados en la roca madre. A pesar de la distancia,
alcancé a registrar algunas figuras del sector central aunque solo fueran las más claras y
tardías. Se nota la presencia de improntas de manos sobre las cuales se pintaron otros
motivos. Nuevamente, una hilera de círculos se superpone a motivos previos, entre éstos
una caguama con el cuello estilizado, y un cuadrado concéntrico subdividido en cuatro. El
resto de las figuras corresponde a formas geométricas (14d), cuadrados con líneas verticales
internas, líneas onduladas, etc. así como figuras zoomorfas y antropomorfas.
Esta área de aproximadamente 200 por 200 metros está surcada por cauces secos que en
parte provienen de la sierra. Si consideramos que la región ha sufrido un lento pero
progresivo proceso de desertización, es posible imaginar que este árido espacio pudo haber
sido antiguamente un lugar más habitable con mayores recursos hídricos, vegetales y
animales.
220
retoque. Esto, sumado al hallazgo de preformas, estarían indicando actividades de talla y
retoque en el campamento. Asimismo, registramos dos puntas con pedúnculo, una de ellas
de obsidiana, dentada y triangular de 2,4 cm por 1,7 cm, y la otra de basalto y triangular de
4 cm por 2,2 cm. Por su parte, registramos fragmentos de concha y material cerámico, al
parecer correspondiente este último a una temporalidad postcontacto aunque será necesario
confirmarlo con algún especialista. Por otro lado, destaca una numerosa cantidad de manos
de molienda aplanadas en sus dos lados y solo un metate plano. Debe mencionarse que el
lugar es bastante conocido por los lugareños y es bien sabido que mucha gente se ha
llevado material por lo que muy poco queda de los que años atrás habría habido.
***
De acuerdo a los datos que nos aporta el cañón del Abolio, vemos ciertas diferencias
con relación al cañón del Tetabejo en cuanto a la proporción en que se presentan
determinados tipos de motivos y estilos. En primer lugar, destaca la ausencia o presencia
mínima de motivos y temas relativos a la época de contacto y posterior, a diferencia de lo
que ocurre en el Tetabejo. Esto coincide con la información aportada por las fuentes
históricas las cuales mencionan al cañón del Tetabejo como uno de los principales cañones
elegidos por seris, yaquis y pimas para ocultarse de europeos y mexicanos. El único caso de
jinete a caballo presenta el mismo estilo que aquel característico de Tb3. Por otro lado, es
de destacar la baja presencia de antropomorfos geométricos. Éstos aparecen solo en dos
sitios (Ab8, Ab5) los cuales, a diferencia del cañón del Tetabejo (y debo decir también de
La Pintada), no son tinajas ni están asociadas a ellas. Dado que no pude acceder a la pared
del fondo de Ab4, queda la duda de que allí hubiera antropomorfos geométricos que por
superposición o desvanecimiento de los colores no los haya visto desde la distancia. Otro
aspecto relativo a las tinajas es el caso de Ab11 en donde solo la pequeña tinaja de abajo
tiene pinturas asociadas, mientras que las de arriba no, a diferencia del uso que se le dio a
las tinajas superiores en Tb4. Esto podría relacionarse posiblemente con el hecho de que
estos lugares más inaccesibles y menos visibles desde afuera fueron elegidos para realizar
determinadas pinturas dentro del contexto histórico, mientras que ese no era el patrón en
época prehispánica en tanto que los sitios con preponderancia de tipos de motivos
anteriores al contacto son básicamente de fácil acceso.
Otro tipo de motivo que aparece en el Abolio pero con una menor diversidad en su
representación es el tema de la caguama. Aquí destacan particularmente las caguamas con
dedos en sus extremidades, algunos de las cuales se asocian a la cara de perfil y al diseño
corporal (Ab1, Ab2, Ab7, Ab9). En este sentido, la diversidad de estilos es menor a la que
vimos en el Tetabejo. Al respecto, tomando en cuenta todo el arte rupestre de la región, no
solo hay una menor diversidad de estilos en el Abolio, sino también una menor cantidad de
motivos, lo que indica que este cañón fue relativamente menos elegido para pintar sus
paredes.
221
Con relación a aquellos motivos que se repiten respetando el mismo contexto, hay
que mencionar a la línea de círculos (que también se superpone a motivos previos), y al
zigzag o líneas onduladas. Los zoomorfos aparecen de manera muy limitada, mientras que
los antropomorfos (salvo los geométricos ya mencionados) suelen ser esquemáticos y poco
representativos. Con relación a las improntas de mano, nuevamente las de color naranja sin
diseño interior (estilo 12a) parecen ser las más tardías; en cambio, las de diseño interior
lineal (12b) y con ventana (12c) podrían corresponder a contextos más tempranos ya que en
ambos casos se le superponen otros motivos (Ab4 y Ab10 respectivamente) coincidiendo
con lo que ocurre en el Tetabejo.
Con relación a la visibilidad de las pinturas, notamos una gran similitud con lo que
ocurre en el cañón del Tetabejo, esto es, una visibilidad relativamente baja de las mismas.
Digo relativa porque mucho depende de la atención y la vista que cada uno tenga, así como
del espacio, la luz y la vegetación que pudiera ocultar las figuras, la intensidad tonal, el
contraste con el soporte, etc (por lo mismo, en la tabla 30 a veces están marcadas
doblemente). No obstante, más allá de lo “relativo”, es claro que las pinturas no fueron
hechas para verse desde lejos fundamentalmente debido al tamaño y, salvo excepciones, al
espacio disponible.73 Incluso, aunque se pudieran ver a una distancia de diez metros, es
necesario acercarse para poder apreciarlas.
En este sentido, cabe destacar la ubicación de algunos de estos sitios con respecto a
las cañadas con conexión al cañón del Tetabejo. Como mencioné más arriba, los sitios Ab2,
Ab3, Ab6 y Ab7, se enfrentan a una cañada de bajas lomadas que conduce al cañón del
Tetabejo. Llama la atención que los sitios estén concentrados en la curva que el cañón hace
a esa altura, justo enfrente de la cañada. Sin embargo, debo decir que los recorridos que
realicé en las cañadas del Tetabejo a las que conduciría la proveniente del Abolio, no dieron
ninguna evidencia de uso u ocupación de tales espacios. Por otro lado, tanto Ab3 y Ab6
están realizados en la parte baja de un frente rocoso (salvo un motivo aislado en Ab6) por
lo que la visibilidad hacia y desde la cañada de enfrente está bastante limitada por la
vegetación (aunque obviamente siempre es posible trepar el frente rocoso). Los otros dos
sitios, Ab2 y Ab7, están en pequeños abrigos o covachas a una altura de tres a cuatro
metros del nivel del piso, pero sus pinturas tampoco son visibles desde lejos. Por lo tanto,
es una posibilidad que la cañada de enfrente no haya sido la razón de ser de esos sitios, los
cuales están en una parte muy seca del cañón. Un caso tal vez diferente es el de Ab9 para el
cual sí contamos con el dato aportado por el guía, quien nos dijo que la cañada de los
222
Arreyanes conectaba con el Tetabejo (posiblemente con las tinajas de Tb4). Además de que
Ab9 es uno de los pocos sitios que pudo haber sido usado como habitación temporaria,
ostenta una buena visibilidad hacia el interior del cañón.
Como dato adicional, cabe mencionar lo observado cuando fuimos en búsqueda de unas
pinturas que habían reportado estaban en el extremo superior del cañón del Abolio o cajón
de la Nopalera. Como mencioné más arriba, a la altura del morrito en donde se localiza el
sitio Ab12 hay una bifurcación del cañón. Una rama se dirige hacia la tinaja de Ab4, la cual
marca el punto de finalización de esa parte del cañón, y la otra rama continúa hacia el sur
varios kilómetros más. Esta rama comienza a ensancharse hasta convertirse en un amplio
valle interior. De acuerdo a la información que teníamos, al finalizar este valle y
ascendiendo hacia el portezuelo que marca el fin del cañón y la conexión hacia el cañón de
la Guanera encontraríamos una pequeña cañada oculta en cuya tinaja hay pinturas rupestres
De acuerdo a Jesús Bejarano, estas pinturas representan lo que parece ser un fraile
escoltado por dos caballos. Lamentablemente no encontramos las pinturas, sin embargo
registramos otros datos interesantes. Luego de atravesar el valle, Ramiro Bejarano (sobrino
del primero y guía en esta ocasión) me mostró una antigua vereda que ascendía hacia el
portezuelo. La misma, que fuimos siguiendo, estaba formada por el retiro de piedras y el
uso continuo durante años. Según Bejarano, este sector del cañón ha sido muy poco
visitado por su familia, asentada en estas tierras desde principios del siglo xx, por lo que es
posible que haya sido utilizada por los indígenas tiempo atrás. Al respecto, es de destacar
que las fuentes históricas señalan al cajón de la Nopalera como uno de lo cañones donde se
ocultaban los indígenas durante las revueltas del siglo xviii. Mencionan además la facilidad
de estos grupos en desaparecer de la vista de españoles y rancheros mexicanos cuando se
adentraban en los cañones de la Sierra Prieta. Esta vereda sale del cañón del Abolio y luego
de atravesar cañadas y portezuelos sale de la Sierra Prieta a unos 10 km de distancia en
dirección sudeste.
Punta Chueca es hoy, junto con Desemboque, lugar de residencia de los seris, quienes
obligados a la vida sedentaria fueron replegados hasta este pedazo de arena y mar. Su
principal actividad económica es la pesca cuyo producto lo van a vender a la cercana y
turística Bahía de Kino. Frente a Punta Chueca se extiende la Isla Tiburón, antiguamente
ocupada por estos grupos y hoy reserva cinegética del berrendo cimarrón.
223
Mapa 8: Punta Chueca, Isla Tiburón y Sierra Libre
De los cuatro días que estuve en Punta Chueca, tres los necesité para negociar mi visita al
único sitio con arte rupestre que pude ver, ubicado en la Isla Tiburón (ver mapa 9). Esos
tres días fueron altamente fructíferos ya que me permitieron acercarme un poco, y solo un
poco, a la compleja identidad seri del siglo xxi.
224
Mapa 9: Sitios registrados en la Isla Tiburón
Para acceder al sitio es necesario cruzar en lancha el Estrello del Infiernillo desde la
comunidad de Punta Chueca. Una vez en la Isla Tiburón se debe caminar hacia la sierra en
dirección oeste-sudoeste unos 3 kilómetros aproximadamente, luego torcer al norte y entrar
a una pequeña cañada al fondo de la cual existe una tinaja. El sitio se ubica a la derecha de
la tinaja, sobre una ladera bastante empinada y rocosa. Se trata de una cueva de relieve
irregular que mira al sudoeste. Su accesibilidad es difícil en la medida que hay que ascender
por la pendiente empinada de la roca madre unos 50 metros. La visibilidad desde la cueva
se limita a la entrada a la cañada a la izquierda, donde se extiende un área de campamentos
(IT2) ya que enfrente del sitio y hacia la derecha se ve la elevación de la cañada marcando
un horizonte muy cercano. Aquí, a diferencia de las tinajas antes mencionadas, el agua no
cae de arriba en forma de cascada sino que corre por la pendiente de la ladera hasta quedar
atrapada en la tinaja. Esto permite sugerir que el viento no produciría el mismo efecto que
en los casos anteriores, además la vegetación es mucho mas baja en esta región.
225
vez, el techo y las paredes se van angostando por lo que solo la mitad de la cueva externa es
relativamente “útil” para moverse. Dado lo empinado del acceso y la irregular superficie
del interior de la cueva, no habría sido un espacio óptimo para la habitación. Las pinturas
están en el techo al centro de la cueva (es decir al final del espacio “útil”), mientras que
solo encontramos un motivo aislado justo en la entrada de una pequeña cámara a la parte
derecha de la cueva.
Registramos nueve motivos aunque por técnica, tratamiento, color e intensidad tonal
bien pueden pertenecer a un mismo motivo compuesto. En este caso se trata en su mayoría
de motivos bicromos realizados en rojo y blanco, y delineado grueso. Hay dos líneas
onduladas paralelas, una roja y otra blanca; una caguama en delineado rojo con interior
blanco; líneas rojas con puntos blancos en sus extremos; dos figuras circulares de las que
irradian “rayos” (tipo “sol”). Uno está delineado en rojo con interior en blanco y el otro,
que se encuentra en la pared de enfrente, esta en delineado blanco con interior en rojo. Cada
“rayo” termina con un punto del color contrario. Finalmente, líneas rectas paralelas hechas
con dedos. Cabe destacar que el estilo empleado, esto es, el uso de dos colores para hacer el
delineado, plano y punteado de figuras aparentemente abstractas (salvo la caguama que es
el único motivo figurativo) se asemejan a la pintura facial seri [Espinosa Reyna, 1997].
Frente a la entrada a la cañada donde se encuentra la tinaja y el sitio IT1 se extiende una
gran zona de campamentos. La abundante cantidad de material arqueológico en superficie y
la extensión del mismo atestiguan la reutilización de este espacio en diferentes épocas. Esto
226
se ve especialmente a través del hallazgo de puntas de proyectil arcaicas de diversos tipos,
pero también de fragmentos de vasijas de los tipos tardíos. Asimismo, observamos metates,
manos de molienda y sobre todo una densa capa de fragmentos de concha la cual era
evidentemente muy aprovechada. De acuerdo a nuestro guía, Francisco “Chupacabras”
Barnett, de aquí también se han llevado mucho material. Hay que mencionar que
actualmente esta isla funciona como reserva del berrendo cimarrón y como lugar de caza
deportiva controlada, lo que hace que sea visitada por muchos extranjeros, especialmente
norteamericanos.
Tabla 30: Entorno, contexto y motivos en el arte rupestre de las zonas de estudio.
NOTAS
70 Allí donde existe una denominación local, ésta fue incorporada en la descripción del
sitio correspondiente.
71 Cabe mencionar que las tinajas del cañón de La Pintada están repletos de este tipo de
motivos
72 Cuando el venado macho forma parte de un motivo compuesto (p.e. una manada) se
contabiliza aparte solo como figura.
73 Si bien hay sitios, especialmente en cuevas, que parecen ser espaciosos, en algunos
casos como Ab1, Ab9, Ab13, Tb12, la ladera comienza luego de la línea de goteo, por lo
general a menos de 10 metros de la pared del fondo, por lo que el observador pierde visual
a medida que desciende por la misma. En el caso de Tb8, las figuras son pequeñas y están
dispersas dentro del sitio lo que favorece su baja visibilidad.
227
VIII. ANALISIS Y DISCUSION
1. Imágenes en contexto
En las áreas analizadas vimos que algunos factores referidos a la práctica de pintar las
paredes son recurrentes, como el tamaño relativamente pequeño de las pinturas, la baja
visibilidad de las mismas, la ubicación poco conspicua y la posición generalmente cómoda
para su realización. Estos factores bien pueden responder a modalidades estilísticas que
difieren, por ejemplo, del arte rupestre de Baja California Sur conocido como gran mural
[v. Gutiérrez y Hyland, 2002], o a los grabados de La Proveedora al norte de Sonora [v.
Amador Bech, 2011]. En tales casos es posible hablar de una alta visibilidad de los motivos
desde la distancia, con lo que parecerían estar destinados o dirigidos a que un público
mayor los viera, ya sea un grupo de gente congregada o alternativamente si están en lugar
de paso. Este tipo de visibilidad de las imágenes –en las que parece prevalecer la intención
de comunicar algo a otras personas o grupos- no se da en ninguna de las tres zonas bajo
estudio.
Con relación a la visibilidad que desde el sitio se tiene del entorno, hemos visto que en
términos generales ésta es de mediana a baja. Obviamente, los parámetros que utilizo aquí
están ajustados a la diversidad de sitios registrados ya que, en términos estrictos, una
visibilidad alta seria aquella que tiene vista panorámica, esto es, que tiene un radio de 360°
[Carden, 2009]. Aquí eso no ocurre -al menos no tengo información acerca de sitios con
arte rupestre en la cima de la sierra-, por lo que visibilidad alta es aquella que tiene una
buena visual que supera sus alrededores y que se extiende a las vías naturales de circulación
y/o acceso a fuentes de agua. Esto se da por lo general en sitios ubicados a cierta cota por
encima del fondo del cañón (Tb2, Tb10, Tb12, Ab9). La visibilidad media del entorno es
aquella que permite tener una visual que supera sus alrededores pero que al estar al nivel
del fondo de cañón está limitada por la vegetación y la misma topografía (Tb8, Tb1, Tb11,
Ab1, Ab2, Ab6, Ab7, Ab3, Ab8, ab12, Ab5, IT1). Finalmente, la visibilidad baja del
entorno es aquella que se limita a sus alrededores, sea por la cercanía o la altura de las
paredes que le rodean o sea por la misma vegetación que la circunda (Tb3, Tb4 1 tinaja,
Tb4 2 tinaja, Tb4 3 tinaja, Tb4 2 nivel, Tb6, Tb9, Tb13, Ab8, Ab10, Ab11, Ab5, Ab14,
Ab4, IT1). Vemos lo que parece ser una falta de interés en ver hacia afuera, hacia el
entorno. Más bien, parece que el interés de estar en esos lugares y de pintar sus paredes se
centra en ver “hacia adentro”.
Vinculado a la falta de interés en ver hacia afuera está el tema de las orientaciones. Al
parecer, no hay ningún patrón que indique que las pinturas o los lugares en donde están
(una cueva, por ejemplo) miren hacia tal o cual punto cardinal. Si bien parece haber cierta
preponderancia hacia el oeste (incluyendo noroeste y sudoeste), más bien, parece que la
orientación de los sitios con pinturas rupestres responde a la configuración del cañón y a la
ubicación topográfica de los soportes, por lo que la elección de los lugares para pintar
habría respondido a otra cosa y no a los puntos cardinales. Ciertamente, cuando hablamos
228
de arte rupestre el sentido que prima es el factor visual, es decir, es la vista lo que
constituye el marco de referencia para el arte rupestre. Sin embargo, este aspecto se
manifiesta con diversas connotaciones además de que no está separado del resto de los
sentidos.
Lo del sonido ambiente resulta interesante. Para el oído inexperto, en un día claro lo que
prima es el silencio o a lo sumo una suave brisa acompañado por el volar de los insectos y
esporádicamente el canto de algún ave. Sin embargo, el viento tiene muchos sonidos que
pueden estar expresados no solo en el movimiento del aire a manera de soplido, sino
también en el movimiento de las hojas, en pequeños remolinos, en el encajonamiento del
aire o en una ráfaga repentina. Estas expresiones varían si estoy en un lugar abierto o
cerrado, alto o bajo, con vegetación o sin vegetación y si éstas tienen hojas o no, etc. En el
cañón del Tetabejo, el sonido del viento se siente de diferente manera dependiendo si se
está en las partes más abiertas o más estrechas del cañón. Así, especialmente en los
alrededores de Tb1 el viento se mueve libremente haciéndose escuchar en el movimiento de
las hojas, lo que no ocurre dentro del cañón. Allí, el viento parece aquietado y el silencio
impera más allá del canto resonante de algún ave. Por supuesto, uno puede decir que el
componente del viento, esto es, el aire, siempre está presente, y que de alguna u otra
manera se va a manifestar. El asunto es, qué tan presente (o ausente) está. Ciertamente, el
aire siempre está presente, incluso cuando parece que no lo está. Esto puede ocurrir durante
la temporada húmeda (principalmente julio, agosto y septiembre), en días de muy baja
presión lo que suele experimentarse en una sensación de silencio y de quietud en el
ambiente, sensación que, por lo general, “anuncia” la pronta llegada de tormentas, fuertes
vientos… y mucha agua.
La vinculación del viento con el agua que cae a las tinajas es evidente en tanto que el
movimiento del agua cuando corre fuerte genera energía, y es esta energía la que se hace
sentir en el ambiente, por ejemplo, a través de un marcado movimiento del follaje. En este
sentido, ¿podemos hablar de cierta expresión del viento como un factor que incidía en la
elección de los lugares para pintar? Es probable, aunque difícil de determinar por sí mismo.
Es decir, el viento solamente no nos dice nada, como tampoco nos dice nada hablar solo de
la mayor o menor visibilidad, o solo de la temática pictórica para entender el trasfondo
ontológico de esta práctica. Por ello, es necesario encontrar una articulación. El agua es un
factor crítico para la vida y por lo tanto ha sido generalmente asociado a la presencia de arte
rupestre. Si a la llegada de agua le sumamos la manifestación del viento podemos estar
frente a una dimensión fenomenológica importante, sobretodo en ambiente desértico, en
donde la energía generada por el fenómeno imprime un sello de agencia al contexto. Pero
¿qué pasa con el resto de los sitios que no están asociados a tinajas, esto es, el 77% de los
sitios? Si bien la mayoría de ellos pudo haber tenido alguna fuente de agua cercana en la
forma de arroyuelo, los efectos sonoros y visuales no habrían sido los mismos. Ahora bien,
más allá del agua, hay que considerar la posibilidad de que en ontologías animistas y
particularmente en ambientes desérticos la voz del viento tenía mucho que decir. Cabe
recordar que para los seris el sonido producido por el aire en movimiento (el viento),
incluyendo la voz a través de los cantos, los instrumentos de aire y los silbidos, poseen
fuertes connotaciones espirituales, como lo tiene también el simple murmullo grave y
distante que se deja oír en el desierto.
229
Volviendo a las tinajas, si combinamos la presencia fenomenológica del agua y el viento
con una baja visibilidad tanto del entorno como de las pinturas, podemos hablar
nuevamente de una atención dirigida no hacia el entorno sino hacia adentro, hacia un
contexto anclado en la roca, el agua y el viento. Ahora bien, difícilmente se podía pintar las
paredes de las tinajas cuando el agua estaba cayendo, sea por el agua misma como por la
humedad de la roca y del ambiente. Dado que para pintar se necesita que la roca este seca,
es probable que esto se realizara antes de la temporada de lluvias o durante la misma
mientras no estuviera cayendo agua y los soportes estuvieran secos. 74 Esto implica que si el
viento y el agua en movimiento estaban incidiendo en la elección del lugar para pintar,
éstos estaban ausentes al momento de llevar a cabo esa práctica. Aunque podemos sugerir
que tales fenómenos estuvieran presentes de manera implícita, es evidente que la roca
constituía algo más que un soporte. Si bien parece redundante hablar de la importancia de la
roca en el arte rupestre, no lo es si ésta es considerada solo como soporte sobre el cual
pintar o, como dicen Clottes y Lewis-Williams, “como membrana o espacio liminal de
conexión con el mundo sobrenatural” [1996]. Más adelante seguiré con este punto.
Con relación al análisis del contexto, vemos que la ubicación de las pinturas en las paredes
más que en los techos, a la altura de una persona parada y en menor medida sentada o
agachada, se combina con una posición ergonómica generalmente cómoda que no requería
de mucho esfuerzo (la excepción sería Tb10, sector izquierdo de Tb13 y un sector de Ab11
dado que hay que treparse y pintar en posición incomoda y probablemente peligrosa; y la 1°
tinaja de Tb4 porque muchas figuras están en el techo bajo por lo que hay que acostarse o
agacharse incómodamente). Esto es independiente de la facilidad o dificultad de acceso al
sitio, como ocurre en la 2° y 3° tinaja de Tb4. El acceso a estos dos lugares es muy
riesgoso, sin embargo, una vez allí la postura que se usó para pintar fue naturalmente de
pie, como en la mayoría de los sitios descritos75. Como contraste, podemos imaginar las
incomodidades que habrían enfrentado los grupos de Baja California Sur para pintar esas
grandes figuras trepados, probablemente, en troncos de palma [v. Gutiérrez y Hyland
2002]. Aunado a la posición ergonómica está la relación espacial de las pinturas. En este
aspecto, observamos que la mayoría suelen agruparse por sectores, presentando en algunos
casos superposición a pesar de disponer de espacio libre. En ciertas ocasiones, la
agrupación y/o superposición se combina con la presencia de alguna figura dispersa dentro
del mismo sitio. Prácticamente no hay figuras aisladas. Asimismo, es de destacar que las
figuras no están ordenadas en una sola composición sino que aparecen “flotando” de
manera desordenada dentro del campo o espacio de realización, mostrando así diferentes
puntos de vista.
230
sitios con arte rupestre carecen de evidencias que me permitan hablar de otro uso que no
estuviera directamente asociado a las pinturas, a excepción de Tb8 y Ab9.76
Continuando con el análisis del contexto, vemos que las pinturas fueron realizadas en
lugares que reciben luz natural, directa o indirecta, y que en ningún caso habría sido
necesaria luz artificial. En este sentido, hay que mencionar que las características
geológicas de la región hacen que las cuevas o abrigos sean realmente poco profundos en
relación con el ancho (una excepción es Isla Tiburón 1 cuya profundidad es mayor a la boca
de la cueva), lo que ha facilitado la iluminación natural de los sitios. Algunos sitios reciben
sol en la mañana y otros en la tarde dependiendo de la ubicación (no hemos detectado un
patrón al respecto). Con relación a las tinajas y a otros sitios ubicados en sectores estrechos
del cañón, tanto las paredes como la vegetación más alta y densa que les rodea podrían
obstaculizar (dependiendo de la estación en el caso de la vegetación) la llegada directa de
luz o solo permitirla por cortos periodos de tiempo, aunque nunca llegaría a ser un
impedimento.
231
intervisibilidad que pudiera haber desde el sitio.79 Al darle la espalda al afuera,
parece haber habido una mayor apreciación hacia la roca misma y hacia el lugar.
Hasta aquí he hablado de todo lo que rodea y contextualiza a las imágenes, de cómo
pudieron haber sido realizadas, y bajo qué criterios pudieron haber elegido los lugares; pero
no he hablado de los motivos y estilos pictóricos que se entrelazan en todo ello. Como se
puede apreciar en la tabla 30, los distintos tipos de motivos parecen distribuirse de manera
casi aleatoria en todos los sitios, habiendo sitios con más diversidad de motivos y sitios con
menos diversidad de motivos, a veces agrupados, a veces superpuestos, otras veces
dispersos, pero siempre en los mismos lugares elegidos. La asociación de motivos y estilos
en un mismo sitio no parece responder a ningún patrón (salvo los que reflejan ser contextos
históricos). Es decir, no hay necesariamente una asociación reiterada entre
motivo/tema/estilo y lugar/forma del paisaje. Más bien, los distintos tipos de motivos en sus
variadas expresiones aparecen en diferentes sitios y formas del paisaje, a veces se
encuentran en el mismo lugar y a veces no.
Solo algunos sitios parecen ser temáticos debido a la mayor recurrencia de determinado
tipo de motivo. Esto ocurre en Tb9, donde el 54% de las figuras son caguamas, o en la 1°
tinaja de Tb4 donde prevalecen los antropomorfos geométricos en un 64%. En ambos casos
es evidente una alta frecuencia de uso a lo largo del tiempo. Sin embargo, tanto las
caguamas como los antropomorfos geométricos aparecen también en otros sitios
correspondientes a forma del paisaje diferentes, por lo que ni Tb9 ni Tb4 1° tinaja estarían
marcando patrón alguno.80 Otro tipo de sitio temático podrían ser aquellos que tienen un
predominio de motivos y temas históricos (Tb2, 2° nivel y 3° tinaja de Tb4), aunque estos
parecen haber sido consecuencia de muy pocos eventos de pintura.
En la etnografía seri hay numerosos ejemplos que señalan la importancia tanto de la figura
como del lugar en donde ésta era realizada. En este sentido, la aplicación de ciertos signos
en un objeto –hueso, caparazón, árbol, cerámica, “fetiches” personales, etc.- o en una parte
del cuerpo buscaba controlar un espíritu existente en tales lugares o bien atraer hacia ellos a
un espíritu no presente. Así por ejemplo, una persona podía trazar ciertos símbolos en el
cactus senita con el fin de evitar una enfermedad ya que el espíritu de esta planta era muy
poderoso [Felger y Moser, 1985]. A partir de ello podemos suponer que en el pasado las
pinturas rupestres no eran las únicas pinturas que se realizaban y por ende tampoco habría
sido una práctica muy diferente o aislada de otras. Si bien esto puede parecer, nuevamente,
una obviedad para cualquier arqueólogo, no lo es si comenzamos a tomar en cuenta el papel
mediador y activo del “soporte”.
En el cañón del Tetabejo y del Abolio, como en cualquier formación geológica similar, hay
gran cantidad de roca expuesta a través de diversas formas del paisaje que ofrecen
accesibilidad, iluminación, comodidad e incluso protección, que bien podría haberse
utilizado como soporte para pintar. Sin embargo, de toda esa roca expuesta solo fueron
elegidas principalmente cuevas, abrigos, luego tinajas, seguidas de lejos por paredones y
bloques rocosos. Ahora bien, no todas las formas del paisaje preferidas para pintar -esto es,
cuevas, abrigos y tinajas- fueron realmente elegidas para pintar. En otras palabras, hay una
cantidad de cuevas, abrigos y en menor medida, tinajas que carecen completamente de
pinturas a pesar de que muchas de ellas cubren los criterios de selección mencionados más
arriba. Entonces ¿Por qué algunas formas del paisaje eran elegidas para pintar, mientras
otras, geomorfológicamente iguales, no lo eran? Probablemente porque no todas las rocas-
lugares eran iguales. Y no me refiero a la constitución geológica de las rocas, sino a su
capacidad de actuar.
234
La agencia de un lugar es fundamental para la reproducción social del mismo, en la medida
que estructura la práctica de pintar la roca –hace que la gente elija ese lugar para pintar-, y
a su vez es continuamente estructurada por esa práctica –la presencia de pinturas le otorga
agencia al lugar. En este sentido, la noción de “roca-que-va-a-ser-pintada” y de “roca-
pintada” no constituye otra cosa más que la expresión estructurante y estructurada de la
agencia del lugar. Uno de los factores que imprimen agencia al lugar, especialmente a las
tinajas, puede ser como dije, el agua y la energía transformada en viento. Sin embargo, ya
vimos que no todas las tinajas tienen pinturas mientras que aquellas que sí fueron elegidas
para ser pintadas no lo fueron con la misma intensidad. Esto indica que no todas las tinajas
eran iguales,81 tal vez porque no todas tenían la misma capacidad para actuar. La mayor
frecuencia de uso de ciertos lugares probablemente está reflejando esa capacidad
diferencial. Ahora bien, si un lugar actúa y es efectivo en el proceso de una práctica ritual,
entonces esa agencia debe ser comunicada para que sea reproducida. La comunicación es
así un factor fundamental para la agencia de los lugares.
Proponía más arriba que una noción de paisaje metodológicamente útil para abordar
ontologías relacionales debía considerar dos dimensiones de comunicabilidad, esto es, la
interacción sensorial y significativa entre entidades humanas y no humanas, y la
comunicación lingüística o narrativa entre los miembros de un grupo lo que permite
compartir y socializar la relación comunicativa con su entorno –humano y no humano-,
renovando o modificando su mundo de la vida. Ambas dimensiones se entrelazan y solapan
en lo que constituye un paisaje relacional. En este caso, podemos partir del supuesto de que
si un lugar demuestra tener capacidad para actuar es porque ha habido cierta comunicación
entre ese lugar y la persona o grupo de personas involucradas en el acto de pintar la roca.
En otras palabras, un lugar tiene capacidad para interactuar porque tiene cierto grado de
agencia y vitalidad, lo que quedaría demostrado al conseguir el efecto o la conexión
deseada (por ejemplo, obtención del poder espiritual, suerte en la caza, curación de
enfermedades, etc.). Ahora bien, ¿qué conexión hay entre la agencia de la roca-lugar que
acabamos de ver, y la forma del paisaje? Es decir, ¿por qué una cueva o una tinaja tienen
más capacidad para actuar que un frente rocoso?
Como vimos más arriba, la personeidad de las cosas o actantes puede responder a diversos
factores, algunos de los cuales remiten a la forma en que se originaron, que puede venir de
tiempos míticos como la auto-transformación o la metamorfosis, o a la forma en que se
subjetivaron como por ejemplo, a través de la mimesis o del contacto directo con las
posesiones personales, etc. A su vez, o debido a su origen o subjetivación, las cosas difieren
entre si por el grado de agencia o vitalidad que poseen, así como por la capacidad de
comunicación, algunas tienen mayor autonomía de acción mientras otras requieren ser
activadas. En este sentido, decía que en ontologías animistas o perspectivistas lo que pesa
no es tanto la distinción entre cosas humanas o no humanas sino las diferencias en cuanto a
cantidad y calidad anímica que poseen las cosas así como su capacidad de actuar y de
comunicarse. Una de las vías para entender estas diferencias radica en las capacidades
sensoriales que los nativos le asignan a la constitución anímica de las cosas. Si las cuevas y
tinajas, en tanto cosas o actantes, fueron las formas del paisaje elegidas para ser pintadas,
deberíamos encontrar en esas formas cierta atribución anímica.
235
Empecemos por las tinajas. En términos de capacidades sensoriales atribuidas a las cosas,
tal vez la energía generada por el agua en movimiento, el viento y el sonido que esto
provoca en un lugar encerrado entre paredes, podría entenderse a partir del concepto de
índice (Gell 1998), es decir, un signo que motiva al observador a hacer una inferencia
abductiva. Si partimos de un trasfondo ontológico en donde el viento tenía una fuerte
connotación con lo espiritual, entonces tanto el movimiento del follaje como el sonido
generado por la fuerza del viento cuando el agua caía a las tinajas, podría haber sido un
índice de la presencia de las fuerzas espirituales motivando así la abducción de la agencia
de ese lugar. A su vez, podríamos suponer que la agencia del lugar variará de acuerdo a la
intensidad del índice. En este sentido, hay que destacar que aquellas tinajas que más
densidad de pinturas concentran son las que mayor capacidad hídrica tienen (Tb4 y Ab4, a
diferencia de Tb13, Ab10 y Ab11).
Con relación a las cuevas, la presencia de alguna cosa que “nosotros” podamos interpretar
como índice que hubiera motivado una inferencia abductiva de la agencia del lugar está
mucho más difícil. El viento y el agua si están presentes son muy sutiles y no difieren de
cualquier otro lugar. El tamaño y la forma misma de las cuevas y abrigos registrados varían
enormemente por lo que tampoco marcarían un índice general para estos sitios. El único
denominador común de cuevas y abrigos sería la misma concavidad de la roca. La
etnografía seri nos ofrece interesantes referencias respecto a la capacidad de agencia de las
cuevas. Sin embargo, y paradójicamente, éstas no aluden a la forma, ni al tamaño, ni a
ningún otro rasgo físico de las cuevas, ni a la orientación o ubicación, ni a la presencia de
determinado signo sensorial, sino simplemente a las cuevas como lugares habitados por
fuerzas espirituales. En este sentido, es probable que solo la concavidad de la roca –y la
entrada a la tierra- haya sido lo que motivara la idea de hogar o habitación de las fuerzas
espirituales, aunque todavía no nos permite saber por qué unas cuevas eran elegidas y otras
no, o por qué unas se reutilizaban más que otras. Por lo mismo, tampoco nos ofrece una
explicación para el uso, aunque escaso, de paredones o bloques rocosos. Ahora bien, la
etnografía también nos informa que en las cuevas no solo habitaban los espíritus que se
buscaba contactar sino también potencias malignas que podían dañar al solicitante. Estas
referencias nos están señalando que efectivamente no todas las cuevas eran iguales.
Por las mismas referencias etnográficas sabemos que las cuevas, si bien las preferidas, no
eran los únicos lugares donde podía obtenerse el poder espiritual, ya que éste también se
realizaba en un circulo de piedra, en la orilla del mar, en la cima del cerro o caminando por
el desierto. Esto indica cierta búsqueda de lo liminal más allá de una forma estándar del
paisaje. Cabe recordar el carácter individual de este tipo de prácticas lo que hacía que el
vínculo que el iniciado creaba con el espíritu era único y particular y por lo tanto diferente
al vínculo establecido y a los cantos aprendidos por otros iniciados. Además, el hecho de
que fuera una práctica individual hacía que se presentaran variantes alrededor de los pasos
prescritos básicos para la búsqueda del poder espiritual, por lo que no debería extrañar la
variedad de matices que podían presentar los lugares elegidos para esta práctica. Lo que
quiero resaltar aquí es que más allá de ciertos parámetros básicos, había flexibilidad y
autonomía en el conjunto de elecciones que rodeaban prácticas particulares, algo bastante
común en las bandas de cazadores recolectores [v. Ingold, 2001]. Ahora bien, esta
flexibilidad y autonomía parecería alejarnos un poco del criterio topográfico o
geomorfológico que solemos utilizar los arqueólogos del paisaje cuando buscamos
236
identificar patrones que unifiquen ciertas formas del paisaje con cierto registro
arqueológico y con cierta conceptualización del cosmos. Este alejamiento sin embargo, es
relativo en la medida en que si trabajamos con una “forma” del paisaje, ésta no puede estar
separada del “contenido” lo que nos lleva necesariamente a la noción de lugar. La
dificultad de establecer patrones radica muchas veces en esta noción.
Si consideramos a los sitios con pinturas rupestres como lugares es probable que podamos
inferir por qué unas cuevas fueron elegidas y otras no, y por qué algunas fueron más
preferidas que otras para ser pintadas. En otras palabras, si el lugar concierne a las historias,
a la estructura y a las relaciones que allí se tejen [Augé, 2000], podemos imaginar que
algunas cuevas fueron más efectivas que otras a la hora de plantear una relación con la roca
por medio de la pintura. Una cueva con muchas pinturas habría sido para un observador un
índice de la capacidad de acción y de la eficiencia de la misma, mientras que una cueva con
pocas pinturas habría transmitido una idea contraria. En este sentido, hay también una
abducción de la agencia generada por el lugar mismo y sus antecedentes, lo que convierte a
esa cueva en un agente secundario.
En este contexto ontológico no es difícil imaginar que una roca que no había sido pintada
podía igualmente invitar a la negociación, ya que el mundo de la vida no se compone solo
de certezas culturales sino también de las habilidades y capacidades individuales y del
saber intuitivo de cómo obrar y de qué puede resultar de ello [Habermas, 2002]. Si el lugar
ofrecía cierta interacción a través de lo que una persona buscaba o por el contrario,
237
mostraba ser un lugar dañino o peligroso, esto de alguna u otra forma iba a ser comunicado,
y así el lugar seguiría siendo utilizado o bien quedaría abandonado.
En síntesis, he tratado de articular los diversos matices y fenómenos que pudieron haber
estado en la base ontológica de la práctica pictórica. Se trata de una base ontológica
relacional en la que los diversos matices y fenómenos pudieron estar más activos o menos
activos pero siempre presentes en el acto de pintar la roca e influyentes en el mensaje o
efecto que busca quien pinta. Si no tomáramos en cuenta la capacidad “mediadora” de tales
matices empezando por la roca, solo podríamos hablar del “mensaje” o del “efecto” de las
pinturas a secas. Esto es, solo podríamos interrogarnos acerca de qué nos dicen esas
pinturas, o para qué eran pintadas. ¿No es acaso la búsqueda del “significado” o de la
“función” la meta más frecuente en la mayoría de los estudios de arte rupestre? En este caso
no he tratado de descifrar el mensaje de los diversos motivos ni me he aventurado a
averiguar para qué los habrían realizado. En primer lugar, porque simplemente son
múltiples y cambiantes. En segundo lugar, porque me interesa más saber el por qué lo
hacían y entenderlo desde su propia conceptualización del cosmos. En este sentido,
considero que en el acto de pintar la roca, el concepto de mediador (desde la noción de
actante en el marco de la antropología simétrica de Latour) es útil para incorporar la
participación de entidades que desde la arqueología tradicional seriamos incapaces de
incorporar.
Por otro lado, la noción de “índice” en el contexto de una ontología relacional ofrece un
camino muy prometedor para sumergirse en la interacción sensorial con el entorno no
humano ya que nos obliga a prestar atención a fenómenos y elementos del lugar y del
entorno que pudieran haber motivado la abducción de la agencia del lugar en donde se
presentan. En el caso de las tinajas, podemos suponer que la presencia de ciertos fenómenos
ofrecieron las cualidades sensoriales necesarias para mantener un tipo de interacción
semiótica. En el caso de las cuevas, tales cualidades de interacción y agencia son invisibles
a nuestros ojos; no obstante, desde el enfoque tratado aquí es posible plantear propuestas
acerca del origen de las mismas. En este caso, la idea de que las cuevas eran lugares
habitados por fuerzas espirituales habría preestablecido la posibilidad de interacción, siendo
una cuestión de grado la capacidad que tendría de incidir en algo. Si bien no siempre
podremos tener certezas de ello, ofrece una vía para acercarnos a la complejidad de
contextos más vivos y dinámicos de los que la “arqueología de patrones” puede hacerlo.
Esto no niega la importancia de identificar patrones en arqueología, sino de ir más allá de lo
que “unifica actitudes” para rastrear la diversidad de las relaciones sociales y de
interagencividad en el marco de comunidades más extensivas que las compuestas por
humanos. Dado que esto último es central en muchas de las sociedades que estudiamos los
arqueólogos, especialmente de cazadores recolectores, es también una vía para enriquecer
el estudio de este tipo de colectivos que supere la mera noción económico-espacial con la
que se suele identificar a estos grupos. Si entendemos a los sitios arqueológicos como
lugares y a las cosas como actantes, empezaremos a ver no solo la importancia que la
agencia tiene en un paisaje relacional, sino también la importancia de la acción
comunicativa en la reproducción o no de los mismos.
238
Sobre la base de esta propuesta analítica e interpretativa podemos hablar del papel activo de
las pinturas-en-la-roca. De acuerdo a la información arqueológica y etnográfica, es posible
suponer la existencia de una multiplicidad de intereses detrás de la realización de los
distintos tipos de motivos en las paredes rocosas. Podemos ir un poco más allá y suponer
que detrás de esa multiplicidad de intereses estaba la necesidad de interactuar, negociar,
inducir o controlar la presencia de ciertos recursos anímicos existentes. Al respecto, la
etnografía seri señala la relevancia que tenía el acto de trazar ciertos símbolos sobre
determinadas entidades para inducir el poder espiritual allí presente. Así, se pintaban
figuras en los huesos y en el caparazón de una tortuga laúd, en los huesos del venado u
otros animales grandes, en la cerámica, en la cestería, en los icocmolca, en el rostro, en el
cuerpo, en los cactus, en la cuevas, etc. [Bowen y Moser, 1968; Xavier, 1945/46; Moser y
White, 1970; Felger y Moser, 1985; Griffen, 1959; Hine, 2000], siendo cada caso diferente
en tanto diferente era el contexto y la intencionalidad. En todos los casos, sin embargo, se
buscaba la mediación de la vitalidad del objeto sea para controlar o para inducir su
capacidad de actuar, y esto se hacía mediante el trazo de ciertas figuras. De este modo, lo
que hacía quien realizaba la pintura en el objeto correspondiente era activar la agencia de la
cosa, lo que convertía a la figura pintada en “agente secundario”.
Ahora bien, como vimos más arriba, existe una amplia variedad de estilos en el arte
rupestre. Esto, en parte, podría responder al hecho de tratarse de prácticas relativamente
individuales en el marco de cierta flexibilidad y autonomía características de las sociedades
de bandas; pero también, y asociado a esto, a un deseo implícito de diferenciarse del resto.
Con relación a las figurillas talladas o icocmolca, Renteria sostiene que “existía una amplia
gama de temas, estilos y significados personales conocidos tan solo por aquel que los había
tallado o aquel que lo poseía, pues comúnmente estas pequeñas figuras eran abstracciones
cuyos particulares diseños constituían una de las mayores expresiones estéticas del universo
seri” [2006: 113]. Esto nos estaría indicando no solo la existencia de una variedad de estilos
en la realización de estas figurillas -las cuales, recordemos, eran talladas dentro del proceso
239
de búsqueda del poder espiritual-, sino también de la importancia de la distinción estética.
La distinción estética, tanto como la estilística, puede verse en otros aspectos de la vida
seri. Con relación a los jóvenes seris, Adam Gilg señala en 1692 que “decoran el cuerpo
desnudo con toda clase de colores, plumas y adornos. El joven que más se adorna goza de
más estimación entre ellos” [Montané, 1996: 155]. La manufactura de cualquier otro tipo
de artefacto no estaba exenta de la posibilidad de asociar al mismo con su hacedor a partir
de los rasgos estilísticos. Al respecto, en los autos que formó el alcalde mayor de Sonora,
Miguel Álvarez de la Bandera, sobre la insurrección de los seris de 1725, se muestra cómo
podían identificar a los seris que habían participado en un ataque a partir de las flechas
recogidas en el lugar. Así, “un indio de su misma nación seri, le dijo al que declara […] que
las flechas, las más, eran las que usaban los indios seris del Pópulo […] y entre ellas de las
que usan los salineros y tépocas” [Mirafuentes, 1979: 6]. En otro auto señala que “se le
pusieron a su vista cincuenta y tantas flechas que se pudieron recoger y se le preguntó si
conocía el echisgo de ellas, de qué nación eran. Responde que […] las flechas son de los
seris, y que cuatro o cinco de ellas en lo grande, grueso del carrizo y pluma larga son del
mador de los Ángeles llamado José de Aguirre” [ibid.: 8].
En el caso del arte rupestre, es probable que la diversidad de estilos responda a la relativa
independencia con la que se podía realizar la práctica, pero también a la búsqueda de cierta
estética personal con el afán de distinguirse de los demás motivos del mismo tipo. Si
consideramos a la pintura-en-la-roca como agente secundario y por lo tanto como parte de
la persona que la pintó, no es ilógico suponer la necesidad o el deseo de establecer una
diferencia a través de las imágenes, siendo que comparten el mismo lugar y probablemente
el mismo tipo de motivo. Pero además no olvidemos que se trata de una relación con la roca
en “el aquí y el ahora”. En este sentido, considero que la estética de una imagen es tan
importante como la estética de una danza y por lo tanto es también mediadora en el proceso
ritual.
Aquí tengo que hacer un paréntesis ya que salta a la vista un estilo que como ya lo había
mencionado no cumple con la variedad estilística ni estética que vengo señalando para la
mayoría de los motivos analizados; se trata de los antropomorfos geométricos. Si bien
aparecen en distintos contextos, esto se da de manera aislada ya que la gran mayoría se
concentran en la 1° tinaja de Tb4 (así como en las tinajas del cañón de La Pintada). Es
probable que, como se lo señaló para La Pintada [Contreras et.al., 2009], se ubiquen entre
las pinturas más antiguas, ya que en los pocos casos de superposición detectado los
antropomorfos geométricos están por debajo (Tb2; Ab8), aunque también hay que destacar
el repintado de varias de estas figuras. Pero más allá de esto, lo que sobresale es la
sistematicidad de su realización y la unicidad de su estilo, lo que difiere enormemente del
resto del arte rupestre analizado. Por tal motivo, considero que corresponden a otro tipo de
eventos o conductas asociadas a esta práctica y probablemente a grupos diferentes a las
bandas cazadoras, recolectoras y pescadoras que se movilizaban entre el mar y en desierto.
Por supuesto, es necesario realizar un estudio más acabado de los mismos.
En el arte rupestre, los distintos tipos de motivos con sus variantes estilísticas, pudieron
responder también a diferentes intencionalidades o propósitos de acción, lo que merecería
un análisis contextual profundo de cada uno de ellos. En este caso me centraré solo en un
tipo de motivo: las caguamas. En efecto, uno de los tipos de motivos que parecen tener
mayor dispersión y variabilidad interna ha sido la caguama. Esto me permitirá observar y
discutir algunos matices vinculados a la noción de cuerpo y persona. Considero que a través
de éstos la pintura de la caguama en la roca habría tenido una participación activa en la
negociación de la identidad tanto personal como colectiva de la gente que las pintó.
2. El entramado de la caguama
La figura de la caguama no sobresale del resto de las pinturas, ni por tamaño, ni por
ubicación ni por color, ni siquiera por cantidad. Simplemente se mezcla entre las demás
figuras como una más, tan anónima como silenciosa. Sin embargo, no es una más, al menos
en lo que al interés antropológico respecta.
Empecemos por el principio (dejando el mito de origen para después). Como lo aclaré en su
momento, es difícil establecer una cronología para el arte rupestre a menos que el contexto
nos permita inferir cierta temporalidad. Para el caso de las caguamas solo puedo proponer
una raigambre prehispánica para la mayoría de ellas siendo probablemente las que tienen
dedos las más tardías. Esto debido a la asociación de algunas de ellas con figuras cuyos
estilos geométricos sugieren una temporalidad tardía (Ab1, Ab2, LP). El sitio Tb9 es el que
mayor densidad de caguamas presenta, aunque ninguna de ellas tiene dedos. Aquí los casos
de superposición -cronológicamente útiles- sobre caguamas corresponden a improntas de
mano sin diseño interior (estilo 12a), probablemente históricas, y a un posible bovino en
blanco plano; ambos tipos de motivos presentan la misma intensidad tonal. En Tb1 también
hay un porcentaje importante de caguamas, siendo tal vez el sitio en el que se dan con
241
mayor variabilidad estilística; sin embargo, en ningún caso presentan superposición. En el
resto de los sitios, las caguamas están asociadas a figuras y tipos de motivos sin una
temporalidad definida. Dado que en ningún caso aparecen en paneles con motivos
claramente históricos, es que sugiero una temporalidad prehispánica para la mayoría de los
motivos. La diversidad de estilos así como las diferencias en intensidad tonal (yendo desde
tonos más desvanecidos hasta tonos más intensos) permiten suponer un rango temporal
bastante amplio aunque no muy antiguo –posteriores a las improntas de manos, estilos 12b
y 12c.
Cabe destacar que las caguamas aparecen siempre solas o en grupo pero nunca están
asociadas a otro tipo de motivo. En este sentido, las caguamas suelen representarse como
motivos simples (MS), en actitud estática y flotando en el espacio. Pero también aparecen
como motivo compuesto (MC) o motivo compuesto compartido (MCC), los cuales están
conformados por dos o más caguamas, en actitud estática o dinámica (lámina 2). Uno de
ellos se da en Tb1 y corresponde a un MCC. Esta conformado por siete figuras con
variaciones estilísticas pero con la misma tonalidad y ocupando el mismo campo. Las
cuatro caguamas de mayor tamaño –una de las cuales está boca abajo- presentan dedos y
están asociadas a tres figuras pequeñas dos de las cuales parecen sintetizadas en un
triangulo con aletas inferiores. En Tb9 hay tanto motivos simples como compuestos, que
aparecen en actitud estática, y realizados, como casi todo el panel, en color blanco, pintura
plana o lineal. A diferencia de éstos, llama la atención un motivo compuesto realizado en
color negro en la parte baja del abrigo y por lo tanto, poco visible. Se trata de once figuras
pequeñas que parecen estar saltando o danzando. Otro motivo compuesto aparece en Ab2.
Se conforma de doce figuras, tres de las cuales presentan dedos y parecen estar en una
actitud más dinámica mientras otras siete son pequeñas, estilizadas y estáticas.
242
En el capítulo vi mencioné las variantes principales que presentan las caguamas registradas
en las zonas de estudio (ver lámina 1). Como se puede apreciar, algunas son en términos
generales, más naturalistas y otras más esquemáticas. Algunas presentan cuello
excesivamente alargado, otras carecen de cuello o solo presentan una línea a manera de
cabeza-cuello. La forma de la cabeza varía de ser redonda a ser solo una línea, a veces
recta, a veces curva. Salvo un caso, solo las que tienen dedos tienden a mostrar la cara de
perfil. Las aletas superiores e inferiores también presentan variantes; las primeras suelen
estar hacia abajo aunque varias de las que tienen dedos están hacia arriba. Las extremidades
inferiores parecen variar un poco más. En estos casos es muy común la posición hacia
afuera, en forma recta o curva, de las aletas aunque también se muestran hacia adentro. Hay
figuras que solo presentan una sola cola o extremidad o incluso ninguna. La forma del
cuerpo es mayormente triangular con algunas variantes sutiles, y en muy pocos casos se
presenta de forma ovalada o redondeada. Como decía más arriba, la norma general respecto
a su tratamiento es la pintura plana, principalmente en negro aunque también en blanco
(Tb9) y en menor medida rojo o anaranjado. No obstante, algunas presentan diseño interior;
en estos casos sobresale la división horizontal siendo negro abajo y solo delineado arriba.
El resto de los diseños interiores casi no se repiten. En la lámina 3 aparecen las variaciones
formales más destacadas de este tipo de motivo.
Cabeza
Aletas
superiores
Aletas
inferiores
Cuerpo
Diseño interior
243
lo que la mayoría aparece en cuevas y abrigos rocosos. Entre éstas, los sitios que mayor
cantidad de figuras concentran son Tb1 (35 figuras), Tb9 (34 figuras), y Ab2 (12 figuras),
luego le siguen el resto de los sitios con cinco o menos figuras (Tb12 con 2; Tb13 con 5;
Ab1 con 5; Ab7 con 3; Ab13 con 1; Ab9 con 2; Ab4 con 1; IT con1) sumando 107 figuras
en total.
Ahora bien, ¿qué pasa si comparamos la presencia de caguamas con el resto de los
zoomorfos representados? Si descontamos aquellos que aparecen en paneles históricos y
con el estilo asociados a éstos -negro, plano, trazo fino- (esto incluye a los tipos de motivos
8, 9, algunos de 10 y 11) veremos que el resto del reino animal está muy poco representado.
En primer lugar, después de la caguama, está el venado que no suma más de diez figuras en
total (Tb8; Tb4 1° tinaja; Tb9; Ab6; Ab12; Ab4), luego le sigue la fauna marina con nueve
figuras (Tb4 1° tinaja; Tb9; Ab11; Ab4), y con una o dos figuras, aves, reptiles, roedores y
otros no definidos (Tb4 1° y 2° tinaja; Ab1; Ab2). En pocas palabras, el resto de los
zoomorfos juntos no alcanzan a igualar la cantidad de caguamas representadas (Tabla 31).
Incluso si consideráramos a los animales presentes en las escenas de caza o pesca (tipo de
motivo 10, excluyendo los motivos históricos), tampoco alcanzaría a las caguamas ya que
no son más de cuatro motivos. Esto nos indica, por un lado, que los animales pintados no
tienen necesariamente que ver con los animales consumidos. De ser así habría mayor
variedad de animales representados y tal vez más escenas de caza y pesca. Ciertamente, la
caguama ha sido uno de los recursos básicos de subsistencia; sin embargo, es probable que
esto se haya acentuado durante el arrinconamiento hacia la costa debido al acoso europeo y
mexicano, y finalmente por la adopción de la residencia permanente y el abandono de la
movilidad a principios del siglo xx [v. Griffen, 1959]. Entonces, si las caguamas
representadas en la roca no tenían que ver con la dieta ¿por qué las pintaban?
Tb1 12 35 1 1 13 18
Tb12 2 2 - - - -
Tb9 17 34 4 4 2 2
Ab1 4 5 2 2 1 5
244
Ab2 1 12 1 1 3 3
Ab6 - - 1 1 - -
Ab7 2 3 - - 1 1
Ab9 2 2 - - - -
Ab11 - - 1 5 1 1
Ab12 - - 2 2 1 1
Ab13 1 1 - - - -
Ab4 1 1 2 2 1 1
IT1 1 1 - - - -
Total 51 107 24 31 23 32
He tratado de comparar los tipos de motivos más cercanos entre sí, y que a su vez parecen
ocupar una franja temporal semejante. Como podemos ver, la caguama supera no solo al
resto del reino animal sino también a los antropomorfos (sin contar los que ya mencioné).
Con relación a éstos últimos, cabe destacar que solo detecté tres motivos compuestos, de
los cuales solo uno está en actitud dinámica. Este motivo aparece en Ab1 y está compuesto
por cinco figuras pequeñas cuyos brazos, que están alternativamente hacia arriba y hacia
abajo, culminan con tres dedos semejantes a los que tienen las caguamas (Lámina 4).
245
Lámina 4: Motivo compuesto, Sitio Abolio 1
Ciertamente, son los únicos antropomorfos que ostentan dedos, lo que es bastante coherente
con la diversidad estilística de este tipo de motivos. Ahora bien, no se trata de asumir que la
sola presencia de dedos estaría “antropomorfizando” a las caguamas. Tampoco se trata de
identificar qué de lo “humano” hay en lo “animal”. En primer lugar, porque no se trata de
entidades sustantivas y opuestas sino relacionales. En segundo lugar, porque se trata de
analizar la personeidad de la caguama y no su humanidad; en este sentido, recordemos que
en ontologías animistas ser humano no es lo mismo que ser persona. Asimismo, y aunado a
esto está la noción de cuerpo. Si bien aquí podríamos contentarnos con la identificación de
rasgos físicos de unos en otros, como ciertamente sería la presencia de dedos en animales
que tienes aletas, o la representación de una actitud humana como la danza o el salto en un
animal que carece de tales habilidades físicas, se trata también de analizar si existen
elementos o sustancias corporales que estén fusionados en una noción congruente del ser
seri (digo seri por carecer de otro apelativo, en realidad sería del Ser-ahí de aquellos que
pintaron la roca). Veamos al respecto qué nos aporta la etnografía.
Antes que nada, quiero subrayar la ausencia de estudios relativos a la noción de cuerpo y
persona entre los seris. Datos sobre la concepción de la vida o sobre las prácticas
mortuorias, que generalmente aportan información acerca de la noción de cuerpo y persona,
son muy escuetos y poco estudiados. Con respecto a la concepción, Moser [1970a] señala
que ésta “tiene lugar cuando el espíritu del bebe, Ziix kisit kisseet ka, ‘cosa-pequeña-alada’,
desciende como una minúscula figura voladora y entra en el cuerpo de la mujer” [Moser,
1970a: 201].82 En los últimos meses de gestación los seris creen que el feto se sienta en la
matriz y sostiene la placenta en su regazo. Cuando ya va a nacer, la placenta deja el regazo
y se mueve a la parte alta de la matriz desde donde comienza una serie de expansiones y
contracciones que eventualmente expulsan al bebe. Antiguamente, como ya fue descrito, la
placenta era enterrada debajo de un gran cactus. En los cuatro días siguientes al parto un
fuego ritual se mantiene encendido con el fin de “cocer” al bebe de la misma manera en que
se cocina una vasija [ibid.: 206]. Luego del parto los padres no pueden comer carne de
246
ningún tipo (“nada que tenga sangre”), durante ocho días la madre y cuatro días el padre,
mientras que la madre solo puede beber agua caliente [Griffen, 1959; Moser, 1970a].
Con relación a las prácticas mortuorias, el Padre Adam Gilg sostenía que luego de entonar
cantos de duelo y pintarse la cara de negro, colocaban a sus muertos en los árboles para que
se secaran al sol. Kroeber [1931] en cambio, señala que éstos eran enterrados, sus
pertenencias eran quemadas y se dejaba de mencionar el nombre del difunto. De acuerdo a
Moser [1970b], es posible que los entierros elevados en los árboles hayan sido poco
frecuentes. Asimismo, parece haber sido común el traslado del cuerpo del difunto a su
propio ihizitim o “territorio” [Moser, 1976]. Por otro lado, se dice que la tierra de la muerte,
KwáXiyat, está ubicada en el cielo un poco al norte de donde el sol se pone, y es idéntico a
este mundo. Todas las buenas personas van allí y las mejores cosas que una persona tenía
en la tierra allí también estarán. Siempre hay buena caza y buena pesca allí. De acuerdo a la
costumbres seris, nadie debe ver al sol poniente cuando está cerca de la tierra de la muerte
ya que podría tener mala suerte o incluso morir. Cuando una persona se va a dormir, nunca
se ubica hacia el lado donde se pone el sol hasta que la noche ya este avanzada [Griffen,
1959: 20-21]. Algunos dicen que cuando el seri muere renace en el norte como Cocopa”
[Kroeber, 1931: 15].
El término genérico usado para cualquier animal es ziix ccam, “cosa que-está-viva”, y se
usa hasta que uno sabe qué tipo de animal es. Un ser humano es ziix quiisax, “cosa con-
alma (o espíritu o respiración)”. Los seres humanos no son considerados un tipo de animal
(como en occidente) a pesar de que el humano tiene icám, “su-vida” y que el animal tiene
ihiisax, “su aliento”. Las plantas, por otro lado, son denominadas genéricamente como
hehe, término que también se usa para designar a la vida de la planta, la cual es formada por
Icor, poder invisible. Cada planta tiene su Icor, pero solo algunas tienen un poder especial,
como por ejemplo el cactus órgano (senita), y el barrel cactus o el torote (Bursera
microphylla) [Felger y Moser, 1985: 59-60, 102].
Ahora si, empecemos por el principio de todo… Las distintas versiones del mito de origen
concluyen que fue una caguama la que consiguió traer arena del fondo marino para que
Hant Caai formara la tierra. Algunas versiones hablan de la gran tortuga verde (Chelonia
Mydas) y otras hablan de la tortuga de siete filos o tortuga laúd (Dermochelys coriácea).
Particularmente la primera ha sido uno de los recursos alimenticios más importantes y
principal fuente de proteínas, además de haber sido aprovechada en la manufactura de
numerosos productos materiales (lámina 5).
248
Dermochelys coriácea o tortuga laúd
Es la mayor de las tortugas, alcanzando una longitud de 2 metros y un peso
de más de 600 kilos. Debido a su tasa metabólica y a su gran tamaño,
puede mantener una temperatura corporal de hasta 18 °C sobre el agua
circundante. Posee un caparazón liso y oscuro, con crestas que lo recorren
desde la cabeza hasta la cola. Se trata de un caparazón hecho de tejido
conectivo blando en lugar de escudos óseos. Las aletas delanteras de la
tortuga laúd son mucho más largas que en el resto de las tortugas. En los
individuos adultos, la distancia de punta a punta puede ser de hasta 2.70
metros (información tomada de Wikipedia).
De acuerdo a Felger y Moser [1985], los seris tenían nombre para cuarenta tipos de tortugas
marinas, muchas de las cuales eran variantes de la Chelonia, como la caguama prieta o
caguama negra, mientras que otros nombres eran para distinguirlas por edad. El término
moosni era usado indistintamente para hablar de todas las tortugas marinas o bien para
referirse a la más común de todas que era la caguama verde. Entre los cantos con peligro
asociados a los cantos de la naturaleza estaban los de la gran tortuga verde los cuales se
entonaban para lograr habilidad en la caza de la caguama pero también para tener
resistencia contra las enfermedades [Griffen, 1959: 16; Bowen y Moser, 1970: 196].
Diversos autores coinciden al afirmar que todas las tortugas marinas ocupaban un papel
importante en la tradición oral y en el ritual, no obstante la más destacada era la tortuga
laúd.
La Dermochelys coriácea, tortuga laúd o también llamada tortuga de siete filos es la tortuga
más grande del mundo pero al parecer nunca ha sido muy común en el golfo de California.
De este modo, cuando se atrapaba una de estas tortugas gigantes se debía hacer una fiesta
para evitar que su poderoso espíritu le hiciera daño a quien la atrapó. Algunas versiones
sostienen que la tortuga laúd, el pez vela y la mariposa nocturna eran miembros de la
misma familia. La tortuga laúd era femenina y había perdido a su hermano. De tanto llorar
por su pariente muerto su cara estaba manchada. En otra versión, la tortuga era una madre
que lloraba por la pérdida de su hijo (nótese la semejanza con el relato anterior). Por tal
motivo, cuando se atrapaba una caguama de siete filos debía hacerse una fiesta para
tranquilizarla y alegrarla [Felger y Moser, 1985]. Es interesante la narración que al respecto
ofrece una de las informantes de Felger y Moser:
“Al comienzo, cuando la tierra no estaba terminada, había familias pero nadie moría.
Entonces en una familia alguien murió. La tortuga Laúd era miembro de esa familia junto
249
con el pez vela y la mariposa nocturna. Ellos vieron morir a la primera persona. Luego vino
la inundación […] La primera persona que murió fue cuando ellos eran animales. Esta es la
razón por la cual cuando se atrapa una tortuga Laúd la cosa es diferente. Si la fiesta no se
realiza puede ocurrirle algo malo a quien la atrapó, a los que estaban allí. Si la fiesta se
realiza entonces habrá felicidad” [1985: 42].
La fiesta de la caguama de siete filos duraba cuatro días, tiempo durante el cual la caguama
permanecía bajo una pequeña estructura de ocotillo. Se dice que la caguama de siete filos
entiende el habla seri, por eso la gente susurra cuando está en su presencia [Felger y Moser,
1985: 44]. Durante la fiesta, la cabeza, las aletas y el caparazón eran decorados con
símbolos de poder (líneas, puntos y zigzags) mientras los ancianos hablaban con la
caguama para agradecerle su presencia. Si al cabo de los cuatro días de ceremonia la
caguama seguía viva, era devuelta al mar para que nadie le hiciera daño, mientras todos
lloraban al verla partir pues era considerada una persona seri. Si la caguama moría entonces
se comía su carne y se limpiaban sus huesos para posteriormente ser pintados con diseños
similares a los que se usaban en la pintura facial, o símbolos de poder tales como puntos,
líneas y zigzags [Felger y Moser, 1985; Renteria, 2006]. Algunos huesos pintados eran
conservados como fetiches (lámina 6). Como hacía referencia más arriba, la pintura de
ciertos diseños sobre los huesos de animales grandes como la caguama de siete filos
significaba el control de sus poderosos espíritus [Bowen y Moser, 1968].
250
Lámina 6: Hueso de una tortuga laúd pintado con símbolos de poder luego de una
fiesta llevada a cabo en 1967, mide 22.5 cm [tomado de Felger y Moser, 1985: 46].
Otro dato interesante nos lo aportan Moser y White [1968] con relación a un estudio
realizado sobre una colección de 421 figurillas de arcilla provenientes de la costa central de
Sonora e Isla Tiburón. Los autores definen cinco tipos de los cuales los dos primeros
corresponden a los más antiguos y abundantes. El Tipo 1, que comprende el 61% del total
de la colección, se distingue por la siguiente combinación de rasgos: cabeza triangular en
punta, cuerpo sub-rectangular a irregular y una larga cola, puede o no tener brazos. Algunas
están decoradas con pequeñas perforaciones incisas en la parte alta del cuerpo; otras tienen
líneas paralelas incisas horizontalmente en el rostro. Las figurillas del Tipo 2 son similares
aunque más cortas. Se trata de pequeñas figurillas femeninas con piernas crudamente
moldeadas; algunas también tienen los pechos moldeados. La decoración consiste en líneas
paralelas y puntos incisos que suelen aparecer en la parte alta del cuerpo. El Tipo 3 es una
forma más estilizada. Se trata de dos triángulos equiláteros unidos uno encima del otro. La
cabeza es una elongación del triángulo superior y carece de extremidades. El Tipo 4 se
caracteriza por tener una base redondeada, mientras que el Tipo 5, de solo seis
especímenes, sobresale por la clara representación de las piernas.
Según reportes de finales del siglo xix y principios del xx, tales figurillas servían como
juguetes o muñecos para los niños. De este modo, “las niñas pretendían que las figurillas
eran adultos y representaban situaciones de la vida real con ellas” [Moser y White, 1968:
148]. Asimismo, los seris sostienen que sus ancestros usaban las figurillas solo para jugar
aunque ya hace muchos años que no se usan. La posibilidad de que estas figurillas hayan
sido usadas como un elemento de aprendizaje y socialización para niños y niñas es un dato
sumamente interesante para la reconstrucción de la noción seri de persona, particularmente
cuando indagamos en su posible origen.
En síntesis, hay tres puntos que me parecen pertinentes. Primero, el uso de los huesos de las
caguamas como muñecos; segundo, el uso de las figurillas como muñecos; y tercero, el
posible origen de las figurillas-muñecos en la imagen de la caguama.83 Como vemos, en los
tres puntos está la caguama como denominador común. Lo que une a los tres se ubica
251
justamente en el proceso de aprendizaje y socialización temprana de los niños con la
caguama. Esto es interesante en tanto que implicaría un proceso de familiarización con una
forma particular de persona, o bien con cierta corporalidad asociada al ser seri. Pero
también, probablemente, con la subjetividad de la caguama, algo en lo que el hueso como
muñeco, el hueso como fetiche y/o el caparazón pintado tienen mucho que decir. Antes que
eso, volvamos a la referencia de Adam Gilg respecto a la caracterización de los jóvenes
seris. Allí dice que “decoran el cuerpo desnudo con toda clase de colores, plumas y
adornos”. En una nota al pie desprendida de la palabra adornos, el autor (quien hace la
traducción directa del texto original en alemán), aclara: “literalmente dice: juguetes de
niños”. En pocas palabras, los jóvenes decoraban su cuerpo con lo que Gilg sabía eran
juguetes de niños. ¿Tendrían algo que ver estos juguetes de niños con los muñecos en
cuestión, sean estos de hueso o de arcilla? Si es así, ¿estarían asociados a la caguama?,
¿formarían parte del mismo campo de significación corporal? Dado que la identidad se
inscribe en el cuerpo dudo que no tuvieran sentido alguno, el asunto es si ese sentido se
asociaba o no a la caguama, a su esencia o corporalidad.
Las partes del cuerpo como huesos, carne, tejidos, piel, sangre y otros fluidos, son
componentes esenciales de la vida y por lo tanto contienen las cualidades de la persona,
humana o no humana -lo que para los seris se traduce en el poder espiritual de la misma. El
contacto o consumo de partes del cuerpo de ciertos animales en determinados contextos o
momentos de la vida puede afectar a la persona modificando su estado. Es por ello que
luego de una batalla, la cabellera y las prendas ensangrentadas del enemigo muerto debían
ser des-subjetivadas para que no dañaran al vencedor. Es por ello también que la mujer
embarazada o la niña menstruante deben evitar consumir carne o cualquier alimento que
tenga sangre. En este sentido, las partes del cuerpo son también elementos activos que
pueden afectar a aquellos que entran en contacto con las mismas en determinados contextos
relacionales.
Ahora bien, de la misma manera en que el contacto puede afectar a la persona, también
puede transmitirle sus cualidades y esencias. Los huesos pintados usados como fetiches
pudieron haber tenido este efecto, ya que el hecho de controlar el espíritu de la caguama
mediante sus símbolos implicaría que aquel que lo hacía disponía de las cualidades y
esencias del animal. Los huesos de la caguama utilizados como muñecos a través del juego
cotidiano pudieron haber tenido un efecto similar. Si, como dicen Moser y White, las niñas
usaban a los muñecos de hueso, de piedra o de arcilla para representar escenas de la vida
cotidiana,84 no sería ilógico imaginar una paulatina y “natural” socialización entre la
caguama y el ser seri, en parte a través del contacto con el hueso pero también a través de la
mimesis de su forma. En otras palabras, además del hueso como sustancia está su forma
como mimesis y con ello la adquisición de sus cualidades y esencias. Si pintar los huesos o
el caparazón de la caguama significaba establecer un tipo de relación con el poder espiritual
de la misma, entonces es probable que la imitación de su corporalidad en los muñecos o en
el arte rupestre, tuviera que ver con cierta noción de mimesis.
Willerslev sugiere hablar de mimesis en un sentido más limitado como “el lugar de
encuentro de dos modos de ser-en-el-mundo” [2007: 9]. Para el autor, la mimesis no es solo
imitación. Los yukaghirs de Siberia imitan a otras entidades poderosas no solo para
representarlas sino también para ejercer un poder sobre ellas. Así, el cazador cuando imita a
su presa no lo hace como un doble perfecto sino manteniendo claras diferencias, por lo que
se trataría de identificaciones parciales, no totales. De este modo, dice el autor, la mimesis
no es solo semejanza sino también diferencia. Es por medio de sus diferencias que se puede
ejercer poder sobre lo otro. Sin diferencias, el imitador y el imitado colapsarían
mutuamente volviéndose uno y haciendo imposible cualquier ejercicio del poder. Si la
mimesis es total y el imitador se pierde en lo que imita, no estaríamos hablando de mimesis
sino de metamorfosis. Los objetos miméticos son entonces resultado de una apropiación del
poder de otros, produciendo así un tipo diferente de objeto subjetivado [Willerslev, 2007:
11-12; Santos-Granero, 2009a]. ¿Podrán ser las caguamas pintadas en la roca este tipo de
objeto subjetivado?
La caguama, sea cual sea la especie, ha sido considerada como el “animal más importante”
[Griffen, 1959: 12], o como el “símbolo distintivo de la cultura seri […] El tema de este
reptil marino impregna el pensamiento seri y las actividades cotidianas desde el mito de la
creación hasta su comercialización actual con los pescadores mexicanos” [Smith, 1970: 6].
Como hemos visto, la centralidad de la caguama en los mitos de origen y en su vida
cotidiana es clara como también lo es su personeidad. Ahora bien, de acuerdo a los datos
analizados podríamos decir que la caguama siempre fue persona (incluso antes que los
seris) pero nunca fue humana, mientras que los seris, que siempre fueron personas, nunca
fueron caguamas. Sin embargo, hay una evidente asociación entre ambos que incluso roza
el parentesco, una asociación que parece haber estado marcada por una identificación
parcial y no total entre la caguama y el ser seri. Esta identificación parcial es lo que
Willerslev define como un lugar de encuentro entre dos modos de ser-en-el-mundo.
Si las pinturas rupestres muestran caguamas, éstas no reflejan una imagen idéntica a la
realidad (como en el arte paleolítico, por ejemplo) por lo que no habría una asimilación
completa de la caguama –como tampoco lo habrían en los muñecos o en las figurillas. La
presencia de rasgos humanos en la caguama pintada tampoco hablaría de una
“humanización” del “animal”. Antes que eso, caguamas y seris son personas pero ambas
son diferentes, y su diferencia radica en el cuerpo y en la cualidad espiritual. El seri no
pretende ser caguama (al menos la información etnográfica y arqueológica no ofrece
ningún dato al respecto), pero tal vez sí disponer de esa cualidad y esencia. Si la mimesis de
la caguama estuvo presente en muñecos o en “juguetes para niños”, en huesos pintados o en
fetiches, la pintura de la caguama en la roca podría estar indicando nuevamente una acción
tendiente a capturar esa subjetividad. Es sobre esta subjetividad de la caguama sobre la que
desde la niñez se iría construyendo la noción seri de persona.
253
Considerando que la práctica de pintar la roca era básicamente individual y que la imagen
de la caguama en tanto objeto mimético implicaba un tipo de relación que incidía en la
producción de la persona, es probable que el acto de pintar la roca tuviera un fuerte
trasfondo identitario. En este sentido, es probable que con la pintura de la caguama en la
roca se buscara reafirmar la identidad social de la persona que la pintó a través de la
fabricación de su cuerpo. La fabricación del cuerpo es central en las ontologías relacionales
y concierne a una serie de intervenciones sobre las sustancias que comunican al cuerpo y al
mundo, siendo así la causa y el instrumento de las transformaciones en términos de
identidad social [Viveiros de Castro, 1979; 2004]. Si, como se dijo, el acto de pintar la
caguama en la roca resultaba en la adquisición de su cualidad o subjetividad, esto habría
incidido en la fabricación del cuerpo de la persona afectando de alguna manera la identidad
de la misma.
NOTAS
74 Recordemos que en ambientes semidesérticos las lluvias son cortas pero torrenciales por
lo que el efecto fenomenológico descrito se produciría en momentos muy puntuales y de
corta duración.
254
sectores haya mucha superposición. Casualmente, donde mayor superposición hay es
justamente a la altura de una persona parada aunque (probablemente por saturación de esos
espacios) también se da a mayor altura. En varios sectores es probable que hayan tenido
que utilizar algún tipo de soporte artificial (escalera, andamio o los hombros de otra
persona) para realizar las pinturas. Hay sectores con pinturas cuyo acceso es muy riesgoso
77 Solo dos de veintiséis sitios presentan grandes riesgos para acceder a ellos (2 ° y 3 °
tinaja de Tb4). Otros seis sitios (Tb2, Tb12, 2 ° nivel Tb4, Ab13, Ab9, It1) solo requieren
ascender la ladera presentando un riesgo mínimo. Al resto se accede fácilmente caminando
por el fondo del cañón.
78 Un sitio cuya ladera comienza a los cinco o siete metros de la pared no permitirá
apreciar las figuras más allá de esta distancia, a diferencia de un sitio con una mayor
extensión y el mismo tamaño de las figuras.
79 Hay, por supuesto, ciertas recurrencias que se salen de este patrón, como la dificultad de acceso, la alta
visibilidad del entorno, y una cierta incomodidad en la postura requerida para la realización de las pinturas.
Mientras los dos primeros casos suelen asociarse a contextos históricos (salvo Ab9), el último parece
corresponder a situaciones aleatorias. Cabe destacar que en el cañón de La Pintada, hay sectores que
presentan dificultad de acceso y de realización de las pinturas, mientras que hay otros a los que se accede
fácilmente. Asimismo, hay figuras de gran tamaño aunque ésta no es la constante.
82 Esta forma alada del alma en la concepción es similar a la registrada para los yoreme y
rarámuri, y como en aquellos es posible que la misma perdure luego de la muerte de la
persona.
83 Recordemos que esta hipótesis no está dirigida a todas las figurillas sino solo al Tipo 1
que corresponde al 61% del total.
84 “A veces las niñas ubicaban sus figurillas incluyendo a muñecos de piedra o de hueso,
en círculo para representar el Iquimóoni, la danza de la victoria seri. A veces los círculos o
semicírculos representaban grupos de familias, los muñecos eran dispuestos de acuerdo a la
altura para mostrar sus respectivas edades” [Moser y White, 1968: 148].
IX. CONCLUSIONES
255
Una de las metas de esta tesis era plantear una propuesta metodológica que permitiera
interpretar las prácticas y mecanismos sociales mediante los cuales los cazadores
recolectores producen sus identidades individuales y grupales, y así reconocer la manera en
que se identifican a sí mismos en el mundo. Este interés respondía a la necesidad de
aproximarnos al estudio de prácticas sociales pasadas desde formas de Ser-ahí en donde la
manera de ser y de conocer, de relacionarse y de comunicarse se fundamentan en
parámetros ontológicos que no se corresponden necesariamente con la concepción moderna
y occidental de ser en el mundo. Esto requería de enfoques que no estuvieran anclados a
esquemas cartesianos y evolucionistas -y que de alguna manera siguen permeando las
interpretaciones arqueológicas- para aproximarnos a los propios esquemas nativos de
entender el mundo. Esto no quiere decir que dejemos de utilizar nuestros conceptos
occidentales ya que desde la pregunta inicial que impulsa cualquier investigación esta
implícita nuestra forma de Ser-ahí. En este caso, el interés en tópicos como la identidad y la
agencia son asuntos que, como fue dicho en los apartados correspondientes, preocupan a
nuestra sociedad e interesan al ámbito académico, al menos desde la segunda mitad del
siglo xx. Sería iluso plantear una investigación desde las preocupaciones o intereses nativos
y en sus propios parámetros ontológicos sin volcarle nuestras propias interpretaciones ya
que la sola idea de investigación y todo lo que rodea al concepto, es moderno. 85
Sin embargo, si bien las preguntas pueden ser nuestras dejemos que las respuestas tomen
sentido desde sus propias formas de Ser-ahí. Esto implica, en primer lugar, tener conciencia
de nuestras categorías y conceptos, de dónde provienen y cómo se formaron, para saber si
son aplicables o no, o de qué manera deberíamos aplicarlos en el estudio que realizamos y
sobre todo en la argumentación que proponemos. Hacer una argumentación acerca del
pasado significa darle voz a un pueblo que ya no está, lo que hace el investigador con base
en su experiencia y formación académica. El asunto es cuánto “escucha” el investigador a
ese pueblo, cuán abierto está a argumentar desde posturas que no impliquen el clásico
nosotros vs los otros, sino que conduzcan a aprehender diversas formas de ser-ahí. Al hacer
discursivos nuestros doxas más cotidianos, notamos que no existe un abismo que nos
separe del Otro-exótico. Más bien, podríamos decir que es el pensamiento moderno,
fundado sobre una distinción categórica entre el mundo de los objetos y el mundo de los
significados, lo que resulta excepcional, además de ser un ideal [Vigliani, 2011]. No hay
Otro-exótico porque no hay opuestos cerrados sino diversidad fundamentada en entramados
relacionales particulares, social y políticamente negociados.
De este modo, la revisión de nuestras categorías nos lleva al mismo tiempo a cuestionarnos
acerca de otras formas de ser y conocer el mundo. Considero que para el arqueólogo que
estudia sociedades premodernas es fundamental la lectura de literatura etnográfica ya que
permite reconocer otras formas de ser-ahí. La información etnográfica de los grupos de la
zona de estudio o cercanos a ella le ofrecen al investigador la posibilidad de evaluar y
analizar la manera en que estos grupos conocen, se identifican y se relacionan. En otras
palabras, le permite al investigador familiarizarse con el trasfondo ontológico en el que se
desenvuelven las prácticas cotidianas y que en definitiva le da sentido a las cosas. Este
ejercicio no significa abandonar la reflexión científica y dejarse llevar por el relativismo del
discurso nativo, ya que como dije, siempre estaremos metiendo nuestra cuchara. Más bien,
implica un ejercicio de apertura y de análisis, de un análisis que no se acaba en el “otro”
sino que nos envuelve en una actitud (auto-) crítica de lo que estudiamos y de cómo lo
256
hacemos. Esta es la función de la hermenéutica: si interpretamos desde algún lado es bueno
saber desde dónde, cómo y por qué. De este modo, a partir de la revisión crítica de nuestras
categorías y de una apertura hacia otras formas de ser y de conocer podremos plantear y/o
aplicar herramientas metodológicas que nos permitan interpretar la información desde una
posición ontológica más cercana a la de los grupos que estudiamos.
Así, uno de los puntos centrales de esta tesis fue la relacionalidad, y con ello la noción de
personhood o personeidad, es decir, la idea de que la gente se constituye a partir de la
totalidad de sus relaciones -relaciones entre humanos, animales, cosas y lugares, a lo largo
de su vida y después de la muerte. Al reconocer la relacionalidad en la conformación de la
persona, el paisaje deja de ser algo ya dado, ajeno y externo a la gente, para convertirse en
algo activo y constitutivo del ser. La noción de paisaje pasa de ser algo que está enfrente de
la gente a ser algo que es parte de ella. De este modo, la agencia del paisaje y la
personeidad son una y la misma cosa. Para decirlo de otra manera, si la persona se hace a
partir de sus relaciones, esas relaciones se van entretejiendo en un paisaje que la van
conformando a lo largo de su vida e incluso después de la muerte –por ejemplo, cuando el
alma del difundo vuelve sobre los pasos que recorrió en vida para recuperar cada parte de
su cuerpo. El paisaje debe entenderse particularmente a partir del concepto de lugar, es
decir, de cada área espacio-temporal marcada por relaciones particulares que quedan
incorporados en la memoria personal y colectiva de la gente. De este modo, si hablamos de
relaciones no estamos hablando de un ser aislado y fenomenológicamente único sino de un
ser interactuante. Esta interacción implica comunicación en algún grado.
Propuse que en ontologías animistas o perspectivistas esta interacción incluía al menos dos
dimensiones de comunicabilidad absolutamente entrelazadas: la comunicación sensorial
con entidades no humanas del entorno, y la comunicación lingüística entre los miembros de
una comunidad, lo que permite la socialización de las experiencias cotidianas y con ello la
renovación, confirmación o negociación de su mundo de la vida. Los lugares y los
elementos del paisaje quedan así incorporados, a través de las experiencias compartidas y
de la narración de las mismas, a la biografía personal y colectiva de la gente. Podría decirse
entonces que la biografía es textura del paisaje tanto como el paisaje es tejido de sus
propias historias. Es así como el paisaje toma sus formas, esto es, a través de un proceso de
incorporación más que de inscripción. Al decir de Ingold [2000: 198], las personas no
inscriben sus historias de vida sobre la superficie de la naturaleza, como lo hace un escritor
257
sobre un papel, sino que estas historias se van entrelazando en la textura de la superficie
misma. Es posible que sea esto lo que haya percibido Hills en los años setentas cuando
respecto a los seris dice “sus mapas nos cuentan historias”, ellos “pueden ‘ver’ el tiempo y
espacio como un continuum, representado en sus mapas como relaciones interpersonales
con la tierra que conocieron a través de historias, mitos, cantos y viajes” [Hills, 2000: 580].
En ontologías relacionales, la dividualidad implica que los límites de una persona fluctúan a
lo largo de la vida en virtud de las múltiples interacciones con objetos, gente, animales y
lugares, las que dependiendo del grado de agencia o vitalidad incidirán en su condición de
persona. Las personas están constituidas de rasgos o elementos del mundo material, los
cuales pueden ser transmitidos a través del cuerpo humano, o a través de partes del cuerpo
de un animal, de una figura, de una imagen-en-la-roca o de otros tantos mediadores. Un
ejemplo a considerar entre los seris es el entierro de la placenta. En este caso, podríamos
decir que la persona comienza a ser persona a partir de este acto. Sea como sea, es posible
ver en el entierro de la placenta y con ello en el lugar al que cada adulto está sujeto, el
trasfondo biográfico en el que se va tejiendo el paisaje. Se trataría pues, de un paisaje
biográfico o más bien -para no ponerle etiquetas al paisaje y limitarlo a ello- de una
“biografía topológica”; una biografía tanto personal, e individualizada en el lugar de
entierro, como colectiva y compartida dentro de la ihizitim. Se trata de una biografía
marcada en el paisaje, una biografía que se va tejiendo a través de lugares con historias y
relaciones particulares mediante las cuales la persona se hace y el cuerpo se fabrica.
En tal sentido, creo que la pintura-en-la-roca, en tanto lugar, puede ser considerada como
parte de esta biografía topológica. Si en el acto de pintar la roca la figura fungió como
agente secundario actuando como una extensión de su hacedor, la figura será siempre parte
de quien la pintó. Se establece de este modo, una relación única y personal con la pintura,
con la roca y con el lugar, en el aquí y el ahora (además obviamente, de la relación única y
personal que se establece con la vitalidad de ese lugar, o, en términos seris, con el poder
espiritual del mismo). Ese lugar, ese punto espacio-temporal marcado por esa relación
particular, será biografía topológica y por ende textura de su propio paisaje. Por otro lado,
si reconocemos la importancia que tenía la subjetividad de la caguama en la noción seri de
persona, podemos suponer la centralidad que tendría ese lugar (el de la mimesis de la
caguama en la roca) en la biografía topológica de la persona. La agencia de la caguama en
la conformación de la persona supone que el acto de pintar su imagen en la roca marcaría
una relación o vinculo de importancia para la identidad del individuo. Dado que, como
suponemos, los lugares elegidos para ser pintados podían ser reutilizados dependiendo de la
capacidad de agencia del mismo y de su socialización, la biografía personal quedaría
entonces entrelazada en una biografía colectiva y compartida en el lugar. En síntesis, si una
de las metas de esta tesis era interpretar y analizar las prácticas y mecanismos por los cuales
los grupos producían y negociaban sus identidades personales y colectivas, es probable que
algunas de estas prácticas y mecanismos estuvieran inscritas en lo que denomino biografía
topológica, entre ellas, el acto de enterrar la placenta o el acto de pintar la roca.
Otro de los objetivos de esta tesis era definir categorías y conceptos que permitieran
analizar la dinámica de construcciones sociales como las bandas cazadoras recolectoras. En
este sentido, considero que desde un enfoque relacional la noción de persona y la agencia
de las cosas constituyen categorías centrales para el estudio de este tipo de colectivos
258
sociales, categorías que además ofrecen la oportunidad de indagar en la diversidad que
pudiera haber entre estos grupos. Ambas categorías nos permiten entender mejor la manera
en que las identidades se conforman y negocian. Así, mientras la noción de persona, tal y
como es conceptualizada por una comunidad dada, ofrece el formato para la interacción
social, la realizacion de la persona misma involucra otros factores de la identidad como el
género, la edad, etc., algo que no ha sido tratado en esta tesis pero que permite vislumbrar
interesantes vías de análisis futuras. Aunado a esto, uno de los conceptos que emerge del
análisis realizado aquí es la idea de autonomía.
En primer lugar, hay que resaltar que la idea de autonomía, junto con la noción de
inmediatez y del compartir, es regularmente señalada en la etnografía de bandas cazadoras
recolectoras como una forma distintiva de socialidad [v. Ingold, 2001]. En el presente caso
de estudio, la información etnográfica destaca el “carácter individual” del ser seri, el cual
“remite a la capacidad de cada persona por decidir qué es lo mejor para sí mismo,
independientemente del proceso social colectivo. Esto no implica que la sociedad seri
carezca de medios avocados a la integración e intercambio [sino señala] el enorme peso que
las decisiones y preferencias personales tienen en el proceso social seri” [Renteria, 2006:
104]. Parte de este “carácter individual” se manifiesta en el acto de entierro de la placenta
del recién nacido o en el mismo proceso de búsqueda de poder espiritual [Griffen, 1959;
Felger y Moser, 1985; Renteria, 2006]. Con relación a esto, cabe recordar que uno de los
principales elementos que resaltaba en el arte rupestre analizado era la variabilidad
estilística, esto es, la diversidad de elecciones conducentes a la práctica pictórica. Proponía
que esta diversidad de estilos bien podía estar reflejando una multiplicidad de elecciones
individuales o de grupos pequeños asociado a cierto grado de autonomía que caracterizaría
a estos grupos. Es necesario destacar que esta noción de autonomía es muy diferente a la
idea occidental y moderna de individualismo. Como veíamos al principio de esta tesis, para
nosotros, la noción de persona se centra en la idea de individuo, esto es, de un agente
racional encerrado dentro de la privacidad de su cuerpo físico, consciente de si mismo y
constituido independientemente y con anterioridad a cualquier tipo de interacción social. El
individuo ya constituido se enfrenta a la sociedad, una sociedad que consiste en un
agregado de “otros” iguales con los que compite en la arena pública. Las relaciones que se
entablan en esa arena están caracterizadas por el anonimato, es decir, la ausencia de un
involucramiento directo e intersubjetivo. En este sentido, la autonomía esta dada desde el
principio y es anterior a cualquier relación social [Ingold, 2001].
En contraste con este ideal occidental de autonomía está la noción que caracteriza a las
bandas cazadoras recolectoras. De acuerdo a Ingold [2001], el principio básico es que la
autonomía personal nunca se ve comprometida por las relaciones con los demás. Más bien,
dice el autor, es a través de sus relaciones que las personas se constituyen como agentes
autónomos. Esto implica que la dicotomía entre los público y lo privado, del ser y de la
sociedad, no tiene sentido para las bandas cazadoras recolectoras. En estos grupos, cada
persona es el centro de agencia y de conocimiento dentro de un medio social que no tiene
fronteras fijas de exclusión social y que, por el contrario, provee sustento, protección,
compañía y apoyo. La capacidad de una persona para actuar por propia iniciativa surge de
una historia de continuo involucramiento con los demás a lo largo de las actividades
diarias. En síntesis, dice el autor, la autonomía del cazador recolector es relacional.
259
Este tipo de autonomía relacional es lo que permite entender la variabilidad estilística y
estética en el arte rupestre analizado,86 una variabilidad que sin embargo se combina con
cierta reiteración en el uso de los lugares. Como veíamos en el capítulo anterior, no hay un
patrón evidente en cuanto al tipo de motivos y al tipo de lugares en el que cada uno está
pintado. Sin embargo, los lugares escogidos para pintar –entre los que sobresalen las
cuevas- suelen ser los mismos más allá del tipo de motivo representado. En otras palabras,
los lugares se comparten, una actitud que lejos de ser incompatible con la idea de
autonomía, es tan complementaria como necesaria. Ciertamente, las personas que viven de
la caza y la recolección dependen unos de otros para la supervivencia diaria. Sin embargo,
esta dependencia mutua no compromete la autonomía. Las personas “se hacen” en un
contexto de socialidad inmediata a través de lo cual incorporan sustancias, conocimiento y
experiencia de otros -humanos y no humanos- en tanto que comparten no solo alimentos y
bienes materiales, sino también actividades, lugares de habitación, compañía, historias y
memoria. Así, la práctica de compartir hace posible que las personas dependan unas de
otras sin perder autonomía [Ingold, 2001: 408].
Ingold destaca que la forma en que los cazadores recolectores viven no puede entenderse
como ejemplo de ningún tipo esencial de sociedad, tal y como se la ha concebido desde el
discurso de la modernidad. Más bien, “los cazadores recolectores nos muestran cómo es
posible vivir socialmente (esto es, conducir la vida de cada uno dentro de una matriz abierta
de relaciones con otros, humanos y no humanos) sin tener que ‘vivir en sociedades’”
[Ingold, 2001: 399]. De este modo, para entender la dinámica de este tipo de colectivos
sociales creo fundamental situar el análisis en el marco de un paisaje relacional. Es decir,
no se trata simplemente de analizar la relación de la gente con el entorno, sino de
considerar el rol activo y dinámico que las entidades y las formas del paisaje puedan tener
en la condición de persona y por ende en la noción de comunidad. En pocas palabras, el
concepto de paisaje relacional da cabida a una idea de comunidad más extensiva que la
humana, evitando con ello dualismos filtrados, y permitiendo indagar en sus propias
discontinuidades.
Ahora bien, más allá de la estrecha vinculación entre los elementos y lugares del paisaje y
la conformación de la persona, los medios por los cuales ambos se entrelazan dependen
finalmente de la negociación social y política de tales factores. Así, mientras la noción de
persona es una cuestión cultural, la realizacion de la misma dependerá de las condiciones
políticas y de las estrategias sociales. No importa cuán básico pueda ser determinado
elemento o lugar en la conformación de la persona, tanto la personeidad como los esquemas
de materialidad son aspectos social y políticamente negociados [Fowler, 2008: 297].
Especialmente en bandas cazadoras recolectoras donde los liderazgos son efímeros, esta
negociación se da en la práctica comunicativa cotidiana en donde las personas son tanto
participantes como narradoras de lo que acontece en el contexto de su mundo de la vida. La
práctica comunicativa cotidiana sirve para entenderse mutuamente dentro de su propio
acervo cultural, pero también lleva consigo procesos de interacción social y socialización a
partir de los cuales ese mundo de la vida, y con ello la condición de ser persona, es
constantemente reconstituido, renovado o confirmado. Si en ontologías relacionales las
personas se conforman de rasgos o elementos del mundo material, un cambio en las
interacciones con tales cosas o actantes –objetos, animales, lugares- deberá llevar a una
reconfiguración de las relaciones que hacen a la persona. Esto es algo propio de la
260
dividualidad lo que hace que el estatus del ser sea cambiante y contextual. En este sentido,
quisiera finalizar con una reflexión acerca de cómo estos mismos procesos de interacción
social y socialización han ido actuando bajo condiciones sociales y políticas cambiantes,
afectando y renegociando las relaciones a partir de las cuales una persona se constituye
como tal.
En la comunidad seri, como en tantas otras comunidades indígenas, los cambios y las
limitaciones han sido drásticas en los últimos siglos, tanto en lo que respecta a su modo de
vida y a sus prácticas cotidianas, como a las interacciones con su entorno y a partir de las
cuales se constituyen como personas y miembros de un grupo. No solo tuvieron que unirse
las distintas bandas en un solo grupo, los Comcaa’c, sino que además quedaron relegados a
una pequeña franja de la costa (en realidad solo a dos localidades) reduciendo y finalmente
abandonando la movilidad como modo de vida, y con ello la visita periódica a los lugares
habituales. A su vez, han tenido que abandonar la caza de la tortuga marina, y hace años
que ya no entierran la placenta del recién nacido. No necesitan salir de caza y la búsqueda
del poder espiritual es cosa del pasado. Los rituales individuales y colectivos fueron
vetados por la Iglesia Protestante87 lo que significó la pérdida del contexto articulador de
las fuerzas espirituales. Con este panorama, es evidente que las relaciones cambiaron, la
transmisión de esencias o subjetividades que incidían en la persona se modificaron y la
constitución de la persona seri debió ajustarse a otro tipo de interacciones. Si bien, como ya
fue mencionado, faltan estudios relativos a la noción de cuerpo y persona entre los seris, es
posible conjeturar tales cambios, algo que no es difícil ver en los jóvenes quienes adoptan
nuevas formas de conducta y relacionalidad más vinculadas a la cultura occidental
[Renteria, 2009]. Un caso interesante ha sido la aparición, a mediados del siglo pasado, de
una nueva figura: la del pastor protestante.
Cabe destacar que cuando una persona realizaba el Heecot coom y fracasaba, fallaba no
solo en la obtención del poder espiritual deseado, sino también en disponer del prestigio
social que todo ello implicaba. En este sentido, nos dice Renteria, el arribo de los
misioneros protestantes a la comunidad seri representó una nueva oportunidad para
aquellos individuos cuyo deseo de prestigio había sido coartado tras su fallo en el Heecot
coom [Renteria, 2006: 164]. Cabe citar las palabras de William Smith cuando ya en los
sesentas señalaba que “algunos de aquellos individuos que fracasaron en adquirir un papel
261
de liderazgo entre los suyos en las condiciones previas [mediante el Heecot coom], lo están
consiguiendo ahora a través de entablar negociaciones políticas con los mestizos, (ganadas
principalmente por medio de la adulación) así como por ayudar a los misioneros
protestantes [a traducir el Nuevo testamento] y por presionar a la tribu para que desprecie
los viejos modos” [Smith, 1966 en Renteria, 2006: 164; la cursiva es mía].
La función social del haaco cama ha desaparecido y pocos individuos han intentado en los
últimos años realizar el Heecot coom. Sin embargo, de acuerdo a Renteria, las antiguas
creencias relacionadas a la existencia de los espíritus y a la posibilidad de obtener su poder
continúan permeando en la gente. De este modo, dice el autor, no es posible hablar de un
reemplazo de la figura del predicador por la de la extinta figura del Haaco cama, pero sí tal
vez de un cierto paralelismo en cuanto a la calidad del prestigio social [ibid.]. En este
sentido, aunque de manera mucho más solapada, es probable que el aspecto relacional siga
tejiéndose en las personas, que la dividualidad siga siendo parte de su ser-ahí, y que la
agencia de las cosas siga vigente en su día a día. No obstante, se han debido negociar otras
formas de relacionarse, lo que ha llevado a nuevas formas de constituirse como persona y
de identificarse como seris.
NOTAS
85 Más allá de que obviamente, ellos tengan su propia forma de averiguar lo que les
interesa o de resolver lo que les preocupa.
86 Es interesante destacar y aclarar, que no todas las bandas cazadoras recolectoras reflejan
autonomía en el arte rupestre, lo que en términos de diversidad resulta sumamente
interesante. Tal es el caso, por ejemplo, del estilo gran mural de Baja California Sur, estilo
que marca una fuerte congruencia no solo en cuanto al conjunto de elecciones pictóricas
sino también en cuanto a la extensión espacio-temporal en la que aparecen [ver al respecto
Gutiérrez y Hyland, 2002].
87 La empresa misional provino tanto del Instituto Lingüístico de Verano como del Comité
de la Sociedad de Amigos y de la Iglesia Apostólica de la Fe en Cristo Jesús [Renteria,
2006].
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